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SINOPSIS .......................................................................... 4
CONTENIDO ...................................................................... 6
MAPA ................................................................................ 8
UNO .................................................................................. 9
DOS ................................................................................ 40
TRES .............................................................................. 57
CUATRO .......................................................................... 68
CINCO ............................................................................. 82
SEIS ................................................................................ 94
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***
***
***
***
Cuando llegamos a la Corte de Primavera ya era de noche y
fuimos directos al palacio de Primavera, donde nos recibían el
duque y la duquesa. En cuanto bajé del carruaje, la princesa
Sheera chilló y corrió hacia mí. Me reí y me abrazó.
—¡Prometida con el Rey de Invierno! Ven, tenemos que hablar. —
Tiró de mi mano, pero se detuvo.
Lucien bajó del carruaje con Piper y Sheera hizo una profunda
reverencia, mientras sus padres la seguían.
—Bienvenido a la Corte de Primavera, Alteza. —La voz de Sheera
era cortante y su mirada evidente. No le caía bien.
—Gracias. —La voz de Lucien era igual de cortante.
Mientras Lucien y los duques hablaban, Sheera tiró de mí hacia
el interior del palacio. Aspiré el cálido aire nocturno mientras
avanzábamos. Me encantaba la primavera, no tanto como el
otoño, claro, pero ¿quién podía negar la belleza de las flores
púrpuras que bordeaban el camino? De la fragante brisa que
permanecía en el aire y olía a una lluvia que se acercaba.
Me quedé mirando el cabello castaño como la miel y la piel
morena de Sheera, que contrastaban con sus ojos azules como el
hielo. Las puntas de sus orejas puntiagudas estaban pintadas
con polvo de purpurina, y sonreí ante la última moda. Sheera
siempre sabía lo que estaba de moda.
Yo iba dos veces al año a visitarla en el Equinoccio de Primavera
y en un evento de líderes al que asistían mis padres, y ella hacía
lo mismo conmigo. Cuatro veces al año nos quedábamos
despiertas toda la noche hablando de chicos, de poderes, de con
quién nos casaríamos algún día. Ni en mis sueños más salvajes
pensé que Lucien Thorne sería mi prometido.
Una vez en su habitación, con la puerta cerrada, se giró.
—Cuéntamelo todo. ¿Es horrible? ¿Te ha hecho daño? —dijo
apresuradamente—. Podemos huir juntas, escondernos en la
Montaña de Cinder si es necesario.
Procesé sus preguntas rápidamente, sin culparla por pensar que
Lucien era un monstruo, yo había pensado lo mismo ayer por la
mañana. Y tal vez él lo seguía siendo, pero no para mí. No que yo
hubiera visto.
—Él es... algo... ¿dulce? —Ni siquiera estaba segura de sí mi
evaluación era correcta. Apenas conocía al hombre, pero me
había dejado negociar mi propia dote y me había pagado todo lo
que le pedí. Me había halagado en todo momento y había dado la
impresión de que deseaba casarse conmigo por algo más que la
política.
Las cejas castaño oscuro de Sheera se anudaron en el centro de
su frente. Extendió la mano y me tocó la mejilla.
—¿Estás enferma? Acabas de llamar dulce a Lucien Thorne.
Se me escapó una carcajada nerviosa y empecé a caminar por la
habitación.
—Madelynn, congeló todo el reino y mató a docenas de personas.
Y desde entonces ha habido una historia tras otra de su
amenazador Reinado. Dulce no es como yo lo describiría. —Su
voz era aguda y cortante. Nunca la había oído así.
—Bueno, ha sido... complaciente —enmendé—. Mi personal
también dijo que fue amable con ellos.
Me observó mientras caminaba por su habitación.
—Porque quiere tu poder. —Se puso delante de mí y me detuve
para mirarla—. Maddie, es bien sabido que eres la segunda Fae
más poderosa después de él. Te dirá cualquier cosa para que te
cases con él y tengas sus herederos.
Fruncí el ceño. ¿Era eso lo que estaba haciendo? ¿Ser falsamente
amable conmigo para que no opusiera resistencia?
—Al principio le dije que no quería tener hijos. Me dijo que no
había problema.
Sheera se rio.
—No seas tan ingenua. En cuanto te cases con él se le caerá la
máscara y mostrará su verdadera naturaleza. Estarás
embarazada en el primer mes y te obligará a luchar a su lado.
Fruncí el ceño.
—¿Luchar? ¿Luchar contra quién?
Puso cara de haber dicho demasiado, lanzando una mirada por
encima del hombro hacia la puerta.
Puse una mano en el hombro de mi querida amiga y la obligué a
mirarme.
—Sheera, ¿contra quién?
Tragó fuerte.
—He oído decir a mis padres que el Rey de Invierno ha prometido
que su ejército se unirá a una batalla contra los elfos y los
hombres dragón.
Mis ojos se abrieron de par en par.
—¿Una batalla conjunta con Archmere y Embergate? ¿Contra
quién? —Pero en cuanto lo dije lo supe—. La Reina de Nightfall
—Ella hizo de la vida un Hades para los otros reinos, pero nos
dejó relativamente solos gracias a Lucien. Había oído que Lucien
dejaba que la escarcha y la nieve de su frontera cruzaran a su
tierra de vez en cuando para recordarle de lo que era capaz. Debió
de funcionar, porque nos dejó en paz la mayor parte del tiempo.
Sheera se inclinó hacia mí.
—Primavera y Verano no quieren la guerra. No enviaremos
soldados a morir por el Rey de Invierno para que ayude a sus
compinches.
Me lamí los labios.
—Bueno, si él lo exige, entonces no tendrán elección.
Se encogió de hombros.
—Si ya no es nuestro Rey, entonces no puede exigirlo.
Me invadió la confusión. ¿Qué estaba diciendo? ¿Cómo podía
Lucien dejar de ser Rey? A menos que...
—Sheera, ¿va a intentar tu padre derrocar al Rey Thorne?
Su rostro se tornó pétreo como si me estuviera evaluando, ya no
me miraba como a una querida amiga sino más bien como a la
Reina recién prometida de quien ahora me daba cuenta era el
enemigo de su familia.
—Deberíamos ir a cenar. No quiero hacer esperar a mi padre —
dijo, y me sacó de la habitación.
Se me cayó el corazón al estómago cuando desestimó mi
pregunta. Sabía que por estar cerca de la frontera de Invierno, mi
padre se alineaba naturalmente con el Rey Thorne en la mayoría
de las cosas, pero ¿significaba eso que Primavera y Verano iban
a dar un golpe de estado? Mi mente daba vueltas con esta
información mientras caminábamos por los pasillos de la Corte
de Primavera hacia el gran comedor. Hace unos días no me
habría importado conocer esta nueva información, pero hoy...
estaba indecisa.
Cuando entramos en el comedor, el duque y la duquesa de
Primavera se giraron para saludarnos. Lucien se sentó en la
cabecera de la mesa, en el lugar de honor, y noté que el asiento
a su lado estaba vacío, para mí.
Piper no estaba, lo que significaba que o bien le habían pedido
que se mantuviera alejada o bien había optado por hacerlo. No la
culpaba. Ella y Sheera nunca se habían llevado bien.
Petra, la madre de Sheera, se levantó para besarme la mejilla.
—Madelynn, hacía demasiado tiempo que no te recibíamos. Qué
sorpresa enterarme de las próximas nupcias.
Su cuidadosa redacción era interesante. Lo calificó de sorpresa,
pero no de alegría. ¿Podría culparla? Nuestras familias estaban
unidas y Lucien era odiado en todo el Reino de los Faes.
Probablemente estaba aterrorizada por mí.
—Gracias, Petra. —Le devolví el beso en la mejilla. Hacía tiempo
que habíamos dejado atrás lo de señor y señora o princesa esto y
lo otro. Nos tuteábamos desde que yo tenía diez años.
—Bueno, lo que el Rey Thorne quiere, el Rey Thorne lo consigue
—dijo el padre de Sheera, Barrett.
Otra indirecta.
—Sí, y no lo olvides. —Lucien levantó su vaso de agua y lanzó
una mirada escalofriante al duque.
Esto no va bien.
—Creo que haremos una buena pareja, y el Reino se beneficiará
de nuestra asociación —dije de la forma más diplomática posible.
Apenas conocía al tipo; no podía decir que lo amaba o que me
entusiasmaba casarme con él. Sería falso, y obvio que intentaba
sofocar el creciente malestar en la sala. Lucien me miró a los ojos
y asintió.
—Estoy de acuerdo. Dos de los Faes más poderosos gobernando
el Reino. ¿Qué más podría desear el pueblo?
Sabía que, en parte, se casaba conmigo por mi poder, pero oírle
decir eso me hizo pensar en lo que Sheera acababa de decir en
su habitación. Me miró como para enfatizar su opinión. Me
tragué el nudo que tenía en la garganta y tomé asiento junto al
Rey.
—El pueblo quiere que continúe la paz, Alteza —dijo el duque
Barrett—. Han llegado hasta nosotros rumores de guerra con la
Reina de Nightfall, y tengo que ser atrevido y decir que el pueblo
de Primavera y Verano no quiere tener nada que ver con eso.
Todo mi cuerpo se estremeció ante su atrevimiento. Miré a
Lucien, que dejó la copa y miró a Barret.
—¿Ahora también hablas en nombre de Verano, Barret?
La habitación bajó de repente veinte grados y se formó un
escalofrío en el aire.
Barrett se removió en su asiento.
—Bueno, no, pero nos hemos comunicado sobre este tema y
estamos de acuerdo.
Lucien asintió.
—Bueno, soy el Rey, y si creo que tenemos que ir a la guerra,
montarás tu caballo y cabalgarás a mi lado o haré que te
encarcelen por traición.
Santo Creador, acaba de decir eso en voz alta. Volvía a ser testigo
de su famoso mal genio, pero no había esperado que se dirigiera
al padre de mi querida amiga. Aun así, no levantó la voz, ni
apuñaló a nadie en el pecho con hielo. No le cortó la lengua a
nadie. Era un Rey afirmando su dominio sobre alguien de su
Reino. ¿Podría culparlo? Lo que Barrett dijo fue cobardía. Si
íbamos a la guerra, necesitaríamos la ayuda de las cuatro cortes.
—Pensé que esto se suponía que era una cena de celebración de
nuestro compromiso. No más hablar de la guerra, ¿de acuerdo?
—Bajé la voz al tono dulce y almibarado que utilizaba cuando
quería algo de mi padre, y la sesión de miradas de los hombres
se rompió mientras ambos me sonreían con fuerza.
Petra levantó su copa.
—Por la pareja de recién prometidos. Que reinen mucho tiempo.
Todos chocamos las copas y nos dispusimos a disfrutar de la
cena más incómoda de mi vida. Silencio, tintineo de tenedores,
conversaciones sobre el tiempo que estaban totalmente
controladas por los hombres de la mesa, y más silencio. Al cabo
de una hora, todos fingieron cansancio y nos encerramos en
nuestras habitaciones. Cuando volví a mi dormitorio me alegré
mucho de ver a Piper. Parecía que acababa de desempaquetar
mis cosas en el dormitorio. Había una habitación de invitados
contigua en la que podía dormir.
—¿Qué tal ha ido? —me preguntó alegremente al entrar.
—Bastante mal. —admití mientras me quitaba los zapatos y me
giraba para que me bajara la cremallera del vestido.
—Oh, no, ¿qué ha pasado? —preguntó mientras bajaba la
cremallera y yo me quitaba el vestido.
Le conté la conversación que había tenido con Sheera en voz baja
mientras me preparaba un baño. Allí sentada, en ropa interior, le
conté lo que había dicho el Rey cuando Barrett mencionó que no
quería la guerra.
Piper se encogió de hombros.
—¿Puedes culpar al Rey? Necesita lealtad al cien por ciento. Si
convoca una guerra y hay disidencia, se perderán vidas de
nuestro lado, ya que la batalla sería débil.
Sonreí a Piper; sería una consejera real maravillosamente
brillante. Su mente funcionaba de una manera que la mía no, ya
que siempre tenía una buena perspectiva de ambos bandos.
—No puedo culparlo y no perdió los estribos —le dije mientras
me desnudaba y me hundía en la bañera.
Piper echó el jabón líquido en el agua para hacer burbujas y cerró
el grifo. Una vez terminada la bañera, normalmente me dejaba,
pero esta vez se arrodilló y me miró a los ojos.
—Aunque tampoco puedo culpar al duque Barrett. La guerra no
es buena para nadie, y si el duque no cree en la causa, entonces
sus hombres mueren en vano.
Me dejó con eso y me sentí inquieta durante un buen rato. ¿Qué
estaba diciendo? ¿Estaba del lado de mi futuro marido y Rey, o
del de uno de mis amigos más antiguos, Sheera y su familia?
Al día siguiente pasamos por la Corte de Primavera y saludamos
a la gente, llevándonos sus buenos deseos. Los buenos deseos
fueron escasos. Sólo la mitad del pueblo salió a saludarnos, y la
mayoría lo hizo con cara de obligación. No se parecía en nada a
la recepción que habíamos tenido en la Corte de Otoño, e imaginé
que sólo un poco mejor que la que recibiríamos en Verano. El
Príncipe de Verano, Marcelle Haze, y el Rey de Invierno tenían
una larga enemistad. Después de que Lucien congelara a más de
treinta de los suyos, el Príncipe de Verano había asaltado el
palacio de Invierno y exigido reparaciones y una disculpa. Por lo
que había oído, lo que obtuvo fue una paliza.
El carruaje abandonó las tierras de Primavera mientras nos
adentrábamos en Verano, y miré a Lucien. ¿Quién era ese
hombre? Su historia era tan misteriosa y oscura y estaba llena
de historias fantásticas.
—¿Vamos a la guerra con la Reina de Nightfall? —pregunté de
repente.
Piper estaba a mi lado tejiendo y fingía estar demasiado
interesada en el patrón de las puntadas en ese momento.
Lucien me miró seriamente, con los ojos oscurecidos.
—No lo he decidido.
Su tono decía que era el fin de la discusión, pero me crucé de
brazos y lo fulminé con la mirada.
—¿Por qué íbamos a hacerlo? —le discutí— ¡Las cosas están
tranquilas y ella no nos molesta!
Se inclinó hacia delante, acercándose a mi espacio, y tragué
fuerte.
—¿Sabes por qué no nos molesta?
Él quería una subida de ego, bien.
—Por ti. Te teme.
Asintió.
—Me teme a mí, pero sigue odiando a los nuestros. Primero
acabará con la gente dragón y los elfos, luego con los lobos. Luego
vendrá por los Faes, así que para entonces será demasiado tarde
para que nos unamos y la derroquemos. Pero no nos
equivoquemos, algún día vendrá por nosotros. La pregunta es,
¿vamos por ella primero?
Santo cielo, sus palabras me pusieron la piel de gallina y no pude
evitar el terror que se apoderó de mi corazón. La Reina de
Nightfall odiaba a las personas mágicas, sí, pero... pero no nos
molestaba.
¿Por qué? ¿Porque Lucien tenía razón?
Sospechaba que sí, y no pude evitar sentir en ese momento que
era Rey por una razón.
Era claramente el mejor hombre para el trabajo, astuto, poderoso
y ligeramente aterrador.
—¿Puedo votar? —Le pregunté—. Cuando nos casemos, ¿me
consultarás antes de lanzar a nuestro pueblo a la guerra? ¿O sólo
seré una Reina decorativa que está a tu lado y se ve bonita?
Puso cara de dolor ante mi acusación y al instante me arrepentí.
—Por supuesto. Apreciaré tu consejo, pero al final haré lo que
haga falta para protegerte a largo plazo, aunque me odies por ello.
Tenía esa extraña habilidad para decir cosas románticas que
también daban un poco de miedo.
Una sonrisa se dibujó en sus labios y sus ojos recorrieron mi
cabeza hasta mis tobillos cruzados.
—También creo que haces una decoración bastante encantadora.
Piper soltó una carcajada a mi lado e inmediatamente se tragó el
sonido.
Se me calentaron las mejillas y quise abrir la ventana para que
me diera el aire.
—No sé qué pensar de ti —confesé con frustración.
Se rio, y todo el aire cambió. Era profunda, gutural, y tenía una
forma de meterse bajo tu piel y acariciarte el corazón.
Me encanta su risa, pensé sintiéndome culpable.
—¿Te decepciona que aún no le haya cortado la lengua a nadie?
—Sonrió.
Jadeé, e incluso Piper dejó su labor de punto para mirar al Rey.
—Bueno... sí, para ser sincera —le dije.
Aquella risa volvió a sonar por todo el carruaje y me sentí como
una tonta.
—¿Qué tiene tanta gracia? Seguro que no cortarle la lengua a un
hombre —dije, estirando la mano para tocarle el pecho.
Su mano se estiró y atrapó la mía, apretándome los dedos
ligeramente mientras una descarga de frío helado me subía por
el brazo. Sus ojos grises se clavaron en mí y sentí como si viera
mi alma. La forma en que me miraba no se parecía a ninguna
otra mirada que me hubiera dirigido un hombre. Hizo que se me
cayera el estómago y se me calentara al mismo tiempo.
—Me convertí en Rey a los dieciséis años, poco después de la
muerte de mi madre. Mi padre abdicó en la flor de la vida, lo que
hizo que nuestra familia pareciera débil. ¿Cómo si no iba a
asegurar mi posición para que nadie viniera a destronarme?
Nuestros dedos seguían tocándose, y yo no podía quitarme eso
de la cabeza lo suficiente como para procesar sus palabras, pero
Piper jadeó a mi lado, entendiendo claramente su razonamiento.
—Te has inventado las historias —dijo Piper.
Lucien sonrió a Piper.
—Sí. Pagué a mi personal de palacio para que difundiera rumores
de que yo era un Rey horrible, poderoso y vengativo.
El shock me desgarró y finalmente separé mis dedos de los suyos.
—¡No lo hiciste! Pero... la gente te odia por esas historias.
Se encogió de hombros, mirándome fríamente.
—Prefiero ser un Rey odiado y temido que uno desafiado y
muerto.
Mi mente dio vueltas con esta nueva revelación. No se
equivocaba. La forma en que su padre se convirtió en Rey fue
desafiando y luchando contra el Rey anterior, matándolo y
ocupando su lugar. Era nuestra manera. Pero nadie desafiaba a
un Rey poderoso que era conocido por perder los estribos en
cualquier momento y cortar la lengua.
—Eso es... Tú... —No encontraba las palabras.
—¿Genio? —ofreció Lucien, enarcando una ceja y pareciendo
imposiblemente guapo.
Me burlé.
—Veo que los rumores sobre tu falta de humildad son ciertos.
Lucien se limitó a sonreír como si disfrutara alborotándome.
Ahora todo tenía sentido: el hombre que había aparecido para
negociar mi dote distaba mucho de ser la amenaza despiadada
de la que había oído hablar.
—Pero la Helada, eso fue real. Yo la viví. Lo admitiste —le dije,
refiriéndome a la noche en que murieron tantas personas en
nuestro Reino.
Suspiró, su rostro se desencajó y una mirada atormentada se
apoderó de él.
—Sí, bueno, no todo son rumores. No soy un hombre perfecto.
Una profunda tristeza se introdujo entonces en mi corazón. No
sabía por qué había pensado todos estos años que no se
arrepentía de nada de aquella noche, pero la expresión de su
cara, como si le hubiera disparado a su querida mascota, me dijo
todo lo que necesitaba saber.
Aquella noche fue un error y él se arrepentía de todo.
Alargué la mano y se la tomé con ternura.
—A veces yo también tengo problemas para controlar mis poderes
—le dije. Era un poco mentira. Rara vez perdía el control y,
cuando lo hacía, era fácil volver a dominarlo.
Me miró fijamente.
—¿Has matado alguna vez a más de cincuenta personas con una
tormenta de viento que creaste y no pudiste parar?
Le solté la mano y me recosté en el asiento. Estaba claro que era
un tema delicado y no quería presionarle más.
—No —admití, y nos quedamos en silencio. Todo lo que había
dicho llenaba el aire. Mi mente masticaba cada palabra.
Había mentido. Lo de las lenguas cortadas, lo de arrastrar el
personal con los caballos como castigo... todas esas locas
historias de un Rey cruel... eran mentira. También era algo
genial, como él había dicho. Nadie se atrevía a desafiar al
despiadado Rey de Invierno. La familia Thorne gobernó durante
generaciones, habiendo sido destronados sólo unas pocas veces,
pero siempre recuperando el reinado con el siguiente heredero.
Por eso nuestro Reino se llamaba Thorngate.
Cuando la madre de Lucien murió, hubo rumores de que eso
quebró a su padre y por eso había abdicado. Lucien tuvo que dar
un paso adelante y convertirse en Rey a los dieciséis años o
alguien habría venido por su padre. Lo habrían desafiado y lo
habrían matado.
Pero la Helada fue real, y a veces tenía una personalidad fría, así
que había una historia, pero no la suficiente para convertirlo en
el monstruo que me había pasado toda la vida creyendo que era.
Cuanto más conducíamos, más me carcomía por dentro la culpa
de lo que Sheera me había contado y ya no podía contenerla. Este
era mi futuro marido, el padre de mis futuros hijos, mi Rey.
—Lucien, si te contara un secreto, ¿prometerías no tomar
represalias ni castigar a la persona en cuestión? —Dije mientras
Piper se ponía rígida a mi lado.
Lucien me miró lentamente con ojos grises como el acero.
—No puedo hacer tal promesa, pero haré lo que pueda.
Me mordí el labio, sabiendo que ahora que lo había mencionado
tendría que decir algo, pero también que no quería indicar a
Sheera.
Un don que tenía el Rey, que tenían todos los Reyes de Avalier,
era el poder de detectar una mentira.
Cuidadosa con mis palabras, me aclaré la garganta.
—Ten cuidado con el duque Barrett. He oído un rumor de que
podría querer derrocarte algún día.
Ahí, la verdad, y protegía a mi amiga.
Lucien se relajó.
—Ese viejo no podría ganar una pelea contra mí. No, si Barrett
quiere destronarme, será el príncipe Haze quien luche contra mí.
Se aliarán, probablemente también convencerán a tu padre y me
atacarán juntos de alguna manera.
Me quedé con la boca abierta ante su sombría evaluación. El
príncipe Haze de la Corte de Verano, al que íbamos a ver ahora
mismo, era el Fae de verano más poderoso de toda una
generación. Podía encender fuegos con las manos y enviarte rayos
de sol tan brillantes a la cara que te cegaban.
—Has pensado en esto —observé.
Lucien me miró fríamente desde el otro lado del vagón.
—Soy el hombre más odiado de Thorngate. Mis enemigos son
muchos. —Su voz era monótona, pero había un dolor
subyacente. Como si no quisiera ser odiado.
—Mi padre no... —empecé a defenderlo, pero Lucien levantó una
mano.
—No estoy acusando. Sólo digo que es una posibilidad, sobre todo
si el príncipe Haze amenazó con quemar todas sus cosechas.
Me crucé de brazos.
—¿Como has amenazado con congelar las nuestros en el pasado?
Lucien se relajó fácilmente en el asiento, levantando los brazos
por encima de la cabeza y enganchando los dedos detrás de la
nuca.
—Sí, bueno, sé cómo conseguir lo que quiero, ¿no?
Resoplé. Era absolutamente incorregible. Y tremendamente
atractivo. Era exasperante.
Me sentía en desacuerdo con la situación. ¿Me gustaba el Rey de
Invierno o me molestaba hasta el extremo? Tal vez un poco de
ambos. Y tal vez eso era el matrimonio. O al menos lo que este
matrimonio estaba a punto de ser. Una parte de mí quería
abofetear a Lucien Thorne y la otra besarlo.
***
***
***
***
Asentí.
—Son preciosas. Muy grandes. Puede que me sienta un poco sola.
Es más grande que todo lo que tenía en el palacio de la Corte de
Otoño.
Los ojos de Lucien se encapucharon.
—Bueno, es sólo hasta que nos casemos. Entonces te reunirás
conmigo en mis habitaciones, ¿verdad?
Casi me atraganto con el estofado. No podía creer que dijera eso
delante de su padre. Pero también me excitaba la perspectiva de
que no quisiera el típico matrimonio concertado y habitaciones
separadas.
—Claro. —Me reí nerviosamente.
Piper sonreía. Le di una ligera patada por debajo de la mesa.
El padre de Lucien no había comido nada de su sopa. En lugar
de eso, se llevó la copa de vino a la boca y me miró fijamente.
—¿Por qué te casarías con él? —preguntó con expresión pétrea.
—Padre, basta —dijo Lucien en voz baja.
—¡No me digas lo que tengo que hacer! —gritó su padre,
dirigiendo la mano hacia su hijo. Un carámbano salió disparado
de la palma de la mano y se cortó un lado de la cara de Lucien
antes de estrellarse contra la pared.
Jadeé, esperando que Lucien tomara represalias. Pero no lo hizo.
Se limitó a llevarse una servilleta a la mejilla y bajar la cabeza
avergonzado.
Esto pasa todo el tiempo.
La idea me horrorizó. Quería coger mi cuchillo y cortarle la mejilla
a su padre como represalia, pero sabía que era una locura. Nunca
me había sentido tan protectora con alguien. El Rey era más
poderoso que yo y normalmente no necesitaba mi protección,
pero... parecía que con su padre sí. Este hombre había abusado
de él antes; de lo contrario Lucien no sería tan dócil.
¿Desde que era niño? No lo sabía. Definitivamente, desde que
murió su madre. Lucien había dejado de luchar por alguna razón.
Me levanté y su padre siguió mis movimientos. Me acerqué a
Lucien y le levanté la barbilla para mirarle a los ojos. No estaba
preparada para mirar fijamente a un niño pequeño y herido. Eso
me destripó y me invadió una nueva oleada de ira.
—Me gustaría cenar contigo a solas —le dije—. ¿Tienes un
comedor más pequeño?
La cara de Lucien se relajó en mi mano y el niño asustado
retrocedió.
—Sí, tengo. —Se levantó y tomó su cuenco de estofado.
Piper agarró nuestros cuencos y nos dirigimos a las enormes
puertas abiertas del gran comedor.
La burla de su padre sonó detrás de nosotros y me giré para
mirarlo. Ahora me estaba fulminando con la mirada.
—Podrás cenar con nosotros cuando estés sobrio —le informé, y
salimos de la habitación.
Fue un paseo silencioso por el pasillo. Algunos camareros de
Lucien nos siguieron confundidos. Lucien nos condujo a un
pequeño comedor con sólo dos asientos y una pequeña mesa
redonda. Había un enorme ventanal en la pared del fondo que
daba a los magníficos campos nevados detrás del palacio.
Miré a Piper después de que dejara mi tazón y me hizo un gesto
con la mano.
—Estaré en la esquina.
Uno de los empleados de Lucien agarró una silla y una pequeña
bandeja de pie para Piper, y ella se sentó en un rincón de la sala,
comiendo sola. Me sentí mal por ella, pero después de que Lucien
y yo nos casáramos, no necesitaría seguirme a todas partes. Era
para proteger mi reputación, lo sabía, pero a veces me parecía
una tontería, sobre todo en momentos como aquel, cuando
deseaba tanto tener una conversación privada con él.
Lucien estaba sentado a mi lado, comiendo su estofado en
silencio y mirando la nieve que caía. Caía a montones y tenía un
aspecto mágico.
—Me gusta mucho esta habitación. Creo que deberíamos comer
todas nuestras comidas aquí —le dije.
Me dedicó una sonrisa triste que me rompió el corazón. Comimos
en silencio, y no pude evitar recordar una y otra vez lo que había
pasado con su padre.
—Me da vergüenza que hayas tenido que ver eso. —consiguió
decir Lucien por fin—. Lo siento... Ojalá se muriera de una vez, o
se fuera a vivir a las montañas y me dejara en paz.
Tragué con fuerza, pero no juzgué sus duras palabras, no
después de lo que acababa de ver.
—¿Siempre ha hecho ese tipo de cosas?
Lucien se encogió de hombros.
—No tanto cuando mi madre vivía, pero sí mucho después de que
falleciera. No se acuerda al día siguiente.
No tanto. Esa no era la respuesta que quería. Y no acordarse no
era excusa. Me recordó al anciano de nuestra corte que había
tenido problemas con la bebida y necesitaba ayuda.
Le tendí la mano.
—¿Por qué no te enfrentas a él? —Le había visto perder los
nervios con otros una docena de veces en los últimos días. Pero
con su padre era como si estuviera muerto por dentro.
Lucien me dirigió una mirada inquietante, sus ojos apagados y
vacíos de emoción.
—Porque la última vez que lo hice congelé todo el reino durante
un día y una noche.
Jadeé. ¿Esa fue la razón de la Gran Helada? ¿Se había peleado
con su padre y no podía controlar su poder? Su padre debió de
pegarle y decirle que era responsable de la muerte de su madre
por no haberla salvado. ¿Qué le hacían esas palabras a un chico
inocente de dieciséis años que ya sufría por dentro?
—Oh, Lu...
Se puso de pie, haciendo retroceder bruscamente su silla.
—Estoy agotado por el viaje del día. Me acostaré y te veré por la
mañana.
Estaba tan aturdida por su revelación que lo único que pude
hacer fue asentir. Su padre le había presionado demasiado
aquella noche y ahora temía defenderse por miedo a volver a
congelar el reino. Más de cincuenta personas murieron aquella
noche. Sentía miedo de volver a causar algo así.
Bueno, yo no tenía miedo. Tenía un control total sobre mi poder.
Me levanté bruscamente y Piper corrió a mi lado.
—No hagas ninguna locura —me advirtió, conociéndome
demasiado bien.
Había oído todo lo que Lucien acababa de decir. La miré con lo
que esperaba que fuera una expresión desencajada.
—Me dijiste que defendiera a mi hombre, que le mostrara a
Lucien lo que sería tener a su lado a una Reina que lo apoyara.
Los ojos de Piper se abrieron de par en par.
—¡Sí, bueno, eso era en relación con Marcelle, no con el antiguo
Rey de Invierno! —susurró-gritó.
Estaba preocupada por mí después de ver su exhibición de poder
cuando cortó la mejilla de Lucien con el carámbano, pero yo no
temía a ese hombre. El hielo podía convertirse en nieve con una
ráfaga de viento.
Levanté la barbilla.
—No viviré en esta casa sin que pongan a ese hombre en su sitio.
Piper miró preocupada hacia la puerta, su mente sin duda
revolviendo protocolos y decoro.
—Espera aquí —le dije—. Lo mejor es que no haya testigos.
Entonces es mi palabra contra la de un tonto borracho.
Se quedó boquiabierta y pasé de largo, en busca del hombre del
corazón negro que se hacía llamar padre.
***
Suspiré.
—Así que supongo que esto empuja nuestra boda más lejos. —
Como miembro de la realeza, nunca terminabas de sacrificarte
por tu pueblo. Eso era algo que estaba a punto de aprender por
las malas. Nadie se casaba durante una guerra. Era desagradable
gastar dinero en una boda lujosa mientras los hombres morían
en los campos. Pasaría al menos un año.
Lucien me agarró la barbilla y me levantó la cara para que lo
mirara.
—Vuelve a tu casa, recoge tus cosas y a tu familia, y regresa
mañana. Nos casaremos inmediatamente. Antes de la
declaración de guerra.
Jadeé, el corazón me latía con fuerza en el pecho mientras una
ligereza se extendía por mis miembros.
—Pero... mañana no es tiempo suficiente para una boda real en
condiciones. Eres Rey y...
—Y yo quiero a mi Reina, no una comida de siete platos y una
tarta más alta que yo. Cualquier cosa que mi personal pueda
preparar estará bien para mí. Los cortesanos de Invierno estarán
allí como testigos, y cualquier otra persona de tu corte que
quieras que venga. No necesito un gran espectáculo. Sólo te
necesito a ti.
Sólo te necesito a ti. Esas palabras se colaron en mi corazón y lo
llenaron hasta desbordarlo.
Me enorgullecía de poder ocultar bien las emociones. Algo que
aprendí al entrenarme con mis poderes. Emoción y poder estaban
unidos, así que controlar las emociones significaba controlar el
poder. Pero en ese momento, no pude controlar la lágrima que
resbaló por mi mejilla, ni la ráfaga de viento que agitó el cristal
de la ventana.
Era la constatación de que Lucien me amaba de la forma en que
siempre había soñado ser amada. Sin reservas. Sin importarle lo
que pensaran los demás ni su reputación.
Extendió la mano y me limpió la lágrima de la mejilla.
—No leo muy bien a las mujeres. ¿Esto es llanto de bueno o llanto
malo? —Me miró con preocupación.
Me reí, quería acercarme y besarle, pero en una habitación llena
de gente no podía.
—Lágrimas buenas. Nos vemos mañana para nuestra boda.
Era temprano por la mañana. Si cabalgaba rápido y hacía las
maletas, podría volver con mi familia mañana por la tarde.
Ahora había fuego en sus ojos.
—Hasta mañana. Volvió a llevarse la mano a los labios y besó la
parte superior.
***
***
***
***
***
***
***
En horas, estábamos listos para la boda. No tenía vestido blanco,
no había suficiente comida elegante, no teníamos banda y ni la
catedral ni el salón de baile podían albergar a todos los Fae, Elfos
y Hombres Dragón presentes, pero era perfecto. Primavera,
Verano y Otoño habían llegado hacía unos momentos, dispuestos
a luchar por el Rey Thorne y por mí. Los Elfos y los Hombres-
Dragón habían oído hablar de la guerra que se estaba gestando
en el muro de hielo y también habían venido, y así fue como
tuvimos a más de seis mil guerreros en nuestra boda.
Hacía tiempo que habíamos desechado la idea del salón de baile.
El jardín también estaba descartado por su tamaño. La hermosa
catedral que había construido su madre tampoco serviría. En su
lugar, optamos por la plaza del pueblo. Estaba llena hasta los
topes de guerreros y familias. Se levantaron tiendas para ahumar
carne y hacer alubias con arroz para alimentar a todos. No era la
boda que había imaginado de niña, y sin embargo, de alguna
manera, era más de lo que imaginaba. Después de todo el dolor
que causó la separación, nuestro pueblo por fin se había unido.
Éramos uno.
El sacerdote me entregó el candelabro, y el fuego parpadeó
cuando lo acerqué al de Lucien, encendiendo su llama. Juntos
tocamos la vela más grande y, cuando estuvo encendida,
apagamos la nuestra.
—Hoy dos vidas se han convertido en una —dijo el sacerdote a
todos los reunidos mientras Lucien y yo estábamos en un
escenario improvisado en el centro de la ciudad—. Dos líderes
con un amor compartido por nuestro pueblo. —Luego me miró a
mí.
Todas las bodas Fae se sellaban con el mismo poema. Fue escrito
hace tanto tiempo que nadie sabía quién lo había escrito, pero
era tan hermoso para todos nosotros que lo recitábamos en cada
boda para declarar nuestras intenciones. Yo lo memoricé cuando
tenía cinco años.
—Porque tan cierto como que la nieve se funde en el agua, y como
que el viento mueve una llama vacilante, mi amor por ti es
verdadero y nunca se desvanecerá —le dije a Lucien.
Lucien me sostuvo la mirada, sin vacilar.
—Porque tan cierto como que la nieve se derrite en el agua, y
como que el viento mueve una llama parpadeante, mi amor por
ti es verdadero y nunca se desvanecerá. —repitió.
La multitud estalló en aplausos y Lucien miró al sacerdote, que
asintió. En un segundo, Lucien estaba a un palmo de mí, y al
siguiente nuestros cuerpos estaban aplastados, sus labios sobre
los míos, mientras la gente enloquecía.
Sonreí contra su boca mientras su lengua me acariciaba los
labios. Los abrí y acaricié su lengua con la mía.
Aquel beso era tan inapropiado que a mi madre probablemente
le daría un paro cardíaco. Pero no me importó. Sólo cuando el
cura se aclaró la garganta nos apartamos los dos, radiantes.
Lucien se acercó al borde del escenario y deslizó su mano entre
las mías, levantándolas por encima de nuestras cabezas.
Todos se callaron y Lucien dejó caer nuestras manos a un gesto
más relajado a su lado.
—Al borde de la guerra, a Madelynn y a mí nos gustaría dar a
nuestro pueblo un futuro al que aspirar —anunció, y la gente
vitoreó.
Lucien me miró y supe que estaba lidiando con un tema espinoso.
—Nunca me disculpé públicamente por la Gran Helada que afectó
a tantas vidas hace tantos años y me gustaría hacerlo ahora.
Aquella noche, mi padre había bebido demasiado y fue... cruel
conmigo. —Nuestra gente jadeó y se tapó la boca, pero Lucien
continuó—. Perdí el control de mis poderes. El dolor y la rabia de
perder a mi madre, junto con los abusos de mi padre, fueron
demasiado para mí aquella noche y estallé.
El público volvió a jadear y apreté con fuerza la mano de Lucien
en señal de apoyo. Nunca había estado más orgullosa de él en
ese momento, como hombre, como esposo y como Rey. Ser
vulnerable y asumir la responsabilidad de sus actos no era fácil,
pero él lo había hecho, y su pueblo lo amaría por ello.
—Solía pensar que hablar de estas cosas sería visto como una
debilidad, pero ya no me importa. Quiero que todos sepan que,
de todo corazón, cometí un error y lo siento. —Bajó la cabeza
avergonzado y miré a la multitud reunida. No había ni un ojo
seco. Incluso los Dragones y los Elfos tenían los ojos llorosos.
La gente empezó a abalanzarse sobre el escenario y me asusté
por un momento, preguntándome qué estaba pasando. Los
guardias de Lucien se abalanzaron sobre mí, pero ya era
demasiado tarde: me arrancaron de donde estaba y Lucien se fue
conmigo.
—¡Vivan el Rey y la Reina! —Sonaron vítores mientras nuestra
gente nos izaba en el aire.
Miré a Lucien con asombro y él me agarró la mano, levantándola
en el aire con una sonrisa. Estábamos de espaldas, mirando al
cielo mientras nuestra gente soportaba nuestro peso y nos
llevaba por encima de la multitud de miles de personas.
Esto duró casi media hora. Los Faes de la Corte de Primavera,
Otoño, Verano e Invierno nos llevaron por toda la plaza. Nunca
había visto a nuestra gente tan mezclada y unida. Fue en ese
momento cuando me di cuenta de que nuestra boda era
exactamente lo que se necesitaba en estos tiempos difíciles.
Después, nos sentamos humildemente en los escalones de una
tienda con nuestra gente a comer una comida básica de judías y
arroz y algo de carne al vapor. La gente reía y bailaba al son de
los violines y contaba historias de tiempos pasados.
Piper vino a buscarnos cuando la luna estaba alta en el cielo.
—Lo siento, necesito a los recién casados —dijo al grupo de
cortesanos con los que charlábamos.
Asintieron y se despidieron de nosotros, y la seguimos entre la
multitud. Mi madre me lanzó un beso al pasar y yo lo atrapé en
el aire. Libby dormía sobre una manta a sus pies.
Cuando llegamos al borde de la plaza principal del pueblo, Piper
se detuvo delante de un caballo y se giró hacia mí.
—Vayan a pasar un rato a solas. Mañana empieza la guerra de
verdad. —nos dijo.
Había vigilado mi pureza toda su vida, y ahora me empujaba a
acostarme con mi marido. Yo estaba totalmente de acuerdo.
Lucien juntó las manos en señal de gratitud.
—Eres perfecta —le dijo a Piper, haciendo que ella sonriera.
Los dos prácticamente saltamos al caballo y cabalgamos de
vuelta al Castillo de Invierno. Cuando llegamos allí, uno de sus
ayudantes le estaba esperando para quitarle el semental.
Lucien me guio despreocupadamente al interior y de vuelta a su
lado del castillo. Nunca había estado en su habitación, y a cada
paso que dábamos recordaba que la pureza que había pretendido
guardar para él... había desaparecido.
Cuando llegamos a la gran puerta de roble, Lucien la abrió y
entramos. Me sorprendió lo claro y luminoso que era todo. Había
esperado negros y grises, pero todo era crema y blanco.
Nieve. Me recordaba a la nieve. El sofá, la cama, las cortinas, el
color de las paredes, todo era blanco o de distintos tonos crema,
lo que iluminaba todo el espacio.
Girándose, Lucien me tomó la cara entre las manos.
—Tenemos el resto de nuestras vidas juntos. Si no estás
preparada...
Mis labios chocaron contra los suyos y fui recompensada con un
gemido.
Pensé que después de mi traumática situación con Marcelle, no
querría volver a acostarme con nadie. Pero era todo lo contrario.
Ansiaba este momento con Lucien para que sustituyera al
horrible que Marcelle me había robado. Quería demostrarle a mi
cuerpo que era seguro amar a este hombre y que no nos
traicionaría. Quería grabar un nuevo recuerdo en mi cuerpo,
lleno de amor y ternura.
Todos nuestros besos anteriores habían sido algo públicos o al
aire libre, pero este beso, secuestrado en la intimidad de nuestro
dormitorio compartido, era de naturaleza despreocupada, cruda
y carnal. Lucien me enredó los dedos en el pelo, tirando
ligeramente de él mientras yo le arañaba el pecho. Nuestras
lenguas se acariciaban suavemente mientras yo apretaba mis
caderas contra él. Al separarse de mí, Lucien me lanzó una
mirada salvaje, y había algo animal en su mirada.
—Última oportunidad para echarse atrás —suspiró, y pude ver
cómo le latía el pulso en el cuello.
—Estoy dentro —le aseguré, jadeando.
Era como si hubiera dejado salir de la jaula a un animal salvaje.
Sus manos subieron por detrás y rasgaron los cordones de mi
vestido hasta dejar mis pechos al descubierto. Yo jadeé y luego
hice lo mismo con él, tirando de su túnica hasta que se la puso
por encima de la cabeza. En cuestión de segundos, los dos
estábamos desnudos y mirándonos fijamente.
Sus ojos absorbieron cada centímetro de mi piel desnuda, y no
crucé los brazos sobre el pecho para esconderme ni junté los
muslos. Me quedé allí de pie, mostrando mi cuerpo mientras lo
miraba a él también.
Lucien Thorne era una obra maestra. Si yo fuera escultora,
esculpiría su cuerpo en la roca, prestando especial atención a los
músculos abdominales anudados y a la forma en V de su pelvis.
—Te pertenezco —respiró Lucien, acercándose a mí hasta que
nuestros cuerpos se tocaron—. Cada parte de mi cuerpo y de mi
alma es tuya, Madelynn Windstrong —susurró mientras me
levantaba y me dejaba sobre la cama. Jadeé al sentir cómo su
declaración rodaba alrededor de mi corazón, y luego gemí cuando
sus labios entraron en contacto con mi pecho.
Mi espalda se arqueó cuando el placer y el calor florecieron entre
mis piernas, y entonces Lucien estaba allí, con su mano haciendo
círculos en mi punto más sensible.
Toda mi vida me habían enseñado a ser perfecta, a contener
cualquier pensamiento o acción sexual, a actuar correctamente,
a mantenerme pura. Y en ese momento, en la seguridad de mi
lecho conyugal, con el hombre al que amaba, me solté.
Apretando su mano, jadeé mientras Lucien me pasaba la lengua
por el cuello.
—Te necesito —gemí.
Un segundo después estaba allí, tumbado a mi lado,
agarrándome de las caderas y tirando de mí para que me echara
sobre él.
Me preocupaba no saber qué hacer, que probablemente debería
haber preguntado a algunas amigas casadas cómo hacer que esto
funcionara y nos sintiéramos bien los dos. Pero, para mi alivio,
hacer el amor con Lucien fue tan fácil y despreocupado como
cuando hacíamos magia juntos.
Mi viento, su nieve.
Encajábamos a la perfección, bailando juntos con el flujo de
nuestros cuerpos, persiguiendo el placer y cabalgando olas de
dicha hasta que ambos nos desplomamos sobre la cama
jadeando.
Cuando Lucien se giró para mirarme, sacudió la cabeza.
—¿Qué? —Me preocupé.
—No puedo creer que me amenazaras con acostarte conmigo sólo
para hacer niños —se burló—. Me moriría en esas condiciones.
Eché la cabeza hacia atrás y me reí desde el fondo de mi vientre
mientras él se levantaba sobre un codo y miraba mi forma
desnuda.
—La guerra, la muerte y la seriedad vienen mañana —dijo
sombríamente.
Asentí y le acerqué la mano para que me acariciara el pecho.
—Pero siempre nos quedará esta noche.
Y lo hicimos. Nos acostamos tres veces y construimos una noche
de recuerdos y amor que duraría hasta la depresión de la guerra
que sin duda vendría por nosotros cuando nos uniéramos para
enfrentarnos a la Reina de Nightfall.
¡Lucien me dejó dormir hasta tarde! Me sentí un poco tonta al
entrar en el comedor para desayunar y verlo lleno de Reyes y
Reinas de casi todas las razas mágicas.
La Reina Kailani me saludó con un abrazo.
—Una boda épica.
Arwen asintió.
—Mucho más divertida que la nuestra. —Miró a su marido.
Hizo un gesto de dolor.
—Tomé demasiada hidromiel.
Me acerqué a Arwen.
—Soy Madelynn, creo que no nos han presentado
oficialmente. —le dije a la Reina Dragón. Ella había ayudado
tanto en la guerra y se había hecho cargo cuando yo estaba en
estado de shock, pero apenas le había dirigido la palabra. Estuvo
en la boda, pero a lo lejos. Había demasiada gente y no habíamos
tenido ocasión de conocernos.
Arwen sonrió.
—¿La mujer que descongeló el corazón del Rey de Invierno? Ya te
quiero. —Se abalanzó sobre mí y me abrazó. La risa brotó de mi
pecho y le devolví el abrazo. Cuando nos separamos, Lucien
estaba allí con una sonrisa mientras depositaba un beso en mi
mejilla.
—Buenos días —susurró.
Contemplé la escena que tenía delante y me dispuse a desayunar.
Había un mapa de guerra del Reino con figuritas en el centro de
la mesa. Había cuencos y bandejas de comida alrededor del
mapa, y todo el mundo cogía fruta, pan y carne mientras gritaban
ideas al azar. Esperaba que las otras esposas se quejaran de
tener un mapa de guerra en la mesa del comedor, pero estaban
señalando puntos débiles en la frontera y ventajas. Me di cuenta
de que ellas tampoco eran meras decoraciones. Eran mujeres
guerreras con las que me sentaba y a las que estaba orgullosa de
acoger en nuestra casa.
Las mellizas de Arwen entraban y salían de la habitación llevadas
por sus niñeras, y era tan dulce ver cómo el Rey Dragón las
mimaba. Les besaba la cara, los pies y les frotaba las manitas a
lo largo de su barba desaliñada.
Mientras Lucien y Raife discutían sobre el Estrecho, un
mensajero entró en el comedor con un guerrero herido. Al
Soldado de Invierno le faltaba un brazo. Estaba fuertemente
envuelto en gasa con un torniquete.
Lucien se levantó rápidamente y corrió al lado del hombre.
—Ardell —saludó Lucien al soldado.
El Rey Lightstone también se levantó y fue al lado del hombre.
—¿Necesitas curación?
Ardell negó con la cabeza.
—La hemorragia ha cesado. A menos que pueda hacer que vuelva
a crecer un brazo.
El Rey Lightstone frunció el ceño.
—No puedo.
Ardell asintió.
—Traigo noticias, mi señor. Noticias angustiosas. —Miró a todos
los presentes.
—Habla con libertad, estos son mis amigos y aliados más
cercanos —le dijo Lucien.
Ardell respiró entrecortadamente.
—Me he colado en Nightfall como me pediste. Espié a los soldados
de la Reina durante un día entero antes de que me atraparan y
luego me liberaran.
Todos nos preparamos para lo siguiente que iba a decir.
—¿Qué viste? —Lucien le puso una mano reconfortante en el
hombro bueno.
Ardell miró hacia la pared del fondo como si reviviera un trauma.
—Sus hombres... algunos de ellos... pueden cambiar de forma
como los lobos de Fallenmoore.
Jadeé, levantándome de la silla y acercándome a él para
asegurarme de que le había oído bien.
—¿Qué quieres decir? —Lucien habló despacio— ¿Han sido
mordidos? ¿Han cambiado?
Ardell negó con la cabeza.
—No son tan grandes como los lobos de Fallenmoore. Y algunos
de ellos sólo pueden cambiar parcialmente, pero es suficiente
para hacer daño. —Levantó el muñón ensangrentado de su brazo.
Lucien empezó a pasear por el comedor mientras el Rey Elfo
extendía la mano sobre la herida del hombre. Una luz púrpura
emanó de su palma y el rostro del hombre se relajó.
—Gracias, mi señor.
—¿Hay algo más que puedas decirnos? —le preguntó el Rey
Lightstone.
Ardell inclinó la cabeza.
—Tienen cientos de las máquinas que utilizan para despojarnos
de energía. Van sobre ruedas, y basta con que una persona se
tumbe en ella unos instantes para que su energía sea absorbida
por un elixir.
—¡Un elixir! —La Reina Kailani se levantó, y lo mismo hicieron el
Rey y la Reina Dragones. Parecía que nadie podía seguir sentado.
Habíamos perdido colectivamente el apetito.
Ardell asintió.
—El soldado bebe el elixir y luego tiene el poder mágico.
El Rey Lightstone y la Reina Kailani compartieron una mirada.
—Debemos habérnoslo perdido —dijeron al unísono.
No sabía de qué estaban hablando. Mi mente estaba atascada en
el hecho de que los soldados de Nightfall, contra todo pronóstico,
estaban ahora imbuidos del poder de todas las criaturas de
Avalier.
—Gracias, Ardell. Puedes retirarte del servicio. Recibirás todas
las prestaciones de soldado durante el resto de tu vida —le dijo
Lucien.
Ardell bajó la barbilla.
—¿Permiso para quedarme y luchar? Mi magia aún funciona con
un brazo.
Lucien sonrió.
—Permiso concedido. Ve a descansar.
Ardell se inclinó ante todos nosotros y se marchó, y entonces la
sala estalló en diálogos.
—¡Ahora tienen el poder de los lobos!
—¿Desde cuándo tiene estas máquinas?
—¡Un elixir!
—¡Necesito su cabeza en un pincho!
Lucien silbó y la sala se silenció. Todos se giraron hacia él y habló
con calma pero directamente.
—Entre Embergate y nuestras tierras, tenemos a Zaphira
rodeada —dijo Lucien, señalando el mapa—. Pero tenemos que
avisar a Axil. Es reclusivo y sólo se preocupa por los suyos. Dudo
que sepa que ella ha estado robando el poder de su pueblo y que
la guerra está en marcha.
El Rey Lightstone asintió.
—Siempre ha sido más cercano contigo. ¿Podrías acudir a él, ya
que tu poder no funciona?
La habitación se sumió de repente en un frío glacial y nuestra
respiración salió en forma de niebla.
—En realidad, ha vuelto a funcionar a pleno rendimiento. Lo he
intentado esta mañana temprano —dijo con una sonrisa. Sonreí
a Lucien, increíblemente feliz por él.
La Reina Arwen se frotó las manos por los brazos.
—De acuerdo, no hace falta que presumas —se burló.
—Lo siento —murmuró Lucien, y la temperatura volvió a subir.
Sentí tal alivio al ver que había recuperado todo su poder que casi
me desplomé en el asiento. Entonces se me ocurrió una idea.
—Puedo irme —solté—. La guerra ha comenzado y Lucien es
poderoso. Tiene que quedarse aquí y proteger a nuestro pueblo.
—De ninguna manera —dijo Lucien rápidamente.
Kailani se aclaró la garganta.
—En realidad... tal vez podríamos hacer una especie de viaje de
chicas. La Reina Arwen nos llevará a la Reina Madelynn y a mí.
De esa manera, ustedes pueden mantener el frente mientras
estamos fuera. Podemos traer de vuelta a Axil y su ejército.
¿Un viaje de chicas para encontrar al Rey Lobo? Me gustó
bastante esa idea, y por la sonrisa en la cara de Kailani, a ella
también.
—Con el debido respeto, mi amor. —el Rey Lightstone miró a su
esposa—. No te enviaré a Fallenmoore desprotegida.
Kailani miró a su esposo con el ceño fruncido.
—¡No necesito un guardia! Puedo robarle la vida a una persona
con un soplo —dijo, y el Rey Elfo se quedó callado.
Vaya, había oído que era poderosa, pero su magia era algo
desconocida. Todo eran rumores. Resucitaba a los muertos,
succionaba el alma de una persona de su cuerpo, podía leer tu
mente. Los rumores circularon durante las últimas semanas,
llegando hasta la Corte de Otoño, y decían que ella sola había
hecho huir a la Reina de Nightfall con el ejército Elfo mientras su
esposo estaba fuera de la ciudad. Pero no sabía hasta qué punto
era cierto.
—Yo también —le dije, y ella me dedicó una sonrisa.
El Rey Dragón abrió la boca para hablar, y Arwen levantó una
mano para detenerlo.
—No te molestes. Ya me voy. Volveré dentro de dos días. Las
niñas tienen una nodriza. Estarán bien.
Drae cerró la boca y apretó la mandíbula, pero no dijo nada.
—Así que está decidido —dije—. Iremos a buscar a Axil y
traeremos a sus lobos de vuelta al frente y acabaremos con
Zaphira.
Todos los hombres compartieron una mirada, una que decía que
desearían poder hablar solos, pero sabían que no podían.
—Volar a Fallenmoore es más seguro que estar aquí ahora mismo
—ofreció Lucien a los otros Reyes.
Drae dejó escapar un suspiro.
—Pero, ¿cuándo fue la última vez que supiste de Axil?
—Envió una carta la primavera pasada —dijo Lucien—. Era
genérica: tenía problemas con su hermano y pronto tomaría
esposa.
—¿Sabemos siquiera si ayudaría? —redobló el Rey Dragón—. Los
lobos son muy reservados. No les gusta molestarse con los
problemas de los forasteros.
El Rey Elfo asintió.
—Pero ahora tenemos pruebas de que Zaphira está tomando el
poder de su pueblo. Eso es un problema de los lobos.
Lucien se aclaró la garganta.
—Axil nunca ha conocido a nuestras esposas. ¿Qué le hará creer
que realmente van con nuestros deseos y pueden actuar con
nuestra autoridad?
El Rey Dragón y el Rey Elfo compartieron una sonrisa maliciosa,
y luego Drae se dirigió a la puerta.
—Vuelvo enseguida —pronunció misteriosamente.
Regresó un momento después con una pequeña caja en la mano.
Era de metal y las esquinas estaban oxidadas. Drae la cepilló y
se la mostró a Lucien para que la examinara.
A Lucien se le cayó toda la cara y se puso un poco pálido.
—La has desenterrado tú —jadeó, con la voz llena de emoción.
—Lo hice —dijo Drae, y la llevó a la mesa del comedor.
Arwen deslizó su mano en la de Drae mientras Kailani se
acercaba para que Raife la sostuviera, y yo me acerqué a Lucien.
—¿Qué pasa? —pregunté, claramente la única que no lo sabía.
Lucien me miró con los ojos empañados.
—Una caja de recuerdos. Teníamos ocho o nueve años y todos
enterramos algo: Raife, Drae, Axil y yo.
Qué tierno. Podríamos llevar la caja y Axil seguro que creería que
éramos las esposas de esos Reyes.
Kailani se asomó para mirar la caja.
—¿Vas a abrirla?
Drae miró a Lucien.
—Raife y yo íbamos a traértela para que la abrieras.
Lucien suspiró, con aire ligeramente triste.
—Vamos a esperar a Axil. La abriremos todos juntos después de
ganar la guerra.
Se me encogió un poco el corazón. Me moría por saber lo que
Lucien, de nueve años, había enterrado como recuerdo. Pero por
la expresión de su cara, no estaba dispuesto a desenterrarlo.
Llamaron a la puerta y Piper asomó la cabeza.
—¿Puedo hablar contigo un momento? —me preguntó, y yo
asentí, excusándome mientras planeaban nuestro viaje al norte.
Cuando cerré la puerta tras de mí, Piper caminó rápidamente por
el pasillo y corrí para alcanzarla.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
Dobló la esquina de la biblioteca y yo la seguí, encontrándome
cara a cara con el padre de Lucien.
El hedor a orina y vino me hizo retroceder. El padre de Lucien
estaba de pie, con los ojos enrojecidos y los pies temblorosos.
Estaba en muy mal estado, y compartí una mirada nerviosa con
Piper, que se quedó a mi lado para darme apoyo moral.
Vincent miró a Piper y, cuando ella no se apartó, se aclaró la
garganta.
—Me he perdido la boda —me dijo.
¿De eso se trataba?
—Lo hiciste —le dije, preguntándome por qué estaba aquí.
Conocía mi regla.
Sus manos se cerraron en puños y pareció quedarse sin palabras.
—Nunca fui un gran padre... ¿pero quizá podría ser un abuelo
decente? Yo... quiero mejorar —dijo finalmente, y a mi corazón le
crecieron alas—. No he bebido en veinticuatro horas y estoy listo
para ir a ese lugar de curación de Elfos que mencionaste.
Suspiré aliviada y, aunque seguía enfadada con él por todo el
maltrato que le había propinado a Lucien, tiré de él para
abrazarlo. En cuanto lo rodeé con los brazos, se puso rígido como
si no lo hubieran abrazado en su vida.
Luego se relajó y me rodeó con los brazos mientras sollozaba.
Piper salió entonces de la habitación y supe sin preguntar que
estaba preparando un carruaje para llevarlo al centro de
tratamiento de Elfos para su curación, que yo esperaba que algún
día también curara a mi esposo y a la parte de él que
probablemente, en el fondo, seguía amando a ese desastre de
hombre.
Cuando por fin nos alejamos, supe que probablemente llevaba su
hedor encima.
Se secó los ojos.
—Lo siento. Qué idiota soy —murmuró.
Fruncí el ceño, preguntándome quién le había enseñado a hablar
así de sí mismo. Probablemente su padre.
—Estoy deseando verte sobrio, Vincent.
Asintió.
—Estoy... asustado. Sólo ha pasado un día sin el vino y estoy
sintiendo cosas que no quiero sentir.
—Creo que es normal —le dije, pero en realidad no podía
imaginarme lo que era tener miedo de sentir tus propios
sentimientos. Yo no era él.
No me di cuenta de que Lucien estaba detrás de mí en la puerta
abierta hasta que habló.
—Su carruaje está listo, padre. —Su voz era cortante y me quedé
helada.
Vincent miró a su hijo y se secó los últimos restos de una lágrima
de la cara. Asintió con la cabeza y pasó junto a mí, deteniéndose
en la puerta para mirar a su hijo, que era unos centímetros más
alto que él.
—Tu madre estaría orgullosa del hombre en que te has
convertido. Mucho mejor que yo. —Su padre levantó la mano y le
acarició ligeramente la mejilla—. Lo siento —susurró, y salió de
la habitación.
Me quedé helada, sin saber qué hacer para apoyar a Lucien en
ese momento.
—Santo cielo —dijo Lucien, y me quedé mirándolo con los ojos
muy abiertos.
—¿Qué? —pregunté.
—No sabía que supiera que existían las palabras “lo siento” —
bromeó.
Me relajé un poco, sabiendo que estábamos bromeando. Me
acerqué a él y agarré el lugar que su padre había tocado en su
mejilla.
—Tiene razón. Eres mejor hombre que él y no te le pareces en
nada —Besé sus labios y fui recompensada con una sonrisa, que
se convirtió en una mueca de dolor.
—Apestas, bombón. —Lucien miró mi vestido.
—Voy a cambiarme para el viaje. —Me reí entre dientes.
Por primera vez en mi vida, llevaba... pantalones. Arwen nos
había convencido a Kailani y a mí de que sería más fácil cabalgar
y moverme por Fallenmoore a pie en caso de necesidad. Para ser
sincera, me mortificaba que me vieran con semejantes cosas,
pero también eran muy amplios y cómodos. Y tenían bolsillos.
—Puedo llegar hasta ustedes en medio día —le dijo Drae a su
mujer mientras Kailani y Raife estaban unos metros más allá,
despidiéndose por su cuenta. Teníamos agua, comida, mapas y
la caja de hojalata.
Lucien me apartó y me miró con una mirada que me decía que
su corazón se estaba rompiendo tanto como el mío.
Acabábamos de casarnos. Había dormido en sus brazos una
noche. No fue suficiente. Quería más.
Tenía los ojos muy abiertos y llenos de inquietud.
—Acabo de tenerte. No estoy listo para dejarte ir.
—Traeré de vuelta al Rey Axil y a sus hombres y ganaremos esta
guerra. Te lo prometo. —Entrelacé mis dedos con los suyos y me
incliné hacia delante para darle un beso en los labios. Al principio
dudó, pero luego abrió la boca y profundizó el beso.
Cuando me separé, sonrió mientras me pasaba los dedos por el
pelo.
—No sé qué es peor, no saber a qué sabes o saberlo y luego no
poder besarte.
Sonreí.
—Definitivamente lo segundo.
Tragó fuerte.
—Si te pasa algo, congelaré todo este Reino. No podré controlarlo.
El miedo se apoderó de mi corazón porque sabía que decía la
verdad.
—Estaré bien. Por favor, mantén a salvo a mi familia.
Asintió.
—Por supuesto.
—¡Muy bien, tortolitos! Tenemos que volar —gritó Kailani desde
detrás de Lucien. Arwen se había transformado en un hermoso
dragón azul y la Reina Elfa estaba cargando provisiones en su
cesta.
No había nada más que decir. Nos habíamos despedido, nos
habíamos besado. Lo único que podíamos hacer era dejar a
nuestros seres queridos y volar hacia peligros desconocidos por
el bien de nuestro pueblo. Así era una Reina.
Lucien me ayudó a subir a la cesta a lomos de Arwen y yo me
acomodé en el asiento con Kailani.
—¿Piensas necesitarlos? —le pregunté mientras observaba la
pequeña caja abierta de botellas de alcohol. Las tapas estaban
abiertas y de ellas colgaban tiras de tela empapada.
Kailani sonrió.
—Plan de reserva por si alguien se mete con nosotras por el
camino.
Me gustaba, realmente me gustaba. No se parecía a ninguna
mujer que hubiera conocido. Piper, mi madre y Libby salieron
corriendo para despedirnos, e intenté no mirar las lágrimas en
las mejillas de mi hermana.
Cuando Arwen despegó del suelo, me tragué mis emociones y
esbocé una sonrisa, saludando a todo el mundo.
Una vez en el aire, Kailani agarró la caja de hojalata y la agitó
ligeramente, haciendo sonar su contenido.
—¿Vamos a mirar? —me preguntó con una sonrisa diabólica.
Me reí, le quité la caja y la dejé a nuestros pies.
—No, vamos a dársela al Rey Axil, como le prometí.
Kailani hizo un mohín, pero se acomodó en el asiento para el
vuelo. Comenzó a nevar y una fina capa de polvo nos cubrió
mientras abandonábamos la Corte de Invierno.
—Awww —dijo Kailani—. Ha hecho que nieve por ti.
Me giré y miré al suelo. Todos habían entrado menos Lucien. Nos
miraba mientras la nieve caía del cielo.
Me recordó el día que vino a negociar mi dote, cómo había cedido
a todo lo que yo quería y me había colmado de cumplidos y
respetado a nuestro personal doméstico.
Lucien Thorne no había sido para nada como yo imaginaba. Era
mucho mejor, y recé al Creador para que ganáramos esta guerra
y pudiéramos vivir el resto de nuestras vidas juntos.
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THE FORBIDDEN WOLF KING, LIBRO CUATRO
29 DE JULIO, EN INGLÉS