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¿Cómo sienten las plantas?


J. M. Mulet

5-6 minutos

Uno de los problemas que tenemos cuando abordamos el estudio de la biología es utilizar una
óptica zoocentrista. Pensar que todos los organismos se parecen a los animales nos puede
llevar a conclusiones erróneas. La evolución darwiniana ha diseñado todos los organismos
para que sean capaces de transmitir su ADN a la siguiente generación, pero también los ha
dotado de unos mecanismos para protegerse individualmente, y así tener más posibilidades
de perpetuar su genoma. Pero no todos los seres vivos lo hacen igual que los animales.

Los animales superiores tienen un diseño con unos sentidos que reciben señales y un sistema
nervioso que las transmite al cerebro. Este órgano se encarga de interpretarlas y emitir las
órdenes adecuadas. Si una vaca tiene sed, buscará agua y beberá. Si tiene calor, irá a la
sombra, y si le molesta una mosca, la espantará con el rabo. En los tres casos el sistema de
sensores ha lanzado una señal, y el cerebro ha dado las oportunas órdenes a los músculos o
al sistema de hormonas para dar una respuesta adecuada para solventar una circunstancia
que podía llegar a ser peligrosa. Gracias a esto nuestra amiga la vaca no muere deshidratada,
por un golpe de calor o por una enfermedad transmitida por un insecto. De esta forma el
animal tiene más capacidad de sobrevivir. En unas circunstancias adversas es muy importante
la capacidad de sentir dolor, porque es el aviso que nos da el cerebro de que algo no está
funcionando correctamente y que le busquemos una solución inmediata. Existen diversas
patologías donde el paciente no siente dolor o no nota los cambios de temperatura. Las
personas que los sufren son propensas a sufrir muchos accidentes o lesiones simplemente
por una mala postura, o por apoyarse en una superficie demasiado caliente o demasiado fría.

Las plantas no funcionan así. Si una planta tiene sed, calor o le ataca un insecto, no tiene un
sistema nervioso que integre las señales, ni unos músculos que le permitan moverse y buscar
una mejor situación. Pero no les ha ido mal evolutivamente. Para empezar, los sentidos de las
plantas no son como los de los animales. No existe una vista, un oído, un tacto, un gusto o un
olfato. Pero una planta puede detectar luz, y de forma muy eficiente, porque, si no, no haría la
fotosíntesis. También es capaz de detectar si le falta un nutriente fundamental como fosfato,
calcio o potasio y lanzar una respuesta adecuada para cada caso. Para hacer esto las plantas
tienen una respuesta bioquímica y molecular mucho más compleja que la de los animales, con
más opciones de modulación o regulación. En términos científicos, diríamos que las plantas
tienen una mayor plasticidad fenotípica que los animales. Es decir, a partir de un mismo
número de genes, pueden dar respuestas más complejas. Además, las plantas por término
medio tienen más genes que los animales.

La respuesta ante situaciones adversas es diferente, pero observable y medible. De la misma


forma que podemos ver cuando un animal está sufriendo o sintiendo dolor, las plantas
también tienen una serie de señales indicativas que lo están pasando mal, señales que son
muy fáciles de apreciar. La aparición de manchas blancas o negras en las hojas, que se curven
las hojas, que se vuelvan flácidas o que se acumulen pigmentos morados o rojos en las hojas
son señales de que las plantas están teniendo demasiado calor o demasiada sed. Cuando una
planta es atacada por un insecto, acumula moléculas tóxicas o incluso moléculas que llaman
a otros insectos para que ataquen a su depredador. En un caso extremo, las acacias del
parque Kruger, en Sudáfrica, cuando se sintieron atacadas por el aumento de la población de
kudúes (un tipo de antílope) que se alimentaban de sus hojas, acumularon una cantidad tan
alta de taninos que acabaron envenenando a los desprevenidos cuadrúpedos. Las plantas
también sienten, sufren y se defienden, aunque no griten.

La inocente lechuga

Mucha gente opta por dietas veganas por un principio ético de no provocar ningún daño a
otros seres vivos. La realidad es que las plantas también sufren, por lo que ese principio solo
se aplicaría a animales, pero ignoraría a ser vivos inocentes como las lechugas o las
espinacas. Algunas religiones o filosofías tienen resuelto este dilema. El jainismo, una
filosofía de origen indio, propugna una dieta frutícola en la que solo se pueden consumir frutos
y partes de plantas que no impliquen la muerte de la planta.

J. M. Mulet es catedrático de Biotecnología.

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