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23/02/2019
Tema 1:
2.
Ver en la experiencia de desgracia una gracia sólo es posible si el hombre descubre que
su vida está fundamentada en una relación amorosa entre él y Dios y, que, por tanto,
puede confiar en que no está solo frente a la adversidad y que lo que le sucede en su
vida va más allá de lo observable por los sentidos. La auténtica realidad es que sus
acontecimientos poseen una trascendencia: Sólo porque Dios lo ha fundado en la
relación yo-tú con Él, puede el hombre entablar una relación personal con los hombres.
Decir a otro: Te veo, te respeto, sólo es posible porque Dios le ha concedido poder para
decirle a Él, el Señor: Tú eres mi creador…, yo te adoro […]. Tanto más sabe el hombre
de sí mismo cuanto más se entiende a partir de Dios. Pero para ello debe saber quién
es Dios, y esto sólo puede hacerlo si acepta lo que es Él mismo. Si se rebela contra Dios,
si piensa mal de Él, entonces pierde el conocimiento de su propio ser. Esta es la ley
fundamental de todo conocimiento humano.1
Dios no evita el sufrimiento: eso el hombre debe tenerlo presente, pero para que el
hombre pueda reconocer la misericordia de Dios en medio de las desgracias, primero,
debe acercarse a Él no desde el egoísmo sino desde la generosidad: sin exigir, sin pedir
nada a cambio, dejándose hacer, y de repente, su vida, conforme se vacía de lo
insustancial, comienza a dejar hueco para ese amor redentor, ese hombre comprende
la comunión y llega al éxtasis con el Creador.2
Sólo cuando el hombre se acerca a Dios, éste se acerca a la plenitud de su ser. Dicho lo
cual, la experiencia de la desgracia se percibe como gracia en tanto que tal experiencia
es vivida cristianamente de manera exclusiva.
La experiencia del mal por parte del hombre es una realidad, pero el hombre percibe el
mal sólo en tanto que hay bien, igual que sucede con la noción de pecado: el hombre
es consciente del pecado porque hay sobreabundancia de gracia y, es a partir del
conocimiento de la gracia salvadora, que el pecado es conocido por sí mismo. Por
tanto, el mal que se conoce a “contraluz” del bien. La noción de pecado nos remite a la
salvación. Es el perdón lo que da al pecador el conocimiento y la conciencia de pecado:
Sin este amor primero, el pecador no conoce ni el bien ni el mal del pecado, sino tan
solo los efectos que acarrea. Hablar de “pecado del mundo” es dar la razón de la
necesidad de la salvación universal.3
Tema 2:
2.
Martín Gelabert considera que la teología del pecado original ha sido de gran valor
para la Iglesia para comprender en toda su hondura la acción salvífica de Cristo.
San Agustín entendió según una interpretación de Romanos 5,12 que tomó del
Pseudo-Ambrosio que todos hemos pecado y Dios debe condenarnos a todos en aras
de la justicia.
¿Dónde reside el legado negativo de San Agustín? San Agustín entendió que a raíz del
pecado de nuestros primeros padres existiría una doble predestinación: por un lado,
las personas predestinadas gratuitamente a la salvación y, por otro lado, las personas –
massa damnata- predestinadas a las penas del infierno. Esta visión de San Agustín
oscureció el mensaje bíblico de la misericordia divina y reemplazó la comprensión
bíblica de la justicia salvadora y justificadora (Rm. 1, 17; 3, 21ss. 26) por una visión
juridicista de la justicia castigadora.7
El Magisterio de la Iglesia, gracias a los sucesivos concilios que han tenido lugar
posteriormente a San Agustín y, sobretodo, gracias a la aportación de Sto. Tomás de
Aquino ha definido la noción de pecado original en relación con la acción salvífica de
Cristo. Desde Sto. Tomás de Aquino la falta de Adán es vista dentro de la economía de
la salvación. El Aquinate no habla de naturaleza corrupta sino de naturaleza dejada a
sí misma. Pone de manifiesto que frente al pecado mortal de Adán, los dones de Dios
sobreabundan y éstos están por encima de la naturaleza del hombre. La naturaleza
humana dejó de poseer los dones preternaturales y quedó herida. Al estar herida se
introdujo el desorden. Dios para redimir la naturaleza caída del hombre se encarna en
Jesucristo, el cual entra en la historia humana para llevar a su realización aquel
originario eterno proyecto del Padre de comunicar su vida divina con los hombres.8
Por tanto se hace necesario abordar la teoría del pecado original desde otra
perspectiva como señala Alejandro de Villamonte: hágase desde otra perspectiva
menos desvalorizadora, menos derrotista, más constructiva y salvadora de los valores
que realmente posee el hombre histórico. Hacerle ver, sin humillarle innecesariamente,
la necesidad del Salvador desde la positividad, desde aquello que el hombre debe
desarrollar y perfeccionar. Nunca, en forma inicial y primordial, desde la oquedad que
en él ha dejado la ausencia de los dones primigenios de los que habría sido despojado.
Decirle que necesita de la Gracia, precisamente y ante todo, para promocionar y llevar
a plena realización aquello que de más noble, valioso y creador posee el espíritu
humano: su cualidad de ser imagen natural de Dios. Con lo que surge en ella este deseo
óntico/natural del Bien infinito.11
Lo que es necesario decirle al hombre del siglo XXI no es nada relacionado con el
pecado original sino que Dios nos amó y eligió en Cristo (Ef. 1, 2-23). El hombre ha sido
llamado a participar de la vida divina, al conocimiento y amor del Bien infinito, en
comunión con las personas del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Éste es el auténtico
“Evangelio”; la Buena y Alegre Noticia que, en el primer momento, hay que
comunicarle a todo hombre a quien ama el Señor (Lc. 2,14). Lo demás que haya que
decirle, incluso la desabrida y dura noticia de que es pecador profundo, hay que
decírselo dentro de este contexto y para que, en forma dialéctica, resplandezca mejor
la necesidad, gratuidad y sobreabundancia de la acción redentora de Cristo.12
Tema 3:
Palabras clave: pecador, persona, pecado, existencia real, potencialidad, acto, gracia.
Lo que es evidente es que la Palabra de Dios está dirigida al hombre que “oye”, es
decir, el mensaje evangélico se dirige a hombres adultos. Si el adulto responde
afirmativamente, se encontrará en estado de Gracia ante Dios. Si responde
negativamente, se encontrará en estado de pecado. Pero el recién llegado a la
existencia no es responsable, no puede responder personalmente a la llamada de Dios.
¿Qué sentido tiene preguntarse si está en situación teologal de pecado (original) o de
gracia (original).13
Otra pregunta que guarda una estrecha relación con esta cuestión es: ¿cómo alcanza a
los seres humanos fenecidos prematuramente, antes de llegar a la adultez psicológica
y moral, la voluntad salvadora de Dios? El Magisterio tiene clara la respuesta para el
caso de los niños bautizados, pero qué sucede con los niños fenecidos en el vientre
materno que no han recibido el bautismo? ¿Cómo llega a ellos la sobreabundancia de
la redención de Cristo?
Más que hablar de pecado original en el nuevo ser humano, la Iglesia debería hablar de
gracia original porque esta noción es más verdadera, más consoladora y más
netamente cristiana. Como sostiene Alejandro de Villamonte: La afirmación de la
Gracia original en el nascituro puede, legítimamente, aspirar a la certeza propia de una
conclusión teológica, pero no más. Si bien tal conclusión venga cargada de numerosas
y agradables consecuencias para la dogmática, la moral, la pastoral, para todo el
sistema católico de creencias. Que en esta perspectiva, ya no deberá centrarse en
torno a la figura de Adán, grandiosa como ficticia, y en el hecho de que todos pecaron
en él.14
La noción de “Gracia original” quiere indicar que la Gracia acoge al hombre desde el
originarse mismo de su vida: Todo hombre, al mismo tiempo que recibe el don de la
vida natural, recibe también la vida sobrenatural que le hace miembro de la Familia
divina, en el mismo momento en que entra a formar parte de la familia humana. 16
4.
Palabras clave: pecado social, solidaridad humana, agresión, prójimo, ofensa, Dios,
relaciones, comunidades humanas, designio, justicia, libertad, paz.
Cuando el hombre busca su propia felicidad como único fin de sus acciones deja de
realizar una de las principales tareas que Dios le ha encomendado: colaborar a que
todos los hombres puedan usar y gozar del mundo según los planes de Dios y las
exigencias de la persona humana.20
Por tanto el pecado social surge cuando, por la índole social de la persona, el yo
debería ceder el paso al nosotros y, por tanto, se invierte el orden de valores y el
individuo olvida que vive en una comunidad de mutuo servicio.
La Constitución Gaudium et Spes recuerda que todos los abusos y desórdenes sociales
proceden en parte de las tensiones propias de las estructuras económicas, políticas y
sociales. Pero proceden, sobretodo, de la soberbia y del egoísmo humanos que
trastornan también el ambiente social. Y cuando la realidad social se ve viciada por las
consecuencias del pecado, el hombre, inclinado ya al mal desde su nacimiento,
encuentra nuevos estímulos para el pecado, que sólo puede vencer con denodado
esfuerzo, ayudado por la gracia (GS 25).21
Juan Pablo II señala en la Constitución Gaudium et Spes que el pecado social puede
devenir en comunitario si la acción personal devenir en pecado comunitario si la acción
personal de un individuo o de varios es responsabilidad de todo el grupo. No sólo
existe el deber personal sino también el deber colectivo pues el hombre vive en
comunidad y, en tanto que deber, exige una responsabilidad. Arthur Utz describe así
esta responsabilidad colectiva: la misión colectiva no es, pues –y es importante
distinguir esto-, una tarea que se lleve a cabo por muchos separadamente y de modo
individual, sino que se dirige a la multitud de los individuos de tal manera que debe ser
realizada en común por los que la componen.22
Tema 4
1.
Martín Gelabert a través de este extracto de su obra Gracia. Gratis et amore quiere
señalar que el hombre acoge a Dios acogiendo su Palabra, es decir, a Cristo. En tanto
que acogemos a Cristo, el hombre se hace capaz de amar, en palabras de Martín
Gelabert de responder al amor con amor. Se produce, pues, en el hombre una
transformación ontológica que cambia el modo de ser del propio hombre.
Es necesario profundizar más sobre esta cuestión y preguntarse cómo es posible esta
realidad. Hay que partir, primero, del concepto de gracia santificante. La gracia
santificante es una cualidad, perfección, forma o habitus inherente al alma. También
es una perfección creada y accidental que implica una relación trascendental o esencial
con Dios, que habita en nosotros. La gracia santificante es por su esencia el
fundamento de nuestra unión con la gracia increada; es decir, con Dios como Don
increado del alma, o como comunicándose o dándose, a la manera de quasi-forma o
Acto.23
La gracia no es sólo un lazo de unión con Dios sino que es una iniciativa divina de unión
que nos lleva a Él como Acto increado capaz de llenar nuestra deseo natural de Él.25
La operación unitiva por la que Dios se da al alma como Acto, eleva al alma al plano de
Dios para hacerle partícipe de su propia vida. La relación de unión con Dios es una y
triple indivisiblemente. Nuestra relación con la Trinidad es trina y una.
En esta unión trina y una del alma con Dios no elimina la naturaleza del hombre sino
que la salvaguarda haciendo que la personalidad se sobrenaturalice al entrar en
comunión con las Personas divinas.
La gracia santificante nos viene a través de Cristo, la Palabra hecha Carne Redentora.
La gracia santificante es un vínculo con Cristo y por otro es una comunión de vida con
Él.
Tema 5
2.
La Escritura dice: Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que
fuésemos santos y sin mancha delante de él (Ef. 1,4). Y también: Y a los que predestinó
a éstos también llamó; y a los que llamó a éstos también justificó; y a los que justificó,
a éstos también glorificó (Rom. 8,30). Por tanto, podemos concluir que Dios llama a la
persona a la cual quiere conferir una misión –vocación-. La vocación del hombre es
entrar en comunicación con Dios y éste le transmite su mensaje –la Palabra, es decir,
Cristo-. En consecuencia, la vocación no es una simple iluminación sino comunicación
de vida sobrenatural que ilumina. Esta donación de vida de la Stma. Trinidad
constituye el origen interno de toda vocación cristiana.31
Cuando el hombre recibe la llamada, es decir, la vocación cristiana, Dios espera una
respuesta. Se trata, ante todo, de una respuesta personal.
Como dice Juan Pablo II: A esa llamada de Dios que está primero en la mente divina y
en la acción que Dios mismo realiza, el hombre tendrá que responder leyéndola en su
propio corazón.36
Pero sin la revelación de Dios, el hombre no le puede responder. Dios, por medio de su
revelación, despierta en el hombre el amor. Por lo tanto, la revelación de Dios es una
revelación sobrenatural del amor. La respuesta del hombre al plan sobrenatural de
Dios no es el obsequium fidei sino el obsequium caritatis. Si el amor no se revela el
hombre no conoce el amor y, por tanto, no puede responder al amor con amor. Sin la
autocomunicación de Dios el hombre nunca llegaría verdaderamente a saber amar.
Saber amar resulta decisivo para el hombre y su libertad. Elegir el amor, y no sólo
elegir por amor, es el ejercicio propio –específico y pleno- de la libertad.37
Sentirse amado supone sentirse valioso para el otro y de esa realidad parte la
respuesta amorosa del hombre. Ese entregamiento propio del amor exige que la
respuesta del hombre sea una elección. Una elección que el hombre realiza de quién
será su amor. Una verdadera elección que el hombre hace de Dios.38
Con todo lo dicho hasta ahora podemos concluir que la vocación cristiana no es sólo
una iluminación sino una comunicación de vida que ilumina, un encuentro que clarifica
y compromete. Primero con la paternidad de Dios; luego con Cristo y su seguimiento y
enamoramiento, y todo por el Espíritu Santo.41
Como dice Juan Pablo II en la Encíclica Redemptor hominis: la revelación que tiene
lugar en la vocación cristiana es principalmente la revelación del amor. Por tanto,
podemos concluir que la vocación pone en el hombre una nueva manera de entender
y vivir las principales dimensiones del amor.
1.
Para responder a esta pregunta me remito al libro de Martín Gelabert Gracia. Gratis et
Amore. Martín Gelabert nos aclara el concepto de “lo gratuito”: en lo gratuito está
implicado el dar sin esperar nada a cambio.43 También señala que: lo gratuito es algo
que pudiera no haberse hecho y que se hace sin buscar en ello una recompensa.44
Lo gratuito es, por tanto, lo desinteresado. ¿Qué es, por tanto, lo que yo observo de
gratuito en la vida ordinaria? Sin lugar a dudas, la propia vida. La vida me la ha dado
Alguien, no me la he dado a mí mismo. Este Alguien podría no habérmela dado, pero lo
ha hecho. Lo ha hecho sin esperar nada a cambio, lo cual no significa que no haya un
propósito detrás de ese don. Por tanto, lo único verdaderamente gratuito en la vida de
cualquier hombre es la propia vida.
La vida es, sin duda, un regalo. También es innegable que en la vida suceden
desgracias. Entonces, podríamos concluir diciendo que la vida es un regalo
“envenenado”. Bueno, podría perfectamente verse así bajo el prisma humano. Y tiene
su lógica.
2.
Por tanto, el hombre se equivoca si cree que ha encontrado a Dios. Esa idea proviene
de la ignorancia producida por el error del entendimiento. Es Dios quien encuentra al
hombre en estado de anestesia existencial y es Dios quien obra el desvelamiento en el
hombre, a través del cual, el Absoluto pasa a actuar por medio del Ser. Esa
“divinización” del hombre que hace posible la gracia santificante no es otra cosa que el
actuar del mismo Absoluto a través del Ser. No es el Ser el protagonista del obrar sino
el Absoluto, porque es Él quien posee la acción, es Él quien actúa. El Ser pasa a
observar las experiencias que aprehende del obrar del Absoluto. No son sus
experiencias sino las experiencias fruto del obrar del Absoluto.
3.
El alma no puede exigir este existencial sobrenatural ya que es sólo fruto de la libre
donación divina y la relación para con ella es de potencia obediencial. 46
Tema 2
1.
Según L. Boff, la experiencia del dolor o del sufrimiento no se ha de ver como un hecho
inalterable o como una disposición divina sino como un estado que debe ser cambiado
y que reclama todas las fuerzas del hombre. Estas experiencias son una corporización
del pecado y de la injusticia que contradicen el plan de Dios. La teología debe
contribuir a la transformación de la situación de des-gracia aportando una lectura de
las dimensiones liberadoras de los grandes temas teológicos y expresando lo que late
de teológico en cada proceso liberador.
Ante la pregunta ¿cómo es posible que en una experiencia de desgracia se pueda vivir
una experiencia de gracia?
Resulta consolador estas consideraciones, pero ¿cuál es el origen del mal? Partimos,
primeramente de la consideración de G. Baudry para quien el relato de Génesis 3,1-24
tiene una dimensión moral ya que trata de responder a la cuestión ¿por qué hay en el
hombre una tendencia a hacer el mal? Esta cuestión está interrelacionada con una
ética que subraya la responsabilidad personal del hombre y el papel de su libre
albedrío.
San Pablo en Rom. 5, 12-21 no se refiere a lo que pasó al principio con Adán, sino que
lo que pretende es explicar lo que le ha ocurrido a la humanidad a partir del
acontecimiento de Jesucristo. La figura de Adán permite a Pablo ilustrar la
universalidad de la salvación cristiana, ya que establece un paralelismo estricto entre
Adán y Cristo. El texto establece igualmente el nexo existente entre el pecado y la
muerte y precisa que la transmisión, de generación en generación, afecta a la muerte,
no al pecado. En resumen, Pablo pretende hablar de Cristo. Utiliza para ello una
tradición disponible, pero su intención es cristológica.48
Con la expresión “pecado del mundo” nos referimos a que la humanidad es un todo. El
mundo es una totalidad orgánica en la que los pecados forman una red solidaria con
los pecados de los otros.
La noción “pecado del mundo” explica por qué el hombre viene al mundo marcado por
un pecado que él no ha cometido. Simplemente lo hereda.
El concepto “pecado del mundo” señala que lo primero de lo que el hombre tiene
conciencia no es la noción de pecado. Es a partir del conocimiento de la gracia
salvadora que el pecado es conocido, por tanto, el mal no es conocido por sí mismo,
sino que se conoce a “contraluz” del bien. La noción de pecado nos remite a la
salvación. Es el perdón lo que da al pecador el conocimiento y la conciencia de pecado:
sin este amor primero, el pecador no conoce ni el bien ni el mal del pecado, sino tan
solo los efectos que acarrea. Hablar de “pecado del mundo” es dar razón de la
necesidad de salvación universal.49
La noción de “pecado del mundo” destaca la unidad del hombre en el bien y en el mal.
En ella se expresa la solidaridad de los hombres entre sí. La noción de “pecado del
mundo” va ligada a una perspectiva escatológica: el presente se juzga a la luz de lo que
está por venir. El pecado del mundo es manifestado por la muerte de Jesucristo. El
pecado del mundo se revela en el perdón.50
Ligado a Rom. 5, 12-21 señalamos que la noción de pecado está ligada a la noción de
revelación, a la presencia de Dios en Jesucristo que nos ofrece su perdón y su amistad.
El pecado de Adán no es sólo una falta moral sino que es odio de Dios, puesto que su
relación con Dios lo dotaba de una sabiduría y un conocimiento del bien y del mal. Sólo
es posible odio de Dios si hay amor de Dios.
Para San Pablo no hay pecado sino hay Ley, es decir, no hay pecado sino hay salvación.
El mal se origina por el poder del hombre a desobedecer. No se debe entender el
pecado de Adán como una ausencia o una inadvertencia por parte de Dios. Nada
escapa a la voluntad de Dios. Tampoco el pecado sobrevino de una desobediencia a
una prohibición ingenua por parte de Dios.
En conclusión, es Dios, por tanto, quien ama primero al hombre y no el hombre quien
primero desobedece. No es primero el pecado, sino el amor de Dios hacia el hombre.
2.
Debemos partir de la premisa de que todo ser humano es ético y en tanto que su
conciencia psicológica percibe un determinado comportamiento como contrario a sus
valores éticos y actúa contra esos valores, entonces, la persona transgrede o peca
éticamente. En el caso concreto del cristiano, éste peca cuando obra de manera
contraria a lo que le dicta su conciencia cristiana.
La gracia transforma en vida nueva aquel hombre que proviene de una realidad
pecaminosa. Este hombre, con la ayuda de Dios y con el ejercicio de su libertad hace
una opción por Cristo en experiencia de fe por medio de la cual el neó-fito, el nuevo
cristiano tendrá que ir desplazando su pecaminosidad original constitutiva con la
vivencia de un bautismo que no termina con el rito ni con su opción por Cristo sino que
continúa durante toda su existencia espacio-temporal.51
Un cristiano que va siendo transformado por la Gracia avanza, progresa y crece en su
vida divina. El pecado, en tanto que opción contraria a Cristo, no es considerada como
opción por parte del cristiano puesto que éste, habiéndose decantado por Cristo, se
sitúa en el sector opuesto al pecado. ¿Cuándo un cristiano peca? Cuando su opción
fundamental por Cristo termina, desaparece o se cambia explícitamente. O cuando su
experiencia de fe se extingue, cuando el crecimiento en la vida divina cesa, cuando se
retrocede en el proceso vital de asimilación a Cristo, cuando de nuevo la persona puede
ser reconocida por sus actitudes y sus actos, por sus valores y percepciones
concienciales como un verdadero no-cristiano.52
El pecado –ya sea mortal o venial- es una transgresión de lo que la conciencia dicta
según los principios que se desprenden de la opción fundamental –Cristo-. Por tanto,
es una evidencia la relación entre conciencia moral cristiana y pecado en el sujeto
específicamente cristiano.
La moral del cristiano depende de su mismo ser constitutivo, por tanto, sus
comportamientos ocurren a partir de la opción fundamental por la que el cristiano ha
asumido una línea operacional en conformidad con valores específicamente cristianos
discernidos por su conciencia teologal específicamente cristiana.53 Es decir, las acciones
del cristiano no son independientes de su moral sino que provienen de su moral
porque esa moral está inserta en la conciencia que juzga todos los actos y señala los
que son o no son contrarios a esa moral que tiene su fundamento en la opción
fundamental del cristiano, es decir, en Cristo.
Los efectos del pecado son las inclinaciones torcidas del corazón humano hacia el
desorden moral, que es el origen de los malos deseos, tantas veces difíciles de controlar
y vencer.54
Tema 3
1.
En conclusión, el proceso evolutivo del hombre se vio interrumpido en una sola pareja
o en un grupo reducido de hombres, tras la efusión en ellos de un alma espiritual y
que, después, tras la caída, continuó el proceso evolutivo hasta nuestro días.
La pareja antes de que Dios insuflara el alma vivía con condiciones biológicas concretas
y cumplían un ciclo biológico vital que debía terminar en la muerte. Una vez Dios
insufla el alma en esta pareja biológica reciben unas condiciones especiales –
preternaturales-. Esta pareja también seguían un proceso de ciclo biológico, pero no
deberían morir. Podríamos pensar que en un momento dado dicha pareja, sin morir,
podrían ser transportadas a un mundo eterno sobrenatural en el que el cuerpo se
transformaría en “glorioso” en el que no cabría, por tanto, la muerte.
La premisa que determina el buen obrar del mal obrar es que sólo es bueno lo que
Dios quiere, por tanto, el que quiere lo mismo que Dios, ése obra bien. El que quiere lo
que Dios no quiere, ése obra el mal.
Sólo puedo querer lo que Dios quiere cuando me abro totalmente al “Tú” de Dios que
es el “Tú” de los hombres, sino el hombre se vuelve sobre sí mismo y se convierte en
su propia autorrealización y en su meta suprema.
Amar significa no vivir para uno mismo sino con el otro y para el otro –el otro que es
Dios y que también es el hombre-. La esencia del amor es la existencia dialogal –vida
en diálogo con Dios y con Dios y con todos los que nos salen al encuentro-. Éste es el
Bien querido por Dios. El Mal es, pues, una vida de monólogo que gira alrededor de
uno mismo. Este “yo” se afirma a sí mismo desconsideradamente y se erige en
principio absoluto de la autonomía que a uno le conviene.
Existe un mal que pertenece a las estructuras de este mundo y que supera el dominio
de lo personal y que aboca al hombre a fatalidades a través de las cuales nos hacemos
culpables. Por tanto, hay un mal estructural en contraposición al personal.
El mundo tiene unos límites en tanto que ente finito. Los hombres también, pero éstos
en vez de obedecer a los límites que la naturaleza establece, han querido ir más allá de
ellos y los han transgredido. En consecuencia, el hombre crea situaciones
estructuralmente pecaminosas las cuales imponen necesidades devastadoras y que
nos hacen culpables en un sentido personal. A la larga la actividad económica sólo es
posible con la condición de no quedarse en “números rojos”; y esto vale tanto si la
economía tiene una estructura capitalista como socialista. Es simplemente falso que
una economía estructurada en formas sociales sea en conjunto una economía
desinteresada en las ganancias. También ella ha de tener en cuenta el interés por ser
rentable, aunque con otros métodos y bajo otras palabras. No se trata de condenar
una orientación de la economía hacia la ganancia, pues se deriva de la realidad misma.
Más bien, hay que comprender que se trata de una necesidad que no cabe ignorar a la
larga, aunque pueda dar pie a los peores abusos.60
La conducta colectiva viciada por el pecado personal puede generar necesidades que
no surgen de los hechos naturales sino que responden, en la sombra, al principio de
desorden personal e inherente del hombre, pese a que se quiera enmascarar bajo
eufemismos, intentando aligerar el mal que se encierra en las acciones llevadas a cabo.
Un ejemplo de esta situación es la rentabilidad o competitividad: ellas no son leyes de
la naturaleza o necesidades inevitables. Es el hombre quien ha creado estos conceptos
para satisfacer su egoísmo. Estas “entidades” no pertenecen al mundo que Dios ha
creado sino que pertenecen al mundo surgido después de la caída del hombre.
La solución está en que en la economía y en la sociedad tomen cuerpo los impulsos del
amor, los cuales generan una concepción dialogal de la existencia y crear estructuras
que se opongan al monólogo del poder, de los intereses y de la toma de decisiones. El
verdadero amor significa no sólo un ataque al pecado personal sino también al
estructural.
3.
Es necesario hacer ver que el pecado es la ruptura del hombre con Dios. De ahí surge
todo el mal que se observa en el mundo. El pecado es el verdadero problema de fondo
que altera el plan de Dios para el hombre –el proyecto de felicidad-. La raíz de ese
pecado es la rebelión del hombre ante Dios.
Los jóvenes son, sobretodo, seres de ideales. Ahí es por donde la Iglesia debe centrar
sus esfuerzos para enseñar a los jóvenes a combatir contra el pecado no sólo personal
sino también el estructural -como señalaba en la actividad anterior-. El pecado debe
presentarse desde un sentido de positividad, es decir, se debe enseñar que Dios espera
de cada uno de nuestros jóvenes una respuesta de amor que rompa con el pecado de
cada uno y con el estructural. La Iglesia debe enseñar que los jóvenes deben denunciar
los abusos y las injusticias que observan en el mundo y evitar la connivencia con ellos.
Si enseñamos a los jóvenes a sentirse protagonistas del cambio personal y social,
crecerá su autoestima y, con ello, no sólo lograrán el cambio personal sino también el
cambio de estructuras. Pero también se les debe dar aliento en aquellos momentos en
los que vean que su lucha no obtiene resultados. Es en esos momentos donde deben
depositar su confianza en Dios. La debilidad tiene su aspecto positivo: gracias a ella
nos damos cuenta de que necesitamos a Dios y de los demás. Gracias a ella nos
convertimos en seres necesarios para los demás. Gracias a ella nos hacemos realistas y
ponemos nuestra esperanza en el único que es, de verdad, la garantía de nuestra
esperanza: Dios. Jesucristo ha vencido el pecado para ti, para que acudas a Él en tu
debilidad. Jesucristo ha vencido al pecado para que de la amistad con Él nazca en ti un
“hombre nuevo” que vence el mal con el bien.63
Tema 4
1.
Para el pelagianismo la gracia es, según dice San Agustín, la misma naturaleza humana
en la que el hombre fue creado.
Para San Agustín el hombre no puede por sí solo evitar el pecado, precisa para ello de
la gracia, pues, Dios no obra la salvación en nosotros como si se tratara de piedras
insensibles o seres en los que la naturaleza no puesto razón y voluntad.64
San Agustín defiende que la gracia no puede ser sólo la naturaleza recibida porque
entre la creación y la condición actual del hombre se ha intercalado la fractura de la
caída. A partir de ésta, sólo con el auxilio que proviene de Cristo puede ser saneada la
naturaleza recibida de Adán.65
Para San Agustín no es suficiente ni la libertad sola ni la gracia sola. La libertad del
hombre es fruto de una liberación y la gracia, lejos de abolirla, es el mecanismo que
genera la liberación.
En conclusión, el hombre será más libre cuanto más dócil sea a la gracia misericordiosa
de Dios.
La función liberadora de la gracia se produce gracias a la delectatio victrix que permite
al hombre superar la concupiscencia. Al hombre no le basta con conocer el bien sino
que debe amarlo y para amarlo tiene que contar con un impulso que doblegue la
delectación concupisciente. La gracia sana la voluntad para conseguir que la justicia
sea amada libremente, por tanto, el libre albedrío no se ve aniquilado por la gracia sino
que es fortalecido por ella.
La justicia de Dios significa para Lutero que Dios no es un juez implacable que
administra justicia sino que la iniciativa de Dios reconcilia gratuitamente al pecador,
por tanto, el hombre debe apostarlo todo a Dios -sola fides, sola gratia, solus Christus,
solus Deus-.
Una vez la conciencia se libera al asegurarse en manos de Dios infalible, el hombre vive
una situación de paz interior y de confianza en la misericordia divina.
Lutero lleva a cabo una “retraducción” de los conceptos que conforman la doctrina de
la gracia:
-Libre albedrío: Lutero considera que no se puede hablar de libre albedrío porque el
pecado ha hecho al hombre no-libre.
El hombre, aunque para las cosas del mundo sigue siendo libre, ha perdido por el
pecado original su capacidad de autodeterminación en orden al fin último, es decir, en
orden a su relación con Dios. Por tanto, el hombre no puede disponerse a prepararse
activamente para la acción justificadora de Dio con sus propias obras. En tanto que el
hombre no puede hacer nada por sí mismo en orden a la gracia, sólo le queda la fe –
sola fides-. Para Lutero la fe es la firme y gozosa confianza de que Dios quiere agraciar
al pecador, merced a la promesa que le ha hecho en Cristo.
El hombre para Lutero no dejará de ser pecador nunca, pero es justo porque Dios se
relaciona con él.
El hombre por la acción del Espíritu Santo, padece una regeneración ética –
santificación- que le permite participar de los atributos morales.
Las obras no logran ninguna virtud justificante pero las obras buenas son signos
inequívocos de la santificación y del cumplimiento de los mandatos divino, que sirve al
bien común de los hermanos.
2.
La realidad del mal es tan viva que uno puede llegar fácilmente al rechazo de Dios. El
hombre tiene la impresión de vivir abandonado a su destino. Por tanto, no queda para
el hombre ningún punto de apoyo y sólo le queda el suicidio como sostiene Albert
Camus.
Dios consuela al hombre en toda tribulación para que nosotros podamos consolar a los
demás en toda clase de tribulación.
El creyente tiene una tarea desafiante: percibir la misericordia de Dios con la víctima y
el agresor, cómo se accede a ella y entender el rol de la justicia divina.
¿Pero cómo es posible la misericordia y la justicia? El amor de Dios es tan grande que
supera su justicia. Como dice Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est: Dios ama
tanto al hombre, que haciéndose hombre él mismo, lo acompaña incluso en la muerte
y, de este modo, reconcilia la justicia y el amor.75
Según San Pablo, Dios lleva su justicia a un nivel insospechado en el que ésta es llevada
de la mano por el amor divino.
Jesús es rechazado por los fariseos puesto que no entienden el tipo de justicia que
proclama Jesús. Jesús enseña que sus discípulos deben regirse por la ley de la
misericordia. La misericordia de Jesús es un verdadero reto para sus interlocutores los
cuales se detienen en el respeto forma de la ley. La justicia de Jesús va más allá de la
ley. El estar de Jesús junto a los pecadores muestra hasta donde llega su misericordia.
La Ley que Dios transmite a Moisés refleja una justicia humana buena para regular el
orden de la sociedad que mantenía la unidad de su pueblo. La justica de la Ley se ponía
al servicio de la justicia misericordiosa divina que perdona y restaura la relación con
Dios.
Tema 5
1.
Puede haber libertad, puede haber igualdad, pero la fraternidad, necesariamente, pasa
por la mediación de un tercero, y de un tercero superior: Jesucristo no sólo inaugura
en su Iglesia la verdadera fraternidad con la que los humanos soñaban desde los
inicios, sino que nos proporciona el modo de empleo.79
¿De dónde surge el perdón? Surge de la caridad, la cual respeta a las personas. El
perdón empieza cuando se toma en serio al hermano, como Dios nos toma en serio.81
Los actos son los “hijos” de una persona. El respeto a la persona implica el respeto de
sus actos. Los actos de alguien pueden ofendernos y dañarnos. Éstos no podemos
borrarlos sino que lo que el amor exige es que asumamos los actos de nuestro
hermano así como también el daño de sus acciones y las acojamos para
transformarlos: donde hay mal, poner bien; donde hay error, poner la verdad; donde
hay espíritu de rivalidad y de discordia, poner espíritu de paz y de concordia.82
La transformación de las ofensas es posible porque la misericordia que nace del amor
al hermano está a años luz de los efectos de las acciones dolosas, por tanto, el dolor
que mi hermano me ocasione nunca irá más allá de los límites de mi misericordia,
puesto que nunca irá más allá de los límites de la misericordia del Padre.
2.
BIBLIOGRAFÍA
1Cita extraída del artículo de MIRÓ LÓPEZ, SUSANA Flannery O’Connor y Guardini: la
presencia del amor de Dios en el misterio del sufrimiento, Revista Comunicación y
Hombre, nº 8, Madrid, 2012 pág. 49
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i_la_presencia_del_amor_de_Dios_en_el_misterio_del_sufrimiento
2MIRÓ LÓPEZ, SUSANA Flannery O’Connor y Guardini: la presencia del amor de Dios en
el misterio del sufrimiento, Revista Comunicación y Hombre, nº 8, Madrid, 2012 pág.
46
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30 LETTER, P. Gracia, incorporación, inhabitación, pág. 7
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Cfr. JUAN PABLO II, Homilía, Valencia (España), 8-XI-1992. Cita ubicada en el
36
GELABERT, MARTÍN, Gracia. Gratis et amore, editorial San Esteban, Salamanca, 2002,
43
pág. 10
GELABERT, MARTÍN, Gracia. Gratis et amore, editorial San Esteban, Salamanca, 2002,
44
pág. 11
Cita extraída del artículo de MIRÓ LÓPEZ, SUSANA Flannery O’Connor y Guardini: la
45
SCHROFNER,
47 ERICH, L. BOOF: Gracia y experiencia social,
http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol21/83/083_schrofner.pdf
MALDAMÉ, JEAN-MICHEL, ¿Qué se puede decir del pecado original? Pág. 4
48
http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol36/142/142_maldame.pdf
http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol36/142/142_maldame.pdf
original? Pág. 7
http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol36/142/142_maldame.pdf
Cita extraída del documento de AZNAR, JUSTO, Sobre el origen biológico del hombre y
56
Cita extraída del documento de AZNAR, JUSTO, Sobre el origen biológico del hombre y
57
La hipótesis elaborada en esta pregunta pertenece a Justo Aznar, por tanto, no posee
59
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