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1

Sobre el gran Otro

“Pero… ¿viste a ese otro?”, “¿Está ahí el otro?”. Este matiz, más que peyorativo, viene a mostrar en qué el otro es
aquel de la alteridad. Es aquel de la alteridad de los trapos y de las servilletas. Es bien un significante que viene a pasar de
los trapos a las servilletas1. Y en latín, mismo destino: con iste, mismo pasaje de un S1 a S2 : multae istarum arborum:
“Muchos de esos árboles que ves”; y iste centurio: “Esta especie de centurión.” Para ver los árboles, ninguna necesidad de
otro, pero para hablar de la especie de centurión, ¿cuántas otras especies hace falta suponer, cuántas otras especies, cuántas
especies respecto de los otros? Lo esencial es “suponer”. ¿Habría un lugar donde sería posible encontrar todas estas
especies? Todas estas especies de centuriones y otros.
La sonrisa que espera la madre de parte del bebé, he ahí una espera que tiende a propulsarla fuera del lugar de la
Cosa, fuera de lo que Lacan llama el objeto mismo. Del momento que ella espera esa sonrisa, la madre hace don al niño de
la capacidad de sonreír, es decir que ella está desde ya consediendo esta anticipación, este crédito, esta hipótesis.
Es en la medida en que ella va a hablarle su demanda, que va a enviar significantes de ese lugar que es el suyo, a
partir del momento en que ya no está más en el lugar de la Cosa. Es sin duda de ese lugar que adviene el gran Otro (tesoro
de lo que ella tiene que decir), tesoro de lo que ella tiene que decirle al niño: “mi tesoro” por ejemplo, porque el tesoro no
está solamente en una caja fuerte, es también el tesoro, “mi tesorito”. Del momento que el niño responde por la sonrisa,
expresa el rasgo por el cual la madre, en el lugar del gran Otro, ha devenido radicalmente otro –el tesotro 2 (trésautre). Para
ese bebé, van a faltar tres meses para poder responder, es decir, para poder sonreír.
No se trata aquí de marcar una etapa de tres meses, etapa de la sonrisa que parte de un origen, sino de mostrar que
la competencia del niño para aceptar al otro necesita de un plazo. Este plazo no es nada sin el crédito que le hace su madre,
crédito que la eleva más allá de la posición de la Cosa. De manera que es a cada uno de ellos, la madre y el niño, que hay
que suponer un gran Otro.
Se comprende bien que la ausencia de esta suposición va a tener consecuencias, por ejemplo, en el caso que la
madre diga acerca de su hijo “(Eso) 3 Vomita, llora, se mea”. Por cierto que, a esta audición, el niño en cuestión está en un
movimiento de repulsión, de retroceso activo frente a los avances de su madre. Se encabrita, se opone como espantado. Se
está lejos, en dicho caso de esta alternancia de posturas de la madre y del niño, cada una anticipando la otra acompañante.
La madre anticipa al otro que acompaña con sus palabras [4]. Es esta alteridad del gran Otro de la madre y del gran Otro del
niño que necesita del transitivismo de la madre. El hecho que se identifique (el niño), en dichas condiciones de transitivismo
materno, lo que ella le dice se traduce desde entonces en una identificación, hablando con propiedad, transitivista, que de ser
acompañada de los significantes proporcionados por la madre, le permite sobrepasar la relación puramente imaginaria con
ella, atravesar la línea a-a’5 del mimetismo de la imitación.
¿Cómo concebir entonces esta alteridad? Pensamos que es la primera pregunta que plantea la idea de gran Otro. Es
preciso que el niño pueda investir lo que está fuera de su yo, que se encuentra defendido por las pulsiones de conservación,
lo que no puede hacer sino invistiendo a su madre; sin embargo está en la necesidad de ubicarla también fuera de su yo,
entre todo lo que es exterior al yo, operación que no es posible sino en la medida en que la madre no es destruida. De
manera que lo que es exterior al yo puede en esas condiciones ser investido como algo fuera de su yo. Al parecer, esto no
puede alcanzarlo más que por la función de transitivismo de la madre, es decir, de lo que ese transitivismo comporta de
simbólico. ¿Cómo? : Cuando la madre es situada por el yo del niño en los limbos exteriores, el gran Otro retoma de este
exterior todo lo simbólico transmisible por el discurso que ella va a tener con su hijo. Pensamos que es en este sentido que
Lacan habla de “tesoro de los significantes” y de que el gran Otro se sostiene de sí mismo como otro lugar, como coartada,
de ahí la alteridad.
En sus Escritos, Lacan dice del gran Otro que es algo que no existe, que no tiene lugar alguno. También nos parece
interesante referirnos a la etimología para saber de dónde viene la palabra “otro”. Viene de alius que significa “el ajo”
[habria que buscar en un diccionario latín-español y poner un pie de página] ; el origen de otro, es “ajo”, el que
ponemos en los alimentos; el ajo es otro en cuanto al gusto. Lo que se observa al estudiar el origen de alius es que significa
lo otro pero siempre hablando de más de 2 : es necesario que haya al menos dos para que haya el otro. Significa también lo

1
Referencia a passer des torchons aux servilletes, locución francesa que remite a la diferenciación hacia el otro establecida
socialmente. De diferencia social, de estrato social, de exclusión social.
2
Neologismo de tesoro (trésort) y otro (autre); en francés también homónimo de muy otro (très autre).
3
En francés ça, contracción de cela, esto, eso, aquello. En el texto en francés se lee “Ça vomit, ça pleure, ça pisse ”. 
4
[Una vez releido, pienso que lo que sigue puede borrarse] En el texto en francés existe un desplazamiento de sentido a
partir de un mismo significante que no se logra en español. Se lee: ... de cette alternance des postures de la mère et de
l’enfant, chacune anticipant l’autre qu’elle accompagne. La mère anticipe l’autre qu’elle accompagne de ses paroles.
Optamos por una traducción donde de la referencia a las posturas se pase al otro.
5
Cf. J. Lacan, Les Écrits, Paris, Le Seuil, 1966, p.53.

1
que es diferente, así formas adverbiales van a significar, por ejemplo, alguien otro que yo, oponiéndose suus o a propius.
Del sentido de lo que es otro, se va a pasar a lo que es el prójimo, luego a lo que es lo extranjero. Y de ahí, a lo que es hostil,
es decir hostis que es indicativo tanto del huésped, aquél que recibe, como del enemigo declarado.
De ahí alius va a resultar “alejar, volver extraño, alienar” y finalmente alter, o sea uno de los dos, el otro hablando
esta vez de dos: el uno el otro, el siguiente, el segundo, el mañana, otro por oposición a un individuo determinado y que
indica por eufemismo que una cosa llega de otro modo que como debería; de ahí alterar, falsificar, corromper y finalmente
cometer un adulterio. Alius ofrece también la alternativa: una de dos, el altercado, la querella, la disputa. De suerte que en
latín, el otro al que hacemos referencia no está nunca solo, no es nunca un otro que sería un Todo otro. Aquellos que
practican la etimología notan la importancia en latín de la letra “L” en alius. Para decir el otro, en griego y en germánico, es
la letra “N”, el radical “N”, que son indicativos.
Por otro lado, es interesante comparar hallos en griego a hétéros y a eteos: eteos, es lo que es verdad, verdadero,
auténtico, es la verdad, es lo que es, hablando con propiedad, del real; y eso da eteon, verdaderamente, etumon, lo
verdadero, la verdadera etimología “encontrar el sentido verdadero”. Por lo tanto, lo verdadero, lo justo, incluso lo bello, no
tienen la letra “R” en griego. En heteros[no debería estar con acento esta palabra como antes? – hay que buscar como
se escribe en griego], la letra “R” introduce una duda, una alternativa, una elección posible, una de dos, una dualidad. No se
está más en la verdad, lo verdadero, lo auténtico ni incluso en el fondo en la realidad. Con la negación, ese heteros va a dar
lo neutro. En griego es la verdad, lo verdadero, que solamente daría cuenta del otro.
Recordemos que, para Freud, la palabra otro se refiere al juicio de atribución, a todo lo que está puesto fuera del
yo, a todo lo que le es exterior al punto de serle inexistente, puesto que le es indiferente; lo que deja suponer, teniendo en
cuenta esta exigencia del yo primordial, que los sujetos atraviesan por un tiempo en que la lengua de los otros, la lengua
común, es por ellos rechazada fuera del yo, afectada de la cualidad negativa, situada como totalmente exterior, otra al yo.
Sin duda, el sujeto prefiere lo que se refiere a la relación privada del niño con su madre, lo que Lacan llama “lalengua”
(lalangue). Uno encuentra ahí algo del narcisismo primario, todo es otro para el sujeto, todo le es primero exterior y se sabe
que para salir de ese narcisismo, es preciso que la libido invista positivamente al otro, que el sujeto esté enamorado de lo
que le es otro o extranjero al punto que este extranjero pase a ser un otro yo.
Entonces y solamente entonces, el niño tiene acceso a lo que le es a la vez otro y familiar, su reflejo, en el espejo.
Esta imagen es simbólica, porque es simbólica de la primera castración.
Antes de esta castración, todo es otro para el recién nacido hasta, inclusive, su madre que está en el lugar de la
Cosa. Todo le es entonces sin-sentido y de ese sin-sentido sólo el discurso de la madre en el lugar del gran Otro puede hacer
emerger sentido, es decir, mensajes. Quiere a su madre, quiere lo que le es otro, extranjero, hasta que se dé cuenta delante
de un espejo que ese gran Otro no era sino su propia imagen, que el mensaje que le proporcionaba el discurso no lo
destinaba sino a hacer del yo todo lo que le era otro; “¡pero, soy yo!”, yo volviéndosele de golpe también completamente
otro y familiar.
Es así que la madre que hasta ahora ocupaba el lugar de la Cosa, das Ding, se encuentra arrancada de su soporte.
Dicho momento, que Freud relaciona a aquel donde el seno deviene un objeto, cuando el cuerpo de la madre en su totalidad
es descubierto como tal por el niño, el mismo impulso hace caer Das Ding, la Cosa, y acceder al niño a su imagen especular.
Es en ese doble movimiento que el transitivismo de la madre hace acceder a través de su palabra esta imagen al registro
simbólico.
Si esta función materna transitivista de acceso de la imagen al simbólico es desfalleciente, o resulta que el niño no
puede escucharla, nos encontramos delante de una conjunción – a nuestro parecer- altamente indicativa de la determinación
de los estados psicóticos o autistas :
- por una parte la madre, confundida con Das Ding, queda fijada en el lugar de la Cosa; en su incapacidad de transitivar, le
es imposible hacer advenir el significante madre al lugar de la Cosa;
- por otra parte, veremos que el niño es presa de la segunda fase del narcisismo, aquella de la revelación de su amor por su
propia imagen, que lo lleva a la muerte.
Esos dos movimientos confluyen en un destino mortal prometido al niño, quien desde entonces se siente llevado a
su disparición (perte). Esta muerte y esta disparición no son necesariamente físicas, pero infaltablemente golpean al sujeto
en el significante que lo representa.
La relación especular al espejo del niño hace también la primera metáfora: la imagen no encuentra sentido para él
sino en el no–sentido, a saber, un reflejo. A ese no-sentido, el discurso del gran Otro de la madre intenta también darle
sentido, no necesariamente por una metáfora, sino por una metonimia, una explicación, una palabra : “¡Mira, ahí está
Pablo!” o “Si... ¡Es Pablo el que vez ahí!”. El gran Otro en sentido estricto es una metáfora y lo que procede del gran Otro
no vale como mensaje sino por una metáfora; en todo encuentro sobretodo con el pequeño otro, el semejante, es el no-
sentido que prima.
Esta cuestión del sentido y del no-sentido es suficientemente esclarecedora de lo que es la “díada” : la díada, es el
no-sentido, es decir que no hay ningún sentido en la díada; el sentido llega, por así decirlo, de la hipótesis que hay un gran
Otro.

2
Lo que queremos intentar poner en juego para comenzar, es que ese gran Otro corresponde a una hipótesis hecha
en el otro, al crédito que se le puede dar, tanto de la madre para el niño como del niño para la madre. Pero ese gran Otro no
existe en tanto que estaría a la vez en el niño y en la madre. El gran Otro es ese lugar ocupado por * la madre, pero ella se
sostiene* también en el lugar del gran Otro del niño: mejor aún, ella se mantiene* necesariamente ahí. ¿El gran Otro es un
lugar? ¿Se trata de un lugar geométrico, o uno se refiere a un lugar determinado de la madre, que se encontraría ahí y no en
otro lado? La cuestión que se plantea es entonces: ¿Tiene la Cosa un lugar y la madre por no ser más una Cosa va a mudarse
(déménager) en el gran Otro? En este cambio, no hay que suponer que hay una casa a la cual uno se muda, sino más bien
algo que hace que el ménage entre la madre y el niño es dé-ménagé, es des-hecho (dé-fait)6, y que precisamente a partir de
ese momento, esta demolición del ménage implica al mismo tiempo la suposición de un gran Otro. A falta de gran Otro, es
siempre sobre el eje a-a’ que nos encontraremos, es decir, en una relación estrictamente imaginaria. Travesía esencial de la
cura : llegar a abandonar la prevalencia dada al eje a-a’ imaginario. Eso no significa que este eje va a desaparecer sino que
ya no es más él el esencial; en la relación de la madre al niño, este eje es de entrada muy importante, y conviene que la
madre lo sostenga con el niño con respecto a ese lugar tercero inencontrable que es el gran Otro. Como lo hemos precisado
en relación a la etimología de alius, la cuestión del real de la letra se plantea aquí. A una letra de diferencia, hay otro o no lo
hay. Es eso lo que nos interesa. Es decir, que el gran Otro en una cura se hace escuchar solamente si hay tal o cual letra en el
discurso, y es ella que ha de ubicarse. Al respecto. ¿Si es en la letra que se presenta una distorsión esencial, aquella de la
duda por ejemplo, qué pensar? La duda, en efecto, no puede suponer dos pues si la elección supone ese dos, la duda implica,
ella, que llega además de los dos (la cura de la neurosis obsesiva lo verifica sin cesar: ¡De modo que las curas que se dirigen
con los niños no se distinguen de la de los adultos!). Viniendo además del dos, obliga a contar hasta tres. He aquí un
ejemplo clínico : a los 14 años un adolescente recibió órdenes de sí-mismo concerniendo los malos pensamientos que
alimentaba respecto de sus pares. Decidió, lógicamente, hacer desaparecer todo lo que era contrario al Bien, de manera que
todos los verbos devinieron imperativos perdiendo su Yo (Je). Esta lógica implacable devino un estrecho carcan7; y hace
algunas semanas, escribió sobre una hoja, después de una sesión, las leyes que se aplica, “con la consecuencia ineluctable
que no son completamente aplicables, entonces discutibles, entonces permiten una duda, entonces que ellas no son leyes
verdaderas”. Lo que le permitió oponer otra lógica a su lógica. Lo que indicamos anteriormente, del cambio entre la letra
“L” y la letra “R” para introducir la duda es un buen ejemplo para mostrar que el gran Otro no existe. No ex-siste, de una
cierta manera sino bajo la forma de determinantes lógicos, determinantes lógicos de la duda. En el mismo orden de ideas,
cuando los griegos introducen la negación, el hétéros, no es que la duda sea abolida, es lo neutro que aparece : la negación
de la duda, es lo neutro. Por cierto, neutralizar evoca bien el borramiento, la negación. ¡Lo que conduce otra vez a la cifra
tres!
En suma ese contar tres es el lugar topológico donde el gran Otro no puede no intervenir. Por ejemplo, cuando
Freud habla de las fronteras respecto de la fobia : el lugar estratégico, el lugar de avanzada que es conservado por
defensores y que vienen a invadir los enemigos, porque ahí hay el otro y el hostis, se ve bien que hay un doble sentido, pues
ese lugar fronterizo o bien está ocupado por tropas amigas o bien por tropas enemigas. Hay una frontera con señal de
alarma, pero ahí no hay gran Otro; es en este sentido que en el psicoanálisis, el concepto de gran Otro es una revolución
considerable.
En El acto psicoanalítico, seminario de 1967–1968, Lacan sostiene que existe un inconsciente sin sujeto, es decir
compuesto únicamente por significantes que tienen entre ellos una cierta relación, pero lo sostiene de tal manera que dice
que a falta de pensar un tal inconsciente es la represión que no puede pensarse más. Entonces, del momento que ese
concepto de represión es retenido, es preciso pensar un Inconsciente sin sujeto y constituido solamente por significantes. Es
por cierto ahí también que él evoca la disparidad subjetiva, puesto que es la cuestión de la transferencia, esta disparidad, y
es también la cuestión del inconsciente tal como lo piensa Lacan, este inconsciente que no existe por sí mismo y que no
existe sino porque al menos dos sujetos en su disparidad van a tener entre ellos un cierto intercambio discursivo 8.

*
Como ya se ha señalado,[Depende si se deja la nota 4] existen en el texto en francés innombrables desplazamientos de
sentidos a partir de un mismo significante. Los autores hacen aquí referencia al verbo tenir con todos los juegos que en
francés dicha forma gramatical permite. Los asteriscos marcan los puntos en que hubo que traducir al español el significante
en cuestión. Nos vemos con ello forzados a reducir la gama de sentidos para dar una coherencia al texto español. En el texto
en francés figuran respectivamente : où se tient, elle se tient, elle s’y tient.
6
Los autores hacen uso de un juego de palabras entre déménager y ménage que en español no es posible conservar. Lo que
comienza como una mudanza o desmontaje del lugar de la madre como Cosa hacia el lugar del gran Otro, va luego a hacer
referencia al ménage existente entre madre y el hijo y a como éste es des-hecho.
7
Collar de fierro con que se exponía a la vergüenza a los delincuentes. Esta pena, que consistía en estar atado a un poste,
fue suprimida en Francia en 1832.
8
Christiane Lacôte a desprendido muy bien la enseñanza que se puede extraer de ese seminario en su obra L’Inconscient,
Domino, París, Ed. Flammarion, 1998.

3
Es en este sentido que él dice que no hay otra definición posible de la función del inconsciente “en la medida que el
inconsciente freudiano no es ese lugar oscuro, primitivo, arcaico al cual estamos habituados”. El inconsciente en efecto
supone dos sujetos y el inconsciente es siempre de un registro completamente otro en el movimiento instaurado como hacer,
instaurado por este acto, movimiento tomado en el acto del psicoanálisis que es precisamente, este acto, de soportar la
transferencia. Es en la medida en que este acto psicoanalítico soporta la transferencia, que por naturaleza es para soportar,
que precisamente el inconsciente sobreviene. Porque, en efecto, para que haya algo reprimido, es preciso que no haya
sujeto, lo que prueba bien que hay de entrada dos sujetos y dos grandes Otros, y que no puede haber un sujeto y un gran
Otro como, por ejemplo, la madre y su inconsciente. Esto se opone a las teorías del desarrollo según las cuales habría al
comienzo una madre y su gran Otro, luego progresivamente vendrían a instalarse un gran Otro y un sujeto en el niño, del
mismo modo como se piensa un origen mítico o una génesis de la palabra: el neologismo “hablaser” ( parlêtre)9 creado por
Lacan, “aruina la cuestión mítica del origen de la palabra o de su génesis”, recalca S. Leclaire 10. Esta concepción que es la
de una teoría del desarrollo de la relación de objeto culminaría, después de una indistinción sujeto-objeto, a “la
individuación” de un sujeto, es decir, en ese caso, de un Yo en relación al objeto. Lo que no deja de tener consecuencias en
la cura.
Así, el hecho que haya de entrada dos sujetos y dos grandes Otros entre la madre y el hijo plantea el problema tanto
del origen de la psicosis como del autismo. Y para nosotros, el no tener en cuenta esta simultaneidad necesaria origina un
obstáculo teórico que viene a estorbar en la metapsicología de la psicosis y del autismo, tal como puede desprenderse en una
perspectiva del desarrollo. El llamado incesante al imaginario con la esperanza que es de él, es decir, de la pulsión, de donde
vendría a instaurarse el gran Otro del niño, nos parece destinado a un callejón sin salida. Del momento en que se insiste
sobre el imaginario en juego en ese proceso, se comprende el subsecuente resultado cronico de lo simbólico al ejecutar una
toma sobre lo real. Si se reduce el “estadio del espejo” a los esquemas ópticos de Bouasse y a lo representativo, se deja de
lado lo que dice Lacan en el título de su artículo, a saber, que con la ocasión de ese estadio emerge el Yo ( Je). Esos
esquemas no pueden dar cuenta de la funciones del objeto pequeño a, funciones que no se desprenden sino de los efectos
del simbólico. Por el contrario, considerar dos sujetos y dos grandes Otros vuelve necesario el recurso al simbólico. De esto
resulta una disparidad subjetiva, una disarmonía, una hiancia. Para que haya disparidad de los sujetos, es preciso que haya
disparidad de los grandes Otros. El sujeto representado por un significante elegido por el niño en el gran Otro de su madre
respecto de otro significante que ella distingue en el gran Otro del niño muestra precisamente esta necesidad.
Aquí se plantea un problema que debemos intentar abordar para resolverlo, es aquél que yace en la diferencia que
hace Lacan entre el gran Otro y el inconsciente. Esta diferencia, localizable en el Seminario XI y en el El acto
psicoanalítico es una cuestión que aborda en muchas ocasiones. Pues hay de ciertamente un inconsciente sin sujeto, es
decir, un conjunto de significantes que no tienen entre ellos más que una relación de pura significancia lógica: la cadena
significante. Este inconsciente hay que pensarlo como tal, sin lo cual es la idea misma de la represión que no puede más
sostenerse. Por otra parte, Lacan indica que existe un gran Otro también constituido de significantes pero éstos no pueden
pensarse, en su articulación lógica, independientemente del sujeto. Es esencial recalcar que hay significantes sin sujeto, pero
a partir del momento en que la represión existe, no se los puede concebir independientemente del sujeto. Este sujeto es por
cierto aquél que origina tanto el inconsciente como el gran Otro; en El acto psicoanalítico, Lacan lo demuestra de la
siguiente manera : ningún inconsciente puede sostenerse si dos sujetos en su disparidad no contribuyen a ello. Establece, en
los Escritos (“Subversión del sujeto y dialéctica del deseo”) y en el Seminario Las formaciones del inconciente [*] (1957-
1958), que es el sujeto de por su discurso que es constitutivo y del gran Otro, y de la demanda, y del deseo, y de la
represión. Esta presentación permite mostrar que la noción de disparidad es absolutamente central, necesaria en la medida
que ella se sostiene a la vez sobre el sujeto y sobre el gran Otro. Además ella es necesaria en esto: solo ella permite pensar
la castración en el sentido de la represión. Sin represión, es decir, sin castración, hay forclusión. Es necesaria finalmente
para pensar la relación madre e hijo que no es solamente una imagen especular, sino también dispar, es decir no aparejable.
Esta necesidad se impone si se quiere efectivamente poder pensar de una vez dos sujetos y dos grandes Otros, puesto que es
nuestra hipótesis: es dos o nada. Podemos añadir que gracias al transitivismo entre una madre y su hijo, este intercambio
discursivo no toma sentido y efecto sino porque está constituido de la hipótesis que formula la madre a su hijo sobre sus
demandas. Lo que necesita, lógicamente, que ella haga la suposición primordial de un saber en su retoño y no solamente de
un saber sino también y asimismo, de un gran Otro. En suma, dos sujetos se están así en presencia por su disparidad, que
supone una disparidad de represiones y de dos grandes Otros.
Cada uno de los dos es evidentemente “dispar”, es decir que el gran Otro del niño, si así puede decirse, no es
homólogo, no es homotético al gran Otro de la madre puesto que, como lo hemos intentado mostrar en el transitivismo, es
precisamente la madre quien viene a constituir, si se puede emplear esta expresión, el gran Otro del niño diciéndole: “Tienes
frío.” “Tú tienes frío”, es decir que ella hace un llamado al sujeto que sabe: ella le atribuye un saber: “Tú tienes…”, hace un

9
Parlêtre: Parler + être, lo que puede ser traducido como habla + ser: “Hablaser”.
10
Confrontation III, Paris, Aubier, 1980.
*
[Habría que confirmar los títulos. Debe de haber un concense al respecto.]

4
llamado al saber del niño diciéndole “tú tienes frío”. Como lo dice Lacan, no hay saber sin sujeto. Es un punto sobre el cual
se puede insistir: no es la misma cosa decir que hay significantes sin sujeto, que decir del gran Otro del niño que está
constituido de significantes que su madre tomaría de su propio gran Otro para encajarlos en el niño. Son significantes que
ella le dirige en la medida en que el niño sabría, es decir, donde éste sería sujeto. Se trata entonces de una disparidad de
lugares. No es el gran Otro de la madre que desborda sobre el niño puesto que ella lo supone sujeto; es entonces hacia su
gran Otro a él que ella dirige un significante. Esta suposición de un sujeto por la madre en el niño implica en él una posición
de disparidad respecto a su madre como sujeto, sujeto representado por un significante respecto de un otro, en el propio gran
Otro de la madre. Es en este sentido que se puede decir que hay disparidad, y no disarmonía. En efecto, si consideramos lo
que acabamos de describir sobre la disparidad del punto de vista de la armonía, del complemento o de la unidad, llegamos a
un callejón sin salida : habría que suponer entonces un gran Otro común a la madre y al niño. Encontraríamos por cierto en
dicho caso la tesis clásica : aquella de un gran Otro común a la madre y al niño del cual poco a poco el niño va a
individualizarse. Tendría él que tomar prestado del gran Otro de la madre. Esta hipótesis ignoraría la cuestión del sujeto tal
como es promovida por Lacan. Por cierto, no es más fácil aceptar de introducir la cuestión de un niño sujeto que lo que fue
en el tiempo de Freud el introducir la de la sexualidad en él. No obstante, nos parece ciertamente central el situar
conjuntamente la cuestión del sujeto y del gran Otro en el niño. Nos parece que esta cuestión esencial permite poder ser
esclarecida con lo nuevo que hemos elaborado respecto al transitivismo entre la madre y el niño. Así, cuando la madre dice
a su lactante “tú tienes frío”, no es únicamente a la temperatura que ella hace referencia. Ella hace referencia, a partir de esta
hipótesis que ella hace a su sujeto que tendría frío, a la presencia en su gran Otro de ese significante. De suerte que ella hace
al mismo tiempo una referencia al gran Otro del cual ese “tú tienes frío” es un metáfora. Si la madre no articula metáforas
de este orden al niño, lo destituye de su lugar de sujeto y lo priva de su gran Otro. Se ve bien que no se trata para nada aquí
de una diferenciación eventual entre un sujeto y un objeto, y que no es de un proceso de individuación que se trata cuando
hablamos entre la madre y el niño de transitivismo.
Del lado del psicoanalista en la cura, cuando se trata para él de hacer salir los significantes del niño, se trata por
supuesto de significantes reprimidos. De manera que los significantes de la interpretación del analista deben encontrar
aquellos del gran Otro del niño y no aquellos del gran Otro de la madre o de su inconsciente. Hay ahí una opción en la
dirección de la cura radicalmente diferente, en tanto simbólica, a la de una M. Klein por ejemplo. Cuando se trata de curas
de madres y niños especialmente, dos tipos de escollos se presentan :
- del lado del analista, éste busca significantes que serían comunes a la madre y al niño con la esperanza de reestablecer una
armonía, de permitirle al niño atravesar estadios evolutivos por los cuales éste no habría pasado. En ese trabajo de
reconstitución el analista niega toda disparidad de sujetos y de grandes Otros: se trata sólo del yo del analista;
- pero el analista puede estar confrontado, en el caso en que la madre no ha sido transitivista, al hecho que el gran Otro del
niño no tiene ningún significante que le sea propio.
En los dos casos nos parece esencial para el analista de hacer la hipótesis de un gran Otro en el niño. Pues es sólo a
partir de ese momento que los significantes reprimidos pueden integrar el gran Otro del niño de acuerdo con lo que dice
Freud de la represión primaria. Para él en efecto, la represión primaria es lógicamente exigida por la existencia de
represiones secundarias. Nos parece que una exigencia del mismo orden está en juego en la constitución del gran Otro y del
sujeto del niño. No solamente sobre un plano teórico –exigencia puramente lógica – pero también en la experiencia de la
palabra misma de la madre transitivista a su hijo. Cuando la madre le demanda identificarse lo que ella dice, ella le demanda
apropiarse, partiendo del principio que puesto que sabe, hay entonces un sujeto, ella le demanda apropiarse, comenzar su
tesoro de significantes. Se trata de significantes que le son propios y que van a su vez atraer a ellos significantes que son
aquellos de los discursos de los otros alrededor de él, en particular aquellos de la madre. Es porque el gran Otro existe en
uno y en el otro que el inconsciente va a poder constituirse. Y va a constituirse a partir de una división del sujeto en cada
uno de ellos. Especialmente de la división inducida por lo que hemos llamado el “golpe de fuerza” (coup-de-force)[*] de la
madre.

*
coup de se traduce muchas veces por las terminaciones –ada o –azo unidas a la palabra que significa aquello con que se da
el golpe (coup de téléphone, telefonazo). Tambien denota la vez, el turno, la ocasión. Puede perfectamente mantenerse la
idea de “golpe de fuerza” si se entiende como “golpe de suerte”.
Por otra parte forçage, podemos traducirlo como forcejo.

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