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UNIDAD II EL PROBLEMA DEL MAL

 DIOS LA CREACION Y EL MAL

1. LA EXISTENCIA DEL MAL


El mal natural
El mal voluntario
A primera vista, parece que este tipo de mal se corresponde con la propia
naturaleza de las cosas. Pero también es cierto que:
La vida supone la aparición de nueva vida.
Miramos con ojos humanos una realidad que no es humana.
Su origen está en la libertad humana.
Con frecuencia, la inteligencia se pone al servicio de la injusticia o la
corrupción.
La violencia, la indiferencia ante el sufrimiento, etc., nos afectan en lo más
íntimo.
La Biblia plantea este problema en el libro de Job. Job comprende que es un
misterio y lo acepta con humildad, de modo que el dolor lo acerca al
conocimiento de Dios y de sí mismo.
Es difícil encontrar una explicación que justifique la existencia de una víctima
inocente. ¿Por qué Dios lo permite?

3 Dios no está obligado a revelarse a los hombres. Lo ha hecho por amor.


DIOS Y EL MAL

2. EL PODER DE DIOS
Negar la existencia de Dios como solución al problema del mal plantea dos
inconvenientes:
Dios no está obligado a revelarse a los hombres. Lo ha hecho por amor.
Si Dios no existe, no hay defensa contra el mal, y este se hace más irracional
y terrible.
Hablar del mal es algo que depende de la existencia del bien y, en último
término, de Dios.
¿Dios puede hacer cualquier cosa?
¿Dios tiene poder para haber creado un mundo mejor?
Dios no puede hacer nada que sea intrínsecamente imposible.
Que Dios es omnipotente significa que puede hacer todo aquello que es
intrínsecamente posible.
Sí, pero quiso crear un mundo «en estado de vía» hacia su perfección, con el
concurso de las criaturas.
Las limitaciones de la vida pueden contribuir a acrecentar y embellecer la
propia vida.

4 Dios no está obligado a revelarse a los hombres. Lo ha hecho por amor.


DIOS Y EL MAL
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3. ¿SE PUEDE AFIRMAR QUE DIOS ES BUENO?
No podemos comparar nuestra limitada visión de las cosas con la sabiduría
divina.
Nuestra idea del bien no tiene porqué coincidir con lo que Dios sabe que es
bueno.
Dios no está obligado a revelarse a los hombres. Lo ha hecho por amor.
¿Qué no hay que entender por un Dios bueno?
¿Qué hay que entender por un Dios bueno?
Un Dios que no se inmiscuya en la vida del hombre.
Un Dios que pretende obligarnos a ser buenos.
Un Dios que, como un artista, quiere sacar lo mejor de cada uno de nosotros.
Un Dios clemente y misericordioso, que nos ama gratuitamente.

5 4 4. ¿POR QUÉ APARECE EL DOLOR?


4. ¿POR QUÉ APARECE EL DOLOR?
El dolor puede ser un camino para hacernos dignos del amor de Dios.
El dolor de los que amamos abre nuestro corazón a la trascendencia.
Dios, que nos conoce en lo más íntimo, sabe qué es lo mejor para nosotros.
La rebelión contra Dios no conduce a la libertad, sino a la esclavitud.
A través de la esperanza y la piedad comprendemos la exigencia de
eternidad que implica el amor y humanizamos el mundo.
El dolor nos ayuda a discernir entre los bienes verdaderos y los aparentes.
Los cristianos creemos que Dios, en Cristo, venció al mal.
El sufrimiento nos ayuda a recuperar la conciencia de que somos peregrinos
en este mundo.
Dios hecho hombre cargó sobre sus hombros el peso del mal y del dolor, y
con su Resurrección venció al pecado y a la muerte.

6 LA GRANDEZA DE LA LIBERTAD

5. LA MALDAD HUMANA
LA GRANDEZA DE LA LIBERTAD

El hombre moderno parece haber perdido la conciencia de culpa, que ha
estado presente en todas las religiones desde la Antigüedad.
Dios no está obligado a revelarse a los hombres. Lo ha hecho por amor.
La grandeza de la libertad
A través del testimonio de los santos, de los humildes, de las personas
generosas, descubrimos la trascendencia de la libertad humana: si amamos a
Dios es porque queremos. Un santo es máximamente libre: no quiere a Dios
por miedo al castigo, sino porque quiere entrar en comunión con Él y con los
demás hombres. A la vez, Él nos ha amado primero y nos ofrece, mediante el
perdón y la gracia, una alianza de amor. Por ello, en el cristianismo está
siempre abierta la puerta del perdón, pues si el malvado se convierte de
todos los pecados cometidos [...] ciertamente vivirá y no morirá (Ez 18, 27).

A menudo se confunde la bondad con «no hacer daño a nadie», evitando el
compromiso personal en la búsqueda del bien.
Debemos aceptarnos como somos y ponernos en manos de Dios para que
nos ayude a mejorar.
Los seres humanos estamos inclinados a la maldad, pero no sujetos a ella.
Con ayuda de la gracia divina podemos transformar nuestra vida y hacernos
semejantes a Dios.
6. LA DOCTRINA DE LA CAÍDA
CRISTO VENCIÓ AL MAL

Dios quiso la bondad de todas las criaturas y que existieran en dependencia
unas de otras.
El primer hombre fue constituido en amistad con su Creador, en armonía
consigo mismo y con el resto de la Creación.
Esta armonía se rompió con el pecado original.
Dios no está obligado a revelarse a los hombres. Lo ha hecho por amor.
Cristo venció al mal
«¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las
comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del
encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de “sentido”, de verdad y
amor, de alegría y esperanza! No podemos quedarnos tranquilos en espera
pasiva en nuestros templos, sino que urge acudir en todas las direcciones
para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el
amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria
pascual del Señor de la historia» (Aparecida, n.º 548).

El pecado original
Fue un pecado de orgullo y de idolatría, por el que la criatura antepone su yo
a Dios.
Acá se muestra el misterio de la libertad. Dios no quiso esclavos, sino hijos.
Con el pecado se quebró el dominio del espíritu sobre el cuerpo.
Las relaciones entre los hombres pasaron a ser de deseo y de dominio.
El dolor y la muerte entraron en el mundo.
El mal, el pecado y la muerte no son obra de Dios, sino del hombre.
Dios no abandonó al hombre. Él nos llama y nos anuncia la victoria sobre el
mal.

 RESPUESTA CRISTIANA AL PROBLEMA DEL MAL.


Sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de tos que le
aman" (Rom 8, 28).

1.La Palabra de Dios afirma de forma clara y perentoria que «la maldad no
triunfa contra la sabiduría (de Dios)» (Sab 7, 30) y que Dios permite el mal en
el mundo con fines más elevados, pero no quiere ese mal. Hoy deseamos
ponernos en actitud de escuchar a Jesucristo, quien en el contexto del
misterio pascual, ofrece la respuesta plena y completa a ese atormentador
interrogante.

Reflexionemos antes de nada sobre el hecho que San Pablo anuncia: Cristo
crucificado como «poder de Dios y sabiduría de Dios» (1 Cor 1, 24), en quien
se ofrece la salvación a los creyentes. Ciertamente el suyo es un poder
admirable, pues se manifiesta en la debilidad y el anonadamiento de la
pasión y de la muerte en cruz. Y es además una sabiduría excelsa,
desconocida fuera de la Revelación divina. En el plano eterno de Dios y en su
acción providencial en la historia del hombre, todo mal, y de forma especial el
mal moral --el pecado-- es sometido al bien de la redención y de la salvación
precisamente mediante la cruz y la resurrección de Cristo. Se puede afirmar
que, en El, Dios saca bien del mal. Lo saca, en cierto sentido, del mismo mal
que supone el pecado, que fue la causa del sufrimiento del Cordero
inmaculado y de su terrible muerte en la cruz como víctima inocente por los
pecados del mundo. La liturgia de la Iglesia no duda siquiera en hablar, en
este sentido, de la «felix culpa» (cfr. Exsultet de la Liturgia de la Vigilia
Pascual).

2. Así pues, a la pregunta sobre, cómo conciliar el mal y el sufrimiento en el


mundo con la verdad de la Providencia Divina, no se puede ofrecer una
respuesta definitiva sin hacer referencia a Cristo. Efectivamente: por una
parte, Cristo -el Verbo encarnado- confirma con su propia vida -en la pobreza,
la humillación y la fatiga- y especialmente con su pasión y muerte, que Dios
está al lado del hombre en su sufrimiento; más aún, que El mismo toma sobre
Sí el sufrimiento multiforme de la existencia terrena del hombre. Jesús revela
al tiempo que este sufrimiento posee un valor y un poder redentor y salvífico,
que en él se prepara esa «herencia que no se corrompe», de la que habla
San Pedro en su primera Carta: «la herencia que está reservada para
nosotros en los cielos» (cfr. 2 Pe 1, 4). La verdad de la Providencia adquiere
así mediante «el poder y la sabiduría» de la cruz de Cristo su sentido
escatológico definitivo. La respuesta definitiva a la pregunta sobre la
presencia del mal y del sufrimiento en la existencia terrena del hombre es la
que ofrece la Revelación divina en la perspectiva de la «predestinación de
Cristo», es decir, en la perspectiva de la vocación del hombre y la vida
eterna, a la participación en la vida del mismo Dios. Esta es precisamente la
respuesta que ha ofrecido Cristo, confirmándola con su cruz y con su
resurrección.

3. De este modo, todo, incluso el mal y el sufrimiento presentes en el mundo


creado, y especialmente en la historia del hombre, se someten a esa
sabiduría inescrutable, sobre la cual exclama San Pablo, como transfigurado:
«¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán
inescrutables son sus juicios e insondables sus caminos ...! (Rom 11, 33). En
todo el contexto salvífico, ella es de hecho la «sabiduría contra la cual no
puede triunfar la maldad» (cfr. Sab, 7, 30). Es una sabiduría llena de amor,
pues «tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo ... » (Jn 3, 16).

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