Está en la página 1de 38

Javier Delgado López

Antropología cristiana II: Pecado y Gracia

23/02/2019

Comentario Textos Complementarios

Tema 1:

2.

Palabras clave: experiencia del mal, desgracia, experiencia de gracia.

Para Martín Gelabert la experiencia de la desgracia es ya una gracia. Esta afirmación es


difícil de entender para alguien que, por ejemplo, está sufriendo una enfermedad
como un cáncer en fase terminal. Una situación como ésta –como tantas otras igual de
letales- hacen exclamar al hombre: ¡¿dónde está Dios?!

Romano Guardini considera que sólo es posible entender la afirmación de Martín


Gelabert si el hombre acepta tal como es Dios. Si el hombre duda de Dios,
rápidamente surge la rebeldía y ésta provoca irremediablemente que el hombre pierda
el conocimiento de su ser, quedándose reducido al absurdo.

Ver en la experiencia de desgracia una gracia sólo es posible si el hombre descubre que
su vida está fundamentada en una relación amorosa entre él y Dios y, que, por tanto,
puede confiar en que no está solo frente a la adversidad y que lo que le sucede en su
vida va más allá de lo observable por los sentidos. La auténtica realidad es que sus
acontecimientos poseen una trascendencia: Sólo porque Dios lo ha fundado en la
relación yo-tú con Él, puede el hombre entablar una relación personal con los hombres.
Decir a otro: Te veo, te respeto, sólo es posible porque Dios le ha concedido poder para
decirle a Él, el Señor: Tú eres mi creador…, yo te adoro […]. Tanto más sabe el hombre
de sí mismo cuanto más se entiende a partir de Dios. Pero para ello debe saber quién
es Dios, y esto sólo puede hacerlo si acepta lo que es Él mismo. Si se rebela contra Dios,
si piensa mal de Él, entonces pierde el conocimiento de su propio ser. Esta es la ley
fundamental de todo conocimiento humano.1

Dios no evita el sufrimiento: eso el hombre debe tenerlo presente, pero para que el
hombre pueda reconocer la misericordia de Dios en medio de las desgracias, primero,
debe acercarse a Él no desde el egoísmo sino desde la generosidad: sin exigir, sin pedir
nada a cambio, dejándose hacer, y de repente, su vida, conforme se vacía de lo
insustancial, comienza a dejar hueco para ese amor redentor, ese hombre comprende
la comunión y llega al éxtasis con el Creador.2
Sólo cuando el hombre se acerca a Dios, éste se acerca a la plenitud de su ser. Dicho lo
cual, la experiencia de la desgracia se percibe como gracia en tanto que tal experiencia
es vivida cristianamente de manera exclusiva.

La experiencia del mal por parte del hombre es una realidad, pero el hombre percibe el
mal sólo en tanto que hay bien, igual que sucede con la noción de pecado: el hombre
es consciente del pecado porque hay sobreabundancia de gracia y, es a partir del
conocimiento de la gracia salvadora, que el pecado es conocido por sí mismo. Por
tanto, el mal que se conoce a “contraluz” del bien. La noción de pecado nos remite a la
salvación. Es el perdón lo que da al pecador el conocimiento y la conciencia de pecado:
Sin este amor primero, el pecador no conoce ni el bien ni el mal del pecado, sino tan
solo los efectos que acarrea. Hablar de “pecado del mundo” es dar la razón de la
necesidad de la salvación universal.3

En conclusión, el comportamiento de Dios frente al mal es un misterio: Como nazca y


se desarrolle el mal en el terreno sano del bien, es un misterio. También es una
incógnita esa parte de bien que el mal no ha conseguido destruir y que se difunde a
pesar del mal, creciendo incluso en el mismo suelo. Surge de inmediato la referencia a
la parábola evangélica del trigo y la cizaña (cf. Mt 13, 24-30). 4 Lo único que es cierto es
que Dios está ahí en Cristo desde el comienzo hasta el fin de la vida del hombre
marcando un camino de filiación y fraternidad bautismal, pero sin dejar de ser
doloroso. Que Dios triunfa sobre el mal es una realidad en Cristo: Lo que Dios realiza
en Cristo es mortal y doloroso pero maravilloso, no sólo por la resurrección sino por lo
que produce y aún sería capaz de producir en la humanidad y el universo. Es aquí
donde Dios triunfa con su misericordia para proclamar que el mal ha sido vencido y
celebrar: muerte donde está tu victoria (1Co 15, 55). 5

Por todo lo dicho es comprensible la afirmación de Martín Gelabert: el sentimiento de


desgracia es ya una gracia.

Tema 2:

2.

Palabras clave: pecado original, encarnación, redención, acción salvífica de Cristo.

Martín Gelabert considera que la teología del pecado original ha sido de gran valor
para la Iglesia para comprender en toda su hondura la acción salvífica de Cristo.

Jean-Michael Maldamé considera que la noción de pecado original entró en la teología


occidental de la mano de San Agustín como también lo hace notar Martín Gelabert.
¿Por qué para San Agustín es tan importante la gracia? Porque tiene una concepción
pesimista de la humanidad. San Agustín ve la humanidad como una massa damnata,
es decir, una humanidad corrompida por el pecado de Adán. Para San Agustín todos
hemos pecado. El legado de Adán no es habernos comunicado una naturaleza
corrompida. Su legado es el reverso de la herencia de Cristo. Cristo ha llevado a
término el proyecto de salvación de los hijos de Adán, porque no ha venido a juzgar al
mundo sino a salvarlo por medio de la fe. Con su encarnación y su pasión redentoras
ha devuelto a la naturaleza humana la lógica de la Alianza.6

San Agustín entendió según una interpretación de Romanos 5,12 que tomó del
Pseudo-Ambrosio que todos hemos pecado y Dios debe condenarnos a todos en aras
de la justicia.

¿Dónde reside el legado negativo de San Agustín? San Agustín entendió que a raíz del
pecado de nuestros primeros padres existiría una doble predestinación: por un lado,
las personas predestinadas gratuitamente a la salvación y, por otro lado, las personas –
massa damnata- predestinadas a las penas del infierno. Esta visión de San Agustín
oscureció el mensaje bíblico de la misericordia divina y reemplazó la comprensión
bíblica de la justicia salvadora y justificadora (Rm. 1, 17; 3, 21ss. 26) por una visión
juridicista de la justicia castigadora.7

El Magisterio de la Iglesia, gracias a los sucesivos concilios que han tenido lugar
posteriormente a San Agustín y, sobretodo, gracias a la aportación de Sto. Tomás de
Aquino ha definido la noción de pecado original en relación con la acción salvífica de
Cristo. Desde Sto. Tomás de Aquino la falta de Adán es vista dentro de la economía de
la salvación. El Aquinate no habla de naturaleza corrupta sino de naturaleza dejada a
sí misma. Pone de manifiesto que frente al pecado mortal de Adán, los dones de Dios
sobreabundan y éstos están por encima de la naturaleza del hombre. La naturaleza
humana dejó de poseer los dones preternaturales y quedó herida. Al estar herida se
introdujo el desorden. Dios para redimir la naturaleza caída del hombre se encarna en
Jesucristo, el cual entra en la historia humana para llevar a su realización aquel
originario eterno proyecto del Padre de comunicar su vida divina con los hombres.8

La teoría del pecado original es salvaguardar el dogma nuclear de nuestra fe: la


necesidad absoluta de la Gracia de Cristo y la otra correlativa: la absoluta impotencia
soteriológica del hombre.9 Pero el hombre contemporáneo que se muestra satisfecho,
y en casos ufano, de su adultez/madurez humana y cultural, la mayor lograda en su
trabajosa historia multisecular no soporta que, de entrada y con la solemnidad que lo
hacía la tradicional teología del PO, se le diga que todas sus conquistas son frutos
secretamente agusanados de una naturaleza congénitamente viciada.10

Por tanto se hace necesario abordar la teoría del pecado original desde otra
perspectiva como señala Alejandro de Villamonte: hágase desde otra perspectiva
menos desvalorizadora, menos derrotista, más constructiva y salvadora de los valores
que realmente posee el hombre histórico. Hacerle ver, sin humillarle innecesariamente,
la necesidad del Salvador desde la positividad, desde aquello que el hombre debe
desarrollar y perfeccionar. Nunca, en forma inicial y primordial, desde la oquedad que
en él ha dejado la ausencia de los dones primigenios de los que habría sido despojado.
Decirle que necesita de la Gracia, precisamente y ante todo, para promocionar y llevar
a plena realización aquello que de más noble, valioso y creador posee el espíritu
humano: su cualidad de ser imagen natural de Dios. Con lo que surge en ella este deseo
óntico/natural del Bien infinito.11

Lo que es necesario decirle al hombre del siglo XXI no es nada relacionado con el
pecado original sino que Dios nos amó y eligió en Cristo (Ef. 1, 2-23). El hombre ha sido
llamado a participar de la vida divina, al conocimiento y amor del Bien infinito, en
comunión con las personas del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Éste es el auténtico
“Evangelio”; la Buena y Alegre Noticia que, en el primer momento, hay que
comunicarle a todo hombre a quien ama el Señor (Lc. 2,14). Lo demás que haya que
decirle, incluso la desabrida y dura noticia de que es pecador profundo, hay que
decírselo dentro de este contexto y para que, en forma dialéctica, resplandezca mejor
la necesidad, gratuidad y sobreabundancia de la acción redentora de Cristo.12

Tema 3:

Palabras clave: pecador, persona, pecado, existencia real, potencialidad, acto, gracia.

¿Cuál es la situación teologal del hombre al llegar a la existencia? Según el texto de


Ruíz de la Peña, el hombre llegado a la existencia es un pecador en potencia, pero el
germen de pecado no conlleva aún su fruto (la muerte).

Lo que es evidente es que la Palabra de Dios está dirigida al hombre que “oye”, es
decir, el mensaje evangélico se dirige a hombres adultos. Si el adulto responde
afirmativamente, se encontrará en estado de Gracia ante Dios. Si responde
negativamente, se encontrará en estado de pecado. Pero el recién llegado a la
existencia no es responsable, no puede responder personalmente a la llamada de Dios.
¿Qué sentido tiene preguntarse si está en situación teologal de pecado (original) o de
gracia (original).13

Otra pregunta que guarda una estrecha relación con esta cuestión es: ¿cómo alcanza a
los seres humanos fenecidos prematuramente, antes de llegar a la adultez psicológica
y moral, la voluntad salvadora de Dios? El Magisterio tiene clara la respuesta para el
caso de los niños bautizados, pero qué sucede con los niños fenecidos en el vientre
materno que no han recibido el bautismo? ¿Cómo llega a ellos la sobreabundancia de
la redención de Cristo?

Partimos de la premisa que todo hombre entra en la existencia en estado de pecado,


pero la premisa que también debe tenerse en cuenta es que las riquezas del misterio
de Cristo son insondables. Así pues este intento de acotación del misterio por parte de
Ruíz de la Peña posee una desmesura intelectual.

Más que hablar de pecado original en el nuevo ser humano, la Iglesia debería hablar de
gracia original porque esta noción es más verdadera, más consoladora y más
netamente cristiana. Como sostiene Alejandro de Villamonte: La afirmación de la
Gracia original en el nascituro puede, legítimamente, aspirar a la certeza propia de una
conclusión teológica, pero no más. Si bien tal conclusión venga cargada de numerosas
y agradables consecuencias para la dogmática, la moral, la pastoral, para todo el
sistema católico de creencias. Que en esta perspectiva, ya no deberá centrarse en
torno a la figura de Adán, grandiosa como ficticia, y en el hecho de que todos pecaron
en él.14

La afirmación de la “Gracia original” tiene su punto de apoyo en lo único aceptable


para el teólogo cristiano: la economía de la salvación fundamentada en Cristo.
Alejandro de Villamonte apuesta por la siguiente afirmación: Todo hombre, al llegar a
la existencia, se encuentra ya personalmente en situación teologal de gracia y amistad
del Padre celestial; incorporado ya a Cristo Sacramento universal de salvación, elevado
a la dignidad de hijo de Dios en el Hijo.15

La noción de “Gracia original” quiere indicar que la Gracia acoge al hombre desde el
originarse mismo de su vida: Todo hombre, al mismo tiempo que recibe el don de la
vida natural, recibe también la vida sobrenatural que le hace miembro de la Familia
divina, en el mismo momento en que entra a formar parte de la familia humana. 16

En conclusión, Dios llama y acepta a cada hombre en todo su ser a la participación de


su vida como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

4.

Palabras clave: pecado social, solidaridad humana, agresión, prójimo, ofensa, Dios,
relaciones, comunidades humanas, designio, justicia, libertad, paz.

La Constitución Gaudium et Spes describe al hombre como individuo y miembro de la


sociedad pero sobre él se cierne la sombra dolorosa de la experiencia del pecado: el
hombre es capaz de transformar en instrumento de pecado la actividad humana, que
debería ser en sí misma un servicio a Dios y a los demás.17
La naturaleza, como sostiene la Constitución, es obra radicalmente divina y no obra
humana. La humanidad alcanza las metas que Dios le fijó, por tanto, la actividad
humana tiene una dimensión divina y su actividad responde al plan y a la voluntad de
Dios porque debe ser consciente de que la voluntad divina responde a las exigencias
de la naturaleza y a la dignidad de la persona.18

Lo que se observa en el mundo son: desigualdades sociales, privación de derechos


personales, amenaza de destrucción humana provocada por las fuerzas de la
naturaleza dominadas por el hombre, etc. Estas situaciones no son consecuencia de la
actividad del hombre sino que nacen de la raíz profunda del egoísmo humano. Este
egoísmo recibe el nombre de pecado. El pecado –acto libre del hombre que importa
una posición negativa respecto a Dios manifestada mediante acciones o actitudes
concretas, signos constitutivos y manifestativos de la culpa teológica radical 19- pervierte
la actividad del hombre en el mundo y en la sociedad.

Cuando el hombre busca su propia felicidad como único fin de sus acciones deja de
realizar una de las principales tareas que Dios le ha encomendado: colaborar a que
todos los hombres puedan usar y gozar del mundo según los planes de Dios y las
exigencias de la persona humana.20

Por tanto el pecado social surge cuando, por la índole social de la persona, el yo
debería ceder el paso al nosotros y, por tanto, se invierte el orden de valores y el
individuo olvida que vive en una comunidad de mutuo servicio.

La Constitución Gaudium et Spes recuerda que todos los abusos y desórdenes sociales
proceden en parte de las tensiones propias de las estructuras económicas, políticas y
sociales. Pero proceden, sobretodo, de la soberbia y del egoísmo humanos que
trastornan también el ambiente social. Y cuando la realidad social se ve viciada por las
consecuencias del pecado, el hombre, inclinado ya al mal desde su nacimiento,
encuentra nuevos estímulos para el pecado, que sólo puede vencer con denodado
esfuerzo, ayudado por la gracia (GS 25).21

Juan Pablo II señala en la Constitución Gaudium et Spes que el pecado social puede
devenir en comunitario si la acción personal devenir en pecado comunitario si la acción
personal de un individuo o de varios es responsabilidad de todo el grupo. No sólo
existe el deber personal sino también el deber colectivo pues el hombre vive en
comunidad y, en tanto que deber, exige una responsabilidad. Arthur Utz describe así
esta responsabilidad colectiva: la misión colectiva no es, pues –y es importante
distinguir esto-, una tarea que se lleve a cabo por muchos separadamente y de modo
individual, sino que se dirige a la multitud de los individuos de tal manera que debe ser
realizada en común por los que la componen.22

Según Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio la actitud colectiva de los pueblos


supone una verdadera opción moral ante Dios, por tanto, y, en conclusión, los pueblos
tienen la responsabilidad de velar por el cumplimiento, por parte de sus miembros, de
actividades que velen por el bien de todos los hombres y del mundo creado por Dios.

Tema 4

1.

Palabras clave: Palabra, Dios, Cristo, Espíritu, transformación, amor, orientación


radical, vida, modo de ser, gracia creada.

Martín Gelabert a través de este extracto de su obra Gracia. Gratis et amore quiere
señalar que el hombre acoge a Dios acogiendo su Palabra, es decir, a Cristo. En tanto
que acogemos a Cristo, el hombre se hace capaz de amar, en palabras de Martín
Gelabert de responder al amor con amor. Se produce, pues, en el hombre una
transformación ontológica que cambia el modo de ser del propio hombre.

Es necesario profundizar más sobre esta cuestión y preguntarse cómo es posible esta
realidad. Hay que partir, primero, del concepto de gracia santificante. La gracia
santificante es una cualidad, perfección, forma o habitus inherente al alma. También
es una perfección creada y accidental que implica una relación trascendental o esencial
con Dios, que habita en nosotros. La gracia santificante es por su esencia el
fundamento de nuestra unión con la gracia increada; es decir, con Dios como Don
increado del alma, o como comunicándose o dándose, a la manera de quasi-forma o
Acto.23

Independientemente de la gracia todo ser creado y finito, por su naturaleza, está en


una unión inmediata de dependencia con la causa de su ser que es Dios. Pero esta
inmediatez no es un don que Dios haga de sí mismo a la creatura. Es sólo la causalidad
de Dios que da a la existencia a las creaturas o, por así decirlo, que comunica el ser
creado a las mismas creaturas.24

Lo específico de la unión de la gracia es el modo en que esta unión termina en Dios


quasi-forma o Acto de la creatura. La relación con Dios supone la inhabitación de las
tres Personas divinas en el alma del hombre.

La gracia no es sólo un lazo de unión con Dios sino que es una iniciativa divina de unión
que nos lleva a Él como Acto increado capaz de llenar nuestra deseo natural de Él.25

La operación unitiva por la que Dios se da al alma como Acto, eleva al alma al plano de
Dios para hacerle partícipe de su propia vida. La relación de unión con Dios es una y
triple indivisiblemente. Nuestra relación con la Trinidad es trina y una.

La santificación de nuestras almas es indivisiblemente por un lado producción eficiente


de gracia santificante y por otro unión con las tres Personas divinas.26 La perfección del
hombre tiene su origen en la relación de nuestras almas con las tres Personas divinas.
¿Cuál es la función de las tres Personas divinas? El papel particular de cada unas de las
Personas divinas no es producir en nuestras almas una realidad exclusiva de cada una
de ellas, sino ser el término de la relación especial que une nuestras almas a ella.27

La presencia de Dios en nuestras almas es algo esencialmente dinámico, que


transforma nuestra personalidad humana. ¿Qué supone la presencia de Dios en
nuestras almas? La comunión de Dios consiste en el llamamiento ontológico que se nos
hace a vivir como hijos del Padre, hermanos del Hijo y templos vivos del Espíritu.28 Por
tanto, la realidad nueva que se crea en el hombre es ontológica, es decir, posee
entidad existencial propia.

En esta unión trina y una del alma con Dios no elimina la naturaleza del hombre sino
que la salvaguarda haciendo que la personalidad se sobrenaturalice al entrar en
comunión con las Personas divinas.

La gracia santificante nos viene a través de Cristo, la Palabra hecha Carne Redentora.
La gracia santificante es un vínculo con Cristo y por otro es una comunión de vida con
Él.

La vida de la gracia es la vida de Cristo en nosotros. La vida de la gracia en Cristo


consiste en una triple gracia: 1) gracia de unión –la realidad por la que su humanidad
está unida hipostáticamente a la Persona del Verbo-; 2) gracia habitual –la gracia
habitual de Cristo es la perfección suprema en el orden de la gracia; 3) “gracia de la
Cabeza” –gracia que Cristo imparte a su Cuerpo Místico. Es el agente de santificación
de sus miembros-. Por lo que se refiere a la “gracia de la Cabeza” hay que precisar que
nuestra gracia es siempre limitada y finita mientras que la gracia habitual de Cristo es
absolutamente perfecta en el orden de la gracia y está ligada a su gracia de unión. 29

Finalmente, es necesario tener en cuenta que la gracia es trinitaria porque es la gracia


de Cristo. Por la gracia somos hijos en el Hijo: somos una cosa con Él como distinto del
Padre y del Espíritu. Por tanto, el hombre, gracias a la gracia, se diviniza y en relación a
esta realidad hay que tener presente que: La humanidad de Cristo es el lugar en que se
realiza la divinización de los hombres. No es la humanidad de Cristo, sino sólo la
naturaleza divina lo que nos diviniza. Pero nuestra divinización no tiene lugar sino en
Cristo.30

Tema 5

2.

Palabras clave: libertad, protagonista, relación amorosa, requerir, solicitar, fascinar,


no-forzando.
En este fragmento de la obra El don de Dios de Ruíz de la Peña, el autor señala cómo
Dios se dirige al hombre con amor y sin imposición para que éste responda
generosamente a su solitud de cooperación.

La Escritura dice: Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que
fuésemos santos y sin mancha delante de él (Ef. 1,4). Y también: Y a los que predestinó
a éstos también llamó; y a los que llamó a éstos también justificó; y a los que justificó,
a éstos también glorificó (Rom. 8,30). Por tanto, podemos concluir que Dios llama a la
persona a la cual quiere conferir una misión –vocación-. La vocación del hombre es
entrar en comunicación con Dios y éste le transmite su mensaje –la Palabra, es decir,
Cristo-. En consecuencia, la vocación no es una simple iluminación sino comunicación
de vida sobrenatural que ilumina. Esta donación de vida de la Stma. Trinidad
constituye el origen interno de toda vocación cristiana.31

Todo hombre es elegido por Dios: persona y elección están estrechamente


relacionadas: la veritas vitae del hombre consiste en el cumplimiento de la destinación
del Entendimiento divino.32

La vocación cristiana es para todos los hombres. La acción divina de la vocación,


además de una elección, supone una autodonación de Dios: el Espíritu Santo se hace
en nosotros principio de la vocación.33

La acción divina junto con la respuesta humana se desarrolla, primero, a través de la


entrega de Dios en la Revelación y, segundo, por la respuesta del hombre a esa
entrega que se lleva a cabo a través del obsequium fidei. Ahora bien una fe no es
operativa sin la caridad. La fe ya contiene la verdad del amor. Pero hasta que no se le
revela en el amor no adquiere su plenitud porque no experimenta el amor, ni a Dios
como Primer Amante. Entonces para imprimir en la persona a quien Dios llama, la
realidad de Su amor, Dios mismo despierta con un acto de amor al que deberá ser su
amante. Y un acto de amor tal, consiste en una entrega de Dios a la criatura como
trino en Personas.34

Lo propio de la vocación cristiana es la santificación de los llamados por Dios mediante


su autocomunicación que les permita entrar en comunión de vida, de amor y de
verdad con Dios. En consecuencia, elección-llamamiento-revelación resumen y
describen adecuadamente la acción de Dios en el evento que designamos con el
nombre de vocación.35

Cuando el hombre recibe la llamada, es decir, la vocación cristiana, Dios espera una
respuesta. Se trata, ante todo, de una respuesta personal.

Como dice Juan Pablo II: A esa llamada de Dios que está primero en la mente divina y
en la acción que Dios mismo realiza, el hombre tendrá que responder leyéndola en su
propio corazón.36
Pero sin la revelación de Dios, el hombre no le puede responder. Dios, por medio de su
revelación, despierta en el hombre el amor. Por lo tanto, la revelación de Dios es una
revelación sobrenatural del amor. La respuesta del hombre al plan sobrenatural de
Dios no es el obsequium fidei sino el obsequium caritatis. Si el amor no se revela el
hombre no conoce el amor y, por tanto, no puede responder al amor con amor. Sin la
autocomunicación de Dios el hombre nunca llegaría verdaderamente a saber amar.
Saber amar resulta decisivo para el hombre y su libertad. Elegir el amor, y no sólo
elegir por amor, es el ejercicio propio –específico y pleno- de la libertad.37

Sentirse amado supone sentirse valioso para el otro y de esa realidad parte la
respuesta amorosa del hombre. Ese entregamiento propio del amor exige que la
respuesta del hombre sea una elección. Una elección que el hombre realiza de quién
será su amor. Una verdadera elección que el hombre hace de Dios.38

Lo que Dios revela al hombre es la misericordia de su corazón de Padre. En cierto


modo, todo el plan de salvación de cada hombre está contenido y en dependencia de
esta manifestación de la misericordia y de la bondad divinas que llamamos vocación
cristiana.39

La revelación es una interpelación de Dios que nos introduce en su misterio: Dios es


amor y nos ama. Es, ante todo, interpelación porque busca provocar la conversión:
reclama respuesta y un reconocimiento.

La revelación es sólo para el hombre y en la revelación no sólo se revela quién es Dios


sino también quién es el hombre. La respuesta a la revelación es la aceptación del
misterio de Dios, es decir, la aceptación de Dios es, en último término, la aceptación de
Cristo: Hijo, Imagen y Verbo (vida, luz, gloria, gracia, camino, verdad…), tres títulos que
designan lo esencial de la acción reveladora de Cristo entre los hombres.40

Con todo lo dicho hasta ahora podemos concluir que la vocación cristiana no es sólo
una iluminación sino una comunicación de vida que ilumina, un encuentro que clarifica
y compromete. Primero con la paternidad de Dios; luego con Cristo y su seguimiento y
enamoramiento, y todo por el Espíritu Santo.41

La vocación cristiana nos da a conocer quién soy yo en cuanto a mi personalidad, al


sentido y valor de mi vida y del mundo. Por la revelación del amor, la vocación vivifica
a la fe mediante la caridad. La vocación plenifica la fe y la inserta en la vida del hombre
posibilitando su santidad.42

Como dice Juan Pablo II en la Encíclica Redemptor hominis: la revelación que tiene
lugar en la vocación cristiana es principalmente la revelación del amor. Por tanto,
podemos concluir que la vocación pone en el hombre una nueva manera de entender
y vivir las principales dimensiones del amor.

Cuestionario de evaluación de la asignatura


Tema 1

1.

Para responder a esta pregunta me remito al libro de Martín Gelabert Gracia. Gratis et
Amore. Martín Gelabert nos aclara el concepto de “lo gratuito”: en lo gratuito está
implicado el dar sin esperar nada a cambio.43 También señala que: lo gratuito es algo
que pudiera no haberse hecho y que se hace sin buscar en ello una recompensa.44

Lo gratuito es, por tanto, lo desinteresado. ¿Qué es, por tanto, lo que yo observo de
gratuito en la vida ordinaria? Sin lugar a dudas, la propia vida. La vida me la ha dado
Alguien, no me la he dado a mí mismo. Este Alguien podría no habérmela dado, pero lo
ha hecho. Lo ha hecho sin esperar nada a cambio, lo cual no significa que no haya un
propósito detrás de ese don. Por tanto, lo único verdaderamente gratuito en la vida de
cualquier hombre es la propia vida.

La vida es, sin duda, un regalo. También es innegable que en la vida suceden
desgracias. Entonces, podríamos concluir diciendo que la vida es un regalo
“envenenado”. Bueno, podría perfectamente verse así bajo el prisma humano. Y tiene
su lógica.

La vida o es cristiana o no lo es. Por tanto, dependiendo de la opción que se escoja, la


vida podrá ser vista como un regalo o como una broma de mal gusto. En la sociedad
moderna se experimenta una dificultad por parte del hombre para ver a Cristo como
Dios y como hombre. Una dificultad que conduce al hombre hacia una caída
vertiginosa en la nada. Dios no evita el sufrimiento, pero nos acompaña en él y de ese
sufrimiento muchas veces puede brotar la salvación del hombre.45

Dice Martín Gelabert en su obra Salvación como humanización que el sentimiento de


la desgracia es ya una gracia. Bueno…alguien que no ve la vida de manera cristiana no
entenderá nunca esta frase. Por tanto, la solución está sólo en Cristo. Fuera de Él no
hay explicación para entender que la vida es un regalo.

2.

Empezaré a responder a las preguntas que se plantean a partir de la última en


adelante. Para mí una experiencia de gracia es lo que Karl Rahner sostiene: una
experiencia de vacío absoluto que es plenitud total. “La noche” de la que algunos
místicos españoles hablan no es más que la antesala de la claridad: es en la noche
donde se hace presente la Luz y no durante “el día”. Sólo experimentando el vacío más
absoluto se llega a la plenitud. En la nada se encuentra el Todo. Dios, el Absoluto, se
manifiesta al hombre no en el huracán y en la tempestad sino en la fina brisa. Dios se
encuentra en el límite del hombre. Para que el hombre pueda reconocer ese límite,
Dios, necesariamente, debe iluminar al hombre. El proceso que Dios sigue es primero
el del “effathá” y, a partir de ahí, deviene el “moksha”. Dios hace posible en el hombre
el desvelamiento de la verdad y, sólo a partir de aquí, es posible la liberación del
propio hombre. El hombre no puede por sus propias fuerzas experimentar la Verdad.
Es Dios quien siempre toma la iniciativa. Pero, claro, ante el ofrecimiento de Dios el
hombre puede negarse a aceptar esa invitación. Por tanto, dicho todo lo cual, la
experiencia de gracia que yo tengo es la de un desvelamiento a través del cual, la
Autoridad se ha impuesto sobre mi “yo-soy” abriéndome a la nada, hecha posible por
el desapego, donde se ha manifestado el Todo. Y, en ese Todo, ya no es necesario
distinguir entre Cristo, Dios o el Espíritu Santo, no. En el estado de no-dualidad, lo que
lo caracteriza, es la disolución del Ser en el Absoluto. No puede seguir existiendo un
“yo-soy” después del desvelamiento. El Ser debe ocupar el lugar legítimo que le
corresponde porque, gracias a ese desvelamiento, el Ser deja de identificarse con el
cuerpo. La gracia –el desvelamiento- no substituye al ser humano, en tanto que Ser,
pero sí que exige que el Ser se diluya en el Absoluto, no desapareciendo, sino dejando
actuar al Absoluto a través del propio Ser.

Por tanto, el hombre se equivoca si cree que ha encontrado a Dios. Esa idea proviene
de la ignorancia producida por el error del entendimiento. Es Dios quien encuentra al
hombre en estado de anestesia existencial y es Dios quien obra el desvelamiento en el
hombre, a través del cual, el Absoluto pasa a actuar por medio del Ser. Esa
“divinización” del hombre que hace posible la gracia santificante no es otra cosa que el
actuar del mismo Absoluto a través del Ser. No es el Ser el protagonista del obrar sino
el Absoluto, porque es Él quien posee la acción, es Él quien actúa. El Ser pasa a
observar las experiencias que aprehende del obrar del Absoluto. No son sus
experiencias sino las experiencias fruto del obrar del Absoluto.

3.

El hombre siendo pecador o no habiéndolo sido nunca necesitaba sí o sí la donación


amorosa de Cristo en su Pasión, Muerte y Resurrección, puesto que, el hombre posee
una realidad ontológica inherente en su ser creada para capacitarlo a recibir la gracia
de la donación divina –existencial sobrenatural-. Por tanto se desprende de todo ello
que la realidad del hombre es una realidad natural y sobrenatural, ambas
interrelacionadas entre sí, pero establecidas ya desde un principio para recibir el amor
de Dios y responder a él a través de una relación obediencial.

El hombre vive en una “situación” de justificación objetiva que previene y determina


su acción libre, es decir, el hombre se encuentra siempre amparado por la solicitud de
Dios que quiere su salvación personal y la de toda la humanidad ya antes de su
justificación subjetiva, producida por la gracia santificante en el sacramento acogido y
recibido. Esta “situación” de justificación objetiva constituya una determinación
existencia para el hombre, que se añade por obra de la gracia a su esencia en cuanto
“naturaleza” y que nunca falla en el orden de la realidad.

Dado el existencial sobrenatural, un hombre, aunque rechace la gracia y se encuentre


condenado, no puede ser ontológica y subjetivamente indiferente a su orientación
sobrenatural.

Para Karl Rahner el ser humano es una potencia obediencial a la recepción de la


revelación divina. Rahner sostiene que la gracia conduce al hombre a una realidad
sobrenatural que es, en sí misma, una realidad ontológica. La gracia debe producir,
necesariamente, una realidad sobrenatural que le capacita para recibir la propia gracia.

La realidad sobrenatural que genera la gracia es un “existencia” –como lo denominaría


Heidegger- que antes de recibir la gracia está pendiente de ser elevada al orden
sobrenatural.

El alma no puede exigir este existencial sobrenatural ya que es sólo fruto de la libre
donación divina y la relación para con ella es de potencia obediencial. 46

Tema 2

1.

Según L. Boff, la experiencia del dolor o del sufrimiento no se ha de ver como un hecho
inalterable o como una disposición divina sino como un estado que debe ser cambiado
y que reclama todas las fuerzas del hombre. Estas experiencias son una corporización
del pecado y de la injusticia que contradicen el plan de Dios. La teología debe
contribuir a la transformación de la situación de des-gracia aportando una lectura de
las dimensiones liberadoras de los grandes temas teológicos y expresando lo que late
de teológico en cada proceso liberador.

Ante la pregunta ¿cómo es posible que en una experiencia de desgracia se pueda vivir
una experiencia de gracia?

L. Boff, sostiene que la liberación no se da en esos acontecimientos de des-gracia, pero


la gracia se manifiesta en otros ámbitos que contrarrestan los anteriores. Parece que
no tengan nada que ver entre sí, pero la realidad es que contrarrestan. La experiencia
de la gracia la acompaña siempre una experiencia de privación de gracia, esto nos
enseña que liberación y gracia son siempre un proceso histórico y nunca un estadio
definitivo; siempre amenazadas pero siempre abiertas a la esperanza.47

Resulta consolador estas consideraciones, pero ¿cuál es el origen del mal? Partimos,
primeramente de la consideración de G. Baudry para quien el relato de Génesis 3,1-24
tiene una dimensión moral ya que trata de responder a la cuestión ¿por qué hay en el
hombre una tendencia a hacer el mal? Esta cuestión está interrelacionada con una
ética que subraya la responsabilidad personal del hombre y el papel de su libre
albedrío.

San Pablo en Rom. 5, 12-21 no se refiere a lo que pasó al principio con Adán, sino que
lo que pretende es explicar lo que le ha ocurrido a la humanidad a partir del
acontecimiento de Jesucristo. La figura de Adán permite a Pablo ilustrar la
universalidad de la salvación cristiana, ya que establece un paralelismo estricto entre
Adán y Cristo. El texto establece igualmente el nexo existente entre el pecado y la
muerte y precisa que la transmisión, de generación en generación, afecta a la muerte,
no al pecado. En resumen, Pablo pretende hablar de Cristo. Utiliza para ello una
tradición disponible, pero su intención es cristológica.48

Con la expresión “pecado del mundo” nos referimos a que la humanidad es un todo. El
mundo es una totalidad orgánica en la que los pecados forman una red solidaria con
los pecados de los otros.

La noción “pecado del mundo” explica por qué el hombre viene al mundo marcado por
un pecado que él no ha cometido. Simplemente lo hereda.

El concepto “pecado del mundo” señala que lo primero de lo que el hombre tiene
conciencia no es la noción de pecado. Es a partir del conocimiento de la gracia
salvadora que el pecado es conocido, por tanto, el mal no es conocido por sí mismo,
sino que se conoce a “contraluz” del bien. La noción de pecado nos remite a la
salvación. Es el perdón lo que da al pecador el conocimiento y la conciencia de pecado:
sin este amor primero, el pecador no conoce ni el bien ni el mal del pecado, sino tan
solo los efectos que acarrea. Hablar de “pecado del mundo” es dar razón de la
necesidad de salvación universal.49

Adán, según la teología bíblica, es el patriarca de la humanidad. El texto de Génesis 3,


1-24 debe leerse como una profecía de Cristo, ya que el personaje Adán, aun
careciendo de historicidad, puede ser considerado como una figura de Cristo. Como
dice Maldamé: la no-realidad histórica de Adán no quita nada a la realidad de Cristo.

La figura de Adán es indispensable para justificar la universalidad de la salvación


llevada a cabo por Jesucristo.

La noción de “pecado del mundo” destaca la unidad del hombre en el bien y en el mal.
En ella se expresa la solidaridad de los hombres entre sí. La noción de “pecado del
mundo” va ligada a una perspectiva escatológica: el presente se juzga a la luz de lo que
está por venir. El pecado del mundo es manifestado por la muerte de Jesucristo. El
pecado del mundo se revela en el perdón.50
Ligado a Rom. 5, 12-21 señalamos que la noción de pecado está ligada a la noción de
revelación, a la presencia de Dios en Jesucristo que nos ofrece su perdón y su amistad.

El pecado de Adán no es sólo una falta moral sino que es odio de Dios, puesto que su
relación con Dios lo dotaba de una sabiduría y un conocimiento del bien y del mal. Sólo
es posible odio de Dios si hay amor de Dios.

Para San Pablo no hay pecado sino hay Ley, es decir, no hay pecado sino hay salvación.
El mal se origina por el poder del hombre a desobedecer. No se debe entender el
pecado de Adán como una ausencia o una inadvertencia por parte de Dios. Nada
escapa a la voluntad de Dios. Tampoco el pecado sobrevino de una desobediencia a
una prohibición ingenua por parte de Dios.

El pecado de Adán es pecado en tanto que, primeramente, Dios ha otorgado al


hombre una libertad plena y entera. Dios ha respetado la voluntad del hombre para no
coartar su libertad de acción. Dios no es un Dios ausente o débil, Dios estaba presente
cuando el hombre desobedecía. Dios trata al hombre no como a un niño pequeño sino
como a un adulto capaz de discernir lo que está bien o mal puesto que la voluntad de
Dios está inscrita en su obra y ésta pasa por diversas mediaciones. Dios respeta la
decisión del hombre puesto que no coarta su libertad. Si al hombre le es posible
desobedecer es porque Dios se adelanta al hombre disponiendo su proyecto de
salvación. Por eso, San Pablo quiere hacer notar que Jesucristo es la salvación prevista
por Dios desde el comienzo para remediar la desobediencia del hombre.

En conclusión, es Dios, por tanto, quien ama primero al hombre y no el hombre quien
primero desobedece. No es primero el pecado, sino el amor de Dios hacia el hombre.

2.

Debemos partir de la premisa de que todo ser humano es ético y en tanto que su
conciencia psicológica percibe un determinado comportamiento como contrario a sus
valores éticos y actúa contra esos valores, entonces, la persona transgrede o peca
éticamente. En el caso concreto del cristiano, éste peca cuando obra de manera
contraria a lo que le dicta su conciencia cristiana.

La gracia transforma en vida nueva aquel hombre que proviene de una realidad
pecaminosa. Este hombre, con la ayuda de Dios y con el ejercicio de su libertad hace
una opción por Cristo en experiencia de fe por medio de la cual el neó-fito, el nuevo
cristiano tendrá que ir desplazando su pecaminosidad original constitutiva con la
vivencia de un bautismo que no termina con el rito ni con su opción por Cristo sino que
continúa durante toda su existencia espacio-temporal.51
Un cristiano que va siendo transformado por la Gracia avanza, progresa y crece en su
vida divina. El pecado, en tanto que opción contraria a Cristo, no es considerada como
opción por parte del cristiano puesto que éste, habiéndose decantado por Cristo, se
sitúa en el sector opuesto al pecado. ¿Cuándo un cristiano peca? Cuando su opción
fundamental por Cristo termina, desaparece o se cambia explícitamente. O cuando su
experiencia de fe se extingue, cuando el crecimiento en la vida divina cesa, cuando se
retrocede en el proceso vital de asimilación a Cristo, cuando de nuevo la persona puede
ser reconocida por sus actitudes y sus actos, por sus valores y percepciones
concienciales como un verdadero no-cristiano.52

La pecaminosidad original no desaparece de manera automática y definitiva con la


experiencia de fe sino que se trata de un proceso largo y difícil. La Gracia santificante
produce una transformación ontológica del nuevo cristiano, pero esa transformación
no genera una realidad existencia perenne sino que la Gracia opera en un proceso de
transformación paulatino que coexiste con la presencia de la pecaminosidad.

El pecado –ya sea mortal o venial- es una transgresión de lo que la conciencia dicta
según los principios que se desprenden de la opción fundamental –Cristo-. Por tanto,
es una evidencia la relación entre conciencia moral cristiana y pecado en el sujeto
específicamente cristiano.

La moral del cristiano depende de su mismo ser constitutivo, por tanto, sus
comportamientos ocurren a partir de la opción fundamental por la que el cristiano ha
asumido una línea operacional en conformidad con valores específicamente cristianos
discernidos por su conciencia teologal específicamente cristiana.53 Es decir, las acciones
del cristiano no son independientes de su moral sino que provienen de su moral
porque esa moral está inserta en la conciencia que juzga todos los actos y señala los
que son o no son contrarios a esa moral que tiene su fundamento en la opción
fundamental del cristiano, es decir, en Cristo.

Los efectos del pecado son las inclinaciones torcidas del corazón humano hacia el
desorden moral, que es el origen de los malos deseos, tantas veces difíciles de controlar
y vencer.54

El pecado en su experiencia nuclear es el rechazo al dictado de la conciencia, allí donde


Dios habla al hombre y donde le revela sus designios. El pecado, aunque se desarrolle
en la conciencia, no es un asunto privado, sino que es un asunto universal puesto que
el orden de la conciencia está incluido en el orden del universo que Dios ha creado.

Las opciones pecaminosas, en la medida en que contradicen la luz aparecida en la


conciencia, provocan el oscurecimiento del espíritu y la aparición de fenómenos de
perversión que suponen la alteración de las inclinaciones morales y el desajuste de los
delicados resortes de la acción human.55
Sólo se pueden afrontar los graves problemas de moralidad que afectan al hombre del
siglo XXI desde una valoración seria de la evangelización. Sin una vida vivida en la Vida
intratrinitaria es imposible que el cristiano pueda producir frutos morales cristianos.

La conciencia moral –lugar de encuentro entre la libertad humana y aquello que la


razón dicta como bueno a la luz de la Gracia- debe ser tratada por la Iglesia como el
foco que ilumina al hombre y debe ser tratada a fondo para que no se produzcan en el
cristiano desviaciones en sus principios morales.

Tema 3

1.

Joseph Ratzinger en su libro Informe sobre la Fe sostiene que la incapacidad de


comprender y de presentar el pecado original es ciertamente uno de los problemas
más graves de la teología y de la pastoral actual.56

Partamos de dos premisas: según M. Artigas, en su libro Ciencia y Religión, la evolución


es compatible con la creación y la providencia divina; y, según, R. Jordana la teoría de
la evolución es un hecho biológico comprobado, aunque existen distintas teorías o
hipótesis que tratan de explicar el cómo del hecho evolutivo.

¿Qué dice el Magisterio de la Iglesia sobre “evolución” y “evolucionismo”? Juan Pablo


II en una catequesis de 16 de abril de 1986 manifestaba que se puede decir que, desde
el punto de vista de la doctrina de la fe no se ve dificultad en explicar el origen del
hombre en cuanto al cuerpo, mediante la hipótesis del evolucionismo. Es posible que el
cuerpo huno, siguiendo el orden impreso por el creador en las energías de la vida, haya
sido gradualmente preparado en las formas de los seres vivientes anteriores, pero el
alma humana, de la que depende en definitiva la humanidad del hombre, por ser
espiritual no puede serlo de la materia.57 La conclusión de Juan Pablo II es que no hay
obstáculos entre la teoría de la evolución y la fe en la creación puesto que las
dimensiones espirituales de la persona humana exigen la intervención directa de Dios
para la creación de un alma espiritual para cada ser creado, la evolución presupone la
creación, y la creación se presenta a la luz de la evolución como un suceso que se
extiende en el tiempo –como una creación continuada- en el cual Dios se hace visible a
los ojos del creyente.58

Concluimos que el Magisterio de la Iglesia admite la evolución como teoría científica


para explicar el origen biológico del hombre.

Según N. López Moratalla en su libro La dinámica de la evolución humana, la creación


del hombre debió tener lugar tras la infusión a un ser biológico previamente
desarrollado de un alma espiritual. Las consecuencias de esta afirmación son: 1) el ser
humano era un ser biológicamente limitado en lo físico y tras la efusión de un alma
espiritual se convirtió en un nuevo ser biológicamente perfecto; 2) por la caída del
pecado original el ser humano volvió a sumirse en un estado de primitiva imperfección
biológica y, de ser así, continuó el proceso evolutivo natural de la raza humana.

En conclusión, el proceso evolutivo del hombre se vio interrumpido en una sola pareja
o en un grupo reducido de hombres, tras la efusión en ellos de un alma espiritual y
que, después, tras la caída, continuó el proceso evolutivo hasta nuestro días.

La doctrina de la Iglesia católica sobre la introducción de la enfermedad y la muerte


por el pecado original es firme: el hombre pierde el don de la inmortalidad al comer
del árbol de la ciencia del bien y del mal.

Según el Catecismo de la Iglesia católica en el punto 418, como consecuencia del


pecado original, la naturaleza humana quedó debilitada en sus fuerzas, sometida a la
ignorancia, al sufrimiento y al dominio de la muerte e inclinado al pecado. El mismo
Catecismo en el punto 1008 sostiene que la muerte es consecuencia del pecado.

El Magisterio de la Iglesia católica es firme en su posición respecto del pecado original


y la muerte del hombre, pero, que la muerte sobrevenga al hombre debido al pecado
original no se puede defender a día de hoy según los conocimientos biológicos que se
tienen.

La pareja antes de que Dios insuflara el alma vivía con condiciones biológicas concretas
y cumplían un ciclo biológico vital que debía terminar en la muerte. Una vez Dios
insufla el alma en esta pareja biológica reciben unas condiciones especiales –
preternaturales-. Esta pareja también seguían un proceso de ciclo biológico, pero no
deberían morir. Podríamos pensar que en un momento dado dicha pareja, sin morir,
podrían ser transportadas a un mundo eterno sobrenatural en el que el cuerpo se
transformaría en “glorioso” en el que no cabría, por tanto, la muerte.

Esta hipótesis tiene su manifestación en un individuo concreto: la Vírgen María. Según


la Tradición María no padeció la muerte en sentido biológico estricto.

A consecuencia del pecado original el “estado preternatural” se perdió y el hombre


volvió, tras pecar a estar sujeto a la evolución biológica que conlleva enfermedad,
envejecimiento y muerte.

Por tanto lo que se dio en el “Paraíso” fue un “paréntesis” temporal en el proceso


evolutivo del hombre en el que la humanidad disfrutó de unos determinados dones
preternaturales, es decir, que los primeros homínidos antes de Adán y Eva sufrían la
enfermedad y la muerte y los posteriores a ellos, también.59
2.

La premisa que determina el buen obrar del mal obrar es que sólo es bueno lo que
Dios quiere, por tanto, el que quiere lo mismo que Dios, ése obra bien. El que quiere lo
que Dios no quiere, ése obra el mal.

¿Qué es lo que Dios quiere? La respuesta es Jesús. En Jesús se hace plenamente


transparente la voluntad de Dios. En Jesús se hace realidad el amor que define a Dios.
Jesús enseña que Dios quiere dos cosas. 1) que lo amemos sobre todas las cosas y 2)
que amemos a los demás como a nosotros mismos.

Sólo puedo querer lo que Dios quiere cuando me abro totalmente al “Tú” de Dios que
es el “Tú” de los hombres, sino el hombre se vuelve sobre sí mismo y se convierte en
su propia autorrealización y en su meta suprema.

Amar significa no vivir para uno mismo sino con el otro y para el otro –el otro que es
Dios y que también es el hombre-. La esencia del amor es la existencia dialogal –vida
en diálogo con Dios y con Dios y con todos los que nos salen al encuentro-. Éste es el
Bien querido por Dios. El Mal es, pues, una vida de monólogo que gira alrededor de
uno mismo. Este “yo” se afirma a sí mismo desconsideradamente y se erige en
principio absoluto de la autonomía que a uno le conviene.

El hombre no es un individuo aislado, sino que vive inserto en una serie de


instituciones como por ejemplo el matrimonio, la familia, la vecindad, el lugar de
trabajo, la economía, el estado, etc. El hombre, como sostiene Karl Marx no es una
esencia abstracta que flota fuera del mundo; el hombre es el mundo, estado,
sociedad…

El mundo de la persona es malo. En consecuencia, el mundo crea enemistad entre los


hombres. Las estructuras más elementales que dominan a las personas particulares
también están afectadas por la maldad intrínseca del mundo. En conclusión, no sólo
existe un pecado personal sino también un pecado o mal estructural que hace culpable
al hombre.

Existe un mal que pertenece a las estructuras de este mundo y que supera el dominio
de lo personal y que aboca al hombre a fatalidades a través de las cuales nos hacemos
culpables. Por tanto, hay un mal estructural en contraposición al personal.

El mal estructural se manifiesta como personal objetivado hasta convertirse en una


especie de “poder extraño” que domina sobre las personas. La raíz de este mal
estructural es el mal personal, es decir, el pecado original –un pecado personal-
conllevó la desnaturalización y deshumanización del mundo de tal manera que las
estructuras –economía, política, cultura- que constituyen el entramado sobre el que el
mundo se rige fueron envenenadas por el propio mal personal. Así es de esperar que
esas estructuras no favorezcan el diálogo sino el monólogo. Las propias estructuras
viciadas por el mal dicen “no” a Dios.

El mundo tiene unos límites en tanto que ente finito. Los hombres también, pero éstos
en vez de obedecer a los límites que la naturaleza establece, han querido ir más allá de
ellos y los han transgredido. En consecuencia, el hombre crea situaciones
estructuralmente pecaminosas las cuales imponen necesidades devastadoras y que
nos hacen culpables en un sentido personal. A la larga la actividad económica sólo es
posible con la condición de no quedarse en “números rojos”; y esto vale tanto si la
economía tiene una estructura capitalista como socialista. Es simplemente falso que
una economía estructurada en formas sociales sea en conjunto una economía
desinteresada en las ganancias. También ella ha de tener en cuenta el interés por ser
rentable, aunque con otros métodos y bajo otras palabras. No se trata de condenar
una orientación de la economía hacia la ganancia, pues se deriva de la realidad misma.
Más bien, hay que comprender que se trata de una necesidad que no cabe ignorar a la
larga, aunque pueda dar pie a los peores abusos.60

La conducta colectiva viciada por el pecado personal puede generar necesidades que
no surgen de los hechos naturales sino que responden, en la sombra, al principio de
desorden personal e inherente del hombre, pese a que se quiera enmascarar bajo
eufemismos, intentando aligerar el mal que se encierra en las acciones llevadas a cabo.
Un ejemplo de esta situación es la rentabilidad o competitividad: ellas no son leyes de
la naturaleza o necesidades inevitables. Es el hombre quien ha creado estos conceptos
para satisfacer su egoísmo. Estas “entidades” no pertenecen al mundo que Dios ha
creado sino que pertenecen al mundo surgido después de la caída del hombre.

El “sistema” posee un pecado que es nuestro pecado, pero el “sistema” no tiene


porqué ser como es porque el mal no debe existir, porque no es Dios quien le ha
llamado a la vida, sino que responde a nuestro modo de ser, que trastorna la voluntad
de Dios elevándose hasta lo más alto.61

Veamos un ejemplo de lo dicho hasta ahora: la rentabilidad es una realidad objetiva –


no posee pecado estructural- pero si el objetivo supremo es la maximalización del
beneficio y todo lo demás debe someterse a dicho imperativo, entonces, ahí es donde
asoma el egoísmo y el mal del hombre. Cuando el hombre convierte la rentabilidad en
un ídolo, ésta se conlleva consecuencias desastrosas para el mundo y para el hombre –
experiencia de agotamiento, monotonía en el trabajo, temor a la pérdida del empleo,
intensificación del trabajo, externalización de lugares de trabajo en países tercer
mundistas donde los salarios son muy bajos…- porque detrás del ídolo se encuentra el
mal fundamental. Todo ello comporta la deshumanización del hombre y el aumento
del mal en el mundo.
La exigencia para el hombre respecto al mal estructural es que no sólo debe tratar de
cambiar la propia conducta personal, sino que también debe cambiar las estructuras
que producen pecado en la sociedad y en la economía. Y cuando esto último no se
hace, la lucha contra el mal no es total y se queda a medio camino. Pues con disminuir
el pecado personal en la propia vida, no se disminuye automáticamente el pecado
estructural en el mundo. Y por eso, un empresario cristiano, por más buenas
intenciones de amor al prójimo que tenga en su actitud personal, se ve expuesto a
imperativos que brotan de las pecaminosas estructuras económicas y que le obligan al
revés de cómo él querría. En el mejor de los casos podrá suavizar algunas cosas, pero
no más.62

La solución está en que en la economía y en la sociedad tomen cuerpo los impulsos del
amor, los cuales generan una concepción dialogal de la existencia y crear estructuras
que se opongan al monólogo del poder, de los intereses y de la toma de decisiones. El
verdadero amor significa no sólo un ataque al pecado personal sino también al
estructural.

3.

Es necesario hacer ver que el pecado es la ruptura del hombre con Dios. De ahí surge
todo el mal que se observa en el mundo. El pecado es el verdadero problema de fondo
que altera el plan de Dios para el hombre –el proyecto de felicidad-. La raíz de ese
pecado es la rebelión del hombre ante Dios.

Los jóvenes son, sobretodo, seres de ideales. Ahí es por donde la Iglesia debe centrar
sus esfuerzos para enseñar a los jóvenes a combatir contra el pecado no sólo personal
sino también el estructural -como señalaba en la actividad anterior-. El pecado debe
presentarse desde un sentido de positividad, es decir, se debe enseñar que Dios espera
de cada uno de nuestros jóvenes una respuesta de amor que rompa con el pecado de
cada uno y con el estructural. La Iglesia debe enseñar que los jóvenes deben denunciar
los abusos y las injusticias que observan en el mundo y evitar la connivencia con ellos.
Si enseñamos a los jóvenes a sentirse protagonistas del cambio personal y social,
crecerá su autoestima y, con ello, no sólo lograrán el cambio personal sino también el
cambio de estructuras. Pero también se les debe dar aliento en aquellos momentos en
los que vean que su lucha no obtiene resultados. Es en esos momentos donde deben
depositar su confianza en Dios. La debilidad tiene su aspecto positivo: gracias a ella
nos damos cuenta de que necesitamos a Dios y de los demás. Gracias a ella nos
convertimos en seres necesarios para los demás. Gracias a ella nos hacemos realistas y
ponemos nuestra esperanza en el único que es, de verdad, la garantía de nuestra
esperanza: Dios. Jesucristo ha vencido el pecado para ti, para que acudas a Él en tu
debilidad. Jesucristo ha vencido al pecado para que de la amistad con Él nazca en ti un
“hombre nuevo” que vence el mal con el bien.63

Tema 4

1.

El pelagianismo presenta un optimismo naturalista frente al protestantismo que


sostiene un pesimismo existencial. Bajo estas dos visiones de la doctrina de la gracia
late la pregunta: ¿cómo hacer compatibles la libertad del hombre y la majestad
soberana de Dios?

El pelagianismo defendía que la naturaleza humana posee una radical bondad. El


hombre posee una libertad esencialmente autosuficiente capaz de optar
incondicionalmente por el bien, sin necesidad de instancias exteriores de apoyo –no es
necesaria la gracia-. Hay una santidad natural en nuestro interior según Pelagio que
refleja que el hombre ha sido hecho por Dios. Para Pelagio el poder hacer el bien
reside en la naturaleza humana y es gracias a Dios que el hombre es capaz de ese
poder. El quere y el realizar el bien no dependen de Dios sino que sólo pueden
referirse al hombre ya que dimanan del libre albedrío. En consecuencia, la buena
voluntad y las buenas obras son mérito del hombre y no de Dios.

Para el pelagianismo la gracia es, según dice San Agustín, la misma naturaleza humana
en la que el hombre fue creado.

Para San Agustín el hombre no puede por sí solo evitar el pecado, precisa para ello de
la gracia, pues, Dios no obra la salvación en nosotros como si se tratara de piedras
insensibles o seres en los que la naturaleza no puesto razón y voluntad.64

San Agustín defiende que la gracia no puede ser sólo la naturaleza recibida porque
entre la creación y la condición actual del hombre se ha intercalado la fractura de la
caída. A partir de ésta, sólo con el auxilio que proviene de Cristo puede ser saneada la
naturaleza recibida de Adán.65

Si el hombre por sí mismo pudiera obrar el bien el propio hecho-Cristo no poseería


ninguna relevancia y, por tanto, Cristo hubiera muerto en vano.

Para San Agustín no es suficiente ni la libertad sola ni la gracia sola. La libertad del
hombre es fruto de una liberación y la gracia, lejos de abolirla, es el mecanismo que
genera la liberación.

En conclusión, el hombre será más libre cuanto más dócil sea a la gracia misericordiosa
de Dios.
La función liberadora de la gracia se produce gracias a la delectatio victrix que permite
al hombre superar la concupiscencia. Al hombre no le basta con conocer el bien sino
que debe amarlo y para amarlo tiene que contar con un impulso que doblegue la
delectación concupisciente. La gracia sana la voluntad para conseguir que la justicia
sea amada libremente, por tanto, el libre albedrío no se ve aniquilado por la gracia sino
que es fortalecido por ella.

La gracia lo que consigue es substituir el peso de la concupiscencia por el peso de la


caridad y el hombre, de esta manera, es capaz de deleitarse con el bien. Ése es el gran
don de Dios, la gracia como liberación victoriosa.

A partir de San Agustín queda definitivamente clara la doctrina de la gracia: a) el


hombre no puede salvarse por sí solo, sino que tiene absoluta necesidad de ser salvado
por Dios; b) esa salvación es gracia que libera la libertad y suscita en el ser humano la
atracción y delectación del bien; c) todo ello se remonta a la iniciativa divina; es a Dios
a quien compete el primado irrestricto en la obra de la salvación; d) la libertad y la
gracia no pueden concebirse antinómicamente, explíquese como se explique su mutua
concurrencia.66

La justicia de Dios significa para Lutero que Dios no es un juez implacable que
administra justicia sino que la iniciativa de Dios reconcilia gratuitamente al pecador,
por tanto, el hombre debe apostarlo todo a Dios -sola fides, sola gratia, solus Christus,
solus Deus-.

Una vez la conciencia se libera al asegurarse en manos de Dios infalible, el hombre vive
una situación de paz interior y de confianza en la misericordia divina.

Lutero lleva a cabo una “retraducción” de los conceptos que conforman la doctrina de
la gracia:

-Concupiscencia: el hombre caído no puede extirparla y hace al hombre digno de la ira


divina y del castigo eterno y afianza la idea de la corrupción de la naturaleza ya que la
concupiscencia afecta a la razón, a la voluntad y a los sentimientos, incapacitando
todas esas potencias para obrar el bien. La concupiscencia está inserta en el ser del
hombre.

-Libre albedrío: Lutero considera que no se puede hablar de libre albedrío porque el
pecado ha hecho al hombre no-libre.

El hombre, aunque para las cosas del mundo sigue siendo libre, ha perdido por el
pecado original su capacidad de autodeterminación en orden al fin último, es decir, en
orden a su relación con Dios. Por tanto, el hombre no puede disponerse a prepararse
activamente para la acción justificadora de Dio con sus propias obras. En tanto que el
hombre no puede hacer nada por sí mismo en orden a la gracia, sólo le queda la fe –
sola fides-. Para Lutero la fe es la firme y gozosa confianza de que Dios quiere agraciar
al pecador, merced a la promesa que le ha hecho en Cristo.

La fe es una fe fiducial, es decir, el hombre posee la certeza de que Dios mira al


pecador con misericordiosa benevolencia a pesar de su pecado. Dios sale al encuentro
del hombre; Dios es la parte activa de esa relación, en cambio, el hombre aporta
simplemente una actitud de pura receptividad. La fe fiducial de la que habla Lutero no
es motivo de justificación del hombre sino que se trata del pretexto para que Dios
pueda no imputar el pecado al hombre. La fe para Lutero es un instrumento con el cual
el pecador es alcanzado por la justicia de Cristo.

La fe es el instrumento a través del cual, Dios imputa al hombre la justicia de Cristo. El


pecado remanente, aunque persiste, ya no es motivo de acusación ni de condena para
el hombre sino que la graciosa misericordia divina quieta al pecado ese poder. El
hombre es justo por misericordia y gracia de Dios. No hay que dudar de esta certeza
puesto que Cristo ha venido para dar al hombre la certeza de la salvación. Esta
seguridad apacigua cualquier duda o inquietud malsana y devuelve al hombre la
serenidad y la paz.

El hombre para Lutero no dejará de ser pecador nunca, pero es justo porque Dios se
relaciona con él.

El hombre por la acción del Espíritu Santo, padece una regeneración ética –
santificación- que le permite participar de los atributos morales.

Las obras no logran ninguna virtud justificante pero las obras buenas son signos
inequívocos de la santificación y del cumplimiento de los mandatos divino, que sirve al
bien común de los hermanos.

Frente a Lutero el Concilio de Trento señala en relación a la doctrina de la gracia los


siguientes aspectos:

1. La redención en y por Cristo, aplicada por el bautismo, no se da sin la libre y


activa cooperación humana. El hombre no es un simple actor pasivo sino que la
colaboración humana es posible gracias a la gracia previniente de Dios por
Jesucristo que llama sin méritos propios y que excita y ayuda para que se
produzca la respuesta y la cooperación libre.67
2. El hombre está permanentemente ante Dios como sujeto responsable, no como
mero objeto inerme; es siempre persona y no cosa; el trato que Dios le dispensa
respetará siempre esta estructura básica de la condición humana. De lo
contrario, Dios no respetaría su propia creación. La prioridad de la gracia divina
es indiscutible y absoluta, pero no conlleva la anulación –ni supone la
inexistencia- de la libertad humana.68
3. La justificación es efectiva, produce una inmutación real e interna en el
pecador; no es una mera declaración forense, extrínseca, sin virtualidades
transformadoras.69
4. El ser divino se comunica de forma real con el ser humano en virtud de la cual
éste comienza a existir de un modo nuevo.
5. Para el Concilio la fe no es una fe fiduciaria sino una fe viva, una fe que obra por
la caridad. La fe que salva debe comprender algo más; ese plus de contenido es
el amor.
6. Cristo acompaña permanentemente al justificado, sosteniéndolo e
impulsándolo hacia su madurez religiosa. El mérito no es, pues, la justicia de las
obras, sino el fruto de la santidad real y el resultado del crecimiento orgánico
de la nueva vida.70
7. La libertad humana dispone al hombre para la acción salvífica de Dios y
coopera con ella.71

2.

La misericordia divina posee un lugar central en la vida trinitaria y en la vida cristiana,


pero de qué misericordia hablamos cuando al observar el mundo que nos rodea no
dejamos de presenciar la experiencia del mal. Es normal que el ateísmo pregunte
“¿dónde está Dios?”

La realidad del mal es tan viva que uno puede llegar fácilmente al rechazo de Dios. El
hombre tiene la impresión de vivir abandonado a su destino. Por tanto, no queda para
el hombre ningún punto de apoyo y sólo le queda el suicidio como sostiene Albert
Camus.

En consecuencia, al no haber un Dios, el hombre substituye ese Dios ausente por un


algo que se convierte en fin en sí mismo y que absorbe el sentido radical de la vida del
hombre.

El comportamiento de Dios frente al mal es un misterio, así lo ilustra Juan Pablo II en


su obra Memoria e identidad: Como nazca y se desarrolle el mal en el terreno sano del
bien, es un misterio. También es una incógnita esa parte de bien que el mal no ha
conseguido destruir y que se difunde a pesar del mal, creciendo incluso en el mismo
suelo. Surge de inmediato la referencia a la parábola evangélica del trigo y la cizaña. El
comportamiento de Dios con el mal en todas sus formas es ciertamente un misterio.72

El creyente no se pregunta tanto si Dios existe o no como en qué consiste la


misericordia de Dios. Dios está ahí en Cristo desde el comienzo hasta el fin de su vida
marcando un camino de filiación y fraternidad bautismal pero sin dejar de ser
doloroso. Que Dios triunfa sobre el mal es una realidad en Cristo. Lo que Dios realiza
en Cristo es mortal y doloroso pero maravilloso, no sólo por la resurrección sino por lo
que produce y aún sería capaz de producir en la humanidad y el universo. Es aquí
donde Dios triunfa con su misericordia para proclamar que el mal ha sido vencido y
celebrar: “muerte dónde está tu victoria” 1Co 15,55.73

Dios consuela al hombre en toda tribulación para que nosotros podamos consolar a los
demás en toda clase de tribulación.

El creyente tiene una tarea desafiante: percibir la misericordia de Dios con la víctima y
el agresor, cómo se accede a ella y entender el rol de la justicia divina.

Jesucristo es la divina misericordia en persona. La misericordia es un atributo ad extra


de Dios que Cristo posee como Hijo. Este atributo es alcanzable por cualquier ser
inteligente creado y es vivido en la Trinidad según cada persona divina. Ello da lugar a
tres apropiaciones distintas: la misericordia del Padre, la del Hijo y la del Espíritu
Santo.74

¿Pero cómo es posible la misericordia y la justicia? El amor de Dios es tan grande que
supera su justicia. Como dice Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est: Dios ama
tanto al hombre, que haciéndose hombre él mismo, lo acompaña incluso en la muerte
y, de este modo, reconcilia la justicia y el amor.75

Según San Pablo, Dios lleva su justicia a un nivel insospechado en el que ésta es llevada
de la mano por el amor divino.

La justicia en la Sagrada Escritura es concebida como un abandonarse confiado en la


voluntad de Dios. Jesús recuerda que la justicia no es observar la ley que juzga, sino
mostrar misericordia. Aquella misma misericordia que busca a los pecadores para
ofrecerles el perdón y la salvación.

Jesús es rechazado por los fariseos puesto que no entienden el tipo de justicia que
proclama Jesús. Jesús enseña que sus discípulos deben regirse por la ley de la
misericordia. La misericordia de Jesús es un verdadero reto para sus interlocutores los
cuales se detienen en el respeto forma de la ley. La justicia de Jesús va más allá de la
ley. El estar de Jesús junto a los pecadores muestra hasta donde llega su misericordia.

La Ley que Dios transmite a Moisés refleja una justicia humana buena para regular el
orden de la sociedad que mantenía la unidad de su pueblo. La justica de la Ley se ponía
al servicio de la justicia misericordiosa divina que perdona y restaura la relación con
Dios.

En el AT la justicia divina castigaba en orden al perdón y restauración del transgresor


para que volviera al camino del bien.
En el NT la justicia del AT se llena de misericordia encarnándose en Jesucristo, que
perdona y restaura primero al pecador para que luego vuelva a las obras del bien.

La caridad no va desligada de la justicia; la justicia es intrínseca a ella. La justicia es la


primera vía de la caridad o, como dijo Pablo VI, su medida mínima, parte integrante de
ese amor con obras y según la verdad, al que exhorta el apóstol Juan. Por un lado, la
caridad exige la justicia, el reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las
personas y los pueblos. Se ocupa de la construcción de la ciudad del hombre según el
derecho y la justicia. Por otro la caridad supera la justicia y la completa siguiendo la
lógica de la entrega y el perdón. La ciudad del hombre no se promueve sólo con
relaciones de derechos y deberes, sino antes y más aún, con relaciones de gratuidad,
de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también
en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por
la justicia del mundo.76

Tema 5

1.

De Dios como Padre destacaría la forma en la que su Autoridad se impone sobre el


hombre. Mi manera de relacionarme con Dios es semejante a la de un súbdito
respecto de su majestad. Y esto es así porque fue Él quien llevó a cabo en mí su
desvelamiento. Él fue quien pronunció el “effathá” sobre mí. Su Autoridad se me
impuso de manera dócil pero abrumadoramente letal. Dios llevó a cabo su plan no por
mis méritos sino por su compasión hacia mí. Tal situación no se hubiera podido llevar a
cabo años atrás donde vivía sumergido en la ignorancia de los condicionamientos
religiosos. En verdad, la religión es el punto de encuentro del hombre con Dios, pero
las normas religiosas son sólo un camino producido por la ignorancia de aquél que no
ha sido desvelado por Dios. Esta presencia de Dios en mi Ser se ha visto confirmada y
acrecentada por la ayuda no de la Iglesia, a la que pertenezco, ni a su doctrina sino a la
lectura de libros de otras religiones como el Bhagavad Gitta. Un libro puesto en mis
manos para solidificar el “moksha” generado por Dios a partir de su “effathá”.

Que Jesús es Hijo es más que un anuncio de su identidad: es el anuncio de su


programa. La misión de Jesús es proponer a todos los hombres un nuevo nacimiento
gracias al cual llegarán a ser hijos de un Dios a quien llamarán “Abbá”.77

La humanidad podrá, por consiguiente, reconocerse y vivir como hermanos si


emprenden los mismos caminos de Cristo, su hermano mayor. Los cristianos son
designados con el nombre de hermanos. El concepto “hermano” supone reconocerse
primero como un hijo de un padre común.
La fraternidad no se percibe como una realidad inmediata. Más bien la primera
percepción del otro es el de “rival”. Como dice San Juan el hombre no descubrirá en el
otro al hermano en tanto que no haya contemplado el rostro del Padre en el rostro de
Jesucristo. La fraternidad entre los hombre o es cristiana o no lo es. Sin el padre, el
hombre sigue siendo “lobo para el hombre”, como dijo Hobbes. El lobo no se muda en
hermano más que dentro de una referencia común al Padre de los cielos.78

Puede haber libertad, puede haber igualdad, pero la fraternidad, necesariamente, pasa
por la mediación de un tercero, y de un tercero superior: Jesucristo no sólo inaugura
en su Iglesia la verdadera fraternidad con la que los humanos soñaban desde los
inicios, sino que nos proporciona el modo de empleo.79

El enemigo de la fraternidad es: la rivalidad, la envidia, los celos, la disputa y el cisma.


Jesucristo enseñó que la medicina contra el enemigo de la fraternidad es el perdón.

La verdadera innovación del cristianismo es que la ofensa es incluso capaz de


fortalecer la fraternidad. El cristianismo es antes que nada una religión de la gracia, del
don. Su esencia se expresa a través del perdón. No traduce solamente una exigencia
moral, que por otra parte es conocida bajo una forma u otra en todas las grandes
religiones, sino teologal. Más que cualquier otra actitud, el perdón compromete la
relación con Dios.80

¿De dónde surge el perdón? Surge de la caridad, la cual respeta a las personas. El
perdón empieza cuando se toma en serio al hermano, como Dios nos toma en serio.81

Los actos son los “hijos” de una persona. El respeto a la persona implica el respeto de
sus actos. Los actos de alguien pueden ofendernos y dañarnos. Éstos no podemos
borrarlos sino que lo que el amor exige es que asumamos los actos de nuestro
hermano así como también el daño de sus acciones y las acojamos para
transformarlos: donde hay mal, poner bien; donde hay error, poner la verdad; donde
hay espíritu de rivalidad y de discordia, poner espíritu de paz y de concordia.82

La transformación de las ofensas es posible porque la misericordia que nace del amor
al hermano está a años luz de los efectos de las acciones dolosas, por tanto, el dolor
que mi hermano me ocasione nunca irá más allá de los límites de mi misericordia,
puesto que nunca irá más allá de los límites de la misericordia del Padre.

2.

Para responder a esta cuestión me remito a un fragmento del documento de LORDA,


JUAN LUÍS, ¿Qué es el hombre? Aproximación teológica a la antropología.
Juan Luís Lorda sostiene que: al mensaje cristiano no le conviene presentarse como
profecía de desgracias. Pero tampoco puede dejar que se pierda el dramatismo de la
condición humana, por versiones edulcoradas. Debe ayudar también al hombre
posmoderno a enfrentarse con el problema del mal y poner sus anhelos de salvación
donde merecen, evitando las ilusiones vanas o la evasión irracional ante el problema.
Quienes por una sucesión de coincidencias afortunadas, han pasado su vida sin apenas
enfrentarse personalmente con el dolor y el sufrimiento, pueden inconscientemente
considerar innecesaria esa salvación o, incluso, bromear con alguno de sus aspecto;
como sucede, por ejemplo con la promesa de la resurrección. La promesa de una
felicidad futura, puede no resultar atractiva, o incluso ser mirada con recelo, porque
quien ha hecho lo posible por vivir en el presente.83

Como sostiene Martín Gelabert la experiencia de la desgracia es ya una gracia, pero


sólo se llega a esta consideración en tanto que la vida es vivida cristianamente. O se
vive cristianamente o no se vive. En todo caso, lo que se puede vivir es un sinsentido
más o menos favorable, pero no una vida apoyada en un fundamento infinitamente
sólido: la realidad que Dios Padre me ama y que, por tanto, su amor es siempre
infinitamente mayor que el mal que pueda experimentar. ¿Experimentaremos dolor y
sufrimiento? Por supuesto. Dios no nos va a librar de él como tampoco libró a su Hijo
de la ignominia de la Cruz, pero, tras lo que a nosotros nos parece algo insalvable, Dios
ya ha dispuesto la solución: su gracia que nunca nos va a faltar si nos acercamos a Dios
con generosidad y no desde el egoísmo. Ante la pregunta “¿dónde está Dios?”
responderemos que siempre ha estado con nosotros desde el comienzo de nuestra
existencia hasta el final de la misma en la persona de Jesucristo.

BIBLIOGRAFÍA

1Cita extraída del artículo de MIRÓ LÓPEZ, SUSANA Flannery O’Connor y Guardini: la
presencia del amor de Dios en el misterio del sufrimiento, Revista Comunicación y
Hombre, nº 8, Madrid, 2012 pág. 49
https://www.researchgate.net/publication/328323549_Flannery_O'Connor_y_Guardin
i_la_presencia_del_amor_de_Dios_en_el_misterio_del_sufrimiento

2MIRÓ LÓPEZ, SUSANA Flannery O’Connor y Guardini: la presencia del amor de Dios en
el misterio del sufrimiento, Revista Comunicación y Hombre, nº 8, Madrid, 2012 pág.
46
https://www.researchgate.net/publication/328323549_Flannery_O'Connor_y_Guardin
i_la_presencia_del_amor_de_Dios_en_el_misterio_del_sufrimiento
MALDAMÉ, JEAN-MICHEL, ¿Qué se puede decir del pecado original?,
3

http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol36/142/142_maldame.pdf
pág. 5

Cita de Juan Pablo II, Memoria e identidad, pág. 15 localizada en el artículo de


4

DOLDAN, FELIPE, La misericordia y la justicia de Dios, Revista de Teología, Tomo LIV, nº


124, diciembre 2017, Biblioteca digital de la Universidad Católica de Argentina, pág. 12
http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/misericordia-justicia-dios.pdf

DOLDAN, FELIPE, La misericordia y la justicia de Dios, Revista de Teología, Tomo LIV, nº


5

124, diciembre 2017, Biblioteca digital de la Universidad Católica de Argentina, pág. 12


http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/misericordia-justicia-dios.pdf

6CARRERAS, JOAN, Los legados de Agustín y de Lutero: la massa damnata


http://nupciasdedios.blogspot.com/2015/11/los-legados-de-agustin-y-de-lutero-
la.html

7Cita de KASPER, WALTER, La misericordia, pág. 102 localizada en el artículo CARRERAS,


JOAN, Los legados de Agustín y de Lutero: la massa damnata
http://nupciasdedios.blogspot.com/2015/11/los-legados-de-agustin-y-de-lutero-
la.html

8 Cfr. Ef. 1,12-17

DE VILLALMONTE, ALEJANDRO, La visión franciscana del hombre ante el problema del


9

pecado original, Carthaginensia Revista de Estudios e Investigación, vol. XVIII, nº 33-34,


Universidad de Murcia, Enero – febrero, 2002, Pág. 227
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/267308.pdf

DE VILLALMONTE, ALEJANDRO, La visión franciscana del hombre ante el problema del


10

pecado original, Carthaginensia Revista de Estudios e Investigación, vol. XVIII, nº 33-34,


Universidad de Murcia, Enero – febrero, 2002, Pág. 242
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/267308.pdf

DE VILLALMONTE, ALEJANDRO, La visión franciscana del hombre ante el problema del


11

pecado original, Carthaginensia Revista de Estudios e Investigación, vol. XVIII, nº 33-34,


Universidad de Murcia, Enero – febrero, 2002, Pág. 242-243
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/267308.pdf

DE VILLALMONTE, ALEJANDRO, La visión franciscana del hombre ante el problema del


12

pecado original, Carthaginensia Revista de Estudios e Investigación, vol. XVIII, nº 33-34,


Universidad de Murcia, Enero – febrero, 2002, Pág. 231
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/267308.pdf
DE VILLALMONTE, ALEJANDRO, La visión franciscana del hombre ante el problema del
13

pecado original, Carthaginensia Revista de Estudios e Investigación, vol. XVIII, nº 33-34,


Universidad de Murcia, Enero – febrero, 2002, Pág. 228
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/267308.pdf

DE VILLALMONTE, ALEJANDRO, La visión franciscana del hombre ante el problema del


14

pecado original, Carthaginensia Revista de Estudios e Investigación, vol. XVIII, nº 33-34,


Universidad de Murcia, Enero – febrero, 2002, Pág. 230
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/267308.pdf

DE VILLALMONTE, ALEJANDRO, La visión franciscana del hombre ante el problema del


15

pecado original, Carthaginensia Revista de Estudios e Investigación, vol. XVIII, nº 33-34,


Universidad de Murcia, Enero – febrero, 2002, Pág. 230
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/267308.pdf

DE VILLALMONTE, ALEJANDRO, La visión franciscana del hombre ante el problema del


16

pecado original, Carthaginensia Revista de Estudios e Investigación, vol. XVIII, nº 33-34,


Universidad de Murcia, Enero – febrero, 2002, Pág. 230
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/267308.pdf

ESCUDÉ, JORGE, El pecado social, deformación de la actividad humana, pág. 1


17

http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol8/29/029_escude.pdf

Idea principal extraída del documento de ESCUDÉ, JORGE, El pecado social,


18

deformación de la actividad humana, pág. 1-4


http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol8/29/029_escude.pdf

Definición extraída del documento de ESCUDÉ, JORGE, El pecado social, deformación


19

de la actividad humana, pág. 3


http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol8/29/029_escude.pdf

ESCUDÉ, JORGE, El pecado social, deformación de la actividad humana, pág. 3


20

http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol8/29/029_escude.pdf

Cita de la Constitutción Gaudium et Spes, punto nº 25, presentada en el documento


21

de ESCUDÉ, JORGE, El pecado social, deformación de la actividad humana, pág. 4


http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol8/29/029_escude.pdf

Cita de Arthur Utz recogida en ESCUDÉ, JORGE, El pecado social, deformación de la


22

actividad humana, pág. 5


http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol8/29/029_escude.pdf

DE
23 LETTER, P. Gracia, incorporación, inhabitación, pág. 3
http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol6/21/021_letter.pdf
DE
24 LETTER, P. Gracia, incorporación, inhabitación, pág. 3
http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol6/21/021_letter.pdf

DE
25 LETTER, P. Gracia, incorporación, inhabitación, pág. 4
http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol6/21/021_letter.pdf

DE
26 LETTER, P. Gracia, incorporación, inhabitación, pág. 5
http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol6/21/021_letter.pdf

DE
27 LETTER, P. Gracia, incorporación, inhabitación, pág. 5
http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol6/21/021_letter.pdf

DE
28 LETTER, P. Gracia, incorporación, inhabitación, pág. 5
http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol6/21/021_letter.pdf

Idea principal extraída del documento DE LETTER, P. Gracia, incorporación,


29

inhabitación, pág. 6
http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol6/21/021_letter.pdf

DE
30 LETTER, P. Gracia, incorporación, inhabitación, pág. 7
http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol6/21/021_letter.pdf

SOUTO-UGIDOS, JOSÉ Mª, Vocación cristiana y Revelación, Scripta Theologica 25


31

(1993/3), pág. 1122, https://www.unav.edu/publicaciones/revistas/index.php/scripta-


theologica/article/download/16179/12662

SOUTO-UGIDOS, JOSÉ Mª, Vocación cristiana y Revelación, Scripta Theologica 25


32

(1993/3), pág. 1122, https://www.unav.edu/publicaciones/revistas/index.php/scripta-


theologica/article/download/16179/12662

SOUTO-UGIDOS, JOSÉ Mª, Vocación cristiana y Revelación, Scripta Theologica 25


33

(1993/3), pág. 1123, https://www.unav.edu/publicaciones/revistas/index.php/scripta-


theologica/article/download/16179/12662

SOUTO-UGIDOS, JOSÉ Mª, Vocación cristiana y Revelación, Scripta Theologica 25


34

(1993/3), pág. 1123, https://www.unav.edu/publicaciones/revistas/index.php/scripta-


theologica/article/download/16179/12662

SOUTO-UGIDOS, JOSÉ Mª, Vocación cristiana y Revelación, Scripta Theologica 25


35

(1993/3), pág. 1124, https://www.unav.edu/publicaciones/revistas/index.php/scripta-


theologica/article/download/16179/12662

Cfr. JUAN PABLO II, Homilía, Valencia (España), 8-XI-1992. Cita ubicada en el
36

documento SOUTO-UGIDOS, JOSÉ Mª, Vocación cristiana y Revelación, Scripta


Theologica 25 (1993/3), pág. 1125,
https://www.unav.edu/publicaciones/revistas/index.php/scripta-
theologica/article/download/16179/12662

SOUTO-UGIDOS, JOSÉ Mª, Vocación cristiana y Revelación, Scripta Theologica 25


37

(1993/3), pág. 1125, https://www.unav.edu/publicaciones/revistas/index.php/scripta-


theologica/article/download/16179/12662

SOUTO-UGIDOS, JOSÉ Mª, Vocación cristiana y Revelación, Scripta Theologica 25


38

(1993/3), pág. 1126, https://www.unav.edu/publicaciones/revistas/index.php/scripta-


theologica/article/download/16179/12662

SOUTO-UGIDOS, JOSÉ Mª, Vocación cristiana y Revelación, Scripta Theologica 25


39

(1993/3), pág. 1126, https://www.unav.edu/publicaciones/revistas/index.php/scripta-


theologica/article/download/16179/12662

SOUTO-UGIDOS, JOSÉ Mª, Vocación cristiana y Revelación, Scripta Theologica 25


40

(1993/3), pág. 1127, https://www.unav.edu/publicaciones/revistas/index.php/scripta-


theologica/article/download/16179/12662

SOUTO-UGIDOS, JOSÉ Mª, Vocación cristiana y Revelación, Scripta Theologica 25


41

(1993/3), pág. 1129, https://www.unav.edu/publicaciones/revistas/index.php/scripta-


theologica/article/download/16179/12662

Idea principal extraída de SOUTO-UGIDOS, JOSÉ Mª, Vocación cristiana y Revelación,


42

Scripta Theologica 25 (1993/3), pág. 1130,


https://www.unav.edu/publicaciones/revistas/index.php/scripta-
theologica/article/download/16179/12662

GELABERT, MARTÍN, Gracia. Gratis et amore, editorial San Esteban, Salamanca, 2002,
43

pág. 10

GELABERT, MARTÍN, Gracia. Gratis et amore, editorial San Esteban, Salamanca, 2002,
44

pág. 11

Cita extraída del artículo de MIRÓ LÓPEZ, SUSANA Flannery O’Connor y Guardini: la
45

presencia del amor de Dios en el misterio del sufrimiento, Revista Comunicación y


Hombre, nº 8, Madrid, 2012 pág. 43
https://www.researchgate.net/publication/328323549_Flannery_O'Connor_y_Guardin
i_la_presencia_del_amor_de_Dios_en_el_misterio_del_sufrimiento

Ideas obtenidas a partir del documento MCCOOL, GERALD, La filosofía de la persona


46

humana en la Teología de Kark Rahner,


http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol3/12/012_mccool.pdf

SCHROFNER,
47 ERICH, L. BOOF: Gracia y experiencia social,
http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol21/83/083_schrofner.pdf
MALDAMÉ, JEAN-MICHEL, ¿Qué se puede decir del pecado original? Pág. 4
48

http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol36/142/142_maldame.pdf

MALDAMÉ, JEAN-MICHEL, ¿Qué se puede decir del pecado original? Pág. 5


49

http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol36/142/142_maldame.pdf

Ideas extraídas de 48MALDAMÉ, JEAN-MICHEL, ¿Qué se puede decir del pecado


50

original? Pág. 7
http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol36/142/142_maldame.pdf

MUNERA, ALBERTO, Conciencia Moral y Pecado, Revista Javierana, Universidad


51

Javierana, Colombia, 1985, pág 178


https://revistas.javeriana.edu.co/index.php/teoxaveriana/article/view/22358/17375

MUNERA, ALBERTO, Conciencia Moral y Pecado, Revista Javierana, Universidad


52

Javierana, Colombia, 1985, pág 178


https://revistas.javeriana.edu.co/index.php/teoxaveriana/article/view/22358/17375

MUNERA, ALBERTO, Conciencia Moral y Pecado, Revista Javierana, Universidad


53

Javierana, Colombia, 1985, pág 182


https://revistas.javeriana.edu.co/index.php/teoxaveriana/article/view/22358/17375

LORDA, JUAN LUÍS, ¿Qué es el hombre? Aproximación teológica a la antropología,


54

Scripta Theologica, 30 (1998/1), pág. 21, Universidad de Navarra,


https://www.unav.edu/documents/8871060/8964433/32-
Que+es+el+hombre.pdf/803b8504-27e6-4603-9b7e-eab46f8087f3

LORDA, JUAN LUÍS, ¿Qué es el hombre? Aproximación teológica a la antropología,


55

Scripta Theologica, 30 (1998/1), pág. 20, Universidad de Navarra,


https://www.unav.edu/documents/8871060/8964433/32-
Que+es+el+hombre.pdf/803b8504-27e6-4603-9b7e-eab46f8087f3

Cita extraída del documento de AZNAR, JUSTO, Sobre el origen biológico del hombre y
56

el pecado original, pág. 2, https://www.observatoriobioetica.org/wp-


content/uploads/2018/06/SOBRE-EL-ORIGEN-BIOL%C3%93GICO-DEL-HOMBRE-Y-EL-
PECADO-ORIGINAL.pdf

Cita extraída del documento de AZNAR, JUSTO, Sobre el origen biológico del hombre y
57

el pecado original, pág. 6, https://www.observatoriobioetica.org/wp-


content/uploads/2018/06/SOBRE-EL-ORIGEN-BIOL%C3%93GICO-DEL-HOMBRE-Y-EL-
PECADO-ORIGINAL.pdf

Cita de Juan Pablo II, Discurso a estudiosos sobre la fe humana y el tema de la


58

evolución, 20-IV-1985, localizada en el documento de AZNAR, JUSTO, Sobre el origen


biológico del hombre y el pecado original, pág. 2,
https://www.observatoriobioetica.org/wp-content/uploads/2018/06/SOBRE-EL-
ORIGEN-BIOL%C3%93GICO-DEL-HOMBRE-Y-EL-PECADO-ORIGINAL.pdf

La hipótesis elaborada en esta pregunta pertenece a Justo Aznar, por tanto, no posee
59

infalibilidad alguna y puede ser perfectamente rebatida puesto que no se basa en


evidencias objetivables sino en suposiciones.

RICH, ARTHUR, Imperativos objetivos de la economía y pecado estructural, pág. 5,


60

http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol24/93/093_rich.pdf

RICH, ARTHUR, Imperativos objetivos de la economía y pecado estructural, pág. 7,


61

http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol24/93/093_rich.pdf

RICH, ARTHUR, Imperativos objetivos de la economía y pecado estructural, pág. 11,


62

http://www.seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol24/93/093_rich.pdf

RIVERA CARRERA, NORBERTO, Arzobispo Primado de México, a los jóvenes de la


63

Arquidiócesis de México como preparación para el Jubileo del Año 2000, La realidad
del pecado,
http://www.vicariadepastoral.org.mx/cardenal/cartas_jovenes/jovenes_4.htm

Historia
64 de la doctrina de la gracia, pág. 278
http://recursosbiblio.url.edu.gt/publicjlg/biblio_sin_paredes/fac_teo/2016/01/don_Di
os/07.pdf

Historia
65 de la doctrina de la gracia, pág. 278
http://recursosbiblio.url.edu.gt/publicjlg/biblio_sin_paredes/fac_teo/2016/01/don_Di
os/07.pdf

Historia
66 de la doctrina de la gracia, pág. 281
http://recursosbiblio.url.edu.gt/publicjlg/biblio_sin_paredes/fac_teo/2016/01/don_Di
os/07.pdf

67 y 68 Historia de la doctrina de la gracia, pág. 297


http://recursosbiblio.url.edu.gt/publicjlg/biblio_sin_paredes/fac_teo/2016/01/don_Di
os/07.pdf

Historia
69 de la doctrina de la gracia, pág. 298
http://recursosbiblio.url.edu.gt/publicjlg/biblio_sin_paredes/fac_teo/2016/01/don_Di
os/07.pdf

Historia
70 de la doctrina de la gracia, pág. 302
http://recursosbiblio.url.edu.gt/publicjlg/biblio_sin_paredes/fac_teo/2016/01/don_Di
os/07.pdf
Historia
71 de la doctrina de la gracia, pág. 303
http://recursosbiblio.url.edu.gt/publicjlg/biblio_sin_paredes/fac_teo/2016/01/don_Di
os/07.pdf

Citada en el documento de DOLDAN, FELIPE, La misericordia y la justicia divina,


72

Revista de Teología, Tomo LIV, nº 124, Diciembre 2017, pág. 12


http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/misericordia-justicia-dios.pdf

DOLDAN, FELIPE, La misericordia y la justicia divina, Revista de Teología, Tomo LIV, nº


73

124, Diciembre 2017, pág. 12


http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/misericordia-justicia-dios.pdf

DOLDAN, FELIPE, La misericordia y la justicia divina, Revista de Teología, Tomo LIV, nº


74

124, Diciembre 2017, pág. 14


http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/misericordia-justicia-dios.pdf

Citada en el documento de DOLDAN, FELIPE, La misericordia y la justicia divina,


75

Revista de Teología, Tomo LIV, nº 124, Diciembre 2017, pág. 14


http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/misericordia-justicia-dios.pdf

Cita de Benedicto XVI de su obra Caritas in Veritate extraída del documento de


76

DOLDAN, FELIPE, La misericordia y la justicia divina, Revista de Teología, Tomo LIV, nº


124, Diciembre 2017, pág. 22 y 23
http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/misericordia-justicia-dios.pdf

BRUGUÈS, JEAN-LOUIS O.P, La familia de Dios Padre: la fraternidad de los hijos de


77

Dios, pág. 281 https://www.unav.edu/web/centro-de-estudios-josemaria-


escriva/biblioteca-virtual/high.raw?
id=0000008154&name=00000001.original.pdf&attachment=0000008154.pdf

BRUGUÈS, JEAN-LOUIS O.P, La familia de Dios Padre: la fraternidad de los hijos de


78

Dios, pág. 282 https://www.unav.edu/web/centro-de-estudios-josemaria-


escriva/biblioteca-virtual/high.raw?
id=0000008154&name=00000001.original.pdf&attachment=0000008154.pdf

BRUGUÈS, JEAN-LOUIS O.P, La familia de Dios Padre: la fraternidad de los hijos de


79

Dios, pág. 282 https://www.unav.edu/web/centro-de-estudios-josemaria-


escriva/biblioteca-virtual/high.raw?
id=0000008154&name=00000001.original.pdf&attachment=0000008154.pdf

BRUGUÈS, JEAN-LOUIS O.P, La familia de Dios Padre: la fraternidad de los hijos de


80

Dios, pág. 283 https://www.unav.edu/web/centro-de-estudios-josemaria-


escriva/biblioteca-virtual/high.raw?
id=0000008154&name=00000001.original.pdf&attachment=0000008154.pdf
BRUGUÈS, JEAN-LOUIS O.P, La familia de Dios Padre: la fraternidad de los hijos de
81

Dios, pág. 284 https://www.unav.edu/web/centro-de-estudios-josemaria-


escriva/biblioteca-virtual/high.raw?
id=0000008154&name=00000001.original.pdf&attachment=0000008154.pdf

BRUGUÈS, JEAN-LOUIS O.P, La familia de Dios Padre: la fraternidad de los hijos de


82

Dios, pág. 285 https://www.unav.edu/web/centro-de-estudios-josemaria-


escriva/biblioteca-virtual/high.raw?
id=0000008154&name=00000001.original.pdf&attachment=0000008154.pdf

LORDA, JUAN LUÍS, ¿Qué es el hombre? Aproximación teológica a la antropología,


83

Scripta Theologica, 30 (1998/1), pág. 19, Universidad de Navarra,


https://www.unav.edu/documents/8871060/8964433/32-
Que+es+el+hombre.pdf/803b8504-27e6-4603-9b7e-eab46f8087f3

También podría gustarte