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Esta traducción fue hecha SIN FINES DE LUCRO.

Traducción de lectores para lectores.


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Contenido
STAFF
SINOPSIS
ADVERTENCIA
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
AGRADECIMIENTOS
SOBRE LA AUTORA

 
STAFF
 

TRADUCCIÓN
Emrys
CORRECCIÓN
Emrys
S-Da'Neer
REVISIÓN FINAL
S-Da'Neer
DISEÑO
Nyx
 
SINOPSIS
 
 
Después de entrar en una atractiva fiesta de Halloween que se dice
que pasa a la historia, Quinn se ve cautivada por tres hombres
enmascarados. Mientras se sumerge en una noche de placer y
dolor, finalmente tiene la oportunidad perfecta para hacer realidad
sus fantasías más oscuras.
O la muerte.
 
 

 
 
 
ADVERTENCIA
SOBRE EL CONTENIDO
 
Esta es una novela de suspenso y romance oscuro, de harén
inverso. Scream For Us contiene contenido maduro y gráfico que no
es apto para todos los públicos. Los avisos de advertencia incluyen:
escenas gráficas sexualmente explícitas, asalto físico, intento de
asalto sexual, menciones de auto-daño/acoso, sangre/gore,
máscara kink, juego de respiración/asfixia, juego de cuchillos, juego
de fuego, sexo crudo/sexo sin condón, alabanza/degradación kink, y
asesinato.
 
A cualquiera que le guste Halloween...
Y los hombres con máscaras
 
El príncipe nunca va a venir. Todo el mundo lo sabe;
y tal vez la bella durmiente esté muerta.
 
—ANNE RICE
 
CAPÍTULO UNO
 
 
Las linternas se extienden a lo largo de la acera y llegan hasta
la puerta principal. Me hipnotizan las llamas que parpadean detrás
de las caras talladas con precisión. Las telarañas cubren los
arbustos, los focos de neón iluminan la entrada principal y hay
huellas ensangrentadas esparcidas por el pavimento bajo mis
talones.
 
Una música atronadora irrumpe en la casa cuando entro, junto
con una espesa capa de humo procedente de una máquina de
niebla oculta junto a la puerta, que se abre paso entre todos los que
están a la vista. Hay gente por todas partes, y parece que todo el
mundo está disfrazado. No bromeaban cuando dijeron que esta
fiesta de Halloween de Salem pasaría a la historia.
 
Fue una mala idea venir aquí sola. Un escalofrío me recorre la
espalda al pensarlo. Al girar rápidamente sobre mis talones para
salir, Jenna casi me hace retroceder.
 
—¡Quinn! —Exclama, con puro vodka en su aliento, mientras
se agarra a mis brazos para mantenerse firme—. ¡Estás aquí!
 
—En cierta forma.
 
—No tenía ni idea de que ibas a venir —balbucea ebria—.
Estoy tan contenta de que estés aquí.
 
Probablemente se sorprenda al verme en una fiesta, en lugar
de mi típico, acurrucarme en la cama en nuestra casa de la
hermandad, leer libros obscenos y evitar las reuniones sociales.
 
—¿Has visto a Stacy? —Pregunta.
 
—Todavía no. Acabo de llegar —le digo—. Lo siento.
 
Y se va corriendo.
 
Al recorrer el abarrotado pasillo y llegar a la cocina, las
conversaciones en voz alta ahogan la música temática de
Halloween de las otras habitaciones. Las velas parpadeantes crean
la cantidad de luz perfecta para que yo pueda averiguar mis
opciones de bebida.
 
Cerveza. Más cerveza. Licor fuerte.
 
Un espeluznante ponche para una fiesta de Halloween, eso es.
 
—Buena elección —dice una voz desde detrás de mí, antes de
que entre en mi vista—. Realmente tiene un gran impacto.
 
Resoplando por su frase cursi, pongo los ojos en blanco.
 
—Cuanto más fuerte, mejor —digo, casi desbordando mi vaso
en el proceso—. Es un maquillaje genial del Joker.
 
—Gracias. —Levanta una ceja—. ¿Qué se supone que eres?
 
Miro mi bodysuit negro tipo corsé, mis medias de rejilla y mis
tacones negros de combate, y me avergüenzo. Fue mi intento de
última hora para intentar crear un disfraz, pero todavía no tengo ni
idea de quién o qué soy.
 
—Esa es una gran pregunta —respondo tímidamente.
 
—Kevin —dice alguien desde el otro lado de la habitación—.
¿Vienes con nosotros?
 
Joker mira hacia ellos y asiente con la cabeza, antes de
volverse hacia mí una vez más.
 
—¿Cuál es tu nombre, de nuevo?
 
—Quinn.
 
—Nos vemos, Quinn.
 

 
El impacto de Halloween, de hecho, fue un impacto. El Joker
tenía razón.
 
Una fina capa de niebla se abre paso desde el suelo, rodeando
a todos los presentes en la pista de baile. Me dirijo al centro de la
sala y muevo las caderas al ritmo de la música, atraída por las luces
estroboscópicas que parecen venir de todas partes. Levantando los
brazos en el aire y cerrando los ojos, me someto a la nueva
sensación de despreocupación que me invade.
 
Gracias a Dios por el alcohol en entornos sociales.
 
De repente, unas manos están en mi cintura, guiándome al
ritmo. Continúo bailando, sin darle importancia a la persona que está
detrás de mí, hasta que desliza sus manos hacia el frente.
 
Abajo.
 
Más abajo.
 
Al apartarlas, una sensación de incomodidad se apodera de
mí, aunque al principio no le doy importancia. Hasta que se agarra a
mí, forzándose contra mi cuerpo. Me toca los pechos y baja la mano
hasta mi cintura.
 
—Para —me apresuro a decir, tratando de liberarme de su
agarre.
 
Respiran con fuerza contra mi oído.
 
—¿Te gusta?
 
—No, eres asqueroso —respondo, tratando de alejarme.
 
Pero es demasiado fuerte.
 
—¡No! ¡No! ¡Para!
 
Me besa el cuello con descuido e intenta deslizar sus dedos
por debajo del material de mi corsé. Finalmente, me libero de sus
garras, chocando con varias personas que bailan a nuestro lado.
Para mi consternación, nos ignoran por completo. El corazón me da
un vuelco. Hay mucha gente. Hay mucho ruido. El humo es tan
espeso que apenas puedo ver, y mucho menos respirar.
 
Al girarme hacia la persona que no aceptaba un no por
respuesta, la ira y el asco me consumen. Da un paso adelante y
vuelve a intentar alcanzarme. Golpeando mis manos contra su
pecho, lo alejo de un empujón, y esta vez capta la indirecta.
 
Y está claro que se ha ofendido por mi rechazo. Sus ojos se
vuelven oscuros. Fríos. Se queda quieto como una piedra. El miedo
se instala, y antes de que pueda entenderlo, está agarrando un vaso
rojo de la mano de alguien.
 
En cuestión de segundos, la parte superior de mi cuerpo está
empapada de cerveza. Casi se me cae la mandíbula mientras lo
miro incrédula, horrorizada por el hecho de que me haya salpicado
una bebida en la cara.
 
—Perra —se ríe.
 
Una figura alta y oscura me acecha por el rabillo del ojo. De
repente, tiene a mi agresor en el suelo y se eleva sobre él.
Inclinándose, le golpea la cara con sus puños negros enguantados,
dándole un puñetazo.
 
Una y otra vez.
 
Lo agarra por el cuello.
 
—Si vuelves a tocarla, te sacrificaré como a un perro enfermo.
 
Casi se puede oír el sonido paralizante de su cara al crujir por
cada golpe, mientras la sangre oscura y roja brota de su nariz como
un grifo.
 
La letra retumba en los altavoces: —I can’t wait to hear you, I
can’t wait to hear you, scream.
 
Todo el mundo se aparta, observando con horror e incredulidad
cómo se desarrolla la escena ante nuestros ojos. Varias personas
intentan intervenir para ayudar a calmar la situación. Sin embargo,
en cuanto intentan apartarlo, se lanza burlándose de ellos.
 
Inmediatamente retroceden, sin atreverse a ser su próximo
objetivo.
 
Mi corazón late contra mi caja torácica, y por fin me doy cuenta
de que todo esto fue por mí. Él me ayudó. Me protegió.
 
La silueta de su espalda es intimidante. Primitivo. Es como si
cazara a su presa y no dejara de golpearla hasta dejarla
inconsciente.
 
La figura alta y oscura vestida de negro se gira lentamente
para mirarme, y en el momento en que veo la máscara de Scream
que oculta su identidad, quedo hecha un desastre caliente y
tembloroso.
 
Hay algo en este momento que me hipnotiza. Se acerca a mí,
ahora imponiéndose sobre mi pequeño cuerpo. Mide por lo menos
1,80 metros, y aunque la tela oscura de su traje oculta su cuerpo, es
obvio que está hecho como un Dios.
 
Inclina la cabeza hacia un lado, estudiando mi reacción, y mi
cuerpo reacciona justo a tiempo. Mis pezones se fruncen y se
tensan contra el material de mi corsé. El interior de mis muslos se
empapa. Mi rostro se enrojece y mi respiración se entrecorta.
 
—Gracias —digo sin pensarlo.
 
—¡Su cara! —Grita un tipo vestido de vaquero, arrodillándose
sobre mi agresor, que sigue inconsciente. Sangrando profusamente,
debo añadir—. ¡Le rompiste la cara, hombre! Te voy a matar.
 
Ghost mueve la cabeza en su dirección.
 
El vaquero se pone en pie, corriendo hacia nosotros, cuando el
miedo se apodera de mí. Con un rápido movimiento, Ghost se
balancea y su puño choca con la mandíbula del vaquero.
 
A continuación, se desploma en el suelo y permanece allí,
completamente inmóvil.
 
Todo el mundo empieza a gritar. Es un auténtico baño de
sangre, pero no hago ningún ruido. Observo en silencio la sangre
que brota de su nariz y veo cómo se escurre por su cara.
 
Otra figura alta y oscura aparece por el rabillo del ojo,
devolviéndome a la realidad. Agarra los hombros de Ghost,
haciendo lo posible por retenerlo. Allí mismo se hace evidente que
se conocen.
 
Sin pensarlo, me abro paso entre la multitud de gente, algunos
riendo, otros llorando, y cierro mis dedos alrededor de la muñeca de
Ghost. Vuelve a mirar a su amigo, que lleva una máscara de Jason
Voorhees, y al unísono, ambos asienten.
 
Tirando de él a la fuerza para salir de la habitación, doblamos
una esquina y casi hacemos caer a alguien sobre su trasero. Una
vez que divisamos una gran escalera en espiral, lo conduzco hasta
arriba. En esta planta está mucho más oscuro, aunque hay menos
gente, y la música parece aumentar. Hace eco en el pasillo,
sonando como un corazón que late.
 
Thump-thump. Thump-thump.
 
Thump-thump. Thump-thump.
 
Al abrir la puerta más cercana y entrar a trompicones en la
habitación, un par de zapatos me hacen perder el equilibrio. Antes
de que pueda tropezar con ellos, Ghost me atrapa y me acerca a su
pecho. Es tan firme. Masculino. Lo miro fijamente a través de mis
pestañas y contemplo con impotencia los grandes ojos negros de su
máscara.
 
Jason cierra la puerta detrás de nosotros.
 
Aquí estoy, sola con Ghost y Jason, dos personas que no
conocía hasta hace unos minutos, y sin embargo nunca me había
sentido tan segura.
 
¿Qué dice eso de mí?
 
Hay una tensión sexual al rojo vivo, una corriente eléctrica en
el aire, y el interior de mis muslos vuelve a estar resbaladizo.
 
Bueno, mierda.
 
Estoy fascinada, en las nubes. En la luna.
 
Tal vez sea porque Ghost casi me aplasta contra su cuerpo y
su colonia huele tan malditamente seductora que me hace girar la
cabeza. O quizá sea el hecho de que acaba de darle una paliza a un
tipo que no me quitó las manos de encima cuando le dije que
parara.
 
De repente, el subidón de adrenalina me hace sentir mal y me
alejo de él.
 
—Había mucha sangre —tartamudeo, intentando pasarme la
mano por el cabello. Aunque es un desastre pegajoso y
enmarañado por la cerveza que me salpicó la cara.
 
—¿Estás bien? —Me pregunta Ghost.
Esa voz. Tan poderosa, tan gutural, que me hace débil.
—Sí —digo, quitando un nudo con los dedos—. Estoy bien.
 
—Tengo este impulso de matar... —vacila, su voz baja— …a
cualquiera que te toque.
 
Mis ojos se abren sin mi permiso y mis labios se separan.
 
Mierda.
 
¿De verdad acaba de decir eso?
 
—¿Te conozco? —Pregunto.
 
Da un paso adelante, cerrando el pequeño espacio que nos
separa.
 
—¿Dónde está la diversión en eso?
 
—No reconozco tu voz —suelto.
 
Con eso, se gira hacia su amigo.
 
La máscara de Jason Voorhees que lleva es aterradora. Nunca
he sido una gran fan de Viernes 13, ni de ninguna película de terror
en general. Sin embargo, hay algo en su presencia inquietante y
misteriosa que me excita por completo.
 
También es alto, aunque quizá un poco más bajo que Ghost, y
su complexión es enorme. Aunque lleva una chaqueta abultada, no
es difícil distinguirlo.
 
—¿Ese tipo te hizo daño? —Pregunta Jason.
 
Su voz también me produce un escalofrío. Que Dios me ayude.
 
Aunque hay una voz en mi cabeza que dice: Dios no está aquí
ahora.
 
Ahora sé cómo se sentía Elena Gilbert, dividida entre dos
hombres.
 
—No. No tuvo la oportunidad de hacerme daño —respondo
con ansiedad, mirando a Ghost con gratitud—. Gracias a ti.
 
—Él sabe lo que quiere —dice Jason.
—¿Oh? —Pregunto tímidamente, sorprendida—. ¿Y qué es lo
que quiere, exactamente?
 
Ghost da pasos hacia mí, acercándose. Más cerca.
 
Mirando fijamente su máscara, trago con fuerza.
 
—No le preguntes a él, pequeña Quinn —dice Ghost—.
Pregúntame directamente a mí.
 
Su tono seductor me produce una sensación de calidez. —
¿Qué quieres? —Pregunto finalmente, sin apenas sonido en mi voz.
 
—Chica tonta —replica con suficiencia—. Quiero lo que todos
los demás tipos de esta fiesta quieren.
 
Se acerca a mi cabello, lo pasa por encima de mi hombro y sus
guantes negros de cuero me rozan ligeramente el cuello. Me siento
tan expuesta cuando se coloca sobre mí.
 
Vulnerable.
 
—Dilo —le insto, recogiendo con mis manos la bata sobre su
pecho—. Dime lo que quieres.
 
—Joder —respira—. Eres una cosita muy luchadora, ¿verdad?
 
Sin previo aviso, la puerta se abre, golpeando contra la pared
con un fuerte golpe. La música entra a raudales en la habitación,
arruinando por completo el momento.
 
Alguien vestido como Michael Myers se encuentra en la puerta.
¿Cómo es que todos ellos miden más de 1,80? He estado leyendo
demasiados libros obscenos últimamente, y claramente no he salido
lo suficiente.
 
—Recibí tu mensaje —dice Michael, revelando que es su
amigo.
 
—No podrías haber sido mejor con tu tiempo —murmura
secamente Ghost, despidiéndolos con un solo movimiento de la
mano.
 
En cuanto la puerta se cierra tras ellos, me mira en silencio.
Casi puedo distinguir el contorno de sus ojos en la penumbra del
otro lado de la habitación. De repente, mi corazón empieza a latir
con fuerza al pensar que por fin estamos a solas.
 
¿Qué estoy haciendo? ¿En qué estoy pensando?
 
Esto no es propio de mí.
 
Aunque, esa es la cuestión. Esta noche, puedo ser quien
quiera ser.
 
Y por una vez en mi vida, elijo ser imprudente.
 
CAPÍTULO DOS
 
 
—Me preguntaste qué quiero —dice, acercándose mientras
pierdo la capacidad de respirar—. Te he estado observando toda la
maldita noche. Quiero follarte hasta el cansancio hasta que grites en
éxtasis mientras te corres alrededor de mi polla.
 
Un gemido silencioso se escapa de mis labios temblorosos
cuando él enciende un deseo ardiente en mi interior. Nunca me
había sentido así. Tan caliente e innegablemente molesta. Un dolor
se instala entre mis piernas, y un calor se extiende por mi piel.
Siento literalmente que mi clítoris palpita, suplicando su lengua, y
parece que no puedo luchar contra el deseo de desgarrar su traje.
 
—Quiero explorar cada centímetro de ese cuerpecito sexy que
tienes ahí —dice con descaro—. Qué pedazo de culo tan sexy eres,
pequeña Quinn.
 
Otro silencioso gemido sale de mis labios sin mi permiso.
 
—Te gusta que te llame así, ¿verdad, cariño?

—Pequeña Quinn —me hago eco de sus palabras, fascinada.


 
—Ahí está —me arrulla, sujetando mi mandíbula con la mano,
asegurándose de que miro directamente a los ojos de su máscara
—. Ahora dime. Si deslizara mi mano entre tus muslos, ahora
mismo, ¿cómo de mojada estarías para mí?
 
Mi abdomen se aprieta al pensarlo.
 
La verdad es que ahora estoy más mojada que nunca en mi
vida.
 
—Mucho —susurro.
 
—Joder —gruñe, agarrando con fuerza mi cara, aplastando
mis mejillas—. Incluso a través de esta máscara ya puedo oler lo
dulce que eres. Quiero probarlo.
 
Mis rodillas están a punto de doblarse. Todo mi cuerpo
empieza a temblar. Mi cara se llena de calor.
 
De alguna manera, mis fantasías más oscuras, que creía que
sólo podía soñar o leer, tienen el poder de cobrar vida ante mis ojos.
 
—Qué boca tan bonita. Haz un buen uso de ella. —Me roza el
labio inferior con el pulgar, ladeando la cabeza—. Dime qué quieres
de mí y te lo daré.
 
Y finalmente, me dejo llevar de todo corazón.
 
—A ti —respondo.
 
—¿Eso quieres?
 
—Sí —respondo suavemente—. Quiero que des vida a mis
fantasías más oscuras.
 
—Las más oscuras —repite él, dudando—. Me imagino que mi
oscuridad es muy diferente a la tuya, cariño.
 
—Oscuro —enfatizo—. Pero hay una condición.
 
Colocando su mano en mi pecho, me mueve hacia atrás,
inmovilizándome contra la pared. Me rodea la garganta con sus
dedos y me presiona para que no pueda tragar.
—Esta noche —me apresuro a decir, agarrando su muñeca—.
Sólo una noche.
 
—¿Una noche?
 
—Sí. Al amanecer, se acabó.
 
Se ríe, sin intención de hacer humor.
 
—Dices eso tan fácilmente, como si fuera posible que te dejara
ir.
 
—Bueno, esa es mi condición —presiono.
 
—Aunque sea por esta noche, y sólo por esta noche, pequeña
Quinn —vacila, abriendo mis piernas con su rodilla—. Seguirás
siendo siempre mía.
 
Parpadeando, no digo nada.
 
—Piedad —suelta—. Suplícame piedad si mi oscuridad es
demasiado para que la soportes.
 
Con eso, Ghost me suelta, y yo boqueo para tomar aire, viendo
cómo se quita el cinturón de la bata. Trato de imaginar lo que se
esconde bajo las largas mangas drapeadas y la tela deshilachada
de su traje.
 
—De cara a la pared —indica.
 
Y yo dudo, insegura de haber oído bien.
 
—No me hagas repetirlo, Quinn —advierte, con la voz baja.
Tensa—. Tú pediste oscuridad. No lo olvides.
 
Girando sobre mis talones, miro fijamente a la pared,
preparándome para lo desconocido. Aterrada, pero emocionada al
mismo tiempo. La adrenalina fluye como nitroso por mis venas.
Quiero esto.
 
Necesito esto.
 
Deja escapar un fuerte suspiro. —Las manos contra la pared.
 
Presionando las palmas de mis manos contra la fría y dura
superficie, un escalofrío recorre mi columna vertebral.
 
Mi instinto me dice que corra. Lejos, muy lejos.
 
Excepto que mi excitación es evidente. Mis pezones se fruncen
en brotes duros y rojos. Mi pálida piel está enrojecida. Mi respiración
es superficial. Mis muslos están resbaladizos, y mi cuerpo está
pidiendo ser barrido. Destruido. En todos los sentidos.
 
Pero no por cualquiera.
 
Por él.
 
Ghost.
 
—¿Confías en mí? —Me pregunta, y casi puedo sentir su
mirada quemándome la nuca.
 
—Sí —respondo en voz baja.
 
—Tonta, pequeña Quinn —se burla de mí, pasándome el
cabello por detrás del hombro, dejando al descubierto mi cuello—.
Respuesta equivocada.
 
Frunzo el ceño, cuestionando mi moral.
 
Es Halloween.
 
Imprudente. Sé imprudente, me animo.
 
Sin pensarlo más, me doy la vuelta hasta quedar frente a él,
desafiando por completo sus órdenes. Se eleva sobre mí, incluso
con los centímetros añadidos de mis tacones, haciéndome sentir tan
impotente en su presencia. Tan débil e indefensa.
 
Es inquietante, pero tan caliente que me hace salivar la boca.
Me muero por saber qué se siente ser suya.
 
—Te deseo —admito, suplicándole con la mirada que actúe—.
Ahora mismo.
 
Ghost se inclina hacia mí, presionando mi espalda contra la
pared.
 
—Tan ansiosa —dice, mientras espero impaciente a que se
quite por fin la máscara. Se pasa el cinturón del traje por los
hombros y se quita los guantes negros de cuero.
 
Y esas manos.
 
Son enormes, gruesas y venosas. Es sorprendente lo ancha
que es su palma y lo largos que son sus dedos. No es un niño. Es
un hombre, en todo el sentido de la palabra.
 
Un Dios.
 
El Diablo, tal vez.
 
Mi imaginación vaga...
 
Tira los guantes al suelo y recupera el cinturón, poniéndolo
delante de mí a la altura de los ojos.
 
—Cierra los ojos —me ordena.
 
Obedezco, sintiendo la suave tela cuando se posa sobre mis
párpados, cortando la tenue luz.
 
Desliza su mano entre mis muslos, masajeando mi clítoris
sobre la fina tela, haciéndome retorcer.
 
—Qué buena chica.
 
CAPÍTULO TRES
 
 
El silencioso desgarro de mis mallas en mi entrepierna me
pone nerviosa. No puedo ni imaginar lo caliente que tiene que estar
arrodillado ante mí. Mis piernas empiezan a temblar y me aplaudo
mentalmente por haber decidido no llevar bragas esta noche.
 
El aire frío me produce un escalofrío al rozar el interior de mis
muslos húmedos, mientras Ghost abre más mis piernas, dejándome
al descubierto.
 
—Por favor —gimoteo, tomando mi labio inferior entre los
dientes.
 
—Así es —dice mordisqueando—. Maldita sea, suplica.
 
Mi corazón late a través de mi caja torácica. —Por favor —
ruego, desesperada por liberar toda esta tensión sexual acumulada.
 
Su cálido aliento roza mi clítoris, cada terminación nerviosa en
tensión.
 
—Sí —gime, empujando sus dedos entre mi carne sensible—.
Eres una putita necesitada, ¿verdad?
 
Mi cuerpo se estremece y me retuerzo sin poder evitarlo contra
la pared, tratando de alcanzarlo. Metiendo los dedos en su espesa y
frondosa cabellera, abro más las piernas de una patada.
 
—Por favor, por favor, por favor —gimoteo. Él me devuelve el
grito, burlándose de mí—. Por favor, te lo ruego.
 
—Joder —gime bruscamente, frotando mi clítoris en lentos y
tortuosos círculos, mientras yo gimo de satisfacción—. Estás tan
jodidamente mojada.
 
Introduce la punta de su dedo en mi interior, a duras penas, y
la anticipación es más que agonizante. Al empujar más
profundamente, mis paredes internas se tensan alrededor de él y mi
estómago se contrae. Sin previo aviso, acelera el ritmo, metiendo el
dedo una y otra vez, antes de añadir otro.
 
Enroscando sus dedos en todos los lugares correctos, se
ralentiza, acariciando mis paredes.
 
—Qué coño tan apretado —dice.
 
—Ghost —gimo impacientemente, y eso lo hace.
 
Sin perder un segundo, me levanta en brazos y me baja a la
cama. Me agarra firmemente por los tobillos y me lleva hasta el
borde, abriendo de nuevo mis piernas. Presiona sus labios sobre la
sensible piel de la cara interna de mi muslo, burlonamente.
 
Y finalmente, me lleva a su boca. Pasa su lengua por mi
clítoris, dando ligeros golpecitos al ritmo perfecto, y luego sube y
baja por la húmeda hendidura de mi sexo.
 
Oh, diablos, él sabe lo que está haciendo.
 
Nunca nadie me había hecho sentir tan bien.
 
Me pasa las manos por los pechos y yo le agarro las muñecas,
sujetándolas. Me baja el top ligeramente y me pellizca los pezones,
haciéndolos girar entre sus dedos. Esto sólo parece provocarme
más placer, ya que introduce su lengua en mi interior.
 
—Oh, Dios mío —gimo, retorciéndome contra su cara—. Sí.
 
Recorre con sus manos mi pecho, mi caja torácica y mis
caderas, acariciando cada parte de mi cuerpo mientras las desliza
cada vez más hacia mi lugar más sensible. Me separa más las
piernas con una mano y con la otra me mete dos dedos.
 
Empuje tras empuje, continúa este hermoso ataque de chupar,
mordisquear, saborear. Saboreándome, como si estuviera
literalmente hambriento.
 
Mi estómago se revuelve, mi respiración se acelera y muevo
las caderas, siguiendo el ritmo de sus dedos. Envolviendo sus
musculosos brazos bajo mis piernas, me sujeta por los brazos,
inmovilizándome de repente en la cama, sin darme opción a
escapar.
 
Apretando las sábanas con mis manos temblorosas y
sudorosas, un sentimiento se acumula en mi interior y estalla en
pedazos. Me deshago, me olvido de respirar y se me encogen los
dedos de los pies. Aguantando mi orgasmo, me aprieto contra su
cara, hasta que físicamente no puedo más.
 
—Joder —gime, con su cara aún enterrada contra mi humedad
—. Sabes demasiado bien, nena. Necesito más.
 
Me sujeta con fuerza los brazos, inmovilizándome, y entierra
su cara contra mi coño. Justo cuando creo que no es posible
correrme de nuevo, me demuestra lo contrario, follándome hasta el
olvido con sus dedos y su lengua hasta que estallo de placer,
incluso más que antes, hasta el punto de ver estrellas a través de
mis párpados.
 
—No puedo —gimoteo, intentando liberarme de su agarre.
 
En cuestión de segundos, la música estridente de la fiesta
irrumpe en la habitación y el corazón casi se me sube a la garganta.
La puerta debe haberse abierto. Excepto que Ghost no se detiene.
 
Se oye un fuerte golpe de la puerta al cerrarse, y el hermoso
tormento continúa.
 
—No puedo aguantar más —jadeo, callada, con pequeños
gemidos escapando de mis labios—. Oh, sí. Sí.
 
El clímax me consume, se apodera de mí por completo. Lo
único que importa son las sensaciones que me hacen temblar,
mientras me dejo llevar por una ola tras otra de esta euforia eterna.
Mis paredes internas sufren espasmos, mis piernas empiezan a
temblar y estoy segura de haber olvidado la respiración.
 
Ghost me suelta por fin y yo permanezco inmóvil en la cama,
intentando recuperar las fuerzas que pueda encontrar en mi cuerpo.
Tiene que pasar un minuto para que sienta sus guantes de cuero
acariciando mi cara.
 
—Mía —me reclama—. Tú eres mía.
 
Y con eso, desata el cinturón de su traje que ha actuado como
venda alrededor de mi cabeza. Abro lentamente los ojos, que se
adaptan a la luz, y mi corazón se desploma en el momento en que
veo a Jason y Michael en la esquina de la habitación.
 
—Espera —me apresuro a decir, sentándome rápidamente y
cerrando las piernas, tratando de cubrirme—. ¿Estaban mirando?
Ghost se gira hacia mí, poniéndose su amenazante máscara
de Scream antes de que tenga la oportunidad de verle la cara.
 
Asiente con la cabeza.
 
Parpadeo hacia él en silencio, sorprendida.
 
Después de girarse hacia sus amigos, Jason y Michael, me
mira una vez más.
 
—Estás molesta —observa—. ¿Qué parte de fantasías
oscuras no implica tener a otros tipos mirando mientras te comen
ese dulce coñito tuyo?
 
Mis labios se separan y mi estómago se agita. No encuentro
las palabras adecuadas.
 
Ghost se acerca a la cama y se agacha, acariciando
ligeramente mi cabello.
 
—Sólo porque seas mía, pequeña Quinn, no significa que no
vaya a compartirte —dice—. Pero sólo si eso es lo que quieres.
 
Muchos pensamientos se cruzan en mi mente, y tengo esa
sensación cálida y difusa de la que parece que no me canso.
 
¿Es esto lo que quiero?
 
Sí, me grito a mí misma.
 
De repente, la puerta se abre de golpe. Varias personas entran
a trompicones en la habitación, todos ellos vestidos de jugadores de
fútbol, y afortunadamente no se dan cuenta de que me abrocho
rápidamente la parte inferior del traje.
 
En el momento en que se dan cuenta de nuestra presencia y
de que la habitación está ocupada, se les dibuja una mirada
socarrona. Es evidente que se han hecho una idea equivocada de lo
que acaba de ocurrir.
 
Jason se dirige al lado de la cama, donde Ghost se mantiene
erguido y al borde.
 
—Claro que sí —exclama uno de ellos.
 
—¿Qué está pasando aquí, chicos? —Pregunta otro, con tono
amenazante.
 
—Un maldito buen rato —dice otro borracho, cerrando la
puerta tras de sí—. ¿Nos turnamos con ella?
 
Jason me agarra inmediatamente del brazo, tirando de mí para
ponerme en pie, y prácticamente me lanza detrás de ellos para
protegerme.
 
—¿Qué mierda acabas de decir? —Pregunta el Ghost.
 
Pero algo está mal. Muy mal. Por el tono tranquilo y sosegado
de su voz, casi parece un desafío. Todo su comportamiento cambia
en un instante, mientras sus manos se cierran en puños a sus lados.
 
Y está listo.
 
Preparado para hacerles daño.
 
O peor.
 
—No —jadeo en voz alta, empujando a Jason y poniéndome
delante de Ghost, bloqueando su camino—. Quiero bailar.
 
Mira hacia abajo, fijando su atención en mí. Sin embargo,
permanece en silencio. Inseguro.
—Vamos —digo, tomando su gran mano enguantada y
enlazando mis dedos con los suyos.
 
Los jugadores de fútbol nos miran fijamente mientras pasamos,
completamente estupefactos, y rezo para que mantengan la boca
cerrada por su bien mientras abro la puerta.
 
Nos abrimos paso por la puerta, hasta que uno de ellos se ríe.
 
—Lo que sea. La encontraremos más tarde y tendremos
nuestra propia diversión.
 
Ghost y Michael se dan la vuelta, irrumpiendo de nuevo en la
sala, mientras Jason se queda conmigo en el pasillo casi vacío, en
guardia. Los puños vuelan, los gritos resuenan por encima de la
música alta, y mi corazón se desploma en cuanto veo que Ghost
sujeta a uno de ellos contra la pared.
 
El afilado cuchillo plateado se aprieta contra la garganta del
tipo, y todo el mundo se paraliza de miedo. Se inclina más cerca,
con la máscara de Scream junto a la oreja de los futbolistas, y
aunque no puedo distinguir lo que dice, sé que es malo.
 
La cara del tipo se pone azul y es evidente que está a punto de
enfermarse.
 
Levanta las manos, temblando. —Lo siento —exclama—. Lo
siento —repite, más fuerte, encogiéndose ante él.
 
Ghost baja la mano, guardando el cuchillo, y por fin puedo
volver a respirar. A pesar de la emoción de tener a tres tipos
protegiéndome de los viles y borrachos de la fraternidad, no hay
ninguna parte de mí que crea que, si no estuviera aquí, esto no
habría sido diferente.
 
El golpe llega mucho más rápido de lo que podía esperar. Con
tremenda fuerza, y de un solo golpe, el puño de Ghost choca con su
nariz, sonando un inquietante crujido al impactar.
 
El jugador de fútbol se tambalea hacia atrás, cae al suelo y se
acuna la cara, ahora ensangrentada, con las manos.
 
En el momento en que sus amigos hacen un movimiento para
cubrir su espalda, les grita.
 
—Déjenlo en paz —les ordena, sin moverse un ápice—.
Déjenlo en paz.
 
Ghost y Michael lo miran fijamente, tan quietos como la piedra,
y el tiempo parece haberse detenido. Una sensación siniestra me
invade al darme cuenta de que estos chicos de la fraternidad me
habrían agredido sexualmente si hubieran tenido la oportunidad.
 
Si no fuera por Ghost, Jason y Michael.
 
Mi respiración se entrecorta y el odio puro hierve en mis venas,
hasta que la mano de Jason en mi hombro me devuelve a la
realidad. Lo miró fijamente, con pasión, a los ojos de su máscara, y
él lo sabe. Es como si me hubiera leído la mente.
 
Me acerca a su pecho, acurruco mi cara en su abultada
chaqueta y mis ojos se cierran. Me sujeta la nuca y me acaricia
suavemente el cabello para calmarme.
 
—Estás a salvo —promete, e incluso con su tono profundo y
amenazante, alivia mis temores—. Y eres nuestra.
 
CAPÍTULO CUATRO
 
 
Aunque algunas personas deciden disfrazarse de monstruos
en la noche de Halloween, otras simplemente son monstruos.
Incluso por encima de la música a todo volumen que sale de los
altavoces de sonido envolvente, el viento aúlla mientras entra a
rachas por las puertas abiertas de la casa.
 
Más gente se agolpa en la entrada, vestida con una mezcla de
disfraces terroríficos y sexys, embadurnados de pintura facial y
sangre falsa. Las luces de neón que cuelgan del techo, rodeadas de
decoraciones de murciélagos y calabazas, crean un brillo
espeluznante.
 
Mi mente se sobre estimula mientras escudriño a todos los que
se encuentran en mi camino. De repente me muero por un trago
fuerte, lista para que la noche comience de verdad. La verdad es
que nunca me he sentido más viva.
 
Las velas parpadean en la tenue luz de la cocina, repartidas
por las encimeras, mostrando los deliciosos dulces de la fiesta. Hay
cupcakes inspirados en Halloween, paletas de Oreo de Jack
Skellington y fresas cubiertas de chocolate blanco decoradas como
fantasmas.
 
Hay un gran cuenco lleno de hielo y telarañas que contiene
bolsas de sangre falsa llenas de alcohol rojo y oscuro. El cubo de al
lado contiene grandes jeringuillas, llenas de muchos colores de
diferentes sabores de gelatina. No podrían ser más festivos.
 
—Frambuesa azul —grita la voz de una chica, que se abalanza
sobre mí y toma la última jeringuilla azul—. Quinn —murmura,
atrapándome desprevenida.
 
Es Verónica.
 
La chica que arruinó por completo mis experiencias en la
escuela media y secundaria.
 
Mi cuerpo se agarrota y no puedo respirar. En mi mente se
agolpan recuerdos horribles sobre el acoso que sufría, los rumores
que se difundían sobre mí y el acoso al que me enfrentaba cada día.
Ser acosada en todas las plataformas de medios sociales conocidas
por el hombre es la razón por la que no pude tener un teléfono móvil
o un ordenador mientras crecía.
 
Más flashbacks corren hacia mí.
 
Llorando hasta quedarme dormida, noche tras noche.
 
Mis muñecas.
 
Cuchillas de afeitar. Sangre.
 
Verónica y sus amigos, tanto chicos como chicas, me decían
constantemente que mi padre se había suicidado porque yo había
nacido. Diciendo a todo el mundo que le repugnaba tanto tenerme
como hija, que se había quitado la vida, por mi culpa.
 
—Hace años que no te veo —dice torpemente, forzando una
sonrisa falsa.
 
—Sí —suelto sin pensar, temblando.
 
Ghost me rodea el hombro con su brazo, acercándome a su
firme pecho, y me relajo en su abrazo.
 
—Oh, estás con alguien —señala Verónica, sonando
consternada, lo que me provoca.
 
—Está con nosotros —aclara Jason, colocando un mechón de
mi cabello detrás de mi oreja.
 
Michael se pone a nuestro lado, permaneciendo en silencio,
pero haciéndose notar.
 
Se le cae la cara al darse cuenta.
 
Y de repente, nunca me había sentido más segura de mí
misma. Después de estos últimos años, de volver a empezar y de
aprender a ser feliz con la vida que me tocó, recuerdo la promesa
que me había hecho.
 
No permitir que ninguno de mis acosadores vuelva a
afectarme.
 
—Te llevaste el último —observo, mirando su chupito de
gelatina—. Qué pena. La frambuesa azul es mi favorita.
 
—Eso es una mierda —comenta despreocupada, con la
mandíbula tensa.
 
—Dáselo —ordena Michael, y yo me quedo boquiabierta.
 
Ella frunce el ceño. —¿Qué?
 
—Ha dicho que me lo des —repito sus palabras, dando un
paso adelante hasta quedar a escasos centímetros—. Pero sabes
qué —digo, dudando brevemente, antes de tomar uno con sabor a
cereza del cubo—. Creo que soy buena. Estoy muy bien, de hecho.
Nunca he estado mejor.
 
Apretando los labios alrededor de la punta de la jeringuilla, me
meto la gelatina en la boca, saboreando el sabor del vodka que me
quema la parte posterior de la garganta.
 
—Ojalá pudiera decir que me alegro de verte, Verónica —digo,
tirando la jeringuilla vacía a la papelera más cercana—. Pero no es
así.
 
Se queda con la boca abierta.
 
Girando rápidamente sobre mis talones, me dirijo al baño más
cercano, hasta que la oigo gritar algo por encima de mi hombro.
 
—¡He cambiado, Quinn! —Dice, casi tratando de convencerse
a sí misma.
 
—Espero que lo hayas hecho —le respondo emocionada,
queriendo decir eso, desde el fondo de mi corazón.
 
Abro la puerta del baño de un empujón y entro a trompicones,
agarrando con fuerza el borde del lavabo para mantenerme en pie.
Se me aprieta el pecho, se me acelera el corazón y, de repente, me
desvanezco.
 
Otro ataque de pánico no.
 
Esta noche no.
 
La pequeña habitación comienza a girar en círculos a mi
alrededor, y siento una sensación de desprendimiento del mundo
que me rodea.
 
Vete a la mierda, ansiedad paralizante.
 
—¿Estás bien? —Ghost habla, tomándome desprevenido.
 
—La puerta —me apresuro a decir, sin aliento—. Por favor,
cierra la puerta.
 
Y lo hace.
 
Respirando lenta y profundamente, y cerrando los ojos, la
vergüenza me invade. No puedo creer que me vea así, en medio de
un ataque de ansiedad y en mi momento más bajo.
 
—¿Qué te hizo? —Pregunta Ghost, apenas sin sonido en su
voz.
 
—Nada —susurro, agarrando con fuerza el borde del lavabo.
 
—Quinn...
 
—Nada —repito con severidad, inhalando un pequeño y
tembloroso aliento—. No fue nada.
 
—De acuerdo —dice, la puerta se abre con un chirrido—. Te
daré espacio.
—No —jadeo, mirándome en el espejo y fijando mi mirada en
él, completamente indiferente a la espeluznante máscara de Ghost
en el reflejo—. No quiero espacio.
 
Cierra la puerta y su mano se detiene en el pomo. Después de
un momento, se acerca con cautela a mí.
 
—¿Qué quieres? —Pregunta, poniéndome a prueba,
presionando el sólido marco de la parte delantera de su cuerpo
contra mi trasero—. ¿Quieres hablar?
 
Sacudiendo la cabeza, respondo suavemente: —No.
 
—Entonces, ¿qué? —Pregunta bruscamente—. Usa tus
palabras, pequeña Quinn.
 
—Una distracción —respiro despreocupadamente, nerviosa—.
Quiero una distracción.
 
Se acerca a la parte delantera de mi pecho y me rodea la
garganta con su guante, manteniéndome quieta.
 
—¿Así? —respira, apretando su agarre.
 
Asiento ligeramente con la cabeza.
 
Inclinándose, vacila junto a mi oído.
 
—Tus palabras, Quinn —me recuerda.
—Sí —murmuro—. Más.
 
Llevando su mano a mi mandíbula, gira mi cabeza hacia un
lado, obligándome a mirarlo. A través de la malla negra que cubre
los agujeros oscuros de su máscara, y con la iluminación adecuada,
casi consigo ver sus ojos.
 
Casi.
 
Me da la vuelta y se inclina, agarrándome por debajo de los
muslos, antes de levantarme del suelo y ponerme sobre la fría y
dura superficie del lavabo.
 
—¿Esto? —Pregunta.
 
—Más —susurro.
 
—Sé lo que quieres, pero me encanta oírte suplicar.
 
Rozando ligeramente con sus manos la parte posterior de mis
piernas, y luego arrastrando las puntas de sus dedos hacia el
interior de mis muslos, duda en los botones inferiores de mi body.
 
—Por favor —gimo, sintiendo sus anchos y varoniles hombros
bajo mis manos—. Por favor, más.
 
—¿Llamas a eso suplicar?
—Por favor —suplico, mientras él frota mi clítoris sobre la fina
tela—. Por favor, Ghost, por favor.
 
—Joder, nena —exhala bruscamente—. Eso es. Di mi nombre.
 
—Ghost.
 
—¿Estás tomando anticonceptivos?
 
—Sí —respondo, negando con la cabeza una vez que veo el
paquete de papel de aluminio que ha sacado de su bolsillo—. Me
hice la prueba recientemente y estoy limpia. ¿Y tú?
 
Asiente con la cabeza y la arroja sobre el mostrador.
 
—Ahora distráeme —ordeno.
 
Gime. Abriendo los botones de mi entrepierna y levantando la
bata de su traje, se baja los pantalones de un tirón, dejándolos justo
debajo de su culo. Su gruesa y dura polla está ya resbaladiza por el
deseo, y es impresionantemente grande.
 
Mierda. No hay manera de que pueda llevarlo.
 
Mientras me apoyo en sus hombros, me lleva hasta el borde
del lavabo, frotando la punta de su polla a lo largo de mi húmeda
entrada. Arriba y abajo, una y otra vez, jugando conmigo.
 
Burlándose de mí. Llevándome al borde de la locura.
 
—Por favor —ruego ansiosamente, desesperada por sentirlo.
 
Sin previo aviso, Ghost me penetra de un solo y fuerte
empujón. Estirándome a lo ancho, enterrado hasta la empuñadura.
 
—Joder —suelta, consiguiendo un mejor agarre sobre mí
mientras asegura sus brazos alrededor de mi espalda.
 
Las paredes internas de mi cuerpo se tensan y se agarran a su
polla con cada golpe, y mi cuerpo se estremece por la fuerza. Una y
otra vez, me folla sin emoción. Se sumerge más profundamente,
más rápido, empujando su camino dentro de mí repetidamente.
 
Le rodeo el cuello con los brazos y me aferro a él con todas
mis fuerzas, abriendo más las piernas para sentirlo mejor. Y es casi
demasiado.
 
Es demasiado grande.
 
Se oye un sonido de amortiguación y de piel que golpea
cuando acelera su ritmo y me penetra sin descanso. Gritando,
gimiendo y jadeando para llenar mis pulmones, deslizo las manos
bajo su bata y recorro los músculos de su espalda. Clavando mis
uñas en su carne, lo raspo hasta el fondo, antes de tomar su firme
culo entre mis manos.
—Sí —grito, echando la cabeza hacia atrás, igualando sus
despiadados empujones con mis caderas—. Oh, joder, sí. Sí. Sí.
 
Mis ojos comienzan a cerrarse mientras mi clímax crece y
crece, acercándose rápidamente.
 
—Mírame —ordena salvajemente, golpeando contra mí.
 
Es difícil.
 
Muy difícil.
 
Más difícil aún.
 
Obedezco, mirando desesperadamente a los ojos oscuros de
su máscara. Algo de esto es tan erótico, tan retorcido. Aquí estoy,
en el cuarto de baño de un desconocido, recibiendo las embestidas
de Ghostface.
 
Y lo que es mejor, me está follando por el agujero que me ha
hecho en las mallas.
 
Por favor, no me mate Señor Ghostface. Al menos no todavía.
 
Apretando bruscamente mi culo, y magullando mi piel, me
levanta del lavabo. De pie, fuerte y alto, me hace rebotar sobre su
grueso y duro eje. Al adaptarme a su tamaño en esta nueva
posición, mis brazos encuentran el camino alrededor de su cuello.
Grito de éxtasis, y mi clítoris se restriega contra su pelvis, creando la
fricción perfecta.
 
—Sí —gimoteo, frotándome contra él.
 
Cada vez me hace bajar con más fuerza, moviendo sus
caderas con cada empuje deliberado, acercándome cada vez más al
límite.
 
—Joder —gime, pegando mi espalda a la pared.
 
Con una mueca de dolor, mis piernas se cierran con más
fuerza alrededor de su cintura. Grito, gimiendo más fuerte, y él me
reclama sin piedad.
 
—Sí, bebé. Quiero oírte gritar.
 
Sin poder contenerme más, grito de placer, dejándome llevar
por completo.
 
—Buena chica —elogia, apretando mi culo mientras se
abalanza sobre mí con urgencia—. Eres una jodida buena chica.
 
—Sí —gimoteo, mientras él acurruca su máscara en el pliegue
de mi cuello, ajustando el ángulo, y hundiéndose en mí más
profundamente—. ¡Dios, sí!
—Quiero que todos en esta casa sepan que eres mía.
 
—¡Sí!
 
—Dilo, bebé.
 
—Soy tuya —gimo sin aliento, moviendo mis caderas para
acompañar sus empujones—. ¡Sí!
 
—Así es. Qué buena zorrita. Rebota en la polla de tu daddy1.
 
Agarrando con fuerza sus hombros, cabalgo sobre su polla
palpitante, respirando el embriagador aroma de su colonia. El
seductor aroma me inunda y mis sentidos se agudizan, llevándome
a un estado de pura euforia. Me separa de la pared y me hace subir
y bajar sobre su grosor, instándome a mover las caderas.
 
—Joder —gruñe, haciéndome caer más fuerte—. Así de fácil.
 
—Ghost —gimo, ahí mismo.
 
—Córrete por mí —me insta.
 
Mi orgasmo me reclama, me desgarra, me atrapa
completamente desprevenida. La intensidad es inimaginable. Nunca
he llegado a tener un orgasmo sin mi vibrador, solo haciéndolo yo
misma, pero Ghost llega a todos los lugares adecuados.
 
Mi espalda se arquea, el placer consume mi cuerpo desde la
cabeza hasta los pies. Mis niveles de serotonina se disparan y, en
este momento, nada más importa. Mientras se mueve dentro de mí,
con lentas y profundas embestidas, me agarra con más fuerza,
recuperando el control total.
 
La felicidad pura se apodera de mí, con sensaciones que me
sacuden la tierra como nunca había sentido en mi vida.
 
Así es como debe sentirse.
 
—Joder —respira, encontrando su liberación.
Me hace volver a poner el culo en el borde del lavabo y se
apoya en mí. Agarrando con las yemas de los dedos la curva de sus
caderas, lo acerco más, mientras su semen se filtra por mi muslo.
 
—Ahora así, pequeña Quinn. —Toma firmemente mi
mandíbula en su mano, trazando mis labios con su pulgar—. Así es
como mereces que te follen. Siempre.
 
CAPÍTULO CINCO
 
 
La música brota de los altavoces, las vibraciones fluyen por los
cuerpos en movimiento. Las luces estroboscópicas parpadeantes y
el humo que sube desde el suelo crean un ambiente seductor,
siendo el salón la zona más concurrida de la fiesta. Los globos
negros y anaranjados cubren el techo, y una araña gigante colgante
se cierne sobre nuestras cabezas.
 
La energía y el ambiente son intensos, y todo el mundo parece
estar pasándolo como nunca. Y por una vez, por fin estoy viviendo,
y pasando el mejor momento de mi vida.
 
Nunca he sido una persona que se suelte. Siempre he vivido
mi vida en una burbuja, manteniéndome alejada de todo el mundo.
Supongo que se puede decir que esa ha sido siempre mi habilidad
para enfrentarme a los problemas.
 
Así es como aprendí a protegerme, ya que nadie más lo ha
hecho. Sin embargo, esta noche, finalmente me dejo llevar,
abrazando las infinitas posibilidades.
 
Moviendo las caderas y bailando al ritmo, canto al compás de
la letra. Estirando los brazos por encima de la cabeza, y
moviéndome al ritmo, el ponche de Halloween y el chupito de
gelatina de antes empiezan a arrastrarme.
 
Empieza a sonar Monster Mash, y todo el mundo siente el
ambiente. Permitiendo que mis ojos escudriñen la sala, finalmente
veo a mis tres protectores apoyados en la pared. Su atención está
puesta en mí, y solo en mí, mientras observan en silencio todos mis
movimientos.
 
Pasando las manos por mi cuerpo, empiezo por mi pecho y
bajo lentamente por mi abdomen, caderas y muslos. Mirando
seductoramente en su dirección, sin tener ninguna preocupación en
el mundo.
 
Jason y Michael están de espaldas a la pared, con los brazos
cruzados sobre el pecho. La postura de Ghost se endurece, sus
brazos caen a los lados mientras sus manos se cierran en puños
apretados.
 
La confusión me invade hasta que siento un ligero golpe en el
hombro.
 
Al darme la vuelta, veo a un tipo vestido con pantalones negros
y una camiseta blanca manchada de sangre falsa.
 
Sonríe y se acerca bailando a mí. —Me encanta el disfraz —
dice por encima de la música.
 
—Gracias —respondo, moviendo las caderas al ritmo—. No
tengo ni idea de lo que se supone que soy, aunque...
 
Inesperadamente se agarra a mi cintura, acercándome.
 
—Estás muy caliente.
 
—Gracias —respondo con inquietud, apartándome.
 
Me agarra con fuerza de la muñeca, atrayéndome hacia él, y
me encierra en su sitio. —¿Adónde vas?
 
—Me haces daño —balbuceo.
 
Ghost aparece, interponiéndose entre nosotros. —Aleja tus
malditas manos de ella.
 
—¿O qué?
 
Levanta su cuchillo y lo hace girar entre sus dedos.
 
—O te destriparé como a un pez —comenta fríamente.
 
Mi corazón se hunde inmediatamente.
 
—Ghost —intento decir, pero apenas hay sonido en mi voz.
 
Finalmente, me suelta, sólo para ponerse en la cara de Ghost.
 
—Deja que ella decida a quién quiere —le responde—. Ella no
es tu perra.
 
Sin previo aviso, Ghost lo empuja con la suficiente fuerza como
para hacerlo volar hacia atrás. En el momento en que su espalda
choca con la pared, levanta las manos por encima de su cabeza en
señal de derrota.
 
Pero ya es demasiado tarde.
 
Ghost lo agarra de la muñeca, inmovilizando su brazo contra la
pared. Tardo un momento en darme cuenta de lo que acaba de
ocurrir antes de poder volver a la realidad. Tiene un cuchillo clavado
en la palma de su mano. La hoja está enterrada en su carne,
inmovilizándolo, y la sangre se filtra por su brazo desde el corte.
 
Hay un pitido agudo en mis oídos. Los ojos casi se me salen
de la cabeza por la incredulidad. Y entonces el zumbido se
desvanece, y de repente está gritando.
 
Gritando de agonía y miedo.
 
Mi estómago se revuelve. La adrenalina me recorre.
 
Ghost le grita, burlándose de él. —Si vuelves a poner tus
sucias manos en lo que es mío, te cazaré y te mataré. Lentamente.
 
Gira el cuchillo, la sangre brota alrededor de la incisión de la
hoja y se oye un grito espeluznante. Todo el mundo en la sala grita,
se encoge y se aparta del camino mientras Ghost retira el cuchillo
de su carne.
 
Cayendo de rodillas, acuna su mano herida contra el pecho,
encorvado por la angustia. Ahora su camiseta blanca está
manchada de sangre real.
 
Qué festivo.
 
Ghost y Jason nos guían hacia la puerta trasera, mientras
Michael camina a mi lado, mirándome de vez en cuando para
asegurarse de que estoy bien. Todas las miradas están puestas en
nosotros cuando salimos de la fiesta, tomándonos nuestro tiempo
para atravesar el patio trasero y pasar por delante de todos los que
se han reunido fuera.
 
Michael saca su teléfono y enciende la linterna en cuanto
entramos en el bosque. Deben pasar diez minutos de caminata
hasta que por fin llegamos a la carretera principal, y me doy cuenta
de que estamos cerca del centro de Salem.
 
Hay una multitud de gente caminando en medio de la calle en
todas las direcciones, todos vestidos con disfraces, y las carreteras
están bloqueadas con vehículos de la policía, barreras y conos
naranjas. Después de dar la vuelta y caminar por una calle lateral,
los talones traseros de mis pies están llenos de ampollas y
palpitaciones.
 
Disminuyendo el ritmo, intento alejar mi mente de la
incomodidad, aunque es inútil. De rodillas, me desato los tacones y
me los quito, agarrándome al brazo de Michael para mantenerme
firme.
 
—¿Estás bien? —Pregunta Jason.
 
Asintiendo ligeramente, me agarro a los talones y sigo detrás
de ellos.
 
—Estoy bien —digo, con los guijarros afilados del cemento
clavados en las plantas de mis pies.
 
Hago una mueca de dolor.
 
—Dámelos —dice Jason, tomando mis tacones.
 
Ghost se coloca delante de mí, bloqueando mi camino
mientras me detengo. Antes de que pueda entenderlo, me levanta
del suelo y me sujeta en brazos como si no pesara nada.
 
—No hace falta que me lleves en brazos —me apresuro a
decir, arrebatada—. Puedo caminar. De verdad.
 
—Te quiero contra mí —respira.
 
—Sigues protegiéndome. ¿Por qué?
 
—Veo a través de ti.
 
Frunciendo el ceño, sacudo la cabeza. —¿Qué significa eso?
 
—Es todo lo que siempre has querido. Estar protegida. Estar a
salvo —afirma tajantemente, atravesando el jardín delantero de una
casa—. Te mantendremos a salvo, pequeña Quinn.
 
Mi corazón martillea y mi estómago se agita. Mariposas.
 
—Por muy loco que sea, eso fue muy dulce —murmuro.
 
Los cuatro subimos los escalones de la entrada, cruzamos el
porche y nos detenemos al llegar a la puerta principal.
 
—No vine a rescatarte porque sea tu caballero de brillante
armadura. —Me pone de pie, antes de tomar mi cara entre sus
manos enguantadas—. Soy el villano, y te quiero para mí solo.
 
La puerta principal cruje al abrirse, la oscuridad nos da la
bienvenida.
 
Mi corazón se acelera, tamborileando salvajemente. Se me
pone la piel de gallina.
 
Deja caer los brazos a los lados y retrocede. Jason y Michael
entran en la casa, y son tragados por la oscuridad, dejando la puerta
abierta de par en par tras ellos.
 
Ghost se baja lentamente la capucha de su traje, se agarra a la
parte inferior de su máscara y se la pone sobre la cabeza. Y
finalmente, después de toda la noche, se desenmascara.
 
La tenue luz del porche es lo suficientemente brillante como
para resaltar sus llamativos ojos azules, rodeados de gruesas y
oscuras pestañas, resaltando su despeinado cabello negro. Se moja
los labios gruesos con la punta de la lengua antes de que se
conviertan en una sonrisa tortuosa. Su afilada y cincelada
mandíbula se aprieta con fuerza, mientras mi mirada desciende
hasta los tatuajes que cubren su cuello.
 
Ghost es más guapo de lo que jamás podría haber imaginado,
lo que sólo parece hacer esto más difícil.
 
Y me parece tan familiar, pero no puedo ubicarlo.
 
Tragando con fuerza, parpadeo ansiosamente hacia él.
 
—Te he visto antes —le acuso.
 
Su rostro se endurece. —¿Lo has hecho?
 
—Sí.
 
Ladeando la cabeza, sonríe sádicamente.
 
—¿Estás segura? —Desafía.
 
—Pensé que nunca te ibas a quitar la máscara.
 
—No lo tenía previsto —confiesa, dejando caer su mirada
sobre mis labios—. Pero entonces, ¿cómo podría hacer esto?
 
En cuestión de segundos, me acerca y presiona su boca
contra la mía. Me besa con fuerza, sujetándome agresivamente
contra él. Mi cuerpo se disuelve contra el suyo, saltando chispas. La
punta de su lengua recorre la costura de mis labios, pidiendo la
entrada, y se la concedo ansiosamente.
 
Nuestras lenguas se rozan, impacientes, y él toma el control
total. Me hace retroceder y me pega a la pared junto a la puerta
principal, rozando con sus manos cada curva de mi cuerpo. Al
escuchar su gemido en mi boca, mi respiración se acelera y el aire
fresco del otoño me hace sentir un escalofrío.
 
Ghost me acaricia los brazos desnudos, calentándome con la
fricción de sus guantes. Se inclina hacia mí y me toma el labio
inferior entre los dientes. Gimo con total satisfacción y me estiro
para rodear su cuello con los brazos. Respirando su embriagadora
colonia, un dolor se instala entre mis piernas, antes de que se
agache y me levante del suelo sin esfuerzo.
 
—Joder —respira, devolviendo sus labios rojos, ahora
hinchados, a los míos.
 
Pasando mis dedos por su cabello resbaladizo, me derrito
sobre él, empujando mi parte inferior contra el gran bulto de sus
pantalones. Nunca me habían besado así en mi vida.
 
Echando la cabeza hacia atrás, apoya su frente en la mía y me
mira fijamente al alma.
 
—Pienso follarte violenta, y apasionadamente, durante toda la
noche —advierte fríamente, con los ojos entrecerrados—. Te doy
diez segundos para que te vayas.
 
—¿Qué? —Casi susurro.
 
Colocándome de nuevo sobre mis pies descalzos, se aleja, su
comportamiento cambia drásticamente.
 
—Si no te vas en diez segundos, entonces tu decisión está
tomada.
 
—La noche no ha terminado.
 
—Diez —comienza.
 
—Teníamos un trato —presiono.
 
—Nueve.
 
—Te pedí que dieras vida a mis fantasías más oscuras.
 
—Ocho —prueba.
 
—Quiero esto —admito, más para mí que para él.
 
—Siete.
 
—Te deseo.
 
—Seis —exhala bruscamente—. Cinco. Cuatro.
 
—No voy a cambiar de opinión —le digo con valentía.
 
—Tres...
 
—Dos —me burlo.
 
De repente, se queda en silencio. Permitiéndome un último
momento para cambiar de opinión. Para correr. Aunque, no me
muevo ni un centímetro.
 
Y sus ojos se estrechan.
 
—Uno.
 
CAPÍTULO SEIS
 
 
La seductora y lenta melodía que acabo de elegir suena a
través del altavoz Bluetooth del salón de su apartamento. Ghost me
entrega el vaso de red bull y vodka que había pedido mientras
Jason se sienta a mi lado en el sofá de cuero negro.
 
La tensión sexual no puede ser mayor.
 
Se echa la mano a la espalda y se quita la bata de su disfraz
de Ghostface por encima de la cabeza, quedándose con una
camiseta y unos pantalones negros. Me quedo con la boca abierta al
contemplar sus brazos, sus hombros y su cuello, muy tatuados y
llenos de venas y músculos.
 
Jason toma la botella de whisky de Michael, que poco después
se despide de la habitación. Sirviéndose un vaso, Jason levanta
ligeramente la parte inferior de su máscara, revelando la mitad
inferior de su rostro. Unos labios rosados y carnosos se apoyan en
el vaso, mientras se traga el fuerte licor de un solo trago.
 
Ghost se sienta a mi lado, encerrándome entre los dos.
 
—¿Qué es lo siguiente, pequeña Quinn? —Pregunta con una
sonrisa torcida—. ¿Cuáles son algunas de esas oscuras fantasías
tuyas?
 
Tomo un sorbo de mi bebida y me retuerzo en mi asiento.
 
—No estoy segura —respondo.
—No tengas miedo —ronronea, agarrando mi pierna por
encima de la rodilla. Su mano es enorme comparada con mi muslo
—. Esta noche, nosotros te daremos todo lo que anhelas y más.
 
—Nosotros —repito, insegura.
 
—Si eso es lo que quieres —comienza, rozando sensualmente
con sus dedos el interior de mi muslo—. Entonces eso es lo que
tendrás.
—Sólo he leído sobre esto —admito tímidamente—. Siempre
ha sido sólo una fantasía.
 
—Me pediste que les diera vida —insiste Ghost—. ¿Te estás
retractando?
—No —me apresuro a decir—. Te dije que quiero esto.
 
Jason me quita el vaso de la mano, sorprendiéndome, antes
de dejarlo sobre la mesa. Vuelve a centrar su atención en mí, se
apoya en el respaldo del sofá y coloca su mano en mi otra pierna.
 
Ghost me agarra por el cuello y, cuando inclino la cabeza hacia
atrás en señal de sumisión, sonríe tortuosamente. Esos dientes
blancos y nacarados me hacen flaquear. Acercándome, me aprieta
los labios en el cuello, mientras dejo que mis ojos se cierren,
asimilando el erotismo de este momento.
 
Ambos hombres me acarician de arriba a abajo las piernas.
Hay una corriente eléctrica en el aire, y no sólo me siento atraída
por Ghost, sino también por Jason.
 
Sus labios son suaves y cálidos, y la piel se me pone de
gallina. Me lame, chupa y muerde hasta la clavícula. Arqueando la
espalda, la humedad se acumula entre mis muslos. Estoy
empapada por ellos.
 
Colocando mi mano sobre la de Jason, lo guío entre mis
piernas, dudando en los botones de mi body. Su gemido es profundo
y provoca un cosquilleo en todo mi cuerpo. Me quedo con la boca
abierta, extasiada, mientras me rindo a las increíbles sensaciones
de los labios de Ghost subiendo por mi cuello, con su cálido aliento
abanicando la delicada piel de mi oreja.
 
Jason se arrodilla en el suelo justo delante de mí, me abre las
piernas y me acerca al borde del sofá. Reajustando su máscara en
la parte superior de la cabeza, entierra su cara entre mis muslos y
me lleva a su boca.
 
Dejando escapar un suave gemido, ya estoy tan cerca de
conseguir o sólo por la excitación. Ghost me sujeta la garganta,
apretando su agarre, mientras Jason pasa rápidamente su lengua
por mi clítoris con el movimiento y el ritmo más perfectos.
 
Introduce su dedo en mi interior, aplana su lengua y gira en
círculos precisos, haciendo que cada terminación nerviosa se
dispare. Mis paredes internas se tensan, con espasmos, antes de
que introduzca otro. Me folla salvajemente con sus dedos largos y
resbaladizos.
 
—Lo envidio ahora mismo —respira Ghost junto a mi oreja,
aplicando más presión en mi garganta, dificultándome la respiración
—. Ese dulce y tu pequeño coño es mi comida favorita.
 
Mi clímax me reclama sin previo aviso. Jason me chupa el
clítoris, rozando ligeramente con sus dientes mi carne sensible.
Agarrando su cabeza, lo acerco más, apretándome contra su cara.
Retira sus dedos de mi humedad y pasa los brazos por debajo de
mis piernas, agarrando mis muslos.
 
Acercándome, me devora, haciendo que me corra tan
intensamente que es casi doloroso. Gimiendo con fuerza, me
retuerzo contra su boca. Sacudiendo mis caderas. Arqueando aún
más la espalda. Dejando escapar pequeños gritos impotentes de
placer abrumador con cada segundo que pasa.
 
—Joder —gruñe Jason, encogiéndose de su abultada
chaqueta.
 
Se agacha y me levanta en sus brazos al estilo nupcial. Mis
brazos le rodean el cuello y por fin puedo verle la cara. Mi corazón
late al instante al ver lo guapo que es. Cabello castaño oscuro y ojos
color avellana, con unos rasgos faciales muy masculinos.
 
¿Cómo he conseguido tener tanta suerte esta noche?
 
Empuja una puerta con el hombro y nos hace pasar a una
habitación, apretando mi espalda contra la cama. Lleva su mano a la
espalda y se quita la camisa por encima de la cabeza, dejando al
descubierto grandes tatuajes en los brazos, el pecho y las costillas.
Se arrastra sobre mí, con el tonificado marco de su pecho
presionado contra el mío. Y se queda mirando mi boca.
 
—¿Quieres probarte a ti misma?
 
—Sí —susurro.
 
Me mira hambriento a los ojos y, con un gemido silencioso,
presiona sus labios contra los míos. Introduce su lengua en mi boca,
con fuerza. Con avidez. Apoyando su antebrazo junto a mi cabeza,
baja la mano y la lleva hasta el gran y duro bulto que hay bajo sus
pantalones.
 
Bajando su cremallera, mis dedos tantean el botón, hasta que
él me aparta de un manotazo. Abriéndolo con impaciencia, se baja
los pantalones lo justo y su larga y gruesa polla se libera.
 
Frotando la suave y sonrosada cabeza por la húmeda
hendidura de mi sexo, sus labios se alejan de los míos,
descendiendo en cascada por mi cuello. Jason se entierra dentro de
mí de una sola y larga vez. Me deja sin aliento, mientras me abre de
par en par, empujando en mi humedad una y otra vez.
 
Mis uñas se clavan en su espalda, mientras él me penetra con
fuerza, aumentando su ritmo. Levanta mi pierna sobre su cadera,
permitiéndole un mayor acceso. Mi cuerpo lo acepta más
profundamente, centímetro tras centímetro, su polla hinchada
golpeando todos los lugares adecuados.
 
Su respiración se vuelve entrecortada mientras me penetra, y
un gemido estrangulado se escapa de mi boca abierta. Me agarra
de la mandíbula y me gira la cabeza hacia un lado, donde veo a
Ghost de pie en la puerta.
 
Mirándome fijamente.
 
Observándonos.
 
Jason se mete entre mis piernas, frotando su pulgar sobre mi
clítoris en lentos y tortuosos círculos. Mis piernas empiezan a
temblar, antes de rodear con fuerza su cintura. Pasa su brazo por
debajo de mi espalda y nos gira hasta que me pongo a horcajadas
sobre él.
 
Ghost se sube a la cama detrás de mí, me agarra por la nuca y
me empuja hacia delante, levantando más el culo.
 
—Te deseo —le digo—. Los deseo a los dos.
 
—Lo sé, nena —gruñe, lubricando mi entrada trasera con gel
frío—. Nos ocuparemos de ti. Respira profundamente.
 
Inhalando un pequeño suspiro, mis ojos se cierran, mientras
empiezo a montar a Jason. Movimientos lentos y constantes,
mientras Ghost introduce sus dedos en mi culo. Me estira, me hace
trabajar, enrosca sus dedos en el punto justo antes de retirarlos del
todo.
 
La punta de su polla da vueltas sobre mi entrada trasera,
mientras Jason se acurruca en mi coño. Tomándose su tiempo,
Ghost se introduce en mi culo, y siento como si me partiera por la
mitad. Pulgada a pulgada, se hunde más en mí, hasta que está
enterrado hasta la empuñadura.
 
Ghost y Jason me llenan, a la vez, y ya estoy allí.
 
Apoyando mi cara en el hombro de Jason, me rodea la cintura
con los brazos y levanta las caderas para penetrarme. Ghost se
hunde en mi culo repetidamente, golpeando firmemente mis mejillas
con cada empuje. Nunca he sentido nada tan poderoso, y nunca me
he sentido tan consumida.
 
Mi orgasmo me atraviesa, invadiendo todo mi cuerpo, oleada
tras oleada.
—No hay escapatoria, nena —dice Ghost, golpeando mi culo,
una y otra vez.
 
—Caíste en nuestra trampa —gime Jason junto a mi oído,
rozando con sus dientes mi hombro—. Nunca te dejaremos ir.
 
—Grita por nosotros2 —ordena Ghost.
 
—Oh, sí —gimoteo, convulsionando contra sus sólidos
cuerpos, gritando—. ¡Oh, Dios, sí!
 
—Tu culito apretado se siente tan bien alrededor de mi polla —
gruñe Ghost, hundiéndose más.
 
Más duro.
 
Más rápido.
 
—Ahógame —gimo, suplicante.
 
—Es una buena chica —elogia Jason, rodeando mi garganta
con sus dedos, aplicando la presión justa para hacerme ver
pequeños puntos de luz blanca—. ¿No lo eres?
 
—Qué buena chica, joder —gime Ghost, con la respiración
entrecortada mientras me penetra en el culo sin piedad, tirando con
fuerza de mi cabello—. Joder. Tan apretada. Estás haciendo un
buen trabajo tomándonos.
 
—Sí, nena —gruñe Jason, sacudiendo sus caderas del
colchón más rápido, taladrándome—. Voy a llenarte.
 
Me aprieta la garganta y otro orgasmo me atraviesa. Durante
esta euforia eterna, de repente veo estrellas a través de los
párpados. La presión sobre mi cuello, que me corta el suministro de
aire, sólo parece hacer que llegue al clímax con más fuerza. Los dos
me llenan con su semen.
 
Justo cuando estoy a punto de desvanecerme, Jason toma mi
cara entre sus manos, trayéndome de vuelta. Mis ojos se abren de
golpe y sus ojos son como dagas que me atraviesan.
 
—¿Estás bien? —Pregunta, acariciando mi pómulo con el
pulgar.
 
—Sí —susurro, con la voz ronca—. Mejor que bien.
 
Los dos salen de mí y su semen gotea por el interior de mis
muslos. Cuando me doy la vuelta y me tumbo de espaldas entre
ellos, mi respiración se entrecorta.
 
Ghost se levanta, completamente desnudo y absolutamente
cubierto de tatuajes. Toma una toalla doblada de la esquina de la
habitación y me seca, limpiando el desastre que han hecho entre
mis piernas. Tirándola al suelo de madera, se pone los pantalones,
hasta que se queda quieto.
 
Completamente inmóvil.
 
Y en cuestión de segundos, finalmente me doy cuenta de lo
que está mirando.
 
Las cicatrices curadas en mis muñecas.
 
CAPÍTULO SIETE
 
 
Me incorporo rápidamente y me pongo en pie. Me abrocho los
botones del body, y un inquietante silencio se apodera de la
habitación. Cuando me giro hacia ellos, me miran boquiabiertos.
 
—No es educado mirar fijamente —les digo.
 
Ghost se acerca a mí, tomando mis hombros entre sus manos.
 
—En el baño, antes —vacila, y mi estómago se hunde—. En la
fiesta. Estabas alterada. ¿Quién era esa chica?
 
—No era nadie —respondo, quitándole importancia—.
Realmente no es un gran problema.
 
—Puedo ver a través de ti, pequeña Quinn.
 
—¿Por qué lo preguntas?
 
—Porque estás sufriendo. Y no quiero verte nunca herida.
 
Levantando las muñecas, miro las cicatrices y los recuerdos
me invaden. Nunca he tenido a nadie con quien hablar de esto.
Nunca. Por extraño que sea, me consuela que quieran que
comparta mis secretos más oscuros.
 
Mirándolo fijamente a los ojos, suelto un pequeño suspiro.
 
—Mi infancia fue una mierda, y la escuela fue aún peor. Me
acosaban —fuerzo una risa—. Fue muy, muy malo.
 
—Lo siento —murmura, acercándome a su cálido pecho
desnudo—. Los mataré.
 
—Han pasado algunos años —digo secamente—. Pero el
trauma que causó. Las dudas. Preguntarse si tal vez, todo el tiempo,
tenían razón.
 
Se retira, tomando mi cara entre sus manos. —¿Tenían razón
en qué?
 
—Me dijeron que era mi culpa que mi padre se suicidara —
digo en voz baja, con lágrimas en los ojos.
 
Su cuerpo se tensa. Su rostro se endurece. Y sus ojos.
 
Son aterradores.
 
La ira consume cada gramo de su ser.
 
Girándose hacia Jason, lo fulmina con la mirada. Es evidente
que intercambian palabras en silencio antes de que Ghost me suelte
y salga furioso de la habitación.
 
—Estos matones —dice Jason, ya vestido, mientras me coloca
un mechón de cabello detrás de la oreja—. ¿Viven por aquí?
 
—No estoy segura —respondo en voz baja—. Pero todos
trabajan en la casa encantada cada año.
 
—¿La que está aquí en Salem?
 
Asiento con la cabeza.
 
—Sabes que no es cierto —me insta, rozando mi cara con las
yemas de los dedos—. ¿Verdad?
 
Mi cuerpo se pone rígido y respiro con dificultad.
 
—Quinn —presiona Jason, frunciendo el ceño—. Sabes que
eso era una mierda, ¿verdad?
 
—Mhm —susurro.
 
—Fue una maldita mentira. No hay nada de verdad en eso —
me dice—. ¿Has hablado con alguien sobre esto?
 
—No.
—¿Por qué?
 
—No quería causarle más estrés a mi madre —admito, con los
labios temblorosos—. Ya ha sufrido bastante. No quería ser otra
carga en su vida.
 
—Para —me detiene Jason, limpiando una lágrima con su
pulgar—. No eres una carga.
 
—No te preocupes, pequeña Quinn —dice Ghost al entrar en
la habitación—. Van a pagar por lo que te hicieron. —Se interpone
entre Jason y yo y me da un beso en la frente—. Van a pagar con su
vida.
 

 
Los motores de las motocicletas rugen mientras bajamos a
toda velocidad por la calle. El aire fresco de la noche me pone la piel
de gallina. Rodeando con mis brazos la cintura de Ghost, me agarra
con su mano justo por encima de la rodilla, reconfortándome.
 
Y me derrito contra él.
 
Debe parecer una locura ver a hombres disfrazados en moto,
con máscaras de Halloween, mientras pasamos. Nos adentramos
en una carretera oscura y tranquila, con la única luz de los faros de
sus motos. Es una escena espeluznante cuando entramos en un
terreno vacío, rodeado de bosques.
 
Los motores se silencian y, de repente, puedo oír a lo lejos los
débiles sonidos de la música temática de Halloween. La melodía del
tema de Michael Myers.
 
—Sólo para ti, Mike —le dice Ghost a Michael, antes de
ayudarme a subir a su moto y quitarme el casco, colocándolo sobre
el manillar.
 
—¿Dónde estamos? —Pregunto, por encima del sonido de los
insectos que zumban y de las hojas que crujen en el suelo por el
viento.
 
—Entrada trasera —responde Jason con suficiencia,
recordándome lo de antes.
 
—¿Estamos en una cacería?
 
—¿No quieres divertirte de verdad? —Pregunta Ghost,
ajustando su máscara—. Vamos a hacer una visita a tus matones.
Es hora de vengarse.
 
—No quiero que me vean —tartamudeo, inquieta, siguiendo
detrás de ellos mientras entramos en la zona oscura y boscosa.
 
—No tienes que hacerlo, nena —me dice Ghost, enlazando
sus dedos enguantados con los míos—. Déjanos esa parte a
nosotros.
 
Michael nos guía con su linterna. La música sube de volumen
a cada minuto que pasa. La atmósfera es aterradora, estimulante,
mientras los gritos de los invitados resuenan en el aire nocturno.
Entrando en un campo de maíz, mis tres protectores marchan hacia
la entrada lateral de la casa encantada en la distancia.
 
Al cruzarnos con un grupo de cuatro, nos quedamos en
silencio detrás de los árboles, viendo cómo los palos luminosos se
vuelven más y más brillantes a medida que se acercan a nosotros.
 
Michael sale, consiguiendo un grito espeluznante mientras
corren por el camino. Jason se ríe del encuentro, pero Ghost
permanece en silencio.
 
Completamente al límite. Hirviendo de rabia.
 
—¿Qué vas a hacer? —Le pregunto, mirando fijamente los
ojos oscuros de su máscara.
 
—Voy a asustarlos —responde fríamente—. Quiero ver el
miedo en sus ojos.
 
Jason ralentiza el paso, mirando hacia nosotros mientras
camina hacia atrás.
 
—¿Cuántos? —Pregunta, y su tono empresarial me produce
un escalofrío.
 
—Todos trabajan en la casa encantada —respondo con
ansiedad—. Cada uno de ellos.
 
—Son muchas personas —murmura Jason.
 
—Está bien —dice Ghost, mientras nos detenemos y me mira
—. Necesito nombres.
 
—¿Nombres? —Pregunto.
 
—Nombra a los que fueron los peores —ordena—. Los que
realmente te hicieron daño.
 
Me vienen recuerdos a la cabeza, mientras me tomo un
momento para reflexionar sobre mi respuesta. Esta no es difícil. Es
fácil.
 
—Los chicos eran los peores —respondo con cuidado—.
Derek. John. Y Alex.
 
—Buena chica —respira, acariciando mi cara—. ¿Quieres
mirar, pequeña Quinn?
 
Me late el corazón mientras sacudo lentamente la cabeza.
—De acuerdo —susurra—. Entonces quédate aquí. No te
muevas. No importa lo que oigas o veas, no te muevas de este
lugar.
 
—De acuerdo —susurro.
 
Y se dirigen hacia la casa.
 
CAPÍTULO OCHO
 

GHOST
 
 
—Bloquea la entrada principal —le ordeno a Michael, con el
odio puro hirviendo dentro de mí, decidido a liberarse en una forma
de caos total—. Jason, cubre la salida. Mándame un mensaje
cuando el último grupo de personas haya salido.
 
—En ello —dice Jason, desapareciendo por el lado de la casa.
 
Michael se mueve hacia el escalón superior, bloqueando el
camino.
—Nadie dentro —muerdo, viendo el rojo—. Y nadie fuera.
 
Al entrar, se respira un ambiente sombrío y gris. Las ventanas
están fuertemente tapiadas, el suelo de madera cruje bajo mis botas
y la música sube de volumen. Al escudriñar el pasillo poco
iluminado, no hay nadie a la vista. Incluso a través de mi máscara,
este lugar apesta a gasolina de la maquinaria cercana y a madera
húmeda.
 
Mi teléfono zumba en mi bolsillo.
 
 
Jason
El último grupo está fuera
 
 
Retirando el cuchillo de la parte posterior de mi cintura, giro la
esquina.
 
—Derek —grito, burlándome de él, trazando la hoja con la
punta de los dedos, mientras la adrenalina me recorre.
 
—Sí, hermano —dice casi inmediatamente—. ¿Quién eres?
 
—Ven a descubrirlo.
 
Sale de detrás de una pared falsa, vestido con su estúpido
disfraz. —Una máscara de Ghostface muy asquerosa —observa,
riendo—. ¿Te conozco?
 
Acercándome a él, aprieto con fuerza el mango de mi cuchillo.
—No del todo —respondo—. Soy un amigo de Quinn.
 
La confusión se apodera de su rostro mientras se mueve junto
a la tenue luz pegada a la pared.
 
—¿Quinn? —Pregunta.
 
Ladeando la cabeza con impaciencia, asiento con la cabeza.
—¿Te suena?
 
—Oh, sí. Esa perra rara cuyo padre se suicidó, ¿verdad?
 
Lo arrojo contra la pared del pasillo y no pierdo tiempo en
clavarle el cuchillo en el pecho. La sangre brota, sus huesos crujen.
Una y otra vez, lo destripo, pintando de rojo las paredes, el suelo y
mi máscara. Se ahoga en su propia sangre, gorjeando, medio
sollozando para que ponga fin a mi despiadado ataque.
 
Ya no se puede parar.
 
Le prometí a mi pequeña Quinn que los haría pagar.
 
Con su vida.
 
Su sangre.
 
Su cuerpo queda inerte contra la pared. Arrancando la hoja de
su caja torácica, Derek cae sin vida al suelo con un fuerte golpe.
 
Uno menos.
 
Voy por el resto.
 
La adrenalina se apodera de mí cuando entro corriendo en otra
habitación y veo a un tipo en escena, vestido como un viejo
científico loco. Qué jodido cliché.
 
—¿Vas a ser mi próximo sujeto? —Pregunta, recitando su
frase cursi, señalando un cadáver falso en lo que parece ser una
mesa de operaciones de metal.
 
—No —gruño, saltando sobre la mesa mientras él tropieza
hacia atrás—. Pero tú serás el mío.
 
Se da la vuelta para huir de mí, conmocionado y confuso,
hasta que le clavo el cuchillo en la espalda. Se paraliza y cae de
rodillas, en estado de shock. Es entonces cuando el dolor lo golpea
finalmente, desgarrando su cuerpo. Y grita de agonía y de miedo,
mientras retuerzo la hoja lateralmente en su carne.
 
—¿John? —Pregunto sádicamente, exigiendo una respuesta.
 
—S-s-sí —se atraganta, derrumbándose en el suelo,
convulsionando.
 
—¡Johnny boy! —Grito con humor, sacando el cuchillo antes
de remangarme.
 
Con un rápido lanzamiento al aire, tomo mi cuchillo por el
mango ondulado, antes de enterrar el afilado metal entre sus
omóplatos a continuación.
 
—Esto es por Quinn —murmuro secamente, dándole una
patada en las costillas—. Una puñalada por cada año que tú y tus
amigos la torturaron.
 
Hay otro crujido mientras lo apuñalo de nuevo. Otra vez. Y otra
vez. Acabo perdiendo la pista y pierdo la cuenta en un ataque de
rabia. Hay más gorjeos. Gritos silenciosos de desesperación,
mientras comienza a arrastrarse hacia adelante, usando la poca
energía que le queda.
 
—¿Cómo no estás muerto todavía? —Bromeo, pisando su
espalda, ahora cubierta de profundos cortes y empapada de sangre.
Le chasqueo la lengua—. No vas a ninguna parte, Johnny. Esta es
la parte en la que mueres por lo que le hiciste.
 
Y justo en ese momento, cualquier indicio de vida restante
abandona su cuerpo.
 
Jason entra en la habitación, pillándome desprevenido, con su
chaqueta manchada de sangre. —Hay gasolina en el cobertizo de
atrás.
 
—Buen hallazgo —respiro bruscamente, sacando mi cuchillo
de la carne de Johnny.
 
—Tomé un poco y lo dejé en la puerta de atrás.
 
—¿Dónde está Alex? —Exijo, aún humeante.
 
Con un movimiento de cabeza, señala otro pasillo.
 
Allí está en el centro de la habitación, encadenado a una silla
de madera, con cinta adhesiva cubriendo su boca. Mi polla se
estremece ante la idea de acabar con su vida.
 
Vengarme por la pequeña Quinn.
 
Es un espectáculo ver cómo las lágrimas corren por su cara.
 
—Pobre Alex —recito la famosa frase de Ghostface—. ¿Crees
que todo esto es por ti? ¿Crees que todavía eres la estrella?
 
Murmura contra la cinta, hasta que la arranco. —¿Qué
demonios es esto? —Chilla, con la desesperación y el miedo
parpadeando en sus ojos.
—Esto es sobre Quinn. Lo que le hiciste —escupí.
 
—Estás jodidamente loco —grita.
 
—Estoy loco por ella —digo con los dientes apretados, me
arranco la máscara y le pongo la cara—. La molestaste. Y ahora,
vas a pagar por ello.
 
—Ayuda —grita, y se calla cuando aprieto la punta de mi
espada contra su cuello.
 
—Tus amigos no pueden ayudarte —le grito, cortando su
garganta—. Están muertos.
 
Una chica entra corriendo en la habitación y grita horrorizada,
contemplando la sangre que mana de la raja abierta. Jason la
persigue hasta otra habitación, desapareciendo de mi vista.
 
Poniéndome la máscara, agarro la gasolina en la puerta
trasera. Jason entra por una puerta poco después, arrojando al
suelo un bate metálico ensangrentado.
—Empieza por delante —le ordeno, entregándole el bidón de
gasolina.
 
—¿Y si se nos escapa alguien? —Pregunta.
 
—Las llamas se encargarán de los demás.
 
Asiente con la cabeza y sale de la habitación.
 
—¿Ghost?
 
Mi mirada se dirige a la suave voz que viene de la puerta
trasera, cuando de repente, la veo. Quinn.
 
—¿Qué haces aquí? —Pregunto con dureza.
 
—Estaba preocupada —responde temerosa, entrando en la
habitación—. Necesitaba asegurarme de que estabas bien.
 
Al acercarme a ella, retrocede hasta que su cuerpo queda
atrapado contra la pared. Mi polla se hincha y se siente incómoda
contra mis pantalones.
 
—Joder —gruño, pegando mis manos a la pared junto a su
cabeza, encerrándola entre mis brazos.
 
Un pequeño y sexy chillido escapa de sus labios.
 
—Me pones la polla tan jodidamente dura, Quinn, que me
duele —gimo, apoyándome en ella.
 
Todo este asesinato me ha afectado mucho esta vez. La visión
de la sangre siempre me pone la polla dura. Necesito estar dentro
de ella. Enterrado en ese apretado, húmedo y pequeño coño.
 
—Necesito follar contigo —respiro, echando la cabeza hacia
atrás mientras me desabrocho los pantalones—. Ahora mismo.
 
Se arrodilla, me baja los pantalones y no pierde tiempo en
rodear mi polla con sus labios. Empujando hacia delante, se
atraganta mientras yo entro y salgo de su cálida boca. Sujetándome
firmemente en la base con el índice y el pulgar, guío su mano hacia
mis pelotas.
 
—Oh, joder, nena —gruño con cada empujón.
 
Vuelve a tener arcadas con mi polla, con las mejillas
enrojecidas y las lágrimas brotando de las comisuras de sus ojos.
Intenta complacerme con todo lo que lleva dentro.
 
Y lo hace.
 
Me inclino, la rodeo con el brazo y la pongo de espaldas,
inmovilizándola en el polvoriento suelo de madera. Después de abrir
los botones de su entrepierna, escupo en mi mano y la meto entre
sus muslos para prepararla para mí.
Pero ella ya está empapada de sus propios jugos.
 
No pierdo tiempo en penetrarla, mientras su coño chupa mi
polla con cada empujón. Se siente tan bien. Demasiado bien. Ella es
mi nueva obsesión y no tiene la menor idea.
 
—Sí —gime ella, apretando la bata sobre mi pecho—. ¡Sí,
daddy, sí!
 
En cuanto daddy abandona sus labios, la penetro más rápido,
encerrando mis dedos alrededor de su garganta. Dejándola sin
aliento. Follándola sin emoción. Sin remordimientos.
 
Sólo caricias profundas y contundentes mientras su cuerpo se
pone rígido debajo de mí.
 
Metiendo la mano en ella, una y otra vez, la follo
violentamente, tal y como había prometido.
 
Saco el cuchillo de la funda de mi pantalón y le pongo la punta
en la garganta. Ella jadea y se retuerce debajo de mí.
 
—Sí —me anima, y eso es todo lo que necesito—. Por favor.
 
Arrastrando la punta de la hoja por su cuello, le hago un leve
corte en la clavícula, y su cuerpo reacciona con un estremecimiento.
Gimiendo para mí, Quinn inclina la cabeza hacia un lado,
exponiendo su garganta. Hundiendo mi polla dentro de ella
lentamente, rozo con la hoja la carne sensible que hay bajo su oreja,
manchando su piel de sangre.
—Oh, Dios —grita, moviendo sus caderas, igualando mis
golpes—. Oh, Dios.
 
—Dios no está aquí en este momento —confirmo, volviendo a
picar su piel.
 
Otra vez.
 
Y otra vez.
 
De repente, el humo entra en la habitación y el olor a gasolina
es abrumador. Las llamas estallan a nuestro alrededor, empezando
por algo pequeño, y luego creciendo. Quinn me mira con miedo,
inquieta, mientras sigo follándola sin piedad.
 
—Ghost —se atraganta.
 
—Estás a salvo. Toma mi máscara, nena —le ordeno, y ella
escucha—. Esa es mi niña buena. Ahora póntela.
 
Y ella obedece de nuevo, tirando de la máscara de Ghostface
sobre su cabeza.
La música con temática de Halloween ruge en la casa,
mientras el humo se hace más denso y la luz brillante de las llamas
se intensifica. Los gritos de agonía por el miedo y el dolor de estar
atrapados en la casa y quemados vivos resuenan por los pasillos.
 
Mi cuerpo está lleno de sudor por el intenso calor. Me aseguro
de mantener mi atención en el fuego que se arrastra por el techo,
quemando las estructuras de madera. Al penetrarla, suelto el
cuchillo y levanto su pierna sobre mi cadera para que penetrarla
más profundamente. Y se corre por mí, agarrando mi polla con
fuerza, con sus inocentes gritos ahogados por la máscara.
 
—Joder, nena —gimo, entrando en ella con más fuerza.
 
Y encuentro mi liberación con ella, los pulmones ardiendo,
ahogándose y gruñendo con cada golpe, ahora rodeado por un
manto de humo.
 
No veo nada más que negro.
 
Joder. Joder. Joder.
 
Alzándola en brazos y abrazándola con fuerza, salgo
disparado por la puerta de la casa. La llevo fuera, donde por fin
podemos respirar, con la polla aun colgando de mis pantalones.
 
Lo único que importa es ella.
 
Su seguridad.
 
Michael y Jason corren hacia nosotros, mientras yo me
arrodillo y la acuesto en la hierba, la casa estalla en llamas detrás
de nosotros. Las ventanas explotan y los cristales se rompen. Las
sirenas de la policía y los bomberos rugen en la distancia. Al sacarle
la máscara en la cabeza, el corazón me golpea contra la caja
torácica ante la idea de perderla.
 
—Quinn —le insisto, dándole un ligero golpe en la cara.
 
—Ouch —murmura, y una sonrisa juega en la comisura de sus
labios—. ¿Por qué fue eso?
 
Exhalando bruscamente, muevo la cabeza hacia ella con
incredulidad.
 
—Estoy bien, Ghost —susurra, y me toca suavemente la cara
con la mano. La vulnerabilidad que me invade con su tacto me
atrapa completamente desprevenido—. Estoy a salvo contigo.
 
Sí, lo estas, pequeña Quinn.
 
Más de lo que crees.
 
CAPÍTULO NUEVE
 
 
El aire nocturno me produce un escalofrío. Lo único que puedo
distinguir es el sonido de mis dientes chocando entre sí y puedo ver
mi propia respiración. Los cuatro entramos en el bosque, y las
llamas de la casa encantada son tan brillantes que, de alguna
manera, consiguen iluminar nuestro camino. Las sirenas se hacen
más fuertes, vienen de detrás de nosotros, y la gente grita de
angustia.
 
Frotándome los brazos, intentando entrar en calor, me doy
cuenta de que es inútil. Ghost se quita la bata de su traje y me la
pone por encima. Me encojo en las mangas y me acurruco en el
calor, respirando el embriagador aroma de su colonia.
 
Mezclado con almizcle, y cobre.
 
Temblando por la gélida brisa, lo miro a los ojos en señal de
disculpa.
 
—¿No tienes frío ahora?
 
—Estoy bien —responde.
 
—¿Cómo? —Jadeo, mirando por encima de sus definidos
antebrazos.
 
Y finalmente lo noto, sangre.
 
Sin embargo, no dice nada, mientras me sube la capucha,
cubriendo mi cabeza, protegiendo mis oídos entumecidos del duro
viento.
 
Corriendo hacia la zona excluida donde aparcaron sus motos,
Ghost se enfrenta a mí, colocando el casco en mi cabeza. Me
abrocha la hebilla bajo la mandíbula antes de sentarse a horcajadas
en su moto, echando el caballete hacia atrás.
 
Agarrando su hombro, lista para subir detrás de él, me detiene.
 
—Vas a viajar con Michael, cariño —anuncia.
 
Y frunzo el ceño, la confusión me invade. —¿Oh?
 
—Más vale ser precavido, pequeña Quinn —explica Ghost,
tirando de su máscara manchada de sangre.
 
—Súbete —me indica Michael, ofreciéndome la mano.
 
Colocando mi mano en la suya, me subo detrás de él,
rodeando su cintura con mis brazos. Es enorme comparado
conmigo. Su cuerpo es duro como la piedra y, de repente, me
pregunto qué aspecto tendrá bajo el mono de su traje.
 
Un dolor sordo se instala entre mis piernas al pensar en tener
a los tres.
 
Ghost asiente y, en cuestión de segundos, los motores rugen y
resuenan en el bosque. Cuando, inesperadamente, las linternas
brillan en nuestra dirección, y las hojas comienzan a crujir en el
suelo de tierra. Ahora está claro que ya no estamos solos.
 
—¡Eh! —grita un hombre con fuerza—. Esta es la policía.
¡Manos donde pueda verlas!
 
—Ahora —dice Ghost, mientras los tres despegamos, tirando
hacia la derecha con un chirrido de neumáticos mientras aceleramos
por la carretera.
 
—¡Alto ahí!
 
Oímos débilmente la orden de otro agente de policía, hasta
que el sonido de su voz queda ahogado por el fuerte ruido de las
motocicletas. Mi corazón se acelera, la adrenalina me recorre. Todos
mis sentidos se agudizan mientras agarro a Michael con más fuerza,
enterrando mi cara en su espalda.
 
Las sirenas suenan, acercándose a nosotros, las luces
intermitentes de los autos de policía salen delante de nosotros por la
carretera. Y se dirigen directamente hacia nosotros.
 
Ghost frena de inmediato y extiende el brazo hacia un lado,
haciendo un gesto para que giremos bruscamente a la izquierda por
una calle lateral abandonada.
 
—Sácala de aquí —grita.
 
Michael hace el giro brusco y mi corazón se hunde.
 
—Espera —chillo, dándome cuenta de que Ghost y Jason no
piensan acompañarnos—. ¡Esperen! —Vuelvo a gritar, mirando
hacia atrás, solo para darme cuenta de que ya se han ido.
 
Y se dirigen directamente a la policía.
—¿Qué demonios están haciendo? —Le suplico a Michael,
abrazándolo más fuerte.
 
—No te preocupes por ellos —me consuela—. Estarán bien.
 
—Pero cómo sabes que...
 
Agarrando fuertemente mi rodilla, me acaricia la piel.
 
—Es una distracción —explica, corriendo por la larga y
estrecha carretera—. Ellos saben lo que hacen.
 
—¿Lo saben?
 
Él asiente como respuesta.
 
—Bien —digo débilmente, dudando de él.
 
—¿Es la primera vez que huyes de la policía? —Pregunta con
despreocupación.
 
—Sí —admito—. ¿Por qué?
 
Y entonces me doy cuenta.
 
No es su primera vez. Y por su inquietante silencio, deja claro
que no será la última.
 

 
Con la ansiedad de pasear por el salón de su apartamento, los
pensamientos e imágenes negativas inundan mi mente. Los peores
escenarios. Soy un completo y total desastre, aterrorizada por lo
desconocido. La paranoia me tiene agarrada por el cuello.
 
Es una sensación desgarradora a la que no soy ajena.
 
La casa está en silencio. Lo único que oigo es un pitido agudo
en mis oídos, junto con el sonido de las botas de Michael
acercándose sigilosamente a mi lado. Soltando una profunda
respiración, me muerdo nerviosamente las uñas.
 
Caminando por el pasillo, una y otra vez, intento
desesperadamente mantener la calma y la tranquilidad. Pero ha
pasado demasiado tiempo. Algo no va bien. Y no puedo evitar el
sentimiento de culpa que me corroe a cada segundo que pasa.
 
—Es mi culpa —murmuro, rompiendo finalmente mi silencio—.
Todo esto es culpa mía.
 
—No —responde Michael bruscamente, haciéndome girar para
que me enfrente a él, agarrándome con fuerza—. Eso no es cierto.
—Fueron allí para vengarse por mí —señalo, mirando su
máscara fría y vacía—. Si no fuera por mí, nunca habríamos ido allí.
Entonces, tal vez la policía no habría asumido que de alguna
manera iniciamos el fuego. Es decir, por eso intentaron impedir que
nos fuéramos, ¿no? ¿Porque pensaron que éramos nosotros?
 
Permanece en silencio.
 
Frunciendo el ceño, lo miro con horror.
 
—¿Fuimos nosotros? —Pregunto.
 
Aun así, permanece en silencio.
 
—Sólo espero que todos hayan salido a tiempo —digo, más
para mí que para él.
 
Sin previo aviso, se quita la máscara, y por primera vez esta
noche, veo su cara. Y es tan, brutalmente guapo.
Sorprendentemente guapo, con rasgos afilados y masculinos. Ojos
marrones rodeados de pestañas gruesas y oscuras que me ponen
los pelos de punta, junto con el cabello rubio y desordenado que
lleva suelto.
 
Da un paso adelante, imponiéndose sobre mi pequeño cuerpo,
obligándome a retroceder hasta que me veo atrapada contra la
pared.
 
—Estás a salvo —susurra, dejándome en trance—. Respira.
 
Inhalando una respiración temblorosa por la nariz, mi cuerpo
finalmente comienza a relajarse.
 
—Eso es —me insta, tomando mi mano y poniéndola sobre mi
pecho—. Respira.
 
De nuevo, inhalo un largo suspiro, antes de soltarlo
lentamente.
 
Durante todo el tiempo, nuestros ojos se mantienen fijos en
una mirada cautivadora. Hay algo en el sonido monótono y suave de
su voz, y en la forma en que me tranquiliza.
 
Hay una profundidad infinita detrás de su mirada, excepto que
es ilegible.
 
Vacía.
 
Sin embargo, estoy hipnotizada. Encerrada en mi sitio. Incapaz
de moverme.
 
De pensar.
 
—Buena chica —elogia, inclinándose hacia mí—. Otra vez,
Quinn. Respira.
 
Mi ritmo cardíaco se ralentiza y dejo que mis ojos se cierren,
cediendo a las reconfortantes sensaciones que me consumen
mientras su voz silencia mis pensamientos intrusivos. El tiempo
pasa, y entonces, de la nada, el sonido de la puerta principal
abriéndose de golpe me trae de vuelta.
 
Ghost y Jason entran en la casa, desenmascarados, cubiertos
de sangre, y corro hacia ellos. El alivio me consume cuando me
abrazan con fuerza, y me regaño en silencio por preocuparme tanto.
Por sentir tanto por ellos, tan rápido.
 
Aunque, en lugar de cuestionar todo, y odiarme por dejarlos
entrar, elegí hacer lo contrario.
 
Me rindo a la inevitable felicidad de ser suya por el resto de la
noche.
 
Apretándome contra Ghost, subo mi mano a su nuca,
guiándolo hacia mí. Se inclina hacia delante, presionando sus labios
firmemente contra los míos. Respirando profundamente, febrilmente.
Gime en voz baja. Me pasa las manos por el cabello, tirando con
fuerza de las hebras, la parte posterior de mi cráneo palpitando de
dolor.
 
Parece que no tengo suficiente.
 
Tras romper nuestro acalorado beso, me vuelvo hacia Jason, y
él lo sabe.
 
Me besa con fuerza, con anhelo. Mucha lujuria. Pasión.
 
Michael me hace girar, agarrando mi mandíbula con firmeza.
Aprieta sus labios contra los míos, agarrando agresivamente mis
caderas, mientras me lleva contra él. Deslizando su lengua en mi
boca, lucha por el control, y gana.
 
Derritiéndome en su interior, me levanta del suelo y me echa
por encima de su hombro. Nos lleva a una habitación, con Ghost y
Jason siguiéndonos de cerca, y luego me baja a la cama. Me agarra
por los tobillos y me pone boca abajo, abriendo los botones de la
entrepierna de mi body.
 
Apretando las sábanas, el peso de su cuerpo desnudo se
apoya en mi trasero y frota la suave punta de su polla por mi
húmeda raja. Michael me penetra con fuerza, y yo lo tomo de golpe,
ahogando un grito en el colchón.
 
Apenas me da la oportunidad de adaptarme a su invasión, se
abalanza sobre mí con agresividad. Me agarra por la nuca y me
inmoviliza. Me estira, y se hunde todo lo que puede, respirando
entrecortadamente con cada empuje.
 
—Joder —gruñe, enredando mi cabello en su muñeca y tirando
con fuerza.
 
Me pone de espaldas y me lleva al borde de la cama, donde
mis piernas se abren para él por sí solas. Me penetra lentamente,
antes de hacerlo con fuerza. Una y otra vez. Sin piedad. Me agarra
de los muslos y me clava los dedos en la piel.
 
Jason se sube a la cama, trabajando su grosor con la mano,
antes de rozar la sonrosada cabeza de su polla contra mis labios.
Me abre la boca con el pulgar y se introduce en ella, mientras mis
labios se abren a su alrededor.
 
Acunando su eje con mi lengua, me folla la boca, con los
dedos apretados alrededor de mi garganta.
 
Un rugido sale de su pecho y su polla se agita. Lamiendo la
punta de su corona, saboreo su sabor, hasta que se sumerge en el
fondo de mi garganta. Una y otra vez. Con náuseas por su grosor,
muevo la cabeza para responder a sus empujones, mientras
Michael continúa con sus despiadadas caricias, haciendo rechinar
sus caderas contra mí.
 
—¿Qué vamos a hacer contigo ahora, pequeña Quinn? —
Pregunta sádicamente Ghost, lanzando una cuerda a la cama junto
a nosotros—. Atarte.
 
Jason se retira de mi boca y asegura la cuerda alrededor de
mis muñecas, atándome con fuerza. Michael me levanta, me coloca
en una nueva posición y me ata las muñecas por encima de la
cabeza. Una vez que asegura la cuerda en un gancho integrado en
el cabecero, sé que me va a tocar.
 
Nunca me he sentido tan indefensa, aunque esto es mejor que
cualquier cosa que pudiera haber pedido. Esta noche, elegí ser
imprudente, y aquí estoy, siendo utilizada y zarandeada como una
muñeca de trapo por dos hombres al mismo tiempo.
 
Por fin, mis fantasías más oscuras cobran vida.
 
Hasta que mis ojos escudriñan la habitación y me doy cuenta
de que Ghost no está a la vista.
 
CAPÍTULO DIEZ
 
 
Michael me desata la cuerda de las muñecas y siento la piel en
carne viva. Por mucho que deseara liberarme por ellas, me contuve.
A pesar de lo increíble que ha sido experimentar con varios hombres
y llevar a cabo mis fantasías, sólo hay un hombre en mi mente.
 
Ghost.
 
Mis pies descalzos no hacen ruido contra el suelo de madera
mientras me dirijo a su habitación. La oscuridad me da la
bienvenida, excepto por la tenue luz de la luna llena que entra por la
ventana. Su cama es enorme, de tamaño king, y el techo es alto.
Las paredes están pintadas de oscuro, y el espacio que nos rodea
parece desnudo, hasta que destaca la gran estantería de la esquina.
 
El sonido del agua corriendo me atrapa desprevenida, y hay
una luz brillante que brilla a través de la ligera rendija de otra puerta
desde el otro lado de la habitación. Al asomarme al cuarto de baño,
empiezo a dudar de mí misma, hasta que la necesidad de verlo se
hace más fuerte.
 
Es al que realmente quiero.
 
La delgada pared de cristal de la ducha muestra el contorno
perfecto de su marco masculino. El vapor y el calor ocupan el
pequeño espacio que nos rodea. Al cerrar suavemente la puerta tras
de mí, me salen gotas de sudor a los lados de la cabeza.
 
Mi ropa cae al frío suelo de baldosas y se acumula a mis pies.
Deslizo las medias de rejilla por la cintura, los muslos y las piernas,
y ya estoy completamente desnuda.
 
Ghost saca la cabeza de la ducha y sus ojos se abren de par
en par al verme. Se queda ahí, con los dedos agarrados al borde de
la fina pared de cristal, completamente inmóvil. Una pasión ardiente
se enciende en sus ojos, y hay una atracción magnética entre
nosotros, que nos atrae.
 
—Ven aquí, pequeña Quinn —dice bruscamente.
 
Me toma en brazos y me mete en la ducha, moviéndonos bajo
el chorro de agua incómodamente caliente. De repente, mi corazón
se hunde. Una sustancia roja y oscura gotea de su cabello revuelto,
tiñendo el agua de rojo a nuestros pies, antes de que se vaya por el
desagüe.
 
Sangre. Mucha sangre.
 
¿Cómo no me di cuenta antes? ¿Cómo he sido tan
inconsciente?
 
Colocando un dedo bajo mi barbilla, levanta mi mirada del
agua manchada de sangre, y mis ojos se encuentran con los suyos.
—Tú hiciste esto, por mí —solté débilmente—. ¿Qué les
hiciste, Ghost?
 
—Ingenua, pequeña Quinn. Vendería mi alma por ti. —
Agarrando mis caderas, me acerca, mientras su gran y gruesa
erección se estremece contra mi estómago—. Si tuviera una.
 
Se inclina y roza sus labios con los míos, tomando mi cara
entre sus ásperas manos. El calor de su cuerpo me produce un
escalofrío y me inclino hacia él, rozando su pecho con las yemas de
los dedos. Apoyando mis brazos sobre sus anchos hombros, mis
dedos se deslizan por su cabello mojado, mientras sus manos
exploran las curvas de mis costillas, caderas y espalda baja.
 
Capta mi gemido en su boca y su suave tacto se convierte en
tanteo y agarre. Me besa con fuerza, de forma exigente. Me hace
retroceder y me aprieta la espalda contra la fría pared de la ducha.
Explora cada centímetro de mi cuerpo, dejando la piel de gallina tras
las huellas de sus dedos.
 
Su lengua empuja a través de la costura de mis labios y
explora mi boca con hambre. Respira con fuerza. Apoyando sus
grandes manos en mi culo, empuja sus caderas contra mí.
Ahogando un gemido en sus labios, me agarro a sus anchos
hombros, tirando de él más cerca, con mis pechos presionados
firmemente contra su pecho.
 
—Joder —gime, arrastrando sus labios hasta mi mandíbula y
bajando hasta mi garganta.
 
Ghost me sube la mano por la columna vertebral, agarrándome
la nuca, mientras chupa, lame y roza con sus dientes mi carne
sensible. Me agarra el pecho con la mano, lo aprieta suavemente y
me recorre el pezón con el pulgar.
 
Se inclina, tomando el capullo fruncido entre sus labios, y el
calor de su boca casi me hace caer de rodillas. Girando y
acariciando mi pezón con la punta de su lengua, gime con fuerza
contra mi piel, devorándome.
 
—Dios, sí —gimoteo, pasando mis dedos por su cabello.
 
Su polla palpita contra mí, se estremece de satisfacción,
mientras me besa hasta el otro lado del pecho, donde me devuelve
el favor. Mis dedos rozan su tonificado abdomen, la forma de V
inferior de sus caderas, y no pierdo tiempo en rodear su polla con
mis dedos.
 
Se estremece, empujando hacia delante, golpeando la palma
de su mano contra la pared para mantenerse firme. Se desliza
dentro de mí y me agarra la mano, gimiendo con fuerza. Su polla
está tan dura que palpita por mí. La desesperación de necesitar
llenarme parpadea en sus ojos.
 
—Por favor —me suplica, temblando—. Estoy tan
malditamente duro.
 
Una vez más, empuja hacia adelante en mi agarre, rozando
sus dientes sobre mi hombro, mordiendo mientras yo chillo.
 
—Joder, nena. Si no me dejas tenerte, ahora mismo, voy a
explotar.
 
—Tómame, Ghost —susurro, mientras me levanta
impacientemente del suelo.
 
Sin perder ni un segundo, me levanta y me rodea la cintura con
las piernas. Coloca la punta de su polla en mi entrada y se hunde
lentamente en mi interior, centímetro a centímetro. Clavando las
yemas de sus dedos en la parte baja de mi espalda, magullando mi
piel, se mueve dentro de mí.
 
Sus caricias se vuelven lentas y tortuosas, mientras su longitud
me consume. Y yo ya estoy ahí, a punto de deshacerme, mientras
mi respiración se entrecorta en la garganta.
 
—He guardado esto sólo para ti —murmuro contra su boca.
 
—Qué buena chica —exhala bruscamente, aumentando la
fuerza con cada empuje.
 
El orgasmo me reclama, mi cuerpo empieza a temblar y grito
de éxtasis. Mis piernas tiemblan mientras aprieto mis caderas contra
él, trabajando mi clítoris al mismo tiempo, hasta que mis gritos se
desvanecen en suaves gemidos.
 
Muchos pensamientos pasan por mi mente, pero sólo hay uno
que destaca.
 
Podría acostumbrarme a esto.
 
Pero esto es sólo por una noche. Sólo una noche. Al
amanecer, se acabó. Y eso es lo que realmente me asusta.
 
 
A través de la ventana, los rayos del sol entran en la
habitación. Ghost me acerca mientras duerme, y los músculos de su
brazo se flexionan al tiempo que su agarre se hace más fuerte.
Apoyando mi cara en el pliegue de su cuello, respiro el persistente y
embriagador aroma de su jabón.
 
Cuando de repente, el miedo me consume. Es por la mañana.
Estoy demasiado apegada. Tengo que irme.
 
Tengo que irme, ahora.
 
Levantando con cuidado su brazo, me alejo sigilosamente,
haciendo lo posible por no despertarlo. De puntillas por la
habitación, me veo en el espejo.
 
¿Qué estoy haciendo?
 
Cierro la puerta en silencio tras de mí y suelto un pequeño
suspiro, odiando cómo me he permitido formar un apego tan
malsano a él. Caminando por el silencioso pasillo, mi corazón
martillea en mi pecho con cada paso, mientras intento no despertar
a nadie.
 
Hasta que me doy cuenta de que no estoy sola.
 
Jason está de pie en la isla de la cocina, sirviéndose una taza
de café, y cuando nota mi presencia, se queda quieto. Y lo sabe.
Coloca la taza en la encimera de granito y frunce el ceño, parece
desanimado por mi decisión de marcharme.
 
—Antes de escabullirte, ¿quieres al menos un café? —
Pregunta con suficiencia.
 
Dejando caer tímidamente mi mirada al suelo, me froto la cara
con las manos. —Mierda —murmuro secamente—. Me imaginé que
todavía estarías durmiendo. Lo siento.
 
—¿Café? —Reitera, con un tono nervioso.
 
—Estoy bien...
 
—Aquí. —Jason camina alrededor de la isla, con los
pantalones de chándal grises colgando de sus caderas. Me da la
cantimplora de café caliente, fijando sus ojos en los míos—. Para
llevar.
 
—Lo siento —suelto con ansiedad, avergonzada.
 
—¿Está despierto?
 
—No —Prácticamente susurro—. Todavía está durmiendo.
 
Su rostro se endurece.
 
—No le va a gustar esto, Quinn —presiona, frotando sus dedos
a lo largo de su mandíbula—. Va a perder la cabeza cuando se
despierte y no estés allí.
 
—Le dije que, al amanecer, se terminaba.
 
Se acerca, tomándome desprevenida.
 
—¿Pero es eso lo que realmente quieres? —Me pregunta.
 
Mi corazón se hunde inmediatamente al pensar en perderlo.
 
Perderlos todos.
 
Sus ojos se estrechan.
 
—Parece que ya te has decidido —señala—. Díselo. Dile lo
que quieres. Lo que sientes.
 
—Sólo fue una noche de diversión —intento convencerme—.
Estoy segura de que se despertará y se olvidará de mí. Así es como
suele funcionar. Realmente tengo que irme.
 
Me dirijo a la puerta principal y me detengo en seco, con la
mano en el pomo. Me doy la vuelta por última vez y nuestros ojos se
fijan en una mirada intensa.
 
—Fue un placer conocerte, Jason —digo.
 
—Lo mismo digo, Quinn —responde con una sonrisa torcida. Y
cierro la puerta tras de mí.
 

 
El olor de una hoguera recorre el aire de la tarde. Mi cabello
ondea libremente al viento, mientras me acomodo ansiosamente un
mechón suelto detrás de la oreja. Mis botas negras de combate
crujen entre las hojas que cubren la hierba.
 
Al subir las escaleras de la biblioteca pública de Salem, una
sonrisa reclama mi cara. Es uno de mis lugares favoritos para
escapar del mundo que me rodea. Apretando mi cuaderno contra mi
pecho, mi mirada recorre la biblioteca mientras busco un lugar
tranquilo para sentarme. Mi mente divaga, y parece que no puedo
sacarme de la cabeza todo lo que pasó anoche. Por mucho que lo
intente, no puedo dejar de pensar en ellos.
 
En Ghost.
 
Haría lo que fuera para recuperar mi condición de solo una
noche.
 
Me siento en la mesa del fondo del edificio y me reclino en la
silla. Abriendo mi novela romántica favorita, respiro las páginas
frescas y crujientes. Ahora, ya no es tan ficción para mí como antes.
Ahora puedo decir que he vivido mis fantasías más oscuras, y no
me arrepiento.
 
Al pasar a la página donde descansa mi marcador, se me pone
la piel de gallina y se me eriza el vello de la nuca.
 
—¿Realmente pensaste que podía dejarte ir?
 
De repente, entra en mi campo de visión, y mi corazón se
agita.
 
—Ghost.
 
Se desliza en la silla, sentándose frente a mí en la mesa en lo
que parece ser un frenesí maníaco. Cabello revuelto, ojos muy
abiertos, con bolsas oscuras debajo.
 
—Llevo demasiado tiempo observándote desde la distancia —
respira.
 
Un fuerte rubor se instala en mi cara, hasta que me doy
cuenta.
 
—¿Me has estado observando?
 
Asiente con la cabeza.
 
—Sí, lo he hecho.
 
—¿Cómo? —Pregunto, mi estómago se hunde
inmediatamente—. ¿Por cuánto tiempo?
 
—Un rato —responde sombríamente.
 
Se me juntan las cejas y suelto un largo suspiro cuando por fin
atengo los cabos. Anoche, cuando se quitó la máscara, me resultó
tan familiar porque ya lo había visto antes. Principalmente, en el
campus, pero también en otras ocasiones.
 
En el parque. El centro comercial. El centro de Salem,
acechando en la distancia.
 
Lo he visto por todas partes.
 
—Y después de tenerte anoche, me quedo con lo que quiero.
Eres mía, pequeña Quinn —suelta lentamente—. Dilo.
 
El tiempo parece detenerse y un repentino escalofrío me
recorre.
 
Y sin ninguna duda en mi mente, obedezco.
 
—Soy tuya.
 
AGRADECIMIENTOS
 
Mamá, gracias por creer siempre en mí. Si estás leyendo esto,
literalmente no tengo palabras. Bienvenida al mundo de los hombres
enmascarados y la obscenidad literaria.
 
Charity Chimni, Como siempre, eres increíble. Realmente has
dado vida a mis visiones. ¿Qué haría yo sin ti?
 
Kayla Lutz, Te aprecio más de lo que nunca sabrás. Gracias
por quedarte hasta tarde conmigo todas las noches, por darme tu
opinión y por animarme en todo momento.
 
Chris, Un enorme agradecimiento por la compra de una
máscara de Ghostface.
 
Equipo Beta/ARC, Su amor y apoyo constantes en mis obras
significan el mundo para mí, y nunca podré agradecérselo lo
suficiente.
 
SOBRE LA AUTORA
 
 

 
La pasión de Molly Doyle por la escritura comenzó en su clase de
inglés de quinto grado. Tras pasarse a una plataforma de escritura
online en 2013, las obras de Molly han conseguido la atención de
más de 43 millones de lectores. Cuando no está viendo
Supernatural, actuando en Haunt Attractions, o bebiendo vino cerca
de la chimenea, está escribiendo novelas de romance erótico y
soñando con convertirse algún día en directora y guionista.
 
Este libro llega a ti gracias a:
TCOD
 
 
Notes
[←1]
Daddy: Papi.
[←2]
Referencia al titulo del libro: Scream For Us.

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