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La señora de los tamales

Hace mucho tiempo vivió una señora


muy amable a la que le encantaba
cocinar. Preparaba pozole, tamales,
tostadas, un sinfín de comidas
exquisitas.
Toda la gente le pregunta que cuál era su
secreto, porque toda su comida sabía tan
deliciosa, que como iba la receta, ella
solo sonreía y decía: --¡Bien fácil, con
carne de gente!, todos los que escuchaban solo soltaban la carcajada.
Un día un niño llamado Joaquín junto con unos amigos, armaron un plan para
entrar a la casa de la señora sin que ella se diera cuenta para descubrir el
secreto que tanto guardaba la viejita. Decidieron que solo Joaquín entraría a la
casa y husmearía por todos lados para descubrir algo que diera pistas del gran
secreto que la humilde señora guardaba.

Joaquín se armó de valor y entró por una de


las ventanas que estaba abierta por la parte
trasera de la casa, sigilosamente avanzó hasta
la cocina y observó a lo lejos que la señora
estaba cocinando algo, se veía que aventaba
trozos grandes de carne a la olla mientras
agregaba los condimentos que comúnmente
utilizaba.
Todo iba normal hasta que de repente un
perro observó a Joaquín y empezó a seguirlo
ladrando sin parar. Joaquín corrió
desesperadamente y se tropezó con lo que
parecía un palo de escoba, pero al verlo
detenidamente Joaquín vio que era un hueso humano, para ser exacto un
fémur. Al observar tal cosa Joaquín gritó como loco --¡haaaaa!
La señora, rápidamente fue a ver que estaba pasando, observó a Joaquín tirado
en el piso, asustado y en shock, se acercó al niño y le susurró algo al oído, al
escuchar Joaquín se levantó y salió corriendo como si hubiera visto un
fantasma, brincó la ventana de un solo salto y se fue huyendo a su casa, se
encerró en su cuarto y no quiso hablar ni abrirle a nadie.
Al día siguiente los amigos de Joaquín
fueron a visitarlo y saber lo que había
pasado. Al llegar a su casa, preguntaron
a sus papás por él, pero ellos
desconsolados y con lágrimas en los
ojos decían que no sabían que le había
pasado, no quería comer, ni hablar, ni
hacer nada, solo se la pasaba en una
esquina del cuarto sentado, balanceándose y con una mirada de miedo en los
ojos.
Pasados los años la señora de los tamales falleció, Joaquín tuvo que recibir
terapia psicológica. Al paso del tiempo mejoró poco a poco, pero jamás habló
de lo ocurrido con nadie.

¡Se les antojó un tamalito!

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