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LEYENDA: EL

DUENDE DE
MULAUCO
"QUIEN NO DESCUBRE SU TIERRA, DESCONOCE SU
IDENTIDAD"... JORGE M. PABÓN CH.

Hace mucho tiempo, cuando no


existía luz eléctrica, televisores,
ni radio que escuchar.

la matriarca de una de las familias


ancestrales de Mulauco, contó con
lujo de detalle, lo acontecido
cuando era una adolescente de
apenas 13 años.

En esos tiempos a las mujeres nos


ponían tareas para tenernos
ocupadas y no pensar mal, decía
mi mamá.

Entonces en casa todas las mujeres nos


encargábamos de alguna actividad
ordenada. Junto a otras amigas de casas
vecinas, nos correspondía cuidar y dar agua
a las mulas que llegaban del oriente con
cargas de panela, cañas y pomas de
aguardiente. Con esto ayudábamos al
presupuesto del hogar ya que nos pagaban
con parte de los productos.

Un día estando en la quebrada


huarmihayco, cerca del puente divisorio
entre los barrios Mulauco y La Virginia.

Bajo el puente vi a “un niño” que


me estaba dando besos volados,
mis compañeras presentes solo se
reían; pues no lograban ver al niño
y pensaban que estaba loca, pero
no fue así.

Le conté a mi mamá, quien se dio


cuenta que se trataba de un duende
enamorado que se interesó en mí.

De cabello negro y largo, yo ya


pintaba cuerpo de señorita, mis
atributos de mujer comenzaban a
ser notorios.
Sabiendo lo que
estaba pasando,
cuando sentía la
presencia del duende
me echaba a correr
en busca de mi
mamá.

Es cuando el duende enamorado al


ver que no le correspondí, comenzó a
martirizar no solo a mí, sino también a
mi familia pues este ser comenzó a
hacer maldades.

Cuando no había nadie en casa él


se entraba y mataba a los cuyes que
vivían y se abrigaban con el calor en
la cocina de leña.

Se llevaba las botas con las que


asistíamos a la escuela de Pifo,
revolvía ropa, botaba los platos.

Por las noches desataba las


mulas que las encontrábamos
descarriadas por todos lados, y
así una infinidad de travesuras.

Mis padres preocupados trataban de


buscar una solución al problema y nada
funcionaba, todo lo que les
aconsejaban que hicieran no daba
resultado y las maldades del duende
enamorado seguían.

En esos tiempos se acostumbraba


a guardar dinero, que era sagrado
cogerlo, debajo de los Santos de
un pequeño altar que había en la
casa. Cual fue la sorpresa que diez
sucres desaparecieron.

Como a los siete días estando


conversando en familia, vimos como del
soberado cayó un papel justo en el pie de
mi papá, cuando él se da cuenta era el
billete de diez sucres que había
desaparecido; todos comentábamos que
eso era obra del duende.
Buscando la forma para que me deje en
paz, escuchamos la noticia de unos
forasteros dueños de mulas, que los
duendes son asquientos, que ellos detestan
la cochinada, y si queríamos que el duende
me deje en paz tendría que hacer lo
siguiente:
Cuando sienta ganas
de hacer mis
necesidades biológicas,
debía correr a la
quebrada, esperar que
el duende me vea,
defecar y coger las
heces con las manos
haciendo como que
estoy comiendo mi
propias heces fecales.
Fue así que haciendo caso del
concejo y por el cansancio que
sentía al percibir en todo
momento la presencia del
duende en mi vida, tomé esa
decisión.

El duende al instante se
desenamoró, cuando vio lo que
estaba haciendo se largó haciendo
muecas, vociferando unas palabras
que no entendía, pero que si pude
comprender, el duende se fue
insultando entre la maleza del
campo hasta perderse bajo el
puente. Nunca más lo vi

FIN

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