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TRABAJO PRÁCTICO Nº 10
Cátedra A:
Dr. Justo J. Reyna (Titular)
Prof. Eduardo M Bordas (Adjunto)
Prof. Rubén Weder (Adjunto)
Prof. Silvina Capdevila (Adjunta)
Prof. Julián Passarella (Ayudante)
GRUPO 2
INTEGRANTES:
ALZAMORA, PILAR.
ISAAK, JOEL.
FECHA:
Viernes, 25 de octubre de 2014
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Derecho Administrativo Pilar Alzamora – Joel Isaak
Actividad: 3.1. Remita al entorno virtual los apuntes extraídos de las clases teóricas
previas al práctico, correspondientes al tema, completados con la bibliografía entregada para el
módulo. El objetivo final consiste en elaborar una publicación colectiva.
Nos resulta propio comenzar la exposición de este trabajo haciendo referencia a la conside-
ración de Gordillo en cuanto a la enorme injerencia de la vida económica en el sistema de las ad-
ministraciones públicas, en donde el factor económico limita y modifica a las situaciones socia-
les, a las cuales el Estado regula de forma pareja a las necesidades particulares de la sociedad.
Por demás, queda claro que las intervenciones del Estado se configuran, de una u otra for -
ma, a partir de los sistemas y bases económicas que se establezcan bajo su campo de acción. Tal
vez, en la realidad, la economía motiva a la actuación estatal, no sólo por las situaciones sociales
emergentes de los fenómenos económicos que puedan suscitarse, sino además porque el Estado
compone una empresa que funciona con una economía propia.
Ahora bien, el objeto de estudio del presente módulo es fundamentalmente el análisis de la
figura del servicio público. Su gran relevancia para el tratamiento de nuestra doctrina se basa en
su necesidad imperante, necesidad que no es simple ni delimitada a particular en concreto, sino
como que la necesidad que da origen a la prestación de los servicios públicos es la necesidad pú -
blica, es el público interés en que los habitantes puedan contar con el resguardo de su núcleo fun-
damental de derechos, ante los cuales el Estado se constituye como el principal responsable de
garantía sobre estos.
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Derecho Administrativo Pilar Alzamora – Joel Isaak
Básicamente, el control sobre la prestación de estos servicios cada vez denota mayor regu-
lación por la presión publica que se ejerce sobre los intereses de información en el cumplimiento
de los servicios públicos, respecto de lo cual no está de más recordar la nota distintiva de los ser -
vicios públicos principales, afrontados por el caudal del Estado, por el presupuesto y el gasto pú -
blico, presupuesto que se conforma con el aporte individual de cada uno de los ciudadanos me-
diante el sistema tributario (en situación de aporte). Parece que la idea de pertenencia nacional se
fomenta en los administrados en base al detrimento que el Estado ejerce mediante el sistema im-
positivo, puesto que, cuando está en juego el gasto público, el interés del ciudadano se focaliza
ampliamente en las acciones de la Administración. Esta construcción del colectivo social imagi -
nario, solo nos denota la percepción de los individuos sobre la noción del gasto público, pues ve -
mos que, mediante mandato constitucional, la transparencia y legitimidad que deben guardar las
erogaciones de la Administración del fondo público nacen justamente por eso, porque el caudal es
público y, por ende, compete al interés público.
Más allá de esta idea general, basta doctrina se ha encaminado a los intentos de explicar las
relaciones que unen de forma tan estrecha al Derecho Administrativo y a la vida económica social
(no a la ciencia económica). Así, se ha propuesto la existencia de un Derecho Administrativo Eco-
nómico, el cual, según uno de sus postulantes, E. Schmidt Assmann, “encierra todo un conjunto
de enfoques normativos de la más variada índole. En este sector se entremezclan de tal forma las
medidas de carácter limitativo, prestacional y directivo, que resulta difícil identificar unos princi-
pios unitarios característicos del mismo. Por lo demás, su variedad de formas de organización y
actuación, que se renuevan continuamente, viene a demostrar lo necesario que resulta también la
adaptación y evolución de las doctrinas de la Parte general” 1
Bajo este criterio, es dable concluir que la Administración viene a jugar un rol fundamental
en la economía, principalmente, por el intervencionismo que el Estado ejerce sobre este campo de
acción ciudadana.
Agustín Gordillo, nos trae, resumida y sistematizadamente, los distintos mecanismos de in-
tervención del Estado en la economía argentina, a partir de los procesos que ha atravesado nuestro
país a lo largo de su historia. Así, concluye en afirmar que, hasta la década del ’80, la Administra-
ción ha tomado partida en las prácticas y modelos económicos de la siguiente manera:
“a) Se ensayó con formas embrionarias de planificación, sin llegar a su desarrollo jurídico
ni legislativo o empírico.
1 SCHMIDT-ASSMANN Eberhard;
“La Teoría General del Derecho Administrativo como sistema” Objeto y fundamentos de la
construcción sistemática; Marcial Pons, Ediciones Jurídicas Y Sociales, S. A.
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Derecho Administrativo Pilar Alzamora – Joel Isaak
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GORDILLO, Agustìn; Tratado de Derecho Administrativo, Tomo I, Fundación de derecho
Administrativo; Buenos Aires; 2003.
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PASSARELLA, Julian E.; en “Estrechos vínculos entre el Derecho Administrativo y el Derecho
Tributario en el nuevo”, www.tributariolocal.com.ar.
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Mediante la cita de este artículo, por demás de elocuente y ejemplificativo, se puede leer
cómo, en una primera aproximación, los conceptos entre un régimen y otro se aplican de forma
paralela, generando así “inescindibles vínculos entre ambas disciplinas”. Sin embargo, el autor
considera que la idea no se agota en las expresiones literales que pueda mencionar la norma, sino
que los lazos que estrechan al sistema tributario con el Derecho Administrativo pueden inferirse
de la mencionada Ley reformadora (de eminente pertenencia al Derecho Tributario) si observa-
mos que ésta tiende a “consagrar de manera categórica conceptos y principios característicos del
Derecho Administrativo”4, principalmente en lo referente a los actos administrativos tributarios,
sus requisitos para ser considerados tales y los derechos que se le atribuyen a los contribuyentes
conforme al régimen establecido.
Así, se han adoptado teorías subjetivas, que se basaban en la titularidad del prestador del
servicio para que éste sea calificado como público, u objetivas, de origen italiana propulsada por
Pototschinig, que basó su análisis sobre la figura en lo que constituye la naturaleza de esta
actividad desde la disciplina jurídica del Derecho Público, independientemente del sujeto titular
de la misma.
Más allá de la gran relevancia e influencia que esta teoría tuvo a nivel nacional e
internacional, Salomoni considera que en general, en el estudio del servicio público argentino, ha
4
PASSARELLA, Julian E.; ob. cit.
5
SALOMONI, Jorge L; en “El concepto actual del servicio público en la República Argentina”; DA
documentaci´n Adminsitrativa; Septiembre 2003-Abril 2014.
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omitido un detalle de alta magnitud, como ser la consideración de los antecedentes normativos y
jurisprudenciales de lo que constituyó el Derecho Patrio, y toda la actividad jurídica suscitada en
los principios de la constitución de la República en el proceso de Organización nacional. Ello, por
cuanto la génesis legislativa del servicio público que sucedió en el proceso de legislación patria y
organizativa nacional sobre las actividades que fueren concedidas o delegadas a los particulares,
constituyeron, al decir de Salomoni, ”un régimen jurídico sustantivo y peculiar, diferente al del
Derecho Privado”6. Ahora bien, en este marco legislativo, a la actividad estatal encaminada a la
prestación de servicios delegadas o concedidas a los particulares se le atribuyó el nombre de
“servicios públicos”. Sucede que, en esta etapa histórica, se ha entendido normativamente al
concepto de servicio público desde un sentido amplísimo, que involucraba, por una parte, a la
actividad normal del Estado y, por otra parte, a la actividad total y permanente de la
Administración Pública que se incluían dentro de la escala normativa de mayor rango.
Es decir, la base conceptual del instituto aquí analizado puede hallarse en su origen en la
normativa del Derecho Patrio y, en una segunda etapa de la evolución de esta figura, el régimen
jurídico suscitado en los comienzos de la organización estatal de la República, continúa su
tratamiento pero con una profundización del mismo, a modo de especificación del concepto en sí,
sus elementos y caracteres. Esto puede verse en lo normado en los dos órdenes jurídicos que
existían en el territorio argentino previo a la sanción constitucional de 1853, la Confederación
Argentina y la Provincia y Estado de Buenos Aires. Ambos ordenamientos habrían recogido en su
regulación al concepto del servicio público y las consecuentes reglas jurídicas que habrían de
reglar tal instituto.
Por su parte, el Estado y Provincia de Buenos Aires trae este concepto en su legislación a
partir del Decreto Legislativo del 9 de enero de 1854 que autoriza al poder Ejecutivo a la
concesión de licencia de ferrocarriles, en donde se establecen los límites y lineamientos generales
de tal concesión y, entre ellas, se incorporan los principales caracteres del servicio público, como
el de regularidad de la prestación del mismo y la continuidad de éste a partir de la caducidad de
6
SALOMONI, Jorge Luis, ob. cit.
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la concesión en supuestos de suspensión de los trabajos sobre los caminos ferroviarios por más de
un año.
Finalmente, ha de mencionar el autor la concepción del Estado que trae Alberdi, cuyas
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CASSAGNE, Juan Carlos; en “ Derecho Administrativo”; Lexis-Nexis, Abeledo Perrot, séptima
edición actualizada
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ejecución per se o por terceros”8, y agrega, a su vez, que tanto estudiada como una actividad de
organización de medios o como una función estatal, el carácter público de estos servicios puede
estar dado (según la doctrina que lo enfoque) por la condición del sujeto titular (personas
públicas), el fin del servicio (público), el régimen jurídico regulador (Derecho Público) y los
destinatarios o usuarios (“el público”).
Salomoni, en una reflexión conclusiva de su trabajo sobre la concepción actual del
servicio público en la Argentina, nos dice: “servicio público… es toda actividad económica,
regular, continua y uniforme, que persigue el propósito público de satisfacer eficazmente las
necesidades materiales colectivas a cuyo aseguramiento está obligado el Estado, tanto a través de
la prestación per se o por particulares delegados, para alcanzar el bienestar general, y cuyo
sujeto acreedor es el contribuyente del erario público, titular del derecho fundamental al acceso
al servicio y como usuario a la prestación efectiva del mismo, con preponderancia de sus
intereses económicos con relación al sistema de potestades estatales y los derechos del prestador
privado del servicio, en un régimen especial de Derecho Público” 9. Vemos, aquí, el énfasis que el
autor trae en cuanto a los derechos de los usuarios y consumidores en el acceso al servicio
público, lo cual caracteriza de alguna forma a este tipo de prestaciones estatales, tema al cual,
respecto de su obrar y concepción, volveremos más adelante.
En este orden de ideas, Marienhoff considera que “la noción conceptual de ‘servicio
público’ es una de las más adecuadas para justificar el carácter de ‘jus in fieri’ atribuido o
reconocido al Derecho Administrativo”, y que esta noción no constituye un mero concepto
jurídico, puesto que, ante todo, es un hecho, una “realidad”, ya que, cuando una actividad que
persiga el interés público coincida en la realidad con el interés general, tendrá atribuido este valor
en el orden jurídico. Por ello este autor entiende por servicio público a “toda actividad de la
Administración Pública, o de los particulares o administrados, que tienda a satisfacer necesidades
o intereses de carácter general cuya índole o gravitación, en el supuesto de actividades de los
particulares o administrados, requiera el control de la autoridad estatal”.
Dentro de esta temática, Cassagne opina que hablar de servicio público, de antemano, nos
da la pauta de que se incluyen en esta acepción actividades distintas a las del Derecho Privado,
que excluye la esfera de libertades individuales a partir de la declaración como “pública” a deter-
minada función y que, a partir de ese momento, entra en la órbita de regulación del Derecho Ad-
ministrativo. Ahora bien, como toda actividad de índole pública, el principio de legalidad que exi-
ge la existencia de ley formal-material aplica, aquí, también como un “supuesto sine qua non de
8
DROMI, Roberto; Manual de Derecho Administrativo; Ediciones Ciudad Argentina; 1998.
9
SALOMONI, Jorge Luis, ob cit.
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la configuración del servicio público”, ya que el servicio público, al decir de Comadira, “opera
como título exorbitante para la exclusión de la titularidad privada de la actividad” 10.
Por otra parte, la noción de servicio público supone que este tipo de actividades que
integran el Derecho Administrativo pasen a formar parte de la titularidad de las actividades del
Estado, lo cual excluye la ejecución de los particulares por derecho propio. Ello implica no que el
Estado actúe en carácter de “dueño”, sino, como nos explica Salomoni, como titular de la
regulación del servicio público.
10
COMADIRA, Julio R.; en “Curso de Derecho Administrativo” (en prensa).
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SALOMONI, Jorge Luis; ob. cit.
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para el desarrollo social, de forma que, en nuestro ordenamiento, el servicio público responde no
como una mera teoría o ideología, sino “como el derecho positivo vigente y eficaz, en
vinculación esta vez con los derechos del usuario mismo” (afirma el autor a partir del análisis del
artículo 42 de la Carta Magna).
Como efecto propio de la previsión constitucional de este derecho (y deber correlativo para
el Estado), no es el mismo materia de disposición para el legislador o el administrador, y más aún
el ordenamiento viene a configurar una serie de obligaciones y limites para con la administración,
las cuales asume frente a las relaciones de consumo y de servicio público.
Así, el artículo 42 de la Constitución Nacional indica que “los consumidores y usuarios de
bienes y servicios tienen derecho, en la relación de consumo, a la protección de su salud,
seguridad e intereses económicos; a una información adecuada y veraz; a la libertad de elección,
y a condiciones de trato equitativo y digno. Las autoridades proveerán a la protección de esos
derechos, a la educación para el consumo, a la defensa de la competencia contra toda forma de
distorsión de los mercados, al control de los monopolios naturales y legales, a de la calidad y
eficiencia de los servicios públicos, y a la constitución de asociaciones de consumidores y de
usuarios. La legislación establecerá procedimientos eficaces para la prevención y solución de
conflictos, y los marcos regulatorios de los servicios públicos de competencia nacional, previendo
la necesaria participación de las asociaciones de consumidores y usuarios y de las provincias
interesadas, en los organismos de control”.
En resumidas cuentas, lo que este artículo constitucional impone a los órganos de la
administración es, en principio, la regulación del servicio público, resguardando la salud,
asegurando los intereses económicos de los usuarios, garantizando y proporcionando a los
usuarios información sobre el consumo, involucrando a su vez una coparticipación de las
asociaciones de usuarios de servicios públicos en la tarea de información y asesoramiento a los
particulares, lo cual constituye una herramienta imprescindible para la garantía de libertad de
elección (otro de los deberes de la administración, a la cual se le puede agregar el aseguramiento
del trato digno y equitativo y la educación al consumo). Por otra parte la administración deberá
garantizar la competencia en los mercados (evitando las distorsiones prepotentes de los mismos)
previendo un debido control de los monopolios naturales y legales. Deberá asimismo garantizar la
prestación de los servicios mínimos que integren los núcleos básicos de consumo de los
habitantes y la calidad y eficiencia de ellos, observando una vez más que se cumplan con los
requisitos de regularidad, obligatoriedad y uniformidad del servicio.
Desde una óptica procesal, otro de los deberes que se le asigna a la administración a partir
de la letra constitucional, en este tipo de prestaciones, es la creación de medios procesales
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estándar mínimo de calidad que todo servicio público debe cumplir. Quienes tienen a su cargo la
administración de los asuntos del Estado deben cumplir con la Constitución garantizando un
contenido mínimo a los derechos fundamentales y muy especialmente en el caso de las
prestaciones en las que están en juego tanto la vida como la integridad física de las personas. No
se cumple con ello cuando los servicios son atrasados, descuidados, deteriorados, insuficientes o
presentan un estado lamentable porque la Constitución no consiente interpretaciones que
transformen a los derechos en meras declaraciones con un resultado trágico para los ciudadanos”
(“Unión de Usuarios y Consumidores vs. Estado Nacional y otros s. Amparo - Proceso
sumarísimo”, CSJN, 24/06/2014, Rubinzal Online; cita: RC J 4495/14).
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MARIENHOFF, Miguel S.; Tratado de Derecho Adminsitrativo; Abeledo Perrot; 2011.
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administrativas que pueden, en su caso, ser delegadas mediante concesión o permiso, y que solo
pueden efectuarse de forma discrecional y temporal.
Se alza como el eje de esta teoría, la titularidad que recae en el Estado, de forma privativa e
intransferible, el ejercicio privativo de determinadas actividades en ejercicio del servicio público,
en palabras de Balbín: “publicatio significa entonces titularidad del servicio por el Estado y, por
tanto, responsabilidad de éste por la prestación del servicio”.
Entonces, cabe inferir de lo anteriormente expuesto que las actividades que recaigan en el
concepto de servicio público son las que así considere la Administración, por cuanto el Estado es
quien absorbe estas actividades con un criterio seleccionador para que encuadren en la figura del
servicio público, lo que se traduce en que “en ciertos casos el Estado decide, entonces, reconocer
el servicio y garantizar su prestación calificándolo consecuentemente como servicio público con
el objeto confeso de satisfacer los derechos instrumentales de las personas y así reforzar los
derechos fundamentales” . 14
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BALBIN; Carlos F., ob. cit.
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continuación.
De todo ello se infiere que, según opina el autor, “el marco jurídico del servicio público es
mixto”, es decir, derivado de una síntesis entre el régimen público y el privado: en principio, al
servicio público, conformado como tal, se le aplica la normativa del Derecho Público, pero el
sustrato privado que se devela entre el prestador del mismo y el usuario se agrega a la regulación
pública entre el prestador y el Estado. Se entiende, entonces, que el servicio público en sí va a
estar delimitado por el Derecho Público, pero a los “matices” privados de las relaciones jurídicas
que puedan emerger en virtud de la prestación de este servicio, se le aplicarán las reglas del
Derecho Privado, en cuanto se reputen como tales.
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en el artículo 14 bis, que en este caso cede ante la necesidad pública superior.
II - Regularidad: por este carácter se establece que el servicio debe ser prestado conforme
las reglas vigentes que se le atribuyan en virtud del ordenamiento jurídico que le es aplicable,
puesto que por el contenido de estas prestaciones se requieren prácticas de transparencia,
información al usuario, medidas propias de seguridad, etc. A este marco regulatorio le parece
propio al autor, Carlos Balbín, agregar que en el marco normativo se le introduzcan compromisos
de calidad y evaluaciones periódicas para atender, según consideramos, a la óptima prestación
real del servicio.
III - Generalidad: trata acerca de la prestación irrestricta al servicio, sin imposiciones, y
de alcance genéricos para todos los ciudadanos que lo requieran. Este carácter hace también a la
propiedad igualitaria que reviste el servicio público.
IV - Igualdad (o uniformidad): como un complemento del principio de generalidad, el
libre acceso debe ser conjugado con un acceso igualitario y, a partir de éste, igualitaria también
deberá ser la prestación efectiva del servicio público. Esto supone que el servicio sea prestado en
condiciones de igualdad, sin atender a discriminaciones. A su vez, este principio se vincula
estrechamente con lo razonable y justo en el precio del servicio, atendiendo a que, por los
términos de razonabilidad, el Estado podría establecer categorías entre los usuarios, respondiendo
así a una discriminación, pero que equipare los términos de real acceso al servicio conforme las
circunstancias que rodeen a cada usuario en particular.
V - Mutabilidad: este carácter indica que el Estado, actuando con su envestidura de
supremacía y en virtud del régimen exorbitante que rodea a los contratos administrativos que
suscribe, puede modificar el servicio atendiendo a los márgenes de calidad que desea resguardar y
puede, conforme a esto, modificar el contrato en términos razonables (valga aclarar, con la debida
indemnización al prestador concesionario, en la medida en que corresponda). Al respecto, las
cláusulas de progreso son las salvedades que suelen incluirse en estos contratos asegurando que el
concesionario del servicio público preste el mismo “en las mejores condiciones y según el avance
y las innovaciones tecnológicas”15.
Cabe aclarar que, para la doctrina, este tema tampoco resulta de general aceptación, si bien
la mayoría de los autores enumera como caracteres esenciales a la continuidad, regularidad y
uniformidad, otros, como Marienhoff, agregan la obligatoriedad. Por este carácter se entiende
que el servicio público (o, más bien, su prestación) no puede ser negado por quien tiene a su
cargo tal actividad, lo cual, según Marienhoff, constituiría falta gravísima pasible de sanción
conforme a las formalidades exigidas por el ordenamiento jurídico.
15
BALBIN, Carlos F., ob. cit.
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Dicho autor, que trae a consideración este carácter, nos dice que éste debe entenderse como
nota característica del servicio público, por la cual el deber pesa tanto sobre quien realiza o presta
el servicio como para quien lo utiliza, puesto que hay servicios públicos cuya utilización deviene
obligatoria para el usuario (v.g. la instrucción primaria). Además, cabe aclarar que la
obligatoriedad rige tanto en el caso de los servicios públicos propios como en los impropios.
16
CASSAGNE, Juan C., ob. cit.
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la salud, cultura, educación, etc.), por su interés general y público se los encomienda
generalmente a órganos u entes administrativos sin intenciones de perseguir fin de lucro. En este
sentido, la iniciativa privada en estos supuestos no es necesariamente reemplazada ni sustituida,
sino que continúa rigiéndose por el principio de libertad, sin perjuicio que se le apliquen los
principios y normas propios de la función administrativa.
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DROMI, Roberto, ob. cit.
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BALBIN, Carlos F., ob. cit.
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privatizando, contratando y renegociando los contratos de los servicios públicos. Sin perjuicio de
ello, el Congreso ha delegado estas potestades al Ejecutivo. En el proceso de selección, se
introduce la figura de la licitación pública bajo el criterio de la oferta más conveniente,
considerando a estos fines el precio, calidad e idoneidad del oferente.
Dentro de las efectos que emergen del contrato de concesión, al concesionario se le
atribuyen las obligaciones de prestar el servicio de modo continuo y regular, garantizando el
acceso general e igualitario de los usuarios; ejecutar el contrato por sí y cumplir las prestaciones
en todas las circunstancias, salvo caso fortuito o fuerza mayor (ambos de carácter natural) o actos
o incumplimientos de autoridades públicas nacionales o de la contraparte pública de tal gravedad
que tornen imposible la ejecución del contrato.
Entre sus derechos, el concesionario principalmente puede obtener un beneficio económico
percibiendo un precio razonable respecto al servicio que presta, sin perjuicio de que los riesgos
del alea financiera son absorbidos por éste, pudiendo recomponer y rescindir el contrato en
determinados casos.
Este contrato, sin embargo, es susceptible de ser sometido a modificaciones durante el
tracto de ejecución, en principio, por decisión unilateral del Estado en ejercicio del ius variandi
que se le atribuye a partir de los intereses públicos que juegan en este acto jurídico. También
puede modificarse por el supuesto conocido como el “hecho del príncipe”, es decir, por medidas
estatales que inciden sobre el contrato aunque no tienen como fin inmediato modificar el contrato.
En este caso es cuando puede acceder el concesionario a ser reparado o indemnizado por hechos
imprevistos (fundándose en la teoría de la imprevisión).
Finalmente, en cuanto a la extinción del contrato, esta puede tener lugar por diversas
causas, como ser: el vencimiento del plazo o cumplimiento del objeto del contrato; por
revocación mediando razones de ilegitimidad (sin acceso a la reparación por parte del
concesionario); revocación por motivos de oportunidad (cuando el Estado es quien extingue el
vínculo por razones de oportunidad, mérito o conveniencia, con el resarcimiento
correspondiente); rescisión por incumplimiento del Estado en sus obligaciones contractuales; y,
por último, por resolución del vínculo de común acuerdo entre ambas partes del contrato.
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un servicio público, mediante tarifa, precio o tasa. Los conceptos de tasa y precio difieren en
cuanto que el primero atiende a aquellos servicios que son legalmente obligatorios y, en virtud de
esto, la relación que une al usuario con quien presta el servicio es reglamentaria; y, por otro lado,
el precio que se paga por la prestación de este servicio es la suma que se abona cuando el acceso a
este es facultativo y, por tanto, la relación que une a las partes es contractual (conf. Dromi 19).
Los caracteres de la retribución o pago son:
Proporcionalidad: las tarifas deben ajustarse a un criterio justo de razonabilidad. En
palabras de Dromi, “la prestación y la contraprestación deben fundarse en los principios de la
justicia conmutativa, la tasa y el precio deben ser compensatorios”. En tanto y en cuanto la
retribución sea proporcional entre el servicio y su pago, será aquella razonable.
Irretroactividad: se establece que, como principio general, la tasa o el precio
abonado por un servicio público no puede ser retroactiva, pues tiene efectos ex nunc.
Excepcionalmente, en casos particulares, la Corte Suprema ha aceptado un aplicación retroactiva,
en situaciones en las que el pago no se hubiera efectuado en forma definitiva (CSJN, 26/8/63,
“Cía. Industrial Sud Americana SA c/Gas del Estado”, Fallos, 256:403 y JA,1963-V-300).
Legalidad: el servicio público y la retribución por la prestación de éste, debe ser
fijado/aprobado por el Estado. Si la prestación del servicio se efectúa mediante concesionarios,
éstos intervienen fijando la tasa que, no obstante, debe ser aprobada para su ejecución. Se acepta
en general que los órganos de control sean quienes establezcan las tarifas o, en su caso, las
aprueben.
Una vez más, vemos aquí como el interés publico entra a proveer la intervención del
Estado, en tanto que la contraposición del interés público con el privado, como hemos señalado,
hace que el primero se superponga al segundo, es decir, la preponderancia de acción la lleva ínsita
el interés público. En este sentido se ha pronunciado nuestra Corte Suprema al decir que “las
tarifas no son producto de la voluntad del concesionario, pues deberán ser aprobadas por el poder
administrador mediante un acto de administración denominado homologación. Las tarifas sin este
acto homologatorio no tienen legitimidad” (CSJN, 197:518; 215:280; 231:311).
Efectividad: la percepción de un precio en contraprestación de un servicio requiere
una necesaria y efectiva prestación de éste, ya que el servicio se constituye como la causa que da
origen al reclamo del precio y, en caso de no efectuarse la prestación, el cobro sería ilegítimo.
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en párrafos anteriores, que una determinada necesidad pasa a ser satisfecha por el sistema del
servicio público y, por ello, se entiende que hay una doble forma de crear este servicio,
dependiendo que sea un servicio propio o impropio.
En el caso del servicio público propio, su existencia puede devenir de una decisión
expresa (acto jurídico) o de una reacción de hecho de la administración de actividad en la
prestación de un servicio sin que ello obedezca a una decisión expresa. En ambos casos, la
naturaleza del servicio como público está determinada por la magnitud de la necesidad o del
interés que se satisface. Los servicios públicos impropios, aquellos prestados por particulares, se
basan en la autorización o permiso de la administración.
Ahora bien, cuando el servicio es efectivamente propio, la creación del mismo se compone
por el acto del Estado por el cual se resuelve que la necesidad en cuestión quedara absorbida por
el régimen del servicio público y por el hecho fáctico por el cual la Administración Pública
satisface una necesidad o interés público. Entiende Marienhoff que, en el caso de los impropios,
el concepto de creación surge virtualmente del hecho mismo de su prestación, consentido o
autorizado por la Administración Pública.
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MARIENHOFF, Miguel S, ob. cit.
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innecesaria (por lo menos, innecesaria en cuanto a la oportunidad y mérito de que sea prestada
por el propio Estado). Es decir, la actividad que anteriormente prestaba el Estado sale de la órbita
del régimen público y cesa la prestación de ésta por el ente estatal.
Cabe analizar cuál es la autoridad competente a estos efectos. Como regla genérica, la
autoridad creadora, por poseer potestades para reconocer derechos y limitar otros mediante la
declaración de nacimiento de un servicio público, es quien tiene la potestad, asimismo, de
modificar estos derechos a partir de la supresión del servicio público. Consecuentemente, la
forma de expedición del órgano que suprima al servicio deberá ser la misma: si se creó por ley
formal, debe suprimirse por ley formal, y si se creó por decreto, debe ser suprimido de igual
manera.
Sin embargo, el servicio público también puede suprimirse por hechos y no sólo por actos
administrativos. Marienhoff, quien introduce esta posibilidad, considera que el servicio público
va más allá de ser un mero concepto, pues supone en primera medida un hecho que se concreta en
la realidad. Es por esto que, al desaparecer el interés o la necesidad de la prestación del servicio,
este desaparece simultáneamente ya que si se mantuviese vigente no tendría un objeto de ser, es
decir, no tendría necesidad a la que atender, lo cual generaría una discordancia entre el hecho y el
derecho y, de acuerdo con esto, la solución es, extinguida la necesidad pública, suprimir el
servicio público.
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vincularlo a establecer un determinado servicio. Hemos visto ya que sin norma constitucional
vinculante para la creación de un servicio publico, ésta entra en el régimen de discrecionalidad
del Estado.
Asimismo, se plantea la posibilidad de que, una vez creado y organizado el servicio,
puedan los administrados obligar al Estado a efectivizar las prestaciones. En este supuesto, cabe
distinguir entre el servicio público propio y el impropio. Cuando se trate de un servicio propio, a
cargo directo del Estado, la ausencia de prestación de este no habilita a una instancia que permita
al particular obligar a la efectiva prestación del servicio, que en la especie podría consistir en el
auxilio “policial” o “militar” respectivos, en la comprobación del estado de los alimentos que se
expenden al público, etc.
Sucede que las normas que organizan al servicio público entran dentro de las llamadas
normas de acción, que vienen a regular la conducta y actuación de la Administración y se
diferencian de las normas de relación, las cuales crean los vínculos jurídicos entre la
Administración y el administrado. Cuando una acción de la Administración viola a una norma de
relación, tiene como efecto la lesión al derecho ajeno, pero el incumplimiento de una norma de
acción efectúa un comportamiento contrario al interés público. En efecto, la ausencia de una
norma que regule a la intervención de los administrados para el cumplimiento de las normas de
acción, sólo constituye un interés simple para el particular y, por esto, no poseen un derecho que
les permita obligar y vincular al Estado. Sólo a través de recursos administrativos, este interés
simple puede proceder para peticionar ante las autoridades administrativas.
Cabe agregar que, en estos casos, el administrado también tiene un derecho subjetivo que
lo habilita a instar acción de daños y perjuicios contra el Estado en sede jurisdiccional por
incumplimiento del deber de prestar un servicio público. En cambio, los servicios públicos
prestados por los concesionarios sí pueden imponer a cargo de éstos una obligación de prestar
efectivamente el servicio, pero sólo puede ejercer esta coacción el Estado, mediante los sistemas
de control estatal que se le atribuyen, en ejercicio del poder de policía, intervención esta que sí
puede ser solicitada por el usuario.
En este sentido, alguna doctrina ha entendido que los usuarios de los servicios públicos
tienen un derecho subjetivo a que el servicio le sea atribuido, el cual, como todos los derechos, no
reviste un carácter absoluto sino que debe ejercitarse con razonabilidad y atención a las
disposiciones que lo reglamenten.
Hemos visto que, una vez adentrado el usuario en la relación de prestación del servicio
público, el nexo que lo une con el prestatario puede adquirir un carácter contractual-privado (en el
caso de los servicios públicos impropios) o reglamentario-administrativo (en el caso de los
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propios).
Ahora bien, ese “status” que le corresponde al administrado en la relación jurídica emanada
de la prestación de un servicio público se halla definido por el principio de igualdad. Conforme
ello, el usuario siempre se encuentra en igualdad de acceso a la prestación e igualdad de
condiciones de adjudicación de éste a partir del principio constitucional que, a su vez, viene a
constituir uno de los caracteres esenciales de la figura bajo estudio.
Los medios procesales idóneos para la exigencia de las prestaciones de servicios públicos
en términos de regularidad resultan imprescindibles en un Estado Constitucional de Derecho,
puesto que, en definitiva, el servicio público tiene como fin satisfacer necesidades públicas. Por
ello se le acuerda, conforme el caso y sus circunstancias, a cada usuario de un servicio público
recursos y acciones que pueden ser administrativas, judiciales o contencioso administrativas.
Recordemos que cuando el administrado tiene un derecho subjetivo puede ejercerlo para el
efectivo cumplimiento de la prestación que su necesidad requiera. Particularmente, cuando se
encuentra en una relación de servicio público impropia, el régimen del Derecho Privado,
eminente sobre el vinculo obligacional, acuerda al administrado amplios recursos para la
efectivización de sus derechos, esencialmente cuando esta relación entra en el campo de acción
de la relación de consumo, la cual tiene gran relación con nuestro objeto de estudio. En esta
temática, amplia jurisprudencia ha opinado que los medios que otorga la Ley de Defensa del
Consumidor resultan ampliamente efectivas y viables para accionar por prestaciones de servicio
público deficiente, criterio que ha recogido parte de la jurisprudencia santafesina al recordar que
“la tutela de cualquier derecho infringido por la prestación de un servicio público halla su mayor
eficacia mediante la vía asignada por el art. 53 de (a ley 24.240) de defensa del consumidor, que
prevé que cuando resulten objetivamente afectados o amenazados los intereses de los
consumidores o usuarios podrán ser ejercidas acciones judiciales tendientes a la cesación de sus
causas, pues la naturaleza sumarísima de esta acción se presenta como el remedio idóneo para
lograr el restablecimiento inmediato de los derechos conculcados” (Donnet, Eduardo J. y otros c.
Telecom Argentina Stet France - Telecom S.A; Cam. Ap. Civ. y Com Santa Fe Sala II;
10/08/2004; La Ley online; cita online AR/JUR/5996/2004).
Veamos casos en particular, propuestos por Marienhoff, con respecto a la tutela de los
derechos de los usuarios y su protección:
Ante una aplicación indebida del sistema legal del servicio, si la prestación está a
cargo directo del Estado, puede promoverse recurso administrativo y, eventualmente, recurso en
sede contencioso administrativa o civil ordinaria. Pero si la prestación estuviese a cargo de
concesionario, puede entablarse recurso administrativo para que la Administración Pública actúe
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sobre la actuación del concesionario, es decir, por vía indirecta. Sin perjuicio de ello, si el recurso
no prosperase, el usuario puede acudir a la faz privada de la relación con el prestador del servicio
y promover demanda en sede jurisdiccional.
Ante una autolimitación de la responsabilidad del prestador del servicio, la vía propia
para contrarrestar este actuar ilícito es la jurisdiccional de instancia ordinaria.
Ante una prestación defectuosa del servicio (que determina perjuicios al usuario),
puede promover recursos administrativos o recurrir a la justicia ordinaria o a la contencioso
administrativa, dependiendo de cada caso, para promover la acción resarcitoria. Pero si la acción
es de daños y perjuicios entre organismos estatales, la causa deviene a fallo arbitral del
Procurador del Tesoro de la Nación, o bien, del Poder Ejecutivo, conforme el monto que se
reclama.
Por último, y en sentido genérico, no se puede descartar el uso de la acción de amparo
cuando concurran las circunstancias de “existencia de arbitrariedad o ilegalidad manifiesta y la
demostración de que el daño concreto y grave ocasionado” (Recurso de Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Contencioso Administrativo Federal nº 187.343/02 del 29 de Noviembre de
2004; Sentencia de Sala III, 29 de Noviembre de 2004).
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Actividad: 3.2. Remita al entorno virtual un trabajo en el cual exponga una idea central
común de los dos autores citados, en orden a conceptualizar el servicio público en este nuevo
siglo. En segundo lugar, traiga a esa idea central argumentos complementarios extraídos del
Dictamen Nº 805/2003 y de lo que el grupo estime, libremente, del material entregado para el
primer parcial.
Ideas preliminares.
A lo largo de la exposición del presente trabajo hemos dado análisis sobre cómo el servicio
público viene a cumplir los fines que reclaman las necesidades de los ciudadanos en cuanto a su
margen mínimo de derechos fundamentales, es decir, las necesidades básicas cubiertas por los
servicios que brinda el Estado por sí o por particulares.
Vimos, a su vez, que ese régimen constituye un núcleo reglamentario específico por el fin
propio que detenta, lo que hace que el servicio público sea de titularidad exclusiva del Estado,
que en determinadas oportunidades coloca su prestación en cabeza de los mismos administrados
pero que, en este caso, la actividad del particular estará sujeta igualmente a un régimen de
contralor estatal que brinda la nota fundamental del servicio público como una actividad de
vinculación legal imprescindible, y que por tanto, al ejercerla, el particular se somete a un
régimen de Derecho Público (en cuanto al contrato que lo une con el Estado y todas las
limitaciones y obligaciones que se le asignan por tal).
También, ha quedado manifiesto que el fin último que cumplen las prestaciones de estos
servicios es el fin común de interés comunitario, es decir, el interés público, génesis de la
regulación y control que se ejerce sobre los particulares prestadores. Es este fin de interés público
lo que motiva y da lugar al sistema entero de la prestación de los servicios públicos, al decir de
Salomoni, “si el servicio público persigue un propósito público, entonces, se identifica con el
interés público… Entonces el servicio público sería una de las formas específicas que adopta
el interés público como institución genérica. Ello implica la existencia de un régimen de
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las actividades desplegadas por los concesionarios a partir de la participación de aquel en los
mecanismos de control ejercido por organismos estatales, o de forma directa. Y más aún, el
doctrinario considera que el campo de acción de los usuarios en el servicio público no se agota
solamente en el control ulterior de las actividades emanadas del prestador del servicio, sino que
también se proyectan sus derechos a partir de la incidencia en la toma de decisiones.
Respecto de esto último, Balbín considera que es necesaria la creación de diversos
mecanismos que aseguren la participación de los particulares en la relación del servicio. Cita a
su vez algunos sistemas que se han instituido en la normativa vigente para la incorporación del
usuario en las participaciones del régimen de la prestación de servicios públicos (sistemas,
algunos, cuyo análisis hemos desplegado en trabajos anteriores), a señalar:
El Decreto 1172/2003 y otros marcos reguladores, a nivel nacional, que incorporan la
participación de actuales y/o potenciales usuarios interesados en el proceso de elaboración de
normas respectivas. También es de resaltar el sistema de audiencias públicas que introduce dicho
decreto, que rige en el marco de los entes reguladores para abrir cauces al debate en la toma de
decisiones sobre los proyectos sujetos a resoluciones administrativas. Si bien estos mecanismos
se limitan a la presentación de observaciones por los particulares, las que no han de resultar
vinculantes para la ulterior decisión de la Administración, no deja de ser un espacio que da voz
del ciudadano, advirtiendo, además, la importancia que cobrará la motivación de aquellas
decisiones tomadas que sean divergentes con las opiniones vertidas.
Técnicas de participación ciudadana desde los órganos de gobierno, y asesoramiento de
los entes reguladores, los que surgen a partir del artículo 42 de la Constitución Nacional por el
cual se prevé que “la legislación establecerá procedimientos eficaces para la prevención y
solución de conflictos, y los marcos regulatorios de los servicios públicos de competencia
nacional, previendo la necesaria participación de las asociaciones de consumidores y usuarios...
en los organismos de control”.
Ideas concluyentes.
Con el despliegue de las ideas vertidas en este análisis, vemos entonces que comienza a
gestarse, desde la puja de la doctrina y la jurisprudencia, una tendencia a repensar la situación del
usuario en lo referente a su incidencia en la relación compleja que se establece a partir del
contrato de concesión del servicio público, principalmente en cuanto a su interés directo en la
ecuación económica que define el sistema tarifario de las prestaciones y, a su vez, su incidencia
en los sistemas de control y en la creación del marco regulatorio para la toma de decisiones que
hacen al contenido del servicio público.
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No podemos dejar de ponderar el hecho de que todo ello coincide plenamente con el
concepto y principios que emanan de un Estado Constitucional de Derecho, puesto que si
demarcamos al servicio público como el mecanismo que asegura el cumplimiento del fin público,
el destinatario de esta acción no es sino el ciudadano, y comprender al sistema de la prestación
del servicio público desde una óptica que centre a la comunidad como norte de todo el desarrollo
de esta actividad, constituye un mecanismo más para concretar en la realidad práctica, de forma
efectiva, los postulados que reza el moderno Estado Constitucional de Derecho en el marco de un
sistema democrático que se proyecta hacia el ciudadano y sus necesidades.
Estos precedentes y postulados doctrinarios constituyen el primer eslabón de la cadena del
proceso encaminado a la evolución del sistema de la prestación de los servicios públicos en este
orden de ideas, proceso en el cual la participación ciudadana constituye un aporte imprescindible
y del cual todos formamos partes, no solamente como potenciales destinatarios de estos servicios,
sino como ciudadanos comprometidos con el cumplimiento de los fines públicos.
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