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CAPÍTULO II

L A O F E R TA
ORIGINAL DE LA
GRACIA: EL
« E S TA D O O R I G I N A L »
Y EL PARAÍSO
• desde el primer instante la gracia y el pecado han sido las
coordenadas que han enmarcado el ser del hombre en su relación
con Dios. Naturalmente, siempre bajo el primado de la gracia, que es
la primera y la última palabra de Dios, y sin la cual no podemos en
modo alguno entender lo que es el pecado mismo.
• Estudiamos primero la oferta de la gracia por parte de Dios, la
teología del «estado original», para pasar a ocuparnos después, mucho
más ampliamente, del pecado original.
• Adán es figura de Cristo, está desde el principio destinado a ser
recapitulado en Jesús.
• El pecado es el rechazo de la gracia y, por
consiguiente, sólo puede ser tal si es
precedido por la gracia divina.
BREVE REFERENCIA A LAS
NOCIONES TRADICIONALES
• Se ha considerado normalmente que Dios creó al hombre dándole de
hecho u ofreciéndole tres categorías de bienes o dones.
• En primer lugar los «naturales», los que corresponden a la naturaleza
del hombre en cuanto tal en los términos que en el capítulo anterior
hemos señalado. Se piensa que esta «naturaleza» ha salido de las
manos de Dios como acabada dentro de su orden.
• En segundo lugar hay que situar los bienes «sobrenaturales» en
sentido estricto: la amistad con Dios y la gracia, la llamada a la
divinización y a la visión beatífica; son aquellos bienes a los que la
naturaleza humana no tiene ningún derecho.
• Por último, entre unos y otros, se colocan los llamados
«dones preternaturales», que, por una parte, no son
exigidos por la naturaleza en cuanto tal, pero, por otra, la
perfeccionan en su misma línea, sin que por sí mismos
supongan la comunión íntima con el Creador (que es lo
propio de los dones sobrenaturales).
• El pecado de los primeros padres habría hecho perder al
hombre los bienes sobrenaturales y estos dones
preternaturales. No así los naturales, que, aunque
afectados por el pecado, han quedado sustancialmente
íntegros; la bondad de la criatura de Dios permanece.
EL «ESTADO ORIGINAL» EN EL
ANTIGUO TESTAMENTO. LA
HISTORIA DEL PARAÍSO
• No tenemos que insistir sobre lo que sin duda ya se conoce acerca
del valor histórico de los primeros capítulos del Génesis. El relato de
la fuente J, que habla del paraíso inmediatamente después de la
creación del hombre, tiende a desembocar, con toda probabilidad, en
la narración del pecado y de la caída
• Lo que Dios pensó para el hombre no es la situación que
conocemos, sino algo mejor: precisamente el paraíso.
• Este es el proyecto originario de Dios sobre el hombre.
El paraíso es tal vez una representación que el yahvista ha
recogido de otras culturas orientales, en las que se
encuentran descripciones de un jardín celeste, morada de
Dios y no del hombre.
• Podemos tomar como puntos de referencia para situar la escena del
paraíso los momentos inicial y final de la misma: la creación del
hombre del polvo de la tierra, y su expulsión del jardín con la
consecuencia de la muerte y la vuelta a la tierra de la que fue
tomado.
• La situación actual muestra que el hombre tiene esta vida de Dios en
precario, por un tiempo limitado y breve; el aliento vital se retirará un
día y el hombre morirá. Entre la creación del hombre del polvo y el
anuncio de su vuelta a él se sitúan los acontecimientos del paraíso; se
nos describe la situación en que el Creador ha querido colocar al ser
humano y de la que éste se ha visto excluido por su pecado.
• En medio de la abundancia de árboles y plantas del paraíso destacan el
árbol de la vida, que muestra que ésta en su sentido pleno es don de
Dios, y el del conocimiento del bien y del mal, objeto de la prohibición
divina, porque solamente a Dios corresponde este conocimiento.
• A esta situación del paraíso corresponde la obligación del trabajo; el
hombre ha de cultivar y guardar el jardín. Dios además impone al
hombre un mandato, precisamente el de la prohibición de comer del
fruto del árbol del bien y del mal a que nos referíamos hace un
momento.
• El hecho de la imposición del mandato no es separable en este caso
del contenido concreto del mismo: el hombre ha de vivir en relación
de libre obediencia a Dios, y se destruye a sí mismo en el momento
en que quiere rebelarse y ser como Dios; la prohibición de comer del
árbol de la ciencia del bien y del mal no es pues un precepto
arbitrario.
• En la narración bíblica se quiere poner de relieve sobre todo la
posibilidad que Dios ha ofrecido al hombre de conseguir la plenitud
en la obediencia y el servicio. En el abandono de esta actitud está la
raíz de la perdición.
• Los castigos de Dios al hombre y a la mujer cuando, después del
pecado, los expulsa del paraíso, nos pueden ofrecer indirectamente
más detalles de cómo el autor yahvista ha imaginado la vida del
paraíso: libertad de la fatiga, del dolor y de la muerte; relación
armónica entre el varón y la mujer, etc.
• A partir de estas palabras puestas en boca de Dios se ha desarrollado
la doctrina de los bienes preternaturales de la inmortalidad, ausencia
de dolor o enfermedad, etc.
• En algunos pasajes, sobre todo de los libros proféticos, se da un
cambio de orientación muy significativo: el tema del paraíso, a veces
con la mención de «Edén» (que en Gen 2,8 es un simple nombre
geográfico), se convierte en un elemento de la descripción de los
bienes futuros, sea de los que se poseerán en un momento inmediato,
sea sobre todo de los que se gozarán cuando Dios salve al pueblo de
forma definitiva.
EL NUEVO TESTAMENTO

• En Rom 5,12 se afirma que la muerte es consecuencia del pecado.


Parece que indirectamente se nos dice que la inmortalidad era un
bien del que el primer hombre gozaba en la amistad con Dios. Pero es
claro que, más que de la inmortalidad original, se quiere hablar del
pecado que trae la muerte, al que se opone la salvación de Cristo.
EL ESTADO
ORIGINAL EN L A
TRADICIÓN Y EL
MAGISTERIO
• Es muy interesante la teología del paraíso en san Ireneo; el obispo de
Lyon piensa que el paraíso se encontraba situado en las esferas
celestes, encima del tercer cielo; el paraíso en el que fue colocado
Adán después de ser creado es el mismo al que fueron elevados Enoc
y Elias y al que después fue arrebatado Pablo.
• En los documentos oficiales de la Iglesia antigua encontramos algunas
alusiones al tema del paraíso en relación con el pecado original y la
gracia. Debemos citar en concreto el concilio de Cartago del año 418,
que, en oposición a Pelagio, afirma la posibilidad de no morir que
tuvo el hombre en el paraíso.
• La teología medieval discute sobre el «orden» en que el
hombre recibió los distintos bienes que le adornan en el
paraíso. Hay quienes piensan que Adán antes de la caída
poseía sólo los bienes naturales, y habría accedido a la
gracia sólo si hubiera perseverado en el bien.
• Otros piensan que el hombre estuvo desde el primer
instante en la gracia, pero no la que le hubiera permitido
adquirir méritos sobrenaturales; para ella habría debido
prepararse, porque todo adulto tiene necesidad de esta
preparación; pero ya desde el primer instante tuvo la
integridad y la posibilidad de no morir; con diferencias de
matiz.
• Santo Tomás, quien afirma que el hombre fue creado desde el primer
instante con los bienes naturales y la gracia, porque la sujeción del
cuerpo al alma y de las fuerzas inferiores a la razón de que Adán
gozaba era ya fruto de la gracia, ya que, de lo contrario, esta armonía
se habría mantenido después de la caída.
• Es interesante notar que el canon 1 del decreto sobre el pecado
original señala que Adán perdió la santidad y justicia en que había sido
«constituido» (constitutus). Este término sustituye a creatus, que se
encontraba en el proyecto primitivo. El término que acabó
imponiéndose, por ser más neutro, no prejuzga la cuestión, discutida
todavía en aquel momento, de si el hombre fue creado en la gracia
desde el primer instante o si ésta se le ofreció más tarde.
• El magisterio ha establecido relativamente pocos puntos concretos
acerca del estado original del hombre. El aspecto fundamental del
«estado original» es, sin duda, la santidad y justicia que el hombre
tenía antes de caer en el pecado; éstas eran indebidas a su naturaleza.
• Esta gracia y santidad estaba acompañada, por una parte, de un
determinado estado de libertad o ausencia de concupiscencia, de
«integridad»; a la vez se dice que el hombre gozó, antes del pecado,
de la inmortalidad.
REFLEXIÓN
SISTEMÁTICA
A) LA GRACIA DEL ESTADO
ORIGINAL
• El estado de santidad y justicia en que el hombre se encontró antes
del pecado es sin duda el núcleo fundamental de la teología del
«estado original». El hombre ha sido llamado desde el comienzo de su
existencia a la comunión con Dios. La primera palabra de Dios sobre
el hombre es el ofrecimiento de su amor y de su gracia.
• No es, en cambio, especialmente importante para nosotros averiguar
si el hombre aceptó en obediencia esta oferta de gracia en un primer
momento o no, es decir, si su primer acto libre fue o no el pecado. Lo
fundamental es retener que la amistad con Dios, la justicia y la
santidad le han sido ofrecidas antes de toda posible decisión personal
y antes de cualquier mérito por su parte.
• El paraíso fue un comienzo que el pecado no frustró definitivamente
porque la misericordia de Dios es más fuerte que el pecado humano.
Toda la historia es el camino hacia la amistad plena con Dios que
arranca de la llamada primera y que llegará a su máxima expresión en
la consumación escatológica. La prioridad de la gracia de Dios,
manifestada ya en el primer instante, se mantiene a lo largo de toda la
historia de la salvación.
• En Cristo se realiza el designio de Dios pensado desde antes de la
creación del mundo. La creación tiene como finalidad la comunicación
de la vida de Dios al hombre; desde el comienzo estamos llamados a
ser imagen de Jesús. No podemos por tanto compartir la opinión, que
hasta hace pocos decenios fue mayoritaria, según la cual la gracia del
primer hombre fue simplemente «gracia de Dios», mientras que sólo
después de la caída empezaba a actuar la gracia de Cristo redentor.
• No podemos saber lo que habría ocurrido si el hombre no hubiera
sido infiel a Dios. Pero podemos afirmar, a partir del Nuevo
Testamento, que Cristo, a la vez que redentor del pecado, es el
fundamento de todo cuanto existe. El es el mediador de la creación y
todo tiene en él su consistencia.
• Su presencia en el mundo es el comienzo y la fuente de una vida
nueva; como dice Ireneo, «trajo toda la novedad»; la gracia «original»
no puede ser más que una anticipación de su plenitud.
• Si en Cristo, en virtud del designio anterior a la creación, todo ha de
quedar recapitulado, también Adán ha de estar sometido a su primado
universal. También nuestros primeros padres estuvieron llamados a la
filiación divina en Jesús. El pecado entra en la providencia de Dios, con
todo el misterio que el mal comporta y que no pretendemos
desentrañar, para mostrarnos su inmenso amor misericordioso; no
habríamos podido conocer el alcance de este último, que llega hasta la
muerte de Jesús por nosotros cuando todavía éramos pecadores, si en
todo momento hubiéramos sido fieles a Dios. Desde esta perspectiva
tiene sentido la felix culpa. Lo que Cristo nos da es superior a lo que
Adán nos puede transmitir, y todo lo que este último ha recibido
depende, en última instancia, solamente de Jesús.
B) LOS LLAMADOS «DONES
PRETERNATURALES»
• La narración de Gen 2-3, en la que la doctrina de los bienes
preternaturales tiene su origen, trata sobre todo de la dimensión de
gracia y de amistad con Dios en que se encuentra el hombre desde el
momento de la creación. Sólo desde este marco tiene sentido hablar
del pecado.
• Si la pérdida de estos bienes, por otra parte, se nos presenta como
fruto del pecado, llegamos a la misma conclusión por la vía negativa:
hay una relación intrínseca entre la gracia que Dios otorga al
comienzo y la armonía de los hombres consigo mismos y con los
demás. Por ello, en la oferta inicial que Dios hace de su gracia está lo
decisivo de la doctrina del estado original.
• Los bienes de que el hombre gozaba en el paraíso según el
Génesis son expresión de la plenitud y armonía que
derivan de la amistad con Dios. No son dones
independientes de la gracia, sino su manifestación.
• La inmortalidad. No hay duda de que, al menos en una
primera aproximación, la muerte aparece como la máxima
limitación del hombre, aquello que en primer lugar
eliminaríamos del mundo si pudiéramos.
• la narración de Gen 2-3 como las referencias que a ella se
encuentran en la Escritura y en la tradición excluyan la muerte del
plan original de Dios sobre el hombre y atribuyan su existencia al
pecado; la muerte no parece compatible con la bondad del Creador.
• Para entender la noción bíblica de la inmortalidad
debemos tener en cuenta que la muerte tiene en la
Escritura un sentido que rebasa el simplemente biológico.
• La muerte es el signo de la exclusión de la comunidad de
la alianza, del apartamiento del pueblo elegido. La «vida»,
por otra parte, significa estar en relación con Dios y tener
la posibilidad de alabarle, estar así en comunión con el
pueblo elegido.
• Vida y muerte son, pues, dos nociones que rebasan lo
biológico, aunque ciertamente incluyan este elemento; son
expresión de la presencia o la ausencia de la amistad y
relación con Dios.
• Algo semejante podemos decir de la concepción paulina de la muerte;
ésta es sin duda fruto del pecado. Pero la palabra «muerte» es, para el
Apóstol, sobre todo el alejamiento de Dios que sigue al pecado. Por el
contrario, la muerte física puede ser el medio para acercarse más
íntimamente a Cristo.
• Ni en el Nuevo Testamento ni en ninguno de los primitivos estratos
de la tradición las nociones de vida y muerte se reducen a lo
biológico; la primera tiene un marcado sentido cristológico, la segunda
se pone en relación con el apartamiento de Dios y de Cristo.
• A partir de estas consideraciones sobre el sentido teológico de la vida y
de la muerte, no son pocos los teólogos que piensan que puede
interpretarse el don de la inmortalidad insistiendo no tanto en el aspecto
físico de esta última cuanto del sentido diverso, integrado en la vida, que
tendría la muerte, la propia y la de los demás, en una humanidad sin
pecado.
• No se trata, por tanto, de pensar en una concepción meramente
«espiritual» de las consecuencias del pecado como muerte del alma, sino
del modo concreto como la muerte corporal y física es vivida por el
hombre dividido en sí mismo. El pecado tendría, por tanto, consecuencias
también para la muerte corporal, en la manera como ésta se vive y se
entiende.
• En Cristo ha cambiado definitivamente el signo de la muerte; en él se
nos ofrece una esperanza definitiva de inmortalidad y de vida futura a
la que en ningún caso puede compararse la inmortalidad original,
sujeta siempre a la amenaza de su pérdida por el pecado. La
inmortalidad ofrecida al hombre en el paraíso recibe su luz definitiva
de la resurrección de Cristo, no al revés.
• La «integridad» o ausencia de concupiscencia.
• La concupiscencia es, para Pablo, la manifestación de la fuerza del
pecado que domina al hombre y ejerce su poder sobre él.
• El hombre se encuentra bajo este impulso que le inclina a apartarse
de Dios y a pecar; el cristiano ha de esforzarse por escapar de él y no
seguir los deseos de la carne. Porque, en efecto, quien vive bajo el
Espíritu de Dios no está sometido a la ley de la carne, sino que está
liberado de ella.
• la concupiscencia es algo con lo que el hombre, incluso el bautizado,
ha de contar durante toda su vida.
• La concupiscencia se ha identificado a veces con las tendencias
«inferiores» del hombre, el cuerpo considerado como fuente
del pecado en cuanto se rebela contra el alma o parte superior
que ha de gobernar el todo.
• El punto de partida es que la concupiscencia no es sólo el
deseo del mal, sino más bien todo acto apetitivo, indeliberado,
que precede a la decisión libre del hombre; esta decisión es la
posición, ya refleja, que el hombre adopta frente a la apetencia
espontánea de un bien u otro. Esta inclinación espontánea es la
base sobre la que la persona adopta su decisión libre: la libertad
humana, en virtud de nuestra constitución psicofísica, no se
ejerce desde el vacío. La decisión se toma sobre la base de lo
que en nosotros es «naturaleza», como contrapuesto a lo que
nos define como personas.
• El pecado propio o ajeno reduce la capacidad de elección del bien, es
decir, disminuye nuestra libertad como posibilidad de seguimiento de
la llamada de Dios.
• Pero no solamente nuestra libertad ha quedado afectada. También
nuestra capacidad de conocimiento, la capacidad de captar lo divino,
de aspirar a la verdad, sufre como consecuencia del pecado. Son los
aspectos «gnoseológicos» de la concupiscencia, que merecen también
atención junto a los más conocidos que afectan a nuestra libertad.

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