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Índice
Staff Capítulo 19 Capítulo 40
Sinopsis Capítulo 20 Capítulo 41
Prólogo Capítulo 21 Capítulo 42
Capítulo 1 Capítulo 22 Capítulo 43
Capítulo 2 Capítulo 23 Capítulo 44
Capítulo 3 Capítulo 24 Capítulo 45
Capítulo 4 Capítulo 25 Capítulo 46
Capítulo 5 Capítulo 26 Capítulo 47
Capítulo 6 Capítulo 27 Capítulo 48
Capítulo 7 Capítulo 28 Capítulo 49 3
Capítulo 8 Capítulo 29 Capítulo 50
Capítulo 9 Capítulo 30 Capítulo 51
Capítulo 10 Capítulo 31 Capítulo 52
Capítulo 11 Capítulo 32 Capítulo 53
Capítulo 12 Capítulo 33 Capítulo
Capítulo 13 Capítulo 34 Extra
Capítulo 14 Capítulo 35 Próximo
Capítulo 15 Capítulo 36 Libro
Capítulo 16 Capítulo 37 Elise Kova
Capítulo 17 Capítulo 38 Cosmos
Capítulo 18 Capítulo 39 Books
Staff
Traducción y Corrección
Scarlett
Seshat

Revisión final
Scarlett

Diseño 4
Sadira
Sinopsis
Ella vendió su alma a un Siren y ahora él ha venido a cobrársela.
Victoria lo arriesga todo para abandonar un peligroso matrimonio
y tener una segunda oportunidad en la vida. Pero cuando su huida se
trunca, se encuentra atrapada en el fuerte abrazo de un misterioso
Siren, obligada a elegir: la salvación temporal o la muerte inmediata.
Y así se llega a un acuerdo maldito.
Cinco años después, Victoria está viva y es la mejor capitana de
barcos del mundo. Pero su deuda con el Siren se cierne sobre ella,
mientras que su intrigante ex ha exigido una fortuna como precio
final de su libertad. Victoria se niega a que su familia sufra más por
ella y está decidida a arreglar las cosas antes de que se le acabe el
tiempo. Pero ese tiempo se acorta.
El Siren viene por ella. Seis meses antes de lo previsto.
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Llevada al mágico y mortal Eversea, hogar de las sirenas, Victoria
descubre que ella es el sacrificio en el que todas las sirenas depositan
sus esperanzas. Si quieren apaciguar a un dios furioso y salvar un
mundo al borde de la destrucción, la necesitan. Lo que le da la ventaja
perfecta.
Victoria llega a un nuevo acuerdo: el Duque Siren ayudará a salvar
a su familia y ella cumplirá sus exigencias. Es un buen trato hasta que
un destello de pasión se enciende en los restos cicatrizados del
corazón de Victoria, amenazando todo por lo que ha trabajado. Como
sacrificio para el Dios de la Muerte, debe renunciar a todo lo que la
atrae al mundo de los vivos. Pero eso es imposible cuando lo único
en lo que puede pensar es en cómo el canto de este apuesto Siren, y
sus manos, la hacen sentir muy viva.
En un reino de magia antigua, secretos sumergidos y dioses
olvidados, ¿podrá el amor encontrar un lugar entre corazones
destrozados en una carrera contra el tiempo y el florecimiento de
deseos prohibidos? ¿O acallarán de una vez por todas los delicados
cantos de sus corazones?
Un dúo con el duque Siren es una novela completa e
independiente. Es para lectores que buscan un romance de fantasía
con profundas tradiciones, segunda oportunidad en el amor,
sacrificio, romance prohibido y de fuego lento que chisporrotea en la
página, y un felices para siempre donde el amor triunfa sobre todo.
Aunque está ambientada en el universo de Married to Magic, los
lectores pueden empezar con este libro, ya que todas las novelas de
Married to Magic son independientes.

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Prólogo
El mar me devoraría, si tuviera la oportunidad. Si no las olas y las
corrientes, o los animales de dientes afilados, y después los fantasmas
y monstruos que rondan sus profundidades. Y si no, si tengo mala
suerte, las criaturas más temibles serán mi perdición: las sirenas.
Cantarán un dulce réquiem mientras me arrastran a las
profundidades de las olas.
Se me pone la piel de gallina en cuanto entro en el frío y oscuro
atardecer. La luna sale de un mar oscuro. La niebla y el rocío salino
oscurecen el orbe resplandeciente, convirtiendo los detalles en
nebulosas y rizadas hebras de luz.
Olas furiosas golpean las rocas de la pequeña isla que una vez
consideré mi hogar. Me he dado cuenta de que siempre ha sido mi
prisión. El océano se hincha y se agita, golpeando la tierra con sus 7
lenguas espumosas. Esperando el momento de consumir toda vida
que se atreva a resistir las mareas.
Me muevo con rapidez y confianza sobre las rocas. He forrajeado
en todas las pozas de marea durante años. He recorrido este camino
muchas, muchas veces mientras paseaba por mi jaula. Pero, esta vez,
mientras me dirijo hacia la parte trasera del faro, el bote de remos me
está esperando.
Esta noche, soy yo quien se va.
La pequeña embarcación es vieja pero robusta. Es nuestro único
salvavidas hacia la costa, así que Charles lo mantiene en buen estado.
Solo he estado en él una vez, cuando me trajo aquí hace dos años.
Alargo una mano y toco ligeramente la madera con la punta de los
dedos temblorosos. Al instante, miro detrás de mí. Como si de algún
modo supiera que he roto sus reglas y fuera a materializarse de la
nada. Pero la playa está vacía y mi mirada se desvía hacia el lúgubre
faro. Unas cuantas ventanas diminutas y oscuras motean sus lados.
Me atrae la que es, era, nuestro dormitorio.
Después de nuestra discusión en la cena, Charles sabrá dónde he
ido. Pero no podrá perseguirme. Tendrá que hacerle señas a otro
barco. Lo cual es raro tan cerca del Paso Gris, pero lo hará,
eventualmente. Sobrevivirá y yo estaré lejos, más allá del horizonte y
lejos de su alcance. Seguiré moviéndome. Resolveré mis asuntos.
Encontraré un camino sin él. Sé que puedo.
Tengo que hacerlo.
Agarro la cesta con los nudillos blancos. Las provisiones que
contiene tintinean suavemente. Son escasos bocados que he
conseguido acumular mientras planeaba en secreto mi huida: lo justo
para aguantar las tres semanas que tardaré en llegar hasta mis padres
y mi hermana, si soy prudente en el consumo. La idea de enfrentarme
a mi familia me paraliza. ¿Qué les voy a decir? ¿Qué pensarán de mí
después de lo que he hecho? ¿Debería siquiera acudir a ellos?
Tengo que seguir moviéndome si quiero escapar esta noche. Pero
estoy atascada, mirando el faro y su baliza que gira lentamente.
Imaginar lo que podría decir a mi familia se convierte en reproducir 8
conversaciones con él.
«Ya me habría tirado al mar si no te tuviera a ti, Lizzie. Eres mi faro.
Mi consuelo en la noche, sabiendo que siempre estás aquí para hacer
frente a las sirenas. Fuiste hecha para esta responsabilidad. Nunca
podría dejar que te fueras». Oigo las palabras de Charles a pesar de
mis oídos entre algodones. Retumban en mi pecho hasta que me
duelen los huesos. Hasta que respiro entrecortadamente y refuerzo
mi determinación.
No puedo echarme atrás ahora. He hecho mi elección. Le di dos
años. Lo intenté, le supliqué, lloré, hablé hasta que se me agotaron las
manos de formar las palabras y, sobre todo, esperé que nuestra
relación mejorara por sí sola. Pero él seguía abandonando la isla…
yéndose a las aventuras que me había prometido y dejándome aquí.
Sola. Sin embargo, perseveré.
Pero entonces…
Entonces ocurrió lo de hace dos meses.
El polvo de su estudio era tan espeso que me cubría los dedos
mientras trabajaba. Mi cuello sudaba, no por el esfuerzo, sino por el
miedo. «Nunca entres en mi estudio, Lizzie». Charles siempre había
dejado claras las reglas. Pero le había disgustado tanto la cena que
había preparado la noche anterior que se había marchado. Un poco
de orden no podía hacer daño… o eso había pensado.
El alijo de cartas estaba en la caja fuerte junto a su silla. Había
dejado la llave en la ranura. Nunca había sentido el picor de tanta
curiosidad. Un giro y el mundo entero se me vino abajo mientras las
recuperaba una a una, viajando en el tiempo mientras leía fechas y
registros de sucesos que debería haber conocido hacía años de una
familia que él juraba que me había abandonado. Cada una de ellas iba
dirigida a mí, y solo a mí. En lugar de quemar las pruebas de su
traición, las guardó como un trofeo enfermizo.
No me importa si rompo juramentos, tratos, si soy una mujer de
moral relajada. O cualquier otra cosa que se pueda decir de mí. Si el
coste de mi felicidad es el juicio del mundo, entonces es un precio que
pagaré.
9
Es increíble lo fácil que se desatan los nudos que sujetan el barco.
La forma en que Charles habló hizo que sonara como si mis
«delicados deditos» no pudieran deshacerlos. Es como descubrir que
siempre tuve la llave de mi jaula.
Coloco la cesta en la proa del barco y empujo. El barco se niega a
moverse. Clavo los talones y vuelvo a intentarlo. La arena resbala y
se amontona bajo mis pies.
«Muévete. ¡Muévete!» suplico en silencio. Charles no tiene el sueño
pesado y han pasado casi treinta minutos desde la última vez que me
arrastré fuera de la cama.
Como si percibiera mis temores, una vela parpadea en la ventana
del dormitorio.
La frenética energía provocada por el pánico me impulsa a vomitar
con todas mis fuerzas. Mis escasos músculos se tensan hasta lo que
parece el punto de ruptura. «¡Muévete!» Si no escapo ahora, estaré
atrapada aquí para siempre. Me tendrá como a una muñeca en su
casa. Me obligará a fingir que lo que sentía por él era amor y no un
ingenuo enamoramiento.
Hay mucho más por delante. Tiene que haberlo. Esto no puede ser
todo lo que hay. Las lágrimas amenazan con derramarse sobre mis
párpados, pero sigo empujando. La enorme campana bajo el faro toca
tan fuerte que la isla tiembla. Esta es mi oportunidad, antes de que
Charles llegue hasta mí y mientras se interrumpen los cantos de
sirena. «¡Empuja, Lizzie!»
Por primera vez en mi vida, el mar podría estar de mi lado.
La marea sube y se topa con el casco rechinante de la pequeña
embarcación. La resistencia disminuye antes de desvanecerse cuando
la embarcación se libera de la orilla.
Un nuevo miedo me agarra por la garganta mientras contemplo el
agua oscura que me llega a los tobillos. Tendré que meterme hasta las
rodillas para subir al bote de remos. ¿Cuánta profundidad es
suficiente para que las sirenas y sus monstruos o fantasmas me
reclamen? ¿Con qué rapidez pueden recuperarse después de la
10
campana? Debería saberlo. Uno pensaría que como esposa de un
farero ya lo sabría.
Pero el estudio de Charles siempre estuvo prohibido…
Vuelvo a mirar por encima del hombro. Charles está asomado a la
ventana. Con los ojos muy abiertos y las cejas fruncidas por la rabia.
—¿Qué crees que estás haciendo? ¡Vuelve aquí! ¡Ahora! —dice
furioso con las manos en vez de con la boca. Todos los que viven cerca
del mar saben hacer señas con las manos para que sus oídos sigan
tapados con algodón.
Recojo lo que queda de la joven valiente que fui una vez y corro
hacia el agua, saltando al bote de remos. Charles ha desaparecido por
la ventana. Viene por mí.
El mar que fue brevemente mi amigo ha vuelto a ser mi enemigo.
Hago fuerza contra la marea que intenta empujarme de vuelta al
hombre que corre alrededor del faro. Tiro de los remos, la madera
rasga la piel de mis palmas. Dos años aquí me han ablandado. Atrás
han quedado los callos de trabajar con mi padre en casa. Los
músculos de levantar las cajas y los paquetes de mi madre me han
abandonado. Nunca me he sentido tan débil y… si consigo escapar
de él… nunca volveré a sentirme débil.
—¡Lizzie! —dice el apodo que me dio. Puede que esté gritando. Ha
rodeado el faro y corre hacia la playa, pero yo ya me he ido—. ¡Vuelve
aquí! —Me señala y luego se lleva las manos al pecho, deslizándolas
por el torso hasta señalar el suelo. Gesticula y termina pasándose los
dedos por el cuello—. ¡Mujer loca, vas a conseguir que te maten!
Esto es lo más cerca que ha estado de preocuparse en años. Solo me
quiso cuando era alguien a quien tenía que salvar: una joven de las
afueras de un pequeño pueblo que lo miraba como si fuera un dios.
No me quiere. Nunca me quiso. Le encanta sentirse necesitado.
Importante. Lo que le encanta es saber que en cualquier momento del
día, estoy ahí para ser lo que él quiera. Que estoy aquí en esta roca
cada vez que se va y que estoy esperando cada vez que vuelve.
—Me voy. No puedes detenerme —suelto los remos para decir, 11
apartando las manos del pecho y moviendo los dedos
apresuradamente, y entonces empiezo a remar de nuevo. El bote de
remos se mueve ahora con más facilidad. Me libero de la corriente
que me arrastra hacia él.
—¿Y adónde irás? ¿Quién te querría? No sobrevivirás ni un día sin
mí. —Hace un gesto salvaje—. Me necesitas.
¿Lo necesito? «¿Lo necesito?»
—Nunca te necesité. —Me hizo sentir especial. Sentirme…
importante. Deseable. Todas las cosas que una joven que nunca vio
suficiente valor en sí misma quería. Pero nada de eso era una
«necesidad». Estaba bien sin él. Mi padre me enseñó a cazar, cocinar
y mantener el hogar. Mi madre me enseñó a comerciar, a ser hábil con
los números y las negociaciones. Charles, en cambio… No me enseñó
más que silencio y sumisión—. ¡Tú eres quien me necesitaba!
—¿Por qué un hombre de recursos como yo necesitaría una mujer
como tú? Tú vivías en un cuchitril antes que yo. —Me empuja con los
dedos—. No eras nada. Te saqué de la mugre y te di comodidad y
bienestar. Deberías arrastrarte ante mí cada mañana y cada noche.
Pero sigues poniendo a prueba mi paciencia con tu insolencia.
—¡Me mentiste! —grito con la boca y las manos. El dolor se quiebra
en mi voz, lo siento más que oírlo. Me arde la garganta de años sin
usarla—. Me dijiste que mi familia no me quería. Que ya no me
querían.
Pero mi familia siempre lo hizo. Incluso cuando las docenas de
cartas que le pedí a Charles que enviara estaban guardadas bajo llave.
Siguieron escribiendo… y así es como sé que me seguirán queriendo,
incluso cuando rompa mi juramento.
—Porque era verdad. —El rostro de Charles se torna de un
escarlata que hace juego con los últimos vestigios del atardecer en el
horizonte mientras sigue hablando. Sus manos vuelan como avispas,
intentando picarme con sus palabras. Me arden los ojos cuando me
invade su significado—. Eres una chica triste, solitaria y patética. Es
un alivio cada vez que dejo esta isla y puedo librarme de ti. Claro que
tu familia no te quiere. ¿Cómo podrían? ¿Quién en este ancho mundo 12
podría quererte?
Las palabras golpean mi cara y pinchan mis ojos. Me las ha dicho
tantas veces que puedo repetirlas antes de que sus dedos se muevan.
Son púas bajo mi carne. Me constriñen. Sujetándome con tanta fuerza
que no puedo escapar sin dar mi sangre como pago. Sin dejar que una
parte de mí muera aquí, esta noche.
Sigo intentando remar, pero mis manos sueltan lentamente los
remos. Sus palabras son una cuerda que intenta tirar de mí. Charles
tira de un lado de mí; la tierra y toda la libertad para recorrerla llama
desde tierra firme.
Estoy atrapada entre lo que sé que quiero, y cada pensamiento con
el que él ha llenado mi cabeza.
«¿Y si… tiene razón?» susurra desde lo más profundo de mi mente
la versión de apenas dieciocho años de mí misma que se casó con él.
Entonces, veo las letras tan claramente como si aún las tuviera en
la mano.
Encuentro los ojos de Charles, suelto los remos y me pongo de pie.
No soy la chica que él conoció. Quiero que me vea tan poderosa como
el mar que se agita bajo mis pies y al que tanto teme. Quiero que por
fin reconozca a la mujer en la que me he convertido. No me importa
si todo es una actuación y me siento como un cristal fracturado, solo
unido por la tensión. Lo único que importa es que me crea.
—Te dejo como tú me dejaste todas esas veces; pero nunca volveré.
Me voy con la gente que de verdad se preocupa por mí —afirmo
despacio.
—¿Y quién sería?
—Mi familia.
—¿De verdad crees que se preocupan por ti? ¡Estaban aliviados de
que te hubieras ido! Yo era el que estaba aquí por ti.
—¡Me escribieron!
—Tú… —Se detiene, con los ojos tan abiertos como la luna que sale
lentamente. Las facciones de Charles se tuercen en una fealdad que 13
compite con su alma—. ¿Te atreves a desafiar mi orden y entrar en mi
estudio? No lo olvides: ¡me perteneces!
Sacudo la cabeza.
—No. —Casi me castañetean los dientes de la ansiedad. El instinto
me dice que me acobarde. Necesito todas mis fuerzas para ponerme
en pie.
—Tu alma es mía. Me la juraste el día que nos casamos. Firmaste
un contrato. ¡No dejaré que lo rompas, inútil! Pasarás el resto de tu
vida cuidando este faro, honrándome y haciendo lo que yo diga.
Antes de que pueda responder, una marejada sacude el barco sin
previo aviso. Me balanceo, intentando agacharme en vano. Me suelto.
El cielo rueda sobre mí y me sumerjo en las olas.
El agua está helada. Apenas consigo sacar la cabeza por encima de
la superficie a tiempo para inhalar bruscamente. Otra ola se bate
sobre mí, arrancándome las orejeras y el algodón.
—¡Charles! —grito, usando la boca en lugar de las manos, ya que
éstas están demasiado ocupadas luchando por mantenerme por
encima del agua. Las bufandas y los abrigos que llevaba para
combatir el frío están encharcados, intentando asfixiarme—. ¡Charles!
—Lo busco en la orilla.
Se queda mirando horrorizado. Se tambalea hacia atrás. Charles vio
cómo su familia era succionada mar adentro. Me pregunto si sus
fantasmas están ahora en el agua conmigo.
—¡No me dejes! ¡Por favor!
Da otro paso y mueve lentamente la cabeza. Ya no me ve como uno
de los vivos. Estoy en el mar y sin protección para los oídos.
Estoy muerta para él.
Al darme cuenta de que es inútil, me alejo de él, con pensamientos
frenéticos. Debo elegir entre el barco y la orilla. El barco ha volcado,
pero la marea sigue subiendo. Creo que la orilla es mejor opción.
Empiezo a nadar con las corrientes, intentando volver antes de que 14
las sirenas o sus monstruos puedan reclamarme.
Pero es demasiado tarde. Ha pasado demasiado tiempo desde que
sonó la campana. Ya hay susurros en el viento.
Un himno embrujado, apenas audible al principio, crece. Se hincha
en mí con una fuerza mayor que la marea alta. Mis ojos se cierran
contra mi voluntad y mis músculos se relajan. Exhalo suavemente en
armonioso alivio. El sonido alivia mis dolores, los físicos y las
punzadas frustrantes que nunca abandonan mi corazón.
El cantante es masculino, un bajo rico más fino que cualquiera que
haya escuchado. Sostiene notas bajas, llenas de luto y anhelo. Como
si cantara a toda la extensión del mar… a cada alma fría y perdida
condenada a sus profundidades.
Una sonrisa agrieta mis labios destrozados por el viento. Parece tan
triste. Tan roto.
Tan parecido a mí.
Las notas cambian, pulsan. Llamando.
Se acerca. Palpita detrás de mis ojos. Las notas son casi un gruñido
y de repente soy consciente de los movimientos en las aguas que me
rodean. Sombras movedizas.
En ese momento, el agua se endurece alrededor de mis tobillos con
manos invisibles. La corriente tira de mis pies hacia abajo. No suelto
un grito ni un llanto, sino un jadeo, antes de que mi cabeza resbale
bajo las olas.
El agua llena mis oídos, rugiendo al son de la canción. Vuelvo a
luchar por salir a la superficie, con los pulmones doloridos. En un
torbellino de tejidos y colores, me arranco las bufandas y la ropa con
la que me había envuelto para poder nadar mejor. No puedo morir
así. Esto no puede ser todo para mí. No cuando acabo de encontrar el
valor para volver a sentirme real, para vivir, vivir de verdad, sin
reparos, cueste lo que cueste.
Lucho contra las corrientes que tiran de mí con manos fantasmales.
Mi cuerpo se estremece por el frío glacial. Ya me escuecen los
pulmones. 15
Pero no son las corrientes las que me han llevado. Las sombras han
cobrado vida en forma de monstruo, mitad hombre, mitad pez, con
ojos huecos. Lechosos y sin visión. Su boca está ligeramente
entreabierta. En lugar de orejas, tiene aletas, cuyo cartílago atraviesa
la piel de sus mejillas.
Por un momento, me quedo en estado de shock.
La canción empieza a palpitar, cada vez más rápido. Es más fuerte
ahora. No puedo decir si es la sirena que tengo delante, o la otra que
emerge. U otra. Todos están vacíos de color y vida. En algún lugar
entre lo vivo y lo muerto.
Me entra el pánico. Pataleo y empujo contra ellos mientras me
agarran. Intento liberarme, pero soy como un pez en una red y acabo
atrapándome aún más. Sus manos me agarran. Me estremezco ante el
horror de lo que está por venir. Me arrastrarán hasta su guarida y
permitirán que sus monstruos se den un festín conmigo.
Con los pulmones ardiendo, alargo la mano hacia la pálida luna en
lo alto. La sombra la envuelve.
Suelto un grito silencioso.
El agua fría me quema al chocar contra mí. Los cuchillos me
desgarran los músculos del pecho, me perforan los pulmones y las
costillas. La garganta me da espasmos. El corazón se aprieta y se
agarrota.
Al instante, el inmenso dolor se desvanece, y todo empieza a
quedarse quieto. Entumecido. La noche se hace más densa a mi
alrededor. «Se acabó… eso es todo… todo lo que tengo en la vida…»
La crueldad de todo esto es asombrosa.
Hay un destello de luz. ¿Un relámpago? Un movimiento en mi
visión que se desvanece. La canción es más fuerte ahora. Y entonces,
de repente… silencio. «¿Ha sonado ya la campana?»
Dos brazos me rodean el torso. Charles ha venido por mí. No puedo
creer que lo haya hecho. Nunca pensé que entraría en el océano 16
voluntariamente por mí… o que nadaría tan profundo. «Tal vez le
importe…»
Me equivoco.
La luna se desvanece por completo, consumida por un océano de
noche mientras me arrastra más abajo, la conciencia se me escapa y se
mezcla con la melodía que aún zumba en mis oídos. Las otras sirenas
parecen haber desaparecido. Una me ha reclamado. Por un segundo,
no hay nada más que un vacío infinito de agua. Pero entonces, motas
de luz como luciérnagas danzan sobre las corrientes, pulsando al
ritmo de su melodía. El frío desaparece de mis huesos y entra el calor.
Los pensamientos vuelven a mí. Parpadeo y despierto.
Me retuerzo, maniatada por las manos que me rodean la cintura, y
me encuentro con los ojos de mi salvador. No, de mi enemigo.
El rostro de este hombre es diferente al de sus parientes. Iluminado
por las esferas de luz que flotan a lo largo de las corrientes, el verde
brillante y los tonos cerúleos resaltan unas mejillas altas encaramadas
sobre una mandíbula angulosa y una barbilla afilada de forma casi
humana. No son los ángulos huecos y esqueléticos de las sirenas
anteriores. Sino algo más lleno, más… real. Tan real como el rizo de
su cola debajo de mí.
De sus mejillas, donde estarían las orejas humanas, surgen
suavemente trazos de cartílago pálido que se ramifican en abanicos
de membrana turquesa que recuerdan a las aletas de un pez. Sus cejas
se fruncen. Son dos arcos platinados, del mismo tono que el pelo que
le rodea la cara. Más motas de luz iluminan sus mejillas y brillan bajo
unos ojos marrones, intensos y oscuros. No lechosos. No vacíos y
muertos. Sino la mirada brillante e inteligente de un hombre en la flor
de la vida.
Su piel es clara y su brazo derecho está casi completamente tatuado
con líneas y colores —negro, azul marino, blanco— que se extienden
por el cuello y el pecho, desplegándose como cintas. El antebrazo
izquierdo lleva marcas similares. Lleva una lanza de madera atada a
la espalda. Y aunque no parece mucho mayor que yo, tiene un aura
de atemporalidad a su alrededor.
17
No es natural. Es perturbador. Prohibido.
Es aterrador.
Y sin embargo… soy plenamente consciente de su fuerte cuerpo
apretado contra el mío mientras me sujeta por debajo de las costillas
con un brazo. Nuestras narices casi se tocan cuando me roza la sien
con las yemas de los dedos, apartando el pelo de mi cara. Mi carne
arde de repente, encendida por la más mínima caricia. Me contempla
como si fuera una diosa, como si el mundo empezara y acabara
conmigo, aquí, en este momento singular.
—Una humana… —Su voz resuena entre mis oídos, ambos brazos
me rodean de nuevo. Desafía las leyes de la naturaleza al hablar sin
mover los labios ni las manos—. Te estás muriendo.
Lo sé. Es una maravilla que todavía esté consciente. Sentí que el
sueño eterno se apoderaba de mí. Pero aquí estoy… a pesar de todo.
—Mi canción solo detiene lo inevitable. Pero podría salvarte.
«¿Cómo?» El pensamiento ondea en mi mente. Suave. Inesperado.
Una mueca se desliza por sus labios y las sombras que rodean su
rostro se desplazan, aferrándose a cada borde ominoso, casi siniestro,
de su expresión. Se inclina. Se acerca. Mi espalda se arquea, me duele
la carne, como si de repente todo estuviera demasiado apretado. Las
caderas y el torso se aprietan contra él mientras nos inclinamos en el
agua y él me devora con los ojos.
De alguna manera, incluso mientras habla, su canción sigue
zumbando en el fondo de mi mente, suavizando mis preocupaciones
y temores. Invitándome a sumergirme en ella, en él. Lucho contra el
impulso. Parpadeo furiosamente para intentar mantener la
concentración. No cederé.
—Tranquila, tranquila —me tranquiliza—. De una forma u otra,
todo esto acabará pronto. O te salvo. O te dejo ir y te abandono al mar.
«No…» Tiene que haber más. «Esto no puede ser el final».
—Muy bien. Te salvaré. Pero será a un gran costo para mí y mi
magia, por lo que tendrá un alto precio. Dentro de cinco años, vendré
a reclamar lo que es mío.
18
«Cinco años».
Dentro de cinco años tendré veinticinco, casi veintiséis. Parece una
eternidad. Cinco años para ver el mundo sin que nada me retenga.
Cinco años de libertad. O de muerte.
—¿Aceptas? —Sus músculos ondulan bajo las marcas pintadas de
su carne mientras sus brazos se tensan a mi alrededor. Sus dedos se
extienden por la parte baja de mi espalda. Caliente a través de la fina
tela de mi vestido.
Todo es una transacción, un trueque. Mi vida. Mi libertad. Pero esto
lo sé desde hace mucho tiempo. Por imposible que todo esto
parezca… no veo otro camino. Si estoy muerta ahora o en cinco años
por la mano del Siren, no hay mucha diferencia.
Asiento con la cabeza.
—Sabía que lo harías —ronronea en mi mente y vuelve a cantar. El
Siren me envuelve en su canción. Fluye sobre mí. Dentro de mí.
Estoy pegada a su fuerte cuerpo. El agua ya no pasa entre nosotros,
pero la corriente sí. Energía, esencia… no, debe de ser magia pura que
fluye y refluye entre nosotros, palpitante, manteniéndome viva. Se
hincha y se eleva. Jadeo sin hacer ruido, con la cabeza ligeramente
inclinada hacia atrás y los ojos cerrados, como si fuera a unirme a él
en la canción. La interminable repetición de palabras que siguen el
ritmo de mi corazón agitado.
El océano es salado en mi lengua; mi cuerpo hormiguea como si mil
manos lo recorrieran, sosteniéndome a la vida. La sirena se inclina
hacia delante y su cola se enrosca alrededor de mis piernas. Cada vez
me sumerjo más en su hechizo. Mis pensamientos son fugaces. Pronto
mi mente estará tan vacía e interminable como el vacío del océano que
nos rodea.
Su mano derecha se desliza por mi brazo izquierdo, con los dedos
ardiendo a su paso. Su mano izquierda se eleva entre mis omóplatos
y me toca la nuca. Mis ojos se encuentran con los suyos y la última
tensión que Charles había provocado en mi escaso cuerpo me
abandona. Me agarro a los hombros fuertes y esculpidos del Siren.
19
Me agarro con todas mis fuerzas y suelto todo lo demás.
Las burbujas se elevan a nuestro alrededor. El aire vuelve a entrar
por mi nariz. La sensación hace que una risita estalle en el fondo de
mi garganta. Es como si estuviera en una copa de vino espumoso.
Subiendo más y más, hasta que…
Mi cabeza rompe la superficie de las olas. Respiro bruscamente,
pero solo un segundo antes de que una ola se estrelle y yo vuelva a
caer debajo. Ruedo, la ropa se retuerce, se anuda, sus brazos aún me
rodean. El éxtasis de sus caricias se transforma en un dolor punzante
que me recorre el brazo izquierdo, como una marca caliente que
envuelve la carne desnuda. Siseo. El hombro casi se me sale de la
órbita. Lo veo por última vez: un halo de pelo casi blanco a la luz de
la luna, flotando en un mar oscuro. En un abrir y cerrar de ojos,
desaparece. La presión alrededor de mi muñeca se desliza por mis
dedos y se libera. El crujido de las conchas y la arena anuncia tierra
firme.
Estoy en tierra.
Inmediatamente mi cuerpo se rebela. Toso agua de mar y el escaso
contenido de mi estómago. Resoplo hasta que mi garganta se seca y
palpita. El abdomen me da espasmos. Vomito hasta que no queda
nada y me desplomo sobre la arena, con las olas golpeándome la
mano.
La luna sigue en lo alto, observando. Esperando. Poco a poco, me
recupero lo suficiente como para sentarme y mirar las olas. ¿Fue real
el Siren? ¿O fue todo un sueño cercano a la muerte? En lugar de sus
brazos, me rodea un nudo de algas. Me detengo cuando voy a
quitármelo.
Alrededor de mi antebrazo izquierdo hay remolinos de magenta y
dorado. El primero es casi del tono de mi vestido y contrasta
fuertemente con el tono de mi piel; el segundo casi se funde. Son los
mismos contornos tatuados que tenía en el brazo derecho. Un espejo.
Me froto la carne. Las marcas permanecen en su sitio. Inmunes a
mis uñas y al agua del mar. Entonces me doy cuenta de que mi alianza
20
ha desaparecido, arrancada de mi dedo. El horror se combina con el
alivio. Las emociones quedan silenciadas por los sonidos que llenan
mi mente, que se manifiestan como palabras en el fondo, mientras
miro fijamente esos extraños remolinos:
Una ofrenda,
De la vida tan fina,
Al anciano
Y antiguo divino.
Cada rincón de la tierra,
Cada profundidad del mar,
Se abrirá para ti.
Ni planta ni hombre,
Ni pájaro ni bestia,
Te retendrá
cuando desees liberarte.
El eco de una melodía viene de lejos, como si cantara con mis
pensamientos, entrecortado por la resonancia baja y fuerte de una
campana. ¿Cómo han pasado ya treinta minutos?
El faro está ahora en la distancia. Llegué a una de las costas lejanas
que me rodearon durante años.
Tras diez minutos sentada, respirando aire puro y masajeándome
el antebrazo —que me alegro de sentir muy normal a pesar de las
nuevas marcas—, me pongo de pie y le doy la espalda al faro,
dejándolo todo atrás.
Si soy rápida, me habré ido al amanecer. Charles sin duda me da
por muerta, lo que significa que no me denunciará al consejo por
abandonar mi contrato matrimonial. Mientras nadie sepa que estoy
viva… por fin soy libre.
«Cinco años de libertad con el favor del Siren. Cinco años para la
aventura que siempre he deseado». 21
«Prácticamente una eternidad…»
Capítulo 1
Cuatro años y seis meses después…
Las cuatro esquinas de una hoja de papel encierran mi destino. La
carta tiembla entre mis dedos y el sonido casi me transporta a una
tarde de toda una vida en un estudio polvoriento y desordenado.
Empezó con un pergamino arrugado. Acabará con uno.
Empiezo a leer.

NOTIFICACIÓN DE SENTENCIA FIRME


En relación con el asunto de: Elizabeth Victoria Datch
contra Charles Jol Vakstone

Aspiro y contengo la respiración. Juicio final. Llegó el momento.


22
Durante cinco años he estado trabajando para llegar a este momento.
Aunque, por más que quiero seguir leyendo, mis ojos siguen
enganchados en esa segunda línea. Ahora me resulta extraño ver mi
nombre escrito. Ese nombre murió en el frío mar aquella noche.
Ahora solo hay una persona en el mundo que usa ese nombre… y es
por puro rencor.
Me sacudo esa sensación viscosa y empalagosa y continúo leyendo:

El Consejo de Tenvrath ha dictado sentencia en relación


con la disolución forzosa del matrimonio solicitada
por Elizabeth Victoria Datch.
Tras revisar los documentos complementarios aportados
tanto por Datch como por Vakstone, así como todas las
circunstancias del asunto, el consejo ha llegado a la
siguiente conclusión:
Rescisión del contrato matrimonial: CONCEDIDA
Fin de los pagos de reparación: CONCEDIDO

Un ruido a medio camino entre un sollozo ahogado y un grito de


triunfo se escapa en un silbido de aire. CONCEDIDO. Una palabra
nunca ha significado tanto para mí.
Soy libre. Mi persona, mi bolso, mi alma misma está finalmente
libre de él…
—¿Victoria? —Emily se acerca más a mí, sin duda preocupada por
mis expresiones oscilantes como un péndulo. Sigue apretando contra
su pecho el sobre del que arranqué la carta. Estamos encorvadas en
torno a un reservado contra la pared del fondo de la Mesa Inclinada.
Nuestro lugar habitual en la taberna de nuestra familia.
Pero no respondo, sigo leyendo. Aún hay más. Si hay algo que sé,
es que Charles es un hombre pequeño y mezquino que no quitará sus
garras de nada que considere suyo. Me ha aterrorizado en todo
momento. Desde sus exigencias de pagos de indemnización para 23
complementar sus «penurias» en el faro sin mí, a las acusaciones de
que estoy involucrada con las sirenas, a hacer todo lo posible para
manchar mi nombre a cualquiera que quiera escuchar. No hay acto
que esté por debajo de él cuando se trata de algo que me haría daño.
La carta continúa:

Con los siguientes términos aplicables en


consideración con el sufrimiento de Vakstone y la
inversión de Tenvrath en Datch como farero, así como
el cambio de circunstancias para Datch, Elizabeth
Victoria Datch deberá:
10,000 crons al Consejo de Tenvrath
5,000 crons de reembolso por cada año que el consejo
financió el alojamiento y la manutención de Datch como
asistente del faro, incluidos los gastos iniciales de
establecimiento.
10,000 crons a Charles Vakstone
200 crons anuales de indemnización por abandono del
matrimonio calculados a lo largo de 50 años.
El pago vencerá exactamente a los dos años de la
entrega de esta notificación.
En caso de que no se efectúen estos pagos, el consejo
otorgará a Vakstone un sustituto adecuado de ayudante
de faro del pariente más cercano de Datch. En caso de
que no haya nadie dispuesto o capaz, todos los que
lleven el apellido Datch de la familia inmediata serán
enviados a una prisión de deudores para pagar las
deudas pendientes a razón de un año por cada mil crons.

Hay más en la parte inferior, pero son todos los sellos y firmas
oficiales del Consejo de Tenvrath, seguidos de una larga lista de
expedientes y documentos que Charles y yo hemos presentado a lo
largo de los años. En la parte superior está su notificación inicial de
abandono, seguida de su petición de reparación. Mi primera petición
de ruptura matrimonial hasta la tercera —que Charles seguía 24
rechazando—, que llevó a que el consejo se viera obligado a intervenir
finalmente y dictar una sentencia a la que, evidentemente, nunca
íbamos a llegar por nuestra cuenta.
Es más fácil cortarse un brazo que romper un contrato en Tenvrath.
Me aseguro de que no se pierda nada. Ninguna oportunidad
perdida para salir de este rincón al que me han arrinconado. Pero
cada documento que presenté está en la lista. Cada comparecencia
ante el consejo. Cada ataque formal que Charles ha hecho contra mí
archivado por triplicado. El sombrío trasfondo de mi vida adulta está
catalogado con documento legal y declaración tras declaración.
Me dieron un año para pagarles más de lo que gano en varios. Es
una sentencia cruel dictada por un consejo de ancianos que siempre
fueron mucho más comprensivos con Charles que conmigo. La
crueldad empeora por lo que no saben: Solo tengo seis meses. Mis
cinco años están a punto de cumplirse. Y si desaparezco antes de
pagar esta deuda, mi familia correrá con los gastos.
La culpa me revuelve el estómago. ¿Cómo he podido infligirles
esto? Debo encontrar la forma de arreglar este desastre de una vez
por todas.
—¿Y bien? —susurra Emily con impaciencia, interrumpiendo mis
pensamientos—. ¿Qué ha dicho el consejo esta vez? John no me dijo
nada. Ni siquiera quería dejarme que te trajera el fallo esta noche.
Tuve que insistir; incluso entonces, solo accedió porque le dije lo
rápido que sueles zarpar.
Tengo delante una página entera de palabras y, sin embargo, no
encuentro ninguna que decir. Llevo diez largos minutos mirando la
carta. Leyéndola una y otra vez.
Se acabó… Por fin, por fin, se acabó… A pesar de Charles y de todos
sus intentos de aferrarse a mí, de culparme de todas sus desgracias,
por fin me he librado de él. Nuestro contrato matrimonial se ha roto.
Pero mis luchas no han hecho más que empezar. Este momento
debería haber sido mi triunfo y, una vez más, Charles se las arregla
para ser el ladrón de mi alegría.
25
—Victoria, empiezas a preocuparme. —Emily se muerde las uñas.
—No hace falta. —Apoyo ligeramente las yemas de los dedos en
los nudillos de mi hermana pequeña—. Está bien, Em. —O lo estará,
cuando consiga el dinero.
—Entonces… —Ella baja lentamente la mano, los ojos se abren de
par en par—. Vic… ¿por fin eres libre?
Sonrío y asiento con la cabeza. Mi hermana se abalanza sobre la
mesa y me abraza por los hombros. Apenas tengo tiempo de sacar el
papel de entre nosotras y metérmelo en el bolsillo antes de que vea
las condiciones. Me quita el aire. Cada vez que la abrazo, me pregunto
dónde se habrá metido la niña que siempre me pisaba los talones.
Tenía trece años y luego, en un abrir y cerrar de ojos, era una mujer.
Aunque no ayudó que no la viera durante casi cuatro años. Los dos
que estuve en la isla del faro, y casi dos después, cuando me escondí.
Intentando encontrarme a mí misma y hacer una vida por mi cuenta
antes de que Charles asomara su fea cabeza desde esa roca gris suya.
Antes de que me enterara, al volver a ponerme en contacto con Em,
de que me había declarado en abandono del deber en cuanto pudo —
ya que mi cuerpo no pudo ser encontrado— y de que, como resultado,
fuera tras mi familia por dinero.
Ese fue el comienzo de nuestra batalla final. Una guerra librada a
través de documentos presentados al consejo, el molino de rumores
de Dennow, y un río interminable de pagos hechos de mi bolso
directamente a él por su dolor.
—Sabía que el consejo finalmente entraría en razón. —Emily se
aparta y vuelve a mirar hacia el bar, donde padre atiende al único
cliente de la noche—. Tenemos que decírselo a papá.
No me da tiempo a decirle el resto. Se levanta del asiento, corre
hacia la barra y se abalanza sobre ella con gran entusiasmo.
—¡Papá, Vic por fin está libre! —Emily estalla con la noticia.
Mi padre se detiene y me mira. Un suave suspiro se convierte en
una leve sonrisa. Sus hombros se relajan, como si se hubiera quitado 26
un peso de encima, lo que hace que los míos se pongan más rígidos.
Parece aliviado. Feliz, a simple vista, pero no llega a sus ojos.
La historia de amor de mis padres es eterna. Una casa llena de
cariño, madurada, no agriada, por la distancia y el tiempo, mientras
mi padre nos cuidaba y mi madre viajaba. Siempre nos han apoyado
a Emily y a mí, sin dudarlo… pero no puedo evitar preguntarme si
una parte de ellos se ha avergonzado del camino que he recorrido.
Del escándalo y el dolor que he traído a nuestro nombre.
Por eso he trabajado para ser la mejor capitana que Tenvrath haya
conocido. Para traer orgullo. Como si, de alguna manera, eso pudiera
compensar la vergüenza.
—El consejo anuló…
—Es una excelente noticia —interrumpe Emily con una mirada al
cliente.
El hombre de la barra se gira lentamente para mirarme. Sus ojos se
abren ligeramente como si me viera por primera vez. Resisto el
impulso de cubrirme el tatuaje del antebrazo. La extraña marca es tan
conocida en Dennow como mi nombre.
No me escondo. En lugar de eso, una sonrisa tímida se desliza por
mis labios y hundo la barbilla en la palma de la mano. Entre
presumida y sensual. Mi confianza les enfada aún más.
El desconocido se burla de mí, con los ojos ensombrecidos por la
desaprobación. Le mando un beso. Sin decir nada más, se marcha. Al
menos, este cliente ha echado antes unas monedas en la barra.
Soy la mejor capitana que ha existido… con la peor reputación. Me
querrían más en Tenvrath si fuera una asesina que como una
rompedora de juramentos.
Sin embargo, cuando mis ojos vuelven a los de mi padre, está
sonriendo. No hay ni rastro de resentimiento. De ira. La compasión
inquebrantable de mi familia no hace sino ahondar la culpa que tanto
me esfuerzo por ocultar.
—Creo que esto merece una ronda a cuenta de la casa. —Padre 27
vuelve a los barriles, llenando una jarra hasta el borde—. Vic, ¿te
importa cerrar?
—¿No es un poco pronto para eso? —pregunto mientras consigo
ponerme en pie a pesar de que el peso de la sentencia en mi bolsillo
casi me pega al asiento.
—Apenas. —Mi padre pone una jarra en la barra y señala la taberna
vacía antes de empezar a llenar la siguiente—. No es que tengamos
muchos clientes esta noche.
Ni esta noche… ni ninguna otra. Si no fuera por mi tripulación, el
sueño de mi padre de tener su propio negocio habría muerto hace
tiempo. Tal vez mi desaparición sea una bendición para ellos. Cuando
esté muerta, ya no podré manchar su reputación.
—Voy yo, entonces. —Me paso los dedos por el antebrazo
entintado mientras me dirijo al frente.
Pasé años buscando información. Buscando cualquier palabra o
pista sobre qué magia de sirena se usó en mí aquella noche para poder
aprovecharla mejor. Si me ha ayudado tanto a lo largo de los años de
forma pasiva, ¿qué podría hacer con este poder si lo ejerciera? Podría
ser una hechicera de los mares. Podría mostrarle a Charles una pizca
del miedo que infundió en mí y en mi familia. Maldeciría su nombre
como él ha maldecido el mío. Peor aún.
Me hice marinera pensando que podría volver a encontrarme con
el Siren. Para aprender a usar el poder o, tal vez, hacer un mejor
trueque por mi vida.
Pero todos los rumores de las sirenas son de monstruos. Todos los
susurros y rumores hablan de bestias que asolan los mares. Y, en
todos mis años en el océano, nunca vi otro Siren. Eso, también, es
parte de la magia, he decidido. Ser inmune a las llamadas de su gente.
Este misterioso poder y protección que me dio es inmenso en sus
habilidades.
Y, sin embargo, nunca pude dominarlo lo suficiente como para
liberarme de Charles. Cierro las manos en puños. Si fuera más
fuerte… 28
Antes de salir a la calle, me tapo los oídos con algodón. Hace
tiempo que aprendí que no es necesario para mí, pero lo hago de
todos modos para guardar las apariencias. Los únicos cantos de
sirena que me hacen efecto son los que entona con su voz. Susurrando
en el fondo de mi mente casi todas las noches. Hormigueando en mi
piel cada vez que paso los dedos por la marca que dejó en mí como
una tarjeta de visita.
Al pensar en él, se me pone la carne de gallina en el antebrazo,
alrededor del tatuaje. Lo ignoro, abro la pesada puerta de la taberna
y salgo a los muelles de Dennow. El conocido y desgastado cartel con
la pintura desconchada está a pocos pasos de la puerta. En él se lee:
TABERNA DE LA MESA INCLINADA.
LA MEJOR CERVEZA DE DENNOW.
Las habilidades cerveceras de mi padre son realmente una fuerza a
tener en cuenta y, una vez que me haya ido, todo Dennow se dará
cuenta de ello. El comercio de mi madre se ha multiplicado por diez
desde que soy capitana; solo puedo imaginar lo que ocurrirá cuando
mi reputación deje de ser un motivo de contención para algunos. El
trabajo que conseguí para Em con el Consejo de Tenvrath es estable y
fijo, y estoy segura de que la querrán aún más cuando ya no tengan
que tratar conmigo.
Deberían haber estado bien después de que me fuera. Pero ahora
debo veinte mil crons. Más de lo que he visto en mi vida. Más que la
hipoteca total de la Mesa Inclinada. Más que todos los barcos de toda
la flota de la Compañía Comercial Applegate.
No dejaré que mi familia lleve esa carga.
Pasa una mujer con orejeras de algodón. Se lleva el pulgar a la boca
y se lo muerde en un gesto ofensivo. La miro fijamente y mi expresión
se relaja hasta convertirse en una de elitismo frío y distante. «Soy
mejor que tú», intento decir con una sola mirada. «Tú me consideras
menos que basura, pero yo soy superior a ti… ¿en qué te convierte
eso?»
La mirada tiene el efecto deseado y ella se apresura. Desaparezco.
29
Mantengo la expresión de mi cara, ocultando lo profundamente que
me duelen las palabras y las miradas desagradables. Incluso cuando
intento alejarlas con una sonrisa, resuena la voz de Charles,
persistente después de todo este tiempo: «¿Quién podría amarte?»
Vuelvo dentro.
Apenas he podido sentarme y tomar mi copa cuando Emily da una
palmada y exclama:
—Entonces, ¿cuándo habrá un nuevo afortunado?
Resoplo en mi jarra, tosiendo cerveza.
—¡Em, la tinta de la sentencia ni siquiera se ha secado! —Ahora no
es el momento para esto.
—Estabas casada solo en papel, con un imbécil, debo añadir…
—Emily Datch —reprende papá.
Ella lo ignora.
—… pero no en espíritu durante años. Tu corazón no estaba con él.
Lo estuvo, una vez. Al menos eso creí. Charles me dijo que me
amaba y en menos de dos años…
—Estar casados en papel era suficiente. —La miro con firmeza. Ella
conoce las líneas que no cruzaría. Aunque Charles fuera posesivo, frío
y cruel, yo le había hecho un juramento. Uno que intentaba romper
pero… hasta que no se rompiera, no cruzaría esa línea. Todos me
veían como una canalla, una mentirosa, una rompedora de
juramentos. La única forma de mantener la cabeza alta era ser un poco
mejor de lo que ellos pensaban. Tenía que creer que mi palabra aún
significaba algo, incluso cuando todos trataban de decirme que no era
así. Podría haberme quebrado si renunciaba a eso.
—Ya tuve mi historia de amor. —Tan patética como era—. No
funcionó. No pasa nada. Hay más historias que escribir que solo
amor. Tengo cosas más importantes en las que centrarme.
—Siempre te has «centrado en lo importante». —Me imita con los
ojos medio en blanco. Es poco halagador, pero no puedo evitar una
30
risita.
—Sí, y estando concentrada es como me he convertido en la mejor
capitana de todo Tenvrath y más allá.
—Un corazón siempre en camino nunca puede asentarse con una
sola persona —dice suavemente papá. Es un eco del mantra de
Madre: lo que siempre la llama a casa.
—Tú también, papá, ¡no! —gimo—. Escucha, mi corazón no podría
estar más lleno. Ustedes tres significan todo para mí. No hay lugar
para nadie ni para nada más.
—¿Sabes lo que es importante para nosotros? ¿Sabes lo que también
tiene que ser importante para ti? —Emily señala, inclinándose para
tocarme el pecho—. Tú. Tu felicidad.
—Tu hermana tiene razón —añade papá.
Suspiro. No era esa mi intención. Pero es mejor a que me pidan
detalles que no quiero dar.
—Soy feliz cuando todos ustedes son felices.
Emily hincha las mejillas y me mira con el ceño fruncido. Su
barbilla cuadrada hace que su cara parezca redonda como un melón
cuando tiene las mejillas así. Se parece mucho a nuestro padre, ha
heredado sus ojos color avellana y su fuerte mandíbula.
Mientras que yo soy toda nuestra madre.
Mis ojos son como el mar tempestuoso, grises tormentosos y azules
agitados, tan inquietos como mi espíritu. Eso me dijo Charles cuando
nos conocimos. Él también era hijo del mar, así que podía reconocerlo
en mí. Había visto la majestuosidad y la violencia de las olas. Qué
noble sonaba cuando me contaba que había perdido a su familia a
causa del mar y que había dedicado su vida a evitar que otros
sufrieran el mismo destino.
Me contaba historias de su vida, llena de emoción y peligro. Él
también podía darme esa vida, si yo quería. Eso es lo que había dicho.
Lo que había prometido…
31
Bebo otro sorbo largo de cerveza e intento alejar los pensamientos
sobre él. Es un esfuerzo inútil. Puedo amarlo, odiarlo, estar resentida
o frustrada con él. Pero lo único que no puedo hacer es no
preocuparme por él. Todo me lo recuerda. De los fugaces buenos
momentos que compartimos una vez, hace tanto tiempo que ahora
parecen un sueño. De todas las razones que tengo para odiarlo.
—¡Sabes lo que intento decir! —continúa Emily, ajena a mi lucha.
—Sí, lo sé.
—¿Entonces por qué estás siendo tan imposible al respecto?
—Porque soy tu hermana mayor y «ser imposible» es para lo que
estoy hecha. —Sonrío ligeramente y empujo sus mejillas hinchadas,
haciéndola exhalar con un soplo de aire y apartar mis manos.
—Mira, Vic, si no quieres estar con nadie nunca más porque no te
hace feliz, pues bien. Pero no lo hagas porque estás «demasiado
centrada en cuidar de nosotros». Eso no es lo que queremos. Confía
en que estaremos bien. Ya has pasado por bastante; mereces tu
«felices para siempre».
Sonrío débilmente, dando vueltas a mi cerveza en la jarra,
embelesada por el ámbar espumoso. Una vez creí en esas palabras, en
que «merecía» ser feliz para siempre. Que todo el mundo lo merecía,
fuera lo que fuera para cada persona. Pero ahora lo veo como lo que
era: las ensoñaciones de una niña. El mundo real es duro y cruel. Las
cosas no siempre salen bien, por mucho que te esfuerces o ruegues.
—Voy a preparar la cena. —Papá deja su jarra—. Un banquete de
celebración no se cocina solo.
—Padre, no tienes que…
Me hace un gesto para restar importancia y se dirige a la puerta
lateral que comunica con la pequeña cocina. Mi estómago amenaza
con arruinar la comida, agriándose ante la idea de que esta podría ser
la última vez que coma su comida. Voy a tener que ponerme manos
a la obra si quiero reunir toda una vida de crons en seis meses.
32
—¿Cuándo vas a decirme qué te pasa? —Emily pregunta, dándome
un codazo con el hombro.
—No pasa nada.
—Algo definitivamente pasa.
—¿Por qué piensas eso? —Odio lo bien que Em me conoce.
—Deberías estar más feliz.
—Estoy feliz. —Tan feliz como puede serlo una mujer muerta. Pero
terminar con mi matrimonio fallido ha sido lo único que he querido
hacer antes de morir. No solo porque Charles fue tras mi familia antes
de saber que había sobrevivido. Sino por mí misma.
«Me perteneces… Tu alma es mía». He llevado esas palabras
conmigo durante casi cinco años. Intentando demostrarle lo contrario
a cada paso. Para demostrarle que soy mi propia mujer con palabras
y hechos… pero nunca fue suficiente. Siempre estaba esa última y
susurrante cuerda que me sujetaba a él. Una cuerda ahora rota.
—Victoria Datch. —Incluso cuando me regaña, no usa mi nombre
completo.
—Lo siento, ¿qué?
—Háblame, por favor. —Emily baja la voz y me mira a los ojos.
Toma mis manos entre las suyas—. Es raro verte tan nerviosa. —
Frunce el ceño. Trabaja para el Consejo y conoce sus métodos. Por fin
se da cuenta—. ¿Qué más dijeron?
—El consejo me ha cobrado una tasa como coste por romper el
contrato.
—¿Qué? —Emily se resiste.
—Tengo que devolverles lo que les debo por mis cuidados y mi
paga mientras fui la mujer del cuidador del faro. —Las palabras casi
se me atascan en la garganta y agradezco la pesada jarra una vez más
al apartar la mano para tragar un bocado de cerveza—. También debo
terminar de pagar por su «sufrimiento».
—¿Su sufrimiento? —Mi hermana parece a punto de volcar el bar 33
en su rabia por mí—. ¿Qué más podrías deber? Le has estado pagando
doscientos crons al año, más de lo que la mayoría podría soñar. —
Solo oírla decir «doscientos crons al año» enfatiza una vez más la
imposibilidad de la cantidad que ha costado mi libertad. Ni siquiera
puedo morir sin ser una carga para mis seres queridos.
—Quieren que le pague diez mil —le digo para que no tenga que
arriesgar su puesto en el Consejo para enterarse, como sé que habría
hecho si lo hubiera mantenido en secreto.
—¿Perdón? —Emily palidece, quedándose quieta.
—Y luego otros diez mil al consejo para devolver la inversión que
hicieron en mí mientras fui esposa de un farero.
—¡No lo has visto ni una sola vez! —Emily se ha ido enterando
poco a poco de mis circunstancias a lo largo de los años. Les debía a
todos alguna explicación cuando aparecí, de vuelta de entre los
muertos, después de haber ignorado todas sus cartas antes de que el
mar me reclamara. Pero le he ahorrado los detalles más sombríos.
Aun así, mi hermana es una mujer adulta e inteligente. Se ha dado
cuenta de lo peor.
—Baja la voz, Em. Por favor —siseo—. No quiero que papá se
entere.
—¿Qué vas a hacer?
—Tengo una idea. —Miro fijamente mi jarra.
—No es lo que creo que es… ¿verdad? —Em estrecha los ojos—.
¿Vic? Dime que no vas a navegar por la ruta del norte.
Me encojo de hombros y bebo un largo trago.
—Pensé que Lord Applegate había renunciado a esa ruta después
de la última llamada cercana.
—Puede que haya cambiado de opinión. —Se rumorea que la
compañía Applegate tiene problemas. Las minas de plata no están
produciendo al ritmo de antaño y la ruta terrestre se ha encontrado
con interminables y costosos contratiempos al intentar hacer túneles 34
a través de las montañas. Muy poca plata ha estado fluyendo al
mercado, por lo que dice mi madre.
—No. No me importa. Te lo prohíbo.
Me río ligeramente.
—No puedes prohibírmelo.
—¡Sin duda voy a intentarlo! Ya no son solo los monstruos marinos.
He oído que las sirenas son peores en esa zona en esta época del año
y que es demasiado rocosa para que el consejo erija un faro más cerca
de… —«En el que estabas tú», se detiene antes de decirlo.
—El de Charles —digo de todos modos.
Me toca la mano.
—Vic, un barco acaba de hundirse.
—Un capitán menor en un barco menor. —Aprieto su mano.
En ese momento, entra en el bar nada menos que mi jefe. Sé que
está aquí para comprobar mi última entrega, pero la oportunidad
nunca deja de presentarse cuando más la necesito. Hay un poco de
magia de sirena abriendo ante mí el camino que necesito, como
siempre lo ha hecho. Me froto la muñeca tatuada en señal de gratitud
mientras me pongo en pie.
—Si me disculpan un momento.
Emily me toma de la mano.
—Por favor, no vuelvas a hacer esa ruta. Podemos encontrar el
dinero de otra manera. No vale la pena.
—Es la última vez —le aseguro con seguridad.
—Dijiste eso la última vez. —Emily suspira—. Vic, lo digo en serio.
Me inclino hacia delante y le acomodo un mechón de pelo detrás
de la oreja, del mismo tono dorado miel que el mío, que el de nuestra
madre. Es la mejor de todas nosotras, por dentro y por fuera.
—Yo también: me tomo en serio lo de cuidar de ti y de mamá y
papá. 35
Ella no necesita saber sobre el ultimátum del Consejo. Al final lo
sabrá, o se lo imaginará. Solo hay unos pocos castigos para los
deudores en Tenvrath, y ninguno de ellos bueno. Pero no permitiré
que se entere cuando los cobradores vengan a arrastrarla a ella y a
mis padres a una prisión de deudores. O… algo peor… que Charles
exija a Em que se vaya a vivir con él al faro en mi lugar. Haré mil
tratos con mil sirenas y moriré mil veces antes de dejar que eso ocurra.
—Puedes cuidarnos mejor cuando no eres comida para monstruos.
—Nunca he visto un solo monstruo en todos mis años. Son solo
excusas para malos capitanes o explicaciones para tormentas
inesperadas. —Si bien es cierto que no los he visto… también estoy
viva gracias a un Siren. Así que sé que no debo pensar que no los hay.
—Podemos ayudar a conseguir la cantidad.
—Esta es la única manera.
Me tira de la muñeca mientras intento alejarme. Kevhan Applegate
está a medio camino del pequeño bar, quitándose el algodón de las
orejas.
—Por favor, vas a hacer que te maten.
Sonrío y beso su frente.
—Estaré bien. Lo he estado todas las otras veces.
—Y cada uno estuvo cerca. Vic…
—No te preocupes.
Em suspira y me suelta. Lo que no sabe es que tengo magia de
sirena para mantenerme a salvo. Y… ya soy una mujer muerta
andando.
—Lord Kevhan —digo, manteniendo la voz baja para que Em no
oiga todos los detalles de nuestra conversación.
—Capitana Victoria, un placer como siempre. —Sonríe y las patas
de gallo de las comisuras de sus ojos se arrugan. Tiene la misma barba 36
que mi padre. Una de sus muchas similitudes. Este hombre ha sido
tan bueno como mi familia cuando todos los demás me echaban. Fue
el primero en acogerme. El primero en creer en mí después de años
de que Charles me dijera que era un fracaso. Ha sido mucho más que
mi patrón—. Todo se veía bien con el último envío. Quería
asegurarme de que no había ningún problema que debiera saber.
—En absoluto —le informo. Pero no puede estar aquí solo por
eso… Me pica la curiosidad.
—Eres una maravilla. —Me da una palmada en el hombro. Me doy
cuenta de que su ropa está un poco más sucia de lo que estoy
acostumbrada a ver. Hay hilos sueltos en su codo que dejan entrever
una costura descosida. Pequeñas imperfecciones que no son propias
de él. Por mucho que me duela la idea de que la desgracia caiga sobre
mi benévolo patrón, también me envalentona. Tal vez los rumores
sean ciertos y, ahora mismo, me necesite tanto como yo a él.
—Quería discutir algo usted —le digo.
—Es curioso, yo también tenía un asunto que quería tratar contigo.
Levanto la mano.
—Usted primero.
Suspira pesadamente.
—Sé que te había dicho que no volverías a navegar por la ruta del
norte, sin embargo, podría exigírtelo a ti y a tu tripulación. Una última
vez. —Enfatiza las tres últimas palabras.
Sonrío sombríamente y asiento con la cabeza. Tiene razón. Será la
última vez. De una forma u otra. Sin dudarlo, digo:
—Acepto.

37
Capítulo 2
Toda mi tripulación está en cubierta. Algunos en posición de
firmes, otros sentados. Unos pocos están encaramados a la barandilla.
Pero todos me miran a mí.
Me apoyo en el mástil, con los brazos cruzados. Nadie ha dicho una
palabra en cinco minutos. Es una de mis tácticas. Convoco estas
reuniones antes de zarpar cada noche. No importa cuánto tiempo
llevemos en el puerto, siempre hay historias que contar y ponerse al
día de las travesuras de la tripulación durante su estancia en Dennow.
Este es el último muelle de Tenvrath, así que es una de las pocas veces
que podemos atracar y desembarcar todos. Espero, dejándoles hablar
hasta que las conversaciones se han agotado. Hasta que todos los ojos
se posan en mí.
—Voy a ir directo al grano. —Llevo la mano al pecho, la aliso sobre 38
la palma de la otra y presiono las yemas de los dedos contra la palma.
Incluso en Dennow, protegido por sus tres faros y lejos del Paso Gris,
llevamos algodón en las orejas fuera de los edificios de paredes
gruesas con puertas pesadas y gente que nos vigila. El algodón es
obligatorio en los barcos al norte del estrecho río que atraviesa los
oscuros bosques del sur y conecta con los mares de más allá. Incluso
los que no pueden oír sin el algodón se tapan bien los oídos con él. La
paranoia está muy arraigada entre los marineros y algunos afirman
que el canto de las sirenas es lo único que pueden oír los oídos sordos.
Yo lo creo, ya que, incluso con los oídos tapados con algodón, oigo
cantos en el fondo de mi mente.
—Lord Kevhan nos ha pedido que vayamos al norte.
Hay miradas preocupadas, algunas manos frenéticas que me
preguntan «¿Por qué?» y «Por favor, explícate».
Los complazco.
—Como estoy segura de que todos han oído, la ruta terrestre que
Tenvrath está intentando construir a través de las montañas centrales
no está resultando, al menos no tan rápido como se deseaba. Hay una
enorme acumulación de plata esperando a ser entregada. —Espero
que sea un atraso lo suficientemente grande como para que mi
porcentaje de pago de la carga sea impresionante—. Partimos al
amanecer. Tres semanas de ida, tres semanas de regreso. —Deberían
sobrarme dos semanas para liquidar todo antes de que el Siren venga
a recogerme—. Es una carrera agresiva en circunstancias normales y
nos esforzaremos para luchar contra las mareas en esta época del año.
Y lo sé, dije que la última vez fue la última. Pero les prometo que esta
lo será. Lo juro, esta es la última vez que haré la ruta del norte y
arriesgaré sus vidas en el Paso.
Hay algunas discusiones privadas. La gente me da la espalda para
intercambiar palabras sin ser vistos y luego vuelven a darse la vuelta.
Los brazos se cruzan. Los pies se mueven. La incomodidad y el
malestar se hacen palpables en el aire.
Tomo aire y me reafirmo antes de continuar.
—Aunque nuestra tripulación nunca ha tenido incidentes antes, 39
hace poco se hundió un barco. Ir supone un riesgo para sus vidas, uno
que todos conocen mejor que ningún otro marinero. Un riesgo que no
tienen por qué correr. Les daré la misma opción que les doy cada vez
antes de este viaje: pueden quedarse en tierra. Hablaré con Lord
Applegate y les encontraré trabajo en la compañía comercial hasta
que regresemos. Y, cuando regresemos, seguirán teniendo un lugar
en este barco si aún lo quieren.
Cuando termino, la quietud es total. Hay algunas miradas
preocupadas. Uno o dos asentimientos me tranquilizan. Este grupo
es muy duro.
Toda mi tripulación ha escapado de algún tipo de penuria y
desgracia. Hay mujeres y hombres que huyeron de sus propias
parejas, situaciones mucho peores que la que yo viví con Charles. Hay
hijas e hijos que escaparon de hogares llenos de odio y depravación.
A algunos los liberé de prisiones de deudores como de las que intento
librar a mi familia.
El Siren me dio la oportunidad de seguir viviendo cuando mi
historia debería haber terminado. Me dio una segunda oportunidad.
Tan merecida, o no, como pudiera haber sido. Así que me he
propuesto intentar compartir mi fortuna con otros que necesiten lo
mismo.
Jivre, mi fiable primera oficial, da un paso al frente. Sabía que lo
haría. Como yo, habla con las manos.
—No preguntarías esto a la ligera. Hay otra razón para huir hacia
el norte, ¿no?
Dudo. Todos me esperan. Estos hombres y mujeres que han puesto
su vida en mis manos, me han dado su fe, su sustento. Les debo toda
la verdad después de todo lo que hemos pasado. Además… la
mayoría de ellos conocen los rumores. Es solo por respeto a mí que
nada de las calles de Dennow se repite en mi nave.
—Como todos ustedes probablemente saben… He estado
trabajando en… —Mis manos quietas. Me cuesta encontrar las
palabras—. Resolver un asunto de mi pasado —digo finalmente.
40
Sacudo la cabeza. «Deja de ser cobarde, Victoria». Sé que los rumores
y los apodos que me ponen no son más que palabras insignificantes
y que debería ignorarlas. Sin embargo, se me pegan. Sigo
proyectando una valentía que no siento del todo. No puedo
permitirme el lujo de procesarlo lentamente, de regodearme en las
noticias, nunca lo he hecho. Sigo avanzando—. Como la mayoría de
ustedes saben, ¿a quién quiero engañar? Todos lo saben, me casé. Fue
una decisión que tomé y siguió su curso. Ha sido así durante mucho
tiempo en espíritu y, hasta hoy, legalmente también.
Sonrisas por doquier. Algunos aplausos y vítores. Intento
devolverles una sonrisa alentadora. Esta tripulación realmente quiere
lo mejor para mí. La mayoría de ellos tienen sus propias marcas en su
contra a los ojos de la sociedad. Si alguien sabe por lo que estoy
pasando, son ellos.
Realmente no me merezco esto.
—Sin embargo, por romper los términos y expectativas del contrato
matrimonial, el consejo me ha exigido que devuelva la inversión que
Tenvrath hizo en mí como esposa de un farero, así como una suma
final a Charles por su sufrimiento.
—¿Cuánto es la suma final? —Maree, mi observadora del nido de
cuervo, pregunta.
—Veinte mil crons.
—Veinte mil… —Jivre repite.
—¿Veinte mil? —Maree se queda perpleja. El resto de la tripulación
se une a ella en su asombro. Las manos se mueven demasiado rápido
para que los ojos puedan seguirlas.
—Basta, basta. —Jivre los calma y vuelve a mirarme—. ¿Cómo vas
a conseguir el dinero? —Es una pregunta maravillosa, para la que
llevo horas pensando la respuesta.
—La ruta del norte es de unos pocos miles para el capitán, por lo
general.
Jivre se burla. 41
—No hay manera. No después de lo que nos pagan.
Finalmente admito mi viejo secreto.
—Yo… suelo reducir mi paga a un tercio.
—¿Qué? —Lynn, un marinero de cubierta, hace señas lentamente.
—Quería que todos cosecharan los beneficios de su trabajo.
Siempre he pensado que mi paga era excesiva. Pero esta vez puede
que sí… me lo quedaré todo —admito con cierta culpabilidad. Es lo
que debo hacer… pero odio no darles todo lo que puedo—. Aparte de
eso, tengo algunas cosas en mi cabaña que puedo vender. Hay un
poco escondido…
—Sabemos que no tienes nada de verdadero valor escondido. —
Jivre sacude la cabeza—. Y menos ahora, sabiendo cómo nos pagas,
lo que das a tu familia y los pagos que te has visto obligada a hacer a
ese hombre durante años. Es una maravilla que tengas algo.
—Tengo algo —digo en defensa. Cien crons es técnicamente algo.
—Toma mi parte.
—Jivre…
—La mía también. —Maree da un paso adelante.
—Y la mía.
—Por favor, no. —Les pido que paren, pero no me escuchan.
—Y la mía —dice otro con las manos.
Uno a uno, mi tripulación me ofrece sus partes de los beneficios de
nuestra ruta más peligrosa. Todos ellos. Mi visión se nubla y los ojos
me escuecen cuando el último asienta la mano. Siento como si me
hubieran vaciado las tripas para hacer sitio a toda la culpa que siento.
—Si toda la tripulación ponemos de nuestra parte, eso debería
acercarte, ¿no? —Jivre me pregunta.
—Sería inmensamente útil. —Agradezco con mis manos cuando sé
que mis palabras me fallarían si tuvieran que ser pronunciadas. Si me
quedara con toda mi parte, y la de ellos, me llevaría casi dos tercios 42
del camino. Tal vez tres cuartos, dependiendo de cuánta plata haya
en realidad. Aun así, lamentablemente corto. Pero de repente la
cantidad imposible parece alcanzable—. ¿Pero qué pasa con todos
ustedes? No puedo quedarme lo que necesitan.
—Estaremos bien.
La tripulación asiente a Jivre.
—Te debemos esto a ti. Te aseguraste de que Jork tuviera la
medicina para su chica. Sacaste a Honey de esa horrible prisión.
—Y no olvidemos cuántas veces has hecho que tu padre nos pague
la cuenta del bar —dice Sorrea con gráciles movimientos de las
manos.
Si alguien debe algo aquí… soy yo.
—Déjanos hacer esto por ti. —Jivre vuelve sus ojos hacia mí—.
Confía en nosotros por una vez. Y cuando hayamos vuelto,
pensaremos cómo conseguir el resto. Juntos. Quién sabe, a lo mejor
recaudamos lo suficiente como para que te sobre algo para irte de
vacaciones con Emily.
Echo la cabeza hacia atrás y parpadeo hacia el cielo. No puedo
llorar, soy su fuerte y estoica capitana. Pero ha sido un día muy, muy
largo. Y estoy agotada.
Unas vacaciones con Emily… ojalá. Hay tantas cosas que debería
haber hecho por ella cuando tuve la oportunidad. Hecho con ella.
Hecho por todos ellos. Si iba a deberle a Charles una suma impía,
debería haberme retrasado en los pagos para que Emily tuviera
vestidos nuevos. Debería haber llevado a mi madre a más viajes y a
mi padre a más cenas para que pudiera probar más platos y obtener
nuevas ideas para sus propias recetas. Debería haberme quedado más
tiempo con mi tripulación y haber aprendido más de sus historias.
Ahora estoy fuera de tiempo. Pero aún me queda un viaje por
delante. Una última cosa que debo hacer antes de ser relegada al
olvido.
—Gracias a todos —digo, enfatizando cada movimiento con la
43
esperanza de que puedan sentir mi sinceridad.
La tripulación se dispersa y yo los observo ocuparse de sus asuntos.
Mis hombros se hunden con el peso de sus vidas. He intentado cuidar
de ellos lo mejor que he podido, como si fueran mi propia familia.
¿Fue suficiente?
Sacudiendo la cabeza, vuelvo a mi camarote. Es algo pequeño, para
los estándares de la mayoría de los capitanes. Pero yo no gano dinero
con mi espacio vital. Lo gano con mi tripulación y mi carga, así que
me aseguré de que el barco en el que navegaría reflejara eso. Mi
tripulación tiene tantas comodidades como puedo permitirme.
Aun así, por estrecho que sea, es y siempre ha sido mío. Felizmente,
enteramente mío.
Algo más de tres años viviendo aquí la han abarrotado con decenas
de obsequios y chucherías que he ido recogiendo en mis viajes. En la
estantería hay una caja de incienso de los artesanos de Lanton. Un
frasco de hierbas para el mareo —casi vacío— comprado a una
herborista joven pero de gran talento que acababa de terminar sus
estudios y había abierto su tienda en Capton cuando pasé por allí.
Hay dulces de Harsham, la ciudad más cercana a la extraña ciudad
amurallada del sur que siempre pide más plata de la que pueden
producir las minas. Y una rara vidriera enmarcada de las regiones de
las llanuras cercanas a los oscuros bosques de los Fae, que me regaló
mi jefe durante una de sus famosas fiestas.
—Cada rincón de la tierra y el mar se abrirán para ti —murmuro,
parafraseando las palabras que oí aquella noche. Están tan grabadas
en mi memoria como las marcas de mi piel. Nunca he tenido
problemas para ir a ninguna parte. Nunca he encontrado una carga,
un muro o una puerta que no pudiera superar.
Excepto uno.
Hay un lazo, una atadura que me retiene. Que sigue llamándome
con gritos y alaridos y un silencio ominoso. Una que hace sonar
violentamente las campanas de alarma en mi mente, más fuerte que
la campana del faro que tañe a través de las aguas de Dennow. 44
Pero ese lazo por fin se ha deshecho. Se acabó. «Puedes dejarlo ir,
Victoria».
No, aún no… Todavía debo pagar el precio de mi libertad antes de
irme.
Ninguno de ellos sabe que me voy a ir pronto. Nunca me atreví a
decírselo a nadie, ni siquiera a Emily. Si tan solo un susurro saliera a
la luz, mi familia estaría en peligro. Ya lidié una vez con los rumores
de Charles de que estaba aliada con las sirenas. Lo último que puedo
arriesgar es una segunda vez. Ya les he causado demasiados riesgos
y dolor.
¿Soy repugnante por ocultárselo? ¿Me convierte en una mala hija?
¿Hermana?, ¿amiga?
Las preguntas pesan mucho en mi mente. Más que nunca. La
hamaca se hunde debajo de mí, meciéndose con el balanceo del barco.
«¿Fui una tonta por terminar las cosas con Charles?» No, tenía que
hacerlo. Si no fue por mí, fue para proteger a mi familia… ¿Pero qué
habría sido de no haber empezado nunca con él? Esa podría ser la
mayor pregunta de mi vida… lo poco que queda de ella.
¿Habría comenzado antes mis aventuras? ¿Habría desvelado los
grandes secretos del mundo, sin ataduras y libre? ¿Habría encontrado
a mi verdadero amor como en las historias de Emily?
Me río amargamente.
—No te adelantes, Vic.
No hay nadie ahí fuera que me amaría, no como soy. Ninguna
persona que encendiera mi alma con una caricia. No hay una persona
que me amaría, todo de mí, lo bueno y lo malo y todas las partes feas,
no importa qué. Y, aunque la hubiera, sería cruel intentar algo con
ella. Soy un imán para la mala suerte. Estoy marcada para la muerte.
Suspiro suavemente mientras espero, pasando las yemas de los
dedos por los colores arremolinados en mi antebrazo. Incluso desde
el abismo acuoso donde reside mi Siren, puedo oírlo cantarme casi
todas las noches. Llamándome. 45
Pero esta noche, mi mente está en silencio. Y los únicos sonidos en
mi mente son mis propios pensamientos tortuosos.
Capítulo 3
Las minas se ven a lo lejos, detrás de nosotros, y en la bodega de mi
barco hay más plata de la que jamás he visto. El viento está a nuestro
favor hoy, como lo ha estado durante todo el viaje. Todo va a mi
favor. Solo necesito que la magia aguante hasta mi regreso.
Me sitúo en la proa del barco y miro fijamente una mancha gris en
el horizonte. Puede que sea la última vez que zarpe. Me pregunto
cómo vendrá a mí el Siren… ¿Se arrastrará desde el mar? ¿O el canto
en el fondo de mi mente se hará tan fuerte que me convocará a su
guarida, caminando hacia la espuma, para no volver a saber de mí?
«¿Dolerá la muerte?» Dolores fantasmas que quemaran mis
pulmones, con sabor a fría agua de mar.
Buscando una distracción, vuelvo mi atención a las cubiertas de
abajo. Todo el mundo se está colocando en sus puestos, haciendo lo 46
que hay que hacer antes de adentrarnos en el Paso Gris. ¿Qué saldrá
de todo lo que he construido estos últimos cuatro años? La sensación
de que estoy defraudando a Kevhan, después de todo lo que este
hombre ha hecho por mí, es tan pesada como la plata bajo cubierta.
—Capitana —hace señas Kevhan al detenerse a mi lado. Tiene las
orejas tapadas con algodón. Las cubre con orejeras. Los que
trabajaron en la Compañía Comercial Applegate hace años dicen que
antes era raro verlo a bordo. Pero, desde que estoy aquí, ha insistido
en subirse casi siempre a un barco de su flota e ir a alguna parte. El
mar debe ser tanto su hogar como el mío.
—Todo se ve bien, señor —informo obedientemente—. Los vientos
están a nuestro favor. Deberíamos llegar al Paso Gris en la próxima
hora.
—Esperemos que sea tan fácil el camino de vuelta como lo fue el de
ida.
Resoplo, pero mantengo las manos quietas y los pensamientos para
mí. Incluso con un capitán vigilado y guiado por la magia de las
sirenas, el paso nunca es «fácil». Me limito a repetir sus movimientos.
—Esperemos.
—Hay algo que quería discutir contigo… bueno… dos cosas.
Le pido que continúe.
—El primero es el asunto de tu compensación. —Esas palabras
tienen mi corazón agarrotado. Mi mente ya está acelerada. Conocía
los rumores de que había pasado tiempos difíciles con el retraso de la
ruta terrestre, pero si tiene que descontarme la indemnización por la
carrera… ¿dónde podría compensar la diferencia?—. Había más plata
en esa mina que incluso nuestras mejores estimaciones. Mi esposa
estará feliz.
Lady Applegate es una astuta mujer de negocios. Toda la sensatez
de Kevhan con el doble de astucia y la mitad de corazón, si acaso. Ella
es quien heredó las minas de su anterior y difunto marido, por lo que 47
su unión con Applegate es notable en la región de Tenvrath. Los
medios de producción se unieron a los medios de transporte.
—Por esa razón, hay suficiente para que yo duplique tu pago
regular por esta ruta.
—¿Perdón? —Apenas puedo mover las manos para formar las
palabras debido al temblor de mis dedos.
Kevhan se vuelve hacia mí con una sonrisa cómplice. Miro de reojo
a mi nave, a mi tripulación. Alguien se lo ha dicho. Estoy entre el
pánico y la vergüenza.
—Considéralo un extra.
—Señor, no podría… Su familia…
—Mi familia estará bien —me tranquiliza. Sin embargo, conozco la
expresión de cansancio que lleva. Es la cara de alguien que intenta
desesperadamente, a toda costa, mantener todo unido—. Este envío
marcará el comienzo de una nueva era para la Compañía Comercial
Applegate. Es lo menos que puedo hacer por ayudarme a llegar a este
punto. No podría haberlo hecho sin ti.
—Yo…
—Eres como una cuarta hija para mí, Victoria —me dice
cariñosamente. ¿Cómo puede algo tan tierno golpearme como una
daga entre las costillas?—. Y siento que me he aprovechado de tu
habilidad durante años al no pagarte lo suficiente. Me gustaría hacer
esto. Por favor, permíteme.
¿Cómo puedo decir que no a eso? Aunque me incomode un poco,
levanto la mano a la cara y la bajo en arco para decir:
—Gracias.
—No, gracias. Hemos pasado por mucho, tú y yo. —Se ríe—. Has
recorrido un largo camino desde el desliz de una chica que conocí
hace casi cinco años.
Lo primero que hice tras llegar a la playa fue caminar hasta
Dennow, el corazón de Tenvrath. Sabía que podría encontrar algún 48
tipo de trabajo en la ciudad… Nunca habría imaginado que podría
tener suerte con un señor que estuviera ampliando sus negocios y
necesitara desesperadamente capitanes lo bastante insensatos como
para navegar por la ruta del norte.
Esa fue mi primera suerte con el canto de la sirena.
No sabía lo más mínimo sobre llevar el timón de un barco. Mentir
sobre ello había sido tan imprudente como huir de Charles. Pero no
era como si tuviera muchos capitanes de barco dispuestos a navegar
por el Paso Gris, conocido por sus monstruos marinos y fantasmas.
Yo era una de sus únicas opciones y él era la mía. Me esforcé, tuve la
magia y todo salió bien. Mis primeras mentiras a Kevhan fueron las
mejores mentiras que he dicho nunca.
Lord Kevhan Applegate fue generoso conmigo, más aún después
de que demostrara mi valía y ascendiera rápidamente hasta
convertirme en su capitán más fiable y hábil. Trabajé duro y esperé
mi momento, me hice llamar Victoria en lugar de Elizabeth e incluso
mentí sobre mi edad para evitar que Charles —en realidad, nadie—
supiera que estaba viva. Quería proteger a mi familia; creía que si
Charles hubiera sabido que estaba viva, habría ido por ellos. No sabía
que Charles ya lo había hecho.
Cuando por fin me puse en contacto con mi familia, de la forma
más discreta posible, la verdad salió a la luz. El consejo intervino. La
nueva vida ordenada que había intentado construir para mí se
desordenó rápidamente.
Afortunadamente, para entonces estaba en condiciones de pagar
cada año a Charles el coste de mi libertad y me sobraba lo suficiente
para ayudar a mi familia a trasladarse a la ciudad. Todos trabajamos.
Y luchamos. Y conseguimos algo para nosotros.
Cinco años… tanto tiempo, había pensado en aquella fría noche…
pasado en un abrir y cerrar de ojos.
—Deberíamos empezar a prepararnos para el Paso. Ahora, por
favor, señor, baje a cubierta —le digo.
—¿Segura que esta vez no reconsiderarás que esté en cubierta? — 49
pregunta. Le dirijo una mirada cansada que provoca risitas—. De
acuerdo, de acuerdo. No me arriesgaré a distraerte aunque esperaba
ver un monstruo o una sirena. —Se aleja con una sonrisa alentadora.
Me muerdo la lengua para no señalar que en realidad no quiere ver a
una de esas horribles criaturas—. Buena suerte, Victoria.
Espero que su deseo de suerte funcione. No importa cuántas veces
lo haga, cuántas veces me adentre en los mares tempestuosos de la
guarida de las sirenas, el corazón me late con fuerza.
El Paso Gris es un peligroso canal que serpentea a través de una
franja de rocas con forma de colmillos que sobresalen de una costa
rocosa y rompen las peores olas procedentes de los mares
perpetuamente violentos de lo vasto y desconocido, más lejos de lo
que ningún marinero haya podido navegar jamás y vivir para
contarlo. Ni siquiera yo, con toda mi magia de sirena, me he atrevido
nunca.
Aquí siempre hubo tormentas anormales y rumores de fantasmas.
Pero después de que las sirenas empezaran a atacar hace unos
cincuenta años, un paso ya de por sí peligroso se volvió francamente
letal para todos. Yo fui la primera capitana que logró atravesar el paso
en décadas gracias a mi inmunidad al canto.
Pero eso no significa que sea fácil.
—¡Cierren las escotillas! ¡Aten las cuerdas! Alisten las Velas. —
Ordeno a la tripulación con movimientos amplios y vastos para que
todos vean.
Hacen lo que se les dice, preparándose a sí mismos y al barco en la
última hora de mar en calma que tendremos.
Mientras las jarcias gimen bajo la fuerza de los vientos, me dirijo
hacia la proa con Jivre. El resto de la tripulación se ata a sus puestos.
Hay cuatro tubos amarrados a la barandilla de proa, dos a mi
izquierda y dos a mi derecha. Cada uno sostiene una bandera
enrollada, no mucho más grande que mi mano. Con los movimientos
de la bandera, puedo comunicarme con la tripulación que tengo
detrás sin tener que girarme ni hacer gestos complejos.
50
Jork termina de sujetarse a la barandilla junto a mí. Lo saludo con
la cabeza y él me devuelve el saludo. Lleva una cadena en una mano
y un palo en la otra, cada uno de los cuales refleja una de sus
funciones en el pasadizo. El palo es para llamar mi atención: es el
vigilante por si mi tripulación necesita hablar conmigo. La cadena
está conectada a una gran campana en lo más profundo del casco del
barco, una versión en miniatura de la que tocaría en el faro para
interrumpir los cantos de sirena. La campana de mi barco es
demasiado pequeña para marcar una diferencia duradera, pero lo
bastante grande para ser mejor que nada.
Pasamos junto a una gran roca puntiaguda que conozco como el
inicio del Paso Gris.
La tormenta desciende sobre nosotros en un suspiro. Caen rayos,
más cerca del barco de lo que me gustaría. Nos movemos a buen
ritmo, virando bien con los vientos cambiantes.
Saco la brújula de los pantalones y la encajo en un lugar de la
barandilla que he tallado para esta ocasión. Es en parte útil para
confirmar mi instinto y en parte un amuleto de buena suerte. Desde
que salgo sola, la brújula me ha guiado. Fue lo primero que me
compré con el dinero que ganaba.
Al pasar la segunda roca emblemática, los aullidos del viento se
convierten en gritos. Hoy las sirenas suenan fuerte. Hambrientas.
Mortales.
Estiro un dedo y oigo el primer tañido de la campana. Suena, fuerte
y disonante con el canto de las sirenas. Las confunde, rompe sus
hechizos. Puede que sea inmune a los cantos de las sirenas, pero
nunca he confiado en que eviten a mi tripulación.
Los músculos que rodean mis oídos se tensan para cuando la
canción vuelva a sonar inevitablemente. La lluvia empieza a azotar la
cubierta. Otro relámpago ilumina el oscuro horizonte, mostrando
sombras arremolinadas justo debajo de las olas. Monstruos o
fantasmas que esperan alimentarse de nuestra carne viva.
Aunque entramos en el Paso Gris a primera hora de la mañana,
ahora parece casi de noche. Las nubes son tan densas que casi tapan
51
completamente el sol. Saco una bandera azul de su caja, la sostengo
por encima de la cabeza y la agito en círculo.
«Velas abajo», dice el movimiento.
Entonces tomo una bandera roja y la mantengo a la izquierda. Oigo
el gemido del timón contra las olas cuando el barco vira. Escucho
cualquier sonido anormal que pueda ser señal de que mi barco se
resquebraja por la tensión. Este viejo navío es una prolongación de mi
propio cuerpo. Conozco todos los crujidos y grietas que son
normales, y los que no lo son.
Los cadáveres de otros barcos bordean el pasaje. Añadiendo
amenazas justo debajo del agua que podrían destrozar nuestro casco.
La profundidad del Paso varía, desde lo suficientemente poco
profundo como para ver los detalles de los naufragios, hasta una
profundidad insondable a medida que atravesamos su sección media.
Vuelven los cantos. Las sirenas aúllan pidiendo sangre en un tono
que nunca había oído antes. Es tan agudo que es casi animal. Extiendo
mi mano derecha. La campana vuelve a sonar.
Utilizo los sonidos de la canción para ayudarme a navegar. Siempre
vienen del este, por lo que he podido comprobar. Eso me ayuda a
mantener el rumbo a pesar de la tormenta. Los puntos de referencia
de los barcos y las rocas me dan tiempo y lugar.
La canción vuelve más rápido. Vuelvo a extender la mano e izo una
bandera. Aumentamos la velocidad. Oigo a la tripulación revolverse
en la cubierta detrás de mí, hasta donde les permiten sus bandas,
gruñendo y gimiendo. Pero no miro atrás. Confío en que harán lo que
saben que tienen que hacer, como siempre han hecho. Me seco la
lluvia de los ojos y entrecierro los ojos para no perder la
concentración.
Todos formamos parte de nuestro éxito. Juntos, saldremos
adelante.
El barco está en una andanada de olas. Cada una es peor que la
52
anterior, inclinándonos peligrosamente a izquierda y derecha. Me
agarro a la barandilla con una mano en todo momento, manteniendo
siempre la otra libre para comunicarme con los que vienen detrás.
Ahora estamos en el meollo. A mitad del pasaje. Solo tardo medio día
en navegar por este violento mar, pero juraría que envejezco una
semana cada vez que llego al otro lado.
El canto del Siren vuelve a sonar, pero esta vez cambiado.
Una nota grave y solitaria casi grita por encima del resto. Sin
embargo, incluso a ese volumen, mantiene su canto. Me arde la carne
del brazo, como si sus marcas se hubieran convertido en alambre de
cuchillas, clavándose en mis músculos mientras me agarro con más
fuerza a la barandilla. Pero apenas lo siento. El viento y el mar, los
gritos de mi tripulación, el ominoso crujido de mi barco, todo se
desvanece.
«Ven a mí». Es un susurro, en un idioma que siento más de lo que
sé. Las palabras me estremecen. Se hunden en mí. Relajan cada nudo
muscular de mi cuerpo. Respiro, como si inhalara el sonido. Su
canción llega a mí como un viejo amigo. Sin invitación. Pero con la
llave de la puerta en la mano, dejándose entrar.
«No». Parpadeo, sacudiéndome la sujeción. Por primera vez…
había caído presa del canto de una sirena.
La canción se detiene y el mundo vuelve a mis sentidos. De repente,
siento la lluvia como puñales helados que se clavan en mi piel
demasiado caliente. Me arde el antebrazo hasta el punto de que, si no
estuviera agarrada a la barandilla, me estaría desgarrando la carne
con las uñas.
La canción vuelve a sonar sin su voz. Pulsando. Palpitante.
Frenética.
Llamándome.
«¡No!» Quiero gritar. Pero tengo la garganta demasiado seca para
emitir el más leve de los sonidos. «Tengo dos meses más. Todavía
no».
El himno del pasaje se ha transformado en la canción que me 53
persigue cada día. La canción que susurraban hasta los vientos más
tranquilos. La canción que casi me volvió loca el primer año de oírla
cada noche antes de dormir, o cada vez que mi mente estaba quieta.
«Su canción».
El Siren viene por mí. Mis deudas se han acumulado. El pago por
las elecciones de mi vida se acerca.
Pero es demasiado pronto. «¡Demasiado pronto!» Me quedan seis
meses.
Izo dos banderas a la vez, empujándolas hacia delante. A toda vela.
Devuelvo las banderas y señalo, dos veces. La campana suena dos
veces. Apenas agita la canción. Vuelvo a señalar. «¡Otra vez!» La
canción continúa. Implacable.
«Ahora no. Ahora no».
Hay otras voces que se unen. Otros me llaman con sus armonías
tenues y fantasmales. El Siren ha traído amigos para cobrar mi deuda.
Tierra y mar, no hay ningún lugar seguro para mí, ningún lugar
donde se paguen mis deudas.
Me doy la vuelta y miro a los hombres y mujeres que me han
confiado sus vidas. Las manos de Jivre se aflojan un instante sobre el
timón. Sus ojos se abren de par en par. He roto mi regla cardinal del
Paso. Mi tripulación ha visto mi miedo. Aprieto la boca en una línea
dura. No voy a dejar que estos monstruos me lleven sin luchar. Y juro
por todos los dioses olvidados que no dejaré que se lleven a mi
tripulación.
Estamos a mitad de camino. «Haremos esto». Agarrando una
bandera, señalo. La nave vira. A la izquierda. Luego a la derecha. Otra
vez a la izquierda. Una vuelta más…
Es un tiro recto desde aquí. Jivre conoce el camino tan bien como
yo. Ella puede hacerlo.
Hay sombras en el agua, agitándose justo debajo de la espuma. El
canto es tan fuerte que se hace difícil formular pensamientos. Ya no
queda tiempo.
54
Está aquí para recogerme. Lo siento en la forma en que cada nota
roza el interior de mi cráneo. Tal vez pueda ganarles tiempo. No
deberían pagar por mis decisiones.
El miedo de mi primera oficial se convierte en pánico y confusión
cuando me alejo de la proa y me pongo frente a ella.
—Cuida de Emily por mí —digo con las manos, pronunciando las
palabras para enfatizar—. Por favor, paga mi deuda por mí. No dejes
que vaya a una prisión de deudores. No dejes que mis padres. Por
favor. —No sé cómo podría evitar todo eso. Es demasiado pedir o
esperar, pero lo hago de todos modos. No me quedan más opciones.
Jivre va a soltar el timón para responder, pero en cuanto lo hace
empieza a girar frenéticamente. Vuelve a agarrarlo para controlar la
nave. Lo único que puede hacer es sacudir la cabeza. Sus ojos brillan,
horrorizados por los golpes de luz. Sabe lo que va a pasar, porque me
conoce.
—Directamente desde aquí. No dejes que te alejen. —Golpeo mi
brújula, aún anidada en la barandilla, y señalo hacia delante—. Dales
las gracias. Agradéceselo a todos, de mi parte. —Debería haberle
dicho más a mi tripulación, antes. Debería haber encontrado una
manera de asegurarme de que sabían de mi gratitud.
—¡Victoria! —grita mi nombre, sin saber que puedo oír su grito
frenético. Sin saber que mis orejeras nunca hicieron nada en absoluto.
Me dirijo al lado del buque donde el canto de las sirenas es más
fuerte. El ruido me hace estremecer. Bajo las aguas oscuras y
espumosas, las sombras se acercan cada vez más a la superficie. Me
preparo y pongo mis manos temblorosas en la barandilla.
Salta. «Salta, Victoria». Es tan sencillo. Pero el terror me atenaza
mientras miro el mar agitado.
Las olas están empeorando. Se elevan en la distancia. Las sombras
se condensan en largos zarcillos.
La canción va in crescendo. Cien voces se alzan a la vez. Ya no 55
cantan. Aúllan. Gritan. Me agarro a la barandilla, dispuesta a tirarme
por la borda.
Luego, silencio. Sigo con horror.
¡Esas sombras no son sirenas!
—¡Izquierda fuerte! —grito con todas mis fuerzas, moviendo mis
manos tan dramáticamente como puedo.
Jivre no tiene tiempo de reaccionar.
Tentáculos tres veces mayores que el edificio del consejo de
Dennow brotan del océano. Se extienden por encima de nosotros,
como si quisieran arrancar las nubes del cielo. El barco se inclina.
Estamos atrapados en las garras de un monstruo. Poco más que un
juguete para esta bestia.
Apenas tengo tiempo de jadear antes de que los tentáculos se
desplomen. Con un crujido dolorosamente breve y una explosión de
astillas y gritos, el barco en el que construí mi vida y la tripulación
que me confió la suya son arrastrados bajo las olas hacia las fauces
de la bestia.

56
Capítulo 4
Los destellos de los relámpagos dejan entrever el horror submarino
en el que me veo inmersa. Trozos de mi barco son succionados por
una corriente que sabe a muerte. Los rostros de mi tripulación apenas
me resultan reconocibles, aunque haya visto a cada uno de ellos
durante años. Aunque los conozca tan bien como al mío propio.
Nunca había visto expresiones como ésta en sus rostros. Sus bocas
están retorcidas y torturadas. Se agarran la garganta mientras tragan
agua en lugar de aire. Algunos se han quedado completamente
inmóviles, con los ojos abiertos de par en par en un horror silencioso,
quieto y nauseabundo.
Otros parecen casi en paz, a la deriva en los pequeños charcos de
carmesí que se filtran desde los lugares en los que pedazos de barco
se han ensartado.
57
El dolor me atraviesa como si sus heridas fueran las mías. Cada
relámpago hace más evidente el coste de mi trato con el Siren. Mi vida
debería haber sido la única en peligro. No las suyas. Ellos nunca
pidieron esto. Confiaron en mí para mantenerlos a salvo, como
siempre había hecho.
Aunque las aguas se arremolinan a mi alrededor y la tormenta
arrecia, mi horror me aquieta. El tiempo se ralentiza bajo el peso de
mi culpa; soy incapaz de soportarlo como siempre. Habíamos hecho
esta ruta demasiadas veces. Habíamos tentado demasiado a la suerte.
Lo había hecho parecer lo bastante seguro como para que ninguno de
ellos albergara un miedo real. Tuvieron fe en mí cuando no debían, a
pesar de todas mis advertencias.
Cada miembro de mi tripulación se fue por mi culpa. «Están
muertos por mi culpa».
El monstruo que nos atacó se mueve en la oscuridad. Tiene forma
de calamar, un cuerpo cinco veces más grande que nuestro barco,
innumerables filas de dientes y tentáculos interminables que surgen
de las profundidades. Es una pesadilla hecha realidad. El instinto de
supervivencia se apodera de mí. Empiezo a patalear, a luchar
mientras la monstruosidad intenta succionarnos a todos hacia sus
fauces. Tiro del agua frenéticamente mientras intenta desgarrarme.
Me arden los pulmones. Ya he estado aquí antes. Sé lo que se siente
justo antes de que mi cuerpo se rinda.
«Así no. ¡Me niego a morir así! Seis meses. Debería haber…»
Un enorme tentáculo se mueve detrás de mí. No lo veo hasta el
último segundo antes de que se estrelle contra mí.
Giro, golpeando a la gente y los escombros. El último aire que me
queda se escapa. Mis pensamientos se agitan, rebotando de una cosa
a otra con la misma rapidez con la que soy arrojada. La cara de Emily
aparece ante mis ojos, radiante. «Mira, Vic, ¡he conseguido el trabajo!»
Ahí están mis padres, bailando en la taberna que entre todos
conseguimos comprar. Charles encima de mí mientras me convenzo
de que soy feliz. Que mis sentimientos de aprensión son normales
para una nueva novia. 58
«Oh dioses, esto es todo. Voy a morir». Incluso cuando el mar me
tira hacia abajo, miro hacia arriba. Trato de nadar lejos.
Una mano tatuada se cierra sobre la mía. Miro hacia atrás y me
encuentro con dos pozos del marrón más intenso que he visto en mi
vida. Ojos que han perseguido mis sueños.
El calor me inunda. El mundo está quieto. No corre el agua. No hay
martilleo de la lluvia ni de las olas. No hay gritos silenciosos de
agonía que de algún modo perforan mis oídos. Solo una nota. Casi
como un suave, «Hola. Por fin».
El Siren que reclamó mi alma está aquí. Es tan de otro mundo como
la última vez que lo vi, aunque el tiempo ha afilado los bordes de su
mandíbula y ha dibujado sombras en sus mejillas. Las líneas dibujan
en su frente un surco casi perpetuo; las sombras contrastan con el halo
de pelo platino que le rodea el rostro. Es tan etéreo como un serafín,
tan intemporal como un demonio y mucho más mortífero que ambos
juntos.
—Ven. Es la hora. —Su voz resuena en mi mente. Como la primera
vez, habla sin usar la boca. Me atrae hacia él y me rodea la cintura con
la mano libre. Una canción familiar llena mis oídos y pide a mis
músculos que se relajen. Me rindo. El agua que nos rodea empieza a
brillar como aquella noche de hace cinco años.
Las luces empiezan a ocultar la carnicería y la abominación que
atrae a mi tripulación hacia las profundidades. La canción casi me
distrae por completo de ellos, como si me sacara de mi cuerpo.
Consumiendo mi mente. Lucho por mantener el control de mis
sentidos.
«Suéltame». No puedo hablar bajo las olas. En su lugar muevo las
manos, torpe mientras él sigue sujetándome.
—¡Suéltame!
—Incluso si te dejara ir a ellos, están más allá de la salvación. Al
menos es un final honorable. —A pesar de hablar de honor, sus
palabras son amargas. Puedo decir que no cree en el sentimiento por
su tono, por lo que el intento de aplacarme es aún más irritante. Si
59
cree que puede convencerme de que abandone a mi tripulación con
canciones o perogrulladas, entonces se está buscando otra cosa.
—¡Déjame. Ir! —Lo empujo, clavo las uñas y pataleo. Lucho con
todas mis fuerzas para volver con mi tripulación.
Maree está casi en la superficie. Puedo ver el ardiente cabello de
Lynn en la noche. A Jork lo reconozco solo por su forma… aunque
esa silueta familiar está quieta demasiado tiempo. Aun así, hay otros
luchando. Pero no durarán mucho más. Si pudiera ayudarlos, tal vez
tendrían un respiro. Hay una aguja de roca no muy lejos de aquí… si
pudieran llegar a ella, podrían tener una oportunidad. Podría tener
una oportunidad.
—Hicimos un trato. —Su voz es un gruñido en el fondo de mi
mente.
Lo fulmino con la ferocidad que normalmente se reserva para
Charles.
—Sí, un trato que era solo mío, no de ellos. Además…
—Esto está más allá de nosotros ahora. Lord Krokan ha exigido sus
vidas como pago a los mares agitados. Ahora, debemos irnos, es
demasiado peligroso aquí.
—No, no…
La luz se agudiza a nuestro alrededor. Con poderosos bombeos de
la cola del Siren, cortamos el agua y nos alejamos del horror a una
velocidad inigualable incluso para el barco más pequeño y veloz con
los vientos más fuertes en sus velas. Somos una estrella fugaz a través
del océano. Las rocas y las corrientes que siempre han sido una
barrera entre mi mundo y el dominio de las sirenas son un borrón que
queda rápidamente atrás.
Me abraza con fuerza mientras nos lleva más lejos bajo las olas. No
puedo luchar contra él, pero eso no me impide intentarlo. Por
patéticos que sean mis intentos cuando el agua del mar me aplasta la
cara y me oprime los brazos. Está en mi nariz, oídos y ojos. Está en
mis pulmones. Es como si intentara desollarme solo con la fuerza del
agua. 60
El Siren canta y las sensaciones corporales desaparecen. Se me
cierran los ojos, me pesan los párpados. Lucho por mantenerlos
abiertos. Luchar por luchar.
«Emily… Madre… Padre…» Todavía dependen de mí. Todavía
tengo mucho que hacer por ellos. «Mi tripulación…»
No reconozco la letra de su canción. Son graves y llenan mi mente
de la misma manera que lo haría una copa demasiado fuerte, velando
otros pensamientos. Soy vagamente consciente de que me suelta con
un brazo. Intento aprovechar la oportunidad para escapar, pero no
hay tiempo. Suelta la lanza de su espalda y apunta hacia delante. Las
notas bajan y suben.
Con una explosión de polvo de estrellas, nos estrellamos en un
remolino de plata. En un abrir y cerrar de ojos, nos encuentro a la
deriva en un océano turquesa. La sensación corporal vuelve
lentamente a mí mientras el Siren sigue arrastrándome por el agua.
Cada golpe de su fuerte cola provoca cosquilleos en mi carne.
Estamos en otra parte.
El fondo marino es estéril. Los pliegues de la arena contrastan con
las rayas de luz proyectadas desde una superficie casi lo bastante
cercana como para que me aproxime y la toque. A lo lejos hay una
extraña bruma rojiza.
Sin previo aviso, la plataforma marina cae en picado. Entrecierro
los ojos y parpadeo con fuerza. No… no es un naufragio. Mi mente
lucha por comprender lo que tengo tan claramente delante.
Allí, bajo las olas, hay una ciudad de luz y canto.
A medida que nos acercamos, los detalles se hacen más claros. Veo
los arcos que sostienen las arcadas, que enmarcan patios. Las casas
adosadas se extienden hacia arriba tan orgánicamente como el coral.
Los balcones sirven de puertas de entrada a las que nadan las sirenas.
A lo lejos, en el extremo de un estrecho acantilado que se extiende
como un puente a medio terminar sobre un abismo tan vasto que
consume el horizonte, está la silueta desvaída de un castillo. Detrás
de él, una pared de agua roja se cierne ominosa como una nube,
61
apenas contenida por una burbuja de luz plateada. Veo débilmente
las formas de tentáculos mientras más bestias de pesadilla circulan en
la oscuridad.
Me estremezco. Aunque el paisaje que contemplo es tan
impresionante como un cuadro, preferiría que esto solo fuera real en
pinceladas. En la vida, éste es el hogar de los monstruos de las
profundidades. Los sentidos que poco a poco volvían a mí se
entumecen una vez más.
Todas las historias sobre sirenas que he podido encontrar se
detienen en: «Cuando te atrapan, te matan». Nunca encontré nada
sobre tratos hechos con ellas o cómo romperlos. Y ciertamente
ninguna mención de una ciudad bajo las olas…
A medida que nos acercamos, los contornos en la bruma roja que
yo creía que eran tentáculos se hacen más nítidos. Me doy cuenta de
que no es el remolino de muchas bestias, sino una única estructura
inmóvil. No, es más orgánico que eso. ¿Un árbol? Entrecierro los ojos
e intento distinguir la forma. Pero el agua está demasiado agitada y
nos alejamos demasiado rápido de lo que sea que se cierne sobre la
superficie.
Evitamos la ciudad principal, nadando a lo largo de la orilla y sobre
campos de algas que se extienden más altos que el palo mayor de una
barca. La mayoría de las algas están arrugadas, cubiertas de una
suciedad oxidada que libera diminutas partículas en el agua cuando
agitamos las corrientes a nuestro paso. Hay algunas otras casas más
pequeñas por el camino. Los hombres y las mujeres dejan de nadar
para mirarnos con lo que yo interpreto como confusión.
La mayoría de las sirenas son como el hombre que aún no ha
aflojado su agarre sobre mí, no las criaturas de ojos lechosos y
sedientas de sangre que intentaron apoderarse de mí por primera vez.
Son tan diversas como los humanos. Tienen pelo de todas las
tonalidades, incluso de colores que nunca antes había visto crecer en
una cabeza o una barbilla. Sus pieles son tan pálidas como la del Siren
que me raptó o tan morena. Los hay grandes y pequeños, jóvenes y
viejos. Algunos tienen la cola estrecha y otros ancha. Algunas tienen
aletas a los lados de la cola, salpicadas de escamas, y otras son lisas,
62
se parecen más a la mitad inferior de los delfines que a la de los peces.
Es imposible clasificarlos a todos. Pero una cosa que todos tienen
en común son las marcas pintadas en su carne. Algunos tienen solo
unas pocas líneas, que envuelven sus torsos y bíceps. Otros están
pintados desde la nariz hasta la aleta con un estilo similar al de mi
antebrazo.
Llegamos a la cima de una colina y vemos una casa señorial. Detrás
hay un muro de roca y coral muerto tras el que cae el fondo marino.
De algún modo, ilógicamente, el escaso muro parece mantener
alejado el arremolinado tono rojizo. La oscuridad se detiene, como si
la barrera se extendiera más allá de la superficie del agua de forma
invisible.
Las estructuras me recuerdan vagamente a la finca de Lord
Applegate. Se me aprieta el pecho. Lo había enviado bajo cubierta de
nuevo para el Paso. Es imposible que no fuera el primero en morir.
¿Era uno de los hombres que vi ensartados en los restos?
Cierro los ojos con fuerza y hago una mueca de dolor. Mi mente me
atormenta con visiones del encuentro con sus hijas hace años. Todo
lo que esas niñas tienen ahora es a su madre, la desgraciada… y es
por mi culpa. Y Kevhan es solo un hombre… He apartado a toda mi
tripulación de sus familias.
«Kevhan Applegate. Jivre. Maree, Lynn, Jork, Honey, Sorrea», más,
todos, toda mi tripulación. «Muertos».
Por mi culpa.
Creía que, al aceptar mi propia muerte, había aprendido que debo
hacer las paces con el mundo tal y como es, no como me gustaría que
fuera. Pero supongo que es una lección que nunca me tomé en serio.
Si lo hubiera hecho, no estaría derrumbándome lentamente sobre mí
misma con los costes de mis elecciones. Con la culpa de que solo mi
proximidad haya traído tanta desgracia.
Se me revuelve el estómago cuando aminoramos la marcha y nos
detenemos en un amplio porche. A diferencia de la mansión de
Applegate, no hay un largo camino hasta el edificio. Solo arena y
63
corales esqueléticos que se extienden en todas direcciones. Supongo
que las sirenas no necesitan carreteras, ni carruajes, ni puertas de
entrada cuando pueden llegar nadando hasta cualquier balcón y a
través de cualquier ventana.
Los brazos del Siren se desenredan lentamente, liberándome de su
viscoso agarre. Pero mantiene una mano sobre mi persona,
impidiendo que me aleje nadando de inmediato, mientras encara a
otros cuatro que se han puesto en fila, esperando.
Hay un hombre canoso con una cola de tiburón gris salpicada de
cicatrices. Cada línea pálida está delineada con detalles rojos que
parecen casi encajes cubriendo su cola. Su pelo es de un tono morado
intenso. Debió de ser llamativo con su piel clara cuando era más
joven, pero ahora es más fino en la parte superior y canoso cerca de
las aletas junto a sus mejillas. A pesar de su edad, es más musculoso
que el hombre que me sujeta.
A su lado hay una joven de hombros anchos y piel tan pálida como
el Siren que está a mi lado. Lleva el pelo castaño claro recogido en una
sola trenza, decorada con perlas que contrastan como diminutas
estrellas. Tiene unos ojos marrones claramente familiares, casi
idénticos a los del hombre que está a mi lado, acentuados por las
profundas líneas azul marino que se arremolinan en sus mejillas y
suben por su frente.
A su lado hay una mujer que parece de mi edad, quizá algo mayor.
Su pelo, igualmente teñido de castaño, está a medio camino entre el
platino de mi captor y el de la mujer más joven: rubio dorado, más
claro que el mío y acentuado con castaño. Lo lleva recogido en un
moño, adornado con conchas espinosas, huesos y gemas. A medida
que se acerca, veo que todo su torso está pintado con líneas blancas
que se confunden desde lejos.
—Bienvenido de nuevo, Duque Ilryth. —La mujer inclina la cabeza.
Su boca no se mueve mientras habla. Oigo su voz en mi mente—.
Estamos aquí para comenzar el proceso de unción1.
—Gracias, Sheel, Lucia, Fenny, pero lo haré yo mismo —insiste el
duque, asintiendo a cada uno de ellos por turno. No puedo evitar 64
entrecerrar ligeramente los ojos, lo que hace que los suyos brillen de
diversión—. Nuestra ofrenda es tan fácil de retener como una anguila
enfurecida. Cuanto antes la metamos en su jaula, mejor.
«¿Perdón?» Me alejo de él lo suficiente como para hacerle señas:
—¿En mi jaula?
—Hablar con las manos no es necesario —continúa Ilryth en mi
mente—. Estás unida a mí —se toca el antebrazo—, para que puedas
comunicarte con tus pensamientos como nosotros.
—Bien, genial. —Más magia desconocida. Me concentro en pensar
las palabras, lo cual es sorprendentemente difícil cuando lo único en
lo que quiero pensar es en cómo estoy bajo el agua y no… muerta—.
Eso no responde a mi pregunta.

1
Acción que consiste en extender aceite en una superficie.
—Me diste tu vida. —El duque inclina ligeramente la cabeza hacia
un lado, como retándome a contradecirle. Ambos sabemos que es
verdad, pero…
—¿Para… matarme? —¿Supongo?
Sonríe.
—¿No estás contenta de que no te mate?
Claro, cada minuto que no me matan es bienvenido, pero es
confuso.
—No perdiste tiempo matando a mi tripulación y ni siquiera eran
parte de esto. A menos que me estés perdonando para que tenga que
vivir con la culpa.
—¿Me crees tan depravado? —Frunce el ceño, ofendido—. ¿Incluso
después de salvarte la vida? ¿Dos veces? —Ilryth se inclina hacia mí,
entrecerrando los ojos. El hecho de no hablar con la boca le da la
libertad de torcerla con disgusto mientras dice—: Te lo dije, las vidas
de tu tripulación no eran mías para reclamarlas. Ni yo las quería. 65
Intervino la voluntad de los antiguos.
A mí me parece una excusa.
Su ceño se frunce.
—Ahora, sígueme. —Me agarra de la muñeca. Noto que tiene más
marcas en la piel de las que recordaba. Cada detalle de aquella noche
está grabado en mi memoria.
No me muevo. El agua es diferente aquí. ¿Un poco… más espesa,
quizás? Hay más resistencia a ella, lo que nos permite flotar en el
lugar sin pisar. Un pequeño empujón y me alejo mientras él avanza.
Su cabeza vuelve a girar.
—Si no vas a matarme, entonces llévame de vuelta. —Es difícil
exigir cuando me siento como si pudiera salir flotando en cualquier
momento. El respeto es difícil de ganar cuando me imagino más como
una medusa que como un capitán con autoridad.
Las otras sirenas observan nuestro intercambio con una mezcla de
emociones. El hombre irradia desaprobación, rayando en la ira. La
mujer mayor está igualmente desconcertada. Pero la más joven,
parece estar luchando contra una pequeña sonrisa.
—¿Perdón? —La cara de Ilryth se relaja con sorpresa. Como si le
sorprendiera que tuviera la osadía de preguntar.
—Te daré mi vida, como se prometió… cuando se prometió. —El
único voto que romperé es el que le hice a Charles. Ningún otro—.
Tenía dos meses más. Llegaste antes.
Aunque mi barco ya no está, Applegate está muerto, y no tengo ni
idea de cómo voy a conseguir los veinte mil crons ahora aunque el
Siren me lleve de vuelta. Aun así debo regresar y hacer algo. La
impotencia trata de ahogarme, pero me obligo a tragar saliva. No
dejaré que los pensamientos oscuros me dominen. Mi familia necesita
que siga luchando.
—Mujer egoísta. —Con un poderoso aleteo de su cola vuelve ante
mí, casi chocando conmigo, pero deteniéndose en el último segundo.
66
Un chorro de agua lo sigue—. Te encontré prácticamente muerta. Te
salvé de sirenas que estaban poseídas por espectros. Te di mi
bendición personal durante cinco años más de los que habrías tenido
de otro modo. ¿Y aún pides más?
—Pido lo que me debes —insisto, inclinándome ligeramente para
ganar algo de espacio y deseando que el movimiento no fuera tan
exagerado. Quiero levantarme con toda la autoridad de la poderosa
capitana de barco Victoria. Pero no consigo hacerlo cuando soy poco
más que un trozo de madera con forma humana.
—Poderosa capitana de barco. —Una burla resuena en mis
pensamientos. Mis ojos se abren de golpe. «¿Cómo se atreve?» Se
inclina hacia delante y entrecierra los ojos—. Sí, deberías tener más
cuidado con lo que piensas y cómo piensas mientras estés aquí.
Intento forzar cada pensamiento errante de mi mente. Puertas y
puertas se cierran sobre mis cavilaciones. Puede que no sepa cómo
funciona esta comunicación, pero sé cómo protegerme y ocultar mis
emociones.
—Por favor —digo simplemente. Si una táctica no funciona, prueba
con otra. Suavizo la mirada y frunzo el ceño. Es una expresión que
suele funcionar con Charles—. Necesito dos meses más.
—Esto no se puede deshacer. Has entrado en el Eversea. —Me
sujeta la mano y me sobresalto demasiado para detenerlo. Ilryth pasa
suavemente sus dedos callosos sobre las marcas que puso en mi
antebrazo, con ojos distantes y llenos de un toque de tristeza que no
llego a comprender—. Lord Krokan sabe que el sacrificio marcado
para él está aquí. No podemos demorarnos más. —Se aparta, con el
ceño fruncido—. Lo siento. —La disculpa casi parece genuina. Pero
no lo creo ni por un segundo.
El Siren vuelve a marcharse y yo me quedo mirando las curvas y
los pliegues de su espalda, que se condensan en una estrecha cintura.
Las escamas de su cola suben por su columna vertebral en forma de
triángulo, salpicando de turquesa brillante la palidez de su piel. Esta
vez no se acerca a mí. Simplemente asume que lo seguiré.
Supone mal. 67
—¿Sacrificio? —El pensamiento es tan monstruoso como la propia
bestia. La barbarie me supera, rompiendo mi compostura—. Tu Lord
—digo con desprecio, sin respetar el título—, ¿no consiguió
suficientes sacrificios para sí mismo con mi tripulación?
Fenny hace un gesto de dolor a mi lado.
El duque Ilryth se detiene una vez más. Pero esta vez se abstiene
de volver a centrar su atención en mí. Casi puedo sentir una sensación
de pena, de preocupación, inundando las corrientes. Se burla de mí
con fingida empatía.
—No —dice simplemente—. No fueron ungidos2. Así que nunca
podrían ser suficientes. Pero espero que tú lo seas, por el bien de ellos,
por el bien de todos nosotros.

2
Que ha sido señalado o consagrado usando óleo sagrado para ser Rey, sacerdote, profeta, u otra
dignidad especial.
Capítulo 5
La broma es para él. Nunca he sido suficiente para nadie. Ni para
salvar un matrimonio, ni a mi familia, ni a mi tripulación. Parece que
eligió a la peor persona posible para este sacrificio.
—Ahora. Ven.
Ya solo con la palabra sé que he colmado su paciencia hasta el
límite. No tiene sentido seguir resistiendo, por ahora. Me supera en
número y el hombre con aletas de tiburón parece dispuesto a
maniatarme él mismo. Con un empujón de mis brazos, me impulso
torpemente hacia delante. Estoy en desventaja hasta que pueda
obtener más información y hacerme una mejor idea de mis
circunstancias. Por ahora, tengo que seguirle la corriente.
El arco de entrada a la mansión se revela como un enorme tubo de
coral. Peces diminutos corren por encima, brillando como 68
luciérnagas. Algas multicolores anudadas y ensartadas como
guirnaldas. A diferencia del kelp que vi antes, éste sigue siendo
vibrante y verde.
Fenny nada por delante hacia el lado del duque. Yo nado detrás.
Las otras dos sirenas —Sheel y Lucia— van detrás. Agradezco que en
los últimos cuatro años haya podido adquirir más experiencia
nadando en las aguas del sur, los mares sin sirenas. Pero no soy ni de
lejos tan grácil como ellas.
Ilryth y Fenny se miran, asienten y mueven la cabeza, pero no oigo
nada. Sus manos tampoco se mueven.
«¿Quizás haya alguna forma de comunicarse en privado?»
—Eso es exactamente lo que es —dice el hombre canoso que tengo
detrás. El horror se apodera de mí al darme cuenta de que acaba de
oír mi pensamiento errante—. Una vez que domines la telepatía, si es
que eres capaz de dominarla, podrás hablar solo con la gente que
quieras. Aunque, si dominas algo primero, te sugeriría que
aprendieras a guardarte para ti la mayoría de tus pensamientos. —
Tiene una leve sonrisa, no poco amable. Un poco cómplice, tal vez,
como si lo que estoy experimentando fuera un problema común. Para
una sirena, tal vez, pero no para un humano.
A menos que no sea el primer sacrificio a este Lord Krokan. Todo
el mundo asume que las sirenas matan a los humanos con prontitud,
dado que ninguno de los que son llevados al mar por ellas regresa
jamás. Nunca pude encontrar menciones de sirenas haciendo tratos
con nadie más. Nunca, en todos mis viajes, vi otras marcas como la
de mi antebrazo.
Pero si todos somos sacrificios para ellos, eso también explicaría
por qué hay poca información. Todos estos pensamientos sobre
sacrificios me llenan la garganta de un sabor metálico. Pero intento
mantener la calma. Si he sido capaz de mantener la serenidad cada
vez que he comparecido ante el Consejo para defenderme de las
crueles afirmaciones de Charles, ahora puedo hacerlo.
—¿Cómo lo domino? —La alternativa es vivir con gente que 69
posiblemente me lea la mente, y eso no es aceptable. Pero también
hay una vena curiosa en mí. La magia es real. Y, por fin, ¿quizás yo
también tenga la oportunidad de usarla?—. No puedo decir que tenga
mucha práctica en pensar mis palabras para pronunciarlas por
encima del agua.
—No me lo imagino. Dado que los humanos no son criaturas
intrínsecamente mágicas, a pesar de sus orígenes aquí en Midscape
como hijos de Lady Lellia.
¿Midscape?
—Sí, donde estás ahora —responde a la pregunta que yo no había
tenido la intención consciente de emitir. Maldigo para mis adentros y
él se ríe. Al parecer, él también lo ha oído. Me cuesta distinguir qué
pensamientos escucha y cuáles me guardo para mí. ¿Quizá son los
que son preguntas claras o interrogantes fuertes?—. Los humanos
eran originarios de esta tierra, cuando era una con el Mundo Natural,
antes del Vano.
—¿Y este lugar se llama Midscape? —Intento intencionadamente
transmitir mi pensamiento, tratando de concentrarme en cómo se
siente cuando es intencionado y quiero que otras personas lo oigan.
—Técnicamente, en este momento estás en el Eversea, que no es del
todo Midscape, si me preguntas a mí y a muchas de las otras sirenas
cuyo hogar es éste. —Se ajusta el chaleco que lleva, alisando los
diminutos discos de nácar que brillan como las escamas opalescentes
de la cola de Ilryth—. Enclavados entre el Velo y el Vano, sostenidos
por Lady Lellia del Árbol de la Vida y custodiados por Lord Krokan
del Abismo, no somos como los demás de Midscape. Nuestra magia
es más antigua que la de los Vampir. Aunque estoy seguro de que
ellos argumentarían lo contrario. Es un pasatiempo para muchos de
los pueblos de Midscape debatir quién tiene la magia más antigua y
poderosa.
—Los demás no descienden directamente de los primeros dioses,
como nosotros —dice la joven, Lucia, con una nota de orgullo.
¿Otros? ¿Vampir? He viajado por todo el mundo, recorrido todos 70
los mapas y escuchado todas las historias, pero nunca he oído un
susurro de Midscape, ni de los vampir. Como mucho, rumores de
fae… Aunque, si las sirenas existen, ¿por qué no podría haber más?
¿Por qué las viejas historias de hadas no se basan en hechos reales?
Estoy en territorio desconocido. La primera en explorar un mundo
de magia. «Piensa en las posibilidades…»
Me chupo el labio inferior y lo muerdo, soltándolo lentamente en
el punto de dolor. La acción me centra. No puedo enredarme en cosas
que en realidad no importan. La magia. Mundos nuevos y extraños.
Por fascinante que sea, nada de eso es mi prioridad. Debo
concentrarme en lo importante: volver y salvar a mi familia.
Los edificios de las sirenas no se parecen en nada a la construcción
de los humanos. Hay poca preocupación por la protección contra los
elementos. No hay escaleras ni puertas. Las estructuras se construyen
con paredes de conchas comprimidas, coral y roca. Las bolas de luz
cuelgan de redes de algas o de cuerdas. Algunas se guardan en
apliques de coral en las paredes. Todo ello crea un mundo antinatural
y extrañamente orgánico.
Otros tubos salen del atrio principal. Atravesamos dos más y
llegamos a una jaula de huesos de ballena y coral.
—Siéntate. —Ilryth señala al centro de la sala, donde se alza un
pedestal solitario.
Me cruzo de brazos y no me muevo.
—Di por favor.
—¿Perdón?
—¿No eres un noble duque? ¿Dónde están tus modales?
—El resto de ustedes, váyanse—dice Ilryth.
—Su Excelencia, ella no… si intenta huir… —empieza a decir Sheel.
—Si intenta huir, la cazaré yo mismo. —Hay una promesa mortal
bajo las palabras de Ilryth. Pero no me amedrento.
71
Mantengo mi mirada clavada en la suya como si dijera, «reto
aceptado». Puede que incluso escuche las palabras. Déjalo. Deja que
todos participen.
Lucia avanza con pequeños movimientos de su cola.
—Podríamos ayudar, hermano…
—He dicho que te vayas.
Los otros tres oyen claramente la advertencia en su voz. Todos me
lanzan miradas cautelosas y luego vuelven a mirar a Ilryth con la
misma incertidumbre. Pero, al final, los tres se marchan,
dispersándose a través de los huesos de ballena y hacia las aguas
abiertas que nos rodean. Ninguno mira hacia atrás.
Aunque una parte de mí anhela dejar que mi mirada se pierda en
el mar infinito, contemplando las vistas que me rodean, fijo mi
atención en el último Siren que queda mientras se acerca a mí, con sus
músculos ondulando bajo la luz cambiante que emana de la superficie
del mar. Soy plenamente consciente de lo sola que estoy con este
hombre, el hombre que me arrebató de mi mundo y reclamó mi vida
como suya. Que quiere convertirme en un sacrificio. Me enfrento a él
como lo haría al Paso Gris, soy la serenidad ante el caos.
Nunca le di a Charles la satisfacción. Y estoy segura de que
tampoco se la daré a Ilryth. Mi mirada es igualada por la suya hasta
el momento en que se cierne sobre mí, más alto, gracias a su cola.
Sin embargo, sin previo aviso, su expresión se suaviza.
—Esto sucederá, de una forma u otra. Así que, por favor, no te
resistas.
Es el tono casi sereno de su voz lo que casi me lleva al límite. Obligo
a cada palabra a ser plácida.
—No lo haré, si me dejas marchar.
Ladea la cabeza y arquea una ceja. Una leve expresión sardónica se
desliza por sus labios, como si pudiera sentir todo el tembloroso
disgusto que me esfuerzo por reprimir. Me mira como yo miraría a
una tormenta que se avecina. Un desafío. Una prueba. Una 72
oportunidad para enfrentarme a una fuerza de la naturaleza y ganar.
Levanta ambos brazos, señalando a su alrededor. Se dirigen a él
como Duque, pero su físico es más propio de un obrero. De un
hombre que ha sido cortado y esculpido por el mar. Sería capaz de
vencerme en una pelea sin mucho esfuerzo.
—¿A dónde irías? Ahora mismo solo estás viva gracias a la magia
que te he dado. Por mis protecciones que te permiten estar bajo
nuestras olas. Protecciones que, si no las refuerzo, terminarán. ¿Y qué
crees que pasaría entonces?
La pregunta parece retórica, así que no respondo.
—¿No es suficiente motivación para ti? Entonces, quizá debería
hablarte de los espectros… O de los monstruos que merodean más
allá de nuestras frágiles barreras.
—Llévame de vuelta —pido con toda la calma de la que soy capaz,
concentrada en mi única misión—. Dame los seis meses que me
quedan y seré tan pacífica y obediente como quieras. No obtendrás
de mí ni la más mínima idea de lucha.
—¿Y esta es una idea que tienes ahora? —Su tono es imposible de
leer. Pero puedo suponer que no le agrada la idea.
—He jugado bien hasta ahora. —Permito que las palabras
contengan una nota de cautela—. No querrás que me ponga a pelear.
—Parecías una persona que respetaba su palabra siempre. —El
sentimiento tiene un aire de superioridad.
—Lo hago. Más de lo que nunca sabrás. —La calma, la peligrosa
tranquilidad de la afirmación lo hace detenerse. Su expresión de
suficiencia desaparece, volviéndose inexpresiva e imposible de leer.
He negociado con hombres más insufribles e insultantes que este
Siren—. Conozco el trato que hice y lo único que quiero es lo que se
me debe. Mantenemos nuestros tratos y pagamos nuestras deudas en
Tenvrath. La pregunta es, Siren, ¿respetas tus tratos aquí?
—¿Cómo te atreves? —gruñe. 73
—Porque si lo hicieras, me dejarías ir los seis meses que me
prometiste.
Ilryth se cruza de brazos y me mira fijamente. No estoy segura de
cuál será su valoración. Pero está buscando algo. Me esfuerzo por ser
lo más transparente posible. A juzgar por la ligera inclinación de sus
labios hacia abajo, la pizarra en blanco en la que puedo transformar
mi rostro lo frustra.
Bien.
Ahora frunzo el ceño. Me pregunto si habrá oído ese pensamiento.
Eso espero.
—No tenía intención de llevarte hasta dentro de seis meses. Pero
Lord Krokan intervino. Y de no ser por mí, te habrías perdido, y
contigo la esperanza de las sirenas.
«¿Esperanza de las sirenas? ¿Cómo podría ser eso?» Si escucha los
pensamientos, no responde.
—Aunque quisiera devolverte al Mundo Natural, no podría. Tu
mera presencia aquí ha desencadenado el inicio de la unción. —La
mirada de Ilryth se posa en mi antebrazo. Toco los dibujos que han
manchado mi carne. No… han marcado mi alma misma—. Te
convertirás más en magia que en carne. Y si abandonaras el Eversea,
si te alejaras de las aguas del Árbol de la Vida, te desvanecerías. Lo
siento, pero no puedes volver al Mundo Natural ahora. Jamás.
—Bastardo. —El pensamiento corre por mi mente antes de que
pueda detenerlo, pero tampoco me arrepiento.
—Veo que has adquirido una boca sucia desde la última vez que
hablamos. —Parece más divertido que desconcertado.
—Soy una marinera, una capitana. La mejor de todos los mares.
Tengo sal en la lengua.
—Sí, sí, sé de tus hazañas, Victoria. —Suena tan despectivo. Pero
no me concentro en eso.
—¿Cómo sabes mi nombre? —No recuerdo habérselo dicho nunca. 74
—Sé mucho de ti. —Ilryth se hunde más y me veo obligada a
inclinarme hacia atrás, de lo contrario su pecho se apretaría contra el
mío. Es como si intentara devorarme con la mirada. Cuando se acerca
a mí, sé que tiene que haber magia, porque no me aparto—. Sé que
has surcado los vastos mares. Que has luchado con cada hora que se
te ha dado.
No se equivoca. Pero cómo… Su mano se cierra alrededor de mi
muñeca, por encima de las marcas que hizo. Mil susurros zumban
sobre mi piel, hundiéndose profundamente en partes de mí que hace
tiempo que no toco. Lucho por mantener la concentración. Esta
conexión…
—Sí —responde a la pregunta inconclusa que solo revoloteó
brevemente por mis pensamientos—. Y profundizaremos nuestro
vínculo con la unción. Aprenderás el Dúo de Despedida. Y serás
presentada ante Lord Krokan antes de que sea demasiado tarde para
todos nosotros.
Estoy a punto de objetar, pero me hace callar con una exigencia.
—Ahora, quítate la blusa.

75
Capítulo 6
—¿Perdona? —Me inclino hacia atrás y me suelta. Una sabia
elección.
—Necesitaré ungirte toda. No puedo hacerlo si llevas ropa.
Cruzo los brazos, como si quisiera apretarme la blusa.
—¿Sueles pedir a las damas que apenas conoces que se quiten la
ropa?
—Te conozco. —Antes de que pueda objetar, continúa, más
impaciente—: Ahora, tu blusa.
Tenemos un concurso de miradas. Una batalla silenciosa de
ingenio. Francamente, no me importa nada quitarme la blusa. Mis
nociones de modestia son un poco diferentes de la mayoría debido a
mi línea de trabajo. Mi equipo me vio en todo tipo de vestido y 76
desvestida cuando surgió la necesidad. Pero… algo en que un
hombre me vea cuando estamos muy solos… Despierta otros
pensamientos, pertenecientes a una realidad que ni siquiera me he
permitido entretener durante años.
Agarro el dobladillo de mi blusa holgada con decisión. Si quiere
convertir esto en un duelo de comodidad e incomodidad, de acuerdo,
pero no voy a dejar que me domine. Me la quito.
El corsé que llevo debajo está bien estructurado, por encima del
pecho, y se mantiene en su sitio gracias a dos tirantes. Me costó tres
pruebas conseguir que la prenda quedara absolutamente perfecta,
pero el resultado fue una prenda muy funcional y cómoda. Después
de navegar una vez con el pecho suelto de las ataduras y dando
vueltas, me adapté. No tengo un pecho pequeño y me resultaba poco
práctico e incómodo que mis pechos se agitaran con cada salto y cada
carrera por la cubierta.
En el momento en que suelto la blusa, su color se desvanece. La
prenda se desvanece ligeramente, pasando de ser sólida a poco más
que un contorno. Un cambio en las corrientes la borra, como si nunca
hubiera existido.
—¿Qué dem… ?
—Ya no formaba parte de ti. Por lo tanto, la magia de los antiguos
ya no se extendía a ella —explica Ilryth—. Así que no pudo sostenerse
aquí, en el Eversea, y se desvaneció.
Hago conexiones con todo lo que ha dicho hasta ahora.
—Estoy viva gracias a esta magia. —Levanto mi antebrazo
marcado—. Conecta con esos viejos dioses, los mismos a los que
quieres sacrificarme. —Las palabras son lo bastante mordaces como
para que una mirada dura recorra sus facciones. Me alegro—. ¿Pero
en cuanto abandone el mar, o rompa esa conexión, me desvaneceré
como la blusa?
—Es un buen resumen —dice tras pensárselo un momento. Como
si hubiera algo más que quisiera explicar, puntos más precisos que
omite. 77
Necesito desesperadamente una silla. O, mejor, una hamaca.
Quiero acurrucarme, cerrar los ojos y echar un largo sueño. Todo
estará más claro por la mañana, diría mi madre. Pero dudo que algo
esté más claro entonces. O cualquier mañana venidera.
El entintado de mi antebrazo adquiere un nuevo significado. Puede
que me haya liberado de Charles, pero aún me rodean grilletes. Solo
existo gracias a una atadura mágica de la que nunca podré escapar,
ni siquiera en la muerte. Me clavo las uñas en las palmas de las manos
y trago saliva.
«Sigue moviéndote, Victoria. No te detengas. No mires atrás.
Adelante».
—Espero que esto sirva para lo que sea que implique esta unción.
—Hago un gesto hacia el corsé que aún llevo puesto. No voy a ayudar
a mi familia si desaparezco, así que permitir que esta unción continúe
es la única opción que tengo.
—Es aceptable, por ahora. —Ilryth se acerca. Ignoro
voluntariamente el «por ahora».
Sus dedos se ciernen sobre mi cuello. Los ojos del Siren brillan en
la luz mortecina. Pequeñas motas brillantes se encienden en el agua
que nos rodea: medusas luminiscentes, como luciérnagas, nadan sin
esfuerzo por las corrientes. Todo adquiere una tonalidad crepuscular
y brillante.
Hay algo único en este Siren, distinto de cualquier otra alma que se
haya acercado a mí, jamás. Mi tripulación es mi tripulación. Son
amigos, familia a su manera. No los veo como hombres o mujeres.
Simplemente son fuerzas inmutables en mi vida.
Pero esta criatura… este hombre, que es prácticamente el estudio
de un escultor en la perfección de la forma masculina, desde su fuerte
mandíbula hasta sus delicados labios que pueden atraer tan
peligrosamente con una sonrisa… con una canción. Es algo
totalmente distinto. La curva de sus ojos y el oleaje de sus poderosos
brazos tallados por años de natación. Dejo que mi mirada explore su 78
físico, bajando por los remolinos pintados en la mitad de su ancho
pecho, hasta los músculos de su abdomen, ondulantes como olas
hasta la V de donde las escamas de su cola se encuentran con sus
caderas. Es una visión tan extraña y antinatural. Ver a un humano
fundirse en un pez. Pero no me parece tan desconcertante como
podría haber imaginado. Tal vez sea porque bajo las olas parece
natural, correcto, una característica tan esperada de este reino
acuático como las algas o el coral.
Debe de sentir el peso de mi atención, porque sus ojos esperan los
míos cuando devuelvo la mirada a su rostro.
—¿Estás bien? —Sus palabras retumban en el fondo de mi mente.
Como un trueno de verano. Caliente. Ominoso.
Asiento con la cabeza.
—¿Qué pasa?
Ha pasado tanto tiempo desde que me tocó un hombre y su mano
se cierne justo más allá de mi carne. Lo suficiente como para que solo
pensarlo me provoque escalofríos. Me duele todo y me odio por ello.
He sido fuerte durante años, luchando contra la atracción de unos
brazos cálidos. La atracción de los impulsos carnales. Por primera
vez, no tengo que hacerlo. Soy tan libre sobre el papel como lo he sido
en espíritu durante años.
Pero, ¿en serio? ¿Aquí? ¿Ahora? ¿Conmovida por algo tan simple
como un pecho desnudo?
Odio que la mera idea de que un hombre me toque me haga dudar
de mí misma, como la chica que era cuando me enamoré de Charles.
Ese pensamiento me tranquiliza. Ya no soy ella. He luchado, llorado
y sangrado para no ser ella. He luchado contra esos impulsos cada
día y seguiré luchando contra ellos hasta el final.
—No es nada. —Miro con recelo. Evitar esos ojos penetrantes me
permite serenarme un momento y ocultar mi ira interior.
—No quiero… —Se interrumpe.
—¿No quieres qué? —exijo cuando no termina el pensamiento. 79
—No quiero forzarte a esto. —Baja ligeramente la mano.
Vuelvo a centrarme en él. Cada músculo de su cara se tensa. Casi
parece sufrir.
—Entonces no lo hagas —digo con naturalidad—. Nunca has
tenido que hacerlo. Tienes el control de la situación.
Se inclina hacia delante, con la mano aún entre nosotros.
—¿Crees que tengo el control? —Hay acusación en su tono,
entretejida con ira que no parece totalmente dirigida a mí.
—Tú eres quien me trajo aquí. Quien tiene mi vida en sus manos.
Quien podría dejarme ir si quisiera.
—¿Honestamente crees que tuve suficiente poder por mi cuenta
para salvarte esa noche sin marcarte, y solo a ti, como la ungida, la
ofrenda? ¿Que podía evitar la muerte sin marcarte para ello? —Lo
más parecido al odio que conozco aparece en su expresión. Una nota
de risa amarga cosquillea en el fondo de mi mente—. Oh, Victoria,
cómo me gustaría tener tanto poder. Si lo tuviera, mi pueblo no
estaría muriendo de hambre, pudriéndose o siendo presa de los
espectros. Si fuera realmente poderoso, ¿recurriría al sacrificio de un
humano con la esperanza de que eso pudiera aplacar nuestras
penurias?
No tengo respuesta, así que no digo nada. Una parte de mí quiere
pensar que está mintiendo. ¿Pero en qué me beneficiaría? Ya tiene las
cosas bajo control. No necesita que simpatice con él. Pero… lo hago.
Conozco el tipo de desesperación que surge al intentar recuperar el
control de una situación que se ha torcido.
—Si yo tuviera el control, mi madre habría… —Se detiene en seco.
Luego, continúa tras un momento de recuperar la compostura—:
Ninguno de nosotros tiene el control mientras Lord Krokan siga
enfurecido, amenazando con matarnos a todos. El Eversea es la
última barrera entre su ira y la podredumbre que impregna todo
Midscape, quizá todo el mundo mortal. Debo hacer todo lo posible
para proteger a mi pueblo y evitar que eso ocurra.
80
El sentimiento me tranquiliza. Eso también puedo entenderlo. Es
un deseo que conozco demasiado bien: proteger a las personas que
más quieres.
Tal vez se pueda razonar con él. Si hay una manera de usar sus
necesidades para servir a las mías…
—Entonces, haz lo que tengas que hacer. —Tomo su mano entre las
mías y la acerco lentamente a mi cuerpo. Ser la que cruza esa línea me
ofrece cierta sensación de control. Una sensación que ambos
necesitamos desesperadamente. Sus dedos se extienden por mi
pecho, por encima del corsé. Mi corazón es un pajarillo que intenta
escapar de su jaula y espero que él no lo sienta.
—Se supone que no debo tocarte —murmura.
—¿Por qué?
—Nadie debe. La ofrenda debe cortar todos los lazos con este
mundo. —Sin embargo, incluso mientras dice esas palabras, su
atención se centra únicamente en su carne contra la mía.
Lo suelto, sintiéndome un poco tonta al suponer para qué servía su
mano extendida.
—Haz lo que debas, entonces.
—Muy bien. —Tararea mientras sus dedos se separan de mi piel.
Los pequeños orbes de luz que habían aparecido antes se acumulan
en las yemas de sus dedos como el rocío en las hojas. Los mueve sobre
mí y la luz crea líneas de color que se posan sobre mi piel con la
calidez de la luz del sol.
La canción que guía su mano es rica en dolor. Yo también la oí
aquella primera noche, hace tantos años, y la veo ahora. Mientras
canta las marcas sobre mí, la emoción lo llena hasta el borde,
amenazando con desbordarse sobre mí. Sus dedos trazan tres arcos a
cada lado de mi cuello, marcas que recuerdan las branquias de un
pez. Recorren mis dos antebrazos, rodeando mis palmas. Con un
dedo índice, traza una línea en el hueso del centro del pecho. Cada
marca cobra vida, palpita y ondula con su canción, adoptando formas
de líneas y remolinos que no entiendo. 81
Nunca me había dado cuenta de que el hecho de que casi te toquen
puede volver a alguien casi tan loco como el hecho en sí.
Finalmente, se detiene y la luz se desvanece, pero las nuevas
marcas de colores en mi carne no.
—Es suficiente para el primer día.
—¿Qué son?
—Palabras de los antiguos: sus canciones e historias, como música
a la que han dado forma. Es un lenguaje casi imposible de
comprender para las mentes mortales —responde. Casi esperaba que
dijera que no me incumbe saberlo.
—Si no puedes comprenderlo, ¿cómo puedes marcarlo?
—Toda la vida salió de las manos de Lady Lellia, Diosa de la Vida.
Su huella sigue en nuestras almas y corazones. Aunque nuestras
mentes no puedan comprender los caminos de los antiguos, las partes
eternas de nosotros recuerdan —responde—. Lucia puede explicarte
más si quieres saber. Estudió en el Ducado de la Fe.
Pasa un momento en el que ninguno de los dos dice nada. Su
declaración suena como un rechazo a cualquier otra pregunta y una
conclusión a nuestra conversación. Pero no se va. Sigue mirándome.
Como si… ¿esperara algo?
—Volveré más tarde para una nueva unción —dice Ilryth
rápidamente y nada entre los huesos de ballena que forman la jaula.
Con un par de aleteos de su cola, se va, desapareciendo entre los
edificios de la mansión que se extienden a mis pies. Casi como si
huyera.
«¿Eso es…?» La pregunta flota en el agua a mi alrededor.
Suplicando una respuesta que no obtengo.
Espero a ver si vuelve. Espero que lo haga. Tonta de mí o no. No
puedo creer que me vayan a dejar sin vigilancia y sin más
explicaciones. Nado hasta una de las aberturas entre los huesos de
ballena, haciendo balance de mi posición.
82
Es difícil saber exactamente en qué dirección se mueve el sol. La
superficie no está tan lejos, lo bastante cerca como para que pudiera
nadar hasta ella con un solo suspiro. Pero a esta hora del día está casi
encima de mí, y la luz a través de las olas juega con mis ojos. Por lo
que puedo adivinar, el este sigue siendo el este aquí, en esta otra tierra
de Midscape.
Busco mi brújula para comprobarlo. Mi mano choca con el bolsillo
vacío de mi muslo que normalmente está reservado para ella.
Desapareció. Se hundió con mi barco. Mi brújula fue lo primero que
realmente compré para mí. Me ayudó a encontrar mi camino durante
casi cinco años… Ahora, debo encontrar mi propia dirección.
No hay muchas sirenas nadando sobre la finca. Podría empezar a
ir hacia el oeste. Si voy al oeste lo suficiente, debería llegar a casa, ¿no?
Pero sus advertencias sobre desvanecerme… Vi lo que pasó con mi
camisa.
Quizá correr no sea todavía la mejor idea, pero al menos puedo
hacerme una mejor idea de este lugar. Me alejo del suelo cubierto de
conchas y espero deslizarme junto a los huesos de ballena. Pero me
detienen en seco.
Dos manos invisibles me agarran el torso, los hombros y la cara por
detrás, tirando de mí hacia atrás. Me ahogo con el pánico instantáneo
que me sube a la garganta. Manos sobre mí, obligándome a
quedarme. Me obligan a bajar.
De repente soy consciente de la falta de aire. Quiero respirar.
Respirar. Sentir el aire moviéndose por mis pulmones y trayendo
consigo la calma que sustenta la vida.
El océano que me rodea me parece de repente tan vasto, tan
inmenso. En su superficie, podía moverme tan libremente como el
viento. Tenía el poder de ir a cualquier parte y hacer cualquier cosa.
Pero el Siren cuya magia me liberó ahora me atrapa. El agua es casi
demasiado pesada. Está viva. Me empuja hacia abajo. Me tira hacia
atrás. La calma mesurada que he trabajado para mantener se está 83
fracturando. Calma bajo presión, como en el barco. Pero el
pensamiento solo alimenta mi culpa.
Mi barco ha desaparecido, la tripulación ha muerto, mi familia está
en peligro y yo estoy atrapada. Por primera vez en casi cinco años no
puedo escapar. Me retendrán aquí para siempre. La sensación de las
manos de Charles envolviendo mi torso. Incluso aquí, en los
dominios de las sirenas, él existe dentro de mí, aferrándome tan fuerte
que no puedo respirar… Por eso no hay aire. Por qué…
«Calma, Victoria, se ha ido. Ya no puede localizarte».
Cierro los ojos y me calmo. Mi mente es un vórtice, una espiral
implacable que se arremolina cada vez más abajo. No importa lo lejos
que llegue. O lo rápido que llegue. Una parte de él sigue viniendo
conmigo, persiguiéndome.
Cierro las manos en puños y destierro voluntariamente los
pensamientos. Charles descubrió lo que pasa cuando alguien intenta
atarme. Este Siren no tiene ni idea de lo que le espera.
Tengo la piel en carne viva. Al principio, me froté y rasqué para ver
si se me quitaban las marcas. No sospechaba que fueran a
desaparecer, porque nunca lo han hecho, pero nunca está de más
comprobarlo. Luego, seguí frotándome y rascándome debido a un
nuevo y extraño fenómeno: cada vez que la piel se me rompe, se teje
mágicamente antes de que se derrame ni una gota de sangre.
Más magia que carne.
Pruebo cada arco de huesos de ballena. Intento borrar las marcas
de encaje grabadas en ellos, pensando que eso es lo que me retiene
aquí. Es poco lo que puedo hacer, pero lo intento todo, docenas de
veces, de docenas de maneras. Pero cada vez me tira hacia atrás la
correa invisible que me han puesto.
El crepúsculo se ha entintado en la cima de las olas. Filtrado a 84
través del azul del océano, se ha convertido en rayos de miel que se
desvanecen en una luz ambiental que lo cubre todo de un brumoso
tono anaranjado. El cielo está tan enfadado como me siento yo.
Hacía mucho tiempo que no pasaba tantas horas deambulando
perdida en mis pensamientos. Bueno, no tanto… ¿paseando en
círculos? La incomodidad que me producía estar completamente
sumergida ha desaparecido. Doce horas sin otra cosa que hacer que
nadar, flotar y flotar a la deriva han hecho que todo parezca
completamente normal.
Espero despierta a que Ilryth regrese como prometió. Ya he pasado
días sin descansar. Dormir regularmente no es un lujo que un capitán
de barco siempre tenga. Así que estoy entrenada para ello. Estaré bien
y me las arreglaré para estar alerta cuando lo necesite. Al menos
durante algunas noches.
Pero, normalmente, cuando no duermo en mi barco es porque mi
tripulación me necesita. Es porque el barco está siendo zarandeado
por olas casi tan grandes como el propio navío, porque la naturaleza
me está desafiando, poniendo a prueba la magia que poseo y viendo
si puede frustrar mi voluntad. Y si es mi mente la que está en un
torrente en un mar en calma, siempre hay algo que puedo hacer para
ocupar mis manos.
Estar completamente despierta pero sin nada que hacer aparte de
esperar hace que cada segundo parezca un minuto entero. Las horas
parecen días. Todos mis pensamientos me atrapan.
Mi tripulación está muerta… por mi culpa.
Sus caras me persiguen una y otra vez. Sé que si Jivre estuviera
aquí, me mostraría su sonrisa ladeada y me diría que no me sintiera
culpable. Me diría: «Victoria, todos somos hombres y mujeres hechos
y derechos, tomamos la decisión de navegar contigo con la mente y el
cuerpo sanos. Conocíamos los riesgos y cosechamos los beneficios
una y otra vez. No puedes aceptar la responsabilidad de las
decisiones que tomamos».
Pero Jivre no está aquí, y esas hipotéticas palabras se desvanecen
en el fondo de mi mente. Fácilmente contrarrestadas por mis
85
pensamientos acelerados. Por el frío y el calor que me invaden como
una enfermedad.
No debería haber ido al norte. Pero si no lo hubiera hecho, habría
condenado a mi familia. No debería haber intentado terminar mi
matrimonio con Charles. Pero, si no lo hubiera hecho, él habría
seguido persiguiendo a mi familia. Aunque no puedo estar segura de
lo que habría pasado, conozco su crueldad implacable.
Igual que sé una cosa con certeza: nunca debí casarme con él. Si no
lo hubiera hecho, quién sabe cómo habría sido mi vida.
Probablemente no estaría aquí ahora.
No hay forma posible de saber lo que podría haber sido. Me volveré
loca, caminando —nadando en círculos— mientras doy vueltas a mis
pensamientos una y otra vez. Como si pudiera mirar todas esas
preocupaciones y problemas desde una nueva dirección y pensar:
«Ajá, ésa es la respuesta, ése es el camino correcto. Eso es lo que
debería haber hecho».
Pero nunca sabré si lo que hice estuvo bien o mal, y eso es lo más
difícil de todo. Eso es lo que mi mente no puede dejar pasar. ¿Y si…?
Esas dos palabras me han perseguido toda la vida, y lo único que
puedo hacer es correr; cuando estoy quieta, son capaces de
alcanzarme.
Intento pensar en el futuro, en lo que vendrá después. Llevo cinco
años en movimiento, siempre avanzando. Siempre esforzándome.
Ahora no puedo parar. No puedo arreglar los problemas del pasado,
no puedo tomar decisiones diferentes. Solo puedo pensar en lo que
haré a continuación. Seguir avanzando. Hacia adelante. Lo siguiente.
Lo siguiente…
Cuando Ilryth regrese, pediré más información sobre esta magia.
No, la libertad primero. Entonces tal vez pueda negociar con él, una
vez que tenga conocimiento de los poderes que poseo.
El sonido de un débil canto perturba mis pensamientos. Suena
como mil voces alzándose a la vez. Estridentes. Dando vueltas sobre
una sola palabra. 86
Me giro en la dirección del ominoso ruido. Una manada de delfines
con cascos de madera tallada se desdibuja en la distancia. Hay sirenas
que se agarran a sus aletas dorsales con una mano y blanden lanzas
de madera afilada con la otra. Las armas parecen brillar tenuemente,
atravesando el oscuro mar como estrellas fugaces. Un puñado de
sirenas llevan armaduras de la misma madera pálida, una extraña
forma de protección.
Sobre todo cuando veo hacia dónde corren.
A lo lejos, apenas visible a través de la noche y la bruma de la
neblina oxidada que nubla estos mares, aparece la silueta de una
enorme bestia. Se eleva desde más allá de la barrera distante de coral,
madera y conchas, como si se arrastrara a través de la espesa
oscuridad que se cierne más allá de esa barrera, tirando de sí misma,
un tentáculo tras otro. Intentando entrar en nuestro mundo. Mi
estómago se revuelve con náuseas provocadas por el pánico. Es la
misma bestia que vino por mi barco…
Viene por mí una vez más.
Vuelvo la vista hacia las sirenas. Al frente hay una cola turquesa
familiar. Ilryth lidera la carga, lanza brillante en mano.
La canción alcanza su crescendo cuando se despliegan en abanico,
liberan a sus delfines y se lanzan al ataque. Los animales y las sirenas
nadan hacia abajo y alrededor de los tentáculos que se retuercen.
Reciben golpes, volando en espiral por el agua. Nado hasta el borde
de mi atadura, apoyándome en los huesos de ballena.
Lo que me dijo era cierto… realmente no envió a la bestia tras mi
tripulación. Son tan enemigos suyos como míos.
Las voces siguen subiendo de volumen. No oigo los sonidos con los
oídos, sino en el alma. Las lanzas que portan los guerreros brillan con
más intensidad, como si estuvieran desterrando un espíritu maligno.
Me encuentro animándolos, aunque tengo la garganta demasiado
apretada para tragar. Quiero ayudar. No me importa si estas son las
sirenas que me llevaron. Todo lo que veo es una lucha contra la
monstruosidad que mató a mi tripulación. Quiero venganza. Quiero
hacer algo más que sentarme al margen, atrapada. No estoy hecha
87
para la quietud. Para el confinamiento.
Las sirenas se lanzan hacia abajo, persiguen al monstruo y
desaparecen en la bruma rojiza al otro lado del desnivel.
La canción se apaga y el mar se aquieta. Sigo mirando fijamente,
esperando a que regresen. Oteando la finca, busco más guerreros.
Otras sirenas que puedan ayudarles. Pero no aparece ninguna.
Espero a que vuelvan los guerreros. Pero no lo hacen. Los minutos
pasan, la progresión de la luna me dice que el tiempo se ha convertido
en horas.
Aún no han vuelto.
Si Ilryth muere, ¿soy libre? ¿Puedo abandonar este lugar? ¿O
desapareceré? Miro fijamente las marcas de mis antebrazos. Siguen
tan nítidas como siempre. Incluso las viejas líneas que Ilryth me hizo
hace años… Debe de estar bien. No sé por qué, pero siento que lo
sabría si muriera.
Por fin, una silueta se eleva sobre el horizonte brumoso, ahora
teñido de un rojo intenso por el amanecer que se filtra a través del
agua. No sé si es por la misma bruma rojiza, peor que desde mi
llegada, o por la sangre.
Entrecierro los ojos y no tardo en darme cuenta de que la figura es
Ilryth. Cada latido de su cola parece más débil que el anterior. Sus
hombros se hunden. No hace más que ir a la deriva.
Me inclino más hacia los huesos de ballena y hago fuerza contra
mis ataduras invisibles cuando cesan todos sus movimientos. Ilryth
tiene los brazos inertes y la cabeza colgando. Es una agonía esperar a
ver si vuelve a moverse.
—¿Lord Ilryth? —Pienso, imaginando mi voz resonando solo en su
cabeza.
Sigue sin moverse. Se me acelera el corazón. Lleva demasiado
tiempo quieto. Algo va muy mal. ¿Cómo podría no estarlo? Vi la
monstruosidad…
88
—¿Lord Ilryth? —Pienso, más alto. No me importa quién pueda
oír. De hecho, que oigan todos. Quizá despierte a alguien más y no
tenga que sentir que su vida se ha convertido de repente en mi
responsabilidad.
«¿Por qué no hay nadie más despierto? ¿Por qué no le ayudan
todos?»
Todavía no hay movimiento. Ningún cambio. Está tan quieto como
la muerte.
—¡Que alguien le ayude! —grito con la mente—. ¡El Duque Ilryth
necesita ayuda!
No hay movimiento, ni de la finca ni del duque, mientras amanece
frío en el mar.
Capítulo 7
Hay un instinto que se despertó en mí desde la primera vez que
subí a un barco como capitana: ningún hombre o mujer se quedaría
atrás.
No en mi guardia.
Nadie será desamparado, abandonado, despreciado, descartado o
desatendido. Merece la pena zambullirse en el más agitado de los
mares para salvar cada alma. No importa lo sombría que sea la
situación en la superficie, si hay siquiera un atisbo de esperanza, «si
hay aliento en mí, yo seré quien tienda la mano».
Ese instinto es más fuerte que cualquier animosidad que sienta
hacia este Siren. Agravado aún más por la sensación de inutilidad en
la que me he sumido toda la noche, observando. Inutilidad que se
amplifica en mí. 89
Sin tener en cuenta la cuerda mágica que me sujeta, me lanzo desde
el hueso de ballena. La cuerda se tensa, intentando retenerme. Esas
manos invisibles me arañan, tirando de mi piel. No. Aprieto los
dientes, los músculos se tensan, las piernas patalean. No me
detendrán ni un segundo más.
Oigo un chasquido entre los omóplatos. Me deslizo sin esfuerzo
hacia las aguas abiertas que se habían burlado de mí hacía apenas
unas horas. Miro hacia la jaula por un segundo, traicionada. «Cómo
te atreves», quiero decir. Llevaba toda la noche intentando escapar y
ahora se rompe la magia. Grosera.
Moviendo los brazos y las piernas, nado tan rápido como puedo
sin la ayuda de una cola, vigilando de cerca el lejano muro tras el que
habían desaparecido los guerreros. Busco cualquier señal de la
monstruosidad contra la que luchaban. Antes de darme cuenta, estoy
al lado del duque.
Su cabeza sigue colgando, con los labios ligeramente entreabiertos.
No se agita ante mi repentina presencia. No se le mueven las aletas a
ambos lados de la cara. Tiene moratones circulares en el torso y los
brazos, además de algunos rasguños menores, pero por lo demás
parece estar bien… Pero las apariencias engañan. Alargo la mano y le
presiono el pecho con la palma.
Un rayo me atraviesa. La luz parpadea detrás de mis ojos, tan
brillante como mirar al sol, cegándome momentáneamente mientras
un dolor abrasador recorre los nuevos y viejos dibujos grabados en
mi carne. Siseo, pero me niego a retirarme. En lugar de eso, la aprieto
con más fuerza contra su pecho.
Su corazón late, pero débilmente.
—Bien, estás vivo, vamos entonces. —No puedo decidir si estoy
agradecida o no de sentir su corazón agitado. No es que le tenga
especial cariño a este hombre. Pero… eso tampoco significa que
quiera que muera.
Lo agarro del brazo y me lo paso por los hombros. El dolor va
90
remitiendo, pero en el fondo de mi mente empiezo a oír murmullos.
«Cobarde… cómo te atreves… a hacerlo…» Por muy inquietantes que
sean los susurros, me esfuerzo por ignorarlos. Ahora mismo, lo único
que importa es conseguir ayuda. Intento nadar, pero es incómodo con
su montaña de músculos, y no tengo ni idea de adónde llevarlo.
—¡Fenny! ¡Lucia! ¡Sheel! ¡Alguien! —Imagino que mis
pensamientos resuenan por toda la mansión. Pienso en cada uno de
sus rostros mientras digo sus nombres, esperando que conecte con
ellos.
Tal vez soy rápida con la magia, porque funciona.
—¿Su Santidad? —La suave voz de Lucia golpea mis pensamientos
tan suavemente como lo haría una pequeña ola en el casco de un
barco. Es una sensación extraña cuando no puedo ver al que habla.
Aunque no tan desconcertante como podría haber sido si no hubiera
tenido una canción tarareando en el fondo de mi mente durante años.
—¿Santidad? —La palabra atraviesa mi mente confundida.
—Sí, tú eres la ofrenda, la extensión sagrada de nuestro Señor…
—¡El duque Ilryth está herido! —suelto, sintiendo que la
explicación iba a alargarse más de lo necesario. «Marcada por los
antiguos dioses, vista como sagrada, lo entiendo».
—¿Qué? —Tanta confusión en una sola palabra.
Maldita sea… ¿Oyó mis otros pensamientos? Demasiado para ser
un estudio rápido. Me concentro en dos palabras:
—¡Ven aquí! —La joven se levanta de una de las torres de coral de
la gran finca de Ilryth—. ¡Por aquí!
Se vuelve y por fin nos ve; acabamos de cruzar el pequeño hueco
entre el muro y la finca. Sus labios se entreabren. Con la boca abierta,
entona una nota aguda. Reconozco una alarma cuando la oigo.
Sheel es el segundo en llegar, con una lanza de madera en la mano
mientras emerge de un balcón. Fenny también nada por encima de
los tejados, empuñando una espada corta hecha de hueso afilado y
con un aspecto sorprendentemente temible para una mujer que hasta 91
ahora solo había parecido estirada y matrona. Lucia ya está a medio
camino y Sheel la alcanza rápidamente.
—¿Qué haces fuera de tu cámara de unción? Y la ofrenda no debe
entrar en contacto con los demás, ¡no sea que interrumpas tu
desconexión de este mundo! —me gruñe, enseñando los dientes. Me
doy cuenta de que tiene seis caninos, cuatro arriba y dos abajo, en
lugar de dos como los humanos. Como si su boca fuera en parte de
tiburón—. ¿Qué desgracia nos has traído por tu blasfemia?
—La próxima vez que haya que salvar a tu duque, lo dejaré morir
con mucho gusto, si eso es lo que prefieres —respondo gruñendo,
enseñando los dientes, aunque no son tan temibles como los suyos.
Sheel parece sorprendido por mi tono y se endereza.
—¿Muriendo? —Hay verdadera confusión en la pregunta. Da paso
al horror cuando mira realmente a Ilryth por primera vez—. No me
digas que se fue con los guerreros a la fosa. —Las palabras parecen
haber salido sin querer. Un pensamiento que Sheel había pensado
para sí mismo.
—Ciertamente yo no le hice estas heridas. —Cambio mi agarre
sobre Ilryth. Es incómodo intentar nadar con la montaña de músculos
que es este hombre. Todavía está completamente flácido—. Parecen
graves.
—Lo son —dice Lucia mientras toma el brazo opuesto al mío. Tiene
los ojos muy abiertos por la preocupación. Un pánico más profundo
que el de Sheel. El parecido familiar entre ella y el duque fue evidente
desde el primer momento en que los vi. Aunque los rasgos suaves de
Lucia no se parecen en nada a la mandíbula fuerte y los ojos intensos
de Emily, veo a mi hermana en su preocupación—. Pero sus heridas
físicas no son ni de lejos tan preocupantes como las que no podemos
ver.
«¿No es siempre la verdad?» pienso. Lucia me dedica una sonrisa
cansada. Se habrá enterado. Finjo que no.
—Tienes que dejar de tocarlo, Su Santidad. Déjeme ayudar. —Sheel
me sujeta del brazo mientras llega Fenny.
—¿Qué le ha pasado? —Las palabras de Fenny están llenas de
92
preocupación, pero su ceño está fruncido por la desaprobación.
No se me escapa cómo Fenny también mira en mi dirección con
acusación. Yo también la fulmino con la mirada. ¿Por qué todos creen
que tengo la capacidad de atraer la desgracia sobre ellos cuando soy
yo la que ha estado sentada en una jaula; la que planean sacrificar
literalmente?
Fenny desvía la mirada. No estoy segura de si ha oído mi agitación
o no.
—Lo peor, sospecho —dice Lucia con gravedad—. Pero
cuidaremos de él. Ve y dirige un himno con la gente del ducado, uno
de protección y seguridad.
Fenny asiente y acelera en dirección contraria a la de Lucia y Sheel.
Les echo un vistazo y al final decido ir con Ilryth. La única razón por
la que tengo la oportunidad de alcanzarlos es porque van agobiados
por el peso de Ilryth.
Nadando por encima, me hago una mejor idea de la finca que en la
aproximación inicial. Como un arrecife, muchas estructuras se han
ido construyendo unas sobre otras, salpicando el fondo rocoso y
arenoso del océano de forma aparentemente azarosa, casi orgánica.
Muchas están conectadas por túneles y arcos de coral, pero no todas.
Las torres se extienden en espiral con ramas nudosas.
Nos dirigimos a un grupo de edificios hacia el centro que en su
mayoría están desconectados del resto de la finca. Entre ellos se eleva
una gran estructura con un techo abovedado de coral cerebral.
Descendemos a un balcón adosado a una habitación conectada a la
estructura, paralela a la pared que sirve de barrera contra los
monstruos y la ominosa bruma roja. Es un dormitorio, me doy cuenta
rápidamente. Aunque no se parece a ningún dormitorio que haya
visto nunca.
Hay tallas en cada una de las columnas que bordean el pequeño
balcón por el que entramos, sus líneas y formas son como las marcas
de nuestros cuerpos y los huesos de ballena de mi antigua jaula. En
la pared del fondo, frente a la entrada al mar, hay un túnel. Unas algas
93
musgosas crecen desde una plataforma de piedra frente a mí,
serpentean por la pared y por el techo y se adentran en el túnel. Entre
las algas hay pequeñas flores brillantes que iluminan la habitación.
Sheel y Lucia llevan a Ilryth a la plataforma antes de colocarse a
ambos lados de Ilryth. Comienzan a tararear, balanceándose de un
lado a otro. Otros cantantes invisibles se funden con la melodía y las
armonías resultantes resuenan en lo más profundo de mi ser. El
resplandor plateado de las flores que brotan entre las musgosas algas
se intensifica, abarcando a las tres personas que tengo ante mí. Las
ondulaciones distorsionan la bruma luminiscente, cambiando de
frecuencia con cada cambio de nota alta y baja. Pequeñas burbujas se
forman en la piel de Ilryth y se convierten en cintas de perlas aireadas.
Al cabo de unos minutos, su vaivén se detiene y ambos
intercambian una breve conversación que no puedo oír. Sheel se aleja
y Lucia se acomoda para flotar sobre la cabeza de Ilryth, apoyando
ambas manos en sus sienes. Su cola está erguida, arqueándose
ligeramente contra las algas musgosas del techo. Su cara está cerca de
la de él y sigue cantando suavemente en armonía con la música que
aún flota en las corrientes que rodean la finca.
—¿Qué le ha pasado? —me atrevo a preguntar a Sheel cuando
parece que ya no se une a la canción. El hombre con aspecto de
tiburón parece realmente indignado. Tiene los brazos grandes y
llenos de cicatrices cruzados sobre el pecho. Tiene el ceño fruncido.
—Fue cuando no debía, después de jurar que no lo haría. Los
demás nos agazapamos y pensé que él también. Todo iba a ir bien sin
él. —Sheel sacude la cabeza—. Le dije que era demasiado peligroso
para él, sobre todo porque Dawnpoint se encuentra ocupado. Pero ha
insistido en que es «el deber del Duque de Spears estar en primera
línea de defensa».
La cantidad de nombres, lugares y personas me marearía si no
estuviera ya acostumbrada a aprender rápidamente esas cosas para
mi trabajo.
—¿Fue «allí abajo»? ¿Por la cresta?
94
Sheel me mira, con ira en los ojos. Pero se desvanece rápidamente,
como si recordara que no tengo ni idea de cómo funcionan las cosas
bajo las olas.
—Sí. A la Fosa Gris.
—¿Y ahí es donde viven los monstruos?
—Monstruos y espectros. —Hace una pausa—. ¿Viste uno,
entonces? —Asiento con la cabeza. Sheel frunce el ceño—. No me
extraña que se sintiera obligado. Los emisarios de Lord Krokan se
están acercando…
El lado me hace sentir mucho menos segura. Espectros. Monstruos.
Todos en nuestra puerta.
—Se fue con guerreros.
—Sí, si ellos van, él va.
Puedo respetar a un hombre que no ordena a otros hacer algo que
él mismo no haría.
—Pero fue el único que regresó —añado en voz baja. Mi atención
vuelve a centrarse en el duque, que sigue inconsciente. Sé lo horrible
que se siente… ser el único superviviente. La inquebrantable culpa
me persigue implacable, amenazando con alcanzarme cada vez que
me quedo quieta—. ¿Dijiste que sentía que era su responsabilidad
como Duque de Spears? —Repetir los nombres de personas y lugares
me ayuda a recordar… y a alejar otros pensamientos.
—Sí. Cada ducado tiene su propia responsabilidad primaria ante el
Eversea. Está el Ducado de la Fe, de la Caza, de la Erudición, de los
Artesanos y de las Lanzas. Por supuesto, se espera que cada ducado
sea autosuficiente. Pero se especializan en áreas únicas para cubrir las
lagunas de los otros ducados. Están dirigidos por un coro compuesto
por los cinco duques o duquesas, y el mayor del grupo actúa como
nuestro rey o reina cuando se necesita un único jefe de estado —
explica Sheel. Ofrece una extensa explicación mientras no dice nada
de que los otros hombres no regresen. Capto su intención,
inconsciente o no, y dejo que la conversación continúe.
La noción de los ducados tiene sentido para mí. No es tan diferente
95
de que una región específica de Tenvrath tenga el conjunto más denso
de granjas porque la tierra es más fértil. Los comerciantes tienden a
especializarse en función de su proximidad a mercancías concretas.
Incluso los miembros de la tripulación conocen un puesto en el barco
mejor que otros porque es hacia lo que se inclinan, a pesar de que
también se les exige que sean capaces de suplir a cualquier otro.
Sheel permanece concentrado en Ilryth, con evidente preocupación
en sus ojos.
—Como ducado más cercano a la Fosa Gris, nuestro duque es
responsable de la protección de los Eversea frente a los espectros.
Ilryth había mencionado algo sobre espectros que poseían a las
sirenas que habían intentado llevarme años atrás.
—¿Los espectros son lo mismo que los fantasmas? —pregunto,
aprovechando que parece estar comunicativo cuando intenta
distraerse de otros asuntos.
—No del todo. Los fantasmas siguen siendo inteligentes, son almas
intactas. Los espectros son fantasmas que se han perdido a sí mismos
y ahora solo son portadores de odio y violencia. Causan agitación
entre los vivos y, una vez que han debilitado un alma, pueden
destruirla para poseer el cuerpo. —Sheel aparta finalmente la mirada,
señalando la lanza de madera que portaba—. La armadura que llevan
nuestros guerreros, las armas que utilizamos y las defensas que
creamos contra estos monstruos se cortan del tronco y las raíces del
Árbol de la Vida. Solo una lanza de madera del árbol puede destruir
a un espectro.
Supongo que el Árbol de la Vida es ese enorme árbol que
sospechaba haber visto cerca del castillo cuando llegamos.
—¿Por qué el duque no tenía armadura?
—¿No la tenía? —Sheel se sorprende.
Sacudo la cabeza.
—Algunos de los guerreros sí, pero él no. 96
Maldiciones que desconozco se agolpan en mi mente. Sheel se frota
las sienes y desaparecen.
—Siento que hayas tenido que oír eso.
—Soy marinera, no me importa el lenguaje soez. Aunque me
impresiona que sepas palabras que no reconocí.
—La vieja lengua de la sirena. Es en la que aún cantamos muchas
de nuestras canciones.
—Ah, tendrás que enseñarme alguna vez. Me encantaría traer un
nuevo lenguaje deliciosamente soez a mi… —Mis pensamientos se
detienen. Mi tripulación.
Sheel frunce brevemente el ceño, en una expresión que antes era
dura. Sin embargo, no se disculpa ni da el pésame, y se lo agradezco.
No creo que pudiera soportar las disculpas de un Siren, no cuando
todavía hay ocasiones en las que siento resentimiento hacia ellos por
mi situación actual. Aun así, reconozco la mano que jugué; las
decisiones que tomé que me trajeron aquí, salvo los seis meses que
Ilryth me robó.
—Aprenderás nuestras antiguas lenguas, igual que aprenderás
nuestras costumbres. —Tal vez su franqueza no era solo una
distracción—. Debes hacerlo antes de ser sacrificada a Lord Krokan.
Mi turno para desviar la conversación.
—¿Por qué el duque no llevaba armadura?
Sheel aprieta la boca en una línea dura.
—No hay suficiente para todos.
—Cede su armadura a sus hombres para que estén más protegidos
—me doy cuenta.
—Sí. —Sheel me mira pensativo. Su enfado ha dado paso a algo
que casi parece curiosidad—. ¿Cómo lo has sabido?
Miro fijamente la forma inmóvil de Ilryth. Es un duque. Un líder
por derecho propio. En Tenvrath hay señores mercaderes, y de entre 97
ellos se elige al consejo, un sistema no muy distinto al que suena este
coro de sirenas. Estoy familiarizada con las responsabilidades del
liderazgo desde mi tierra, así como desde mis barcos.
—Soy capitana. —Las palabras siguen siendo pensamientos
proyectados, pero no parece que provengan de mi mente. Vienen de
mi corazón. Soy capitana, incluso sin barco. Está entretejido en mi
propia esencia—. Sé lo que es estar dispuesto a sacrificarlo todo por
las personas de las que eres responsable. Aquellos a los que amas…
La culpa me ha atrapado. ¿Puedo llamarme capitana cuando mis
marineros han muerto por mi culpa? Yo, la gran capitana Victoria,
que nunca perdió a un solo tripulante, los perdí a todos en una noche.
«Y si…» La pregunta vuelve, persiguiéndome sin descanso. En mis
noches más oscuras, cuando mi única compañía es mi peor enemigo,
no puedo evitar preguntarme si los que me rodean habrían estado
mejor si nunca me hubieran conocido. Las dudas envenenan mi
sangre, alimentan mis músculos y la implacabilidad de mi trabajo. Tal
vez, con suficiente sudor y esfuerzo, algún día sea digna de su lealtad
y admiración.
—Su Santidad. —Lucia levanta la cabeza, me mira a los ojos y me
saca de mis pensamientos—. Podría necesitar su ayuda.
Sigue siendo extraño que te llamen santa. Pero ahora no es el
momento de intentar convencerla de que pare.
—¿Ayudar cómo?
—Flota sobre él.
—¿Perdón? —Incluso en mi mente, las palabras salen balbuceantes.
Lucia se mueve, con las manos aún posadas a ambos lados de la
cara de Ilryth. La luz parece parpadear cuando interrumpe su canción
para hablar.
—Horizontal: de la nariz a la nariz, de los pies a la cola.
—¿Por qué?
—Estás ungida con las canciones de los antiguos, por su mano… —
98
Hace una pausa para cantar un verso, uniéndose a lo que suena como
Fenny en la distancia—. Eres como un puente hacia su poder, y hacia
él. Y yo… —Vuelve a hacer una pausa, frunce el ceño y frunce la
boca—. Yo sola no soy lo bastante fuerte para salvarlo.
—¿Dolerá? —pregunto, pero ya me estoy moviendo. Me empujo
ligeramente desde el suelo pedregoso y me quedo a medio camino
entre el techo y su cama. He llegado hasta aquí para salvarlo. No voy
a detenerme ahora. Además, la mejor oportunidad que tengo de
conseguir lo que quiero es ayudando a mantenerlo con vida. Va a
estar en deuda conmigo por esto.
—No, no debería.
—De acuerdo, entonces. —Con pequeños giros de mis muñecas y
patadas de mis pies, me muevo por encima de él, a la deriva a una
parada. Soy muy consciente de nuestra posición. Hace media década
que no estoy encima de un hombre y el calor radiante de su cuerpo
me lo recuerda vívidamente. La necesidad que me asalta ignora el
hecho evidente de que ahora no es el momento ni el lugar. Me la
trago, bien entrenada para no dejar que las emociones o los impulsos
me dominen.
—Más cerca, por favor. Necesito tus manos en sus sienes, bajo las
mías.
—¿Pensé que se suponía que no debía tocarlo?
—Esto saldrá bien. —Sus palabras están llenas de desesperación.
No estoy segura de si está bien o no. Pero no creo que a Lucia le
importe ahora mismo. No es que la culpe. Si fuera Em, rompería todas
las reglas, dioses antiguos o no, para salvarla.
Con unos cuantos movimientos algo torpes, he bajado lo suficiente
como para alcanzar sus sienes. Las manos de Lucia dejan sitio para
que las mías se deslicen bajo las suyas. Apoyo las yemas de mis dedos
en la piel del duque.
Un hormigueo recorre mi cuerpo como la última vez que lo toqué.
Soy una anguila, electrizada de pies a cabeza. Durante un breve 99
segundo, el mundo queda en silencio, la música resuena en la
distancia.
Separo ligeramente los labios. El resplandor que rodea al duque
está cambiando de un suave plateado a un cálido dorado. Las
burbujas no solo se desprenden de su piel, sino también de la mía.
Crecen en cantidad, como si quisieran llevarme en su efervescencia.
Pero no puedo apartar mis manos de él. Es como si estuviéramos
conectados.
Las emociones se enfrentan en mi interior: atracción y repulsión. La
atracción hacia él se intensifica; mi deseo de liberarme crece en la
misma medida. La curiosidad me pide ver qué ocurre a continuación.
El deber de salvarlo, de no dejar a nadie atrás, aviva mi
determinación. Pero, al mismo tiempo, en el fondo de mi mente se
oyen susurros que me recuerdan que ese hombre me ha secuestrado
y posiblemente haya condenado a mi familia. Todas las historias,
todos los instintos marineros, me dicen que mi enemigo jurado está
debajo de mí, que debo mover las manos y rodearle la garganta.
No. Me niego a responder a la crueldad con la misma moneda.
Tomé mis decisiones, voluntariamente me metí en esto, voy a verlo a
través.
Una pausa. Como si el mundo entero hubiera aspirado un suspiro.
Sin movimiento. Ningún sonido.
Entonces, la quietud da paso a una melodía diferente. No es la que
cantaban las sirenas para curarlo, sino algo nuevo. Una canción en
disonancia con la que Ilryth imprimió en mi alma aquella noche hace
mucho tiempo, las dos chocando contra una tercera cantante que está
al borde del aullido por debajo de todo.
La cacofonía crece a la par que la luz. Ya no siento las burbujas en
la piel, ni las corrientes a mi alrededor.
De repente, me ciega la luz del sol sin filtrar.

100
Capítulo 8
Estoy en una playa blanca como el hueso. La arena es tan fina que
casi parece brillar con irisaciones prismáticas. Las olas se rompen en
raíces tan grandes como cascos de barco que envuelven este arenal de
una forma que recuerda a un nido de pájaros. Conectan hacia arriba
con un enorme árbol que parece un millar de árboles más pequeños
envueltos en uno solo. Es tan alto que sus ramas más altas perforan
el cielo y se enredan con las nubes.
La propia playa está salpicada de trozos de madera. Algunos tienen
el mismo tono marrón dorado que el árbol que los envuelve. Otros
llevan tanto tiempo al sol que la veta de la madera se ha blanqueado
hasta convertirse en ceniza pálida.
Esto debe ser el Árbol de la Vida y la playa que Sheel acababa de
describir. Pero, ¿por qué… cómo estoy aquí? Las preguntas me 101
intrigan y me excitan. Mi sentido común me dice que debería tener
miedo. Pero he pasado los mejores años de mi vida adentrándome en
lugares desconocidos que nadie se atrevería siquiera a soñar.
Al girar la cabeza, me doy cuenta de que el mundo está borroso.
Los bordes están borrosos. No siento el calor de la arena ni oigo el
susurro del viento. Todo parece lejano, tenue.
Es entonces cuando me doy cuenta de que en el otro extremo de la
playa, más cerca del tronco del árbol, hay una mujer mayor y un
hombre joven. Parecen humanos a primera vista, pero si los observo
más de cerca tienen los tenues cartílagos que les suben por las mejillas
y se dividen en las orejas en forma de aleta de la sirena. En su piel
clara están las marcas de la sirena. Sin embargo, hay una diferencia
notable entre ellos y las sirenas que conozco.
Caminan torpemente a dos patas, dirigiéndose lentamente hacia el
tronco principal. Me fijo en ellos, intentando razonar lo que estoy
viendo. ¿Se trata de un ser diferente a la sirena? ¿O tal vez una
transformación? Esto último parece lo más probable.
En el agua son poderosos e imparables dominadores de los
mares… pero en tierra son como crías de ciervo.
Echo otro vistazo a mi alrededor y empiezo a caminar hacia ellos.
No tardo nada en alcanzarlos, y cuando estoy a mitad de camino me
doy cuenta de que el joven lleva un estrecho rastro de escamas a lo
largo de la columna vertebral, que desaparece bajo un envoltorio que
le rodea la cintura, de un tono turquesa demasiado familiar.
—Ya no falta mucho. —La mujer sigue hablando sin mover la boca.
Me pregunto si serían capaces de hablar por encima de la tierra, o no.
Me pregunto cómo son capaces de caminar sobre dos piernas.
—Madre, siento como si fuera a marchitarme y quebrarme aquí. —
El joven no parece tener más de quince años. Incluso eso podría ser
generoso.
—Puedes hacerlo. No falta mucho. No te daría una carga que no
pudieras llevar. —La mujer dedica a su hijo una cálida sonrisa. El
parecido familiar es inconfundible. Aunque ella lleva el pelo largo y
suelto, que le llega hasta la cintura, y el joven lo lleva cortado cerca
102
del cuero cabelludo, tienen un corte de mandíbula similar y la misma
agudeza en los ojos que delata una naturaleza inteligente y de espíritu
cálido—. Pronto volveremos al agua.
Sigue adelante, liderando la carga con cada paso decidido. Pero es
demasiado ambicioso. Desequilibrado, vacila y cae. La mujer está a
su lado al instante, ayudándolo a levantarse. Tiene mucho más
control sobre su cuerpo de dos piernas.
—Puedo hacerlo. Puedo hacerlo —insiste con todo el orgullo
testarudo de la juventud.
Ella le da espacio para que se ponga de pie.
—¿Hola? —Hablo, pero no se giran. Sospeché que sería así cuando
me acerqué y ni siquiera me miraron. No hay nadie más en esta playa,
así que es imposible que no me vean… si es que me ven.
Finalmente llegan al pie del árbol. Hay una puerta adosada al
tronco. Ramas y enredaderas han crecido sobre ella como gruesos
barrotes. Es una barricada contra el mundo. Los únicos signos de
intento de entrada son cinco lianas leñosas con trozos cortados y
arrancados. Las heridas aún supuran una savia de color rojo oscuro.
—Ahora, tal y como hemos practicado —instruye la mujer.
El muchacho, un joven Ilryth, por lo que veo, se arrodilla y apoya
las palmas de las manos en la puerta. Inclina la cabeza hacia el cielo y
entreabre los labios para soltar una canción que se eleva entre las
hojas plateadas que caen. Su voz aún no se ha profundizado del todo
y puede alcanzar notas de una intensidad casi desgarradora.
Siento un hormigueo en el antebrazo. Es la primera sensación real
que tengo desde que llegué aquí y atrae mi atención hacia las marcas
de mi piel. Parecen las mismas de siempre.
Cuando termina la canción, esperan mirando fijamente a la puerta.
Los hombros de Ilryth se hunden.
—No pude escuchar su canción.
—Yo tampoco —dice la mujer en un tono que contrasta el cálido 103
apoyo con el cansado abatimiento—. Su voz ha permanecido en
silencio durante siglos. Ni siquiera los más ancianos han oído sus
palabras. No es ninguna vergüenza.
—Pero pensé que Lady Lellia podría decirnos otra forma. —El
joven continúa encorvado de espaldas a ella. Sus siguientes palabras
son tan pequeñas que, de haberlas pronunciado normalmente, dudo
que hubiera podido oírlas—. Que yo podría ser capaz de ayudar…
—Hijo mío, la mejor forma de que ayudes es asumir el manto para
el que naciste. —Se arrodilla a su lado.
—Si lo hago, entonces tú… tú… —Se le quiebra la voz.
—Haré lo que deba para proteger a la gente que quiero. —Se sienta
y tira de él hacia ella, abrazándolo con fuerza. La mujer le da un beso
en la sien—. Ahora, debes hacer lo que debas para proteger nuestro
hogar, a los que amamos, a tus hermanos y a tu padre.
—No estoy preparado. —Entierra la cara entre las manos—.
Apenas puedo cantar la canción para pisar el suelo sagrado.
—Estarás preparado cuando llegue el momento —tranquiliza la
madre a su hijo. Pero no lo mira cuando habla. Lo mira por encima
del hombro con una mirada relajada y distante que se pierde en el
horizonte.
—¿No podría haber otra manera?
—Ilryth… —Vuelve a centrar su atención en su hijo y luego en el
árbol que hay en lo alto. La boca de la madre de Ilryth tiene una dura
línea de determinación. Pero sus ojos casi rebosan tristeza—. El
duque Renfal dice que Lord Krokan quiere que cada cinco años le
sacrifiquen mujeres ricas en vida y que hayan tenido en sus manos la
gracia de Lady Lellia. Ese fue el conocimiento por el que dio su vida.
Los otros sacrificios no han funcionado; nuestros mares son cada vez
más peligrosos.
—Sí, pero ¿por qué tienes que ser tú? —Mira a su madre.
Le alisa el pelo de la frente. En los brazos de una madre, todo
hombre se convierte en niño.
104
—Porque, ¿quién es más rica en vida que la Duquesa de Spears?
¿Quién tiene una gracia más fuerte en sus manos que yo, con
Dawnpoint? ¿Quién mejor que una cantante del coro? —Sonríe, pero
la sonrisa no le llega a los ojos—. Mi deber es proteger nuestros mares
y a nuestra gente a toda costa, al igual que el tuyo. Debes prestar
juramento para que comience mi unción.
—No creo que pueda… —Desvía la mirada avergonzado.
—Claro que puedes.
—Hazlo. —Una nueva voz entra en la mezcla. Una voz familiar.
Miro por encima del hombro. Detrás de mí, más atrás en la playa, está
el Ilryth que conozco. Un hombre crecido.
No tiene dos patas, sino que flota, con cola y todo, como
suspendido en el agua. Se mueve como en el mar, pero aquí se eleva
por los aires.
—¿Ilryth?
De algún modo, no me oye. Quizás tampoco puede verme, porque
pasa corriendo junto a mí hacia el joven.
—Ilryth, ¿qué es este lugar? ¿Qué está pasando? —Intento llamarlo.
Ilryth se cierne sobre su yo más joven, rezumando desdén y odio
mientras el joven se aparta de los brazos de su madre y asume de
nuevo su posición ante la puerta del árbol. Pero no levanta las palmas
de las manos hacia la madera. Ilryth intenta empujar a su yo más
joven hacia delante. Los músculos del adulto ondean a la luz del sol,
abultados por el esfuerzo. Tiene el ceño fruncido por la rabia. Pero el
niño bien podría estar esculpido en plomo, pues no se da cuenta del
esfuerzo de su yo adulto.
—¡Ilryth! —grito.
—¡Hazlo! —le grita a su yo más joven—. ¡No lo retrases! ¡No seas
tú quien la retenga!
—Ahora, jura lealtad a los antiguos dioses y al Eversea que has
jurado proteger —lo instruye su madre con suavidad—. Haz el 105
juramento para poder empuñar Dawnpoint.
—Madre, yo… —El joven Ilryth no se ha movido, ajeno a su yo
mayor.
La mujer abre la boca para volver a hablar, pero la cierra con un
suspiro. La resignación suaviza su ceño. Inclina ligeramente la
cabeza.
—Muy bien —cede y vuelve a arrodillarse a su lado—. Era
demasiado pedirte tan joven. A ningún otro duque o duquesa se le ha
pedido que asuma su papel tan pronto. Si no estás preparado para
comprometer tu vida con el Eversea y asumir Dawnpoint como
duque de Spears, entonces no tienes por qué hacerlo.
—Repugnante, miserable, débil, cobarde —gime Ilryth. Agarra la
mano de su yo más joven, tratando de presionarla directamente
contra el árbol. Sin embargo, no puede influir en nada en este mundo.
—Ilryth, ¿es este tu recuerdo? —Me atrevo a preguntar, sin pensar
en otra explicación. Sigue sin oírme.
El joven Ilryth mira a su madre. El miedo aflora a los ojos del joven.
Vulnerabilidad. Está aterrorizado, pero también aliviado.
—Madre, ¿estás segura?
—Sí. Es un deber para el que uno debe estar preparado cuando
acepta. Es un honor, no una maldición. —La mujer le dedica una
cálida sonrisa.
—Pero la unción… —empieza el joven.
—No se tarda tanto. —Rodea los hombros de su hijo con el brazo y
le ayuda a ponerse en pie—. Cuando deba empezar en serio, tendrás
diecinueve años. Entonces estarás listo para tomar Dawnpoint, estoy
segura.
A pesar de sus evidentes esfuerzos por contener sus emociones, los
ojos del joven Ilryth brillan. Su labio tiembla ligeramente.
—¿Te avergüenzas de mí?
De alguna manera, incluso en tierra, incluso torpe, la mujer se 106
mueve más rápido de lo que creía posible. Sujeta a su hijo por detrás
de la cabeza y por los hombros. En el mismo movimiento, presiona
sus labios contra su frente.
—No. Nunca, hijo mío.
—¡Sí! —El mayor de los Ilryth sigue intentando apartar a su yo más
joven. Para obligarlo al árbol a tomar el manto de duque. Pero sus
esfuerzos están disminuyendo. Su fuerza lo abandona. En su lugar,
sus hombros se desploman—. Sí —dice ronco, entre la rabia y las
lágrimas—. Ella siempre se avergonzará de ti, patético cobarde. Es
por tu culpa que su muerte no significó nada… que no pudo cortar
sus lazos mortales lo suficiente como para aplacar la rabia.
—Ilryth, es suficiente. —Doy un paso adelante. Sigue sin reaccionar
a mi presencia.
—Eres mi hijo, la luz para el árbol de mi vida. Nunca podría
avergonzarme de ti. —Acaricia la cabeza de su hijo una vez y luego
lo suelta con una sonrisa alentadora—. Ahora, volvamos al mar.
Volveremos dentro de unos años.
Los dos empiezan a irse, pero el Ilryth mayor no se mueve. Se
hunde en la arena donde estaba su yo más joven, con la cola doblada
bajo él. Esconde la cara entre las manos.
—Vuelve y cumple con tu deber… cobarde… —Se agita, clava las
manos en la arena y suelta un grito que hace que el mundo a nuestro
alrededor se astille—. ¿Cuántas veces debo recordar mis fracasos?
¿Cuántas veces debo verte morir? —Ilryth se echa hacia atrás, con el
brazo extendido, mientras tiende la mano hacia su madre, mucho más
allá de su alcance.
Cruzo hacia él con pasos deliberados y decididos. Cada una de sus
palabras hace resonar en mí un dolor palpable, como si esa agonía
fuera la mía propia. Retumba en los cimientos de este mundo ilusorio,
provocando grietas de oscuridad en forma de relámpago. Al instante,
se hace añicos, como un espejo que se estrella contra la piedra. Entre
los bordes de las imágenes fracturadas, unas manos fantasmales se
extienden, aferrándose a los límites de esta realidad, arañando.
—Ilryth, creo que deberíamos irnos. —Le pongo una mano en el 107
hombro, pero mi atención se centra en las monstruosidades que
intentan desgarrar este sueño convertido en pesadilla. Hay rostros
que se mueven tras la imagen separadora de este recuerdo. Entidades
que hacen que se me ericen los pelillos de la nuca intentan abrirse
paso.
El duque está quieto como una estatua. Tiene la mirada fija en una
mancha de arena delante de la puerta. Su piel se ha vuelto fría. Su
brillo se desvanece. Todo el color desaparece de su cuerpo.
Me arrodillo a su lado, inclino la cabeza y lo miro a la cara. Aún no
ha notado mi presencia.
—Esto no es real —digo con determinación. Aunque ahora me
parece muy real. Cada estruendo de la tierra. Cada rugido del
monstruo que ha atormentado mis propios sueños es tangible. Espero
que esto no sea real—. Debemos abandonar lo que sea este lugar.
Ahora mismo. Se acabó, Ilryth, el tiempo ha pasado y tú también
debes hacerlo. No tiene sentido perderse en lo que no puedes
cambiar. Tienes que seguir adelante.
Ilryth no se mueve.
Me muevo, intentando colocarme justo delante de él. Es imposible
que no pueda verme ahora.
—Tienes que sacarnos de aquí. No sé qué está pasando, pero Lucia
me envió aquí para decírtelo, creo. Debes volver al mundo real,
conmigo.
—Despreciable. Cobarde —susurra Ilryth con crudo odio—. Si solo
la hubiera… dejado ir. Pero no pude. Como no pude escuchar las
palabras de Lellia. La retuve. Era demasiado buena para morir.
Debería haber sido yo quien se ofreciera ese día, no ella.
Las palabras son un puñal entre mis costillas. Inhalo bruscamente.
Mis manos vuelan hacia las suyas y las aferro con fuerza.
—Lo sé… —susurro—. Sé lo que es sentir que eres una carga para
todos los que te rodean. Que, por mucho que lo intentes, nunca es
suficiente. No puedes amarlos lo suficiente, sacrificarte lo suficiente
por ellos… 108
Sigue sin reaccionar. Sigue mirando a través de mí. El mundo que
nos rodea sigue temblando. Las sombras consumen los bordes,
devoran los detalles.
—Ilryth. —Mi voz se ha vuelto firme—. Eres el único que puede
salvarnos de esta realidad que se desmorona. Ya no eres ese niño. Eres
responsable de la gente, te necesitan, todavía. Yo… —Las palabras se
me clavan en la garganta. Trago saliva, intentando desalojarlas. Me
dan náuseas, me revuelven el estómago. Pero son la verdad y ahora
mismo no puedo sentirme orgullosa. No puedo permitir que mis
propios miedos a depender de otro me retengan—. Te necesito, Ilryth.
Parpadea y hay un momento de claridad en su rostro.
—¿Victoria? —susurra en nuestras mentes. Hay algo
inesperadamente íntimo en la forma en que lo dice, más intenso aún
porque nuestras manos están entrelazadas.
—Ilryth, nosotros… —No puedo hablar lo suficientemente rápido.
Un fuerte rugido me interrumpe y un viento tempestuoso azota la
playa. Las raíces del árbol gimen y se resquebrajan, cayendo en un
mar pálido. A lo lejos, la niebla se condensa en un rostro encerrado
en un eterno grito de rabia. El rostro del odio mismo.
Ilryth se encorva una vez más y sus ojos se quedan en blanco al caer
sobre la arena. Ha vuelto a su estado de estatua entumecida.
—¿Qué sentido hay? ¿Hay alguno? ¿Han abandonado de verdad
los dioses a sus guardianes?
La mención de los dioses atrae mis ojos hacia mi antebrazo. Son
palabras-canción plasmadas en mi carne. Lucia quería que hiciera
esto porque tenía su magia. Miro entre él y el rostro distante que se
afila a medida que se acerca.
No sé lo que estoy haciendo pero…
—Soy una maldita cantante miserable, Ilryth. ¿Ves a lo que me estás
llevando? —Ninguna reacción a mis amargas palabras. Maldita sea—
. Bien. Aquí va… 109
Abro la boca y empiezo a cantar. No con la mente, sino con la
garganta. Son unas notas tambaleantes. Terribles, la verdad. Nunca
he sido buena cantante. Pero canto las palabras como me vienen por
instinto, lo que me parece bien.
«Ven a mí.
Te llamo.
Ven, ven…»
Le llega la claridad. Los ojos de Ilryth se abren ligeramente. Dejo
de cantar inmediatamente. Me agarra el antebrazo pintado.
—Cantaste.
—Te dije que era mala.
Sin embargo, me mira con asombro, como si yo fuera más fina que
la más hábil prima donna. Pero el momento dura poco cuando Ilryth
mira a su alrededor, viendo por fin el degradante mundo. Sin
embargo, no le sorprende. Suspira suavemente y delata un
agotamiento más profundo que el punto más bajo del océano. Sus ojos
se posan en el rostro a lo lejos, precipitándose hacia nosotros, como si
quisiera consumir toda esta isla de un solo bocado.
—Tenemos que irnos —insisto.
—Nunca deberías haber estado aquí. —Sus ojos se desvían hacia
mí y, por un momento, toda la pena de la que una persona ha sido
capaz es mía. Me lo da todo. Simpatía. Empatía. Anhelo—. Esta es
una pesadilla que ningún otro debería soportar.
Ilryth se levanta, suspendido en el aire como si fuera agua. Me
tiende una mano y la miro con recelo. Mi palma se desliza contra la
suya y, durante un instante, no hace más que agarrarme los dedos. Lo
miro fijamente y mil palabras tácitas pasan entre nosotros. No
decimos nada. Pero un entendimiento que trasciende las palabras se
hunde en mí como el calor de sus dedos. En ese fugaz respiro, las
barreras que nos separan no son tan fuertes como nos gustaría a los
dos. Obtenemos una rara visión del alma del otro.
Hay una parte de mí que quiere retirarse. Ocultar mi rostro y mi
110
corazón. Pero un rincón solitario que pertenece a una mujer que ha
llorado demasiadas noches sola, anhelando el consuelo de un abrazo,
no quiere otra cosa que quedarse aquí. Que este momento se
prolongue lo suficiente como para que mi dolor se convierta en una
carga compartida. Aunque la idea de que otra persona vea de verdad
mi corazón crudo y cansado sea tan aterradora como arrancarle un
trozo y entregárselo.
—Vamos a sacarte de aquí —susurra cuando los aullidos empiezan
a arreciar, rompiendo el trance.
Asiento con la cabeza, incapaz de decir nada más.
Con un aleteo de su cola, nada hacia arriba por el aire. Me arrastra
con él, ingrávido. El aire corre por mi piel y es lo primero que siento.
No… aire no.
Pequeñas burbujas.
Parpadeo mientras nos elevamos hacia el sol y nos alejamos del
rugido que tenemos debajo. El mundo sigue fracturándose, las grietas
en forma de telaraña nos persiguen hacia arriba. Ilryth mira hacia
abajo y sigue elevándose con fuertes movimientos de su cola.
—Espera.
Le aprieto la mano con más fuerza.
Las burbujas se precipitan sobre mí. Chocamos contra las ramas del
árbol y nos recibe una luz cegadora. Suelto un grito ahogado y me
estremezco por instinto, esperando el dolor. Pero no hay dolor.
Parpadeo cuando la luz se desvanece, ya no me ciega. Sigo flotando
sobre Ilryth en su cama. Las yemas de los dedos de Lucia siguen sobre
las mías, apoyadas en sus sienes. Pero ahora tiene los ojos abiertos.
El duque me mira fijamente, como si intentara volver a meterse en
mi mente. Luego, cuando la realidad se estrella contra nosotros, su
ceño se frunce de ira. Su mirada se desvía hacia Lucia, que suelta un
chirrido de sorpresa y aparta las manos. 111
—¿Cómo te atreves a involucrarla?
Capítulo 9
—Su Excelencia, yo… yo… —Lucia se aleja nadando rápidamente.
—Esto no es asunto de una humana. Ni siquiera debería estar aquí
—grita Ilryth.
Tomo eso como mi señal para nadar lejos también. El sonido de la
rabia de un hombre me produce una sensación empalagosa y
asfixiante que me sube por la columna vertebral y me agarra la nuca.
«Aléjate», mi instinto demanda. El agua está más fría con la distancia
entre nosotros. Es más fácil moverse. La proximidad de Ilryth es casi
ineludible. Me miro las puntas de los dedos, que aún tiemblan, casi
esperando que sigan brillando y burbujeando.
—Ilryth —dice Sheel con firmeza. Nunca había oído a ninguno de
ellos decir su nombre a secas, sin ningún tipo de honorífico. Me
sorprende que el primero al que se lo oigo decir sea Sheel, y no una 112
de las mujeres que supongo que son sus hermanas. Ahora que he
visto a su madre, no se puede negar el parecido familiar entre él,
Fenny y Lucia. La actuación de Sheel surte efecto e Ilryth se queda
inmóvil—. Estabas muy mal. Ni siquiera sensible esta vez. Lucia tuvo
que recurrir a medidas drásticas para traerte de vuelta antes de que
los espectros consumieran tu alma y se apoderaran de tu cuerpo.
Ilryth vuelve a mirar a la joven con un brillo de odio en los ojos. No
puedo evitar cruzarme con ella. Apoyo una mano en el hombro de
Lucia. No lo dice en serio, no puede. Dios sabe que hay veces que
quería estrangular a Em y bastaba con que me recordara lo
equivocada que estaba en ese momento para apagar mi rabia por
completo.
—Hizo todo lo que pudo para ayudarte. Deberías darle las gracias,
no regañarla —le digo con firmeza.
—Ni siquiera sabes de lo que hablas. —Parece que apenas es capaz
de contenerse para no redirigir toda esa rabia hacia mí. Pero es
capaz… lo que lo hace mejor que muchos que he conocido.
—Puede que no conozca los detalles de tu magia, ya que todos
ustedes aún no me lo han contado como es debido —añado con una
ligera nota amarga—. Pero sé lo que parece un hombre que descarga
su ira y su dolor en una joven que no se lo merece. —Las palabras
resuenan en mi mente, escocidas, demasiado crudas. Son palabras
que ojalá hubiera tenido la gracia, o la oportunidad, de decirle a
Charles. En cambio, él siempre parecía sacar lo mejor de mí. La joven
que era entonces se acobardó una y otra vez hasta el punto de que me
sorprende que no se rompiera la columna vertebral.
Pero ya no soy ella. Soy mejor. Si puedo luchar contra Charles hasta
el amargo final, a través de todas sus amenazas y golpes, puedo
enfrentarme a un duque Siren.
Ilryth me señala, con los ojos entrecerrados. Un ruido de disgusto
se agita en mis pensamientos y él sacude la cabeza, dándose la vuelta.
De espaldas a Lucia, murmura:
—Gracias por tu ayuda, Lucia.
—Siempre, Excelencia. —Lucia inclina la cabeza. Mira en mi
113
dirección—. Gracias, pero no era necesario.
Tengo la sensación de que las palabras eran solo para mí e intento
corresponderle, centrándome en ella y solo en ella.
—Me da igual que sea un duque o un indigente. No voy a
quedarme de brazos cruzados y dejar que alguien te trate así.
—Realmente está bien. Conozco a mi hermano —dice con una nota
de pena. Casi de lástima. Y confirma mis sospechas sobre el parecido
familiar—. La fosa es dura para cualquiera… especialmente para
aquellos con muchas cargas que soportar. Las heridas de los espectros
son profundas y difíciles; están hechas para destruir el alma.
—Todos soportamos heridas profundas y difíciles. No son excusa
para comportarse de forma grosera. —Le aprieto el hombro antes de
soltarla—. Nunca comprometas tu valía, por nada ni por nadie, ni
siquiera por la familia. —Las palabras surgen con naturalidad; ya he
dicho bastantes variantes de ellas a mis propias hermanas.
—Lo tendré en cuenta. —Lucia comparte una sonrisa conmigo.
—Todos menos Victoria pueden retirarse.
—¿Excelencia? —La sonrisa de Lucia cae mientras mira hacia él.
—Estaré bien. Puedo manejar a hombres como él —la tranquilizo.
—Lo he oído —dice Ilryth secamente. Le lanzo una mirada
desafiante y me encojo de hombros para transmitirle lo poco que me
importa que lo haya oído. Tiene los labios ligeramente fruncidos, pero
la frustración no le llega a los ojos. Me clava la mirada mientras Lucia
y Sheel se marchan sin rechistar, nadando hacia su balcón.
Mantengo mi postura relajada, pero no retrocedo mientras espero
a que diga algo. La sensación de las palabras no dichas vuelve a
enturbiar las aguas entre nosotros. Zumban contra mí, incluso
después de que cese el canto que reverberaba por toda la mansión.
De algún modo, siento que gano el debate tácito cuando se relaja y
su cuerpo se afloja en el agua. La tensión se evapora cuando aparta la
mirada. Sin embargo, no bajo la guardia. La retirada puede ser su
propia táctica de guerra. 114
—Lo siento —murmura Ilryth.
—¿Qué? —Suelto la palabra con sorpresa.
—¿En serio? —Se ríe entre dientes y sacude la cabeza, aún sin
mirarme—. ¿Eres el tipo de mujer que me va a hacer decirlo otra vez?
—No es eso, yo…
—Lo siento, Victoria. —Ilryth me devuelve la mirada. Tiene la
misma determinación que antes, pero esta vez no parece combativo.
No sé cómo reaccionar ante un hombre que se disculpa tan rápido.
En mi momento de sorpresa, continúa—: Tenías toda la razón, no
debería haber arremetido así. No fue culpa tuya y Lucia solo hacía lo
que creía mejor.
Me cruzo de brazos. No voy a dejar que use la disculpa para
tomarme desprevenida.
—Deberías disculparte también con Lucia.
—Lo haré. —Vuelve a apartar la mirada—. Y siento también que
hayas tenido que presenciar… eso.
—No sé de qué me hablas. —Me encojo de hombros. Ilryth me mira
de reojo, escéptico—. Todo lo que recuerdo es un montón de luz
brillante. ¿Quizá algunas burbujas? Nada más.
Sabe que estoy mintiendo. No me importa que lo sepa. Estoy
demasiado ocupada preguntándome por qué miento. Lo he ayudado
para intentar utilizarlo en mi beneficio. Ni siquiera me esfuerzo en
dar a entender que quiero algo a cambio de mi amabilidad.
—¿Por qué? —pregunta él, la misma pregunta que me hago yo.
Una risita amarga me recorre la mente y no puedo evitar que la
sonrisa cansada me parta los labios mientras sacudo la cabeza. Me
toca a mí apartar la mirada. «Porque nadie debería tener sus secretos
más oscuros en su contra». Sin embargo, no me atrevo a decirlo. Sería
admitir demasiado. Si de todos modos lo oye, no hace ningún indicio.
Así que, en vez de eso, digo:
115
—No preguntes o podría reconsiderarlo.
—No es que haya sido especialmente amable contigo —se apresura
a señalar.
—No, no lo has sido.
—Voy a sacrificarte a un dios.
—El recordatorio no es necesario. —Lo fulmino con la mirada.
—¿Por qué?
—¿Siempre eres tan insistente? —le digo bruscamente.
—En realidad no eres de las que hablan.
—Dioses, hombre, y yo que intentaba ser amable contigo. —
Levanto los brazos y retrocedo torpemente.
—No pedí tu amabilidad. —Tiene la audacia de fulminarme con la
mirada.
—Oh, perdóname por dártela entonces. ¿Preferirías que te dijera
que solo hice lo que hice porque esperaba utilizarlo de algún modo
para hacer un trueque contigo y conseguir que me llevaras de vuelta
a mi mundo? —Y, sin embargo, cuando estaba en aquel extraño lugar
de sus recuerdos, la idea de hacer eso se había desvanecido por
completo. Todo lo que veo es aquel niño triste y aquel hombre
torturado.
—Supongo que sería más fácil de comprender. —Aunque le dije lo
que quería, no parece encantado de tener razón y ahora los dos
estamos enfurruñados—. Pero ya te lo he dicho, no puedo llevarte de
vuelta. Si salieras del Eversea, empezarías a desvanecerte,
inmediatamente. Tendrías minutos, tal vez una hora. Es un riesgo
demasiado grande.
Las palabras se sienten como si alguien estuviera arrancando
físicamente los últimos lugares que la esperanza había unido a mis
huesos. No puedo volver atrás… Aunque pudiera, no podría hacer
nada. Se me encoge la espalda y soy consciente de lo ingrávida que
soy. Las ganas de respirar me ahogan de nuevo. Pero no hay aire. Mi
116
pecho sube y baja, pero no siento agua. No siento aire. Ya no soy la
mujer que era. Más magia que carne… Nunca volveré a ser ella.
Voy a la deriva, me alejo de él, me agarro a un pilar como si pudiera
recuperar el aliento. El resplandor del amanecer a través de la
superficie se burla de mí. Lo bastante cerca como para dibujarme
líneas doradas en la cara. Lo suficientemente lejos como para que
nunca más pueda alcanzarlo.
—Deberías haberme matado. —Ojalá lo hubiera hecho.
—Tienes un propósito mayor.
—¡Tenía un propósito! —La rabia y el dolor burbujean—. Yo era
capitana, responsable de mi tripulación, la tripulación que tú mataste.
—Yo no…
No escucharé sus excusas. No me importan.
—Yo era una hija, una hermana, responsable de mi familia. Y tú…
me alejaste de ellos. Seis meses. Tenía seis meses… Y ahora, ellos…
—Me detengo y sacudo la cabeza. Ha sido una tontería. No hay
mundo en el que a este Siren le importara. ¿Por qué iba a esperar que
lo hiciera?
—¿Ellos qué? —insiste.
Me giro y vuelvo a mirarlo. Los ojos de Ilryth a la luz del sol me
recuerdan al sol entre las hojas del otoño. Acogedores. Cálidos. Son
ojos que te ruegan que confíes. Lo cual es más peligroso que cualquier
mirada cruel.
No sé por qué se lo digo. Quizá porque me parece justo. Descubrí
algo sobre él, algo que claramente nunca quiso que nadie supiera, y
ahora me siento obligada a contarle algo sobre mí. Tal vez sea porque
una parte de mí quiere creer desesperadamente que tal vez, tal vez
encuentre una manera de ayudar si sabe la verdad.
—Debo una buena cantidad de dinero al consejo que supervisa mi
casa. Si no lo pago, y no estoy presente cuando venza, será mi familia
quien pague las consecuencias. —Es una simplificación excesiva de
mis circunstancias. Pero no hago más que suponer que no le
117
interesará ninguna información adicional.
Me equivoco.
—¿Los matarán por el dinero que debes?
—No, el consejo no los matará… pero podrían desear la muerte, si
ese destino llega a ocurrir. —Pienso en ellos, trabajando en una
prisión de deudores—. ¿Hay prisiones de deudores aquí, Duque
Ilryth?
—No, no puedo decir que me resulte familiar. —Parece realmente
intrigado.
—Son lugares fríos y brutales donde se despoja a las personas de
sus libertades. Las personas son tratadas como menos que animales y
obligadas a trabajar en cualquier tarea para la que el consejo necesite
manos: construcción de carreteras, edificios, cualquier otra cosa.
Trabajan sin descanso y sin cobrar. A cambio, se les perdonan las
deudas… pero solo tras años de servicio cumplidos.
—No usamos nuestra libertad como moneda, aquí en el Eversea. —
Su boca se ha fruncido, al igual que sus cejas—. Parece una práctica
monstruosa.
—¿Monstruosa? —Me burlo—. Lo dice el hombre que pretende
sacrificarme al dios que reclamó a toda mi tripulación. —No puedo
contener el comentario. El mar que nos separa vuelve a electrificarse
en el momento en que lanzo el golpe verbal.
Parece como si nos hubiéramos enfrentado. Desafiados.
Igualmente horrible, si lo pienso, sus viejos dioses… nuestras
prisiones.
«Al menos una prisión de deudores no te quita la vida», quiero
pensar. Pero lo hace. Literalmente, como resultado de las míseras
condiciones. O en la práctica, por los años de trabajo y oportunidades
que roba a la gente que ingresa en ella.
Siempre he odiado las prisiones de deudores. No puedo
defenderlas de buena fe. Pero son un elemento básico del mundo que
conocí. Como el amanecer o el tirón de las mareas. La idea de que
118
pueda haber otro camino me es tan ajena como las maldiciones de las
sirenas de Sheel.
—Todo en Tenvrath se reduce a contratos y crons. —Me desinflo
de mi conflicto—. Aunque eso se lleve a un extremo debilitante…
Todos entendemos que el pago llega a su vencimiento y no hay nada
peor que no tenerlo en la mano en ese momento. Una vez que me
declaren muerta, el hombre al que debo el dinero pasará
inmediatamente a cobrarlo. Se alegará que abandoné mi juramento,
la cantidad contractual que estaba obligada a pagar.
Me toco el pecho. Siento un hormigueo a lo largo de las líneas que
marcó en mí, lo que hace que mi corazón palpite brevemente. Tal vez
sea simplemente mi desesperación.
—Por favor, intento mantener mi palabra. ¿Seguro que lo
entiendes? Preferiría morir mil muertes frías y solitarias antes que
romper esta obligación y permitir que les ocurra una desgracia.
Ilryth apenas se mueve. Su mirada es intensa, como si intentara no
solo oír mis pensamientos, sino escudriñar dentro de mi cráneo.
Averiguar si lo que digo es cierto o no. Su silencio es el caldo de
cultivo de mi desesperación.
«Una última oportunidad, Victoria».
—Ilryth, sabía que vendrías. No planeé luchar contra ti cuando lo
hicieras. Trabajé tan duro para que todo se arreglara —«todo arreglo
se incumplió con tu magia»— y esto es todo lo que queda. Mi familia
es todo lo que me queda. Si me ocupo de ellos, haré lo que desees sin
preocupación ni objeción. Hicimos un trato por el tiempo, y ya que
no me concediste, o no pudiste concederme, todo el tiempo que me
debías, por favor ayúdame a resolver este asunto. Te doy mi palabra
de que una vez hecho esto, pondré todo mi empeño y toda mi
habilidad en ser lo que sea que necesites que sea como sacrificio tuyo.
Una vez más, me estoy intercambiando. Mi corazón. Mi mente. Mi
tiempo y mis monedas. Todo se desliza entre mis dedos. Regalado.
Pero al menos esta vez será para mi familia. Puedo encontrar 119
consuelo en eso.
Finalmente, después de lo que parecen siglos, dice:
—Muy bien, ven conmigo.
—¿Qué?
Ilryth se vuelve, empezando a bajar por el túnel conectado a la
pared de enfrente por el balcón, a la izquierda de su cama.
—¿Adónde vas?
Mira por encima del hombro.
—A conseguirle a tu familia el dinero que necesitan.
Capítulo 10
No… no puede… no es posible que quiera decir…
—Lo digo en serio.
Se me escapan las palabras y maldigo para mis adentros. Ilryth se
ríe y empieza a nadar de nuevo. Impulso los pies lo más rápido que
puedo, intentando alcanzarlo.
—¿Por qué me ayudas?
Un suspiro pesado se hunde en mi mente.
—¿Me pediste ayuda y ahora que he aceptado intentas
convencerme para que deje de hacerlo?
—No —me apresuro a decir—. Pero si no puedo entender por qué,
me costará confiar en ti.
120
Se detiene, empuja el agua hacia delante para detener su impulso,
la cola se enrosca bajo él y se retuerce para volver a mirarme. Yo no
soy tan grácil y casi choco contra él. Lo habría hecho si Ilryth no me
hubiera agarrado por los hombros. Me suelta rápidamente, con un
momento de sorpresa en el rostro. Al principio creo que es por mi
franqueza, pero dado todo lo que ha dicho, lo tomé por una persona
que entendería mis sentimientos. Entonces me doy cuenta de que no
debe tocarme.
—Parte de tu unción es dejar ir tu conexión con este mundo para
que seas una pizarra en blanco para las palabras de los antiguos
dioses. Así, cuando te presenten ante Lord Krokan, no serás más que
oraciones y el Dúo de Despedida. Si te presentas ante él «el viejo dios
de la muerte» con lazos en este mundo, anhelando a los vivos,
entonces te rechazará como ofrenda adecuada y su furia continuará
—explica Ilryth, con naturalidad, como si intentara ignorar el
contacto—. Te será más fácil tener éxito en tu objetivo si estás
dispuesta a desprenderte de este mundo. Lo cual, has dejado claro,
implica saber que tu familia está cuidada.
Me opongo a su idea general de que mi objetivo sea ser sacrificada.
Pero trabajo para mantener esos pensamientos relegados al fondo de
mi mente. Si me ocupo de mi familia, puedo trabajar para estar en paz
con todo lo demás…
—Bien, me alegro de que nos hayamos entendido. —Me siento
mejor sabiendo que está sacando algo de esto. Me resulta más fácil
pensar en las relaciones como simples transacciones que como pura
amabilidad.
—En efecto. —Ilryth no se mueve. Su ceño se suaviza ligeramente,
sus labios se separan con palabras no dichas. Pensamientos no
compartidos. ¿Se siente… culpable?
Intento intencionadamente no desentrañar el significado de esa
mirada. Su culpabilidad no me importa lo más mínimo. De hecho,
debería sentirla. Si su magia hubiera sido más fuerte y capaz de
romper el vínculo entre Charles y yo, yo no estaría en este lío. Incluso
cuando sé que la culpa es mía, culparlo a él es un placer culposo.
Sin decir nada más, Ilryth se da la vuelta y continúa adentrándose
121
en el túnel.
Pensaría que, al ser semimágica, podría impulsarme de algún
modo por el agua a mayor velocidad que pateando y moviendo los
brazos. Pero, por desgracia, no es así. Al menos parece que no me
canso. Eso es lo único que impide que me quede completamente atrás
en su estela.
Nadamos a través de un estrecho tramo, iluminado aún por las
flores que brillan tenuemente y que crecen de las algas a lo largo del
techo. El túnel se abre en una sala abovedada que reconozco como el
coral cerebro que vi antes. Es fácil de entender. Pero lo que no consigo
entender es qué es exactamente lo que estoy viendo.
La principal fuente de luz es el óculo del techo, por lo que la
habitación está iluminada exclusivamente por una nebulosa
penumbra filtrada que resulta casi… mágica. Y sin embargo, dado el
contenido, espeluznante.
Todo tipo de baratijas y rarezas están atrapadas en redes y colgadas
de ellas, suspendidas del techo. Se ha atado hilo alrededor de los
centros huecos de los crons, como guirnaldas, y cuelgan como
campanillas de viento. Cientos de crons… clavados como adornos de
papel para fiestas.
Anzuelos de todos los tamaños, desde los más grandes hasta los
más pequeños, unen las redes entre sí y con las paredes. Se han
colgado como tapices lonas de veleros que reconozco, barcos que lloré
en los muelles cuando me enteré de que nunca habían atravesado el
Paso Gris.
Hay un ancla. Una parte de un mástil se apoya en una pared,
enmarcando el mascarón de proa de un hombre semidesnudo en una
esquina. Las jarcias sujetan las distintas redes. Hay instrumentos de
navegación astronómica, relojes de sol e innumerables cofres en el
suelo, con pesados candados arrancados.
Me detengo al llegar al centro. La arena está igualmente
desordenada. Hay ollas y sartenes desperdigadas, yesqueros 122
inservibles y botellas de ron aún tapadas y selladas con cera.
—¿Qué es este lugar? —Doy una vuelta por la habitación. Hay
montones de cachivaches apilados hasta donde alcanza mi vista.
Jarrones. Botas. Todo ello me recuerda (más de lo que podrían hacerlo
las sirenas, vivir bajo el agua y enfrentarme a espectros en los
recuerdos de un hombre) que estoy muy lejos de casa, en un lugar
muy diferente a todo lo que he conocido.
—Mi habitación del tesoro —dice, solo después de que yo vuelva
la vista hacia él tras un largo silencio.
—¿Tesoro? —Me resisto. El pensamiento fue tan rápido que no
pude ajustar mi tono para ser más cortés. Hay algunas cosas de valor
aquí, sin duda. Los crons atados, para empezar. Algunas de las
herramientas de navegación valen bastante plata para el comprador
adecuado, las que no están arruinadas por el agua de mar. Pero la
mayoría… es basura al azar.
—Sí, tesoro. —Como era de esperar, se eriza ligeramente ante mi
tono—. He pasado años llenando este lugar de objetos preciosos.
—¿Un zapato es «precioso» para ti? —Señalo con la palma abierta
una bota gastada.
—No te he traído aquí para que me juzgues. —Desvía la mirada,
claramente incómodo. Su postura indica que intenta mantener su
dignidad.
—¿Entonces para qué me has traído aquí?
Sin decir una palabra más, Ilryth se aleja nadando hacia un túnel
de coral distinto del túnel por el que entramos. No estoy segura de si
aún tiene intención de que lo siga, así que espero. Confirma mis
sospechas al no llamarme y me quedo sola.
«Los tesoros de Ilryth…» Doy una vuelta lenta más por la
habitación, las palabras repitiéndose en mi mente mientras observo
todos los objetos. Una jarra me llama la atención, posada en un
estante. La agarro con cuidado, tratándola con mucha más reverencia
que en la Mesa Inclinada. ¿Cuántas veces he bebido de estas jarras de
barro sin pensar? Ahora es como una reliquia de un mundo
insoportablemente lejano, al que es imposible volver.
123
¿Cuidarán los hombres y mujeres del muelle de mi familia?
Imagino brevemente a toda la gente con la que trabajé en Dennow
colaborando, uniéndose para ayudarles a evitar la prisión de
deudores. Toda la buena voluntad que los cuatro habíamos reunido
para conseguirlo se estaba cumpliendo. Los que me conocían más allá
de los rumores dieron un paso adelante. O tal vez los que susurraban
sobre mí a mis espaldas lo hagan por lástima de que mi familia tenga
que soportar las consecuencias de romper un juramento.
Incluso en la mejor iteración de cualquiera de los dos escenarios…
no hay generosidad suficiente en todo Dennow para reunir veinte mil
crons de sobra. Siempre esperé que los pocos amigos que había hecho
ayudaran a mi familia con pequeñas cosas. Superando su dolor tras
mi pérdida en el mar. Asegurándose de que mis padres pagaran sus
impuestos a tiempo. Padre siempre regalaba demasiada cerveza a mi
tripulación en su amable entusiasmo…
Devuelvo la jarra al estante donde la encontré. Al hacerlo, noto un
pequeño desconchón en el fondo y recuerdo una noche, hace un año,
quizá dos.
Regresamos a trompicones a mi nave, Emily apoyándome. Una sonrisa
amarga y triste pasa brevemente por mi rostro. Aquella noche había sido
implacable.
—Era bastante guapo.
—No sé de quién estás hablando.
—Sí lo sabes, ese otro capitán de los Comerciantes Crosswind. Estaba
claramente interesado.
—Estoy casada, Em.
—Solo sobre el papel.
—No es el momento… —había dicho. Pero lo que quería decir era que
nadie estaría interesado en mí, no románticamente, al menos. La gente ha
dejado muy claro lo que piensan de los que rompen juramentos. 124
—Cuando estés libre de ese desgraciado, encontrarás el amor de nuevo,
¿verdad? Te lo mereces, Victoria.
—Ya veremos.
Nunca tuve una buena respuesta para ella. Sobre todo porque sabía
que si alguna vez me liberaba de Charles, moriría poco después.
Finalmente, dejó de preguntar.
¿De qué me sirve el corazón? Ha sido masticado y escupido. Se
pudrió por el abandono. Dejó de latir en un mar frío. Incluso cuando
era joven y salvaje y llena de esperanza, no podía confiar en él…
¿cómo podría hacerlo ahora?
Esa noche, debería haberle dicho a Em que ya tenía todo el amor
que necesitaba. La tenía a ella y a mamá y papá. Tenía a mi tripulación
y a Lord Kevhan Applegate. Incluso si, a veces, me sentía como si de
alguna manera hubiera utilizado el borde de la magia para
engañarlos a todos para que me amaran. No necesitaba nada más.
El amor del que hablaba Em dejó de importarme hace tiempo.
Aquella noche, justo antes de que pudiera subir a mi barco, mi jarra
se me había escapado de las manos, a pesar de haberle prometido a
mi padre que la devolvería a la Mesa Inclinada al día siguiente. Había
caído al agua, imposible de recuperar de las profundas dragas del
muelle de Dennow.
«¿Estaba Ilryth allí?»
No puede ser la misma jarra. La nostalgia se apodera de mí. Sacudo
la cabeza y sigo adelante.
Hay más rarezas, como un bastón de plata. Pero lo que más me
llama la atención es una vidriera de dos personas bailando. Paso los
dedos por el plomo entre los fragmentos de cristal de colores.
—Es uno de mis favoritos.
No lo había oído volver. Pero ha vuelto con un cofre en las manos.
Este duque se vuelve cada vez más extraño. No puedo entender lo
que puede estar pasando por su mente en cualquier momento. O
cuáles son sus motivaciones. 125
—Estaba pensando que vendría de muy lejos, para llegar a tus
aguas.
—¿Ah, sí? —Parece realmente curioso, así que se lo consiento.
—Este tipo de vidrio se fabricaba al sur-suroeste de Dennow, muy
al suroeste de donde me recogiste. Es una forma de arte más antigua
y la mayor parte de la maestría se ha perdido. Solo unos pocos
artesanos siguen practicándolo. —Golpeo ligeramente el vaso—.
Tenía una pieza en mi camarote, en mi barco. —El barco que ahora
está anidado en el fondo del Paso Gris.
—Los fae son los que perfeccionaron el arte de los cuadros de
cristal, originalmente. Tiene sentido, dada su corona de cristal —dice
como si fuera un hecho conocido—. Por lo que sé de sus tierras,
parece que esa zona sería adyacente a las tierras salvajes de los fae.
Es cierto que navegué el pasaje a través de los misteriosos bosques
que se decía que estaban ocupados por los fae.
—Sheel dijo que una vez hubo humanos aquí en…
—Paisaje intermedio —termina—. Los humanos fueron creados
por las dríades, las favoritas de Lady Lellia entre todos sus hijos y las
que más se parecían a ella. Ella supervisaba su trabajo personalmente,
guiando a las dríades. A pesar del linaje mágico de los humanos, éstos
carecían de sus propias habilidades. Tal vez porque estaban hechos
por manos mortales, en lugar de inmortales, como el resto de los
pueblos de Midscape.
—¿Lady Lellia hizo todas las otras especies de Midscape?
—Pareces sorprendida. Después de todo, es la Diosa de la Vida. —
Su boca esboza una pequeña sonrisa—. Si hemos de creer las
historias, los fae intentaron enseñar a tus antepasados su ritumancia,
y algunos humanos fueron al oeste, para ver si el vampir podía
ayudarles a aprovechar los poderes de su sangre. Pero nada salió de
eso, creo. Si se había hecho algún progreso, el Vano se erigió poco
después y cortó toda posibilidad de que los humanos dominaran la
magia.
—¿Por qué se hizo el Vano? 126
—Fue creado por un rey elfo (descendiente directo del primer rey
elfo, que erigió el Velo entre nuestro mundo y el Más Allá) para
proteger a los humanos de quienes pretendían aprovecharse de su
falta de poderes. Fue una época de mucha agitación en nuestro
mundo.
—El poder de cortar mundos suena poderoso. ¿Alguna vez
pensaste en pedirle ayuda a este Rey Elfo con Lord Krokan?
Ilryth sacude la cabeza.
—Cuando los mares empezaron a pudrirse, inundamos el puente
de tierra que conectaba el Eversea con el resto de Midscape para
contener la plaga. Empezamos a vigilar de cerca nuestros estanques
de los viajeros, limitando su uso, y mantuvimos a nuestra gente en
nuestros mares. Nadie puede entrar ni salir.
—Viniste a recogerme —señalo.
Ilryth frunce los labios.
—Eso fue diferente.
En lugar de pelearme con él por eso, me concentro en lo que podría
serme más útil aquí y ahora.
—¿Ni siquiera intentarías ver si estos otros poderosos reyes y
reinas podrían ayudarte?
—Ningún Rey Elfo o Reina Humana ha venido a rendir homenaje
a Lord Krokan o Lady Lellia en casi mil años. Sospecho que han
apartado la mirada de los juramentos de sus antepasados. —Es difícil
saber qué opina de la idea. Si la noción le hiere o le ofende. O si
simplemente la acepta como un hecho. Probablemente ambas cosas.
Sé muy bien con qué facilidad el dolor puede adormecerse y
convertirse en amarga aceptación.
—Ya veo.
—Imaginaba que un humano rechazaría más las verdades de su
mundo. —Ilryth clava el cofre en la arena del centro de la sala.
—Caí al océano, fui atacada por lo que ahora sé que son sirenas 127
poseídas por espectros, me salvó un duque Siren, me pusieron una
extraña marca en el brazo que me proporcionó algún tipo de magia
cuyo alcance nunca pude descifrar pero que ahora sé que tiene algo
que ver con ser un sacrificio humano —cuento con los dedos—,
naufragué a manos de un monstruo marino, viví después de la
muerte, vi a otro monstruo marino, caminé a través de los recuerdos
de otro hombre, y actualmente sigo existiendo bajo las olas…
considérame preparada para creer lo imposible. —No me alcanzan
los dedos de ambas manos para todas las rarezas.
—Expuesto así, parece aún más improbable que me creas.
Sacudo la cabeza.
—No para mí. Me he pasado la vida buscando aventuras. Claro que
busqué en los lugares equivocados… —Me recupero rápidamente
antes de que pueda ir demasiado lejos en esa línea de pensamiento—
. Pero he pasado años aprendiendo todo lo que he podido,
traspasando las fronteras de los mapas. ¿Qué mayor aventura hay
que dioses antiguos y sirenas?
Me sostiene la mirada. No es como ninguna otra vez que me ha
mirado. Es firme. Casi cálida. Quizás un atisbo de comprensión y
aprecio. Justo cuando está a punto de resultar incómodo, aparta la
mirada e indica el pecho.
—Bueno entonces, ahora que todo eso está fuera del camino, ¿qué
debemos poner aquí?
—¿Perdón?
—Para pagar la deuda de tu familia. Te dije que te ayudaría. Toma
lo que necesites.
Me muevo despacio, un poco inquieta por rebuscar entre sus
«tesoros».
Por desgracia, no hay mucho que yo pueda seleccionar. Me resisto
a señalar toda la relativa basura que hay en esta habitación. No quiero
insultarlo cuando está haciendo algo para ayudarme a mí y a mi
familia y, más aún, porque parece tener un interés genuino por los
humanos. ¿Por qué si no iba a coleccionar todo esto y llamarlo tesoro? 128
Insultar a alguien por no saber cuando tiene una curiosidad sincera y
ganas de aprender es lo más bajo de lo bajo.
—Veamos… —Los objetos que ponga en el cofre tienen que ser
cosas que tenga de verdad, algo que la gente no cuestione que mi
familia posea. Lo último que quiero es que la gente los acuse de robar.
Los objetos también tendrán que ser cosas de las que mi familia
pueda extraer un valor inmediato. Las piezas de arte, las
herramientas de navegación y otras reliquias podrían tener un valor
inmenso, pero mi madre tendría que buscar por todas partes al
comprador adecuado. No debería arriesgarme a perder tanto tiempo.
Puede que en teoría tengan un año, pero por lo que sé Charles va a
ir al consejo en cuanto se entere de que mi barco se ha hundido.
Podría pedir un pago inmediato. No estaría allí para luchar contra él.
Emily podría hacerlo en nombre de mi familia. Ella conoce el sistema
pero… lucho contra una mueca de dolor. Esta no debería ser la batalla
o responsabilidad de mi hermana.
Un destello dorado me llama la atención y me saca de mi espiral de
pensamientos autodespreciativos. Es algo tan pequeño que me
sorprende haberlo visto. Tal vez porque el objeto está apartado. Está
solo en una estantería, en una caja a medio abrir.
Me acerco nadando, revoloteando ante ella. Esta habitación es
como un cementerio de recuerdos. Cosas que intenté mantener
enterradas, todas subiendo a la superficie.
Mis dedos se cierran alrededor de mi alianza. Es innegablemente
mía. Conozco hasta el último rasguño. Hasta las iniciales que ya no
uso grabadas en el interior que la marcan.
—¿Estás bien? —Ilryth se acerca nadando. Me imagino la expresión
que debo haber tenido desde el primer momento en que lo vi.
—Estoy bien. —Sacudo la cabeza y devuelvo el anillo a la concha.
El anillo no importa. No tiene importancia. «Olvídalo, Victoria».
—Pero puedo ver que no lo estás.
—He dicho que estoy bien. 129
—Está claro que pasa algo —insiste—. Se deslizó esa noche y…
—No hay necesidad de discutirlo —le interrumpo secamente.
—¿Siempre eres así? —Frunce ligeramente el ceño.
—¿Y tú? —Estiro la barbilla hacia él, igualando su expresión.
Ilryth no cederá. Está invadiendo mi espacio.
—Si quieres recuperarlo, solo tienes que pedirlo.
Se me tuerce la cara de asco.
—Desde luego que no.
—Ah, entonces no es lo que pensaba. —Se ríe. Casi parece aliviado.
—¿Qué creías que era? —Debería dejar el tema. Maldita sea mi
curiosidad y mis pensamientos escurridizos.
—¿Por qué no me dices por qué el mero hecho de verlo te molestó
tanto? —cuestiona, en lugar de responder a mi pregunta.
—No te debo ningún conocimiento del funcionamiento de mi
corazón —respondo. Si él no responde, yo tampoco.
—Ah, así que es una cuestión del corazón. —Se cruza de brazos y
se inclina ligeramente hacia atrás, como si me mirara con desprecio.
Esa expresión me recuerda cada burla cruel, cada mirada de reojo y
susurro de «rompe juramentos» que soporté en Dennow. El instinto
hace que mi rostro se vuelva pasivo—. Debería haber sabido que
probablemente había un hombre implicado.
—¿Perdona? —Arqueo las cejas, haciendo que mi expresión sea
intencionadamente apagada. «No demuestres que te importa. No
dejes que sepa que sus palabras duelen».
—Dijiste que tenías una deuda para proteger a tu familia y supuse
que eran tus padres, o hermanos, tal vez.
—Eso es exactamente lo que yo… —Apenas puedo decir una
palabra.
—Pero ahora veo claramente que tienes un amante con el que 130
deseas volver. Tiene sentido, un anillo tan bonito y todo eso. —
Fascinante que la idea de un examante no parece cruzar su mente en
absoluto.
Me retuerzo ligeramente. No sé cómo no me hundo en el fondo del
océano con lo pesado que siento todo el cuerpo. Me tiran hacia abajo,
me pesan. Y, sin embargo, sigo suspendida en el mismo éxtasis en el
que he estado durante años. Quiero poner a Ilryth en su lugar. Decirle
que todo esto es culpa suya porque hubo un vínculo que su magia no
deshizo.
Pero para ello tendría que darle explicaciones. Explicar a Charles y
esas crudas complejidades que no creo que pueda soportar desnudar
ante él. Así que recurro a la misma fría indiferencia que me esforcé
por mantener ante mi familia y mi tripulación; de ese modo nunca
tendrían que ver lo profundo de mi dolor. Lo largas que son las
cicatrices.
Sonrío ligeramente, casi con picardía. Los ojos de Ilryth se
entrecierran ligeramente, como si ya no pudiera ver con tanta
claridad.
—¿Y qué si hay un amante? ¿A ti qué te importa?
—Solo sería otra atadura a este mundo que desenredar. Cuanto
menos te retenga, mejor —dice secamente—. El amor solo complica
las cosas innecesariamente.
—No podría estar más de acuerdo —digo, mi sinceridad me
sorprende incluso a mí.
—Entonces, ¿no tienes un amante?
—Ni siquiera un hombre que me interese remotamente —digo con
toda la confianza del mundo. Por si fuera poco, señalo el anillo—:
Para mí no es más que una baratija sin valor. —Entonces, decido
devolverle la pregunta—. ¿Y tú?
Ilryth se eriza.
131
—Eso no es asunto tuyo.
—No es divertido cuando alguien mete las narices donde no le
llaman, ¿verdad? —Esperemos que esto ponga fin a las discusiones
sobre asuntos del corazón.
Frunce los labios, sabiendo que tengo razón. Sin embargo, se
excusa de todos modos.
—Tú eres la ofrenda. Debo conocer los lazos que te unen.
—Bueno, ahora ya lo sabes, y deberías dejarlo así. —Mi tono está
cargado de cautela. Lo miro a los ojos y le sostengo la mirada con
determinación. Permito que mi expresión advierta que no es un tema
para que él siga indagando.
La expresión de Ilryth cambia; aparentemente me está viendo bajo
una nueva luz.
—Bien. —Hay una pizca de resignación en su tono que se siente
como una victoria en mi mente—. Bueno, entonces… toma lo que
necesites y acabemos con esto.
—Ese es el problema. —Ignoro lo espesa que se ha vuelto el agua
con la incomodidad de la presencia de Ilryth y los pensamientos sobre
Charles. Estoy tan cerca de garantizar la seguridad de mi familia. No
dejaré que nada me detenga ahora—. No hay nada aquí ni siquiera
cerca de cubrir lo que debo.
—Pero…
—Sé que estos son tus tesoros —digo suavemente—. Pero debo…
muchos crons. Aunque quitáramos cada uno de tus hilos, no haría ni
mella.
—¿Qué necesitaríamos? ¿Qué valora tanto tu pueblo que pueda
pagar la deuda?
Suspiro y me paso una mano por el pelo. Milagrosamente no se
anuda bajo las olas.
—Solo hay unas pocas cosas que valgan tanto como veinte mil
crons… diamantes, metales raros y preciosos… —Me detengo en
seco. 132
—Tienes una idea.
—Sí… pero no creo que a ninguno de los dos nos vaya a gustar
mucho. —Me giro lentamente para mirarlo. Está esperando. Bueno,
veamos hasta dónde puedo presionar la buena voluntad del Siren—.
Sé dónde está un barco entero lleno de plata, uno de los bienes más
preciados que tenemos, y está esperando a que se lo lleven.
Fácilmente el triple de la cantidad que debo.
—¿Dónde? —Está atando cabos mientras pregunta. Frunce el ceño.
—El fondo del Paso Gris.
Capítulo 11
—Si esto es una estratagema para escapar… —empieza.
—En primer lugar, ¿no dijiste que no podía escapar puesto que ya
estaba ungida con las palabras de los antiguos, en el Eversea, y todo
eso? —Interrumpo, moviendo las manos por el agua para abarcar
todas las advertencias que me ha hecho anteriormente.
—Sí, que es lo que iba a recordarte —retrocede ligeramente.
—En segundo lugar —continúo como si no hubiera dicho nada—,
sabes lo que necesito para «cortar mis ataduras» y ésta es la única
manera de conseguirlo. Uno de los lingotes de plata que llevábamos
vale mil crons. Los veintialgo lo cubrirían. —Hago un gesto hacia el
cofre con la palma de la mano—. Es el mejor plan que tenemos.
—¿Volverías a los restos de tu propio barco? —Su expresión es
entre horrorizada e impresionada. Exacto.
133
—Si hubiera otra forma, la sugeriría. —Guardo mis emociones,
junto con todos los pensamientos que quiero mantener en privado—
. A veces, el único camino es hacia la tormenta.
Ilryth maldice en voz baja en el fondo de su mente y pone las manos
en las caderas.
—Esto es una tontería. Es demasiado arriesgado para nosotros
adentrarnos en la Fosa Gris, cruzar el Vano y quedarnos en el Paso
Gris. Nunca debí aceptar consentir esto.
—Pero lo hiciste, y ahora tienes que cumplirlo.
—¿Yo? —Arquea las cejas, girando en el agua para mirarme de
nuevo. Se cierne sobre mí. Suspiro lo bastante para que se dé cuenta
de que su postura no surte efecto e inclino ligeramente la cabeza,
dándole a entender que no voy a echarme atrás.
—Me diste tu palabra de que… —Empiezo.
—Y me diste tu palabra de que en cinco años serías mía.
—Bueno, ¿quién ha venido antes? —Arqueo las cejas—. Todo esto
se podría haber evitado si me hubieras dejado pasar por el Paso Gris.
—Fui porque, si no, uno de los emisarios de Lord Krokan te
convertiría en carnada y entonces todo el Eversea estaría condenado
por ello —gruñe, inclinándose hacia mí. Sigo sin apartarme. Nuestras
narices casi se tocan—. Además, nunca especifiqué que serían cinco
años exactos.
—Tampoco has especificado lo contrario —replico.
Abre la boca para decir algo. Lo deja. Y vuelve a empezar.
—¿Alguna vez has tenido un día en tu vida en el que no hayas sido
implacable?
—No. —Al menos no desde que empecé una nueva vida como
Victoria. Y estoy orgullosa de ello.
Un ruido sordo cruza mi mente mientras él se aleja. No me había
dado cuenta de lo apretado que tenía el pecho con él tan cerca. La
tensión entre los omóplatos disminuye un poco. 134
Nada hacia la esquina opuesta de la habitación, rebuscando. Casi
puedo oírlo murmurar, y cierro la brecha que ha abierto entre
nosotros. Como si eso me permitiera oírlo mejor. Por supuesto, no lo
hace, ya que las palabras están totalmente en nuestras cabezas.
—Sí. Aquí… —Levanta una gran plancha de madera que parece
casi una tabla de cortar hasta que la coloca sobre un barril. En su
superficie deformada y encharcada hay tallado un mapa que
reconozco al instante por haber navegado por sus aguas
innumerables veces—. Este es el Paso Gris. —Señala un tramo rocoso
a lo largo de un arco de tierra junto a las montañas del norte—. Por
aquí está el Vano. —Señala el borde del mapa con la palma de la
mano. Es el mar al este del Paso Gris, desde donde nadie podría
navegar y regresar.
—¿Lo que significa que esto es Midscape? —Me acerco y señalo al
otro lado de su mano.
Asiente con la cabeza.
—Y justo donde estás señalando está lo que llamamos la Fosa Gris.
Es un profundo barranco que conduce desde el Abismo de Lord
Krokan.
—Me preguntaba si estaría relacionado, dados los nombres…
—Después de todo, una vez fuimos un solo mundo. —Ilryth mueve
sus manos, señalando ahora al otro lado de mi palma que representa
la Fosa Gris—. Y aquí es donde estamos, ahora mismo.
—La Fosa Gris es lo que hay al otro lado del arrecife. —Por fin se
confirman mis crecientes sospechas. Ilryth asiente de nuevo—. Y de
dónde vienen los espectros, los monstruos y la podredumbre.
—Exactamente. Se extiende hasta… —Arrastra un dedo sobre el
mío, señalando nada más que agua lejos hacia el noreste—. Hasta el
Abismo de Lord Krokan.
Las tormentas perpetuas. Las historias de fantasmas. Los barcos
que se hunden. Todo tiene una explicación.
—El Paso Gris está conectado justo con tu viejo dios de la muerte. 135
—Sí. —Ilryth relaja su mano y no puedo evitar notar cómo vuelve
a rozar la mía cuando lo hace—. El Paso Gris está al otro lado del
Vano, donde la magia de las sirenas es más débil, así que es
demasiado arriesgado que mis guerreros lo patrullen. Además, la
mayoría de los espectros que cruzan el Vano no duran más de un día
o dos en el Mundo Natural, al menos no sin poseer un anfitrión.
—Como los que me atacaron —digo. El faro de Charles está en el
extremo del Paso Gris más cercano a Dennow.
—Sí. —No me mira a los ojos. Su expresión es suave. Embrujada—
. Eran mis hombres. Los había conducido a una misión imprudente;
fue culpa mía lo que les pasó. Los perseguía para darles una muerte
limpia.
—Si los espectros se mueven desde el Abismo hacia arriba a través
del pasadizo, entonces es probable que nos ataquen en nuestro viaje
—razono. Él asiente—. ¿Por qué no evitar el pasaje por completo,
entonces? ¿Usar la misma magia que usaste para traerme de vuelta
rápidamente cuando el monstruo de Krokan atacó?
—Eso fue algo especial, no puedo volver a hacerlo. Y, ¿los
estanques de los viajeros? Te lo dije, están restringidos para evitar la
propagación de la podredumbre. Podría ser capaz de usarlos una vez,
sin ser detectado. Pero es mejor guardar eso para llevar la plata a tu
familia.
—Peleando entonces. —Me llevo la mano a la boca, mordiéndome
las cutículas—. ¿Hay un camino a través del Vano al final del pasaje?
Asiente con la cabeza.
—Así fue como seguí a mis hombres la noche que nos conocimos.
Vi cómo los espectros lograron pasar.
—Bien. Entonces puedes hacerlo otra vez.
—Lo hice una vez. Cuando era más joven y mucho más tonto. —
Hay una nota amarga en su voz. Tiene el mismo tono que el
autodesprecio con el que se amonestaba a sí mismo en el recuerdo. 136
No puedo evitar sentir un ligero dolor entre las costillas. Conozco ese
ciclo interminable de autodesprecio. Cuando cada pequeña cosa sirve
de algún modo para recordarte tus fallos y defectos, pero también te
inspira en igual medida a luchar para demostrar que esa terrible voz
interior está equivocada.
—Bueno, gracias por ser tan tonto —digo en voz baja. De mala
gana—. Si no, habría muerto esa noche. —¿Alguna vez le he
agradecido lo que ha hecho por mí? No lo recuerdo. Incluso si no
funcionó como yo hubiera esperado… tuve cinco años de vida que no
tendría, sin él.
Tal vez no. Porque, ante mi agradecimiento, su rostro se vuelve en
mi dirección. Sus labios se entreabren con una pizca de sorpresa.
Parece que hay tantas cosas que no dice. Por primera vez, desearía
que fuera tan torpe con sus pensamientos como yo. Que pudiera
echar un vistazo a su mente.
Manteniendo sus ojos fijos en los míos, Ilryth se desplaza,
deslizándose por el agua hasta posarse en el borde del mapa. Se
inclina sobre él. Me quedo quieta, y el mundo parece contener la
respiración un momento.
—La única forma de llegar al Paso Gris y a donde está tu barco será
atravesar la Fosa Gris aquí en Midscape. Es peligroso, arriesgado y,
no puedo creer que esté diciendo esto, si vamos a hacerlo, necesito
estar más seguro de que estarás protegida.
—Soy útil en una pelea. He terminado más que mi parte justa de
las peleas de bar, incluso me he defendido de los piratas.
—Sobre el agua y contra hombres mortales, no dudo de que puedes
mantenerte firme. —Su confianza en mis habilidades me sorprende—
. ¿Pero cómo te las arreglas bajo las olas contra espíritus caprichosos?
—Arquea las cejas. Me encojo de hombros, pero mi orgullo no me
permite admitir que probablemente tenga razón—. Pero te
enseñaremos.
—Enseñarme, ¿cómo?
—Aprenderás más de la magia de las sirenas, y las palabras de los 137
antiguos.
Aprender estas palabras suena mucho a que está consiguiendo lo
que quiere…
—Esto no es un truco en el que vas a dejar de ayudarme una vez
que sepa las palabras, ¿verdad?
Sus dedos se posan bajo mi barbilla y el ceño fruncido que se estaba
formando en mi rostro se relaja. Es tan etéreo como siempre, un
acólito digno del dios de la muerte. Tan hermoso que duele. Lo
bastante seductor como para que una mujer se lance por la borda en
busca de sus brazos. «No te fíes de una cara bonita, Victoria, ya sabes
cómo acaba eso».
—No debería tener que engañarte. Tú ya aceptaste.
Asiento con la cabeza, las yemas de sus dedos siguen presionando
mi barbilla. Lucho contra un escalofrío cuando digo:
—De acuerdo. Pues empecemos. Cuanto antes, mejor.
—Sígueme. —Se aparta del mapa y nada hacia uno de los cuatro
túneles conectados con la sala del tesoro. Hago lo que me dice.
El túnel se inclina hacia abajo. El coral se convierte en piedra
tallada. Líneas intrincadas grabadas en la roca, similares a las de la
jaula de hueso de ballena en la que estuve encerrada.
Emergemos a un paisaje de un azul profundo, más rico que los
tintes de índigo más puros que mi madre pudiera conseguir jamás.
La luz del sol baila a través de las vigas de madera que atraviesan la
abertura de arriba, más tallas sobre ellas, y a través de la superficie de
los escalones tallados en semicírculo hasta una plataforma en forma
de media luna al fondo. Me doy cuenta de que es un anfiteatro.
—Practicaremos aquí —anuncia, dirigiéndose al punto más bajo.
Continúo siguiéndolo—. Ahora, empecemos…
Levanto una mano, deteniéndolo.
—Espera, tengo preguntas.
—¿Más? —Su tono es exasperado, pero una leve sonrisa se dibuja 138
en la comisura de sus labios. Como si luchara contra la diversión.
—Intento captar todo un mundo más allá del mío. Un mundo
mágico. —Me hundo en el escalón más bajo—. Aunque he reunido
retazos, siento que aún me falta la imagen completa, que estaría bien
tener. Además, creo que me ayudaría a entender mejor la magia.
—Pareces bastante avispada; me sorprendería que no lo supieras
todo. —Se cruza de brazos. La sonrisa se ensancha.
—La adulación no te llevará a ninguna parte.
—Y yo que esperaba ablandar tu exterior malhumorado.
—Lo siento, Malhumorada es mi segundo nombre.
Resopla.
—Victoria Malhumorada…
—Datch —termino—. Mi apellido es Datch.
—Victoria Malhumorada Datch.
Hay algo en oír mi nombre, incluso con el «Malhumorada», y no el
de Charles que hace que se me dibuje una ligera sonrisa en los labios.
—Ahora, dame el gusto. Empieza por el principio y explícamelo
todo como si no supiera nada.
—Si lo deseas. —Su expresión se vuelve seria—. Hace unos
cincuenta años, Lord Krokan comenzó a rebelarse. Nuestros mares se
volvieron peligrosos. Desde un aumento de tormentas y corrientes
mortales, plagas en nuestros cultivos y tierras, sus emisarios
leviatanes volviéndose hostiles, un aumento de espectros indicando
que las almas no son capaces de cruzar el Velo como antes, hasta la
putrefacción… cada año era más duro que el anterior.
Esto concuerda con la historia que conozco de mi mundo. En toda
mi investigación, las primeras historias de ataques de sirenas datan
de hace unos cincuenta años. Y si esos ataques fueron causados más
por espectros que por las propias sirenas, todo encaja.
—Intentamos muchas cosas para apaciguar a Lord Krokan y,
cuando no pudimos, empezamos a tallar trozos del Árbol de la Vida
139
para protegernos. Usar la magia de Lady Lellia era la única forma que
conocíamos de proteger a los vivos de la plaga de los muertos. Pero
no era suficiente.
»Nuestro anterior Duque de la Fe, el Duque Renfal, pasó muchos
años meditando en silencio sobre los himnos de los antiguos. Sus
estudios dieron fruto, y finalmente pudo comulgar con Lord Krokan.
Reconozco el nombre del duque de los recuerdos de Ilryth. Pero me
abstengo de señalarlo.
—¿Y qué aprendió el duque Renfal? —pregunto, aunque sospecho
que tiene algo que ver con los sacrificios.
—El duque recibió un mensaje de Lord Krokan. El viejo dios quería
que las mujeres que tuvieran celo por la vida fueran sacrificadas a él
y a su Abismo en el solsticio de verano, aproximadamente cada cinco
años. —Sus palabras están vacías de emoción, como si hubiera
practicado muchas veces el decirlas sin traicionar sus pensamientos.
Pero, al hacerlo, me parece profundamente incómodo. Incluso con su
entrenada presentación, sus ojos pierden parte de su concentración y
me atraviesan con la mirada. Los pequeños músculos de su
mandíbula se tensan.
Su madre en la memoria está relacionada con todo esto, de alguna
manera. Por lo que he averiguado, los espectros sacan lo peor de los
individuos —sus recuerdos más horribles— para alimentarse de sus
almas. De todos los recuerdos que Ilryth pudo haber sufrido, fue ese.
Hay más en la historia… Tengo mis sospechas, pero no indago.
Hay preguntas sobre mi propio pasado que no quiero que me haga.
No necesitamos saber mucho el uno del otro para trabajar juntos. Esto
puede ser tan profesional como el resto de mis negocios.
—Pero está claro que los sacrificios no han funcionado —digo.
—No.
—¿Por qué?
Ilryth niega con la cabeza.
140
—Nadie lo sabe.
—¿Nada más del Duque Renfal?
—La única otra cosa que aprendimos de él fue que la unción debía
tener lugar antes de que alguien pudiera ser sacrificado a Lord
Krokan. La mera comunión con el viejo dios destruía su mente y
luego le quitaba la vida. Ningún sacrificio sobreviviría en el Abismo
lo suficiente como para presentarse ante Lord Krokan. La unción
aclara la mente y purifica el alma, creando una ofrenda digna que
pueda existir ante un dios antiguo.
Cuando no estoy pensando que yo seré el sacrificio, esto es
fascinante. Horripilante. Pero también fascinante.
Me muevo, apoyándome ligeramente en mi mano.
—Y entonces, ¿me querías a mí porque ninguno de esos otros
sacrificios funcionaba?
—Sí. Aunque podría haber sido cualquier humano. Fuiste pura
casualidad.
—Realmente sabes cómo hacer que una dama se sienta especial —
digo secamente.
Se ríe entre dientes. Pero su tono vuelve a ser serio.
—Cuando me convertí en duque de Spears, tuve acceso a las
canciones del duque Renfal. Había una línea de la canción que había
cantado relatando su tiempo de comunión con Lord Krokan sobre
«manos de Lellia». La mayoría de las sirenas lo interpretaron en el
sentido de que Lord Krokan quería sacrificios vivos de aquellos que
habían sido tocados por la vida. Otras supusieron que quería
recipientes en blanco que reflejaran a su esposa.
—¿Su… esposa?
—Lady Lellia, Diosa de la Vida, está casada con Lord Krokan, Dios
de la Muerte. Juntos, completan el círculo y mantienen el equilibrio.
—¿El monstruo marino gigante es el marido de un… árbol? —
Parpadeo como si de alguna manera eso pudiera ayudar a que todo
tenga sentido. No lo tiene. 141
—Son dioses antiguos literales, Victoria. —Sonríe levemente, como
si la pregunta y todas sus implicaciones y preguntas tácitas también
se le hubieran pasado antes por la cabeza—. Además, Lady Lellia está
dentro del árbol. No es el árbol en sí.
—Cierto… —Algo que dijo antes me llama la atención, sobre cómo
los humanos fueron creados por las dríadas pero guiados por Lady
Lellia—. Crees que lo que Lord Krokan quería era un humano, y no
una sirena. Eso es lo que significaba lo de las «manos». Por eso los
otros sacrificios no funcionaron.
Su expresión es casi orgullosa de que haya descifrado su lógica a
partir de todo lo que me ha contado.
—Cuando te vi en el agua aquella noche justo después de… Bueno,
era una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar.
Justo después del último sacrificio, me doy cuenta, si se debe uno
cada cinco años. Lo que significa que el último también fue un
fracaso. ¿Su madre? Es probable. Pero no me entrometo y en su lugar
me concentro en evitar que se me escapen los pensamientos.
—Por eso me diste cinco años —razono en voz alta. Él asiente. No
fue amabilidad, fue pragmatismo. Hasta ahora no le había servido de
nada. Probablemente ni siquiera podría ungirme con la magia
necesaria para mantenerme bajo las olas del Eversea sin que yo
muriera—. Ahí estaba yo, en posición de acceder a cualquier cosa ya
que la muerte era mi única otra opción. Tenías un participante
dispuesto. Alguien que aceptó cortar su conexión con el mundo y ser
sacrificado.
Otra inclinación de cabeza e Ilryth clava sus ojos en los míos.
—Hace cinco años, me juré a mí mismo y a mi pueblo que pondría
fin a la plaga de nuestros mares, provocada por la ira de Lord Krokan.
Que ninguna sirena tendría que sacrificarse nunca más.
Para mi mente humana, suena cruel e insensible. Sacrificaría
humanos para salvar a su pueblo. ¿Pero puedo culparlo? No es
diferente de lo que el Consejo de Tenvrath haría si los papeles se
142
invirtieran.
Además, eso no es realmente lo que está diciendo…
—Ninguna persona tendrá que volver a sacrificarse. —Empujo el
escalón, flotando hacia arriba. Flotando justo delante de él. Aunque
Ilryth es mucho más alto que yo de la cabeza a la punta de la cola, una
de las cosas mágicas de estar bajo el agua es poder mirarlo a los ojos—
. Si hago esto, si puedo ser un sacrificio «digno» y calmar la ira de
Krokan, ¿entonces ningún humano o sirena tendría que ser asesinado
de nuevo?
—Sí, si puedes.
«Si puedo…» ¿Alguna palabra ha sido una invitación mayor que
ésa? No hay nada como un reto para incitarme a la acción.
—He superado retos más temibles que un viejo dios enfadado. —
Charles está en el primer plano de mi mente.
—Espero que tu confianza no esté fuera de lugar.
—No lo estará. —Tal vez haya una última cosa que pueda hacer
mientras camino por esta tierra. Un último bien que pueda hacer en
una vida que ha estado llena de castigos por buenas intenciones—.
Ahora, enséñame a usar este poder.

143
Capítulo 12
—Las sirenas ejercen la magia a través de nuestras canciones,
porque el canto es el lenguaje del alma. Hay himnos comunes, que
todos conocemos. Hay himnos personales, cantados en la lengua
única de nuestros huesos. —Alarga la mano, como si fuera a tocarme,
pero se abstiene. Sus dedos pasan como fantasmas sobre mi piel. La
sensación del agua moviéndose entre nosotros es como una caricia y
me cautiva momentáneamente—. Luego están los himnos de los
antiguos, transmitidos en nuestro pueblo desde hace miles de años.
Son palabras de gran poder, pero cuyo significado hace tiempo que
se perdió, no destinadas a la comprensión de los mortales.
La otra mano de Ilryth se levanta y sus dedos recorren las nuevas
marcas que ha hecho. Casi se apodera de mí el impulso de inhalar, de
estirar el pecho y empujar la piel hacia ese contacto.
144
—Empezaremos con una de mis canciones. Así te resultará más
fácil hacerte una idea de cómo extraer el poder a través del canto antes
de que nos centremos en los himnos de los antiguos.
Magia. Voy a aprender magia. La idea es tan emocionante como
improbable. Esto se siente como la gran aventura que estuve
esperando toda mi vida. Buscando a través de los mares. ¿Cuántos
humanos tienen la oportunidad de ejercer un poder como este?
Probablemente ninguno. Por macabro que sea, ¿qué comienzo más
épico para una aventura que morir?
—Por ahora, simplemente repite después de mí. —El agua que
rodea a Ilryth comienza a palpitar mientras él emite una nota grave.
Llena el espacio y resuena en todas las superficies. El agua se
estremece ante el dulce sonido.
Su voz fue mi canción de cuna durante años. Cómo me
atormentaba con el constante recordatorio de mi inminente
desaparición. Como resultado, nunca lo disfruté como es debido.
Ni una sola vez me dormí asombrada de lo hermosa que era su voz.
Ni una sola vez pensé en lo maravillosamente que sacaba las notas de
las profundidades de su pecho. Cómo complementaban el agudo
falsete que cantaba desde lo alto de su garganta. Durante casi cinco
años, un Siren me cantó para dormirme casi todas las noches, y solo
ahora he apreciado el sonido que haría que los marineros saltaran a
la muerte por la mera falta de oírlo un poco mejor.
Su voz, su canción, es como si me doliera hasta el alma. Las notas
sencillas me llenan hasta el borde, sin dejar espacio para los
pensamientos, para el dolor o la duda. Como si… todos los secretos
del mundo estuvieran ocultos en esos sonidos, esperando a que yo los
descubra. Invitándome a quedarme en su melódico abrazo.
Sin previo aviso, se detiene. No recuerdo haber cerrado los ojos,
pero lo hice. Ilryth me mira expectante.
Es mi turno.
Respiro hondo e intento igualar su tono y volumen anteriores, pero
cantar con mis pensamientos tiene algo más difícil que hablarlos. El
145
canto es algo más mecánico. Más sentido que pensado. Era más fácil
en el paisaje onírico de su memoria, donde me percibía en tierra.
Aquí, ni siquiera puedo hacer una nota.
—Relájate, Victoria. Siéntelo. No lo pienses.
—¿No tengo que pensar para hacer ruido? —replico un poco
juguetona. Él resopla y pone los ojos en blanco.
La sonrisa tímida se me escapa de la cara y vuelvo a cerrar los ojos.
Intento retirarme a ese lugar que acaba de crear para mí con su
música, para obligar a los músculos de mi cuerpo a relajarse. Las
notas están en algún lugar dentro de mí, lo sé, esperando a ser
liberadas. Si pudiera forzarlas a salir de mí… Pero permanezco en un
silencio frustrante. Puedo oír la canción en el fondo de mi mente más
fuerte que nunca, como si estuviera gritando para liberarse. Pero no
puede, no quiere escapar.
Una suave caricia por mis antebrazos me hace sobresaltar. Abro los
ojos de golpe. Sus dedos recorren las marcas que ha pintado en mí
hasta llegar a mis manos, esta vez tocándome de verdad,
enganchándome los dedos.
Ilryth empieza a balancearse, como el flujo y reflujo de las mareas,
y yo me encuentro moviéndome instintivamente con él. Nos
movemos en perfecta sincronía con la música que solo nosotros
podemos oír. Me invade una sensación de embriaguez. Sin embargo,
aunque mis sentidos están embotados, mi conciencia se agudiza.
La melodía en el fondo de mi mente cambia. Ya no es solo un
cantante. Hay armonías de alegría, dos voces que se enredan.
Susurros de pasión y secretos prohibidos. Dolor en voz baja. Toda
una vida sin contar. No compartida.
La canción de mi alma. Cada rincón de mi cuerpo vibra. Es un
cosquilleo delicioso, como dedos invisibles que recorren mis muslos.
No puedo evitar saborearlo. Es algo totalmente distinto a todo lo que
he sentido antes. Algo que no me parece natural, que debería temer.
Y sin embargo… casi decadente.
Mis dedos se cierran alrededor de los suyos. Debería parar, pero no
146
quiero. Es como si las docenas de manos de hombres que me han
mirado con ojos lujuriosos durante los últimos años —hombres a los
que me negué por obligación a mis juramentos— volvieran a tocarme
con dedos húmedos y cálidos ahora que esos votos se han roto. Cada
impulso prohibido se libera. La satisfacción de cada acto lascivo con
el que podría haber fantaseado recorre mi cuerpo, desatando el placer
sin el estigma de la vergüenza.
Me estremezco. Pierdo el control, pierdo lo único que he intentado
tener desesperadamente. Estos instintos primarios me piden que me
rinda. Sin embargo, me contengo. «No cedas», susurra una voz
asustada en el fondo de mi mente. La última vez que cedí a esos
impulsos, acabé sola en una isla.
La canción se detiene de repente.
—No te resistas —dice Ilryth rápidamente, enroscándome sin
previo aviso. Me tira hacia él, de espaldas. Su piel desnuda contra mis
hombros y la parte superior de mi espalda hace que un aullido me
suba por la garganta. No tiene escapatoria en el agua y trago saliva
sin hacer ruido. La acción me recuerda que estamos bajo las olas, en
un mundo mágico, y que yo soy mágica.
—Ilryth —murmuro, en guerra conmigo misma. Entumecida y, sin
embargo, tan viva por la canción que me ha consumido.
—Canta para mí, Victoria. —Su nariz me roza la sien, como si me
estuviera susurrando al oído.
Mis labios se separan. Pero no es un jadeo, ni un suspiro, lo que se
escapa, sino una nota torpe y aguda. Breve y fugaz. Un intento
patético comparado con su canción y con lo que sentía dentro de mí.
Una risita baja retumba en el fondo de mi mente. Su agarre se afloja.
El fracaso rompe el trance en el que estábamos sumidos.
—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunto, pero no me alejo. Mi
pecho se agita, sin aliento. Como si acabara de navegar por el Paso
Gris. Mi cuerpo está más sensible que nunca en mi vida.
—Te estoy sacando de tus casillas. —Sigue pasándome las yemas
de los dedos por los antebrazos. Me muerdo el labio e intento forzar 147
mi mente a estar en blanco. Me estremezco al pensar en lo que podría
oír si pierdo el control de mis pensamientos.
—¿Pensé que se suponía que no debías tocar la ofrenda? —Sin
embargo, no lo estoy alejando. No le digo que pare.
—Lo más importante es que te aprendas las canciones. Después nos
centraremos en cortar tu conexión. —Su tono es indiferente. Típico
noble pensando que las reglas no se aplican a él—. Además, no hay
nadie aquí para saber, para informar, de mis transgresiones. ¿A
menos que tú lo hagas?
Trago grueso y sacudo la cabeza.
—Bien. —Una palabra vibra en mi interior—. Ahora, canta. Siente
la canción. No la pienses. No la fuerces, ni la órdenes. Deja que fluya
como una extensión de ti.
—¿Cómo? Realmente no sé qué cantar.
—Cantaste en mi sueño sin saber qué cantar —señala.
—Eso fue diferente —contesto.
—¿Cómo?
—Tenía una misión, por lo menos. Necesito dirección. Un viento en
contra. —El destino hacia el que empujo. La meta.
—La canción no tiene que ver con el punto final. No se trata de
haber cantado. Se trata del acto en sí.
—Pero uno debe prepararse y planear lo que va a cantar. —Incluso
yo debo admitir que es un nuevo nivel de terquedad discutir con una
sirena sobre el canto.
—Si te preocupa tanto lo que será, perderás lo que ya tienes en un
momento. —Sus manos se posan en mi abdomen, sobre mi corsé—.
¿Ha habido algún momento en tu vida en el que simplemente… te
hayas dejado llevar? ¿En el que te perdiste?
Vuelvo a cerrar los ojos. La sensación de su cuerpo es lejana
mientras mi mente se repliega a mi pasado. Hubo momentos en los
que me dejé ir… de todo. De mi futuro. De mí misma… 148
Aún puedo oler el agua en la piel de Charles cuando nadábamos
desnudos en el arroyo del bosque, no lejos de mi casa. Solo llevaba
una semana en la ciudad… había venido porque se le había roto una
rueda de la carroza.
Puedo saborear lo dulces que fueron sus palabras en mi lengua la
noche de nuestra boda. Todas sus promesas de amor y respeto. De
compañerismo.
El torbellino al que me vi arrastrada cuando me dejé llevar actuó
por instinto. Me sacó de curso, más lejos de lo que jamás podría
recuperar.
Lo que podría haber sido mi vida si me hubiera quedado en el
camino. Sin embargo, mi corazón nunca pudo resistirse a la llamada
de la aventura. Mi alma está dividida entre todo lo que quiero y todo
lo que sé que debo perseguir.
—Las veces que me perdí, estaba solo eso, perdida. Esos tiempos
no son precisamente recuerdos que saboree. No es un lugar al que
quiera volver. Física o mentalmente. —No puedo soportar ni un
segundo más la vergüenza que acecha tras mis párpados. Pero no
estoy segura de haber dicho nada hasta que se desplaza. El agua está
fría en mi espalda, donde él acaba de estar.
Ilryth me suelta. Tiene el ceño fruncido por lo que parece auténtica
preocupación. No sé si puedo confiar en él.
—¿Qué? —digo cuando ya no aguanto más su valoración.
—Estás temblando.
—Yo… —Me detengo en seco. Lo hago—. No sé por qué —digo en
voz baja.
Frunce el ceño y casi alarga la mano para tocarme la cara, pero
abandona el movimiento a medio camino, por alguna razón. Ya me
ha tocado más de lo que habría esperado.
—Hay algo más que debo decirte sobre la unción…
—¿Algo más? —Le dirijo una mirada incrédula, intentando ser 149
juguetona.
Su expresión se vuelve aún más seria en respuesta.
—Me lo estaba guardando porque pensé que podría asustarte.
—¿Asustarme más que ser sacrificada a un dios? Tienes una
extraña escala de terror.
Es el turno de Ilryth de apartar la mirada, de perderse en recuerdos
mucho más profundos y tumultuosos que el que vi en la playa. Pero
como vi ese recuerdo… puedo sospechar lo que puede estar
atormentándolo mientras discutimos este proceso.
—La unción tiene dos elementos, ambos con un fin singular. El
primero es marcarte con los himnos de los antiguos, para que se te
conceda el paso al Abismo y Krokan sepa que eres para él.
Sigo odiando la idea de ser «marcada» por cualquier hombre o
criatura. Pero solo digo:
—Está bien.
—La otra es cortar tus lazos con este mundo. Aprovechar la magia
de los antiguos, lo poco que aún recordamos de nuestros
antepasados, pasa factura a la mente y al cuerpo. El Duque Renfal es
el ejemplo perfecto. No podrás enfrentarte a Lord Krokan con una
mente mortal como la que tienes ahora.
—Sí, en principio lo entiendo. Pero supongo que hay algo más que
aún no has compartido.
—Me encargaré de que los himnos se escriban en tu cuerpo. —
Señala las marcas de mi piel, arrastrando un dedo contra mi
clavícula—. Pero ponerlos en tu alma es algo que solo puedes hacer
cantándolos tú misma. Y cada palabra que cantes tendrá un coste.
Tendrás que hacer sitio para este nuevo poder. Y cuando…
—Basta. Dilo claramente —exijo. Firme. Pero no dura. Sé cuando
un hombre está dando rodeos.
—Cada palabra de los himnos de los antiguos que aprendas
carcomerá tu mente, tus recuerdos. Y debes dejar que suceda. De lo
contrario, te volverás loca por intentar mantener demasiada
150
mortalidad en tu mente junto al poder de los dioses.
Claramente sigue siendo complicado, al parecer. Pero al menos lo
ha dicho sin rodeos. Me tomo un momento para asimilar la
información.
—¿Hacen esto cuando cantan? ¿Lo hacen todas las sirenas?
—Nuestras canciones personales no requieren ese coste.
Recurrimos a nuestra propia magia, no intentamos conectar con un
dios antiguo para invocar la suya.
—Ya veo… —Extiendo los antebrazos y paso los dedos por las
marcas. Siempre me pregunté cómo funcionaba la magia de las
sirenas, y ahora lo sé. Los pequeños hechizos provienen de su magia
innata. Pero los actos más grandes tienen un precio—. ¿Y esto es lo
que debo dominar para que vayamos al Paso Gris?
—Cuanto más fuerte seas con las bendiciones de los antiguos, más
seguro estaré de que los espectros y los emisarios de Lord Krokan te
permitirán el paso. O, en caso de que opongan resistencia, que serás
capaz de defenderte —dice. Noto que no hace ningún comentario
sobre su propia seguridad.
—Entonces centrémonos en las palabras de los antiguos. —Vuelvo
a mirarlo a los ojos para que vea mi determinación—. No más de las
otras canciones. —«Y nada de tocar…» Sin embargo, no me atrevo a
decirlo.
—Podemos seguir intentando aprender las canciones más sencillas
hasta que…
—Mi familia no tiene tiempo —protesto—. ¿Podré elegir los
recuerdos que pierdo, al menos?
Inclina ligeramente la barbilla.
—Me han hecho creer que sí.
—Excepcional, entonces. No perdamos el tiempo con las cosas más
simples. De todos modos, soy más del tipo de mujer de todo o nada.
—Sé que puede oír mi convicción, pero Ilryth no hace ningún
movimiento. Parece que le toca a él tomarse un momento. 151
Su rostro se disuelve finalmente en una sonrisa incrédula. Aunque
no puedo decir a qué se debe cuando sacude la cabeza y mira hacia
otro lado.
—Pensé que dirías lo mismo.
—¿Quieres compartir tu diversión privada?
—Solo que tú también eres alguien que tiene cosas que preferiría
olvidar. —Me mira de reojo.
Me encojo de hombros, intentando parecer más despreocupada de
lo que me siento. ¿Habrá oído lo que pienso de Charles? Si lo ha
hecho, es un hombre lo bastante bueno como para no decir nada al
respecto.
—¿Quién no? A ver. Intentémoslo de nuevo. De verdad, esta vez.
—No podré decir palabras completas para ti, de lo contrario
arriesgo mi propia mente. Sin embargo, puedo decirte fragmentos
hasta que aprendas a leer las marcas por ti misma. —Ilryth me toma
de la mano y me separa el brazo. Señala las marcas de mi antebrazo—
. Kul.
—Kul —repito.
Su dedo sube otra línea, deteniéndose en un punto, mientras dice:
—Ta'ra.
—Kulta'ra. —La palabra es difícil de decir. Como si tuviera una
docena de canicas en la boca. Intento darle forma, pero me cuesta.
—Recuerda, Victoria, no luches. Ríndete —me dice suavemente.
Toda mi vida he luchado. He luchado. He empujado hacia adelante.
Pero tal vez para avanzar deba soltarlo todo—. Cantaré debajo de ti,
para evitar que los himnos de los antiguos se hundan en mi mente.
Puedes cantar conmigo, o por encima de mí.
—De acuerdo. —Asiento con la cabeza.
Cierra los ojos y empieza a tararear.
—Kulta'ra —susurro—. Kulta'ra. —Otra vez. Esta vez un escalofrío 152
me recorre la espalda. Puedo sentir el hormigueo. Pero no hay
liberación. Ningún temblor que recorra mi piel y alivie la tensión. Se
queda ahí entre cada vértebra.
»Kulta'ra. —Retiro mi mano de la suya mientras lo repito. Ilryth me
suelta, pero ya casi no me doy cuenta de que está ahí. Los dedos de
mi mano derecha rozan las marcas—. Kulta'ra…
Cuanto más digo la palabra, más melódica se vuelve. Es más fácil
para la boca, pero, como él advirtió, es más difícil para la mente. El
dolor brota en la base de mi cráneo.
—Kulta'ra. —Esa vez fue casi como cantar. Inclino la cabeza hacia
atrás y suspiro—: Kulta'ra. —Las notas empiezan bajas, luego altas,
luego bajas otra vez. Lo repito, cambiando la entonación. Alto, luego
bajo. Todo bajo. Una y otra vez.
Mientras canto, las imágenes pasan ante mi mente. Mi vida es como
una violenta tormenta en un mar nocturno. Las visiones giran ante mí
y elijo una como si pudiera alcanzarla y arrancarla del resto.
Es el recuerdo del arroyo. La primera vez que Charles me dijo que
era hermosa. La primera vez que me besó.
—Kulta'ra. —Con una palabra como un suspiro, ese momento
singular de mi historia se me escapa de las manos, se va para siempre.
Abro los ojos y parpadeo ante las marcas de mi antebrazo. Las
marcas que Ilryth había señalado han cambiado. Ahora el magenta
está recubierto de oro con nuevas formas.
—Bien hecho —valora, terminando su propia canción.
—Cantemos otra —digo.
—Creo que es suficiente por un día.
—No hay tiempo —le recuerdo enérgicamente—. Otra.
Ilryth se queda mirando, tanto tiempo que me preocupa haberlo
ofendido. Finalmente, dice:
—Eres una criatura realmente temible pero impresionante.
Le lanzo una mirada que está a medio camino entre la suficiencia
153
forzada y toda mi confianza ganada a pulso.
—Lo sé.
Empezamos a cantar de nuevo.
Horas después, me lleva a mi nueva habitación. Un lugar
encantador de paredes de coral tallado, encaramado en lo más alto de
la parte trasera de la mansión, con un balcón que da a la lejana fosa.
Ilryth me deja, con la expresión más cautelosa que he visto nunca.
Pero estoy demasiado agotada para intentar averiguar qué es lo que
le preocupa esta vez.
Hasta donde yo sé, fui excepcional.
Dominé tres palabras. Lo que significa… ¿que renuncié a tres
recuerdos?
Tumbada sobre un lecho de espuma de mar, me pregunto a qué
recuerdos he renunciado. Repaso lentamente mi vida, desde los
primeros detalles que puedo recordar —o creo que puedo recordar—
hasta este momento. Mis pensamientos se detienen en los dieciocho
años.
Hay un vacío en blanco poco después de la primera vez que me
encontré con Charles en el mercado, pero antes de que me pidiera la
mano. ¿Qué había allí? Algo… seguramente. Algo relacionado con él.
Una sonrisa malvada cruza mis labios. Pensó que había marcado
mi alma. Pero yo deshice legalmente su dominio sobre mí. Y ahora,
erradicaré todo recuerdo de él.
Puede que lo único que lamente en mi vida sea que Charles no
supiera lo fácil que era eliminarlo.

154
Capítulo 13
A la mañana siguiente, Lucia vino a verme al amanecer. Canta,
moviendo sus manos sobre mi cuerpo. A diferencia de Ilryth, nunca
llega a tocar mi carne. Con sus canciones aparecen marcas de un rojo
intenso. Sin embargo, mi cuerpo no se ruboriza de la misma manera
que la última vez que Ilryth me marcó.
Pensar en él me hace buscar un tema para distraerme.
—¿Significan algo los colores? —pregunto mientras espero la
siguiente serie de marcas.
Lucia está detrás de mí; según las pequeñas corrientes, sus dedos
están en algún lugar entre mi hombro derecho y la columna vertebral.
A medida que la canción convertida en color se filtra en mi carne y
empieza a retorcerse, casi parece que me araña ligeramente con las
uñas. 155
—Lo hacen. El rojo es para la fuerza. El azul para la suerte. El negro
para la verdad. Verde para la vitalidad. Magenta para la promesa.
Amarillo para la prosperidad…
Enumera otros colores, la mayoría de los cuales aún no he tenido
en mi piel.
—Parece que seré toda una obra maestra cuando termine.
Lucia ríe suavemente. Un sonido melódico y fácil.
—Sí, desde luego.
—¿Y el dorado? —Señalo la zona que cambió ayer con mi canción.
—Eso significa que la unción se ha impreso en tu alma. Te estás
convirtiendo realmente en una con los antiguos para que puedas
enfrentarte a ellos sin ceder a la locura. —Retira la mano. Hoy ha sido
una unción más corta que las anteriores. No es que me queje.
Fenny aparece en mi balcón.
—Ven. Lord Ilryth ha preguntado por ti en el anfiteatro.
—Por supuesto.
—Cuídese, Su Santidad. —Lucia inclina la cabeza.
—Solo Victoria está bien —le recuerdo. Lucia se limita a sonreír.
No sé si voy a conseguir que renuncie pronto a los honoríficos.
Sigo a Fenny. Al principio, creo que es el amanecer lo que está
nublando los mares. Pero luego me doy cuenta de que es esa tenue
bruma rojiza que he visto desde que llegué. Debe de ser la
podredumbre.
—¿Eso, a lo lejos? —Fenny pregunta.
Me muerdo un suspiro, el pensamiento se escapó.
—Sí.
—Lo es. El Duque Ilryth ayuda a mantenerla fuera de nuestras
tierras con la gracia de Dawnpoint. Pero algo de podredumbre se
filtra inevitablemente, especialmente en días como hoy, cuando 156
parece que las corrientes son lentas y no se mueve por la fosa.
—¿Podría atravesar la fosa y subir a mi mundo? —Si los espectros
y los monstruos tienen una forma de deslizarse a través del Vano,
¿por qué no la podredumbre?
Hace una pausa, pero solo un segundo antes de reponerse y seguir
nadando.
—No lo sé, los asuntos de los dioses antiguos son más del dominio
de Lucia, pero tal vez podría. Si la furia de Lord Krokan y los ducados
del Eversea cayeran, no veo razón para creer que no podría escapar.
Ya tememos que la plaga escape a todo Midscape.
—Y sofocar la ira de Krokan recae en mí…
—Si fuéramos tan bendecidos.
—No pareces muy convencida —le digo.
—Una humana nunca ha sido la ofrenda. Eres una desconocida.
Poco sabe ella que decirme que no puedo hacer algo me hace querer
hacerlo aún más.
—Sabes… deberías haber dicho todo esto para empezar.
—¿Cómo es eso? —Lucia mira por encima del hombro mientras
nadamos por el techo y entramos en la sala del tesoro de Ilryth.
—Porque proteger a mi familia es algo por lo que sacrificaría
cualquier cosa, incluso mi vida. —Es lo menos que puedo hacer por
ellos después de todo lo que han hecho por mí y por todo lo que me
han apoyado.
—Entonces me alegro de que ahora lo sepas. —Ella nada hacia el
túnel, pero yo me detengo una vez más en la habitación, observando
todos los extraños adornos y recuerdos de casa.
—Fenny.
—¿Sí? —Se detiene en cuanto me ve. Su tono revela una leve
impaciencia.
157
—¿Cómo adquirió el Duque Ilryth todo esto?
—Los humanos son muy buenos desordenando sus mares —
responde simplemente—. Eso he oído, al menos. Desde que cerraron
el Eversea, solo los duques pueden salir con permiso, y antes no me
aventuraba mucho más allá.
—¿Ilryth hurgó en todo esto, entonces?
—Sí.
—Le habrá llevado años.
—En efecto. —Hay mucho peso en esa palabra que no acabo de
entender.
—¿Por qué? —Sigue siendo difícil imaginar a un duque nadando y
recogiendo basura. ¿Quizás sea resentimiento porque ensuciamos sus
mares con basura? Pero si es así, ¿por qué lo guardaría todo? ¿Y por
qué lo llamaría su tesoro?
—Esa es su fascinación para explicarte a ti. No me corresponde a
mí comentarlo. —Fenny junta las manos ante sí. Estudio a la mujer.
Ella desvía la mirada.
—Tú tampoco lo entiendes, ¿verdad?
—Mi foco siempre ha estado aquí, en el Eversea. Si hay un asunto
que Su Excelencia no puede manejar, por una razón u otra, yo me
encargo. Si hay algo que él no pueda hacer, lo haré yo. Me dedico
exclusivamente a nuestra familia y a nuestro pueblo —dice, algo
cortante.
«No tengo que ni quiero entenderlo», es lo que leo entre líneas.
También hay algo más. Dedicación. ¿Ella lo ve como si no estuviera
totalmente comprometido con su papel? Todo lo que he visto de
Ilryth hasta ahora lo hace parecer mucho más dedicado que la
mayoría de los líderes que he conocido. Ciertamente más que la mitad
de los señores de Tenvrath, sentados en sus salones con las copas
llenas y las ambiciones flacas.
—Piensas poco de tu hermano, ¿verdad?
158
Fenny se queda quieta, claramente sorprendida.
—Eres demasiado atrevida.
—Tal vez —admito. Su ofensa es justa. Estaba sobrepasando los
límites con ese comentario. Probando los límites. A pesar de haberla
irritado, me recompensa con información, tal y como esperaba.
Empujar a alguien más allá del punto de ofensa suele incitarle a
corregir con una verdad que de otro modo no habría ofrecido.
—Creo en el mundo de mi hermano. Lleva el peso del ducado sobre
sus hombros. —Sus ojos recorren la habitación—. Hay decisiones que
toma que son diferentes a las mías. Pero mi confusión no significa que
piense menos de él. No me corresponde juzgarlo mientras actúe con
nuestras mejores intenciones.
Se me escapa una suave risita.
—¿Qué es divertido ahora?
Debió oírlo.
—Me pregunto si mi hermana pequeña habría dicho lo mismo de
mí. —«Oh, Em…» siempre tan optimista. Esperanzada. Empujando
los límites sin extralimitarse. Era la mejor de las dos.
Fenny sigue inspeccionándome y luego dice en voz baja:
—Imagino que probablemente lo haría. Imagino que la mayoría de
los hermanos lo hacen. Ahora, no deberíamos hacer esperar a Su
Excelencia.
—Espera, Fenny, hay una cosa más. —Nado hacia la almeja medio
abierta con el anillo de boda encima. Una cosa tan pequeña para
atormentarme como lo hizo durante toda la noche. Pero, tal vez Ilryth
tenga razón; hay algunas ataduras que me sujetan a este mundo y
será difícil soltarlas. Levanto la banda del caparazón, miro por última
vez las iniciales que ya no llevo y se la tiendo—. Deshazte de esto, por
favor.
—No tienes derecho a…
—Era mío —admito—. Tengo todo el derecho a decidir su destino 159
y quiero que desaparezca.
—¿Por qué no te deshaces de él tú misma? —La pregunta está
cargada de escepticismo.
Una excelente pregunta. «¿Por qué no?» ¿Porque me tiembla la
mano con solo sostenerlo? ¿Porque solo de pensarlo la voz de Charles
me reprende implacablemente en el fondo de mi mente por siquiera
pensar en deshacerme de él? Persiguiéndome. Reprendiéndome.
—Apenas tengo tiempo. Me centro en la unción. —Me encojo de
hombros, tratando de ocultar mi malestar—. Y sospecho que a tu
hermano le costaría deshacerse de él, ya que dudo que se lleve
fácilmente nada de esta habitación.
Fenny se acerca nadando y evalúa el anillo. Con una mirada entre
el anillo y yo, me lo quita de los dedos y le da la vuelta.
—¿Qué es?
—Algo que ahora pertenece a una mujer muerta, ni más ni menos.
Entonces, ¿puedes deshacerte de él por mí? ¿En algún lugar donde
Ilryth nunca miraría? —Me lo quedaría, pero no quiero arriesgarme.
Además… la mera idea de aferrarme a esa alianza más tiempo del
que quiero amenaza la estabilidad de mi estómago.
—Muy bien. —Fenny lo guarda en el envoltorio alrededor de sus
pechos—. Ahora, si vienes conmigo. —Empieza a bajar por el túnel y
yo la sigo. Nadar es un poco más fácil sabiendo que nunca tendré que
volver a poner los ojos en ese anillo.
Fenny me deja en la entrada del anfiteatro. Nado el resto del
camino hasta el escenario del fondo, donde ya me espera el duque
Ilryth. Se recuesta en el escalón más bajo y se endereza cuando me
acerco.
—Me he dado cuenta de algo —digo.
—¿Y qué es eso?
—Me has mentido. —Mis dedos aterrizan en el borde del escalón
por encima de él. Parece que hoy estoy de mal humor. O tal vez me
he adaptado lo suficiente a este extraño mundo como para ser la de 160
siempre, desafiante.
—¿Perdón? —Arquea las cejas.
—Me hiciste creer que era difícil cruzar el Vano. Que no cruzabas
con regularidad, y que cuando viniste a reclamarme fue una de las
pocas veces que lo habías hecho. —Me cruzo de brazos,
perfectamente aplomada. Ya me he acostumbrado a la sensación de
moverme en el agua—. Pero eso no puede ser verdad, ¿no? Si lo fuera,
no tendrías todo un tesoro de objetos humanos que solo se pueden
recoger moviéndote entre mundos.
Frunce ligeramente los labios, pero no dice nada. Empujo el
escalón, mi cuerpo se mueve por sí solo, incapaz de soportar su
despreocupación ni un segundo más. Sus ojos siguen mis
movimientos y el agua que nos separa se vuelve pesada.
—¿Sabes lo que no soporto de los hombres como tú?
—No. Pero sospecho que estás a punto de decírmelo. —Me está
provocando. Pero se lo permito. Le permito tener la sensación de
poder solo porque iba a decírselo de todos modos.
Me detengo lentamente ante él y me detengo pinchándole el pecho
con el dedo.
—Los hombres como tú, tan acostumbrados a tener el control,
mienten sin vacilar. E incluso cuando te descubren, no sientes el
menor remordimiento. Si acaso, harás que la otra persona piense que
fue ella la que entendió mal.
Me agarra la mano con tanta fuerza que casi me duelen los nudillos
de la compresión.
—No insultes mi integridad.
—¿No? —Ladeo la cabeza y me resisto a fruncir el ceño. Por muy
disgustada que me sienta, no le daré la satisfacción de hacerme perder
la compostura—. ¿Quieres decirme que no ves el mundo entero como
una colección de tontos? 161
—Puede que la mayor parte del mundo sea tonta. —Es como si
tratara de hurgar en mi mente con su mirada. Para exponer cada
debilidad o inseguridad que he tenido—. Pero hay unos cuantos que
no lo son. Los que están cerca de mí. No te tomé por una, por ejemplo.
¿Eso fue un cumplido?
—¿Qué te dije sobre los halagos?
—No es halago si es verdad.
—Apenas me conoces.
—¿No es así? —Su agarre se relaja un poco.
—Entonces dime la verdad, ahora.
—No te mentí. Es difícil y peligroso cruzar a través de la Fosa Gris.
Pero también admití que tenemos otros métodos para movernos: los
estanques de los viajeros. —Sigue sujetándome.
—Dijiste que estaban cerrados debido a la podredumbre. —El
recordatorio alivia los bordes de mi ira, trayendo de vuelta detalles
de nuestra conversación anterior.
—Solo recientemente. —Frunce el ceño—. Y antes de que busques
acusaciones donde no las hay, te traje de vuelta usando una rara
bendición otorgada por el Ducado de la Fe: un elixir de hojas
trituradas del Árbol de la Vida, molidas con la arena de la playa y
mezcladas con las aguas de sus raíces para crear un transporte
portátil que lo devuelve a uno al corazón del Eversea con una canción.
Esa era la única que tenía y no hay forma de que consiga otra. No te
oculto nada, Victoria, y no he mentido.
Cedo con un suspiro, desviando la mirada.
—¿Te ha satisfecho mi explicación? —Por fin me suelta la mano.
Había olvidado que la tenía agarrada, pero noto dolorosamente su
ausencia. ¿Por qué le resulta tan natural tocarme cuando se proclama
que está prohibido?
—Por ahora.
162
—Eres demasiado amable. —Ilryth se dirige al centro del escenario
del anfiteatro, tendiéndome las manos. Voy hacia él sin dudarlo.
Cuanto antes lo hagamos, antes podré salvar a mi familia. Nuestros
dedos se entrelazan una vez más. Me acerca a él. La sensación de las
suaves escamas de su cola contra mis piernas al chocar me produce
una sacudida—. Ahora, empecemos —declara, con voz baja y
autoritaria.

Me sitúo en lo alto del faro. La llama arde a mi espalda, el faro se agita


siempre lentamente gracias a una rueda de paletas situada a un lado de la
isla, bombardeada regularmente por las olas. El foco destella sobre las rocas
de la lejana orilla. Se extiende hacia el impenetrable Paso Gris y enseguida
se detiene contra el muro de tormentas que se agita en la lejanía.
Es un oscuro deseo esperar que una tormenta se libere del paso y llegue
hasta el faro… pero sería algo que rompería la monotonía.
Cada cinco minutos, la baliza ilumina la lejana casa de provisiones en la
orilla opuesta y el pequeño bote de remos amarrado allí. Lleva allí tres
semanas. Inmóvil. Tan atado a su ubicación como yo aquí.
Charles había dicho que solo serían unos días. Algo importante debe
haberlo retenido…

Me fuerzo a despertar. Es un sueño que conozco demasiado bien.


Un sueño que me ha perseguido muchas, muchas veces, las
suficientes como para reconocerlo incluso dormida y rechazarlo.
Es difícil saber si es muy temprano o muy tarde. La luna ha pasado
de estar llena cuando llegué a no ser más que una brizna. Me alejo de
la cama y me asomo al balcón para ver si la tenue luz es de la luna o
de un amanecer lejano. ¿Merece la pena intentar volver a dormir o
debería esperar a encontrarme con el sol? 163
Justo cuando salgo de debajo de la plataforma de coral que cuelga
sobre mí, una nota grave y ominosa sacude la tierra. Le sigue un
sonido agudo. Llamarlo canto sería generoso. Es más bien un chillido.
El ruido me pone inmediatamente en guardia.
Otras voces se unen para formar un coro similar al de mi primera
noche aquí. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Dos semanas, según la luna?
El tiempo ha pasado dolorosamente lento y rápido al mismo tiempo,
dado que todos mis días han estado llenos de aprendizaje de sus
palabras y canciones.
Miro hacia la fosa, pero no veo ni rastro de tentáculos. Entrecierro
los ojos, intentando distinguir sombras cambiantes en la noche
oscura. Pero nada.
No hay guerreros moviéndose. No hay parloteo de delfines. Sin
embargo, la canción continúa. Se agita como una ola. Rápido y
frenético antes de colapsar repentinamente en el silencio. Las voces
parecen venir de toda la mansión. Todas lejanas y, sin embargo,
cercanas, dado cómo resuenan en mi mente.
El agua está quieta. No hay el más mínimo movimiento. Cuando el
siguiente silencio se apodera de la canción, parece como si el propio
mar contuviera la respiración.
Algo va mal.
Un destello de luz hace que mi atención se desvíe en una dirección.
Desaparece en un abrir y cerrar de ojos. Como una luciérnaga
desapareciendo en el crepúsculo.
Sin previo aviso, hay movimiento a mi lado. Lo veo con el rabillo
del ojo. Un escalofrío me recorre la espina dorsal y se me corta la
respiración cuando dos manos invisibles la rodean por detrás. Me
atraganto.
Por primera vez, siento como si no pudiera respirar. El agua pesa
en mis pulmones. Pesada. Tirando de mí hacia abajo, y hacia abajo, y
hacia abajo…

Charles ha vuelto. 164


Lo espero en la orilla, pacientemente, mientras ata el barco. Han pasado
cuatro semanas, un mes entero. El mayor tiempo que ha estado fuera.
Prácticamente no puedo contener la emoción de volver a ver a mi marido, de
ver a otra persona.
—Mi amor. —Me abalanzo sobre él en cuanto se aleja del barco y le rodeo
los hombros con los brazos—. ¡Te he echado tanto de menos!
—Basta de histerismos, esposa. Acabo de llegar; permíteme un momento
para recuperar el aliento. —Pone ambas manos en mis costados y me deja en
el suelo. Se aleja. Como si fuera un juguete que se vuelve a colocar en la
estantería cuando ya no divierte.
¿Histérica? Yo…
—¿No puede un hombre descargar sus cosas sin ser agredido?
—Lo siento —digo rápidamente—. Pasé mucho tiempo aquí… sola. Y
yo…
—¿Estás diciendo que ni siquiera puedes aguantar un mes tú sola? —
Saca su mochila del bote—. Te tomé por una mujer más fuerte.
—No. Quiero decir sí. —Agarro la mochila que me tiende y me la cuelgo
del hombro—. Claro que puedo. Te he echado de menos, eso es todo.
—Ponme al día sobre el faro —exige enérgicamente.
No yo. El faro. Pero esa es su prioridad; es comprensible… es lo que
mantiene a Tenvrath a salvo. Por supuesto que sería el faro. Preguntará por
mí a continuación, estoy segura de ello.
—Todo funciona a la perfección. No hay problemas. La campana ha sonado
cada treinta minutos. Todos los mecanismos de sincronización han sido
engrasados y puestos al día, comprobados a lo largo de la noche. Incluso he
limpiado de arriba abajo.
Se detiene. Como una víbora, su mano sale disparada, agarrándome la cara
por la barbilla y las mejillas, obligándome a fruncir ligeramente los labios
con su agarre.
—¿Entraste en mi estudio? 165
—No —digo torpemente.
Su mano se relaja y una sonrisa se dibuja en su rostro. Charles se inclina
y me besa ligeramente.
—Esa es una buena esposa. Ahora, espero que la cena esté lista.
—Sí, ya la he empezado… pronto estará lista.
—Bien. Un hombre necesita una comida casera y una esposa cariñosa
cuando vuelve. —Charles comienza a rodear el faro.
—¿Qué tal el viaje? —pregunto, siguiendo.
—Muchas preguntas, ¿tienes que ser tan fastidiosa? Estoy cansado. —
Suspira, murmurando en voz baja.
Hago como que no oigo las palabras. Pero…

Hay un destello de luz.


Un grito lejano. No es mío. ¿O quizás sí? Me quedo jadeando,
doblada.
El agua está fría como el hielo. Negra como la brea. Parpadeo,
pensando que me he quedado ciega. Pero, lentamente, los colores y
las luces vuelven a existir. Mis oídos vuelven a escuchar una canción.
Es más lenta, más decidida. Dirigida por una voz familiar que…
Justo detrás de mí.
La poderosa figura de Ilryth flota, irradiando una fuerza de otro
mundo. En sus manos empuña una lanza de madera pálida que emite
una tenue luz plateada. Los zarcillos de sombra se desvanecen en las
corrientes que le rodean; el agua vuelve a moverse. Lo miro, con el
corazón aún palpitante de miedo y el estómago revuelto por el asco
que me producen las imágenes que se ocultan tras mis párpados cada
vez que pestañeo. Algo en mi expresión hace que se aleje ligeramente.
Lentamente, como si no quisiera asustarme, apoya la lanza en uno de
los pilares del balcón.
—¿Qué has hecho? —Finalmente encuentro palabras. Pero son
166
ásperas y finas. Débiles. Tristes.
—Un espectro atravesó nuestras defensas y entró en la mansión —
dice. Un tono de disculpa rompe con la severidad de la declaración.
Su intimidante presencia disminuye cuando se hunde en el suelo para
encontrarse conmigo, con la cola enroscada bajo él. Cada movimiento
está lleno de una dulzura que ralentiza mi acelerado corazón—. Te
buscó e intentó pudrir tu alma y robarte el cuerpo.
—¿Un… un espectro estuvo aquí? —Estoy aturdida.
—Lo desterré. —Hace un gesto hacia la lanza, todavía con
movimientos lentos y decididos—. Fui lo suficientemente rápido
como para que no perdurara el daño en tu mente, o en la unción. Pero
no lo bastante rápido para librarte… —Ilryth cierra la mano en un
puño. Es lo único que delata su ira—. Nunca debería haber sido capaz
de ponerte una mano encima. Perdóname.
Clavo las uñas en el coral. La sensación del tacto, la presión del
agua sobre mí, me devuelve al aquí y ahora.
—Gracias por sacarlo cuando pudiste —murmuro—. Supongo que
nuestras lecciones no han sido suficientes. Tenías razón… no estoy
preparada para la fosa.
Pasa un momento de pesado silencio entre nosotros. Su falta de
negación es más profunda de lo que esperaba. Tengo razón, ambos lo
sabemos. Incluso después de dos semanas de trabajo sigo siendo débil
en este mundo. Sigo luchando. Cierro los ojos como si pudiera
esconderme físicamente de la vergüenza.
—Victoria… —Mi nombre es un susurro. Con él, atrae suavemente
mis ojos hacia él, sosteniéndome la mirada con fijeza intensa—.
Recuerdas el estado en que me encontraba cuando volví de la fosa,
¿verdad? ¿Lo difícil que fue hacerme volver? —Asiento con la
cabeza—. Esto fue benditamente fácil. Resistir cualquier tortura que
intentara infligirte es un signo de tu fortaleza. Incluso que el espectro
se sienta atraído por ti es bueno, en cierto modo; demuestra que la
magia de los dioses se está apoderando de ti.
Ilryth apoya una mano en mi mejilla. Me estremezco al ver la mano 167
de un hombre acercándose a mi cara, el recuerdo de Charles tan
nítido como un cristal roto. Se aparta al instante.
—Lo siento —murmuro.
—No tienes nada de qué disculparte —dice suavemente—. Sé lo
que se siente. Que tus horrores más profundos, tus remordimientos
más íntimos, salgan a la luz con la gracia de un destripamiento.
Destripada es una metáfora adecuada de cómo me siento.
—Lo creas o no, Victoria, estás progresando —subraya.
—No lo siento.
—Ya lo veo —dice Ilryth con firmeza, la suficiente para que yo lo
mire a pesar de seguir encorvada. Mi pelo me rodea lentamente la
cara, tapándolo de vez en cuando. Lo enfoco y lo desenfoco—. Si no
puedes creer en ti misma, cree en mí.
Mis labios se separan, una objeción lista en mi lengua. «¿Cómo te
atreves a decir que no creo en mí misma?» Pero hay un destello de
complicidad en sus ojos. Se ha sentido tan expuesto como yo ahora.
Lo he visto en ese estado.
Quizá por eso, cuando dice:
—Ahora te dejo en paz —mi mano sale disparada y agarra la suya
antes de que pueda alejarse nadando.
—¡Espera! —Suelto, desesperada—. Espera —repito, más
suavemente—. Por favor… no quiero estar sola. ¿Te quedarás un
rato? —Odio sentirme débil. Sentirme necesitada. Pero hay un millón
de recuerdos más que el espectro ha sacado a la superficie y que ahora
tengo que devolver a la oscuridad, lejos de todo pensamiento
consciente. Si me deja sola, mi mente vagará hacia ellos, lo sé.
Ilryth se echa hacia atrás junto a mí, nuestros costados en contacto,
como atraídos por una fuerza instintiva. Lentamente, sujeta mis
manos entre las suyas. Nuestros dedos se entrelazan y nunca me
había sentido tan fascinada por el movimiento de mis dedos. Es
sorprendentemente íntimo.
168
—Estás bien —dice suavemente—. No dejaré que te pase nada.
—Hasta que me sacrifiquen —digo con una risa amarga. ¿Quién
iba a pensar que el sacrificio podía servir para aligerar el ambiente?
Esperaba que se riera conmigo. No que frunciera el ceño y sus ojos se
inundaran de un conflicto que nunca había visto en él.
—¡Su Santidad! ¿Está usted…? —Lucia se detiene en seco, nadando
hacia el borde del balcón. Sus ojos se posan en nuestras manos. Hay
confusión, preocupación y acusación en su mirada—. Su Excelencia,
vine a asistir a Su Santidad y asegurarme de que ninguna de las
marcas fuera interrumpida.
—Estaba terminando de hacerlo —miente Ilryth con tranquilidad.
Me suelta y se aleja nadando un poco más rápido de lo normal, como
si necesitara poner distancia entre nosotros lo antes posible.
Pero Lucia se lo impide nadando a su paso.
—No deberías tocarla. —Podría habérselo dicho solo a él, pero su
intención es claramente que yo la oiga. ¿Piensa que yo fui quien lo
inicio?—. Ella necesita cortar sus lazos con este mundo, no
profundizarlos.
—Necesita mantener la mente clara —replica Ilryth—. Y los
espectros pueden distorsionar la mente de uno. Me aseguraba de que
estuviera bien.
—Ella necesita perder todos los pensamientos. Los de daño y
consuelo.
—¿De qué nos sirve si pierde todo lo segundo y no es más que lo
primero? Se convertiría en un espectro en el momento en que la
enviáramos al Abismo.
Ilryth está de mi lado, y eso me hace sentarme un poco más recta.
¿Cómo es que el hombre que pretende sacrificarme también me está
protegiendo? Y, lo que es más importante, ¿por qué eso me llena de
tanta tranquilidad?
—Ella no será más que un recipiente vacío cuando sea enviada al
Abismo. Para que pueda presentarse ante Lord Krokan como una 169
ofrenda adecuada. —Lucia se mueve hacia mí. Su expresión es de fría
indiferencia. Pero también hay un toque de tristeza en sus ojos. Es
mejor luchando contra la culpa que Ilryth, sin embargo—. Ahora, Su
Santidad, ¿puedo revisar sus unciones?
Me empujo fuera del balcón, a la deriva.
Ilryth se va sin decir nada más. Sin siquiera mirarme. Me quedo
quieta mientras Lucia se mueve a mi alrededor. Me hace señas para
que levante las manos, mirando a ambos lados de mis brazos. Nada
detrás de mí. Me pide que me levante.
—Lucia —digo en voz baja, cuando ya no puedo soportar el
silencio. Al menos tengo suficientes distracciones para mantener la
mente concentrada.
—¿Sí?
—Haré esto. Te lo juro. Sé lo que está en juego. —Por mi familia y
por el Eversea. La idea de sacrificarme aún me da escalofríos, pero no
hay otra opción. Este es el camino que mis acciones me han llevado y
debo seguirlo hasta su amargo final. Tal vez mi determinación sea un
patético intento de hacer que este último acto parezca mi elección.
Para recuperar algo de poder en una situación en la que tengo muy
poco. Pero parece más que eso. Como una llamada que no puedo
ignorar.
Tengo un papel que desempeñar en esta lucha. Un deber. Le
prometí a Ilryth que a los cinco años sería suya, y juré que solo
rompería un juramento.
A veces, las opciones más sencillas son las más poderosas.
Lucia hace una pausa, inclinando ligeramente la cabeza, como si
me viera desde un nuevo ángulo.
—Por extraño que parezca, te creo.

170
Capítulo 14
Durante casi cinco semanas, paso todos los días en el anfiteatro.
Tras el ataque de los espectros, tengo toda la motivación que necesito
para dedicarme por completo al entrenamiento del canto de Ilryth.
Mi día comienza al amanecer, cuando Lucia o Fenny llegan para
escoltarme. Termina al anochecer, cuando Ilryth me trae de vuelta.
Aunque nunca se me prohibió específicamente salir de mis aposentos
por la noche, nunca lo he hecho. O estoy demasiado agotada o la
sensación del espectro rodeando mi garganta con sus manos
espectrales es demasiado aguda.
Ha habido algunas otras noches llenas de cantos. Pero nada tan
ominoso o lleno de terror como los dos ataques que he sufrido. Al
principio, la música no significaba nada, pero cuanto más tiempo
trabajo con Ilryth, más comprensión innata tengo. 171
Los ocasionales himnos nocturnos son canciones de protección,
creo. «Mantente alejado», cantan las sirenas con una docena de voces,
cada una diciendo una palabra diferente en una nota diferente, pero
de alguna manera en perfecta armonía. «Aléjate…»
Cada noche, me duermo escuchando la voz de Ilryth entre ellas.
Siempre la encuentro, como el faro que ilumina una orilla lejana. Me
aferro al sonido y dejo que cubra las lagunas de mis recuerdos,
dejadas por mi trabajo. Llena y alivia las heridas que intento
mantener ocultas.
Su voz es dolorosamente hermosa. Me encoge los pies. Me llena el
pecho y calma a la bestia de mi dolor que ronda su jaula. No puedo
negar la atracción de su voz, incluso cuando sé que debería hacerlo.
Sus palabras, aunque dulces y melódicas, rugen dentro de mí como
una tormenta que soy incapaz de detener, que solo puede ser
perseguida. Es cada momento perdido de saborear sus canciones
condensado en lo que sé que serán los últimos días de mi existencia.
Una mañana no es como las demás.
No es Lucia, ni Fenny, la que ha venido a recogerme. Sino ambas.
Se ciernen sobre mi balcón al amanecer. Estoy despierta. Suelo
despertarme temprano. Así que las vi desde el momento en que
llegaron al otro extremo.
—Hoy no te reunirás con Lord Ilryth en el anfiteatro —anuncia
Fenny.
—¿No? —Arqueo las cejas. He avanzado mucho en la tarea de
convertir en doradas las líneas de mis marcas y en vacíos los trozos
de recuerdos. Gran parte de mi piel está tatuada. Pero aún queda
mucho por hacer.
—No. Se solicita tu asistencia para una pequeña reunión de nobles
del ducado. —El tono de Fenny deja claro que no habrá discusión. Me
opongo de todos modos.
—¿Es esa la mejor manera de pasar el tiempo? —Me levanto de la
cama—. Debería estar aprendiendo más palabras y ganando más
marcas para mi unción.
172
Lucia mira a Fenny. Hay una chispa de acuerdo en ellas. Es una
aliada improbable. Pero no habla.
—Aún te quedan casi cinco meses hasta el solsticio de verano,
cuando serás ofrecida a Lord Krokan. Pero faltan pocas semanas para
que debamos entregarte al Ducado de la Fe para los últimos
preparativos antes del solsticio. Sería impropio que no permitiéramos
a nuestros nobles conocerte primero. Además, como humana, ya
serás suficientemente escrutada. Es mejor para ti ganar algunos
aliados aquí primero. Donde la gente esté más inclinada a estar de tu
lado.
Me parece interesante que Ilryth no haya mencionado nada sobre
presentaciones, nobles o formalidades.
—Tenía la impresión de que la gente no podía elegir si yo era la
ofrenda o no.
—No lo hacen.
—Bien —me apresuro a decir, antes de que pueda decir otra
palabra—. Entonces creo que preferiría centrarme en mi tarea en
lugar de que me paseen por ahí.
—No insultes nuestras costumbres —dice Fenny secamente—. Que
tú estés designada para la muerte no significa que el resto de nosotros
lo estemos. No seas tan egoísta como para pensar que tus acciones no
afectan al resto de nosotros.
—¿Egoísta? —La palabra me golpea en lo más profundo, resonando
con rabia.
—Fenny —regaña Lucia, pero no con la suficiente firmeza.
Demasiado para una aliada.
—Estás marcada para la muerte y…
—Llévame con Ilryth, ahora —exijo, interrumpiendo a Fenny.
Fenny se cruza de brazos y no se mueve. Lucia mira entre nosotras,
espectadora de la batalla de voluntades sin palabras. Entrecierro los
ojos. 173
—Hice algo por ti, como un favor personal —dice Fenny con
frialdad. La expresión de Lucia se torna confusa—. Ahora te pido que
hagas esto por mí.
Maldita sea. Está usando el anillo contra mí. Pero al menos es la
confirmación de que se deshizo de esa estúpida alianza de una vez
por todas.
—Bien —cedo—. Pero solo esto, y entonces estamos a mano.
—Y quedarás bien ante nuestros nobles. —Fenny alisa unos
mechones de pelo en el envoltorio que sujeta el caparazón espinoso—
. Ilryth nos dice que eres muy capaz, cuando estás motivada.
—Tengo toda la motivación que necesito. Puede que incluso te
sorprenda —le informo. Puede que no me gusten especialmente los
asuntos estirados, y siempre preferiré una cerveza caliente en la Mesa
Inclinada con una compañía excepcional al mejor vino en un cáliz de
cristal cuando todo el mundo a mi alrededor está maquinando y
conspirando. Pero…—. He estado en bastantes fiestas elegantes con
la nobleza de donde vengo.
—Bien. Pero no creo que la sensibilidad humana se traslade a las
sirenas.
—Pruébame —le desafío.
Durante la siguiente hora, recibo una educación sobre las sirenas
muy diferente, y muy condensada, de la que he recibido hasta ahora.
Fenny me enseña los cumplidos y tabúes de las sirenas. De etiqueta y
de la danza de la política y la nobleza. Mi mente se arremolina con
nueva información que estoy decidida a recordar. No haré el ridículo.
Y superaré las expectativas que Fenny tiene puestas en mí. La ira y la
frustración son fuertes motivadores.
Lo más sorprendente que aprendo es que las sirenas tienen
definiciones muy diferentes de «atuendo apropiado» para un evento
formal que los humanos. Imagino que la mayoría de la gente se
escandalizaría por las opciones que se me plantean. Al menos, como
marinera, estoy familiarizada con hombres y mujeres que trabajan
174
vestidos de todas las maneras… y desvestidos. El trabajo ya es duro,
más vale estar cómodo mientras se hace.
Insistí en seguir llevando el corsé de tirantes, para consternación de
Lucia y Fenny. Al principio querían que mi pecho estuviera libre,
cubierto por unas capas de gasa que no ocultaran nada. Luego
quisieron aplicar conchas sobre los picos de mis pechos sujetas con
hilos de perlas y cuentas de plata. Una declaración atrevida que no
me desagradaba intrínsecamente. Pero daba igual que estuviera
desnuda en ese caso, ya que no duraría más de un segundo.
Aunque no sea demasiado exigente con la modestia, tampoco
quiero renunciar a mi capacidad de estar vestida, ya que en cuanto
me suelte el corsé desaparecerá como mi blusa. Me gusta mi corsé. Es
la única prenda perfecta que me he hecho a medida y la más difícil de
confeccionar. Aún no estoy dispuesta a desprenderme de él. Y menos
cuando tengo la fosa por delante.
Nuestro compromiso fue que yo llevaría un collar de su elección,
que terminó siendo un estilo similar al de Lucia, con arcos en cascada
de perlas y cuentas que me envolvían los hombros, los brazos y el
torso hasta la cintura.
También dejaron mis calzoncillos, sobre todo porque no sabían qué
hacer en su lugar, ya que no tenían otras opciones para dos piernas
humanas. Encima de los calzoncillos, desde la cintura hasta los
muslos, reutilizaron la tela que antes estaba destinada a mis pechos
para cubrir mi mitad inferior y hacerla algo más «presentable» que
los calzoncillos solos.
—Toma, tengo una última cosa para ti. —Fenny se acerca nadando
y saca un collar de la bolsa que lleva en la cadera. Es muy sencillo,
está hecho de cuero y no de cristal, piedra o perlas. Solo hay una
concha en la base del collar: una pequeña caracola grabada con
símbolos idénticos a los que tengo grabados en la piel. Están rellenos
de plata, lo que confiere a la pieza un brillo casi misterioso bajo la luz
cambiante del mar—. Es algo que se da a los niños cuando empiezan
a aprender a hablar. Les ayuda a concentrarse para que solo se les
escapen los pensamientos que desean que se digan. Debería habértelo
dado antes, pero me costó un poco encontrarlo.
175
Me quedo de pie, un poco atónita, mientras Fenny me lo anuda al
cuello por encima de los otros lazos de perlas. La mujer siempre me
ha parecido un poco brusca. No esperaba una muestra de afecto, por
pequeña que fuera. Pero está claro que se ha desvivido por
conseguirme esto.
—Así no te avergonzarás ni a ti ni al duque.
Quizá le di demasiado crédito. Aun así, digo:
—Gracias. Te lo agradezco.
—No nos decepciones. —Fenny se aleja, dándome una última
mirada—. Creo que es suficiente.
—Uy, suficiente —digo con fingida excitación. Fenny ignora el
comentario sarcástico.
—¿Crees que la encontrarán presentable? —pregunta Lucia con
inseguridad.
—Sí, espero. —Pero Fenny no parece del todo convencida—.
Ahora, sígueme, por favor.
Hago todo lo posible, pero me han atado tanto las piernas que me
resulta difícil moverme. Mis opciones son doblarme y patalear de
rodillas para abajo, o mover todo el cuerpo en un movimiento similar
al de las sirenas. Ellas, sin embargo, no tienen ningún problema para
alcanzar velocidad y gracia nadando de esta manera. Mientras tanto,
yo me veo y me siento como un bufón torpe. Me doy cuenta de que
esto va a ser excepcional.
Lucia se detiene y envuelve en su brazo un trozo de tela que antes
estaba acumulado sobre sus caderas antes de enlazarlo con el mío.
—Puedo ayudarte. —Sospecho que las palabras son solo para mí,
ya que Fenny no devuelve la mirada.
—Gracias. —Enfoco mi respuesta.
—De nada. —Sonríe y nadamos juntas. Es incómodo, pero un poco
más fácil que intentar hacerlo yo sola. 176
Mantengo mi atención en Lucia mientras mis pensamientos se
remontan a la noche del ataque de los espectros.
—¿Cómo es que este toque está bien?
Parece sorprendida por la pregunta y luego frunce los labios
pensativa. Cambia de postura.
—Por un lado está la tela. Y dos, es…
—¿Qué? —Presiono.
—Diferente.
—¿Cómo es eso?
Lucia me lanza una mirada que casi parece decir:
—Deberías saberlo. —Pero el pensamiento no se manifiesta del
todo. En lugar de eso, esboza una sonrisa—. Es mucho más práctico.
Necesario. No es un toque que pueda atarte a este reino. Y la falta de
contacto piel con piel es importante.
¿Consolarme cuando acababa de tener pesadillas a la fuerza en mi
mente no era necesario? pienso con amargura. Es un pensamiento
contundente y miro a Lucia. No hay reacción. Luego a Fenny. Ella ni
se inmuta ni me devuelve la mirada.
El caparazón funciona.
Lanzo un silencioso suspiro de alivio. No me había dado cuenta de
la carga mental que me había supuesto tratar constantemente de
proteger mis pensamientos. Preocupándome por lo que pudiera
escaparse. Por primera vez en semanas, siento que mi mente es mía y
solo mía.
—Gracias por la explicación —digo. Lucia asiente. Me pregunto si
realmente cree que me ha parecido suficiente o no. Por suerte, no
tiene oportunidad de preguntar.
—Ya estamos aquí —anuncia Fenny. Lucia desenreda rápidamente
su brazo del mío antes de que su hermana mire hacia atrás.
Un pabellón se alza en medio de un bosquecillo de coral. Los 177
bancos de peces nadan en un círculo perezoso, rodeando la estructura
central como si fueran murallas. Nadamos por encima de ellos y
bajamos por el agujero del centro del techo del pabellón.
Grandes conchas acolchadas con esponjas marinas se colocan en un
óvalo de forma algo libre. En el centro de uno de los lados hay una
concha especialmente adornada, decorada con dorado plateado y
abanicos de mar que se extienden desde la parte posterior como
enormes alas. Puedo suponer quién se sentará allí.
La concha situada justo enfrente de la que supongo que es la de
Ilryth es la segunda más opulenta. En lugar de abanicos de mar, de
los lechos que rodean el pabellón crece coral brillante que lo enmarca
con puntas casi como coronas. Está vacía, al igual que la concha
situada justo a su derecha.
Supongo que este es el espacio para la señora de la mansión, la
esposa o la segunda al mando de Ilryth. ¿Qué clase de persona sería?
Asumo que no existe, dado que aún no he oído ni visto nada que
sugiera lo contrario.
El resto de las conchas están llenas. Cinco mujeres detienen todo
movimiento desde el momento en que llego. Las hay de todas las
formas y tamaños, algunas de piel clara, otras morenas, algunas con
el pelo corto y otras con largas melenas sueltas. Todas tienen la piel
adornada con pintura, las marcas mucho más delicadas y
cuidadosamente dibujadas que las mías, pero cada una es de un color
y un diseño diferente. La única cualidad que todas comparten es que
son inmensamente bellas.
—Te sentarás aquí. —Fenny señala la concha vacía a la derecha de
la segunda concha más adornada.
«Aplomo y gracia. Aplomo y gracia», me repito mientras me
propulso por el agua. Soy un hermoso delfín, elegante y estilizado.
No saltaré dentro de este caparazón como una foca. Por algún
milagro, creo que lo consigo. Las esponjas me acunan.
Para mi sorpresa, Fenny se sienta a mi lado en la concha grande.
Esto corrobora mis sospechas sobre su familia: los padres de los tres
hermanos han fallecido. La madre, creo, fue sacrificada. El padre es 178
una incógnita. Pero sé con certeza que Fenny no es la esposa de Ilryth.
Tampoco es su madre. Lo que significa que está sentada en el
caparazón de la señora de la casa porque sería la persona con más
autoridad y derecho al ducado después de él.
—Ve a ocuparte de la comida, por favor —le dice Fenny a Lucia,
adoptando un aire de superioridad.
Me muevo en mi asiento. En realidad no es una posición incómoda.
Está hecho de la misma esponja que mi cama. Es tan suave que me
acuna y, al mismo tiempo, me da apoyo. Me pregunto por qué a nadie
se le ha ocurrido hacer camas de esponja para el hogar. Nunca he oído
hablar de buceadores que hayan sacado esponjas marinas tan grandes
como para tumbarse en ellas. Pero quizá solo existan en aguas
demasiado profundas.
Hogar… Una punzada de añoranza se dispara a través de mí. Sabía
que me llevarían, pero nunca imaginé que viviría lo suficiente como
para echarlo de menos. Imaginé a Ilryth consumiéndome y
hurgándose los dientes con los huesos más pequeños de los dedos.
No manteniéndome en su mansión, enseñándome, obsesionado con
los barcos y los humanos ni nada parecido.
Ya ha pasado más de un mes. Dennow se habrá dado cuenta de que
nuestra nave no llegó a tiempo. Probablemente darían un período de
gracia con la reserva en las minas y el Paso Gris siendo lo que es. Pero
Charles habría estado observando desde su faro. Habría visto mi
barco pasar y no volver. Incluso si el consejo me diera el beneficio de
la duda como la gran Capitana Victoria… solo duraría un tiempo.
Lo que significa que mi familia ya debería saberlo. O lo sabrán muy
pronto.
Ya me han llorado una vez e imagino que eso hará que esta vez sea
peor, porque pueden albergar la esperanza de que algún día —una
semana, un año, varios años— saldré de la espuma del mar y volveré
con ellos. Desafiaré toda lógica y razón y apareceré viva, porque ya
lo hice antes.
Mis manos se cierran en puños. Su dolor es una herida en mi alma.
Pero, al menos, gracias a Ilryth, se ocuparán de ellos. Si mantiene su
179
promesa.
Tendremos que movernos rápido. La cantidad de tiempo que ha
pasado me está llegando de golpe. Tan pronto como Charles se entere
de que he muerto, empezará a intentar alegar que he abandonado mi
responsabilidad de nuevo. Luchará hasta destruir todo lo que alguna
vez amé.
—¿Así que tú eres el sacrificio del Duque Ilryth? —Una mujer de
brillantes ojos amarillos me saca de mis pensamientos. Las demás me
miran expectantes. Hasta ahora no me había dado cuenta de que soy
el centro de atención.
Asiento con la cabeza.
—Lo soy.
—Eso es obvio, Serene, por sus marcas —dice secamente otra, con
el pelo castaño densamente trenzado.
—Incluso sin sus marcas, ¿cuántos humanos ves en el Eversea? —
Otro se ríe.
—Hoy nos honra con su presencia, Su Santidad —dice una mujer
al otro lado y a mi derecha.
—Solo Victoria está bien —intento ofrecer educadamente.
—Oh, incluso como humana, nunca podríamos deshonrarte como
tal. —Serene agita una mano. Me resisto a mirar a Fenny para ver si
la molesto con mi intento de ser informal—. Llevas las marcas de Lord
Krokan. Debemos mostrarte la mayor deferencia.
—¿Es cierto que el propio duque Ilryth te ha ungido con su canto y
su mano? —pregunta la mujer sentada a la que supongo será la
derecha de Ilryth.
—Sí… —Ahora lucho por no pensar en sus manos recorriendo mi
cuerpo de nuevo. Convenciéndome con un dedo índice que se
arrastra por mi garganta para alcanzar las notas más altas.
—¡Qué suerte! Qué honor. —Sus ojos se cierran como si la idea 180
fuera semejante al sueño más dulce.
—¿Victoria? —La voz de Ilryth resuena en mi mente. Antes de que
pueda responder, llega nadando por la abertura circular del techo.
El resto de las mujeres se levantan e inclinan respetuosamente la
cabeza ante él. Él se queda inmóvil, con los músculos de la mandíbula
y el cuello tensos. Veo en sus ojos un destello de ira y confusión que
se posa en Fenny.
—¿Qué está pasando aquí? —exige saber.
—Lo discutimos… que sería bueno para nuestra corte ver a su
duque, y conocer a la mujer que ha elegido como próxima ofrenda. —
El tono de Fenny es difícil de discernir, pero tengo la impresión
inmediata de que esto ciertamente no se discutió.
Las otras damas también deben darse cuenta, porque la mujer de
la trenza marrón dice:
—La invitación llevaba su sello personal.
Ilryth frunce los labios. Casi puedo ver cómo se contiene
físicamente para no mirar a Fenny.
—Claro, ahora lo recuerdo, por supuesto.
—Lord Ilryth, es un honor cenar hoy con usted —interviene Serene
con cierta fuerza y una sonrisa tensa. Las demás asienten.
Pero Ilryth parece ignorarlas a todas. Se detiene ante mí y me
inspecciona de pies a cabeza. Me siento un poco más alta, echando los
hombros hacia atrás y manteniendo el cuello largo. Tengo las manos
cruzadas sobre el regazo y el rostro relajado. Aún no soy consciente
de lo que está pasando, así que lo mejor que puedo hacer es
mantenerme serena y educada. Fenny parece tener la sartén por el
mango en este momento; hacerla feliz es probablemente lo más
sensato.
Sin previo aviso, Ilryth se inclina hacia delante y su expresión pasa
de la frustración a la intensidad. Estoy demasiado aturdida para decir
nada cuando su cara se acerca tanto a la mía. Hemos estado así de
cerca en el anfiteatro, pero dada la reacción de Lucia cuando me
181
sujetó de las manos, había empezado a pensar que su forma de
enseñarme los himnos de los antiguos era algo secreto.
Las otras mujeres comparten miradas. Sin duda, también
intercambian palabras en sus mentes. Está escandalosamente cerca de
mí. Y sin previo aviso, se acerca a mi pecho.
Capítulo 15
Me alejo ligeramente. No me importa lo grosero que pueda parecer.
¿Aquí? ¿Delante de todas ellas? Puede que Lucia no esté presente,
pero estoy segura de que el resto nos regañaría igualmente.
La mano de Ilryth se cierra en torno al collar de conchas de mi
garganta y sus dedos se cuidan de no rozar mi piel desnuda. La
ausencia de su tacto me hace luchar contra el impulso de inclinarme
hacia delante y forzar el contacto. Un rubor de vergüenza y necesidad
amenaza con subir a mis mejillas.
—¿De dónde lo has sacado? —pregunta pensativo.
—Eso lo diría yo —interviene Fenny. No sé si ha oído la pregunta
o simplemente lo ha supuesto.
—¿Está bien? —le pregunto a Ilryth, manteniendo mi atención solo
en él—. Puedo devolverlo, si quieres.
182
—No, quédatelo. —Suelta el collar—. No lo he usado desde que era
un niño.
¿El collar era de Ilryth? Sus marcas ya están en mi cuerpo. No estoy
segura de cómo me siento llevando algo suyo alrededor de la
garganta. Él parece ajeno a mi incertidumbre y, por suerte, el
caparazón lo mantiene así, recordándome lo práctico que es. Símbolo
o no, tiene un uso esencial para mí.
—Te aseaste bien. —Una sonrisa se curva en sus labios. Parece casi
orgulloso. Aún no ha saludado a ninguna de las otras mujeres y hay
algunas miradas heridas—. Admito que me sorprende.
—¿Pensabas que «marinera salada y sucia» era mi único estado?
—No olvides grosera —bromea.
Sonrío.
—Pero estás preciosa —añade—. Vestida así, y cuando estás
«salada y sucia». —Las palabras me toman desprevenida. ¿Cuándo
fue la última vez que alguien me llamó preciosa sin gritarlo medio
borracho al otro lado de la calle?
—Excelencia, odiaría que no dedicara el tiempo necesario a
entretener a las otras asistentes que ha invitado —dice Fenny,
ligeramente seca.
—Sí, claro. —Ilryth lanza una mirada aguda a su hermana. Es un
rápido movimiento de los ojos. Ya está y se ha ido. Solo lo capto
porque le estoy mirando directamente.
Pero se salva de tener que involucrarse más cuando unas sirenas
nadan por la abertura de arriba, interrumpiendo la discusión. Llevan
conchas apiladas con trozos de carne de pescado y bolas de algas, que
colocan en el agua alrededor de Ilryth y las mujeres. A mí no me
ponen ninguna. Lo que me parecería más extraño, si tuviera hambre.
De hecho, es la primera vez que pienso en comida desde mi llegada,
a pesar de que ya han pasado semanas.
—No he comido… ¿Por qué no necesito comer? —Guardo mis 183
pensamientos solo para Ilryth. Para mi deleite, gracias al caparazón y
mi práctica con la magia, funciona.
—A medida que tu cuerpo se vaya convirtiendo en un tejido más
mágico que mecánico, no necesitarás alimentarte como antes —
afirma con naturalidad.
Miro a todo el mundo mientras empiezan a desenvolver las bolas
de algas que tienen delante. Aparecen burbujas aparentemente
sólidas —casi como gelatina— con verduras marinas en su interior.
No se parece en nada a ningún alimento que haya comido nunca, pero
ahora que me he dado cuenta de que han pasado literalmente
semanas, lo único que quiero es comida. Aunque tenga razón y en
realidad no tenga hambre.
—¿Puedo pedir un poco? —No pregunto a nadie en particular.
Ilryth y Fenny miran sorprendidos. Las otras damas dejan de comer
e intercambian miradas. Habría supuesto que interesarme era algo
bueno. Pero ahora no estoy tan segura.
—¿Quieres un poco? —Ilryth parece inseguro.
—Sería un honor probar la cocina de mis anfitriones —digo,
tratando de enfatizar que soy sincera y bienintencionada en mi
petición.
Ilryth se queda quieto. Sospecho que está solicitando mentalmente
otro pedido. Mis sospechas se confirman cuando una sirena se
precipita y me presenta una pequeña burbuja de algas. La
desenvuelvo lentamente. Es más o menos la mitad de la porción que
les dieron a los demás, pero está bien. Una pequeña muestra es más
de lo que necesito para saciar mi curiosidad… y mi deseo de sentirme
humana.
El ser humano necesita respirar aire. Vivir en la tierra. Necesitan
ver la luz del sol sin filtrar… Ya he perdido muchas de esas cosas que
me conectaban con mi humanidad, con mi mortalidad. Necesito algo
que me recuerde que no soy solo magia. Que sigo siendo Victoria.
—Me disculpo; creo que los humanos comerían con una cosa…
¿excéntrica? Así que esto te debe parecer una barbaridad. —Ilryth
184
mete la mano en su burbuja y arranca verduras crudas con facilidad,
comiendo con los dedos.
Resoplo divertida y no puedo evitar una sonrisa.
—He vivido mis años en un barco, donde he tenido suerte si hemos
visto algo fresco durante días enteros. No suele haber mucho espacio
para la etiqueta en mi mundo.
Hago ademán de meter la mano en la burbuja mientras él mira para
demostrarle que realmente no me molesta la práctica. Todos los ojos
están puestos en mí cuando doy el primer mordisco. Es un poco como
un pepinillo demasiado blando. Salado. De sabor picante. La textura
es un poco desagradable y eso hace que no me guste. Pero para
sentirme un poco humana, me satisface. Tengo el acto de masticar y
tragar, por incómodo que sea bajo las olas.
—Te adaptas bien —valora Ilryth.
—He tenido que ser adaptable en mi vida. Trabajé para Lord
Kevhan Applegate como capitana de su flota. Mi reputación me
exigía asistir a reuniones formales no muy diferentes a esta. —Hago
una pausa—. Bueno, con mucho menos agua.
Ilryth se ríe.
—Me alegro por ello. Verte tan adaptable es un alivio —admite. Las
palabras son suaves en mi mente. Una suave caricia de los
pensamientos más nimios. Se me eriza la piel ante el cumplido. Saber
que he conseguido un trabajo bien hecho nunca dejará de ser
gratificante.
—Lord Ilryth, a nosotras también nos gustaría conocer a Su
Santidad. Si no le importa… —Serene se muestra claramente molesta
e Ilryth no parece preocuparse lo más mínimo por su presencia, ni por
la de ninguna de las otras mujeres.
—Sí, Excelencia —dice Fenny—, estaba a punto de decir lo mismo.
Tiene unas invitadas tan encantadoras, todas deseosas de charlar con
usted.
—Mis disculpas —dice Ilryth al grupo—. Me parece que he estado 185
muy ocupado con mi obligación de preparar la ofrenda para Lord
Krokan. Puede que haya sido negligente al atender a mi corte.
—No se preocupe —dice Trenza Parda, mirando a Ilryth a través
de las pestañas—. Esperaríamos una eternidad por usted, Excelencia.
—Es un honor para mi hermano estar rodeado de tantas que lo
quieren —dice Fenny con calidez.
—Amaré fielmente a Su Gracia durante todo su reinado.
—Yo también —añade otra.
Serene no se queda atrás.
—Yo también.
Las mujeres hablan con entusiasmo, una a una. Todas profesan lo
mucho que aman —o amarán— a Ilryth. Pero él no parece encantado.
En todo caso, con cada declaración parece más y más incómodo.
Me estoy haciendo una idea de lo que es realmente esta reunión.
Probablemente no tenga nada que ver con que me hayan presentado.
Fenny quería traer a Ilryth aquí y él iba a venir a buscarme cuando yo
no apareciera en el anfiteatro. Me pregunto si me estaba esperando.
¿Debería contarle lo que ha pasado esta mañana? Quizá más tarde…
No quiero arriesgarme a que alguien más lo oiga, ni siquiera con el
caparazón.
—Decirme, ¿con qué entretenimientos llenan sus horas? —les
pregunta Fenny, avivando las conversaciones ante el continuo
silencio de Ilryth.
Las damas enumeran las cosas que les gustan. El mundo de las
sirenas es fascinante, lleno de cabalgar sobre delfines y tejer algas.
Intento escuchar atentamente a las tres primeras en un esfuerzo por
ser respetuosa. Pero entonces me doy cuenta de que Ilryth apenas ha
tocado su comida. Aunque escucha a las damas, lo hace con ojos
lánguidos. Obviamente es obligatorio. En cierto modo, mira más allá
de cada una de las oradoras —mirando a través de ellas al coral y a
los peces danzantes más allá del pabellón— como si ni siquiera
existieran. Como si estuviera a un mundo de distancia. Estoy segura
de que he llevado esa mirada muchas veces en las fiestas de Kevhan.
186
—Lord Ilryth —suelto. Todas las miradas se posan en mí, incluida
la de una dama especialmente molesta que debía de estar hablando—
. Disculpe la interrupción cuando parecía tan atento. Pero siento que
necesito volver a mi cámara… este es un gran contacto con el mundo
de los vivos y me estoy desorientando, dadas las palabras de los
antiguos sobre mi carne. Necesito un tiempo para desprenderme y
centrarme en mi unción. —Espero que mi manipulación de toda la
sabiduría popular y la historia que me han contado hasta ahora suene
convincente.
—Sí, claro. —Se endereza con entusiasmo su caparazón—. Si todos
nos disculpan, por favor.
—En primer lugar, Excelencia —dice Fenny, deteniéndonos a
ambos con el comentario—, había traído hoy aquí a Su Santidad con
la esperanza de que pudiera mostrarnos su habilidad para cantar
nuestras canciones.
Una tensión desgarradora y aterradora se apodera de mi pecho. No
estoy preparada para ningún tipo de demostración. Además, nos
hemos centrado —a petición mía— en las palabras de los antiguos.
No en otros cantos de sirena.
Ya está.
—Aunque me encantaría, me he centrado en aprender los himnos
de los antiguos. No quisiera arriesgar el bienestar mental cantando
esas palabras —digo con valentía. Por el rabillo del ojo, veo que Ilryth
me mira con lo que parece ser una expresión impresionada y
complacida.
—Seguramente, Ilryth, le has enseñado algunas de nuestras
canciones más importantes y no solo todos los himnos de los antiguos
dioses —presiona Fenny.
Ilryth se mueve a mi lado. Su mano se cierne detrás de mí, justo en
la parte baja de mi espalda. No llega a tocarme, pero está muy, muy
cerca.
187
—La ofrenda no es tu intérprete personal —dice con firmeza y me
acompaña fuera de la habitación, por el techo. Con cuidado de no
tocarme durante todo el tiempo que sus ojos están puestos en
nosotros. Me esfuerzo por nadar con toda la elegancia que puedo,
todavía incómoda con la envoltura alrededor de las piernas.
Puedo sentir cómo sigue echando humo en silencio. No digo nada.
Más que nada porque no me corresponde, pero también porque me
identifico con él de un modo extraño e imprevisto.
—Gracias por intentar sacarnos de allí —dice finalmente, las
palabras suaves en mi mente.
—Por supuesto. Para mí tampoco fue divertido. —Vamos despacio.
Mi mano se mueve por sí sola; que mis dedos se cierren alrededor de
los suyos es sorprendentemente fácil después de las últimas semanas.
Ilryth mira entre el contacto y mi cara. Creo que está a punto de
apartarse. Pero no lo hace. En lugar de eso, me sondea suavemente
con la mirada. Miles de preguntas tácitas envueltas en una sola
mirada—. No sabía que eso iba a pasar. No lo habría hecho si hubiera
sabido la verdad. Pensé que eras tú quien lo había organizado.
Incluso si encuentro las maquinaciones de Fenny un poco
solapadas, sigue siendo su hermana. No voy a reprenderla delante de
él.
—Fenny tiene buenas intenciones. —Ilryth sacude la cabeza y
murmura—: Al menos eso es lo que me digo a mí mismo.
—Hermanas, ¿verdad? —Inclino la cabeza hacia un lado
encogiéndome ligeramente de hombros.
Comparte mi sonrisa cómplice.
—Insoportable, de verdad.
—Pero las queremos igual.
—Eso hacemos —asiente. Ilryth vuelve a centrar su atención en
nuestras manos. Desenlaza los dedos, cambia su agarre y vuelve a
engancharlos contra los míos. El más mínimo gesto hace que el 188
corazón me dé un vuelco. Ha pasado mucho tiempo desde que
alguien más allá de mi familia me tocó de una forma suave y
tranquilizadora.
Las sirenas tienen razón. El tacto es peligroso, su tacto. Enciende
una parte de mí que creía marchita y desaparecida. Muerta por
negligencia. Tal vez, una parte que debería permanecer muerta…
—Lo has hecho de maravilla —elogia calurosamente.
—Gracias, lo estaba intentando. —Sonrío ligeramente—. Pero
agradezco no tener que cantar delante de ellas. Sé que no se me da
muy bien, aun así.
—No digas eso. No te saqué de allí porque no creyera que
pudieras…
—No pasa nada si lo hubieras hecho —digo con una sonrisa
cansada.
—Victoria… —Ilryth busca mi expresión, como incrédulo de que
eso sea lo que realmente pienso—. Eres…
—Ilryth —le llama Fenny, nadando hacia él. Ilryth suelta
rápidamente mi mano. No creo que se haya dado cuenta de nuestros
dedos enlazados—. No puedes irte así.
—Soy el duque de este ducado; puedo entrar y salir cuando me
plazca.
—¿Y como duque de este ducado dejas en ridículo a tu hermana?
—Mi hermana hizo el ridículo cuando olvidó su lugar y actuó sin
mi aprobación —dice Ilryth secamente—. Victoria no es tu peón y yo
tampoco.
Fenny detiene todo movimiento. Pero su ceño se frunce aún más.
—Intentaba demostrar a tu corte que realmente cumpliste tu
promesa de adquirir el sacrificio. No lo sabrías porque pasas mucho
tiempo escondido, haciendo quién sabe qué, pero la gente empezaba
a murmurar con incredulidad que hubieras conseguido una ofrenda.
Me propuse cumplir varios objetivos a la vez. Alguien debe mantener
unido este lugar. 189
—Cuida tu lengua —gruñe Ilryth—. He hecho muchas cosas por
nuestro ducado.
—¿Lo has hecho? Nombra una, aparte de la ofrenda.
—Hermana, te pasas de la raya.
—Dale a un hombre tiempo suficiente y podrá cumplir cualquier
deber. —Fenny sacude la cabeza—. La unción ha sido hace menos de
dos meses. Madre murió hace casi cinco años.
—Basta…
—Y sé que nunca quisiste ser el duque, pero tuviste el honor de
nacer primero. —Y Fenny no puede soportarlo, me doy cuenta. Ella
hubiera querido que la responsabilidad recayera en ella. Está claro
que hay precedentes de mujeres líderes en el Eversea, ya que la madre
de Ilryth fue duquesa—. Si quieres ser el duque entonces actúa como
tal, siempre, no solo cuando te convenga. Si quieres que te respeten,
respeta tus responsabilidades.
—Lo hago—responde Ilryth.
—¿En serio? —Esas dos palabras son más afiladas que el filo de una
navaja. Me inclino hacia atrás, alejándome ligeramente, como si
pudiera desaparecer de esta conversación que realmente siento que
no debo escuchar. Pero, si ella no quisiera, podría ocultar que sus
palabras son solo para Ilryth. El hecho de que no sea así las hace
mucho más duras—. Porque lo que acabas de hacer ahí dentro no es
indicativo de «conocer tus responsabilidades».
—Ya basta. —El tono de Ilryth es tan agudo que Fenny se inclina
hacia otro lado, con cara de herida.
—Solo quiero que te tomes estos asuntos en serio —dice Fenny,
tranquila pero directa.
—Te aseguro que sí —dice con una nota de cansancio—. Pero ahora
mismo debo centrarme en la unción. No en tus juegos.
—Intentas utilizar una responsabilidad para eludir otra. —Fenny
sigue sin mirarlo—. Ya tienes veinticinco años… 190
No me había dado cuenta de que solo era un año mayor que yo.
Ilryth siempre parece mucho más maduro y disciplinado. De aspecto
intemporal.
—… y sigues sin heredero ni esposa que te lo dé. Sé que siempre
has florecido tarde. Sé que siempre has asumido responsabilidades a
tu debido tiempo. —Ilryth hace un gesto de dolor. No lo ve porque
Fenny le devuelve la mirada después del hecho—. Pero debes actuar
cuanto antes. El Eversea no es el lugar seguro que era en tiempos de
nuestros padres. La furia de Krokan empeora con cada mes que pasa.
La podredumbre amenaza el bienestar de todos, niños incluidos.
Todos necesitamos líderes fuertes con herederos capaces ahora.
—Lo sé. —Ilryth suspira pesadamente—. Escucha, déjame llevar a
Victoria a su habitación y luego volveré con las damas que me has
traído para que las tenga en cuenta. Haré las paces y seré la
personificación de lo encantador.
—Bien. —Sonríe orgullosa. Qué rápido cambia el tono de Fenny
cuando consigue lo que quiere, lo que claramente cree que es
correcto—. Sé que pronto encontrarás a tu compañera y te hará tan
feliz como mamá hizo a papá.
Ilryth apenas oculta un estremecimiento.
—Mi felicidad se encontrará cuando todos los demás sean felices.
—Las palabras se hacen eco de las mías de hace semanas. Una
profunda tristeza se agita en mí. ¿Está ocultando las mismas
emociones complejas que yo?—. Ahora ve a entretener a las damas
hasta que vuelva.
Ella asiente y se aleja nadando, dejándonos solos a los dos. Ilryth
gira el cuello, como si intentara liberar los restos de tensión que la
conversación ha dejado en él. A juzgar por sus hombros casi
levantados por la barbilla todavía, no creo que funcione.
—Siento que hayas tenido que ver eso —dice finalmente.
—Está bien —digo suavemente—. Yo… puedo entenderlo mejor de
lo que crees.
Me mira con evidente confusión. 191
—¿Sabes lo que es estar obligado a casarte por el bien de tu pueblo?
Me río ligeramente.
—Está bien, no. Eso no lo sé… Pero sí sé lo frustrante que es que la
gente intente decirte que te enamores, que te tiendan una trampa, que
te digan que hagas esto o aquello, en qué deberías centrarte… cuando
está claro que lo tienes todo bajo control. Cuando sabes cuál es tu
camino en la vida pero nadie parece aceptarlo porque siempre te
sugieren que deberías tener o ser algo más. Como si pudieras hacerlo
todo bien y aun así…
—Nunca sería suficiente —termina Ilryth, mirándome fijamente
durante un largo momento, parpadeando, como si me viera por
primera vez—. No esperaba encontrar camaradería contigo de esta
manera.
—Yo tampoco.
—¿Tenías expectativas de casarte? —Se acerca nadando y vuelve a
tomar la delantera. Lo sigo, me quito la venda de las piernas y nado
solo en calzoncillos.
—Yo no las llamaría expectativas… —Suelto la tela de seda,
dejando que la corriente la arrastre. Alguien lo encontrará—. Pero
mucha gente me preguntaba si encontraría un pretendiente. Les
resultaba difícil imaginar que una mujer de éxito no necesitara un
hombre que completara esa faceta de su vida.
—Imagino que muchos hombres se sintieron atraídos por tu éxito.
—Es increíble que parezca decir esas palabras de verdad, creyendo
que son ciertas.
—Algunos lo estaban —admito—. Muchos se sintieron
intimidados. A mí no me interesaba ni lo uno ni lo otro. Como tú,
tenía responsabilidades. A diferencia de ti, tenía la comodidad, si lo
veo así, de saber que mis días estaban contados. Nunca tuve que
preocuparme por envejecer y estar sola.
—A veces estar solo parece un lujo —dice secamente.
192
Me río. Sé que voy a sonar como mi hermana, pero no puedo evitar
preguntar:
—¿No tienes interés en una esposa, o esposo?
—No es una cuestión de interés. Es una cuestión de elección. De la
cual no tengo ninguna. Tengo dos deberes principales con el Eversea,
más allá de ungirte. —Cuenta con los dedos mientras las enumera.
Mientras mueve los brazos, su codo roza ligeramente el mío—.
Proteger a mi pueblo de los espectros, de los dementes emisarios de
Lord Krokan y de cualquier otro horror que surja del Abismo. Y
procrear un heredero, para que la línea Granspell siga viva para llevar
Dawnpoint y continuar protegiendo estas tierras.
Miro fijamente el mar abierto, pensando en sus palabras.
Intentando encontrar las mías.
—Sé que no me corresponde… —Me detengo y él se detiene
conmigo.
—¿Por qué tengo la impresión de que vas a decir lo que sea de
todos modos? —No parece realmente molesto. En todo caso, parece
divertido.
Sonrío.
—Porque sí. —Porque debo hacerlo. Si puedo evitar que otra
persona cometa el mismo error que yo…—. El matrimonio es un
juramento que nunca debe tomarse a la ligera, ni sin la debida
reflexión, o porque te sientes forzado a ello. Solo traerá angustia. Pero
también entiendo la responsabilidad… Así que, si es algo que debes
hacer, asegúrate de que la mujer que elijas conozca el designio de tu
corazón. Asegúrate de que ambos vayan con los ojos abiertos. Hablen,
trátense bien. Aunque no sea amor, al menos asegúrate de que es
alguien a quien respetas y sé su amigo.
Me estudia pensativo. Espero que se ofenda porque meto las
narices donde no me llaman. Que me regañe. Pero en lugar de eso,
asiente.
—Ese es un sabio consejo, Victoria. ¿Estás segura de que no estás
193
casada? —Sonríe ligeramente.
—Seguro que no. —Es un poco extraño decirlo, pero por fin me
siento tan bien. Es un recordatorio de lo libre que soy.
—Entonces eres una persona sabia por naturaleza. —Sonríe,
mirándome por encima del oleaje de sus mejillas. Una vez más, el
Siren no parece considerar que yo podría haber estado casada alguna
vez. Supongo que el divorcio no es algo que se haga en el Eversea—.
Sabia, fuerte, inteligente, capaz, honesta y leal… Tuve suerte de
encontrarme con toda una mujer aquella noche en el mar.
Me encuentro luchando contra el rubor por segunda vez en un día.
Pero, esta vez, no hay ira, solo la calidez de sus elogios. Sus cumplidos
me llenan de una forma que hacía mucho tiempo que no me llenaba.
En realidad, no tiene motivos para elogiarme, lo que significa que su
afecto es sincero. Como no sé cómo comportarme ante tanta
amabilidad, desvío la mirada y me encojo de hombros.
—Te aseguro que tengo mis defectos.
—Tendrás que avisarme cuando asomen la cabeza, de lo contrario
podría empezar a pensar que eres demasiado perfecta. —Vuelve a
nadar hacia delante, pero por un momento estoy demasiado aturdida
para seguirlo. Entonces me doy cuenta de que se aleja de mi
habitación.
—¿Adónde vamos?
—Hay una tarea para la que necesito tu ayuda.
—¿No le dijiste a Fenny que ibas a devolverme a mi habitación y
volver?
Ilryth mira por encima del hombro con una sonrisa burlona.
—¿Parezco un hombre al que se le puede decir lo que tiene que
hacer?
No. Y, peligrosamente, me gusta aún más por ello.

194
Capítulo 16
—¿Adónde nos dirigimos? —pregunto mientras nadamos por
encima de la finca. Me doy cuenta de que Ilryth no nada delante. En
cambio, permanece a mi lado.
—La casa de Sheel.
—¿De Sheel? —repito, sorprendida. Hace una o dos semanas que
no veo al hombre con aspecto de tiburón y hace más tiempo que no
interactúo con él. Parece que nuestros caminos dejaron de cruzarse
tras la lesión de Ilryth. Ninguno de los dos se queja, estoy segura.
—Sí, hay algo ahí en lo que creo que podrás ayudar.
—¿Qué es? —Nado un poco por delante de Ilryth para mirarlo.
—¿No te gustan las sorpresas? —Las comisuras de sus labios se
tuercen ligeramente en una sonrisa cómplice. La picardía baila en sus 195
ojos como la luz del sol en el fondo del mar. De algún modo, la
expresión consigue ser a la vez tímida y seductora. Cuando puede
esgrimir expresiones como esa sin esfuerzo, no es de extrañar que las
damas del desayuno prácticamente se lanzaran sobre él.
—No con respecto a asuntos que parecen importantes.
Ilryth aminora la marcha y se detiene. Yo también lo hago y
termino a su lado. Nada a mi alrededor, con la cola arqueándose
detrás de mi espalda —lento para alcanzar su torso—, mientras su
brazo me rodea los hombros, flotando justo sobre mi piel. Cada roce
es más y más insoportable que el anterior. «Tócame», grita mi piel,
ansiosa de algo real a pesar de mi buen juicio. Los recuerdos de sus
manos recorriéndome los brazos y el vientre lo empeoran. Nuestro
contacto es un secreto prohibido, que se intensifica cada vez que
estamos en público.
Ilryth señala más allá del árido campo de arena y conchas hacia un
pequeño arrecife, en el que puedo ver casas construidas.
—¿Ves eso? Es una pequeña comunidad de mi ducado. Allí residen
Sheel y muchos de mis otros vasallos. En su casa hay alguien que te
necesita desesperadamente.
—¿Me necesita?
—Sí, a ti.
—¿Cómo?
—Está enferma de podredumbre. —Su tono se vuelve serio. Una
sombra pasa por el rostro de Ilryth, haciéndole parecer atormentado
y distante—. Y creo que tú puedes curarla.
—¿Cómo?
—La podredumbre es producto de la ira de Lord Krokan, una plaga
de muerte. La magia de Lady Lellia la mantiene a raya. Estás
trabajando para aprender sus magias, así que creo que deberías ser
capaz de deshacerla —dice, lleno de esperanza y confianza.
Emociones que no comparto. 196
—Nunca hemos practicado algo así.
—Pero hemos trabajado durante semanas. Estás preparada.
No puedo ir y fracasar. No puedo decepcionar a nadie.
—Ilryth…
—Quieres ir a la fosa, ¿verdad? Tienes que salvar a tu familia.
—Cómo te atreves a meterlos en esto. —Las palabras son frías.
Me sujeta la mano con valentía y agacha la cabeza, clavando sus
ojos en los míos. No hay nada más que determinación. Como si
intentara verter mentalmente la cruda confianza de su mente a la mía.
—Demuéstrame que estás lista. —Sonríe y añade—: No te tomé por
alguien que se echa atrás ante un desafío.
—Salí de esa habitación tan rápido como pude antes. —En lugar de
aceptar el reto de cantar delante de los demás.
—Cierto. Pero eso no importaba. Era insignificante, vistoso, noble
sin sentido. Esto importa. La vida de alguien está en juego y te
conozco, Victoria, no abandonarás a alguien necesitado.
Me callo y respiro hondo y con fuerza.
—¿Cómo me conoces tan bien?
Una sensación de inquietud recorre mi piel al darme cuenta de lo
mucho que me he expuesto a él, lo que me lleva a cuestionarme los
límites que nunca quise permitirle traspasar. De algún modo, con
cada conversación, con cada tarde de canción sin palabras, ha
conseguido encontrar los contornos de mis cicatrices ocultas y mis
secretos tácitos. Cuando Ilryth me mira, me ve. Es tan familiar como
mi tripulación, tan reconfortante como mi familia. Está prohibido y,
al mismo tiempo, es una liberación en cada momento y cada caricia
que me roba. Estar aquí, trabajar con él, aprender magia… me hace
sentir viva como nunca antes.
—Has manejado todo a tu paso, con gracia. Todo porque quieres
ayudar a la gente que te rodea y a la gente que quieres. Es admirable.
197
Sus palabras me pintan como un dechado de altruismo y una
sonrisa amarga tuerce mis labios. La verdad es mucho más compleja,
difuminada con matices de auténtica compasión, y las sombras de un
subyacente y desgarrador anhelo de ser digna. Durante mucho
tiempo, he existido en una contradicción confusa: obstinada pero
deseosa de doblegarme para apaciguar a los demás, independiente
pero ansiosa de aprobación, necesitada y, en cierto modo, no lo
bastante necesitada.
He conseguido convencerme de que mientras trabaje, me esfuerce,
ayude y dé, podré compensar mis defectos y ser digna del amor de
quienes me rodean.
Tal vez me equivoqué. Si cree que mis motivos son tan simples y
altruistas, entonces no me conoce en absoluto.
—Ahora, agárrate a mis hombros. —Ilryth me suelta la mano y me
da la espalda, ignorante de la turbiedad emocional que ha agitado en
mi alma.
—¿Perdón?
—Será más fácil, más rápido y no me causará problemas.
—¿No sería degradante como duque que alguien cabalgara sobre ti
como un delfín? —Se me escapa el pensamiento y ni siquiera el
caparazón lo retiene.
Mira por encima del hombro y entrecierra los ojos.
—No lo había pensado así antes… pero gracias por iluminarme
sobre cómo podrías percibir mi amabilidad. Ahora, ¿te agarras o no?
—¿Seguro que no pasa nada si la gente nos ve tocándonos? —Miro
hacia la finca. Se oyen algunas sirenas. Pero ninguna parece prestar
mucha atención.
—Esto es un toque práctico. Inofensivo. No es suficiente para
profundizar tu conexión con este plano. A nadie le importaría. —La
forma en que lo dice me hace preguntarme si está trabajando para
convencerse a sí mismo, tanto como a mí.
198
—Puedo nadar por mi cuenta.
—Eres lenta.
—No hay prisa, ¿verdad?
Se vuelve hacia mí, cruzándose de brazos.
—¿Siempre te cuesta tanto aceptar ayuda?
—Intento evitar que nos metamos en líos. —Pongo los ojos en
blanco—. Perdóname por preocuparme.
—No te escudes en tu compasión para ocultar que no quieres
sentirte en deuda o vulnerable.
—Disculpa. —Me inclino hacia atrás y me cruzo de brazos, como si
pudiera proteger el corazón que está tratando de hurgar. Burlarme
un poco de su postura es un beneficio adicional—. No estamos
analizándome. —Aunque tenga toda la razón.
—Victoria, no tienes que esconderte. —Apoya suavemente las
yemas de sus dedos en mi antebrazo—. Lo comprendo. —La forma
en que me mira…—. Los líderes como nosotros, los responsables de
guerreros o tripulaciones de naves, nunca pueden necesitar ayuda. Se
supone que somos nosotros los que debemos ayudar a los demás,
¿no? Pedir ayuda significaría imponernos a las personas que debemos
proteger, mostrar vulnerabilidad cuando no puede haber ninguna.
Estamos dispuestos a darlo todo, incluso nuestra carne y nuestra
sangre, si ese es el coste.
Las palabras son tiernas, incluso introspectivas, y parecen tanto
una crítica a sí mismo como a mí. Me tiemblan las manos, quiero
replicar de la misma manera que lo haría cuando me defiendo de
Charles. Pero tan expuesta como estoy… no me siento a la defensiva.
Tal vez sea porque se está comparando conmigo en su evaluación. De
alguna manera, en este momento, me siento menos… sola.
—Hay cosas peores que sacrificarse —digo en voz baja.
—Claro que las hay —acepta con tranquilidad—. Pero no tienes por
qué.
—¿A que sí? —Sonrío y me encojo de hombros. Ilryth abre la boca,
199
como para objetar, pero luego la cierra cuando se lo piensa mejor.
—Realmente eres otra cosa. —Se ríe entre dientes y sacude la
cabeza, como si tampoco pudiera creérselo—. Bien. A mi alrededor,
solos tú y yo, no tienes que sacrificarlo todo. Tal y como eres es más
que suficiente. —Ilryth me dedica una última sonrisa cálida y vuelve
a darme la espalda. Espera.
Sobrevolamos el borde de su finca. Bajo nosotros, las sirenas siguen
a lo suyo. A lo lejos, un grupo llega a los pilares principales que
parecen delimitar su ducado. Pero él está quieto como una estatua.
Inmóvil.
Miro fijamente su ancha espalda, las marcas que se arremolinan y
se hunden en los surcos que el agua ha abierto en los músculos bajo
su piel. Tocarlo ahora, sujetarme de sus hombros, es mucho más que
aceptar ayuda en este momento. Las yemas de mis dedos sobre su
piel son una promesa tácita. Una conexión prohibida más allá de los
sacrificios y la unción.
«¿Qué haces, Victoria?» susurra una vocecita desde lo más
recóndito de mi mente.
Mis dedos presionan su músculo y susurro:
—Gracias.
—De nada. —Empieza a nadar.
Manteniendo los codos doblados y pegados a los costados, cabalgo
sobre su espalda, consciente de la ondulación de los poderosos
músculos que hay debajo de mí. Su trasero choca de vez en cuando
contra mi entrepierna, provocando una sacudida que me recorre el
cuerpo. Aunque no noto el agua presionándome la cara con tanta
fuerza como habría esperado, sí que lo noto.
Charles fue mi primero. El único. Incluso cuando me creyó muerta,
no busqué los brazos de otro. No solo porque no sabía si un hombre
querría a una mujer que huía de sus juramentos y de su antiguo
amor… sino porque seguía casada. Aunque no llevara anillo, aunque
no viviera bajo su techo. Él seguía marcado en mi alma. Buscar los 200
brazos de otro no me parecía bien, en el mejor de los casos, y, en el
peor, prometía ser algo que anudaría mis entrañas con una agitación
para la que no tenía tiempo.
Tal vez, si hubiera tenido más tiempo…
Boom. Boom. Boom.
Cierro los ojos y trago saliva. Intentar concentrarme en otra cosa
que no sea la inesperada presión de Ilryth contra mí es inútil. La
fuerza de sus músculos me aprieta. Su cuerpo se mueve como la
música. El Siren es tan tentador en su forma como en su canto y su
poder.
Todo él, tanto, tan cerca, es abrumador. Por primera vez en años,
me siento como la chica que huyó con Charles. Tan caliente entre las
piernas. Tan ansiosa por explorar. Creyendo que cualquier cosa sería
buena solo por una oportunidad de tener el más pequeño de los
gustos. Por suerte, ahora tengo experiencia para mantenerme alerta.
Abandonamos el borde de la finca. Los edificios conectados por
arcos y corales se acaban. Una tierra estéril de arena y roca se extiende
hacia una serie de pequeñas casas en la distancia.
Las casas son versiones modestas de su finca, construidas con coral
y conchas. Ilryth se inclina hacia abajo y, a nuestro paso, la gente deja
de hacer lo que está haciendo para inclinar la cabeza antes de
reanudar sus actividades cotidianas.
Sheel está encaramado fuera de una casa excavada en un enorme
montículo de coral cerebro, puliendo una hoja de hueso con una roca.
Pero en cuanto nos ve a Ilryth y a mí, se pone atento.
—Mi Lord, Su Santidad, creía que era el anfitrión de la corte; ¿a qué
debo este inesperado honor?
Ilryth ignora la mención de «anfitrión» y dice:
—Estaba pensando en lo que me contabas la otra noche sobre el
estado de Yenni y se me ocurrió que, tal vez, Victoria podría ayudar.
Sheel balbucea, abriendo y cerrando la boca, mirando entre Ilryth 201
y yo. El asombro y, me atrevería a decir, la admiración en su rostro es
una emoción tan diferente a la que me mostró cuando pensó que
escapaba de mi prisión.
—Su Santidad… no soy digno.
—Sólo Victoria está bien. —Disimulo mi malestar por el cambio de
actitud de Sheel. Es sorprendentemente amable, dado que conozco el
tipo de hombre que es Sheel. He conocido a su tipo a lo largo de los
años: el general que sigue órdenes. Es feliz mientras todo el mundo
tenga su sitio y lo ocupe. Puedo simpatizar con él y entender que yo
haya perturbado su orden.
—Por favor, pasen. —Sheel nos hace pasar a través de la cortina de
cuerda trenzada, lastrada por piedras pulidas, que cuelga de lo alto
del arco que da entrada a su casa.
Dentro hay una extraña morada, extraña al menos para mí, como
humana. Hay un estanque de color naranja brillante situada en una
cuenca de rocas. Más cuerdas y algas cuelgan del techo, enlazadas y
trenzadas como columpios. En el centro de la casa, donde yo habría
esperado que hubiera un hogar, hay una ramita pequeña y fantasmal
que se eleva en espiral alrededor de un pálido trozo de madera
clavado en una grieta del suelo de piedra.
En cuanto lo veo, me siento atraída como por una cuerda invisible.
Las hojas del árbol fantasma brillan como la plata, emitiendo una luz
tenue y fría. Se mecen empujadas por brisas que no se sienten. O, tal
vez, meciéndose al ritmo de la música que oigo susurrar en el fondo
de mi mente.
—¿Qué pasa? —murmuro.
—Formalmente se llama anamnesis: es un recuerdo del Árbol de la
Vida, almacenado en el corte del que están hechas nuestras lanzas. —
Ilryth está a mi lado—. Ofrece protección y las bendiciones de Lady
Lellia, protegiéndonos de las garras de la muerte. —Mira a Sheel—.
¿Te ha ayudado?
—Así es. Gracias por permitirnos un fragmento del Árbol de la
Vida para traer la bendición de Lady Lellia a este humilde hogar.
202
—Es lo menos que puedo hacer. —Ilryth suena como si lo dijera en
serio. El sentimiento está plagado de culpa.
Resisto el impulso de tocarlo. Ilryth debe de haber tenido la misma
necesidad, porque su meñique engancha el mío. Brevemente. Tan
brevemente que casi me pregunto si fue solo un rizo de corriente en
lugar de un toque consciente.
—Por aquí. —Ilryth me lleva a la derecha de los dos arcos del fondo
de la sala, Sheel justo detrás de nosotros.
Estamos en un túnel de coral. Las algas cuelgan del techo entre
hilos de seda adornados con cuentas de cristal y conchas
opalescentes. En las paredes de coral hay grabados similares a las
formas dibujadas en mí, parecidos a los que se grabaron en los huesos
de ballena.
—Cuando las raíces de la fosa murieron, las bendiciones de Lady
Lellia ya no pudieron llegar a este dominio lejano —dice Ilryth en voz
baja. Tengo la impresión de que habla solo para mí—. Estuvimos a
merced de la podredumbre hasta que conseguí utilizar la lanza
sagrada de mi familia, Dawnpoint, para hacer una anamnesis lo
bastante fuerte como para contener las mareas que traían la
podredumbre a nuestros hogares. Desde entonces, todos los ducados
le siguieron. Pero es una parada temporal en un problema que
empeora y la podredumbre se afianza más y más cada año.
«Una lanza…» Pienso en cómo Sheel mencionó que Ilryth entró en
la fosa sin su lanza. ¿Estaba sacrificando su propia seguridad por la
de su pueblo de otra manera? Otro zarcillo de admiración por este
hombre se abre paso en mí. Pero no me detengo en ello; estoy
demasiado distraída en el momento en que atravesamos otra cortina
de cuerda y se hacen patentes al instante todas las consecuencias de
la podredumbre.
La habitación más alejada de la casa está en penumbra, salvo por
unas pálidas flores lilas que brillan en el techo. Pero su luz lucha
contra la podredumbre marrón rojiza que flota por el agua en
macizos.
203
La fuente de la podredumbre no es una corriente ni una fosa lejana,
sino una chica tendida en un lecho de piedra y algas. Su respiración
es agitada, el pecho lucha por subir y bajar con cada respiración
superficial. Está cubierta de una fina capa de algo que parece óxido.
Se adhiere a ella, irritando su piel, y si sus venas púrpuras levantadas
son una indicación, también está envenenando su sangre. A su lado
hay una mujer que, hasta el momento en que entramos, había estado
agarrando la mano de la chica a pesar de las manifestaciones físicas
de su dolencia, llevándosela a la frente mientras cantaba rezando.
—¿Sheel? —La mujer mira entre nosotros.
—Sanva, Su Excelencia ha traído a Su Santidad, Victoria, para que
venga a ayudar a Yenni. —Sheel cruza hacia la mujer, dándole un
breve beso y luego rodeando sus hombros con el brazo—. Como
ofrenda, ella ha estado aprendiendo las palabras de los antiguos.
Quizá pueda ayudar.
La mujer junta ambas manos ante sí, extendiéndolas ligeramente.
—Su Santidad, no somos dignos.
—Haré lo que pueda —digo, deseando tener más confianza. No
tengo ni idea de lo que hago y los dos me miran como si fuera la única
esperanza para su hija.
Con un movimiento de mis brazos, me desplazo al otro lado de
Yenni. Es la viva imagen de Sheel, salvo por las pústulas que cubren
todo su cuerpo. Algunos de los forúnculos se han roto y no rezuman
sangre, sino terrones de algas rojas… no, putrefacción. No me extraña
que Sheel se pusiera tan agresivo cuando pensó que yo estaba
interrumpiendo la unción. Me ve como la cura de la podredumbre
misma.
Ilryth había dicho que la podredumbre se filtra desde el Árbol de
la Vida. Si es así, ya no es un árbol de vida, sino de muerte, y está
envenenando a la gente de esta tierra. He estado trabajando para
comprender la magnitud de lo que estoy afrontando y pensaba que
lo estaba haciendo bien… hasta este momento. Esta no es una
enfermedad que yo conozca. Es una que proviene de una fuerza más
allá de mi comprensión.
204
Pero no tengo que entenderlo para ver cuándo alguien necesita
ayuda. Y si puedo ayudar, lo haré. Lo haré para que podamos ir a la
fosa. Así Ilryth prestará su ayuda a mí y a mi familia y porque…
Porque no podría vivir conmigo misma si no ayudara cuando creo
que podría hacerlo.
Puede que Charles me enseñara a manipular emocionalmente a
alguien por la necesidad de mi propia supervivencia. Pero también
me enseñó lo que se siente al ser manipulado. Las enjutas ataduras
que envuelven tan fuertemente el alma de uno que cortan tu propio
ser. Ese conocimiento es lo que me impide ser la mercenaria que
desearía ser.
No estoy haciendo esto por mí, para conseguir algo de Ilryth. Lo
hago porque es lo correcto. Ahora, la pregunta sigue siendo…
«¿Puedo hacerlo?»
—Me gustaría algo de espacio —anuncio, esperando dar un aire de
autoridad. Sheel y Sanva se marchan. Solo queda Ilryth, iluminado
ominosamente por la escasa luz y la neblina roja. Lo miro, y me asalta
el pánico. Pero evito que se apodere de mi cabeza, manteniéndome
firme—. ¿Qué se supone que debo hacer?
—Ordena que las palabras de los antiguos destierren la
podredumbre —dice con calma. Tan práctico.
—No tengo ni idea de cómo hacerlo. —Sacudo la cabeza—. Ilryth,
esto es serio. No sé cómo ayudarla…
Se desliza detrás de mí. En el momento en que su cuerpo se aprieta
contra el mío, todas las preocupaciones se funden en el calor de su
figura. Una mano se posa en mi abdomen. La otra se desliza por mi
costado, apoyándose en mis clavículas. Sentirlo detrás de mí me
tranquiliza más de lo que hubiera querido. Odio desear su
estabilidad. Cómo he llegado a asociar su tacto con este extraño
poder.
—Victoria, eres increíble. Puedes hacerlo. —Su nariz roza mi cuello
mientras su cara se posa junto a mi hombro. Intento reprimir un
escalofrío y no lo consigo. Él lo siente. Debe de sentirlo. Porque sus
dedos presionan la rígida tela del corsé que me cubre el estómago,
205
como si intentara agarrar la necesidad que ha depositado en mí—.
Todo lo que tienes que hacer es cantar.
—¿Qué canto? ¿Qué palabras?
—Las conoces aquí. —Su mano se desliza por mi pecho,
descansando justo encima de la turgencia de mis pechos—. Eres más
mágica de lo que crees. Como humana, eres una descendiente lejana
de los antiguos dioses, de un pueblo que fue creado con la ayuda de
Lady Lellia. Has sido marcada con su poder. Tu alma es música para
sus canciones. Busca en los vacíos de tu mente donde han residido
sus palabras y encuentra las correctas.
Respiro profunda e innecesariamente, mi pecho se hincha contra su
mano. Ilryth me aprieta aún más. Nuestra piel parece fundirse. Su
nariz me roza el cuello mientras inclina la cabeza.
—Ahora, como en el anfiteatro —susurra—. Canta para mí, mi
Victoria.
«Mi voluntad…» tengo la intención de curarla. Así lo haré.
Pero mi mente está en silencio. Soy plenamente consciente de lo
quieto que está todo. Imagino a Sheel y Sanva en su habitación
principal, esperando ansiosos a que salve a su hija. Llevo semanas
cantando. Pero en el momento en que más lo necesito, las palabras no
salen. Vuelvo al principio.
Ilryth hizo bien en apartarme del desayuno con las damas. Habría
hecho el ridículo. No puedo hacer esto.
«¿Qué puedes hacer, Elizabeth?» La voz de Charles se burla de mí
a través de las barreras que intento levantar en mi mente para él.
—Grandes cosas —susurra Ilryth en respuesta.
Mis ojos se abren de golpe y, así, mi mente se llena de música. La
última vacilación me abandona. Como en el anfiteatro, separo los
labios y empiezo con una nota, no con una palabra. La retengo,
sosteniéndola. Sé lo que vendrá después. Lo he oído infinidad de
veces mientras dormía y al instante se me desencajan los músculos de
los hombros.
206
Ilryth comienza a tararear en armonía. Como si eso fuera lo que
estaba esperando. Su voz se mueve sin esfuerzo alrededor de la mía.
La melodía me apoya mientras protege su mente.
Encuentro la primera palabra. Es una en mi antebrazo.
—Kulta'ra… —Luego la segunda—. Sohov…
Las imágenes pasan ante mi mente, como durante todas nuestras
prácticas en el anfiteatro. Mi vida, lo bueno, lo malo, lo feo. Todo pasa
a primer plano como relámpagos en un mar tempestuoso.
Elijo un recuerdo para arrojarlo al vacío. Debo hacer sitio para la
magia. De lo contrario, hay demasiado de mí… Tengo que dejar
espacio para el poder de dominarla.
Detrás de mis párpados se borran los recuerdos de mi boda.
Primero el color de mi vestido… la expresión de la cara de mi
madre… bailando con mi padre.
El agarre de Ilryth se estrecha sobre mi forma corpórea, como si
intentara sujetarme.
En el momento en que el recuerdo desaparece, no hay más que un
vacío que las palabras de los viejos dioses pueden llenar. En cuanto
ocupan ese espacio, llega la comprensión. Puedo envolver mis manos
alrededor de ellas. El poder es mío.
La canción alcanza su punto álgido y abro los ojos para descubrir
una tenue bruma plateada que brilla en el agua que nos rodea, la
misma que flotaba alrededor de la anamnesis. Se desvanece para
revelar agua clara, plantas vibrantes y sanas, que brillan con una
alegre luz púrpura sobre nosotros. No hay ni rastro de podredumbre.
Me quedo sin aliento cuando los brazos de Ilryth se separan
lentamente de mí.
—Sabía que podías hacerlo. —Hay una nota de orgullo en su voz
que hace que se me enrosquen los dedos de los pies—. Creo que estás
lista para la fosa.
Antes de que pueda responder, los ojos de Yenni se abren. Sheel y
Sanva deben de haber oído algo de mi canción, porque entran
corriendo. Se detienen. Y se quedan mirando. 207
Con un estallido de lágrimas, ambos abrazan a su hija, marcada por
la podredumbre, pero de mirada aguda y sana por lo demás.
Capítulo 17
Sanva y Sheel intentan convencernos de que nos quedemos. Nos
ofrecen una cena temprana e Ilryth declina cortésmente, diciendo que
nos necesitan de vuelta en la finca. Para cuando nos vamos, tengo una
pequeña bolsa de caramelos de gelatina que Sanva me pone en las
manos, negándose a dejarme marchar sin ningún gesto de gratitud.
Sheel intentó que me llevara dos bolsas. De alguna manera, en una
tarde, me he encariñado con él lo suficiente como para considerarlo
de verdad.
—¿De verdad nos necesitan de vuelta en la finca? —pregunto
cuando estamos solos frente a su casa.
—En absoluto. —Ilryth gira en el agua—. Pensé que sería bueno
para ellos tener un tiempo a solas, como una familia.
—¿Cuánto tiempo estuvo así? 208
No responde durante tanto tiempo que me preocupa haberlo
disgustado de algún modo. Aunque no sé cómo podría haberlo
hecho. La pregunta parecía inofensiva.
—Fue la primera en caer enferma, y la peor. La única a la que Lucia
no pudo evitarle la putrefacción interior antes de que se establecieran
las barreras. —Su mirada recorre el paisaje y se posa en la fosa—.
Yenni enfermó por mi culpa.
—Ilryth…
—Es verdad —insiste—. Envié a Sheel a la fosa en una misión
profunda con uno de los nuevos reclutas. Cuando volvió, estaba
podrido. Fuimos descuidados y Yenni pagó el precio. Volví a enviar
a Sheel demasiado pronto. Sanva estaba ayudando a Lucia a atender
a los guerreros… Ninguno de los dos estaba en casa cuando debía.
Nadie supo que Yenni estaba enferma hasta que la podredumbre se
apoderó de ella.
Pienso en Ilryth nadando con los otros guerreros. En el enfado de
Sheel porque Ilryth se había puesto personalmente a la defensiva.
—Por eso vas tú mismo, ¿no? Incluso cuando Sheel no quiere que
vayas, vas de todos modos.
Asiente con la cabeza.
—También curaré a los demás —ofrezco sin dudarlo.
—Están controlados, por ahora.
—Pero…
—Lo mejor que puedes hacer es seguir preparándote para la
presentación ante la corte y la ofrenda. Si logras apaciguar a Lord
Krokan y sanar nuestros mares, la podredumbre terminará en
nuestras aguas y en los cuerpos de los afligidos. Nuestras tierras serán
tan fértiles y mágicas como siempre lo fueron antes de que comenzara
su furia —dice con desesperado optimismo. Está tan decidido, tan
esperanzado.
209
Pero hay algo que no me encaja, y no es porque mi vida sea la que
está en juego para hacer realidad esta nueva utopía… Cuanto más
aprendo sobre este lugar y sus historias, menos sentido parece tener
todo.
—¿Vamos? —Interrumpe mis pensamientos, dándome la espalda.
Me agarro a sus hombros y él se lanza. Me muevo, acomodándome
en su espalda. Pero no encuentro un agarre que me resulte cómodo.
No me cabe duda de que Ilryth cree cada palabra de lo que me ha
dicho. Puedo verlo en sus ojos. Pero, por alguna razón, las palabras
no me suenan. Intento buscar en mis pensamientos una razón
mientras miro con desgana nuestra sombra que se difumina sobre los
tejados de la finca. Al final, no encuentro explicación a mi sensación,
así que no digo nada.
Nos detenemos lentamente, flotando sobre el balcón de mi
habitación mientras el sol empieza a ponerse. Lo suelto, pero no nos
separamos mucho. Sus dedos recorren ligeramente mi antebrazo.
Casi creo que es por casualidad. Pero el roce dura lo suficiente como
para dudar de que lo sea. Me pregunto si Lucia habrá visto alguno de
nuestros viajes de hoy. ¿O sería el «toque práctico» lo que menos le
preocupa? Lo que sea que eso signifique…
—Vendré a verte mañana y nos prepararemos para la fosa en serio
—dice, suave pero firme—. Debemos movernos deprisa, porque el
Ducado de la Fe vendrá pronto a pedirte que te hagas cargo de la
unción.
—¿Qué me harán? —Nunca me gustó la idea de estar aquí. De
hecho, al principio me molestaba. Pero ahora la idea de irme es tan
aterradora como lo fue cuando llegué. Esto es todo lo que conozco del
Eversea y, más que eso… Ilryth me hace sentir segura aquí. Con él
cerca, no tengo que preocuparme.
No es el Siren monstruoso que pensé al principio. Tampoco es un
gobernante de corazón frío que disfruta con la crueldad. Contemplo
su finca. Las colinas cubiertas de arena y algas se extienden a lo largo
de una cadena montañosa submarina hacia el castillo que apenas
puedo ver como una sombra en la distancia, envuelto en una bruma 210
de luz plateada. ¿Cuánto de esto es su ducado? ¿Cuánto es
responsabilidad suya? ¿Cuántos nombres más de personas que
sufren la podredumbre ha grabado en su mente? Casi puedo sentir su
peso tirando de cada uno de sus movimientos. Es lo que lo llevó a
hacer algo tan sombrío como sacar a una joven del océano y decirle
que se sacrificara.
—Te ungirán como lo hemos hecho nosotros, pero su castillo está
más cerca del Eversea, por lo que podrás comulgar directamente con
Lord Krokan, y estar preparada para ello. Las cosas se moverán más
rápido entonces y, cuando llegue el solsticio de verano, serás arrojada
al Abismo. —Las palabras son poco más que una caricia.
Le preguntaría si me dolerá. Pero dudo que lo sepa. Nadie ha
regresado nunca del Abismo. Quiero preguntarle si cree que seré lo
suficientemente buena, a pesar de todos mis defectos y todas mis
dudas. Pero sé que, pase lo que pase, dirá que sí… porque soy la única
opción que tiene.
—¿Estarás allí? —No sé por qué, de todas las preguntas que se me
pasan por la cabeza, ésa es la que se me escapa.
—¿Dónde? —Parece tan sorprendido como yo.
—¿Vendrás conmigo al ducado? ¿Te quedarás conmigo hasta el
final?
El pánico cruza sus facciones.
—Victoria, yo…
—No importa —me apresuro a decir con un movimiento de cabeza
y una sonrisa forzada y amarga—. No debería haber preguntado. —
Al final, nadie estará ahí para mí. Pero no importa. Hace tiempo que
he aceptado esa verdad. Incluso Charles, el hombre que «unió su
alma» a la mía, se marchó a la primera oportunidad que tuvo.
—No es que…
—No quiero que me tranquilices. Estoy bien —le digo suavemente,
extendiendo la mano para acariciarle el bíceps. Me toma la mano y la 211
mete entre las suyas.
Ilryth me mira fijamente con una intensidad impresionante. No
podría apartar la mirada aunque quisiera.
—Mi madre, verás, ella…
—Lo sé —digo en voz baja. No necesita decir que ella fue el último
sacrificio.
—¿En serio? —Sus ojos se abren de par en par—. ¿Te lo han dicho
Lucia o Fenny?
—No hacía falta que nadie me lo dijera. Lo he intuido yo. —Le
sonrío suavemente—. Por eso no debí preguntar.
—Tú…
—Estaré bien. —Retiro mi mano de la suya mientras Lucia rodea el
edificio. Ilryth no se sorprende, pero tiene una breve expresión de
frustración. Sospecho que la llamó antes de que la conversación
cambiara.
Lucia nos mira con cara de confusión. Pero no cuestiona la tensión
del ambiente. En todo caso, fuerza la normalidad con una sonrisa.
—¿Empezamos la unción de esta noche, Su Santidad?
—Sí —responde Ilryth por mí, dejándose llevar—. Nos
prepararemos por la mañana. —Se marcha nadando sin decir nada
más. Casi lo llamo, pero no tengo nada más que decir. No hay razón
para llamarlo más que…
Aparte de…
¿Quiero que esté aquí? ¿Pero por qué? ¿Y por qué le he hecho esa
pregunta? Me resisto a fruncir el ceño. Las respuestas son algo que sé
que tendré que buscar en mi interior… aunque es una exploración
que no estoy deseando hacer.
—Empecemos —dice Lucia, y se mueve hacia mi tobillo izquierdo.

212

Me despierto sobresaltada. Pecho agitado. Me aliso el pelo de la


cara mientras flota alrededor de mis ojos.
Las palabras de Charles aún están en mis oídos. «¿Viste lo aliviados
que se sintieron al dejarte ir? Que tu familia ya no tenga que cargar
contigo es un alivio».
No soy una carga.
«Pero no te preocupes, no me importa. Con mucho gusto te acogeré
bajo mi protección».
No soy una carga, me insisto una y otra vez. Soy fuerte. Capaz. Soy
la mejor capitana que ha habido en Tenvrath. He surcado los mares.
He mantenido a mi familia y a mi tripulación.
Gracias a mí, el Eversea —y Tenvrath en particular— se salvará.
Daría mis huesos por ello. Un sueño. Fue solo un sueño. Intento
calmarme. Se ha ido, no está por ninguna parte. De todas formas miro
a mi alrededor. En busca de él, o del espectro en cuyo interior podría
manifestarse.
«Era un alivio cada vez que te dejaba, Lizzie».
Me levanto de la cama y salgo al balcón. La noche es tranquila. No
hay cantos. Y, sin embargo, mi corazón retumba, como si los espectros
vinieran por mí y solo por mí. Mis dedos rozan la piedra arenosa,
llena de conchas, y vuelvo a impulsarme. Nado sobre la finca a toda
prisa.
Los rayos de luna golpean el fondo del mar, danzan por mi balcón
y lo tiñen todo de tonos plateados y azul oscuro. Cambian y se
mueven con las corrientes. Mi sombra contrasta con la arena.
Es fácil localizar la habitación del tesoro de Ilryth. Desde allí, nado
por el túnel de coral que conecta con su habitación y me detengo justo
encima de su balcón. Me doy cuenta de que estoy a punto de
aventurarme en la habitación de un hombre por la noche.
«¿Qué haría Charles…?» No. Me niego a pensarlo. Él ya no es parte 213
de mi vida y nunca lo volverá a ser. Ya no tiene nada que hacer
conmigo, ni con mi cuerpo, ni con mi corazón. Tengo que dejar de
preocuparme por él… por mucho que me cueste aprenderlo.
De hecho, nadaré hacia abajo porque puedo. Para fastidiarlo. Puede
que Charles nunca sepa que lo he dejado atrás, pero espero que pueda
sentirlo en lo más profundo de su alma.
La habitación de Ilryth está tenuemente iluminada por los
pequeños brotes brillantes que cuelgan del techo y por la luz de la
luna. Está tumbado en la cama, de lado, con las algas amontonadas a
su alrededor como un nido. Dormido, parece tranquilo, casi inocente.
Respiro aliviada al verlo. Está aquí, lo que significa que no hay
ataque. No hay motivo de alarma. Me doy la vuelta y empiezo a nadar
de regreso… hasta que noto una sombra que se cierne sobre mí. Me
sobresalto y miro hacia arriba. Cada parte de mí está en alerta
máxima. Mis ojos se encuentran con un par ya demasiado familiar, el
marrón casi negro en la noche.
—¿Es habitual encontrarte colándote en los baños de hombres por
la noche?
—Excelencia —tartamudeo.
Frunce el ceño.
—Si pensabas matarme mientras dormía, déjame decirte todas las
razones por las que…
—¿Qué hay en mi naturaleza, después de todo este tiempo, que te
haya llevado a pensar que degollaría a un hombre en su cama
mientras duerme? —digo, atónita y más que ligeramente ofendida.
—Veo que ya has meditado sobre el cómo. —Se cruza de brazos
con una leve sonrisa. Mi sorpresa se desvanece con un giro de ojos.
Me está tomando el pelo.
Levanto las manos, señalándome a mí misma. No llevo más que los
calzoncillos y el corsé, los mismos con los que me ha visto
prácticamente todo este tiempo y con una lamentable falta de
bolsillos. 214
—¿Con qué arma?
—Estrangúlame, entonces.
—Me halagas al sugerir que podría dominarte lo suficiente como
para ahogar la vida de tu cuerpo.
Eso le provoca una oscura risita de diversión.
—¿Estás diciendo que crees que soy fuerte, Victoria?
—¿Qué? No. Yo… No quiero sugerir que eres débil. Pero…
Un estruendo de risas me hace callar. Lucho contra el rubor de mis
mejillas. Su sonrisa es ligeramente contagiosa y no puedo evitar
imitarla, aunque solo por un momento.
—Además, ¿las sirenas siquiera… respiran? —Me doy cuenta de
que no lo sé.
—No de la forma que piensas. Aunque no creo que te diga cómo,
no sea que intentes usar la información contra mí.
—Bien, le preguntaré a Lucia por la mañana. Ella me lo dirá porque
es amable y buena. —Me doy la vuelta y empiezo a nadar.
Se resiste.
—¿Amable y buena? ¿Estamos hablando de la hermana correcta?
—Me río—. ¿Y de qué? ¿A diferencia de mí? —dice mis palabras
implícitas.
Miro por encima del hombro y me encojo de hombros, aún
sonriendo.
—¿Qué he hecho para que pienses que soy algo menos que «amable
y bueno»?
—Tú… —Me detengo en seco.
—¿Sí? Me tienes esperando con la respiración contenida. —Ilryth
se cruza de brazos.
Estaba bromeando. Pero me ha hecho pensar… ¿Qué ha hecho?
¿Traerme antes? Sí. Pero, Krokan básicamente me habría matado, mi 215
segunda muerte. Un viejo dios que sin duda perturbó la magia de
Ilryth. Me aprisionó cuando llegué… pero era necesario para que
pudiera seguir existiendo en este mundo. Me ha empujado a
aprender sus canciones mágicas… para poder ir primero a buscar la
plata que mi familia necesita desesperadamente. Todo lo que pensé
que podía ser malo o perverso en él resultó tener una explicación que
solo lo hizo brillar aún más.
—Está bien, supongo —admito.
—¿Solo «bien»? ¿Y lo «supones»? —Se acerca nadando.
Revoloteamos en las aguas abiertas, llenas de pequeñas medusas
luminiscentes que hacen que el oscuro océano que nos rodea parezca
un mar de estrellas—. Realmente no quieres darme mucho crédito,
¿verdad?
—Lo último que querría es que se te subieran los humos.
—Te aseguro que no corro ningún riesgo contigo. —Las palabras
son secas, pero esboza una leve sonrisa—. ¿Por qué has venido a mis
aposentos? ¿Va todo bien?
La genuina preocupación en su voz me hace reflexionar. Incluso
cuando debería saberlo. Parece que se preocupa… que se preocupa
de verdad.
Confieso:
—Tuve una pesadilla y temí que los espectros hubieran vuelto.
Pero no lo parece. Solo algunos recuerdos oscuros que aún tengo que
sacrificar al vacío de las palabras de los antiguos. Realmente debo
seguir practicando mi magia… —Me río suavemente—. Ahora que lo
digo en voz alta, parece una tontería.
¿Qué soy yo? ¿Una niña asustada por la oscuridad? ¿Huyendo por
su manta de seguridad? Y… ¿qué significa que Ilryth fuera hacia
quien corrí?
—No creo que sea una tontería en absoluto. —Inclina la cabeza
para mirarme a los ojos—. ¿De qué se trataba la pesadilla, si quieres
compartirla?
Me mira fijamente con seria intensidad. No puedo apartar la 216
mirada. Mis barreras se rompen. Mi armadura se desprende. He
trabajado tanto, durante tanto tiempo… ¿y qué importan ahora esas
barreras? Ilryth nunca conocerá a mi familia ni a mis amigos. Nunca
les hablará de mi debilidad. De lo agobiante que puedo llegar a ser.
—Soñé que te ibas. —Las palabras son un susurro tembloroso y
dejan tanto sin decir. Son mentira. Eso no es lo que soñé. Pero es parte
de la verdad de lo que me hizo venir aquí: el miedo a quedarme
atrás—. Temía que te adelantaras sin mí, a la fosa, por la plata de mi
familia.
—Victoria… —Me mira a la cara. Estoy convencida de que puede
ver a través de mí y la idea me aterroriza tanto que no puedo
moverme—. ¿Por qué me iría sin ti?
—¿Porque solo te retrasaría? —Me encojo de hombros, tratando de
ocultar lo pesadas que son las palabras sobre mis hombros—. ¿Porque
soy poco más que una carga?
Ilryth toma lentamente mis dos manos. No hay fingimiento. No hay
tensión. Nada incómodo. El gesto es… el que un amigo íntimo le daría
a otro.
—No te dejaría atrás, nunca. Eres demasiado importante para eso.
Hay mucho más.
Todos mis pensamientos anteriores. Mis preocupaciones ocultas.
Las cosas que nunca exploré conmigo misma porque no quería.
Se me hace un pequeño nudo en el estómago que intento deshacer
al instante.
Conozco esa sensación. Esa pequeña burbuja de afecto que se aferra
a mis entrañas y engendra más hasta que, antes de darme cuenta,
estoy prácticamente flotando con la efervescencia del
enamoramiento. No me dejaré embaucar por una sonrisa atractiva y
unos ojos amables. No puedo bajar la guardia ni con él, ni con ningún
otro.
Duré tres años después de Charles sin sucumbir a una mirada 217
atractiva. A estas alturas, guardaré mi corazón hasta el día de mi
muerte. No permitiré que lo vuelvan a tener sin cuidado. Y como ya
estoy, literalmente, marcada para la muerte, no creo que sea difícil
mantener ese voto.
—¿Por mi magia? —digo.
—Porque… tú eres tú. —Y rápidamente añade—: Y no querría
quitarte la oportunidad de proteger a tu familia.
—Por supuesto que no. —Podemos fingir que eso es todo, que eso
es todo lo que está pasando. Todavía no me he apartado, aún
sabiendo que debería. Esto no es un «toque práctico».
—Nos iremos mañana, juntos; te di mi palabra. —Los dedos de
Ilryth se deslizan lentamente contra los míos mientras cambia su
agarre. Me pregunto si sabe lo que está haciendo, el afecto que está
gestando. No es posible, porque si lo supiera estoy segura de que
pararía—. Descansa tranquila esta noche, Victoria.
—Gracias —digo en voz baja cuando me suelta. El agua del mar
está fría contra mis dedos.
—Ahora, voy a volver a dormir. Me agotas. —El seco comentario
hace estallar la pequeña burbuja de calidez que había estado flotando
en mi interior. Sonrío. ¿Cómo puede ser tan reconfortante y a la vez
desconcertante, con una pizca de encantador fastidio?
—¿Te he agotado? —lo llamo mientras se aleja nadando.
—Desde luego. Pareces requerir toda mi energía y atención estos
días; no puedo pensar en otra cosa que no seas tú.
Me quedo mirando mientras él se retira a su habitación, se dirige a
la cama y se acomoda una vez más en el nido que ha hecho sin volver
a mirarme. Su cola se enrosca a su alrededor, como la de un gato. Es
extrañamente… adorable. Sacudo la cabeza y destierro ese
pensamiento mientras empiezo a nadar hacia mi habitación.
Cuando intento volver a dormir, las palabras «No puedo pensar en
otra cosa que no seas tú» flotan en mi mente. No en los tonos ásperos, 218
exigentes u oscuros de Charles. Sino las notas profundas y cálidas de
Ilryth… tan relajantes como sus manos sobre las mías.
Capítulo 18
El resto de la noche es tranquilo. Ya no me persiguen más
pesadillas.
No duermo del todo, pero tampoco estoy consciente del todo. Me
he dado cuenta de que necesito dormir menos, del mismo modo que
ya no como. Cuanto más me marcan los antiguos, menos necesito
atender a mi cuerpo físico. Aun así, en algún momento de la noche se
me ha ido la conciencia durante el tiempo suficiente para que, cuando
me despierto y percibo la presencia de alguien que se cierne junto a
mi cama, me sobresalto tanto que salto de la esponjosa cama y salgo
disparada hacia la otra punta de la habitación.
—Me hieres con tu reacción ante mi presencia. —Ilryth se cruza de
brazos.
—¡Me has asustado! No puedes entrar en mi habitación sin avisar. 219
—Me agarro el pecho. Este hombre va a ser la causa de una tercera
muerte por hacer cosas como esta.
—¿Por qué no? No parecías tener ningún problema en colarte en
mi habitación anoche. Creía que era simplemente la forma en que
preferías que te saludaran, una costumbre humana que no
comprendo. —Está luchando contra una sonrisa de satisfacción y no
puedo decir si es el resultado de mi reacción o si sabe muy bien que
no es una costumbre humana.
—Los humanos no entran en las habitaciones de los demás sin
invitación —resoplo, pensando que realmente no lo sabe.
—Pero tú…
—Sé que lo hice. —Pongo los ojos en blanco—. Pero usted, señor,
es una excepción.
—Qué suerte la mía —dice en tono lo bastante juguetón como para
que no pueda discernir sus verdaderos sentimientos al respecto. Pero
su expresión se suaviza rápidamente—. Deberíamos empezar
nuestros preparativos pronto. Los espectros son peores por la noche,
así que querremos partir mientras el sol aún esté alto.
Hoy es el día, por fin. Voy a conseguir la plata y salvar a mi familia.
Aunque siento un gran alivio, también siento un horror desgarrador
ante lo desconocido que me espera en la fosa gris. Los atisbos que he
visto de ella son suficientemente horripilantes. ¿Qué más acecha en
esas profundidades?
—Estoy preparada —digo con confianza. Ya me he enfrentado
antes a lo desconocido. Puedo hacerlo de nuevo.
—Si prefieres… —Cruza hacia mí.
Lo detengo con una mano suave en el pecho. Cuando estamos
solos, tocarlo es fácil, natural.
—Lo tengo decidido; voy, Ilryth. Son mi familia, mi
responsabilidad. No puedo abandonarlos.
Sus dedos se cierran en torno a los míos y asiente con firmeza.
220
—Lo comprendo.
—Sé que sí —digo en voz baja. Creo de verdad que sí. Después de
todo lo que he visto, todo lo que pesa sobre él, no tengo ninguna
duda—. Ahora, comencemos con los preparativos. —Libero mi mano
y la ocupo alisándola por mi frente, presionando las arrugas
invisibles de mis calzoncillos, mi atención se engancha en las marcas
coloridas y doradas que brillan en mi brazo.
Es muy extraño no ponerse regularmente ropa limpia. Pero en esta
forma no sudo ni acumulo suciedad. Mi piel está tan limpia como
cuando Ilryth me trajo aquí por primera vez. Mi pelo permanece
desenredado por mucho tiempo que pase por las corrientes marinas
sin trenzas. A pesar de lo incómodo que puede resultar tener
constantemente la molesta sensación de que vivo en la inmundicia,
también es terriblemente cómodo, ya que mis mañanas y mis tardes
son mucho más ágiles sin tener que preocuparme de mantener una
forma física. Convertirse en algo más mágico que de carne y hueso
tiene sus ventajas.
—¿Estás bien? —pregunta.
—Sí, solo pienso en lo mucho que he cambiado en estas últimas
semanas.
Ilryth hace una pausa. Vuelvo los ojos hacia él. Casi espero que me
diga que no he cambiado. Parece lo más educado. Lo más amable.
Pero no lo hace. Y de alguna manera… bueno, no me hace sentir
mejor, pero me reconforta. Saber que es realista. Pragmático. Que me
va a decir la verdad y no solo frases trilladas. Admiro eso en una
persona.
—No pasa nada —digo, más que nada en mi propio beneficio—.
He pasado por muchos viajes, muchas evoluciones. —Me río
suavemente—. Hasta me cambié el nombre una vez.
—¿Lo hiciste?
—Bueno, empecé a usar mi segundo nombre. —Evito mencionar
que el cambio de nombre más oficial fue dejar el apellido de Charles.
—¿Por qué? —Parece realmente curioso por la forma en que se 221
inclina ligeramente, como si estuviera pendiente de mis palabras.
—Porque la mujer que era murió en el océano la noche que nos
conocimos. Ya no quería ser ella. Su nombre ya no encajaba conmigo.
—Tal vez, en cierto modo, olvidar los recuerdos de Charles, y todo lo
demás que he perdido, sea despojarme de lo último de la vieja piel de
Elizabeth que aún se aferra a mis huesos.
Abre la boca, casi como si fuera a decir algo más. Pero se abstiene.
No insisto en lo que haya pensado.
En su lugar, Ilryth dice simplemente:
—Deberíamos irnos.
—Bien. Ve delante.
Ilryth nada por el balcón y yo lo sigo a su lado. Nos dirigimos a un
edificio cuadrado hacia el centro de la finca. Este edificio es más
cuadrado que la mayoría de las construcciones. No hay arcos abiertos
ni pantallas de algas que fluyan. Es una estructura sólida —cortada
en una enorme roca— con una sola entrada, curiosamente sellada por
una puerta que parece un ojo de buey. Está rodeada de cuerdas.
Lucia y Sheel esperan a ambos lados de la entrada con expresión
preocupada.
—Lucia. Sheel —saluda Ilryth a cada uno por turno.
—Es una idea terrible —refunfuña Sheel. Lucia guarda silencio,
pero irradia acuerdo.
Ilryth hace caso omiso del comentario y comienza a soltar las
amarras de algas plateadas que sujetan el gran ojo de buey. Tararea
suavemente mientras lo hace, y las cuerdas brillan con el resplandor
del arco iris cuando las enrolla alrededor de un pomo que hay a un
lado. Ilryth abre el ojo de buey y nos conduce a una habitación poco
iluminada.
La habitación me recuerda a las casas de culto a los antiguos dioses
que vi en la campiña de donde era Lord Applegate, edificios con altas
torres y raras vidrieras. Ésta no tiene vidrieras, pero está 222
ornamentada por dentro. Unas raíces gigantes de piedra envuelven
el suelo arenoso de la sala y se unen en la base de la escultura de un
árbol que se extiende hasta el techo. Su copa, cuidadosamente
representada, sostiene el techo en forma de vigas rocosas. Las hojas,
que parecen vivas, brillan a la luz brumosa que entra por el ojo de
buey.
Las raíces y ramas talladas se enredan lentamente por las paredes,
transformándose en tentáculos con la hábil mano de un maestro
escultor. Los miembros succionados se juntan y entretejen. Como olas
ondulantes que chocan entre sí. Rodean el rostro hundido de una
bestia.
No… no una bestia. Un dios.
Krokan tiene un rostro casi humano. Tiene una barbilla plana y
alargada y una mandíbula que se extiende hasta las sienes,
encogiéndose en los ojos antes de ensancharse como el manto con
púas de un escarabajo acorazado. Cuatro ojos están dispuestos en dos
diagonales, uno frente al otro. Su boca en forma de pico se aferra al
ojo de buey por el que entramos. El resto de su cuerpo es imposible
de distinguir. Se pierde detrás de todos los tentáculos. Quizá
completamente desconocido.
Contemplo la figura con asombro. Con horror. Las marcas de mi
piel se convierten en cuerdas sobre mí. Todo mi cuerpo se siente
apretado de una manera constrictiva, desgarradora. Casi quiero
arrancarme el esqueleto de la carne. Arrancar mi mente del cráneo
para escapar de la canción susurrante que zumba en mi médula.
«Mira hacia otro lado, Victoria», me ordeno a mí misma. Pero no
puedo. Estoy atascada. Mirando fijamente. Voy a entrar en la fosa que
conecta con su Abismo. Donde sus emisarios acechan. ¿Me sentirá
Krokan allí? Sabe que estoy marcada para él. Me está llamando.
Llamándome…
«Victoria…»
—¿Victoria? —Ilryth me saca de mis pensamientos. Doy vueltas. La
habitación da vueltas hasta que lo veo. Entonces todo se vuelve
nítido—. ¿Estás bien?
223
Miro a su alrededor, a Lucia y a Sheel abajo. Todos se han reunido
en torno a un árbol fantasmal al fondo de la sala, envuelto en un nido
de raíces esculpidas.
—Lo estoy —digo solo para Ilryth.
Asiente y se aleja nadando. Vuelvo a mirar a la estatua y tengo la
misma sensación de escalofrío… pero no dejo que me invada de
nuevo. No puedo preocuparme por las cosas que escapan a mi
control. Los «y si…» La bestia me tendrá cuando sea su momento. Me
entregaré por mi familia, mis amigos… incluso por el Eversea.
—¿Están seguros de que este es el curso de acción correcto? —Sheel
pregunta mientras nadamos hacia allí. En el centro del árbol
fantasmal, al fondo de la sala, hay una lanza. No es diferente en forma
o material de la docena de otras clavadas en el suelo de esta sala, pero
la madera parece más pálida. Tiene un aura de importancia.
—No pasará tanto tiempo como para que se interrumpa la magia
que retiene la putrefacción —le tranquiliza Ilryth.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Sheel no está muy
convencido.
—Voy a dirigir un grupo en las canciones de protección aquí.
Fenny en el anfiteatro —dice Lucia.
—Y tú estarás listo con los hombres. Toma las lanzas que necesites
de la armería. Pero no creo que tengas que usarlas. —Ilryth señala la
arena que los rodea. Luego agarra la lanza que hay en el centro del
árbol fantasmal.
Sheel le sujeta la muñeca. Ilryth le lanza una mirada que transmite
ofensa por la osadía, por el desafío. Sheel despliega lentamente los
dedos y se echa hacia atrás.
Sin dudarlo un instante, Ilryth levanta la lanza del suelo. El cambio
en las aguas se produce inmediatamente al desvanecerse la
anamnesis. Todo se detiene. Las sombras son más largas. Los colores
más apagados. Hace más frío.
—Si algo le sucede, y posteriormente a Dawnpoint, la 224
podredumbre reclamará el ducado. Esa es una de las cinco grandes
lanzas, no hay reemplazo. —Sheel se inclina ligeramente hacia
delante mientras su torso se inclina. Está suplicando.
—¿Tenemos que tomar Dawnpoint? —Miro la lanza. Esta debe ser
la que llevaba su madre en el recuerdo. El arma infame que Ilryth dejó
la primera vez que lo vi entrar en la fosa porque protegía el ducado.
—Será más seguro, y más rápido, de esta manera.
—No quiero dejar el Ducado de Spears en riesgo por mi culpa. —
Se supone que debo ayudar a la gente, no obstaculizarlos. No los
entorpeceré. No puedo darle la razón a Charles y ser una carga…
aunque supongo que ya lo he sido al exigir este viaje para empezar.
Se me hace un nudo en el estómago. ¿Qué vale más, mi familia? ¿O
todo el Eversea? Sé cuál era la respuesta, para mí, y cuál debería ser.
Pero cuál es ahora, ya no estoy segura.
—Sí, Excelencia, por favor. Reconsidere este riesgo —anima Sheel.
—Todo irá bien. —Ilryth me habla sobre todo a mí—. Estoy
tomando Dawnpoint porque mejora nuestras posibilidades de éxito.
Si no lo hiciera, arriesgaríamos más porque arriesgaríamos tu vida.
Si voy, me arriesgo a morir a manos de los espectros o de los
monstruosos emisarios de Krokan o de la podredumbre o de
cualquier otro horror que haya ahí abajo. Dejaría a los Eversea
sumidos en la confusión. No tendrían otro sacrificio y solo les
quedarían unos meses antes del solsticio de verano. Dado el tiempo
que ya han dedicado a ungirme, y ni siquiera he llegado a la mitad
del proceso, dudo que puedan encontrar a otra a tiempo. Y si yo
muriera… el Eversea, tal vez el mundo, estaría en peligro.
Si no voy, mi familia irá a una prisión de deudores. Charles pedirá
la mano de Em. Ella será su farera y sufrirá el destino del que yo
escapé.
Quiero a mi hermana más que a nada. Se lo debo todo a mis padres.
No puedo defraudarlos. No lo haré. Pero tampoco fracasaré y dejaré
al Eversea luchando. Puedo lograr ambas cosas. 225
—No los defraudaré a todos —digo con convicción. Todos me
miran. Pero yo me centro únicamente en Ilryth. Igualo la intensidad
de sus ojos oscuros, intentando demostrar que comprendo lo serio
que es esto—. Podemos mantenernos a salvo. Haremos lo que haya
que hacer, como hasta ahora.
—¿Qué crees que puedes hacer? —Sheel pregunta sin rodeos. No
lo dice con mala intención, pero las palabras le escuecen. Debe de
darse cuenta, porque retrocede un poco—. Te agradezco tu ayuda con
Yenni, pero limpiar la podredumbre y luchar contra un espectro son
dos cosas muy distintas. —No se equivoca.
—Ilryth me ha estado enseñando a usar nuestro dúo y a aprovechar
la magia que llevo dentro. Nos hemos estado preparando para esto.
—¿Por cuánto tiempo? —Sheel mira de reojo a Ilryth, que lo ignora
y se centra en Lucia.
—En realidad, ella podría ser de gran ayuda —dice Lucia, como si
nada. Sospecho que Ilryth ya le había consultado sobre nuestros
planes mucho antes—. Como ungida, ha recibido inmunidades
únicas contra la llamada del Velo y del Más Allá. Podría ofrecerle
protecciones similares (incluso mejores, ya que están impresas en su
alma) que la armadura del Árbol de la Vida. De hecho, es posible que
sea como una lanza de árbol solo por el hecho de existir.
—Vi su poder contra la podredumbre —dice Sheel pensativo—.
Pero los espectros la atacaron a ella específicamente.
—Hace semanas —dice Lucia con suavidad. No esperaba que se
dirigiera a mí, pero me mira con desconfianza. Intento tranquilizarla
solo con una mirada—. Ahora es más fuerte. Aunque los atraiga,
puede defenderse.
—Solo hay una pregunta que importa. —Ilryth nada hacia mí. Sus
intensos ojos oscuros son como el espacio entre las estrellas: infinitos,
fríos y peligrosamente atractivos—. ¿Estás lista?
—Lo estoy. —Una vez más, seguiré adelante hacia lo desconocido.
Seguiré avanzando. Seguiré poniendo distancia entre el pasado y yo.
226
—Lord Ilryth, debo hacer una advertencia, nunca hemos probado
todo esto antes. Es imposible saber cómo sus marcas podrían verse
afectadas por la fosa, o por volver al Mundo Natural —advierte
Lucia—. Todo lo que hemos hablado han sido especulaciones mías.
Eso confirma aún más mi sospecha de que han estado
confabulados. Mi opinión sobre Lucia mejora por momentos.
—Excelencia, como su general, aún debo desaconsejar esto. —La
atención de Sheel se desvía entre Lucia e Ilryth, impulsado a la acción
una vez más por su vacilación—. No deberíamos correr riesgos
innecesarios con la ofrenda. Piensa en lo que diría el Duque de la Fe
si se enterara de esto.
—Vamos a hacerlo —declara Ilryth, como envalentonado por las
continuas negativas de Sheel.
—Si es necesario… pero no nos precipitemos, por favor. —Es
evidente por el tono de Sheel que está luchando para llegar a un
acuerdo con esto. Una parte de él quiere seguir órdenes. Una parte
sabe lo que Ilryth está arriesgando. Una parte lo siente por la posición
en la que se encuentra—. Lucia, ¿podrías consultar esto con tus
pergaminos de la Orden del Árbol de la Vida antes de precipitarnos
innecesariamente?
Se eriza ligeramente.
—No hay nada en los registros. Los conozco bastante bien y
recordaría cualquier cosa relacionada con la ofrenda. —Supongo que
no es la primera vez que Sheel la interroga sobre cuestiones de fe.
—No hay tiempo para consultar pergaminos —interrumpo—.
Puedo hacerlo. Debo hacerlo. —Todos los ojos están puestos en mí—
. Les doy mi palabra. Nos mantendré a salvo a los dos. ¿De qué sirve
que aprenda las palabras de los antiguos si no voy a usarlas?
Ilryth me estudia. Debo de estar a la altura, porque me tiende la
mano. Dudo un momento, intentando averiguar las expresiones de
Sheel y Lucia por el rabillo del ojo. Pero es imposible. Lo único que
de verdad importa —existe, incluso— somos Ilryth y yo. No importa
lo que piensen o sientan, lo que importa es lo que yo haga.
227
Tomo su mano delante de ellos. Su palma es más grande que la mía,
pero su agarre es igual de firme y calloso. Su físico me parecía
originalmente el de un obrero, pero ahora lo veo como lo que es: un
guerrero.
—Por favor, Excelencia —objeta Sheel—. Si abandonas el Eversea
corres el riesgo de que desaparezca…
Ilryth gira sobre sí mismo, separa los labios y deja escapar una nota
grave, de advertencia, de peligro. Inclina la barbilla y mira a Sheel a
los ojos. El general se detiene y se balancea ligeramente. Su mirada se
suaviza y su mandíbula se afloja.
Lucia se lleva la palma de la mano al pecho, inclinándose ante su
señor. También emite una suave melodía. Una que late en armonía
con la de Ilryth.
Antes, los sonidos me habrían resultado ininteligibles. Es como si
todas las lenguas del mundo se hubieran fundido en una sola. Ahí
están los inicios de las palabras, abandonados y mezclados con otros
sonidos antes de desaparecer.
Sin embargo, puedo deducir su significado. Oigo la preocupación
y el dolor de Sheel. Cómo teme por mi unción y por la propia magia
que compone mi forma. Oigo la comprensión y el apoyo de Lucia.
Todos los sonidos se combinan en mi mente en una armonía
maravillosa, un sonido que los oídos humanos probablemente no
hayan oído nunca y que, de haberlo hecho, no habrían entendido.
Ilryth cierra la boca y la canción se detiene. Sheel sigue aturdido. El
duque me mira. Asiento con la cabeza antes de intercambiar un
pensamiento. No hacen falta palabras. Estoy preparada para lo que
nos espera.
Su cuerpo se comprime sobre sí mismo. Ilryth dobla las caderas,
mete la cola y echa los codos hacia atrás. Explota con fuerza, sale
disparado hacia el mar abierto y me lleva con él.
Me retuerzo y alcanzo su hombro derecho con la mano derecha.
Ilryth comprende mis movimientos y se echa hacia atrás para
ayudarme. Me acomodo detrás de él, agarrándolo por ambos
hombros. Nuestros cuerpos se mueven juntos sin esfuerzo. La 228
sensación es lo bastante familiar y mis pensamientos están demasiado
lejos como para que me distraiga demasiado nuestra proximidad.
Estoy concentrada en la fosa.
Sobrevolamos la barrera de coral y los muros de madera que sirven
de línea defensiva a la fosa. Al igual que el agua cambió cuando Ilryth
sacó Dawnpoint de su lugar, el agua cambia instantáneamente
cuando pasamos las barreras. Hay un tenue tinte sanguinolento en
los mares. La arena es más pálida. Gris. Parece fría al tacto.
No muy lejos hay un gran abismo, más grande y profundo que
cualquiera que haya imaginado. Corremos paralelos a ella durante
algún tiempo. Observo con cautela las profundidades arremolinadas
de espesa podredumbre a mi derecha, escudriñando en la oscuridad
en busca de cualquier señal de un espectro que pudiera arrastrarse
por el borde… o el rizo de un enorme tentáculo.
Finalmente, una cadena montañosa submarina comienza a obstruir
nuestro camino.
—Agárrate fuerte. Es difícil que la luz penetre en las
profundidades, así que tendrás que quedarte conmigo.
—No me voy a ninguna parte. —Le aprieto los hombros.
—Bien. No te quiero en ningún sitio más que a mi lado. —Las
palabras no dejan lugar a dudas. Me pregunto si sabe todas las
interpretaciones que podría hacer de ellas, pero decide no hacerlo.
Nos lanzamos sobre la inmensa zanja. La noche se ha acumulado
en sus profundidades, como un mar dentro de otro mar. El agua bajo
nosotros es aún más densa y se arremolina con ominosos rizos de
podredumbre.
Ilryth desciende. No hay tiempo para vacilaciones. Es como
lanzarse a una tormenta en el mar.
«Tranquilícese, Capitana», me digo a mí misma.
La penumbra y el rojo nos tragan enteros. Toda la luz se ha
desvanecido. Ilryth atraviesa la oscuridad con la lanza. Ha empezado
a emitir un tenue y brillante resplandor. La agita de lado a lado de 229
vez en cuando, arremolinando el fango que empieza a pegarse a sus
brazos.
La escarcha trepa por mis piernas, mordiéndome el tuétano.
Imagino que sin la magia entretejida en mí no podría sobrevivir a la
presión entre mis orejas, ni a la podredumbre que coagula mi nariz…
y desde luego el frío ya me habría matado. Tan por debajo de las olas
no hay luz, ni calor, ni vida.
Este es un lugar solo para la muerte.
Sin embargo, no estamos solos. Puedo sentir movimiento en las
aguas que nos rodean. ¿Monstruos? ¿Espectros? ¿Grandes o
pequeños? ¿Uno o muchos? Imposible saberlo. No puedo ver otra
cosa que una noche más intensa de lo que jamás he conocido.
Las sensaciones fantasmales de los tentáculos de Krokan
envolviéndome me hacen luchar contra un escalofrío. El monstruo de
mi imaginación me acuna en una de sus ventosas antes de aplastarme,
llevándome a su pico dentado para consumirme como hizo con mi
tripulación. Durante un breve instante, siento que no volveré a ver la
luz del día.
—Mantente firme, Victoria —dice Ilryth, cortando los sombríos
pensamientos—. No dejes que ellos se apoderen de tu mente.
—¿Ellos?
—Los muertos. Están aquí. —Las palabras son tan solemnes como
las campanas de una iglesia tocando a funeral. Vuelvo a sentir ese frío
agarre deslizándose alrededor de mi cuello, lo que me impulsa a
mirar por encima del hombro. Pero no hay nada—. Tranquilízate y
cuida tu mente. No dejes que arrastren tus pensamientos.
—Sé cómo proteger mis pensamientos de los demás. —El Eversea
me ayudó: desde que llegué, tenía que ser consciente de lo que
pensaba y cómo lo pensaba. Pero mucho antes de eso, estaba
practicando. «Entiérralo todo, en lo más profundo. No dejes que
nadie, ni él, vea lo que te produce alegría, o te lo quitarán y lo
destruirán».
230
—Bien. Esa habilidad y más serán necesarias pronto.
—¿Pronto? —La forma en que lo dijo me hizo dudar. Había un tono
ominoso en la palabra.
—¡Ahora! —Ilryth se retuerce, casi tirándome. Si no fuera por mis
años agarrada a la barandilla de la cubierta de los barcos, podría
haberlo hecho. Empuña su lanza y deja escapar un sonido agudo,
seguido de un trino descendente de notas.
La luz se enciende, iluminando el rostro desencajado, difuso y
torturado de un espectro.
Capítulo 19
No es hasta que miro fijamente a los ojos de un espectro cuando me
doy cuenta de que aún no he visto uno en persona. La primera vez
que me encontré con espectros, habían poseído los cuerpos de los
hombres de Ilryth. La siguiente vez, el espectro me atrapó por detrás.
Es la primera vez que veo uno de verdad. Y es exactamente como
me lo había imaginado. El hombre fantasma es más niebla
condensada, o bruma, que algo corpóreo. Se mueve como si se
disipara y reapareciera, con partes que nunca se alcanzan del todo y
que flotan por las corrientes submarinas como pequeños zarcillos que
delinean dónde estuvieron los detalles.
En vida, el alma pertenecía a un hombre de pelo largo, atado al
cuello, y rostro de barba rala. Casi me recuerda a mi propio padre por
el pelo de su barbilla. Pero este hombre lleva ropa que se habría 231
considerado de moda hace casi treinta años. Solo he visto a mi padre
anudarse el corbatón con ese estilo estirado y altanero…
Los pensamientos se evaporan. El recuerdo de mi padre
anudándose la corbata. Mirándose al espejo. Una yo de apenas
dieciocho años le besa en la mejilla, él sonríe y… nada. No recuerdo
para qué se vestía tan formal.
El espectro retrocede con un grito, devolviéndome al presente. Se
aleja de la luz de la lanza, con una expresión de odio absoluto. Tiene
todo el desprecio del mundo en la cara. Como si fuera culpa nuestra
que ya no esté entre los vivos.
En lugar de seguir luchando, Ilryth se aleja a toda velocidad,
adentrándose aún más en el abismo lleno de podredumbre. Nos
impulsa sobre todo con la cola, mientras sus brazos se dedican a
golpear la lanza contra la palma de la mano opuesta. Con cada golpe,
la luz palpita a nuestro alrededor, ahuyentando a los monstruos que
acechan en este mar de muerte. Me recuerda a las campanas que
usamos para alejar a las sirenas. Un rasgueo similar para perturbar el
canto lo suficiente como para permitirnos el paso.
—Victoria, necesito que cantes.
No vacilo ni titubeo. Esto es como todas las veces en el anfiteatro o
con Yenni. Mi boca conoce ahora las palabras de los antiguos como
mis manos conocen las cuerdas de un barco. Lo mejor es no pensar
demasiado.
Mis ojos se cierran por un momento. Mi agarre se relaja lo suficiente
para que sea menos viscoso y más firme. Se me escapa la primera
nota, tan baja como un gruñido. Ilryth se une. Encontramos
rápidamente la armonía y me recorre un escalofrío de lo dulces que
suenan nuestras dos voces entrelazadas. Incluso nuestros cuerpos se
mueven ahora en perfecta sincronía.
La conciencia se desvanece en el ritmo. En las armonías. Me deslizo
en mis recuerdos que empiezan a relampaguear en el momento en
que busco una palabra de las antiguas para cantar. Algo para
proteger, para guardar y guiar… Eso servirá. Me decido por una
232
palabra y puedo sentir la atracción del poder en el fondo de mi mente.
Subiendo desde los dedos de mis pies. Hinchándose por todo mi
cuerpo hasta el punto de que casi me duelen los huesos.
Exige que renuncie a algo para reclamar este poder. Un precio que
estoy dispuesta a pagar si nos mantiene a salvo. He empezado a
trabajar a partir de los recuerdos más antiguos de Charles y voy
avanzando. Tomo un recuerdo de una noche fría, en la que estaba tan
agotada de mantener la campana mientras esperábamos una pieza
para el mecanismo que me quedé dormida en las escaleras, incapaz
de volver a la cama. Charles se había ido, otra vez. Y cuando volvió y
vio que la campana no sonaba…
Se ha ido.
¿En qué estaba pensando?
Esta palabra. Es lo que necesitaba.
—Solo'ko… —Canto la palabra de poder y el bastón de Ilryth brilla
aún más.
El canto se hace más fácil a medida que continuamos
descendiendo. Mi boca se abre y se cierra, imitando el acto de
inspirar, como si aún pudiera, como si hubiera aire y no agua infinita
rodeándome. Como si estuviera cantando con mis pulmones y no con
la magia grabada en mi piel. No siento que nada se mueva por mi
cuerpo. De hecho, apenas siento mi cuerpo.
A medida que las palabras y la luz de la lanza de Ilryth me bañan,
ahuyentan más recuerdos. Más destellos de momentos de mi pasado
que se pagan como el coste de nuestra seguridad, que se pagan para
separar la oscuridad aparentemente impenetrable. Las ondas de luz
de Dawnpoint chocan contra la oscuridad y la podredumbre
coagulada, produciendo un siseo similar al del agua que cae sobre
hierro caliente, burbujeando y abrasando al instante. Acompaña al
sonido de gritos lejanos.
Por fin, empezamos a frenar. Se me abren los ojos. No recuerdo
haberlos cerrado. Los espectros parecen habernos abandonado, por
ahora.
233
La luz de la lanza de Ilryth choca contra algo que no es agua ni
podredumbre. Allí, muy por debajo de la superficie del mar, hay un
anillo de pilares de piedra. Se elevan alrededor de un círculo
pavimentado, un cuenco vacío en su centro. El suelo marino
alrededor de la estructura está levantado, pareciendo casi como olas
talladas en la arena y la piedra.
No… olas no. Y tampoco arena o piedra. Raíces. Raíces gigantes,
pétreas, cubiertas de podredumbre carmesí que brota de sus grietas
como heridas supurantes.
Son tan enormes como barcos y perforan los acantilados rocosos
que convergen hacia el fondo de este profundo valle. Las raíces
envuelven el solitario oasis de piedra de una forma que podría ser
acunadora o consumidora.
Deben ser las raíces del Árbol de la Vida, me doy cuenta. Muertas
y pudriéndose en esta tumba de agua. Ilryth se dirige hacia el círculo
de columnas más abajo.
En lugar de nadar hacia la gruta arqueada desde arriba, Ilryth nos
lleva hacia abajo, junto a las raíces. Casi me invade una imperiosa
necesidad de tocarlas, pero me aferro a Ilryth mientras nada por
debajo de uno de los arcos del círculo y llega hasta la pila de piedra
en el centro de este altar subterráneo.
La cuenca es mucho más grande de cerca, lo suficiente para
acurrucarme dentro si quisiera. Pero no lo suelto. Ilryth hunde la
punta de su lanza en la gran estructura en forma de cáliz. Al hacerlo,
noto manchas de podredumbre que se adhieren a su piel, como si
hubiera sido salpicado con sangre. Unas cintas fantasmales se
despliegan desde la punta de su lanza en zarcillos que adoptan la
forma de frondosas enredaderas. Crecen a una velocidad vertiginosa,
desbordando los bordes de la pila y floreciendo, enrollándose unas
contra otras hasta formar un pequeño retoño en el centro. Cuando el
resplandor irradia sobre Ilryth, la podredumbre roja de su piel se
desvanece como el rocío que se evapora a la luz de la mañana. Mi
propia piel permanece clara.
—Es seguro aquí ahora. Puedes relajarte. —Se aleja del cuenco de
234
piedra, apoyando su lanza en el pedestal sobre el que se asienta.
La última nota cuelga mientras desenrosco lentamente los dedos.
Con un leve empujón, me alejo de él y miro hacia la nada. La luz del
árbol fantasma ilumina este pequeño círculo, pero hace poco por
mostrar mucho más allá. Si no hubiera visto los acantilados a ambos
lados, no sabría que estamos en el fondo de una inmensa fosa. No
sabría nada de este lugar.
Soy como una brújula rota, girando sin rumbo. Los gritos resuenan
en el fondo de mi mente. Están a mi alrededor. El vértigo se apodera
de mí y me balanceo. De repente, es difícil saber qué camino es hacia
arriba. Bajo el agua, no hay arriba o abajo, no realmente, no de la
misma manera que en tierra.
«Conozco el camino por el que hemos venido», intento recordarme.
La tierra misma está debajo de mí. Y, sin embargo, mi mente duda de
sí misma. Nunca he estado en un lugar tan vacío de señales. No hay
luz. No hay puntos de referencia. Incluso en un mar en calma y un
cielo vacío y azul, tengo el sol. Tengo…
—¿Victoria? —dice Ilryth, aunque su voz parece estar a gran
distancia. ¿También mis sentidos empiezan a abandonarme?
Una parte de mí está en la oscura sala de campanas bajo el faro.
Estoy en el diminuto armario adyacente, incrustado en la gruesa roca
de la isla, donde es seguro que el algodón no llegue a mis oídos.
Donde no llega ningún sonido.
Seguro para gritar y llorar sin que él oiga…
Aprieto la palma de la mano contra el muslo, donde estaría el
bolsillo para la brújula. Pero ya no está. Lo que siempre me ha guiado,
aquello de lo que podía depender para seguir el camino, ha
desaparecido. No tengo nada que me guíe desde la oscuridad. Yo…
—Victoria. —Una mano me agarra el hombro. Me sobresalto y miro
un par de ojos tan oscuros como el vacío que nos rodea.
«¿Me quedaré atrapada aquí para siempre? ¿Me convertiré en una 235
de esas cosas?»
Sus ojos se abren ligeramente. Ilryth me ha oído. Incluso a través
del caparazón oyó mis miedos.
—No estás atrapada y no te convertirás en uno de ellos. —Ilryth
sacude la cabeza—. Como he dicho, es normal sentir pánico, pena o
ira en presencia de los espectros. Se alimentan de la vida en un vano
intento de robarla.
—Pero no veo ningún espectro.
—Eso no significa que no sigan ahí. Al acecho. Esperando a ver
cuándo salimos de este refugio, o si pueden convencernos para que
lo hagamos —dice con gravedad.
—Esto no es por los espectros —murmuro sacudiendo la cabeza,
intentando calmarme.
—Es perfectamente normal…
—Conozco mis emociones, no me preguntes por ellas —replico con
firmeza. Cuando empecé a capitanear barcos, algunos marineros me
preguntaban si era «demasiado emocional» para dirigir un navío.
Después de demostrarles lo contrario, que era capaz de tener
emociones y dirigir una tripulación, les enseñé mi barco en el
siguiente puerto—. Aprendí muy bien a controlar mis emociones.
—Lo que lo hace aún más aterrador cuando están fuera de control.
—Habla como si conociera la sensación, el terror de encontrarte
atrapado en una mente que no puedes reconocer. Un laberinto de
pesadillas de su propio diseño—. Ven. Cuanto más cerca estés de la
cuenca, mejor te sentirás.
Me pasa el brazo por los hombros para guiarme. Noto cómo las
marcas de tinta de su bíceps presionan los tatuajes que se arremolinan
en la parte superior de mi brazo. Como si fuéramos uno, hechos el
uno para el otro.
Ilryth se sienta en un lado del pedestal cuadrado que sostiene la
anamnesis; yo me siento en otro a su lado. Nuestras espaldas están 236
apoyadas en la piedra. Nuestras manos se apoyan en el suelo. Casi se
tocan. Con un solo movimiento, mi meñique rozaría el suyo… En
lugar de eso, llevo las rodillas al pecho.
—¿Qué pasó con este lugar? —pregunto—. ¿Cómo llegó a ser así si
el Árbol de la Vida creció una vez aquí?
Ilryth contempla la oscuridad, sin mirarme mientras habla. En su
lugar, está concentrado en las raíces que nos rodean, o en algo más
allá.
—Algunos llamaban a la Fosa Gris el «puente entre la vida y la
muerte». Era la larga marcha de las almas para descender al Abismo
de Lord Krokan. Serían guiadas por la anamnesis, y lugares como éste
eran oportunidades para que mis antepasados presentaran sus
últimos respetos y cantaran canciones de protección a los muertos.
»Pero… las sirenas olvidamos poco a poco la letra de los antiguos.
Las canciones de Lady Lellia eran más difíciles de recordar que las de
Lord Krokan. —Se queda mirando a la nada con expresión triste.
Recuerdo en su memoria cuando se lamentaba de no oír las palabras
de Lellia—. Se supuso que las raíces murieron cuando dejamos de
rendirle homenaje. Entonces, con la furia de Krokan permitiendo que
las fuerzas de los muertos sangraran en nuestro mundo, las raíces
empezaron a pudrirse; ahora es dominio exclusivo de Lord Krokan.
El equilibrio está roto. Esta es la tumba de la Muerte.
—¿Crees que Krokan fue quien mató a las raíces?
—Nunca lo haría. Lord Krokan es el antiguo dios de la muerte, pero
no ejerce su poder con malicia. Él une nuestro mundo y el Gran Más
Allá con su esposa, Lady Lellia. El Árbol de la Vida es lo que la arraiga
a este mundo. Nunca la atacaría intencionadamente. Los impactos en
el Árbol de la Vida son el fracaso de las sirenas y una víctima de su
rabia.
—Él nunca atacaría a Lady Lellia, suponiendo que aún estuviera en
su sano juicio —digo con toda la amabilidad que puedo—. Pero estoy
segura de que también se habría dicho que Krokan nunca habría
atacado el Eversea, ¿verdad? —Ilryth sigue mirando fijamente. Sé que
me ha oído, así que no presiono para que me responda—. ¿Tienen las 237
sirenas alguna idea de por qué Krokan está enfurecido como lo está?
—Si lo supiéramos, hace tiempo que se habría arreglado. —Ilryth
suspira pesadamente—. Las sirenas consideraban el vínculo de Lord
Krokan y Lady Lellia como la conexión más sagrada de nuestro
mundo, y del siguiente. Por eso valoramos tanto nuestros juramentos
a los demás. Por eso, cuando nos casamos, lo hacemos para toda la
vida.
Es mi turno de mirar hacia el Abismo. No es la primera vez que me
pregunto qué pensaría Ilryth si supiera la verdad de mi deuda, pero
es la primera vez que me detengo en ello. Los juramentos parecen ser
aún más importantes aquí que en Tenvrath, especialmente el
matrimonio. Supongo que tengo mi respuesta a por qué nunca
consideró que yo hubiera estado casada anteriormente.
Una sonrisa triste cruza mis labios. Me sorprende un poco
descubrir que me desagrada la idea de que Ilryth no me vea con
buenos ojos. Hace que el brote de afecto hacia él que había estado
creciendo en mi interior, a pesar de mis deseos, se atrofie. «¿Quién
podría amarte, Victoria?» me pregunto, con mi propia voz. No la de
Charles. Pero es él quien responde: «Nadie».
Tal vez renuncie a todos mis recuerdos de Charles y de nuestro
tiempo juntos antes de que Ilryth se entere. Así, si Ilryth lo hace
alguna vez, podré mirarle a los ojos y decirle que no tengo ni idea de
lo que habla. Me quitaré esa vergüenza a la fuerza. Con cada palabra
cantada la arrancaré de mis huesos.
—¿Qué pasa? —pregunta en voz baja—. ¿En qué te hacen pensar
los espectros?
—¿Qué quieres decir?
—Pareces triste.
«Ah, dulce hombre, puedo entristecerme yo sola. Sin necesidad de
males fantasmales».
—Estaba pensando que deberíamos empezar a movernos de nuevo
—miento. Luego, para asegurarme de que no indaga, añado—: Dijiste
que son más activos por la noche. Estamos apurando el crepúsculo. 238
Ilryth se endereza y me mira. La luz de la anamnesis tiñe de plata
la mitad de su rostro, y la refracción de las rocas tiñe la otra mitad de
un azul intenso. Parece la imagen del equilibrio entre la vida y la
muerte que había descrito antes. Tan atractivo como siempre. Tan
intocable como lo era antes todo este mundo para mí.
Sin embargo, Ilryth me tiende la mano. Como un puente entre dos
mundos que nunca debieron existir, la sujeto e Ilryth tira de mí hacia
arriba. No espera que yo también lo haga, y floto hacia él.
Mi cuerpo se desliza contra el suyo, demasiado, demasiado
deprisa. Los pantaloncitos que llevo se me amontonan entre los
muslos, generando una fricción incómoda. Me recuerda lo poco que
me he tocado en ese lugar. Muevo las piernas, pero eso solo empeora
las cosas, ya que rozan las escamas de su cola, lo que me produce un
escalofrío al sentir la sensación de suavidad y frescor.
Nos alejamos un poco. Evito su mirada penetrante.
—No es solo por los espectros. —Ilryth también parece ordenar sus
pensamientos antes de continuar como si nada—. Es más fácil para
las almas y los espíritus viajar de noche. Sí, eso incluye a los espectros,
pero también a ti.
—A menos que haya muerto sin saberlo… no soy un espíritu. —
Ciertamente espero saber sobre ese tipo de cambio de estatus.
—No lo eres —acepta—. Pero la magia que mantiene unido tu
cuerpo ha quedado impresa en tu alma. Igual que las almas de los
espectros se mantienen unidas por la magia de la muerte. Cuando
crucemos el Vano, existe la posibilidad de que se deshaga con el
amanecer, igual que lo haría un espectro o un fantasma.
Las preocupaciones de Sheel vuelven a mí. Yenni. Todo el
Eversea… Me dijeron que podría no sobrevivir más allá del Eversea,
y ese era un riesgo que estaba dispuesta a correr por mi familia. Pero
el costo podría ser todos ellos. El alcance de mi egoísmo se vuelve a
enfocar.
—Deberíamos volver —susurro.
239
Ilryth se sobresalta, luego una expresión seria se apodera de sus
facciones, ensombreciéndolas.
—No lo dices en serio.
—No puedo… —¿Realmente estoy haciendo esto? ¿Realmente
estoy sacrificando a mi familia por ellos?—. ¿Cómo puedo ir con mi
familia a costa del Eversea? —Estaba tan claro para mí lo que valía
más cuando llegué por primera vez. Ahora, no estoy tan segura.
—Estas dudas son los espectros hablando por ti. —Ilryth me agarra
las manos. Es tan inamovible como las raíces gigantes que nos
rodean—. Salvaremos a ambos. A tu familia y al Eversea. Juntos.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Yo… —Es su turno de divagar. Para perderse en sus
pensamientos, palabras anudadas—. No tengo motivos para estarlo
—admite—. Pero cuando estoy cerca de ti, me encuentro creyendo
que todo y cualquier cosa es posible.
Me quedo mirando, atónita.
—Así que mantén tus fuerzas un poco más, por todos nosotros.
De alguna manera, logro asentir.
—Bien. —Sonríe y es como si el mismísimo amanecer hubiera caído
sobre este rincón oscuro y olvidado del mundo. Ilryth señala a través
de uno de los arcos. Cómo sabe en qué dirección es lo que se me
escapa—. Un poco más allá está el Vano. Al otro lado está la Fosa Gris,
y tu barco. Iremos a buscar la plata que necesitas y volveremos antes
de que anochezca.
—Estoy lista.
Ilryth me da la espalda y yo me coloco sobre él. Sin mediar palabra
ni vacilar, nos adentramos de nuevo en las vastas y peligrosas
profundidades.

240
Capítulo 20
Atravesamos a toda velocidad la oscuridad, pasamos el segundo
círculo de arcos de piedra donde brotó otra anamnesis y recuperamos
el aliento, pero solo brevemente.
La canción que canto se ha convertido en algo natural. Las notas
fluyen sin pensar. Al principio pensaba mucho en pronunciar
correctamente cada palabra y cada sonido, pero ya lo he olvidado.
Ahora son confusas, se atropellan unas a otras.
Los recuerdos siguen escurriéndose entre mis dedos. Mis lazos con
este mundo se debilitan a medida que fortalezco el poder de esos
misteriosos y antiguos dioses dentro de mí. Lo que antes sacrifiqué
en el anfiteatro no se parecía en nada a esto. Vagamente, detrás de
todas las palabras, canciones y magia, me pregunto si lo olvidaré
todo… «¿Llegará un momento en que ni siquiera sepa mi nombre?» 241
La idea es tan horripilante que casi hace que se me atragante la
mente. Mi canción se detiene. Si ese es el coste de la seguridad de mi
familia, aquí y ahora, pero también de protegerlos de la ira de un viejo
dios que se filtra en mi mundo, por supuesto que lo pagaré.
Llegamos a un último anillo de piedras. Éste es diferente de los
demás. Tiene un arco más alto que da a un muro de sombra viva. En
la piedra hay grabadas marcas musicales de los antiguos dioses. Con
su antiguo lenguaje fresco en mi mente, oigo susurros de melodías
misteriosas en el fondo de mi mente, como si la propia sombra fuera
la cantante.
—¿Qué es este lugar? —pregunto mientras Ilryth enciende la pila
con su lanza, brotando otra anamnesis.
—Es la puerta de las almas. El único punto del Vano que permite
el paso. Cuando el Rey Elfo erigió el Vano, esto se dejó de acuerdo
con los pactos hechos entre los antiguos dioses y su antepasado. Este
es el último empujón para volver al Mundo Natural, pero no será
fácil. —Me mira por encima del hombro—. ¿Estás preparada?
—Como nunca lo estaré.
Nos sumergimos en la noche viva que es el Vano.
Es opresivo, nubla mis pulmones, aunque no puedan respirar. Me
pica en los ojos y quema como el humo caliente. Por un momento,
siento como si me desgarraran. Pero pasa rápidamente.
A lo lejos hay una luz tenue, como el ojo de una cerradura, que
crece lo suficiente para que podamos nadar a través de él. Salimos a
un mar agitado y gris.
El fondo marino es estéril. No hay naufragios. No hay rocas. Ni
corales. Solo arena lisa y el esqueleto ocasional de alguna bestia
primordial cuyo armazón no puedo reconocer.
Las corrientes torrenciales intentan arrancarme de Ilryth. Me
agarro con más fuerza a sus hombros, aferrándome a él con todas mis
fuerzas.
Entre la arena intacta hay otro altar del que en su día brotó una
anamnesis, no muy lejos del arco por el que salimos. Sin embargo, no 242
nos detenemos. El pilar ha sido derribado, la cuenca destrozada. Si no
hubiera visto esas pequeñas avanzadillas no hace mucho, ni siquiera
habría sido capaz de saber para qué había servido en otro tiempo. La
magia ha olvidado este lugar: mi hogar.
Aunque, no se siente como en casa. Incluso en mi mundo, este lugar
es extraño y aterrador.
Estoy en las profundidades del Paso Gris.
La sensación es tan opresiva y peligrosa aquí abajo como encima
de las olas. Tiburones y otras sombras ominosas se arremolinan en la
oscuridad. A lo lejos, veo un monstruo dos veces más largo y grueso
que mi barco. Las luces bailan en su costado, tres destellos. Se retuerce
y me invade una abrumadora sensación de ser observada. Veo sus
fauces abiertas, una silueta sobre un fondo gris azulado. Unas hoces
de afilados dientes se esconden en su interior, provocándome un
escalofrío.
En un abrir y cerrar de ojos, desaparece.
—Ilryth, ¿has visto eso? —susurro, manteniendo mi atención solo
en él. No sé qué sentidos pueden tener esas bestias.
—Lo hice —dice con la misma suavidad.
—¿Fue… ?
—¿Un emisario de Lord Krokan? Sí.
Lucho contra un escalofrío. Mi entrenamiento me supera. Años de
práctica para aparentar calma y control cuando el terror quiere
agarrarme por la garganta.
—¿Qué otros monstruos hay aquí?
—Algunos que sin duda son peores de lo que imaginamos… Es una
raza rara de criatura que se alimenta de los cadáveres de los vivos y
de las almas de los muertos. —Ilryth se ralentiza, cambiándose. Me
sujeta de la mano y se gira en el agua. Sus dedos recorren mi brazo
mientras nada por debajo de mí, tirando de mí. Me enamoro
brevemente de la gracia de sus movimientos. La elegancia con la que
cambiamos de posición es impresionante… casi íntima, al verlo 243
debajo de mí. Ilryth arrastra los dedos por las marcas de mi brazo—.
¿Cómo te encuentras? Pareces estar bien.
—Me siento bien. Aparte de ligeramente desconcertada. —
Agradezco no tener que pronunciar mis palabras, de lo contrario no
habrían sido tan fuertes como quería.
—Sí, deberíamos movernos rápido. —Vuelve a girar,
impulsándose hacia atrás y hacia mí. El calor de su cuerpo es aún más
evidente y me acerco un poco más a él. Ilryth es mi único punto de
referencia en este mar peligroso y desconocido. Extiende su lanza,
usando su luz para guiarnos—. Ahora, sigue cantando.
No pasa mucho tiempo hasta que volvemos a serpentear por una
cordillera submarina. Aunque, como todo lo que hay bajo la
superficie del mar, estas montañas no se parecen a ninguna que haya
visto antes. Más bien parecen columnas de cima plana y valles que se
hunden. Como si el fondo del océano se hubiera hundido aún más
bajo nosotros. Me asusta pensar en lo que puede acechar en esas
profundidades, mucho más allá de mi campo de visión.
Entonces, finalmente llegamos a mi barco.
Incluso destrozado y roto, lo sé en un instante, y todo se detiene en
el momento en que poso mis ojos en el. Ilryth sigue moviéndose
debajo de mí. Aún puedo —aunque ahora apenas— sentir el agua
contra mi cara. Pero todo dentro de mí se congela.
El barco ha sido partido en dos por los poderosos tentáculos del
emisario de Krokan. La popa ha quedado completamente reducida a
pedazos, la mayor parte desaparecida. La proa está agujereada y
agrietada, pero al menos se parece a su antigua gloria.
Quiero llorar. Quiero aullar, agarrarme las tripas y emitir gritos de
mi dolor. A nadie se le debería hacer mirar las entrañas de la tumba
de sus seres queridos. Es como si estuviera mirando a los ojos de la
propia Muerte y se burlara de mí.
«Es por mi culpa que están muertos».
—No, es por culpa de un dios furioso —dice Ilryth solemnemente.
—¿Por qué el caparazón ya no ayuda a ocultar mis pensamientos? 244
—exclamo, frustrada porque su protección parece haber
desaparecido.
—Quizás porque estamos en el Mundo Natural. O quizás porque…
estoy más cerca de ti que antes.
El horror se apodera de mí. Esto no puede estar pasando. Y menos
aquí y ahora.
—¿Qué quieres decir?
—Hemos cantado juntos.
Guardo un suspiro de alivio.
—Por supuesto que es solo eso.
Ilryth se retuerce, sujetándome por los hombros. Me mira a los ojos.
—Sabes que esto no ha sido culpa tuya, ¿verdad?
—Yo… Tenemos que seguir.
Me impide que me aleje nadando.
—Victoria, mírame.
Cedo, pero solo para que avancemos.
—Lo sabes, ¿verdad?
—Sí, lo sé.
—Si lo dijeras como lo sientes.
—¡Míralo! —Mi voz se agudiza—. Mi barco ha naufragado. Mi
tripulación está muerta. Me siguieron porque creían en mí.
Estuvieron a mi lado por mí. ¿Y qué obtuvieron por ello? Una muerte
cruel, dolorosa y horrible.
—No. Su muerte fue obra del destino. Lo que obtuvieron de ti
fueron años de compañía. —Los labios de Ilryth se entreabren
ligeramente y parece que se prepara—. Una vida al lado de una mujer
de tu calibre sería una vida bien vivida.
—Tenemos que seguir adelante —le digo. Sus palabras están bajo
mi piel, enganchándose a mí e inundando de calidez la congelación 245
que he intentado poner a mis emociones.
—No hasta que tú…
—¡No es el momento!
La cara de Ilryth se contrae en una expresión de frustración y
disgusto. Mira entre mí, los restos y el agua mortal que nos rodea.
—Tienes razón. Pero cuando quieras hablar de lo que has sufrido…
estaré aquí para ti.
No tiene ni idea de lo que he pasado. Pero está bien. No tiene por
qué.
La gente dice que estará ahí… pero muy pocos son de fiar cuando
llega el momento. La gente está feliz de estar ahí para ti hasta que las
cosas se ponen difíciles, desordenadas y duras. Especialmente
cuando es un lío del que pueden alejarse.
Ilryth ha sido amable conmigo. Pero lo que ofrece no es lo que
nuestra relación es. Lo que nunca podría ser. Soy su sacrificio. Y él no
es nada más para mí que un socio de negocios. Eso fue lo único que
nos unió y pronto se acabará… lo que será lo mejor, para ambos.
—Estoy bien —le digo cariñosamente, incluso le regalo una sonrisa
fácil. El truco es que no parezca demasiado forzada. Y conseguir el
tono adecuado.
Así que me sorprende aún más cuando resulta ser uno de los pocos
elegidos que ven a través de él.
—No lo estás.
—Ilryth…
—Pero no presionaré más, aquí y ahora. —Ilryth desengancha la
bolsa que lleva atada al cinturón—. Toma lo que necesites y date
prisa. El sol se está poniendo y tenemos un estrecho margen hasta que
los espectros estén más activos. Mantendré la vigilancia.
—Gracias. —Mientras me alejo de él, empieza a rodear los restos
de la nave. El profundo abismo bajo el barco casi me congela de terror,
esperando que un tentáculo salga de la oscuridad para arrastrarme 246
hacia abajo.
No hago ruido. Mi rostro está ausente de miedo. Empujo esas
emociones muy, muy dentro de mí, a la habitación reforzada de la
campana del sótano de mi alma. ¿De qué me serviría aullar? ¿Qué me
aportarían las lágrimas? No cambiarán mis circunstancias. No me
devolverá a mi tripulación.
Debo seguir adelante. No importa el dolor. No importa lo que deba
soportar… tengo que seguir adelante.
«Sigue moviéndote, Victoria», me recuerdo a mí misma.
Nado hacia los restos.
Aunque allí no había plata, los restos de mi camarote me distraen.
No puedo evitar detenerme brevemente. Paso los dedos por la
vidriera que se ha hecho añicos en la pared convertida en suelo como
una constelación que deletrea fatalidad. Todos mis botes de mapas
bañados en aceite están esparcidos; la mitad han desaparecido. Todas
las preciosas monedas que había recogido, reducidas a nada…
Lo dejo atrás. ¿Cuántas veces en mi vida ignoraré todo lo que una
vez tuve —lo que una vez fui— para convertirme en alguien nueva?
¿Hay alguna parte de mí que sea realmente… yo? ¿O no soy más que
un metamorfo que se convierte en lo que sea necesario para
sobrevivir?
La supervivencia es lo único importante ahora. Pero no la mía.
Más abajo está la bodega, donde se guardaba la plata. Trabajo para
llegar allí. Pero algo más me llama la atención. Voy a la deriva,
mirando fijamente en la penumbra de la mitad del barco que aún está
casi intacta. Apenas se ve el torso de un hombre, aplastado bajo el
peso de los restos. Toda clase de monstruos y peces se han alimentado
de él, pero aún reconozco un mechón de pelo castaño, un cordón
fuera de lugar en el codo de un abrigo encharcado…
«Ahora, por favor, señor, baje a cubierta».
Esas fueron mis últimas palabras para Kevhan Applegate. Firme.
De negocios. Descuidada.
247
Mis dedos temblorosos me tapan los labios. Aunque no puedo
gritar, intento contener el sonido. Me duele el pecho. Me duele todo
el cuerpo. No he comido nada y, sin embargo, quiero revolverme las
tripas.
Nunca quise que esto le pasara a él, a ninguno de ellos. «Todo fue
culpa mía». Todo culpa mía por luchar por ser libre. Por no ser lo
suficientemente fuerte para respirar a pesar de sentir el agarre
invisible de Charles sobre mí.
Me toco por encima de la clavícula. Paso los dedos por las marcas
que me han dado un poder que horrorizaría a Charles. Al final, he
ganado.
«¿Pero a qué precio?»
«¿Hubiera sido mejor aguantar toda la eternidad?»
—Victoria.
«Victoria», Charles se burla de mí desde un pasado lejano.
—Victoria.
«Tú eres mía».
—¡No! —Me echo hacia atrás. Dos manos fuertes se cierran
alrededor de mis hombros. Sujetándome—. ¡Déjame ir!
El agarre se relaja al instante. No es el sonido de su voz, sino la
rapidez con la que Ilryth me suelta, lo que me devuelve al presente.
Me aparto el pelo de la cara y lo miro conmocionada.
—Lo siento. No deberías haber visto eso. —No estoy segura de si
me refiero a mí, o al cadáver.
Su expresión no es más que de preocupación.
—No pasa nada.
—No, no es cierto. —Voy a nadar junto a él, pero Ilryth es mucho
más rápido y ágil en el agua.
—¿Qué necesitas de mí? —pregunta.
—Nada.
248
—Victoria…
—Ahora no es el momento —le recuerdo bruscamente.
—Por favor, déjame ayudarte.
Esas cinco palabras casi me tienen a punto de quebrarme.
—¿Ayudarme? ¿Ayudarme como si me hubieras quitado la vida?
—Te di la vida. Te habrías ahogado en ese mar. —Se muestra
tranquilo y paciente ante mis emociones, incluso cuando tiene todo el
derecho a estallar.
—¡Solo porque necesitabas que fuera un sacrificio! —Es más fácil si
no le importa en absoluto. Si no soy más que una cosa para él. Es más
indoloro de esa manera porque es algo que puedo comprender—. E
incluso entonces… te burlaste de mí.
—¿Me burlé de ti? —Parece realmente sorprendido y confuso por
el comentario. Arde aún más cuando pregunta—: ¿Cómo?
—Me dijiste que no me retendrían. Pero todo lo que he tenido es la
ilusión de la libertad mientras me agarraba a un clavo ardiendo,
luchando inútilmente por un atisbo de felicidad, un momento para
vivir a mi manera… por mí. He tenido que seguir corriendo, y
corriendo, y corriendo, o de lo contrario todo me alcanzaría. —Mi
máscara se está desmoronando. Lo noto en la cara mientras mi
barbilla sobresale ligeramente. Se me arruga la frente. Mis mejillas se
tensan y se relajan, incapaces de decidirse—. Y todo era una ilusión,
¿verdad? Si no él, entonces tú. Si no tú, entonces tu dios. Seguro que
soy algo más que una cosa que reclamar. Eso no puede ser todo lo que
hay para mí… debe haber más.
—Victoria… —Los ojos de Ilryth se cierran. Una expresión de dolor
cruza sus facciones, como si imitara la mía.
Me enfurezco.
—Te burlas de mí.
Sus ojos se abren y en ellos está toda la tristeza del mundo.
Suficiente para ahogar los mares.
249
—Te escucho. Te siento como si estuvieras cerca aunque nos
separen océanos. —Sus manos suben por mis hombros y me acarician
la cara—. Dime, ¿quién es él?
Cada músculo de mi cuerpo se pone rígido. Estoy tensa de pies a
cabeza. No puedo…
No…
Una nueva oleada de náuseas me invade. Debería poder decirlo sin
miedo: mi ex marido. Debería poder mantener la cabeza alta. Sigo
siendo la gran Capitana Victoria. No importa por lo que haya pasado
en la vida… eso no disminuye lo que he logrado. Eso lo sé.
Y sin embargo… no puedo. Ni siquiera entiendo por qué. Y me odio
aún más por ello.
Sigo buscando una respuesta cuando un movimiento me distrae.
Hay una sombra familiar, una silueta que he visto en muchas noches
oscuras. Su pelo rubio se ha vuelto ceniciento en esta forma
fantasmal. Sus ojos verdes han perdido su brillo.
—Jivre —susurro. Ilryth se gira y emite un leve sonido de alarma.
De advertencia.
La sombra de mi antigua amiga y primera oficial abre la boca y
suelta un aullido vertiginoso.

250
Capítulo 21
—¡Jivre! —grito, moviendo las manos por si ella no puede oír mis
pensamientos como las sirenas—. Soy yo.
—Esa no es tu amiga, Victoria —gruñe Ilryth, acercándome.
Sé que no es ella… no como yo la conocí. Pero esto es un fragmento
de lo que era. De una mujer que estaba tan cerca y era querida por mi
corazón. «¿Cómo pude…?»
Jivre arremete.
Ilryth gira. No es más que niebla, sombra y la luz de la vida que se
desvanece. Ilryth clava su lanza hacia delante, directa a sus entrañas.
Los dedos de mi primera oficial se cierran a su alrededor. Aúlla de
nuevo, rechinando los dientes. La iluminación en la punta de su lanza
crece mientras Ilryth canta. 251
—Por favor, Jivre, no eres tú. Lo siento. —Mis manos se mueven
tan rápido como mis pensamientos.
Se ha ido con un estallido de luz.
Parpadeo para alejar la neblina azul del lugar donde estaba. Las
luces danzantes ni siquiera han desaparecido de mis ojos cuando
choco contra Ilryth.
—¡Cómo te atreves! Ella…
—Ella era un espectro. —Ilryth me sujeta las dos muñecas. Un
agarre a medias y torpe, ya que aún sostiene su lanza. Se clava en mi
piel y lo noto más que el agua o incluso que sus dedos alrededor de
mi otra mano—. Esa no era la mujer que conocías. Ella habría
intentado robar el alma de tu cuerpo y reemplazarla con la suya si le
hubieras dado la oportunidad.
Asiento levemente con la cabeza. La conmoción y el horror
adormecen mis sentidos. Estoy volviendo a lo que vine a hacer aquí.
Nada más. Ni más ni menos.
—Necesito conseguir la plata. Tenía toda una tripulación; habrá
más espectros. —Si Jivre podría ser una de esas cosas… cualquiera de
ellos podría serlo.
—Estaré atento. Muévete rápido. —Ilryth se aleja nadando,
confiando en que haré lo que debo hacer a pesar de mi vacilación
anterior.
Me obligo a moverme. A nadar hacia los restos de la bodega. Las
delgadas barras plateadas que se habían apilado con tanto cuidado
están esparcidas, apenas brillan en la oscuridad.
La seguridad de mi familia. La libertad. El futuro.
Cada uno que meto apresuradamente en la bolsa que me dio Ilryth
es un número en mi mente. Un recuento aproximado. Pero más es
más. Sigo agarrando, la bolsa se abulta pero no se rompe, hasta que
una nota aguda me distrae.
Hay un destello de luz. Un gruñido. Movimiento en la oscuridad.
Siento que los espectros se acercan, arañando desde las 252
profundidades. Lloran y gritan por nosotros, por mí, con un ruido
que suena como el canto frenético de un canto fúnebre.
Es como me temía. Como sabía. Me culpan de sus muertes y ahora
quieren su venganza. Pero no puedo entregarme a ellos por eso. Aún
hay más que debo hacer.
«Lo siento», dice mi corazón, aunque ninguno de ellos me oiga.
—¡Ilryth, lo tengo! —Nado de vuelta, con la bolsa pesando sobre
mi hombro. Mi Siren está sobre los restos de la proa del barco. Dos
espectros más lo rodean.
—¡Comienza a nadar hacia atrás! —grita.
—¡Qué… Ilryth!
Se inclina por debajo de mi campo de visión. Intento nadar tan
rápido como puedo. Pero, lastrada por la bolsa, ya está subiendo.
—¡Empieza a nadar, Victoria!
Hago lo que me dice. Me he acostumbrada tanto a ser la que tiene
el control, la que lleva la voz cantante, que asumir el papel de apoyo
me resulta incómodo. Es como volver a ponerme unos zapatos de
niña que ya no me sirven. Pero, gracias a mi época de capitana,
también entiendo que es importante confiar en la persona que tiene
la experiencia y los conocimientos en situaciones peligrosas. A veces,
incluso los mejores líderes deben seguir.
Una voz profunda llena los mares. Miro por encima del hombro.
Ilryth es la muerte en el agua. Empuñando una lanza brillante,
empala a los espectros que descienden sobre él, convirtiéndolos en
nada más que una corriente resplandeciente. Reconozco a algunos de
ellos. Pero a la mayoría no. Mis ojos luchan por seguir el ritmo del
caos.
Ilryth es hábil en la batalla. Cada movimiento es entrenado y grácil.
Sus instintos de combate están tan afinados como los míos al viento y
las mareas. Pero es solo un hombre.
Un espectro lo agarra del brazo. Ilryth ni siquiera lanza un grito, 253
pero veo que el dolor le cruza la cara.
Me muevo para llamarlo. Atraigo la atención de un espectro. El
espectro me mira fijamente. La voz de Charles llena mis oídos: «Toca
la campana, Lizzie».
Abro la boca pero no hay sonido. No hay palabras, no hay canción.
Vuelvo a esa oscura habitación de la campana durante esas primeras
semanas en las que no he pensado en años. Pensé que había
renunciado a este recuerdo… que lo había sacrificado a las palabras
de los viejos dioses. ¿Cómo lo encontraron los espectros dentro de mí?
Otro espectro golpea a Ilryth, dándole en el pecho. Apenas se nota,
aunque lo estoy mirando fijamente.
«Toca. La. Campana. Lizzie», gruñe Charles desde el otro lado del
tiempo, intentando distraerme del presente.
—¡Victoria! —Mi nombre en la voz de Ilryth es lo que me saca del
trance de los espectros. Los espectros están presionando el globo de
luz alrededor de Ilryth. La fuerza de su lanza flaquea.
«No soy Lizzie. Soy Victoria». Y ya no estoy bajo el control de
Charles. No lo he estado por años y no permitiré que estos espectros
saquen a relucir mis horrores y los usen en mi contra.
Se me cierran los ojos. Pienso en nuestro ensayo y siento el agarre
fantasma de Ilryth mientras me sujeta por el centro. Mientras canta
en el pliegue de mi cuello y mi hombro, enseñándome en su
anfiteatro.
La quietud silenciosa. La calma. La paz que de alguna manera
encontré en estas misteriosas canciones.
«Márchate», pide mi corazón, «márchate, oscuridad y sombras del
pasado. Ya no soy tuya». Eso es lo que dice mi canción con palabras
mías, superpuestas a los himnos de los antiguos. Soy más fuerte que
los silbidos, gruñidos o chillidos de los espectros.
Cuando mi canción alcanza su punto álgido, la luz brota del bastón
de Ilryth. Es diferente a cualquier otro poder que haya usado hasta
ahora. Es más brillante, más fuerte, más cálida. Se expande mucho
más lejos que la anterior burbuja de protección que dibujó, tanto que
254
choca contra las rocas y los escombros.
El ruido de los espectros se acalla al estallar en polvo de estrellas
que se acumula brevemente en tenues contornos de hombres y
mujeres, que casi inmediatamente desaparecen con suaves suspiros.
Siento a cada uno de ellos en mi corazón. Su dolor. Su placer. Es como
si cada uno de ellos me atravesara con golpes palpables en partes de
mí que ni siquiera deberían poder verse. Partes de mi alma.
Lentamente, la luz se desvanece. Los contornos de la carnicería
submarina del Paso Gris no son más que brumosos resplandores que
quedan cada vez que parpadeo. Pero la luz no ha desaparecido del
todo. Se aferra a mí. Está dentro de mí… son… ellos.
«Gracias», oigo en el fondo de mi mente. Las palabras son poco más
que las alas de una mariposa. Breves y fugaces. Se van en el momento
en que las sientes. Pero… casi sonaba como Jivre.
Me miro las manos y el aura débil y plateada que me rodea
mientras Ilryth se acerca nadando. Él también brilla. Todas las marcas
de su fuerte cuerpo brillan y se iluminan, tan plateadas como las mías.
Aunque sé que los espectros lo golpearon, no muestra ningún signo
de la batalla. Es como si nunca hubiera ocurrido.
—¿Qué he hecho? —«¿En qué me he convertido?»
—Esgrimiste las palabras de los antiguos con toda la habilidad y el
poder de un Duque de la Fe. Más que uno, incluso —dice
solemnemente, casi con reverencia.
—Tu brazo. —Alargo la mano y lo toco ligeramente. Las marcas
están calientes bajo mis dedos. Oro líquido, como las mías. Sin
embargo, a diferencia de las mías, la magia que recubre la suya se
desvanece en azul, blanco y dorado—. No te he hecho daño, ¿verdad?
—No. —Ilryth toma mi mano con las dos suyas. Me sujeta solo por
las yemas de los dedos, pero siento como si sus brazos rodearan mi
torso. Aplasta mi cuerpo contra el suyo. Cuando lo miro a los ojos,
oigo el eco de la canción que hice, que hicimos. Algo que era único
solo para nosotros dos. Poderoso—. Tú… —Un destello de dolor
atraviesa sus ojos. Rápidamente me da la espalda. Una vez más,
255
desearía poder escuchar todos sus pensamientos y no solo los que él
permite—. Deberíamos irnos. Aunque eso eliminó a los espectros de
las inmediaciones, aún hay peligros.
Me agarro a sus hombros sin decir nada más. Estoy demasiado
aturdida para pensar con coherencia. Mientras volvemos a toda
velocidad, me pregunto vagamente a qué recuerdo habré renunciado
para salvarnos entre los escombros. No estaba prestando atención a
desplumar a uno de Charles. Intento pensar, pero ahora hay
demasiadas lagunas en mi registro personal de mi historia como para
saberlo con seguridad.

Nos detenemos al otro lado del Vano.


Desenredo lentamente los dedos del agarre mortal que tenía sobre
sus hombros. Ilryth se detiene y nos separamos. La anamnesis que
encendió antes es poco más que un contorno parpadeante de lo que
una vez fue. Cruza hacia ella, reavivando el follaje plateado de la
cuenca.
Mi propia silueta resplandeciente se ha desvanecido lentamente,
desapareciendo por completo cuando cruzamos de nuevo al reino de
Midscape. Me acerco a uno de los pilares de este pequeño altar que
nos ofrece un breve respiro y aprieto la frente contra la fría piedra.
Mis pensamientos son confusos. Es como si alguien me hubiera
clavado un tenedor en la mente y me hubiera azotado el cerebro.
Un apretón familiar me agarra del hombro.
—¿Estás bien?
—Mis pensamientos están un poco dispersos —admito.
—Una vez que regresemos, te daremos un descanso de la unción.
—Suena genuinamente preocupado.
Sacudo la cabeza y me alejo.
256
—Estaré bien para entonces, estoy segura. —Esbozo una sonrisa
valiente. Una vez más, no parece convencido—. ¿Qué les he hecho?
Sé que blandí los himnos de los antiguos, pero ¿qué pasó?
—Una vez que un alma ha perdido su camino, y todas las cosas que
la hacían mortal han desaparecido hace tiempo, todo lo que queda es
una cáscara —dice con delicadeza—. Los espectros son cáscaras de lo
que una vez fueron. Abandonaron el Abismo y no pueden encontrar
el camino de vuelta. Ya sea por desvanecimiento o por la fuerza,
deben ser destruidos.
Las burbujas pinchan bajo la superficie de mi piel. Voces débiles
zumban en los recovecos de mi mente. Voces que nunca había oído,
de gente que nunca había conocido. Hacen eco de los sonidos de los
espectros cuando suelto la ráfaga de luz. La gratitud de Jivre me
persigue: lo último de su humanidad, gastada en mí.
—Yo los maté. —Es un pensamiento extraño, ya que estaban
muertos para empezar—. Ese estallido de luz… los maté a todos. ¿No
es así? —Miro a Ilryth, esperando haber entendido mal. Esperando
que mi análisis de sus palabras sea erróneo—. ¿Sus almas han
desaparecido por completo? ¿Estás seguro de que no los envié a lo
que sea que haya después?
—No hay nada «después» para un espectro salvo la finalidad —
dice, con suavidad pero lleno de pena. Ilryth extiende la mano y me
la pone en la mejilla. Se me hace un nudo en la garganta—. Les hiciste
un bien. Un final, aunque sea definitivo, es mejor que vagar por el
mundo como ellos, torturando a los vivos a su paso. Llevando la
podredumbre con ellos mientras esparcen el reino de los muertos de
Lord Krokan… solo para disiparse cuando todo su odio se haya
agotado. Les diste una muerte limpia. Un momento en el que podían
conocer la humanidad una vez más gracias a la magia de Lady Lellia
dentro de ti, en lugar de morir como monstruos. Sé que es lo que yo
querría, si alguna vez me ocurriera algo así.
Bajo la cabeza, sacudiéndola lentamente.
—No es justo.
—Nada de esto lo es. —Su tono no es más que de acuerdo—. No es
257
justo que las almas deban sufrir. Que Lord Krokan haya dejado de
honrar su trato hecho con el primer Rey Elfo y de escoltar almas al
Más Allá. Que se enfurezca y saquee nuestros mares de vida. Que en
su estado de tortura su reino sangra a Lady Lellia, amenazando con
envenenarla a ella también. Tampoco es justo que haya que enviarle
un sacrificio cada cinco años en el solsticio de verano: una mujer
inocente que puede dar su vida y que ésta no signifique nada.
Pienso en su madre. Ilryth la vio pasar por lo mismo que yo. La vio
ser ungida. Vio cómo sus recuerdos eran ofrecidos, uno a uno, antes
de que lo fuera su cuerpo. ¿Acaso ella lo reconoció al final? ¿Lo
reconoceré yo?
El dolor que me recorre en su nombre es casi demasiado grande
para soportarlo.
—No será por nada —le digo en voz baja. Se sobresalta. Antes de
que pueda hablar, continúo—: Si, cuando me vaya, haré todo lo que
pueda para calmar su ira. Para ser digna. —Si alguna vez soy digna
de algo en mi vida, por favor, que sea esto—. Pero incluso si fracaso,
no significará nada.
Se inclina ligeramente hacia atrás, enderezándose, como si
respirara lenta y profundamente. Su ceño se frunce ligeramente en el
centro. Se me oprime el pecho por compasión. Alargo el brazo y le
sujeto las dos manos, intentando compartir su dolor y demostrarle
que todo va bien.
—Valdrá la pena para mí solo intentarlo. Ahora que sé que mi
familia estará a salvo. —Palmeo la bolsa de plata que tengo en la
cadera—. Intentar mantenerlos a todos, y al Eversea, a salvo para toda
la eternidad será una buena forma de hacerlo. He visto morir a gente
por mucho menos.
Los ojos de Ilryth, tan profundos como la madera misteriosa, se
cierran. Libera la tensión que nos invade con un suspiro apenas
audible, se inclina hacia delante y apoya la frente en la mía. No puedo
resistirme a levantar ligeramente la barbilla, por instinto, tirando de
un hilo frágil y tenue. Nuestras narices casi se tocan y, durante un 258
minuto, flotamos en un éxtasis creado por nosotros mismos. Las frías
aguas de la Fosa Gris dan paso al calor de nuestros cuerpos. Nuestros
dedos permanecen entrelazados, ninguno de los dos dispuesto a
romper este momento de conexión, de comodidad.
—¿Por qué estás tan dispuesta a dejarlo todo tan elegantemente por
gente que nunca lo sabrá? —murmura. Si hubiera dicho esas palabras,
habría podido sentir su aliento rozando mis labios. Está así de
dolorosamente cerca—. ¿Cómo puedes estar dispuesta a darlo todo
sin pensarlo dos veces?
—Creo que me lo he pensado muchas veces —bromeo. Una risita
baja retumba en los bordes de mi mente, dibujando una sonrisa en
mis labios. Mi tono vuelve a ser serio—. Porque, Ilryth, he sido una
carga para mucha gente a mi alrededor. Hacer esto (posiblemente,
literalmente), salvar nuestros mundos es lo menos que puedo hacer.
—La sinceridad llega con sorprendente facilidad.
—No eres una carga. Dudo que alguna vez lo hayas sido.
—Está claro que no me conoces. —Me aparto un poco para mirarlo
a los ojos cuando se abren, huyendo de la atracción casi ineludible del
momento antes de que me domine.
—Te conozco mejor de lo que crees. —Su voz es profunda y plena.
Mirada intensa.
Es demasiado para mí. Este tema. El pequeño aleteo de los latidos
de mi corazón. El deseo innegable de besarlo de una forma que me
consumiera entera.
—Deberíamos seguir moviéndonos —digo.
—Podemos quedarnos un poco más, si lo necesitas. —Sus dedos se
tensan ligeramente, aún no dispuesto a rendirse.
Sacudo la cabeza.
—Quiero… necesito seguir adelante. —Necesito ver que esto se
haga. Porque temo que si dejo de moverme ahora, puede que nunca
vuelva a empezar. La tentación prohibida podría ganar, y yo podría
buscar refugio en el abrazo de este hombre enigmático, intrigante e 259
inesperadamente amable que ha empezado a atraparme, a pesar de
todos mis esfuerzos por proteger mi corazón.
Capítulo 22
Es mediodía cuando regresamos. Cuesta creer que solo hayamos
pasado una noche fuera. Primero vamos a la armería. El suave canto
del interior se detiene en cuanto entramos. Ilryth nada sobre un grupo
de hombres y mujeres —algunas de las cuales reconozco del fallido
desayuno de Fenny—, Lucia los estaba guiando en el canto y continúa
haciéndolo una vez que Dawnpoint ha vuelto a su lugar. La lanza
sostiene una anamnesis rebosante y el Ducado de las Lanzas vuelve
a estar bajo la protección de la magia de Lady Lellia.
A continuación, nos dirigimos a la sala del tesoro. El cofre que
Ilryth me había traído semanas atrás sigue en el centro de la sala.
—Adelante, llénalo con la plata —me indica mientras baja la
mochila de su hombro. A pesar de su peso, apenas parecía molestarle
mientras nadábamos de vuelta—. Voy a ver a Fenny y Sheel, luego 260
volveré.
Asiento con la cabeza y me pongo a lo mío mientras él nada para
ocuparse de lo suyo.
El cofre se llena rápidamente con la plata que sacamos de los restos
del naufragio: cada barra es un poco de esperanza para el futuro de
mi familia. Las ordeno en filas. Cuando aún no ha vuelto, busco una
daga y grabo mi nombre en el cofre, para que no quede duda de a
quién pertenecía y, con suerte, a quién debe ir.
Pero mi nombre no me parece suficiente, así que empiezo a recorrer
las estanterías. Hurgando en los diversos artículos. ¿La taza, quizás?
No…
—¿Y la taza? —Ilryth me saca de mis exploraciones. No lo he visto
entrar. Se queda junto al cofre, evaluando mi trabajo.
—Oh, pensaba dejar algo más con el tesoro. Escribí mi nombre en
el cofre, pero pensé que a mi familia no le vendría mal tener una
prueba más de que me pertenecía. Además… quiero añadir un toque
personal que pueda ofrecerles algún tipo de paz.
Duda, su mirada se vuelve suave.
—Sería cruel hacerles saber que aún vives.
—¿Crees que no lo sé? —Ladeo la cabeza y le dirijo una mirada
incrédula. La expresión de Ilryth no cambia. Suspirando
internamente, me rodeo con los brazos. Estoy de vuelta en la playa en
la que me dejó después de escapar de Charles. Hay un frío húmedo
tan profundo que se me metería en los huesos, y en los pulmones, y
me haría pensar que el mar y las sirenas me devolvieron solo para
que el frío me matara. Pero seguiría adelante. Sobreviviría. Por mí,
por ellos.
—No quiero que piensen que estoy viva. En todo caso, necesito que
sepan lo contrario. Ya regresé de entre los muertos una vez; aún
podrían albergar esperanzas —digo en voz baja—. Después de
aquella noche en el faro, se enteraron de mi desaparición solo para
que regresara unos años después, mejor de lo que me dejaron. Gracias
261
a tu magia, me hice un nombre como la capitana insumergible. Salí
adelante, una y otra vez, por imposible que pareciera la situación. Mi
hermana me dijo una vez que, por mucho que se preocupara, no creía
realmente que la muerte fuera capaz de retenerme. Después de todo
eso, podrían pasarse años esperando, deseando y viviendo como si
yo pudiera volver cualquier día. Sería cruel hacerles pasar por eso
cuando no hay esperanza para mí, esta vez.
—Ah. —El sonido es un suave zumbido a través de mi mente,
hundiéndose en todos los lugares oscuros a los que antes pensaba que
solo estas sombrías cavilaciones podían llegar—. Quieres matar sus
esperanzas antes de tiempo.
—Sí. No sé cómo —admito—. No estoy segura de qué podría dejar
en este cofre que les dijera que me he ido, que no esperen a que
vuelva. Pero tengo que intentar algo. —Sacudo la cabeza—. Sé que no
lo entenderán. Sé que no tengo derecho a pedirte nada más.
—Sin embargo, lo tienes. —Las palabras son ligeramente
divertidas. A Ilryth no le molestan lo más mínimo mis exigencias—.
Muy bien.
—¿Perdón? —Le miro a los ojos, sorprendida.
Ilryth se acerca, tanteando una pequeña bolsa en el cinturón que
lleva a la cadera. Se detiene ante mí y me muestra una pequeña
brújula dorada que le cabe en la palma de la mano.
Cada grieta y cada abolladura están exactamente como las
recordaba, cada arañazo en su sitio, más algunos nuevos. Alargo
lentamente la mano y deslizo los dedos por la superficie fracturada
de la brújula.
—Puse esto en su sitio en la proa de mi barco cuando entré en la
Fosa Gris —susurro. Entonces, pienso en Ilryth nadando por la proa.
Los espectros rodeándolo—. Tú…
—Cuando patrullaba los restos mientras tú recogías la plata, me
llamó la atención. Sabía que era preciosa para ti, así que la tomé — 262
dice como si no importara. Recuerdo cuando me dijo que nadara.
Cuando se sumergió hasta perderse de vista en la proa. Esto era lo
que estaba consiguiendo.
—¿Cómo sabías que me importaba tanto? —Aunque no era un
secreto, tampoco es algo que le haya contado. Se encoge de
hombros—. Ilryth —digo con tono inquisitivo, para que sepa que no
se va a librar de esto.
—Hubo un par de veces, cuando zarpabas, que te vislumbré.
—¿Me visitaste? —susurro—. ¿Por qué?
—Me has fascinado. —Hace un gesto hacia la habitación. Una
habitación de tesoros marineros. Aunque tenía mis sospechas,
también tenía mis dudas; no podía ser todo por mí… ¿o sí?—.
Además, tenía que asegurarme de que mis protecciones sobre ti
seguían siendo fuertes —añade despreocupado.
—¿La brújula iba a formar parte de tu habitación de los tesoros? —
Me incomoda la idea de que algo tan importante para mí sea poco
más que un objeto en su estantería. Uno entre docenas. Como lo había
sido mi antiguo anillo de boda.
Sacude la cabeza y se frota la nuca, con los dedos enredados en el
pelo.
—Estaba pensando que podría ser un regalo de despedida antes de
que fueras al Abismo. Algo que te ayudara a encontrar tu camino en
el mundo de los dioses.
Regalarme esto en cualquier momento suena mucho a aferrarme a
una atadura a este mundo. Pero no digo tanto. Este gesto fue
profundamente amable. Era algo que no tenía que hacer, algo que no
le beneficiaba en nada y que, en todo caso, arriesgaba mucho. Sin
embargo, lo hizo de todos modos. Para mí.
—Bueno, gracias. —Mis dedos se cierran alrededor de la familiar
brújula. Se siente más pesada que su metal, tan pesada como mi
corazón. Esta brújula me ayudó en mis peores días. Me guió a través
de innumerables tormentas.
263
Fue lo primero que me compré: una mujer libre, sola, buscando su
propio camino.
Con esta brújula convencí a Kevhan de que era capitana de barcos,
una fachada patética, pero que funcionaba. Una cosa tan
aparentemente insignificante se sentía como si sostuviera mi libertad
en su puntero giratorio. Me guió hacia lo desconocido durante cinco
años… y ahora, su tiempo ha terminado. Esa libertad, por fugaz y
limitada que fuera, se ha ido.
La coloco en el cofre. Si mi brújula vuelve a mi familia… sabrán que
no volveré. Mi vida terminó con ese fragmento en el cristal. Cierro la
tapa del cofre. Mis dedos se extienden por la superficie mientras
vacilo. Es como si acabara de cerrar la tapa de mi propio ataúd.
«Adiós, Capitana Victoria».
—Ahora, ¿cómo llevamos esto de vuelta a Dennow? —Mis
palabras están niveladas, alimentadas con un propósito.
—Volveremos a cruzar el Vano. —Ilryth tiene la decencia de no
presionarme con las emociones que, estoy segura, sabe que se agitan
en su interior.
—¿Y estás dispuesto a arriesgarte a llevarme a través una vez más?
—Sé lo importante que es mi papel, no solo para él, sino para todo el
Eversea y todos los que están más allá. Este es el camino que elijo
ahora. El último curso que trazaré en mi vida.
—Te di mi palabra. Y, como te dije, nuestra palabra tiene peso aquí
en el Eversea. —Me mira a los ojos con breve intensidad y luego se
encoge de hombros—. Además, tendrás que decirme cuál es la mejor
manera de dejar esto para que tu familia lo encuentre. Sería inútil ir
sin ti.
Extiendo la mano y la tomo entre las mías. La misma mano que
sacó mi brújula de la oscuridad y me la devolvió.
—Gracias, Ilryth —digo con toda la sinceridad del mundo.
Su rostro se relaja en una sonrisa tierna y sincera. 264
—Por ti, Victoria, lo que sea.
Las palabras caen sobre mí como una ola, llevándome de vuelta a
ese momento al otro lado del Vano. El momento en el que me di
cuenta, sin lugar a dudas, de que me gustaría besarlo. Mientras miro
fijamente los cálidos ojos de Ilryth, me doy cuenta de que estos
impulsos podrían no ser del todo unilaterales. Pero… actuar sobre
ellos sería nuestra perdición.
Fuerzo una sonrisa, finjo ambivalencia y digo un simple:
—Gracias.
Esta vez, creo que Ilryth no le dijo a nadie que nos íbamos. Habría
esperado oír otra objeción de Sheel de haberlo sabido. Otra canción
de protección resonando sobre el ducado.
Nos alejamos nadando mientras cae la noche. Vuelvo a colgarme
de los hombros de Ilryth, cabalgando a su espalda mientras él sujeta
el cofre. Al menos, esta vez no hemos tomado Dawnpoint, así que su
barrera de protección aún se extiende a lo largo de la Fosa Gris, a
nuestra derecha, mientras nos dirigimos hacia el oeste.
No me cabe duda de que hemos programado nuestra partida a la
perfección para evitar las patrullas de Sheel. Observo con cautela las
profundidades arremolinadas de la podredumbre, escudriñando en
la oscuridad en busca de cualquier señal de un espectro que pudiera
arrastrarse por el borde… o el rizo de un enorme tentáculo.
Pero todo está tranquilo.
Tras lo que parece una hora nadando, Ilryth se orilla y desciende
en un amplio arco. Muy por debajo de nosotros hay un paisaje que
recuerda a los estanques de marea de la isla del faro en la que viví con
Charles. Las rocas han sido alisadas por el tiempo y las corrientes,
acunando estanques que parecen mercurio girando lentamente. La
zona está iluminada por resplandecientes fumarolas ámbar de vapor
y calor que surgen de la tierra fundida. Unos arcos de piedra rodean
la zona, como los altares de anamnesis de la fosa, y la separan de la
arena negra del fondo marino que se extiende hasta donde alcanza la 265
vista.
—¿Qué es este lugar?
—Estos son los estanques de los viajeros. Casi toda el agua está
conectada, de algún modo. Si no en la superficie, a través de canales
subterráneos y ríos invisibles. Hay pocos rincones de este mundo
donde la magia de mi pueblo no pueda llegar —explica. Recuerdo
vagamente la mención de esto cuando le pregunté por primera vez
sobre ir a la fosa—. Utilizamos estos canales y conexiones para
acelerar nuestra capacidad de atravesar largas distancias.
—Esto es de lo que me hablabas antes: los estanques estables afines
a la magia que usaste para traerme aquí.
—Sí, usé un vial que contenía una gota de esta magia: la reliquia y
la canción que mencioné antes.
—Todavía siento envidia de esta habilidad —admito—.
Transportarse fácilmente de un lugar a otro habría cambiado por
completo mi mundo. Aunque me habría quedado sin trabajo si fuera
tan sencillo.
—Entonces supongo que es bueno que no la tuvieras.
—Bueno… es relativo. Prefiero quedarme sin trabajo y que mi
tripulación, y las tripulaciones de todos los demás barcos que se
hundieron intentando completar rutas peligrosas, sigan vivan. —Mi
tono parece tranquilizarlo, y con razón.
—No es culpa tuya que se hayan ido —me recuerda, las palabras
un eco de lo que dijo en la fosa.
—Me siguieron, pensando que los mantendría a salvo.
—Y sé lo duro que es cuando alguien que te confió su vida acaba
perdiéndola. —Las palabras podrían ser bruscas. Pero no lo son. En
cambio, están llenas de comprensión y ternura—. A veces,
cometemos errores y debemos vivir con las consecuencias. Pero a
veces el destino simplemente reparte una mano cruel y la culpa no
recae en nadie. 266
El impulso de rodearlo con mis brazos por el medio para poder
apretar mi mejilla contra la hendidura entre sus omóplatos es casi
abrumador. Podemos entendernos. De una forma que nunca hubiera
esperado, me encuentro simpatizando con un Siren. Venimos de
mundos muy diferentes. Diferentes expectativas y crianzas. Y sin
embargo… hay tanto en él que entiendo a un nivel innato, casi
visceral. Tanto que le permite conectar conmigo más que cualquier
otra persona que haya conocido.
—¿Estás seguro de que está bien ir? —pregunto mientras se orilla.
Había dicho que estaban vigilados.
—Seremos rápidos. —Ilryth se sumerge más profundo antes de que
pueda expresar cualquier otra vacilación o duda—. Agárrate fuerte;
acabaremos en un momento.
Cambio el agarre, acercando mi cuerpo al suyo. Mis antebrazos se
acurrucan entre su cuerpo y sus bíceps, los codos justo por encima de
los suyos. Robusto. La palabra le queda muy bien. Cada músculo
sólido. Cada poderoso aleteo de su cola. El duque es un hombre
robusto y sólido. Sentir tanto poder contra mí despierta una
necesidad en mi interior, una que no había sentido en años.
«Concéntrate», Victoria, me advierto a mí misma. Las necesidades
carnales son solo ligeramente menos peligrosas que el nudo de afecto
en el que mi estómago ha estado intentando retorcerse. Aunque para
muchos es totalmente posible entregarse al placer sin que arraigue el
afecto… por mucho que me encantaría poder dividir las dos cosas,
por mucho que deseara caer en la cama con un hombre fuerte y
apuesto, sé que no puedo. Si enredo mi cuerpo con el suyo, mi
corazón quedará igualmente atrapado.
Sí, Ilryth es un hombre con un cuerpo digno de aprecio. Pero eso es
y será todo lo que pensaré de él, nunca. Puedo admitirlo sin
demasiado peligro para mí.
Intento contener la respiración por instinto mientras nos
zambullimos en el estanque. Hay el mismo parpadeo de oscuridad y
la misma sensación de peso que sentí la primera vez que cruzamos
por arte de magia. Pero esta vez hay menos caos, así que puedo 267
concentrarme más. O tal vez sea más fácil viajar como lo hago ahora.
Aparecen manchas de luz que se unen en un único punto en la
distancia.
En un abrir y cerrar de ojos, estamos nadando de nuevo hacia la
superficie. El vértigo me da vueltas en la cabeza ante el repentino y
dramático cambio de dirección. El mundo ha dado la vuelta y el mar
ha cambiado.
Salimos nadando de un único estanque de marea de mercurio,
apenas visible en la penumbra. Se ha tallado un arco en el acantilado
de piedra que hay detrás, pero eso es todo en cuanto a adornos. La
roca es la misma piedra oscura que reconozco de los acantilados que
enmarcan Dennow.
—Estamos aquí —susurro.
Capítulo 23
—Te dije que esta excursión no llevaría mucho tiempo.
—¿Cómo supiste dónde ir? —pregunto.
—Antes mencionaste a Dennow. Estoy familiarizado con los mapas
humanos, al menos de las costas. —Eso puedo creerlo, dados todos
los instrumentos de navegación y mapas que vi en su sala del tesoro.
Sin embargo, hay algo que no me creo del todo.
—Creo que no mencioné a Dennow antes.
—Seguro que sí.
Me muevo, mirando fijamente los pálidos mechones de pelo que se
mecen sobre su nuca. Todas las noches que pasé escuchando su
canción están en primer plano en mi mente, junto con todo lo demás
que ha mencionado. Todos los pequeños detalles que se van
268
sumando.
—Ilryth, dijiste que venías a comprobar el estado de mis
bendiciones. A mí. ¿Has venido aquí, específicamente?
Un largo tramo de silencio. Lo suficientemente largo como para
eliminar toda duda en lo que va a decir antes de que lo haga.
—Sí.
Le daré crédito por no negarlo.
—¿Por qué?
—Eras la ofrenda que había elegido para Lord Krokan, la que el
Eversea estaba esperando. Quería asegurarme de que todo estuviera
bien, de que la bendición que te di siguiera siendo fuerte para que te
mantuviera a salvo. —Práctico. Lo que yo esperaría. Pero luego
añade—: Con el tiempo, sin embargo, me fascinó tu mundo. Con tus
aventuras y los rumbos que trazaste. Como si te empeñaras en
explorar mis dominios sin hundirte realmente en ellos.
—Siempre pensé que la canción solo estaba en mi cabeza la mayoría
de las noches… ¿con qué frecuencia me visitabas?
—Tan a menudo como he podido. —Ralentiza el paso a medida
que nos acercamos a la superficie. Los desechos ensucian las mesetas
de los niveles superiores de los acantilados cercanos a Dennow.
Líneas y redes abandonadas no capturan más que agua. Hay juguetes
de niños perdidos depositados en la arena.
Pienso en él, nadando entre esta extraña colección de efectos
desechados la mayoría de las noches, viendo una parte de mi mundo
en la que nunca había pensado. Por encima de nosotros, las luces de
la ciudad se ven borradas por grandes siluetas de barcos y botes,
alineados en el muelle y muelles más pequeños. Me lo imagino
acercándose a la superficie tanto como se atrevía, sin que nadie se
diera cuenta de que el Siren podía acercarse tanto, tanto, a nuestras
casas. O de que el Siren no era a quien había que temer en absoluto.
—Y puede que hayas oído la canción resonando a través del Vano,
de mí a ti, de vez en cuando —añade—. No siempre era yo quien 269
venía a cantarte para que te durmieras. —Ilryth ríe suavemente—. No
estaba seguro de si me oirías. Aunque debería haberlo sabido.
Después de forjar nuestra conexión, solo tiene sentido.
Una parte de mí piensa que debería horrorizarme ante su
presunción de venir a verme todas las noches. Pero no es que
invadiera mi espacio. Nunca subió al barco. Nunca exigió mi
atención.
—Tu sala del tesoro…
Nuestra conexión debe de ser profunda, porque sabe lo que voy a
decir sin necesidad de que yo lo diga.
—Sí, me inspiraste. En cada viaje, me llevaba algo.
«Así que era la misma taza que esa noche…»
—Disfrutaba intentando ver adónde irías después, aunque mis
estanques de los viajeros no me permitieran seguirte siempre, o tus
faros no me permitieran quedarme mucho tiempo. —Casi puedo oír
la sonrisa en sus palabras—. Al menos podía estar allí antes de que
cruzaras el Paso Gris en tu mundo, intentando asegurarme de que
tuvieras toda la protección que pudiera ofrecerte.
—Tú…
No debe haberme oído. El pensamiento era débil para empezar.
—Aunque poco bien pude hacer la última vez. Lo siento de veras.
Espero que algún día puedas creerme que nunca quise faltar a mi
palabra. De verdad, Victoria, intenté protegerte.
Mis costillas parecen derrumbarse sobre sí mismas. Se me contrae
la garganta. Apoyo la frente entre sus omóplatos, junto a su nuca.
Había pensado tan mal de él. Le hablé con tanta dureza… cuando lo
único que había hecho era intentar protegerme.
—¿Victoria? ¿Qué te pasa? ¿Deberíamos volver?
—Estoy bien. —Espero que la firmeza y la fuerza de mis palabras
le den calma.
—¿Qué pasa? 270
—Solo necesito un momento. —Mis máscaras se están rompiendo.
Ha sido un día largo y agotador, y mis fuerzas menguan.
Se detiene y no dice nada más. Me permite aferrarme a él. Mi
cuerpo se aprieta contra su robusto armazón. Flotamos en el océano
mientras me sumerjo en mis pensamientos.
Todos esos años que pasé sola. Todos esos años que pasé cuidando
de mí misma, sintiendo que si no lo hacía yo, nadie lo haría. Fui fuerte
porque quería serlo, pero también porque tenía que serlo.
No podía depender de nadie para cuidar de mí. Realmente lo creía.
Una parte de mí todavía lo cree, supongo… Mi tripulación era como
mi familia, pero al igual que mi familia de verdad, eran mi
responsabilidad. Podía confiar en todos ellos para que hicieran lo que
necesitaran. Pero era mi trabajo cuidar de ellos, no al revés.
Pero estaban ahí para mí. Al igual que Emily cuidaba de Madre y
Padre en mi lugar cuando yo no estaba en el puerto. Incluso Ilryth…
incluso cuando lo maldecía en voz baja cada día por no darme
suficiente poder. Él también estaba allí. Era él quien me protegía, no
solo su magia, sino él mismo. Incluso cuando intentaba buscar
folclore o magia para deshacer el control que ejercía sobre mí.
—Te di tan poco crédito —susurro. No dice nada, así que
continúo—: Todos… Durante tanto tiempo pensé que estaba sola.
Que estaba rodeada de gente que me necesitaba y que lo mejor que
podía hacer por ellos era ayudarlos. Eso era lo que necesitaban de mí,
todo lo que podía ofrecerles, y yo era lo bastante fuerte para hacerlo.
Dando era como sería digna de ellos. Nunca… nunca pensé que la
gente me necesitara por mí. Ni siquiera consideré que la gente me
cuidara tanto como yo a ellos.
Pero lo hacían.
Mis papeles para la ruptura de mi matrimonio siempre fueron
acelerados. Ahora puedo ver la mano de Emily en los asuntos con el
consejo. Mi madre siempre me daba sugerencias para navegar que
acababan llevándome a puertos vacíos con mercaderes ansiosos,
fáciles de navegar y aún más fáciles de comerciar. Mi padre siempre 271
tenía preparada una comida caliente cuando volvía a casa. Mi
tripulación, llegado el momento, arriesgaba su vida y renunciaba a
toda su paga al hacerlo… por mí.
—Yo no… no los merezco. Ni a ti.
—Victoria…
—Estuve tan sola durante tanto tiempo, pero nunca estuve
realmente sola, ¿verdad? —Un dique se rompe en mí. Brotan lágrimas
que creía haber dejado de llorar hacía tiempo. Mis manos se sueltan
de sus hombros y vuelan hacia mi cara, cubriéndola, intentando
esconderme del mundo. Intentando esconderme de mi vergüenza por
no haberme dado cuenta antes.
Dos brazos me rodean. Apretados y firmes. Robustos.
Una de sus manos me sube por el cuello hasta la nuca. El otro brazo
rodea la mitad de mi espalda, agarrándome con fuerza. Me ahogo en
un mar de dolor y alegría que nunca supe que estaba llenando todas
esas noches que lloré sola.
—Mereces mucho más de lo que yo o cualquiera podría darte.
Podría pasarme toda la vida dándotelo y no sería suficiente —
susurra. Casi parece que me susurra al oído, aunque habla sin usar la
boca. Cada pensamiento es una caricia dentro de mi mente,
suavizando los interminables dolores que he llevado durante
demasiado, demasiado tiempo—. Cada noche que te oía llorar, quería
decirte que todo iría bien.
Suelto un ruido entre risa y sollozo.
—No te habría creído, aunque lo hubieras hecho.
—Lo sé. —Me acaricia el pelo suavemente—. Porque sé lo que es
sentirse a la deriva, solo en un mar inmenso.
—Podría haber hecho mucho más con el tiempo que me diste —
admito ante mí misma y ante él.
Mucho después de dejar a Charles, le dediqué mucho tiempo. Tenía
un control sobre mí como ningún otro. Papeleo terminado o no, fui
tan libre como el viento en mis velas durante años. Em tenía razón; 272
mi corazón había renunciado a aquel matrimonio en decadencia
mucho antes de que el consejo pusiera la pluma sobre el papel.
Pero no me había desprendido del agarre que Charles tenía en mi
espíritu. Vivía cada día pensando en él. Escupiéndole. Con
resentimiento. Preguntándome, de vez en cuando, a mi pesar, cómo
estaba y qué hacía. Bueno o malo, todo se reducía a pensar en él.
Dedicándole una energía que no se merecía, que yo no quería darle y
que, sin embargo, le dedicaba una y otra vez.
Fue necesario remover recuerdos de él con magia divina, y la difícil
situación de un mundo, para finalmente apartar mi atención de él.
Para darme cuenta de que, más poderosa que todo mi odio y
necesidad de venganza, es mi indiferencia. La forma de herirlo nunca
fue haciéndole daño, sino no preocupándome en absoluto. Eso es lo
que finalmente me liberará de él.
—Hiciste cosas extraordinarias. Navegaste hasta el final de la Fosa
Gris, evitando a los emisarios de Lord Krokan y a los espectros por
igual. Te prometo que no te ayudé tanto como crees. Fuiste más al sur
de lo que jamás he visto, más allá de donde los mapas se salen del
borde del pergamino. —Ilryth suena genuinamente impresionado y
su sinceridad frena mis lágrimas—. Hiciste más en casi cinco años que
la mayoría en toda su vida.
—Pero no fue suficiente… no hice lo suficiente por ellos. Para
devolverles todo el amor que me dieron.
Su mano se detiene. Lentamente, sus brazos se despliegan a mi
alrededor. Casi le digo que no me suelte. No estoy preparada, todavía
no. Hace años que no me consuelan así y estoy necesitada.
—Mírame, Victoria —me ordena suavemente. Y lo hago. Miro a
través de los dedos y luego bajo las manos. Ilryth me sostiene ahora
con su mirada inquebrantable. Es tan tranquilizador como acaba de
serlo su abrazo—. No tienes que corresponder a nadie por su amor.
Se da libremente.
—Pero…
—Sin peros. Así de simple. Es así de sencillo. Si alguien te quiere, 273
te quiere de verdad, es porque quiere, porque no puede imaginar un
mundo en el que no te quiera. Porque haces que su alma cante solo
con tu mera existencia. —Aunque sus palabras son dulces y
brillantes, sus ojos están llenos de un dolor que no comprendo.
—Pero no soy alguien a quien sea fácil querer —susurro—. Tal vez
como hermana o hija. Quizá como amiga. Pero no… —Me detengo en
seco.
—¿No? —sondea suavemente.
Estoy demasiado en carne viva, demasiado desnuda para luchar.
—No como amante.
Me acaricia las mejillas con ambas manos, apartándome el pelo de
la cara.
—¿Qué te hizo pensar eso?
—Es algo que me dijeron —admito—. «¿Quién podría amarte?» —
Es increíble hasta qué punto mi inflexión coincide con la de Charles,
incluso en mi propia mente. Incluso después de meses de estar
finalmente lejos de él—. Soy complicada, soy…
—Para —me ordena, aunque sin brusquedad. Obedezco—. No sé
quién era esa persona. Pero era claramente un individuo triste,
pequeño y cruel.
En eso puedo estar de acuerdo. Siempre he estado de acuerdo.
Entonces, ¿por qué las palabras de Charles se me quedan tan
grabadas?
—Eres digna de ser amada no solo por amigos y familiares, sino
también por un amante.
—Bueno, no importa mucho… ¿verdad? —Intento encogerme de
hombros como si nada de eso importara. Como si él no siguiera
sujetándome la cara con sus dos manos tan suavemente como yo
esperaría que sujetara mi corazón—. No es que vaya a tener tiempo
de encontrar otro amante. No es como si alguna vez lo hubiera hecho.
Algunas personas no están hechas para eso.
274
—Sé lo que quieres decir. —No hay ni rastro de vacilación, duda o
engaño en él, como si realmente lo supiera.
—¿Cómo?
—Nunca quise enamorarme. Juré que nunca lo haría.
Es un juramento bastante sensato. Pero es extraño oírlo de un
hombre que estaba hablando poéticamente sobre el poder del amor.
—¿Por qué?
—Vi lo que les hizo a mis padres. Después… —Estoy a punto de
decirle que no tiene que continuar, sé lo difícil que es este tema para
él, cuando persiste—. Después de la muerte de mi madre, mi padre
empezó a marchitarse. Su compañera se había ido y el silencio de su
alma le quitaba las ganas de vivir. Nada en todos los mares fue
suficiente para reemplazarla.
—Lo siento —susurro.
—Ambos hemos conocido la pérdida y el dolor. —Me suelta la cara
y me recorre los brazos con las yemas de los dedos.
—Y tratamos de hacerlo lo mejor posible por ello.
Ilryth parpadea varias veces, sobresaltado. Inclina ligeramente la
barbilla y la intensidad de su mirada es excesiva. Me está invitando a
escudriñar en su alma, igual que él ha escudriñado en la mía.
—No por ello, a pesar de ello. Lo que somos es independiente del
trauma que intenta estropear nuestras almas. Forma parte de
nosotros, puede enseñarnos, pero no nos define.
Esas palabras hacen que me vuelvan a picar los ojos. Quiero
rodearle la cintura con los brazos y aferrarme a él. Disfrutar de su
estabilidad un poco más mientras mi mundo vuelve a su sitio.
Pero no lo hago. No puedo permitirme acercarme demasiado a él.
No solo por el bien de mi frágil corazón, sino porque hacerlo no sería
más que condenarlo al desamor… si de verdad está sofocando el
mismo afecto incipiente que yo. Yo me dirijo al Abismo, luego al Más 275
Allá… y él tiene una larga vida por delante. Es mejor no desafiar el
voto que ha hecho por sí mismo, ni mi determinación. Pero eso no
significa que no podamos encontrar consuelo el uno con el otro, y
alivio. Que no podamos cuidarnos el uno al otro como compañeros
líderes que comparten una experiencia única. Como dos personas que
están agotadas y cansadas y tan hambrientas del alivio de un hombro
de alguien que comprende.
Me froto los ojos, intentando alejar cualquier resto de lágrimas
rebeldes. Al hacerlo, me doy cuenta del estado de mi cuerpo. Ya no
soy sólida. Mi contorno sigue siendo de un plateado nítido, pero mi
carne se está volviendo transparente.
—Pero qué…
Los dedos de Ilryth rodean los míos.
—Hemos pasado demasiado tiempo lejos de la magia de Lady
Lellia.
—¿Qué hay de diferente esta vez con respecto a ayer?
—Tal vez tengas más del poder de los antiguos dioses envuelto en
ti. Tal vez sea porque esta vez no cantas sus palabras. Sea cual sea la
razón, debemos devolverte pronto al Eversea.
Asiento y él va a recoger el cofre que colocó en una meseta cercana.
—Vamos a arreglar las cosas con tu familia.
—Sí. —Me sitúo a su espalda una vez más y nos dirigimos a la
superficie. Esta es la última vez que veré las aguas de Dennow. La
última vez que veré mi hogar.
Después de esta noche… seré una con el Eversea y me
comprometeré a convertirme en nada más que la ofrenda a un dios
antiguo.

276
Capítulo 24
Todos los barcos están protegidos para pasar la noche. Mientras
nadamos entre ellos, evitando sus percebes y musgo marino, no
puedo evitar preguntarme cómo habrían transcurrido mis últimos
seis meses si mi barco no hubiera sido atacado.
Habría tenido seis meses más con mi hermana y mis padres. Quizá
podría haber negociado de nuevo con el consejo después de que
Charles se hubiera ido a su faro. Lo llamaron «juicio final» pero mi
madre me enseñó que siempre existe la posibilidad de decir algo más
antes de que termine la negociación. Quizá me hubiera dado cuenta
antes de que no estaba sola, de que no tenía que cargar con la
responsabilidad exclusiva de cuidar de todos los que me rodeaban
para compensar cosas de las que en realidad no carecía. Tal vez, una
vez que me hubiera dado cuenta de eso, Emily podría haberme
ayudado a ganarme al consejo. 277
«Y si… podría haber… lo que podría haber sido…» Las palabras
que resumen toda mi existencia. Las preguntas que me seguirán hasta
la tumba.
—Estar aquí… —Ilryth es interrumpido por un repique agudo y
ensordecedor que ondea a través del agua. Se estremece,
tambaleándose, agarrándose el pecho como si le hubieran apuñalado
en el corazón.
El sonido intenta desgarrarme. Los contornos mágicos de mi
cuerpo vibran y se distorsionan. Lucho por mantenerme unida, como
si mi fuerza de voluntad fuera lo único que me mantiene acoplada.
Aunque es difícil mantener mis pensamientos claros en medio del
ruido resonante de la campana.
El sonido se desvanece e Ilryth se toma un momento para
serenarse. Yo hago lo mismo.
—Eso era un faro, ¿no? —consigo preguntar, aunque ya sé la
respuesta.
—Lo era.
—Bueno, funcionan —murmuro. No solo contra los cantos de
sirena, sino también contra los espectros. Si solo hubiera una forma
de decirles eso a los humanos. Las sirenas no son nuestros enemigos,
no de la forma que pensábamos. La idea casi me hace sentir culpable
por tocar la campana tan a menudo. Pero la emoción es fugaz cuando
pienso en una sirena poseída por un espectro que viene a reclamar a
Emily como ellos intentaron reclamarme a mí.
Con suerte, cuando esto acabe, cuando lo consiga, los cascabeles y
las orejas rellenas de algodón pasarán a ser cosa del pasado. Los
humanos, sin saber por qué, se darán cuenta de que los mares no son
tan peligrosos como creían. Puede que tarde décadas, pero quizá
llegue un día en que las familias se sienten de buena gana en la playa
y admiren los horizontes que yo daba por sentados cada vez que salía
en un barco.
Si Ilryth oye mis murmullos, no dice nada en respuesta, sino que
sigue nadando a lo largo del muelle, bajo sus sombras y los pilones. 278
La sensación es parecida a la de caer en un espejo y aterrizar en el
mundo del otro lado, un lugar que se parece a todo lo que conoces,
pero que es diferente. Al revés. Por primera vez en semanas, soy
consciente de cada patada de mis piernas, de cada giro para
deslizarme ágilmente por el agua. Este fue una vez mi hogar, caminé
por estos muelles innumerables veces, y ahora soy una sombra bajo
ellos. Un fantasma de mi antiguo yo que regresa a un lugar al que ya
no pertenezco.
La ciudad está tranquila. Es tarde. Pero puedo vislumbrar edificios
familiares a través de los listones de madera que hay sobre mí. Me
detengo en uno que amenaza con hacerme llorar de nuevo.
La taberna, normalmente tranquila, palpita con luz y sonido. Casi
puedo sentir los estruendos en el agua cuando unos pies danzantes
sacuden sus cimientos contra la roca. Desde aquí no puedo ver por
los gruesos ojos. Pero la corriente de gente que se aleja, haciendo que
nos hundamos más bajo la superficie del agua, es todo lo que necesito
saber.
—Esa es la taberna de mi familia —susurro—. Y está prosperando.
—Tal vez sea lástima. Tal vez me he convertido en folclore. O tal vez
mi familia fue finalmente capaz de separarse de la marca negra que
traje sobre ellos. En cualquier caso, ver que les va bien me hace
suspirar de alivio.
—¿Ah, sí? Siempre me pregunté por qué pasabas tanto tiempo allí.
—Era el sueño de mi padre. Mi madre siguió comerciando cuando,
de otro modo, habría dejado de hacerlo para que tuvieran las cajas
para hacerlo. Yo también colaboré. Em también… —Me quedo
pensativa, mirando con asombro. «Lo has conseguido, papá. Ahora
todo el mundo sabe lo bien que sabe tu cerveza».
—No deberíamos entretenernos. —Ilryth me toca ligeramente el
codo.
—Lo sé. —Sin embargo, no me muevo. Quiero quedarme hasta que
sea lo bastante tarde para que Em, o papá, o mamá salgan a recoger
la plata. Solo para verlos por última vez…
279
—Victoria.
—Bien. Por aquí. —Sacudido por las fútiles nociones, nos guío
hacia una colección de redes no muy lejos—. Pondremos el cofre aquí.
—¿Estás segura de que les llegará así?
Asiento con la cabeza.
—Son las redes de mi padre. Recoge cualquier pez que caiga en
ellas para sus asados y guisos.
Ilryth se mueve cuando no hay nadie alrededor, encajando la caja
en el corazón de la red y envolviendo las cuerdas a su alrededor
varias veces. No puedo evitar hacer algunos ajustes después de que
termina.
—¿Mis nudos no eran lo bastante buenos? —Ilryth se cruza de
brazos.
—En absoluto. Pero no te preocupes, ahora tienes una marinera por
amiga.
—¿Amiga? —Arquea una única ceja pálida.
—Me has visto llorar. Solo mis amigos más íntimos me han visto
llorar. —Me encojo de hombros. En realidad… solo me han visto
llorar unas tres personas, Ilryth incluido. Pero él no necesita saber que
está entre un grupo tan exclusivo.
—Necesitas tener umbrales más positivos para las amistades. —
Continúa escaneando los muelles por encima de nosotros—.
Deberíamos irnos antes de que alguien nos vea.
—Lo sé. —En ambos casos. Paso los dedos por el centro una última
vez. He grabado mi nombre en su parte superior. Contiene mi
brújula. Mi familia lo sabrá.
«Será suficiente. Tiene que serlo. Es lo último que puedo hacer por
ellos».
—Victoria. —Me sujeta la otra mano, pero no tira. No me exige que
me vaya. Ilryth solo la sostiene. Aunque su tacto se siente distante.
Incluso los grabados de mi nombre bajo mis dedos son apenas 280
perceptibles.
Me estoy desvaneciendo. Mi cuerpo realmente se ha vuelto más
mágico que físico. Ahora que esto ha terminado, utilizaré lo que me
queda de existencia para hacer lo correcto por el Eversea, el Mundo
Natural, los antiguos dioses, incluso mi familia… e Ilryth. Me quedo
brevemente aturdida por lo mucho que él tiene en cuenta mi acerada
resolución.
—Muy bien, estoy lista.
Me da la espalda y yo me agarro.
Nadamos lejos de las luces de Dennow, hacia la sombra y la
penumbra de los niveles inferiores del mar, alejándonos de los ecos
de las campanas de los faros que nos persiguen. Nadamos más allá
del cementerio de baratijas olvidadas y desechadas. Abajo, más allá
del lodo y la mugre que enturbian las aguas por encima de las
corrientes profundas.
—Gracias de nuevo —digo con toda la sinceridad que llevo dentro.
—No pienses nada.
—Pero lo hago. —Le aprieto ligeramente los hombros—. Cuando
volvamos, vamos a comenzar la siguiente etapa de la unción. Quiero
asegurarme de que estoy lista para Lord Krokan. No habrá otro
sacrificio después de mí.
Mira por encima de su hombro, ralentizando el paso.
—Estás realmente comprometida, ¿verdad?
Asiento con la cabeza.
—¿No tienes miedo? —La pregunta es casi tímida, incierta. Está
claro que se lo ha preguntado más de una vez, sin duda muchas tras
la muerte de su madre.
—Un poco, quizás. —Me encojo de hombros. Mi tono arrogante no
es solo una fachada audaz. He encontrado cierta paz con mi destino—
. Creo que por fin me he dado cuenta, por fin lo he aceptado, de que
es el lugar en el que estoy destinada a estar. Morí en el agua la noche
que nos conocimos y he estado esquivando a la muerte desde 281
entonces. Es hora de pagar mis deudas. Y tanto si se lo debo a los
demás como si no, puedo hacer que mi vida signifique realmente algo
según mi propia medida, independientemente de los demás.
Ilryth guarda silencio. Luego, en voz baja:
—Por si sirve de algo, creo que calmarás la ira de Lord Krokan.
—Gracias por el voto de confianza. —Se me ha ocurrido otra cosa—
. ¿Es por eso que los emisarios de Lord Krokan finalmente atacaron
mi barco? ¿Se sintió atraído por mí por haber engañado a la muerte
durante tanto tiempo?
—Es imposible saberlo. Nada de lo que ha hecho Lord Krokan
durante años ha tenido sentido. Incluso exigir sacrificios es una
aberración.
—Voy a averiguar la causa —declaro—. Haré que me cuente el
significado de su rabia para poder arreglarlo.
Se ríe, pero hay un tono ligeramente triste al final que no consigo
descifrar del todo.
—Si lo consigues, serías realmente el mayor sacrificio que
podríamos haber esperado. —Llegamos a los estanques de los
viajeros—. Espera.
Cambio el agarre y aprieto más mi cuerpo contra el suyo mientras
nos acercamos al estanque. Hemos encontrado un ritmo con nuestras
caderas, su cola y mis piernas. Ya no chocamos torpemente el uno
contra el otro, sino que nos deslizamos, fluimos, nos movemos juntos.
Cada vez es más fácil estar cerca de él. Estar pegada a él…
Pero puramente como amiga. No admitiré nada más. Algo más
sería ruinoso para ambos.
Se sumerge en el estanque y yo sigo aferrada a él. La misma
oscuridad y la luz de las estrellas nos envuelven antes de resurgir al
otro lado. Cuando nuestra orientación cambia bruscamente, mi
cráneo da vueltas.
282
Ilryth se detiene, extendiendo los brazos para frenarnos en un
instante. Los músculos de sus hombros se abultan, expandiendo las
marcas por sus brazos. Todo su cuerpo está rígido.
Sigo su mirada hacia otro hombre, sentado en lo alto de uno de los
arcos que rodean los estanques de los viajeros. Su cola aguamarina
contrasta con su piel clara y jaspeada de líneas entintadas similares a
las de mi cuerpo. Lleva collares de perlas, acentuados por conchas de
diferentes formas y tamaños.
El hombre nos mira a través de unas largas pestañas del mismo
color que su pelo castaño. Tiene un aire juvenil, quizá incluso más
joven que Ilryth. Una leve sonrisa se dibuja en el borde de sus labios,
pero la expresión solo hace que abrace a Ilryth con más fuerza. Me
alegro de que el hombre robusto se interponga entre este extraño y
yo.
Sea quien sea este otro Siren, me mira con una mirada hambrienta.
Mira a Ilryth con destellos de desprecio en sus ojos esmeralda que ni
siquiera se molesta en ocultar. Incluso el agua que lo rodea parece
recoger la umbra del mar por la noche, acumulando poder, y peligro,
y secretos.
—Duque Ilryth, ¿no es esto una ordenada colección de crímenes?
Deberías saberlo —regaña el hombre con ligereza y se aparta del arco.
Se desliza hacia nosotros. Ilryth permanece suspendido en su sitio,
con los músculos tan tensos que me sorprende que no se parta en
dos—. Uno: tocar la ofrenda y, al hacerlo, estrechar sus lazos con este
mundo. Dos: sacarla del Eversea. Tres: usar los estanques de los
viajeros sin la aprobación del coro. ¿Qué alto crimen deberíamos
abordar primero?
Miro entre los dos hombres. «¿Altos crímenes?» Ilryth habló de los
peligros de hacer estas cosas, pero nada de que fuera realmente un
crimen… Aunque tengo el caparazón alrededor del cuello, me
concentro en guardarme mis pensamientos. No quiero que nada se
escape sin que sea mi elección.
Ilryth no dice nada, pero sigue cocinando a fuego lento. Me
sorprende que el agua a su alrededor no esté hirviendo. 283
—¿Qué hubiera pasado si se desvanecía? ¿Quieres que suframos
una repetición de tu madre?
Lucho contra una mueca de dolor por parte de Ilryth: es un golpe
bajo.
—Nos fuimos por un momento, y fue una aventura absolutamente
necesaria —dice Ilryth escuetamente.
El hombre parece ignorar la afirmación.
—Si no te importamos los demás, está muy bien, pero piensa en tus
pobres hermanas. No creo que puedan soportar otra decepción por
culpa de su hermano mayor.
Ilryth da un bandazo hacia delante. Me sobresalto tanto por el
repentino movimiento que se arranca de mi agarre. Me quedo
flotando en el mar mientras agarra al hombre por los collares,
retorciendo los puños en ellos como si pretendiera asfixiarlo.
—Mantén a mis hermanas fuera de tus pensamientos, Ventris —
gruñe.
—¿Agredir al Duque de la Fe? ¿Tres crímenes no son suficientes?
¿Quieres añadir otro? —Ventris mantiene la calma, aunque las
cadenas empiezan a clavarse en su cuello.
Hay movimiento en el agua a lo lejos. Como tortugas marinas que
emergen de la arena, otras siete sirenas aparecen, sacudiéndose en el
fondo del mar. Llevan expresiones serias e intensas.
—Ilryth… —intento advertir.
—Sospeché que podrías ser propenso a la temeridad, así que traje
apoyo —continúa Ventris, ignorándome por completo—. Guardias,
llévenlo bajo custodia.
—¿Usarías a los hombres que mi madre y yo entrenamos contra
mí? —Ilryth balbucea, viendo por fin a los guerreros que vienen hacia
nosotros.
—Puede que los hayas entrenado, pero no son tuyos. Sirven a la 284
voluntad de los antiguos dioses y al Árbol de la Vida por encima de
todo. Un modelo que sugiero que sigas cuanto antes.
Ilryth suelta a Ventris mientras los guerreros se acercan. Los
hombres y las mujeres rodean a Ilryth, que ahora tiene los brazos
flácidos a los lados. No se resiste. Su barbilla se inclina hacia el pecho,
pero puedo ver que sus hombros tiemblan con la ira apenas contenida
que aún late en sus músculos.
—Espera, no, esto no es… —¡Necesito hacer algo! —Fue por mi
culpa. Lo obligué a hacerlo. Esto no es culpa suya.
—Su Santidad. —Ventris se acerca a mí, dejando a Ilryth con sus
hombres. Pero Ilryth es todo en lo que puedo concentrarme. No lo
maltratan de ninguna manera. Pero al ver a tantos a su alrededor,
armados con lanzas y miradas intensas, se me hace un nudo en la
garganta de ansiedad—. No te preocupes por él. Sigue siendo un
duque del Eversea; se le tratará con el respeto que merece su
posición… cuando se reincorpore al coro cantando, asegurándonos
que aún domina las leyes de nuestro pueblo.
Leyes que todavía apenas entiendo. Así que sé que estoy jugando
con fuego cuando digo:
—Si tú y el coro quieren hablar con alguien, hablen conmigo.
—Eso también pasará. —Me agarra de la muñeca.
—¡Suéltame!
Ilryth gira en su sitio, un destello de rabia mortal en sus ojos.
—Déjala ir, Ventris.
—¿De repente te importa quién toca la ofrenda? —Ladea la cabeza
hacia Ilryth y esboza una fina y serpenteante sonrisa—. Solo la llevo
al castillo. Ya es hora de que el Ducado de la Fe se encargue de su
unción; mira cuánta piel en blanco tiene todavía. —Ventris me recorre
con la mirada, provocándome un escalofrío—. No te preocupes ni un
momento más por tu pequeño experimento, Ilryth. Yo me encargaré
personalmente de su preparación a partir de ahora.
—He dicho que la sueltes —gruñe Ilryth. 285
—Puedo hablar por mí misma —les recuerdo a todos bruscamente
y arranco mi muñeca del agarre de Ventris. Eso atrae de nuevo su
atención hacia mí. Lo miro a los ojos, bajo la nariz y entrecierro los
ojos con toda la desaprobación que puedo reunir—. Soy el sacrificio,
ya ungida, en parte, para Lord Krokan. Respetarás mi ruptura con
este mundo y no me maltratarás. Ahora entiendo cómo funcionan los
estanques de los viajeros, e iré de buena gana.
Es extraño arrojar autoridad, especialmente cuando esa autoridad
proviene del hecho de que estoy a punto de ser sacrificada. Pero, en
este momento, no me importa. No… ahora no. Soy el sacrificio de
Lord Krokan. Soy la que pondrá fin a este terrible ciclo en el que el
Eversea está atrapado. No está mal de mi parte imponer el respeto de
mi posición.
Las aguas están quietas. Silenciosas. Todos los guerreros están
concentrados únicamente en nosotros dos. En mi periferia puedo ver
que incluso los labios de Ilryth se entreabren ligeramente en señal de
asombro. Me pregunto si alguien le ha hablado así a Ventris alguna
vez. Está claro que tiene una gran opinión de sí mismo, así que lo
dudo. Pero eso me hace querer sobrepasar aún más los límites.
—Muy bien, Su Santidad. —Se lleva la mano ofensiva al pecho y
hace una leve reverencia—. Entonces, si lo desea, por favor, sígame.
Vuelvo a mirar a Ilryth, que me hace una leve inclinación de cabeza.
Ventris se percata de que me dirijo al otro duque y se le dibuja una
línea en el entrecejo mientras lucha con el ceño fruncido.
—Te complaceré. —Reúno todos los aires que alguna vez vi a los
lores y damas en las fiestas Applegate mientras le hablo a Ventris una
vez más—. Adelante, Su Excelencia.
Ventris se inclina ligeramente hacia delante para invadir mi
espacio, la expresión de Ilryth se vuelve más sombría e intensa a
medida que se acerca. Las siguientes palabras que dice son solo para
que yo las oiga.
—Eres nueva en nuestro mundo, así que eres ignorante, y estás
marcada para los dioses antiguos, lo más sagrado, merecedora de 286
reverencia… pero no toleraré faltas de respeto, especialmente de una
humana. Me mostrarás el decoro apropiado.
Entrecierro ligeramente los ojos.
—Eso ya lo veremos, Ventris. —Evito intencionadamente sus
títulos propios, y tiene el efecto deseado y algo más.
Gira en su sitio y nada hacia abajo. Lo sigo, contenta de que Ilryth
nunca se demorara en mi nombre cuando nos movíamos. Mi forma
de nadar se ha vuelto más fuerte y segura. Ya no parece que luche por
seguir el ritmo del Siren. Las semanas en el Eversea han transformado
por completo mis movimientos en el agua.
Ilryth y los guerreros están detrás de mí. Miro por encima del
hombro y vuelvo a encontrarme con los ojos marrones del duque.
Están llenos de preocupación y… ¿tristeza?
Me atrevo a hablarle solo a él, con la esperanza de que, con el
caparazón y suficiente práctica, ninguno de ellos me oiga.
—Todo irá bien —digo.
—No vuelvas a hablarme a menos que yo me dirija a ti —dice Ilryth
con firmeza. Pensaría que está siendo grosero, si no fuera por la
preocupación que emana de sus palabras. Intenta protegerme. Puedo
sentirlo en la canción que zumba en mis huesos, más fuerte que
nunca.
Asiento levemente y vuelvo a mirar hacia delante, preparándome
para lo que me espera al otro lado del estanque del viajero.

287
Capítulo 25
Nadando hacia abajo. Noche y luz de estrellas. Nadar hacia arriba
en un nuevo lugar. Creo que empiezo a dominar moverme por el
estanque del viajero, ya que cada vez que paso por él estoy menos
desorientada.
El estanque del viajero de la que salgo está enclavada en el centro
de un jardín submarino, rebosante de vida, enmarcado por muros de
piedra y un enrejado de jaulas de pájaros encima. Los anamneses, más
grandes que los que Ilryth cultivó mágicamente en la fosa, proyectan
una luz pálida sobre el espacio, protegiéndolo de la podredumbre
roja que flota en las corrientes más allá de la jaula. Los árboles
fantasmales se extienden desde lechos de enredaderas de algas
parecidas al musgo, salpicados de rocas y coral esculpidos en
remolinos y formas geométricas, enmarcados por abanicos que se
balancean suavemente. 288
Ventris flota en el resplandor de uno de los anamneses, con las
manos a la espalda, mientras espera a que salgan todos los demás.
—Lleven al duque a las cámaras del juicio mientras espera el
próximo canto del coro —ordena Ventris a sus guardias.
Ilryth sigue con el ceño fruncido, pero no se opone. Tiene mucho
más autocontrol que yo, que no puedo contenerme.
—No vas a meterlo en la cárcel —digo con firmeza.
Ventris me parpadea.
—¿Cárcel?
—Es el lugar donde los humanos se encierran en jaulas —explica
Ilryth.
—Ah, gracias. Tu infinito conocimiento sobre los humanos nunca
deja de asombrarme. —La forma en que Ventris dice «asombrarme»
me hace pensar que no lo dice en serio. Ventris vuelve a mirarme—.
Su Santidad, no hay cárceles en el Eversea. No enjaulamos a la gente
como bestias.
—¿No…? —El concepto es extraño para mí.
—No. El Duque Ilryth se mantendrá cómodo, como cualquiera lo
haría, pero especialmente acorde a su posición, hasta que el coro
pueda reunirse y discutir el mejor camino para cualquier
reconciliación por sus crímenes.
—No hubo delitos. Fui yo quien exigió que se fuera. Yo lo obligué.
—No es justo que él cargue con el peso de mis errores. Hice sufrir así
a mi familia; no permitiré que vuelva a ocurrir con él.
—Eso debe decidirlo el coro. Yo no cuestiono las costumbres de tu
pueblo. No te corresponde a ti cuestionar las nuestras —me dice
Ventris, con un tono tan frío como el mar nocturno.
—No te preocupes, Victoria. —Ilryth llama mi atención, me mira a
los ojos y esboza una pequeña sonrisa. No me tranquiliza mucho que
siga escoltado por toda una manada de guardias. ¿Necesitarían tantos 289
para someterlo? Ni siquiera va armado—. Estaré bien. Nos
volveremos a ver pronto.
Su tranquilidad es lo contrario de la advertencia que me hizo hace
unos momentos. Ilryth parece relajado y tranquilo. Pero sé que las
apariencias engañan. Como duque, es tan hábil como yo para ocultar
sus verdaderos sentimientos.
—Muy bien. —Asiento con la cabeza—. Espero volver a verte,
Ilryth —añado en beneficio de Ventris. No quiero que quede ninguna
duda de que no me quedaré tranquila si le ocurre algún mal a mi
duque.
Ilryth es escoltado lejos. Me alivia que los guerreros no le pongan
la mano encima. Parece tranquilo, al menos por fuera.
—Ahora, si me sigues, Victoria —dice Ventris.
—Prefiero Su Santidad —digo fríamente. Quiero distancia entre
nosotros, no familiaridad. Este hombre me produce una sensación
incómoda y hace tiempo que aprendí a fiarme de mi instinto.
El rostro de Ventris no muestra ninguna emoción.
—Por supuesto, Su Santidad. Deseo acompañarla a sus aposentos
para que podamos continuar con las bendiciones y los preparativos.
Dios sabe que aún hay muchas cosas que tendremos que poner sobre
usted para hacer que una humana sea siquiera en parte digna de
presentarse ante un dios antiguo.
—Parece que tienes un extraño desdén por la humana que va a ser
el sacrificio de tu pueblo.
Ventris se inclina hacia delante, con la boca visiblemente fruncida.
—Si yo hubiera estado allí la noche en que el duque Ilryth te
reclamó, nunca habrías nacido con las marcas de Lord Krokan como
sacrificio. Si hubiera dependido únicamente de mí, habría nadado
hasta tu triste mundo sin magia y habría borrado las marcas yo
mismo antes de que fuera demasiado tarde. Pero me superaron en
este pequeño experimento.
—¿Prefieres ver a uno de los tuyos ser sacrificado en su lugar? — 290
¿Esa es una alternativa mejor en su mente?
—Es un honor dar la vida a Lord Krokan por el bien de los antiguos
dioses, una bendición que dudo que comprendas. —Tiene razón.
Definitivamente veo esto más como una maldición que como una
bendición—. Pero lo hecho, hecho está. Solo espero que este riesgo
que Ilryth ha elegido para todos nosotros no resulte en que la ira de
Lord Krokan aumente.
—No lo hará —juro. Si antes no estaba decidida, ahora sí. Ventris
me recuerda a todos los hombres que me dijeron que no podría ser
una buena capitana de barco porque era demasiado joven, o
demasiado emocional, no lo suficientemente feroz, o carecía de la
moral adecuada por romper juramentos.
—Ahora, si me sigues. —Puede que lo exprese de forma bastante
educada, pero es evidente que el sentimiento es a regañadientes… y
que no tengo mucha elección en el asunto.
Echo un último vistazo por encima del hombro al túnel por el que
Ilryth fue escoltado. Él y los guerreros ya se han ido. No me queda
otra opción que seguir a Ventris en dirección contraria. Nunca habría
pensado que el hombre que me tomó como sacrificio pudiera sentirse
como mi seguridad.
—¿Dónde estamos? —Quiero empezar a recopilar todo el
conocimiento que pueda sobre mis nuevas circunstancias, aunque
luego vaya a verificar toda la información que me dé con Ilryth.
—Estamos en el corazón del Eversea, los cimientos más antiguos
de nuestros antepasados, cerca de la base del Árbol de la Vida y del
borde del Abismo de Lord Krokan: los salones de la canción.
Cuando llegué aquí por primera vez, recuerdo haber visto un
castillo a lo lejos. Supongo que es donde estoy ahora.
—¿Y a dónde me llevas?
—La habitación de la ofrenda.
—¿Tengo una habitación entera? —Arqueo las cejas.
—No te adelantes, humana. 291
—Para venerar tanto a Krokan, pareces adoptar a menudo un tono
irrespetuoso con sus sacrificios. —Señalar constantemente mi
inminente desaparición no es una experiencia particularmente alegre,
pero me estoy acostumbrando. Y lo que es más importante, parece
estar llevando a Ventris a nuevas cotas de frustración y eso me
divierte demasiado como para dejarlo estar.
—Es Lord Krokan para ti. —Ventris me mira. Su juvenil ceño está
surcado por profundas líneas, como si se hubiera pasado toda su vida
hasta la fecha frunciendo el ceño—. No creas que, solo porque
conoces algunas palabras de los antiguos y tienes las bendiciones de
Lord Krokan en tu cuerpo, de repente tienes el control aquí.
—¿Acaso no lo tengo? —Me inclino hacia delante, con las manos
en las caderas—. Todos me necesitan.
—Y obtendremos lo que necesitamos de ti, de una forma u otra.
—Quieres que te tema. —Mis palabras son suaves como la seda,
pero fuertes como el acero, y no me echo atrás mientras él sigue
intentando cernirse sobre mí—. Pero no te temo.
—Entonces te olvidas de tus superiores.
—No, sé que me necesitas para participar en la unción. No puedes
forzarme a ello. Debo aprender las palabras. Y también sé que es
demasiado tarde para encontrar a otra persona. Solo quedan unos
meses para el solsticio de verano. —Me alejo con una sonrisa de
suficiencia—. Así que dejémonos de poses, ¿bien?
Ventris parece como si de sus orejas en forma de aleta fueran a salir
burbujas por toda la rabia contenida que guarda tras su rostro
sonrojado. Pero, sin decir nada más, empieza a bajar por el túnel. Lo
sigo y dejo el asunto estar, por ahora.
Me conduce a una lujosa habitación de mármol incrustado y
espejos con bordes plateados. Hay un lecho anidado de algas y
espuma de mar. Dos tocadores flanquean una abertura a un balcón
más allá, y pequeñas macetas sobre ellos brillan con plantones de
292
anamnesis. Todo el castillo está salpicado de ellos, y sospecho que
todos están detrás de la barrera que rodea este lugar, manteniendo
alejada la podredumbre roja.
—Por favor, ponte cómoda —dice Ventris, pero dudo que le
importe mucho mi comodidad—. Pero no pienses ni por un momento
en marcharte. Soy el Duque de la Fe y es mi única responsabilidad, y
honor, estar al tanto de las canciones de Lord Krokan. Sabré si se usan
los estanques de los viajeros, o si abandonas la protección de mi
ducado.
«No me extraña que supiera que me había ido…» Me pregunto si
cuanta más unción he recibido, más fácil le ha resultado percibirme.
Me froto las marcas de los brazos inconscientemente y dejo de hacerlo
en cuanto soy consciente del movimiento. «No muestres tu
incomodidad, Victoria».
—No se me ocurriría marcharme —me obligo a decir, ignorando el
malestar que crece cuanto más me mira. Una película viscosa me
cubre al pensar que este hombre observa mis movimientos. Espero
que su percepción de lo que hago no sea tan granular, sino más bien
un «si salgo del Eversea» general, como él ha dicho. Pero dada la
advertencia de Ilryth… no confío en que nada sea tan simple. Debo
tener cuidado y llegar a Ilryth lo antes posible para aprender lo más
que pueda sobre Ventris y sus magias.
—Bien. Comenzaremos a terminar tu unción tan pronto como los
asuntos con Ilryth estén resueltos.
—Me gustaría ir a verlo —digo antes de que el duque pueda
marcharse.
—Lo retendrán hasta que se presente ante el coro mañana.
—Por la mañana, entonces, antes de que se vaya.
—No debería importarte tanto ver a una persona de este reino —
dice con tono de advertencia—. Necesitas romper tus lazos con la
vida para encontrarte con la muerte.
—También necesito profundizar mis lazos con los antiguos, que es
en lo que me estoy centrando —insisto—. El duque Ilryth es quien me 293
marcó para Lord Krokan. Él fue quien inició mi unción y me enseñó
las canciones de los antiguos. Ya tenemos una relación establecida
con mis enseñanzas. La unción irá más rápido si él puede seguir
enseñándome.
Ventris me mira con recelo. Casi puedo sentir cómo indaga entre
mis palabras, tratando de descifrarlas. Conozco a los hombres como
él: buscan algún punto débil que explotar o una ventaja que utilizar
contra mí. No se la daré.
—Por supuesto, eso es todo. Veré que se arregle. —Con eso, Ventris
se va.
Creo que lo arreglará. Pero no creo que crea que solo quiero ver a
Ilryth por un sentido del deber como ofrenda. No es que lo culpe.
Tiene razón en sospechar, después de todo.
Atada a este mundo o no… «me preocupo por Ilryth». Él es mi
amigo. Se está… convirtiendo en algo más. Pero me niego a permitir
que esas emociones broten y crezcan. Por mi bien, por el suyo, y por
el de todos nuestros pueblos. Estoy acostumbrada a los muros
alrededor de mi corazón, y a tragarme mis emociones.
En lugar de dirigirme a la cama, nado hasta el arco que da al gran
balcón en forma de media luna. Descubro que me canso menos que
antes. Primero, necesitaba menos, nada de comida. Ahora dormir es
opcional. ¿Llegará un momento en que no necesite nada? ¿Dejará
algún día de latir mi corazón mientras sigo moviéndome y me
sostendrá solo la magia?
El balcón es el único situado en este lado del castillo. No es de
extrañar, ya que se extiende sobre el vasto Abismo que hay debajo.
Alrededor de todo el castillo hay un aura débil y plateada: debe de
ser la burbuja que vi a su alrededor cuando llegué por primera vez al
Eversea. Es idéntica a la barrera nebulosa que rodeaba el Ducado de
las Lanzas. Sospecho que, además de la anamnesis, hay otra lanza,
como Dawnpoint, prestando su protección.
Estoy incluso más cerca de la superficie aquí que en la finca de
Ilryth junto a la fosa. Tal vez solo un edificio de un piso de 294
profundidad, sería mi conjetura. La luz de la luna me llega en haces
más brillantes, pero no es la única fuente de luz. Las ramas de un
enorme árbol, que solo puedo suponer que es el Árbol de la Vida, se
balancean muy por encima de la superficie del agua, como nubes
plateadas.
Sus raíces se hunden en el agua y emiten la familiar neblina roja
cuanto más se hunden en las profundidades, a una profundidad
insondable. La plataforma submarina se arquea alrededor, hacia atrás
y lejos del castillo, con la mitad del árbol encaramado en su escarpado
saliente. La otra mitad se extiende hacia el olvido.
Abajo, en esa profunda, profunda oscuridad de un océano tan vasto
que nunca ha conocido la luz, hay la más débil silueta de movimiento.
Enormes tentáculos se deslizan por el agua teñida de óxido como el
manto andrajoso de la mismísima Muerte. Me acerco a la barandilla
del balcón, algo totalmente innecesario bajo el agua y totalmente
estético. Pero me da algo a lo que agarrarme. Me ayuda a sentir que
hay alguna barrera entre mí y ese abismo que amenaza con tragarme
entera.
Un destello verde atraviesa brevemente la penumbra y, por un
momento, sé que los ojos de un dios antiguo están sobre mí. Puede
sentirme. Sabe que estoy aquí y que pronto estaré lista para
encontrarme con él.
No puedo reprimir el escalofrío que recorre mi espina dorsal.
Coagula mi garganta con el sabor de la bilis. Pronto… seré entregada
a la oscuridad. Pronto me tendrá en sus garras.
«Ven a mí», casi puedo sentir que dice. «Ven a mí, y conoce a la
Muerte».

295
Capítulo 26
Amanece, brillando a través de los arcos que dan a mi balcón,
teñido de un aguamarina rojizo al filtrarse entre la podredumbre y el
océano. He pasado la noche en mi cama intentando no preocuparme
demasiado por Ilryth, ni pensar en la bestia que acecha más allá de la
barrera. Sin embargo, con el sol, vuelvo a sentirme atraída por la
barandilla. Aunque solo sea para confirmar mi sospecha de anoche.
La luz realmente no llega al Abismo. Los rayos del sol iluminan el
tronco del Árbol de la Vida, pero el resplandor se desvanece
rápidamente cuando la madera se divide en raíces. El agua cambia de
un pálido color azul verdoso en la parte superior a un azul más
intenso teñido de rojo y, finalmente, al color del cielo entre las
estrellas cuando la podredumbre transforma el océano en un
profundo y arremolinado púrpura.
296
Curiosamente, Krokan es menos visible a la luz del día. Tal vez
duerme. O tal vez no lo vi en absoluto anoche. Tal vez fuera solo el
miedo y la ansiedad por conocer por fin el Abismo al que seré
arrojada. Me agarro con fuerza a la barandilla del balcón. ¿Qué
impide que el dios venga a reclamarme ahora? Seguramente no la
endeble barrera plateada. Puede que impida la entrada de la
podredumbre, pero sospecho que serviría de poco contra un dios
primordial.
¿Qué más acecha en esas profundidades? ¿Más emisarios de Lord
Krokan? Probablemente. Almas perdidas… esperando cruzar al Más
Allá pero incapaces de hacerlo porque Lord Krokan se lo impide en
su furia. Almas que se convertirán en espectros al sumergirse en ese
mar de muerte.
Ese pensamiento me hace pensar en mi tripulación. ¿Se habrán
convertido todos en esos espíritus embrujados? ¿O están algunas de
sus almas en ese reino de la noche eterna? ¿Atrapadas y esperando a
ser conducidas al Más Allá? Vuelvo a sentirme culpable por ellos. No
importa cuántas veces intente racionalizar su pérdida —con razón o
sin ella—, el sentimiento de culpa no desaparece por completo. Dudo
que alguna vez lo haga.
Trago grueso y me rodeo con los brazos, luchando contra un
repentino escalofrío en el agua. Si están ahí abajo… tendré que
enfrentarme a ellos una vez más.
Cierro los ojos y suelto un suspiro. Solo he abandonado un reto en
mi vida: Charles. Fue el único error del que era mejor alejarse, en
lugar de desperdiciar tiempo y esfuerzo. Pero, después de él, todos
los demás retos me han parecido superables. Si pude prosperar
después de él, puedo hacer cualquier cosa.
Abro los ojos una vez más y clavo la mirada en la oscuridad,
esperando que Krokan me sienta con la misma intensidad con la que
yo sentí su presencia anoche. Que el viejo dios sepa que estoy
preparada para él. Que ya me he enfrentado antes a la muerte y que
no tengo miedo. Él no es más que una tormenta más contra la que
cargar.
—Su Santidad. —Ventris irrumpe en mis pensamientos. Me giro y
297
lo encuentro junto a dos guerreros a ambos lados de la entrada de mi
habitación—. Confío en que haya encontrado cómodo su alojamiento
esta última noche.
—Está bien. —Nado de vuelta a través del arco y entro en mi
dormitorio—. ¿Qué hay de Ilryth?
Una leve sonrisa se abre paso en los labios de Ventris. No parece
sincera.
—Esperaría que estuvieras más concentrada en comulgar con Lord
Krokan, ahora que estás ante el Abismo, que pensando en el Duque
de Spears.
—Es difícil comulgar cuando mi compañero de dúo está lejos y el
futuro de mi unción es incierto. —Hablo como si eso debiera ser obvio
para él, una pequeña e imperturbable sonrisa jugueteando en mis
labios.
—¿Dudas de que me ocupe de tu unción? —La ofensa pesa en su
tono.
—Cálmate, Duque de la Fe, no hay necesidad de ser tan emocional.
—Como era de esperar, eso le excita más y yo obtengo no poco placer
de ello—. Simplemente no te conozco.
—Bueno, en realidad es por eso por lo que estoy aquí —dice
apresuradamente. Como si quisiera demostrar que me equivoco.
Ventris es joven y está obsesionado con su poder: desafíalo y se
corregirá en exceso—. El coro se está reuniendo ahora para discutir
sus crímenes…
—No cometió ningún delito —le recuerdo.
—Eso lo decidirán los demás duques y la duquesa cuando el coro
se reúna para cantar. —Ventris junta las manos ante sí, tratando de
ser la visión del aplomo. Lo entiendo—. Mientras tanto, deberíamos
seguir preparándote para tu ofrenda. Queda poco tiempo y muchas
marcas por hacer.
—Podemos hacer estas marcas después de que vea a Ilryth —
insisto. La mayor ventaja que tengo aquí es mi conformidad (o falta
de ella) con sus rituales y preparativos.
298
En realidad, no creo que tenga fuerzas para posponer este deber
que me ha sido impuesto durante demasiado tiempo. Ahora que he
visto el Abismo, solo puedo pensar en la posibilidad de que algunos
de mis tripulantes estén en esas profundidades, vagando y perdidos.
Otros irán a la deriva por la Fosa Gris, intentando regresar al mundo
del que vinieron. En mi mente, están perdidos y confusos y los
guerreros de Ilryth les están dando caza. No es de extrañar que los
fantasmas pierdan todas sus emociones más allá del odio y la ira. Es
probable que no entiendan lo que les ha pasado, todo lo que quieren
es volver a casa, y ahora la gente está tratando de matarlos por
segunda vez.
Me necesitan. Todas las almas ahí abajo me necesitan para sofocar
la furia de Krokan y restaurar el orden natural. No puedo
abandonarlos. Pero puedo fingir indiferencia si me ayuda a llegar a
Ilryth. Él es el único en quien creo que puedo confiar aquí, y sin su
guía tiemblo al pensar en qué problemas podría meterme en este
extraño mundo.
—Queda poco tiempo antes de que se reúna el coro.
—Pero hay tiempo.
La frustración que intenta disimular como diversión ilumina los
ojos de Ventris.
—Tu tenacidad te servirá para guiar al más allá a todas las almas
revoltosas que esperan.
—Lo espero con impaciencia… después de asegurarme de que
Ilryth ha sido bien cuidado. —Nado hacia Ventris, flotando justo
delante de él—. Ahora, llévame con él. —Ilryth me hizo innumerables
favores desde que llegué, incluso antes. Le debo la vida que conocí
durante los últimos cinco años y el futuro de mi familia. Dar la cara
por él ahora es lo menos que puedo hacer.
—Como Su Santidad desee. —Inclina la cabeza y se da la vuelta,
saliendo de la habitación. Lo sigo. Los guerreros toman la
retaguardia.
Nadamos por los túneles, salas y salones del castillo. Hay zonas 299
pequeñas e íntimas que contrastan con salones más grandes y
extensos. Los jardines ornamentados dan al mar, protegidos de la
podredumbre que supura en aguas abiertas por la barrera plateada,
así como los estrechos tubos de coral que han sido tallados con marcas
similares a las que están entintadas en mi carne, las que vi en la casa
de Sheel. Me pregunto qué parte de los diseños se han colocado allí
como protección, añadidos a lo largo de los últimos cincuenta años
de furia de Krokan.
Llegamos a una abertura cubierta por una cortina de algas, en lo
que parece el lado opuesto de la estructura en el que me encuentro.
Dos guerreros más revolotean a ambos lados. Se enderezan y
mantienen sus lanzas en posición de firmes mientras nos acercamos.
—Duque Ilryth, Su Santidad ha venido a hacerle una visita —dice
Ventris, planeando justo delante de la cortina de algas.
—Entra, Victoria.
Nado hacia delante, al lado de Ventris. Cuando él también se
mueve, lo detengo levantando una mano.
—Deseo ver a Ilryth a solas. —No me molesto en hablar
directamente con Ventris. Que oigan todos, Ilryth incluido. Antes de
que Ventris pueda decir una palabra, continúo—: Gracias por la
comprensión. No tardaré mucho para que el coro no se retrase.
—Agradezco la consideración. —Las palabras son tan tensas como
sus labios fruncidos.
Nado hacia delante, dejándolas atrás. Las algas son espesas y me
impiden ver la luz mientras las atravieso. Salgo a una habitación
mucho más pequeña que la mía, pero no menos equipada. Grandes
ventanales —sin cristales— se abren a la ciudad. Desde luego, parece
más una habitación de invitados que una prisión, y eso deshace un
nudo de tensión que había estado tirando de mis costillas.
Pero Ilryth no aparece por ninguna parte. Me giro en su búsqueda,
pero dos manos me agarran las mejillas. Debe de haber estado
esperándome al lado de la puerta, listo para atacarme.
300
Sus grandes palmas acunan mi cara entre ellas. Sus ojos brillantes
me miran con toda la intensidad del mundo. Ilryth sigue moviéndose.
Me atrae ligeramente hacia él, bajando a mi encuentro.
Sin previo aviso, su cara está lo bastante cerca de la mía como para
que, si estuviéramos sobre el agua, pudiera sentir su aliento. Puedo
ver en sus ojos cada mota de miel, cada profundidad de nogal, tan
rica como los bosques moteados por el sol del atardecer. Me doy
cuenta de que tiene pecas. Increíblemente tenues, salpicadas en su
nariz y en sus mejillas como las constelaciones que me guiaron
durante años.
Todo mi cuerpo está tenso, pero ahora por motivos completamente
distintos a los de Ventris. El nudo ha abandonado mi pecho y ha
descendido hasta la parte baja de mi estómago. Me duele de arriba
abajo, anhelo algo que no he tenido en años, algo que nunca pensé
que podría volver a tener.
«¿Está a punto de besarme?» Le pesan los párpados. Sus labios
están relajados. Inclino la cabeza hacia delante a mi pesar. Se me
cierran los ojos.
No puedo… «No debería». Este es un territorio peligroso. Estoy
marcada para la muerte. Tiene prohibido tocarme y ya no estamos en
sus dominios, donde puede saltarse las reglas. No puedo arriesgar su
bienestar así…
Enredarme con este hombre peligrosamente guapo, aunque solo
sea por placer físico, es un riesgo que ninguno de los dos puede
correr.
«Porque no puedes mantener las cosas puramente físicas, Victoria»,
advierte mi mente. «Bésalo y te enamorarás de él».
Sinceramente, no puedo sentir afecto por el primer hombre de ojos
brillantes y sonrisa cálida que dejo que se acerque a mí desde Charles,
¿verdad? Soy más fuerte que eso. Soy más sensata que la chica que
fui. He aprendido de mis errores de caer demasiado rápido y querer
demasiado.
301
El pánico compite ahora con la lujuria y el deseo. Debo detenerlo
por el bien de los dos. Levanto las manos y las pongo sobre su pecho,
dispuesta a apartarlo. Pero lo único que siento es un músculo cálido
y robusto bajo mis dedos y mi voluntad se debilita. Me olvido de que
necesito proyectar mis pensamientos para que él los oiga. Muevo la
boca por instinto en un débil intento de objeción.
Su nariz roza la mía. «Dioses», va a besarme y no quiero que pare.
Quiero que sus manos desciendan de mi cara a mis hombros. Quiero
que me roce el pecho con las yemas de los dedos, que se burle de mí
de todas las formas que me ha prohibido.
Una vez más, antes de morir, tal vez vuelva a sentir. Quizá nos
dejemos llevar y nos entreguemos a la pasión y la lujuria. Ya he
ocultado antes el destrozo de mi corazón; puedo hacerlo de nuevo. Y
quizá los pedazos que queden de ese órgano infernal no sean
suficientes para enamorarme. Tal vez pueda olvidar que alguna vez
sucedió una vez que esté satisfecha. Una canción de las antiguas me
bastaría para olvidar que Ilryth y yo existimos, si llegara el caso. Tal
vez…
Su frente toca la mía. Pero no se mueve. Abro los ojos y veo que los
suyos siguen cerrados, con el ceño ligeramente fruncido por la
intensa concentración.
—Solo tendremos un momento antes de que empiece a preguntarse
por qué no hablamos —dice—. Es arriesgado hablar aquí sin tocarnos.
Ventris sin duda utiliza las protecciones y bendiciones para escuchar
en esta sala. Tocar ayudará a que la conexión sea más fuerte y más
privada.
De repente me doy cuenta de lo fría que está el agua del océano,
que apaga la llama incipiente que había estado creciendo en la boca
de mi estómago. Cuelgo sin fuerzas en el agua, sujeta por sus manos.
«Tonta, Victoria, no intentaba besarte… intentaba hablar contigo.
¿Por qué un hombre como él, con tantas perspectivas y tanta vida por
delante, querría besar a una mujer marcada para la muerte?»
Agradezco el collar que me dio Fenny por guardarme para mí esos
302
pensamientos amargos y la risa interna y áspera que les sigue.
Pero, ¿es necesario que esté tan cerca si lo único que hace falta es
tocarlo? No me atrevo a preguntar. No lo creo. Pero no quiero que
pare… ¿Está tan mal que una mujer quiera un poco de calor antes de
que su vida se acabe?
Los ojos de Ilryth se abren ligeramente y se encuentran con los
míos. La mirada es intensa, tan cerca.
—Me van a llevar antes del coro. No debería tardar mucho, y luego
vendré a buscarte de nuevo.
—¿Está todo bien ahí dentro? —Ventris llama.
Oigo a Ilryth maldecir en el fondo de su mente. Lo alejo
suavemente y vuelvo a llamar a Ventris:
—Por supuesto, ¿por qué no iba a estarlo?
—Parecía muy tranquilo.
—¿No pueden dos personas hablar entre ellas? —Miro por encima
del hombro hacia las algas para asegurarme de que no las ha
atravesado nadando.
Hay una breve pausa.
—Desde luego que sí. Simplemente deseaba asegurarme de que
todo estaba bien.
Si no estuviera intentando escuchar, no sonaría tan confuso y
alarmado. Sonrío, no sin placer ante la idea de frustrar a Ventris.
Espero que esté devanándose los sesos, frustrado por no poder
escuchar. Sin duda, los símbolos tallados que he visto por todo el
lugar son también los marcadores de su sucia magia, que intenta
meterse por todos los rincones.
Vuelvo a inclinarme y aprieto la frente contra la de Ilryth. Saboreo
la sensación de iniciar la cercanía, aunque solo sea por cuestiones
prácticas.
—¿En qué puedo ayudarte hoy? 303
Ilryth sacude la cabeza, su nariz casi roza la mía.
—No puedes venir.
—Lo haré.
—Pero…
—Voy a hacerlo y ya está —digo definitivamente—. Ayudaré. Soy
la ofrenda, conozco palabras de los antiguos, seguro que todo eso
significa algo. Dime en qué puedo ser útil.
Ilryth entrecierra ligeramente los ojos. Quiere objetar, pero no tiene
la velocidad ni la elocuencia para seguir haciéndolo. Y yo me
mantengo firme. En cambio, su expresión se relaja ligeramente y el
foco de atención se desplaza hacia algo más interno. Apoya el codo
derecho en el puño izquierdo, llevándolo a lo largo del cuerpo, y se
acaricia la barbilla con la mano derecha.
Por un momento estoy muy, muy distraída por la forma en que sus
dedos se deslizan por sus mejillas y los labios. Me agarra de nuevo,
esta vez apretando la mejilla contra la mía como si fuera a susurrarme
al oído. Apenas me resisto a sujetarle la mejilla con la mano libre para
sentir su cercanía.
—Aunque existen directrices generales para ungir la ofrenda, hay
mucho margen para la interpretación dependiendo de lo que necesite
la ofrenda. Todo el proceso es relativamente nuevo en nuestra
historia y aún se está experimentando con él —dice Ilryth, apoyando
sus manos en mis hombros para mantenernos juntos—. Por eso,
podría resultarles difícil cuestionar los matices. Si dijeras que tenemos
que volver al Mundo Natural para ungirte en las aguas de tu hogar,
que oíste en los himnos de los antiguos que necesitabas un mar
limpio, libre de podredumbre, y que era la voluntad de Krokan, no
podrían oponerse.
Asiento con la cabeza.
—Puedo hacerlo. Cuando sea mejor para mí…
—Los otros cantantes del coro están aquí. Deberíamos dirigirnos a
la sala de reuniones. Ahora —interrumpe Ventris. Su tono es cortante.
304
Espero que sea porque le molesta no poder oír nuestros
pensamientos—. Se está haciendo tarde y hay mucho que hacer.
No puedo hablar más rápido que Ilryth.
—Ya vamos.
—Pero…
Sin previo aviso, su mano derecha se desliza contra mi mejilla, los
dedos presionan ligeramente detrás de mi oreja, enganchando
suavemente mi mandíbula. El movimiento atrae todo mi ser contra
él. El impulso solo se detiene cuando mi cuerpo se encuentra con el
suyo. Las púas del deseo me han enganchado una vez más,
instantáneamente a su contacto. Nuestros labios casi se encuentran.
«Tan cerca». Agonizantemente… cerca.
Solo una vez más antes de morir, me gustaría besar a un hombre.
Besarlo a él… ¿quizás?
Ilryth presiona su frente contra la mía.
—Todo irá bien, no te preocupes —dice, con palabras profundas y
decididas—. Cuidaré de ti pase lo que pase. Te lo juro.
El sentimiento es tan inocuo que podría haberlo dicho en voz alta.
No habría sido un problema si Ventris le hubiera oído tranquilizarme.
Pero no lo hizo. Ilryth guardó ese consuelo para mí, y solo para mí.
Me suelta, pero las palabras se aferran. Las guardo en mis
pensamientos con la misma delicadeza con la que guardaría un
huevo. Son cálidas, frágiles, y llevan dentro algo desconocido, pero
posiblemente maravilloso.

305
Capítulo 27
Mantengo cerca el consuelo de Ilryth mientras Ventris nos conduce
a una gran caverna. Parece hecha de forma natural, adornada con
tallas en relieve de pilares de piedra contra las paredes que no
parecen sostener el techo toscamente labrado. Unas enredaderas
plateadas descienden de un canal tallado en la parte superior de la
sala, tiñéndolo todo del tono azul más auténtico que jamás he visto.
Se colocan cinco conchas en semicírculo. La del centro está colocada
sobre un pilar de piedra. Dos a la derecha y dos a la izquierda.
Por su forma de actuar, habría esperado que Ventris ocupara el
asiento de arriba, el que más se parece al trono de un rey, pero ocupa
el del extremo izquierdo. El asiento central lo ocupa una mujer mayor,
pálida, con el pelo castaño oscuro, corto y salado.
Ilryth se coloca delante de ellos y yo revoloteo justo detrás, a su 306
derecha. Los otros dos duques nos miran pensativos. Uno de ellos
tiene largas y gruesas trenzas negras y la piel morena. El otro tiene la
piel leonada y el pelo castaño. No sé adónde ir ni qué hacer. Así que
me quedo esperando. Los duques y la duquesa se miran y sé que se
dicen cosas que no oigo.
Ventris sostiene una caracola y la coloca sobre una piedra plana y
redonda en el centro del semicírculo, justo delante de donde está
Ilryth. Al igual que la concha que llevo al cuello, está adornada con
tallas e incrustaciones plateadas de líneas y símbolos que recuerdan
las marcas que todos llevamos.
Los cuatro duques y una duquesa comienzan a balancearse
lentamente, tarareando. La canción vibra desde ellos, ondulando a
través del agua. Las notas están en perfecta armonía y las marcas de
la concha se iluminan en oro.
—Este coro de los cinco ducados del Eversea entra en sesión. Es el
año 8,242 del giro divino —dice Ventris cuando el canto se apaga—.
Asisto yo mismo, Ventris Chilvate del Ducado de la Fe.
—Sevin Rowt del Ducado de Beca —dice el hombre a la izquierda
de Ventris con las trenzas negras.
—Crowl Dreech del Ducado de la Cosecha —dice el hombre de
pelo castaño a la derecha del trono central.
—Remni Quantor del Ducado de los Artesanos, y directora de este
coro. —La mujer mayor coloca ambas manos sobre su cola,
inclinándose hacia delante y mirándome fijamente. Intento evitar sus
penetrantes ojos color avellana.
—Ilryth Granspell del Ducado de Spears —dice Ilryth por último,
y añade—: De pie ante el coro para la revisión de la conducta con
respecto a esta ofrenda de cinco años a Lord Krokan.
—En efecto. —Remni no pierde tiempo en decir la primera palabra,
como parece propio de su cargo—. Ventris, viendo que fuiste tú quien
convocó esta reunión y captó estas supuestas ofensas, creo que es
justo que expliques por qué estamos dedicando una mañana a ello
cuando hay unciones que dar a la ofrenda y asuntos que atender antes
de que las aguas estén altas.
307
Tal vez juzgué mal a la mujer canosa. Su tono sugiere que considera
estos asuntos tediosos en el mejor de los casos. Dedico una mirada a
Ilryth. Debería haber confiado más en él para saber si este coro
merecía preocupación o no. Todo lo que podía sentir en mis entrañas
era mi propio miedo al presentarme ante el consejo en casa, con
Charles de pie frente a mí. Hay un temblor en mis músculos,
diciéndome que huya de la mera idea de ese hombre extraño, un
miedo que no entiendo del todo.
«Charles…» El nombre es sinónimo de miedo en mi mente. ¿Pero
qué me hizo? «Estábamos casados». Eso lo sé porque recuerdo estar
ante el consejo para anular ese contrato. Pero casi todo lo anterior está
en blanco. Un enorme vacío de mi vida.
Fuera lo que fuese, debió de ser lo bastante horrible como para que
necesitara borrarlo de mis registros personales. Los próximos
recuerdos que elegiré borrar serán los de aquellas comparecencias
ante el Consejo de Tenvrath. El mero hecho de pensar en él es un
recordatorio de todo lo que se ha ido, todo lo que no sé. No vale la
pena la tensión emocional para mantener cualquier recuerdo de él.
—Anoche me di cuenta de la rareza por una disonancia en el
zumbido del agua, un cambio en las canciones de los antiguos —dice
Ventris—. Como es mi responsabilidad, me he estado preparando
aquí para la llegada de la ofrenda. Naturalmente, la anamnesis me
alertó de su presencia cuando llegó por primera vez al Eversea y las
bendiciones posteriores no hicieron más que reforzar esa conciencia.
—¿Me has estado espiando? —Suelto. Ni siquiera el caparazón
puede contener ese pensamiento.
—Espiar no —dice Ventris, ligeramente ofendido—. Te he estado
vigilando para asegurarme de que estás bien cuidada.
—¿Dudabas de la capacidad de Ilryth para cuidar de mí? —
pregunto secamente, ofendida por mi duque.
Ventris nos mira a Ilryth y a mí. Por el rabillo del ojo, veo que Ilryth
sonríe ligeramente. Es un movimiento muy leve, lo suficiente para 308
que los demás no parezcan darse cuenta. Pero él ha sido la única base
que he tenido en este extraño y nuevo mundo. Le he prestado mucha
atención.
—Ilryth ya ha actuado antes en disonancia con el consejo,
especialmente cuando se trata de asuntos de la ofrenda —dice Ventris
secamente. Tiene las manos cruzadas sobre el regazo, los hombros
alejados de las aletas color salmón que tiene a ambos lados de la cara
para aparentar tranquilidad. Pero cada músculo de su expresión ha
sido entrenado en su sitio. Aprieta las manos con tanta fuerza que sus
nudillos están casi blancos. Lo que realmente delata su angustia es el
incesante movimiento de su cola.
—El asunto de que Ilryth seleccionó a un humano para la ofrenda
está resuelto desde hace tiempo, Ventris. Está hecho. Deja de hacerte
eco de la nota final. —Crowl se echa hacia atrás en su caparazón lleno
de esponja, su pelo castaño balanceándose alrededor de su cara. Tiene
aire de veterano y la soltura que ello conlleva. Sospecho que debe de
ser el segundo al mando. Por lo que sé, la jerarquía parece estar
estructurada por edades.
—Puede parecerte poco, Crowl, porque la obligación de encontrar
y ungir las ofrendas no recae sobre ti. Pero Ilryth y yo encontraremos
ofrendas mucho después de que te hayas ido. Tenemos un estándar
que mantener. —Ventris estrecha los ojos hacia Ilryth. Puedo sentir la
rabia apenas contenida que irradia de él—. Un estándar que hay que
seguir, o de lo contrario se cometen errores desafortunados y las
ofrendas carecen de la potencia adecuada.
Ilryth se pone ligeramente rígido. ¿Acaso eso pretendía ser un
ataque socarrón a su madre por no ser capaz de sofocar la ira de Lord
Krokan? Cierro las manos en puños, clavándome las uñas en las
palmas para evitar lanzarme verbalmente contra él en defensa de
Ilryth y en la mía propia. Cómo se atreve a insinuar que yo tampoco
estoy a la altura. Solo a mí se me permite cuestionar mi propia
suficiencia.
—Cuida tu lengua —dice Crowl suavemente, pero con una mirada
peligrosa a Ventris.
—Basta ya, todos —dice cansada la mayor, Remni. En ese momento 309
parece doblar su edad—. Concentrémonos en los asuntos que nos
ocupan: tomar la ofrenda del Eversea a través de la piscina del viajero
sin permiso, y entrar en contacto físico con la ofrenda.
«Así que realmente está prohibido…»
Sevin, Duque de Beca, retoma la conversación donde la dejó
Ventris, dirigiéndose a Ilryth.
—Así que Ventris descubrió que habías sacado la ofrenda del
Eversea al percibir su partida mediante el uso del estanque del
viajero. —«Eso explica por qué no parecen saber de nuestra partida a
través del Vano hacia el Paso Gris». Y el Ducado de Spears, al menos
Fenny, Lucia y Sheel, lo mantienen en secreto—. ¿Seguro que tu
madre o tu padre te enseñaron que una vez que comienza la unción,
la ofrenda queda atada al Eversea y su traslado conlleva el riesgo de
su desaparición?
—Me informaron. —El tono de Ilryth es completamente diferente,
más duro, más cerrado, cuando habla de sus padres.
—E Ilryth me lo explicó —interrumpo. Con una pequeña patada,
nado hacia delante, flotando junto a Ilryth en lugar de a un lado.
Tengo cuidado de no tocarlo—. Me habló de los riesgos, pero fui yo
quien insistió. Mientras escuchaba las canciones de los antiguos, me
di cuenta de que necesitaba un mar limpio, libre de podredumbre, en
el que ser bendecida. Necesitaba estar cerca de otros humanos,
aquellos creados por las manos de Lellia. —Intento imponer toda la
información que he recopilado sobre el Eversea hasta ahora. Suena a
verdad cuando se habla con confianza—. Partir fue un acto para
cortar mis lazos con el Mundo Natural. Era absolutamente necesario,
de lo contrario habría permanecida atada a este plano. Ahora que he
regresado y roto esos lazos, estoy mejor preparada para encontrarme
con el Abismo.
Todos me miran. Ventris frunce el ceño. Pero los demás parecen
fascinados, como si se asombraran de que pueda hablar. Me siento un
poco como una niña pequeña haciendo un truco de salón ante unos
padres balbuceantes, pero continúo de todos modos.
—Su Excelencia fue muy cauteloso, por supuesto. Me enseñó a
310
revisar las canciones para asegurarse de que no había
malinterpretado la voluntad de Lord Krokan. Íbamos por la noche —
continúo—: Y vigilamos de cerca mi estado para asegurarnos de que
no me desvanecía y de que no se dañaban los elementos de la unción
que ya se habían completado. Ilryth se aseguró de que volviéramos
antes de que se produjera un riesgo real para mí.
—¿Y fuiste capaz de cortar esas ataduras humanas que habrían
impedido tu descenso al Abismo como ofrenda? —Remni pregunta.
—Sí. —Asiento con la cabeza y me pongo una mano en el pecho—
. Donde antes había agitación, ahora hay paz. Sé en mi corazón y en
mi canción que estoy totalmente preparada para ser la ofrenda que
traerá la paz a Lord Krokan.
Los cuatro me miran fijamente, compartiendo de vez en cuando
una mirada entre ellos. Me sorprendo cuando Ilryth se inclina hacia
delante para hablar, extendiendo los brazos, suplicándoles a todos.
—Victoria puede ser nuestra décima ofrenda, pero será la última.
Hemos presentado lo mejor que el Eversea tiene que ofrecer a Lord
Krokan, pero no fue suficiente. Victoria lo será. —Ilryth me devuelve
la mirada con una cálida sonrisa, sus ojos brillan solo con
compasión—. Es inteligente, astuta y capaz. Tiene entusiasmo por la
vida, y juro por la vida de mi madre que puedo ver la chispa de Lady
Lellia en su interior. Nunca, en todos mis años, he conocido a una
mujer más fina que Victoria.
Mi corazón se hincha ante sus palabras, apretándose con un dulce
dolor contra mis costillas. ¿Había salido alguien antes en mi defensa
con tanto entusiasmo? ¿Había dicho alguien alguna vez cosas tan
dulces sobre mí?
Contrasta con todas las veces antes del consejo con Charles. Cómo
gritaba de mis defectos hasta ponerse colorado. Los nombres que me
puso. Las mentiras que inventó…
—Más que nada, sin embargo… —Ilryth se vuelve hacia el
consejo—. Victoria me ha demostrado, una y otra vez, que es una 311
mujer de palabra. Mantendrá sus promesas y juramentos por encima
de todo. Cada una de sus acciones es la imagen de la honestidad.
Mi corazón se desinfla, dejando un hueco en mi pecho. «Para, por
favor», quiero decir. Todos los nombres que los rumores de Dennow
me llamaban vuelven, reverberando en todos los espacios en blanco
de mi mente. «Rompedora de contratos, rompedora de juramentos,
desertora…»
Pero él continúa, ignorante de la verdad sobre mí.
—Ella nunca, bajo ninguna circunstancia, faltaría a su palabra o
rompería un juramento. Así que si se niegan a creerme, entonces
créanle a ella.
Floto en un silencio dolorido. Me cuesta mantener el rostro pasivo
y relajado. «Nunca he roto un juramento…» Si él lo supiera. Vuelven
mis pensamientos anteriores: «¿Qué pasaría si supiera para qué era
realmente el dinero que recuperamos? ¿Si descubriera que es porque
anulé mi matrimonio? ¿Que no soy la mujer que él cree que soy?»
Mi mente empieza a girar como un torbellino.
—Entonces parece que no hay motivo de preocupación. —Crowl se
encoge de hombros.
Ventris se enfurruña.
—Es un precedente peligroso.
—Tomó las precauciones adecuadas. La ofrenda está bien y nos ha
dado su palabra de que era necesaria, una palabra que Ilryth quiere
hacernos creer que es tan virtuosa como la propia Lady Lellia.
Además, ya no hay riesgos de que se vayan. ¿Verdad? —Crowl me
mira.
—Ninguno —les aseguro. Ilryth tiene razón en una cosa: estoy lista
para aceptar mi destino.
—Entonces pongamos fin a este asunto. Nosotros…
—¿Qué hay del asunto de que él la tocara? —Ventris interrumpe a
Remni—. Tengo múltiples testigos de ello. 312
—Sí, ¿y ese toque? —Intervengo con la misma rapidez, clavando a
Ventris en su caparazón con la mirada—. De hecho, lo estaba tocando.
Era necesario para transportarme por el estanque y nada que pudiera
anclarme a este mundo. Pero —continúo hablando mientras él intenta
decir algo—, ¿y cuando me tocaste? ¿Era necesario? ¿Un toque que
esos mismos caballeros tuyos pudieran corroborar?
Ventris se echa hacia atrás en su caparazón, con el rostro
desprovisto del poco color que le quedaba. Me parece oír la débil
reverberación de una risita de Ilryth. Mi duque se resiste a sonreír con
todas sus fuerzas. Los demás duques parecen igual de divertidos.
Remni tiene la expresión de quien trata con una pandilla de niños
pequeños.
—Ventris, ¿te importaría poner fin a este asunto? —Remni
reformula su declaración anterior como una pregunta muy aguda.
Ventris me fulmina con la mirada y luego mira a la duquesa. Su
expresión decae antes de volver a mirarme a mí. Inclino la cabeza
para sugerirle que haga lo que quiera.
—Muy bien —dice a regañadientes, hundiéndose aún más en su
caparazón.
—Me parece prudente —dice Remni secamente—. Como decía,
tenemos preocupaciones más importantes, como los preparativos
restantes y la organización de la corte para la bendición final y la
despedida.
—Si quieres tomar asiento, Ilryth. —Sevin señala la concha en el
extremo derecho.
Ilryth nada sin esfuerzo hacia él y se acomoda con un movimiento
fluido. Aunque es él quien se acomoda en su sitio, algo en mí hace un
suave clic. Mis músculos se desbloquean y mis pensamientos se
ralentizan. Como si necesitara ver que todo está bien con él para
sentirme realmente a gusto.
—¿Deberíamos escoltar la ofrenda fuera mientras discutimos estos
asuntos? —pregunta Remni.
—Quiero quedarme —digo. Todos me miran. Quiero asegurarme 313
de que no van por Ilryth cuando me vaya y… tengo curiosidad. Me
fascinan las sirenas y sus costumbres.
—Es bastante irregular —observa Sevin. No suena desaprobador,
ni complacido. Simplemente objetivo.
—Hay que hacer más unciones —dice Ventris como si yo fuera un
niño revoltoso.
—Úngeme más tarde.
—Hay poco tiempo —replica.
—Creo que quedan unos meses para el solsticio, ¿no? Es tiempo
suficiente. —Sonrío ligeramente.
Ventris frunce el ceño y va a hablar.
Pero Ilryth le interrumpe:
—Dudo que nos veamos por mucho tiempo. La mayoría de los
detalles se discutieron antes de que recogiera la ofrenda.
—Esta ofrenda que nos has traído es realmente fascinante… ¡una
humana, con tanto celo! —Sevin me evalúa. Vuelve la sensación de
que soy más una cosa que una persona para esta gente. Es una
sensación que no he sentido desde que llegué y es profundamente
incómoda, pero extrañamente familiar… «Creo que ya he tenido esta
sensación antes»—. Tal vez haya algo que decir de tus métodos poco
ortodoxos, Ilryth, después de todo.
—Se lo dije a todos, esa noche me sentí obligado en el agua por un
impulso que recordaba a los antiguos. Victoria será la última ofrenda
a Lord Krokan. Pronto volveremos a conocer la paz en el Eversea.
Ahora, con respecto a las unciones restantes…
Ya no formo parte de la conversación, soy una mera observadora.
Ninguno se dirige a mí, aunque está claro que hablan de mí. Los ojos
de Ilryth son los únicos que se dirigen a mí, de vez en cuando,
ofreciéndome una mirada tranquilizadora y algo preocupada.
Mantengo el rostro pasivo. Lo último que quiero es que me rechacen
por actuar fuera de lugar y perder la oportunidad de reunir más
información sobre lo que me espera.
314
Ventris detalla las unciones restantes en términos rápidamente
glosados. Los demás asienten y tararean, estando de acuerdo con
todo lo que dice el Duque de la Fe. Luego hablan de la corte: la
nobleza inferior reunida para una gran presentación, una unción final
y la despedida final. Un gran acontecimiento que, por lo que sé, va a
conformar mi día en este plano de existencia.
Después de entre treinta minutos y una hora, concluyen su reunión
con una última canción. La armonía es perfecta. Ventris recoge la
concha del centro. Al recogerla, brilla con intensidad durante un
segundo.
—Como siempre, dama y caballeros, un placer. —Sevin se
endereza su concha de almeja y se dirige a la salida, sin perder
tiempo.
—Los veré a todos dentro de poco para el cortejo final, la bendición
y la despedida. —Crowl sonríe, asiente con la cabeza, yo incluida, y
se marcha.
Cuando Ilryth y Remni se enderezan, el mayor se acerca nadando
y se agarra al hombro de Ilryth.
—Hiciste bien con ella. —Me hace un gesto. Una vez más, hablan
de mí como si no estuviera aquí. Pero me muerdo la lengua—. Sé que
has arriesgado mucho por ella. Pero a veces los mayores riesgos son
las mayores recompensas.
—Esa es mi esperanza también —dice Ilryth solemnemente. Su
tono me tranquiliza. La rabia y la frustración que sentía por la forma
en que me hablaban disminuyen un poco.
Nunca había visto a Ilryth con una esperanza tan seria y delicada
en los ojos. Es algo que ha mantenido oculto durante todo el breve
tiempo que lo conozco. Por un momento, se parece al niño que vi en
la visión: frágil y asustado.
—No hay forma de que una humana sea la paz de Krokan —se
queja Ventris en voz baja—. Especialmente no una encontrada y
cultivada fuera de las reglas del Ducado de la Fe.
315
—Ventris… —Remni intenta advertir.
Pero el Duque de la Fe se marcha con poco más que una mirada
por encima del hombro. Esos ojos furiosos siguen ardiendo en su
rostro mientras nada a mi lado. En su mente, está claro que comparto
parte de la culpa por cualquier mal, o herida, que lleve.
—Espero que estés en tus cámaras de unción en breve —dice
Ventris secamente, justo antes de desaparecer en el túnel que conecta
esta sala con el castillo mayor. No sé si es solo para mí o no.
—Un honor conocerle, Su Santidad —dice Remni antes de
marcharse también.
Ilryth y yo estamos solos.
—Bueno, ¿qué te ha parecido tu primer coro de sirenas? —
pregunta. Su lenguaje corporal es despreocupado, pero su tono delata
un poco de nerviosismo.
—Fue esclarecedor —digo—. ¿Remni fue elegida líder?
Asiente con la cabeza.
—No, el jefe del coro es el mayor de nosotros. Antes de Remni, era
mi madre.
La mención de su madre me recuerda…
—Hay algo más que quiero saber, pero creo que podría ser un poco
personal —digo con delicadeza.
—No hay nada que no quiera compartir contigo, Victoria. —El
sentimiento me tranquiliza, me calienta. No es una pasión ardiente
que intenta agitarme hasta la agonía si no encuentro liberación. En
cambio, es un calor más tranquilo. Uno que me envuelve como el sol
en un día despejado.
Trabajo para mantener la concentración.
—Se trata de Ventris.
—Ah, creo que sé qué es lo que quieres preguntar. —Ilryth cruza
las manos a la espalda. 316
Miro por encima del hombro. Los guerreros están hablando con
Remni, todos mirando en otra dirección. Me atrevo a alargar la mano,
tocando su firme bíceps.
—¿Debemos hablar así?
Niega con la cabeza y retiro la mano antes de que alguien pueda
vernos y meternos de nuevo en un lío.
—Es seguro en la sala de reuniones; con que nos concentremos el
uno en el otro será suficiente. Aunque esto esté en los dominios de
Ventris, partes del castillo pertenecen a todos los ducados. Que él
tuviera formas de escuchar, o rastrear, lo que ocurre en esta sala sería
un grave error por su parte, que resultaría en una profunda ofensa.
—¿Los aposentos de la ofrenda también serían una ofensa
profunda?
Ilryth ve a través del corazón de mis preocupaciones.
—Creo que sí.
—Bien. —Mantengo mis pensamientos y palabras centrados en
Ilryth.
—Ahora, para responder a lo que creo que querías preguntar…
Ventris me culpa de los duros comienzos de su liderazgo como
Duque de la Fe, y de las circunstancias de la muerte de su padre. —
Ilryth no pierde el tiempo y no se anda con rodeos.
—¿Qué quieres decir? ¿Cómo es eso?
—Su padre renunció a mucho para aprender de la ofrenda hace
cincuenta años. Mi madre trabajó estrechamente con él para ayudar a
descifrar las palabras de Lord Krokan y sus significados —dice Ilryth.
No es de extrañar que tuviera sus propias teorías sobre las palabras
que el duque Renfal escuchó de Krokan—. Tras fracasar las ocho
primeras ofrendas, mi madre se ofreció como la novena. El duque
Renfal pudo intentar comunicarse una vez más mientras trabajaban
juntos, intentando aprender todo lo que pudieran sobre la unción.
Conectar de nuevo con el viejo dios fue demasiado y pereció.
—¿Así que Ventris culpa a tu familia por la muerte de su padre? —
317
razono.
—En parte. Pero el duque Renfal ya estaba deteriorado por su
anterior comunión con el dios. Ese podría haber sido el momento de
su perdición, pero estaba bien encaminado —dice Ilryth con auténtica
simpatía.
—La pena rara vez es lógica —digo en voz baja, pensando en un
joven Ventris, sin entender muy bien por qué el cuerpo y la mente de
su padre estaban tan débiles.
—Entonces no ascendí al manto de Duque, como se suponía, lo que
hizo que se retrasara la unción de mi madre. —El tono de Ilryth se
vuelve solemne y triste—. Así que Ventris no solo ve a mi familia
como la causa de la muerte de su padre, sino a mí como la razón de
que esa muerte carezca de propósito. Yo retuve a mi madre, y por esa
razón tanto ella como el duque Renfal murieron en vano.
—Eso no es cierto —digo en voz baja.
Ilryth se encoge de hombros y continúa con su relato.
—Aquella noche juré que ninguna otra sirena moriría. Te elegí a ti,
te marqué como la próxima ofrenda sin consultar al coro ni al Ducado
de la Fe. Fue un desaire a Ventris justo al comienzo de su gobierno.
Parecía que ya no tenía el control que su padre ejercía con tanta gracia.
Ahora, está resentido conmigo y con mi ducado.
—Eso cambiará cuando calme la ira de Lord Krokan —digo con
firmeza.
—Eso espero. —Las palabras son débiles, casi tristes.
—Continuemos entonces. —Nado hacia la entrada de la habitación
con aún más propósito alimentándome. No puedo defraudar a Ilryth.
No lo haré.

318
Capítulo 28
Ventris ya está en mis aposentos y apenas nos mira cuando
llegamos.
—Gracias por traer la ofrenda, Ilryth. Puedes irte.
Miro entre Ilryth y Ventris. El tono de Ventris es bastante
despreocupado, pero ya me ha quitado a Ilryth una vez. Es más
estricto con las reglas amorfas que rodean la ofrenda. No me cabe
duda de que, si Ventris quisiera, podría encontrar la forma de
mantenerme alejada de Ilryth durante las próximas ocho semanas.
Eso no debería importarme, pero me importa, y estoy demasiado
cansada para luchar contra ello.
«No quiero estar sola».
Mi atención se posa en Ilryth. Me muerdo las palabras y me obligo
a apartar la mirada. No puedo hablar ahora o le pediría a Ilryth que
319
hiciera algo que sé que no debería.
De alguna manera, Ilryth parece leer mi mente. Aún más
increíble… actúa en consecuencia.
—En realidad, Ventris, puedes irte.
—¿Cómo dices? —Ventris se vuelve del Abismo, con expresión de
sorpresa.
—Seguiré supervisando la unción de la ofrenda —declara Ilryth. Su
audacia frente a la autoridad de Ventris tiene un significado profundo
que no habría captado si no acabara de conocer su historia común.
—El Duque de la Fe siempre ha supervisado la unción después de
la mitad del camino —dice Ventris con frialdad.
—Tienes razón —acepta con una soltura casi peligrosa—. Pero este
es el dueto de Victoria y mío. Somos nosotros los que determinamos
cómo se canta mejor.
—El coro…
—Dejaron claro que confían en mi criterio cuando se trata de la
ofrenda, por poco ortodoxa que sea. —Ilryth se adelanta. Su poderosa
aura le hace parecer más alto. Parece imponerse sobre el más joven,
haciendo que Ventris parezca poco más que un niño inseguro—. Yo
fui el primero en enseñarle los himnos de los dioses antiguos.
Supervisaré su unción hasta el final. Hará falta el mismísimo Lord
Krokan para apartarme de su lado, así que poco puedes hacer.
El rubor me sube por el pecho y me llega a las mejillas. Intento
luchar contra él, pero mi cuerpo tiene mente propia. Sé que Ilryth no
debería hacer esto… pero verlo defenderme de esta manera me
produce una sensación que roza lo insoportable.
Los ojos de Ventris nos miran. Se entrecierran ligeramente antes de
volver a Ilryth.
—Es increíblemente inapropiado, Excelencia, que la ofrenda sea
ungida por una sola persona. El proceso consiste en eliminar los lazos
con este plano mortal, no en atarla a él.
—Nunca haría nada que la atara a este plano —dice Ilryth a la
320
defensiva, quizá demasiado.
—Bien, entonces no te opondrás a que… —Ventris me alcanza pero
Ilryth gira, colocándose entre el otro hombre y yo.
—¿No he sido claro, Su Excelencia? —Ilryth dice mordaz. No hay
tono de formalidad en las palabras. Habla con todo el aire de
autoridad de un rey. Una mirada mía, un momento de duda por mi
parte, y se juega el cuello por mí.
Aunque lo ha hecho todo este tiempo. Desde atreverse a tocarme
para que pudiera salir de mi cabeza y aprender las palabras, incluso
cuando sabía que estaba prohibido, hasta llevarme a casa de Sheel y
hacerme practicar mi magia para ganar confianza antes del foso.
Ayudar a mi familia… Ilryth ha arriesgado tanto por mí.
«No me lo merezco». Y menos cuando él cree que soy la
personificación de la honradez y el honor. Ya no recuerdo todo lo que
he hecho, pero ese pensamiento es tan brillante y nítido en mi mente
como la estrella polar.
—No permitas que un humano te vuelva tonto, Ilryth. Aunque ese
humano sea la ofrenda. —Ventris se cruza de brazos, frunciendo el
ceño abiertamente.
—No dejes que la historia te impida progresar, Ventris —responde
Ilryth.
Ventris frunce los labios. La guerra mental que libra es visible en
su rostro. Me pregunto qué pros y contras estará sopesando. Pero me
sorprendo cuando parece que algo de lo que Ilryth ha dicho ha
llegado hasta él y le favorece.
—Muy bien. Compartiremos esta responsabilidad. —Un
compromiso es claramente lo más cercano que Ventris nos dará a lo
que queremos—. Volveré más tarde para ungirla, y la dejaré a tu
cuidado por ahora. Asegúrate de que medite sobre el Abismo. No
querríamos otro fracaso por tu culpa. —Con ese comentario mordaz,
se aleja nadando, dejándonos solos en mis aposentos.
—Es una auténtica pieza —digo cuando se ha ido.
321
—No te equivocas. —Ilryth se acerca a la mesa.
—¿Estás seguro de que esto está bien?
—Es lo que querías, ¿no? —La pregunta suena como una pregunta
genuina. Una de preocupación y suave sondeo. También es un
desvío.
—Sí, pero ¿cómo lo has sabido? —Le devuelvo la mirada.
No contesta durante un largo minuto.
—Pude oírlo en tu canción.
—¿En mi canción?
Ilryth nada hacia mí. Permanezco inmóvil mientras me presiona
suavemente la mandíbula con los dedos. Sus dedos se detienen. El
lateral de su pulgar roza la concha de mi oreja.
—Te dije una vez que todos tenemos una canción en el alma.
—Sí… ¿y puedes oír la mía?
Asiente con la cabeza. ¿Por qué le entristece tanto? ¿Le causo tanta
pena? No podría soportar la respuesta, así que no pregunto.
—¿Te gustaría tener compañía mientras «meditas sobre el
Abismo»? —La expresión de Ilryth es cautelosa, totalmente ilegible.
¿Quiere quedarse? ¿O ya lo he molestado demasiado?
—Solo si quieres. —Intento mantener un tono indiferente.
Hay una pausa lo bastante larga como para que mi corazón se
hunda. Pero luego se eleva de nuevo con latidos agitados cuando
dice:
—Me gustaría.
La distancia entre nuestros cuerpos parece un océano. Y, sin
embargo, está tan cerca que podría cruzarla en un santiamén. Mis
manos podrían estar sobre él con un pensamiento. Podría recorrer con
mis dedos las marcas que hay a un lado de su pecho como si estudiara
minuciosamente un mapa… para encontrar mi camino a su
alrededor. Aprendiendo sus territorios más inexplorados. 322
—¿Qué hacemos ahora? —Mis palabras son un poco jadeantes,
incluso para mis oídos.
—Podemos hacer lo que creas que te gustaría. —Se cruza de brazos
y levanta una mano, acariciándose la barbilla pensativo. Ese
movimiento tan familiar casi me hace sonreír. Apenas me resisto a
decir que se me ocurren bastantes cosas que me gustaría hacer a solas
con él—. Podría pedir algunos juegos que podrían interesarte. O un
pergamino que detalle el antiguo lenguaje de la sirena. Quizá uno
escrito en lengua común que hable más de Krokan. —Suelta la mano
y me dedica una sonrisa deslumbrante—. De verdad, lo que te plazca.
Dilo y será tuyo.
—Nada de eso suena a «meditar sobre el Abismo». —Sonrío
ligeramente.
Ilryth se encoge de hombros, sin inmutarse.
—Podría hacer que pasara.
—¿Por qué eres tan amable conmigo? —No puedo evitar
preguntar.
—¿No he sido amable contigo hasta ahora?
La pregunta está justificada. Lo ha sido. Pero…
—Se siente diferente —admito.
Por un momento, no sabe qué responder. Me mira fijamente con
esos ojos profundos. Ojos que parecen contener más colores de los
que yo había notado antes.
—¿Tiene esto que ver con lo que hablamos en el Mundo Natural?
¿De que eres «indigna» de amor?
—No dije nada de amor. —Evito sus ojos, de lo contrario verá a
través de mí. No puedo pensar así de nosotros. Ni él tampoco. Es un
riesgo demasiado grave para cualquiera de los dos.
—No tenías que hacerlo. Ese miedo tuyo es mucho más que amor…
—Ilryth se acerca un poco más, las pequeñas aletas de su cola le 323
impulsan sin ayuda de sus brazos. ¿Se da cuenta de lo que dice? ¿De
lo que implica la intensidad de su mirada?—. Déjame ser yo quien te
diga, Victoria, sin dudas ni vacilaciones, que eres digna de bondad,
compasión y amor. Y te lo diré mil veces si eso es lo que hace falta
para que lo creas. —Inclina la barbilla, intentando mirarme a los ojos.
Todos mis instintos me dicen que lo aleje lo más fuerte que pueda.
Las lecciones que han quedado grabadas en mi alma han sido no
confiar profundamente en nadie, no contar con nadie.
Pero… quizás podría haber confiado un poco más, hace tiempo.
Estaban todos los que me rodeaban a los que mantenía a distancia
porque era yo quien tenía que cuidar de ellos, y no al revés. Pero se
quedaron, dispuestos a luchar y a sacrificarse por mí. No puedo
cambiar el pasado, pero puedo corregir el futuro, lo poco que me
queda.
«Es una noción extrañamente liberadora que no se me había
ocurrido antes».
En lugar de ver mi inminente desaparición como un motivo para
contenerme, quizá debería considerarlo una especie de libertad. No
hay un «después». No hay pago por las decisiones que tome. Estoy a
punto de marchar al Más Allá. ¿Qué puedo perder viviendo un poco
para mí misma?
Sin mediar palabra, nado hacia el balcón. Ilryth me sigue cuando
hago un gesto hacia el espacio que hay a mi lado y se acomoda ahí
mientras yo me encaramo a la barandilla. Esta tarde no hay rastro de
Krokan abajo.
—Adelante, pregúntame lo que quieras.
—¿Perdón?
—Debes tener preguntas sobre mí… sobre por qué soy como soy.
—Hay dos conversaciones sucediendo entre nosotros en tándem. Lo
que decimos y todo lo que no decimos, todo lo que no podemos decir.
Quizás, si soy lo suficientemente valiente, pueda derribar un poco las
barreras en esto último—. Te diré todo lo que quieras oír. Incluso
cosas que no he contado a mi familia ni a mis amigos en el Mundo
324
Natural. Si preguntas, te responderé con total honestidad.
Ilryth lo considera durante el tiempo suficiente para que me
prepare.
—¿Algo que quiera?
—Sí, lo que sea. —Ahora es demasiado tarde para echarse atrás. Y,
solo por una vez… quiero ser vulnerable ante alguien digno de esa
vulnerabilidad.
—¿Y responderás con la verdad?
—Lo juro. —Va a preguntarme sobre quién me hizo sentir indigna.
Ya estoy tratando de hilvanar lo que recuerdo alrededor de los vacíos
de mi mente que las palabras de los viejos dioses devoraron. Quién
me iba a decir que lo que tan desesperadamente quería olvidar, ahora
es algo que intento recordar.
—¿Cuál es el propósito de la tela que adorna los barcos?
—¿Perdón? —Parpadeo varias veces, como si mi malentendido se
debiera a que no puedo verlo con claridad. Me paso una mano por el
pelo—. No creo que yo…
—Los barcos. Tienen grandes banderas atadas a sus mástiles
centrales. —Hace la pantomima de un barco y su mástil—. El tuyo
tenía tres. Los he visto innumerables veces, pero nunca he estado
seguro de la razón.
Estoy luchando contra una sonrisa con todas mis fuerzas. Está tan
entusiasmado. Tan cautivado.
—Es difícil conseguir planos o dioramas de barcos. Así que he
trabajado para reconstruirlos lo mejor que he podido en maquetas
pequeñas. Sospecho que es para atrapar el viento. Pero, ¿cómo puede
el viento mover un barco tan grande? Tal vez podría traer una de mis
reconstrucciones de mi sala del tesoro a la superficie y podrías
mostrarme… —Se interrumpe. He perdido la batalla con mi cara. Una
sonrisa se dibuja de oreja a oreja. Ilryth se endereza y mira hacia otro
lado. Tiene el mohín de un chico que no ha sido tomado lo 325
suficientemente en serio para su gusto—. Olvida que he preguntado.
Es una pregunta tonta, lo sé. Tan obvia, tan tonta de mi parte no
saberlo. Pero no es nada que deba preocupar a un duque Siren.
La afirmación final tiene el eco de las palabras de otras personas.
Me muevo sobre la barandilla y las yemas de mis dedos rozan
ligeramente los suyos. No ha sido intencionado… pero tampoco
muevo la mano.
—Ilryth, no pasa nada. La pregunta no es ofensiva y tampoco es
algo de lo que debas avergonzarte. Además, me parece entrañable
que quieras saberlo. —Su fascinación por los barcos viene de mí,
después de todo. Es justo que sea yo quien le enseñe sobre ellos—.
Tienes razón. Las velas atrapan el viento y ayudan a que el barco
avance.
—Lo sabía —susurra triunfante.
Asiento con una sonrisa. Ilryth parece bastante orgulloso y eso solo
me hace sonreír más.
—El barco, aunque pesado, es mucho más ligero en el agua. Se
llama flotabilidad. —Me explayo un poco más sobre la mecánica de
los barcos y cómo funcionan las velas y los aparejos. Aunque estoy
utilizando términos técnicos que seguramente aburrirían a la mayoría
de la gente, él está pendiente de cada una de mis palabras. Cuando
termino, le digo—: Imagino que hay muchas cosas sobre nuestros
mundos que nos parecen obvias hasta que se nos presenta la mirada
de alguien desconocido.
—¿Hay algo que quieras preguntarme? —me ofrece.
Me lo pienso. Hay tantas cosas desconocidas sobre el mundo de las
sirenas. Sobre el propio Ilryth. Pero me hizo una pregunta bastante
fácil para empezar, así que mantendré mi pregunta simple, por ahora.
—¿Las sirenas odian a los humanos?
—¿Por qué preguntas eso? —Parece sorprendido—. ¿Alguna vez
he…?
—Ni tú, ni la mayoría de tu ducado, en realidad… —Le doy a su 326
gente el beneficio de la duda—. Pero aquí, me siento como un animal
enjaulado. Sacado para el capricho de otros.
—Los humanos nunca son vistos en Midscape, excepto por la Reina
Humana… y algunas sirenas los culpan por la muerte de Lady Lellia.
—¿Por qué?
Ilryth mira fijamente al Abismo, pensando. Sus ojos se dirigen a las
raíces del Árbol de la Vida cuando habla.
—Fue poco después de que los humanos fueran creados cuando
Lady Lellia dejó de caminar entre nosotros. Algunos dicen que fue
vergüenza por su falta de magia. Cuando se hizo el Vano y los
humanos se separaron, su canción dejó de oírse.
—¿Pero no se hizo el Vano para proteger a los humanos?
—Así es.
—Entonces, ¿por qué culpar a los humanos?
Ilryth sacude la cabeza con tristeza.
—Cuando la gente está herida, busca una persona o personas
fáciles a las que culpar. Los humanos no estaban allí para defenderse,
así que fueron un blanco fácil para la ira de muchos. —Me dirige la
mirada—. Pero creo que la mayoría de las sirenas de hoy tienen pocos
sentimientos hacia los humanos, más allá de una leve fascinación.
Asiento con la cabeza.
—Muy bien, entonces, tu turno.
Hablamos durante horas. Me entero de su recuerdo favorito
cuando crecía con Lucia y Fenny: la pesca de algas con lanzas de
juguete. Hablo de las actuaciones de sirenas en Navidad para cantar
el año nuevo. Le hablo de mi infancia. De los vastos y misteriosos
lugares que he visto mientras navegaba para Kevhan Applegate,
eligiendo hablar con cariño de cómo lo recuerdo en vida, no como lo
vi por última vez en la muerte. De cómo era la mejor entre los mejores
marineros, gracias a la magia de Ilryth.
Suspiro con nostalgia, pensando en mis primeros días entre las
olas. Un pensamiento vago de aquellos tiempos resuena en mi mente:
327
En aquellos primeros días, sentí que me había liberado de Charles.
Aunque él aún conservaba mi alma y, sobre el papel, mi nombre.
Sentía que podía navegar lo suficientemente lejos y escapar de él.
—¿Quién era? —Ilryth pregunta suave, gentilmente.
—¿Quién? —Lo miro, con el corazón agarrotado. Mis cavilaciones
se me escapan, mis pensamientos vagan más allá de mi estrecho
alcance. «No lo digas. Por favor, no lo digas». No puedo evitar
aferrarme al collar de conchas, con la esperanza de que, de algún
modo, me equivoque. Que me protegiera incluso de mis
pensamientos más profundos. Es inútil.
—Charles.
Capítulo 29
—Va a ser difícil hablarte de él —le digo en voz baja, cuando me he
recuperado de la impresión que me produjo que me preguntara
directamente por Charles. Me he esforzado mucho por borrarlo de mi
historia, pero sigue persiguiéndome… aunque no entienda muy bien
por qué.
¿Cómo puedo decirle a Ilryth quién era Charles para mí de forma
comprensible? Todo lo que sé, ahora, son las líneas generales. ¿Pero
cómo podría comunicárselas sin que Ilryth perdiera la fe en mí?
Hemos tardado meses en construir esta base de confianza. La mera
idea de perderla me revuelve las entrañas. Lucho con mis próximas
palabras.
—No tienes que decírmelo si no quieres —me recuerda Ilryth con
suavidad. 328
Me encojo de hombros, apartando los ojos de los suyos. De algún
modo, en comparación con su mirada afectuosa y a la vez penetrante,
el Abismo es una alternativa bienvenida.
—Está… está bien. Estamos siendo sinceros el uno con el otro,
¿verdad?
—Sí. Pero eso no significa que debas compartir algo que de otro
modo no querrías.
—Deja de decirme que no lo haga, o no lo haré. —Me río, aunque
es un sonido sin alegría—. Realmente no he hablado con suficiente
gente sobre él. —Si algo he aprendido al volver a Dennow es que
debería haber hablado más, con todo el mundo, durante mucho
tiempo. Se puede confiar en mí, y confiar en los demás, al mismo
tiempo—. Además, ¿qué importa si lo sabes? Me iré pronto de todos
modos.
—No deberías decir eso. —La cola de Ilryth se mueve ligeramente.
Es el único movimiento de su cuerpo, pero delata agitación y alarma.
Las pequeñas aletas de los lados se agitan varias veces. Hay muchas
pequeñas cosas sobre las sirenas y sus gestos, sobre él, que aún estoy
aprendiendo. Probablemente nunca tendré la oportunidad de
estudiar cada movimiento e indicador como me gustaría conocerlo a
él. Siento los hombros aún más pesados.
—Es verdad, ¿no? —Intento encogerme de hombros, quitándole
importancia. Afrontarlo de frente en lugar de acobardarme es la única
forma que conozco de seguir adelante cuando el mundo se pone
difícil. Ocultar mi dolor no solo a los demás, sino también a mí misma.
—Es duro que me lo recuerden… —Se interrumpe y se apresura a
añadir—: Y lo digo por mí personalmente. No puedo imaginarme
cómo te sentirás tú.
—Estaré bien.
Ilryth me mira con escepticismo, pero no se opone.
—De todos modos, cuando dije que será difícil hablarte de él, no
me refería solo emocionalmente. Será difícil porque parece que antes 329
he erradicado los recuerdos de él.
Su escepticismo se transforma en sorpresa. Ilryth frunce el ceño y
en sus ojos aparece un destello de rabia. Sus palabras adquieren un
tono protector.
—¿Qué ha hecho para que lo hayas borrado por completo de tu
memoria?
—No creo que pueda decirte más —reitero. El abismo es tan oscuro
como los vacíos de mi mente—. Pero te diré lo que sé, lo que aún
puedo reconstruir…
»Crecí en las afueras de una pequeña ciudad. Mi padre y mi madre
trabajaban todo lo que podían. Pero les resultaba difícil mantener un
trabajo estable. Mi padre porque sufrió una lesión que le impedía
realizar los trabajos manuales que abundaban en la zona, y no tenía
conocimientos de contabilidad para trabajar como secretario de un
noble comerciante local… y mi madre porque no llevaba en la sangre
lo de permanecer en un mismo lugar durante mucho tiempo. Pero se
las arreglaron… —Hablo poéticamente de mi infancia. Sobre los
largos días junto al arroyo que pasaba por el pueblo cazando bichos
con Emily. Sobre las noches frías que no odiaba tanto como creía que
odiaba en retrospectiva porque significaba que estábamos todos
acurrucados cerca.
Ilryth no juzga a nadie. Escucha con serena y sincera fascinación.
Admito los malos momentos con la misma libertad que describo los
buenos. No ocultar nada es liberador.
—Entonces… —Hago una pausa, entrecerrando ligeramente los
ojos, como si pudiera atravesar la oscuridad de mi mente para
encontrar recuerdos que hace tiempo que han sido consumidos por
una magia no destinada a la comprensión de los mortales—. Tenía
dieciocho años, apenas… Todavía tengo un recuerdo de la
celebración de mi cumpleaños de aquel año… Fui al mercado. Algo
sobre faros… Se vuelve borroso. —Sacudo la cabeza—. Después de
eso hay una gran franja de mi vida que se ha ido. Lo siguiente que
recuerdo es caer al agua aquella noche. Luego, de pie en la playa, sola,
mirando el faro. Veinte y… —Casada. Miro a Ilryth para ver si ha oído
el pícaro pensamiento.
330
—¿Y? —Su cara no revela nada. No sé si me ha oído o no.
—Y tenía marcas en el brazo. He conservado casi todo el recuerdo
de haberte conocido —digo alegremente.
—Me sorprende que eligieras mantener esa traumática noche. —
Un leve rubor resalta las pecas apenas visibles de sus mejillas—.
¿Recuerdas algo más de él?
—Recuerdo haber ido a juicio… Me costó años dejarlo ir —digo en
voz baja—. Solo lo conseguí justo antes de que me llevaras… por eso
mi familia estaba tan endeudada.
—¿Debías dinero por una relación?
—Así es… —¿Cómo puedo evitar admitir toda la verdad sin
mentir? Todo lo que quiero es preservar algo de la estima que Ilryth
me tiene—. Le ayudé en el faro. El consejo dijo que tenía que devolver
lo que Tenvrath invirtió en mí por mi tiempo como ayudante. Casi
todo en Tenvrath se puede comprar y vender. Por eso el mayor delito
es deber dinero que no puedes pagar. En el faro, me mantenían los
impuestos del pueblo. Me exigían que pagara esa deuda y si no lo
hacía me…
—Te enviarían a ti, o a tu familia en tu lugar, a esa horrible prisión
de deudores que mencionaste. —Frunce el ceño—. Lo recuerdo.
Todos mis músculos están tensos. Me agarro a la barandilla con los
nudillos blancos. No recuerdo qué pasó durante esos dos años con
Charles. Están tan vacíos como el Abismo que tengo debajo. Sin
embargo, siento un nudo en la garganta. Se me entrecorta la
respiración. Siento como si quisiera luchar, o correr… llorar o gritar.
Mi cuerpo recuerda lo que mi mente ha olvidado fácilmente.
—Victoria… —Ilryth toca mi mano, inclinándose hacia mí—. ¿Qué
pasa?
No me doy cuenta de que me arden los ojos hasta que lo miro.
Imagino que están rojos e hinchados. Las lágrimas no pueden caer en
el océano, pero los ojos pueden arder, las bocas pueden torcerse.
331
—No lo sé —susurro—. No recuerdo nada. No sé por qué siento
que quiero quemar el mundo a mi alrededor.
Los labios de Ilryth se separan ligeramente. Parece inclinarse más
cerca.
—No pasa nada.
—Lo sé. Aunque no sea así, no importa, ¿verdad? —Sacudo la
cabeza—. Todo esto terminará pronto, de todos modos. No importa.
—Claro que importa.
—¿Por qué?
—Porque todo, lo bueno y lo malo, forma parte de lo que eres.
Puede que no te defina, pero te advierte. Te enseña. Luchamos,
peleamos y sangramos para llegar tan lejos en la vida. Y aunque
desearía que nunca tuvieras que sufrir como me temo que podrías
haber sufrido… si lo hiciste, eso también es parte de la Victoria que
admiro.
—Quizá no quiero que forme parte de mí —murmuro, bajando los
ojos—. Puede que no recuerde esas memorias, pero puedo recordar
que elegí eliminarlas primero. Quizá sea mejor así. Hay un extraño
consuelo en este desconocimiento. Borrar lo que solo puedo suponer
que son las peores partes de mí.
—No es solo lo que tú crees que son «las peores partes». Todo
desaparecerá —dice con gravedad, mirando hacia el Abismo. Lo dice
tan deprisa que no sé si tenía intención de soltarlo o no. Pero no se
echa atrás.
—¿Qué… qué quieres decir? —El sentimiento refleja una pregunta
aterrorizada que tuve hace semanas.
—Debes cortar todas las ataduras al mundo mortal. Un día, pronto,
lo olvidarás todo. No solo lo malo, sino también lo bueno. No puedes
elegir para siempre lo que quieres conservar. —No me mira mientras
habla. De alguna manera es peor. Esta verdad es tan horrible que ni
siquiera puede mirarme a la cara.
—¿Olvidaré… todo? —El abrazo de Emily. El olor del viento en mi
332
primera navegación. El sabor de la cerveza de mi padre. Cómo
brillaban las estrellas la primera noche que enseñé a Jivre a navegar
por ellas. La sensación de las finas sedas que mi madre traía a casa,
deslizándose entre mis dedos.
—Es la única manera.
—¿Qué tan rápido pasará ahora? —El pánico aumenta en mí. Solo
quedan dos meses para el solsticio. Me doy cuenta de que me había
permitido creer que podía conservar las partes de mí que quería.
Quizás no todas, pero al menos algunas… Reproduzco cada
momento brillante de mi vida, imprimiéndolo en mi corazón, como
si pudiera retener físicamente recuerdos que no tienen forma.
—Mucho más rápido, ahora. Cuando mi madre llegó al Ducado de
la Fe… no pudo reconocernos a mis hermanas y a mí en un mes.
Me inclino hacia atrás, tambaleándome. Me habían dicho lo que
estaba haciendo, lo que había que hacer. Pero nunca lo llevé a la
conclusión lógica.
Seré una cáscara. Una cáscara. Yo…
Mi pánico se interrumpe cuando Ventris entra nadando en los
aposentos con dos guerreros a cuestas. Su presencia me recuerda que
podría haber estado escuchando nuestra conversación todo este
tiempo. Aunque Ilryth dijo que este espacio debía ser seguro, la mera
idea de que supiera de mi familia, de Charles, de mis miedos y de
todas esas partes feas y ocultas de mí que solo quería mostrarle a
Ilryth, sería una violación que nunca le perdonaría a Ventris.
Sin embargo, las manos de Ilryth y las mías estuvieron tocándose
todo el tiempo. Tal vez no fuera un accidente o un dulce sentimiento
por parte de Ilryth, sino que intentaba asegurarse de que nuestras
conversaciones fueran privadas. Se ha movido antes de que Ventris
pueda notar el contacto.
—Espero que la meditación haya ido bien. Es hora de la siguiente
ronda de marcas antes del Abismo —anuncia Ventris. Los guerreros
avanzan.
Miro con recelo. Cada vez que una de estas sirenas venga a
333
ungirme… tendré que renunciar a más y más de mí misma. Pronto,
no quedará nada de mí. Quiero nadar lejos. Tomar la mano de Ilryth
y decirle que huya conmigo.
Por primera vez en mucho tiempo, tengo ganas de correr.
Pero este es el deber que acepté. Este es el juramento que hice. No
puedo huir, no ahora. Puede que no recuerde a mi familia cuando
llegue el momento. Pero seguiré dando mi vida para protegerlos. Lo
daré todo para mantenerlos a salvo.
Me alejo de la barandilla del balcón. Por el rabillo del ojo veo la
expresión resignada y triste de Ilryth.
—Estoy lista.
Ventris se acerca con reverencia. Por primera vez tengo la
sensación de que me ve como un individuo sagrado. Tiene los ojos
bajos. Se mueve con determinación, inclinándose antes de acercarse.
Al igual que en la mansión, estoy marcada en secciones visibles de
mi carne. Imagino que para cuando me ofrezcan a Krokan, seré más
dibujos que piel desnuda. Una hermosa cáscara. Aunque Ventris es
quien me marca, y los guerreros permanecen presentes, con las
cabezas inclinadas en señal de reverencia, es Ilryth de quien soy
consciente.
Se ha colocado sobre el hombro de Ventris, observándolo
atentamente. Su ancho pecho sube y baja como si le costara respirar.
Su expresión es cerrada, los músculos tensos.
Ilryth parece casi… ¿alarmado? ¿Asustado? ¿Desanimado? No sé
muy bien cuál, ni por qué, pero inclino ligeramente la cabeza para
verlo a los ojos y le ofrezco una leve sonrisa. Intento decirle con esa
expresión que estoy bien, que no se preocupe.
«No importa cuál haya sido mi reacción, puedo hacerlo».
Devuelve la expresión, brevemente, pero luego vuelve a su mirada
preocupada con el ceño fruncido mientras hace un agujero entre los
omóplatos de Ventris. Permanece en él hasta que Ventris termina. El
334
Duque de la Fe se excusa, marchándose con sus guerreros, y, como
las nubes que se consumen con el sol de la tarde, la expresión de Ilryth
se recupera.
—¿Estás bien? —No puedo evitar preguntar, apoyando con
valentía una mano en el hombro de Ilryth.
—Yo debería consolarte a ti, no al revés —murmura.
—No pasa nada. Háblame —le animo suavemente.
—No me gusta verlo cerca de ti. La idea de que marque tu alma es
casi insoportable —admite Ilryth. Me sobresalto demasiado para
responderle antes de que diga—: Pero, da igual, ¿dónde estábamos?
—Su sonrisa es tan distinta de su tono anterior que casi me da un
latigazo—. Creo que era tu turno de preguntarme algo.
Estuve a punto de pedirle que me contara más detalles sobre lo que
se le pasaba por la cabeza cuando me marcaban, pero al final decidí
no hacerlo. Si quisiera que yo conociera los detalles de esos
pensamientos, los habría compartido. Tal vez preferiría no saberlo. Es
más seguro así.
Pero hay otra pregunta de la que quiero saber la respuesta. Mi
tiempo de repente se siente tan corto. Los riesgos de arriesgarme son
menores que nunca.
De todas formas lo estoy perdiendo todo. ¿Qué importa si soy
audaz? ¿Atrevida?
—¿Has estado enamorado alguna vez? —pregunto.
Sus ojos se abren ligeramente. Ilryth retrocede hasta donde
estábamos sentados antes, mirando hacia fuera.
—Tengo veintisiete años. Como tú, no soy ajeno a los asuntos del
corazón. Aunque parece que, a diferencia de ti, no he encontrado a
nadie serio. —Suspira. Resisto el impulso de decirle que Charles no
ha hecho más que daño—. Aunque eso tendrá que ocurrir pronto.
Como sabes, necesito casarme en breve. Lo he pospuesto mientras
gestionaba tu próximo sacrificio, pero esa excusa se acabará pronto. 335
La idea de que se case me llena de una extraña tristeza. El mar está
más quieto, el remolino de podredumbre más denso. Me invade la
idea de lo que podría haber sido… pero que nunca pudo ser, al menos
en este mundo.
—Pero no es eso lo que he preguntado —le recuerdo suavemente,
acercándome a su lado. Me entran unas ganas irrefrenables de
sostenerle la mano. Lo he hecho tantas veces. Y, sin embargo, ahora
me contengo. Ahora es diferente, de algún modo.
—Yo… no tengo perspectivas actuales para una esposa. —Las
palabras parecen difíciles de pronunciar. Se mueve y nuestros dedos
vuelven a rozarse, provocándome una sacudida.
—Eso todavía no es lo que pregunté. —Un poco más firme. No me
echo atrás—. ¿Has estado enamorado? ¿Lo estás?
—Puede que haya alguien que me interese —admite, dejando de
prestar atención a nuestros nudillos rozándose ligeramente con las
corrientes. Se me aprieta el pecho—. Pero es complicado.
—Ya veo —digo en voz baja. Quiero preguntar más. Pero él no me
deja.
—Háblame de cómo funcionan los faros. —Ilryth se sienta, como si
la tensión nunca hubiera estado ahí para empezar. Como si mi
pregunta no significara nada.
Conteniendo un suspiro, me siento a su lado. Mi muslo roza su
cola. No se aparta. Leo en él profundamente mientras complazco su
pregunta.
—Hay una rueda hidráulica que hace girar un mecanismo dentro
del faro. Los encargados deben… —Le cuento todo lo que recuerdo
de los faros. La mayor parte de mis conocimientos proceden de
recuerdos básicos y educativos que creo que todo el mundo en
Tenvrath conoce, no de mi experiencia personal. Lo cual es extraño,
sabiendo que fui farera durante un tiempo.
Nuestra conversación fluye y refluye como las mareas, cada tema
da paso al siguiente sin esfuerzo. Somos dos barcos en un mar en
calma, moviéndonos al unísono, llevados por el mismo viento. Nunca
336
en mi vida había sido tan fácil hablar con alguien de todo. Imagino
que, si hubiéramos usado la boca para hablar, ya nos habría dolido la
garganta.
Las horas pasan volando y el océano se ha oscurecido. Motas de
oro danzan por la superficie, arrojando débiles rayos de luz que ya no
llegan al castillo a través de la penumbra y la podredumbre. La noche
ya se está asentando.
Ilryth se está abriendo camino a través de la comida que trajeron
no hace mucho. Era todo para él, en realidad. Aún no tengo hambre
y claramente no necesito comer. Pero, a pesar de eso, me ofrece un
poco. Me niego cortésmente y mi falta de interés le provoca una breve
y extraña mirada que no consigo descifrar.
—No puedo creer que hayamos pasado todo el día sin hacer otra
cosa que hablar. —Me agarro a la barandilla y me inclino hacia atrás,
levantando las caderas y suspendiéndome en el agua en un extraño
equilibrio de tensión y relajación—. No recuerdo la última vez que
pasé tanto tiempo haciendo tan poco.
—¿Poco? Habla por ti. —Ilryth resopla suavemente—. He pasado
todo el día aprendiendo sobre el Mundo Natural y su gente. Es un día
bien invertido en cualquier circunstancia. Pero la compañía lo ha
hecho excepcional; aprender sobre ti lo ha hecho excepcional.
Me recuesto en la barandilla con una sonrisa.
—Estás siendo educado.
Ilryth sacude la cabeza.
—He decidido que disfruto de tu compañía, Victoria. ¿Es tan difícil
de creer?
—Admito que al principio no estaba segura.
—Eres una persona complicada para mí.
—¿Complicada?
—Ha habido momentos en los que me has frustrado y ha habido
momentos en los que… —Suspira en voz baja y creo que no va a
continuar. Cuando lo hace, es tan suave que apenas puedo oírlo—. 337
Cuando haces que mi alma cante con notas que nunca creí posibles.
Sonrío débilmente.
—Voy a hacer todo lo posible para que todos los del Eversea sigan
cantando. —No quería decir eso, y lo sé. Él lo sabe; casi puedo
sentirlo. Pero ninguno de los dos dice nada más. Ambos intentamos,
con todas nuestras fuerzas, no cruzar la línea que tenemos delante.
—Creo en ti. Si alguien puede, eres tú. Ya has superado tanto.
Me encojo de hombros.
—Simplemente sigo adelante, como hace cualquiera.
—Y tú haces que parezca fácil. —Me dedica una sonrisa brillante,
tan deslumbrante como la puesta de sol.
—Hoy ha amanecido temprano; deberías descansar un poco. —No
sé por qué lo digo tan de repente. No quiero que se vaya.
—Debería, sobre todo porque tengo planes para nosotros mañana.
—¿Otro día sentado conmigo en el balcón? —Puedo imaginar
destinos peores.
—No, nos aventuraremos a salir. —Ilryth sonríe ligeramente.
—¿Pensé que tenía que comulgar con el Abismo?
—Esta es una excursión tan importante como esa.
—¿Adónde? —Inclino la cabeza. Ha despertado mi interés.
—¿Dónde está la diversión en que te lo diga?
Pongo los ojos en blanco. Ilryth disfruta demasiado burlándose de
mí.
—Bien, guarda tus secretos.
Abandona el balcón, llevándose la comida y los recipientes que
quedan. Yo permanezco al borde del Abismo, sola. Inmediatamente
me doy cuenta de su ausencia después de haber tenido su compañía
durante casi todo el día. Es un solemne recordatorio de que voy a
tener que enfrentarme a este vasto desconocido sin él. 338
Hay un cambio en las corrientes. Un torrente de agua fría surge de
las profundidades. Lleva consigo el susurro de la muerte. Me alejo de
la barandilla, salgo de una patada y vuelvo a apretarme contra el
muro del castillo justo cuando Ilryth regresa.
—¿Qué pasa? —Me mira, a media pared, tan plana y blanca como
un pergamino.
—Krokan ha regresado.
Ilryth nada hacia arriba, mirando hacia abajo, entrecerrando los
ojos en la misma dirección en la que yo miro. Hay un destello verde
en el abismo. Me abalanzo sobre él, lo agarro de la mano con las dos
mías y tiro de él hacia el balcón.
—¿Qué dem… ?
—Estabas nadando demasiado lejos en aguas abiertas. Estabas casi
fuera de la protección de la anamnesis. —Lo miro. El corazón me
martillea en el pecho—. Krokan te tenía en su punto de mira.
—Lord Krokan nunca dañaría a un duque de los Eversea.
Especialmente no al que maneja Dawnpoint.
«Si eso fuera cierto», me susurra el instinto. No tengo motivos para
creerlo. Ninguna razón para pensar que yo tengo razón y él no,
cuando es él quien ha vivido en este mundo toda su vida.
—Aun así, yo… Por favor, por mí. Vi a toda mi tripulación morir
ante mis ojos a manos del viejo dios. —La mención de ellos lo
tranquiliza—. Estoy segura de que tienes razón, pero… por favor,
nunca te aventures demasiado lejos sobre el Abismo. Por mí.
—Por ti, lo que sea. —Ilryth me aprieta la mano y me sigue hacia
abajo, de vuelta al balcón. No tengo ni idea de por qué siento que este
pequeño saliente puede protegernos a él y a mí de Krokan. Es como
pensar cuando eres niño que el monstruo en la oscuridad no puede
atraparte si te mantienes debajo de la manta y todos tus miembros
están sobre la cama. Es una tontería. Pero la ilusión de seguridad es
mejor que nada—. Pero es bueno que esté aquí. Debería hacer tu
próxima ronda de marcas aún más potente. 339
—¿Ventris no insiste en hacerlo él mismo otra vez? —pregunto.
—No, marcar tu piel desnuda es mi honor esta noche. —Lleva sus
dedos a mi cuello. Se detienen un momento antes de presionarme,
justo debajo de la oreja. Aunque no tiene que tocarme para marcarme,
lo hace de todos modos. Ilryth canta una dulce melodía que llena mi
mente de recuerdos de hogar. De perezosas tardes de verano y
manzanas de otoño.
Me arrastra los dedos por el cuello hasta las clavículas. Bailan y
salpican, tirando y arremolinándose. Mi carne se aprieta contra él
mientras inhalo sin aliento. Él me devuelve la presión mientras
exhalo. Se siente… tan bien que alguien me toque cuando hacen esto.
Aportar calidez al proceso.
Es como si dibujara la existencia del deseo. Como si esas marcas
fueran un mapa por el que puedo encontrar una pasión a la que había
renunciado hace tiempo. Quiero que bese cada punto que deja la
huella de su pulgar. Quiero que lama la larga línea que dibuja desde
mi rodilla hasta debajo del dobladillo de mis calzoncillos, empujando
la tela lentamente hacia arriba. Un movimiento de sus ojos fija su
mirada en la mía.
La intensidad de su mirada es enloquecedora mientras usa esos
dedos diestros y hábiles. Me quedo imaginando todos los usos que
podría dar a esas manos. ¿Qué sentiría si me llevara a las cumbres de
la pasión? ¿Podría seguir sintiendo todo en esta forma tal y como la
conozco? ¿O sería diferente? ¿Mejor? ¿Peor?
¿Cómo funcionaría logísticamente para él? Sin embargo, lo vi con
piernas humanas en sus recuerdos. ¿Quizás podría invocarlas si fuera
para enredarlas con las mías?
Mil preguntas me piden respuestas. No debería hacérmelas, pero
no puedo parar. Sé que hay muchas formas creativas de que dos
personas encajen. Aunque no me haya dado el gusto, he oído
historias. Pero, ¿acaso tiene…
Me arden las mejillas y las lentas caricias en la parte posterior de
los muslos tampoco ayudan.
340
Finalmente, siento alivio cuando se aparta. Pero no estoy segura de
que el alivio de su tacto sea lo que yo quería. Creo que habría
preferido sentir alivio por su tacto. En cualquier caso, tengo tiempo
de recomponerme cuando se aleja.
—Eso es todo por esta noche.
—¿Qué pasa? —Puedo decir por su tono que hay algo que le
preocupa. Es un milagro que mis palabras no sean un chillido.
Ilryth no parece capaz de mirar en mi dirección. Su cuerpo es una
línea delgada a contraluz. Bíceps abultados mientras se agita. Incluso
claramente ansioso, es una de las criaturas más hermosas que he visto
nunca.
—En las próximas semanas, terminaremos de marcarte…
—¿De acuerdo? —Le insto cuando se calla.
Sacude la cabeza, se endereza un poco y vuelve a mirarme con un
distanciamiento forzado, casi clínico.
—Las unciones restantes serán en el resto de tu cuerpo.
—¿Oh? Oh. —Tardo un momento, pero me doy cuenta de lo que
está diciendo—. ¿Quieres decir que tendré que quitarme más ropa?
—Sí. Aunque ya he mandado llamar a Lucia y debería llegar
pronto. Creí que ella sería preferible a Ventris haciendo tales marcas.
—Me lanza una mirada, como para estar seguro de esa suposición.
—Mucho mejor —me apresuro a decir.
—Bien. Quería avisarte de que pasaría.
—Claro, por supuesto. —La decepción me recorre sin querer. No
me importaría que tocara mis partes más sensibles. ¿No era esa la
fuente de mis fantasías?
Pero no me da la oportunidad de objetar.
—Entonces te deseo buenas noches.
Ilryth comienza a alejarse nadando hacia atrás. Nuestros ojos están
fijos. Es como si estuviera esperando. 341
La forma en que me tocó…
Era solo para la unción.
Ha habido otras veces.
Toques accidentales.
—Ilryth, espera —digo, a pesar de mi buen juicio. Sin saber lo que
voy a decir a continuación.
Se detiene en la esquina de mi cama.
—¿Sí?
Esos ojos suyos… podría perderme en ellos para siempre. Podría
subsistir solo con su intensidad. Quizás…
Las palabras «mujer usada» resuenan en mi mente en la voz de
Charles.
No. No voy a permitir que Charles siga dictando mi propia voz
interior. Le he dado demasiado poder sobre eso a lo largo de los años.
Tanto que es difícil distinguir lo que hay en mi propia voz y lo que él
plantó dentro de mí.
Me quedan pocas semanas de vida. ¿Cómo quiero pasarlas? No
encogiéndome de miedo. No deseando haber hecho algo diferente.
Pongo fin a mi lucha interna, que es lo único que me quita el sueño
esta noche. Cruzo la distancia que me separa de Ilryth y le sujeto la
cara con ambas manos, besándolo con una fiereza que no sabía que
aún poseía.

342
Capítulo 30
Ilryth no se aparta. Todo lo contrario. Me agarra por las caderas y
me atrae hacia él con fuerza. Una docena de voces sin cuerpo cantan
a la vez en mi mente mientras nuestras bocas se encuentran en
gloriosa armonía.
Me separo, obligándome a parar. Mis labios tiemblan, anhelándolo
todavía. Temblando de una pasión que apenas puedo contener. Si me
toca, todo mi ser grita. Me pregunto si de algún modo puede oírlo,
porque sus palmas se clavan en la carne de mis caderas.
—Dime que no deberíamos hacer esto. —Mis dedos recorren el
músculo de su cuello. Por fin, por fin, recorren las marcas grabadas
en su piel. Por fin me permito tocarlas y temo no querer parar nunca.
—No deberíamos hacer esto —se obliga a decir, pero no suena
convincente en lo más mínimo. 343
—Dime que esto acabará en desastre —exijo, sabiendo
perfectamente que es cierto. Es un hecho que acepté hace mucho,
mucho tiempo.
—Lo más seguro es que acabe en desastre —afirma con toda la
seguridad de alguien que ha pensado en esto tanto como yo. Sin
embargo, sus brazos me aprietan. Las yemas de sus dedos se clavan
en mi carne—. No espero que mi corazón sobreviva ileso al encuentro
contigo. Aunque eso lo sé desde hace años.
—¿Años? —susurro.
—Años. Desde que te vi por primera vez. Aunque me negara a
admitirlo. Me atrapaste. Inexplicablemente y sin esfuerzo te
convertiste en el objeto de todos mis deseos.
—Pero, tú… Yo no… ¿Cómo? ¿Por qué yo?
Me suelta una mano para acariciarme la mejilla. Me aparta un
mechón de pelo de la cara con la misma delicadeza con que se
ahuyenta a una mariposa. Una mano me toca con ternura. La otra
sigue envolviéndome, agarrándome con tanta fuerza que le tiemblan
los músculos, como si se obligara a no tomarme aquí y ahora.
Lo anhelo con una ferocidad que nunca antes había conocido.
Quiero que se mueva lentamente, que acaricie mi mente y mi corazón.
Que sea delicado con todas mis tiernas heridas. Pero, al mismo
tiempo, quiero que se desate sobre mí, que me devore y me deje sin
aliento.
—¿Por qué sale el sol, Victoria? ¿Por qué suben las mareas o los
peces nadan en grupos? Algunas cosas simplemente son. Son fuerzas
de la naturaleza y sería una afrenta a la belleza divina de este mundo
cuestionarlas. No quiero cuestionarlas.
—¿Te preocupas por mí a pesar de que sabes que estuve
involucrada de alguna manera con otro? —Me atrevo a preguntar.
Ojalá no tuviera que hacerlo. Pero tengo que hacerlo. «Debería decirle
que estuve casada…» Tiene derecho a saberlo, ¿no? Pero tal vez no
importe. Tal vez saber que iba en serio con otro es suficiente. Quizá
no importe pronto cuando olvide todo lo relacionado con Charles… 344
—No me siento amenazado por un hombre que intentaste borrar
de tus recuerdos. —Tiene una sonrisa casi arrogante. Esa confianza,
la facilidad con la que permanece tan poco amenazado, no podría ser
más atractiva—. La historia es solo eso, Victoria, historia. Lo único
que influye en el presente es lo que te ha enseñado y lo que tú decides
llevar adelante. No cambiaría la mujer que eres ahora por todos los
mares.
Cierro los ojos y aprieto la mejilla contra su mano. Su pulgar
acaricia suavemente, tan ligero y tierno como las marcas que dibuja
en mi carne.
—Ilryth, dime que no podemos hacer esto.
—Ya te he dicho que no deberíamos. —Sus dedos se enroscan
ligeramente contra mí, como haciéndome señas una vez más. Con
una sola probada, oigo una canción de pasión, de placer, de todo lo
bueno del mundo que antes me estaba vedado. Y quiero más.
—Dime que no podemos.
—Sabes que está prohibido que te toque. —No es mi imaginación,
me está acercando. Sus dos manos están tirando de mí hacia abajo.
—Entonces no podemos.
—Nunca he dicho eso. —Se inclina un poco hacia mí, sus ojos se
clavan en los míos—. Puede que esté prohibido, pero aún podemos.
—No quiero hacerte daño así… —Aprieto los ojos cerrados. Mi
corazón también quedará hecho jirones si hacemos esto. Pero tengo
poco tiempo para soportarlo. Él tiene años.
Sin embargo, a pesar de saber todo esto, no me alejo. A pesar de
todas las razones por las que no deberíamos… se me ocurre una, una
razón singular por la que deberíamos, que supera a todas las demás:
«No quiero parar». Soy egoísta, cruel y estoy necesitada.
—¿Y si te doy permiso para hacerlo? —Sus palabras retumban
contra mis pensamientos con fuerza, como si procedieran de mi
propia mente—. ¿Y si quiero que lo hagas?
—¿Quieres angustia? 345
—Te quiero a ti, y a todos los riesgos y placeres que vienen contigo.
—¿Qué te pasará si se enteran? —Mi mano recorre su clavícula y se
extiende por su pecho. Todos mis pensamientos dicen que no, pero
mi cuerpo, mi obstinado corazón, dice que sí.
—Podrían ponerme a prueba otra vez.
—Tienes tanto por lo que vivir, tantos de los que eres responsable.
No puedo pedirte que arriesgues todo eso.
—No me lo pides, te lo ofrezco. —Ilryth se aleja, como si ganara la
claridad de la distancia. Permitiéndome ver la determinación no solo
en su mirada, sino también en sus hombros y su postura—. Solo he
hecho lo correcto. Me he mantenido en la línea y me he sacrificado por
mi pueblo. Incluso con mi madre, me puse rápidamente en su sitio.
He permanecido en silencio y he renunciado a todo lo demás como se
me ha dicho. Solo por esta vez, no quiero ser honorable. Quiero
perseguir algo únicamente para mí.
¿Cómo puedo rebatirlo? ¿Cómo podría hacerlo si mis motivaciones
son igual de egoístas?
Vuelve a acortar la distancia que nos separa y mis labios casi arden
por la proximidad con los suyos. Necesito todo mi sentido común y
autocontrol para no besarlo hasta marearme. Susurra con la boca tan
cerca de la mía que incluso nuestros cabellos luchan por moverse en
el espacio que hay entre ellos.
—Desnúdate ante mí. Dime, ¿qué quieres?
—Todo lo que no he tenido en años. Todo lo que pensé que nunca
volvería a tener. —Sacudo la cabeza, frotando ligeramente mi nariz
contra la suya—. Quiero pasión y placer. Quiero abandono temerario
incluso cuando sé que es la elección equivocada.
—Vamos a equivocarnos horriblemente juntos, entonces. —Su
mano se desliza por mi nuca y mi pelo. Mis piernas rodean su cuerpo,
nuestros cuerpos se funden y me ahogo en sensaciones nuevas,
diferentes e inimaginables.
346
Su firme musculatura proporciona una base estable bajo la cálida
carne y las escamas. Pequeñas corrientes acarician mi cuerpo como si
mil dedos diminutos me acariciaran. No tengo peso. No hay presión
ni tensión, ni una incómoda ordenación de los miembros. Todo fluye
y refluye como si fuéramos el propio mar. Sin esfuerzo. Como él
dijo… una fuerza de la naturaleza.
Me agarro para mantener la estabilidad mientras mi cabeza gira,
acercando mis labios a los suyos. Ilryth se mueve lentamente, como
si me diera tiempo a apartarme. Como si alguna vez quisiera hacerlo.
Le agarro el hombro con la mano izquierda, la derecha sigue en su
pecho.
Sus labios rozan los míos y se detiene. Se estremecen ligeramente,
apenas se tocan. Todo mi cuerpo se estremece ante la sensación. Ilryth
me abraza aún más fuerte. Su mano se desliza desde mi cadera hasta
mi trasero, amasando el músculo mientras sus labios vuelven a
chocar contra los míos.
No oímos nada bajo las olas. No hay ruido de cuerpos, bocas o
respiraciones cuando nos movemos el uno contra el otro. Solo hay un
silencio dichoso y la creación de una nueva melodía que toma forma
con cada uno de nuestros movimientos. Con cada pulsación de las
palabras grabadas en nuestra carne, las notas llenan el fondo de mi
mente. Trinan y se hinchan mientras él arrastra su mano sobre mí.
Se forman nuevas manchas. Por los brazos, alrededor del cuello,
por la espalda y los muslos. Dondequiera que sus manos me tocan, la
música me sigue.
Su tacto es tierno y necesitado a la vez. Con manos tan posesivas
como su boca, ambas exigiendo lo que solo yo puedo dar, todo lo que
puedo dar. Su hambre me deja sin aliento, sintiendo que será una
tarea imposible saciarla, pero con ganas de intentarlo aún más ante la
perspectiva.
En cuanto a los besos de Ilryth… la suya es una boca por la que
merece la pena vivir y morir. Me rindo a su fuerza. Mi estómago se
revuelve como si estuviera cabalgando la cresta de una ola alta cada 347
vez que nos retorcemos, cambiando nuestros ángulos mientras
flotamos ingrávidos, suspendidos. Su lengua se desliza en mi boca y
mi mente se queda en blanco.
Han pasado años desde la última vez que me tocaron así. Años
reclamando lentamente mi cuerpo y mi alma. Años de aceptar quién
era y en quién me estaba convirtiendo.
Las acciones de besar y tocar no son nuevas para mí, pero las
sensaciones sí. Creía que lo sabía todo sobre las indulgencias de la
carne. Pero estaba equivocada. Terriblemente equivocada.
Su mano se mueve alrededor de mi cuello, enganchándome la
mandíbula con el pulgar y los dedos. Ilryth se separa y me aparta la
cara de la suya, besándome la garganta. Su lengua recorre las líneas
que ahora forman parte de mí. Me estremezco y mis labios se separan
con un jadeo insonoro que, de algún modo, se manifiesta como un
único pensamiento: «Más».
Ilryth está listo para acatar la orden. Gira y mi espalda se encuentra
con la cama, el agua suaviza nuestra caída sobre la esponja. Sus
manos acarician mis caderas, empujando ondas en la fina tela que
flota alrededor de mis partes bajas. Sus dientes presionan la carne de
mi hombro. Mantengo las piernas cerradas alrededor de sus caderas,
sujetándolo contra mí. Ilryth explora cada parte de mi cuerpo, desde
el busto hasta la boca. Trazo un mapa de las líneas de los músculos
de su espalda, recorro cada borde de sus propias marcas y lo grabo
todo en mi memoria.
Si voy a morir, estos son los sentimientos que quiero llevarme de
un hombre. De pasión y placer. De un amor tan insensato como
liberador. Cuando los besos de Ilryth se ralentizan hasta convertirse
en meros roces, mis rodillas se separan de él, se colocan a ambos lados
y una sonrisa cruza mi boca.
—Pareces contenta, Victoria —murmura.
—Esta noche me has dado más de lo que crees.
—Deseo darte incluso más que esto. —La intensidad del
sentimiento me hace mirarlo fijamente, confusa pero ansiosa.
348
—Ilryth…
—Aquí no, por… razones. —Su cola golpea ligeramente contra la
cama.
No puedo evitar reírme.
—¿Es vergonzoso admitir que me lo estaba preguntando?
Tararea pensativo mientras se suelta de mí, se tumba boca arriba y
mira al techo.
—Solo si es vergonzoso admitir que me excita aún más que te
preguntes.
Querer y ser querido… es una buena sensación. Aunque no sean
más que impulsos carnales. Incluso si el amor que ha crecido
obstinadamente debajo de él no tiene futuro.
Antes de darme cuenta, estoy rodando de lado, acurrucada contra
él. Ilryth se mueve y espero que me empuje, pero en lugar de eso me
rodea los hombros con el brazo y tira de mí. Apoyo la cabeza en su
pecho por instinto, nuestros cuerpos encajan como si estuvieran
hechos el uno para el otro. El sonido de los latidos de su corazón es
una sinfonía.
—Voy a tener que marcharme —dice con cierta disculpa.
—Lo sé. —Cierro los ojos—. Sé que tienes que irte para mantener
esto en secreto, por sus normas sobre la ofrenda… pero necesito que
sepas algo más.
—¿Sí?
—Sé que hacer esto contigo es egoísta de mi parte.
—Y de la mía —se apresura a decir—. Soy yo quien te lo ha exigido
todo. No tienes lugar para disculparte o sentirte egoísta.
Sacudo la cabeza y le acaricio el cuello.
—Eres incorregible, Ilryth.
—Tú también, Victoria. —Me besa en la frente.
Continúo con mi pensamiento anterior:
349
—Pero quiero que sepas que no necesito que esto sea amor.
Mantengamos las cosas simples para ambos. Solo deseos físicos.
Incluso mientras digo las palabras, ya sé que estoy indefensa ante
la fuerza que intenta arrastrarme a pesar de mí misma.
Sin embargo, eso no es algo que él necesite saber. No puedo
mentirme a mí misma, pero puedo mentirle a él. Puedo fingir que
nada de esto importa más allá de arrastrarme a sus brazos. Más allá
del puro deseo físico. He visto suficientes mujeres y hombres que
pueden tratar esto como un asunto casual, puedo usar su ejemplo.
Si me enamoro, esa será mi carga, mi secreto que me llevaré a la
tumba. No puedo hacerle daño así. Ni mi corazón puede soportar
otro fracaso en el terreno del romance. Puede que no recuerde todo lo
que rodeó a mi relación anterior, pero sí recuerdo que fracasó… y,
basándome en los retazos que puedo recordar, y en los sentimientos
que tengo, tengo la ligera sospecha de que el fracaso fue por mi culpa.
Examina mi expresión mientras hablo, como si de algún modo
pudiera ver a través de mi farsa, de mis afirmaciones de lo contrario.
Ilryth frunce ligeramente el ceño. Casi espero que se oponga.
Pero parece aceptar mis palabras al pie de la letra, asintiendo
ligeramente. Imagino que habrá tenido muchas amantes. Eso es lo
que elijo creer. Esto es más fácil si creo que no es nada serio para él.
Si para él es fácil tener una aventura casual.
Y, si para él también es más que eso… es mejor para los dos fingir
lo contrario. Si no hablamos de más afectos, entonces pueden morir
en la duda. En lo desconocido y no dicho.
—Como desee, mi señora.
Le sonrío levemente. Me lo esperaba… Él sabe que soy una muerta
andante. Así será más fácil para los dos. Si me lo digo a mí misma
suficientes veces, tal vez me lo crea.
—Deberías descansar —dice suavemente—. Hay más trabajo que
hacer en los próximos días y semanas para ungirte. 350
—Deberías irte. —Elijo ignorar la mención al trabajo.
—Debería, pero creo que me quedaré hasta que te duermas…
suponiendo que eso no te moleste. —La voz profunda de Ilryth se
llena de preocupación ante la idea.
—En absoluto. —Bostezo—. De hecho, me haces sentir relajada,
segura. —Cierro los ojos y disfruto de la sensación. Aunque hay
lagunas en mis recuerdos, estoy segura de que nadie me ha hecho
sentir tan querida y protegida en mi vida. Por primera vez siento que
puedo apoyar la cabeza en algún sitio y no tener que mantener un ojo
abierto, ni preocuparme por nadie ni por nada.
Suspirando suavemente, me despido en silencio de mi familia y de
los pocos amigos que tenía al otro lado del Vano y sobre el mar.
Estarán bien sin mí; tienen que estarlo. Ya no puedo volver y no hay
nada más que pueda hacer por ellos que ser un digno sacrificio para
un viejo dios. Así que los dejo marchar.
Durante los próximos días, y semanas, o el tiempo que quede, por
primera vez en mi vida viviré únicamente para mí.

351
Capítulo 31
Cuando me despierto, estoy sola, tal como me dijo que estaría. Me
levanto y me alejo de la cama, hundiendo las manos en la suave
esponja. Por supuesto, no hay rastro de él, lo que hace que todo este
asunto parezca más un suntuoso sueño que una realidad.
Probablemente sea lo mejor, pienso mientras vuelvo a tumbarme
en la cama con un suspiro interno. Será más fácil fingir que todo esto
no significa nada si no nos pasamos la mañana abrazados como los
amantes que no somos. Sin embargo, cierro los ojos. Imagino lo que
sentiría al despertarme con el alba, con su calor envolviéndome aún.
Abro los ojos de golpe, desterrando la peligrosa ensoñación. Esas
eran exactamente las emociones que no podía permitir. Pero
ignorarlas no es más fácil cuando hace apenas unas horas me quedé
dormida en sus brazos. 352
Ha sido el mejor sueño que he tenido en mucho tiempo, pero en
lugar de despertarme bien descansada, estoy cansada.
Ya no conozco el agotamiento en el sentido corporal. Pero parece
que me duelen todas las articulaciones de los músculos tan tensos por
sus besos y caricias de anoche. Me doy la vuelta con un gemido. A
pesar de mí misma, me deslizo la mano por el costado, acariciándome
el vientre, me la meto por debajo de los calzoncillos y aterrizo entre
las piernas para tocarme en el lugar donde anoche deseé
desesperadamente que estuviera la mano de Ilryth.
Frotando despacio, con suavidad, mi dedo corazón recorre el punto
más sensible de mi cuerpo. Separo los labios y se me escapa un
suspiro de placer. En mi mente, Ilryth sigue a mi lado. Me despierta
con sus delicadas caricias. Su mitad inferior ya no tiene escamas, sino
que posee todas las partes deseadas de un hombre humano.
Me lo imagino inclinándose hacia mí y mordiéndome el lóbulo de
la oreja. Susurrando los detalles de todo lo que desea hacerme
directamente a mi mente, penetrando en mis pensamientos. Mi mano
izquierda se desliza por mi frente, manoseándome el pecho por
encima del corsé, mientras las imágenes que se suceden ante los ojos
de mi mente se hacen cada vez más vívidas.
Anoche fue solo el aperitivo. La tentación. La prueba de que
nuestros cuerpos responderán el uno al otro. Todo lo que quiero
ahora es explorar hasta dónde podemos llegar. Lo profundo que
podemos conocernos.
Se me anuda el bajo vientre. Se me doblan los dedos de los pies. La
liberación no está lejos. A lo largo de los años he practicado lo
suficiente para conseguirlo y esta fantasía es más dulce que ninguna
otra que se me haya ocurrido antes porque es tangible. Es casi posible
y eso…
—Su Santidad, ¿está despierta? —La voz de Ventris es como un
cubo de agua fría cayendo sobre mí.
Me arranco la mano de los calzoncillos, me suelto el pecho con la
otra y me bajo de la cama. Trato de apartarme el pelo de la cara,
intentando domarlo por instinto, aunque en mi forma actual es
353
absolutamente innecesario. Consigo recuperar el aliento y desterrar
las fantasías cuando llega por el túnel con sus guardias.
—Ah, buenos días. Parece que dormiste bien anoche.
—¿Perdona? —Me asusto, preguntándome si hay alguna señal de
Ilryth en la habitación. Tal vez hay algún sentido de sirena donde
Ventris solo sabe las líneas que hemos cruzado. ¿Qué significará eso
para Ilryth?
—Esta mañana estás en tu cama, en lugar de en el balcón —dice
despreocupadamente—. Es bueno ver que estás descansando lo
necesario para asegurarte de que sigues concentrada en aprender los
himnos de los antiguos.
Me relajo un poco.
—Sí, por supuesto. Meditar ante el Abismo ha sido bastante
agotador para la mente y el cuerpo.
—Hablando de unciones. —Hace un gesto y aparece otro grupo de
guardias con una cara conocida.
—Lucia. —Me alejo de la cama con una sonrisa, deslizándome por
la habitación.
—Me alegro de volver a verle, Su Santidad. —La punta de su cola
se curva hacia atrás e inclina la cabeza. A pesar de que no éramos
exactamente las mejores amigas, me causó una buena impresión. Y en
el reino de Ventris, aceptaré cualquier cara amable que pueda
conseguir.
—Lucia fue una de las mejores estudiantes durante su tiempo en el
Ducado de la Fe. Ella se encargará de las unciones estos próximos días
cuando sea impropio que lo hagamos Ilryth o yo.
Recuerdo lo que Ilryth me dijo anoche, que habría algunas marcas
que él no haría. Disimulo mi decepción de que no sea él quien me
marque las zonas más sensibles. Otra fantasía intenta asaltarme y me
niego a permitirlo aquí y ahora. Es mejor saborearlas en privado. Y,
si alguien que no sea Ilryth va a hacer esas marcas, prefiero a Lucia
354
que a un desconocido o, peor aún, a Ventris.
—Gracias por tener en cuenta mi modestia —digo como si la
modestia hubiera sido alguna vez algo que significara tanto para mí.
—¿Necesitas algo más de nosotros? —pregunta Ventris a Lucia.
Ella sacude la cabeza.
—No, Excelencia, tengo todo lo que necesito.
—Las dejaré con ello, entonces. —Ventris conduce a los cuatro
guardias fuera de la habitación.
Lucia cruza las manos delante de ella, esperando a que se vayan.
Sus dedos se entrelazan y desenlazan, delatando incomodidad.
—Por favor, perdóneme, Su Santidad, pero finalmente voy a tener
que pedirle que se quite todo.
—Solo Victoria está bien —le recuerdo—. No somos extrañas.
—Es justo que te muestre el máximo respeto como Santidad.
Cualquier otra cosa sería una afrenta al buen entrenamiento de Lord
Ventris de todos los acólitos de Lord Krokan.
Teme que esté escuchando.
—No creo que pueda oír aquí. Ilryth dijo que esta habitación tiene
protecciones.
Lucia abre ligeramente los ojos. Mira por encima del hombro en la
dirección en que se fue Ventris.
—Si estás nerviosa, podemos hablar así. —Cierro la brecha que nos
separa y apoyo la mano en su hombro.
Ella asiente.
—Es bueno saberlo, Victoria. —Sonrío al oír mi nombre—. Pero
deberías abstenerte de tocarme. Nos estamos acercando a tu ofrenda,
así que ahora es aún más importante.
—Bien. —Mi sonrisa cae y la suelto—. ¿Debería desvestirme? 355
—Si no te importa. —Lucia aparta la mirada, a pesar de estar a
punto de verme en el mismo estado de desnudez por el que me ofrece
pudor.
Me acerco a la parte trasera del corsé, engancho el nudo y lo desato.
Tiro de las X que se alinean en mi espalda y consigo aflojar lo
suficiente como para poder sacar las pequeñas perillas de sus ganchos
en la parte delantera. Me la quito de encima y me aferro a ella un
segundo más. La última de mis prendas, cuidadosamente
confeccionada para ajustarse a mis necesidades. Calidad por encima
de cantidad.
Y los últimos lazos que tengo con el mundo del que vengo.
Despliego los dedos, suelto la prenda y veo cómo empieza a
desenredarse como hilos mágicos en el agua. En un abrir y cerrar de
ojos, es como si nunca hubiera existido. Los calzoncillos son más
fáciles de soltar. Sin embargo, una vez que se han ido, estoy tan
desnuda como el día en que nací.
—Muy bien, estoy lista.
Lucia se acerca nadando. Todavía parece un poco incómoda, pero
no demasiado con la desnudez. De lo cual me alegro. Le reconozco el
mérito de haber disimulado la mayoría de sus miradas curiosas.
Imagino que le parezco tan extraña como una sirena a la mayoría de
los humanos.
—Mi tripulación era mayoritariamente femenina. No todas, pero sí
la mayoría —le digo, en un esfuerzo por hacerla sentir un poco más
tranquila sobre las circunstancias—. Una de ellas casi no podía
ponerse la ropa. Cada vez que me daba la vuelta parecía que se había
desnudado por una razón u otra. —Me río suavemente, pensando en
Geniveve—. De vez en cuando, cuando navegábamos lejos hacia el
sur, donde las aguas son tan azules como tu Eversea, echaba el ancla
y nos íbamos todos a nadar. Geniveve nunca llevaba más que su ropa
pequeña, si acaso.
—Suena como si fueran bastante abiertas entre ustedes —comenta
Lucia mientras canta marcas que se arremolinan entre mis omóplatos. 356
—Tienes que serlo cuando pones tu vida en manos de otra persona.
—Quizá por eso siempre me he sentido tan a gusto contigo: todo el
Eversea confía en ti para aplacar la ira de Lord Krokan.
—¿Te sientes cómoda conmigo? —pregunto. Lucia no ha sido
desagradable, pero siempre ha existido la barrera de la etiqueta y el
decoro entre nosotras.
—Me hieres con lo sorprendida que suenas. —Tiene los labios
ligeramente torcidos, como si luchara contra una sonrisa.
—Siempre vi esto más como una relación profesional. —Aunque,
no se siente profesional estar rondando completamente desnuda ante
ella.
—Lo es… debería serlo. —Lucia suspira suavemente mientras nada
detrás de mí para comenzar la unción. Su dedo se posa en mi cadera,
junto a mi trasero—. Sé a lo que estás destinada. Vi en mi padre el
precio que el sacrificio cobrará a cualquiera que se acerque
demasiado. Así que no quise tentar la situación.
—Lo entiendo. —Está protegiendo su corazón, incluso de la
compasión amistosa, algo que Ilryth debería hacer.
Su dedo sube por mi costado y se detiene en mi hombro, en el lugar
donde recuerdo que Ilryth me mordió y chupó anoche. Siento un
cosquilleo bajo la piel. Su silencio es revelador. De algún modo, lo
sabe. Puede sentirlo en mí.
—¿Te has hecho daño?
—Oh, no estoy segura —murmuro—. Debo haber chocado con
algo. Todavía me estoy acostumbrando a nadar todo el tiempo.
—De acuerdo. —Lucia lo deja así. Pero las campanas de alarma
suenan en mi mente.
«Ella lo sabe».

357
Capítulo 32
Ver a Ilryth más tarde calma de inmediato el incesante revoltijo de
mi estómago tras la marcha de Lucia. Había estado en ascuas
pensando que podría haberle contado a Ventris su descubrimiento, o
simplemente su sospecha, de Ilryth y de mí. Las partes lógicas de mi
mente quieren argumentar que no hay forma de que ella pudiera
saber con certeza que el moretón era de Ilryth, no realmente. Pero la
magia desafía toda lógica conocida.
Si lo supiera y pudiera probarlo, ¿entregaría a su propio hermano?
Otra cosa que me gustaría pensar es que no… pero no puedo estar
segura. Lucia es leal a las viejas costumbres y, si fuera lista, vería en
contárselo a Ventris una forma de proteger a su hermano. Para
separarnos antes de que pudiéramos acercarnos demasiado.
Ilryth emerge de la sombra del túnel, seguido por dos guerreros. 358
Pero no lo están maltratando. Todo parece ir bien.
En cuanto lo veo, mi interior se derrite. La mera visión de sus
manos me hace pensar en él recorriendo con sus dedos cada contorno
de mi cuerpo, alisando años de dolores y molestias. Las fantasías
vívidas regresan por completo, pero están empañadas por mi
interacción con Lucia: ahora parecen más que peligrosas. Mortales.
—Buenos días, Victoria —dice amablemente.
—Buenos días, Ilryth. —La incomodidad me invade y aliso mis
manos sobre las telas envueltas que Lucia trajo para reemplazar la
ropa que perdí. Nunca había sido tan consciente de la presencia de
otras personas, en concreto de los dos guerreros. Si no estuvieran
aquí, ¿cómo me saludaría?
—¿Confío en que hayas dormido bien?
—Lo hice —digo. Cuando lo que quiero decir es: «habría dormido
mejor si te hubieras quedado conmigo toda la noche»—. ¿Y tú?
—Por supuesto. Las comodidades del Ducado de la Fe no tienen
comparación. —¿Lo dice en serio? ¿O es una sutil referencia a lo de
anoche?
—Bien, me alegro. —Nunca he sido muy erudita, pero todo lo que
quiero hacer ahora es leer demasiado en todo.
—El atuendo de sirena te sienta bien. —Los ojos de Ilryth recorren
mi cuerpo con evidente intención. Miro a los guerreros, que no
parecen darse cuenta—. Estás preciosa.
Sospecho que encontrar un sastre de sirenas que pudiera hacer algo
para una humana debe de haber sido difícil, viendo que la envoltura
que abraza mis caderas apenas cubre mi sexo. A juzgar por las
corrientes que siento en mi trasero, la espalda deja igualmente poco a
la imaginación. Sin embargo, deja ver las coloridas marcas de mis
piernas y creo que ese era el objetivo.
En lugar del corsé llevo un chaleco corto que termina en la parte
baja de las costillas y se sujeta con una cinta en el pecho. Ofrece muy
poca sujeción, y un simple error al nadar podría hacer que me
359
quedara semidesnuda… una idea que me pregunto si podría
aprovechar con Ilryth la próxima vez que estemos solos.
—Gracias. —Dejo de inspeccionar mi ropa—. Como tú.
También lleva tela alrededor de la parte inferior. Resulta extraño
verlo, ya que normalmente no lleva nada, pero la prenda enmarca
muy bien su cola. Ilryth se limita a sonreír.
—Hoy vamos a hacer una excursión, así que tenía que vestirme
adecuadamente para la ocasión —anuncia. Recuerdo que lo
mencionó anoche, pero no estaba segura de que fuera a suceder.
—¿Adónde?
—El lugar al que vamos servirá para reforzar aún más tus unciones
y prepararte —me dice, sin darme más información que la de anoche.
—Bueno, entonces, abre el camino.
En lugar de ir por el túnel, Ilryth nos conduce al balcón. Lo sigo,
con los guerreros detrás de mí. Supongo que su presencia se debe a
esta excursión: una escolta. ¿Los pidió Ilryth? ¿O los envió Ventris?
Supongo que es posible que se trate simplemente de su obligación
general: donde yo voy, ellos van… pero me parece mucho más
probable que Ventris intente vigilarnos, dado lo inflexible que se
mostró con respecto a que no volviera a salir del Eversea. O, en
realidad, salir de la línea en absoluto.
Las profundidades del Abismo están tranquilas esta mañana. No
hay señales de Krokan. Aun así, me alegra que nademos cerca del
castillo mientras ascendemos. Aunque sospecho que lo hacen para
permanecer en la bruma protectora de la anamnesis del castillo y
fuera de la podredumbre que se arremolina desde el Abismo más que
por algún temor relacionado con Krokan. La neblina roja parece más
densa hoy, como si empeorara con cada hora que pasa. No puedo
evitar preguntarme si el viejo dios de la muerte percibe mi presencia
y se inquieta cada día que pasa sin su sacrificio.
Nadamos hasta más allá de la torre más alta del castillo, cerca de
las grandes raíces del Árbol de la Vida que se anudan y se derraman
por el acantilado sobre el que están encaramados él y el castillo. Las
360
raíces son irregulares y están marcadas con profundas hendiduras.
Algunas se han partido por completo en dos. La neblina roja se disipa
a medida que ascendemos, como quemada por la luz del sol. Cuanto
más alto nadamos, más brillante se vuelve y más claramente puedo
ver todas las tallas que se han hecho en las raíces.
Es entonces cuando me doy cuenta, tan brillante como el sol de la
tarde, de que vamos a cruzar la superficie del agua. Los rayos de luz
que se filtran hasta la bruma ambiental en el fondo del mar golpean
ahora mis mejillas. Parpadeo y sonrío. Hacía una eternidad que no
veía el sol sin filtrar, y no me había dado cuenta de lo mucho que lo
echaba de menos hasta este segundo.
Rompiendo la superficie, respiro hondo por instinto. La acción
sigue ahí, pero insatisfactoria. Ya no necesito respirar de esta forma
tan mágica. Aun así, el movimiento me reconforta.
Nos balanceamos con las olas. Para ser una gran masa de agua, el
Eversea es sorprendentemente tranquilo. El oleaje es lo bastante
pequeño como para que no me cueste ver dónde han llegado Ilryth y
los guerreros.
Se deslizan hacia el enorme árbol, que parece sostener el cielo
mismo en sus poderosas ramas que se mecen con vientos que no se
sienten bajo el agua. Las hojas plateadas se mueven en espiral por el
aire como la nieve que cae. Vi el Árbol de la Vida en el recuerdo de
Ilryth, pero verlo en persona es una experiencia totalmente distinta.
Todos mis pensamientos se detienen mientras miro fijamente al
centinela, que realmente parece digno de albergar a un dios.
—Victoria, por aquí —me llama Ilryth.
Vuelvo a la fila junto a Ilryth, los guerreros justo detrás de nosotros.
La plataforma submarina sobre la que se asienta el árbol se inclina
hacia arriba, y el agua con piedras preciosas se vuelve lo bastante
poco profunda como para ver el fondo arenoso con facilidad
cristalina. Ilryth nos guía a través de un laberinto de raíces nudosas.
Éstas también tienen cicatrices de hachas y otros utensilios cortantes
que les han arrancado la corteza. En cada corte y cicatriz hay cuerdas 361
hechas de algas y adornadas con conchas y coral, como vendas
desordenadas que hacen poco por detener la savia roja y costrosa que
aún rezuma del salvajismo.
El agua pronto se vuelve lo bastante poco profunda como para que
pueda ponerme de pie. Ilryth sigue nadando, retorciéndose hasta que
parece demasiado difícil continuar. Estoy a punto de preguntarle
hasta dónde vamos cuando suelta una nota y el agua a su alrededor
empieza a silbar y a burbujear.
—¿Ilryth? —digo preocupada.
Mientras canta, sus escamas se desprenden de su cuerpo y se
convierten en espuma de mar, dejando al descubierto dos piernas
muy humanas que llevan marcas que dan la impresión de ser
escamas. Se levanta y el agua le rodea las rodillas. Ahora entiendo por
qué llevaba ropa en la parte inferior. Aunque mis mejillas se calientan
al ver cómo la tela empapada se adhiere a cada línea de su cuerpo.
—¿Sí? —El agua solo le llega a las rodillas cuando está casi a mitad
de mi muslo. Incluso en forma humana, es muy alto.
—Tú… tú eres…
—Me viste con piernas en mi memoria. —Sigue hablando sin
mover los labios. La telepatía sigue siendo la única forma que tienen
las sirenas de comunicarse—. Esto no debería ser una sorpresa.
—Sabía que era posible, sí, pero verlo es… —Arrastro los ojos
desde los dedos de sus pies, aún bajo las olas, hasta sus poderosos
muslos, hasta el taparrabos que lleva. «¿Es todo humano?» quiero
preguntar, pero no lo hago.
—La transformación podría ser un poco chocante para alguien que
nunca la haya visto antes —admite, y vuelve a mirar a los guerreros
que siguen en el agua—. Pueden ir a rendir homenaje a los sacrificios
del Árbol de la Vida con sus armas. Tardaremos unas horas.
—Su Excelencia nos ordenó que los siguiéramos —dice uno de los
guerreros con inseguridad. Así que Ventris los envió para vigilarnos
a Ilryth y a mí. Predecible.
—El aire está helado —dice Ilryth. Yo no lo siento. Me pregunto si 362
es porque no puedo más con mi cuerpo tal como está, porque él es
más sensible, o si es una mentira descarada—. La próxima Reina
Humana aún tiene que revigorizar las estaciones. Sería incómodo
para ustedes.
Los guerreros intercambian una mirada insegura.
—Trabajaré en los himnos de los antiguos —digo con aire de
autoridad—. No deberían arriesgarse al impacto que podría tener
escuchar las palabras en su bienestar, ya que no han practicado el
canto bajo los himnos para proteger sus mentes, como ha hecho
Ilryth.
—Eso es cierto… —admite un guerrero. El interés propio es un
motivador poderoso—. Esperaremos aquí y ofreceremos nuestras
canciones para fortalecer a Lady Lellia y la ofrenda.
Los dos vuelven a meterse bajo el agua. Es poco profunda y lo
bastante clara como para que pueda verlos mientras descienden,
dirigiéndose hacia uno de los tramos de raíz con cicatrices y
ornamentos. Apoyan ambas manos en la madera y cierran los ojos.
Oigo una suave canción que viene de debajo de las olas y el agua a su
alrededor se agita ligeramente.
—Es una oración, un homenaje a Lellia —explica Ilryth—. El Árbol
de la Vida arraiga la vida misma en este mundo; también nos ha dado
las armas y armaduras que usamos para protegernos de la furia de
Lord Krokan.
—Es… impresionante. —Vuelvo a mirar al árbol con asombro.
—El árbol es un ancla de mi sociedad. Para mí era importante
compartirlo contigo. Quería que supieras que en el Eversea hay algo
más que muerte y confusión. Hay brillo y vida.
—Es un honor que me hayas confiado esta peregrinación —digo
sinceramente. Quiero sostenerle la mano, pero no me atrevo a hacerlo
cuando los guerreros podrían verme.
Sigo hablando con el pensamiento, más que con la boca. Incluso por
encima de la superficie, ahora me resulta más natural pensar lo que
tengo que decir. Quizá pronto controle lo suficiente esta habilidad 363
como para no necesitar el caparazón que me regaló Fenny para
protegerme.
—Ven, te llevaré a la puerta. —Ilryth intenta dar un paso y tropieza.
Voy a ayudarle, pero me detiene con una mano y mira a los
guerreros—. Estaré bien; siempre me cuesta acostumbrarme a mis
piernas terrestres. No vengo aquí tan a menudo. La tierra es un poco
incómoda para nosotros, los marinos.
Sonrío y pienso en su obsesión por los barcos.
—Sabes, para los humanos es lo contrario. Las llamamos piernas
marinas para referirnos a acostumbrarnos a estar en el océano.
—¿En serio? —Parece realmente fascinado, como siempre que se
habla de un barco.
—De verdad. —Vuelvo la mirada hacia los guerreros—. ¿Seguro
que no podría ayudarte hasta que tengas un poco más de confianza?
—Ninguno de los guerreros nos presta mucha atención… pero
bastaría una mirada. Lo sé tanto como él. Así que espero su negativa
antes de que llegue.
—Aunque agradecería la ayuda, probablemente sea más seguro si
no lo hacemos.
—Comprendo. —Mi tono es tan abatido como el suyo.
Es incómodo hasta el punto de enfurecerme caminar lentamente a
su lado mientras lucha. Cada vez que Ilryth resbala y se cae de
rodillas, tengo que luchar conmigo misma para no levantarlo. Me
molestan los sistemas que me impiden ayudarlo.
—¿No sería un toque práctico? —pregunto. Ya casi hemos llegado
a la masa de raíces que tenemos delante.
—Ventris está buscando cualquier pequeño paso que podamos dar
fuera de la línea. Debemos tener cuidado. Pronto estaremos fuera del
alcance visual.
En cuanto pasamos entre dos grandes raíces, rodeo su fuerte
cintura con el brazo y dejo que me cubra los hombros. El hombre es 364
una estatua entera de músculos esculpidos. Toda esa fuerza significa
poco cuando apenas puede mantener el equilibrio.
—Estaré bien.
—Lo sé, pero aún estabas un poco inestable. —Le dedico una
pequeña sonrisa tímida—. ¿Me perdonas por querer tocarte?
—Me da vergüenza que me veas así —admite con un leve rubor en
las mejillas.
—¿Por qué? Es normal necesitar ayuda de vez en cuando —le digo.
Resopla—. ¿Qué?
—Me hace gracia ese sentimiento viniendo de ti.
—Haz lo que digo y no lo que hago. —Sé exactamente a qué parte
de mi personalidad se refiere—. Además, no tienes por qué
avergonzarte a mi alrededor, nunca.
—¿Perdón? —Parece realmente confundido.
—No soy tan buena persona como crees que soy. No es como si
tuviera espacio para juzgar.
—Eres demasiado dura contigo misma. Eres una de las mejores
mujeres que he conocido —dice Ilryth suavemente. Ajeno al cuchillo
que está retorciendo. «Debería contarle toda la verdad sobre Charles
y acabar con mi agonía por ello»—. Eres perfecta, Victoria. No
cambiaría nada de ti.
—Realmente no soy perfecta —murmuro.
—Sí, lo eres —insiste.
—Mentiroso.
—Cuida tu lengua —advierte—. Estás hablando con un duque del
Eversea. —Hay un matiz juguetón, pero hay una profundidad en el
bajo de su voz que hace que me retuerza por dentro.
—¿O qué? —pregunto tímidamente.
—Me veré obligado a cuidarla por ti. —Sus ojos se clavan en mis 365
labios con sensual intención. Lo agarro un poco más fuerte, luchando
contra el impulso de besarlo. ¿Podría hacerlo? Ahora que hemos
cruzado ese umbral, ¿soy libre de recorrerlo cuando me plazca?
—No me tiente, Excelencia.
—Tal vez tentarte sea exactamente la razón por la que te traje a este
lugar apartado.
Mi garganta está espesa y el sol es de repente demasiado caliente y
mi piel una talla demasiado pequeña. Me aferro a él con más fuerza,
sintiendo cómo su cuerpo se mueve junto al mío. Ilryth se ríe como si
supiera —debe saber— lo que me está haciendo.
—Primero, iremos a presentar nuestros respetos a Lady Lellia.
Luego, tal vez, rendiré culto en el altar de tus caderas, si estás
dispuesta a recibirme.
Capítulo 33
El aire está de repente muy, muy caliente.
—Te voy a soltar si sigues hablando así. —A pesar de lo que digo,
lo sostengo aún más fuerte.
—¿Te he ofendido? —Parece realmente preocupado.
—Difícilmente. Has hecho que me tiemblen las rodillas.
Ilryth me acaricia suavemente el hombro. El remolino de su pulgar
me distrae tanto que casi olvido cómo caminar.
—Bien. Prefiero a mis mujeres preparadas y ansiosas. —Oh, sí, el
hombre sabe exactamente lo que me está haciendo y me atrevo a decir
que me gusta.
—¿Y cuántas mujeres has tenido? —Pienso en nuestra conversación
de anoche. No había negado exactamente que hubiera estado con
366
mujeres, solo que nunca había sido en serio. Pero lo que significa en
serio para cada persona puede variar mucho.
—Un caballero no tiene memoria. —Me guiña un ojo, y hasta eso
resulta sensual—. Sin embargo, te aseguro que tengo suficiente
experiencia como para no dejarte decepcionada. Pero no la suficiente
como para que tengas que preocuparte de que alguna amante
despechada venga por ti.
Tarareo. Si este es el juego al que está jugando, yo también seré
tímida.
—Lo de anoche dice lo contrario.
—¿Perdón?
—Bueno, no puedo hablar de amantes despechadas, pero ibas a
dejarme insatisfecha después de pasar un día entero conmigo.
—Ah, pero, como ya he dicho, soy un caballero, después de todo…
No presumiría de conocer tus deseos si no me los dices. Pasamos el
día hablando. Un caballero no asume que una mujer lo desea en el
sentido carnal solo porque pasó un rato amistoso a solas con él. —
Aparta el pelo mojado de donde se aferra, pasando ligeramente los
dedos por la marca que ha dejado en mi hombro con sus besos. Ilryth
parece estar encontrando bien sus piernas de tierra ahora que tiene
algo más en lo que concentrarse. Aunque probablemente no tendría
problemas si lo dejara ir, no estoy lista para hacerlo—. Así que vamos
a despejar todas las dudas. ¿Por qué no me dices: qué deseas,
Victoria?
Una débil sonrisa cruza mis labios mientras contemplo el Árbol de
la Vida y sus poderosas ramas.
—Es duro tener deseos como los que tengo ahora… con solo dos
meses de vida.
Su abrazo se estrecha y la quietud se apodera de él. Su cuerpo se
vuelve pesado por la verdad que ambos ignoramos voluntariamente.
Casi quiero preguntarle qué lo tiene tan melancólico, pero me resisto.
Sé lo que le pasa: la verdad es como un ancla que nos arrastra a los 367
dos. Ignorarla es imposible, por mucho que queramos. Es un
recordatorio de lo obvio: estaríamos mucho mejor si nos resistiéramos
a estos caprichos prohibidos.
Sin embargo, no me atrevo a irme. No quiero hacerlo. A cada paso
la arena crujiente susurra, «maldito mi corazón y maldito el suyo».
Soy egoísta e impulsiva. Está claro que, en todos mis años, nunca
aprendí a no serlo. Demasiado de la vida que aún recuerdo se puede
resumir con: «Todo el mundo le advirtió de que lo que estaba
haciendo era una mala idea, pero lo hizo de todos modos».
Ilryth ralentiza el paso.
—Quizá porque tienes tan poco tiempo, es más importante que
nunca aprovecharlo al máximo. —Me mira a los ojos—. Fuiste
imprudente anoche. Vuelve a serlo.
«Si me está dando permiso…» Mi mano se desliza por el contorno
de su espalda, bajando por su fuerte antebrazo, hasta donde mis
dedos se entrelazan con los suyos. Ninguno de los dos está dispuesto
a separarse del otro.
—Anhelo la libertad de desear a quien me plazca. Vivir con un
abandono temerario. He permitido que toda mi vida me envolviera
el miedo a que, si no cumplía lo que los demás esperaban de mí, no
sería digna de su afecto y su lealtad. Incluso en la muerte, me
ofrecerán como sacrificio por un bien mayor.
—Así que por mucho tiempo que quede entre ahora y entonces…
—Nos detenemos. Lo miro a los ojos y sostengo su otra mano entre
las mías, dándoles la vuelta a ambas, sintiendo los muchos callos
dejados por años de llevar su lanza a la batalla. Recorro con los
pulgares las líneas que recorren sus brazos. Saboreando cómo la más
mínima caricia provoca escalofríos—. Te deseo, Ilryth. Quiero
sentirte. Estar contigo. Quiero que tus manos y tus labios alivien mis
preocupaciones y los dolores dejados por otros.
—Mentiría si dijera que el deseo no es mutuo.
¿Hay mejor combinación de palabras que oír que te desean? ¿Que
368
saber que una persona a la que deseas, te desea a cambio? Mi corazón
se hincha contra mis costillas. La respiración se entrecorta. Pero me
aguanto. Aquí hay un pero.
—Pero —ahí está—, como tú, yo también debo cuidar de las
personas que me importan. Aquellos por los que lo daría todo. Debo
ser consciente de tus ataduras a este mundo.
—Puedo complacerme en la carne sin amor o significado atado a
ella. —Si no es verdad ahora, lo será antes de que me ofrezcan. Lo
último que quiero es que lo que está floreciendo entre nosotros se
marchite en la cepa. Que él se aleje y yo no pueda atraparlo nunca
más.
Su rostro es una mezcla cautelosa de emociones. Mira entre
nuestras manos, aún entrelazadas, y mi cara. Su barbilla se inclina
ligeramente.
—¿Estás segura?
—No arriesgaré a tu gente ni los votos que les hiciste, ni la vida de
mi familia, por una cita entre sábanas. —Puedo prometer eso. Incluso
si me cuesta mi corazón, puedo alejarme. Lo he hecho antes.
Aprieta los dedos en torno a los míos y se lleva los nudillos a los
labios.
—Entonces me tendrás.
—¿Estás seguro?
—Lo estoy. —Parece tan decidido que aplasta toda duda en mí. Mi
corazón late con fuerza y mi interior se calienta por la expectación,
por lo que esto significa.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que conocí el tacto
de un hombre? Años, creo, incluso con los agujeros en mi memoria.
A juzgar por la disposición de mi cuerpo… años.
—Pero hay algo que debo decirte, antes de que siga avanzando las
cosas entre nosotros —continúo—. Vi a Lucia esta mañana. Vino a
continuar mi unción. 369
—Esperaba que su presencia te hiciera sentir más cómoda que la de
un extraño.
—Lo hizo, gracias. Pero se dio cuenta de esto. —Me toco el leve
moratón del hombro. Apenas es visible entre todas las marcas.
—Ya veo. ¿Dijo algo al respecto? —El tono de Ilryth es difícil de
leer.
—Me preguntó cómo me lo había hecho. Le dije que había sido un
accidente nadando. Pero creo que no me creyó. —Me froto la marca
antes de bajar la mano—. Pero no insistió.
—Lucia es sensata y me es más leal a mí que a Ventris, para
disgusto de éste. No le contará a nadie sus sospechas.
Ahora sospecho que Ilryth hizo que Lucia viniera a verme por algo
más que mi propia comodidad.
—¿Podría probar esas sospechas si quisiera?
—Ella no lo haría. Lucia puede haber sido criada y entrenada como
acólita en el Ducado de la Fe. Pero ante todo es mi hermana, no una
de las fanáticas de Ventris —sigue insistiendo.
—Si es forzada, ¿entonces? —Me niego a dejar pasar el asunto.
Necesito saber cuánto peligro estoy permitiendo que corra.
—Podría extrapolar sus teorías… —Ilryth se acaricia la barbilla—.
Pero Lucia no lo haría.
—Ventris está dispuesto a creer lo peor.
—Y su creencia significaría poco sin pruebas sólidas.
Apretando los ojos, intento alejar mi cobardía.
—¿Estás seguro de que estar conmigo es un riesgo que quieres
correr?
—¿Estás preocupada por mí? —Ilryth se detiene, apoyándose en
una de las enormes raíces que nos empequeñecen. El sendero por el
que hemos estado paseando conduce bajo un arco natural, lejos de la 370
playa por la que subimos al principio. Esboza una ligera sonrisa de
suficiencia.
—Lo estoy —respondo con sinceridad—. Me preocupa que otros se
enteren de lo nuestro y eso te cree problemas a los que no deberías
enfrentarte.
—¿Eso es todo?
—Me preocupa que seas descuidado con tu corazón —admito.
La vuelve contra mí.
—Si puedo confiar en ti para manejar esto, ¿puedes confiar en mí?
No tengo réplica. Ambos lo sabemos, bajo ninguna circunstancia lo
llamaremos amor. Porque ese será el momento en que todo se
derrumbe a nuestro alrededor. «Vamos a fingir», eso es lo que creo
que ambos estamos diciendo. «Incluso si sabemos que hay más en
esto, mentir, decir que no lo hay». Todo esto va a terminar pronto, y
nada entre nosotros importará cuando lo haga… así que podemos
fingir y disfrutar un poco más.
Salimos de debajo del arco que crea la raíz y llegamos a una franja
de playa que Ilryth recuerda. Un nido de raíces rodea por completo
la zona. Si no fuera por el sonido de las olas rompiendo en la distancia
y los pequeños destellos entre las raíces, sería imposible saber que
estamos justo al borde del mar. La arena es blanca como el azúcar,
más fina que cualquiera que haya visto en el Mundo Natural. Las
aguas y las playas del Eversea avergonzarían incluso a las mejores
costas del sur.
Justo enfrente de nosotros, en el punto más alto de la isla, se
encuentra la base del Árbol de la Vida. Todas las raíces se separan
como el pelo de una dama por la mitad, revelando una puerta
atrancada por enredaderas leñosas. La playa está repleta de lanzas
que se blanquean al sol bajo las ramas. Lanzas de todas las formas y
tamaños, con mangos desgastados y astillas en las hojas, están
alineadas contra las raíces, perfectamente espaciadas.
El aire está lleno de una efervescencia invisible. Hace que la piel me
hormiguee con miles de burbujas invisibles. Es lo bastante tangible
como para que sienta que puedo respirar de nuevo, que soy
371
brevemente más carne y hueso que magia. Al igual que las extrañas
aguas del Eversea, esta tierra es cualquier cosa menos normal. Incluso
Ilryth parece caminar con más facilidad cuando se adelanta y me guía
con los dedos entrelazados hacia la base del árbol.
—Se han cortado todas las lanzas del árbol —explica—. El Ducado
de la Fe lo supervisa. El padre de Ventris, el duque Renfal, fue el
primero en hacerlo y nadie ha fabricado armas más finas desde él.
Hizo muchas lanzas del Árbol de la Vida. Pero cinco eran más fuertes
que el resto, cada una contenía un trozo de madera de la puerta de
Lellia. Cada una dada a un duque.
—Dawnpoint es una —supongo.
Ilryth asiente y señala las lanzas que ensartan la playa ante
nosotros.
—Estos no son ni de lejos tan buenos como aquellos primeros
esquejes, allá cuando Renfal se mostraba agresivo al tomar del árbol
lo que necesitábamos… aunque Ventris se opondría vehementemente
a que yo lo dijera.
—No te preocupes, no se lo diré —le digo. Se ríe entre dientes.
—Pero servirán a los guerreros. Los mejores entre los luchadores
reciben una cuando superan su entrenamiento con su primera
incursión en la Fosa Gris. Entonces, peregrinarán aquí y usarán su
lanza para marcar el lugar donde se cortará su armadura, si sus
méritos para con el Eversea justifican alguna vez recibir tal bendición.
—No es de extrañar que los ducados de la Fe y de Spear tengan una
relación tan estrecha —observo.
—Lo hacíamos, antes de Ventris y de mí. —Ilryth hace una pausa,
mirando las lanzas—. A veces me pregunto si merezco el nombre de
Granspell.
—Eres un buen hombre, Ilryth —insisto, sabiendo muy bien cómo
se siente—. No has hecho más que ayudar a tu pueblo.
Mira hacia otro lado. 372
—Excepto complacerte.
Trago grueso y me pongo delante de él para atrapar sus ojos. Los
sostengo con firmeza.
—Seré una ofrenda increíble. Te lo juro. —Apoyo la mano en su
pecho y él la agarra.
Llevando mis dedos a sus labios, Ilryth los besa ligeramente.
Aunque esta vez no se detiene en mis nudillos. Me da tres besos por
el antebrazo hasta el codo, acercándome un paso que acepto
encantada.
—Eres parcial en cómo me ves.
—Puede que sí. —Sonrío ligeramente—. ¿Pero te importa si lo soy?
Se ríe suavemente, el sonido retumba en mí.
—Supongo que no. Ahora, ven. Vamos a presentar nuestros
respetos a la diosa de la vida.
Terminamos de caminar por la playa, justo hasta donde la madera
del tronco del árbol se encuentra con la arena.
Estoy segura de que hay montañas más pequeñas que este árbol.
Me siento humilde ante algo que solo un dios antiguo podría crear.
Al igual que vi en la visión de Ilryth, parece estar formado por varios
árboles unidos en uno solo. Imagino a Lellia en el centro de un círculo
de árboles que se arquean sobre ella, una reminiscencia de los altares
que vi en la Fosa Gris. Los árboles seguían creciendo a su alrededor,
manteniéndola dentro, como los barrotes de una jaula para retener a
la antigua diosa en su lugar, arraigándola a esta tierra contra su
voluntad.
Es un pensamiento extraño, me doy cuenta, pero la sospecha se
agrava por cómo las lianas sobre la puerta se han vuelto grises y duras
con la edad y el tiempo. Cuerdas leñosas que sin duda son más fuertes
que cualquier cadena metálica de mi mundo. Aun así, hay cinco
muescas en ellas, una para cada liana.
—Dijiste que Krokan y Lellia eligieron quedarse en este mundo 373
después de que se hiciera el Velo, ¿verdad?
—Eso es lo que nos cuentan nuestras historias —dice Ilryth—. Hace
mucho tiempo, había muchos dioses y diosas que caminaban por esta
tierra, codo con codo con los vivos, los muertos y los espíritus
inmortales. Cuando el primer rey elfo trató de poner orden y
jerarquía en el joven mundo y su primera cosecha de mortales, los
dioses antiguos aceptaron su plan. Le ayudaron y fueron los primeros
en atravesar el Velo. El camino que abrieron con su paso sirvió para
que nuestras almas inmortales se unieran a ellos en el Más Allá. Lady
Lellia se quedó para cuidar de sus creaciones y hacer más. Lord
Krokan también se quedó, para proteger a su amada y el paso al Más
Allá.
—Ya veo… —Inclino la cabeza y sigo mirando al árbol. El susurro
de las hojas suena casi como una canción, tenue y susurrante, como
si intentara contarme un secreto olvidado hace tiempo.
—Pareces escéptica —dice Ilryth. No sé si escéptica es la palabra
adecuada… pero tengo la persistente sensación de que hay algo más.
—No tengo motivos para dudar de tus historias —le digo. Lo
último que quiero es ofenderlo—. Tal vez la historia es tan
maravillosa, tan aparentemente imposible, que me resulta difícil de
comprender. —El mero hecho de contemplar el Árbol de la Vida exige
una reverencia a una fuerza mayor, una que se puede sentir pero
nunca comprender del todo.
Sonríe débilmente.
—Es la primera vez que vengo aquí en mucho tiempo.
No digo nada. Mientras habla, se queda mirando las hojas.
Pequeñas astillas de follaje plateado caen hacia nosotros con cada
balanceo del árbol, como la lluvia en una noche de luna.
—Solo he estado aquí dos veces antes —continúa—. La primera vez
la viste. Fue con mi madre, cuando debía comprometerme con el
Eversea como duque de Spears ante Lady Lellia. La segunda vez fue
cuando regresé solo para cumplir realmente esa tarea. —Su voz se
vuelve suave, sus ojos tristes—. Ojalá mi madre hubiera podido verlo.
374
—Estoy segura de que, en cierto modo, ella lo sabía. Ella podía
sentir cuando se hizo tu juramento.
—Eso espero. —Ilryth se queda quieto. Es una estatua en un mundo
ventoso de arena arremolinada y hojas que caen suavemente—. Pensé
que si podía posponer convertirme en duque, podría hacerla cambiar
de opinión. Que aguantaría más tiempo. Mi egoísmo solo creó más
problemas. Si no me hubiera aferrado a ella como lo hice, tal vez
habría sido un sacrificio exitoso.
Mi mano vuelve a la suya y él no se aparta. Me acerco más.
—Si tienes razón, y es un humano lo que Lord Krokan desea,
entonces no hay nada que se pueda hacer por él.
—Quizás…
—Debido a tu dolor, fuiste a la fosa esa noche. Me encontraste. —
Odio desviar la atención hacia mí, pero siento como si necesitara algo
más a lo que aferrarse, a lo que encontrarle sentido.
—Un resquicio de esperanza digno de la luz de Lady Lellia. —
Acerca su rostro al mío con una pequeña sonrisa—. Si toda mi
desgracia me ha llevado a este momento, si cada dolor y dificultad
que he soportado ha sido para conocerte, entonces todo habrá valido
la pena.
Lo miro con no poco asombro. ¿Alguna vez alguien ha hablado tan
bien de mí? Soy un bálsamo para sus problemas. Una explicación que
es un alivio y un consuelo. Ojalá pudiera darle el mundo y más.
—Ven. Hay mucho más de la isla sagrada del Árbol de la Vida que
mostrarte. —Va a alejarse, pero acabo quedándome otro momento en
la puerta. Parece que no puedo apartarme—. Victoria. —Me tira
suavemente de la mano.
—Sí, lo siento. —Doy un paso atrás y me alejo de la puerta. Debería
dejar los asuntos de los dioses, pero no puedo evitar preguntar—:
Detrás de esa puerta…
No llego a terminar, ya que sabe exactamente lo que voy a decir.
375
—Sí.
«Allí detrás es donde duerme una diosa…»
—¿La has visto alguna vez?
Lord Krokan nada libremente por el Abismo. Pero Lellia está
atrapada dentro del árbol. Confinada.
El dolor por ella me inunda. Ahora hay un nuevo verso del himno
de los antiguos que vive en el fondo de mi mente: una forma diferente
de interpretar las palabras. Los mismos sonidos, diferentes
significados. Esta canción es de dolor y agonía. De injusticia.
¿Eligió estar aquí? ¿O ha estado atrapada durante milenios? Froto
las marcas en mi carne, como si me lo fueran a decir. Como si esta
comprensión que siento estuviera al borde de tomar forma.
No es así. E Ilryth confirma mis sospechas y mis temores.
—Cuando ocurrieron las guerras mágicas, el corazón de Lady
Lellia se rompió por sus hijos y se decía que su dolor se sentía en los
pueblos de toda la tierra. El Vano que se erigió y apagó el
derramamiento de sangre la calmó. Incluso se dice que la primera
reina humana vino y plantó un árbol para dar sombra a la antigua
diosa de la vida. Lady Lellia se cobijó bajo él y luego se fundió con él.
»A medida que el árbol crecía, su canción parecía vacilar. Se arraigó
en el mundo, pero su pueblo se desvaneció. Las dríadas
desaparecieron. Su canción no se ha escuchado en miles de años.
—Ya veo.
Me tira de la mano y esta vez lo sigo mientras me lleva de vuelta,
lejos del árbol. Pero en lugar de eso, cruza la playa en dirección
opuesta a la que entramos y se adentra en otro túnel hecho de raíces.
No puedo evitar mirar por encima del hombro, hacia el árbol y su
misteriosa puerta. Ilryth lo llamó el hogar de Lellia… pero ¿y si es su
prisión? Si lo es, ¿qué significa eso para el Eversea, para las sirenas y
para la relación del dios de la muerte con la diosa de la vida?
¿Krokan es marido o captor? 376
Capítulo 34
Las raíces vuelven a crear un túnel. Son tan densas que la única luz
que nos llega procede de la playa de detrás y de lo que supongo que
es otra playa más adelante. Las cicatrices de los esquejes también
están aquí. La savia que rezuma de ellas es de un rojo brillante, aún
reluciente en la penumbra. Aún húmeda.
—¿Son recientes estas tallas? —pregunto.
—No deberían; Ventris ha prohibido más tallas. Y creo recordarlas
de la última vez que estuve aquí.
Tienen más de cinco años y aún sangran. Alargo la mano para
tocarlas e Ilryth no me detiene. Cuando mis dedos tocan la savia
húmeda, una sacudida me recorre, como cuando mi piel se encontró
con la de Ilryth inmediatamente después de su regreso de la fosa. Pero
esta sensación es diferente, más fuerte. Un trino de palabras agudas 377
chirría en los recovecos de mi mente. No se parecen a ningún idioma
que haya oído antes. A diferencia de las palabras de las sirenas, o
incluso de los antiguos.
Aparto la mano antes de que los ruidos incoherentes llenen mi
mente de un caos insoportable. El dolor me desgarra las sienes,
suplicando por un lugar que ahora ocupa un trozo de mí. Un
recuerdo se desvanece antes de que pueda elegir cuál.
Frotándome las sienes, intento recordar qué es lo que he perdido.
Pero una vida es larga y está llena de miles de pequeños momentos
que parecen intrascendentes hasta que desaparecen. Es imposible
recorrerlos todos… para saber qué fue.
—¿Qué pasa? —Hay preocupación en su rostro. Ilryth se mueve
hacia mí.
Lo detengo con una mano, pero no lo toco. Lo último que quiero es
que lo que me acaba de pasar salte de algún modo a él.
—Yo… sentí algo extraño.
—¿Cómo de extraño?
—Era una canción, pero diferente a cualquiera que haya escuchado
antes. Ninguna que haya aprendido. —Me enderezo y el dolor
disminuye. Aunque la retorcida e incómoda sensación de que me
hayan arrancado un recuerdo sin que yo lo eligiera sigue existiendo
en el fondo de mi garganta. Sentí que tenía tantos para dar al
principio, pero ahora que se van sin que yo lo pida, ahora que me
arrebatan pedazos que quiero, siento la necesidad de aferrarme a lo
que me queda con todas mis fuerzas—. Creo que fue Lady Lellia.
Ilryth da un pequeño paso adelante. Bajo los dedos de la raíz, sin
atreverme a tocarlo. Debe de notar mi preocupación, porque sus
manos se ciernen sobre mi carne, como si apenas pudiera contenerse
para envolverme en la seguridad de su abrazo.
—¿Has… oído la canción de Lady Lellia?
—No era como la de Krokan. No era como sus cantos de sirena. Y
el lenguaje no se parecía a ninguna lengua humana que haya oído. —
Miro fijamente la savia que rezuma y luego las yemas de mis dedos.
378
Ya ha desaparecido. Pero un tenue tinte rojizo ha teñido mis tres
dedos centrales desde la punta hasta el segundo nudillo. Me froto los
dedos con el pulgar. Como el resto de marcas y colores, no se va—.
Requería un recuerdo, como todos los demás himnos de los antiguos
dioses. Solo puedo imaginar que fue ella.
Ilryth ya no puede contenerse. Me agarra con su poderoso abrazo
y nos hace girar entre risas salvajes. Aflojando el agarre, me deslizo
por su fuerte figura, mi cuerpo inundado al instante de sensaciones.
Me sujeta la cara con las dos manos, me acerca y me besa sin aliento.
Mi mente sigue pensando en Lady Lellia y en mis recuerdos perdidos,
pero mi cuerpo se acelera con un deseo vertiginoso que me arraiga al
aquí y al ahora.
—Eres realmente magnífica.
—Yo…
—Tenía razón. Debe ser el deseo de Lord Krokan recibir a una
humana. Una bendecida por las manos de su señora. Incluso ella
canta por ti.
Intento decir algo, pero Ilryth habla demasiado deprisa en su
excitación.
—Debe estar encantada de que uno de los suyos haya regresado.
Está cantando himnos de alegría y…
—La canción no sonaba alegre, Ilryth. Sonaba dolorosa —insisto—.
Parecía más un grito de auxilio que de alegría. —Me preparo para que
me rechace de plano.
Pero Ilryth tararea, considerándolo.
—Es casi imposible que los mortales entiendan las palabras de los
dioses —dice finalmente—. Llevó siglos escuchar los himnos de los
antiguos de forma que pudieran ser grabados para las mentes
mortales. El duque Renfal necesitó la mitad de su vida para
comunicarse con Lord Krokan durante unos breves instantes. 379
Décadas para empezar siquiera a comprender la unción. E incluso
ahora, nos ajustamos constantemente debido a lo poco que podemos
comprender.
—Lo entiendo, pero, Ilryth, debes creer en mi palabra. Sé lo que oí.
—Trato de pensar en otro ángulo. Un enfoque diferente. Por mucho
que quiera que me crea, también puedo entender por qué podría no
hacerlo. Él es, después de todo, un producto de su mundo. No puede
verlo tan objetivamente como yo—. ¿Dijiste que el tallado del Árbol
de la Vida no ocurrió hasta hace poco?
—Sí, cuando Lord Krokan comenzó a enfurecerse en los últimos
cincuenta años.
—¿Tal vez esa podría ser la causa de su dolor? —Se me ocurre otro
pensamiento. Algo más que mencionó en torno a nuestro viaje a la
Fosa Gris algo que vi venir aquí, hoy—. Las raíces, en la fosa, dijiste
que estaban cortadas.
—Para intentar detener la putrefacción.
—¿Y quién dictó todo esto?
—El Duque Renfal.
No se me escapa que el hombre que estaba al mando cuando
Krokan empezó a enfurecerse era el mismo que dirigía la talla de
lanzas a partir de esquejes de árboles. Me miro la mano mientras el
hormigueo desaparece, intentando elegir mis próximas palabras con
la mayor delicadeza posible. Sé que estoy pisando terreno peligroso,
pero debo preguntar de todos modos.
—¿Alguna vez se postuló que quizá la rabia de Krokan y el corte
agresivo del Árbol de la Vida pudieran estar relacionados?
Ilryth sacude la cabeza.
—El Árbol de la Vida se cortó en respuesta a la creciente
irregularidad de Lord Krokan. No al revés.
Parece que no puedo deshacerme de esta sensación persistente. No
deseo poner a prueba los límites de la paciencia de Ilryth, pero algo
sigue llamándome la atención. 380
—¿El árbol nunca fue cortado antes del Duque Renfal?
—Sí, y todos los cortes se han limitado desde entonces. —Ilryth
desplaza su peso—. ¿A dónde quieres llegar?
—¿Gana dinero el Ducado de la Fe con la creación de las lanzas?
Levanta las cejas al oír la pregunta, al principio sorprendido, pero
luego las vuelve a bajar y una sonrisa se dibuja en sus labios. Ilryth
me rodea con el brazo y niega con la cabeza.
—El Eversea no se parece a tu mundo en eso —dice pensativo.
Es bueno que tenga el sentido común de saber que este asunto
requiere un enfoque delicado, ya que podría parecer fácilmente un
ataque a mi hogar. Aunque supongo que si fue capaz de tolerar mis
preguntas sobre Krokan y Lellia sin enfadarse, entonces yo podré
hacer lo mismo con mi mundo humano y sus costumbres.
—Aquí, no todo gira en torno a la compraventa y el comercio. El
coro se encarga de que nuestro mundo se mantenga en perfecta
armonía. A veces eso exige el sacrificio de unos pocos. Pero a cambio,
todos nos cuidamos mutuamente. Este equilibrio en el canto ha
garantizado que todos tengamos lo suficiente para mantenernos en
cuerpo, mente y espíritu. Además, hay cosas que consideramos
demasiado especiales, demasiado sagradas para comprarlas o
venderlas.
Admito que esa noción me resulta extraña.
—Todo esto no quiere decir que tu mundo sea malo —dice
rápidamente—. Solo que nuestros mundos son diferentes.
—No tienes que preocuparte, Ilryth. Entendí tu intención, y lo que
dijiste no está mal. —Espero que él entienda lo mismo de mí. Que mis
preguntas no están insinuando nada. Aunque, supongo que sí…
«¿Qué ganaba el duque Renfal debilitando el Árbol de la Vida?» La
pregunta me atormenta. Si el Árbol de la Vida mantenía a salvo el
Eversea conteniendo la putrefacción y la furia de Krokan… ¿por qué
cortarlo? No se estaba beneficiando de ello. Se me ocurre otra posible
explicación.
381
—¿Empezó el Duque Renfal este corte después de su comunión?
—No, aunque aumentó después.
Quizás entonces fue una orden de Lord Krokan. Tal vez el dios de
la muerte y la diosa de la vida no sean amantes, sino enemigos…
atrapados en una lucha inmortal. Ordenar al Duque de la Fe podría
ser una estratagema para matarla por parte de Lord Krokan. Crear
una plaga y luego crear la solución matando al Árbol de la Vida.
El duque Renfal también podría haber estado en comunión con el
dios mucho antes de que lo supiera nadie. Krokan podría haber
ordenado el inicio del corte; es imposible estar seguro. Su mente se
retorció por la comunión con el tiempo, pero tal vez ocurrió más
rápido de lo que nadie imaginaba. ¿Y si era la marioneta de Lord
Krokan?
—Victoria, ¿qué tiene tu expresión tan seria? —Ilryth frunce
ligeramente el ceño.
—Me temo que aquí hay algo más en juego, Ilryth —admito.
—Por supuesto que lo hay. —Es frustrantemente indiferente al
respecto—. Los dioses antiguos no están hechos para que nuestras
mentes los entiendan. Estoy seguro de que hay mucho que no
podemos comprender en el trabajo.
—No es solo eso… no puedo quitarme la sensación de que Lady
Lellia… de que está en problemas. —Que alguien podría estar
tratando de matarla, es lo que no me atrevo a decir.
La expresión de Ilryth se vuelve seria. Me rodea el hombro con el
brazo.
—Probablemente lo esté. —Su voz es profundamente
preocupada—. La podredumbre sin duda la está afectando y me
estremezco al pensar lo que la furia de Lord Krokan podría hacerle si
no es sofocada.
—¿Por qué le haría daño? Si se supone que la ama por encima de
todos los demás, si ella no tiene igual, su compañera elegida… ¿por 382
qué hacerle daño? —La pregunta me escuece en los ojos. Hace que me
duela algo olvidado en mí. Una herida que me recuerda a las raíces
que nos rodean y que aún supura. Aunque ya no conozco su causa.
—Porque, a veces, a pesar de nuestros mejores esfuerzos… herimos
a los que amamos. —Está pensando en su madre. Puedo verlo en sus
ojos y oírlo en su voz—. Les pedimos demasiado o los ponemos en
peligro. Somos un peligro para todo lo que queremos.
Abro la boca y la cierro. No es suficiente. La explicación no me
satisface.
—El amor no debería doler —murmuro.
—Victoria…
—Él no la ama.
Ilryth empieza a apartarme, como si pudiera apartarnos
físicamente de este tema.
—Lord Krokan no está bien… Creo que no sabe lo que hace. Pero
cuando recupere el sentido, gracias a ti, lo hará. Él será curado, y tal
vez tú puedas ayudar a reparar su relación con su esposa, también.
Tal vez él sea su perdición, pero, si lo es, también puede ser su cura.
Rodeo a Ilryth con un brazo y empezamos a caminar a más
velocidad. Dejo de resistirme. Quiero dejar atrás estas nociones
tortuosas, aunque se aferren a mí.
—¿Me permites una pregunta más? —inquiero.
—Te complaceré en todo lo que desees.
El calor intenta subir a mis mejillas ante la implicación involuntaria
de esas palabras.
—¿Me crees?
Ilryth detiene todo movimiento para clavar sus ojos en los míos.
—Sí. Creo que tienes un sentido más profundo y más grande de los
antiguos dioses que cualquiera que haya venido antes. Y creo que eso 383
ayudará a salvarnos a todos.
Doy un pequeño paso adelante.
—¿Me ayudarás a encontrar estas verdades, si las busco?
—Estaré a tu lado cada segundo que estés en este viaje. —Hay más
cosas sin decir. Se detiene en seco.
Pongo las manos en sus caderas y nos acerco aún más. Es extraño
no sentir escamas. Sin embargo, también, de alguna manera
acogedor.
—Necesito que me apoyes hasta el final.
—Lo juro.
Lo que voy a preguntar es cruel. Sé lo que soportó con su madre.
Iba a intentar evitar ese dolor de nuevo. Pero tal vez tenía razón…
lastimamos a los que amamos.
—Entonces no te vayas.
Sus ojos se abren de par en par y una sutil arruga frunce su ceño.
Ilryth sabe lo que le pido y no parece enfadado conmigo por ello. En
todo caso, parece decidido.
—Victoria, hace tiempo que me he resignado a que estoy indefenso
ante ti. Para bien o para mal, mal o bien, estaré a tu lado hasta el final.
Mi canción será lo último que escuches.
—Gracias. —Una palabra no abarca mi gratitud, pero es todo lo que
puedo ofrecerle.
Las preocupaciones por los viejos dioses disminuyen cuando el
sonido de suaves gemidos llena mis oídos. De suspiros y chillidos de
placer que hacen imposible concentrarse en otra cosa. Ilryth se
detiene y se mueve. Mira hacia atrás y luego hacia delante.
—¿Qué es? —Soy incapaz de ver lo que nos espera al otro lado del
túnel por el que hemos estado caminando, pero ahora consume por
completo mis pensamientos. La luz del sol es tan cegadora reflejada
en las arenas puras que hay delante que todo lo que veo es brillo. La
única pista que tengo de lo que me espera más allá son los ruidos que
384
mi mente se resiste a identificar.
—Esperaba que no hubiera otros aquí —murmura.
—¿Otros?
Frunce los labios un segundo y vuelve a mirarme con una sonrisa
algo avergonzada mientras se frota la nuca.
—Quizá sería mejor que volviéramos. Realmente no necesitas ver
el resto de la isla del Árbol de la Vida. —Sus palabras dicen una cosa,
pero sus pies se niegan a moverse.
Y ahora tengo aún más curiosidad.
—¿Qué pasa? —pregunto, no, exijo con firmeza. Traga saliva con
inquietud. Intento un acercamiento más suave—. Puedes decírmelo.
Pero sigue sin decir nada y niega con la cabeza. Nunca lo había
visto tan inquieto o avergonzado, y no entiendo por qué está tan
nervioso.
—He desnudado mi alma ante ti, Ilryth. He dicho más de lo que
debería. Expresé escepticismo hacia tu hogar, y lo tomaste con calma.
Permíteme la oportunidad de devolverte esa amabilidad.
Su pecho se hincha lentamente mientras se arma de valor.
—La playa es, como el resto de la isla, un lugar sagrado para mi
pueblo. Es uno de los pocos lugares de todo Midscape en el que
podemos caminar por tierra sin sentir ninguna molestia ni tener que
gastar una gran cantidad de magia para mantener nuestras formas
bípedas. —Se mueve, su voz se hace más profunda sin duda a pesar
de sí mismo—. Así que es aquí donde nosotros, mi gente… —Se
aclara la garganta y parece reunir el valor para continuar—. Es aquí
donde aseguramos las generaciones futuras.
Mi mirada va y viene entre él y la salida del túnel. No ha habido
ningún cambio, ningún movimiento. Pero los ruidos persisten, cada
vez más fuertes, alcanzando un crescendo que hace que mi propio
bajo vientre se contraiga y se caliente de anticipación. Pero me niego
a dejar que me domine. No soy una doncella ruborizada que 385
desconoce los caminos del placer. Me repongo.
—¿Quieres decir que aquí es donde las sirenas vienen a hacer el
amor?
Asiente con la cabeza. Estoy a punto de darle la razón en que
deberíamos irnos cuando dice:
—¿Te gustaría verlo? ¿Las costas de nuestras pasiones?
Sigo clavada en mi sitio. Lo miro fijamente, sintiendo que debería
decir que no. No tenemos nada que hacer allí, ¿verdad? Y no es algo
que necesite ver. Sé cómo se hacen los niños. Tengo todas las razones
del mundo para negarme.
Pero en lugar de eso, con una gran dosis de curiosidad y un mínimo
de ansia por saber qué podría pretender realmente al traerme aquí, le
digo:
—Sí, me gustaría.
Capítulo 35
Con los dedos aún entrelazados, Ilryth me conduce fuera del túnel
y hacia la luz del sol. Aquí hay otra playa, otra parte de la isla que el
Árbol de la Vida ancla a la superficie del Eversea. A diferencia de la
zona situada justo delante de la puerta de Lellia, esta playa se parece
a la primera desde la que subimos. Las raíces están enredadas a
ambos lados. El tronco del árbol está al fondo. Las aguas abiertas
chapotean contra la orilla… y en la espuma del mar hay hombres y
mujeres, desnudos y expuestos.
Se retuercen, empujan, giran y se deslizan el uno contra el otro en
el colmo de la pasión. Aunque hay tres parejas en distintas zonas de
la playa, no parecen relacionarse con nadie más que con su pareja,
sino que se centran únicamente en la persona con la que supongo que
han venido. Nunca he visto nada tan descarado o atrevido en lo que
se refiere a asuntos carnales. 386
La inmodestia general de mi tripulación es algo muy distinto a esto.
Cuando he visto a mi tripulación en varios estados de desnudez, ha
sido en momentos necesarios o de forma totalmente platónica. Pero
esto, esto…
Mi corazón se acelera. Esto es algo totalmente distinto. Ilryth me
aprieta la mano, desviando mi atención de las parejas que fornican y
devolviéndola a él. Me mira pensativo, sospecho que intentando
descifrar lo que pienso de este extraño lugar.
Sin duda puede ver el rubor de mis mejillas. Me pregunto si ve
cómo se me agita ligeramente el pecho mientras intento respirar por
instinto, combatiendo la inmediata sensación de vergüenza. Todas
mis ideas anteriores de que me preocupaba poco el pudor han
desaparecido.
—Podemos irnos si lo deseas —me recuerda suavemente—. No
quiero que te sientas incómoda.
Sacudo la cabeza. Incómoda no es la palabra adecuada.
¿Sorprendida? Un poco. ¿Deliciosamente tentada de una forma
prohibida? También, sí.
—Admito… que esto es muy diferente a todo lo que estoy
acostumbrada. O cualquier cosa que haya visto antes. Pero esta es tu
gente y tus costumbres. Es hermoso y no es motivo de vergüenza, ni
algo que deba ocultarse o rehuirse.
Sonríe como si yo no pudiera haberle hecho un cumplido más
grande. Sus hombros parecen relajarse un poco, y me pregunto si
habrá pensado que este elemento de su pueblo me habría asustado de
algún modo. Al pensarlo, me dan ganas de abrazarlo aún más fuerte,
incluso cuando nuestros dedos se desenredan para evitar que nos
vean tocarnos. Ojalá tuviera el valor de decirle que no hay nada en su
cultura que pudiera apartarme de él. Podría ser del rincón más feo,
brutal y horrible del mundo, y yo seguiría queriendo saberlo todo
sobre él… porque forma parte de él. Las palabras me queman la
lengua, pero no me atrevo a decirlas. Exponer las profundidades de
mi ternura por Ilryth y todo lo que lo rodea.
387
—Tenía la esperanza de que te sintieras así. Este lugar es de una
gran magia, de la vida misma. —Señala la playa con la cabeza—. Los
Sirens vienen aquí con sus compañeras de canto para consumar su
amor, para cantar para Lady Lellia con la esperanza de tener un hijo.
Este es uno de los pocos pedazos de tierra que todas las sirenas
podemos pisar en nuestras formas bípedas, necesarias para concebir
un hijo, sin ningún tipo de molestia. —Esboza una leve sonrisa—.
Llegar a esta orilla es un sueño hecho realidad para cualquier sirena
que algún día quiera tener hijos.
—Parece que te lo has pensado —observo—. Raro para un hombre
que aún no ha tomado esposa.
Se ríe.
—Sí, bueno, a pesar de mis retrasos en llevarlo a cabo, siempre he
sabido que mi deber se extendería a tener un heredero. Que vendría
aquí es simplemente algo que acepté hace tiempo. —La alegría que
escuché inicialmente en su tono al hablar de este lugar se desvanece
un poco.
—¿No te excita la perspectiva? —¿Lo he malinterpretado?
Ilryth no responde de inmediato, reflexionando sobre mi pregunta.
—No puedo decir que no me excite, porque el acto ciertamente lo
hace. —Sonríe y yo combato la risa con un bufido—. Pero he pasado
toda mi vida sabiendo que se espera de mí que tenga hijos. Nunca me
he parado a pensar si los quiero. Francamente, no creo que deba
planteármelo.
—¿Por qué no?
—¿Y si descubro que no deseo un hijo, sabiendo que, de todos
modos, se espera que tenga uno o más? —Me redirige la pregunta,
aunque sé que no puede esperar que yo tenga una respuesta para él.
Ilryth niega con la cabeza—. Pero esas son preocupaciones para mi yo
futuro. No empañemos este día con mis preocupaciones para dentro
de un año. 388
Ambos estamos decididos a ignorar los problemas que nos
atormentan por el bien de este momento. Cada día que pasa es como
si pudiera ser el último, como si cada hora que pasa fuera todo lo que
tenemos para conocernos de verdad. Los segundos se escapan
demasiado rápido, un tiempo que parece imposible de apreciar
plenamente hasta que desaparece.
—¿Quieres ver más?
—¿Más? —No estoy segura de qué más hay que ver. Pero siento
una gran curiosidad—. ¿Seguro que está bien? No quisiera incomodar
a nadie. —Nos hemos centrado intencionadamente el uno en el otro,
en lugar de en las parejas a la orilla del agua.
—Hay bajíos y pozas de marea para quienes desean intimidad en
sus actos íntimos. Si una pareja está al aire libre, es porque no le
importa la presencia de los demás. O incluso la invitan, para que sus
cantos de amor armonicen con los de los demás como una hermosa
ofrenda para la diosa de la vida.
Ahora sí que me ruborizo. Ilryth sonríe levemente, pero no
comenta mi leve escandalización. En lugar de eso, me guía por la
playa.
A pesar de no querer mirar fijamente, encuentro que mi mirada se
dirige a las parejas distantes en el oleaje. Tienen el pelo resbaladizo
por el agua salada y pegado al cuerpo, que brilla por el sudor,
resaltando las marcas dibujadas en ellos y los tenues contornos de las
escamas. Sus orejas en abanico sobresalen a los lados de sus caras, aún
más notables cuando están en su forma humana. Sin duda son
sirenas, incluso en tierra. Y si sus rasgos físicos no fueran suficientes,
lo serían sus cantos de placer. Es un coro en sí mismo, cada pareja
contribuye a la melodía, una hermosa canción hecha en armonía
fortuita. Sonrío levemente. Dejando a un lado mi sorpresa inicial,
Ilryth tiene razón. Este lugar, y el acto para el que está diseñado, es
hermoso.
Cruzamos la playa y entramos en otra zona de raíces entretejidas
que se separan del Árbol de la Vida. Todo el tiempo, los dorsos de
nuestras manos se rozan como un secreto ilícito. A diferencia de los
389
dos primeros pasajes, aquí las raíces no forman ningún tipo de túnel
específico. En su lugar, se entretejen libremente como los gruesos
nudos de las redes, formando un laberinto que también se llena con
los sonidos de más parejas. Supongo que este es el lugar que Ilryth
mencionó antes, para aquellos que desean intimidad.
Mis sospechas se confirman cuando vislumbro movimiento al otro
lado de las raíces en el rabillo del ojo. Pero no miro directamente. Si
están aquí, no quieren ser vistos.
Aunque todo esto hace que me pregunte adónde me lleva…
No pregunto. Mis pensamientos se han vuelto locos con los nervios
y la excitación de todos los cuerpos en movimiento, el deseo caliente
que llena el aire blanqueado por el sol y llama a mi propia excitación.
La necesidad que Ilryth ha ido creando en mí está alcanzando su
punto álgido.
¿Me va a llevar a una de esas alcobas protegidas? ¿Va a besarme
otra vez? ¿Aquí? ¿A solas? ¿Averiguaré exactamente qué hay debajo
de ese taparrabos suyo? Lo miro de reojo.
—Podemos irnos cuando quieras —me dice, sacándome de mis
pensamientos.
Mis ojos suben desde su taparrabos y recorren las hendiduras de
su abdomen. Hay un brillo de complicidad en su mirada cuando
finalmente la poso en su rostro. Me ha descubierto. Le sonrío algo
avergonzada.
—Nunca dije nada de querer irme.
Sus ojos parecen oscurecerse con intensidad mientras me mira
fijamente. Ilryth se lame los labios y el movimiento casi me vuelve
loca.
—Sabes por qué te he traído hasta aquí, ¿verdad? —Su voz es baja,
ronca.
Mi atención se desvía de él el tiempo suficiente para ser vagamente 390
consciente de dónde es aquí. Hemos encontrado nuestro rincón
protegido. Los muros de raíces que rodean este recóndito lugar se
extienden hasta el mar, abrazándonos y ofreciéndonos la tan deseada
intimidad. Por un momento soy incapaz de articular palabra, pero
luego me recompongo.
—Creo que sí —susurro en respuesta.
—No tenemos por qué hacerlo —dice.
—No deberíamos —corrijo. Pero apoyo las manos en sus caderas y
me inclino hacia él—. Pero yo quiero. ¿Quieres?
—Más que nada.
Las palabras son una chispa —un relámpago en la oscuridad— que
atraviesa las aguas que hemos creado entre nosotros. Nos ponen en
movimiento. Sus manos están en mi pelo. Mi espalda choca contra
una raíz. Me tiene inmovilizada y nunca he estado tan encantada de
estar inmóvil.
Abro la boca para él y su lengua está ahí. Preparada. Ansiosa. Se
desliza contra la mía y la explora. Inclino la cabeza hacia atrás para
darle mejor acceso. Ilryth sabe lo que quiero, lo que necesito. Su mano
está en mi pecho, tirando de la cinta del chaleco que Lucia encontró
para mí. Siento que se afloja a mi alrededor, pero aún me aprieta
demasiado. El mero hecho de saber que pronto me lo quitaré y pronto
estaré expuesta a sus dedos hace que sienta que la tela me aprieta
hasta dejarme sin aliento.
Ilryth no me deja sufrir mucho. Se inclina hacia delante,
levantándome la barbilla mientras agarra las cintas en su puño. Con
un movimiento seguro, tira. Mi espalda se arquea, los brazos hacia
atrás, para acomodar la extracción. Me quedo jadeando.
Hace una pausa, pero su expresión no parece vacilante ni insegura.
En todo caso, parece como si estuviera saboreando este momento. Me
mira como si yo fuera una obra de arte de la que lleva toda la vida
esperando ser testigo.
Es posible que hayamos estado esperando este preciso momento, 391
cada uno en su propio espacio y tiempo. Durante cinco años, nuestras
almas han estado unidas en un dúo inconsciente. Nuestros
movimientos iban a la par, incluso a mundos de distancia. Cada
acción, cada decisión y cada acto nos han conducido a este punto: el
momento en que nos reuniremos. Somos conscientes el uno del otro
en un nivel que es innato, que trasciende la lógica.
Aunque nuestros mejores sentidos nos griten que nuestras acciones
son equivocadas, nuestras almas permanecen tranquilas. Solo
existimos en este glorioso aquí y ahora, desechando la vergüenza y la
duda. Este momento bien podría ser —probablemente será— el único
que tengamos.
Ilryth vuelve a moverse hacia mí. Cuando sus dedos se deslizan
por mi pelo, sus labios se separan ligeramente y su mandíbula se
relaja, pero su ceño se frunce casi como si sintiera dolor.
—¿Qué pasa? —Tengo miedo de lo que pueda decir. Si hay algún
defecto que finalmente ve en mí. Algo que siempre supe que estaba
ahí pero que intenté ocultarle porque quería desesperadamente que
me viera como suficiente.
Ilryth sacude la cabeza y es como si me leyera el pensamiento.
—Eres la perfección. Eres tan radiante como la misma Lady Lellia.
Es posible que nuestro dúo esté nublando su juicio, pero no lo
cuestiono. No quiero discutir. Así que acepto sus elogios con un
corazón cálido y dispuesto.
—Tú también lo eres —le respondo—. Desde el momento en que te
vi por primera vez, pensé que eras magnífico.
El cumplido parece tomarlo desprevenido. La primera vez que
aparta los ojos de mi cuerpo no es por desaprobación, como podría
haber esperado alguna vez, sino, al parecer, por vergüenza. Aprieto
la mano contra su pecho, me alejo de la raíz y lo miro a través de las
pestañas.
—Eres impresionante —vuelvo a recalcar. No entiendo cómo un
hombre tan bueno como Ilryth puede pensar lo contrario, pero se lo 392
diré tantas veces como necesite oírlo—. Y quiero que me toques y me
abraces hasta que pierda el sentido de mí misma. Hasta que el mundo
se aleje y todas mis preocupaciones y dolores con él.
Quiero sentir mientras todavía estoy viva. Aunque solo sea una vez
más…
—Creo que podré satisfacer tu petición —dice, apretando las
manos contra mis caderas y deslizándolas hacia arriba, deslizándose
sobre mis pechos. Suelto un grito ahogado. Cierro los ojos y me
muerdo el labio inferior, saboreando la sensación. Sigue subiendo,
trazando las marcas de mi pecho, hombros y brazos, hasta llegar a
mis manos.
«Soy tu lienzo», quiero decir. «Hazlo».
Sin decir palabra, me lleva hacia la orilla y me guía mientras se
sienta. Mis rodillas enmarcan sus caderas mientras me siento a
horcajadas sobre él, agarrándome a sus hombros mientras me amasa
los muslos y el trasero. Nos besamos mucho más allá del punto en
que creería que me he cansado de besar. Sin embargo, no puedo
soportar la idea de parar. Me consume la necesidad de más, más
sensaciones, más de este sentimiento que me recorre como una
salvación febril.
—Quiero más. —El pensamiento se me escapa y él sonríe contra mi
boca—. Dámelo todo.
Sujetándome con fuerza, Ilryth se inclina hacia delante y me tumba
en la arena y el oleaje.
—Tengo toda la intención de complacer tu petición —dice—. Pero
todo a su debido tiempo.
—Eres un provocador insoportable —digo jadeando mientras me
muerde la clavícula y me besa por el pecho.
—Debo admitir que nadie me había llamado así antes. —Presta
especial atención a mis pechos.
—Estoy segura de que alguien lo ha hecho. —Mis palabras se
quedan sin aliento. 393
Hace ademán de pensárselo y yo gimo cuando sus movimientos se
detienen. Se ríe una vez más y sigue colmándome de afecto.
—No, no creo que nadie lo haya hecho.
«Estoy segura de que seré la primera de muchas». El pensamiento
errante es inoportuno e indeseado, aunque se queda solo en mi
mente. No quiero ni pensar en cuántas más me seguirán, atraídas por
su atractivo e innegable carisma. No teorizaré sobre cuál de las
hermosas mujeres que vi en el Ducado de Spears se convertirá en su
novia. Puedo cambiar el futuro tanto como puedo cambiar mi pasado;
lo único que puedo hacer, lo único que quiero hacer, es estar
indefensa ante el aquí y el ahora.
Ilryth sigue bajando por mi cuerpo con manos y besos ávidos,
empujando hacia arriba la falda ceñida, las manos deslizándose por
mis muslos mientras deshacen la tela. Gimo y arqueo la espalda sobre
la arena. Justo cuando creo que está a punto de llegar a la cúspide de
mi deseo, se detiene y vuelve a apoyarse en las rodillas. Lo único que
impide que se me escape un gemido de objeción es cuando se lleva la
mano al lazo del taparrabos. Deshace el nudo y la escasa tela cae,
dejándolo todo al descubierto.
Ambos nos miramos por primera vez al mismo tiempo. Nos
quedamos en un momento de silencio mutuo. De asombro.
De alguna manera, esto no se siente como el principio del fin para
nosotros. Solo el primero. Es como si, juntos, pudiéramos escapar de
algún modo del duro destino que llevamos grabado en la carne.
Ilryth se mueve y se acomoda sobre mí. Siento cada centímetro de
él entre mis muslos, presionándome. Busca la entrada sin mediar
palabra. Un sentimiento de culpa se apodera de mí; es repentino e
inoportuno, y no sé cuál es su raíz. Ilryth se paraliza. Debe ver el
pánico momentáneo en mis ojos.
Me acaricia la mejilla con cariño y dice:
—Podemos parar.
—Lo sé —respondo—. Pero no quiero. 394
—¿Estás segura?
—Lo estoy —insisto. La primera vez con cualquiera es al menos un
poco incómoda. La primera vez con un hombre que no es con el que
te casaste parece serlo aún más. Pero no estoy haciendo nada malo.
Me recuerdo a mí misma que soy libre de mente, de derecho y de
espíritu. Apenas recuerdo las ataduras que me ataban al principio.
Es como si Ilryth conociera las turbulencias —todas las dudas e
inseguridades— que rondan los mares de mi mente. Espera
pacientemente a que yo las resuelva. Mientras paso el tiempo
preocupándome por mis inseguridades hasta que, por fin, puedo
asentir con la cabeza. La sonrisa que me devuelve no es de lujuria ni
de pasión desenfrenada. Más bien es sincera, llena de auténtica
alegría y afecto.
Ilryth se inclina hacia delante y me besa una vez más, con suavidad,
casi castamente. Pero no hay nada de casto en la forma en que mueve
las caderas, presionando hacia delante y dentro de mí por primera
vez.
Dejo escapar un jadeo ante el dolor momentáneo de expandirme
para acomodarme a su considerable tamaño. Aunque no tengo
mucha experiencia en los caminos de la carne, que yo recuerde,
sospecho que Ilryth está especialmente dotado. Él también parece
saberlo, pues se introduce lentamente en mí, buscando en mi rostro
cualquier señal de dolor o vacilación.
Al no encontrar ninguna, presiona hacia delante hasta que nuestras
caderas están a ras y nuestros cuerpos son uno. El sol brilla con más
intensidad. El coro en mi mente es más fuerte, más claro, como si el
propio universo se abriera para revelar un gran secreto oculto
durante mucho tiempo. Soy tan ligera como una canción, tan intensa
como una plegaria. Me relajo cuando me invade la dulce sensación de
plenitud. Y entonces, justo cuando me he asentado en esta nueva
realidad que hemos creado, él empieza a moverse. Cada empujón
destruye y rehace todo mi mundo.
395
Sus caderas golpean las mías, despacio al principio y acelerando
después. Le rodeo la cintura con las piernas como la noche anterior,
aferrándome a él como si mi existencia dependiera de la suya. Ilryth
me besa ferozmente, apretando los labios contra los míos, como si
quisiera capturar cada gemido que pasa entre mis labios, exhalándolo
hacia mí como una canción en mi mente. Su ritmo alcanza su punto
estable, su resistencia inquebrantable, enviando oleadas de placer por
todo mi cuerpo.
Mis gemidos resuenan tan fuerte que no puedo decir si solo están
en mi mente o si ahora estoy dirigiendo las canciones de placer que
se cantan en esta playa. Una parte de mí casi espera que sea lo
segundo. Lo deseo con un deseo que lo consume todo. Quiero que
todos lo oigan, que la vieja diosa en persona mire desde su árbol y
sonría al ver que, de algún modo, hemos descubierto el gran secreto.
Que esto era lo que se iba a necesitar todo el tiempo para hacer una
ofrenda que pudiera aplacar la ira de Krokan.
Tenía que ser un dúo que honrara, armonizara, con la promesa que
Krokan hizo con Lellia. Dos amantes. No sacrificios fríos e insensibles.
Sino una ofrenda hecha de pasión.
Ilryth se frena y se aparta. Lo miro, confusa y conteniendo un
gemido. Sonríe, con un brillo perverso en los ojos, y se echa hacia
atrás. Mis piernas rodean sus caderas y, sin que él me abandone ni un
instante, ahora está boca arriba. Estoy a horcajadas sobre él. Me
agarra por las caderas, incitándome y guiándome. Me toca a mí
marcar el ritmo. Es mi turno de tener el control, y me deleito con ello.
Me muevo deprisa, disfrutando de los gemidos y gritos que provoca.
Y de repente, sin previo aviso, me detengo.
Las yemas de sus dedos se clavan en mi carne mientras intenta
atraerme hacia él, pero no me muevo. Apoyo las manos en su pecho
ancho y fuerte y sonrío mientras balanceo las caderas lentamente, con
determinación. Echa la cabeza hacia atrás e Ilryth suelta un gemido
que se convierte en gruñido. Sabe que le estoy tomando el pelo y lo
disfruta tanto como yo.
396
Repito: rápido y luego lento, rápido y luego lento. Seguimos
arrastrándonos hacia el borde de esa maravillosa y dulce liberación,
pero nunca llegamos.
Con un gruñido frustrado, me empuja. Por un momento pienso que
he ido demasiado lejos. Pero sus ojos siguen llenos de lujuria e
intensidad. Me retuerce y me pone de rodillas. Con las manos aún
agarrando mis caderas, me penetra con un movimiento fluido,
tomándome por detrás como lo haría un animal. Incluso con agujeros
en mis recuerdos, sé que nunca he sentido a un hombre desde este
ángulo. Nunca había sabido que había tantas formas de sentir placer,
diferentes puntos de mi interior que podían ser golpeados una y otra
y otra vez.
Y como ya es demasiado, se inclina hacia delante. Con una mano
me agarra el pecho; con la otra me rodea las caderas, acariciándome
el vértice de los muslos mientras sigue entrando y saliendo de mí sin
descanso, suplicando que me rinda. Es demasiado para resistirse.
Suelto un grito. Me estremezco y encuentro mi dulce liberación.
Ilryth me agarra, sosteniéndome a través de mis pasiones. Su pecho
contra mi espalda. Permanece dentro de mí mientras me besa por los
hombros, moviendo los dedos sobre mi cuerpo como si dibujara
nuevas líneas sobre mí.
Cuando por fin me recompongo lo suficiente para hablar, digo:
—Ha sido increíble.
Ilryth me muerde el hombro. Puedo oír la sonrisa en sus palabras
sin tener que verla.
—Eso solo fue el principio.

397
Capítulo 36
Nos vestimos en silencio, con el aire entre nosotros impregnado de
la intensidad de nuestra pasión. No es incómodo ni extraño en
absoluto. En todo caso, es una intimidad agradable. Compartimos
pequeñas miradas y sonrisas cómplices bajo mejillas sonrojadas.
Cada mirada subraya que ahora compartimos un peligroso secreto.
Compartimos mucho más que eso.
Puedo sentirlo en mí, más profundamente que las marcas grabadas
en mi piel. No necesita tocarme. Una simple mirada es todo lo que
necesito para sentir los contornos fantasmales de sus manos
recorriéndome los pechos, agarrándome las caderas, o su boca en mi
cuello. Los recuerdos me estremecen; sus sensaciones fantasmales son
casi demasiado. Y, sin embargo, quiero más. Si pudiéramos volver a
hacerlo, lo haría en un instante. Me entregaría a esas pasiones 398
embriagadoras sin remordimientos.
Aunque lo que compartimos fue intenso, no puedo evitar desear
que tuviéramos más tiempo… no solo hoy, sino meses, o años, para
llegar a conocernos. Toda una vida para explorar todo lo que
podíamos y no podíamos ser, para ver si ese afecto incipiente podía
convertirse en algo realmente profundo.
Y, sin embargo, también lo quiero todo a la vez. Maldito
movimiento lento, lo quiero todo, ahora. La idea de nosotros no hace
que se retuerzan los instintos que tanto me han costado ganar. No hay
advertencias ni preocupaciones surgiendo en mi mente cuando se
trata de Ilryth. Tal vez, si los mares no se estuvieran pudriendo y un
viejo dios no estuviera furioso, y todo no dependiera de que mi vida
fuera sacrificada… podríamos tener una oportunidad genuina de
algo real.
Es un pensamiento agridulce. Pero no lo bastante amargo como
para apartarlo. Creo que, si tuviera la oportunidad de hacerlo todo de
nuevo, me esforzaría más en el amor. Aunque hay una extraña
sensación en mí que me dice que lo evite a toda costa.
«No eres digna de amor.»
Me detengo ante el pensamiento errante. Lo dije con una voz que
no me parecía del todo la mía.
—¿Qué pasa? —Ilryth apoya la palma de la mano en mi hombro.
Sacudo la cabeza.
—Tuve una idea extraña.
—¿Sobre nosotros?
—No. —Le sonrío. Me tranquiliza.
—¿Hay algo de lo que quieras hablar?
—No lo creo. —Tomo su mano y entrelazo mis dedos con los suyos,
besando sus nudillos—. ¿Alguna vez se te cruza por la cabeza una
idea extraña o intrusa sin avisar?
399
—A veces —admite—. Aunque suelen estar relacionadas con algo.
¿Seguro que no quieres hablar de nada?
—Me siento increíble, Ilryth. Fue un pensamiento pasajero que no
merece crédito.
—De acuerdo, entonces. —Deja pasar el asunto con una sonrisa.
Me toma de la mano y me guía a través de la maraña de raíces hasta
la playa de la pasión. Ahora está casi vacía. Solo hay una pareja a la
orilla del océano, apoyada contra una raíz en el punto en que el agua
se junta con ella. No sé si estaban allí cuando llegamos o no. Pero no
les presto atención. Sigo demasiado absorta en lo que acabamos de
compartir. Concentrada en su magia, que sigue chisporroteando en
mi piel.
Lo miro y me pregunto si volveremos a hablar de esto alguna vez.
Una vez más, la idea del amor cruza por mi mente. Habría sido bonito
poder enamorarme de él. Sentir ese aleteo ansioso de excitación.
Poder mirarlo, el caballete de su nariz, la fuerte línea de su
mandíbula, el ligero mohín de sus labios… admirarlo tan
descaradamente como lo hago ahora, pero tener la oportunidad de
que se convierta en algo más.
Pero lo que compartimos no puede convertirse en amor. Al
menos… no un amor que podamos reconocer. Debemos dejar que lo
que está brotando muera en la cepa. Todo lo que hoy puede ser es
una tarde de placer prohibido. De saciarnos por fin y aliviar la
creciente tensión. «No pasa nada si tengo que fingir que esto no ha
pasado», me digo. No necesito hablar de ello, ni contárselo a nadie,
para saber que fue real. Puedo encontrar la paz en eso. Al menos, creo
que puedo.
Sin embargo, otra parte de mi mente ya se pregunta cuándo, o si,
encontraremos una excusa para volver aquí. Si podría colarse en mi
habitación por la noche y llevarme a la luz de la luna. No puedo evitar
esperar que lo haga y que sea pronto, pero no tengo el valor de
pedírselo.
Nos detenemos en el túnel justo antes de llegar a la playa. Sin duda,
los guardias que nos escoltaron hasta aquí siguen esperando bajo la 400
superficie del agua. Ilryth se toma un momento para lanzarme una
mirada de disculpa.
—Lo siento —dice Ilryth. Parpadeo, tratando de pensar por qué
podría estar disculpándose. Se da cuenta de mi confusión y
continúa—: Cuando volvamos, tendré que fingir que…
—No ha pasado nada. —Termino por él con una pequeña y
esperanzadora sonrisa tranquilizadora—. Lo sé. No esperaba que
fuera diferente. Tomamos nuestras decisiones conociendo nuestras
circunstancias. —Cuando aún parece dudar, recalco—: De verdad, no
pasa nada.
—No se siente bien. —Suspira—. Se siente como si te estuviera
traicionando, como si te hubiera utilizado.
—En todo caso, te he utilizado. —Sacudo la cabeza antes de que
tenga oportunidad de decir otra palabra—. Soy una mujer adulta,
dueña de mis deseos, y he hecho lo que he querido. Tú has hecho lo
mismo. No hay desprecio. Ambos conocíamos nuestras
circunstancias. De verdad, Ilryth, no pienses nada de esto.
—Sospecho que pasaré muchas, muchas horas deliciosas pensando
en esta tarde. —Se inclina un poco más hacia mí mientras lo dice. Me
muerdo el labio y sus ojos se posan en el movimiento. En mi periferia,
casi puedo verlo acercarse para tocarme la cara.
Pero él es más fuerte que la tentación. Lo cual es bueno, porque si
volviera a cruzar la línea, dudo que yo pudiera ser la más fuerte de
los dos. Al diablo los riesgos. Me arriesgaría de nuevo. Ilryth empieza
a moverse de nuevo y yo también. Pero se detiene una vez más sin
previo aviso y me mira con renovado propósito.
—Si fuera a verte por la noche… ¿sería bienvenido?
Siento cómo se me desencaja la mandíbula. Honestamente, no
esperaba que hubiera oportunidad para más indulgencias entre
nosotros dos, aunque es muy, muy bienvenida.
Asiento con la cabeza, sin importarme lo ansiosa que parezca.
Hacerse la tímida o negarlo ya no tiene sentido.
—Será un placer. 401
Parece respirar aliviado, como si no estuviera seguro de si le diría
que sí. ¿Cómo podría pensar otra cosa? ¿Especialmente después del
día que compartimos?
Como sospechaba, los guerreros nos esperan justo debajo de las
olas. No parecen sospechar lo más mínimo sobre lo que nos retuvo
durante medio día. Tal vez no quieren saber, o piensan que es mejor
si no hacen preguntas.
Mantengo la cabeza alta y actúo despreocupadamente mientras
regresamos al castillo. Con una despreocupada despedida, Ilryth y yo
nos separamos. Necesito todo mi control para no volver a mirarlo
cuando lo hacemos. No espero que ya esté nadando hacia mí.
Es demasiado pronto para ello, lo sé, pero no puedo evitarlo. No
puedo dejar de esperar su llegada mientras los restos del día se
convierten en noche. Espero en el balcón, ignorando a Krokan que
agita las corrientes de podredumbre y escudriñando las aguas, en
busca de algún rastro de Ilryth.
Pero no hay ninguno. La noche va y viene, amanece e Ilryth sigue
sin llegar. Me recuerdo a mí misma que dijo que no podría venir
pronto sin levantar sospechas. Además, estoy segura de que tiene
muchas responsabilidades que atender aparte de mí. Me insisto en
que no pensaré demasiado ni me obsesionaré con su ausencia.
Paso el tiempo dedicándome a lo que se supone que debo hacer:
trabajar en los himnos de los antiguos. Me siento en la barandilla del
balcón, donde Ilryth y yo nos sentamos la otra noche.
Sola, canto.
Las palabras nacen en el fondo de mi estómago, suben por mi
pecho y se elevan hasta lo más alto de mi mente. Mientras se arrastran
por mis pensamientos, arrastran partes de mí con ellas. Me despojan
de adentro hacia afuera. Cada vez es más difícil elegir los recuerdos
que la anterior. Brevemente, considero sacrificar el recuerdo de Ilryth
y mis pasiones… pero no lo hago. Quiero llevarlo conmigo todo el
tiempo que pueda.
En su lugar, recojo recuerdos de reuniones del consejo. Los últimos
402
vestigios del hombre llamado Charles. Esos pueden quemarse. Lo
que haya pasado con él ya no me importa. Parece tan poco importante
para donde estoy ahora.
Las notas suben, cada vez más ligeras con cada pensamiento que
suelto. Es como si mi alma se elevara con ellas, sin obstáculos por
primera vez en mi vida. Intento cantar con todo mi pecho, para
alcanzar las ramas más altas del Árbol de la Vida que se balancea
sobre mí. Pero las palabras se ven lastradas por el agua quieta y
pesada, arrastrada hacia la podredumbre que se coagula.
Mi canción se hunde en el Abismo. Casi puedo oír un débil eco que
resuena hasta mí. El sonido es solitario y mucho más frío de lo que
siento. Me quedo quieta, inclinando ligeramente la cabeza. Canto otra
nota. La respuesta está llena de anhelo y dolor.
Hago una pausa en mi canción, intentando dar sentido a lo que he
oído. ¿Era solo un eco? ¿O me estaba cantando Krokan? Cierro los
ojos e intento repetir el sonido mentalmente para entenderlo, pero me
interrumpen.
—¿Su Santidad? —llama Lucia.
—Estoy aquí. —Me alejo de la barandilla, entrando en mi
habitación mientras ella llega.
Sabe al instante lo que hemos hecho. No sé cómo lo sabe, pero lo
sabe. En el momento en que nada a través del túnel se detiene,
mirándome fijamente. Su expresión cambia repentinamente de ojos
muy abiertos a ojos entrecerrados.
Me paro un poco más y le dirijo una leve sonrisa como
reconociendo que lo sabe sin necesidad de decir una palabra. Lucia
niega con la cabeza y se cruza de brazos, dirigiéndome una mirada
de desaprobación. No esperaba que dijera nada de su hermano y de
mí. Pero, al parecer, me equivoqué.

403
Capítulo 37
Me agarra la mano. Sus palabras son apresuradas, susurradas
aunque está hablando directamente a mi mente.
—Me preocupo por los dos.
Si no fuera por mis años de entrenamiento, no sería capaz de
mantener la cara seria.
—¿De qué estás hablando?
—De ti… y mi hermano… —Tarda un segundo en pronunciar las
palabras, como si no se creyera que las está diciendo. O tal vez se está
encogiendo interiormente ante la idea de que su hermano esté
intimando. Cualquiera de las dos cosas es posible.
—No sé a qué te refieres. —Sigo haciéndome la tonta, deseando que
se explaye y me diga exactamente lo que sabe (lo que ve o lo que oye) 404
para poder ocultarlo mejor y proteger a Ilryth.
—Tus marcas han cambiado un poco.
—¿Lo han hecho? —Levanto el brazo. Los tatuajes parecen casi los
mismos de siempre.
Lucia también inspecciona las marcas.
—Sí. Algo en tu piel. Definitivamente en la canción con la que
resuena tu alma, ya no coincide con lo que hemos marcado. Solo
puedo suponer que fue un cambio monumental ajustar tu dúo tan
significativamente.
—He oído la voz de Lady Lellia. —Ofrezco la explicación para ver
si es una sustitución viable a sus sospechas en caso de que alguien
más se dé cuenta.
Se queda quieta y me mira.
—¿En serio? —Su voz sigue siendo un susurro, pero ya no es de
miedo y preocupación. Sino, más bien, de asombro… y una esperanza
fugaz tan delicada como las palabras.
Asiento con la cabeza.
—Estoy segura de ello. ¿Quizás esa fue la causa del cambio en las
marcas?
Lucia se aparta, con la mirada entre mi brazo y mi cara.
—Algo tan monumental les impactaría… Pero conozco la canción
de mi hermano. —Suspira—. Puedo oírla en ti, ahora.
«¿Qué significa eso?» Mi corazón da un brinco y se detiene, como
si no pudiera decidir entre la alegría y la ruptura. La canción de Ilryth
es ahora parte de mí, está escrita en mi alma. ¿Qué significará para él
cuando abandone este reino mortal? ¿Qué significará para mí?
—¿Lo notarán los demás? —Me concentro en mantenerlo tan a
salvo como puedo, a pesar de los riesgos que hemos decidido correr.
405
—Probablemente no —admite a regañadientes—. Sospecho que
puedo porque he visto casi toda tu unción y conozco bien la canción
de tu alma, y la de mi hermano mejor.
Eso me da esperanza.
—¿Y se ha dañado la unción?
—No que yo pueda ver. —Un alivio—. Pero podría serlo si
persistieras. Ambos están haciendo algo peligroso. Conectarse de esta
manera podría poner en peligro que sean capaces de descender
adecuadamente al Abismo y presentarse ante Lord Krokan. Estás
formando más lazos con este mundo. —Me mira, con el ceño fruncido
por la preocupación.
—Conocemos los riesgos —digo, intentando infundirle algo de mi
calma con el tono. El monstruo de la culpa por nuestras decisiones
intenta asomar de nuevo la cabeza. Pero me niego a permitir que se
apodere de mí. Ya no hay vuelta atrás—. Entiendo tu preocupación,
los dos la entendemos, pero lo tenemos bajo control.
Suspira y se aleja, apoyándose en una columna y contemplando el
Abismo.
—Lucia…
—Nuestra madre… lo dio todo para intentar aplacar la ira de Lord
Krokan. No fue suficiente e Ilryth siempre se ha culpado por hacer
que su sacrificio fuera sin sentido. Consideraba que era culpa suya que
ella siguiera demasiado atada a esta tierra para descender como es
debido. —La mirada de Lucia es de mil leguas, como si intentara
traspasar el Velo que separa este mundo del otro y ver a su madre
una vez más—. Fenny y yo tuvimos que sentarnos a observar cómo
el peso de su deber caía lentamente sobre él. Perdió la oportunidad
de llorar la muerte de nuestra madre aferrándose a ella.
»Ahora, vuelve a correr el mismo riesgo. —Se gira ligeramente para
mirarme. Su mirada herida es más afilada que cualquier daga y
encuentra un punto blando entre mis costillas—. Lo matarás.
—No, no lo haré —digo ferozmente—. No permitiré que le ocurra
ningún daño.
406
—Te habrás ido —dice secamente—. Y si la culpa de que fallaras
como ofrenda no lo pone al borde del abismo, el peso de la pérdida
lo hará. Como le pasó a mi padre.
Nado con un movimiento de cabeza.
—Ilryth no me quiere como tu padre quería a tu madre. —Me mira
sin comprender—. No lo hace. —Vuelvo a insistir—. Me he
asegurado de ello.
—Si te has asegurado, entonces ¿por qué puedo oír la armonía de la
canción de su alma mezclada con la tuya? —Los ojos de Lucia están
llenos de férrea determinación. Es la mirada que yo le daría a
cualquiera que se atreviera a pensar en hacerle daño a Emily. Antes
de que pueda responder, continúa—: Dime por qué no debería
denunciarlos al coro.
Las palabras son frías como el hielo y me congelan en el sitio.
—Porque te doy mi palabra de que…
—¿Tu palabra? —Hay un juicio en esas dos palabras, me recorre un
escalofrío. En ellas, oigo a todos los de Dennow llamarme con un
insulto que ya no entiendo: Rompedora de juramentos.
¿Por qué me llamaron así? No lo recuerdo y el pinchazo es injusto
y cruel.
—Nos diste tu palabra: le diste tu palabra de que te dedicarías a la
unción si ayudaba a tu familia —dice.
—Y estoy dedicada, con todo mi ser.
—¡No si haces cosas que comprometen tu propio objetivo! —suelta.
Me echo hacia atrás.
—Lucia… por favor —digo suavemente—. Fue un momento de
pasión, nada más. —Es extraño mentir mientras intento defender mi
integridad. Pero lo más importante, por encima de todo, es
asegurarme de que Ilryth no sufra por lo que hicimos—. No lo amo.
Él lo sabe. —Las palabras son incómodas como una mentira. Solo
espero que no suenen como tal, también. 407
—¿Lo hace? —pregunta Lucia con escepticismo.
—Lo sabe. Se lo dije abiertamente antes de que… pasara nada. —
Esta discusión se hace profundamente incómoda al tenerla con su
hermana. Pero insisto—. Por favor. Quería permitirme un placer
corporal antes de morir, rascarme un picor, por así decirlo. En todo
caso, ayudó a romper un vínculo más que a construirlo. No tengo
deseos persistentes.
Lucia sigue mirándome con recelo. Con un suspiro y un
movimiento de la cola, se sienta en el borde de mi cama y vuelve a
mirar al Abismo. Apoya los codos en la curva de la cola. La barbilla
entre las manos.
—Odio esto. —Las palabras son honestas y crudas—. Odio que la
primera vez que he visto a mi hermano genuinamente feliz en seis
largos años sea con una humana marcada para la muerte.
—Lo siento. —Nado hacia ella y me acomodo a su lado—. Ilryth es
un buen hombre… se merece toda la felicidad del mundo. Y siento no
poder ser quien se la dé.
—Sobrevivirá. Fenny y yo nos aseguraremos de que lo haga. Pero,
por favor, no nos lo pongas más difícil de lo que ya será. —La súplica
es desesperada y rota.
—No lo haré. —Estoy partida en dos. Entre lo que quiero y lo que
debo hacer. Entre mis juramentos y obligaciones y un hombre que
nunca pedí, o incluso pensé que quería—. Pero estará bien. Estoy
segura de ello. Las tiene a las dos. —Fenny y Lucia han mantenido
unido el Ducado de Spears durante mucho tiempo, creo.
—Cuando realmente nos escuche. —Suspira y se levanta de la
cama, deteniéndose a medio camino. De espaldas a mí, dice—: No se
lo diré a Ventris.
—¿No? —No puedo evitar preguntar. Por un momento, estuve
segura de que lo haría.
408
—No tiene sentido… No es como si pudiéramos ungir a alguien
más a tiempo. Y tú ya has sido marcada como la ofrenda; tendríamos
que matarte primero si quisiéramos intentarlo. —Sombrío, pero
funciona a mi favor—. Así que incluso si eres una ofrenda mediocre,
eres mejor que luchar o, peor, nada. Me estremecería pensar en lo que
podría pasar si no presentamos a nadie a Lord Krokan. Además, no
quiero ver a mi hermano metido en más problemas de los que suele
tener.
Me levanto de la cama y me acerco a ella.
—Gracias, Lucia. Sé que no es por mí, pero significa mucho para
mí que hayas hecho esto.
—Sí, bueno, prueba que tu palabra es todo lo que Ilryth hace
parecer.
—Lo haré —resuelvo. En todo lo que recuerdo de mi vida, nunca
he roto un juramento—. Te lo juro. Apagaré la ira de Lord Krokan y
devolveré la calma y la prosperidad al Eversea.
—Bien. Ah, y asegúrate de que Ilryth y yo seamos los únicos que te
marquemos a partir de ahora… no nos arriesguemos a que nadie más
se entere.
—Eres una buena mujer y una buena hermana, Lucia. Gracias. —
Ojalá hubiera tenido más tiempo para conocerla. Tal vez hacerme
amiga de ella apropiadamente. Al igual que mis sentimientos por
Ilryth, hay un principio de conexión con Lucia, una amistad, pero no
va a tener tiempo de madurar.
Hace un pequeño gesto con la cabeza.
—Pero no hagas que me arrepienta —dice, y se pone manos a la
obra.
Sus movimientos son relajados y decididos. Confiada. Está a punto
de terminar cuando Ventris se acerca nadando.
—¿Cómo está? —le pregunta a Lucia sin siquiera saludarme.
—Estoy terminando. —Lucia vuelve a revisar sus líneas, las nuevas
y los ajustes de las antiguas. Espero que tuviera razón cuando dijo 409
que podría cubrir los cambios que Ilryth hizo en mis marcas.
Ventris se acerca nadando y yo permanezco totalmente inmóvil,
esforzándome por mantener la expresión relajada. «No tengo nada
que temer. No tiene motivos para sospechar». Repito los
pensamientos, guardándolos para mí.
—Tiene buen aspecto —dice, apartándose. Lucho para que no se
me caigan los hombros de alivio—. Excelente trabajo, como siempre.
—Gracias, Excelencia. —Lucia inclina la cabeza—. Si me permite,
¿para cuándo deben estar terminadas las marcas?
—Nuestros astrólogos y lectores de mareas dicen que faltan menos
de cincuenta noches para el equinoccio de verano.
«Menos de dos meses», pienso. Está tan cerca. Veinticinco años era
todo lo que tenía mi vida. Es demasiado corto. Puede que haya
aceptado mi destino, pero por primera vez me duele. Hoy se ha
puesto de relieve todo lo que estoy dejando ir con doloroso colorido.
¿Cómo me he permitido llegar a este punto?
Intento recordar las circunstancias, pero son confusas. Conocí a
Ilryth cuando vino a recogerme a bordo de mi nave. Sabía que
vendría y me llevaría. Entonces, ¿por qué…
—Ahora —continúa Ventris—. Por favor, acompáñenme.
—¿Hacia dónde?
—Vamos a comenzar los preparativos para el verso final de tu
unción.
Hago lo que me dicen. Pero no por él y no porque él me lo diga. Lo
hago tranquilamente porque creo que existe la posibilidad de volver
a ver a Ilryth. Me doy cuenta del poco tiempo que me queda con él.
Todo esto terminará antes de que me dé cuenta; debo saborear cada
momento. Tengo cosas que preguntarle… cosas sobre mí.
Nos deslizamos con elegancia por los pasillos serpenteantes y las
habitaciones de formas extrañas del castillo. Presto poca atención a la
dirección que tomamos. No parece algo que necesite saber; no es que 410
vaya a estar aquí mucho más tiempo. En lugar de eso, me concentro
en la belleza multicolor de todo ello. La destreza intrincada y orgánica
con la que las sirenas construyen sus hogares engendra una fusión
perfecta de forma y función, una fusión asombrosa que siento como
si viera por primera vez.
Terminamos en otra gran caverna, no muy distinta de donde se
reunió el coro. Esta está llena de esculturas similares a las de la
armería de Ilryth. En un lado hay una representación tallada de
Krokan. En el opuesto hay una de Lellia y su Árbol de la Vida. Sin
embargo, a diferencia de la armería de Ilryth, las raíces que envuelven
este espacio no están talladas en piedra.
Éstas son las verdaderas raíces del Árbol de la Vida, que brillan con
una neblina fantasmal, como los árboles espectrales de la anamnesis
que cuelgan del techo. Iluminan el espacio con su resplandor. Como
si un bosque hubiera crecido al revés, acunado y sostenido por las
raíces del propio Árbol de la Vida. Me pregunto brevemente por qué
estas raíces brillan con el mismo resplandor que la anamnesis cuando
otras raíces —las del exterior del castillo, las que descienden al
Abismo— están podridas. Tal vez Ilryth tenía razón, y son las aguas
de la muerte envenenando la vida.
Mis pensamientos se detienen ante las dos grandes esmeraldas
incrustadas como ojos en la talla de Krokan. Mi mirada se fija en ellos,
como si el verdadero Krokan pudiera verme a través de su pétrea
contraparte. Casi puedo oír el susurro de palabras que no entiendo
porque no están hechas para oídos mortales. Se agolpan en el fondo
de mi mente, llamándome, haciéndome señas para que me acerque
cada vez más.
Me espera en ese pozo interminable de agua y podredumbre. El
viejo dios de la muerte llama implacable, exigiendo mi alma como
pago por un crimen. Un escalofrío de pánico me recorre la piel.
Quiero salir de esta habitación, ir a cualquier sitio donde no pueda
verme. Nado hacia atrás. Ventris se da cuenta de la reacción y sin
duda puede ver el pánico en mi cara.
Se detiene y pregunta cansado: 411
—¿Qué pasa ahora?
—Yo… —Las palabras se atascan, incapaces de liberarse de los
rincones de mi mente.
—¿Qué te pasa? —Ventris exige.
Vuelvo a sacudir la cabeza. Intento abrir la boca, como si al hacerlo
físicamente pudiera obligar a las palabras a salir del mismo modo que
cuando aún podía hablar con mi voz física. Pero no sale ninguna.
—Dímelo. —La agitación se ha colado en la voz de Ventris—. O
empezaré a pensar que podrías estar defectuosa.
Las palabras hacen eco de algo perdido dentro de mí. Algo que
alguien me dijo una vez, ¿creo? Pero no lo recuerdo. Aun así,
provocan una respuesta en mi cuerpo que mi mente no puede
explicar.
Antes de que pueda dar una respuesta, una presencia cálida y
protectora me envuelve. Miro por encima del hombro y veo a Ilryth
allí, como si mi miedo lo hubiera invocado y él hubiera respondido
con mi defensa. Me dedica una pequeña pero amable sonrisa. Pero se
cuida de no tocarme, aunque coloca su cuerpo parcialmente ante mí.
Luego se vuelve hacia Ventris con ferocidad.
—¿Es ese el tono para hablar con el santo sacrificio?
—Es una mera preocupación —dice Ventris con calma—. Necesito
garantías de que nuestra ofrenda no flaqueará cuando llegue el
momento. Si está vacilando ahora, entonces la unción no está
funcionando y sus lazos con el mundo son aún demasiado fuertes.
Mis pensamientos se calman. Gracias a la presencia de Ilryth,
puedo concentrarme en el aquí y el ahora.
—No vacilaré —digo con aún más confianza de la que mostré a
Lucia—. Simplemente me ha sorprendido lo impresionante que es
esta sala… y lo perfecta que es la representación que ha hecho el
escultor de Lord Krokan.
Ventris mira detrás de él, claramente escéptico ante mis 412
afirmaciones. Aunque tiene razón, no tiene margen para discutir o
protestar. No es como si pudiera demostrar que lo que he dicho es
falso. Y estoy haciendo un cumplido a su señor.
—Es una magnífica representación de Lord Krokan —admite con
una nota de reticencia—. Y es bueno saber que parece una
representación fiel, incluso a la ofrenda, pues si alguien debe tener un
sentido innato del aspecto de nuestro viejo dios, esa serías tú.
No puedo refutarle, y no solo porque no quiera. Sino porque me
invade la sensación innata de que realmente sé cómo es Krokan.
El impulso de sostener la mano de Ilryth es casi abrumador. Todo
lo que quiero es sentir sus dedos contra los míos. Recordarme a mí
misma que aún estoy entre los vivos, y a salvo. Que aún no he sido
arrojada al Abismo, entregada a un dios cuyas intenciones no puedo
comprender. Ojalá pudiera ofrecerme algún tipo de consuelo. Ojalá
pudiera aprovecharme de su estabilidad, pero sé que no puedo.
Tenemos nuestros papeles que desempeñar… y eso será lo más
difícil de todo esto.
Así que me mantengo serena y tranquila mientras Ventris
comienza a describir la reunión de la corte de las sirenas y la unción
final que tendrá lugar antes de que mi alma sea enviada a ese antiguo
dios de una vez por todas.

413
Capítulo 38
Cuando Ventris por fin ha terminado de parlotear sobre esto y
aquello, Ilryth no tarda en decir:
—La escoltaré de vuelta.
Esas palabras me devuelven al presente. Todo el tiempo, mis
pensamientos vagaban hacia las raíces que hay sobre nosotros, hacia
el Árbol de la Vida. Como si, mirándolas fijamente el tiempo
suficiente, pudiera conectar con Lady Lellia, en lugar de con Lord
Krokan, y tal vez captar de ella un atisbo de comprensión.
¿Cuál es el papel de Lellia en todo esto? Tal vez me equivoque. Tal
vez estoy pensando en ella como la cautiva cuando en realidad es la
causa de la putrefacción. Quizás la diosa de la vida acabó resentida
por el caos que causaron sus hijos, el resentimiento llevó a la
putrefacción del odio y eso es lo que está causando la ira de Lord 414
Krokan.
Hay un filo de comprensión en mi mente que ha estado
consumiendo mi atención toda la tarde. He estado repitiendo los
himnos de los antiguos, tratando de encontrar alguna pizca de
comprensión que aún no me había sido concedida. Como si
escondida en sus palabras ininteligibles, apenas comprensibles,
estuviera la clave de todo esto.
—No me importa acompañarla —dice Ventris con una nota de
escepticismo.
—Por supuesto que no, pero como Duque de la Fe sin duda tienes
otras obligaciones importantes. —Ilryth sonríe—. Permíteme aliviar
un poco tu agenda. Además, puedo proceder con su próximo
conjunto de marcas.
—Muy bien. —Ventris se aleja nadando con aire de lavarse las
manos. Supongo que es mejor que sospechar.
Ilryth y yo nos vamos. No dice nada en todo el camino de vuelta a
mi habitación. Los guerreros a ambos lados de la entrada del túnel
que conduce a mis aposentos no nos siguen. Apenas nos saludan más
allá de una respetuosa inclinación de cabeza.
En cuanto nos quedamos solos en mi habitación, Ilryth se desplaza,
nadando frente a mí, con una mano que me rodea la cintura. Su otra
mano se mueve para enredar sus dedos en mi pelo. Reclama mi boca,
suave pero exigente.
Se me escapa un suave gemido. Resuena entre nosotros. Él
responde con una nota grave y resonante que parece retumbar en lo
más profundo de mi ser. Un sonido que parece originarse dentro de
mí, más que en él.
La lengua de Ilryth se desliza en mi boca, encontrando la mía
ansiosa y expectante. No respiro, pero el pecho me arde como si me
hubiera robado el latido del corazón entre las costillas. Cuando por
fin se separa, me siento mareada y anhelante.
Aprieta su frente contra la mía.
415
—Siento no haber venido antes.
—No fue tanto tiempo —le digo, como si no hubiera esperado toda
la noche por él.
—Me pareció largo.
Me río suavemente.
—A mí también.
Una sonrisa deslumbrante se dibuja en sus labios. Lo miro
fijamente, resistiendo a duras penas las ganas de besarlo. Debe de ver,
o intuir, mi deseo, porque se inclina una vez más y roza mis labios,
sustituyendo el agua fría por su cálido sabor.
—He pasado la noche en vela… —Sus palabras resuenan en mi
mente mientras me besa. Me sorprende que sea capaz de formar una
frase coherente. Yo desde luego no podría cuando sus labios están
sobre los míos—. Pensando en todas las razones por las que no podría
acudir a ti… no debería… ni siquiera debería quererte. Y sin embargo.
—Se mueve, profundizando el beso una vez más—. Por cada razón
que pensaba, te deseaba aún más. Cuando se trata de ti, cada no se
convierte en un sí.
—Como si esto fuera lo único que sabes que está bien en el mundo.
—Mis palabras son un susurro mientras él se aparta con un leve
movimiento de cabeza, su nariz rozando la mía.
—Ojalá pudiera rediseñar las estrellas para darnos más tiempo.
—No malgastemos el tiempo que tenemos centrándonos solo en lo
rápido que acabará. —Me encuentro con sus ojos brillantes y llevo
mis manos a su cara, recorriendo su fuerte mandíbula—.
Concentrémonos en nada más que en el otro, durante los breves
momentos que podamos estar juntos.
—¿Y si hubiera una manera de que pudiéramos permanecer
juntos?
—¿Qué? —Parpadeo. La idea parece casi cómica. ¿Una forma de
evitar que la rueda del destino nos haga polvo, después de todo 416
esto?—. ¿De qué estás hablando?
—Podría consultar los viejos pergaminos aquí en el Ducado de la
Fe. Tal vez haya algo en los registros del Duque Renfal. Tal vez…
—Ilryth. —Lo detengo con firmeza pero con suavidad solo por su
nombre—. No podemos.
—Pero…
—Di mi palabra. A ti, a Lucia, a todo el Eversea y a mi familia —le
recuerdo. Algo surge de lo más recóndito de mis recuerdos. Una vaga
noción sin forma. Un sentimiento, más que un pensamiento
tangible—. No puedo dar marcha atrás. Me dijiste lo mucho que
significa un juramento para la gente del Eversea.
—Más que nada. —Suspira, sosteniendo mis manos con las suyas—
. Y aun así tu significas…
—No significo nada para ti más allá de la ofrenda —lo
interrumpo—. Y tal vez una indulgencia —añado con una sonrisa
tímida.
Comparte la expresión, brevemente. Pero no llega a sus ojos. Las
advertencias de Lucia vuelven con fuerza.
«Se está enamorando de mí».
Puedo verlo, claro como el día. Lo siento. Si no detengo esto, está
condenado a un mundo de dolor.
Pero… ¿cómo puedo detener algo que una parte de mí desea
secreta y desesperadamente? Quiero ser amada. Que me necesiten.
Quiero que me toquen y me conozcan.
—Aún no estoy listo para perderte.
—Tenemos casi dos meses —le recuerdo.
—Menos que eso.
—Cuando llegue el momento, estarás harto de mí. —Le suelto a
pesar de que cada fibra de mi cuerpo lo anhela. Lo desea. Cuanto
menos me aferre a él, mejor.
—Dudo que eso pueda ocurrir. —Me mira con recelo mientras 417
nado hacia el balcón.
—No me pongas a prueba. Puedo ser mucho.
Resopla y viene a sentarse a mi lado en lo que se han convertido en
nuestros sitios habituales.
—No estoy seguro, si se tratara de una guerra de voluntades entre
nosotros, quién ganaría.
«Yo». Pero yo no lo digo. Lo demostraré manteniendo nuestro
rumbo. He trazado una carta contra las estrellas, juré a la tripulación
que es el Eversea. No hay otro lugar a donde ir más que hacia
adelante.
—En realidad tenía una pregunta para ti. —Me muevo en la
barandilla del balcón. Hay algo en esta pregunta (a pesar de mi
necesidad de hacerla) que me incomoda porque es algo que debería
saber. Pero no puedo… por mi vida… recordar…
—¿Sí?
—¿Cómo se ha llegado a este acuerdo? —pregunto finalmente.
Se gira para mirarme.
—¿Qué quieres decir?
—Sé que iba a ser reclamada por ti. Recuerdo… esperarte. —Me
paso los dedos por el antebrazo—. Pero dime, ¿cómo lo supe? ¿Cómo
llegué a ser elegida como sacrificio?
Sus labios se separan ligeramente y luego se cierran mientras su
pecho se hincha. Parece que se está preparando. El afecto que había
en sus ojos huye de la pena que los llena. Dolor… ante la idea de que
no recuerde. Por lo que he perdido.
Eso será, la clave para destruirlo todo cuando llegue el momento.
Será dejarlo ir de una manera que solo yo puedo, de una manera sobre
la que él no tiene control. Una forma de la que no hay vuelta atrás.
No vacilaré. Cuando llegue el momento, mataré este amor incipiente
recuerdo a recuerdo, arrancándolo de mí, y de él.
—Tú… hiciste un trato conmigo… —Empieza despacio, 418
encontrando su ritmo mientras habla. Recuerdo algunas cosas que me
dijo en el pasado. Otras las he olvidado por completo.
«¿Por qué estaba en el océano aquella noche?» Él no lo sabe, y yo
tampoco. Cuando termina de hablar, apoyo la sien en su hombro y
dejo que me pesen los párpados. Se cierran lentamente.
—Me alegro de que nos hayamos conocido —admito, aunque
todavía hay espacios en blanco en mis recuerdos. Hay cosas que no
dice.
—Yo también. —Me besa la frente, los labios se demoran,
temblando ligeramente—. Una humana y un Siren. Qué pareja tan
improbable.
—No más improbable que un humano respirando bajo el agua… o
siendo sacrificado a un dios antiguo.
Canto mejor que nunca. Practico con Ilryth como antes. Pero
también canto sola, para mí misma. Hay paz en las palabras. En
dejarse llevar. En el dulce vacío que sigue a cada canción.
Vastas franjas de nada se apoderan de mi mente. La falta me deja
espacio para concentrarme en mi trabajo de aprender las palabras de
los antiguos. Pero Ilryth tiene otras intenciones.
Es como si quisiera llenar esos vacíos únicamente con
pensamientos sobre él. Su vida. Su cuerpo.
Me lleva de vuelta a la orilla del Árbol de la Vida y nos enredamos
en las olas. Su cuerpo es un éxtasis. Nuestros gemidos son una
canción. Cada vez se siente como si fuera la primera.
La próxima vez que cante, cada vez se convertirá en la última.
419

Si paso los dedos perezosamente por las marcas que Ilryth me ha


dibujado hoy, aún puedo sentir cómo me toca, cómo me abraza. Sus
manos invocan mágicamente pinturas y pigmentos bajo mi carne,
untándolos y dándoles forma mientras me besa para que
desaparezcan todas mis preocupaciones. Esta noche no oigo música
cuando estudio mi piel. En su lugar, oigo la canción de nuestro amor
resonando en mis oídos, un ritmo de sonido y percusión de caderas.
Se agita en mi interior una necesidad profunda y feroz. Se ha
despertado una bestia en mi interior, más temible que cualquier dios
antiguo, y agradezco la oportunidad de convertirme en el monstruo.
La noche ha caído sobre el mar, y yo espero en el balcón,
preguntándome y esperando que él venga a mí de nuevo. ¿Me llevará
a las orillas de la pasión? ¿Se acostará conmigo en mi cama?
Si su cuerpo y su mente están demasiado cansados por los
preparativos del día para tales delicias prohibidas, entonces todavía
espero que venga a mí, ya que me gustaría deleitarme con su mente.
Hay tanto que desearía saber sobre él. Tanto que sé que nunca tendré
la oportunidad de aprender.
Cada día me cuenta más cosas. Me llena la cabeza de historias. Este
hombre de rostro apuesto y lengua cariñosa… y ojos tristes. Me
cuenta historias de una fosa profunda y oscura, llena de monstruos.
De una gran aventura para conseguir plata. Me habla de una mujer
que lo salvó una vez cuando estaba al borde de la muerte.
Las historias despiertan algo en mí. Calor, al principio. Pero luego
inquietud. Desasosiego. Algo… que no está del todo ahí.
Miro por encima del Abismo una vez más.
El agua está más turbia de lo normal esta noche. La podredumbre
es agitada por corrientes invisibles. Me pregunto si Krokan estará
inquieto. Imagino a la monstruosidad retorciéndose y golpeando con
sus tentáculos el fondo del mar, levantando cieno. Sabe que estoy tan
420
cerca de ser suya. Debe sentirlo, porque yo puedo.
El pigmento que ha empapado mi carne empieza a estrecharse a mi
alrededor. No falta mucho para que las estrellas se alineen para mi
ofrenda. Estoy casi lista.
Sin embargo, una cosa me tira hacia atrás. Una cosa me retiene
aquí, por ahora. Miro hacia el borde del castillo que Ilryth rodeó
anteriormente. Esperando que venga a mí… No nos quedan muchas
noches.
Pero aún sé que no debo esperarlo. Aún tiene otras obligaciones y
debemos tener cuidado. Mordiéndome un suspiro, me vuelvo a mi
habitación y me acomodo en la cama cuando los versos de la tarde
han comenzado. El mar se llena de cantos de sirena que imploran paz
y protección. Realza el brillo palpitante de la anamnesis.
Lo desconecto, me tumbo y me hundo en la esponja. Expulso mis
preocupaciones. Disfruto del delicioso dolor que se ha colado en mis
huesos gracias a Ilryth. Aunque ya no necesito dormir, no creo que
eso me impida soñar esta noche. Se me cierran los ojos. Arrastro una
mano por mi pecho hasta alisar mi palma a lo largo de mi estómago.
Incluso sin él aquí, mi interior ya está ardiendo.
Mis dedos se deslizan hacia abajo y se acurrucan entre mis muslos.
Hago círculos perezosos con el dedo corazón, suspiro por segunda
vez y me dejo llevar por el movimiento. Pienso en cómo se sentía
dentro de mí, debajo de mí. Sus caderas chocando con las mías.
Nuestras respiraciones y gemidos son una canción diseñada por
nosotros mismos. Me agarro el pecho con la otra mano, tirando de él,
retorciéndolo, provocándolo como hizo su lengua. Aumento la
velocidad y mis caderas se arquean ligeramente por la necesidad.
A través de los pesados párpados noto movimiento y retiro las
manos de mi cuerpo al instante. Un sudor frío me invade, intentando
sofocar el calor que se había ido acumulando. Por suerte, no se
extingue, ya que mi mirada se centra rápidamente en el hombre que
flota en la entrada de mi balcón.
«Ahí está». En toda su gloria. Me relajo. 421
Ilryth me mira como si deseara devorarme entera. Consumirme
bocado a bocado. Sin decir palabra, se desliza y se posa a mi lado.
—No dejes que te interrumpa. —Su voz es de seda y su mano se
posa sobre la mía, entre mis piernas. Su otra mano se desliza por
detrás de mi cuello, sujetándome la cabeza mientras me besa
lentamente. Cada deslizamiento de nuestros labios me lleva al límite
de toda razón.
Algo tan simple como un beso nunca se había sentido tan delicioso.
Tan prohibido y a la vez tan desesperadamente necesario. Se separa
justo cuando intento entrar en su boca con la lengua. Cambiando de
posición, aprieta su sien contra la mía; las palabras que pronuncia
parecen susurradas en mi oído.
—Una vez te dije que me gustaría adorar el altar de tus caderas. ¿Te
acuerdas?
—Sí, quiero —le digo. Él vacila, buscando mi expresión—. Fue en
la playa, la primera vez que fuimos —añado, para demostrarle que,
en efecto, lo recuerdo. Intenta ver si la mujer con la que creó esos
recuerdos sigue aquí. A pesar de todo en lo que me he convertido y
de todo lo que ya no soy.
—Sí. Por eso, esta noche he venido a mostrarte mi obediencia.
Un rubor sube por mi cuerpo, aunque no por vergüenza. Sigue
besándome la cara y el cuello mientras nuestras manos vuelven a
moverse. Ilryth se aparta un poco y lo miro fijamente a los ojos.
Quiero que vea cómo alcanzo la cima del placer. Cada suave caricia y
giro de mis dedos se siente mejor con la presión de su mano sobre la
mía.
Sus labios llegan hasta mi pecho. Aparta el escaso trozo de tela con
los dientes y rodea el pico de mi pecho. Mi espalda se arquea sobre la
cama, inclinada hacia él, anhelándolo. Por más.
Mis pensamientos son confusos, pero agradables. No me concentro
en nada más que en él y en la sensación de su cuerpo junto al mío.
Suelto el pecho para tocarle la cara cuando él se aparta, cambiando 422
al otro. Se detiene y me mira con toda la admiración del mundo. Me
mira como si me quisiera aunque sé que no podría porque ambos
conocemos nuestro destino. Los dos sabemos qué destino nos espera.
Pero en ese momento, no me importa, y creo que a él tampoco. Él
está aquí conmigo. No porque quiera llevarse algo, porque ya he dado
todo lo que me quedaba por dar. Le he dado mi cuerpo. Le he dado
mis pensamientos. Le he entregado mi vida. No hay nada más que
pueda ganar complaciéndome. No hay ninguna otra promesa que
pueda solicitar.
No, debo creer que está aquí porque quiere. Ni más ni menos.
Perfecto a su manera. Habiéndome medido siempre en el contexto de
lo que puedo dar a los demás —definido mi valor en función de lo
que puedo ofrecer—, la idea de que él me quiera sin ningún otro
motivo ulterior es lo más atractivo que he conocido nunca.
Y lo deseo en la misma medida. Ese pensamiento, combinado con
el movimiento sostenido de sus dedos, es suficiente para llevarme al
límite, para que mis uñas se claven en su hombro y mi pecho se
apriete contra él mientras floto fuera de la cama y me alejo de mi
cuerpo durante varios momentos de felicidad.

—Ahora puedo oírlos —digo mientras miro fijamente al Abismo.


El Abismo me devuelve la mirada esta noche. Esperando. Cada
semana más impaciente.
—¿Oír qué? —me pregunta desde mi lado. Me acaricia suavemente
el brazo, como si quisiera recordar que sigo ahí.
No estaría en ningún otro sitio. Aún faltan dos semanas para el
solsticio de verano. No puedo ser enviada al Abismo todavía. Pero
pronto.
—Las canciones de los muertos —respondo.
Guarda silencio durante un largo momento. Me pregunto si esta 423
información le habrá disgustado. Finalmente:
—¿Cómo suenan?
—Como gritos.

El calor de sus brazos es como el de un hogar olvidado hace mucho


tiempo. Su tacto es dicha y consuelo. No es diferente de los himnos
que canto durante el día. Ilryth y yo cantamos una canción diferente
por la noche. Una que es totalmente nuestra, pero en armonía con la
de Krokan y Lellia.
Arrastra un dedo por mi clavícula. El roce se hace más distante cada
noche. Llega hasta la punta de mi barbilla, acercando mi cara a la
suya. Se inclina y me besa dulcemente. Con nostalgia.
Me muevo, respondiendo a su necesidad con la mía. Es lo único
que conozco en el mundo: su necesidad. Este deseo.
Ilryth se separa del beso y frota su nariz contra la mía. Flotamos
por la habitación, ingrávidos, llevados por las corrientes de la dicha.
—Lo sé, estás decidida… pero no puedo evitar desear que aún
hubiera otro camino. Si pudiera tomar tu lugar como sacrificio, lo
haría.
—No puedes. —Sonrío, algo triste… porque puedo sentir la pena
en su interior, aunque ahora me cueste comprenderla del todo.
—Lo sé. Y…
—¿Su Santidad? —interrumpe otra voz. Es la joven que ha venido
a atenderme regularmente.
Ilryth me suelta y nos separamos mientras ella entra. Sus ojos nos
miran con desaprobación. No dice nada mientras canta sobre mi
carne. Luego hace un leve gesto con la cabeza y se marcha enseguida.
424
—Creo que ya no le gusto. —Al principio, ella parecía un poco
aficionada a mí. Pero eso se desvaneció.
—Lucia está preocupada por mí, eso es todo. —Suspira y se pasa
una mano por su halo de pelo dorado—. Ya sabes cómo son las
hermanas.
—No, no lo sé.
La quietud se apodera de él. Sus grandes ojos miran fijamente a la
nada. Parece como si le hubieran apuñalado en las tripas.
Nado hacia él y apoyo las palmas de las manos en su pecho. El
contacto de su piel llena mi mente de notas que estallan como
burbujas en un día de verano. Una sinfonía de sonido y placer.
—No pongas esa cara de decepción… solo nos quedan unos días.
Disfrutémoslos juntos, como hasta ahora —le digo, inclinándome
para besarlo.
Ilryth lleva mis manos a su pecho, sujetándolas, pero aparta la cara.
No me permite besarlo. Sus ojos enrojecen ligeramente. Las aletas de
su cola se aflojan.
—¿Por qué… estás llevando a cabo este sacrificio? —La pregunta
tiene un ligero temblor.
—Porque es un honor ser la ofrenda para Lord Krokan —digo—.
El himno lo ordena.
—¿Hay alguna otra razón? —Me suelta las manos para agarrarme
los hombros. La mirada de Ilryth es intensa. Está desesperado por
algo que no sé si puedo darle.
—¿Por qué tendría que haber otra razón?
Su agarre se afloja un poco.
—¿Nada más te obliga que el himno de los dioses antiguos?
Sacudo lentamente la cabeza. Me suelta y su calor se retira con él.
Me abalanzo sobre él, intentando atraparlo. Intento atraerlo hacia mí. 425
No quiero que esto termine. No quiero perderlo. Es lo último que
tengo que sé que es mío, y ese pensamiento me hace sentir un pánico
que parece pertenecer a una persona totalmente distinta.
—Espera, ¿te vas?
—Sí.
—Pero tú… pero nosotros…
—Esta noche no. —La sonrisa triste ha vuelto. Ve mi confusión y se
inclina hacia delante, dándome un suave beso en la frente. Con un
suspiro, se inclina sobre mí. Sus pensamientos se deshilachan—. No
puedo acostarme con una mujer que ha perdido el sentido de sí
misma.
—Sé quién soy —insisto—. Soy Victoria.
—¿Dónde vivías antes del Eversea, Victoria? —pregunta. No tengo
respuesta—. ¿Dónde creciste? —Sigo sin respuesta—. ¿Quiénes eran
tus padres? ¿Tus hermanos?
Me alejo un poco para mirarlo. ¿Por qué hace esto? Estas preguntas
me llenan de pánico. Siento cómo las sombras arañan las paredes de
mi mente, suplicando que las libere. Pidiendo que la claridad las
ilumine y las vuelva a enfocar.
—Puede que sepas tu nombre, pero has perdido todo lo que eres, y
yo…
Me aferro a la palabra. Me inclino más cerca, como si tal vez
pudiera robarle un beso más. Lo necesito desesperadamente.
—Te amo —susurra suavemente—. Te amo demasiado para
besarte, para tenerte, si tu mente no está conmigo.
—Sé lo que hago.
—Sí, pero no puedo evitar preguntarme si tus elecciones serían
diferentes, si aún poseyeras todas las facetas de ti misma. Yo… no
quiero esta versión de ti —admite, y puedo oír lo doloroso que es
hacerlo—. Quiero a la mujer de la que me enamoré.
—Ilryth… 426
—Es hora de dejarlo ir. Olvídame, Victoria. —Se inclina y me besa
por última vez. Es un adiós.
Capítulo 39
Me siento en el balcón, cantando mi canción. Mi cuerpo vibra con
las palabras de los dioses antiguos. Las marcas de mi carne brillan a
la luz del sol filtrada por la podredumbre.
Se me acerca una joven de pelo rubio y ojos tristes. Comprueba mi
unción en silencio. Pero, antes de irse, pregunta:
—¿Has visto a Ilryth últimamente? No ha acudido a sus reuniones
como esperaba.
Arrugo la frente.
—¿Quién?

427
Capítulo 40
Por fin ha llegado el día.
La mujer de cabellos dorados viene a vestirme. Sus ojos están
tristes, pero sus manos atentas. Me adorna con galas.
De la cabeza a los pies, estoy pintada con las brillantes salpicaduras
y remolinos de los antiguos. Puedo oír su música en las líneas. Fuerza
bruta, arrancada de los tejidos invisibles del mundo. Restos de una
época pasada a la que pertenezco más que al presente. Aunque mi
forma física flote en el mar, mi alma ya está con el viejo dios en lo
profundo de las olas que me llama sin cesar…
«Sin fin…»
Me colocan una nueva capa alrededor de las caderas. La joven me
aplica conchas sobre los pechos con una sustancia viscosa que las
pega en su sitio. Lo mismo hace con otras conchas y pequeñas rocas
428
cristalinas que se me pegan por todas partes.
Una gargantilla de muchos collares y perlas se arquea sobre mis
hombros y alrededor de mis costados, por debajo de mis brazos.
Tengo el pelo recogido con una aguja y una concha espinosa. Me ha
untado aceite por todas partes. Esta sustancia no está pigmentada,
pero crea un brillo opalescente en mi piel. Cuando termina, estoy
completa: un sacrificio listo y dispuesto.
Me conducen a través del castillo, con himnos bajos que ya zumban
a través del agua. Los cantos de las sirenas son más apagados que los
que conozco, que las obras maestras que he estado escuchando
mientras contemplaba el Abismo.
Llegamos a una sala cavernosa con esculturas de Lellia y Krokan.
En el centro se ha colocado un gran estrado. En realidad es más bien
un pedestal, ya que se trata de una sola columna ancha que se
extiende hasta la mitad de la sala. En su parte superior se encuentra
la mitad inferior de una gran concha, llena hasta el borde de perlas y
piedras preciosas.
Nos acercamos nadando y ella me coloca encima. Me acomodo
delicadamente sobre las galas, agradecida por las aguas del Eversea
y sus propiedades únicas que me permiten flotar justo por encima de
las rocas, en lugar de poner todo mi peso sobre ellas. Sería bastante
delicado, dado lo poco que llevo en la parte inferior.
—Comenzará pronto, Su Santidad —dice la joven, y luego se
marcha con los guerreros que nos escoltaron.
Me siento en silencio y me giro hacia la estatua de Krokan, situada
en un extremo de la sala. Encuentro sus ojos esmeralda y caigo en un
estado de trance. La habitación que me rodea se desvanece en la nada.
Un movimiento me devuelve la atención al presente. Un hombre
de pelo castaño se acerca a mí, rodeado de guerreros. Este último
empieza a cantar y a balancearse, mientras el primero comienza a
dibujar música sobre el pedestal con una gruesa pintura grasa. Las
líneas arremolinadas llevan música. La canción que se ha escrito en
429
mi carne, en mi alma, está alcanzando su crescendo.
Más voces llenan la caverna. Docenas de cantantes, todos
armonizando a la vez, y no puedo evitar balancearme al ritmo que
marcan sus palpitantes palabras. Me pesan los párpados. La canción
parece envolverme de golpe y sin previo aviso.
Un grupo de hombres y mujeres se acerca nadando. Cada uno
sostiene un bastón de madera con una bola plateada de tentáculos en
un extremo. A cada compás de su canción, lo agitan en el aire,
meciéndose al compás de la música. Sus ropas son tiras de tela
multicolor de todos los colores y dibujos que flotan a su alrededor
como insignias agitadas por las corrientes. Encabezan una procesión
de gente que se aprieta hasta quedar al ras, hombro con hombro.
Me siento abrumada por todos ellos. Solo hace falta un momento
para que la habitación se sienta abarrotada de cuerpos y sonidos.
Aunque tal vez la sensación se deba sobre todo a ver y sentir todos
sus ojos puestos en mí y solo en mí. Levantan las manos al unísono
cuando la canción alcanza su crescendo. Es como si me estuvieran
tendiendo la mano. Suplicándome.
«Acaba con él», cantan. «Calma a nuestro inquieto dios. Calma su
ira. Sé un digno intercambio por la paz.»
Con el clímax, la canción se acaba y el silencio inunda la sala.
El hombre que dibujaba música a mi alrededor ahora nada sobre
mí. Las capas de tela plateada que rodean sus hombros se
arremolinan y se unen. Se dirige a la sala y se gira mientras habla.
—Hoy es el día de los cinco años del solsticio de verano. El día en
que presentaremos a Lord Krokan su ofrenda tal y como ha exigido.
¿Quién nos ha traído esta ofrenda?
—Yo lo he hecho. —Un hombre de pelo rubio pálido nada por
encima del resto. En el momento en que pongo los ojos en él todo lo
demás se desvanece.
Una melodía lenta y delicada trina en el fondo de mi mente. La
canta un cantante solitario, en algún lugar profundo de mi alma. Una 430
canción que es solo para mí…
Y para él.
«¿Quién es?»
—Duque de Spears, háblenos de su ofrenda.
—Victoria es una mujer de carácter estimado. Una mujer que ha
sacrificado mucho para estar aquí. Que me ha jurado con su vida, con
todo lo que es, que traerá la paz a la furia de Lord Krokan. —Mientras
habla, cada latido de mi corazón intenta acercarme a él. Me suplica
que me vaya de donde estoy sentada y nade hacia él. Que lo abrace…
«Extraño».
—Como predijo mi padre —comienza de nuevo el primer hombre
de pelo castaño—, cuando comulgó con el viejo dios: «Krokan quiere
una mujer, rica en vida, y las manos de Lellia, para descender al
Abismo, solo cada cinco años».
La sala se llena de estrépitos al golpear las lanzas de madera contra
las raíces que recubren las paredes en respuesta a la proclama del
hombre.
—Hoy es el día de la despedida, el día en que impartiremos
nuestras canciones y nuestros deseos sobre la ofrenda para que llegue
a oídos de nuestro Señor Krokan. Los invitamos a otorgarle sus
bendiciones. Para terminar su unción. Y a reafirmar la fe en los
antiguos dioses a los que debemos nuestras vidas, y nuestras muertes.
Los hombres se alejan nadando, dejándome sola en el centro de la
sala. Soy un trozo de carne, ofrecido para ser trinchado. Todos me
miran con ojos hambrientos y miradas desesperadas.
El canto comienza de nuevo, un zumbido bajo de fondo. Como si
todos murmuraran en voz baja a la vez. Esta vez no hay palabras ni
significado intrínseco, por lo que puedo discernir. Estoy tan
concentrada en intentar descifrar la canción que no me doy cuenta de
que alguien se me acerca hasta que está en el pedestal.
Es un joven de no más de diecisiete años. Inclina la cabeza y junta
431
las manos sobre el pecho en señal de oración. El Siren deja escapar un
canto largo y solitario. En este himno, puedo oír palabras:
—Guía a mi madre a su descanso. Cuida de mi hermano que, tras
ella, sucumbió a la podredumbre. Que los mares se calmen y
purifiquen. Que el Eversea se convierta en un océano que pueda
albergar alegría y paz. —Cuando termina, me tiende la mano. En mi
hombro aparece un único punto que engloba toda su canción, y luego
se aleja.
La siguiente en acercarse es una joven. Al igual que el joven que la
precedió, junta los dedos delante de sí e inclina la cabeza antes de
empezar a cantar.
—Que nuestros campos sean bendecidos con mareas cálidas y
limpias. Que los espectros no ronden nuestras costas. Que la furia en
tu corazón, Lord Krokan, finalmente se calme.
Sus marcas aparecen en mí de otro color, en el dorso de mis manos.
Cuando me mira por última vez, le sostengo la mirada. Hay algo casi
familiar en ella…
Me suelta y se acerca la siguiente persona.
Las sirenas y sus canciones privadas, cantadas solo para mí,
parecen no tener fin. Una tras otra, se presentan ante mí. Cantan sus
versos desesperados teñidos de tristeza y anhelo. Se ciernen sobre mí
y, con un solo dedo, descargan sobre mis hombros el peso de todas
sus esperanzas.
Es aplastante.
Todos esperan desesperadamente —suplicando— el día en que
oigan esas dulces palabras:
«No pasa nada, ya no tienes que preocuparte. Estás a salvo.»
Quiero decírselas. Quiero darles la poca esperanza que puedo
arrancar de estos cansados huesos míos. Empiezo a tararear en
silencio en respuesta a sus cantos. Luego empiezo a cantar más alto, 432
con ellos. No digo ninguna palabra, ni intento imbuirles ninguna
intención. Es su momento. No quiero quitárselos. Más bien, quiero
armonizar en solidaridad. Lo único que me gustaría decir, si dijera
algo, sería: «Los escucho. Los veo».
Las horas se alargan. Uno tras otro vienen a mí. Sus voces me
pintan una y otra vez. Siento que mi cuerpo se ha desvanecido en
cada borrón de color y sonido. Cualquier incomodidad que pudiera
haber sentido ante todos los extraños que me tocan desaparece con
mi conciencia física.
Solo existe nuestro canto solemne. Esta oración que compartimos.
Mi despedida.
Y de repente, la habitación se queda en silencio. Mi cuerpo vuelve
lentamente a mí. Parpadeo hacia el techo, hacia los árboles
fantasmales que se extienden hacia mí como las manos de la
mismísima Lellia, extendiéndose para abrazar a sus hijos vivos. Mi
barbilla sigue el movimiento de mis ojos, cayendo. No recuerdo haber
echado la cabeza hacia atrás cantando. Tampoco recuerdo a ese
hombre con esa extraña melodía que retumba al compás de su
corazón mientras se acerca.
Pero ahora se cierne ante mí. Una mirada fija suya y el mundo
vuelve a caer sobre mí.
Quiero otra vez. Vuelvo a sentir. El recuerdo de él persiste en mí,
arraigándome en este lugar. Tal y como me advirtieron. Él es mi
atadura a este mundo y siempre lo será. Conozco esa verdad
inmutable en mi alma.
Pero en lugar de causar conflictos, refuerza mi convicción. Se ha
convertido en la única representación de todo por lo que aún tengo
que luchar. Puede que no recuerde a todos los hombres y mujeres que
me precedieron y cantaron. Pero me acordaré de él. Incluso en lo más
recóndito del Abismo, donde nunca ha llegado la luz del sol, cuando
todo lo demás se desvanezca… estará la luz que él ha puesto en mi
corazón. La felicidad y la alegría que hacía tiempo que había
descartado volver a sentir. 433
«Pero, ¿cómo se llama?» La pregunta me quema la mente mientras
canta para mí, por lo que sé que será la última vez. Alarga la mano y
arrastra un dedo por el agua, dibujando mi cuerpo sin tocarlo. Hace
lo mismo con la mano izquierda. Y luego otra vez con la derecha. Y
otra vez. Y otra vez.
La canción empieza suave y solitaria, como siempre. Pero por fin
puedo oír palabras en ella.
Escucho la historia de un niño que intenta ser digno del título que
le ha tocado. De un pueblo por el que teme. El dolor de ver cómo su
hogar… y su madre… se desvanecen.
Su historia se traslada al presente, y su voz cambia con ella. Hay
trinos de felicidad, de notas sostenidas. Ha conocido a alguien en esta
historia que teje con sonido y nunca ha habido una voz más feliz. Un
estribillo más alegre. No sé si canta solo para mis oídos, pero estoy
demasiado cautivada para preocuparme por el resto.
«Canta para mí», dice mi corazón. «Una última vez, canta para mí».
«Canta para mí», parece resonar, igual que hace tantos meses.
Y así lo hago.
Levanto la voz al mismo tiempo que él. Me tiende las manos y yo
las sujeto, temblando ligeramente. Nadamos por encima de las
sirenas reunidas, subiendo por una abertura en el techo que quedaba
oculta por los árboles de anamnesis. Las demás nos siguen; las
percibo tanto como las oigo cuando se unen a nuestra canción. Pero
la única voz que me importa es la de este hombre.
Sujeta nuestras manos entre nosotros, impulsándonos hacia arriba
con la fuerza de su cola. Sus ojos se clavan en los míos, tan firmes
como siempre. Como si me dijera, «no tengas miedo», solo con una
mirada.
«Tengo miedo», ojalá pudiera decírselo. Pero no tengo miedo por
mí. Tengo miedo por él. Por lo que seguirá a mi partida de este reino.
Salimos a mar abierto, por la parte superior de una gran chimenea
de coral, que crece orgánicamente desde el castillo que tenemos 434
debajo. Un gran arco inacabado, como un puente cortado en dos, se
extiende desde esta chimenea; es una construcción que sería
imposible sostener sobre el agua. Puedo verlo como lo que es: un
largo tablón que se extiende hasta el Abismo.
Mi nado final.
El hombre de los ojos tristes me lleva hasta el final, nuestras manos
aún entrelazadas. El resto de las sirenas salen a mar abierto, como
murciélagos de una cueva al anochecer, para dar testimonio. Pero no
se dispersan ni se acercan, sino que todas revolotean y observan
desde la distancia. Un coro de cuatro ocupa su lugar a mitad del arco
roto, en el punto medio entre nosotros y el resto de las sirenas.
La canción se ralentiza, todas las voces se desvanecen. La suya es
la última que queda. Aunque incluso se desvanece cuando suelta mis
manos.
«No te vayas», me gustaría poder decir. «No me dejes».
Me dio tanto, y al final todo lo que puedo desear es más. Vuelven
los recuerdos, tan breves y nebulosos como el parpadeo de la luz de
un farol en la pared de un barco. Un día más para mirarlo a los ojos.
Una noche más de besos, de dormirme en sus brazos. Un momento
más de pasión que me hiciera sentir más viva como una creadora de
poder ancestral que como una mujer de carne y hueso.
Ya no se oye nada. El mar está anormalmente quieto, como si
contuviera la respiración, esperando.
—Ilryth —susurro.
Sus ojos se abren de par en par. Me observa viéndolo. Mi
conocimiento. Mis manos vuelven a agarrar las suyas, temblorosas
como el dique que se ha construido en mi mente, intentando
inútilmente bloquearme.
—Ilryth —digo con más confianza—. Yo…
—¡Sale la luna! —canta Ventris con un grito. Un rugido que
amenaza con partir el mar en dos es su respuesta. 435
El fondo del mar retumba, las olas se agitan, descendiendo en
espiral en un vórtice de podredumbre roja y muerte. Cada dibujo de
mi piel se condensa. La tinta vibra como si quisiera despedazarme.
Miles de canciones, superpuestas unas sobre otras, en disonancia con
miles de gritos que vienen de las profundidades. Puedo oírlos todos,
cada palabra rota y aterrorizada: las sirenas que dependen de mí y las
almas que me esperan.
Me aferro a Ilryth. A este hombre del que apenas recuerdo nada y,
sin embargo, conozco con todo mi ser. Pero es demasiado tarde. Todo
se desmorona.
—Victoria. —Mi nombre es un susurro de su mente a la mía, dicho
como una promesa de que todo lo que tuvimos, cada atisbo que
puedo recordar y todo lo que no, fue real.
—Te amo —digo mientras me arrancan del mundo de los vivos y
me arrastran hacia abajo, hacia abajo y más abajo en el Abismo de la
muerte del que no hay retorno.
Capítulo 41
Me tiran hacia abajo a una velocidad imposible. La piel y el
músculo se desgarran del hueso. El color y la luz se mezclan con el
sonido, con la carne y la magia. El peso del mar me convierte en
polvo.
Y sin embargo, persisto.
El miedo me es arrancado. Mis preocupaciones y mi dolor se van
con él. Incluso los pensamientos errantes se alejan. Es como si me
arrancaran del alma hasta el último vestigio de lo que fui. Me
esparcen entre el mar nocturno y la podredumbre arremolinada.
No estoy segura de lo que queda. Quién soy ahora. Qué soy ahora.
Lo único que sé es que no estoy muerta. Una vez más, he sido
arrastrado a la fuerza de un reino a otro y mis ojos no se cierran por
última vez. Mi conciencia persistente es tan tenaz como la canción que
436
aún me envuelve. Una parte de mí aún vive.
Este es el secreto de la Muerte, el gran misterio del viejo dios oculto
en los himnos: No hay fin. En realidad, no. Continuamos más allá del
punto del olvido. Donde un mundo se detiene, otro comienza. Al final
de cada exhalación hay un nuevo aliento.
La muerte no es una finalidad, sino un cambio irrevocable. Es una
continuación, pero más allá del punto de no retorno. Una verdad que
no puede verse hasta que se experimenta la metamorfosis.
El lejano canto de las sirenas se convierte en un latido en el fondo
de mi mente. Su pena y su dolor desatan una tormenta que aúlla bajo
las olas. Las aguas se vuelven violentas y me arrojan sin cuidado. Es
como si estuvieran resentidos conmigo por la desgracia que les ha
ocurrido. Quieren destrozarme para que haya más de mí. Tiran de mí
en distintas direcciones. Sus líneas se vuelven afiladas, delgadas, y
me deshacen.
Pero no lucho contra ello. Mantengo mi conciencia anclada en la
única canción disonante que sigue retumbando en mi corazón. La voz
de Ilryth sigue llegando a mí. Persistente. Recordándome que todos
dependen de mí, que él depende de mí. No puedo olvidar esa única
misión y objetivo.
No lucharé contra este destino. Sé que estoy indefensa ante él. Cada
elección olvidada que me trajo aquí. Cada paso que di y que ya no
recuerdo.
Mi descenso se ralentiza en cuanto me entrego a él. Me relajo en el
remolino del mar con un suspiro. Hay canciones a mi alrededor, pero
ninguna más fuerte que la canción que llevo dentro.
«Te amo.»
Él, Ilryth, me lo dijo. Y yo le correspondí. No sé por qué, pero no
tengo por qué saberlo, porque me suena a verdad.
Sigo a la deriva como una de las hojas plateadas del Árbol de la
Vida, cayendo sobre la brisa marina hacia las olas espumosas. Mi 437
impulso se ralentiza. Y me inclino. Ya no caigo de espaldas, sino que
mis pies están debajo de mí.
Las olas arremolinadas y la podredumbre se condensan en formas.
Montañas y valles —otro mundo— bordeados de fumarolas
humeantes y lava incandescente se extienden hasta donde alcanza la
vista en la mismísima fosa del mundo. El paisaje submarino se
desvanece a medida que desciendo más, sumergida en un manto de
noche eterna.
Mis pies se posan ligeramente sobre una tierra helada y rocosa. A
medida que mis ojos se adaptan a la extraña luz, los detalles se van
enfocando. Tengo la sensación de que lo que era de día se ha
convertido en noche. Lo que era oscuridad ahora es luz. Todo se ha
invertido y mi mente tarda en adaptarse.
A lo lejos, se vislumbra un tenue destello de plata. Parece una
invitación, aunque no creo que pueda contar con que nada sea lo que
parece. El Eversea era mágico, único y diferente del Mundo Natural.
Pero también era familiar, a su manera. Había leyes de los mortales y
de la naturaleza que persistían. Este lugar realmente parece… de otro
mundo.
Empujo con los dedos de los pies, esperando ser propulsada por el
agua como hasta ahora, pero no me deslizo hacia arriba. Al contrario,
tropiezo y caigo. Me duele la mandíbula, que se ha resquebrajado
contra la tierra rocosa, y me la froto para ponerme de rodillas. Mi pelo
sigue flotando a mi alrededor, rebelde, desafiando a la gravedad
como lo haría en el Eversea. Pero parece que la sustancia que me
rodea no es agua. Al menos, no el agua que recuerdo haber conocido.
Y aún siento dolor. Retiro la mano de la barbilla. No hay sangre.
Parece que sigo atrapada entre la vida y la muerte, entre lo humano
y algo… más.
Camino.
La luz plateada que vi atravesando la penumbra es una anamnesis.
Pequeña y frágil, parpadeante, como si fuera la llama de una vela a
punto de apagarse.
438
Me detengo ante el pequeño árbol y me siento obligada a tocarlo.
Alargo una mano y recorro las hojas plateadas con las yemas de los
dedos.
En cuanto entro en contacto con ella, me invade una canción que
embota mis demás sentidos. Es una canción nueva, de la que no
entiendo la letra, pero que comprendo claramente. La luz florece en
mi interior; la noche perpetua ya no me oprime.
Al igual que las marcas de mi cuerpo, la anamnesis es una
manifestación física de la música. La canción atrapada en su forma
fantasmal cuenta una historia. O lo intenta. Los acontecimientos del
cuento no siguen un orden lógico. El principio ocurre junto con el
final. El medio está separado, lo que dificulta saber qué es real, qué es
emoción y qué son recuerdos fragmentados de algo que me supera,
recuerdos que están atrapados en el propio Árbol de la Vida. «Esta
debe ser la canción de Lellia».
Veo un mundo joven, ocupado por espíritus de luz y oscuridad,
naturaleza y destrucción, vida y muerte. Un jardín tan grande que
podría ser todo el mundo conocido. Pueblos, sostenidos en el cálido
abrazo de lo eterno.
Aquí no había colas. Sin barreras. Ni vivos ni muertos. Unidad.
«Un elfo. El primero de su especie. Un rey».
Habla de un mundo con más orden. Un mundo más prolijo. Ellos
obedecen.
La canción cambia, entrando en los registros más agudos de las
notas. Se llena de nostalgia cuando las formas de los dioses se
desvanecen. Se van…
La canción se desvanece y, con ella, las visiones. Retiro la mano. El
árbol brilla con fuerza, las ramas tiemblan, brotan nuevas hojas, como
si rebosara una última vez de poder. Como una estrella brillante, se
apaga tras ese último acto de belleza. Se deshace en hebras plateadas
que se disipan en el agua y son arrastradas por una corriente a través
de la oscuridad, antes de condensarse de nuevo y encenderse en otro
pedestal rocoso en la distancia. 439
La canción crece una vez más a medida que me acerco a la segunda
anamnesis, y también lo hacen las visiones.
Las dríadas, talladas a su imagen. Las sirenas, hechas para Krokan.
Los elfos. Los fae. Los Vampir y Lykin. Más en los cielos y más en la
tierra. El mundo está lleno y las notas también. Cantadas con alegría.
Una vez más, la anamnesis se desvanece y el polvo plateado que
desprende se aleja a toda velocidad, guiándome. Sigo las motas como
migas de pan a través del Abismo. Cada una tiene una canción que
me da otro trozo de Lellia. Otro bocado de conocimiento de la diosa
atrapada.
Oigo su pena y siento su dolor durante las guerras mágicas. Su
canción vacila con visiones de reclusión. De inviernos que parecían
interminables. De un dolor que no podía ser aminorado por un
simple Rey Elfo y una Reina Humana.
Mi camino a través de la oscuridad no tiene obstáculos. Ya no hay
el grito de las almas ni el canto implacable que las sirenas me
impartían antes de mi partida. No hay movimiento en el borde de mi
visión. El agua —o quizá éter sea una palabra más adecuada para la
sustancia en la que estoy suspendida— está en calma y en silencio.
Me siento… a salvo aquí, por extraño que parezca.
Anamneses siguen cantándome sus canciones y me guían fuera de
la niebla de la noche hasta un río submarino de roca fundida. Una
barca de piedra está amarrada, atada, como si alguien supiera que yo
vendría. Mis manos se cierran en torno a su proa. Mis dedos se clavan
en la arena rocosa mientras empujo.
«Ya he hecho esto antes».
«¿Cuándo…?»
El recipiente está libre y salto a él con confianza. Mis pies nunca
corrieron el riesgo de tocar la lava. Es como si hubiera hecho esto
miles de veces.
Me alejo de la orilla y empiezo a remar con un remo que parece de
hueso. No tengo que esforzarme mucho, ya que el río tiene una fuerte 440
corriente y la mayor parte del tiempo puedo sentarme y observar este
extraño mundo que se ilumina lentamente. No puedo ver mucho,
pero lo que veo son los cadáveres marchitos de las enormes raíces del
Árbol de la Vida. Están arrugadas y marchitas. Enclenques en
comparación con las enormes estructuras entre las sirenas o incluso
en la Fosa Gris. Entre ellos se encuentran los restos óseos de los
emisarios de Lord Krokan, enterrados en tumbas olvidadas.
Pronto, raíces y huesos se convierten en nada más que polvo.
Consumidos por la misma podredumbre que corroe a la diosa.
A lo lejos crece una tenue bruma, una niebla pálida que recuerda a
una luz lejana. A medida que la niebla se difumina, empiezo a ver
movimiento en las orillas del río. Unas siluetas avanzan a
trompicones. Al principio, creo que no puedo distinguir sus detalles
porque están demasiado lejos, o la niebla es demasiado espesa, pero
entonces, algunas se acercan a la orilla del agua.
Son sombras vivas, vacíos condensados en los contornos de lo que
una vez fueron humanos. No, no solo humanos: hay otros entre ellos.
Algunas revolotean con colas de sirena. Otros tienen puntas, que
sobresalen de los lados de sus cabezas. Algunos tienen alas y otros
cuernos. Hay hombres, mujeres, bestias y criaturas que no reconozco.
Aunque no puedo ver sus ojos, sé que todos me miran.
«Te hemos estado esperando», parece decir su silencio.
«Lo sé», mi corazón canta con un suspiro en respuesta.
El barco se detiene en una orilla rocosa. Es difícil decir cuánto
tiempo he navegado sobre él; el tiempo es tan efímero como las
imágenes que pasan ante mí. Un momento está ahí y al siguiente ya
no. Aunque el río gira y sigue su curso a través de un paisaje árido y
misterioso, aquí es donde me llevó la corriente, donde se detuvo la
barca. El mensaje parece claro. Así que aquí es donde desembarco.
Dudo un momento. Los espíritus aún persisten, apenas visibles
para la niebla. Pero bien dentro del ámbito de mi percepción, porque
los siento más de lo que los veo. Espero a ver si alguno se acerca, pero
cuando ninguno lo hace, empiezo a caminar.
441
Se separan para mí. Ninguno se interpone en mi camino. Algunos
empiezan a caminar conmigo. Su presencia me resulta extrañamente
reconfortante, más que incómoda. Comenzamos a descender hacia un
profundo valle. Sé a quién encontraré esperándome en el punto más
profundo del Abismo. Ya puedo empezar a ver tentáculos como
serpientes retorciéndose en la distancia.
Desciendo por rocas y salto abismos. Casi he llegado al fondo
cuando una rareza llama mi atención. Es cierto que todo este mundo
es bastante extraño… pero esto es algo, alguien fuera de lugar y
totalmente distinto al resto.
Un alma en la lejanía todavía tiene un contorno plateado que abarca
el débil recuerdo del color y la forma. Trepa por la roca, lentamente
decidido a alejarse del Abismo de la muerte. Cada movimiento parece
herirle. Sus bordes se deshilachan, como si unas manos invisibles
intentaran arrastrarlo de vuelta.
Más arriba, veo el comienzo de una fosa profunda. Está luchando
por subir. Aunque no puedo comprender por qué. Miro entre el
hombre que lucha por escapar y las sombras que se arremolinan
abajo, y decido que él no es asunto mío.
Sigo descendiendo a través de la penumbra, la sombra y la
podredumbre. Muy por debajo de las olas, una corriente se levanta y
tira de mí. Me empuja en una dirección y luego en otra. Cuando
cumplo sus deseos, un suave susurro en lo más recóndito de mi mente
se hace más fuerte a medida que me acerco a Krokan. Si me muevo
en la dirección equivocada, el susurro se hace más débil. Es como un
juego de niños en el que la vida y la muerte y el destino de todo un
mundo están en juego.
A lo lejos, se perfila la silueta plateada de una anamnesis que
reconozco al instante. Una vez más, soy dirigida por Lellia. La vida
me lleva a la muerte.
Continúo, más allá de la anamnesis y del último retazo de luz que
ofrece. Ahora sí que no hay nada. El mar se ha convertido en un frío,
frío vacío. Nada más que roca lisa y arena debajo de mí. Nada por
encima ni a mi alrededor. 442
El miedo intenta atacarme, pero me niego a dejar que se apodere
de mi resolución. En su lugar, tarareo para pasar el tiempo mientras
sigo caminando. Se convierte en canto, como si pudiera llenar con mi
voz el vacío que me rodea.
En lugar de cantar las palabras grabadas en mi carne, canto otra
cosa. Es la misma canción ligada al nombre «Ilryth» y «amor». Tengo
la sensación de haber escuchado esta canción innumerables veces.
Que de alguna manera ha sido la gran obra de mi vida. Lo que sé que
en lo más profundo de mí, a pesar de todo, era lo correcto. Un gran sí
en una vida llena de no y falsos comienzos.
Los minutos parecen horas que se alargan hasta convertirse en días.
El tiempo se condensa bajo el peso de toda esta agua. Sin embargo, en
lo que también parece un abrir y cerrar de ojos, he llegado.
Capítulo 42
Sé que lo he conseguido en el momento en que una nueva canción
recorre mi mente. No hay palabras para la letra y, sin embargo, puedo
entenderla tan claramente como si alguien me hubiera sentado y me
hubiera hecho una pregunta sin rodeos.
—¿Quién eres? —exige la poderosa voz a través de su canto
disonante y a la vez armonioso. Una breve pausa y luego—: Tú no
eres mi amor.
—No soy Lellia. —Aunque ahora me pregunto si las marcas que
me han hecho (las que parecen poder invocar y obtener protección)
son para marcarme como ella. Así podré guiarme por las anamneses
que lo rodean. Para atravesar la guardia de Krokan y llegar a su
audiencia—. Pero estoy aquí para servirte. Para ser sacrificada a ti
para que puedas encontrar la paz. 443
—Entonces han fracasado una vez más. —No puedo ver a Krokan
en la perpetua noche y sombra que vive aquí.
—Dime, ¿en qué han fallado? —me atrevo a preguntar. Han
fracasado, intenta burlarse de mí una voz tranquila. A pesar de todo,
y de todos mis esfuerzos. De alguna manera no soy suficiente.
Hay un destello verde. Movimiento de golpe. Me rodean mil
tentáculos retorcidos que se condensan a partir de las corrientes y las
sombras. Me enjaulan en el lugar con su ira y rabia, bloqueando todas
las salidas. Un espejo de las raíces del Árbol de la Vida.
—No queda mucho tiempo antes de que salga la Luna de Sangre y
las barreras entre los mundos estén en su punto más delgado.
El viejo dios emerge por fin de la oscuridad. Es de un tamaño
incomprensible, una montaña de criatura, con ojos verdes, del mismo
tono que el raro destello que se produce cuando la cresta del sol se
sumerge bajo el horizonte del mar al atardecer.
—Pero quizás seas un recipiente digno. —Los tentáculos se cierran
a mi alrededor, agitados y furiosos—. Entrégamela. Llévala dentro de
ti, humana, su querida y sin embargo tan frágil niña.
El viejo dios se retuerce. Los tentáculos golpean el fondo del mar
con tal fuerza que crean grietas en las rocas que hay debajo de mí. El
mundo mismo parece temblar. Al ritmo de su propia creación, Lord
Krokan comienza a cantar. Mi mente, vacía de mí misma, pero llena
de los himnos de los dioses antiguos, comprende el significado,
aunque no las palabras literales.
Canta al cielo lejano que no ha visto desde aquellos primeros y
primigenios días de dioses, mortales y bestias. Habla de soledad y
añoranza. De esperar durante miles de años a alguien que le fue
prometido.
Las palabras son bajas y lentas, cantadas por mil voces unificadas.
Cuando Krokan canta, todos los espíritus y criaturas de las
profundidades se detienen para unirse a él. Están llamando…
llamando… 444
«Me llamaron una vez».
Parpadeo, mirando la luz plateada que empieza a acumularse en el
agua, girando hacia abajo. Krokan sigue sujetándome, izándome
lentamente. Como si yo fuera un objeto que hay que presentar, un
sacrificio por segunda vez.
«Toma este recipiente», dice su canción. «Tómala como tuya.»
«Lellia». Mis ojos aletean cerrados. Mi corazón canta con él. Tanto
dolor y herida. ¿Qué? ¿Por qué? El Abismo no se hizo de la agitación
o del trauma que marcó la tierra hace mucho tiempo. Sino del océano
de lágrimas que Krokan lloró por su esposa.
Por su diosa. Se fue.
En los límites de mi conciencia, puedo oír sus palabras temblorosas.
A diferencia de la esencia atrapada en los recuerdos de la anamnesis,
que era en su mayor parte clara —suficientemente fuerte—, estas
palabras son frágiles. Como una paloma trinante con un ala rota.
«No pasa nada», intento cantar en respuesta. «No lo entiendo, pero
no pasa nada. Tómame. Conviérteme».
No es la respuesta.
Abro los ojos al oír la respuesta. En el momento en que lo hacen, la
luz plateada y el poder que se habían estado acumulando alrededor
de mi figura estallan en forma de luz de estrellas sobre el oscuro mar.
Los tentáculos de Krokan se desenredan y, una vez más, caigo en
picado. Aunque no aterrizo violentamente, sino con un suspiro.
La última canción de Lellia me abandona.
—Tú… no fuiste suficiente para liberarla. —Krokan comienza a
retroceder.
—¡Espera, espera! —Me pongo en pie. Para correr tras él, aunque
siento que la distancia puede ser insondablemente grande—. No
puedes huir de mí. —No hay respuesta, solo la sensación de que el
viejo dios se aleja cada vez más—. Te lo he dado todo: mi vida, mis
huesos, mis recuerdos. 445
—¡Y le dimos a este mundo nuestra esencia! —ruge Krokan,
volviendo con fuerza. El zumbido en mi cráneo ha vuelto. Habla con
mil voces cantando. Mil lenguas, habladas y no habladas,
condensadas en una cacofonía de sonido—. Lo dimos todo para que
tú y los tuyos no solo sobrevivieran, sino que prosperaran. No me
hables, humana, de sacrificio.
—¿Y por eso exiges sacrificios de los tuyos? ¿Como pago por todo
lo que diste? ¿Retribución? —Planto los pies, mirando al viejo dios sin
rastro de miedo. ¿Qué más puede pedirme? No hay nada más que no
haya perdido o dado ya.
—Yo no exijo sacrificios. No sé por qué perversión la gente que una
vez me amó y veneró tanto los ha exigido.
Yo… yo tampoco lo sé. Intento rebuscar en los recovecos de mi
mente una explicación. Pero se pierde. No puedo recordar quién soy,
lo que sé y lo que he visto, y al mismo tiempo comprender a un dios
antiguo.
—El único uso que tenía de ti era ver si podías albergar el espíritu
de mi señora y así liberarla. Pero una forma mortal nunca podría ser
un sustituto, incluso ungida como tú.
En el momento en que Krokan va a alejarse, se produce un cambio
en el comportamiento del viejo dios. Su atención se desvía. Una voz
tan hermosa que me hace llorar atraviesa las aguas tranquilas. Mis
párpados se agitan y mi cuerpo se relaja.
«Conozco esta voz…» Me llama y me llama. Suplicando por… mí.
Al principio, no puedo decir si este sonido no es más que algún
recuerdo sacado de los recovecos de mi mente durante los últimos
momentos de existencia. Pero a medida que la voz se hace más fuerte,
sé que mis sentidos no me engañan. Los tentáculos se desplazan y se
separan para dar paso a un faro de luz plateada, brillante y radiante,
con la forma de un hombre Siren de pelo rubio platino y ojos
marrones que encierran ámbar.

446
Capítulo 43
Ilryth.
Conozco a este hombre. Con todo mi corazón, mi alma y mi cuerpo.
Me he preguntado por él, me he resentido, me he resistido y lo he
venerado. He tratado de evitar que todo lo que soy cayera en sus
manos para deleitarme dándoselo todo.
Sus ojos se fijan en los míos. Canta para mí. Con cada palabra, mi
memoria regresa. Cada verso es uno que puedo cantar y su
familiaridad me pide más de lo que conozco en mis huesos. Esta es la
canción que cantó aquella noche en el mar cuando me entregué a él
por primera vez. Es la melodía que desafió abandonando el Eversea
para usarla como mi canción de cuna: me calmaba, me daba poder,
me protegía. Esta es la canción que me cantó a mí, para mí… la
canción que se convirtió en nuestra. 447
Mi voz se une a la suya. Nos elevamos, cada vez más alto en notas.
Cada sonido es una sinfonía de dos. Todo nuestro ser se vuelca en la
música. Por una vez, por siempre, no nos reprimimos. Nos lo damos
todo y es más que la unión de la carne en una playa, o de las mentes
en un balcón.
Cuando la última nota se desvanece y nos quedamos sin aliento, y
el mundo está quieto, no hay nada más que el uno para el otro.
Parpadeo, intentando comprender lo que tengo delante. La bruma
de nuestra canción se desvanece y, con ella, mi mente está casi
dolorosamente llena. Nombres, lugares, personas y acontecimientos
regresan con fuerza.
Los sonidos de mi barco crujiendo y mi tripulación zumbando
sobre él con palabras y pasos pesados. Puedo sentir el pelo de Emily,
el pelo de mi hermana, mientras la abrazo con fuerza antes de zarpar
de nuevo, cada vez sintiéndose como la última. El aroma de la colonia
de mi padre, aplicada un poco demasiado espesa, pero aun así
agradable, casi me da ganas de estornudar. La suave caricia de las
sedas que mi madre me cambió…
Los recuerdos, todos ellos, vuelven a mí. Incluso aquellos de los
que decidí deshacerme, aquellos de los que estaba tan dispuesta a
separarme. Charles… Puedo imaginar cada línea de su rostro,
esculpida por el implacable mar y la crueldad de su propio corazón.
Cada peca y cada marca de nacimiento que una vez formaron
constelaciones de deseo, luego de dolor y miedo. Pero ahora, al
mirarlo, no es el monstruo que recuerdo, sino un hombre cansado y
amargado. No despierta cariño ni compasión… ni miedo.
No miro hacia atrás y siento como si tuviera que borrarlo de mi
memoria. Puede que siempre sea una parte de mi historia en la que
no quiero quedarme. Pero es poco más que un capítulo. Empezó,
terminó y ya no es relevante. Tan breve en el gran esquema de las
cosas que, desde donde estoy ahora, parece casi cómico hacer que sea
más. Ya no hay odio, miedo, resentimiento o arrepentimiento a su
alrededor. Hacia Charles no hay… nada. Una fría indiferencia.
448
¿Pero el hombre que flota en el éter del Abismo, en el borde
superior de este lugar olvidado y piadoso? Él lo es todo. Mi corazón.
Un futuro que apenas puedo imaginar.
«Oh, Ilryth…» ¿Cómo, cómo está aquí?
La luz plateada se ha tejido a su alrededor con líneas y puntos
entintados sobre su carne, recubriéndola en su totalidad. Se parece en
todo a mi espejo. Me pregunto si, si estuviéramos uno frente al otro,
nuestras marcas coincidirían a la perfección.
Incluso ahora, aquí, a través de todo, permanece. La canción que
nunca quisimos cantar no morirá. No puedo creer lo que veo, más
bien no quiero creerlo. ¿Qué significa esto para su bienestar?
Se me hace un nudo en el estómago. Me muevo hacia él y me alejo
de Krokan. Atraída a pesar de todas las probabilidades y todo lo que
sé.
—¿Por qué estás aquí? No puedes estar… no deberías estar. —Esas
tres palabras siguen definiéndonos. Su visión me está destrozando.
Intenta arrastrarme de vuelta al mar superior, donde la vida aún
prospera. Aunque no por mucho más tiempo, ya que he fallado tan
magníficamente en mi juramento de sofocar la ira de Lord Krokan.
—Sabes por qué estoy aquí —dice Ilryth con calma, con los ojos
clavados en los míos. Oigo su canción casi ronroneando en el fondo
de mi mente.
—No —digo al instante. Sé lo que significan esas marcas. Aunque
no debería poder llevarlas. Debería ser imposible. Yo soy el sacrificio.
A menos que… el momento en que fui arrojada al Abismo fue el
momento en que una nueva ofrenda pudo ser marcada—. No
permitiré que te sacrifiques.
Enarca las cejas. Ladea ligeramente la cabeza y la sacude con una
suave sonrisa. Por fin llego hasta él. Siento como si hubiera cruzado
el mundo para llegar hasta él, pero por fin estoy aquí. Puedo tocarlo.
Nuestras manos se entrelazan y casi me ahogo de la emoción.
—Victoria, no estoy aquí para sacrificarme —dice suavemente—.
Estoy aquí para llevarte de vuelta.
449
—Pero…
Se gira para mirar a Krokan. Al viejo dios parece divertirle este giro
de los acontecimientos. Al menos por lo que puedo ver en el
movimiento de sus tentáculos y el brillo de sus ojos esmeralda. Su
rabia se ha disipado… al menos por ahora.
—He venido ante ti, Su Grandeza, para pedirte que me devuelvas
a esta mujer. Si ella no puede calmar tu ira, entonces permítele
permanecer conmigo en el Eversea hasta el final de nuestros días
naturales, cuando volveremos a ti, como ofrendas voluntarias.
—Ella ha sido marcada para mí. Tu gente ha hecho una promesa,
un juramento. Tales cosas no se rompen tan fácilmente.
«Como si no lo supiera» He pagado y pagado por juramentos rotos.
Y… estoy tan cansada del costo.
—¿No ibas a echarme a un lado? —Doy medio paso hacia Krokan.
El viejo dios se eriza y sus tentáculos se tensan brevemente—. Dijiste
que no era digna. Que era un fracaso como ofrenda. Si era tan terrible,
entonces déjame ir.
Ilryth entrelaza sus dedos con los míos.
—Estoy aquí para cambiar lo que debemos, para cambiar el destino
mismo. Lord Krokan, me gustaría proponer que lleguemos a un
acuerdo diferente. Como estoy seguro de que puedes ver, no nos
detendremos ante nada para estar juntos. Tus tormentas han
empeorado, la podredumbre se ha espesado. Está claro que ella vale
más para mí que para ti. Devuélvemela, te lo ruego.
—Dime lo que ella vale para ti —exige Krokan.
Ilryth asiente. Extiende los brazos como si intentara tener el mundo
entero a su alcance. En lugar de eso, llena todo el Abismo de sonido.
Las notas, sin forma y tan fluidas como el mar, irradian de él como
hebras de luz pura que se desprenden de su resplandor. Van a la
deriva por el éter que nos rodea, curvándose, dividiéndose,
cambiando de forma. Las reconozco como una varianza de las marcas
de mi piel y la suya. Así nació el lenguaje de los dioses. De este éter
450
de donde se arrastró toda la vida, y adonde todo volverá.
La canción es una variante de la que Ilryth cantó en mi despedida,
pero ahora puedo escucharla de verdad en todo su significado y
gloria. Cuenta la misma historia de nuestro amor, pero no se guarda
nada. No está curada ni restringida por ninguna razón. Es cruda y
poderosa. Se golpea el pecho con el puño. Suplica y suplica a través
de la música.
Hace que mi alma se sienta tan ligera que mis pies apenas tocan el
suelo. Él me ama, verdadera y completamente. Me desea. Nunca
pensé que podría sentirse tan bien ser deseada de nuevo. Que alguna
vez podría suceder. Incluso si la súplica de Ilryth no funciona, este
momento es más que suficiente para darme paz por el resto de la
eternidad.
Pero me pregunto si será suficiente para que Krokan acepte la
propuesta de Ilryth. El viejo dios se ha quedado quieto, escuchando.
Se balancea ligeramente al ritmo de las palabras de Ilryth.
Ilryth cae de rodillas ante el ser divino, sostiene una última nota
sostenida y luego guarda silencio.
Si tuviera aliento para respirar, lo estaría reteniendo. Ilryth no se
mueve. Ambos estamos atrapados en la inmovilidad de la espera del
juicio. No espero que la súplica de mi amante funcione, pero entonces
Krokan se vuelve hacia mí.
—¿Y qué hay de ti? ¿Cuál es tu canción?
—¿Mi canción?
—Sí, se ha desnudado tan elocuentemente. Pero queremos saber si
su afecto es unilateral. ¿Sientes lo mismo que él?
«Lo mismo que él…» Las palabras se repiten en mi cabeza. Escuché
su canción ahora, y cuando dejé el mundo mortal. Sé lo que
significaba cada sonido, y aun así sigo dudando. Aún cuestiono lo
que sentí, lo que él siente.
Todo esto es tan rápido, tan repentino, tan pronto. Siento como si
conociera a Ilryth de toda la vida, y sin embargo no. Solo existíamos 451
como éramos porque no podíamos existir. No debíamos estar juntos
y por eso, cuando lo estábamos, no había miedo, ni dudas, porque no
había expectativas. No tenía que haber un futuro. O las preguntas de
si podríamos funcionar. Todo podía ser un sueño, en lugar de las
preocupaciones de una realidad práctica.
Y sin embargo… quiero averiguarlo. Quiero saber cuáles podrían
ser nuestras posibilidades.
Ahí empieza mi canción: Con el final. Con el aquí y ahora.
Preguntándonos qué podríamos ser si tuviéramos la oportunidad, si
el mundo estuviera diseñado de otra manera.
Mi canción es tan lenta como me hubiera gustado que Ilryth y yo
hubiéramos llevado nuestra relación. Es tan delicada como las piezas
de mi corazón. Nunca me permití preguntarme qué podría ser lo
siguiente. Nunca pensé que podría haber amor para mí de nuevo
algún día. No se suponía que sintiera estas emociones tras el desamor.
Se suponía que todo esto iba a ser sencillo. Se suponía que debía
vivir egoístamente al máximo durante los cinco años que me habían
concedido y luego morir sin pensarlo mucho. Pero nada de eso
ocurrió como yo pensaba. Viví para mi familia y para mi tripulación
tanto o más que para mí misma. Mi muerte no fue rápida e irreflexiva.
Se ha convertido en un manojo de complejidades que se suponía que
no debía sostener y de las que no quiero desprenderme.
Encuentro las notas sobre la marcha y me derramo en cada una de
ellas. Cuando termino, estoy de rodillas junto a Ilryth. Krokan está
quieto.
—Me han conmovido, mortales. Pero quizás, lo más importante,
han conmovido a mi novia. —Los ojos de Lord Krokan se oscurecen,
como si los cerrara, en comunión con su compañera atrapada en lo
alto de las olas. Recuerdo cuando Ilryth me llevó a la playa, cuando
imaginé a Lellia mirándonos desde su prisión de madera y pensando
para sus adentros que, por fin, una ofrenda había honrado
correctamente a Krokan y a ella.
452
No con sacrificio y distanciamiento… sino con amor.
—Les daré una última oportunidad —decreta el viejo dios—.
Volverán a la superficie y tendrán una oportunidad juntos. Pero
cuánto dure esa oportunidad dependerá de ustedes.
Ilryth me lanza una mirada de incredulidad, una sonrisa aliviada
que se extiende por sus mejillas. Cree que hemos ganado. Pero tengo
demasiada experiencia en negociaciones como esta como para pensar
que vaya a ser tan sencillo.
—¿Qué debemos hacer para que la oportunidad dure el mayor
tiempo posible? —pregunto sin rodeos.
—Para entender lo que les exigiremos, primero deben comprender
las antiguas verdades de cómo surgió este mundo…
Capítulo 44
Lord Krokan cuenta una historia. Al igual que la anamnesis que me
guió hasta aquí, la historia no son palabras, sino una antigua canción
que pinta una imagen en mi mente tan vívida que es como si estuviera
viviendo cada momento, como si los recuerdos fueran míos. Sin
embargo, a diferencia de la vacilante anamnesis, los himnos de
Krokan son fuertes y uniformes. Mientras que los recuerdos de Lellia
son fragmentados y borrosos, los de Krokan son tan claros como la
luz del día.

453
«El mundo es joven».
Todos los dioses antiguos están presentes con su poder. Incluso a
través de los ojos de Krokan, los seres están más allá del reino de mi
comprensión. Son grandes y pequeños. Infinitos y finitos. Pero, a
través de sus palabras, siento como si los conociera. Somos parientes.
Entre estos seres eternos hay vástagos, espíritus que estructuran el
mundo, desde el agua hasta el fuego y el aire. Caminan con los
mortales, la última exploración de la talla divina.
«El Velo se levantó».
Lellia se niega a marcharse. Su gente está aquí, sus hijos mortales.
Ellos también necesitan a Krokan. Porque la Muerte es una gran
compañera de la Vida. Él no la dejará, no puede. No los dejará.
Así que los dos dioses se quedan, justo al borde del Velo del que
parten los suyos. Krokan conduce las almas de los perdidos al Más
Allá. Lellia se ocupa de salvaguardar la incipiente nueva vida del
reino que ayudó a crear. Y, por un tiempo, hay paz.
El calor me inunda con el hacer de las sirenas tempranas. Criaturas
lo bastante fuertes para tocar las profundidades de su amada. Sus
primas, criaturas de la tierra, las dríadas. Mucho más. Mucho más.
El tiempo pasa. A la vez imposiblemente rápido y lento. Veo los
siglos como mortal que son meros parpadeos como criatura divina de
otro mundo.
Los primeros pueblos mueren y Krokan los aleja. Sus hijos mueren.
Y sus hijos. El ciclo es ininterrumpido y sin esfuerzo. Pero también
comienza a poner distancia entre los vivos y sus cuidadores divinos.
Sus historias se desvanecen, se pierden. Cada generación es menos
capaz de enfrentarse a los antiguos, de comprenderlas.
«Comienzan las guerras mágicas».
Los humanos son cazados. Lellia se desangra por ellos, luchando
contra los suyos. Ya no encuentra las palabras adecuadas para
comunicarse con sus hijos. Ellos no pueden —o no quieren—
escuchar sus súplicas de paz.
454
«Se erige el Vano».
Un desamor con toda la ferocidad de un terremoto capaz de
sacudir los cimientos del mundo. Una canción más parecida a un
grito. Un dolor que solo se atenúa un poco con el regreso de una Reina
Humana al mundo donde reside Lellia. Con sus manos, planta un
árbol en la base del altar de Lellia. Un hogar para su dolor. Para una
diosa cansada cuyos hijos ya no le cantan como antes. Para una diosa
cuya voz se ha vuelto frágil y cansada. Se retira al árbol, aunque solo
sea por un momento, para cuidar de su corazón herido.
«Las raíces se hacen cada vez más profundas».
Se hunde en la tierra. En la roca de un mundo mortal. Ancla la vida,
la naturaleza y la magia. Pero su propia fuerza comienza a
marchitarse.
«Ven conmigo, mi amor», suplica Krokan. «Este ya no es lugar para
nosotros.»
«Todavía me necesitan. Un poco más», responde. Más y más débil,
cada vez más que la anterior.
Su dúo continúa. Él le canta desde la oscuridad. Anhela la luz.
Anhelándola a ella. Krokan canta con todas las voces que han venido
antes y Lellia responde con todas las voces de los que están por venir.
Pero cada vez es más débil. Más débil.
Pronto, el dúo se convierte en un solo.
«Ven conmigo, mi amor», suplica Krokan. «Queda poco tiempo.»
No hay respuesta.

La canción se desvanece. Tengo el pecho apretado y la garganta en


carne viva. Me tiemblan los ojos. Tres milenios de anhelo. De servicio
a personas que ya no recuerdan ni comprenden sus palabras. 455
A mi lado, Ilryth se dobla, con una mano tapándose la boca y la
otra agarrándose el pecho como si pudiera arrancarse el corazón. Lo
rodeo con mis brazos, aliviando con nuestro contacto la carga de
soledad que le rompe la columna vertebral. Suelta una nota larga y
triste. No puedo evitar hacerme eco de ella.
La canción que cantamos ha cambiado. Sigue siendo la nuestra,
pero ha cambiado para siempre con la carga de lo que hemos visto.
Con lo que ahora sabemos.
—Me equivoqué —ronco—. Me equivoqué contigo. Sobre todo.
Pensaba que tal vez eran enemigos. Pensé que la mantenías cautiva.
Pero fue ella la que eligió quedarse, aun sabiendo lo que podría
significar para ella seguir vertiendo su poder en este mundo… Todo
lo que querías era liberarla y volver con los tuyos… salvarla. —Me
enderezo para mirar a Krokan. Sus ojos esmeralda brillan en
respuesta.
Hay amor del bueno ahí fuera. Amor verdadero. Amor que llegará
a la montaña más alta o a las profundidades del mar más profundo.
Lo conozco ante mí y lo conozco a mi lado.
—¿Cómo lo arreglamos? —pregunto mientras Ilryth recupera la
compostura.
—Nadie sabe de esto en la superficie —dice Ilryth débilmente—.
No teníamos ni idea.
—Porque ya no escucharon —dice Krokan con un gruñido casi
atronador—. Cuando ella gritó, no la escucharon. Cuando susurraba,
le daban la espalda.
—¡No era nuestra intención! —Ilryth ruega al viejo dios que
comprenda.
—¡Tu especie siguió exigiendo más, más y más, magia y vida que
tu mundo minó hasta que no quedó nada de ella!
—¿Cómo lo arreglamos? —Atravieso a los dos hombres con mi
propia ferocidad—. Ya no importa cómo hemos llegado hasta aquí. 456
Pelear por el pasado no la ayudará. ¿Qué hacemos ahora?
Krokan se detiene, su mirada esmeralda vuelve hacia mí y se torna
más pensativa, aunque sigue siendo intensa.
—Dentro de tres años, saldrá la Luna de Sangre, y con ella la última
oportunidad de devolver a Lellia a los reinos de lo eterno. Debes
liberarla antes de que esto ocurra. Porque después, el Velo se hará
más espeso una vez más; entonces será imposible que los que somos
como nosotros lo crucemos. Debemos irnos durante este tiempo de
adelgazamiento, no más tarde de la noche de la Luna de Sangre,
porque después estaremos atrapados en este reino durante otros
quinientos años. Un periodo de tiempo al que mi amada no
sobrevivirá de nuevo.
Y con las sirenas enviando una ofrenda solo una vez cada cinco
años… no habrá ninguna otra que venga al Abismo después de mí, e
Ilryth. Somos su última oportunidad.
—No sobrevivirá… —Hago eco, prestando mucha atención a su
elección de palabras—. ¿Por qué? ¿Qué la está lastimando?
Krokan se desplaza, dando vida a las aguas que nos rodean.
—Ella, como yo, no estaba hecha para estar en este mundo cuando
llegó el tiempo de los mortales, cuando el Velo nos cerró el paso a la
esencia primordial del cosmos. Nuestros hermanos se marcharon
hace mucho, mucho tiempo, pero ella deseaba quedarse, para cuidar
de la incipiente vida que había aquí.
»Me quedé con ella, cuidándola, cuidando de ella y de sus
creaciones tanto como he podido. Crucé el Velo y traje de vuelta el
poder de nuestra especie al otro lado… Pero esto solo pudo sostenerla
durante un tiempo.
»El primer Rey Elfo prometió que una vez que nuestros poderes
estuvieran anclados en este mundo, se nombraría un nuevo guardián
de entre sus dignos mortales para supervisar el ancla de la vida en
este mundo en que se ha convertido su árbol, para que pudiéramos
partir. Pero no hay ninguno. Nunca los ha habido. Ahora se está
457
marchitando y muriendo; mi señora no sobrevivirá muchas décadas
más. —Su dolor y su angustia me atraviesan el cráneo, ondulantes.
Intento ocultar mi mueca de dolor.
—¿Hay alguna forma de fortificarla? —Ilryth pregunta. También le
cuesta hablar. Nuestras mentes no fueron construidas para esto. Sin
duda se debe a la protección de la unción (y tal vez a la voluntad de
Krokan) que nuestra conciencia no se haya hecho añicos.
Los tentáculos se cierran aún más a nuestro alrededor, agitados y
furiosos.
—¿Pretenden pensar que podrían encontrar una solución para un
problema divino que yo no pude, mortales? ¿Que poseen el poder del
primer Rey Elfo, un joven mortal, aquel que trató con dioses?
De repente, la presión es abrumadora. Trago saliva físicamente,
intentando recuperar el aliento, expandir el pecho para poder generar
el espacio suficiente para pensar lógicamente una vez más sin
moverme. Es como si el viejo dios me tuviera asfixiada sin tocarme.
Krokan debe de notarlo, porque se relaja.
—Lo sé —dice en voz baja, casi disculpándose por su
temperamento. Ilryth también respira aliviado—. No hay otra forma,
no hay otro camino para salvarla. Debe ser liberada del Árbol de la
Vida o morirá y se llevará este mundo con ella. La vida necesita su
poder para existir. Pero si se queda aquí más tiempo, con la vida que
creó, será su fin.
Pase lo que pase, el mundo perderá a la diosa de la vida.
—Déjanos regresar. Concédenos un pasaje seguro y la veremos
libre. —Dando un paso adelante, extiendo mis manos, suplicándole
que comprenda las costumbres de los mortales. ¿Cómo puedo hacer
que un dios comprenda lo cortas que son nuestras vidas? ¿Lo breve
que es todo y lo poco que sabemos por ello? La verdad entre los
mortales cae tan fácilmente como granos de arena a través del reloj
de arena del tiempo, perdida entre las edades—. Como dijo mi amor,
no saben nada de esto por encima del Abismo. Pero podemos ser los 458
mensajeros si bendices nuestras mentes y cuerpos con tus
protecciones y nos concedes una salida segura.
Krokan se queda quieto, como si se lo estuviera pensando.
—He intentado razonar con todos los de su calaña —dice Krokan
con desdén—. Los hombres santos, como se llaman a sí mismos. A
ellos he intentado transmitirles lo que debe hacerse.
Estaba en lo cierto. El Duque Renfal estuvo en comunión con el
viejo dios más tiempo del que dijo. Pero había algo más…
—El duque Renfal intentaba matar al árbol —susurro.
Krokan deja escapar un zumbido que suena como un sí.
—¿Qué? —Ilryth jadea.
Me enfrento a él, brevemente, para explicarle.
—Sabía que no había forma de que las sirenas se atuvieran a talar
el árbol para liberar directamente a Lellia. Así que empezó a
debilitarlo como pudo mientras Lord Krokan intentaba liberarla
también con la podredumbre. Debido a lo que conocíamos como «la
furia de Lord Krokan», Renfal tenía una excusa para debilitar el árbol
lo suficiente como para que tal vez ella pudiera liberarse.
Ilryth considera esto y se vuelve hacia Krokan.
—Si liberamos a Lady Lellia, ¿qué pasará entonces?
—La abrazaré, como es el orden natural de la vida y la muerte, y
luego, juntos, dejaremos este mundo —dice Krokan con poca
emoción. Como si de alguna manera no nos estuviera condenando.
—Dijiste que la vida la necesita para existir. Si ella es eliminada,
¿qué pasa con la vida aquí?
—La vida es un ciclo. La muerte es inevitable. No nos preocupamos
por esas cosas.
—Pero nosotros, los mortales, sí —suelto—. Queremos vivir,
prosperar. Tener la oportunidad de construir la mejor vida que
podamos permitirnos. Sabes que ella también quiere eso. Por eso no
se liberó de su jaula. Incluso cuando estaba debilitada y podrida, 459
incluso cuando sabía en qué camino se estaba metiendo… quiere que
nos cuiden.
—Eventualmente, a su tiempo, la vida volvería a estas tierras. O
encontraría una manera de persistir.
Me molesta la calma del viejo dios, su pacífico desapego del
mundo. Pero supongo que no podía esperar mucho más del dios de
la muerte: vivir no es su función, su responsabilidad ni su
preocupación.
—Como mi amor, es audaz —termina Krokan.
Me devano los sesos intentando pensar qué más se podría hacer.
Lo que no se ha perseguido…
—¿Mencionaste un guardián?
—Fue algo discutido por el primer Rey Elfo —admite Krokan.
—¿Para hacer qué?
—Eso era entre mi amor y él. Yo solo me preocupaba de que se
cumplieran sus deseos.
Me muerdo el labio, pensando. Mi mente está tan llena que casi me
duele. Debe haber un camino a seguir. Uno inexplorado. Pero uno
que encontraré. Todo lo que sé es que debemos liberarla. Si Lady
Lellia muere en el árbol, el mundo está perdido de todos modos. Tal
vez, al liberarla, encontremos otra solución.
Krokan se mueve, emergiendo de la penumbra una vez más. Es
solo su enorme cabeza y sus brillantes ojos verdes. Pero me mira
fijamente, directo al tuétano, poniendo a prueba mis fuerzas. Me
pongo tan erguida como si fuera a enfrentarme al Paso Gris. Tan recta
como me enfrenté a Charles en la cámara del consejo.
—Te enseñaré su canción y te permitiré partir. —Se ha decidido.
Los tentáculos me envuelven una vez más. Pero esta vez me sujetan
con la delicadeza de un niño que acuna una muñeca preciada. Me
siento ingrávida cuando me levanta.
460
—Victoria… —Ilryth avanza a la deriva, aún flotando como si
nadara.
—No lo hagas. —Le tiendo una mano y lo miro por encima del
hombro para que vea que estoy tranquila—. Hice un juramento para
salvar el Eversea, y el mundo. Uno que cumpliré.
Sus ojos brillan de dolor. Teme por mí. Quizá debería… No sé qué
vendrá después. Pero sé que esta es la elección correcta. Y no importa
lo que me espere, viviré sin remordimientos. Mi vida se siente plena.
He navegado por todos los mares y me he aventurado en las
profundidades. He conocido y perdido el amor y lo he vuelto a
encontrar. He elegido un propósito cuando podría haber evitado la
responsabilidad.
Mi canción está completa.
Vuelvo a mirar a Krokan y unas suaves palabras llenan mi mente.
He pasado meses aprendiendo y repitiendo las palabras de los
antiguos. Estoy preparada para aceptarlas, igual que acepté los
himnos de Krokan. Una parte de mí ya los conoce. Los escuché en la
anamnesis. Al desterrar la podredumbre de Yenni, la hija de Sheel.
En las raíces sangrantes del árbol. En el movimiento de las ramas
cuando Ilryth y yo hicimos el amor.
La canción me llena de significado y propósito. La luz inunda el
agua, plateando hasta la última marca de mi piel, incluso las más
recientes. Cuando Krokan me libera, mi mente canta en armonía.
Las mentes mortales no pueden comprender plenamente las
canciones de un dios. ¿Pero las de ambos? Un dúo… Cruzo hacia
Ilryth sin mediar palabra y aprieto mi frente contra la suya, cantando
unas palabras para estabilizar su mente y bañarlo en las bendiciones
de Lellia lo suficiente para que podamos marcharnos sin sufrir daños.
—Nos iremos ahora —digo.
—Ve, y ten éxito. Porque la Luna de Sangre saldrá dentro de tres
años. De una forma u otra, mi esposa será una conmigo una vez más.
Incluso si debo destruir este mundo para lograrlo. —Los tentáculos
que nos rodean comienzan a retorcerse, levantando cieno y girando
la corriente en un vórtice—. Así que vuelve a tu mundo. Y no nos
461
falles.
Capítulo 45
Las corrientes se ralentizan y el zumbido de mis oídos se detiene.
Las aguas se calman y ya no tenemos la sensación de que se mueven
a nuestro alrededor. Estamos de pie en un gran afloramiento rocoso,
con vistas a la guarida más profunda de Krokan, transportados.
Ambos estamos demasiado aturdidos para decir nada durante unos
largos segundos.
Me recupero antes que él.
—¿Qué está…? ¿Cómo? —«Bien… no me he recuperado tanto
como pensaba».
Ilryth sigue brillando con luz radiante. Veo que tiene pequeños
trozos de madera atados con cintas alrededor de los brazos, las
piernas, el cuello y el torso. Sin duda, madera del Árbol de la Vida
para mantenerlo a salvo. Otro robo que hirió al árbol sin saberlo… 462
pero con buen fin.
En lugar de responderme, Ilryth me sujeta la cara con las dos
manos. Me atrae hacia él con deliberado propósito y me besa. Es
firme, pero dulce. Tierno pero necesitado.
Los pensamientos se desvanecen. Lo agarro por detrás de los
brazos, por encima de los codos, y tiro de mí hacia él. Nuestros
cuerpos chocan, toda la distancia se derrumba en un momento sin
aliento de alivio, alegría y pasión.
—Me di cuenta de que no podía hacerlo. —Se separa y presiona su
frente contra la mía. Su voz tiembla, como si estuviera a punto de
llorar—. Estos últimos tres meses han sido insoportables. No he
tenido más que tiempo para pensar en lo que tuve contigo y en lo que
perdí. En todo lo que podríamos haber sido. Sobre lo que sabía en el
fondo de mi alma que era el único punto brillante de mi vida: nosotros.
—¿Tres meses? —repito. De todo lo que ha dicho, eso es en lo que
me centro. El resto es demasiado abrumador y amenaza con
romperme de emociones—. No… Solo han sido unas horas, un día
como mucho.
Frunce ligeramente el ceño y niega lentamente con la cabeza. Pero
no descarta mi experiencia.
—Quizá para ti lo haya sido; no lo sé. En este reino, entre la vida y
la muerte, el tiempo no fluye igual que arriba.
—Entonces debemos movernos rápido. Cada minuto aquí bien
podría ser una hora, o un día. —Dirijo nuestro ascenso, trepando por
rocas y marchando por senderos estrechos y arenosos entre las rocas.
Ilryth me ayuda. En este extraño éter que nos rodea, flota como si
nadara, aunque no del todo, ya que de vez en cuando parece caer al
suelo—. ¿Tus marcas?
—Son una forma de unción, sí. Una vez que se acababa el sacrificio,
se podía marcar uno nuevo.
—Que te dio paso al Abismo. —Mis sospechas anteriores se
confirman—. No puedo creer que te sacrificaras. 463
—No puedo creer que te haya sacrificado. —Sus dedos se deslizan
contra los míos—. Mi compañera de canción.
Eso me tranquiliza. Lo miro a los ojos. Casi puedo sentir nuestros
corazones latir al unísono a través de las pulsaciones de nuestros
dedos.
—El dúo que cantamos ahí abajo… —Empiezo suavemente,
abandonando el pensamiento.
Lo termina por mí.
—Era la canción de nuestras almas, armonizando como una sola.
—Tú, yo, ¿estábamos destinados a estar juntos? —Me doy cuenta
de que he pasado tanto tiempo aprendiendo sobre los antiguos dioses
que he aprendido muy poco de lo que significa compañero de canción.
Aunque, enamorarme no había sido mi preocupación.
—No es el destino. —Ilryth comienza a moverse de nuevo,
recordándonos que tenemos poco tiempo. Ayudo a encontrar el
camino mientras él sigue hablando—. Es cierto que hay historias que
dicen que las canciones de algunas almas pueden ser más compatibles
naturalmente que otras, destino, si te place. Pero nuestras canciones
evolucionan como nosotros. Se aprenden y se enseñan, se modifican
y cambian con nuestras elecciones y experiencias. Hacemos nuestra
propia canción, la canción no nos hace a nosotros.
Sonrío débilmente. Todos mis recuerdos han vuelto y puedo ver el
alcance completo de todo lo que me ha traído aquí como un lienzo
deslumbrante desplegado.
—Nunca pensé que volvería a amar.
—¿Estás resentida conmigo por ello? —Parece realmente
preocupado.
—En absoluto. —Aprieto sus dedos—. Aunque es aterrador. El
terror es una cuestión de perspectiva y ahora mismo tengo otros
asuntos mucho más importantes que temer. —Estoy a punto de
contarle lo de Charles. Pero no es el momento ni el lugar. Esa es una
conversación que quiero tener cuando pueda centrarme en ella y
464
zanjarla de una vez por todas.
Salimos de la profunda penumbra, continuamos ascendiendo
desde las profundidades. En mi alma, puedo sentir la canción de
Lady Lellia. Los pequeños gorjeos que me guían desde el Abismo,
igual que la canción de Krokan me llevó hasta él. Mientras nos
dirigimos a la barca en el río de lava, una silueta plateada llama mi
atención.
Aunque no era yo misma, recuerdo a este hombre de mi descenso.
Algo le había hecho destacar para mí más allá de ser simplemente un
espíritu que intentaba ascender fuera del Abismo y entrar en lo que
sin duda es la Fosa Gris. Los recuerdos de los espectros furiosos que
llenaban la fosa vuelven a mí. No puedo escapar del sentimiento de
culpa que me invadió al acabar con toda su existencia. Aunque solo
sea un hombre, un alma, no dejaré que se convierta en una de esas
criaturas de odio y rabia. Soy Victoria, y no dejo a nadie atrás.
—Un momento.
—Victoria…
—Seré rápida al respecto. Pero un espectro menos es mejor para
todos. —Me dirijo hacia el hombre, Ilryth me sigue.
Mi movimiento es más rápido que el del alma que escapa. No soy
tan torpe como él; tengo libertad para moverme por este Abismo.
Atravieso la distancia y llego hasta él en el mismo tiempo que él tarda
en despejar una roca. Gracias a la niebla y a la escasa luz ambiental,
hasta que no estoy completamente sobre él no reconozco el abrigo que
lleva. Es más sencillo que sus galas habituales, pero delata su riqueza,
sus materiales y su artesanía. Tal vez por eso me llamó la atención tan
claramente en primer lugar…
Murmura para sí mismo, sin darse cuenta de mi presencia. Es
extraño ver a alguien usar la boca para hablar. Parece que en este
lugar cualquiera de las dos formas de comunicación es posible.
—Tengo que volver. Me necesitan. Katria me necesita. Nunca le
dije la verdad. Ella debería saber la verdad. Maldito barco, maldito
monstruo, malditos sean todos.
465
Las palabras son duras y frías. Nunca lo había oído hablar con tanto
odio. Ya está perdiendo la calidez y la compasión que una vez tuvo
en la lucha por llegar a la Fosa Gris. No logrará regresar al Mundo
Natural. E incluso si lo hiciera, se quemaría con la luz del sol, poco
más que un recuerdo. Nunca volverá a ver a sus hijas.
—¿Conoces a este hombre? —Ilryth pregunta suavemente,
devolviéndome al presente. Es entonces cuando me doy cuenta de
que he soltado su mano y me tapo la boca con la punta de los dedos,
conmocionada.
—Así es —respondo con la mente puesta solo en Ilryth—. Lord
Kevhan Applegate. Era mi patrón. No, era mi amigo y como un
segundo padre para mí. Estaba en el barco cuando se hundió. Ilryth,
no puedo dejar que se convierta en un espectro.
Una parte de mí espera que Ilryth diga que no. Pero, una y otra vez,
la forma en que se preocupa por mí me asombra.
—Si él es importante para ti, entonces es importante para mí.
Guiémoslo lejos de la fosa.
—Gracias.
—Victoria, lo que sea por ti —Ilryth lo dice tan claro que no deja
lugar a vacilaciones ni dudas.
Me arrodillo junto a Kevhan y le pongo la mano en el hombro. Se
estremece, gira la cabeza y sus ojos se abren de par en par con el
recuerdo. Intento esbozar una sonrisa alentadora a pesar de mi
inconmensurable sentimiento de culpa. Es culpa mía que esté aquí.
Ayudar a evitar que se convierta en espectro es lo menos que puedo
hacer por ahora… hasta que arregle el asunto con Krokan y pueda
cruzar el Velo cuando esté preparado.
Hablo lo más suavemente posible, tratando de dar forma a las
palabras con mi boca para que le resulten más familiares.
—Lord Applegate, deje de luchar. Todo va a salir bien.
—¿Victoria? —balbucea. La cara de Kevhan se derrumba. Se echa 466
hacia atrás, se sienta sobre los talones y empieza a aullar con un
desbocado derroche de dolor. Me escuecen los ojos al ver al hombre
como siempre lo he conocido, en lugar del cadáver de las
profundidades—. Las sirenas han enviado a sus monstruos sobre
nosotros. Nos han capturado. Estamos atrapados aquí, en este
desdichado dominio de pesadillas.
—No… No es… —No sé cómo explicarle lo que ha pasado. ¿Cómo
puedo decirle que ha muerto cuando él mismo no parece darse
cuenta?
Su mirada se desplaza, posándose en Ilryth.
—¡Ese monstruo! No dejaré que me retengas —continúa con
fervor—. Escaparé de este lugar y volveré con mis hijas.
—Por supuesto que lo hará —digo suavemente, sabiendo que esto
requerirá una mano delicada—. Pero primero, sentémonos un
momento y hablemos.
—¿Hablar? ¿Esperas que me siente cuando hay uno de nuestros
enemigos entre nosotros?
—Es un amigo —recalco.
—¿Un… amigo? —Kevhan mira entre nosotros. Me agarra de los
hombros—. Te han tomado. Te han robado la mente con sus
canciones.
—No. Déjeme explicarle…
Sus ojos se abren de par en par, como si viera la verdad por primera
vez.
—Esos primeros rumores… estaban en lo cierto todo el tiempo.
Hiciste un trato con el Siren por tus habilidades como capitana.
—Lo hice. —Es doloroso admitirlo. No porque me avergüence, sino
porque odio la sensación de cuánto tiempo le mentí—. Pero no es tan
simple…
—A mí me parece bastante sencillo. —Se levanta, se cierne sobre 467
mí, irradiando rabia. Demasiado para tratar de calmarlo y traer la
paz—. Tú nos llevaste a ellos para que los alimentáramos.
No me pongo a su altura, sino que permanezco sentada, con un
tono de voz tranquilo.
—Si mi objetivo era llevar a la gente al Siren para que encontraran
la muerte, ¿por qué pasé años sin perder a un solo miembro de la
tripulación? ¿Por qué iba a esperar a perder un solo barco en lugar de
alimentarlos con almas todo el tiempo, poco a poco? —Espero que
aún pueda calmarse lo suficiente como para ver la lógica.
—Esperaste a que estuviera en el barco.
—Kevhan —digo rotundamente, algo exasperada—. Sé que como
señor te cree bastante importante, y sé que lo eres para Tenvrath. Pero
al Siren no le importa nuestra nobleza.
—No —acepta con facilidad, tomándome desprevenida—. Pero sí
se preocupan por su propia nobleza. —No lo sigo, así que me siento
en silencio y espero una explicación que no pierde el tiempo en dar—
. Hiciste un trato para devolverme a los fae. —Señala con un dedo a
Ilryth, que permanece en silencio, permitiéndome dirigir esta
interacción.
Ahora estoy segura de que son las divagaciones de un muerto que
pierde lentamente la razón y el sentido común por la pena.
—Estamos tratando con el Siren —le recuerdo suavemente—. No
con los fae.
Kevhan se gira, como si se olvidara por completo de mí.
—Debo volver con mi hija. Necesita saber la verdad de por qué no
puede ir al bosque, o la cazarán.
—Espera… —Yo también me pongo de pie—. ¿Estás diciendo que
una de tus hijas está involucrada con los fae?
—No finjas que no lo sabías. —Nos mira a Ilryth y a mí.
—¡No lo sabía! ¿Cómo podría alguien saberlo? —Miro a Ilryth y él
también niega con la cabeza—. Ninguno de los dos tiene ni idea de lo 468
que estás hablando, Kevhan. Te lo prometo, solo te he mentido en una
cosa y fue en el origen de mis habilidades, que ahora conoces. No hay
nada más.
Estudia mi rostro, buscando engaños, sin duda. Lo miro a los ojos
y extiendo las manos en señal de que no tengo nada que ocultar.
Kevhan se relaja.
—Realmente no lo sabías… ¿Entonces por qué?
—Nuestro barco no debía hundirse. —Dejo que el dolor y la culpa
se impregnen en mi voz—. Fue culpa mía, sí. Pero no porque le diera
la tripulación al Siren. Tienes razón, hice un trato con el Siren (con
este en concreto, con nadie más) y ese trato me dio mis habilidades
como capitana. Pero el trato era solo para mí, y solo para mí. No debía
haber otros humanos involucrados. El barco se hundió porque yo
estaba allí, pero iba a intentar sacrificarme para evitarlo. Cómo
sucedió todo fue un desafortunado giro del destino.
Kevhan deja de intentar escapar. No vuelve a sentarse, pero se
queda. Lo tomo como una buena señal.
—¿Qué es lo último que recuerdas? —Empiezo por ahí.
Sacude la cabeza y se lleva la palma de la mano a la sien.
—Estábamos en la Fosa Gris. El barco se balanceaba violentamente.
Y entonces una… ¿explosión? Todo se volvió oscuro. Cuando volví
en mí, estaba aquí.
—Algunos de la tripulación también estaban aquí… otros no. Pero
ahora solo quedo yo. El resto escuchó la canción. Dijeron que sonaba
a paz. Aunque yo solo he oído gritos. —Sacude la cabeza—. Les
advertí que no cedieran. Les dije que tuvieran cuidado. Pero dijeron
que irían de buena gana. Que estaban preparados y que yo también
debía estarlo, que no había nada que temer. Qué tontos. —Se burla.
Un extraño dolor corporal me invade. Es de contracción y
relajación al mismo tiempo. Duele, pero también es un peso que me
abandona. Entre mi tripulación había quienes aceptaban su destino.
No habían mentido cuando me dijeron que conocían los riesgos de la
travesía y que estaban dispuestos a asumirlos. Cualquier asunto que
aún tuvieran en tierra, podían dejarlo ir, podían encontrar la paz.
469
Todos ellos eran mucho mejores que yo, en la vida y en la muerte.
No me merecía a mi tripulación, ni a uno solo de ellos. Cada uno
de ellos era la mejor versión de mí misma. Porque donde yo luché
contra mi muerte final durante tanto tiempo, ellos se enfrentaron a la
suya con gracia. Si no estuviera ya comprometida con traer la paz al
mundo para que sus almas pudieran pasar sin esfuerzo al Más Allá,
lo estaría ahora. Se lo debo a mi tripulación, a todas las demás almas
que esperan y a todas las tripulaciones futuras que merecen navegar
por mares pacíficos.
—Lo siento, Victoria. La tripulación que vi se convirtió en las
sombras oscuras de las sirenas y se adentraron más, diciendo que
tenían que atender la llamada. Cuando intenté perseguirlos para
arrastrarlos de vuelta, los detuvieron.
—¿Detuvieron?
—No podía entenderlo, pero lo tomé como una bendición. Lo que
les impidió llegar a donde tenían que ir también me dio la
oportunidad de escapar. —Sacude la cabeza—. Lo siento. Los
abandoné. Pero tuve que irme para encontrar a mis chicas.
Vuelvo a apoyarle la mano en el hombro, agradeciendo que no se
aparte. Le señalo el pasadizo por el que intentaba trepar.
—Si subes por ahí, llegarás a la Fosa Gris. Te convertirás en un
espectro, un fantasma de nada más que odio, y perderás la razón. No
volverás a ver a tus hijas si sigues por ahí.
—Entonces, ¿qué voy a hacer? —pregunta abatido—. No puedo
irme como hicieron los otros marineros. Debo ver a mis hijas una vez
más… a mi Katria…
Un pensamiento cruza mi mente.
—Ven conmigo.
—Victoria, seguro que estoy entendiendo mal… ¿estás sacando un
alma con nosotros del Abismo? —La voz de Ilryth resuena entre mis
sienes.
470
—No voy a dejarlo aquí —digo claramente, dirigiéndome a Ilryth
a solas, esperando que quede claro que no hay lugar para discusiones.
La objeción parece doler a Ilryth.
—No podemos llevarlo de vuelta.
—¿Por qué no? —Lo miro a los ojos, manteniendo mi atención solo
en él con la esperanza de que Kevhan no oiga nuestro debate—. Las
almas vagan de vuelta todo el tiempo.
Hay un cambio en cómo suena la voz de Ilryth, casi como si me
susurrara a través de un corto túnel. También habla solo para mí.
—Se convertirá en un espectro.
—Me dijeron que los espectros eran creados por el resentimiento y
el odio. Sí, estaba a punto de convertirse en uno cuando lo vi por
primera vez. Pero con un poco de explicación, y tiempo, ahora
entiende cuáles son sus circunstancias. No se va a resentir con los
vivos, así que no se convertirá en un espectro —razono—. Cuando
esté preparado, cruzará al otro lado: se convertirá en uno de los
espíritus de las sombras que vemos aquí, esperando su oportunidad
para cruzar el Velo. Pero hasta entonces, se queda conmigo. Si algo
malo sucede, yo asumiré la responsabilidad. Haré lo que deba
hacerse. Tengo el poder para hacerlo, gracias a Krokan y Lellia. —
Solo espero que no llegue a eso.
Ilryth me agarra la mano.
—¿Estás segura de esto?
Asiento con la cabeza.
—No abandono a mi gente. Es lo único que queda de mi
tripulación; no puedo abandonarlo aquí abajo. Además, sería más
irresponsable dejarlo. Podría volver a vagar por la Fosa Gris por su
cuenta; ya estuvo a punto de hacerlo. Al menos así, si se convierte en
espectro, estaremos allí y podremos desterrarlo al instante. Además,
nunca se sabe, podría ser de ayuda para convencer al coro de lo que
tenemos que decir. O tal vez pueda ayudarme a entender a Lady
Lellia de alguna forma que aún desconocemos. —Lo estoy logrando,
pero inventaré cualquier excusa para no dejar atrás a Kevhan.
471
La yema del pulgar de Ilryth acaricia ligeramente la mía. El
movimiento es extrañamente íntimo. Tanto como cualquiera de los
otros placeres carnales que nos hemos permitido. Es un movimiento
de confianza y ternura. De compasión y comprensión.
—Puedo ver por qué Krokan te eligió —dice pensativo—.
Realmente eres una criatura magnífica.
—¿Vamos? —Me vuelvo hacia Kevhan, robándole su atención
errante de la apertura de la fosa. Parecía estar totalmente obsesionado
con ella, perdiéndose por completo nuestro debate.
—De acuerdo, iré contigo.
—¿Estás seguro de que puedes confiar en mí? ¿A pesar de que
mentí sobre trabajar con un Siren? —A pesar de conseguir lo que
quiero, sigo dudando. El borde de sentirme indigna de su confianza
serpentea dentro de mí como un mal hábito.
—¿No te dije que eres como una cuarta hija que nunca tuve? —Me
agarra del hombro—. ¿Qué clase de segundo padre sería si ahora no
confiara en ti? Además, los dos teníamos nuestros secretos, ¿no?
Sonrío débilmente a pesar del dolor que me producen sus palabras.
Levanto una mano y le doy unas palmaditas en el dorso.
—Nunca te dije lo suficiente lo agradecida que te estaba. Nunca me
di cuenta de lo mucho que me cuidaste. Todas las veces que podría,
debería, haberte estado más agradecida. Siento no haberme dado
cuenta antes. Por no darte suficiente crédito.
—Victoria, te voy a decir algo y quiero que me escuches bien: si hay
alguien a quien no das suficiente crédito, a quien nunca has dado
suficiente crédito… es a ti misma. Has hecho todo lo que has podido.
Lo mejor que se podía esperar de alguien. Encuentra la paz con eso y
deja el resto atrás.
—Estoy en ello. —Asiento con la cabeza y me pongo en marcha, de
vuelta al Eversea como un trío improbable.
472
Capítulo 46
Salir del Abismo es mucho más difícil que entrar. Cada paso sobre
roca y cuesta arriba es más difícil que el anterior, y los dos hombres
luchan por seguirme de cerca. Los miro continuamente por encima
del hombro, asegurándome de que siguen conmigo, temiendo que si
los perdiera de vista demasiado tiempo se desvanecerían por
completo.
—Siento haberlos retrasado… es… —Kevhan se queda sin
aliento—. Es sorprendentemente difícil arrastrarse fuera de aquí.
Ilryth me lanza una mirada de preocupación en su nombre. Suelto
la mano del Siren para tender la mía a Kevhan. Mi antiguo jefe parece
fijarse en nuestros dedos entrelazados.
—Toma… —digo con calma forzada, tratando a Kevhan como
trataría a un gato callejero receloso. La idea de que estalle y vuelva 473
corriendo a la Fosa Gris ocupa un lugar destacado en mis
pensamientos. De algún modo, me he convencido de que ninguno de
los dos está realmente a salvo hasta que salgamos del Abismo—.
Toma mi mano. No dejaré que vuelvas a ese lugar, a menos que
quieras.
—Te aseguro que no querré hasta que tenga la oportunidad de
volver a ver a mis hijas —jura. Le creo de todo corazón, y eso es lo
que me ayuda a mantener una mano firme, sus dedos se cierran
alrededor de los míos mientras le ayudo a trepar por una roca.
Se me ocurre que su mujer no se cuenta entre sus razones para
volver. De hecho, Kevhan nunca habla de su mujer más allá de
menciones pasajeras y de negocios. No puedo evitar preguntarme
cuál es el estado de su relación. ¿Es amor? ¿O más bien un acuerdo?
Cuando era joven y mi cabeza estaba felizmente llena de libros de
cuentos, pensaba que todas las parejas que se enamoraban deseaban
casarse. Y, por lo tanto, que todo matrimonio era un matrimonio por
amor, que el amor era pasión y fuego y que, por lo tanto, toda unión
que terminaba con un anillo era una unión de felicidad. Así fue como
confundí la lujuria con el amor cuando Charles llegó por primera vez
a la ciudad. Una mirada y creí saberlo. Apenas tuvo que hacer nada
más que mostrarme una sonrisa deslumbrante.
Gracias a él aprendí, demasiado bien, que el amor no está hecho de
cuentos de hadas. Me lo tomé como una amarga lección. Vi cada amor
que funcionó, como el de mis padres, como una casualidad. Cada
amor que fracasó, como el mío, como algo inevitable.
Ahora… veo esa lección bajo una nueva luz. El amor puede adoptar
muchas formas diferentes en la pareja. Un amor basado en la pasión
no es menos que un amor basado en la experiencia compartida, o en
los negocios, o en cualquier otra conexión que una a dos individuos.
Cada pareja tiene su propia oportunidad de definir lo que es el amor
para ellos. Ya sea un acuerdo como el de Kevhan, o un amor que
cambia tanto el mundo que los días se detienen cuando tu pareja ya
no está, como el de los padres de Ilryth.
Mi atención se desvía hacia él. Sin pudor, estudio la nitidez de su 474
mandíbula. Sus rasgos juveniles brillan con luz propia, su pelo pálido
dibuja líneas duras en este reino de noche eterna.
Nunca había pensado en volver a casarme. Sentía que no me
convenía. Durante mucho tiempo, le creí totalmente a Charles cuando
me decía que era difícil de querer y de estar a mi lado. Pero ahora sé
que estaba equivocado. Era un hombre triste y amargado que
necesitaba desesperadamente el control después de que su vida se
trastornara con la muerte de su familia, y yo ya no estoy en deuda con
su cruel catarsis.
Ilryth me ha amado, tan profundamente como para presentarse
ante un dios antiguo por mí. Ha llegado al borde literal de la tierra
para suplicar por mí. Es un amor con el que solo había soñado y que
había descartado hace tiempo. Pero aquí está a mi lado, luchando
conmigo y por mí. Es un hombre de carne, hueso y virtud que me
desea, más que a nadie en el mundo, y yo a él en igual medida.
Pero si robáramos tiempo suficiente para un futuro juntos, ¿podría
darle lo que necesita? Incluso si la ira de Lord Krokan es aplacada,
aún necesita una esposa y un heredero. Necesita liderar su ducado e
Ilryth merece una duquesa que disfrute de esos deberes junto a él.
Nada de eso soy yo. Ya no. Tal vez nunca. Entonces, ¿dónde nos
deja eso? ¿Nuestro amor es perfecto, aunque condenado, pase lo que
pase con los viejos dioses?
No tengo las respuestas… pero quizá parte de aquello por lo que
luchamos es la capacidad de averiguarlo. El derecho a hacernos las
preguntas y encontrar nuestro propio camino. Sea cual sea.
Por fin llegamos al barco en el río de lava. La corriente se aleja del
Abismo, lo que considero una buena señal. Ayudo a Kevhan a subir
a la embarcación y luego hago señas a Ilryth.
—Iré al último —dice Ilryth.
—Órdenes de la capitana —insisto.
—Pero…
—Un consejo, buen señor, yo no desafiaría a Victoria cuando se 475
trata de una nave —interviene Kevhan.
Sonrío a Ilryth e inclino la cabeza hacia el barco.
—Tiene razón. Además, soy la única de nosotros que está
realmente equipada para navegar por el Abismo.
Ilryth se ríe entre dientes y se mete a la deriva por la borda. Se
sienta en el borde, con la cola doblada y enroscada a lo largo del casco.
Sigue moviéndose de una forma extraña, casi nadando. Me dedica
una sonrisa.
—Muy bien, pues adelante.
—Con mucho gusto. —Hay una atracción innata en mí. Una que
pongo en mi espalda mientras empujo el pequeño bote de remos
fuera de la orilla y dentro de la lava, persiguiéndolo y saltando
dentro.
—¿Están los dos… hablando? —Kevhan parece a partes iguales
inseguro y genuinamente emocionado por la idea.
—Lo estamos —afirmo.
—¿Cómo? No oigo nada.
—Hablamos con la mente… —Le explico brevemente la
comunicación telepática, intentando ofrecerle una cartilla mejor que
la que me dieron al principio.
Tararea, con el ceño fruncido por la concentración.
—¿Así? —pregunta con la boca y con la mente.
Las palabras son prácticamente gritos. «Dios mío, ¿yo sonaba así
cuando llegué?» No me extraña que Ilryth y su familia estuvieran tan
tensos hablando conmigo al principio. Se me parte la cabeza por el
ruido repentino. Habría alertado a medio Eversea de nuestra
presencia si ya hubiéramos ascendido del Abismo.
—Más o menos. —Intento convertir mi mueca ante el sonido agudo
en una sonrisa alentadora—. Sigue trabajando en ello mientras
salimos de aquí. Pero, toma, esto te ayudará. —Me quito el collar de
la garganta y le coloco la concha alrededor del cuello.
—Una buena idea protegerlo antes de que regresemos —elogia 476
Ilryth. Me alegra que no parezca molesto por haberle pasado su
caparazón.
—Me lo imaginaba —respondo, concentrándome solo en él.
Kevhan no reacciona. De verdad que he aprendido a guardarme mis
pensamientos y a centrarme en mis comunicaciones.
—Gracias —dice Kevhan, apretando los labios para evitar que se
muevan. Me resisto a sonreír. Sus ojos se dirigen a Ilryth—. ¿Puede
oírme? —Ilryth no reacciona—. ¡Ja! —Kevhan parece bastante
satisfecho con su descubrimiento. Y su volumen ya está a un nivel
mucho más tolerable.
Empiezo a remar y le permito que ponga a prueba esta nueva
habilidad con Ilryth y conmigo. Hablamos del Eversea y del Siren, del
Árbol de la Vida, explicando rápidamente nuestras circunstancias.
Kevhan capta la telepatía rápidamente. Aunque, solo puedo asumir
que un hombre que de alguna manera está involucrado con los fae se
adaptaría rápidamente al mundo de Midscape.
Cuando hay una pausa en la conversación, le pido a Ilryth que me
ponga al día sobre las circunstancias actuales, más que sobre los
acontecimientos que nos han traído hasta aquí.
—¿Qué nos espera cuando volvamos?
—Nada bueno —dice sombríamente—. Los mares están peor. Los
otros ducados empezaban a volverse contra mí, culpándome de
someter al Eversea a este destino al elegir a una humana como
ofrenda.
Resoplo. No saben que, de algún modo, esa humana sigue siendo
su mejor oportunidad para una paz duradera. Ilryth parece captar
mis pensamientos sin que yo lo diga, porque me dedica una pequeña
sonrisa burlona. Compartimos una mirada.
—Eso de ahora no era telepatía, ¿verdad? —Kevhan tiene ojos
atentos. O una suposición afortunada—. ¿Supongo que ustedes dos
se conocen desde hace algún tiempo?
—Años, técnicamente —responde Ilryth—. Aunque solo he tenido 477
el privilegio de conocer a Victoria a un nivel más personal estos
últimos meses.
Me centro en remar para combatir el rubor ante las palabras
—Nivel personal.
Kevhan considera esto. Incluso teniendo cierta familiaridad
preexistente con Midscape, no puedo imaginar la carga que está
teniendo que soportar para asimilar todo lo que se le ha presentado.
Por eso me sorprende aún más cuando le tiende la mano a Ilryth.
—Supongo que un agradecimiento está en orden, buen señor —
dice Kevhan—. Sus habilidades me hicieron muy rico.
Ilryth considera la oferta un momento, pero al final la acepta. Sin
embargo, no suelta la mano de Kevhan, y su expresión se vuelve
pétrea.
—Entonces, ¿fuiste tú quien no le pagó adecuadamente para que
su familia corriera peligro?
—Ilryth —interrumpo secamente—. Pagó más que suficiente.
Había otras circunstancias que habían retrasado mis finanzas
independientemente de él.
Ilryth despliega lentamente los dedos y murmura:
—Mis disculpas.
—Está bien. Agradezco que alguien cuide de nuestra querida
Victoria. —Kevhan sonríe, se masajea la palma de la mano y me lanza
una mirada cómplice.
—Kevhan, ¿puedes decirme más de lo que sabes sobre Midscape?
—pregunto apresuradamente. No nos queda mucha distancia por
recorrer y remo un poco más rápido. Lo último que quiero es que los
dos tengan tiempo ininterrumpido para hablar entre ellos. Kevhan
conoce demasiados de mis secretos y demasiado de mi pasado.
Un pasado que aún tengo que contarle a Ilryth. Se lo contaré a
Ilryth, una vez que estemos a salvo de vuelta en el Eversea. Espero
que una vez que todo esté arreglado, pero antes de eso, si es necesario. 478
Merece saberlo. Solo… quiero decírselo cuando no tengamos una
audiencia y no estemos tratando de escapar del Abismo del Dios de
la Muerte.
La orilla donde encontré la barca aparece al doblar la curva. La
conversación se apaga mientras los guío por el laberinto de
anamnesis y finalmente hasta el círculo de piedras al que llegué por
primera vez. Los sujeto de la mano, cierro los ojos y busco en mi
interior las palabras adecuadas para cantar. Tan cerca del Árbol de la
Vida, puedo oír los susurros de su canción.
Con la intención clara, abro la boca y dejo escapar una nota aguda.
«Ya vamos, Lellia», digo sin palabras. «Pronto serás libre». La
primera vez, cantamos a Krokan y solicitamos su guía para el
descenso. Esta vez, cantamos al Árbol de la Vida en lo alto. Kevhan
está completamente embelesado por Ilryth y por mí. Su mandíbula se
afloja ligeramente y sus ojos se ponen vidriosos. Se balancea,
sucumbiendo al trance de los cantos de sirena.
Pequeñas burbujas nos rodean. Mi cuerpo se siente ligero,
desprendido. Mis pies abandonan el suelo y los dos vienen conmigo.
Comenzamos a elevarnos, muy por debajo de las olas. Cada vez más
alto. Todo está borroso hasta que parpadeamos y, de repente,
nuestras cabezas alcanzan la superficie del Eversea.

479
Capítulo 47
Kevhan jadea fuerte por instinto. Como si aún necesitara respirar.
Todavía siento el impulso de hacer lo mismo, pero me abstengo. Me
he acostumbrado mucho más a mi forma mágica.
Ilryth parpadea hacia el cielo gris que nos cubre, tranquilo y sereno.
No jadea. No se sumerge inmediatamente bajo las olas. Una sonrisa
cansada curva sus labios. La luz del Árbol de la Vida brilla sobre su
piel mojada, resaltando todas sus pinturas en plata y oro. Es
realmente impresionante, incomparable.
Pero un viento áspero barre el océano, agitándolo hasta dejarlo tan
gris como mis ojos. Lucho contra un escalofrío y observo cómo caen
más hojas plateadas que nunca del Árbol de la Vida.
—¿Ese es el Árbol de la Vida? —susurra Kevhan.
—Lo es.
480
—Hablaba de coronas de cristal, de gente que vivía en los mares,
de espíritus de los bosques profundos y de reyes que podían dividir
mundos —musita en voz baja para sí. Las palabras parecen tan
personales que no quiero interrumpir—. Nunca esperé ver cosas tan
mágicas con mis propios ojos.
—Lo verás mucho más de cerca —digo, empezando a nadar—. Nos
dirigimos al Árbol de la Vida.
—Victoria, tenemos que actuar con cautela —advierte Ilryth, pero
sigue—. En cuanto el coro sepa que hemos vuelto, nos retendrán. Y
solo puedo suponer que Ventris ha percibido una perturbación
procedente del Abismo.
—No tengo ninguna duda. —Esto no tiene precedentes. Me lo
esperaba, ya que la forma de actuar de los Eversea parece ser: encierra
a alguien en una habitación hasta que sepas qué hacer con él—.
Precisamente por eso vamos primero al Árbol de la Vida.
Necesitamos un lugar seguro para que Kevhan se quede.
—¿Me dejarás? —pregunta Kevhan, nadando apresuradamente
para alcanzarme. No me había dado cuenta de lo rápido que soy
capaz de nadar hasta que no me comparé con las sirenas.
—Aquí estarás a salvo —le aseguro—. El Árbol de la Vida ancla la
vida misma a este mundo. Te protegerá de caer de nuevo en el
Abismo. —Eso espero. Es una suposición, pero es lo mejor que tengo.
Brevemente, me pregunto si tomé la decisión correcta al traerlo de
vuelta… pero no puedo dudar ahora. No podía dejarlo, e Ilryth
parece aceptar mi decisión también.
Nadamos hasta la parte trasera del Árbol de la Vida, las raíces que
cuelgan sobre el Abismo. Nunca he visto sirenas nadando aquí
gracias a la podredumbre y espero que eso signifique que está
marginalmente protegido de sus miradas indiscretas. El agua se
coagula y el aire está cargado de un hedor pútrido. Para salvar
nuestras narices, nos sumergimos bajo la superficie una vez más.
Kevhan va a nadar unos instantes para tomar aire, pero le tomó la
mano. 481
—Eres un espíritu —le recuerdo—. No necesitas respirar.
—Bien… —Se queda mirando la muñeca que sostengo—. ¿Cómo
es que puedo sentir? ¿Oler?
—Sospecho que es la magia de los antiguos dioses —postula Ilryth
en mi nombre—. Para ascender a este mundo desde el Abismo, has
escuchado sus cantos a través de Victoria y de mí. Sospecho que eso
estabilizó tu espíritu.
Lo que me da esperanzas de que no regrese como un espectro.
—Eres un poco como yo, creo. —Le ofrezco a Kevhan una sonrisa
alentadora y le suelto la muñeca, volviendo a la tarea que nos ocupa
con un gesto hacia un pequeño hueco en las raíces—. Quédate aquí.
Mantente oculto de cualquiera que no seamos nosotros. Volveremos
pronto. —Eso espero.
—¿Qué vas a hacer?
—Vamos a intentar liberar a una diosa —digo con forzada calma.
Como si no fuera algo imposible de siquiera pensar—. Pero tienes que
esconderte, por ahora. Si una sirena te encuentra, es probable que
piense que eres un espectro y podría atacarte. Una vez que las cosas
se calmen, pensaremos en cómo llevarte de vuelta con tus hijas. Te lo
prometo. Pero podría llevar un día o dos.
—Muy bien. Nunca me has decepcionado. —Kevhan nada hacia el
nido de raíces. Hace una pausa y añade con una sonrisa—: Excepto
aquella vez que hiciste que me mataran.
—Tienes buen aspecto para estar muerto —replico con una risita.
La atención de Kevhan se desplaza hacia Ilryth.
—Mantenla a salvo.
—Lo haré. Aunque estoy seguro de que será mucho más al revés.
—Ilryth toma mi mano—. Deberíamos irnos.
Asiento con la cabeza y me adelanto. En lugar de volver al castillo,
donde sin duda espera el coro, nado hacia el Árbol de la Vida. 482
—Espera, Victoria, ¿dónde…?
Miro por encima del hombro.
—Francamente, Ilryth, no me importa lo que piense o diga tu coro.
Krokan me ha encomendado un trabajo: liberar a Lady Lellia. No veo
sentido en retrasarlo.
Rodeamos las raíces y llegamos a la playa. No es hasta que estoy a
medio camino de salir del agua que oigo la canción que resuena sobre
la isla.
—Lucia estaba dirigiendo una plegaria a la vieja diosa, rogándole
por la paz —explica Ilryth. No se ha despojado de su cola—. Hay
adoradores allí. Debemos atravesar el coro.
—¿Cuántas sirenas? —pregunto.
—¿Qué?
—¿Podríamos manejarlos?
—Victoria. —Nada hacia atrás con un movimiento de sus brazos,
mirándome en estado de shock—. No lucharé contra mi familia.
—Cuanto más nos demoremos, más cerca estaremos de que todo el
mundo muera. —Hago un gesto hacia el túnel que lleva a la puerta
de Lellia—. Estamos aquí. Vamos. Yo agarraré una de las lanzas
apoyadas en las raíces y abriré la puerta mientras tú retendrás al resto.
Eres el Duque de Spears, te he visto luchar.
—No puedes entrar así como así. —Sacude la cabeza lentamente.
—¿Por qué no?
—Te matarán.
Me hago un gesto a mí misma.
—Ya he caminado por lo más profundo del Abismo y he regresado
por voluntad propia. No temo a ningún mortal.
—Por favor, no deseo verte como la villana de este cuento —dice
Ilryth en voz baja. 483
Me meto en el agua y me arrodillo ante él. Las olas me golpean el
pecho. Los brazos de Ilryth me rodean a ambos lados. Nuestras caras
casi se tocan cuando le acaricio las mejillas.
—Ilryth… Pasé años en los que la gente me veía como la villana.
Años en los que creí sus palabras: que era una criatura desdichada y
antipática —digo en voz baja. Sus ojos se abren de golpe. Continúo
antes de que pueda objetar—. Pero ahora sé que no lo soy. Nunca lo
he sido. Me decía a mí misma que lo sabía, pero mi corazón nunca lo
creyó.
»Pero ahora lo sé en mi alma. Oigo mi propia canción tan clara y
verdadera que no hay duda. Que intenten cantar sobre mí. No los
escucharé. Gritaré, si es necesario, para hacerme oír. Mi verdad y tú
son todo lo que necesito. Mientras conozcas el designio de mi
corazón, no me veas como el mal, entonces no me importa el resto del
mundo. Ellos no importan.
—Victoria —murmura suavemente, inclinándose para besarme
suavemente los labios, con sabor a él y a agua salada, pero también a
dolor. Tanto dolor vive en él por mí. Le acaricio las mejillas e intento
sonreír, para asegurarle que todo va bien. Por primera vez en mi vida,
todo irá bien. No solo tengo el poder de dirigir mi destino, sino la paz
con el pasado.
—Déjame ir, si no a derribar la puerta, sí a cantar con Lellia. Para
preguntarle por primera vez en miles de años lo que quiere. Haremos
lo que ella ordene antes que nadie.
—Muy bien. —Ilryth solo saca la primera nota de la canción para
despojarse de sus escamas cuando una voz familiar nos interrumpe.
—Antiguos dioses de arriba y de abajo, el cambio de canción era
cierto. Los conspiradores han vuelto para condenarnos a todos. —
Ventris echa humo en la apertura del túnel.
Me giro rápidamente, apartando las manos del rostro de Ilryth.
Fenny está de pie junto a Ventris, a la cabeza de una hueste de
guerreros y sirenas que deben de haber estado entre los adoradores.
En el brazo y el hombro derechos de Fenny hay marcas idénticas a las
que siempre había visto en la piel de Ilryth. Lleva en la mano una
484
lanza que me resulta familiar: Dawnpoint.
—¿Fenny? —Ilryth parpadea, la confusión se filtra en el nombre.
—Es la Duquesa de Spears para ti, traidor.
Capítulo 48
Nos llevan de vuelta al castillo por la fuerza. Aunque ni Ilryth ni
yo somos maltratados, el mensaje queda claro por las lanzas
blandidas y las duras miradas: «si te pasas de la raya, no acabarás
bien». No se pierde tiempo en salas de espera ni en discusiones.
Inmediatamente nos escoltan a la sala del coro, bañada por el azul
profundo.
Las otras sirenas se han marchado, sin duda obligadas con palabras
que no conozco. Creo que, si se les hubiera dado la opción, habrían
preferido quedarse a presenciar nuestro juicio. Los guerreros y
adoradores abandonan la sala con agudas notas en nuestra dirección.
Miradas de odio.
Lo acepto fácilmente. Estoy muy acostumbrada a estas cosas. Pero
es nuevo para Ilryth. Estas miradas insensibles de la gente a la que 485
amaba, por la que sacrificó mucho, lo hieren. Puedo sentirlo en el
alma cuando sus ojos brillan de dolor a pesar de que se esfuerza por
mantener la compostura. Me debato entre tomarle la mano, pero me
resisto. No sé qué saben de nuestra relación, si conocen nuestro amor
y todas las líneas que hemos cruzado. Solo puedo sospechar que
tienen alguna idea, dado que Ilryth desafió todas las leyes para llegar
hasta mí. Pero, por ahora, es mejor no revelar nada hasta que
debamos hacerlo. Aunque me duela no alcanzarlo.
Unos cuantos guerreros mantienen sus posiciones en la entrada,
formando una línea para impedir nuestra huida. Aunque no hemos
hecho nada que sugiera que lo intentaríamos. Sevin, Remni y Crowl
están tan quietos como estatuas sobre sus caparazones. Ventris y
Fenny hacen un coro completo.
Es extraño y doloroso, incluso para mí, ver a Fenny agarrar el
caparazón de Ilryth. Apoya a Dawnpoint sobre su regazo. Los demás
duques y duquesas hacen lo mismo con sus propias lanzas
legendarias. Me pregunto si su magia será lo que se necesita para
abrir la puerta de Lellia. O tal vez no sea necesario tanto poder y la
puerta esté cerrada solo porque nadie ha intentado abrirla nunca y
Lellia se ha vuelto demasiado débil para hacerlo ella misma, aunque
quisiera.
Remni, cabeza del coro, extiende su lanza hacia el centro. Todos los
demás hacen lo mismo. Un tenue resplandor se enciende desde sus
puntas, iluminando una anamnesis donde antes estaba la concha
tallada la última vez que estuve ante un coro.
—El coro está en sesión —anuncia Remni.
No pierdo el tiempo.
—Puedo explicar…
—¿Explicar cómo has arruinado nuestros mares? ¿Cómo nos has
traicionado? —Ventris hierve de rabia—. Ahora has venido a burlarte
de nosotros y a nadar en las aguas de nuestra perdición.
—Basta, Ventris —digo secamente, lo bastante alto como para que
todos me oigan. Espero que lo oiga todo Eversea. Lo evalúo con una
mirada cruel; nunca se había visto tan pequeño—. No eres más que 486
un niño triste, esperando e intentando desesperadamente estar a la
altura del legado de tu padre. Pero nunca lo conseguirás. Estás tan
enfrascado en intentar ser él que no te centras en lo que lo hizo
grande.
—Cómo te atreves. —Intenta continuar, pero no lo dejo.
—Pasas tanto tiempo dándote aires que nunca te has tomado el
tiempo de hacer el trabajo. Ni siquiera puedes escuchar las palabras
de Lord Krokan, ¿verdad? —Es en parte suposición y en parte verdad
lo que deduje de lo que dijo Krokan.
Ventris se echa hacia atrás, con las manos retorciéndose alrededor
de su lanza. Las expresiones de asombro se han grabado en los rostros
del coro. Ilryth esboza una ligera sonrisa.
—Tu padre podría, de verdad, pero tú no puedes —continúo—.
Has gastado tanto tiempo y esfuerzo en tus muestras de poder y en
la prominencia de tu castillo con sus guardas y tallas que él hizo para
compensar lo que te falta en sustancia. Tus inseguridades y tu
arrogancia corren el riesgo de costarle todo a tu pueblo. Por tu culpa,
los avances de tu padre se han echado a perder.
Ventris me fulmina con la mirada. Me sorprende que el agua a su
alrededor no burbujee con el calor de su rabia.
—Ya es suficiente por tu parte.
—¿Es cierto? —Remni, Duquesa de los Artesanos, interviene con
frialdad. Tiene los brazos cruzados sobre el pecho. No es necesario
que sostenga la lanza para resultar imponente—. ¿Nos has estado
engañando? ¿No puedes oír la canción de Lord Krokan como podía
hacerlo tu padre?
Ventris gira la cabeza. El movimiento es tan repentino y violento
que todo su cuerpo se mueve en el agua, casi expulsándolo de su
caparazón.
—No puedes honestamente… estas mentiras… ella…
—Una traidora —termina Fenny.
487
—Sí, una traidora —dice Ventris rápidamente. Mira a Fenny como
si la mujer fuera la clave de sus victorias—. Su mente está retorcida
por la depravación y, si no fuera por eso, entonces la podredumbre,
que no ha hecho más que empeorar desde…
—¡Déjame hablar! —digo, más alto que él. Todas sus miradas
vuelven a mí—. Cuando conocí al coro, me mostraron cómo todos
ustedes usan la medida y el sentido común para dirigir. Cómo tratan
a todos con respeto y civismo y no sacan conclusiones precipitadas
sobre asuntos importantes. Les pido que me concedan lo mismo,
ahora. Déjame hablar. —Mi tono se ha calmado para cuando me
repito. Hago un gesto a Ilryth—. Déjalo hablar a él también. Tenemos
las respuestas que buscas porque los antiguos dioses nos han elegido
como sus mensajeros.
Crowl golpea su lanza contra el muslo.
—La humana tiene razón.
—No puedes decirlo honestamente… —Fenny empieza.
—Eres nueva en este consejo, duquesa —interrumpe Remni con
frialdad—, y tu lugar entre nosotros está a debate ahora que tu
hermano ha regresado. —Antes de que Fenny pueda siquiera pensar
en otra palabra que decir, Remni me hace un gesto—. Habla,
entonces.
—Estuve frente a Lord Krokan. Ambos lo hicimos. —Hago un
gesto entre Ilryth y yo—. Pero no nos llevó a la locura. Nos llevó a la
claridad. Lord Krokan nos envió de vuelta a ambos porque hay algo
que debe hacerse. —Me tomo un momento para pensar en mis
próximas palabras. Debo elegirlas con cuidado. De mí depende
convencer a estas sirenas de que debemos ir en contra de años de
tradición y arriesgar en el proceso lo que hasta ahora ha sido el
equilibrio del mundo.
—¿Y ese algo es? —pregunta Remni, arqueando las cejas.
Cuando no respondo inmediatamente, Ventris no puede
contenerse.
—¿Ves? Su mente ya se está deshilachando.
488
—Lady Lellia se está muriendo y Lord Krokan se está revelando.
Quiere llevársela para poder salvarlos a los dos —suelto. Todos me
miran como si de repente me hubiera crecido una cola como a uno de
ellos y hubiera empezado a nadar. Demasiado tacto…
—¿Liberar a Lellia del Árbol de la Vida? Compañeros del coro, no
vamos a entretenernos con esta tontería, ¿verdad? —La voz de
Ventris tiene una nota de suficiencia aliviada. Cree que le he dado la
razón. Temo que tenga razón, dadas las expresiones del coro—.
Propongo que lo mejor sea devolverlos al Abismo, no mediante la
unción, sino por la fuerza, y permitir que Krokan haga con ellos lo
que le plazca. Sin duda los trastornaron, pequeños miserables
traicioneros.
¿Está Ventris sugiriendo honestamente lo que yo creo? ¿Por la
fuerza? ¿Pretende matarme otra vez? Descarto la idea de discutir
sobre esa posibilidad. Ni siquiera vale la pena entretenerse en ello
cuando hay asuntos más importantes. Y si paso más de un segundo
pensando en cómo Ventris está sugiriendo que maten a Ilryth,
entonces sí que perderé hasta la última pizca de mi autocontrol.
—Te estoy diciendo la verdad —insisto—. A Lord Krokan y Lady
Lellia se les debe permitir pasar el Velo y unirse a sus parientes
divinos en el mundo del más allá… —Les hablo de todo lo que hemos
visto. De las antiguas historias olvidadas por las mentes mortales
durante miles y miles de años. Les hablo del amor de Krokan y Lellia.
De su sacrificio.
Intento exponerlo todo tan abierta y honestamente como puedo.
Puede parecer imposible. Puede que la verdad sea lo último que
quieran oír. Pero merecen saberlo todo.
—… el difunto duque Renfal habló con el viejo dios y conocía
algunas de estas motivaciones. No fue capaz de entender cada
palabra de Lord Krokan ya que no estaba ungido, pero captó la idea
general. Eso lo llevó a talar del árbol bajo la apariencia de protección.
Pero en realidad, era para debilitar el árbol e intentar liberar a Lellia.
Lord Krokan intentó ayudar en el proceso, desde la putrefacción 489
hasta rechazar almas y provocar la acumulación en el Abismo que
llevó a más espectros, lo que, a su vez, llevó a más poda del árbol. Es
decir, hasta que tú lo detuviste. —Miro a Ventris, pero continúo antes
de que pueda reaccionar al desaire—. Libera a Lady Lellia,
devuélvesela a Lord Krokan, que vuelvan al Más Allá y se reúnan con
sus otros parientes divinos.
—No me quedaré de brazos cruzados mientras ella menosprecia el
nombre de mi padre con sus mentiras. —Ventris se levanta. Ilryth se
mueve ligeramente delante de mí.
—Siéntate, Ventris —ordena Remni—. Debes mantener tus
arrebatos bajo control o nunca llegaremos a la verdad, y mucho
menos a decidir qué hacer a continuación. Ahora dime, ¿podría ser
posible todo esto? —le pregunta Remni a Ventris. El hecho de que se
lo pregunte a él cuando yo estoy aquí mismo, diciéndole todo lo que
necesita saber, me dan ganas de gritar.
—Necesitaría tiempo para consultar los tomos. Pero mientras tanto,
deberíamos enviarla de vuelta.
—No hay tiempo. —Prácticamente hablo por encima de Ventris—.
Hay algo llamado la Luna de Sangre. En vísperas de este evento, las
líneas entre los mundos se están adelgazando. Si Lord Krokan y Lady
Lellia van a reunirse con sus hermanos al otro lado del Velo, deben
partir ese día o antes. Ocurrirá antes de que puedas enviar otro
sacrificio, no hay más tiempo.
—¿Luna de sangre? —Remni mira a Ventris.
—Los santos astrónomos lo han mencionado —admite a
regañadientes—. Pero es más propio de los Vampir y nunca ha sido
especialmente importante para nuestras tradiciones.
—¿Cómo podría haber sabido algo así sin que Lord Krokan me lo
dijera? —Me llevo una mano al pecho—. Solo ocurre una vez cada
quinientos años.
—Pero no es hasta dentro de un par de años —objeta Ventris—.
Hay tiempo de sobra para…
—¿De verdad pretendes jugar con la vida de Lady Lellia. Sin duda 490
no sobrevivirá hasta la próxima; puede que ni siquiera sobreviva
hasta ésta. Es esto o nada, ahora o nunca, y por eso Krokan ha
recurrido a medidas drásticas.
—Digamos que te creemos —dice Sevin. Ojalá sonara más genuino
y menos hipotético—. ¿Qué se supone que debemos hacer? ¿Dejar
que talen el Árbol de la Vida?
—¿Cómo se atreve…? ¿Vamos a dejar que nos convenza de destruir
el ancla para la vida y uno de nuestros últimos dioses antiguos en este
mundo con poco más que mentiras convincentes? —Ventris balbucea.
—Es una pregunta que merece la pena. —Crowl se frota la
barbilla—. ¿Qué pasará con el resto de la vida mortal si liberamos a
Lady Lellia del Árbol de la Vida y abandona este mundo?
—Lord Krokan dijo que existe la posibilidad de otra ancla… pero
yo misma se lo pediría, si me dieran la oportunidad. —Extiendo mis
dos manos, deseando poder hacerles entender las emociones y
maquinaciones que yo misma apenas puedo comprender—. Estoy
segura de que si pudiéramos hablar con ella, nos guiaría. Ama esta
tierra más que a nada, tanto como para sacrificar su esencia por ella
durante siglos y siglos.
—¿Presumes de poder hablar con Lady Lellia? —Ventris se burla.
—Sí, si puedo. —Me encuentro con su mirada y me alegro cuando
aparta la vista—. Tal vez no pueda prometer lo que sucederá después,
pero sí sé esto… si todos ustedes no me creen ahora, entonces
resultará en una gran calamidad.
—¿Cómo podemos confiar en ti? —pregunta Fenny. Tiene una
expresión que no puedo leer. Es casi… ¿presumida? Mientras los
demás están aterrorizados o enfadados, ella lleva una ligera sonrisa
todo el tiempo.
—Porque te estoy diciendo la verdad —digo—. Admito que hubo
un tiempo en que sentí resentimiento, odio incluso, hacia Ilryth y
todas las sirenas. Pero he llegado a comprenderlas. Me he despojado
de mi piel humana y he sido ungida por sus cantos. Incluso ahora,
que he ido al reino de la muerte y he vuelto, tus marcas siguen en mí.
Así que comprendo perfectamente que lo que te he dicho, lo que te
491
pido que aceptes y hagas, no es poca cosa.
—Lo que pides es el fin de esas formas que dices comprender. —
Sevin se inclina hacia delante, apoyando los codos en las rodillas—.
Tenemos miles de años de historia, transmitida en nuestras canciones.
Pero ninguna habla de este peligro que predices: la muerte de
nuestros dioses.
—¿Alguien cantó sobre la podredumbre antes de que empezara a
filtrarse desde el Árbol de la Vida? ¿O de la furia de Krokan agitando
los mares? ¿O de la creciente frecuencia de espectros? —Todos
guardan silencio—. Lo sé, es aterrador cuando el mundo que creían
conocer, que creían controlar, se desmorona de repente. Cuando las
cosas con las que siempre han contado, los cimientos sobre los que
construyeron su mundo, se desmoronan.
«Noches solitarias. La ilusión de seguridad, desaparecida. Palabras
duras, lo bastante pesadas para romper la espalda de una joven. Una
playa estéril».
—Sé lo que se siente cuando lo han perdido todo, y la aterradora
constatación de que ha sido en gran parte por su propia mano,
aunque no fuera lo que pretendían. Pero hay que seguir adelante.
Aunque no sepan el camino… o incluso si llegarán a ese lejano y
esperanzador punto.
«Una huella embarrada a la vez, arrancada de una playa fría y
oscura. Por un camino que nunca has recorrido. A una ciudad de la
que solo has oído hablar. A una vida con la que ni siquiera te has
atrevido a soñar».
—Se lo debemos a todos: hay que tomar la historia con calma y
trazar sus propios caminos. No pueden dejar que el futuro esté
encadenado al pasado. Reclamen sus propios destinos —termino.
Mis palabras les llegan, creo. Eso espero. Todos permanecen
callados. Expresiones pensativas.
—Escúchenla. —Ilryth nada ligeramente hacia adelante—. Si
alguna vez sintieron algo de amor o respeto por mí, escúchenla.
Victoria es la mejor entre nosotros. Es buena y honorable. Nunca ha
492
mentido ni engañado a ninguno de nosotros. En todo caso, siempre
ha actuado en nuestro mejor interés.
«No hables tan bien de mí», quiero decir. «No digas esas cosas».
Pero él no se detiene. Continúa su noble cruzada que lucha contra
mi corazón.
—Hombres y mujeres la siguieron en el Mundo Natural por su
bondad y virtud. He sido testigo de cómo las almas de los muertos se
convertían de la rabia solo por su mera presencia. Ella ha influido en
el corazón del mismísimo Lord Krokan para que nos permita
regresar. Si ella nos da su palabra, entonces es así. Y nosotros…
—Basta, Ilryth —interrumpe Fenny, ensanchando ligeramente esa
sonrisa de suficiencia—. No es la mujer que crees que es. Y, ahora que
soy la Duquesa de Spears, mi trabajo es defender el Eversea del mal,
la maldad, la malicia y la mentira.
Fenny vuelve los ojos hacia mí y el mundo se queda quieto y frío.
Observo, como en diferido, cómo Fenny se lleva la mano a la bolsa de
la cadera. Una sonrisa similar se dibuja en el rostro de Ventris. Sé lo
que va a ocurrir antes de que ocurra. Es como volver a ver cómo se
hunde mi barco. Las esperanzas arrastradas por las agitadas mareas
del destino.
Levanta un sencillo anillo de oro. El mismo que perdí en el agua
hace cinco años. El mismo que estaba en la sala del tesoro de Ilryth…
El anillo del que confié en que se deshiciera.
—¿Sabías que estaba casada? —Fenny le pregunta a Ilryth.
Su cabeza zumba entre ella y yo, aterrizando de nuevo en Fenny.
—¿Qué es este juego, hermana?
—Sin juegos, solo la verdad, por fin. —Su atención vuelve a
centrarse en mí. Fenny ladea la cabeza, con el pelo dorado
revoloteando libre de su pin de concha como serpientes enfadadas—
. ¿Se lo dices tú o se lo digo yo?
Estoy girando, cada vez más profundo, de vuelta al Abismo. El mar
me va a tragar entera y esta vez no me escupirá como un ser 493
consciente. No seré más que una ameba. Seré una de esas criaturas de
las sombras, esperando a ser consumida entera por los monstruos de
las profundidades. Soy pequeña, patética y débil…
La descomposición de mi cuerpo no es lo suficientemente rápida.
Estoy desesperada por que todo termine y sin embargo no es así. Sigo
en mi sitio. En una pieza sólida. La conversación sigue teniendo lugar.
¿Por qué no le pongo fin? ¿Por qué no digo nada?
—Muy bien, entonces —continúa Fenny—. Esto cayó de ella, la
noche que la marcaste para ser nuestra ofrenda.
—Podría ser cualquier anillo —dice con cautela.
—Sus iniciales están dentro. —Las palabras de Fenny me
destripan—. Se desprendió de su dedo cuando realizaste el acto. ¿No
es cierto?
La cabeza de Ilryth sigue girando entre nosotros. Pero en cuanto
me mira, lo sabe. Su lenguaje corporal cambia ante mi falta de
negación de que sea mío. Sabe la verdad sin tener que decir ni una
palabra más.
—Sí, pero…
—¿En qué dedo lo llevaba?
—Yo… no lo recuerdo —balbucea Ilryth.
—Vamos, claro que sí —casi ronronea Fenny.
—Mano izquierda, segundo dedo desde el meñique…
—Sevin, como el Duque de Beca, vine a ti preguntando por los
humanos y los anillos hace meses, ¿no? —¿Hace meses? Si eso es
cierto, entonces el día que le pedí a Fenny que se deshiciera del anillo,
ella se fue… no se le vio por ningún lado durante un tiempo después
de eso.
—Lo hiciste —admite Sevin.
—¿Y qué me dijiste?
—Hay constancia de que los primeros humanos marcaban sus
494
uniones con bandas de madera dorada, talladas en los árboles de sus
antepasados. Para significar su unión eterna entre sí, y con el
mundo—dice Sevin.
—No veo por qué son relevantes estas teatralidades —dice Remni
secamente, golpeando el suelo con la punta de su lanza—. Ve al
grano, niña.
—La cuestión es que miente. —Fenny mira a Ilryth—. ¿Alguna vez
te habló de un marido?
Ilryth guarda silencio durante un largo momento. Vuelve a
mirarme, escrutador. ¿Qué puedo decir o hacer? Iba a decírselo, no
puedo decirlo rápido, antes de que Ilryth hable.
—No.
—Nos ha mentido, nos ha engañado a todos. Una humana nunca
fue una ofrenda adecuada y deberíamos haber sabido que sería así.
—Fenny se levanta, señalando en mi dirección—. Es una villana
intrigante que conspiró para hundir a mi hermano y ponerlo en
contra de los suyos.
—¡No hice tal cosa! —Por fin encuentro mi voz. Es gruesa y torpe
y me duele hablar, pero me fuerzo.
—¿No estabas casada? La verdad. —Fenny me blande la lanza.
—Lo estaba, pero terminó… lo terminé.
Me sorprendo cuando Ilryth, quieto, se mueve entre nosotros. Se
coloca de forma protectora. Quiero abrazarlo. Llorar mis disculpas
por cómo se ha desarrollado esto.
—Entonces confiesa que ha roto su juramento. —El coro murmura,
intercambiando miradas. La palabra vuelve a sacudirme hasta la
médula. Me trae a la memoria todas las burlas y mofas en mi
dirección. ¿Nunca podré escapar de mi destino? ¿Es esto todo lo que
soy?—. Lucia, entra —ordena Fenny.
—¿Lucia? —Crowl resuena mientras Lucia nada por el túnel—.
¿Qué tiene ella que ver con esto? 495
—Más pruebas del engaño de Victoria. Cómo corrompió a Ilryth
para su beneficio. —Fenny le hace un gesto a Lucia para que venga y
se ponga de pie ante el consejo también—. Diles lo que me dijiste a
mí.
Fenny sabe del amor de Ilryth y mío. De lo que hicimos. Lo he
condenado, y a mí misma, al Eversea, y a todo Midscape. Tal vez al
mundo.
Lucia se detiene, mirando entre nosotros y el coro. Después de lo
que parece un tiempo imposiblemente largo, dice:
—No sé de qué hablas, hermana.
—Lucia —gruñe Fenny.
—No hablaré contra mi hermano.
—¡El coro lo ordena!
—Tú no eres el coro —responde Lucia—. No eres más que una
suplente de nuestro hermano, y muy triste. Esperaba más de ti,
hermana.
—¡Cómo te atreves! Estoy tratando de salvar a nuestra familia.
—Basta —dice Remni.
Cuando las hermanas empiezan a reñir, Ilryth se gira para volver a
mirarme. Su expresión es ilegible. No traiciona nada de lo que piensa,
ni siquiera por un momento.
—¿Es verdad? ¿Estás casada? —susurra, solo para mí.
—Puedo explicarlo…
Ilryth sacude la cabeza y mira hacia otro lado.
—Matémosla y acabemos de una vez —exige Ventris.
—Es posible que las tradiciones humanas cambien —señala
Sevin—. Quizá estemos apostando demasiado por los registros
antiguos para determinar su carácter. 496
—Nada de esto ayuda a aliviar nuestros problemas con Lord
Krokan, ni esta afirmación de las dolencias de Lady Lellia —señala
Crowl.
Todos hablan por encima de los demás. Cada vez más alto. Pero
mis oídos no oyen nada, solo un zumbido silencioso mientras miro
fijamente a Ilryth, que sigue sin mirarme.
«¿Qué he hecho?»
—¡Basta! —Remni nos hace callar a todos con un grito y un golpe
de su lanza que provoca un estallido de luz que golpea todos los
rincones de la sala—. ¡Basta ya! Esta disonancia no nos llevará a
ninguna parte. Lucia, vete. Guerreros, lleven a Ilryth y a Victoria a los
aposentos de los ungidos y no los dejen salir hasta que el coro haya
decidido su destino.
Capítulo 49
Nos guían de vuelta a los aposentos que ocupé anteriormente. Hay
todo un océano entre nosotros, en lugar de solo una habitación. Mi
cuerpo está entumecido. Pesado. Es un milagro que pueda flotar o
nadar.
Al llegar, la canción del coro zumba en el mar, si es que puede
llamarse canción. Es una cacofonía de cinco voces cantando a la vez,
todas desafinadas, no al mismo tiempo. Se detiene. Y vuelven a
intentarlo sin éxito.
Los guerreros nos dejan en la sala, colocándose al principio del
túnel que conduce a ella y a ambos lados del balcón exterior. Pero, en
su mayor parte, estamos solos. Sobre todo porque los hombres y
mujeres con lanzas ni siquiera se atreven a mirarnos. Me pregunto si
esto era parte del plan de Fenny. Sabía que nos colocarían aquí, 497
juntos. Solos. Quizás espera que encontremos una forma de escapar.
O tal vez quiere que Ilryth me odie y así planea ponerlo de su lado
para liberarlo. «Estoy tratando de salvar a nuestra familia», había
dicho. Si Fenny puede convencer al consejo de que engañé a Ilryth lo
suficiente como para torcer su moral… que usé algún poder que no
poseo para robarle su sentido común… entonces tal vez lo perdonen.
Era astuta, un poco dura, pero nunca me pareció cruel por
crueldad. Y lo que sí sé es que ama a su hogar y a su familia más que
a nada. Tal vez… todo fue un acto para salvarlo. Pero no a mí. Nunca
le he importado mucho y he cruzado líneas que no perdonaría. Fenny
me dejaría morir, otra vez, para salvar a su hermano.
Ilryth…
No ha dicho nada. Me giro, preparándome. Está justo ahí, pero a
medio mundo de distancia, mirando fijamente.
—Muy bien, acabemos con esto. No quiero jugar a tus juegos —
digo secamente. Tal vez esté a la altura del papel que Fenny ha
preparado para mí. Quizá pueda hacerle el suficiente daño, hacernos
el suficiente daño como para acabar con esto. Y entonces podrá
librarse de cualquier destino que me espere.
Pero solo pensarlo es un atizador al rojo vivo en el fondo de mis
ojos. No estoy lista para dejarlo ir.
—¿Juegos? —Su expresión se ensombrece mientras se aleja del
resplandor de la maceta de anamnesis de la pared—. No estoy
jugando a nada.
—¿A que sí? ¿Esperando a que me disculpe? ¿Ahorrándote tus
palabras como castigo porque yo oculte las mías? Conozco este baile
demasiado bien.
—No voy a lanzarte puñaladas infantiles, Victoria. Te estaba dando
espacio para que resolvieras lo que necesitabas para llegar a un punto
en el que te sintieras preparada para hablar. Soy un hombre adulto y
tú eres una mujer adulta. Supuse que podríamos manejar esto como
adultos.
498
Me echo hacia atrás, sobresaltada. ¿No estaba intentando
castigarme? Los feos instintos que aún me quedan de Charles
intentan decirme que esto es una prueba. Está esperando a ver cómo
me manejo y qué hago. Odio que exista esa vena dentro de mí que,
por mucho que lo intente, por mucho que mi sentido común intente
decirme lo contrario, parece que no puedo sacudirme.
—Estuve casada. Pero ya no lo estoy. Créeme o no. —Voy nadando
hacia el balcón—. Pero deberíamos centrarnos en la tarea que
tenemos entre manos. Quizá pueda comulgar con…
—No te apresures, Victoria. —Me detiene agarrándome de la
muñeca, manteniéndome dentro de la habitación y fuera de la vista
de los guerreros—. Has estado corriendo toda tu vida. Yendo de una
cosa a otra. Siempre otro deber. Otro lugar donde estar. Otro trato
que hacer con alguien… contigo misma. Te has mantenido tan
ocupada, tan enrollada, que nunca has podido desenredarte. La única
vez que te diste un poco de espacio para sentir fueron las últimas
semanas antes de ser sacrificada. Tuviste que morir para dejarte ir.
—¿Qué sabes de mí? —susurro.
—Claramente más de lo que crees. —Las palabras son un eco de lo
que me ha dicho antes, un recordatorio continuo. Con cuidado, Ilryth
me hace girar hacia él. Se me aprieta el pecho mientras lo miro
fijamente. A esos ojos intensos y reflexivos que exigen una persona
que no sé si soy, si alguna vez he sido—. Deja de huir, por favor —me
dice en voz baja—. Ahora estoy aquí. No quiero estar en ningún otro
sitio. Así que no huyas de mí.
¿Cómo pueden ser las palabras casi iguales a lo que dijo Charles
cuando intentó retenerme, pero el sentimiento ser tan diferente? Tal
vez sea porque Ilryth me libera con facilidad. Quizá porque sé que
podría decirle que se fuera y lo haría. Soy libre de pedirle que me deje
en paz. Como él lo es para pedirme lo mismo.
Y sin embargo… los dos nos quedamos. Incluso cuando es duro,
cuando es feo, cuando todo dentro de nosotros grita que huyamos,
nos quedamos porque no podemos imaginar estar en otro sitio que
no sea al lado del otro. 499
—¿Ahora me odias? —susurro. Mis pensamientos son para él, y
solo para él.
—¿Odiarte? —Parpadea—. Victoria, te amo.
—¿Todavía? ¿Después de que te mintiera?
—No fuiste del todo sincera… pero no mentiste descaradamente,
no que yo recuerde. —Ilryth sonríe ligeramente y sacude la cabeza—
. Solo recuerdo haberte preguntado alguna vez si estabas casada,
actualmente. Nunca antes.
Hemos compartido tantas palabras y momentos en los últimos
meses que no recuerdo completamente si eso es exacto o no… pero
elijo creerle. Me está ofreciendo un puente y no voy a quemarlo.
—Quería decírtelo —admito—. E iba a hacerlo. Pronto. Te lo juro.
Solo que no había encontrado la ocasión.
Ilryth frunce ligeramente el ceño.
—Hubo muchas oportunidades.
—Una vez que tomé la decisión de hacerlo, no las hubo. Antes… sí,
al menos mientras tenía todos los recuerdos —me obligo a admitir—
, pero tenía miedo. Entonces no estaba preparada.
—Y lo respeto. —Inclina la barbilla para mirarme a los ojos. No hay
ni rastro de duda o vacilación. Su mirada fija, cálida como un abrazo,
me absorbe por completo—. Lo sé. Aunque eso no me impide desear
haberte escuchado decir la verdad. O que hubieras sentido que podías
ser sincera conmigo desde el principio, que yo no hubiera indagado
más allá de lo que estabas dispuesta a compartir.
Me inclino hacia delante y apoyo la frente en el centro de su pecho.
Cansado, me rodea los hombros con los brazos.
—Ojalá fuera más fuerte —admito.
—Eres muy fuerte. La fuerza no lo es todo, sin flaquear. —Aprieta
sus labios contra mis sienes, una y otra vez.
—Nunca he tenido a alguien como tú —confieso—. Alguien
amable, digno de confianza, bueno. No sé qué hacer en una relación 500
así.
—Yo tampoco. Y no saben los viejos dioses lo complicadas que han
puesto las cosas al juntarnos de la forma en que lo han hecho. —Se ríe
y sus manos se deslizan por mis hombros, suben por mi cuello, me
acarician las mejillas y giran mi cara hacia la suya—. Pero estoy
intentando navegar por este territorio desconocido contigo. Lo único
que sé es que no estoy preparado para irme de tu lado.
—Yo también quiero aprender a ser mejor, constantemente. No
puedo cambiar las decisiones que he tomado… pero… —Reúno todas
mis fuerzas y miro a mis peores miedos y dudas a los ojos mientras
inclino la cabeza hacia atrás y me encuentro con la suya. No huiré más
de esto—. Me gustaría decírtelo ahora, ¿si me escuchas?
Él asiente.
—La deuda que tenía mi familia se debía a que intenté anular mi
matrimonio. Aquella noche que me encontraste en el océano…
intentaba alejarme de él, Charles. Intentaba reclamar mi libertad.
—Ya veo. —La expresión de Ilryth se vuelve pétrea y más severa.
Sus pulgares siguen acariciándome las mejillas en un movimiento
que solo puedo describir como tierno, yuxtapuesto con el asesinato
puro en sus ojos ante la implicación de las acciones de Charles contra
mí. Ilryth consigue mantener el nivel de su voz cuando pregunta—:
¿Estarías dispuesta a contármelo todo desde el principio?
La última vez que hablamos de mi historia, mis recuerdos habían
sido destripados. Pero ahora puedo pintarle un cuadro completo. Le
cuento cosas que ya le he dicho, de mi infancia y mi familia, con más
detalle. Le hablo de mis caprichos de niña, de cómo pensaba que
Charles era maduro, guapo. Cómo nos escapamos y mi familia lo
aceptó, pero nunca se encariñó con él. Me escucha con un interés
tranquilo y sincero. Confieso los malos momentos con la misma
libertad que describo los buenos. No ocultar nada es liberador.
Cuando termino, Ilryth se queda callado un momento. Luego…
—¿Lo querías?
De todas las preguntas que esperaba que Ilryth hiciera, ésa no
501
estaba entre ellas. Me atrevo a mirarlo. Es como si estuviera
esperando a que mis ojos volvieran a encontrarse con los suyos. Me
sostiene la mirada.
—Si te soy sincera… —empiezo despacio—, desearía poder decir
que no lo amé. Que nunca lo quise de verdad, porque ojalá fuera
cierto. Sentiría como si mi corazón me traicionara menos. Como si
pudiera fingir que no estaba tan engañada por quien creía que era. —
Me agarro el pecho—. Pero… si miro hacia atrás con honestidad y
recuerdo la mujer que fui, por mucho que me duela físicamente
admitirlo, sí lo quise… al hombre que creía que era. De la forma que
supe hacerlo por la persona que era.
»Pero crecí. Aprendí verdades sobre él que no podían reconciliarse.
La gente cambia con el tiempo y el amor tiene que cambiar con ella.
—Sonrío suavemente, pensando en mis padres. En los miembros
casados de mi tripulación y sus cónyuges en tierra o a bordo, que
parecían sobrevivir a todo lo que se les pusiera por delante—. Charles
siempre quiso a la joven ingenua y perpetuamente optimista que
hacía de él todo su mundo. Alguien que nunca lo desafiara, que
existiera para hacerlo sentir bien. Se desvaneció con el tiempo, y la
mujer que la sustituyó necesitaba mucho más, necesitaba un hombre
que él no pudo ser. Quería un compañero; él quería una sirvienta.
»Y cada noche, durante años, me preguntaba qué podría haber
hecho mejor… cómo podría haberlo arreglado. En qué me equivoqué.
—Sacudo la cabeza. Mirando hacia atrás, la suma del tiempo que
Charles y yo pasamos juntos, había momentos en los que no era tan
horrible como yo pensaba. Y otras en las que era peor de lo que me
permitía ver. No era tan bueno como recuerdo. Pero también fui
demasiado paciente e indulgente. La carga no es solo mía—. En
algunos aspectos, ambos tuvimos éxito. En otros, ambos fallamos.
—Él mucho más que tú, parece. Tuvo tantas opciones y
oportunidades como tú y parece que las desaprovechó. Nunca tuvo
ni idea del tesoro que tenía… —Ilryth se detiene antes de que la rabia
se apodere de sus palabras. Casi le digo que siga; me encantaría oírle
destripar verbalmente a Charles en mi nombre. Pero me abstengo. No
sería productivo.
502
—Obviamente, me escapé. Con tu ayuda y tu magia… pero lo que
no pudiste hacer, lo que no lograste hacer, fue liberarme de verdad.
—Me acerco más a él. Atraída por el dolor y las preguntas que he
albergado durante años. Preguntas para las que no sé si quiero
respuestas, pero que debo formular de todos modos si alguna vez
puedo desnudar de verdad mi corazón al hombre que lo ha
reclamado de la prisión protectora en la que lo había encerrado—. Las
marcas que me diste, tu canción, decían que nadie me amenazaría ni
me controlaría. Sin embargo, pasé los cinco años de tiempo prestado
que me diste huyendo de él. Intentando escapar de su dominio.
Intentando borrar las marcas que puso en mi alma. Intentando pensar
en cualquier cosa menos en él.
»¿Por qué? Tu magia podría haber acabado con todo para mí…
podría haberme dado un verdadero nuevo comienzo. Podría haber
aprovechado al máximo mi tiempo en lugar de sentir el agarre de
Charles aún alrededor de mi garganta. ¿Por qué no lo hiciste?
Ilryth me mira fijamente a los ojos. Le he expuesto más de mí en
estos momentos de lo que nunca pretendí. Él ve una parte de mí que
deseo, desesperadamente, poder dejar ir o matar. Pero casi se siente
como si ésta herida continuara sangrando hasta que todo lo que he
dejado que se infecte haya sido cortado.
—Nunca quise verte torturada. Nunca desearía eso, ni permitiría
que sucediera, si pudiera detenerlo. —Las palabras de Ilryth están
llenas de todo el dolor del mundo. Le creo sin dudarlo. Este es el
hombre que llegó al borde de la existencia por mí, después de todo.
—Entonces por qué…
—Cuando forjamos nuestro trato, lo estructuré de modo que «Ni
planta ni hombre, ni pájaro ni bestia, te retendrá cuando desees
liberarte». —Las palabras se pronuncian con delicadeza. Y por una
buena razón. Escucho su implicación.
—¿Estás diciendo que es porque no deseaba mi liberación lo
suficiente como para que Charles siguiera teniendo el poder sobre mí
que tenía? —gruño, mi boca se retuerce de dolor—. Yo nunca…
503
—No podría haber sabido qué lazos querías o no querías mantener.
No cortaría algo a lo que quisieras aferrarte —interviene con firmeza,
continuando con su explicación—. Juramentos, tratos, nuestra
palabra significa tanto en Eversea como en Tenvrath, lo sabes. Te
extiendo el mismo respeto a ti, a todos los humanos, por instinto. Si
hubiera elegido establecer un vínculo, también tendría que elegir
terminarlo y tomar medidas para hacerlo. ¿Qué pasaría si hubiera
roto una conexión muy querida creada por las dificultades y el trabajo
ejerciendo el poder indiscriminadamente?
Tiene mucho sentido. Una oleada de culpa se precipita sobre mí
con un frío enfermizo por haber sospechado de él.
—Entonces, ¿por qué la magia no lo rompió en el momento en que
quería que se rompiera?
—La bendición que te di no fue diseñada de esa manera. No
funcionó retroactivamente —explica. Y no deseaba anular mi
matrimonio esa noche. Solo quería escapar—. Además, incluso si lo
hubiera sabido, no podría. Ese juramento fue cimentado e implicó
lazos con otros que yo no habría tenido el poder de alcanzar en ese
momento con mi canto. Me estaba enfocando hacia adelante para ti,
no hacia atrás. —Intenta atrapar mis ojos. Aparto la mirada. Entonces
toma mis manos en su lugar. Eso me devuelve la atención—. Pero lo
siento, Victoria. Nunca quise decepcionarte.
Las yemas de mis dedos tiemblan bajo su agarre calloso y cálido.
Todo mi cuerpo comienza a estremecerse y trago saliva. Trato de
empujar todas estas emociones abrumadoras hacia algún lugar
profundo, muy dentro de mí, donde no puedan ser alcanzadas nunca
más.
—Te guardé rencor durante años por no liberarme de él —confieso.
—Algunas cosas debemos hacerlas nosotros mismos. Ninguna
cantidad de deseos o magia puede liberarnos o evitarnos la
responsabilidad.
—Es desafortunado, ¿no? —Me río sombríamente.
504
—Lo es. —Está de acuerdo con la tranquilidad de alguien que ha
deseado que lo contrario fuera cierto muchas veces—. Pero seguimos.
No tenemos otra opción.
Asiento con la cabeza. Me da una pequeña, casi gentil sonrisa, una
que le devuelvo del mismo modo. Puedo ver sus defectos tan
fácilmente como su dolor. Las sombrías realidades que se ha obligado
a aceptar y superar. Veo algo familiar en el desorden de todo:
«A mí misma».
—Entonces, ahora lo sabes todo.
—No creo que lo sepa todo. —Él sonríe levemente, lo que suaviza
el golpe que de otro modo serían las palabras—. Pero, con un poco de
suerte, tendré la bendición de aprender con el tiempo. Podría pasar
años aprendiendo de ti y nunca sería suficiente. Vales cada riesgo y
cada oportunidad.
Se mueve hacia adelante, envolviendo sus brazos alrededor de mí.
Ilryth me sostiene sin pretensiones. No es necesitado, o lleno de
pasión. Robusto, recuerdo una vez más. Él es la roca inamovible en el
océano. Él es el refugio seguro donde puedo echar mi ancla y
descansar.
—Pensé que… olvidarlo podría ayudarme a amarte mejor, me
haría más digna de ti. Pero me alegro de haberlo recordado. Me
alegro de poder contarte todo, todo de mí. Si vas a quererme, entonces
quiero que lo quieras todo, lo bueno y lo malo. —Quiero ser suya,
cada parte cansada, determinada, magullada y audaz de mí. Si él va
a tenerme, entonces quiero que lo tenga todo. Quiero saber que lo
quiere todo.
—Bien. Nunca debes rebajarte para fastidiar a otro. La mejor
venganza es prosperar.
Mis brazos se deslizan alrededor de su cintura, subiendo por su
espalda, aferrándose a los músculos endurecidos de sus hombros.
Ilryth presiona sus labios contra los míos, enérgico, pero no
necesitado, borrando los últimos restos de Charles de mi cuerpo y
pensamientos. Sus dedos se tensan y se relajan, masajeando mi 505
espalda de arriba abajo, deshaciendo los nudos de tantos años de
dolor.
Cuando se aleja, me doy cuenta de que el vasto mar que sentí
cuando entramos por primera vez en la habitación se ha condensado.
Ahora solo estamos nosotros. Nos sumergimos en el momento y
registramos cada detalle de los ojos del otro, como constelaciones que
nos guiarán a casa.
Nunca había hecho tan poco, estado tan cubierta y, sin embargo,
me había sentido tan expuesta.
Esta es una intimidad diferente a cualquier otra que haya conocido
y quiero entregarme por completo a ella. Lo anhelo más con cada
segundo que pasa. Es como quitarme el corsé después de un largo día
de trabajo. Como un sorbo de té helado de limón en un día abrasador
de verano: intenso en la lengua, dulce en la garganta, refrescante
hasta la médula. Es el primer respiro que tomé después de llegar a la
cresta de las olas en la playa esa noche, hace mucho, mucho tiempo.
—Ilryth. —Su nombre es una caricia en el fondo de mi mente—. Te
amo.
La sonrisa que se extiende por su rostro es más brillante que el sol
del mediodía.
—Y yo te amo. —Su atención cae en mi boca. Se lame los labios y
lo aprieto aún más fuerte—. Victoria, yo…
Nos interrumpe un repentino y ominoso silencio. Sin previo aviso,
el canto del coro que ha continuado en el fondo se ha detenido. Había
filtrado el ruido constante. Pero se nota su ausencia.
—Qué…
En respuesta a mi pregunta inconclusa, una sola nota zumba a
través del Eversea: cinco voces en perfecta armonía.
—Lo han decidido —dice Ilryth solemnemente, sus brazos se
aflojan. Apenas me resisto a atraerlo hacia mí. Un poco más largo. Un
poco más de tiempo para que él y yo simplemente existamos.
506
Pero las mareas del destino nos han estado arrastrando desde el
principio. Es imposible para nosotros encontrar algún tipo de viento
en contra que pueda luchar contra ellos. Justo cuando nuestros brazos
se relajan por completo y nos separamos, el coro rodea el balcón.
Todos ellos todavía llevan sus lanzas y sus expresiones son una
mezcla sombría y seria. El único que parece feliz es Ventris, lo que
respalda aún más mi teoría sobre el juego que Fenny podría haber
estado jugando. Ella había estado apostando por un resultado
diferente. Uno que ahora sospecho que finalmente perdió.
—Hemos llegado a una decisión —anuncia Remni—. Sus unciones
serán renovadas y luego, al amanecer, serán sacrificados en las orillas
de Lady Lellia para que sus cuerpos puedan ser ofrecidos para nutrir
el Árbol de la Vida, una disculpa por sus afrentas, y sus almas puedan
regresar a Lord Krokan. Con suerte, combinados, serán suficientes
para apaciguar a los viejos dioses y terminar con esto de una vez por
todas.
Capítulo 50
No tiene sentido discutir. Aunque las objeciones resplandecen en
mis pensamientos, las guardo solo para mí, escondidas detrás de una
máscara tranquila. Ilryth parece haber llegado a la misma conclusión,
ya que permanece completamente inmóvil. Aunque los músculos de
su mandíbula se flexionan brevemente. Lo único que delata su
agitación.
Al tratar de salvar sus mares, el coro nos ha condenado a todos.
Pero saber dónde se encuentran, que serán un obstáculo y no una
ayuda, es progreso a su manera. Cimenta que no tiene mucho sentido
seguir buscando su ayuda. Ilryth y yo estamos solos.
Mis pensamientos se arremolinan como una tempestad. La presión
me impulsa. Es el viento en mis velas y la guía por la cual trazo mi
rumbo. 507
—Si esto es lo que ha elegido el coro, entonces acataremos su
decisión —digo, inclinando mi cabeza ligeramente.
—Bien —dice Remni. Ventris parece tremendamente escéptico ante
mi conformidad, pero mantiene la boca cerrada. Remni emana un
aura que ahora no es el momento de probar su paciencia—. Los
llevaremos a las arenas ahora, para que puedan ser ungidos
adecuadamente ante el Árbol de la Vida antes de la ofrenda a nuestra
señora. —Remni pasa su lanza de mano en mano, claramente
luciendo incómoda con lo que debe decir a continuación—: Sin
embargo, dado el discurso sobre cortar el Árbol de la Vida, tendremos
que atarlos y confinarlos.
Los guerreros rodean el balcón, envolviendo gruesas cuerdas de
algas marinas alrededor de nuestras muñecas que me recuerdan con
qué Ilryth selló su arsenal. Nos conducen con las manos atadas hacia
el Árbol de la Vida en completo silencio. El coro se queda atrás, pero
no sin una última mirada de Fenny. Se enfoca principalmente en su
hermano, pero su atención se dirige hacia mí. Hay volúmenes no
hablados y ella es una mujer demasiado difícil de leer para que yo
pueda reconstruir cuáles son sus verdaderas intenciones. Está fuera
de la vista antes de que pueda siquiera intentarlo, una sombra que se
desvanece.
De vuelta a la superficie, han caído tantas hojas que las playas que
alguna vez fueron blancas se han vuelto plateadas. El follaje se
amontona en las olas que lamen nuestros tobillos cuando salimos.
Dudo que sea mi imaginación que las ramas de arriba parezcan más
yermas que hace unas horas.
—Ella se está muriendo. —Las palabras de Ilryth son una onda en
mi mente cuando entramos en el túnel que lleva a la playa principal
del Árbol de la Vida.
—La salvaremos. —Mi determinación es tan clara como la luz del
día que nos espera en el otro extremo.
La playa está vacía ahora; no hay adoradores cantando sus
oraciones. Cualquiera que sea el contingente que estaba aquí cuando
llegamos por primera vez debe haberse ido, o fue despedido por el
508
coro. Nuestra única compañía son el puñado de guerreros, las lanzas
que perforan la arena prístina y las hachas brillantes que se alinean
ordenadamente a lo largo de las grandes raíces que envuelven esta
playa protegida. Intento no mirarlas con demasiada hambre en los
ojos cuando pasamos. Pero es difícil cuando mis dedos tiemblan,
instándome a tomar uno y correr hacia la puerta.
—Aquí —ordena uno de los guerreros. Señala una abertura entre
dos de las enormes raíces. Los otros guerreros forman un semicírculo
a nuestro alrededor mientras su líder deshace las ataduras de
nuestras muñecas—. Si escuchamos aunque sea una nota, tenemos
órdenes del coro de acabar con ustedes en ese mismo momento, con
unción o sin ella. —Me mira, como si apenas se estuviera conteniendo
de cumplir la amenaza en este momento—. El coro enviará a alguien
para que los unja.
Con eso, coloca su espalda hacia la abertura e Ilryth y yo no
tenemos más remedio que aventurarnos adentro.
Pasamos por un estrecho pasaje de raíces. Mis ojos tardan un
momento en adaptarse y, cuando lo hacen, recuerdo un nido de
pájaro volcado. Es como si alguien hubiera intentado atraparnos
debajo de una canasta. La luz del sol se asoma a través de las raíces
entretejidas, proyectando haces de luz que salpican la arena.
—Pensé que las sirenas no tenían cárceles —murmuro, masajeando
mis muñecas. No es de extrañar que Remni se viera tan incómoda por
esto.
—No, especialmente no en la isla del Árbol de la Vida. Este espacio
generalmente se reserva para oraciones sagradas y meditación
silenciosa, ya que se encuentra dentro del abrazo de Lady Lellia. —
Ilryth mira hacia arriba a través de uno de los agujeros en el techo
tejido de raíces.
—La aversión de las sirenas a las cárceles será nuestro beneficio.
Podrían habernos mantenido atados. Tenemos una ventaja para
escapar ya que no tenemos que preocuparnos por deshacer esas
cuerdas. —Comienzo a caminar a lo largo de la circunferencia del 509
espacio. Las paredes son como un tapiz viviente, algunas de las raíces
son más gruesas que tres mástiles de barco juntos, otras lo
suficientemente delgadas como para romperlas. Miro en los huecos,
buscando lugares que puedan abrirse para formar pasajes.
—No hay otra salida. He estado aquí antes.
—¿Estabas buscando una la última vez que estuviste aquí? —
Intento pasar por uno de los espacios entre las raíces, aunque ya sé
que es demasiado pequeño.
—Puedo mirar alrededor de todo el espacio con un solo giro. —Lo
hace para enfatizar—. No hay salida.
Frunciendo el ceño, coloco mis manos en mis caderas.
—¿Entonces, qué? ¿Quieres rendirte? ¿Dejar que nos maten? ¿Dejar
que Lady Lellia muera y se lleve al mundo entero con ella?
—Por supuesto que no quiero eso. —Ilryth arrastra los pies hacia el
otro extremo, lejos de la abertura, y se sienta en una de las anchas
raíces que se arquea lentamente antes de sumergirse en la arena—.
Pero no estoy seguro de qué más podemos hacer.
Cruzo los pocos pasos que se necesitan para llegar a él, todavía
buscando posibles aperturas en mi camino, pero no encuentro
ninguna.
—¿Podríamos tratar de dominar a los caballeros? Si nos desataron,
claramente no están pensando que intentaremos escapar. Tendremos
el elemento sorpresa.
—Lo dudo. —Ilryth suspira y niega con la cabeza—. Hay
demasiados de ellos.
Me alejo, luego regreso, luego me alejo de nuevo, comenzando a
caminar. Mis pies cavan una zanja en la arena por la repetición. En
uno de mis turnos, casi choco de cara contra Ilryth. Me atrapa con
ambas manos en mis hombros. Nuestros pechos están apretados y
soy instantáneamente consciente de cómo los latidos de su corazón
parecen coincidir con los míos. El pulso que subraya la canción que
compartimos.
510
—Relaja tu mente, Victoria —me tranquiliza.
—Pero…
—El pánico no va a ayudar a nadie. Si hay una forma de salir de
esto, vendrá a nosotros cuando sea necesario. Mientras tanto, trata de
aliviar tus pensamientos de preocupación. —Los ojos de Ilryth se
cierran cuando sus manos se mueven, agarrando las mías en su
pecho, apretándolas entre nosotros. Su frente presiona suavemente la
mía. Instantáneamente, me relajo en él. Él murmura—: Ojalá
tuviéramos más tiempo.
—No. —Niego con la cabeza, alejándome. Veo lo que está
haciendo. La resignación, el ánimo para dejarse llevar—. No empieces
con despedidas.
Ilryth se ríe mientras aparta un mechón de cabello de mi rostro.
—Las despedidas entre nosotros no tienen sentido. Ya te robé del
Abismo de la muerte una vez.
Sin embargo, cuando se inclina para besarme, hay un aire de
finalidad. El beso quema con todo lo que queda sin decir. Todas las
cosas que desearíamos tener tiempo para compartir en el lento
desarrollo de una relación a su propio ritmo, un lujo que nos robaron.
Nuestras manos tiemblan. Se aleja, nuestras respiraciones se mezclan
en la neblina húmeda de este lugar que ahora se ha vuelto
completamente nuestro. Las paredes están un poco más cerca que la
última vez que abrí los ojos, la luz un poco más tenue. El sol se está
poniendo en lo que podría ser nuestra última noche con vida.
—No lo hagas —susurro de nuevo, la palabra temblando en mis
labios.
Él sonríe y me besa de nuevo como respuesta. Esta vez sabe a
esperanza, pero se mueve con el hambre de la desesperación. Algo
dentro de mí se rompe y me pierdo. Si estos son nuestros momentos
finales, entonces me someto a la creciente necesidad entre nosotros.
La desesperación. Me someto a su lengua, dedos y manos
empujándome contra la pared del fondo, deslizándose por el torso
para agarrarme los pechos.
511
En algún lugar entre mis manos en su pecho y mis manos en sus
caderas, me empuja hacia la raíz donde se había sentado. Ilryth se
cierne sobre mí. Ojos cerrados, brillando con las lágrimas que ambos
nos negamos a derramar.
—Si estos son nuestros momentos finales, entonces hagamos una
canción que resuene en la eternidad —susurra en mi rostro.
—No.
—¿No? —Un ceño tira de sus labios.
—No —repito con más convicción—. Estos no serán nuestros
últimos momentos. Pero te tendré de todos modos.
Su ceño se convierte en una sonrisa mientras separa mis labios con
su lengua, profundizando nuestro beso. Me duele por él de una
manera que sigue excitando y aterrorizando. El anhelo y la
desesperación crecen dentro de mí, reemplazando cualquier
vacilación o tristeza con un ardor que amenaza con consumirme. No
puedo acercarlo lo suficiente, agarrarlo lo suficientemente fuerte.
Ilryth me roba el aliento cuando agarra mi cintura y envía una
sacudida a través de mi cuerpo. Nuestros movimientos se vuelven
frenéticos, los besos se mueven con los dientes y la lengua. Manos
urgentes. Hay demasiado de él, demasiado de mí y no lo suficiente
de nosotros. Todo lo que quiero es condensar la distancia entre
nosotros en nada más que piel ardiente y suspiros de alegría.
Agarrando detrás de mis rodillas, tira de mí hacia el borde de la
raíz. Mis piernas se envuelven alrededor de sus caderas por instinto
y me arqueo hacia arriba, mis brazos se deslizan sobre sus hombros.
Nuestros ojos se bloquean cuando él se posiciona. Estoy más que lista
y él entra con facilidad. Mis ojos se cierran y todo mi cuerpo está
encendido, inundado con oleadas de placer de un acto pequeño, pero
infinitamente consumidor, de estar total y absolutamente llena.
Y luego se mueve, prendiendo fuego a todos mis sentidos.
El ritmo es fácil de encontrar, el tempo aumenta con cada segundo.
512
Respondo por instinto, ayudando en lo que puedo. Cuando presiono
mi frente contra la suya, Ilryth es todo lo que veo; su cuerpo es todo
lo que siento. No hay nada más que esos gemidos profundos y
retumbantes que atronan a través de su pecho y resuenan en el mío.
Somos una entidad, fusionados en una intrincada armonía que es
únicamente nuestra.
Cambiando, toma mis dos manos, sus ojos nunca dejan los míos, y
las coloca sobre mi cabeza, envolviendo mis dedos alrededor de una
raíz arriba.
—Prepárate —gruñe en mi oído, moviendo las manos a mis
caderas.
Hago lo que me dice y estoy segura de que mi alma abandona mi
cuerpo cuando él se sumerge en mí con una ferocidad que roba el
pensamiento racional. Su aliento raspa contra mi garganta mientras
sus dientes siguen su lengua, como si estuviera tratando de lamer los
remolinos pintados en mi piel. La forma en que me destroza es salvaje
y cedo al frenesí por completo. No me importan los moretones que
pueda dejarle o los sonidos que pueda hacer. Solo están sus manos,
solo la sensación de él deslizándose hacia adentro y hacia afuera
mientras su pulgar se arremolina atentamente sobre cada punto de
mi cuerpo del que se puede derivar el placer.
Mi cuerpo tiembla de anticipación. Arqueo la espalda. Ojos
revoloteando cerrados. «Rómpeme», quiero decir. Todo lo que escapa
de mis labios son gemidos. Sin embargo, creo que él escucha.
El clímax llega fuerte y rápido, dejándonos sin aliento, jadeando en
la cara del otro mientras Ilryth se derrumba sobre mí, presionando su
frente contra la mía una vez más. Mis dedos finalmente se desenredan
y se deslizan a través de la brillante extensión de su pecho. Tomando
mi cara, me besa, una y otra vez. Dulce pero apasionado. Hambriento
y, sin embargo, también saciado.
—Podría tenerte mil veces, y nunca sería suficiente —jadea
suavemente.
Una pequeña y malvada sonrisa corta mis labios.
513
—La noche aún es joven.
Capítulo 51
Es tan temprano que el sol aún no ha llegado a la cresta de las olas.
No es que necesariamente podamos verlo cuando lo hace desde
nuestro nido de raíces. Ilryth y yo estamos uno al lado del otro,
abrazados. Efectivamente, todavía tenemos que encontrar una
manera de escapar. Elegimos el deleite garantizado del cuerpo del
otro, en lugar de la posibilidad incierta de tal vez encontrar una salida
a nuestra situación.
—¿Tienes miedo? —susurra, las yemas de los dedos deslizándose
sobre mi brazo cubriendo la mitad de su cuerpo mientras
holgazaneamos en la raíz que ha sido nuestro apoyo durante las
últimas horas.
—No realmente —admito—. ¿Y tú?
—Un poco, si soy honesto. —Una risa suave—. Ojalá tuviera tu 514
voluntad de acero.
—La tienes. Ya has estado en el Abismo —le recuerdo—. Has
estado ante un dios antiguo y has vivido para contarlo. ¿Qué más
podrían hacernos los simples mortales? ¿Qué debería infundirnos
miedo cuando tenemos la fuerza de los himnos de los antiguos?
—Tienes un buen argumento. Pero todavía hay un instinto de
miedo en mí.
—Hay cosas peores que retener tu mortalidad. —Me pregunto si,
de alguna manera, he perdido partes mías en el camino. Aunque,
gracias al dúo de las canciones de Lellia y Krokan, y sus bendiciones,
he recuperado mis recuerdos. Mi carne todavía es magia tejida,
brillando como la luz de las estrellas a lo largo de las líneas doradas
y plateadas que han sido grabadas en mi cuerpo entre remolinos de
color. Mi mente ha sido empujada más allá de sus límites y estirada
para adaptarse a la forma.
Las arenas movedizas nos distraen.
—Es hora de la unción —una voz áspera y desconocida resuena en
nuestras mentes. Nos sentamos, poniéndonos en orden no demasiado
pronto, cuando nada menos que Lucia dobla la esquina.
—¡Lucia! —Ilryth se pone de pie al instante y agradezco de
inmediato que hayamos tenido tiempo de arreglarnos. Se apresura y
tira de su hermana en un fuerte abrazo. Todo lo que puedo esperar es
que ella no pueda olerme en su piel. Pero, afortunadamente, Lucia
tiene otras prioridades.
—No hay mucho tiempo —dice apresuradamente—. Fenny y yo
hemos organizado un cambio de guardia: nuestros propios hombres
se harán cargo justo antes del coro y otros llegarán para el sacrificio.
Debería dar suficiente tiempo para que ustedes dos se escapen.
—¿Escapar? —Ilryth frunce el ceño—. ¿Dónde iríamos?
—Ve a un estanque del viajero. Dirígete a los mares del sudoeste
con los Lykin. Vete a otro lado —le suplica Lucia a su hermano. Ilryth
presenta objeciones razonables.
515
Mientras tanto, mi mente está en otra parte. «Un cambio de
guardia… una ventana estrecha…» Si pudiéramos crear suficiente
distracción, suficiente caos. Con la mano de obra extra… Mis
pensamientos se aceleran a una docena por segundo. Se forma una
idea descabellada, probablemente una locura, pero podría funcionar.
—Eso es —digo, sorprendiéndolos a ambos.
—¿Qué sucede? —Ilryth pregunta mientras él y Lucia se giran para
mirarme, la confusión es evidente en sus expresiones.
—Cómo vamos a abrir la puerta. —Yo también me pongo de pie.
Lucia se mueve para objetar, pero yo hablo primero—. No hay a
dónde huir. Liberamos a Lady Lellia, o todo habrá terminado. Y así
es como lo vamos a hacer…
Nuestra ventana de oportunidad es pequeña. Los guerreros del
Ducado de Spears llegan no mucho antes que el coro. Originalmente,
hubo cierto debate sobre esperar a que el cambio de guardia se llevara
a cabo por completo. Pero se decidió que no nos dejaría suficiente
tiempo.
Ilryth y yo estamos uno al lado del otro en el túnel que sale de
nuestra pequeña prisión.
—¿Estás listo? —susurro.
—Como nunca lo estaré.
Desearía que sonara más seguro. Pero no puedo culparlo por su
vacilación. Incluso si sabe lo que está en juego. Incluso si escuchó las
palabras de Lord Krokan. Esto va en contra de toda su educación, de
todo su mundo, antes de mí.
Mi mano se desliza en la suya y sostengo su mirada con confianza.
—Todo estará bien —le juro a él, al mundo entero—. Llegaremos
hasta el final. 516
—Te creo. —Asiente.
—Entonces aquí no pasa nada. —Cierro los ojos y mi ceño se frunce
con concentración mientras extiendo mi mente. Hay un solo rostro al
frente de mis pensamientos, uno que conozco tan bien como mi
propio padre de carne y hueso. Desde la sal en su cabello hasta la
barba incipiente en su barbilla—. ¿Kevhan?
—¿Victoria? —La sorpresa es evidente en su voz.
Aprieto la mano de Ilryth con anticipación y ansiedad.
—Concéntrate solo en mí, ¿de acuerdo? Y no hables más de lo
necesario. —Un espacio de silencio. Lo tomo como una buena señal—
. Voy a necesitar que hagas algo: que seas una distracción.
Otro segundo de silencio que, esta vez, leo como vacilación.
Entonces:
—¿Qué necesitas que haga?
Le cuento a Kevhan sobre la isla. Cómo nadar por el otro lado,
zigzagueando entre las raíces y la podredumbre para permanecer
fuera de la vista de los guerreros que se acercan y de cualquier coro
reunido. Confío en que, en las circunstancias actuales, no haya sirenas
en sus playas de pasión para escandalizarlo mientras navega por el
laberinto formado por el Árbol de la Vida. Dado su silencio, confío en
que encuentre el camino hacia la playa y hacia el túnel sin problemas.
—Ahora, Kevhan… —Mis pensamientos balbucean un momento,
sabiendo el peligro en el que lo pondré. Un golpe de las lanzas de los
guerreros y, como un espíritu, será eliminado—. Debes correr. En el
momento en que los guerreros vengan por ti, corre como si tu vida
dependiera de ello. Vuelve al agua y escóndete como lo habías hecho.
Profundiza en la podredumbre donde no te seguirán. Pase lo que
pase, no dejes que te atrapen.
—No te decepcionaré —me tranquiliza. Es un eco de algunas de las
primeras palabras que le dije. Rogándole como una mujer joven en
las calles de Dennow por la oportunidad de hacer algo mejor de mí
misma.
517
Por una oportunidad de ser la mujer que soy ahora.
—Sé que no lo harás. Confío en ti —respondo, un espejo de las
palabras que me dijo una vez. Me dirijo a Ilryth y hablo solo para él—
. ¿Estás listo? —Asiente. Luego, cerrando los ojos una vez más, vuelvo
a concentrarme en Kevhan—. Está bien… Ahora.
Contengo la respiración y escucho. Aunque las sirenas no hablan
con la boca en tierra, puedo escuchar los gruñidos de sorpresa cuando
Kevhan emerge del túnel distante y los sonidos de la arena raspando
mientras lo persiguen. Con una mirada a Ilryth y un asentimiento
compartido, también nos lanzamos a la acción.
Al igual que cuando me había lanzado al Paso Gris, me armo de
valor para lo que venga a continuación. Cada vez que abordaba el
pasaje, tenía la protección de Ilryth. Ahora camino con la protección
de los mismos dioses. Una misión divina.
Ilryth salta detrás del guerrero restante que se quedó atrás. Los
otros son solo un borrón de arena corriendo por el túnel. Ilryth no
pierde tiempo en desarmar al hombre y dejarlo indefenso.
Ya estoy a medio camino del tronco principal del Árbol de la Vida,
agarrando un hacha en mi camino. La puerta de Lady Lellia brilla
débilmente en la penumbra y el gris de un amanecer temprano, como
si un fragmento de sol hubiera quedado atrapado dentro. Una
pulsación sutil y cálida, un ritmo que ahora puedo entender. Lucho
contra cada compulsión de tocar la madera y en su lugar retiro mi
hacha.
Al mismo tiempo, guerreros amistosos irrumpen desde la playa
más cercana al castillo, liderados por Lucia y Sheel. Son los que
patrullaban la Fosa. Hombres y mujeres leales a Ilryth y al Ducado de
Spears por encima incluso del coro. Hay suficientes para ganar
tiempo.
Balanceo el hacha y se encuentra con la madera. Mis ojos se cierran
de golpe y dejo escapar una canción que no se ha escuchado en miles 518
de años. «Déjame ser tu voz», le suplico.
Canto las palabras de la anamnesis en el Abismo y la fosa, sin
importarme quién pueda escuchar o si pueden entender. Las historias
que se colocaron sobre mi alma piden liberación. Las canto para la
diosa silenciosa. Por el latido acelerado que puedo sentir
reverberando a través del mango del hacha. Cada segundo más débil
que el anterior.
«Lellia, es hora de partir», digo suavemente entre las palabras y las
notas, la pelea detrás de mí y el viento aullando.
«Mis hijos…»
«Los protegeré. Lo que necesites, soy tuya.»
El hacha de plata choca contra los zarcillos de madera que han
cerrado la puerta durante milenios. En el momento en que las hojas
se hunden más profundamente en la madera, explotan con savia
plateada que brilla con arco iris iridiscentes a la luz del sol. Con el
hacha todavía atascada, hago una pausa y extiendo la mano para
tocar la savia. Es tan ligero como el agua y tan hermoso como la
madreperla.
«No es rojo». Incluso después de todos estos años, la podredumbre
aún no ha llegado al núcleo de Lellia. El árbol aún se mantenía fuerte,
sujetando a Lellia protegiéndola, pero también atrapándola en un
abrazo tan fuerte que no podía escapar aunque quisiera. No es de
extrañar que Krokan estuviera desesperado. Todavía podía sentir lo
lejos que estaba.
El caos comienza a desplegarse detrás de mí. Lo veo con una
mirada por encima del hombro cuando Ilryth se mueve a mi lado, un
hacha en la mano. Sheel y los guerreros han formado una línea. Lucia
encabeza al otro contingente hacia el túnel que conecta con las playas
de la pasión. Bloqueando el regreso de los guerreros que habían
perseguido a Kevhan.
Ilryth y yo nos balanceamos de nuevo al unísono.
La madera es más suave de lo que hubiera esperado. Las cuchillas
encuentran poca resistencia. A la mitad de las enredaderas leñosas, el
519
árbol comienza a temblar. Es tan leve que, al principio, creo que es
solo la reverberación de los golpes a través de la hoja y en mis brazos.
Pero cada vez más, las ramas sobre nosotros se balancean. Llueve un
follaje plateado. Pronto no quedará nada en las ramas de arriba.
«Saldrás pronto», canto suavemente, con la intención de que las
palabras solo sean para los oídos de Lellia. «Pronto estarás con
Krokan».
Cuando ya casi termino la primera cepa, comienza a marchitarse y
se cae lejos de la puerta. La agarro y tiro con todas mis fuerzas. Se
tensa. Hay un horrible sonido desgarrador y lastimero que me
atraviesa. Pero de una vez, se acabó. Uno de los barrotes de la jaula
de Lellia no está.
Hay una marca de quemadura en la puerta, debajo de donde una
vez estuvo la cepa: la madera se ha ennegrecido como si estuviera
chamuscada. Me imagino que la cepa era una especie invasora,
cortando la circulación durante siglos.
Nuestros ataques se detienen cuando la tierra a nuestro alrededor
tiembla y se estremece. Hay un gemido acompañado de un rugido
que proviene de lo profundo de los mares. Al mismo tiempo, los
guerreros irrumpen desde el túnel más cercano al castillo, liderando
el coro. Sheel implicado.
—Krokan lo sabe —respiro, demasiado concentrada en Lellia para
preocuparme por cualquier otra cosa.
Ilryth mira hacia atrás y hacia delante de nuevo.
—Deberíamos…
—¡Sigue adelante! —digo con confianza—. Krokan estará aquí para
llevársela una vez que esté libre. Él viene a nosotros y eso significa
que está funcionando. —Lo sé en mis huesos. Puedo sentir la
creciente cercanía del viejo dios a medida que la canción en mi cabeza
se vuelve más fuerte por segundos. Pero Ilryth ha dejado de cortar—
. ¿Ilryth?
El coro y sus guerreros amenazan la línea de Sheel. 520
Ilryth me agarra del hombro.
—Sigue adelante, Victoria. Libérala.
—Pero tu…
—Los mantendré a raya mientras pueda. —Deja su hacha,
comenzando a bajar a Sheel.
—¡Ilryth! —grito, apartándome de la puerta. Me mira mientras
corro, lanzando mis brazos alrededor de su cuello. El impacto de mi
cuerpo chocando contra el suyo casi lo derriba.
Lo beso con todas mis fuerzas.
Sus brazos alrededor de mi cintura, abre su boca, profundizando el
beso. Su cuerpo duro se presiona contra el mío y por un momento la
furia del mar, el temblor de la tierra y toda la incertidumbre se
desvanecen. Cuando nos separamos, todo lo que veo es a él,
enmarcado por una lluvia de hojas plateadas, cayendo como una
fuerte lluvia.
—Te amo, lo sabes —susurro.
—Lo sé.
—Realmente, realmente no quería.
—Lo sé. —Él sonríe. De alguna manera la arrogancia le sienta bien.
—No sé lo que depara el futuro. Si podemos estar juntos en
absoluto. Y si pudiéramos, dudo que sea buena para ti y…
Me besa con firmeza, silenciándome.
—Deja de preocuparte tanto, Victoria. Si podemos deshacer miles
de años de historia, liberar a un dios antiguo y no romper el mundo
en el proceso, no estoy demasiado preocupado por cualquier otra
cosa que podamos enfrentar en nuestro futuro. —Ilryth me suelta—.
Ahora ve. Libera a Lady Lellia.
Nos separamos y yo corro hacia el Árbol de la Vida, levanto el
hacha y vuelvo a balancearme. Al mismo tiempo, Ilryth corre hacia la
conmoción de más sirenas que explotan en el túnel. Fenny le arroja 521
Dawnpoint y él la atrapa. Mientras tanto, sigo balanceándome.
Las sirenas libran una guerra de cantos entre sí. Krokan retumba
desde las profundidades. Lellia grita. En conjunto, es una cacofonía.
Horrible, ruidosa y desgarradora.
Ignorando las voces, sigo balanceándome, sigo apartando las
barras de vinilo. Mi hacha golpea al ritmo del árbol. Tiempo y otra
vez. Implacable. La batalla ruge detrás de mí. Pero sigo adelante hasta
que…
Hasta que caiga la última cepa.
Por primera vez en siglos, la puerta está expuesta y, por un
momento, el mundo está quieto mientras el hacha se desliza de mis
dedos. Los mares están en calma y el viento ya no aúlla. El canto se
ha silenciado, y todos y todo colectivamente contienen la respiración
esclavizados mientras abro la puerta de lo que se había convertido en
la prisión no intencionada de Lellia.
Capítulo 52
Estoy cegada por la luz. La losa de madera que se descascara
después de siglos y siglos silba como el último suspiro de una bestia
cansada y herida. Hilos de membrana y pegote se aferran entre la
puerta y la corteza del tronco del árbol mientras continúo abriéndola.
La luz cegadora se desvanece y revela el cuerpo pequeño y frágil
de una diosa antigua. Lellia tiene un tamaño casi infantil, aunque
tiene el mismo aire de atemporalidad que tiene Lord Krokan. Sus
cuatro brazos están enroscados alrededor de sus rodillas, tres dedos
en cada mano agarrando sus costados, mientras duerme en posición
fetal. Tiene dos ojos, pero son grandes y circulares, como los de una
libélula. Alas de plumas doradas se han desprendido de sus hombros,
fusionándose con el capullo en el que ha estado encerrada. Las hojas
cubren sus antebrazos y manos como guantes. Las astas leñosas se
extienden desde sus sienes, conectándola con el árbol mismo. 522
No hay movimiento. No se despierta ni abre los ojos cuando las
primeras brisas rozan sus mejillas. El mundo permanece en un
inquietante estado de calma. Incluso su canción es silenciosa y mi
corazón late con miedo de que en mi búsqueda para salvarla, creé el
impacto que fue el golpe mortal.
Las sirenas detrás de mí murmuran.
—Lady Lellia.
—… Lellia…
—Nuestra Señora ha muerto…
—La hemos matado.
—La podredumbre vino de su descomposición…
Miro por encima del hombro. Cada guerrero ha caído de rodillas
en medio de la pelea. El coro también. Todas las cabezas se inclinan
hacia la arena en reverencia. De ellos surge un solitario y triste canto
de luto. Puedo sentir su preocupación y dolor en mi interior,
lamentando lo que ven como la muerte de todo lo que conocían y
amaban.
Pero ellos no ven lo que yo veo. Están demasiado lejos. Así de cerca,
puedo ver el movimiento de las protuberancias en su espalda donde
una vez se conectaron sus alas. Puedo ver los ojos moviéndose debajo
de los párpados, como si estuviera tratando de despertar. Respiro un
suave suspiro de alivio que sale como un zumbido.
Ella no está muerta y desaparecida. Está luchando con toda la
tenacidad con la que lucha la vida. La vida es a la vez una cosa
agraciada y audaz. La vida no cede. Se puede romper, una y otra vez,
sin ceder. Temblando y débil, su canto persiste. Ella aguanta,
esperando reunirse con su marido. Esperando la paz.
Acerco la mano.
En el corazón del árbol, la madera es blanda y tiene una ligera
elasticidad. Está suspendida en la gruesa membrana plateada en la
que se sumergen mis manos. Es tan sólida y templada como el sebo
tibio. Como alcanzar un rayo de luz solar.
523
El cuerpo de Lellia es de plata maciza, pero sorprendentemente
ligero. Su peso y tamaño hacen que sea fácil acunarla en ambos
brazos. Inclinándome hacia atrás, la libero del plasma divino,
sosteniéndola contra mi pecho. Todavía no se mueve, pero puedo
sentir su corazón latir contra el mío. Su cabeza pesa sobre mi hombro,
su cuerpo rígido y refrescándose con la brisa marina.
Me giro y, por primera vez en miles de años, los mortales ven a la
diosa.
La vida se extrae del mundo mismo. Camino y los últimos hilos y
hebras de membrana se desprenden de Lellia y de mí. Su diminuto
pecho tiembla como si estuviera tratando de respirar por primera vez
en siglos.
Las sirenas no me detiene mientras avanzo a través de los restos de
su campo de batalla. Me miran con ojos llorosos y expresiones huecas
de resignación. Hay algo de rabia e ira, pero incluso aquellos que me
desprecian no se levantan para tratar de detenerme. Es demasiado
tarde para su resistencia. Para bien o para mal, mi enfoque ganó. Mi
plan resultó victorioso.
—Humana —dice una voz suave, solo para mí. Es tan ligero como
el aire. Tan brillante y maravilloso como la luz de la luna.
—¿Mi señora? —Le hablo como lo haría con una sirena, solo con mi
mente. Me pregunto si así fue como las primeras sirenas aprendieron
a hablar de esa manera. Cantando con sus almas en lugar de sus
lenguas. Su madre primordial les enseñó.
—Gracias —susurra Lellia.
—No tienes nada que agradecerme.
—Cuidarás de ellos, ¿verdad? —pregunta.
—Lo haré. —Sonrío débilmente—. Será mi honor.
—No dejes que olviden mis canciones —ruega Lellia.
—No lo haré. Lo juro.
El único que nos sigue por los túneles es Ilryth. Está a mi lado, justo
524
detrás, mientras llevo a Lellia al océano. Sin embargo, por lo que
puedo decir, las palabras de Lellia estaban destinadas solo para mí.
O, tal vez, incluso si pudiera oírlas… no lo entendería. Le transmití
suficiente de su canción en el Abismo para estabilizar su mente. Pero
no sería suficiente para darle comprensión.
Sin embargo, todavía podría enseñarle.
Las tallas en las raíces del túnel ya no sangran. La madera en sí está
empezando a volverse tan cenicienta como las lanzas que
normalmente se dejan blanquear a la luz del sol. El Árbol de la Vida
se está muriendo sin su corazón. Pero Lellia continúa haciéndose más
fuerte por segundos. Está empezando a temblar, el cuerpo se
despierta lentamente para ponerse al día con su mente.
Emergemos al otro lado del túnel hacia olas de tentáculos que se
retuercen en el océano, aferrándose a las raíces. Un rostro enorme, tan
extraño como el de Lellia pero que ya no me parece monstruoso, está
a mitad de camino sobre el agua. A medida que las nubes de arriba
se separan lentamente en un remolino, los rayos de sol golpean al dios
abisal. El agua de mar saca vapor de él, como si fuera a quemarse por
estar expuesto a la superficie durante demasiado tiempo. Krokan
mira con ojos esmeralda que brillan más en el momento en que
descansan sobre su esposa.
—La tengo —digo, con la mente y la boca.
—Así que lo haces —retumba. Una vez más, suena como una
canción. Pero más ligero, tan por encima del agua. O tal vez es más
ligero con alivio, porque finalmente ve a su esposa. Al final de esta
larga lucha que han soportado en nombre del mundo que ayudaron
a hacer.
—Tómala. —Camino hasta que el agua llega a mis rodillas,
colocando a Lellia en las olas ante Krokan. Ella flota, como si no fuera
más que espuma de mar. Sus tentáculos la rodean, atrayéndola hacia
abajo. Absorbiéndola en el centro de su ser. Estará a salvo, ahora. Para
siempre jamás.
—Has cumplido tu trato, mortal, así que yo mantendré el mío; ya
525
no bloquearé el Velo. Ya no plagaré al mundo. Regresaré con mi
amada y permitiré que las almas fluyan una vez más hacia el Más
Allá, de ahora en adelante y para siempre. No hay más motivos para
que arruine sus mares —dice Krokan. Espero que eso sea todo, pero
continúa—: Nos has hecho un gran favor. Antes de partir de este
reino, te otorgaremos una bendición. Dinos, ¿qué deseas?
Una bendición divina. Podría desear cualquier cosa. El poder de
dos viejos dioses está al alcance de mi mano.
Vuelvo a mirar a Ilryth. Una vida con él. Una vida para explorar
libremente el mundo y mi corazón. Podría pedir un deseo similar al
que una vez le pedí a Ilryth hace tantos años.
Un viento helado me azota. Las estaciones de Midscape están
regresando a esta isla sagrada, a todo el Eversea. El clima templado
en el que han prosperado las sirenas desaparecerá sin el Árbol de la
Vida que lo sostenga. Tal vez sea solo el comienzo de una nueva era
de invierno, de muerte, que podría amenazar con consumir todo
Midscape.
—Ella ya me ha dado mi bendición —digo en voz baja. Aunque
estoy hablando con Krokan, dejo que Ilryth me escuche. Hay algo en
mis palabras y en mi rostro que lo impulsa a dar un paso adelante.
Cruza hacia mí, juntando mis manos.
—¿Lo que está sucediendo? —pregunta Ilryth.
—Le hice una promesa a Lady Lellia cuando la liberé —digo—. Voy
a cumplir mi promesa. Su magia todavía está aquí, todavía en el árbol.
Derramó tanto de sí misma en él que está ahí. Pero necesita un ancla
para mantenerse en su lugar, de lo contrario se desvanecerá del
mundo por completo. —Como ya lo está haciendo. A medida que
pasan los segundos, cada vez hay menos de ella.
—No. —Ilryth se da cuenta de lo que estoy diciendo. Él niega con
la cabeza.
Tomo su mejilla, sujetándola suavemente.
—Todo está bien. No tengo miedo.
—Has pasado gran parte de tu vida viviendo para los demás. 526
Sacrificándote, por los demás. A la caza de la libertad. —Los ojos de
Ilryth se enrojecen por mí—. No puedo dejar que lo hagas de nuevo.
—Pero esta es mi elección, al igual que lo fue de ella. No lo hago
porque me siento obligada a hacerlo. No lo hago para ser digna de
amor, porque ya lo soy. Lo hago porque quiero. —Sigo ofreciéndole
una leve sonrisa, inclinándome para besar sus labios suavemente—.
Y tú, necesitas continuar y vivir. Recupera tu ducado. Cuida el
Eversea y haz todos los herederos que yo cuidaré.
—No quiero nada de eso. Una vida sin ti es una canción sin ritmo
y sin notas. No es nada. Menos que nada.
—Ilryth…
—Tu bendición. —Se vuelve hacia Krokan—. Dime cómo puedo
usarlo para quedarme con ella. Concédenos una vida juntos donde
nuestro mundo esté seguro y nuestro futuro esté asegurado.
El viejo dios lo mira pensativo. Sus tentáculos se están desplegando
lentamente desde las raíces, relajándose mientras se desliza hacia las
profundidades. Por un momento, creo que se irá sin una respuesta.
Pero entonces…
—Ven con nosotros, chico —dice Krokan, finalmente.
—¿Qué? —Ilryth susurra.
—Ven —ordena Krokan, el agua casi le cubre los ojos ahora. Ilryth
se dirige hacia el mar.
—No. —Agarro la mano de Ilryth—. No te dejaré.
—Esta es la única manera. —Aprieta mis dedos y me da una sonrisa
valiente—. Haz lo que debes, como lo haré yo. Ambos llevamos las
palabras de los dioses y un dúo requiere dos voces.
—Ilryth…
—Confía en mí, como yo confío en ti. —Me besa y yo le devuelvo
el beso, saboreando el sabor y la sensación de él por última vez.
Sigue a los antiguos dioses debajo del mar, desapareciendo con los
tentáculos y la luz radiante que era Lellia. Ojalá hubiera más tiempo. 527
Ha sido todo tan rápido.
Marcho de regreso hacia el árbol. Sola pero decidida. La vida es
audaz. E incluso la muerte no es eterna. Nuestra canción resonará en
los siglos.
Las sirenas siguen allí, arrodilladas en la arena, aullando de dolor.
Las ignoro mientras camino hacia el núcleo del Árbol de la Vida. La
abertura donde una vez descansó Lellia. Me arrastro hacia el éter
suspendido en el baúl y me hago un ovillo, colocándome tal como
estaba ella. Cerrando los ojos, empiezo a cantar la canción que
aprendí de los últimos restos de los antiguos dioses.
La madera se cierra con fuerza a mi alrededor.
Capítulo 53
Es a la vez luz y oscuridad, día y noche. Ni bien, ni mal. Ambos
simplemente… son. El mundo existe en un remolino que gira al
compás de mi canción sin fin.
Pero no canto sola. Hay otros que se unen a mí. Cantan cuentos de
la humana que tomó el manto de una diosa. De su amante que
descendió al mar y nunca más se supo de él.
Hay voces que conozco. De viejos amigos, desaparecidos hace
mucho tiempo. Y de nuevos parientes que quedaron atrás. Mi
corazón canta por una familia que prospera, sana y salva en un lejano
pueblo costero. Me duele el hombre que espera en mi puerta junto a
los que no son de su clase. Algunas de las canciones son hermosas y
hábiles. Otras están lamentablemente fuera de tono.
Hay voces que no conozco y nunca he conocido. Almas que se 528
extienden a través del espacio y el tiempo. Una mujer asciende a un
trono de madera, conectada por raíz y magia a este árbol distante. Un
hombre encerrado en cristal, el alma de su amante cantando un canto
fúnebre de añoranza y pérdida. Los chillidos de un niño pequeño de
dos mundos al que le enseña una nueva reina feérica cuyo padre aún
no sabe que ella está tan cerca. Un espíritu que grita por la libertad
durante una noche roja como la sangre. El rizo de magia que susurra
en los últimos linajes de un Mundo Natural. Pueblos olvidados y
fuerzas lejanas que van y vienen con el paso de los días y los años.
Y luego… por fin, hay otra voz. Una desde muy abajo. Una que de
alguna manera siempre sabe las palabras antes de que yo las cante.
Armonías antes de que las necesite.
Aún pasa más tiempo, creo. «El tiempo es una noción tan mortal».
Entiendo eso ahora, lo que esos antiguos dioses querían decir cuando
trataron de comunicarme tanto.
Pero no soy uno de esos poderosos seres de una época muy anterior
a la era de los mortales, no en verdad. Sin embargo, tampoco soy lo
que era antes. He vuelto a cambiar. Soy nueva. Y, sin embargo,
también de alguna manera antigua. Eterna pero fugaz. Las líneas
plateadas y doradas que recubren mi carne cuentan las historias de
los antiguos que me precedieron. Soy la guardiana de los últimos
vestigios de su magia y sus recuerdos. El ancla para el final de los
regalos que otorgaron a este mundo. También soy la vigilante, la que
ayudará a guiar y proteger el crecimiento de todo lo que venga
después.
Pero no estoy sola en esta singular responsabilidad. Esa otra voz
sigue cantando. Más y más fuerte. Me llama de una forma que solo él
sabe. De una manera que solo yo prestaría atención.
«He venido por ti, tal como me pediste», canta. «Hemos dado al
mundo. Nos hemos sacrificado y estabilizado. No hay nada más que
temer. Ahora es tiempo de nuevo para nosotros de vivir».
Al principio, tengo miedo de dejar las confidencias de mi nuevo
hogar. Es seguro aquí y estoy cómoda. Su canción es paciente y
tranquilizadora, pero de alguna manera también me recuerda que 529
estar inmóvil no me conviene. El confinamiento, incluso uno que yo
elija, no está en mi naturaleza: es lo que condujo a la caída de la última
mujer que ocupó este éxtasis, por muy atractivo que pudiera ser el
consuelo. Por el bien de todos aquellos por los que me preocupo, soy
responsable, debo moverme.
Por fin, empiezo a retorcerme contra los confines de mi pequeño
mundo. Extendiéndome. Emprendiendo. Tratando de poner a prueba
las barreras que luchan para mantenerme en mi lugar, para
mantenerme como soy. Ya se han cerrado a mi alrededor,
endureciéndose en su lugar.
«No, ese no será el arreglo esta vez…» No soy una diosa antigua,
luchando por sobrevivir en un mundo que ya no está construido para
ella. Nací de las tierras mortales, moldeada por la gente de ellas,
todavía llevo sus marcas en mi carne. Soy Victoria, marinera,
exploradora, amante y luchadora. Hay demasiadas cosas diferentes
dentro de mí para desvanecerse en silencio y permitir que estas lanzas
de madera atraviesen mi corazón y me mantengan en mi lugar.
Se necesitan años para empujar y tirar, explorar mis poderes y
ejercerlos sobre la jaula en la que estoy. Mientras tanto, mi alma canta
vida al mundo, y su voz lejana me llama. Finalmente encuentro una
salida. El árbol finalmente escucha mis órdenes y se forma un túnel
ante mí. Con un grito ahogado, me retuerzo y me obligo a pasar,
empujando hacia la luz del sol distante. Vuelvo a florecer en el mundo
de los mortales con la apertura de suaves pétalos y un susurro de
promesa.
La canción es más fuerte ahora. El dúo que ha ocupado el fondo de
mi mente durante años. Es tan contundente como una tormenta. Tan
exigente como las mareas que se encrespan contra las orillas
recogidas en las raíces de mi árbol.
—¿Vic… Victoria? —Kevhan está ahí en la playa. Se le nombra con
ropaje de sirena y medallones. Le han dibujado marcas por todas
partes. Cantos de protección resuenan en mis oídos. Puedo leer las
tintas con facilidad ahora, especialmente porque fui yo quien las
cantó para él. Está estabilizado mientras está debajo de mis ramas,
pero todavía puedo hacer mucho más por él.
530
—Hola, Lord Applegate. Ha pasado algún tiempo, creo. —Salgo de
la flor leñosa que floreció donde una vez estuvo la puerta, de un gran
pétalo que se ha desplegado como una alfombra para que descienda.
Una neblina de plata arremolinada me rodea, arrastrándose por el
aire siguiendo mis movimientos, condensándose en hojas plateadas
que salpican la arena debajo.
—Han pasado casi cuatro años. —Lucia da un paso adelante.
—Gracias por proteger a Kevhan y asegurarte de que su alma esté
tan estable en este mundo como la mía —digo con calidez.
—Esperaba haber escuchado tu canción correctamente. —Ella
inclina la cabeza. Vagamente, me doy cuenta de que una de las
muchas voces que había escuchado era la de ella. Todo este tiempo,
me había estado comunicando con ella sin pensar. Tarareando nueva
guía a las sirenas sobre cómo prosperar.
Los ojos de Kevhan son brillantes.
—¿Cómo… cómo has…
—Es bueno ver que todavía estás bien. —Tomo su hombro e
interrumpo la pregunta. No podría comprender la respuesta incluso
si yo pudiera explicarla bien. Estoy aquí gracias a una combinación
de tiempo y aprovechamiento de la magia que heredé. Poder que
ahora es mi honor y responsabilidad ejercer en nombre de una diosa.
Al final, me conformo con una explicación simple para que él pueda
entender—. Estoy aquí de la misma manera que tú.
—¿Como un fantasma? —Aparentemente, esa explicación es la
única forma en que su mente mortal podría comprender sus nuevas
circunstancias.
—De una especie. —Me dirijo a Lucia—. ¿El resto de tus parientes?
—El Eversea nunca ha estado mejor. Nuestros mares son claros y
nuestra gente es fuerte. Casi tanto que se habla de acercarnos a los fae
del sur una vez más. Tal vez restaurar el puente terrestre que una vez
conectó esta isla con el resto de Midscape, por fin, para que otros
puedan venir a adorar en tu altar.
531
—No soy alguien para adorar. —Una leve sonrisa cruza mis
labios—. Simplemente una mensajera de la Señora a quien todos
debemos presentar nuestros respetos. —Sus sacrificios no serán
olvidados mientras yo camine por este mundo.
—Comprendido. —Lucia inclina la cabeza. Comienzo por el túnel
que conduce a la entrada principal de la isla, el que parece que subí
hace unos días—. Fenny sigue siendo la duquesa de Spears. El coro
se movió para posicionarme como Duquesa de la Fe, dada la decisión
de Ventris de renunciar a su cargo. —Lucia intenta seguirme. Kevhan
está a su lado—. Pero hay algo que deberías saber…
Extiendo una mano, deteniéndolos.
—Ya lo sé. Y esta es una reunión que me gustaría hacer sola.
Lucen sonrisas cuando me voy, casi deslizándome por el túnel en
mi prisa. Salgo al otro lado y mi mirada se cruza con otra que es tan
familiar como el sentimiento de una canción en mi alma y el poder en
mis venas.
Mi compañero, el otro cantante de mi eterno dúo, emerge del
océano. La espuma del mar y el agua se arremolinan hacia arriba,
tomando la forma de un hombre, solidificándose en carne tal como la
recuerdo. Ilryth es tan guapo como cuando lo vi por primera vez. Tan
etéreo como me imagino ahora. Sus marcas son inversas a las mías,
pero idénticas en todos los demás aspectos. Él es mi compañero, mi
espejo y contrapeso.
—Me preguntaba cuándo volverías a mí. —Me abre los brazos y,
sin necesidad de ninguna otra invitación, corro hacia él. Ilryth me
aplasta en su abrazo, besando mi rostro como si hubiéramos esperado
mil años para este reencuentro.
—Tendré que volver al árbol eventualmente —digo mientras nos
separamos—. Puedo irme por un tiempo. Pero siempre tendré que
volver para mantener el ancla. —Esta verdad está incrustada en mi
alma.
—Lo sé, y tendré que regresar al Abismo por la misma razón.
—Así es nuestro dúo, ahora. —Paso las puntas de mis dedos por su
532
pecho. Se siente tan real como yo, como siempre lo hemos hecho. Pero
sé que nos hemos convertido en algo más. Tal como estaba vivo antes,
pero no del todo mortal, me he convertido otra vez en otra cosa. Ilryth
también lo ha hecho.
—Pero, hasta entonces, tenemos tiempo. —Sus manos ahuecan mis
mejillas—. Y, si me aceptas, por los minutos, las horas o los años que
nos quedan hasta que debamos retirarnos para ocuparnos de
nuestros nuevos dominios. Una vez más, si me tuvieras, quisiera
adorar en tu altar, mi amor.
Con una sonrisa tímida, tomo su mano. En lugar de llevarnos a
través de los túneles y de regreso a las playas de la pasión, me empuja
hacia las olas. Caemos como dos estrellas, girando una alrededor de
la otra en las profundidades de un Abismo claro, libre de
podredumbre, monstruos y corrientes mortales. A un mundo que es
exclusivamente nuestro, hecho para nuestros poderes y nuestras
pasiones.
Los dúos son para dos cantores, y el nuestro siempre ha sido el
himno de la vida y la muerte y todo lo que se teje en medio. Un canto
de tristeza y alegría, de pasión y añoranza. Era una canción destinada
a ser para Krokan y Lellia, pero cada vez que cantábamos esas
fatídicas palabras, se volvían más y más nuestras.
Ahora, nuestro dúo es de Ilryth y Victoria. La humana y el Siren. Y
es una melodía que no tendrá fin.

533
Capítulo Extra
El enviado
Viajar por tierra con un grupo de sirenas sigue siendo una rareza.
Aunque estoy familiarizado con su magia por haberla usado una vez
—aunque soy el que ayuda a mantener esta hazaña para que nuestro
grupo de viaje pueda caminar durante días por el continente de
Midscape sin molestias significativas—, las sensaciones de su poder
y su visión siguen siendo… extrañas. Puedo sentir cómo las rocas
afiladas y las agujas espinosas pican sus pies. Puedo sentir sus
gargantas secas y sus dedos agrietados como si fueran los míos. Su
alivio cuando se hunden en las turbias aguas de los pantanos y en los
frescos estanques de los Fae Salvajes, mientras sus pensamientos aún
vagan por la frontera norte que cruzamos hace unos días.
Aún recuerdo visceralmente lo incómodo que era cada vez que me 534
desprendía de la cola para caminar a dos patas. Al menos para mí, se
ha convertido en algo mucho más natural. Paso tanto tiempo en mis
dominios en mi antigua forma como en tierra con ella.
Mis ojos se desvían hacia mi eterna compañera, consolidando aún
más mis reflexiones sobre el extraño grupo que somos. El puñado de
guerreros Sirens está liderado por Kevhan y Lucia. Los dos nos siguen
obedientemente a Victoria y a mí. Victoria lleva los rayos de sol que
atraviesan el dosel como un vestido. Vi cómo hacía girar la luz entre
sus dedos, cómo guiaba los rayos con su canto y cómo engatusaba el
brillo dorado para que colgara de cada pincelada que aún está
pintada en su carne eterna. Yo, en cambio, llevo una sombra de noche
tan completa que esos mismos rayos de sol no pueden penetrarla. El
sudario del Abismo flota sobre mis hombros, ondulando con las
mismas corrientes de las profundidades a pesar de estar en tierra.
Como atraída por mi atención, sus ojos se desvían hacia los míos.
Victoria me dedica una leve sonrisa. Se la devuelvo con gusto. La
intemporalidad aporta su propia intimidad. ¿Qué necesidad hay de
precipitarse cuando nuestros días no volverán a estar contados? Para
nosotros, todo es lento y decidido. Nuestra magia. Nuestro amor.
—¿Crees que esos dos llevaron nuestro mensaje hasta el final? —
Kevhan pregunta desde atrás, no por primera vez.
—Estoy segura —dice Victoria con tranquilidad mientras su mano
se desliza por la mía—. No te preocupes.
La cara de Kevhan hace todo lo contrario. Ella lo ignora con una
sonrisa juguetona lanzada hacia mí.
Mi señora y yo avanzamos por el bosque con armonía en nuestros
pasos. Nuestra presencia es tan natural como el musgo que se arrastra
bajo nuestros pies, como la podredumbre que se apodera de los
árboles caídos. La antigua magia, una vez olvidada, regresa a la tierra.
Pero, por la misma razón, también es una aberración. La tierra no sabe
cómo reaccionar ante nosotros y se nos resiste. Somos uno con ella,
pero somos otros.
Por fin, llegamos a un claro donde nos espera un contingente de 535
Fae. Los dos mensajeros que llegaron no hace ni un mes —los
primeros visitantes externos del Árbol de la Vida en décadas— no
aparecen por ninguna parte. Tal vez en el momento en que su mensaje
fue entregado, continuaron su viaje hacia el destino desconocido que
les aguarda.
En el centro de los Fae hay un hombre de pelo castaño y alas de
libélula de colores brillantes. Está junto a una mujer que lleva una
corona de cristal. Me pregunto si nos ven como un desafío en su reino:
el Siren que vuelve por fin a tratar con los Fae y trae consigo a sus
dioses. Si se sienten intimidados por el poder que exudamos. Espero
que no. Aprieto los dedos alrededor de los de Victoria, esperando que
nuestro amor sea visto como un bálsamo y una muestra de nuestras
buenas intenciones.
Cualquier emoción que pudieran haber sentido queda eclipsada
por el tembloroso grito de sorpresa de la reina. Apenas logra asentir
en nuestra dirección para reconocer nuestra presencia. Sus brazos se
extienden hacia el hombre, que rápidamente nos rodea. Aunque
somos dioses vivientes que se presentan ante ella, no nos saluda a
nosotros. Es al hombre cuya llegada había sido anunciada por los que
se despertaban en las montañas del sudeste. El hombre cuyo nombre
llevaron los mensajeros que enviamos.
—Padre. —La voz de Katria tiembla de emoción. No es una reina
hada en el momento en que pone sus ojos en él, sino una niña
desesperada por el abrazo de su padre.
Mientras ambos se abrazan, miro a Victoria. Esboza una sonrisa
cómplice que hace que mi corazón se acelere y se ralentice al mismo
tiempo. Familia… Algo que antes era una conclusión inevitable ahora
está fuera de mi alcance, pero eternamente a mi alcance. Mi familia
ya no son los herederos, ni los parientes… sino todos los mortales que
caminan sobre la tierra. Familia es la mujer que está a mi lado, mi vida
eterna. No necesitamos tener hijos de nuestra carne para amar
profundamente, o contar a otros como nuestros.
—Mi querida niña… —La voz de Kevhan se ahoga de emoción.
Los demás permanecemos en silencio, dando espacio al momento.
Permitiéndole sostener el peso de un reencuentro largamente
536
esperado. Vuelve a mí el recuerdo de mi propia madre. De mi nariz
en su pelo y el consuelo de su abrazo… Su espíritu hace tiempo que
se fue del Abismo. Pero, a mi manera, puedo sentir su presencia desde
el Más Allá. Sé que me canta todo lo que espera a las almas que le
envío en el otro mundo.
—No creí que fuera verdad. —Katria se separa.
—No debería serlo —admite Kevhan—. No lo sería, sin ellos.
Finalmente, los ojos de la reina se vuelven hacia nosotros.
—Ustedes son…
—Guardianes —responde mi amor—, de la vida y la muerte.
Vigilantes y cuidadores. —Victoria inclina la cabeza con elegancia.
—Gracias. —Fuerza Katria a través de sus emociones—. Gracias
por ayudarle a volver a mí. —No hay forma de que pueda entender
la profundidad de las circunstancias de su padre. No ahora y quizás
nunca. Pero, dudo que importe. Reunirte con alguien que creías
perdido… Conozco esa sensación demasiado bien. Por un segundo,
estoy de vuelta en el Abismo, Victoria ante Lord Krokan.
—Tengo tanto que contarte —suelta Kevhan.
—Tanto que creo que ya sé parte de ello, gracias a los mensajeros.
—Katria se ríe ligeramente y le da unas palmaditas en el brazo. Se fija
en las marcas de su piel—. Aunque, evidentemente, no todas.
—Ya tendrán tiempo de ponerse al día —les asegura Victoria con
calidez.
—Es un honor para nosotros haber facilitado este encuentro —
añado.
—Y deleite —termina Victoria—. Incluso en el interminable ciclo
de la vida, y la muerte, siempre hay lugar para el amor que trasciende
el tiempo y el lugar.
Katria sonríe cálidamente.
—Los hospedaría en nuestro castillo, si les place. 537
Me giro hacia mi señora.
—Tenemos que volver a nuestros puestos, en algún momento —
responde por los dos—. Pero aún tenemos tiempo.
La llamada del Abismo y del Árbol de la Vida es clara, no importa
lo lejos que nos alejemos. Nos llevará de vuelta a casa, cuando seamos
necesarios para restablecer el equilibrio de este mundo. Hasta
entonces, sin embargo, saborearé estar una vez más cerca de mi
amada. Una vez más cantaremos y bailaremos.
—Nos quedaremos al menos hasta el Consejo de Reyes —digo.
—¿Consejo de Reyes? —Katria frunce el ceño y mira a su marido—
. ¿Tú…?
—Pronto se sabrá —dice Victoria con suavidad y una mirada
cómplice. Nuestras posiciones no nos han otorgado omnipotencia,
pero hay una extensión de nuestra vista—. Por ahora, saboreemos
nuestro tiempo en esta tierra. Cada momento que compartimos con
los que amamos es precioso.
Próximo Libro
Entrar en el bosque como humana es la muerte... Pero no soy una
simple humana. Me llaman "bruja".

Como una de las últimas brujas


sobrevivientes, su único deber era mantener
las barreras protectoras en los bosques
donde deambulan los lykin, criaturas que
pueden convertir la carne en piel. Pero
cuando tiene un encuentro mágico con el
raro espíritu primordial de la luna, la lleva a
la tierra mágica de Midscape y el Rey Lobo
la reclama como su novia.

Pero el increíblemente apuesto caballero del 538


rey, que ahora es su único protector, tiene
otras ideas.

PROXIMAMENTE VERANO 2024


Elise Kova

Es una autora superventas del USA Today.


Disfruta contando historias de mundos fantásticos llenos de magia
y emociones profundas. Vive en Florida y, cuando no está 539
escribiendo, se la puede encontrar jugando videojuegos, dibujando,
charlando con los lectores en las redes sociales o soñando despierta
con su próxima historia.
540

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