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Universidad Complutense de Madrir

Máster Universitario en Teatro y Artes Escénicas


Análisis de Textos Teatrales
Estudiante: Dalia Jimena Velasco Muñoz

El deseo de no escuchar:
análisis de He nacido para verte sonreir de Santiago Loza.

A través de la larga despedida que una madre desea evitar y la presencia de un hijo que

pronto será internado a causa de su incapacidad (o falta de deseo) por responder a los

estímulos del mundo, Santiago Loza plantea con la ternura y voracidad de la maternidad, un

encuentro en el que tanto madre como hijo parecen no escucharse. Perdidos en un extenso

mónologo de 26 páginas en el que la madre describe, narra, interpela, castiga y suplica; y a su

vez, el hijo calla, observa desinteresadamente y no expresa nada más allá del gesto de sonreir

en las últimas líneas de la obra, los personajes esperan la llegada del padre, quien será el

encargado de internar al hijo en un centro psiquiátrico. Es así como, en un intento por evitar

la separación y constatar la presencia de un vínculo afectivo, la madre intenta hablar con su

hijo ausente, y de esa forma refirmar la existencia de ambos. Es como si le preguntara y se

preguntase: si te vas, ¿seguiré existiendo? Y además: ¿quién soy ahora?

Escrito por Santiago Loza, director argentino, guionista y dramaturgo, quien ha

demostrado en su trayectoria dramatúrgica una predilección por los mónologos o diálogos

entre dos personajes, así como el interés por el uso de un lenguaje llano y condensado que en

la escasez de personajes, objetos y acotaciones adquiere una mayor expresividad narrativa en

la que voz parece inundarlo todo, He nacido para verte sonreir presenta nuevamente un

mónologo, el cual podría clasificarse en el género de pieza por su focalización psicológica en

el personaje de la madre que se encuentra en el límite de su propio deseo, y por ende de su

culpa. A través del vínculo entre madre e hijo, quienes se encuentran separados por un puente
afectivo que impide cualquier tipo de intercambio fisico o verbal, es posible evidenciar lo que

será la hipótesis de este ensayo: el deseo (o la imposibilidad) de escuchar como obstáculo que

impide un intercambio afectuoso entre la madre y el hijo. De allí que la primera intente

hacerse escuchar a través del exceso de palabras y el segundo, por el contrario, a través del

silencio y la inexpresividad. De igual modo, al no existir la posibilidad de escuchar al otro,

los personajes también son incapaces de decir. Por eso cada vez que la madre parece estar

más cerca de decir lo que desea, se pierde en recuerdos o explicaciones que desvían la

atención de lo importante; así mismo el hijo, quien permanece mudo e inexpresivo hasta el

final en el que, siendo cada vez más inminente la llegada del padre, sonríe como única

respuesta. Es así como ambos personajes parecen estar ensimismados en su entendimiento

personal del mundo y en su capacidad para responder ante de él, la cual se manifiesta de

forma opuesta (excluyendo, de esta forma, a la otra parte): en la madre con un exceso de

externalización a través de las palabras y en el hijo con un exceso de introspección a través

del silencio.

Vemos que desde la única acotación presente en el texto, es posible evidenciar varias

cosas: los únicos personajes latentes serán el hijo y la madre, por lo tanto el intercambio

comunicativo ocurrirá solo entre ellos; el espacio es presentando como un lugar neutro, lo

cual le otorga predominancia y valor a la palabra, la cual será el único elemento a través del

cual se podrá obtener información del espacio; se describe la relación entre el cuerpo de la

madre y el cuerpo del hijo: "Ella lo rodea, lo interpela, se acerca y se aleja. Como si el hijo

fuera un sol y ella su planeta girando alrededor" (Loza, s.f, p.1). Es interesante cómo los

verbos interpelar, acercar y alejar, dan cuenta de una fuerza física que luego acentúa la

analogía de ella como un planeta y su hijo como sol: ella como una fuerza voraz que necesita

girar a través de la palabra, dar círculos permanentes, y él como un sol inmovil que está sin

decir o hacer. De igual manera, la necesidad de la madre por hacer a través de la palabra,
movida por un impulso que la eyecta, “la hace levantar, moverse en círculos”, que deja en

evidencia algo más: la culpa que siente en su contradicción por desear y no desear el traslado

de su hijo. Es quizá por eso que la madre opta por el movimiento de la palabra, los círculos

discursivos, para ver si así el tiempo pasa más lento y esa decisión ya tomada se prolonga en

el tiempo.

Es posible evidenciar a través de los circulos discursivos en los que parece enredarse

el monólogo de la madre, la predominancia de la palabra, así como el no deseo o incapacidad

para escuchar a su hijo. Desde que inicia el diálogo narrándole a su hijo acerca de lo que ha

hecho desde que se despertó, es posible evidenciar múltiples obstáculos discursivos que dan

la sensación de que el personaje necesita acumular palabras para evitar decir lo que desea

decir y aceptar lo que debe aceptar: la culpa, el desencanto con su propia vida, las

expectativas incumplidas, la contradicción entre amar a su hijo y el haber deseado tener otra

vida.

Aunque todo el monólogo está compuesto por descripciones de lo que la madre ha

hecho durante el día para preparar a su hijo para el traslado, son las primeras seis páginas del

texto las que dejan en evidencia la dificultad de la madre para decir lo importante (lo que ha

querido decir desde que se despertó) y el deseo de no escuchar, sino más bien de escucharse

repetir lo que ha hecho y pensado en un intento por olvidar el dolor de la separación y por

evitar aceptar el estado de su hijo. De esta manera narra todo: cómo toma el bolso que Laurita

dejó sin organizar, cómo pasa por el cuarto de su hijo y lo ve dormir, cómo se toma una

ducha, como quita las sábanas mojadas del cuarto de su hijo, cómo lo baña en compañía de

Laurita, etc.

Acompañadas de micro reflexiones que dan cuenta del deseo de la madre por dilatar

el tiempo, alargarlo infinitamente a través de la palabra y la memoria hacia un pasado


anñorable o un presente ideal, es posible ver el ruido discursivo de su mente, que no es otra

cosa que su solución momentánea. En medio de este flujo narrativo y mental, aparecen joyas

reflexivas que dan cuenta de esa intención por olvidar el presente, dilatarlo y evitar lo

inevitable: “La cuestión es que desde la puerta te miré como dormías. Pensé, así dormido

parece normal” (Lozada, s.f, p. 3). En esta cita es posible ver la añoranza de la madre por un

presente diferente, el deseo no explíticito de que su hijo pueda quedarse en casa y el deseo de

que pudiera, si fuese posible permanecer en ese estado animal de regreso a la naturaleza

original, permanecer en ese estado de vigilia. De igual manera, describe en detalle sobre sus

sábanas rotas que, como un objeto simbólico que representa la relación entre los padres y su

intimidad, adquieren una fuerza poética significativa: las sábanas como los restos de una

batalla que ocurre al anocher, en la vigilia, en lo oculto de la noche y en lo íntimo de la cama.

Una batalla entre dos que no sabemos de quién proviene o para qué ha ocurrido: si para la

lucha de poder entre padre y madre o la consumación de encuentro sexual. Quizá, esas

sábanas que se rompen sean una señal de la frustración que la madre siente de no poder tener

un hijo normal, una familia deseada.

Vemos que ese deseo por continuar dilatando el decir lo importante (que no es otra

cosa que la manifestación de que no desea internar a su hijo), se manifiesta posteriormente en

sus reflexiones sobre el colchón descubierto que deja expuesta su culpa y que pasa a adquirir

una carga simbólica-psicológica importante: el colchón como un objeto impúdico en el que

habita la intimidad de los cuerpos dormidos, de los cuerpos indefensos en la noche, de los

cuerpos que ya no pueden aparentar ser otra cosa, de los cuerpos que se encuentran para el

sexo; y sobre todo, el colchón como objeto que representa el quedar al descubierto, sin algo

(una sábana) encima que oculte la verdad. Este, que adquiere aún más valor cuando se

describe el peso de los cuerpos, completa su sentido simbólico cuando la madre habla del

hueco que ha dejado su peso:


La sombra de Rubén más grande, la mía más delgada pero más fuerte, más oscura.

Como si la marca hubiese sido hecha con más fuerza. Como si la caída dentro del

colchón fuese más profunda. Ahí estaban, esos dos moretones oscuros…" (Lozada,

s.f, p.5).

De nuevo, en las descripciones de peso, de la profundamente, de la fuerza, de los moretones

oscuros, es posible evidenciar señales de culpa: la madre se siente peor que el padre y por eso

la marca de su cuerpo en la cama es más hondo.

A través de las narraciones compartidas en su monólogo, la madre se traslada hacia un

pasado de cuando todo parecía ser perfecto (de cuando su hijo era normal), hacia un presente

en el que su hijo ha enloquecido y debe ser internado, hacia un futuro proximo en el que

ambos estarán separados y, por último, hacia un futuro anhelado en el que el hijo pueda ser

normal. Todos estos tiempos latentes que son descritos a través de su palabra, adquieren

tensión a medida que aparecen y la madre constata la imposibilidad de que sean verdad.

Quizá el presente sea el único tiempo en el que la madre pueda ver con claridad la verdad,

pero al ser el tiempo que no quiere aceptar, decide abandonarlo rápidamente. Es por que eso

que, después de la página 6, la madre interpela directamente al hijo con la esperanza de que él

reaccione. Ella lo intentan en repetidas veces porque cualquier señal de tranquilidad es una

posibilidad de haya cura: una en la que no sea necesaria la separación, el dolor, la culpa.

Dice en la página 5, como una anticipación: "Cuando miraba pensé: sigue durmiendo, señal

de que esta calmo. Eso me dio esperanza. Un modo nuevo de la esperanza. Que vos, pronto,

estés un día charlando así, normal, como quien dice…" (Loza, s.f).

Una vez llegada a la página 6, después de describir múltiples situaciones y detenerse

en reflexiones para ocupar su verdadero objetivo, la madre dice: "Quiero llegar al punto. No

sé cuál es el punto pero quiero ver si llego" (Loza, s.f). Desde el inicio del monólogo el
personaje intenta llegar a un lugar que sabe cuál es, pero lo evita porque llegar a él implica

despedir lo más amado: su hijo. A partir de allí interpela al hijo de forma directa: “Yo no me

río. Miráme. Por favor levantá la vista. Miráme. Acá estoy yo. Soy tu mamá." (Lozada, s.f,

p.8). De esa manera, ella sigue intentando interpelar a su hijo a través de formas cada vez más

directas, con la esperanza de que el hijo se manifieste y ella pueda encontrar una razón para

no internarlo. Dice: “Es que lo hemos decidido con tu padre. Te vamos a internar. Un día lo

vas a comprender. Hoy no. Nosotros no damos más" (Lozada, s.f, p.15). No obstante, el hijo

no contesta porque no desea escuchar o no puede escuchar. Entonces surge una pregunta:

¿quiere el hijo estar internado y de esa manera tener más libertad?, ¿es quizá por eso que al

final, cuando el padre está a punto de llegar, el personaje sonríe?

Si esto, que no es más de una especulación, fuese así estaríamos ante un conflicto

interesante que no se presenta de forma evidente: por un lado, la madre que desea provocar a

su hijo para que obstaculice su propio traslado (y a sí evitar la separación) y el hijo que desea

ser internado o que, al menos, no desea ejercer ningún tipo de oposición. Aunque el hijo no

manifieste de forma evidente nada, su silencio en oposición al exceso de palabra de su madre,

también tiene un valor que, aunque no se pueda comprender con claridad, sí evidencia una

cosa: el desinterés o la incapacidad para oponserse a la decisión que ya han tomado; es decir,

no ayudar a la madre en su intento por evitar su traslado.

Es interesante ver cómo la no respuesta del hijo, en relación con numerosas

declaraciones de la madre acerca del amor profundamente íntimo que siente hacia él, reafirma

la decisión de no escuchar (y por ende no decir), dejándola sola en esa revelación de su amor:

"Yo te cargaba todo el día (...) Me dolía la espalda pero no te soltaba por nada. Todo el día

conmigo. Pegados. (...) Tardaste en acostumbrarte a que tu cuerpo era solo esa parte, la parte

tuya. Sin mí" (Lozada, s.f, p. 16). Y para aumentar esa intimidad, la madre habla sobre la

desnudez compartida en el nacimiento: "Después te vi desnudo a vos. Desde que naciste. El


día que naciste vos y yo estábamos desnudos. En ese momento estaban al descubierto las

partes que por lo general se tapan" (p. 17).

Con la misma intención de provocar algo en el hijo, pero abandonando la dulzura, la

madre también tiene arranques punitivos:

La misma mirada con la que nos mirás en el baño a Laurita y a mi. Otro, en tu lugar.

Desnudo frente a dos mujeres tendría pudor. Trataría de taparse. Vos como si nada.

Eso es la locura. La pérdida del pudor. Por eso la locura es sucia. Obscena. Miráme

(Lozano, s.f, p. 18).

Todo el drama, que se ha orientado de forma cerrada y exclusiva hacia el personaje de la

madre y el hijo, y que en ocasiones presenta al padre como un personaje ausente que es

descrito con atributos opuestos a los del hijo y, por ende, apartado de la intensidad del amor

de la madre (no merecedor de su amor), está sostenido por esas dos fuerzas opuestas: la de la

madre que se mueve, se levanta, gira, interpela y habla, y del hijo que permanece inmovil sin

decir una sola palabra. En ese encuentro, en el que parece no haber encuentro alguno porque

la madre está hablando para sí misma —para su dolor, para su culpa, imposibilitándose a sí

misma estar en silencio para escuchar a su hijo— y el hijo permanece inmovil, en silencio,

sin ningún acto de reciprocididad comunicativa, no hay posibilidad de escucha. Es entonces

el exceso de silencio y el exceso de palabra lo que imposibilita lo anterior: los personajes se

posicionan desde un ensimismamiento que excluye el mundo mental y emocional del otro,

anulando toda posibilidad de intercambio.

De acuerdo con lo anterior, me interesa plantear como propuesta performatica una

instalación viva, que requiere de la intervención de otros, en la que esta oposición sea

evidente: por un lado, en medio del escenario e iluminada con una luz tenue, estará ubicada

una vasija de barro redonda y pequeña que tendrá en su interior agua; por otro lado, o como
parte de la atmósfera, se reproducirá durante varios minutos un audio en el que se repita de

forma compulsiva algunos fragmentos del texto acompañados de un sonido (que aún no

puedo precisar) que sea ruidoso. Ese contraste entre el silencio del agua en la vasija y el ruido

externo me interesa en relación con el público, a quien se le pedirá como parte de la

instalación introducir una oreja en la vasija con el propósito de escuchar las vibraciones del

agua. Como este ejercicio debe ser probado, es posible que al momento de su presentación

cambie: ya sea el objeto de la vasija por otro más eficiente o la indicación que podría

realizarse por medio de un instrumento médico como un estetoscopio. No obstante, en

esencia lo que me interesa es crear dos espacios opuestos e invitar al espectador a vivir esa

experiencia.

Bibliografia

Loza, Santiago (2014). Textos reunidos. Buenos Aires: Biblos

Garcia, José Luis (2015). Cómo se comenta una obra de teatro. Cuba: Alarcón.

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