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VI Jornada de Reflexión Casa del Encuentro

Habría que discutir en un comienzo el título de esta jornada, en tanto se la llama una jornada clínica.
Bien sabemos por la historia de las palabras y también por el trabajo de Foucault, que Clínica, en su
etimología proviene de Kliné, es decir, acostado, lecho. En este estado horizontal de las cosas -a
veces enfermizas- la pregunta del médico “Dónde le duele a usted”, es la bienvenida para que en
la alianza entre el ver y el decir, el síntoma se vuelva signo que anuncia y pronostica lo que va a
ocurrir. Sin embargo, es esta lógica de recurrir al profesional para que le diga a quien va lo que le
ocurre, lo que quisiera abordar, es decir, lo que se juega en este encuentro.

Y es cierto que este momento es crucial en la Casa del Encuentro, es decir, aquello que ocurre
cuando alguien llega, o si no, cuando uno se aproxima a otro. ¿Desde dónde se dirige uno al otro?
¿Qué se hace con lo que se escucha? ¿Qué se le dice?, son preguntas que, en la práctica de Casa del
Encuentro, están latiendo, a veces en la punta de la lengua. Se trata entonces de un encuentro que
siempre es enigmático en cómo será su devenir.

La pregunta por el otro, será lo que separe y calme la inquietud por comprender. A veces, debo
decir, prefiero quedarme con la pregunta sin decirla -¿Por qué viene?- para así seguir en la
incertidumbre de este encuentro, que luego de algunos años, he visto que se va respondiendo en el
camino. Más aún, que en la Casa del Encuentro no exista un motivo de consulta para asistir, no está
si quiera la pregunta por “¿Y qué lo trae por acá?”, sino más bien, preguntas cotidianas, o diría yo,
preguntas por el otro. Preguntas no siempre dichas, sino que también, que se van poniendo en el
juego con los niños y niñas.

Pareciera entonces, que una palabra que le pueda hacer peso a la palabra clínica, es acogida.
Hablamos de una función de acogida, tomando la propuesta de la psicoterapia institucional,
particularmente de la obra de Jean Oury. Una función de acogida en tanto es una apertura al otro,
a lo espontáneo, a los intercambios, a eso que no agota ni suprime lo que se trae, lo que se lleva.
Por contrario a toda protocolarización de un encuentro, la función de acogida, tal como señala Oury,
es una suerte de matriz ética de cuidado que permite la emergencia al otro, entrega un lugar al otro:
acoger es, hacer existir. Por ello es que esta función de acogida, donde en Casa del Encuentro su
soporte es lo cotidiano, toma el encuentro como posibilidad donde el sujeto pueda desplegarse,
tome lugar y palabra en un espacio dispuesto a ser ocupado según sus tiempos, ritmos,
singularidades.

De este modo, una clínica de la función de acogida, implicará escuchar estos encuentros, a lo que
surge de aquí, a lo que fracasa, a las distancias que implican. Oury, nuevamente, decía: “estar más
cerca, no es tocar: la mayor proximidad es asumir la distancia del otro”. A veces estas distancias son
las que permiten generar un encuentro con el otro. Hemos visto que esta distancia, es la posición
del sujeto respecto al otro, a cómo viene y nos visita en la Casa del Encuentro. Ahí está la acogida
entonces a lo que va sucediendo en este encuentro. Anterior a toda palabra o motivo, está la función
de acogida. Es desde aquí donde se podrá analizar las demandas que trae el sujeto a Casa del
Encuentro.
Una clínica de la acogida donde el estilo en dirigirse a otro, permita ir a escuchar la demanda que se
articula y se pone en juego, me refiero, al registro simbólico que se articula en la demanda. En este
sentido, en la Casa del Encuentro al no existir un motivo de consulta para asistir, ni tampoco haber
programas ni talleres asociados, sino más bien una invitación a asistir para niños y niñas entre 0 y 6
años más sus cuidadores, para socializar, compartir, hablar, y para que las inquietudes cotidianas de
la crianza no se vivan en soledad y terminen por afectar el vínculo, se trata de una invitación que
deja abierto a los distintos modos que se tienen de ocupar un lugar, de estar con el otro. Es aquí
entonces, que es en el análisis de las demandas que se podrá escuchar y acoger aquello que ingresa
no para responder a la solicitud expresa y dicha, sino de acoger o de volver audible lo que cada uno
trae. Suele ocurrir que alguien que asiste a la Casa del Encuentro por primera vez, nos pregunte: “¿Y
aquí qué me entregan?”, o si no, “Me dijeron que aquí me podían ayudar con mi hijo.” También he
escuchado “Pasaba a preguntar no más” y luego se quedaban toda la jornada. Estas formas de
pasar por la Casa del Encuentro, me hacen pensar el registro de lo social e institucional que circula
en cada demanda, en cada forma de entrar. De algún modo, en estas demandas se escucha el barrio,
el entramado institucional por lo cual están inscritos quienes vienen.

Escucho también las formas que las instituciones han respondido ante el otro: “Es autista”, “tiene
trastorno del lenguaje mixto”, “es hiperactivo”, etc. Lo preocupante es qué se hace con esto, puesto
que no es el diagnóstico lo violento, sino el significante que lo asocia, limita y condena. Aquí está un
cierto modo de sufrir.

Por ejemplo, en Samuel, sus palabras tienen un valor único, literalmente, puesto que cada palabra
no está en relación a otra, sino con el objeto que toca y ve. Sin objeto, no hay palabra, o dicho de
otro modo, sin presencia no hay palabra. Recuerdo un día en que Samuel jugaba en el arenero que
está fuera de la casa y mientras tocaba un juguete, a veces decía de forma repetida la palabra que
era y su padre le repetía la misma palabra. “Oh, auto”, dice Samuel, a lo que luego su papá le
responde: “Es un auto, auto”. A veces sonríe, otras veces estas respuestas le sirven para dejar el
objeto que había tomado y encontrar otro para decir, repetir o escuchar. Las formas de acoger esto
en Casa del Encuentro me parecen interesante ponerlas en tensión respecto al modo en que se van
inscribiendo las palabras en el niño a partir de lo propuesto por Piera Aulagnier, traigo una cita suya:

Mientras nos limitamos a nuestro sistema cultural, la madre posee el privilegio de ser para
el infans el enunciante y el mediador privilegiado de un “discurso ambiental”, del que le
transmite, bajo una forma predigerida y premodelada por su propia psique, las
conminaciones, las prohibiciones, y mediante el cual indica los límites de lo posible y de lo
lícito. (p, 33)

En este caso, en Casa del Encuentro no sólo estaba la palabra del papá de Samuel, sino que también
la de otras voces. Recuerdo que estaba además la voz de Claudia, Belén y la mía que traían palabras
ante cada encuentro con Samuel. Es incluso cuando se cae Samuel golpeándose con el fierro de la
puerta, que cada respuesta que hubo, de parte de Claudia que le exclamó el dolor, de Belén que se
dirigió diciéndole su dolor, y luego la mía que en un principio lo tomé y le hablé -pues sin duda me
dolió a mi también- que se intentaba inscribir o traducir el golpe de Samuel en palabras, que incluso
ante el asombro nuestro, su padre respondió ante la caída de Samuel: “si le pasa algo, su mamá me
mata”. Más aún el asombro mío al menos, fue que en un comienzo Samuel no lloró, como si no
hubiera sentido el dolor, tardó algunos minutos para dar muestra pequeña de esa experiencia
dolorosa. Así ¿Cómo habla Samuel? ¿Qué función tienen sus palabras? ¿Para qué las ocupa?

Ese “discurso ambiental” que señala Piera Aulagnier que es predigerido y premodelado por la
madre, en Casa del Encuentro funciona a veces en un registro polifónico, donde a veces un niño le
habla a otro, o una mamá le habla a un niño que juega con su hijo. Es una polifonía de palabras que
intentan ligar de algún modo, los múltiples encuentros cotidianos que suceden. En Samuel pareciera
que sus palabras están ligadas y sostenidas en la mirada, pero que estas no suceden a distancia del
otro, sino más bien a partir del otro. Son palabras que no separan a Samuel de su padre o de su
madre, sino que son a partir del eco del otro.

Samuel es un niño que hace pensar mucho creo yo, la pregunta por cómo acoger lo que trae, óomo
acoger los acontecimientos que van inscribiendo la dimensión del sujeto que hay en sus actos. Su
madre, recuerdo que me decía la primera vez que conversé con ella, que deseaba que su hijo
pudiera hablar y conocer a otros niños, a la vez que me preguntaba cómo podía hacer una serie de
cosas con su hijo en lo cotidiano de la crianza. A veces le respondía, otras, prefería preguntar e
instalar el no-saber de su pedido, como posibilidad de pensar a Samuel.

Pienso que la función de acogida instala no sólo que la proximidad con el otro es aceptar la distancia
que propone, sino también que el encuentro con el otro, es más bien un constante des-encuentro
que pone a circular el saber que pueda haber. Así lo pienso a partir del poema de Federico García
Lorca, titulado precisamente: Encuentro.

Lo leo:

Ni tú ni yo estamos
en disposición
de encontrarnos.
Tú... por lo que ya sabes.
¡Yo la he querido tanto!
Sigue esa veredita.
En las manos
tengo los agujeros
de los clavos.
¿No ves cómo me estoy
desangrando?
No mires nunca atrás,
vete despacio
y reza como yo
a San Cayetano,
que ni tú ni yo estamos
en disposición
de encontrarnos.

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