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Los Dossiers de
NUTRICIÓN Y BIENESTAR
LOS NUEVOS TRATAMIENTOS NATURALES VALIDADOS POR LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA
Dr. Jean-Paul Curtay Nº 87 MARZO 2021 SALUD NUTRICIÓN BIENESTAR
El porcentaje de población con alergias e intolerancias alimentarias no deja de crecer en todo el mundo.
De hecho, se calcula que el número de reacciones causadas por la comida se habría ¡hasta triplicado! solo
en las últimas dos décadas.
Por supuesto, el aumento de los diagnósticos ayuda a entender estas cifras, pero lo cierto es que su
creciente incidencia es un problema de salud pública real y cada vez más acuciante, de acuerdo con nu-
merosos expertos. Estos apuntan a que la principal causa del problema es la multiplicación de las trans-
formaciones que sufren los alimentos, así como la cada vez mayor presencia de contaminantes y aditivos
en los de producción industrial.
Ahora bien, tampoco ayuda el entorno aseptizado en el que vivimos, que por lo general priva a los niños
de un contacto beneficioso con los microbios (al igual que las cesáreas, que evitan el contacto con la flora
vaginal de la madre). Y es que esa conexión con los gérmenes es particularmente necesaria durante la
maduración del sistema inmunitario, siendo la clave que evita las sobrerrespuestas.
De hecho, por lo general es la población más joven la que se ve especialmente afectada por las reacciones
alimentarias de tipo alergia o intolerancia, aunque también son comunes entre la población de cierta
edad.
Además, si bien con frecuencia el cacahuete, las nueces y la leche de vaca están detrás de los casos más
graves, las reacciones alimentarias pueden darse frente a numerosos tipos de alimentos (e incluso algunos
componentes como los colorantes y los aditivos), como verá a lo largo de las siguientes páginas.
Antes de entrar a profundizar en la materia, permítame otra consideración importante: aunque a veces
los términos se equiparan, la trascendencia clínica de la intolerancia (que algunos nutricionistas de hecho
prefieren denominar simplemente “hipersensibilidad”) y de la alergia alimentaria son muy diferentes.
Por lo general, una intolerancia provoca síntomas digestivos molestos pero no demasiado graves, los
cuales pueden demorarse además varias horas. En cambio, una reacción alérgica es instantánea y puede ir
acompañada de erupciones cutáneas, picores, vómitos, tos, dificultad respiratoria, desmayos… Y lo que
es peor: también resulta potencialmente mortal.
En concreto un estudio sobre las causas de hospitalización en Europa, Estados Unidos y Australia ha
puesto de manifiesto un notable aumento de los casos de anafilaxia (y de choque anafiláctico). Esto es:
una reacción alérgica grave, acompañada de respiración sibilante, mareos, vómitos, un descenso de la
presión sanguínea y problemas respiratorios, que llega incluso a poner en riesgo la vida.
Pues bien, los expertos calculan que hasta 1 de cada 4 personas con una alergia alimentaria sufrirá al
menos una situación como esta a lo largo de su vida.
Consecuencias inesperadas
A demás de síntomas más o menos molestos que pueden afectar al ritmo de vida diario, si no se
abordan como es debido las intolerancias alimentarias pueden implicar a la larga graves conse-
cuencias para la salud.
Esto se debe a la inflamación digestiva que provocan, que puede contribuir al agravamiento o a
la aparición de patologías inflamatorias crónicas como por ejemplo la enfermedad de Crohn. De
hecho, la incidencia de esta dolencia es claramente mayor en quienes sufren reacciones alimentarias
que en el resto de la población.
Asimismo, más allá de las enfermedades digestivas, la inflamación crónica termina pasando factura
al conjunto del organismo, acelerando el envejecimiento y aumentando el riesgo de desarrollar do-
lencias degenerativas y cáncer, entre otras.
Esto último es lo que sucede cuando los mecanismos de tolerancia inmunitaria del organismo se desajustan
y fallan.
Y, aunque pueda parecer algo raro e inusual, lo cierto es que en el mundo en el que vivimos, totalmente
sobrecargado de estímulos, esa descompensación del sistema inmunitario es un problema frecuente y
mucho más grave de lo que parece.
A esto se suma, además, que más allá de las proteínas hay muchas otras sustancias alimenticias que pueden
generar una reacción similar, como por ejemplo todos los componentes artificiales que se añaden a los
alimentos al procesarlos (llegando a desnaturalizarlos en cotas insospechadas).
Y aún hay más. La herencia genética, que es distinta en cada persona, determina también la reacción
frente a diversos alimentos. Es decir, que una persona alérgica o propensa a sufrir reacciones frente a un
alimento transmitiría esa respuesta a su descendencia.
De ahí que las cifras de incidencia que se prevén para los próximos años y décadas sean del todo alarmantes…
Como ha visto, las intolerancias y las alergias alimentarias se diferencian en particular en la gravedad de
la reacción que presentan y en el momento en el que aparecen los síntomas. Sin embargo, hay más con-
sideraciones que ayudan a diferenciar una de otra, lo cual resulta clave a la hora de evitar una reacción
grave y que aparezca por sorpresa (puede ser de un día para otro).
Una intolerancia alimentaria se debe a que un alimento no se metaboliza correctamente (como sucede con
la lactosa cuando existe déficit de lactasa -la enzima que metaboliza ese azúcar-, por ejemplo) o provoca
inflamación en el tubo digestivo (desencadenando un proceso que puede llegar a desequilibrar la flora
intestinal).
• La lactosa.
• El gluten.
• El alcohol.
• Ciertas moléculas presentes de forma natural en los alimentos, como la histamina, la tiramina y
los salicilatos (de la misma familia que la aspirina).
• Algunos aditivos como el benzoato o el glutamato monosódico (responsable del conocido como
“síndrome del restaurante chino”, que conlleva malestar, dolor de estómago, diarrea, náuseas y
cefaleas).
• Diversos colorantes como la tartracina (o tartrazina; para obtener el color amarillo), el rojo cochi-
nilla...
Los síntomas de una intolerancia suelen aparecer entre 1 y 48 horas después de la ingesta y por lo general
afectan a la esfera digestiva, aunque en algunos casos también pueden manifestarse en la piel, en el sistema
respiratorio e incluso a través de migrañas o de conjuntivitis, entre otros.
Lo peor es que, al tratarse de manifestaciones tardías, algo vagas y comunes a otro tipo de dolencias,
puede costar más tanto diagnosticar la propia intolerancia como descubrir qué alimento es el causante
de la reacción.
Sin embargo, sí hay un síntoma específico que puede hacerle sospechar: la aparición de manchas rojas e
hinchazón en diversas partes del cuerpo (con frecuencia en los labios). Es decir, lo que popularmente se co-
noce como urticaria (ojo: cuando en lugar de darse en las capas más superficiales de la piel se da en las más
profundas, se habla de angioedema, una afección más grave y que puede corresponderse con una alergia).
Por su parte, el problema de la aparición tardía de los síntomas es algo que no sucede con las alergias, en
las que la respuesta del organismo suele ser inmediata y mucho más drástica.
En estos casos la reacción es consecuencia de un mecanismo de acción que el sistema inmunitario dirige
contra las proteínas de un alimento que cuentan con una parte específica (epítopo) no reconocida por los
glóbulos blancos, principales agentes de ese sistema de defensa.
Aunque sorprenda, la clave de todo esto está en el vientre materno: en él el sistema inmunitario aprende
a identificar a las proteínas del organismo, que pasa a considerar como “propias” y, por tanto, tolerables.
A partir de entonces, el resto de proteínas ajenas al organismo deberán ser evaluadas para ver si se trata
de un elemento que se debe tolerar o no (por supuesto, es cuando se consideran una amenaza que son
atacadas, al igual que sucede con los virus y las bacterias, por ejemplo).
Pues bien, lo que sucede en caso de alergia es que los “mecanismos de tolerancia” no funcionan correcta-
mente. Como respuesta, las citoquinas -proteínas proinflamatorias segregadas por los linfocitos del tubo
digestivo- empiezan a enviar mensajes de alerta y a favorecer la producción de anticuerpos de tipo IgE
(los mismos que aparecen en las personas que tienen alergia) y de mastocitos (un tipo de linfocitos que
secretan histamina, causante de la mayoría de los síntomas de la alergia).
El verdadero problema surge cuando la reacción alérgica no está mediada por los IgE, ya que eso hace más
difícil la identificación del problema.
Y asimismo también puede complicar el diagnóstico el hecho de que algunas de sus manifestaciones,
aunque por lo general varían en el momento de la aparición y la gravedad, son comunes a las de las in-
tolerancias alimentarias (motivo por el que estas últimas también se conocen como “falsas alergias”).
Y entre los alérgenos alimentarios más comunes para los adultos destacan:
• Las drupas (frutos carnosos con hueso) como el melocotón, la ciruela, la cereza... (11%).
• Las umbelíferas como la zanahoria, el apio, la chirivía, el hinojo, el perejil, el perifollo, el cilantro,
el comino, el anís verde, el eneldo, el levístico, la angélica, el hinojo marino... (11%).
• El huevo (8%).
• Los crustáceos (8%).
• El pescado (7%).
• La leche (5%).
• El trigo (4%).
• Las leguminosas (3%).
• El plátano (3%).
• El aguacate (3%).
• El kiwi (2%).
• Los mejillones (2%).
• Las patatas (2%).
• El girasol (2%).
• La carne de res (2%).
• El cacahuete (2%).
• El mango (2%).
Uno que puede resultar determinante en según qué casos es el hecho de que las intolerancias alimentarias
no requieren de una exposición previa, mientras que la persona que manifiesta una alergia alimentaria,
para estar sensibilizada, ha tenido que estar expuesta anteriormente al alérgeno alimentario -denominado
trofoalérgeno- sin que haya habido reacción.
Pero hay más: por ejemplo, una alergia puede desencadenarse con un contacto con unas dosis ínfi-
mas de trofoalérgeno, mientras que una intolerancia por lo general no se produce si el contacto no es
prolongado.
De igual modo, aunque hemos visto que algunos síntomas son comunes a ambas manifestaciones, solo
las alergias provocan palidez, pulso débil, aturdimiento e incluso pérdida del conocimiento, además de la
anafilaxia (o un choque anafiláctico), la cual recordemos que puede llegar a ser mortal.
Otra opción es buscar, como ya ha visto, los anticuerpos específicos IgE o IgG para cada alimento sos-
pechoso. Por ejemplo, en el caso de la leche se buscan los anticuerpos que actúan contra tres proteínas
concretas (alfalactalbúmina, betalactoglobulina y caseína).
A través de las pruebas cutáneas de reactividad se pueden identificar los alérgenos y su reacción frente a
los anticuerpos (y en este caso la falta de reacción cutánea también indicará la ausencia de alergia).
Además de esto, si es necesario también se pueden realizar pruebas de hiperreactividad en condiciones seguras
(realizadas en un hospital) para ver si la exposición a los alérgenos vuelve a desencadenar esas reacciones.
En caso de que no se confirme una alergia alimentaria, suele suponerse automáticamente un caso de
intolerancia. Pero aun así existen otros condicionantes que pueden ayudar a diagnosticar esta última:
Gracias a estos datos se podrá establecer una valoración de su estado y orientar el tratamiento a seguir.
Por el contrario, lo que no resulta práctico a la hora de detectar una posible intolerancia alimentaria es
analizar los trofoalérgenos (o alérgenos alimentarios), ya que si el problema se debe a la permeabilidad
intestinal la reacción puede desencadenarse por cualquier alimento, e incluso que este varíe (es decir, hoy
lo provoca uno y mañana otro).
En este caso las mediciones de anticuerpos en su forma secretora IgA antitransglutaminasa y anti-
endomisio son muy específicas. Es decir, que si el resultado de la IgA es positivo implica un caso de
celiaquía, en el que es imprescindible eliminar el gluten por completo de la dieta.
Niños o adolescentes que padecen eccema, asma, Quienes cuentan con una predisposición genética
urticaria o fiebre del heno. específica, como por ejemplo la ausencia de lac-
tasa (la enzima que permite digerir la lactosa).
Niños o adolescentes con herencia genética de Personas que sufren disbiosis, inflamación del tubo
estas alergias. Al menos el 85% de las personas digestivo, permeabilidad intestinal, colopatías o en-
con alguna alergia alimentaria tiene antecedentes. fermedad de Crohn.
Niños o adolescentes que viven en las ciudades. Personas que sufren estrés, ya que este influye con-
Los que viven en el campo están más expuestos a siderablemente en la flora intestinal (microbiota) y la
los gérmenes y en consecuencia desarrollan mejo- inflamación del tubo digestivo.
res mecanismos de tolerancia.
Por los mismos motivos de antes, los niños y adoles- Quienes están más expuestos a la contaminación
centes que viven en países donde existe una mayor en su día a día.
“cultura de la higiene” (por ejemplo, Estados Uni-
dos y países del norte de Europa) o que han na-
cido por cesárea.
Niños y adolescentes obesos. Un estudio esta- Las personas que consumen muchos alimentos
dounidense en el que participaron 4.200 niños ultraprocesados, ricos en aditivos y colorantes, así
concluyó que los que sufren obesidad son más pro- como quienes siguen una alimentación inflamatoria
pensos a desarrollar alergia a la leche. con demasiados productos animales y muy pocos
vegetales.
C ada vez más expertos hablan de una hipersensibilidad denominada “alergia tipo 3” y que implica
a las IgG (inmunoglobulinas G), unos anticuerpos diferentes a los presentes en otros tipos
de alergias.
Esta alergia provocaría reacciones retardadas que pueden tener lugar desde 2 a 3 horas después
de la ingesta hasta varios días más tarde, por lo que la identificación del alimento causante se
complica.
Pues bien, en esos casos los análisis de sangre que miden los niveles de IgG permiten revelar cuáles
son los alimentos potencialmente problemáticos. Y también podría probar a realizarse una prueba
que permite evaluar desde 20 hasta 270 alimentos y que le ayudará a obtener una tabla con los que
debe evitar o directamente eliminar de su dieta.
Eso sí, debe tener en cuenta que las pruebas que tan solo evalúan 20 alimentos se centran únicamente
en los más corrientes: lácteos, gluten, huevos, almendras, levadura de panadería, piña, plátano... Es
por ello que conviene apostar, en lo posible, por un test de mayor envergadura.
U na alergia cruzada es un fenómeno sencillo y totalmente lógico: una persona que presenta una
reacción a una proteína es propensa a sufrirla también al exponerse a otra de forma similar
(como por ejemplo sucede con la leche de vaca y de cabra). Popularmente suele decirse que “el que
le abre la puerta a un alérgeno, la deja abierta para todos los demás”.
Aquí tiene algunos ejemplos.
Si es alérgico a: Reacción posible con: Evaluación del riesgo:
Sin embargo, a veces las conexiones son mucho más sorprendentes de lo que cabría esperar. Por
ejemplo, una persona alérgica a los ácaros puede reaccionar con la ingesta de caracoles, pero también
con la de gambas, mejillones, langostas, bogavantes y cangrejos.
Y por su parte una persona alérgica al kiwi, al plátano o al aguacate tiene hasta un 11% de pro-
babilidades de reaccionar también al látex; una alérgica al mango es muy probable que también
lo sea a algunos frutos secos y, si se a reacciona los pelos de gato, lo mismo suele suceder ante la
carne de cerdo.
Por supuesto, si sufre una alergia alimentaria deberá llevar siempre con usted adrenalina autoinyectable,
que es el único tratamiento capaz de evitar que un choque anafiláctico acabe muy mal.
Respecto a los medicamentos antihistamínicos, hay que saber que estos no son eficaces al 100% y en
algunos casos puede dar un resultado paradójico, de ahí que la auténtica recomendación sea evitar en lo
posible el alérgeno.
En cambio, cuando lo que se sufre es una intolerancia alimentaria limitar la exposición lo único que
consigue es agravar la situación, pues solo sirve para potenciar la sensibilización.
Es decir, que la tolerancia por parte del sistema inmunitario se basa en particular en la presencia y el
contacto con el alimento.
Pero en cualquier caso eso no le exime de tomar otras medidas importantes para reducir la inflamación
del tubo digestivo, restablecer la barrera digestiva y garantizar la población de bacterias intestinales buenas
(es decir, una microbiota o flora intestinal sana y activa), lo que le permitirá tener una mejor tolerancia
a los alimentos.
Para ello:
✓ Reduzca el consumo de carne. Las necesidades de esta son altas durante el crecimiento, así como
en el embarazo, pero decaen drásticamente en el resto de etapas de la vida. Debe dar preferencia,
además, a las carnes ecológicas y evitar someterlas a calor excesivo, ya que este desnaturaliza las
proteínas (y confunde por tanto al sistema inmunitario). Además, produce moléculas de Maillard
(cuando adquiere ese color tostado), las cuales pueden ocasionar más sensibilidad incluso que las
proteínas de origen. Y, ojo: se ha observado el mismo fenómeno en los cereales.
✓ Consuma más vegetales (y siempre ecológicos). En especial los más ricos en fibra, que es el principal
prebiótico que nutre las bacterias protectoras de la flora intestinal. Hablamos de, por ejemplo, remola-
cha, leguminosas, soja, cereales semiintegrales e integrales… Y no hay que olvidar tampoco los cereales
sin gluten (arroz, quinua, trigo sarraceno, amaranto, sorgo, mijo, teff y fonio), los tubérculos (batatas,
ñame, chirivía, apio, perejil de raíz...), las oleaginosas, las castañas, las semillas de lino molidas y la chía.
✓ Añada a su dieta alimentos fermentados y lactofermentados. Chucrut, kimchi, encurtidos, tofu
fermentado, kéfir de agua, kombucha… Todos ellos ayudarán a su población de bacterias buenas
a proliferar y reconstituirse. Sin embargo, no convienen tanto el kéfir de leche ni los yogures, al
tratarse de productos lácteos.
Ojo, como verá más adelante esta recomendación es buena siempre y cuando no haya de por
medio un diagnóstico de déficit de enzima DAO -diamino oxidasa-, que degrada la histamina en
el tubo digestivo. Es decir, que se trata de productos muy beneficiosos para reforzar la microbiota,
pero paradójicamente en determinados casos pueden provocar reacciones.
✓ Sustituya los glúcidos rápidos, que benefician la flora patógena, por glúcidos lentos, que desem-
peñan un papel prebiótico.
✓ Evite las grasas saturadas, trans y omega 6, que también desequilibran la microbiota, y en su lugar
apueste por las grasas monoinsaturadas (aceite de oliva rico en polifenoles, ácidos grasos omega 3,
aceite de colza “bio”...).
✓ Sustituya el café, que libera histamina en el estómago, por té verde (especialmente el matcha),
infusiones o achicoria (rica en inulina prebiótica).
✓ Reserve el alcohol solo para las ocasiones especiales, dado que favorece el aumento de la permea-
bilidad intestinal y con ello el paso a la sangre de antígenos alimentarios.
✓ Apueste por las especias antiinflamatorias (como por ejemplo la cúrcuma, el jengibre, el clavo, el
comino, el ajo, la cebolla…) para condimentar sus platos.
❍ Apostar por lo “bio” y purificar en la medida de lo posible su entorno, pues los contaminantes
desestabilizan la flora y la tolerancia alimentaria.
|Complementos interesantes
Teniendo en cuenta que la dieta no siempre es suficiente para contar con unos buenos aportes que per-
mitan proteger la flora y la mucosa digestiva, parece una buena idea recurrir a ciertos complementos
alimenticios para alcanzar las cantidades recomendables.
A continuación encontrará detallados los más recomendables. Pueden tomarse en dosis más altas de lo
habitual al principio, como tratamiento de choque:
Zinc
Garantiza una correcta proliferación de la flora y de los linfocitos que optimizan la tolerancia inmunitaria.
Se puede incorporar a la dieta mediante un complemento minerovitamínico enriquecido con protectores
antioxidantes, antiinflamatorios y desintoxicantes, pero que no contenga cobre.
Vitamina D
De gran poder antiinflamatorio, es también necesaria para la maduración de los linfocitos que favorecen la
tolerancia. Lo mejor será que solicite a su médico un análisis de vitamina D plasmática y realice una cura
correctiva en función del resultado. Pero en cualquier caso conviene tomar un complemento de vitamina
D3 durante los meses de otoño, invierno y primavera a razón de unas 2.000 UI (unidades internacionales)
al día, como mínimo.
Glutamina
Principal combustible de las células de la pared intestinal (enterocitos y linfocitos), conviene tomarla en
una cura de 7,5 g diarios durante 10 días al mes (puede aumentar la dosis al principio del invierno). Ojo:
en altas dosis está contraindicada en ciertos casos de cáncer, especialmente leucemia y linfoma.
Magnesio y vitamina C
Poseen interesantes efectos antihistamínicos. Pero en cualquier caso es importante que, si se aportan me-
diante un complejo multinutriente, este no contenga cobre y se tomen en dosis altas.
Polifenoles
De 1 a 2 dosis por la mañana y al mediodía.
A medida que su estado mejore, reduzca progresivamente las dosis hasta encontrar la cantidad mínima
con la que vea que su intolerancia se estabiliza. Y en cualquier caso no olvide tener en cuenta también las
indicaciones del laboratorio fabricante de cada producto.
Antes hemos visto que en un caso de intolerancia no conviene evitar el alimento que la provoca, ya que
entonces el problema solo irá a peor.
Sin embargo, hay importantes excepciones de alimentos o sustancias que estos contienen que con fre-
cuencia provocan trastornos digestivos y otros síntomas asociados, por lo que sí se deben evitar (ya sea de
forma general o particularmente si se sufren intolerancias).
• Los alimentos ricos en gluten, que incrementan la zonulina y la permeabilidad digestiva incluso
en personas que no sufren la enfermedad celíaca ni intolerancia.
• Los lácteos, que en su mayoría no reportan beneficios y en cambio pueden dañar de forma muy
notable la salud.
• Los alimentos industriales, repletos de aditivos, colorantes y otras sustancias nocivas.
• Los alimentos ricos en histamina o tiramina, no recomendables particularmente en caso de into-
lerancia específica (por ejemplo el marisco, los arenques y las sardinas, el queso añejo, las nueces,
el hígado de pollo, etc.).
Veámoslos en detalle.
Algunas prolaminas, más agresivas que las gluteninas, se encuentran en muchos cereales: la gliadina en el
trigo, la espelta y el kamut; la secalina en el centeno; la hordeína en la cebada...
Pero asimismo el gluten también contiene gliadina, otra proteína responsable del aumento de los niveles
de zonulina en el organismo (la cual ya ha visto que aumenta la permeabilidad intestinal).
Lo cierto es que todas estas proteínas, más allá de la celiaquía y la intolerancia -bastante común-, no
sientan bien a casi nadie. Y no es para menos:
Un estudio que comparó el efecto del gluten en biopsias realizadas a personas celícacas, hipersensibles y
que no presentaban ningún tipo de intolerancia demostró que el gluten causa hiperpermeabilidad intes-
tinal en todos los casos.
Por lo general, se considera que los cereales más ricos en gluten son la cebada, el centeno, el trigo, la
espelta, el kamut, el triticale y la avena, si bien el de esta última es un caso muy particular: debido a la
forma de gluten que contiene, solo sería tóxica para un 1% de los enfermos de celiaquía.
Sin embargo, es cierto que suele verse contaminada por otros cereales en el momento del procesado, y
de ahí su mala “fama”.
Este fenómeno de “contaminación cruzada” es algo que trasciende al mundo de las harinas: muchos
alimentos que no contienen gluten pueden poseer trazas, como sucede con la mayoría de frutos secos,
tratados en las mismas plantas de procesado que algunos cereales.
Y, asimismo, aunque el gluten se asocia generalmente con el pan y la pasta, lo cierto es que hoy por hoy
se utiliza como componente de multitud de alimentos procesados, sobre todo como espesante.
Pero, como decimos, no solo las personas con celiaquía deberían dejar de consumir el gluten: un estudio
italiano doble ciego, publicado en 2016 y realizado sobre un total de 134 pacientes que padecían trastor-
nos digestivos funcionales demostró que el estado de salud de la mayoría (en concreto, 101 participantes)
mejoraba al seguir una dieta sin gluten. Y, en una segunda parte de la investigación, cuando 98 de ellos
fueron expuestos de nuevo al gluten, 28 sufrieron una recaída.
Por mi parte, desaconsejo los productos con gluten pero también el consumo de aquellos de etiqueta “sin
gluten”, incluso si son ecológicos, ya que muchos de ellos incluyen los mismos ingredientes nefastos que
el resto de ultraprocesados: azúcares rápidos, grasas saturadas, sal, moléculas de Maillard…
Lo mejor es sin duda optar por productos que naturalmente no contienen gluten: arroz, trigo sarraceno,
teff, amaranto, quinua, maíz, mijo, coco, soja…
|Los lácteos
Se supone que, a medida que crecemos, el organismo debería ir perdiendo la actividad de la enzima lac-
tasa (la que descompone la lactosa de la leche). La explicación es que nuestro cuerpo deja de necesitar y
de poder digerir la leche una vez somos destetados.
Sin embargo, debido al consumo continuado de lácteos durante siglos, nuestro cuerpo ha cambiado y
muchas personas ya conservan esta enzima hasta la edad adulta.
En España la población incapaz de digerir la lactosa (principal azúcar de la leche) de forma “natural” en
la edad adulta es solo del 30%. Pero en cualquier caso la intolerancia a la lactosa también puede deberse a:
Sea por la causa que sea, cuando la leche no se digiere bien lo que sucede es que la lactosa se queda en el
colon e inicia una fermentación que genera metano. Este metano provoca gases, dolor abdominal, flatu-
lencias, a veces dolor de cabeza, sudores, vértigos, náuseas...
Por lo general son los síntomas típicos que tanta gente a la que “no le sienta bien la leche” experimenta
después de tomarla.
No obstante, hay más sustancias nocivas en la leche y sus efectos son muy perjudiciales para cualquiera:
• Grasas no recomendables (saturadas y trans).
• Demasiado fósforo en relación con el aporte de calcio.
• Estrógenos y andrógenos, los cuales propician la aparición de acné e incluso de cáncer.
• Hormonas del crecimiento que aceleran el envejecimiento y alteran el organismo.
• Demasiada leucina, que potencia la inflamación y acelera el envejecimiento.
• Multitud de contaminantes (disruptores endocrinos, medicamentos, metales pesados...) y, además,
en niveles sorprendentes, lo que contribuye a que se produzca inflamación y una alteración de la
flora, con todo lo que ello supone.
Y esto por no hablar de que la propia lactosa es en sí misma un factor desencadenante de cataratas y
neuropatía periférica y que la caseína, rica en lisina, aumenta la absorción de las grasas de las comidas.
De hecho, más allá del plano digestivo muchos investigadores sospechan que la caseína participa en nu-
merosos procesos patológicos, incluidos algunos cerebrales. Por ejemplo, el investigador médico noruego
Karl Reichelt ha establecido que los péptidos opioides derivados de la caseína (pero también del gluten)
desempeñan un papel importante en patologías como el autismo.
Multitud de estudios han corroborado los efectos negativos para la salud del consumo de productos lác-
teos, con independencia de si se es intolerante o no a las proteínas de la leche o a la lactosa.
Por todo ello, la solución más sencilla y directa pasa, obviamente, por evitar los lácteos. Sin embargo,
dentro del amplio abanico de estos productos también hay que hacer diferencias.
Por un lado los yogures, al estar fermentados, son menos ricos en lactosa, la cual se transforma en ácido
láctico y proporciona esa ligera acidez.
Sin embargo, en mi opinión el yogur que hoy en día pode- Queso contra las alergias
mos comprar en el supermercado no merece la reputación
que tiene como alimento bueno para la salud (y menos aún alimentarias
cuando se le añade leche desnatada en polvo, azúcar y aditi-
vos y se presenta en un recipiente de plástico, que contiene
disruptores endocrinos).
E n realidad, los quesos no son
otra cosa que grandes depósitos
de microorganismos, y por ello un
equipo de investigadores ha querido
Mucho mejor es prepararse sus propios yogures u optar por arrojar luz sobre su posible capaci-
los preparados ecológicos de soja, con bífidus y lactobaci- dad para combatir las alergias.
los, que ofrecen muchos más beneficios para la salud.
Un estudio que realizó un segui-
Respecto al queso, hay una medida muy simple para iden- miento a niños de 5 países europeos
tificar la cantidad de lactosa que posee: cuanto más duro (Alemania, Suiza, Austria, Francia
sea, cuanto más fuerte sea su sabor y cuanto más viejo (en y Finlandia) determinó que el con-
definitiva, cuanto más curado esté), menor será su conte- sumo de queso entre los 12 y los 18
nido en lactosa. meses garantiza un menor riesgo de
sufrir no solo alergias alimentarias,
En este sentido, algunos quesos viejos de cabra contendrían sino también eccema (entre otras do-
en realidad solo un 2% de lactosa. lencias).
Ahora bien, eso no impide que el queso añejo sea muy rico en tiramina, que es otro potente alérgeno,
como verá un poco más adelante.
Otra opción para las personas con intolerancia a la lactosa es tomar comprimidos de lactasa o comprar
productos lácteos sin lactosa (en realidad estos sí contienen lactosa, pero también lactasa, la cual ayuda
a digerirla). Sea como sea, ya ha visto que eso no le exime de protegerse de los productos procesados y
atiborrados de azúcar y de aditivos.
Lo mejor, en cualquier caso, es optar por productos lácteos artesanales o “bio” y consumirlos de forma
ocasional, ya que aunque no mucha gente lo sabe la intolerancia a la lactosa también se relaciona direc-
tamente con la cantidad ingerida.
Lo peor de todo es que la combinación de unos y otros puede provocar un “efecto cóctel” del que, además,
muy poco se sabe todavía.
Los aditivos más comunes en los alimentos son los glutamatos (E620 a 625), benzoatos (E210 a 219),
sulfitos (E220 a 228), nitritos (E249 a 252), aromas de vainilla (aroma “natural” de vainilla, aromas ar-
tificiales, vanillina, etilvainillina, metilvainillina…), etc.
Y, respecto a los colorantes, destacan la tartracina (E102), rojo cochinilla (E124), azul patentado (E131),
amarillo anaranjado S (E101), azorrubina (E122)…
Pero, ojo: también existen medicamentos que contienen tanto colorantes (por ejemplo, el rojo cochinilla)
como aditivos (como el glutamato y el aspartamo, que varias investigaciones han confirmado que son
neurotóxicos).
Los efectos de todos estos componentes añadidos, que en realidad no buscan más que mejorar la
textura, el sabor y la presentación de un producto, son notables, tanto si se sufre una intolerancia
como si no.
De hecho, más allá del cáncer muchas investigaciones han relacionado estos compuestos con la hiperac-
tividad, el autismo…
En este sentido un estudio doble ciego realizado con 1.863 niños de 3 años confirmó que, al eliminar
de su dieta los colorantes y el benzoato de sodio durante 1 semana, tenía lugar una reducción de la hi-
peractividad. Y encima al introducir estas sustancias de nuevo volvía a darse un empeoramiento de los
síntomas. ¡Más claro agua!
Pero también se sabe que otros aditivos como el glutamato pueden provocar intolerancias que acaben
desencadenando migrañas e incluso crisis de epilepsia.
Para detectar una intolerancia a este tipo de sustancias pueden realizarse pruebas cutáneas de provocación
y de detección de anticuerpos IgG, orientadas a los aditivos y a los colorantes.
Sin embargo, como ha visto estos productos son por lo general nocivos para todo el mundo, no aportan
nada bueno a la salud y, por tanto, lo lógico sería evitarlos por completo.
Es un problema que afecta a entre el 1 y el 2% de la población, del cual el 80% son mujeres, y sus sín-
tomas asociados son:
Por su parte, el alcohol aumenta las reacciones de la intolerancia a la histamina, al igual que ciertos
medicamentos inhibidores de las aminas oxidasas (en especial ocurre con los antibióticos del tipo ácido
clavulánico, doxicilina, isoniacida, metoclopramida, verapamil y prometacina).
En estos casos lo más lógico es evitar los alimentos ricos en histamina, como por ejemplo:
✓ El vinagre.
✓ Los quesos fermentados.
✓ Los embutidos en general.
✓ El pescado congelado, seco o ahumado, además de las huevas y las conservas de pescado.
✓ El atún, el salmón, los pescados azules pequeños y los crustáceos frescos.
✓ El hígado de cerdo.
✓ La carne de res.
✓ La clara de huevo.
✓ El alcohol.
✓ El chucrut (col fermentada).
Por su parte, entre los alimentos más ricos en tiramina destacan algunos quesos, los pescados ya indi-
cados, los embutidos, las bebidas alcohólicas, las uvas pasas, la carne de caza madurada, los extractos de
levaduras y ciertas verduras, en especial las patatas, los tomates, la col, las espinacas y los pepinos.
Y no son las únicas sustancias que no convienen en caso de sufrir este tipo de reacciones.
Por lo general hay que limitar también el consumo de alimentos que contienen salicilatos: pepinos, hier-
bas y especias, vinagre blanco, regaliz, menta, ciruelas, frambuesas, fresas, achicoria, endivias, aceitunas
verdes, pimientos, rábano, calabacín, salsa de tomate, té, almendras, cacahuetes, miel…
Y asimismo el de alimentos que contienen sulfitos: orejones, vino blanco, champán, sidra, cerveza, ul-
traprocesados, embutidos, chucrut, pepinillos, cebolla encurtida, aceitunas, salsas, patatas fritas, quesos
para untar, algunas verduras crudas... (Ojo: de nuevo algunos medicamentos también los contienen).
Es decir, que en realidad la lista de alimentos que habría que evitar en estos casos es tan inmensa que lo
mejor sería intentar una desensibilización.
- Florence Arnaud, et al. Intolérances alimentaires, sensibilités, allergies – comprendre (et vivre
avec). Terre Vivante 2016.
- Catherine Bonnafous. Les Allergies et intolérances alimentaires. Grancher 2016.
- Stéphane Nancey, et al. « Allergie et intolérance alimentaire chez l’adulte ». Post’U 2013;
165-176.
- Consejo Europeo de Información sobre la Alimentación. Allergie & intolérance aux aliments
[Alergias e intolerancia a los alimentos].
- “Utilidad del diagnóstico molecular en la indicación y eficacia de inmunoterapia. Casos
clínicos”. Alergia Alimentaria. XLIII Congreso Sociedad Española de Inmunología Clínica,
Alergología y Asma Pediátrica (Seicap). Valencia. 2019.
NOTAS
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