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Carl Rogers, probablemente el vocero mejor conocido de la psicología humanista, fue uno de
los primeros miembros de la Asociación de la Psicología Humanista. Creía que a todos los seres
humanos los motiva fundamentalmente un proceso dirigido al crecimiento, al que denominó la
tendencia a la realización (Rogers, 1963). Rogers abordó el problema de proporcionar eviden-
cia empírica a favor de la psicología humanista mediante la investigación.
LA TENDENCIA A LA REALIZACIÓN
Rogers (1961a) propuso que toda la motivación se subsume bajo un proceso fundamental, la
tendencia a la realización, es decir:
La tendencia direccional que se hace evidente en toda la vida orgánica y humana —el
impulso a expandirse, extenderse, desarrollarse, madurar—, la tendencia a expresar y
activar todas las capacidades del organismo, o el sí mismo (p. 351).
VIVENCIA EXISTENCIAL
Una persona abierta a la experiencia muestra “una tendencia creciente a vivir en plenitud cada
momento” (Rogers, 1961a, p. 188). La experiencia cambia y cada momento permite emerger al
sí mismo, cambiado posiblemente por la nueva experiencia. Parte de la persona participa en
cada momento de la vivencia existencial, pero parte es un observador del proceso. Esto “signi-
fica... un máximo de adaptabilidad... una organización fluida y cambiante del sí mismo y la per-
sonalidad” (Rogers, 1983, p. 288). El sí mismo no se experimenta como una entidad fija sino
como un proceso fluido. La experiencia no es rígida y estructurada.
CONFIANZA ORGÁNICA
Una persona con confianza orgánica confía en cada momento en la experiencia interna para
guiar la conducta. Esta experiencia es precisa. La persona percibe sin distorsión las necesidades
internas, las emociones y varios aspectos de la situación social. La disfunción ocurre cuando
una persona pierde contacto con los sentimientos y valores internos (Watson y Greenberg,
1998). El individuo integra todas esas facetas de la experiencia y llega a un sentido interno de
lo que es correcto para él. Este sentido es fidedigno; no es necesario depender de autoridades
externas para decir qué es correcto.
EXPERIENCIA DE LIBERTAD
En cada momento, la persona plenamente funcional experimenta libertad para elegir. Esa expe-
riencia de libertad es subjetiva y no niega que existe determinismo en el mundo. Viktor Frankl
describió los campos de concentración de prisioneros, cada uno con la libertad de elegir al me-
nos una actitud hacia las experiencias de la vida (Rogers, 1969). En la mayoría de las circuns-
tancias, existe también una considerable libertad conductual.
CREATIVIDAD
La persona plenamente funcional vive creativamente. En cada momento encuentra nuevas for-
mas de vivir, en lugar de encerrarse en patrones rígidos pasados que ya no son adaptativos. Ro-
gers (1961a, p. 194) describió a los humanos plenamente funcionales como los más capaces de
adaptarse a las nuevas condiciones, como la “vanguardia de la evolución humana”.
patible con la espiritualidad (por ejemplo, Benjamin y Looby, 1998). Rogers (1979) sugería que
tal vez había subestimado la “dimensión mística, espiritual” de la experiencia. La comparación
que hizo Fritz Capra (1975) de la física moderna con el misticismo oriental validó la creencia de
Rogers de que la experiencia subjetiva podía ser compatible con la ciencia (véase Bozarth,
1985). Escribió con especial interés acerca del misticismo y sugirió que los fenómenos paranor-
males deberían ser explorados por la investigación empírica (Rogers, 1973, 1979, 1980). A
partir de la teoría de Rogers se desarrolló una escala para medir la creencia en los pode-
res mentales trascendentales (Cartwright, 1989). Su enfoque nos reta a considerar el papel de
la subjetividad dentro de un marco científico, incluso en áreas que parecen contradecir a la
ciencia.
Los valores son explícitamente importantes en la teoría de Rogers (DeCarvalho, 1989). Afir-
maba que del proceso de la experimentación surgen los valores para cada individuo y para el
género humano como un todo (Rogers, 1964). Esta posición ofende a quienes sostienen que la
ciencia debería estar libre de valores y a los que consideran que se trata de una invitación al
egoísmo, donde nadie sostiene un estándar externo del bien y el mal. Resulta irónico que Ro-
gers, quien estaba en desacuerdo con el psicoanálisis, fuera criticado junto con Freud, quien
cuestionó los valores religiosos (véase Fuller, 1982).
EL SÍ MISMO
Buena parte del crecimiento de la personalidad, incluso el que tiene lugar en la terapia, implica
cambios en el sí mismo. Rogers dudaba de introducir este término en su teoría, pero los pacien-
tes decían, por ejemplo: “No estoy seguro de estar siendo mi verdadero yo.” Al principio de
manera renuente, Rogers aceptó la necesidad de incluir el concepto de sí mismo en su teoría,
pero le sorprendió que se volviera tan popular en la psicología. Al revisar la historia del estudio
de la personalidad, Walter Mischel (1992) elogió a Carl Rogers por su influyente reconocimien-
to de la importancia del sí mismo como unidad organizadora de la personalidad.
Estamos familiarizados con los términos sí mismo ideal y sí mismo real de la teoría psicoana-
lítica (en especial de la teoría de Karen Horney). Rogers también empleó esos términos. Obser-
vó que muchas personas experimentan una discrepancia entre ambos. Deseamos ser como el
sí mismo ideal, tal vez pretendamos incluso ser como él. El sí mismo real es diferente; contie-
ne las cualidades verdaderas o reales de la persona, incluida la tendencia a la realización. El
proceso de valoración orgánica conduce a la salud; el sí mismo ideal conduce a la perturba-
ción. Rogers utilizó el término incongruencia para describir la experiencia de conflicto entre el
sí mismo real y el sí mismo ideal. Cuando una persona es incongruente experimenta el sí mis-
mo real como una amenaza. Para impedirlo, los mecanismos de defensa distorsionan y niegan
la experiencia: “¿Enojado yo? ¡Nunca!” “¿Mentir? ¡Jamás!” “¿Cansado? No, siempre tengo energía
para ayudar a un amigo” y así sucesivamente. El sí mismo real puede ser suprimido.
La mayoría de la gente usa el término autorrealización de manera vaga para referirse al pro-
ceso saludable de realización. El propio Rogers (1951) no distinguía en su trabajo inicial entre
autorrealización y realización. Sin embargo, después describió la autorrealización como un
“subaspecto” del proceso de realización. Si la persona ha renunciado al sí mismo real, la reali-
zación y la autorrealización están en conflicto. Una autorrealización falsa impide el proceso sa-
ludable de realización. En el sentido más preciso del término, la autorrealización es una
tendencia enferma cuando la persona se encuentra en un estado de incongruencia porque es
la sociedad, y no el individuo, la que define al sí mismo que se está realizando. La realización, la
tendencia más general, siempre es sana (Ford y Maas, 1989; Rogers, 1959). Según Roy DeCar-
valho (1990b), esta complicada distinción significa que cualquiera está en un “devenir crea-
tivo”, pero sólo para algunos el crecimiento se convierte en un proceso elegido por la persona
y verdaderamente individual.