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El deseo de no escuchar:
análisis de He nacido para verte sonreir de Santiago Loza.
A través de la larga despedida que una madre desea evitar y la presencia de un hijo que
pronto será internado a causa de su incapacidad (o falta de deseo) por responder a los
estímulos del mundo, Santiago Loza plantea con la ternura y voracidad de la maternidad, un
encuentro en el que tanto madre como hijo parecen no escucharse. Perdidos en un extenso
vez, el hijo calla, observa desinteresadamente y no expresa nada más allá del gesto de sonreir
en las últimas líneas de la obra, los personajes esperan la llegada del padre, quien será el
encargado de internar al hijo en un centro psiquiátrico. Es así como, en un intento por evitar
entre dos personajes, así como el interés por el uso de un lenguaje llano y condensado que en
la que voz parece inundarlo todo, He nacido para verte sonreir presenta nuevamente un
culpa. A través del vínculo entre madre e hijo, quienes se encuentran separados por un puente
afectivo que impide cualquier tipo de intercambio fisico o verbal, es posible evidenciar lo que
será la hipótesis de este ensayo: el deseo (o la imposibilidad) de escuchar como obstáculo que
impide un intercambio afectuoso entre la madre y el hijo. De allí que la primera intente
hacerse escuchar a través del exceso de palabras y el segundo, por el contrario, a través del
los personajes también son incapaces de decir. Por eso cada vez que la madre parece estar
más cerca de decir lo que desea, se pierde en recuerdos o explicaciones que desvían la
atención de lo importante; así mismo el hijo, quien permanece mudo e inexpresivo hasta el
final en el que, siendo cada vez más inminente la llegada del padre, sonríe como única
personal del mundo y en su capacidad para responder ante de él, la cual se manifiesta de
forma opuesta (excluyendo, de esta forma, a la otra parte): en la madre con un exceso de
del silencio.
Vemos que desde la única acotación presente en el texto, es posible evidenciar varias
cosas: los únicos personajes latentes serán el hijo y la madre, por lo tanto el intercambio
comunicativo ocurrirá solo entre ellos; el espacio es presentando como un lugar neutro, lo
cual le otorga predominancia y valor a la palabra, la cual será el único elemento a través del
cual se podrá obtener información del espacio; se describe la relación entre el cuerpo de la
madre y el cuerpo del hijo: "Ella lo rodea, lo interpela, se acerca y se aleja. Como si el hijo
fuera un sol y ella su planeta girando alrededor" (Loza, s.f, p.1). Es interesante cómo los
verbos interpelar, acercar y alejar, dan cuenta de una fuerza física que luego acentúa la
analogía de ella como un planeta y su hijo como sol: ella como una fuerza voraz que necesita
girar a través de la palabra, dar círculos permanentes, y él como un sol inmovil que está sin
decir o hacer. De igual manera, la necesidad de la madre por hacer a través de la palabra,
movida por un impulso que la eyecta, “la hace levantar, moverse en círculos”, que deja en
evidencia algo más: la culpa que siente en su contradicción por desear y no desear el traslado
de su hijo. Es quizá por eso que la madre opta por el movimiento de la palabra, los círculos
discursivos, para ver si así el tiempo pasa más lento y esa decisión ya tomada se prolonga en
el tiempo.
Es posible evidenciar a través de los circulos discursivos en los que parece enredarse
para escuchar a su hijo. Desde que inicia el diálogo narrándole a su hijo acerca de lo que ha
hecho desde que se despertó, es posible evidenciar múltiples obstáculos discursivos que dan
la sensación de que el personaje necesita acumular palabras para evitar decir lo que desea
decir y aceptar lo que debe aceptar: la culpa, el desencanto con su propia vida, las
expectativas incumplidas, la contradicción entre amar a su hijo y el haber deseado tener otra
vida.
hecho durante el día para preparar a su hijo para el traslado, son las primeras seis páginas del
texto las que dejan en evidencia la dificultad de la madre para decir lo importante (lo que ha
querido decir desde que se despertó) y el deseo de no escuchar, sino más bien de escucharse
repetir lo que ha hecho y pensado en un intento por olvidar el dolor de la separación y por
evitar aceptar el estado de su hijo. De esta manera narra todo: cómo toma el bolso que Laurita
dejó sin organizar, cómo pasa por el cuarto de su hijo y lo ve dormir, cómo se toma una
ducha, como quita las sábanas mojadas del cuarto de su hijo, cómo lo baña en compañía de
Laurita, etc.
Acompañadas de micro reflexiones que dan cuenta del deseo de la madre por dilatar
cosa que su solución momentánea. En medio de este flujo narrativo y mental, aparecen joyas
reflexivas que dan cuenta de esa intención por olvidar el presente, dilatarlo y evitar lo
inevitable: “La cuestión es que desde la puerta te miré como dormías. Pensé, así dormido
parece normal” (Lozada, s.f, p. 3). En esta cita es posible ver la añoranza de la madre por un
presente diferente, el deseo no explíticito de que su hijo pueda quedarse en casa y el deseo de
que pudiera, si fuese posible permanecer en ese estado animal de regreso a la naturaleza
original, permanecer en ese estado de vigilia. De igual manera, describe en detalle sobre sus
sábanas rotas que, como un objeto simbólico que representa la relación entre los padres y su
intimidad, adquieren una fuerza poética significativa: las sábanas como los restos de una
Una batalla entre dos que no sabemos de quién proviene o para qué ha ocurrido: si para la
lucha de poder entre padre y madre o la consumación de encuentro sexual. Quizá, esas
sábanas que se rompen sean una señal de la frustración que la madre siente de no poder tener
Vemos que ese deseo por continuar dilatando el decir lo importante (que no es otra
sus reflexiones sobre el colchón descubierto que deja expuesta su culpa y que pasa a adquirir
habita la intimidad de los cuerpos dormidos, de los cuerpos indefensos en la noche, de los
cuerpos que ya no pueden aparentar ser otra cosa, de los cuerpos que se encuentran para el
sexo; y sobre todo, el colchón como objeto que representa el quedar al descubierto, sin algo
(una sábana) encima que oculte la verdad. Este, que adquiere aún más valor cuando se
describe el peso de los cuerpos, completa su sentido simbólico cuando la madre habla del
Como si la marca hubiese sido hecha con más fuerza. Como si la caída dentro del
colchón fuese más profunda. Ahí estaban, esos dos moretones oscuros…" (Lozada,
s.f, p.5).
oscuros, es posible evidenciar señales de culpa: la madre se siente peor que el padre y por eso
pasado de cuando todo parecía ser perfecto (de cuando su hijo era normal), hacia un presente
en el que su hijo ha enloquecido y debe ser internado, hacia un futuro proximo en el que
ambos estarán separados y, por último, hacia un futuro anhelado en el que el hijo pueda ser
normal. Todos estos tiempos latentes que son descritos a través de su palabra, adquieren
tensión a medida que aparecen y la madre constata la imposibilidad de que sean verdad.
Quizá el presente sea el único tiempo en el que la madre pueda ver con claridad la verdad,
pero al ser el tiempo que no quiere aceptar, decide abandonarlo rápidamente. Es por que eso
que, después de la página 6, la madre interpela directamente al hijo con la esperanza de que él
reaccione. Ella lo intentan en repetidas veces porque cualquier señal de tranquilidad es una
posibilidad de haya cura: una en la que no sea necesaria la separación, el dolor, la culpa.
Dice en la página 5, como una anticipación: "Cuando miraba pensé: sigue durmiendo, señal
de que esta calmo. Eso me dio esperanza. Un modo nuevo de la esperanza. Que vos, pronto,
estés un día charlando así, normal, como quien dice…" (Loza, s.f).
en reflexiones para ocupar su verdadero objetivo, la madre dice: "Quiero llegar al punto. No
sé cuál es el punto pero quiero ver si llego" (Loza, s.f). Desde el inicio del monólogo el
personaje intenta llegar a un lugar que sabe cuál es, pero lo evita porque llegar a él implica
despedir lo más amado: su hijo. A partir de allí interpela al hijo de forma directa: “Yo no me
río. Miráme. Por favor levantá la vista. Miráme. Acá estoy yo. Soy tu mamá." (Lozada, s.f,
p.8). De esa manera, ella sigue intentando interpelar a su hijo a través de formas cada vez más
directas, con la esperanza de que el hijo se manifieste y ella pueda encontrar una razón para
no internarlo. Dice: “Es que lo hemos decidido con tu padre. Te vamos a internar. Un día lo
vas a comprender. Hoy no. Nosotros no damos más" (Lozada, s.f, p.15). No obstante, el hijo
no contesta porque no desea escuchar o no puede escuchar. Entonces surge una pregunta:
¿quiere el hijo estar internado y de esa manera tener más libertad?, ¿es quizá por eso que al
Si esto, que no es más de una especulación, fuese así estaríamos ante un conflicto
interesante que no se presenta de forma evidente: por un lado, la madre que desea provocar a
su hijo para que obstaculice su propio traslado (y a sí evitar la separación) y el hijo que desea
ser internado o que, al menos, no desea ejercer ningún tipo de oposición. Aunque el hijo no
también tiene un valor que, aunque no se pueda comprender con claridad, sí evidencia una
cosa: el desinterés o la incapacidad para oponserse a la decisión que ya han tomado; es decir,
declaraciones de la madre acerca del amor profundamente íntimo que siente hacia él, reafirma
la decisión de no escuchar (y por ende no decir), dejándola sola en esa revelación de su amor:
"Yo te cargaba todo el día (...) Me dolía la espalda pero no te soltaba por nada. Todo el día
conmigo. Pegados. (...) Tardaste en acostumbrarte a que tu cuerpo era solo esa parte, la parte
tuya. Sin mí" (Lozada, s.f, p. 16). Y para aumentar esa intimidad, la madre habla sobre la
La misma mirada con la que nos mirás en el baño a Laurita y a mi. Otro, en tu lugar.
Desnudo frente a dos mujeres tendría pudor. Trataría de taparse. Vos como si nada.
Eso es la locura. La pérdida del pudor. Por eso la locura es sucia. Obscena. Miráme
madre y el hijo, y que en ocasiones presenta al padre como un personaje ausente que es
descrito con atributos opuestos a los del hijo y, por ende, apartado de la intensidad del amor
de la madre (no merecedor de su amor), está sostenido por esas dos fuerzas opuestas: la de la
madre que se mueve, se levanta, gira, interpela y habla, y del hijo que permanece inmovil sin
decir una sola palabra. En ese encuentro, en el que parece no haber encuentro alguno porque
la madre está hablando para sí misma —para su dolor, para su culpa, imposibilitándose a sí
misma estar en silencio para escuchar a su hijo— y el hijo permanece inmovil, en silencio,
posicionan desde un ensimismamiento que excluye el mundo mental y emocional del otro,
instalación viva, que requiere de la intervención de otros, en la que esta oposición sea
evidente: por un lado, en medio del escenario e iluminada con una luz tenue, estará ubicada
una vasija de barro redonda y pequeña que tendrá en su interior agua; por otro lado, o como
parte de la atmósfera, se reproducirá durante varios minutos un audio en el que se repita de
forma compulsiva algunos fragmentos del texto acompañados de un sonido (que aún no
puedo precisar) que sea ruidoso. Ese contraste entre el silencio del agua en la vasija y el ruido
instalación introducir una oreja en la vasija con el propósito de escuchar las vibraciones del
agua. Como este ejercicio debe ser probado, es posible que al momento de su presentación
cambie: ya sea el objeto de la vasija por otro más eficiente o la indicación que podría
esencia lo que me interesa es crear dos espacios opuestos e invitar al espectador a vivir esa
experiencia.
Bibliografia
Garcia, José Luis (2015). Cómo se comenta una obra de teatro. Cuba: Alarcón.