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Estimado lector, antes de seguir adelante, tenga en cuenta que este libro
trata temas extremadamente delicados.

Como el título indica, la religión, es decir, la fe católica, desempeña un


papel importante en este libro, y su representación no debe interpretarse en
ningún caso como una burla de sus principios o prácticas. La Cosa Nostra (la
mafia italiana) y el catolicismo están intrínsecamente relacionados. Las
representaciones religiosas presentes en este libro se utilizan para mostrar
cómo estas prácticas pueden ser distorsionadas para adaptarse a ciertas
necesidades. La Cosa Nostra opera bajo un código de honor, y la Iglesia, con
sus principios intrínsecos, encaja en ese código de honor. Estas
consideraciones no son más que una fachada para la mafia y ayudan a
justificar acciones que de otro modo se considerarían inmorales.

ADVERTENCIAS: abuso de animales, intento de violación, sangre


(gore), abuso de niños, muerte, términos despectivos, abuso doméstico,
armas, violencia gráfica extrema, situaciones sexuales gráficas, situaciones
incestuosas, secuestro, aborto, asesinato, autolesiones, suicidio, violación
descriptiva, situaciones religiosas incómodas, representaciones extremas de
tortura.
UN PECADOR

Marcello Lastra siempre ha querido una cosa: que lo dejen en paz.

Cuando su hermano se suicida, le toca asumir el liderazgo de la famiglia.


Empujado a una guerra de mafias de la que no quería formar parte, debe
conseguir aliados y ser más astuto que sus enemigos.

Una alianza matrimonial podría ser su único salvavidas, pero ¿cómo puede un
hombre con aversión al tacto atarse voluntariamente a otro?

UNA SANTA

Catalina Agosti siempre ha querido una cosa: proteger a su hijo.

Despreciada por su familia por ser "mercancía dañada", Catalina ha estado


exiliada en un convento durante los últimos diez años. Un trágico suceso le
quita todas sus opciones y tiene que buscar la protección de un hombre con un
misterioso pasado.

¿Pero cómo puede Catalina confiar en otro, cuando toda su vida ha sido
traicionada por aquellos que deberían haberla amado?
A medida que Marcello y Catalina navegan por sus nuevas circunstancias, los
errores del pasado resurgen y nuevos secretos tratan de ponerlos en contra del
otro.

Familias en guerras. Alianzas fracturadas. Un asesino en serie suelto.

Y sin embargo...

El mayor enemigo podría ser el que está dentro.

Morally Blasphemous es el segundo libro de la serie Morally Questionable.


Aunque puede leerse de forma independiente, se recomienda leer la serie en
orden.

Advertencia: Morally Blasphemous es un romance de matrimonio arreglado


de fuego lento. Incluye violencia gráfica extrema y situaciones adultas que
pueden ofender a algunos lectores. Por favor, lea las advertencias antes de
continuar.
HACE 10 AÑOS,

Con los dedos temblorosos, agarro mi estómago.

Hay una vida creciendo dentro de mí.

Una vida que me ha sido impuesta…

Un sollozo destroza mi cuerpo al recordar sus dedos helados sobre mí.


Inmediatamente, me levanto y voy directamente al baño, vaciando el
contenido de mi estómago. Tras recomponerme ligeramente, me dirijo al
espejo y examino mi figura. Ya hay un bulto donde antes había estado un
estómago liso. Pronto, no podré ocultar en absoluto mi estado.

No quiero pensar en lo que hará mi padre cuando se entere.

Pase lo que pase, este niño no es culpable de nada, y pienso protegerlo con
mi vida. Por eso he estado esperando el momento para que sea imposible
abortar. Ya han pasado unos cinco meses… cinco deberían garantizar que mi
bebé esté ileso, ¿no?

Me armo de valor y bajo las escaleras antes que mi determinación


desaparezca. Me dirijo directamente al estudio de mi padre y llamo a la
puerta.
—Entra —ladra, y me dirijo al interior. Mi madre y Enzo también están
allí, y espero que tal vez me ayuden—. Catalina, una sorpresa —Mi padre me
mira de arriba abajo con desagrado.

Él ya sabe sobre el incidente. Estuve desaparecida dos días enteros, y para


que una chica de diecisiete años, protegida, haga eso… Ya sabían qué esperar
cuando me encontraron. Desde ese momento, mi padre me había declarado
mercancía dañada. No sé cómo oculté el embarazo hasta ahora, dadas las
circunstancias, pero tal vez fue una pequeña misericordia en el gran esquema
de las cosas.

—¡Habla! —exige y mis manos empiezan a moverse delante de mí.

—Yo… estoy embarazada —susurro y mi cabeza cae, sin querer encontrar


su mirada. Solo escucho un ruido fuerte antes que mi cuerpo sea arrinconado
fuertemente contra la pared.

Mi padre me pone la mano en el cuello y sus ojos brillan de furia.

—Estás embarazada… —Suelta una carcajada sin gracia—. ¿Y te has


dado cuenta ahora? Estúpida.

—Quiero conservarlo —digo, esperando que mi voz tenga suficiente


fuerza. Me da un empujón y caigo de rodillas.

—Quiere conservarlo. ¿Escuchan eso? —Ahora se ríe, una risa maníaca


que me hace estremecer—. Después de todo lo que he hecho por ti, ¿y así es
como me pagas, chica? Podría haber encontrado un marido que pasara por
alto tu falta de virtud, pero un bastardo. Nadie te va a aceptar ahora.

—Por favor… —susurro, sin saber exactamente lo que estoy pidiendo.


—¡Fuera! ¡Fuera! Si no me sirves para nada, más vale que desaparezcas
de mi vista.

—Pero papá… —empiezo, con pánico. Tengo diecisiete años y estoy


embarazada. ¿Cómo voy a arreglármelas sola en la calle?

—Padre, creo que tengo una solución mejor. Una que tampoco manchará
nuestro nombre —Enzo interviene, sus ojos se vuelven hacia mí y me ruega
que me quede callada.

—¡Habla!

—Podemos enviarla al Sagrado Corazón. Puede dar a luz allí y vivir con
las monjas. Si alguien pregunta, podemos decir que tenía inclinaciones
religiosas y que no podíamos oponernos a su recto camino. Entonces nuestro
nombre no solo no sufrirá ningún daño, sino que también seremos alabados
por nuestro espíritu católico —Enzo explica, y mi padre lo considera
durante un minuto.

—Bien. Pero ella nunca volverá. A partir de ahora, ya no es mi hija —


declara, y yo solo puedo suspirar aliviada.

Estaré a salvo. Mi bebé estará a salvo.

Enzo se acerca a mí, ayudándome a ponerme de pie.

—Tranquila, Lina. Te tengo —me susurra cerca del oído, y la tensión de


mis hombros se libera de repente. Me apoyo en él mientras me ayuda a salir
del estudio y a ir a mi habitación—. Deberías empezar a empacar lo esencial.

—Gracias, Enzo. Gracias —Me arrojo a sus brazos—. No solo me has


salvado a mí, sino también a mi bebé. —Sus brazos me rodean con fuerza.
—Esto es solo el principio del camino, Lina. Has tomado una decisión que
afectará toda tu vida, pero no puedo decir que te culpe. —Sacude la cabeza
con pesar.

—Al menos estaré con mi hijo… y a salvo —añado, un escalofrío recorre


mi cuerpo al pensar en ese hombre de ojos ambarinos.

—Me aseguraré de ello, piccola. Cuando me convierta en capo, te


devolveré al lugar que te corresponde. solo… espérame. —Me besa la frente
y se va.

Un convento… Cualquier cosa es mejor que permanecer en esta guarida


de víboras.

Tengo a alguien a quien proteger ahora.


DOS MESES DESPUÉS

No esperaba que Sacre Coeur1 fuera tan… sagrado.

He intentado relacionarme con algunas monjas y novicias, pero se han


mostrado frías conmigo, como si estar embarazada fuera del matrimonio fuera
el mayor pecado del mundo. Después de ser reprendida demasiadas veces,
dejé de intentarlo. Me habían dado mi propio alojamiento en forma de un
pequeño y estéril dormitorio individual. No es gran cosa, sobre todo para una
madre embarazada, pero me habían dicho que ya tenía la suerte de no tener
compañera de piso.

De alguna manera, dudo que haya sido mi fortuna, más bien fue que nadie
había querido compartir espacio con una pecadora.

Hago la cama con cuidado antes de salir a desayunar. Como de costumbre,


todas las mujeres me dirigen miradas gélidas, así que tomo mi bandeja y me
dirijo hacia la parte trasera del comedor. La comida que sirven no es la
mejor… pero supongo que a estas alturas no puedo ser exigente. Tengo un
techo sobre mi cabeza y puedo conservar a mi bebé. Nada más importa. En
algún momento me acostumbraré a las normas.

Ocupándome de mis asuntos, me sobresalta el sonido del metal


deslizándose contra mi mesa. Levanto un poco la cabeza y veo a una niña
pequeña que me mira vacilante.

—¿Puedo sentarme aquí? —me pregunta en voz baja, con la


incertidumbre reflejada en su rostro.
1
Sacre Cour. Sagrado Corazón en Francés.
—Por supuesto —respondo inmediatamente. Me sonríe tímidamente y se
sienta tranquilamente frente a mí.

Es joven, probablemente de unos ocho o nueve años. Lleva un uniforme


azul oscuro, similar al de las otras niñas de su edad. Su cabello es tan rubio
que es casi blanco, lo que contrasta con su tono de piel oliva. Una
combinación poco habitual. Sus ojos, sin embargo, son el tono más claro de
marrón que he visto en mi vida. Tiene unos rasgos impresionantes y, sin duda,
se convertirá en una belleza. Pero también hay algo más. Un círculo rojo
manchado estropea su piel en el lado derecho, extendiéndose desde la parte
superior de la ceja y llegando a la línea del cabello.

Noto que su sonrisa tensa tiembla un poco ante mi mirada, y me doy


cuenta que la he estado mirando. Le hago una suave inclinación de cabeza,
esperando aliviar sus temores para que sepa que no la voy a juzgar por su
aspecto.

Comemos en silencio y no puedo evitar oír voces en voz baja a nuestro


alrededor, algunas de las cuales mencionan a la puta de Satanás y al hijo del
Diablo. Por supuesto, sé de quién hablan. La chica que tengo delante
probablemente esté igual de marginada.

—¿Cómo te llamas? —le pregunto.

—Assisi —responde después de masticar su comida y tragar.

—Yo soy Catalina.

No responde, pero sus rasgos parecen más relajados.


Después de terminar mi comida, me levanto para guardar mi bandeja.
Inmediatamente, Assisi se levanta también de su asiento y me sigue.

—¿Puedo ir yo también? —pregunta con la misma voz tranquila. Frunzo


el ceño.

—¿A dónde?

—A donde tú vayas —Se encoge ligeramente de hombros. Una mirada a


su alrededor y puedo ver cómo las otras mujeres la miran fijamente.

Pobre niña…

—Por supuesto —le digo y, para demostrarle que está a salvo conmigo, le
tomo la mano. Parece un poco sorprendida por el contacto, pero en lugar de
rehuir, se ajusta más a mi cuerpo.

Le enseño mi habitación y se maravilla que viva sola. Me dice que sus


dormitorios tienen diez camas que siempre están llenas. Me sorprende.
Seguramente eso no puede ser legal. Sin embargo, no lo comento, ya que está
claro que esto es todo lo que ha conocido Assisi.

Sintiendo un poco de dolor en la parte baja de la espalda, me dirijo a la


cama para descansar un poco. La mirada de Assisi se centra en mi vientre y
frunce el ceño.

—¿Por qué tienes la barriga tan grande? —me pregunta finalmente.

—Estoy esperando un bebé. —Sus ojos se abren de par en par.

—¿Un bebé? —Se apresura a llegar a mi lado y mira mi bulto con


asombro—. ¿Allí?
Asiento con la cabeza, tomando su mano y poniéndola sobre mi vientre.
Justo en ese momento, mi niña decide dar una patada. Assisi retira su mano,
con una expresión de sorpresa en su rostro.

—¿Cómo vive el bebé ahí? —pregunta, casi horrorizada.

—Es una niña. Y vive aquí dentro a través de mí. —Hago lo posible por
explicarle la biología a una niña, casi olvidando que yo tampoco soy mucho
mayor que una. Tuve suerte que Enzo no tuviera las mismas opiniones
anacrónicas que mi padre. Me consiguió una cita con el ginecólogo para
comprobar la salud de mi bebé justo antes de trasladarme al Sacre Coeur.
Descubrí que estaba embarazada de una niña sana y pude escuchar los latidos
de su corazón.

—¿Así que vas a ser madre? —me pregunta, acercando su oído a mi bulto
y tratando de escuchar los sonidos del bebé.

—Sí —respondo, sin darle demasiada importancia a su pregunta. Ella


levanta la cabeza lentamente, con los ojos bajos.

—Nunca he tenido una madre —susurra—. Ella no me quería.

—Cariño. —Tomo su mano y la aprieto, tratando de ofrecerle mi


consuelo.

—¿Puedes ser mi madre también? —Sus hermosos ojos están llenos de


esperanza mientras me mira.

—Cariño, no puedo ser tu madre —empiezo, y su rostro cae


inmediatamente—, pero puedo ser tu hermana —añado rápidamente.

—¿De verdad?
—De verdad.

—Gracias. —Estira sus brazos y me abraza. Mis brazos rodean su


pequeño cuerpo y me aferro con fuerza.

Ahora las dos estamos en el mismo barco.

No deseadas.

Odiadas.

Pero al menos ya no estamos solas.


Deja toda esperanza, tú que entras

—Dante Alighieri, Inferno Canto III


HOY

Llevo sentado en la tumba de Tino lo que parece una eternidad.

Diez años… No había visto a mi hermano en diez años. Y ahora está


muerto. En esta vida, he tenido muchos remordimientos. ¿Qué más hay que
añadir al montón? Con una última mirada, me levanto para irme.

No muy lejos, veo a Vlad, con las manos en los bolsillos, esperándome.

—Vlad. —Inclino la cabeza, sabiendo que su presencia aquí no me traerá


ninguna buena noticia.

Pensaba que, con la muerte de Jiménez, todo terminaría. Me equivoqué.


Todo acaba de empezar.

—Capo Lastra. —Me sonríe, y mi labio se tuerce de molestia.

—¿Qué pasa? —pregunto.

—Tienes que recuperar tu posición, amigo mío. La guerra se acerca. —


Me burlo de su elección de palabras.
—No me interesaba hace diez años, ni me interesa ahora —respondo y
paso junto a él.

—¿Y tus hermanas? —me pregunta, y me detengo en seco, girándome


ligeramente.

—¿Qué pasa con ellas? —Tengo dos hermanas, Assisi y Venezia. Ambas
jóvenes… demasiado jóvenes para conocer la crueldad del mundo.

—Serán juego limpio para cualquiera que busque legitimidad. ¿Todavía


no es asunto tuyo?

—Se las arreglarán —miento, sabiendo que no hay manera que alguna vez
se las arreglen.

Hubo una razón por la que dejé esa vida atrás hace una década. Había
hecho algunas cosas que incluso ahora me impedían dormir por la noche.

—Sabes que no lo harán. Venezia tiene qué… ¿quince años? —pregunta


Vlad con indiferencia, y tengo que apretar los dientes.

Era una niña pequeña cuando me fui. Apenas la recuerdo. Pero tiene
razón. Si no intervengo, serán presa fácil.

Por mucho que quiera fingir que las últimas semanas no han pasado, que
sigo siendo Marcel Lester, y que Tino sigue vivo y bien… no puedo.

—Me mudaré pronto a la casa —me rindo.

—Sabía que entrarías en razón. —Vlad me sonríe—. Los Gallagher ya


han hecho su primer movimiento. Ya sabes lo que tienes que hacer.
—Lo sé. Me pasaré por casa de Enzo y haré las paces con él, ahora que
sabemos quién mató realmente a Romina.

—No estaba hablando de eso… —Vlad levanta los ojos para mirarme—.
Debes consolidar una alianza. Un matrimonio.

—Venezia es demasiado joven, y Assisis pronto tomará sus votos —añado


inmediatamente.

—No me refería a ellas.

—No puedo casarme. Tú mejor que nadie deberías saber por qué —
enfatizo.

Mi pasado me ha ensuciado. Ni siquiera puedo soportar el toque de una


mujer sin retroceder con asco. Nunca podría casarme.

—Debes hacerlo. Es la única manera —Vlad insiste.

—Solo hay una mujer con la que consideraría casarme. Y se ha ido. —


Levanto la cabeza y cierro los ojos por un segundo, evocando su rostro.

—Exactamente. Se ha ido. Lo que significa que debes casarte con quien te


proponga Enzo. Tienes que darte cuenta que los tiempos están cambiando. —
Vlad está siendo más contundente de lo que nunca le he visto.

—No voy a eludir mi responsabilidad… aunque sea por mis hermanas.

—Puede ser un matrimonio solo de nombre. Ya se ha hecho antes —añade


y yo gruño. Un matrimonio solo de nombre es el único del que soy capaz.

—Si eso es todo… —digo y me muevo para irme.


—No. —Vlad empuja una carpeta delante de mí. Frunzo el ceño.

—¿Qué es esto? —añado, curioso sobre qué más tiene Vlad bajo la
manga.

—Tu primera misión como capo. —Tomo el archivo y lo abro.

Es un informe del FBI, documentando asesinatos en serie. Hojeo las


páginas y siento un nudo apretando mi estómago.

—¿Desde cuándo lo sabes? —pregunto, con la voz temblorosa por la


alarma.

—Desde hace bastante. —Se encoge de hombros y señala la última


página.

5 de mayo, Filadelfia

—Esto es del mes pasado —digo mientras miro los horribles detalles. El
asesinato es el de una familia con dos niños. Las imágenes son grotescas,
mostrando a los adultos con los miembros sembrados de los niños y
viceversa.

—Esto no puede ser Quimera —digo con seguridad.

—Tienes razón. Pero si no es Quimera, ¿quién es? —Vlad frunce los


labios. Desvío la mirada y respiro profundamente.

Nuestros pecados siempre nos alcanzan. Y los míos me han estado


persiguiendo durante mucho tiempo.
CINCO AÑOS DE EDAD

—Puedo quedármelo, ¿no? —Miro la expresión desinteresada de mamá,


rogándole en silencio que diga que sí.

Con madre, nunca sabes lo que vas a conseguir. A veces creo que está de
buen humor, pero el mero hecho de pedir un abrazo puede hacerla estallar. La
última vez no fue bonito. Me había magullado la rodilla y quería un poco de
consuelo… No sé por qué. A veces solo quiero un poco de contacto humano.
Ella dijo que sí, inicialmente, pero un segundo después me empujó y me tiró
al suelo, diciendo que es un pecado que un hijo toque a su madre.

Es así de imprevisible. Pero he aprendido a mantenerme alejado de su


presencia, sobre todo porque no quiero que me regañen por pecar todo el
tiempo. Ni siquiera entiendo exactamente qué es el pecado, pero mamá dice
que lo hago.

Y teniendo en cuenta su reacción, debe ser realmente malo.


Tal vez sí peco… pero ¿por qué no puede enseñarme a no hacerlo más? Si
no es ella, no sé quién más. Mi hermano tiene veinte años… Creo que es
mucho. Pero no le gusta hablar conmigo. Suele limitarse a asentir con la
cabeza y marcharse. Y mi padre… Simplemente soy feliz cuando no me nota.
Sinceramente, hace tiempo que quiero aprender a no pecar. Mi madre dice
que, si no lo dejo ahora, pecaré aún más cuando sea mayor.

No quiero pecar cuando sea mayor. Quiero ser normal… Y tal vez si no
peco, también le guste a mamá.

—Claro. —Ella echa una mirada al cachorro que tengo en brazos y se


encoge de hombros.

Acabábamos de volver de una reunión de padres y profesores en mi


guardería cuando vi una pequeña bola de pelo en la puerta de mi colegio. Lo
metí en mi chaqueta y le di algo de comer. Todo este tiempo había estado
esperando con preocupación, pensando que ella diría que no. Pero aceptó. No
puedo evitar sonreír al pensar en ello, abrazando el pequeño cuerpo peludo
más cerca de mi pecho.

Creo que le gusto al cachorro. Y ahora, como mamá dice que puedo
quedármelo, ya no estaré solo. Tendré un amigo.

Siempre he querido tener un amigo. Otros niños de la guardería tienen


amigos, pero nunca me hablan. Me dijeron que sus padres les advirtieron que
no se volvieran demasiado amistosos conmigo porque mi padre es un hombre
malo. Sé que mi padre es malo, pero yo no lo soy. He intentado decirles eso,
pero me han ignorado.
A veces peco, pero trato de ser un buen chico. Sobre todo para no enojar a
mamá.

Mamá pone los ojos en blanco y me lleva hacia el coche, donde nos espera
el chófer.

El trayecto a casa no dura demasiado, pero mamá no deja de sujetar su


collar de cruces en la mano y susurrar algo. Intento no pensar en ello, ya que
da miedo cuando susurra cosas.

Cuando llegamos a la casa, me apresuro a salir del coche, llevándome al


cachorro. No quiero esperar a que mamá cambie de opinión o, peor aún, a que
tenga uno de sus ataques. Me dirijo inmediatamente a mi habitación y cierro
la puerta.

Nuestra casa es enorme. A veces me pierdo en ella, pero trato de no vagar


demasiado. Mi padre ya me ha echado la bronca por ir por donde no debo. Mi
habitación está en el tercer piso, pero soy el único que vive allí y da un poco
de miedo.

Mi hermano, Tino, solía vivir aquí también. Ahora, rara vez viene a casa.
Pero siempre me trae una barra de chocolate cuando viene. Me gusta eso…
aunque no me hable, al menos recuerda que existo.

Una vez intenté bajar, pero algunas zonas están prohibidas, especialmente
el sótano. Sin embargo, tengo mucha curiosidad. Tengo curiosidad desde que
escuché a algunas criadas hablar de ello. Tampoco se les permite ir allí. Una
vez intenté ir al sótano, pero los hombres de mi padre me lo impidieron.

Padre tiene muchos hombres que obedecen sus órdenes, y siempre están
alrededor de la casa. Me dijo que había monstruos en el sótano y que podrían
hacerme daño. No sé por qué, pero no lo creo. Si hay monstruos allí, ¿por qué
se les permite ir? ¿Acaso los monstruos no les hacen daño a ellos también? O
tal vez los monstruos prefieren a los niños… No lo sé, pero no creo que
quiera arriesgarme.

Y no es solo el sótano.

Tampoco se me permite estar en el primer piso. Ahí es donde viven papá y


mamá. Madre me ha dicho que no quiere atraparme allí, o que me
arrepentiría. Sin embargo, no dijo nada sobre monstruos. Pero sería raro que
vivieran con monstruos, ¿no? ¿Cómo podrían sobrevivir a eso? A menos que
también sean monstruos. Pero sé que no lo son. Porque si fueran monstruos,
yo también lo sería. Y no lo soy… Al menos no lo creo. Sé que mi madre dice
que peco mucho, pero no creo que sea tan diferente de otros niños.

Simplemente no tengo amigos.

Me desabrocho la chaqueta y con cuidado saco al cachorro para colocarlo


en el suelo. Me mira con los ojos muy abiertos y no puedo evitar sonreírle. Da
un pequeño ladrido y luego corre por la habitación, inspeccionando cada
rincón. Su cuerpo es muy pequeño y su pelaje es de un cálido tono marrón.
Mientras lo observo correr con energía alrededor de mi silla, pienso en un
nombre.

Debería tener un nombre.

Me ladra un par de veces y supongo que quiere atención. Vuelvo a


tomarlo y le acaricio con mi mejilla. Es entonces cuando huelo algo malo. No
sé qué es este olor, pero el cachorro apesta. Probablemente porque ha estado
viviendo en la calle.
—¡Vamos a limpiarte! —le digo. Mueve la cabeza y acerca la nariz a mi
pie, como si me entendiera. Tal vez lo haga—. Te sentirás mejor cuando estés
limpio. Siempre lo hago. —Abro la puerta del baño y, como no puedo llegar
al lavabo, dejo caer al cachorro en la bañera.

Me quito la ropa y la doblo para que no se moje antes de entrar con él.

Pongo la temperatura del agua en caliente y limpio al cachorro, echándole


una buena cantidad de champú y enjuagándolo bien. El cachorro no parece
muy contento e intenta saltar fuera de la bañera un par de veces. Frunzo el
ceño y trato de decirle en tono severo que no puede hacer eso.

De alguna manera, deja de estar tan inquieto y eso me hace sonreír. Creo
que tengo un cachorro amistoso.

Volviendo al nombre… Sigo pensando en ello mientras lo limpio, y solo


se me ocurre una cosa. Será mi primer amigo… mi primer amico2. Por eso
debe llamarse Amico.

Satisfecho, tomo una toalla y trato de secarle antes de hacer lo mismo


conmigo. Sin embargo, Amico sale corriendo de la habitación antes que
termine.

Intento apresurarme todo lo que puedo y, cuando lo alcanzo, lo tomo en


brazos.

—A partir de ahora, tu nombre es Amico.

No creo que padre lo apruebe.

2
Amico. Amigo escrito en italiano.
Sin embargo, no me preocupa que mamá se lo diga, ya que probablemente
ya lo haya olvidado. En los días posteriores a la adopción de Amico, veo a
madre pocas veces por la casa, pero no se fija en mí.

Aunque no pasa nada. Suele ser así.

Y como ella toma la mayoría de las comidas en su habitación, no hay


realmente ninguna razón para que nos encontremos.

A las criadas también les gusta Amico, y a veces le dan comida a


escondidas. Una de ellas incluso le consigue golosinas para perros. Me siento
mal, ya que no puedo permitirme comprarle a Amico comida para perros de
verdad, y normalmente se queda con mis sobras. Pero todavía no se ha
quejado.

Hace tres días que tengo a Amico y no sé cómo me las arreglaba antes. Es
tan diferente tener a alguien con quien hablar, aunque Amico no pueda
responder.

Y es tan juguetón… siempre tiene ganas de correr.

—Signorino3 Marcello —me llama Amelia, una criada, desde el pasillo.


Es una de las pocas que me pregunta cómo estoy. Sé que es su trabajo, pero se
siente bien.

3
Signorino. Señorito en italiano
—Melia. —Me acerco a ella y levanto la vista, con curiosidad por saber
por qué quiere hablar conmigo. Amico está acurrucado en mis brazos y hace
un pequeño ruido.

Ella mira al cachorro con una expresión casi triste.

—El Signor está en casa. Ten cuidado —me dice en voz baja, antes de
dirigirse a las escaleras y volver al trabajo.

Suspiro profundamente, ya incómodo por la idea. Había imaginado que


padre estaría fuera mucho más tiempo. Rara vez viene a casa.

Vuelvo a mi habitación para dejar a Amico, esperando que padre vuelva


rápidamente a sus asuntos como de costumbre. No sé qué pasará si se entera
que he traído un perro a casa. Tiene reglas estrictas…

Abro la puerta y me agacho para dejar a Amico. Apenas lo suelto se lanza


al pasillo y baja las escaleras.

—No… —Mis ojos se abren de par en par con horror y corro tras él.

Lo veo bajar de un salto unas escaleras y yo hago lo mismo, intentando


alcanzarlo. Pero él es más pequeño y rápido que yo. Se precipita hacia el
segundo piso, y yo me horrorizo.

No… es el primer piso. Corro aún más rápido tras él, necesitando
alcanzarlo antes de… antes de…

Amico grita de dolor.


Me detengo, mis ojos viajan hacia arriba, observando la forma de mi
padre mientras sujeta a Amico por la nuca de una manera desagradable. Se
burla de él antes de centrarse finalmente en mí.

Trato de ocultar mis sentimientos, ya que he aprendido que padre


desprecia la debilidad por encima de todo. Su boca se curva en una media
sonrisa retorcida, sonriéndome.

—¿Esto es tuyo, chico? —me pregunta con su habitual desparpajo. solo


puedo asentir—. Palabras, chico, palabras. —Su tono es cortante esta vez, y
casi temo haberle enojado.

—Sí, señor. Es mío —respondo. Se ríe por un segundo antes que sus
rasgos se queden en blanco.

Me da la espalda y se dirige al final del pasillo, con Amico todavía en su


poder.

No debería estar en este piso…

—¿Señor? —me armo de valor para preguntar, dando un paso adelante


con vacilación.

—Sígueme. —Su voz retumba en el pasillo vacío, y me armo de valor.


Continúo caminando tras él, intentando controlar el temblor de mis miembros
para que no se dé cuenta del miedo que tengo.

Amico es lo único que importa ahora.

Padre se adentra en el ala, y es una zona que nunca he visto antes.


Finalmente se detiene frente a una puerta y la abre sin cuidado, entrando. Yo
hago lo mismo.
Es una habitación ossacerdote, solo iluminada por el millón de velas que
rodean las paredes. Hay una pared llena de cruces. Frente a ella hay una mesa
que alberga una especie de maletín. Madre está en el suelo arrodillada, con la
frente inclinada hacia la mesa, un pañuelo negro cubriendo su rostro. Está
susurrando algo.

No me gusta cuando susurra.

—Liliana. —En el momento en que madre oye la voz de padre, se


escabulle, golpeando la mesa.

—Giovanni… ¿Qué estás haciendo aquí? —Intenta valientemente poner


una sonrisa, pero está tan asustada como yo.

Padre levanta la mano sosteniendo a Amico y le da un golpe en el rostro.

—¿Quieres decirme qué es esto?

—Yo… —ella empieza, pero frunce el ceño, sus ojos se mueven de padre
antes de posarse en mí. Su rostro se frunce en un profundo ceño mientras se
dirige a mí—. ¿No te dije que no?

—Pero… Ella dijo que sí… lo hizo.

—¿Así que desobedeciste a tu madre? —Padre se hace cargo


inmediatamente, mirándome.

—No… —susurro, manteniendo la mirada baja, sin saber qué responder.

¿Cuál es la respuesta correcta? Si digo que mi madre me permitió


quedármelo, la meteré en problemas. Pero si digo que he desobedecido…
¿Qué me pasará?
—¡Habla! —Padre ordena.

—Yo… quería un amigo —admito, esperando que esta respuesta fuera


buena.

No lo es.

—¿Querías un amigo? —La voz de padre adopta un tono siniestro


mientras se ríe de mí. Agacho la cabeza. Todavía puedo ver por el rabillo del
ojo que Amico lucha en el agarre de padre. Debe estar sufriendo.

—Amico… —Levanto la vista cuando mi padre arroja de repente al


cachorro a mis pies. ¡Amico! Inmediatamente me abalanzo, levantando a
Amico en brazos y tratando de consolarlo lo mejor que puedo.

—Quería un amigo… Incluso le puso el nombre de Amico…—Padre


sacude la cabeza, mirando esta vez hacia madre. Su cara está inexpresiva
mientras mira fijamente al cachorro.

—Respuesta equivocada, chico —Padre da un paso hacia mí, su mano va


directa al cuello de mi camisa. Me acerca para que su cara quede justo delante
de la mía—. solo hay dos respuestas. O tu madre te dijo que no, y tú
desobedeciste. O tu madre te dijo que sí, y está mintiendo. ¿Cuál es? —Madre
tiene una expresión de horror en su rostro al escuchar a padre hablar, y creo
que teme lo que le espera si elijo la segunda opción. Así que no lo hago. Elijo
la primera.

—Desobedecí —susurro.
—Bien. Estamos llegando a algo. Desobedeciste porque querías un amigo.
—No suelta mi camisa y su mirada seria se posa en mí—. Hay que castigarte,
chico.

Asiento con la cabeza, porque ¿qué otra cosa puedo hacer? Sabía en lo
que me estaba metiendo… Lo sabía y, sin embargo, me arriesgué.

Se mueve de repente y yo me estremezco, cerrando los ojos. Esperaba que


me golpeara.

No lo hace.

Abro lentamente un ojo y veo que mi padre me mira pensativo.

—Tengo el castigo justo para ti, chico. Uno que te recordará que nunca
más debes desobedecer.

Se acerca despreocupadamente a la mesa que hay detrás de mi madre y


toma una cruz… o lo que parece una cruz, porque un extremo está afilado.
Padre prueba el filo de la hoja, y yo tiemblo de miedo. ¿Me va a cortar?

Instintivamente me hago un ovillo, abrazando mis rodillas y sosteniendo a


Amico contra mi pecho.

—Entonces, muchacho. Tienes que elegir. O aceptas tu castigo, o debo


creer que tu madre mintió. Y si ella mintió… —Su mirada se desvía hacia
ella, y se queda petrificada.

Me relajo lentamente.

—Aceptaré mi castigo, señor —digo lentamente y espero mi castigo.


—No es tan fácil. Tu castigo será deshacerte de esa plaga que llevas. —
Hace un gesto hacia Amico, y mis ojos se abren de par en par en señal de
comprensión.

—No… —susurro, e intento arrastrarme para alejarme de él.

—¿No? —pregunta él, divertido—. Bien. —Se encoge de hombros, se


levanta y se vuelve hacia mi madre.

Aunque está aterrorizada, no se mueve de su sitio. Tranquilamente le da la


espalda a mi padre y se desabrocha la bata para que le caiga hasta la cintura.
Ni siquiera veo a mi padre moverse para tomar un trozo de cuerda. Mi mirada
está clavada en la espalda de mi madre. Incluso con la escasa iluminación de
la habitación, puedo ver que su piel está destrozada, apenas un centímetro de
piel sin manchar.

Ella ya se ha resignado.

Justo cuando padre está a punto de golpear su espalda desnuda, grito.

—Lo haré. —Me tiembla la voz. No sé qué me llevó a elegir perdonar a


madre, cuando sé que ella nunca habría hecho lo mismo por mí. Pero lo hice.
Mis ojos se dirigen a Amico, que me mira con sus grandes ojos de cachorro.
Puedo sentir las lágrimas en mis ojos al darme cuenta de lo que he elegido.

Mi padre se acerca de nuevo a mí y pone el cuchillo en mi mano,


envolviendo mis dedos alrededor de él.

—Para una muerte rápida, siempre se va a la yugular —menciona.

Sigo mirando a Amico, tratando de convencerme a mí mismo. Sé que


estoy dudando cuando dije que lo haría, pero no sé si puedo.
—Liliana, no te vistas todavía —dice padre con un deje de advertencia en
su voz.

Mi mano tiembla incontrolablemente mientras acerco el cuchillo a la


garganta de Amico. Padre cubre mi mano con la suya.

—¡Hazlo! —ordena, su agarre se hace más fuerte hasta un punto doloroso.


Guía mi mano y con un golpe del cuchillo, la sangre brota de la garganta de
Amico, fluyendo por mi mano y cubriendo mi ropa.

No puedo moverme. Me quedo de pie, viendo a Amico luchar por un


segundo, antes de morir por mis manos.

Mi padre se ríe.

—Quizá aún pueda hacer algo de ti —añade antes de salir y cerrar la


puerta tras de sí.

Acuno el cadáver de Amico entre mis brazos, dejando por fin que las
lágrimas fluyan. En mi cabeza, sigo pidiendo perdón, sabiendo que no hay
nadie que lo conceda.

Debo haberme quedado así durante un rato, meciéndome de un lado a otro


con el cuerpo de Amico, rogándole en silencio que me perdone, cuando
madre me empuja de repente al suelo.

Caigo de espaldas y mi atención se centra finalmente en ella. Tiene una


mirada enloquecida mientras sostiene una botella en la mano y una cruz en
otra.
—Limpiar… debes limpiar el pecado —Sigue repitiendo mientras me
rocía con el agua y me golpea con la cruz. Me pongo en posición de defensa,
y ella me golpea sobre todo los brazos y las piernas.

No sé cuándo deja de hacerlo, ni cómo acabo en el patio trasero, cubierto


de sangre y moratones e intentando dar a Amico un entierro adecuado.

Pero hay una cosa que aprendí ese día.

Soy un monstruo.

Soy un pecador.

Y no hay redención.
HOY,

De pie frente a la mansión de los Lastra, tengo que endurecerme contra los
recuerdos no deseados que vuelven a aparecer. Nunca pensé que tendría que
volver aquí, nunca más.

Cuando finalmente escapé de esta vida, decidí que era para siempre.
Debería haber sabido que alguien como yo nunca puede huir del todo.

Ya ha pasado una semana desde la muerte de mi hermano. Tengo que ser


sincero conmigo mismo. La muerte de Tino me había golpeado fuerte. Más
duro de lo esperado, teniendo en cuenta que nunca habíamos sido cercanos.
Sin embargo, me había hecho un gran favor, por lo que se había ganado tanto
mi respeto como mi lealtad.

Es curioso cómo me había visto atrapado entre esa lealtad y mi amistad


con mi mejor amigo, Adrián, al que acabé traicionando.

Y por mi culpa, ahora está postrado en una cama de hospital, sin saber si
despertará. Bianca, su mujer, me había prohibido visitarlo. Dado lo que había
hecho, me lo merezco. Aun así… duele no estar al lado de mi amigo cuando
me necesita. Aunque había hecho un daño irreparable a nuestra relación,
todavía tengo la esperanza que algún día pueda enmendarlo.

Algún día.

Ya sudando, me quito el abrigo y lo doblo bien en mi brazo. Asintiendo a


dos de los guardaespaldas, me dirijo a la puerta y llamo al timbre. Aparece
una mujer mayor y me mira con el ceño fruncido. Por supuesto, nadie me
reconocería. Ha pasado demasiado tiempo.

—Soy Marcello —digo y veo cómo su rostro se transforma en una


sonrisa.

—¡Signor! Venezia estará muy contenta de saber que por fin está aquí.

—¿Por fin?

—Sí, el Signor Valentino nos dijo que iba a volver. Es una pena que haya
muerto. Que descanse en paz —La mujer dice mientras hace la señal de la
cruz con sus manos—. Pase, pase. —Me hace pasar al interior del gran salón,
y tengo que respirar profundamente para apagar los recuerdos no deseados.

Los gritos… El dolor…

—¿Cómo te llamas? —le pregunto, más por cortesía que por otra cosa.

—Amelia, Signor4.

—Amelia… —digo su nombre, recordando de repente algo—. ¿Esa


Amelia?

4
Signor. Señor en italiano.
—Sí, Signor. Me volvió a contratar su hermano, pero fue después que
usted se fuera —Ella confirma, y yo me siento ligeramente más tranquilo.

—¿Eres… mi hermano? —Una voz suave pregunta desde lo alto de la


escalera.

Levanto la cabeza y veo a una mujer joven, que me mira casi con timidez.
Lleva un vestido largo y azul, su cabello caoba rizado está sobre los hombros.
Tiene un rostro en forma de corazón, con fuertes pómulos y un par de ojos
avellana rasgados.

Es idéntica a su madre.

—Tú debes ser Venezia. —Relajo mis facciones en una agradable sonrisa.
Lo último que quiero es asustar a la chica.

—Sí. —Asiente con la cabeza antes de dar un paso, y luego otro, hasta
quedar a la altura de Amelia y yo.

—Signorina.5 —Amelia se preocupa por Venezia, y está claro que tienen


una estrecha relación.

—Has crecido mucho —añado, tratando de encontrar un tema adecuado—


. Lo último que recuerdo es que eras así de alta. —Muevo la mano para
mostrar que solo me llegaba al muslo la última vez que la vi… cuando tenía
unos cinco años.

—De eso hace diez años —Ella dice, pero inmediatamente baja la mirada
al darse cuenta de su tono.

5
Signorina. Señorita en italiano.
—¡Signorina! —La voz indignada de Amelia reprende.

—Sé que he estado fuera mucho tiempo. Pero ahora estoy aquí. Y
cumpliré con mi deber por esta familia.

—¿De verdad? —Venezia me suelta grita, sus ojos entrecerrados—.


¿Como hiciste con mi hermana? Dime, ¿me enviarás a mí también?

—Signorina Venezia, su hermano tenía buenas intenciones —Amelia


intenta intervenir, pero Venezia no se detiene.

—¿Tenía buenas intenciones cuando la llamó hija del diablo y la entregó


a un convento? —Su voz está llena de malicia al enfatizar lo de hija del
diablo.

Tengo que cerrar brevemente los ojos ante su acusación. ¿Cómo puede
saberlo? La diatriba de Venezia continúa, y sé que tengo que hacer algo al
respecto.

—¡Basta! —Mi voz retumba y las dos mujeres se callan, con los ojos muy
abiertos mientras me miran fijamente—. La última vez que lo comprobé
estabas bajo mi tutela, Venezia. Y ahora soy el jefe de esta familia, así que
harás bien en respetar mi autoridad. Tienes razón. Envié a tu hermana lejos.
Sería bastante fácil hacer lo mismo contigo —Venezia abre la boca para decir
algo, pero yo continúo—. Qué tan fácil sería todo si no tuviera que
preocuparme por ti… —digo musitando.

Venezia palidece al darse cuenta que podría estar hablando en serio, y


murmura algo.
—Después de todo, me parece que tus modales son bastante escasos. Tal
vez una escuela de formación sería suficiente.

—¡No puedes hacer eso! —exclama, acercándose. Me doy cuenta que está
furiosa por la idea.

—Depende de ti, en realidad. —Me esfuerzo por parecer desinteresado en


su destino mientras enumero sus opciones—. Pero si te comportas… podemos
llevarnos todos bien, ¿no?

Me mira desafiante durante un segundo, antes de admitir su derrota.

—Sí.

—¿Sí qué, Venezia?

—Sí, señor —añade dócilmente antes de subir corriendo las escaleras.

Me vuelvo hacia Amelia, pero me mira con decepción en los ojos.

—Pensé que era diferente. Señor —dice antes de marcharse también.

Solo en el gran salón, respiro profundamente.

Yo también pensaba que era diferente…

Hasta que no lo fui.


La casa sigue siendo como la recuerdo… Y ese es el problema.

Llevo un pequeño equipaje a una de las habitaciones de invitados de la


planta baja, pensando que esto sería suficiente por ahora. No tengo muchas
cosas. Es una costumbre desde el día en que me escapé. Deshago el equipaje
y saco unas cuantas camisas y pantalones, y una pequeña bolsa de artículos de
aseo para ponerla en el baño contiguo.

Las ganas de huir casi me abruman, pero tengo que recordarme que lo
hago por mis hermanas. Tengo que garantizar su seguridad, sobre todo porque
un vacío de poder como la muerte de Tino las convertiría en moneda de
cambio en una posible adquisición. Con Venezia tan joven, y Assisis todavía
en el noviciado, las probabilidades que estén en peligro son demasiado altas.
No importa el plan que Vlad sugirió…

Pero hay cosas que hacer.

Por mucho que me asuste mi posición actual y lo que conlleva, también la


necesito por sus recursos. Para iniciar los planes de sucesión, me había
reunido con los abogados y contables de Tino y me habían remitido los
documentos para que los revisara. También me habían dado una lista con
todas las personas que estaban antes bajo el mando de Tino.

Ser Capo no solo significa hacerse cargo de la parte comercial de la


famiglia, sino también ganarse el respeto de la gente de la famiglia. Abogado
de profesión, no soy ajeno a los aspectos legales de la gestión de un negocio.
Aunque me he centrado en el derecho penal la mayor parte de mi carrera,
tengo algo de experiencia en la parte empresarial, lo que debería resultar útil.
Es esta última parte la que me preocupa.
Debo convocar una reunión oficial dentro de la famiglia y presentarme
como capo para que me acepten como nueva autoridad. Sin embargo, Tino se
había encargado de todo. Sabía que su fin estaba cerca y se había asegurado
que hubiera suficientes lagunas en el orden de sucesión para que yo fuera la
opción más viable como capo. Eso no significa que no haya oposición.

Mientras repaso la lista de nombres relacionados con la famiglia, no


puedo evitar ver a mi tío, Nicolo, como Consigliere… Puede que no fuera el
monstruo que era mi padre, pero tampoco era un ángel.

Y tendría que tener cuidado con él.

Estoy perdido en mis pensamientos cuando un golpe me llama la atención.


La puerta se abre lentamente y una reticente Amelia me mira en busca de
aprobación. Asiento con la cabeza y ella entra en la habitación.

—Signor —empieza, con las manos moviéndose delante de ella.


Probablemente ya piensa que soy como mi padre.

Por mucho que me gustaría desengañarla de esa idea, no puedo. No soy


tan ingenuo como para pensar que no hay oídos en esta casa. Necesito
mantener un frente fuerte, y si creen que soy un bastardo cruel e interesado,
que así sea. No es que esté muy lejos de la verdad, aunque mis motivos no
son tan egoístas.

—Sí. ¡Habla!

—Yo… —Respira profundamente antes de continuar—. Por favor,


disculpe a la Signorina Venezia. Es joven y voluntariosa, y nunca ha tenido
una mano que la guíe. No lo dijo por maldad.
—Entiendo que tenga una opinión sobre mi ausencia. Eso no justifica su
tono y su falta de modales. ¿Quién se ha encargado de su educación?

—Esa es la cuestión, Signor… nadie.

Frunzo el ceño.

—¿Cómo que nadie?

De nuevo el nerviosismo, como si estuviera tratando de revelar algún


secreto, pero no pudiera decidir aún si lo va a hacer o no.

—El Signor Valentino nunca fue el mismo después de la muerte de la


Signora Romina… Se encerró en sí mismo, y dejó a la Signorina Venezia
sola.

—Eso fue hace ocho años —agrego—. ¿Quiere decir que nadie se hizo
cargo de ella desde entonces?

—Sí, es cierto. —Amelia mira hacia otro lado, claramente desaprobando


el trato que recibe Venezia—. He intentado tomarla bajo mi ala, enseñarle
algunas cosas… pero al Signor Valentino no le gustaba que fuera demasiado
amigable con el personal. No había mucho que pudiera hacer.

—¿Qué está insinuando exactamente?

—La Signorina Venezia es un poco traviesa, pero es solo porque siempre


ha querido algo de atención, y porque nadie le enseñó diferente.

Frunzo los labios, considerando esto por un momento. No me lo esperaba.


Claro, no creía que Tino fuera una figura paterna espectacular, pero siempre
había sido más cálido que cualquiera de nuestros otros parientes. Eso explica
por qué estaba tan molesta por mi ausencia. En su mente, yo solo había sido
una persona más que la abandonó.

—Gracias por su información. Me encargaré de que reciba una educación


adecuada a partir de ahora.

Amelia parece estar a punto de añadir algo, pero luego se limita a asentir y
sale de la habitación.

Supongo que también debo ver lo de una institutriz, ya que no me siento


cómodo con Venezia yendo sola a la escuela. Al menos no ahora, cuando hay
mucho en juego.

Después de terminar de desempacar, salgo de casa. Subo a mi coche y


conduzco, necesitando la distracción. A los pocos kilómetros suena mi
teléfono. Inicialmente, me digo que lo ignore, pero un vistazo al identificador
de llamadas me hace detenerme y contestar.

—Vlad —respondo, con curiosidad por saber por qué llama.

—Marcello —empieza, con un tono serio—. He pensado en informarte de


un acontecimiento bastante repentino. —Hace una breve pausa,
probablemente para despertar mi curiosidad.

—¿Y bien? —pregunto.

—Todas las rutas de entrada a través de NJ han sido bloqueadas.

—¿Todas?
—Incluyendo la mía. —Así que por eso está tan serio… Está enojado.
Esto no presagia nada bueno. Espero que no haya nadie en su proximidad
inmediata.

—Supongo que el nuestro también, entonces —La familia Lastra ha


tenido una larga asociación con los rusos de Brighton Beach, mi padre es un
buen amigo del antiguo Pakhan. Y ambos trafican principalmente con las
mismas cosas: drogas.

—Sí —La respuesta de Vlad es cortante.

—¿Los irlandeses?

—Sin confirmar. Tal vez. —Eso es inusual. Vlad está al tanto de todo. O
realmente no sabe, o no quiere que yo sepa.

—Si no son ellos, ¿entonces quién? —pregunto.

—Los cárteles. La muerte de Jiménez creó un vacío de poder. Hay


demasiadas facciones luchando por el poder. Es difícil precisar cuál de ellas
lo hizo. —Respira profundamente antes de continuar—. Pero lo averiguaré. Y
tú me ayudarás.

—¿Te ayudaré? —pregunto, casi divertido. Pero ya sé lo que va a decir.

—Esta será la oportunidad perfecta para que te pruebes a ti mismo ante la


famiglia. Despeja el camino para la mercancía, gánate su favor. Simple.

—Tan simple —repito burlonamente. Vlad se ríe.

—Vamos, será como en los viejos tiempos —añade con demasiado


entusiasmo. Eso es cierto. Yo había huido mientras Vlad había sucumbido.
—Valía la pena intentarlo. —Hace una pausa y cambia de tema—¿Cómo
te está tratando la famiglia hasta ahora?

—Todavía tengo que conocer a la mayoría de ellos. Pero no hubo fiesta de


bienvenida.

—¿Esperabas una?

—No —añado con sorna. Preocupado, pregunto algo que me ha estado


rondando durante un tiempo—, ¿cómo de seguro es Sacre Coeur?

—Bastante seguro. Por ahora. ¿Estás pensando en llevar a tu hermana a


casa?

—Si eso es lo que ella quiere… pero lo dudo mucho.

—No te preocupes por eso. No es la única principessa que se esconde allí.

Gruño y cuelgo. Mañana tengo programada una visita con Assisi para
informarle de la muerte de Tino. Aunque dudo que quiera tener algo que ver
conmigo.

Suspiro.
No creo que pueda enmendar nunca a todos los que he herido.

Sacre Coeur está al norte, a media hora de Albany, en una zona remota.

Salgo de la carretera y trato de encontrar una plaza de aparcamiento.


Como es un lugar que no admite visitantes ocasionales, el recinto no tiene
aparcamiento. Después de asegurarme que no es probable que me remolquen,
dejo el coche y me dirijo a la puerta principal.

Solo hay una palabra que pueda describir el Sacre Coeur: inmenso.
Construido como una fortaleza, su arquitectura gótica le confiere una
sensación poco acogedora. También es inquietantemente parecido a los
Claustros del Met6, pero ampliado en tamaño. Un muro de hormigón de dos
metros separa el convento del mundo exterior. En casi todos los lugares a la
vista hay cámaras de seguridad, y en cada punto de entrada hay guardias. Si
no supieras qué es esto, pensarías que es una prisión. Incluso hay alambre de
espino en la parte superior de las paredes, un poco demasiado extra. Pero
ahora entiendo a qué se refería Vlad cuando dijo que era seguro.

Me pregunto qué les hizo invertir en tanta seguridad. No me imagino a un


grupo de monjas intentando saltar la valla para escapar…

Los guardias exigen ver una identificación y me cotejan con una lista de
personas aprobadas. Después de estar satisfechos, me hacen quitarme los
zapatos y pasar por un detector de metales. Sí… extra. Agradezco que la
inspección termine ahí y que no haya nadie que me cachee. Eso no iría bien.

A continuación, me dicen que espere a la Madre Superiora.

6
MET. Museo Metropolitano de Arte.
—Sr. Lastra. —Una mujer mayor, vestida con el típico traje blanco y
negro, se dirige a mí. Tiene la piel pellizcada en las comisuras de los labios,
lo que la hace lucir un ceño perpetuo.

Inclino la cabeza.

—Madre Superiora.

—¿Tengo entendido que ha venido a ver a la hermana Assisi?

—Efectivamente —respondo, pero ella continúa como si no lo supiera.

—Una chica tan caritativa, la Hermana Assisi. Y tomará sus votos con
nosotras el próximo año. Está en un camino de luz. Espero que su visita no
ponga en peligro eso.

—Solo estoy aquí para transmitir algunas noticias. Ella, por supuesto,
continuará con su ceremonia de votos como estaba previsto.

—Bien —responde la Madre Superiora, observándome subrepticiamente.

Atravesamos un túnel compuesto por una serie de arcos bajos y


puntiagudos, antes de llegar a un claro. Hay espacios verdes, y las monjas
caminan alrededor, sumidas en una conversación. Justo en el centro del claro,
hay un contorno de piedra cuadrado que encierra hileras de flores bien
cuidadas. En el centro de la plaza, hay una réplica de la estatua de la Piedad
de Miguel Ángel, pero en bronce. Estoy admirando la vista, casi asombrado
por la tranquilidad del lugar, cuando la Madre Superiora me indica que tome
asiento en el contorno cuadrado.

—Voy a buscar a la Hermana Assisi para usted. Por favor, quédese aquí.
Una niña corriendo llama mi atención. Está vestida con un uniforme gris y
lleva un tocado blanco. Pero cuando se acerca a mí, veo que sus ojos son de
un verde impresionante. Casi me sorprende la intensidad y la similitud con
otro par de ojos verdes. Atrapado en los recuerdos, apenas tengo tiempo de
reaccionar cuando se planta frente a mí y me mira con curiosidad.

—¿Quién eres tú? —Me mira como si fuera una especie nueva.

—Soy Marcello. —Le dedico una media sonrisa y ella me corresponde.

—Yo soy Claudia —proclama con orgullo. En ese momento, una voz
fuerte que la llama por su nombre resuena en el patio.

—¡Oh, no! —susurra, despidiéndose de mí con un gesto y corriendo hacia


el origen del ruido.

De alguna manera me pregunto si Assisi también era así. Jugando y


corriendo por el patio. Tal vez entregarla no fue una decisión tan mala. Era
mejor que la alternativa.

Por el rabillo del ojo, veo que la Madre Superiora se acerca a mí con una
chica más joven justo detrás de ella. La marca sobre su ceja derecha la
identifica como Assisi.

—Sr. Lastra, la Hermana Assisi. Tiene una hora —La Madre Superiora
dice con voz severa antes de retirarse.

Tanto yo como Assisi nos miramos fijamente. Sus ojos se mueven sobre
mí y parpadea rápidamente.

—¿Marcello? —pregunta, y cuando intento responder, me encuentro con


la garganta seca y ronca.
—Assisi —Finalmente respondo.

—Eres tú de verdad. —Su voz está llena de asombro, y puedo ver lo que
pretende hacer en el momento en que da un paso hacia mí, y luego otro.
Rápidamente levanto la mano y trato de mantener cierta distancia entre
nosotros.

El rostro de Assisi decae ante el rechazo, pero me dedica una sonrisa


triste. Me siento obligado a hacerle saber que no es su culpa.

—No es que no quiera… Es que no puedo. —No me explayo, y ella no


pregunta. Hay un entendimiento tácito en la forma en que me mira que solo
puedo mover hacia la piedra en la que había estado sentado momentos antes.

Assisi toma asiento también, dejando algo de espacio entre los dos.

—No pensé que te volvería a ver —dice alegremente.

—Y yo no pensé que te acordarías de mí.

—Por supuesto que sí. Eres mi hermano. —Su rostro es tan cálido, tan
lleno de… perdón.

—Lo siento —solo añado.

—¿Por qué estás aquí?

—Valentino ha muerto. —Assisi jadea ante la noticia y se lleva la mano a


la boca.

—¿Muerto? —repite, y yo asiento—. ¿Cómo?

—Suicidio. —Sus ojos se abren de par en par con horror.


—¿Suicidio? —susurra como si fuera la peor forma de morir. Supongo
que lo es… para los católicos.

—Le diagnosticaron un trastorno degenerativo. Ya se estaba muriendo…


pero lentamente.

Las lágrimas se acumulan en la esquina de sus ojos, y utiliza parte del


material de su tocado para secarlas.

—No lo sabía… Vino a visitarme algunas veces, pero nunca me habló de


eso.

—No creo que quisiera agobiarte.

—Puede ser. ¿Cómo está Venezia?

—Ella… va a estar bien. Tal vez incluso la traiga de visita alguna vez. —
En el momento en que escucha mis palabras, su rostro cambia por completo.

—¿De verdad? ¿Harías eso? —Hay tanto asombro y optimismo en su voz


que solo puedo asentir.

—Eso significaría el mundo. Gracias —Se inclina hacia delante para


abrazarme, casi por instinto, pero se retira en el último momento. En su lugar,
me regala una sonrisa.

Puede que Assisi tenga esa marca en el rostro, pero emana tal resplandor
que no notas ningún defecto en su rostro.

Por primera vez, creo que he tomado al menos una decisión acertada al
enviarla al Sacre Coeur.
Hablamos un poco más y le cuento de mi carrera de abogado y de cómo
he estado alejado de la familia. Ella me habla de su figura materna y de su
mejor amiga, me dice que es muy feliz donde está. Cuanto más hablo con
ella, más me doy cuenta que no tiene ni idea de a qué se dedica nuestra
familia. La Madre Superiora lo sabe, por la forma en que me recibió. Pero
Assisi no tiene ni idea. Y eso me hace demasiado feliz.

La Madre Superiora nos interrumpe, diciéndonos que nuestro tiempo ha


terminado, y nos despedimos.

—Volveré —se lo prometo, pero veo en sus ojos que no me cree, aunque
asiente con la cabeza.

—¡Que Dios te bendiga! —Se acerca a mí, aun manteniendo cierta


distancia, y se persigna con sus manos sobre mi cuerpo.

—Gracias, Assisi.

—La hermana Assisi tiene otros deberes —La Madre Superiora


interviene, llevándola lejos.

Con una última mirada, me voy.


—¡Claudia! —Junto las manos en forma de O, tratando de gritar lo más
fuerte que puedo. Sé que las monjas no ven bien eso, pero no me importa.

Sin embargo, ¿esa pequeña alborotadora? No tengo ni idea de dónde se ha


escapado hoy. Solo espero que no se cruce con la Madre Superiora. Parece
que eso siempre acaba con una reprimenda a Claudia y a mí por nuestro
comportamiento, sobre todo a mí, porque no he educado bien a mi hija. Me
burlo mentalmente de la idea.

Deberían probar a dar a luz primero, a tener un hijo y luego criticar mis
habilidades como madre.

No es que no esté acostumbrada a esto. Quiero decir, ¿a quién quiero


engañar? Sabía desde el principio a lo que me apuntaba, pero me comprometí
por el bien de Claudia. Eso no les da a estas monjas santurronas el derecho de
reprender a mi hija. A lo largo de los años ha habido muchos casos en los que
otras monjas han hecho comentarios sarcásticos sobre Claudia y sobre mí
para que ella los escuchara.

Hubo aquella vez que me preguntó qué significaba “puta” porque así se
referían a mí otras monjas. ¿Cómo se puede explicar eso a una niña? Me
había inventado algo, por supuesto, pero Claudia es inusualmente perceptiva.
Se había dado cuenta por sí misma que era una palabra negativa.
Me dirijo hacia el gráfico del claustro, pensando que la encontraría allí. Le
gustan mucho los espacios abiertos. solo tenemos una habitación, y me siento
fatal cuando se queda encerrada, así que la consiento siempre que puedo.

Por supuesto, tenía razón en que estaría en el gráfico.

Me detengo y observo cómo corretea, para disgusto de las demás monjas.


Estoy disfrutando demasiado de su incomodidad como para detenerla ahora,
pero de repente corre hacia un hombre desconocido. Frunzo el ceño. ¿Quién
es?

Me acerco un poco más y veo que le sonríe, su boca formando unas


palabras que no puedo entender.

Eso es todo.

—¡Claudia! —Vuelvo a gritar, y esta vez mi voz surte efecto en ella, que
se echa atrás y corre hacia mí.

—Mamá —dice cuando me alcanza, un poco tímida. Siempre lo está


cuando sabe que puede estar en problemas.

—A la habitación, pequeña alborotadora, ¡ya has aterrorizado a suficientes


monjas por hoy! —Le sonrío y le doy una palmadita en la cabeza. Ella se
deleita con el gesto y acepta de buen grado.

—¿Y tú?

—Yo… —Estoy a punto de decir que me uniré a ella cuando veo a la


Madre Superiora y a Sisi dirigiéndose hacia el hombre desconocido. Me pica
la curiosidad.
—¡Ve primero! Yo iré enseguida. —Está a punto de hacer un mohín, pero
la insto a avanzar y se rinde, saltando alegremente hacia nuestro alojamiento.

Intrigada por la figura desconocida y su conexión con Sisi, me dirijo


sigilosamente hacia un arco que permite una mejor visibilidad. Una vez
elegido mi lugar, me esfuerzo por distinguir al desconocido.

Y Señor, es hermoso. Espera… ¿los hombres pueden ser hermosos?


Frunzo un poco el ceño ante eso. Nunca lo había pensado, sobre todo porque
nunca me he relacionado con ningún hombre que no fuera de la familia. Mi
hermano, Enzo, podría considerarse hermoso, pero es demasiado perfecto.
No, este desconocido es hermoso de una manera diferente.

Si tuviera que interpretarlo en una obra bíblica (técnicamente solo se me


permite leerlas), sería Lucifer. Brillante, pero con profundidades ocultas. Su
cabello rubio oscuro está desordenado y le cae por la frente en mechones
rebeldes. Su piel tiene un tono oliva y sus rasgos parecen haber sido
cincelados en piedra.

Ahh… suelto un suspiro soñador.

Supongo que se nota lo privada que he estado de caramelos masculinos.


Enzo me había dado a escondidas un teléfono con conexión a Internet, pero es
lento. Incluso ahora… en esta época. Las imágenes son las peores para cargar.
Pero teniendo en cuenta el hecho que estoy rompiendo las reglas solo por
tener ese teléfono… bueno, voy a tomar lo que puedo conseguir.

Por ahora.
Pero tengo mis enamoramientos de celebridades, como Marlon Brando…
(la versión joven, por supuesto). Y este hombre… bueno, podría hacerle la
competencia a Marlon Brando, si no se vuelve obeso en la vejez.

Como siempre, empiezo a pensar en algo y pierdo el hilo… Mi cerebro


debe haber entrado en modo de sobrecarga. Incluso me siento un poco
ruborizada, y mientras me abanico, me imagino cómo sería ser besada por un
hombre así.

Suspiro en voz alta.

Probablemente sea mejor que besar a Marlon Brando… y eso que me lo


he imaginado bastante. Quiero decir, ¿has visto ese clip en el que se muerde
el labio? Me reafirmo en mi opinión.

Debe ser porque nunca me han besado. He fantaseado tanto con ello que
cada hombre ligeramente atractivo se convierte en mi próxima fijación. Pero
esta es la primera vez que veo a alguien que me atrae en un formato no
digital.

Desde aquel incidente, hace años, he perdido la esperanza de experimentar


alguna vez ese tipo de sensación en carne y hueso. Pero nadie puede quitarme
mis fantasías.

Sinceramente, aunque ocurriera en la vida real, ¿quién puede decir que no


reaccionaría mal ante ello, dado mi trauma?

Es mejor admirar desde la distancia. Y ese hombre será el protagonista de


mis sueños hasta que consiga una mejor conexión a Internet.
Vuelvo a estar tan perdida en mis pensamientos que no me doy cuenta que
tanto Sisi como el desconocido se levantan ahora, con cara de estar
despidiéndose.

Espero hasta que tanto él como la Madre Superiora se hayan ido, antes de
correr al lado de Sisi, dispuesta a obtener más respuestas.

—¿Quién era ese? —Sisi se sobresalta con mis palabras, y tengo que
reprimir una risa ante su expresión. Pone una mano en alto y otra en el pecho,
indicando que está recuperando el aliento.

—Te dije que no te acercaras sigilosamente a la gente. —Sacude la cabeza


con una sonrisa, y tomando otra gran bocanada de aire, procede a contarme
todo sobre el hombre desconocido.

—Es mi hermano.

—¿Tu hermano? ¿Ese? —pregunto, con una reacción demasiado


reveladora. Sisi estrecha los ojos hacia mí.

—Sí. Ese —Se ríe—. Vino a darme algunas noticias sobre la familia. Mi
otro hermano, Valentino, se suicidó.

—Lo siento mucho —añado inmediatamente, sintiéndome un poco tonta


por mi efusividad anterior cuando Sisi recibió tan malas noticias.

—Al parecer, ya estaba enfermo. Ahora no importa, ¿verdad? Es agua


pasada. Me siento mal por ello, pero no es que tuviéramos un vínculo
estrecho… Era esencialmente un extraño.
—Sé lo que quieres decir. —Tomo su codo y nos dirigimos a nuestra
habitación. Habíamos conseguido, contra todo pronóstico, permanecer juntas
en el mismo alojamiento durante años.

—Es triste. Pero es lo que es. Marcello me prometió que volvería a


visitarme, e incluso que traería a mi hermana —Sisi dice y puedo ver el
anhelo en su rostro. Siempre ha tenido problemas con el abandono de su
familia en el convento.

Con los años, la he visto superar algunos de sus problemas, pero eso no
significa que haya dejado de esperar que en algún momento se reuniera con
ellos. Aunque ahora está resignada a hacer sus votos pronto, no significa que
sea lo que ella quiere. Y eso lo sé mejor que nadie. Ella solo está haciendo lo
mejor de la mano que le ha tocado.

—¿Marcello? —pregunto—. ¿Es ese su nombre?

—Es mi hermano.

—Nunca te había oído hablar de Marcello —añado. Ha hablado de su


familia en términos vagos, y sé que Valentino la visitaba a veces.

—Dejó la familia hace años… parece que ahora ha vuelto para poner en
orden los asuntos —¿Dejó la familia? Eso es interesante. También lo pinta en
una luz mucho más positiva.

Sisi sabe muy poco de nuestras familias, habiendo sido criada en el


convento desde su nacimiento. Y nunca tuve el valor de decirle que son
criminales. También he tenido suficientes interacciones con los hombres de la
famiglia para saber que ambas estamos mucho mejor sin ellos. Mi hermano es
la única excepción que se me ocurre.
Desde que era una niña, me ha protegido y escudado de la ira de nuestro
padre. Incluso había preparado una pareja adecuada para mí antes del
incidente. Después… prometió sacarme del Sacre Coeur cuando heredara.
Han pasado diez largos años, pero aún no he perdido la esperanza.

Confío en Enzo, y sé que cumplirá su promesa.

Cuando mi padre deje de ser una preocupación, Claudia podrá por fin
disfrutar del mundo exterior. solo pensar en eso me hace sonreír. Es lo único
que me ha hecho seguir adelante todos estos años.

—¿Y qué ha hecho? —indago. Tengo demasiada curiosidad por el


hombre, lo admito.

—Era abogado. Encarcelaba a los criminales —Sisi sonríe, con el orgullo


reflejado en su mirada. Sin duda es una profesión meritoria. Se está ganando
aún más puntos.

—Es muy guapo —añado sin pudor, y noto que mis mejillas enrojecen de
inmediato.

—¡Lina! —exclama Sisi con indignada diversión—. Así que por eso
tenías tanta curiosidad —se burla, y yo me sonrojo aún más.

—No es que vea a un hombre guapo todos los días —argumento, pero ella
no está teniendo nada de eso.

—Tal vez la próxima vez puedas conocerlo también.

—¿Y hacer qué? ¿Desfallecer a sus pies? —La sola idea de eso es
divertidísima.
Una escena se pinta lentamente en mi mente. Yo tropezando sin
contemplaciones y aterrizando en el regazo de Marcello. Encontrando sus
ojos por primera vez, y él dándose cuenta que estamos hechos el uno para el
otro. Todo ello terminando, por supuesto, con un beso. Estoy tan perdida en
ese escenario, que hace falta que Sisi me sacuda físicamente para que vuelva
a la realidad.

—Esta vez sí que te has ido. —Se ríe.

—Estoy segura que no querría nada más que una semi-monja con una niña
—murmuro secamente, la realidad es bastante deprimente.

—¡Oye, no te subestimes! No eres una monja, y eres hermosa. Y me


refiero a realmente hermosa. Cualquier hombre sería afortunado de tenerte —
intenta consolarme, pero me encojo de hombros.

¿Y qué si soy guapa? Mis circunstancias no lo son.

—No importa —intento cambiar de tema. Sé que soñar es soñar… pero


cuando se convierte en esperanza, entonces tiene el potencial de volverse
dañino.

—¡Mamá! Tía Sisi —Claudia nos saluda cuando volvemos a la


habitación—. ¡Han estado fuera tanto tiempo! —Hace un mohín como
siempre y yo niego con la cabeza.

—Tenemos que hornear a las cuatro. —Me acuerdo de repente y mi


cabeza vuelve a mirar a Sisi. Sus ojos se abren de par en par antes de mirar la
hora.
—Una hora más. —Suspira aliviada y yo la sigo. La Madre Superiora no
dejará oír el final si llegamos tarde.

La única salvación es que puedo llevar a Claudia conmigo para todas las
tareas, incluyendo cocinar y hornear. Es una de nuestras actividades más
divertidas. Mañana es domingo, y tenemos un banquete especial para un
nuevo sacerdote que viene al Sacre Coeur.

Junto con Sisi y algunas otras hermanas, nos han asignado la tarea de
hornear para asegurarnos que tenemos algunos pasteles y bollos con los que
saludar al sacerdote.

—Añade un poco más de harina. —Miro el brebaje que Claudia está


mezclando.

Todas optamos por galletas de chocolate y magdalenas de maíz. La Madre


Superiora nos visitó personalmente para aprobar nuestras recetas y, según sus
propias palabras, para asegurarse que hiciéramos solo lo mejor para el nuevo
sacerdote.

—¿Sabes por qué están tan entusiasmadas con este nuevo sacerdote? —le
pregunto a Sisi, observando cómo está glaseando algunas magdalenas. Las
otras hermanas están haciendo lo mismo, pero están fuera del rango auditivo.
—No tengo ni idea. No es que necesitemos uno nuevo. —Mete el dedo en
el glaseado y se lo lleva a la boca. Inmediatamente le doy una palmada en la
mano y la miro fijamente.

—No querrás que te vean. —Ajusto mi cuerpo para que Sisi no pueda ser
vista por las otras hermanas.

Ella pone los ojos en blanco, pero vuelve a meter el dedo en el glaseado,
esta vez llevándolo a mi boca. Levanto una ceja, pero al ver que nadie está
mirando, lo pruebo rápidamente también.

—No está mal. —Asiento con la cabeza y Sisi me sonríe.

—¡Ves! Hay que ser traviesa de vez en cuando. —Me guiña un ojo.

No hay muchas cosas que se puedan hacer en el Sacre Coeur, pero Sisi las
ha probado todas.

Dormirse durante la oración, gritar improperios en voz alta, cambiar de


ingredientes durante su tarea de cocinar. Si pudiera hacer una travesura, lo
haría. Ya se le ha pasado la mano. Pero, por supuesto, la Madre Superiora me
culpa de todo, diciendo que fue mi influencia diabólica la que desvió a Sisi
del camino recto.

Ni siquiera puedo recordar todas las veces que tuvo que recordarme que
no estaría aquí si no fuera por la influencia de mi familia.

—Si ni siquiera un lugar de Dios te acepta, ¿qué dice eso de ti? —


señalaría. Es curioso que siempre sea una manzana podrida, y sin embargo
sea la Madre Superiora y su ejército de monjas y novicias las que se han
dedicado a intimidar en grupo.
Todo porque me quedé embarazada siendo soltera.

Como si eso fuera mi culpa… Intenté proteger a Claudia de lo peor, pero


ella se dio cuenta sin querer que algunas cosas estaban mal.

—Deberíamos haber puesto sal en lugar de azúcar —añado secamente,


sintiéndome un poco mezquina. Están poniendo mucho empeño en
impresionar a este nuevo sacerdote, y realmente quiero saber por qué.

—Lina, una rebelde. ¿Quién lo hubiera pensado? —Sisi se burla, pero


luego su expresión cambia y se inclina hacia adelante—. No sé hasta qué
punto es cierto. Pero he oído hablar a las otras novicias. Al parecer, el nuevo
sacerdote tiene altas conexiones. Por eso la Madre Superiora está tan
empeñada en que todo sea perfecto.

—¿Conexiones? —Frunzo el ceño.

Sisi mira a su alrededor antes de acercarse aún más, bajando ligeramente


la voz.

—La mafia italiana —susurra, y se me escapa una risita. Se echa hacia


atrás y me mira con desconfianza antes de preguntar—. ¿Ya lo sabías?

—No, no, claro que no. Es que no me lo puedo creer —digo


inmediatamente, sin querer admitir que me estaba riendo de la ironía de la
situación. Pero si el nuevo sacerdote es mafioso… entonces tengo que
preguntarme a qué familia pertenece. Tampoco puedo decir que sepa mucho
sobre nuestro mundo. La mayoría de las cosas que he oído han sido a
escondidas. Nadie me diría nada de otra manera.
Estoy más familiarizada con la mafia de Nueva York y las cinco familias.
Agosti, mi familia, y luego está Lastra, la familia de Sisi. Hay otras tres,
Marchesi, Guerra y DeVille.

—Eso es lo que decían. —Se encoge de hombros.

—¡Yo también quiero! —Miro hacia abajo y veo a Claudia señalando el


glaseado. Debe habernos visto antes. No puedo rechazarla, así que me
aseguro que nadie está mirando, antes de darle a escondidas una cuchara llena
de glaseado.

—Está bueno. —Ella sonríe mientras lame la cuchara, y yo no puedo


evitarlo. Me inclino y beso la parte superior de su cabeza.

—¿Has terminado con la masa, moppet?

Asiente con la cabeza y me acerco a comprobar la textura. Al ver que está


bien, la preparo para el horno, dividiéndola en trozos más pequeños. Claudia
se une a mí mientras Sisi continúa con su propia tarea de decoración.

Al final del día, tenemos suficientes lotes de galletas y magdalenas para


toda la población de monjas y el invitado especial. Ya estoy un poco
predispuesta contra el hombre, si es que es mafioso. Mis labios se curvan con
desagrado al pensarlo.

Terminamos de limpiar la cocina y volvemos a nuestra habitación. Ahora


hay tres camas dentro. Hasta hace unos años, solo había dos, ya que yo
dormía con Claudia en una y Sisi en la otra. Pero con mi pequeña
alborotadora creciendo tan rápido, tuvimos que pedir otra cama. No había
sido el proceso más fácil, y había tenido que hacer que Enzo interviniera.
Hablando de Enzo… él no me había visitado en un par de semanas. Es
preocupante ya que a veces nos visita semanalmente. He querido llamarlo
para asegurarme que todo está bien.

Tal vez debería hacerlo pronto…

Al día siguiente nos reunimos todos para el servicio dominical. Los


sermones transcurren como de costumbre, pero hacia el final, la Madre
Superiora llama la atención de todas.

—El Sacre Coeur tiene la gran suerte de acoger al Padre Antonio Guerra,
que ha estudiado con las más grandes mentes teológicas del Vaticano. Es uno
de los sacerdotes más brillantes de su generación, y nos hace un gran honor al
aceptar nuestra invitación.

Un joven de no más de treinta años se pone delante del altar y se presenta


como el Padre Guerra. Su aspecto es anodino, pero hay algo en él que no me
gusta. Es solo una sensación, pero cuando mira alrededor de la iglesia, su
mirada parece casi depredadora. Un escalofrío me recorre la espalda cuando
sus ojos se fijan en nosotros. Su boca se curva ligeramente, pero al segundo
siguiente desaparece. Ni siquiera sé si lo he imaginado… Tal vez lo hice. La
gente tiende a gustarme de inmediato o, como en el caso del Padre Guerra, a
disgustarme.

Más tarde me daría cuenta que, por una vez, mi intuición demostró ser
acertada.
OCHO AÑOS,

Un ruido me despierta.

Tardo un momento en darme cuenta que no estoy soñando y que tengo los
ojos bien abiertos. Sin embargo, no lo parece. Tal vez porque todo lo que me
rodea está envuelto en la oscuridad.

Atrapado en este minúsculo lugar, tengo las piernas agarrotadas por estar
agachado. Vuelvo a intentar probar la fuerza de la cerradura con mis manos.
Empujo una vez… dos veces… no se mueve.

No sé cuánto tiempo llevo aquí. He dormido un par de veces, pero sin luz
no puedo saber si es de día o de noche.

Respiro profundamente, intentando calmarme. Pero los recuerdos de cómo


empezó todo esto me asaltan.

Había sido durante la comida del domingo. Por lo que parecía ser la
primera vez en mucho tiempo, padre había exigido que comiéramos juntos
como una familia. Había sido una comida tensa. Nos habíamos sentado todos
en silencio hasta que madre empezó con sus locos susurros. La cabeza de
papá se había movido en su dirección y, con una sonrisa sarcástica, había
visto a madre echar agua bendita en la comida, mientras rezaba.

Cuanto más crecía, más me daba cuenta que a mamá le pasaba algo muy
grave. Y padre solo se aprovecha de eso.

—Liliana —Había dicho despreocupadamente, echándose hacia atrás en


su asiento, sin dejar de mirar.

Mi madre no había reaccionado, tan metida en sus oraciones estaba que


creo que ni siquiera se dio cuenta que él había hablado. Gran error.

—¡Liliana! —Esta vez, su voz contenía una amenaza, y pareció sacar a mi


madre del trance en el que se encontraba. Pero ella no estalló con elegancia.
No... tuvo que arrojar el agua bendita sobre padre.

—Demonio… eres el diablo —Ella susurró, y la sonrisa siniestra de padre


apareció una vez más.

—Demonio, ¿eh? —Se había burlado de ella un momento, antes que su


puño saliera disparado y conectara con su mejilla.

Había jadeado al ver a madre derrumbarse en el suelo, con los ojos


desorbitados, y una mano dirigiéndose a la rojez que aparecía en su rostro.

—Monstruo… —continuó. Papá se había sentado, había inclinado la


cabeza hacia ella y, con voz burlona, había preguntado.

—¿Y qué vas a hacer al respecto?

Las manos de madre habían ido a su cruz, y la había pegado hacia


adelante, como si esperara repeler el mal de papá. Eso le hizo reír.
—Tu Dios no está muy generoso hoy, ¿verdad? —Había recogido el
cuchillo de su plato, limpiándolo lentamente con una servilleta. Al ver esto,
me había dado cuenta que no podía quedarme sentado mirando.

Madre estaba enferma… no era ella misma. Pero a padre no le importaba.

—¡No! —Había estallado, poniendo mi cuerpo frente al de madre y


esperando que fuera un buen escudo.

Padre había mirado atónito por un momento, antes de reírse una vez más.

—Chico, ¿quieres defenderla? —Había levantado una ceja, como si me


desafiara a admitirlo—. ¿Quieres defender a esta puta infiel? —Había siseado
antes de agarrar la parte delantera de mi camisa y levantarme en el aire.

—Maldito inútil de mierda. —Había sido muy repentino. En un momento


había estado colgado en el aire, y al siguiente había sido lanzado a través de la
habitación y contra la pared. Cuando mi espalda se había topado con la dura
superficie, hice una mueca. El dolor había sido demasiado, y finalmente había
sucumbido a él.

La siguiente vez que me desperté, estaba aquí. En un cajón pequeño de


dos compartimentos. O al menos eso suponía, ya que había intentado tantear
el terreno.

Padre había aparecido un poco más tarde.

—Veamos si sientes lo mismo después de pasar un rato ahí dentro. —Se


había reído y me había dejado.

¿Y ahora?
Ni siquiera sé qué es peor… estar privado de luz durante tanto tiempo, o
estar sentado en mi propia orina y mierda durante horas y horas. Al principio,
el olor me daba arcadas.

Ahora… Creo que me he vuelto insensible a él.

Intento mantenerme despierto un rato más, pero la sed y el hambre me


abruman. Cierro los ojos.

—Carajos, huele a mierda aquí.

—Joder, tienes razón. Pero el jefe dijo que bajara el mocoso… Tápate la
nariz.

Se oye un traqueteo y me doy cuenta que alguien está abriendo las


puertas.

—Joder… ew —Un hombre dice. Cuando las puertas se abren, mis ojos
luchan por acostumbrarse a la luz.

—Toma al mocoso y vámonos —El otro hombre ordena con displicencia.


Estoy tan débil… No tengo fuerzas para luchar contra su agarre cuando me
tira de la ropa.

Siguen emitiendo sonidos extraños y quejándose de lo asqueroso que soy,


hasta que me llevan al primer piso, a la sala de oración de mamá.

Mis ojos vagan ampliamente, preguntándose qué está a punto de suceder.


El hombre que me lleva me tira al suelo y ambos se van.
Acerco mis rodillas al pecho y enlazo mis manos sobre ellas, meciéndome
lentamente. No ha terminado. Sé, con todo mi ser, que no ha terminado. Estoy
aquí por una razón.

No sé cuánto tiempo pasa, pero de repente se abre la puerta de la


habitación. Padre entra, arrastrando a madre por el cabello.

—Ahí está.

Sus ojos se quedan en blanco mientras me mira. No reacciona. Los dedos


de mi padre le aprietan el cuero cabelludo y, aun así, su rostro no delata el
dolor que debe sentir.

—Ahora, hijo. Te enseñaré cómo tratar a una puta infiel. —Frunce los
labios por un segundo—. Resulta que es tu madre. ¿Vas a interferir de nuevo?
—Me mira directamente al preguntar esto.

No puedo evitar negar con la cabeza. Otra vez… y otra vez.

—Bien… Bien. ¿Por qué no lo ponemos a prueba? —Tira a madre al


suelo y se arremanga lentamente—. En primer lugar, nunca hay que manchar
la ropa —explica con una sonrisa malvada mientras toma una gran cruz del
altar de madre.

—Blasfemia… —pronuncia finalmente mi madre mientras mira fijamente


la cruz en la mano de padre.

Él la mira con aburrimiento y agita la cruz antes de lanzarla a la cara con


la parte plana. Madre se estremece de dolor, y ya puedo ver la sangre cayendo
por su rostro. Por si fuera poco, mi padre le agarra el cuello de la camisa y,
con un solo movimiento, le arranca el material del cuerpo. Su espalda está
llena de cicatrices, y él no pierde tiempo en apuntar la cruz sobre su espalda
una y otra vez, hasta que sus gritos se convierten en alaridos.

—¿Ves eso, chico? —Se vuelve hacia mí, y yo solo puedo mirar, atrapado
como estoy en mi cuerpo inútil. Me balanceo aún más rápido, y las lágrimas
ruedan por mi cara mientras observo la sangrienta escena frente a mí.

—Liliana, querida. —Padre hace un sonido tsk—. Esto es una lección


para tu hijo. ¿Por qué no te comportas? —La agarra por el cuello y la lanza
hacia el altar. Mi madre tropieza y sus manos se agarran a la mesa del altar
para apoyarse.

—Sí, así de fácil. —Padre tararea en señal de aprobación. Se acerca


despreocupadamente y, agarrándola por la nuca, la obliga a ponerse boca
abajo en el altar.

Con una mano, mi padre le levanta la falda y se la pone alrededor de las


caderas. De alguna manera sé que no debo ver esto.

Mi madre está… desnuda.

Pero estoy atrapado. Me balanceo aún más rápido, con mis sollozos
atrapados en la garganta.

Padre se baja la cremallera de los pantalones y se vuelve hacia mí. Su


mano está agarrada alrededor de su pene.

—Mira y aprende, chico. Así es como se trata a una puta. —Hay tanto
veneno en su voz…

Se da la vuelta y monta a madre por detrás, solo sale un sonido de dolor de


la boca de madre, pero padre se apresura a empujarla de cara al altar.
Sigue moviéndose sobre ella, gruñendo cada vez.

No quiero ver esto.

No quiero ver esto.

Pero no puedo moverme.

Sigo meciéndome.

En algún momento, creo que debo haber perdido el conocimiento, porque


escucho a mi padre decir algunas cosas ininteligibles más antes de irse.

Intento concentrarme… Madre respira con dificultad mientras arrastra su


cuerpo hacia el suelo.

—Tú… todo es culpa tuya —sigue repitiendo, arrastrando las rodillas


hacia arriba e imitando mi postura—. ¡Monstruo! —dice mientras se
balancea, igual que yo momentos antes.

—Yo lo siento. —Las palabras son apenas audibles, pero las digo de todos
modos.

Lo siento… y sin embargo no pude hacer nada para ayudarla.

Soy débil.

Soy demasiado débil.


PRESENTE,

—No eres lo que esperaba —dice el anciano frente a mí, arrastrando un


gran trago de humo de su cheroot7.

—¿Y qué esperabas? —Levanto una ceja.

—Un cobarde. —Se limita a decir.

—¿Qué te hace pensar que no lo soy?

—Estás aquí. Desarmado. Sin ejército de guardaespaldas. —Sonríe,


mostrando unos grandes dientes amarillos.

—¿Debería haber traído alguno?

—Tal vez. —Da otra calada y me indica que me siente en una silla.

—Llámame Francesco. —Me hace un gesto con la cabeza. Tomo asiento


frente a él.

7
El cheroot es un cigarro cilíndrico con ambos extremos acortados durante la fabricación.
Francesco había sido el subjefe de mi hermano y su mano derecha de
confianza. Y fue uno de los únicos que se unió a las filas después de la muerte
de mi padre.

Había leído el informe. Valentino había ayudado a Francesco y a su


familia, trayéndolos de Italia a Estados Unidos y prometiendo un futuro mejor
para sus hijos. Francesco había jurado lealtad a mi hermano y había escalado
rápidamente en las filas hasta convertirse en un activo de máxima confianza.

Después de una semana en la casa de los Lastra, me di cuenta que las


cosas eran más graves de lo que esperaba. Las finanzas eran un desastre, y a
lo largo de los años alguien había estado desviando dinero de casi todas las
cuentas. Valentino, en su afán de venganza, no parecía preocuparse mucho
por mantenerse al día con el negocio.

Su único objetivo había sido Jiménez.

Inmediatamente había adivinado que el problema radicaba en los hombres


de padre. Aparte de Francesco y los jóvenes soldados, todos los hombres
importantes de la famiglia pertenecían al círculo íntimo de mi padre. Por eso
también había venido a ver a Francesco. Si quiero hacer un cambio dentro de
la famiglia, tiene que empezar desde dentro.

—Francesco. Creo que sabes por qué estoy aquí —agrego, sacando
algunas hojas de papel de mi maletín.

He recopilado todas las pruebas de actividad irregular que he encontrado.


Las toma y las examina lentamente, entrecerrando los ojos de vez en cuando.

—¿Y? —dice finalmente después de dejar las hojas.


—Pensé que tendrías alguna idea.

Me frunce el ceño.

—¿Y por qué pensaste eso?

—Porque me han dicho que no juegas muy bien con los demás —
respondo. Francesco me mira en silencio durante un segundo.

—¿Y quién te lo ha dicho?

—No puedo revelarlo. —Me encojo de hombros. Gran parte de la


información había venido de Vlad. Su relación con Valentino había sido más
estrecha de lo que yo creía.

No sé exactamente cuál es el objetivo de Vlad, pero he aprendido que la


información que proporciona, aunque es correcta, nunca es completa. Le
gusta jugar así con la gente: darles migajas y esperar que se den cuenta. Pero
tomaré lo que pueda. No fue difícil hacer un retrato de los últimos diez años
de negocio. Pero ahora, tengo que elegir mis batallas con cuidado. Ganar
terreno dentro de la famiglia, resolver la crisis de los envíos, y luego
deshacerme de las manzanas podridas.

Teóricamente una hazaña fácil. Pero estamos hablando de viejos mafiosos.


Gangsters que muy probablemente vivieron el apogeo de las cinco familias y
sobrevivieron tanto a los enemigos como a la policía. Tenía que abordar esto
estratégicamente.

Y el primer paso es encontrar gente en la que pueda confiar.

—Lo que sí puedo revelar —continúo—, es que las cosas van a cambiar.
—¿Cambiar? —Francesco resopla—. ¿Crees que tu hermano no lo había
intentado?

—No lo suficiente. No voy a pretender saber cómo dirigía Tino las cosas
por aquí, ya que no fui testigo de ello. Pero lo que sí sé, es lo que me dicen
esos informes. El negocio está casi en el suelo, y se han desarrollado
facciones dentro de la famiglia. Facciones a las que sin duda les encantaría
verme fuera de mi posición ahora. Seamos francos. Tino debe haber
enfrentado esto también. Aquellas personas que fueron los mayores
partidarios de mi padre todavía están por aquí. Y no están satisfechos con su
suerte.

Francesco gruñe. Dando otra calada a su cheroot, responde.

—Valentino no consiguió hacer lo que tú insinúas en diez años. ¿Qué te


hace pensar que puedes hacerlo ahora?

—Mi hermano estaba distraído. La muerte de Romina pesaba sobre sus


hombros, y su atención no estaba en la famiglia. Yo no lo estoy. Pero más que
eso, tengo algo que Tino no tenía.

—¿Y qué es eso? —Levanta una ceja.

—Conocimiento sobre el círculo interno. Eso… y la suficiente aversión


por los de su clase como para no fallar. La pregunta es… ¿te unirás a mí?

—¿Qué te hace pensar que no estoy con ellos? —Sus ojos me estudian de
cerca, pero mi cara no revela nada. Puede que mi padre fuera un monstruo,
pero me entrenó bien.
—No lo estás. —Le presento otro documento. Lo toma y frunce el ceño al
ver su contenido.

—Esto… —Su voz está llena de incredulidad.

—Tu hijo es libre de hacer lo que quiera ahora —le explico. Nicolo y sus
socios llevaban mucho tiempo intentando conseguir material de chantaje para
Francesco. Pensaron que finalmente lo había conseguido cuando el hijo
adolescente de Francesco fue capturado por la policía en un apuñalamiento
que salió mal.

—Pero, ¿cómo?

—Soy abogado. También trabajé con el fiscal. El caso de tu hijo fue


inventado. Era solo cuestión de desenredar la red de pruebas.

Ya puedo decir que lo tengo. Me levanto para irme, pero no antes de oírle
decir.

—Grazie, capo.

Asiento con la cabeza y me despido.

Un aliado.

Es un comienzo.
Los preparativos ya han comenzado para la reunión con la famiglia. Había
decidido un ostentoso banquete que debía marcar el inicio de mi liderazgo.
Nunca había querido estar en esta posición porque sé lo que tengo que hacer
para asegurarme de mantener a todos a raya.

El respeto en la famiglia se gana. Pero eso llevaría tiempo. Así que, por
ahora, me conformaré con el miedo.

Los últimos diez años serán completamente borrados. Será como si nunca
me hubiera ido. Tal vez sea mi destino tener que hacer algo que detesto con
todo mi ser, pero seguir haciéndolo.

Asumo la obra maestra que tengo delante, todas las preocupaciones


anteriores se borran de mi mente. Oigo a Amelia jadear cuando entra en el
salón de baile y se lleva la mano a la boca.

—Ahora, Amelia. —Levanto la mano—. Por favor, lleva a todos nuestros


invitados al salón. Y cuando la lista de asistentes esté completa, puedes
guiarlos hasta aquí.

Su rostro está blanco, pero asiente lentamente.

Casi una hora después se abren las puertas del salón de baile. Estoy
apoyado en la pared frente a las puertas, con la copa de champán en la mano,
observando.
Los hombres entran en tropel, todos vestidos con esmoquin. La primera
tanda entra y se detiene ante la vista. Veo a algunos hombres tragar saliva con
ansiedad antes de avanzar. Así hasta que la última persona ha entrado.

—¡Buenas noches, caballeros! —Inclino la cabeza y alzo mi copa.

—¿Qué significa esto? —Mi tío, Nicolo, se adelanta.

—Bueno, es como puedes ver. Mi regalo para la famiglia.

Todos los hombres miran la pared orientada al norte, y la carnicería


representada en ella. Estoy bastante orgulloso de este trabajo, tal vez porque
esta vez es personal.

Hay dos filas de cabezas humanas decapitadas clavadas en la pared. Las


dos filas se juntan en un cruce para formar una T. Estoy seguro que todos los
presentes saben lo que significa esta T. Traditore. Traidor.

Hay seis cabezas ya que solo pude encontrar pruebas definitivas para
castigar a seis personas por sus crímenes contra la famiglia. Pero eran seis
hombres obstinados, gobernados por la omerta 8: no hablaban. Inicialmente,
había pensado sacarles el resto de los nombres mediante la tortura. A veces
olvido que no todo el mundo reacciona igual ante la tortura. Estos hombres no
lo habían hecho.

Lástima.

Mi trabajo será mucho más difícil. Pero al menos ahora el resto de la


famiglia sabe que no estoy jugando.

8
Omerta es el código de honor siciliano que prohíbe informar sobre las actividades delictivas consideradas asuntos
que incumben a las personas implicadas.
—Por favor, todos, tomen asiento. —Hay tres filas de mesas en la sala,
todas ellas cuidadosamente preparadas de antemano. También tienen
etiquetas con sus nombres.

Esto no es solo una demostración de fuerza, también es un estudio. Al


sentarlos estratégicamente, puedo observar las interacciones entre los
distintos miembros. Será divertido.

Hay un poco de movimiento mientras los hombres buscan sus nombres en


las sillas, pero pronto todos están sentados.

—Frente a ustedes, encontrarán pruebas de los crímenes cometidos por los


traidores. Este es mi regalo para todos ustedes. Como nuevo capo, puedo
prometer que no habrá manzanas podridas. De hecho, los seis afortunados son
solo los primeros de una larga lista de personas que han estado explotando los
recursos de la famiglia para su propio beneficio.

—¿Y dónde está el resto, entonces? No sabes quiénes son, ¿verdad? —Un
hombre gordo se ríe al final de la mesa. Le dirijo una mirada aguda, seguida
de una sonrisa.

—Oh, sí lo sé… De verdad que sí. —Y mientras digo esto, dejo que mi
mirada recorra la sala, dedicando una mirada a cada individuo—. Pero solo
estoy esperando.

—¿A qué? —ladra mi tío.

—A que tropiecen.

La gente ya está inquieta. Ayuda que la sala esté llena de cámaras ocultas.
El lenguaje corporal será revelador.
—Pero basta de charla morbosa —continúo—. Disfrutemos de una cena
tranquila antes de hablar de negocios.

A mi señal, personal selecto entra en el salón con el primer plato y


empieza a servir las mesas.

Se suceden las charlas. Desde mi lugar en la parte superior de la mesa,


observo.

Algunos hombres no dejan de mirar las cabezas decapitadas. Otros se


esfuerzan por no hacerlo. Pero también están los que no se inmutan por el
desorden sangriento de la pared, y sé que es a ellos a los que tengo que
vigilar.

Empezando por mi tío Nicolo. Debido a su posición como Consigliere —


posición que desafortunadamente aún mantiene— está sentado a mi lado.

—Debo confesar que fue inesperado que tomaras el liderazgo —comienza


Nicolo. Inclino la cabeza y, con aspecto totalmente imperturbable, respondo.

—Lo asumiría, dado que esperabas que el papel fuera para ti. —Sonrío.
Él hace lo mismo. Nuestras bocas se esfuerzan por representar lo contrario de
lo que estamos sintiendo.

—Era una suposición natural… con tu salida de la famiglia. ¿De verdad


crees que te aceptarán? Ya te has mostrado poco fiable antes. Tal vez no
traicionaste precisamente a la famiglia, pero la dejaste.

—Y ahora he vuelto.

Se ríe.
—¿Crees que con esta pequeña maniobra tuya vas a conseguir algo?
Seguro que los cobardes van a retroceder de miedo, pero ¿es eso lo que
quieres?

—No… quiero hacer una limpieza. Es sencillo. Para que la famiglia


prospere, necesitamos algunas reglas.

—¿Y tú eres el encargado de hacerlas?

—Estoy aquí, ¿no?

—No por mucho tiempo.

Nicolo me desafía con la mirada, y yo no me echo atrás.

—Hmm… Me pregunto. Quizá deberíamos dejar esta conversación para


después de la cena. Seguro que los demás estarán interesados en lo que tengo
que decir… —Me quedo en silencio, y veo a mi tío hacer una mueca.

Tiene razón en un aspecto, no me interesan los cobardes. Pero


normalmente, un cobarde es también un traidor por extensión. Las cabezas
cortadas eran solo el aperitivo; un pequeño recordatorio que yo también soy
un hombre obstinado. Después de la cena, debo recordarles que eso no es
todo lo que soy.

Nicolo cambia su atención a las otras personas que están a su lado, y


nuestra conversación se abandona. Al menos una cosa está clara ahora.

Busca el poder, y cree que tiene derecho a él.

Los aperitivos van y vienen, y los hombres se relajan. Tal vez sea también
porque el alcohol fluye libremente.
Pronto llega la hora de hablar de negocios, y dónde mejor que en el
sótano. Los hombres se muestran reticentes cuando escuchan el destino, pero
ya estimulados por el alcohol, traen sus cigarros y trasladamos la fiesta al
sótano.

Probablemente esperan otra escena del crimen sangrienta, pero ya la


limpié cuando hice que algunas personas se deshicieran de los cuerpos sin
cabeza.

El sótano está dividido en varias cámaras, la más grande casi del tamaño
del salón de baile. Lo había arreglado para que fuera decorado para una
ceremonia de lealtad. Tenemos que hacer esto oficial.

Hay dos guardias de pie en el extremo de la sala, donde rápidamente tomo


mi lugar. Francesco ya está allí y me hace un gesto de aprobación.

—Señores, ¿empezamos? —pregunto mientras tomo asiento frente a ellos.


Miro a Francesco y él toma la palabra.

—Antes de hablar de nada importante, cada uno de ustedes deberá jurar


lealtad a Marcello Lastra como nuevo capo. Estoy seguro que ya lo
esperaban. —Mira a su alrededor a la miríada de caras.

Algunos hombres se burlan, otros parecen bastante interesados, mientras


que otros emanan pura malicia.

Nicolo es el que da un paso adelante y, como era de esperar, declara su


desafío.
—¿Cómo podemos confiar en un niño? —se burla—. Sobre todo en uno
que ha dejado atrás a la famiglia. Puede que sea el heredero directo, pero
¿cómo podemos confiar en que no volverá a fugarse de nuevo?

Hay un montón de tonos apagados discutiendo, algunos de acuerdo, otros


planteando preguntas.

—¿Estás diciendo que tú eres más apto, tío? —Lo miro directamente a los
ojos y él inclina la cabeza hacia atrás con arrogancia.

—¿Por qué no?

Sonrío. No es que no me lo esperara.

—Entonces parece que estamos en un punto muerto. Dime, tío, ¿me estás
desafiando oficialmente?

Sus ojos se abren de par en par al entender a dónde quiero llegar. Sin
embargo, no puede echarse atrás, puesto que ya ha hecho una reclamación.

—Creo que sí. Lo estoy —añade inmediatamente. Sonrío.

—Francesco, ¿me dices otra vez las reglas?

—El desafiado puede elegir el tipo de desafío—Francesco añade para que


todos en la sala puedan escuchar. Hay murmullos de aprobación, algunos
pueden estar demasiado ansiosos. Si quieren un espectáculo… bueno, lo
tendrán.

Me pongo en pie, caminando despreocupadamente hacia Nicolo.

—¿Y qué? ¿Puños, espadas, pistolas? —Nicolo me mira y sonríe.


—Ajedrez. —Disfruto de la expresión de su cara cuando oye eso. Su
sonrisa cae lentamente y frunce el ceño. Los otros hombres que están
alrededor también están desconcertados.

—¿Ajedrez? Estás bromeando.

—Es mi derecho como retado elegir el desafío. ¿Tiene que ser un tipo de
combate, o violento? —le pregunto a Francesco.

—No. Puede ser cualquier cosa —responde.

Todo el mundo se queda en silencio.

Le hago un gesto a Francesco y él trae un tablero de ajedrez, colocándolo


en una mesa en la esquina de la habitación.

Con la mano, le hago un gesto a Nicolo para que lo siga. Parece que
quiere discutir mi sugerencia, pero ya debe darse cuenta que ha caído en mi
trampa. Y no hay vuelta atrás.

—Pero ¿qué diría el ajedrez sobre el nuevo capo? —balbucea en un


último intento de desviar la atención.

—Entonces dime —empiezo, cruzando los brazos delante de mí—, ¿para


qué necesitaría un capo habilidades de lucha cuando tiene sus soldados?
Mejor aún, ¿no crees? —Me giro y me dirijo al resto de los hombres—. Un
buen capo debería ser lo suficientemente inteligente como para sopesar
estratégicamente sus movimientos… casi como en un tablero de ajedrez.

A Nicolo se le cae la cara de vergüenza, y me doy cuenta que he ganado la


discusión a los ojos de los demás hombres también.
Nos sentamos frente al tablero de ajedrez y, tras colocar las piezas,
comienza la partida.

No tardo en ganar.

Después de capturar a su Reina, es solo cuestión de un par de


movimientos hasta que su Rey queda acorralado. Es algo con lo que contaba
cuando pensaba en este encuentro. Nicolo puede ser inteligente y astuto, pero
es el tipo de persona que menosprecia cualquier tipo de búsqueda intelectual,
incluido el ajedrez.

Me había centrado en su debilidad, y me había asegurado que fuera él


quien me desafiara. Sabía que esperaría algún tipo de desafío corporal, como
el sparring o el tiro, en los que destaca. No es mucho mayor que Valentino, su
cuerpo está en forma. Pero se había confiado demasiado.

Acababa de jugar con su arrogancia… y gané.

—Jaque mate. —Las fosas nasales de Nicolo se agitan ante la declaración,


y hace todo lo posible para mantener su temperamento bajo control. No dejo
que mi satisfacción se muestre—. Buen juego, tío —le digo, dando un paso
atrás para poner algo de distancia entre nosotros.

En un gesto sin precedentes, Nicolo inclina la cabeza y me hace una


media reverencia.

—Capo —dice con los dientes apretados.

Sabe que ha perdido, pero al menos conserva su dignidad. Por ahora, el


plan está funcionando. Aunque no soy tan ingenuo como para pensar que esto
impedirá a Nicolo seguir conspirando para apoderarse de la famiglia.
Uno a uno, los demás miembros de la famiglia repiten el gesto, jurándome
fidelidad como nuevo Capo.

Una vez terminada la ceremonia, anuncio mis próximas intenciones.


Sabiendo que Nicolo estará al acecho, necesito consolidar rápidamente el
poder.

Ser Capo no es suficiente.

—Hay dos cosas que me gustaría discutir, y que están en mi agenda como
Capo oficial —comienzo. Francesco se ha puesto en contacto con el personal,
y se han servido más bebidas antes de mi discurso—. Antes de la muerte de
Romina, la familia Lastra gozaba de buenas relaciones con los Agosti. Tengo
la intención de rectificar eso, casándome dentro de la familia Agosti. De
hecho, en los próximos días tendré una reunión con Enzo Agosti, el nuevo
Capo Agosti.

Hay muchos vítores, y la gente parece estar a favor de esta decisión. Veo
por el rabillo del ojo que algunos no parecen muy contentos. Los mismos que
habían mirado con recelo durante la cena.

Interesante…

—Aparte de eso, ya deben estar todos al tanto de algunos problemas en


Nueva Jersey. Algunos de nuestros envíos a Nueva York han sido detenidos y
confiscados en los puntos de entrada de NJ. —Todos asienten. Tampoco es
una novedad para ellos, ya que la mayoría está directamente implicada en la
cadena de suministro—. Me asociaré con la Bratva rusa, y con la familia
Agosti, para encontrar al responsable de esto y asegurarme que pague por este
delito. Quiero a todo el mundo a la espera de futuras órdenes.
Mi discurso es interrumpido por el sonido de un teléfono. Le siguen más
tonos de llamada, incluido el mío. Todos los presentes están comprobando sus
teléfonos.

—Sí —respondo al mismo tiempo que Nicolo toma su teléfono.

—Ataque irlandés en Newark. —El tono sombrío de Vlad me saluda en la


otra línea.

—¿Y?

—Mercancía robada y bajas. En ambos bandos. Es una declaración.

Frunzo los labios.

—Al menos ahora sabemos quién lo hace —respondo.

Vlad se ríe en la otra línea.

—No saben lo que han desatado.

Sonrío ante eso.

—Está en marcha —añado antes de colgar.

Todos los hombres tienen una expresión de preocupación en sus caras.


Todos se han enterado ya del ataque.

—Estamos oficialmente en guerra con los irlandeses. Quiero que todos me


envíen un informe con lo que hacen, cuántos hombres tienen a su cargo y sus
horarios y ubicaciones precisas.

—¡Sí! —Todos están de acuerdo al unísono.


—Bien. Se acabó la reunión —Nicolo me observa con una mirada
inescrutable.

—Serás el fin de esta familia, chico. Recuerda mis palabras.

Me quedo helado ante su apelativo, así era como mi padre solía llamarme.
Tratando de enmascarar mis rasgos, respondo.

—Ten cuidado con tu fin, tío. Podría llegar antes de lo que crees.

Dejo la amenaza en el aire.

Cuando todos se han ido, Vlad me envía un mensaje de texto con un punto
de encuentro, y me reúno con él para evaluar las bajas.

El ataque había estado demasiado bien coordinado.

Tanto Vlad como yo llegamos a esa conclusión, dado el momento y el


lugar. Aparte de la mercancía, también habíamos acabado perdiendo a
algunas personas.

—Un topo —Había declarado Vlad, y yo había estado de acuerdo con él.

Las cosas se estaban deteriorando más rápido de lo que había imaginado,


así que decidí actuar también más rápido. Había programado una reunión con
Enzo para el día siguiente.
Por eso estaba sentado en su vestíbulo, esperando ser recibido en su
estudio.

—El Señor Agosti puede verle ahora. —Un hombre corpulento me miró
fijamente antes de mostrarme el estudio.

—Marcello. —Enzo me mira con una amplia sonrisa—. Ha pasado


demasiado tiempo.

O no el suficiente, quiero murmurar, pero no lo hago.

—Enzo —lo saludo con la cabeza antes de tomar asiento.

—Cuántas sorpresas últimamente, ¿no crees? —Los movimientos de Enzo


son lentos, y es obvio que aún no está completamente recuperado. Hace
apenas una semana, estaba en la UCI luchando por su vida. Es resistente… Lo
reconozco.

—Mis condolencias por tu padre.

—Que le vaya bien. —Enzo agita la mano con desprecio—. Igual que a tu
viejo.

—Así es. —Frunzo los labios, pero no comento nada.

—Dime, Marcello. ¿Cuál es el propósito de esta visita? —Su sonrisa es


astuta, pero debe ser consciente del propósito.

—Para enterrar el hacha de guerra, por así decirlo.

—Sabes, solo porque tu hermano esté muerto, eso no significa que nuestro
conflicto termine.
—Estoy seguro que has oído cómo murió Jiménez. —Voy directamente al
grano. Que me haya recibido así de civilizado me dice que está dispuesto a
tener una discusión adecuada, independientemente del pasado.

—Algo. —Parece intrigado, así que continúo.

—Yo estaba allí. También mi hermano. Valentino fue quien mató a


Jiménez, en venganza por la muerte de Romina. —Me detengo para medir su
reacción.

—Continúa —Enzo me insta.

—Jiménez utilizó la muerte de Romina para abrir una brecha entre


nuestras familias.

—Y luego se metió con nosotros de uno en uno —interrumpe Enzo—.


Debo admitir que llevaba tiempo pensando en esto. Acabas de confirmar mis
sospechas. Cuando mi padre se involucró por primera vez con los irlandeses,
le aconsejé que mantuviéramos nuestras opciones abiertas, pero él se empeñó
en seguir esa asociación. Por desgracia, no voy a culpar a mi padre de esto
por completo, ya que yo no hice precisamente mucho para evitarlo. Yo
también estaba cegado por las posibilidades.

—¿Así que sospechabas de ellos?

—¿Sospechar? Hmm… Yo no diría que sospechaba, por mucho que no


confiara en sus intenciones. Pero nunca pensé que trabajarían para Jiménez. Y
ese fue mi error.

—No creo que nadie pudiera saberlo. Los irlandeses no son conocidos por
trabajar con los cárteles.
—Y por eso fue una jugada brillante. Jugaron con nuestras expectativas.
—Enzo golpea su bolígrafo sobre la mesa—. El mundo está cambiando, pero
nosotros no. Nuestras familias están demasiado arraigadas a la tradición.

—Quizá podamos hacer algo al respecto.

—Hmm… aspiraciones elevadas para alguien que se fue, Marcello.

—Podría ser factible —continúo.

Enzo se encoge de hombros.

—Entonces podrías llegar a la razón por la que viniste aquí.

Me aclaro la garganta.

—Quiero una alianza. Quiero que nuestras familias se lleven bien como
antes.

—Interesante —Enzo responde y se levanta, dirigiéndose a su licorera.


Sirve dos tragos y me entrega un vaso—. ¿Estás diciendo lo que creo que
estás diciendo, Marcello? —Enzo levanta una ceja y me mira.

—Sí —respondo.

—Tengo que informarme sobre las chicas mayores de edad casaderas. Sin
embargo, tengo que advertirte. No tendrás demasiadas opciones.

—Siempre que sea mayor de edad —digo y casi hago una mueca por mis
palabras. Eso significaría una joven de dieciocho años. ¿Qué hago con
alguien tan joven?

—No eres exigente —Enzo se ríe—. Eso me gusta.


—¿Estarías a favor de una pareja?

—Sería la solución para los problemas de ambos, ¿no? —Enzo da un


sorbo a su bebida.

—Efectivamente —Vacío mi vaso y me pongo de pie—. Hazme saber a


quién has elegido y fijaremos una fecha.

—¿De verdad no te importa? —indaga un poco más, pero niego con la


cabeza.

—¿Por qué tiene que importarme? Es mi deber —Me encojo de hombros.


—¡ENZO! —Mi voz sube de tono—. He estado preocupada.

—Piccola, estoy bien. —Tose—. No es que estuviera bien antes.

—¿Qué quieres decir?

—Nos atacaron. Rocco está muerto. —Mis dedos se tensan en el teléfono.

¿Lo está? Una oleada de felicidad me envuelve. Mi padre ha muerto.

—¿Y tú? Por favor, dime que estás bien.

—Estoy fuera de la zona de peligro, no te preocupes. Me dieron el alta del


hospital hace un par de días.

—¡Bien! ¡Eso es bueno! Pero… ¿eso significa? —pregunto dubitativa.

—Ahora no, piccola… Es extremadamente peligroso. Yo mismo apenas


logré salir con vida. Tenemos enemigos que nos acechan en nuestros
territorios. No puedo exponerte a eso —explica, y mi rostro cae—. Pronto.
Espera un poco más.

—De acuerdo —susurro.

—¿Cómo está mi sobrina favorita?


—Está bien. No puede esperar a verte. ¿Cuándo la visitarás?

—Intentaré estar allí al final de la semana. Te veré entonces, piccola.

—Sí, gracias, Enzo. Me alegro mucho que estés bien.

—No te preocupes por mí, soy un hombre difícil de matar. —Se ríe, pero
no comparto el sentimiento.

Después de colgar, escondo mi teléfono en su lugar especial. Rara vez hay


inspecciones aquí, pero es mejor tener cuidado. La Madre Superiora siempre
me ha guardado rencor y no quiero hacer nada que pueda provocarla.

Ella solo descargaría su ira en Claudia.

Enzo estaba herido… por eso no pudo venir. Respiro profundamente y me


siento, tratando de calmar mis nervios. Esta es otra razón por la que odio lo
que hace mi familia. Siempre hay peligro. No quiero eso para Claudia, y sin
embargo, tampoco quiero que crezca conociendo solo las paredes de este
convento.

No es una situación ideal.

—¡Mamá! —Claudia abre la puerta y salta a mis brazos.

—Ya, ya, pequeña alborotadora, me vas a hacer perder el equilibrio —la


regaño, pero no se inmuta.

—¡Mira lo que tengo! —Levanta la mano para mostrarme una tableta de


chocolate. Frunzo el ceño.
—¿De dónde has sacado eso? —solo una persona de fuera podría traer
chocolate dentro.

—Me lo dio el Padre Guerra. Dijo que era una niña obediente —relata
alegremente, y no puedo evitar sonreír.

En los días siguientes a la presentación del Padre Guerra, aprendí a dejar


de lado mis prejuicios y a encariñarme con el hombre. A pesar que pertenecía
a una familia prominente, y probablemente por eso me había caído tan mal al
instante, había sido amable y simpático con nosotros. Incluso conmigo.

No había dejado que los rumores o los prejuicios nublaran su juicio a la


hora de tratarnos, y yo se lo agradecía. Era justo que yo hiciera lo mismo.

Ha sido especialmente amable con Claudia, y ahora me doy cuenta de lo


mucho que necesita una figura paterna en su vida.

—Entonces puedes comerlo después de la cena —le digo y ella hace un


mohín.

—¿Puedo tener un cuadrado ahora? —Batea con las pestañas. Estoy casi
tentada a ceder, porque es demasiado linda cuando trata de conseguir algo.

—No. ¡Después de comer!

—Bien —Me da la barra de chocolate y la dejo a un lado.

—¿Dónde está tu tía Sisi? —Claudia debía estar con Sisi…

—La detuvo la Madre Superiora. Me dijo que me adelantara.

Qué raro. Me encojo de hombros y lo saco de mi mente.


—Vamos a vestirte.

La cena de los domingos es siempre una comida más especial, y a Claudia


se le permite ponerse uno de sus vestidos más bonitos —no es que yo llame
bonita a ninguna de las cosas que tiene que llevar—. Voy a nuestro armario y
le pido que elija lo que quiere ponerse esta vez. Elige un vestido rosa
polvoriento. Saco una de sus camisas blancas de un cajón, se la doy para que
se la ponga primero y luego la ayudo a ponerse el vestido.

—¿Me peinas también?

Se pone delante del pequeño espejo que hay sobre el escritorio y yo la


peino. Claudia parece una mini-yo en todos los aspectos menos en el cabello.
Es un marrón claro, casi un rubio arena. Le separo el cabello en mechones
antes de entrelazarlo en una larga trenza. No es la primera vez que mis
pensamientos me llevan a esa noche… a su padre biológico.

Un escalofrío me recorre. Rápidamente intento distraerme escuchando su


charla sobre las clases de la escuela.

—Todo listo.

—Gracias, mamá. —Me rodea la cintura con los brazos y me da un


abrazo.

—Ahí estás. —Giro la cabeza y veo entrar a Sisi. Parece que acaba de
correr una maratón.

—¿Qué te ha pasado?

Jadeando, se tira en la cama.


—Esa… ugh… ¡esa maldita mujer! —Golpea la almohada.

—¿Sisi?

—La Madre Superiora. Me ha dicho que no estoy haciendo bien mis


tareas y que ahora se me asignará el doble de carga… para que aprenda a
trabajar correctamente, dice. —Más movimientos de la cama antes que ella se
ponga en pie de un salto—. Nunca había tenido una queja, pero de repente lo
hago todo mal.

—Sisi…

—Sabes qué, no importa. Haré lo que ella diga… pero eso significa que
no tendré tanto tiempo para vigilar a Claudia.

—Estoy segura que podemos resolver algo —agrego.

—Y soy una chica grande. Puedo cuidarme sola —Mi hija interviene,
haciendo que tanto Sisi como yo sonriamos.

—Deja que me vista y te acompañaré a cenar. —Ella suspira y saca un


traje limpio.

Nos dirigimos todas al gran salón y, tratando de evitar a las demás monjas,
tomamos asiento en una mesa del rincón más alejado. Ya estoy acostumbrada
a las miradas y los susurros malignos, pero siempre intento minimizar la
exposición de Claudia a esas cosas.

Por suerte, la comida acaba siendo mejor que antes y todo el mundo la
disfruta. Terminamos y llevamos nuestras bandejas a lavar.
—¿Puedo ir a comer el chocolate ahora? —Claudia me tira de la manga.
Al ver su rostro esperanzado, no me atrevo a decir que no.

—Claro, puedes adelantarte.

—¡Sí! —exclama antes de correr hacia nuestra habitación.

—La estás mimando demasiado —Sisi me reprende juguetonamente.

—Es lo menos que puedo hacer.

—Ojalá mi madre fuera como tú. —El tono melancólico de Sisi me


recuerda aquella vez, hace años, cuando me pidió que fuera su madre.

Le doy un rápido apretón de manos en señal de consuelo.

Cuando volvemos a la habitación, el convento está en silencio.


Probablemente todos se están preparando para apagar las luces.

—¿Claudia? —llamo a mi hija mientras abro la puerta de la habitación.


No hay nadie. Entro—. ¿Claudia? No tiene gracia —repito y empiezo a
buscar debajo de la cama, luego en el armario.

Sisi hace lo mismo. Pero no hay muchos lugares en los que se pueda
esconder en una habitación tan pequeña.

—¿Dónde puede estar? —Mi corazón se acelera, la ansiedad sube por las
nubes. Miro el lugar donde había puesto su chocolate y lo encuentro todavía
allí, intacto—. No creo que haya venido aquí.

Me vuelvo hacia Sisi y está tan preocupada como yo.

—Tú ve al ala oeste; yo iré al este. La encontraremos.


Inmediatamente nos separamos. Corro alrededor, preguntando a cada
monja si ha visto a Claudia. Veo a un grupo de monjas cerca del edificio y me
apresuro a ir a su lado.

—¿Han visto a Claudia? —Se burlan de mí.

—¿Ni siquiera puede cuidar de su hija? —Una resopla.

Ni siquiera tengo tiempo de sentirme ofendida. Vuelvo a correr,


preguntando a unas cuantas monjas más si han visto a Claudia.

—Creo que sí. No estoy segura que fuera Claudia. —Por fin alguien
puede darme alguna información.

—Por favor, dime de todos modos —suplico.

—Ella iba hacia la capilla.

—¡Gracias! —Tomé sus manos entre las mías en un gesto de gratitud.

Eso estaba al otro lado del convento, pero no me importaba. Cambié de


dirección y me dirigí a la capilla. ¿Por qué iba a visitar la capilla? ¿Y a esta
hora? Aunque todavía no ha oscurecido, con la entrada en vigor del horario de
verano, sigue siendo tarde.

Y Claudia sabe lo importante que es hacer el toque de queda.

Cuando llego a la capilla, no veo a nadie alrededor. Tampoco hay ruidos.


Esperando que la puerta no esté cerrada con llave, la empujo para abrirla.
Cede inmediatamente. La capilla del Sacre Coeur es como una pequeña
iglesia gótica. Es lo suficientemente grande como para acomodar a toda la
gente del convento, pero según otros estándares, no es tan grande.
En el interior, hay dos filas en cada pasillo que conducen al altar, y en el
lado derecho está el confesionario. A cada lado de la capilla, las paredes están
decoradas con vidrieras que representan acontecimientos bíblicos. Al entrar
en la capilla, paso por la parte central y me dirijo directamente al altar.
Seguramente no estará aquí...

La iglesia está envuelta en la oscuridad, pero hay algunas velas


encendidas en el altar. Estoy en la mitad de la iglesia cuando distingo dos
figuras cerca del altar. Una es un adulto, mientras que la otra es un niño.
Cuanto más avanzo, más puedo distinguir los rasgos… y las acciones.

Es Claudia, mi dulce Claudia, y el Padre Guerra. Y él… tiene la mano en


el vestido de ella. Jadeo al darme cuenta lo que estoy viendo. Sin siquiera
pensarlo, me lanzo hacia adelante, con la intención de sacar a mi pequeña de
las garras de este hombre.

Deben de haberse dado cuenta de mi presencia, porque el Padre Guerra


retira inmediatamente la mano y se recompone. Claudia se vuelve hacia mí y
veo algo en sus ojos que me hace reaccionar.

—Claudia, ve a la habitación —le ordeno. Sus hombros tiemblan


ligeramente, no sé si por lo ocurrido o por el tono de mi voz—. ¡Ahora! —
reitero cuando ella duda.

—Mamá… —susurra, mirándome un segundo antes de salir corriendo de


la capilla.

—Catalina, esto no es lo que parece. —El Padre Guerra salta


inmediatamente a defenderse—. Solo estaba arreglando su vestido.
—¿Arreglando su vestido? ¿O la ropa interior? —Mis pies me llevan
directamente frente a él y un repentino impulso de hacer daño me invade.

Puso sus manos sobre mi hija… mi hija de nueve años. Quiero romper a
llorar, pero no puedo permitir que este hombre se vaya sin consecuencias.

—Catalina, estoy seguro que podemos llegar a un entendimiento. —


Levanta las manos en un gesto apaciguador.

—¿Qué entendimiento? ¿Que eres un maldito pedófilo? —Ni siquiera


reconozco mi voz mientras le grito—. La Madre Superiora se enterará de esto.
Me aseguraré que recibas tu merecido, desperdicio de ser humano. —Hay
mucho veneno en mi voz, pero aún no hace justicia a lo que sentí cuando lo vi
tocar a Claudia.

El Padre Guerra se ríe. Tiene la audacia de reírse.

—¿Y quién crees que te va a creer? ¿Tú, que follaste con quién sabe y te
quedaste embarazada? Ni siquiera tu familia te quería. —Mi rostro cae
mientras él sigue hablando—. ¿Crees que no lo sabía? ¿Realmente crees que
quería ser amable contigo? A las putas como tú no se les debería permitir
estar en un lugar de Dios. —Se atreve a hablar de Dios…

Mi mano sale disparada con una mente propia. Se conecta con su mejilla
en un fuerte chasquido.

—Tú… tú… —balbuceo.

Su mano va a su mejilla y la frota lentamente.

—¡Puta de mierda! —Escupe un segundo antes que su mano me rodee la


garganta, restringiendo mi flujo de aire. Me empuja hacia atrás hasta que
tropiezo con la mesa del altar. Intento respirar con dificultad, pero él sigue
apretando su mano—. Nadie te echaría de menos si te fueras. —La malicia
que gotea de su voz es palpable… Debería haber hecho caso a mi instinto. En
cambio…

Dios sabe lo que le hizo a mi Claudia.

Ese es el pensamiento que me estimula. Tocó a mí Claudia. Extiendo los


brazos detrás de la mesa, mis manos buscan algo… cualquier cosa que pueda
usar para que me deje ir. Los segundos pasan y siento que me desvanezco.

¡No!

Es en ese momento cuando mi mano se aferra a algo… un cuchillo.


Enrollo los dedos alrededor de la empuñadura y, con todas las fuerzas que me
quedan, le clavo el lado afilado en el cuello. Sus ojos se abren de par en par,
mirándome como si tal cosa fuera totalmente imposible. Me suelta lentamente
la garganta y su mano se dirige al cuchillo clavado en su carne.

En el momento en que mi garganta se libera, toso, tratando de recuperar el


aliento.

El Padre Guerra tiene la brillante idea de sacar el cuchillo del cuello. La


sangre sale a borbotones, fluyendo como un géiser de la herida y cayendo al
suelo. Jadea un par de veces, sus rodillas se doblan bajo su peso. Se desploma
en el suelo… y no se mueve.

Todavía estoy luchando por orientarme cuando me doy cuenta del alcance
de mis acciones.

Yo… lo maté.
Cuando me doy cuenta, empiezo a enloquecer. He matado a una
persona… a un ser humano. Casi empiezo a hiperventilar al pensarlo, pero
entonces recuerdo por qué lo maté. Él tocó a Claudia… Iba a matarme… Hay
una guerra en mi interior. No puedo decidir si debo lamentar lo que hice o no.
Hay una parte de mí que se alegra que un monstruo esté muerto; pero también
hay otra parte de mí que no puede creer que haya quitado una vida con mis
propias manos.

Intento racionalizarlo. No es el fin del mundo, ¿verdad? Era un hombre


malvado. Sí… Era un hombre malvado, y el mundo está mejor sin él. ¿Pero
qué hay de mí? ¿Qué me pasará cuando lo descubran? Probablemente me
enviarán a prisión… ¡No! Esa no es una opción. No puedo dejar a Claudia.
No puedo dejar a mi hija sola.

¡Piensa, Catalina, piensa!

Mi determinación se renueva; me pongo en modo de determinación. No


puedo permitir que esto me separe de mi hija. ¡No va a ganar!

¡Piensa, Catalina!

Es un domingo por la noche… nadie se enterará si me deshago del cuerpo.


Sí… solo tengo que deshacerme de las pruebas y nadie lo sabrá. Recojo el
cuchillo y, con un paño del altar, lo limpio y lo vuelvo a depositar en su lugar
original. Pero al mirar alrededor de la capilla, me doy cuenta que estoy en un
aprieto. ¿Qué hago con el cuerpo? No hay forma de deshacerme de un cuerpo
por mi cuenta…

Piensa, Catalina… ¡Piensa!


Con los ojos bien abiertos, busco en mi entorno algo de inspiración.
Entonces veo la cabina del confesionario. Podría funcionar… de momento.
Me agarro a las manos del Padre Guerra y tiro de él hacia el confesionario.
No es fácil, teniendo en cuenta la discrepancia de nuestros tamaños y mi falta
de fuerza. Pero al final lo consigo.

Dejo su cuerpo en el suelo, abro la puerta del confesionario e intento


meter su cuerpo dentro, asegurándome que nada sobresalga. Por desgracia,
hay un rastro de sangre en el suelo. Dejando escapar un gran suspiro, cierro la
puerta y limpio la sangre. Hago lo que puedo, pero con los limitados recursos
que tengo, solo consigo esparcirla desordenadamente.

La adrenalina empieza a desaparecer y el pánico se apodera de mí. No


puedo dejar a un hombre muerto en el confesionario. Pero tampoco puedo
arrastrarlo yo sola para enterrarlo en algún sitio. Necesitaré que otra persona
me ayude a deshacerme del cuerpo. No sé qué voy a hacer después de
deshacerme del cuerpo, pero ya cruzaré ese puente más adelante.

Colocando la mano sobre mi corazón, intento regular mi respiración. Echo


una mirada furtiva al confesionario y espero de nuevo que la culpa me asalte.
No sucede, solo de pensar en ese hombre tocando a Claudia… Sacudo la
cabeza. Tengo que reflexionar sobre esto.

Lo primero es que no puedo salir con la ropa ensangrentada. Miro a mí


alrededor, tratando de pensar en mis opciones. Diviso el órgano en el pasillo
de enfrente. El banco está cubierto con una tela roja. Me acerco rápidamente,
y me alegra ver que es un trozo de tela bastante largo.
Despojándome del vestido manchado, me cubro el cuerpo con la tela y me
hago un nudo alrededor del hombro al estilo griego. Luego, con el vestido ya
manchado, vuelvo a limpiar el suelo, en los puntos más evidentes.

El resto lo haré más tarde.

Cerrando los ojos por un segundo, intento calmarme de nuevo. Puedo


hacerlo… Puedo hacerlo. Con una última mirada a la capilla, salgo y voy
directamente a la habitación, con cuidado de evitar las zonas pobladas.
Cuando llego a la habitación, la abro lentamente y veo a Sisi en la cama con
Claudia. La cabeza de Sisi se dirige hacia la puerta.

—¿Lina?

—¿Puedes salir un momento? Y traerme un vestido. —Sisi frunce el ceño,


pero hace lo que le digo, sin hacer preguntas.

Espero fuera unos minutos y entonces Sisi aparece con un vestido.

—¿Qué está pasando? —Sus ojos se abren de par en par al ver mi aspecto.
Debo de tener un aspecto espantoso.

—Ha pasado algo malo. Como terrible.

—Lina… me estás asustando.

—¿Claudia te dijo algo? —pregunto, casi temiendo la respuesta.

—No… solo mencionó que estabas con el Padre Guerra. —En el


momento en que menciona al Padre Guerra, me derrumbo.
—Él la estaba tocando… —susurro, y las lágrimas finalmente comienzan
a brotar.

—¿Qué quieres decir? —pregunta Sisi.

—La estaba tocando por debajo de la ropa…

—¡No! —exclama ella, horrorizada.

—¿Dónde está? ¿Qué ha pasado?

—Yo… lo he matado.

—Estás bromeando.

—No… lo he matado de verdad. No era mi intención, pero…

Le cuento con detalle todo lo sucedido, incluyendo cómo había depositado


el cuerpo en la cabina del confesionario.

Tras un prolongado silencio, Sisi finalmente habla.

—Tenemos que hacer algo al respecto. —La miro, esperando que me odie
por ser una asesina.

—Tú… He matado a un hombre —repito, esperando la condena.

—Sí, y yo también lo habría matado. ¡Ese depravado! Ahora, sobre la


cabina del confesionario —añade pensativa.

—Por eso he vuelto. No puedo hacerlo sola. Sé que es mucho pedir,


pero…
—¡Nada de peros! —Sisi me calla y continúa—. Vamos, vístete y lo
resolveremos —Me da un fuerte abrazo y me deja ponerme algo más decente.

—Antes tengo que hablar con Claudia —digo, y ella asiente, dando un
paso atrás para permitirme entrar en la habitación.

—Estaré aquí. Hazme saber cuando entrar.

Dejo a Sisi fuera y abro tímidamente la puerta de la habitación.

—¡Mamá! —Claudia exclama y viene hacia mí—. Lo siento —murmura y


empieza a llorar.

—No, cariño, no. No es tu culpa.

—Pero estabas enojada… me gritaste. Tú nunca gritas —murmura, con


sus pequeñas manos frotándose los ojos.

—Shh… —Le acaricio lentamente el cabello y la conduzco hacia la cama.

—Claudia, mi amor, por favor dime… ¿el Padre Guerra te ha tocado así
antes? —No sé cómo consigo disimular el temblor en mi voz. Claudia levanta
sus ojos verdes como el rocío para mirarme.

—Una vez… me dijo que me daría un chocolate todos los días si le


dejaba. —Se me rompe el corazón mientras me cuenta esto.

—¿Hizo… hizo más que eso? —Casi no quiero saberlo, pero debo
hacerlo.

Claudia niega con la cabeza.

—¿Estás segura? Puedes decírselo a mamá, te prometo que no me enojaré.


—No. —Mueve la cabeza con más fuerza. Quiero creerle… Mi hija… mi
hija casi pasó por lo mismo que yo hace tantos años.

La acerco a mi pecho y la rodeo con mis brazos. Ella está bien… Ella está
bien. Y él está muerto… Ya no puede hacerle daño. Eso es lo que me digo
mientras la acuno en mis brazos.

Un rato después, Claudia está profundamente dormida. Sisi me lleva


aparte y me cuenta su idea.

—Podría funcionar. Nadie lo sabrá si lo enterramos en el cementerio.

—Pero ¿cómo lo vamos a llevar hasta allí? —le susurro.

—¿Tu maleta? —sugiere. Eso podría funcionar.

Vaciamos el equipaje de todo su contenido y salimos hacia la capilla.

—Sisi, ¿estás segura que quieres hacer esto? Es mi culpa… Puedo decirles
lo que pasó. —No quiero arrastrarla a mi lío… La situación se me está yendo
de las manos. Y es mi culpa.

—¿Y quién te va a creer? Ya has dicho que es de una familia prominente.


Probablemente tienen suficiente influencia para asegurarse que te culpen de
todo. Piensa en Claudia. ¿Qué sería de ella sin su madre? —pregunta, y me
quedo helada. Eso es exactamente lo que había estado pensando.

¿Qué le pasaría a mi hija? Entregarme no parece una buena posibilidad,


sobre todo teniendo en cuenta que el Padre Guerra era el favorito de la Madre
Superiora.
—¿Y si la Madre Superiora también estaba metida en esto? —pregunta de
repente Sisi. Me giro bruscamente.

—¿Qué quieres decir?

—Ella sabe que cuando tú estás de guardia, yo me encargo de vigilar a


Claudia. Conmigo haciendo el doble de tareas, Claudia se quedaría sola.

—Y vulnerable. Tienes razón. Le ha estado dando dulces para ganarse su


confianza desde el principio. Y nadie habría mirado para otro lado si ella
fuera a algún lugar con el Padre Guerra. Al fin y al cabo, es un sacerdote —
agrego, pero esto me revuelve aún más el estómago.

¿Estaban planeando esto? ¿Profanar a mi hermoso bebé? Apenas puedo


controlar la rabia que siento por dentro al pensarlo… pero sé que no puedo
arrepentirme de haberlo matado, aunque haya sido en defensa propia. Él
quería lastimar a mi bebé.

Dentro de la capilla, nos dirigimos directamente al confesionario. Sisi se


queda callada cuando abro la puerta. Mira el cuerpo ensangrentado del Padre
Guerra con una expresión casi inescrutable.

Abrimos la maleta y la dejamos en el suelo. Luego, las dos agarramos al


Padre Guerra y lo metemos en la maleta.

—Es demasiado grande —Ella frunce la nariz.

—Solo tenemos que doblarlo un poco. —Ella inclina la cabeza hacia un


lado mientras considera esto.

—¿Qué tal si probamos una posición fetal? —Da vueltas en la maleta, con
el ceño fruncido. Probablemente está imaginando los diferentes ángulos.
—Vamos a intentarlo. —Me encojo de hombros. Giramos su cuerpo,
probando diferentes ángulos para que quepa dentro.

Por suerte para nosotras, no es un hombre muy alto, probablemente solo


cinco pulgadas más alto que mi uno sesenta. Después de muchos intentos y
errores, está bien doblado en la maleta. Me agarro a una de las cremalleras
mientras Sisi se agarra a la otra, y tratamos de encontrarnos a mitad de
camino. Hace falta sentarse un poco encima para que la maleta se cierre, pero
lo conseguimos.

—Maldita sea. —Se seca el sudor de la frente con el dorso de la mano.

El convento tiene su propio cementerio. El Sacre Coeur tiene una historia


que se remonta a casi doscientos años, y este cementerio fue inaugurado
durante el brote de gripe de 1918. Desde entonces, se utiliza poco, cuando las
monjas fallecen. La ventaja es que el cementerio está situado cerca de la
capilla, por lo que el cuerpo puede ser puesto a descansar justo después de los
servicios religiosos. Hay quizás dos edificios administrativos que hay que
pasar de camino al cementerio.

La idea de Sisi de colocar el cuerpo en la maleta fue brillante. Las ruedas


de la maleta facilitan su transporte hacia el cementerio. Una vez allí,
buscamos una parcela escondida, donde la presencia de tierra fresca pasaría
desapercibida. Encontramos justo el lugar, al lado de un sauce. La sombra que
proyecta el árbol debería ocultar la tierra removida.

—¡Espera! —dice Sisi y se lanza hacia uno de los cobertizos más


pequeños que hay junto al cementerio. Solo tarda unos minutos en volver con
dos palas.
—Ahora es la parte difícil. —Suspira y clava la pala en el suelo antes de
recoger un poco de tierra y tirarla a un lado. Yo cojo la otra pala y hago lo
mismo.

Deben pasar un par de horas cuando, casi empapadas de sudor,


terminamos de cavar.

—Sinceramente, esto no ha estado tan mal —comenta Sisi, y mi cabeza


gira hacia ella. ¿Habla en serio? —. Creo que prefiero cavar tumbas que lavar
platos. ¿Crees que puedo solicitar el puesto? —Está muy seria cuando
pregunta esto, y no puedo evitar reírme.

—Sisi… —Empiezo, pero no puedo dejar de reír—. ¿De verdad quieres


cambiar platos por tumbas?

—Sigue siendo trabajo. —Se encoge de hombros, pero me doy cuenta que
también le hace gracia.

—¡Hagamos esto! —Traigo la maleta y juntas la lanzamos al agujero.

—Yo digo que es lo suficientemente profundo.

—Yo creo que sí —Estoy de acuerdo.

Tomamos las palas una vez más y cubrimos el agujero con tierra. Esto no
nos lleva mucho tiempo y pronto nos encontramos de vuelta en la capilla,
tratando de borrar toda evidencia del crimen.
Claudia no ha mencionado al Padre Guerra en los últimos días.

Me alegro que no parezca estar traumatizada por ese suceso, pero creo que
no entiende bien lo que le pasó. He intentado hablar con ella y explicarle que
lo que ha pasado no está bien, y que no debe dejar que nadie la toque así.

Parecía más preocupada por el hecho que le había gritado. Le aseguré


varias veces que no era su culpa y que los adultos también pueden portarse
mal, como el Padre Guerra. Nuestras discusiones parecen haber surtido efecto
en ella, ya que simplemente dejó de mencionar el suceso.

También Sisi fingió que nuestra aventura criminal nocturna no había


ocurrido. No mencionó al Padre Guerra ni una sola vez, y todo volvió a la
normalidad.

O eso creíamos.

No todo el mundo se había olvidado del Padre Guerra, y un par de días


después circulaban rumores de que se había marchado de repente. Algunas
monjas decían que la Madre Superiora estaba angustiada por su repentina
ausencia.

Después de oír a todo el mundo hablar del Padre Guerra, me derrumbo y


le pregunto a Sisi.
—¿Crees que lo buscarán?

—No te preocupes. No hay posibilidad de que lo encuentren, ¿verdad? No


hay rastro de él —contesta en un tono bajo.

No importa cuánto haya tratado de justificar mis acciones, seguía


sintiéndome culpable por lo que había hecho. No importa cuántas veces
intenté imaginarme al Padre Guerra con la mano metida en la falda de
Claudia, seguía sin poder olvidar sus ojos justo antes de morir. No se lo había
dicho a Sisi, pero el Padre Guerra había estado plagando mis pesadillas desde
aquella noche.

Antes, solo era el monstruo de los ojos ámbar. Ahora… mis pesadillas han
cambiado.

Siempre comienzan con ese hombre… el de los ojos ámbar. No puedo


distinguir sus rasgos, solo sé que inspira tales sentimientos de temor en mi
corazón que corro. Pero siempre me alcanza y me inmoviliza por detrás.
Antes, sin embargo, los sueños siempre terminaban con él levantando mi
falda y forzándome. Ahora… Me defiendo, y lo alejo de mí. Pero cuando
intento defenderme, se convierte en el Padre Guerra.

Y lo mato.

Racionalmente, pensé que sería capaz de olvidarlo todo. Mi


subconsciente, sin embargo, parece oponerse a la idea.

Esa noche, vuelvo a soñar. Dando vueltas en la cama, renuncio a cualquier


esperanza de descanso cuando veo que son casi las seis.

Me levanto tranquilamente y me sirvo un vaso de agua.


—No estás bien, ¿verdad? —Sisi se apoya en su cama, sus ojos observan
cada uno de mis movimientos—Sacudo la cabeza—. Se lo merecía, ¿vale? —
Me da unas palmaditas en el sitio que tiene al lado y me tumbo.

—Lo sé… en mi cabeza. Pero sigo sintiéndome culpable.

—Solo trata de olvidarlo. Será más fácil con el tiempo —sugiere Sisi.

Justo entonces, un grito impregna el aire. Miro a Sisi, frunciendo el ceño.


Otro grito, una voz diferente.

Sisi se levanta de la cama y se pone rápidamente su hábito.

—¿Qué estás haciendo? —Siseo.

—¿No tienes curiosidad? —pregunta, y aún así escucho otro grito.

Echo un vistazo a Claudia y sigue profundamente dormida. Dejándome


convencer por Sisi, me visto y, cerrando la puerta, nos dirigimos al origen del
sonido.

—Creo que es en el muro —Sisi señala en esa dirección y empieza a


correr. Sacudiendo la cabeza, la sigo. Tal vez lo que sea que sea me haga
olvidar al Padre Guerra por un momento.

Llegamos al muro y vemos a un grupo de monjas, todas ellas con aspecto


de haber visto al mismísimo diablo. Algunas se persignan, otras besan una
cruz y otras simplemente se arrodillan y rezan. Impaciente, Sisi se abre paso
entre el mar de monjas, llevándome con ella.

Pero de repente se detiene.


—Madre de Dios… Qué… —Sisi murmura. Está de pie frente a mí, así
que doy dos pasos a la derecha para poder ver lo que tiene delante. Me
detengo con un suspiro.

El muro tiene como pieza central una copia de la Piedad de Miguel Ángel.
Y la escultura ha sido profanada de la peor manera.

Casi me dan arcadas al ver y oler.

En lugar del cuerpo de Cristo tendido en los brazos de María, es el cuerpo


del Padre Guerra. Está desnudo, con la piel hinchada y descolorida. Su piel,
antes pálida, es ahora marrón con algunas manchas moradas. Su torso ha sido
abierto y sus órganos se desparraman. Creo que puedo distinguir sus
intestinos colgando de las hendiduras del vestido de Maria. Hay moscas
zumbando y gusanos saliendo de su cavidad torácica, algunos de los cuales se
desparraman por la hierba. Hay algunos bichos colgando del rostro de Maria,
tratando de escarbar en los orificios abiertos. El olor a putrefacción que hace
zumbar a los bichos con regocijo hace que una monja tras otra se derrumbe a
mitad de la oración.

Pero eso no es lo peor.

En la parte inferior de la estatua, pintada con sangre, hay cinco palabras.

SÉ LO QUE HICISTE

—¡Blasfemia! —grita una monja.

La cabeza del Padre Guerra cuelga floja del cuello, la carne adelgazada
por la putrefacción y los muchos depredadores en juego. Incluso ahora, se
mueve ligeramente hacia arriba y hacia abajo, la columna vertebral totalmente
visible. Las vértebras cervicales se esfuerzan por sostener el peso de la
cabeza… hasta que ya no pueden. La cabeza cae con un ruido sordo, y todas
las monjas retroceden al oírlo. Luego rueda por la hierba hasta llegar a los
pies de una monja. Ella apenas le dedica una mirada mientras también cae al
suelo.

Mi mano sale disparada y se agarra al brazo de Sisi. Intento estabilizarme,


pero mis pies se tambalean.

—¿Lina?

—¿Quién…? —Suspiro—. No puedo.

—Tenemos que irnos. —Sisi me agarra de la mano y me empuja hacia la


parte de atrás. Justo entonces, la Madre Superiora hace su aparición.

En cuanto ve al Padre Guerra, o lo que queda de él, se persigna y cae de


rodillas, con los ojos muy abiertos de horror.

—Vamos —Sisi me insta a seguir, apartando mi atención de la Madre


Superiora. La sigo hasta que estamos a salvo en la habitación.

Claudia sigue durmiendo, así que intentamos mantener el volumen al


mínimo.

—Alguien me ha visto… Oh, Señor, alguien lo sabe. —No puedo evitar el


pánico cuanto más pienso en ello. La imagen del Padre Guerra destripado y
exhibido públicamente quedará grabada para siempre en mi cabeza.

Nunca podré dejar de ver eso…

—Eso no lo sabes.
—Estaba escrito ahí. Tú también lo viste —Me llevo la mano a la frente y
cierro los ojos. Tengo que hacer algo… No puedo quedarme aquí. Si alguien
lo sabe… Me estremezco solo de pensarlo. Quien le haya hecho eso al Padre
Guerra… ¡Señor! No podemos quedarnos aquí. Es demasiado peligroso.

—Tal vez fue una broma.

—¿Una broma? —Me vuelvo hacia Sisi—. ¿Viste lo que le hicieron al


cadáver? Lo degradaron… No… No puedo hacer esto. No puedo quedarme
sentada y esperar a que quienquiera que haya sido venga a por mí. O peor,
Claudia.

—Lo entiendo, pero ¿qué puedes hacer?

Llevando mis uñas a la boca, me las muerdo, la ansiedad carcome mi


cordura. ¿Qué puedo hacer?

Piensa, Catalina, piensa.

—Tengo que llamar a Enzo, contarle todo —le suelto. No sé si Enzo


puede hacer algo, pero quizá pueda al menos proteger a mi hija.

Ni siquiera espero a que Sisi responda. Voy directamente a mi escondite y


saco el teléfono, marcando a Enzo. Lo toma a la primera.

—¿Lina? —pregunta, claramente sorprendido que llame tan temprano.

—Enzo… Necesito ayuda. La he fastidiado —empiezo, mi voz tiembla


mientras intento explicar lo que ha pasado.

—Más despacio, piccola. ¿Qué ha pasado?


Y así se lo cuento. No con mucho detalle, pero creo que entiende lo
suficiente porque enseguida me dice.

—Estaré allí en un par de horas. No te muevas. No salgas de tu habitación,


¿entendido?

—Sí. —Suspiro y cuelgo.

—¿Te vas? —Sisi pregunta.

—No lo sé. Enzo me dijo que lo esperara. Estoy más que asustada, Sisi…
Estoy aterrorizada. ¿Y si le pasa algo a Claudia? Viste esa cosa afuera.
Ninguna persona cuerda haría eso.

—No, tienes razón. No puedes arriesgar su seguridad, ni la tuya.

—¿Y tú, Sisi? Tú me ayudaste. —Odiaría que le pasara algo por mi culpa.

—Estaré bien —dice con displicencia, pero no me convence.

—Al menos llama a tu hermano. Hazle saber que podrías estar en peligro
—añado.

—No creo que sea necesario. Lo más probable es que la seguridad se


refuerce a causa del incidente. No te preocupes por mí, por favor. —Ella toma
mis manos entre las suyas—. Vamos a empacar. Tienes que salir de aquí.

Acepto a regañadientes y llenamos unas cuantas bolsas, sobre todo de


ropa. Luego despierto a Claudia con cuidado y le explico que tal vez
tengamos que irnos. En su estado de confusión y sueño, se limita a asentir
conmigo, sin hacer realmente preguntas.
Fiel a su palabra, Enzo llega una hora después. Me llama para que baje, ya
que está esperando delante del edificio.

—¡Enzo! —lo llamo mientras me apresuro a abrazarle. Me besa la cabeza.

—Todo va a salir bien, piccola. —Toma a Claudia en brazos y la hace


girar.

—¿Estás lista, moppet?

—¡Sí! —exclama Claudia. No sé si entiende que vamos a dejar el


convento, dado que nunca ha visto el mundo exterior, pero está abierta a ello.

—¿Y la Madre Superiora?

—Tuve unas palabras con ella. Estaba demasiado angustiada para discutir
conmigo.

—Probablemente se alegró de que me fuera —agrego con sorna.

—Solo le dije que no podía de buena fe dejarte aquí, en la escena de un


crimen. —Hace una mueca al oír la palabra crimen, y yo miro hacia otro lado.

No le había contado todo, dado mi estado mental en ese momento. Pero lo


haré.

—Salgamos de aquí —digo y él asiente.

Pronto nos encontramos en la parte trasera del coche de Enzo y de camino


a su casa… la de mi infancia. Claudia, todavía un poco somnolienta, se queda
dormida. Lo agradezco, ya que puedo hablar con Enzo con más libertad.

—¿Guerra, dijiste?
—Sí. —Y entonces, en voz baja, le hago un relato completo de lo
sucedido, desde el momento en que lo vi tocando a Claudia, hasta que Sisi y
yo lo enterramos en el cementerio.

—¿Y no tienes ni idea de quién pudo haber dejado ese mensaje?

Sacudo la cabeza enérgicamente.

—Fue como un espectáculo… de muerte. Siento que quien lo hizo se


estaba burlando de mí.

—No es la mejor situación —admite Enzo con gravedad—. Más aún


porque era un Guerra. Nunca hemos estado en buenos términos con ellos.

—¿Qué crees que harán?

—¿En el mejor de los casos? Intentar tomar venganza. En el peor…


vengarse —dice Enzo crípticamente, pero intento no pensar demasiado en
ello.

Llegamos a casa y Enzo me sugiere que tome mi antigua habitación.

—Me quedaré con Claudia por ahora, ya que este es un lugar extraño para
ella.

—Ve a descansar, piccola. Si necesitas algo, dímelo. Allegra no volverá a


casa pronto, pero Lucca está aquí. Te lo presentaré más tarde. Quizá él y
Claudia se lleven bien.

—Eso suena bien. —Asiento con la cabeza.

Enzo toma a Claudia en brazos y la tumba en la cama de mi infancia.


—Todo sigue igual… —comento cuando Enzo está a punto de irse.

—Te dije que te traería de vuelta, piccola. Quizá las circunstancias no


sean las ideales ahora, pero esta es tu casa.

—¡Gracias! —Le doy un beso en la mejilla.

Cerrando la puerta, respiro profundamente y miro mi antigua habitación.


Todavía tiene mi ropa de adolescente, y todo lo que no pude llevarme al Sacre
Coeur. Desplazando mi mirada hacia una Claudia dormida, no puedo evitar
sonreír.

No me importa dónde esté, siempre que ella esté conmigo, a salvo.

Ella es lo único que importa.

Al día siguiente, Enzo pide hablar conmigo. Por el tono de su voz, sé que
no tiene buenas noticias que compartir.

Después de despertarnos, Claudia y yo nos dirigimos a desayunar, donde


también conocimos a Lucca, el hijo de Enzo. Como era de esperar, Claudia y
Lucca se habían convertido rápidamente en amigos, especialmente cuando
Lucca la había invitado a jugar con sus juguetes. Para una niña que solo había
vivido en los confines de un convento, ésta era una aventura totalmente
nueva. La había animado a divertirse.

Al tomar asiento frente a Enzo, no puedo evitar inquietarme.


—Lina… —comienza y sacude la cabeza. Sostiene una carta en la mano,
que me pasa.

—¿Qué es esto? —le pregunto. Su boca se pone en una línea rígida. Con
una mano temblorosa, tomo la carta y la abro.

Al hojear el contenido, siento que se me cae el estómago.

—Esto… pero, ¿cómo? —pregunto.

—No lo sé. La verdad es que no tengo ni idea de cómo se han enterado.


Quien arrojó el cuerpo de Guerra al muro debió hablarles de ti.

—¿Y ahora qué?

La carta detallaba las cosas que los Guerra me harían si me atrapaban.


Decían que sabían que yo era quien había matado al Padre Guerra, y que
sufriría en la misma medida por el insulto afrentado a su familia.

—No es una situación óptima. Se sienten menospreciados porque eres una


mujer.

—¿Y una mujer no puede matar a un hombre, quieres decir? —pregunto


con sarcasmo. Enzo asiente con gesto adusto.

—Necesitas protección, Lina. Tanto tú como Claudia necesitan


protección.

—Te tenemos a ti, ¿verdad?

Enzo niega con la cabeza.


—No será suficiente. Necesitas a alguien que las proteja en todo
momento; y a alguien con quien no puedan cruzarse. Por mucho que me duela
decirlo… estoy demasiado ocupado. Entre llevar a la famiglia y nuestros
negocios, también hay un conflicto continuo con otras organizaciones.

—Podríamos quedarnos aquí. Escondernos aquí —agrego, tratando de


convencerlo que podemos estar a salvo aquí.

—¿Y si atacan? ¿Quién puede decir que no atacarán cuando me llamen


para ocuparme de algo? Podría pasar.

—¿Entonces qué puedo hacer? —Intento con todas mis fuerzas contener
las lágrimas. Lo que dice Enzo… ¿significa que nunca estaremos a salvo?
¿Que tendremos que mirar siempre por encima del hombro? No puedo tener
eso para Claudia… incluso el Sacre Coeur es mejor que eso. Pero el convento
ya no es seguro ahora.

—Cásate —Enzo me suelta la bomba. Me quedo con la boca abierta por la


sorpresa. ¿Casarme? Pero con quién… nadie me aceptaría.

—¿Matrimonio?

—Sí. Podrías casarte con un hombre lo suficientemente poderoso como


para garantizar tanto tu seguridad como la de tu hija.

—Pero… Enzo, seguramente sabes que nadie me aceptará. Soy mercancía


dañada. —Bajo el volumen ante las últimas palabras, avergonzada de mí
misma.

—No digas eso. Lina… no vuelvas a decir eso. No eres mercancía dañada
—me reprende, y giro la cabeza, sin querer ver su reacción.
—¿Quién me aceptará, Enzo?

—Alguien lo hará. De hecho, hace unos días, vino a verme alguien para
hablar de una alianza. Él nunca te diría que no —Enzo dice con confianza,
pero no puedo evitar estar escéptica. Seguro que cuando ese hombre se dé
cuenta quién soy… y que tengo una hija, sin duda se echará atrás.

—¿Quién es? —pregunto.

Antes que Enzo me diga su nombre, me hago un voto a mí misma. Sea


quien sea, mientras me acepte a mí y a mi hija, yo también le aceptaré a él, y
cumpliré con mi deber como esposa.

Enzo frunce los labios.

—Marcello Lastra.

Mis ojos se abren de par en par y jadeo al oír el nombre.

—¿El hermano de Sisi? —Enzo asiente.

—Si la situación no fuera tan grave, nunca te habría entregado a él. Confía
en mí, Lina. Pero ahora mismo, me temo que él podría ser nuestra única
oportunidad.

El hombre guapo…

—¿Tienes algo contra él? —pregunto, casi vacilante. En cuanto a la


apariencia, Marcello Lastra era guapo, tal vez demasiado guapo.

—Hay algo raro en él… No sé qué es. Ya pidió tu mano antes, sabes.
Nunca lo aprobé, pero padre estaba dispuesto a casarte.
—¿Qué? —Me sorprende ese dato—. ¿Marcello pidió casarse conmigo?
¿Cuándo?

—Un poco antes del incidente —dice Enzo, que parece muy incómodo al
sacar el tema—. Por supuesto, nunca se concretó por eso. Después, su padre
murió y Marcello desapareció.

—Eso no lo sabía —agrego lentamente, tratando de digerir esto.


¿Marcello había querido casarse conmigo?

Una sensación extraña de calidez se estaba desarrollando en mi estómago.


Tal vez… tal vez no todo esté perdido. Solo de pensar en ese vistazo que
había tenido de él, y en lo mucho que me había gustado…

—Me casaré con él —digo, tal vez demasiado rápido—. Por Claudia —
rectifico—. Y por mí.

Enzo suspira.

—Realmente no quería llegar a esto. Pero… Lo llamaré. Para que venga a


una reunión.

Un rato después, cuando Enzo me informó que Marcello vendría a una


reunión mañana, apenas pude mantener mi rostro serio.

Asentí, le di las gracias y corrí a mi habitación.


Tengo que admitir que me da demasiado vértigo la perspectiva de
conocerlo en persona… de hablar con él. Será como una escena de mis
sueños. Incluso me besará…

Me llevo la mano a los labios y suspiro. No quiero pensar en lo que viene


después del beso. No ahora, cuando estoy tan contenta con la idea de casarme
con alguien… un hombre guapo.

Pero, ¿y si no le gusto? Ese pensamiento me hace detenerme de repente.


¿Y si…? Sí, quería casarse conmigo, pero eso fue hace más de una década…
Yo era una joven virgen en aquel entonces. Ahora… Vengo con equipaje;
emocional y físico. Tendré que ser extremadamente honesta desde el
principio. Dejarle saber todo sobre mí. Entonces, él puede decidir si quiere
casarse conmigo o no.

Decisión tomada, ya me siento un poco más ligera. Todavía me preocupa


que no me quiera, tal vez porque yo lo quiero tanto. Sé que me estoy
proyectando ya que no conozco al hombre. Pero mi atracción por él había
sido tan repentina y sorprendente que me había dejado marcada. Entonces,
había utilizado toda la información que tenía sobre él para crear esa persona
ideal que a veces me visitaba en mis sueños.

Gimoteo en voz alta, encogiéndome internamente por mi comportamiento.


Tengo que parar. Lo que tenga que pasar, pasará. Tengo que preocuparme por
mi hija, no por un hombre que ni siquiera conozco.

A Claudia parece gustarle que hayamos dejado el Sacre Coeur, no deja de


alucinar con todas las cosas de la casa que no ha visto nunca, sobre todo las
tecnológicas. Cuando Lucca le había enseñado sus juguetes, se había quedado
maravillada. Me sentí mal porque nunca había podido regalarle algo así. Pero
aún hay tiempo, ¿no?

Lo único que parece ser un problema es el hecho que Claudia echa de


menos a Sisi. Entonces se me ocurre una idea. ¿Y si puedo convencer a su
hermano que la saque de allí también?

Ella podría vivir con nosotros… si él me acepta, claro.

No creo que Sisi haya querido nunca ser monja, ciertamente no tiene
inclinación por ello. Pero nunca ha conocido otra cosa. Criada por monjas
desde su nacimiento, es todo lo que ha conocido. Me he dado cuenta de cómo
intenta convencerse a sí misma que hacer los votos es lo que tiene que hacer,
porque en el fondo no se atreve a esperar que pueda haber algo más para ella.
Con todo lo que ha pasado en la última semana, espero poder hablar por ella.
No puedo dejar que se pierda en el Sacre Coeur.

A la mañana siguiente, me dirijo temprano a la cocina para tomar una taza


de té. Los nervios me están matando. Me gustaría pensar que todos en mi
posición —con el peligro que se cierne sobre nuestra cabeza— estarían así de
ansiosos. Me conformo con la valeriana para los nervios.

Estoy en la mesa de la cocina, disfrutando del té, cuando entra una mujer
con el rostro manchado de maquillaje y la ropa desordenada.

—¿Y tú eres? —Se detiene al verme y estrecha los ojos. Estoy a punto de
responder, pero ella sigue con su perorata—. ¡No puedo creerlo! Ahora trae a
sus putas a casa. —Se planta delante de mí y me estudia de pies a cabeza. Sus
labios se curvan con disgusto—. Parece que su tipo también ha cambiado. —
Me señala la cabeza con el dedo.
—Te equivocas. —Me alejo de su alcance—. Soy la hermana de Enzo —
intento explicar, aunque es extraño que no me reconozca. Nos habíamos visto
algunas veces en el pasado—. Catalina.

Ella frunce el ceño un segundo antes de reírse.

—¡Eso es simplemente genial! ¿Ahora le gusta el incesto? Debería


haberme dado cuenta —murmura algo más antes de salir a trompicones de la
cocina, tirando los zapatos al salir.

Dios mío, ¿cómo es que esa es la mujer de Enzo? ¿Y dónde estaba ella
que llegó a casa con ese aspecto? Cuando Enzo baja, un rato después, le
comento lo sucedido, pero se limita a negar con la cabeza.

—No te preocupes por ella. No está bien —añade con mala cara.

—Ella pensó que yo era… —Me sonrojo, y Enzo lo capta rápidamente.

—Me imagino lo que pensó. No la escuches. Si es posible, ignórala. Es lo


que suelo hacer. —Se encoge de hombros, va a la barra y se sirve una taza de
café.

—No me ha reconocido —musito más para mí.

—No me sorprende —Enzo añade con una burla antes de recomponerse—


. No está bien… mentalmente.

—Oh. —Dejo el tema, dándome cuenta que es uno que molesta a Enzo.
Haré lo posible por evitar a Allegra en el futuro.

—Marcello vendrá alrededor del mediodía. —Trae su café a la mesa y se


une a mí—. Hablaré con él primero y luego podrán conocerse —Enzo expone
el plan y yo me limito a asentir, la ansiedad que había sentido antes vuelve
con toda su fuerza.

—Lina. —Enzo pone su mano sobre la mía—. Saldremos de esta, te lo


prometo. Nadie va a hacerte daño, ni a ti ni a Claudia.

Horas más tarde, sigo paseando por mi habitación, esperando que Enzo
termine su reunión.

La cocinera, Melissa, se había ofrecido a llevar a Claudia y a Lucca de


compras. Como todo esto es nuevo para Claudia, había aceptado, sobre todo
cuando me había asegurado que irían acompañados de varios guardaespaldas.

Me sudan las palmas de las manos, y cuando una criada viene a avisar que
Enzo me ha llamado, intento serenarme lo mejor que puedo. Bajo las
escaleras y veo a Enzo con un cigarrillo en la boca. Hace un gesto con la
cabeza hacia su despacho.

—¿Cómo ha ido? —susurro.

—Aceptó, pero solo después de hablar contigo. Dice que quiere tener tu
consentimiento expreso.

En el momento en que escucho eso es como si me quitaran un peso de


encima.
—¿De verdad? —Mi tono esperanzador debe ser demasiado evidente,
porque Enzo hace una mueca.

—Esto no me gusta —reitera—. Pero es la única solución a nuestros


problemas. —Da una profunda calada a su cigarrillo—. Adelante. Aclara su
mente, y nos reuniremos para discutir los detalles.

Dejando atrás a Enzo, me dirijo a su despacho. Respirando


profundamente, me armo de valor y llamo a la puerta antes de abrirla.

Marcello está de espaldas a la puerta, sentado tranquilamente en una silla.

—Hola —lo saludo tímidamente.

Se gira lentamente y sus ojos recorren mi figura. De repente me siento


cohibida. No tengo mucha ropa, no he necesitado nada especial durante mi
estancia en el Sacre Coeur.

Para este encuentro, me he puesto mi mejor vestido de domingo. Es un


vestido azul bastante sencillo que me llega a los tobillos. Se ciñe a la cintura,
por lo que me da un poco de definición. Extiendo las manos por el vestido,
intentando quitarme la humedad de las palmas.

Marcello se levanta y me indica que me acerque a la silla que tiene


enfrente. Doy un paso adelante y le tiendo la mano en señal de saludo. Él me
mira de pasada, pero no me corresponde, en cambio sus ojos están fijos en mi
rostro. Me siento un poco tonta con la mano extendida de esa manera, así que
inmediatamente finjo que me aliso el vestido antes de sentarme.

Quizá no le guste lo que está viendo… ¿por qué no dice nada?

—Catalina. —Me hace un gesto con la cabeza y toma asiento.


—Mi hermano te habrá contado las circunstancias —empiezo, tratando de
no parecer afectada por él.

Tiene el mismo aspecto que cuando lo había visto antes… incluso mejor
de cerca. Sus ojos son de un cálido color whisky. No lo había notado la última
vez. Vestido con un traje gris, tiene un aspecto elegante y de negocios.
Incluso su cabello está arreglado, ya no está desordenado. Vuelvo a
preguntarme qué debe ver cuando me mira. Quizá debería haberme
maquillado. Pero como nunca he llevado ninguno, no sé cómo aplicarlo.

—Lo ha hecho —responde con una voz que me produce escalofríos. Hay
un tono ronco en su voz que me hace querer hacer más preguntas para que
siga hablando.

Se echa hacia atrás en su asiento, sin dejar de observarme. Intento con


todas mis fuerzas no ponerme nerviosa bajo su mirada escrutadora.

—¿Estás de acuerdo con el compromiso? —me pregunta, y yo asiento


inmediatamente.

—Sí. —Pero entonces me asalta una punzada de culpabilidad.


Probablemente no lo sabe—. Pero antes, tengo que decirte algo. Puedes
decidir si quieres casarte conmigo después. —Le echo una mirada furtiva, y
tiene una expresión de aburrimiento. Él asiente despreocupadamente, y yo
respiro profundamente—. Yo no… —Hago una pausa, sin saber cómo
enmarcar esto—. No soy pura —digo finalmente.

Su expresión cambia brevemente, pero se encoge de hombros.

—Eso no me importa.
—Eso no es todo. Tengo una hija…

—Enzo lo mencionó. —Hay una intensidad en sus ojos que casi me


asusta. Antes de perder el valor, continúo.

—No me separaré de ella. —Asiente con la cabeza.

Hay un momento de silencio en el que se limita a mirarme.

—¿Qué edad tiene? ¿Tu hija?

—Tiene nueve años y medio. Se porta muy bien, no te va a molestar. —


me siento obligada a añadir. Tal vez pensó que era un bebé o un niño
pequeño, y ellos son más revoltosos, así que entiendo por qué le interesa.

Su ojo se mueve por un segundo y gira la cabeza.

—¿Cómo se llama?

—Claudia.

—Bien. Tú y Claudia no tendrán que preocuparse por nada.

—¿No es… un problema?

—No. Tengo una hermana menor en casa. No están tan lejos en edad y
podrían llevarse bien. —Doy un suspiro de alivio ante sus palabras—. Sin
embargo —continúa—. También tengo algunas reglas básicas. Por eso le pedí
a Enzo que me dejara hablar contigo de antemano.

Me quedo helada. ¿Qué quiere decir? Espero a que continúe.


—Este será un matrimonio solo de nombre. Te daré mi apellido y las
mantendré a ti y a Claudia a salvo. No te faltará nada. Tendrás tu propia
habitación en la casa. La forma en que pases tu tiempo depende de ti. Solo te
impondré si hay algún evento al que estemos invitados, o si somos los
anfitriones.

¿Un matrimonio solo de nombre? Espero que llegue el alivio, pero no hay
ninguno. ¿Por qué? No debo gustarle… Es la única explicación plausible.

—Me parece bien —digo, tratando de disimular mi decepción.

—Y una última cosa. No me toques. —Giro la cabeza y le miro con el


ceño fruncido. ¿Qué?

—¿Qué quieres decir?

—Solo eso. No me gusta que me toquen. Incluso algo pequeño, como un


roce de una mano. No lo hagas.

Estoy demasiado aturdida para decir algo, así que asiento con la cabeza.

—Es mejor exponer nuestras expectativas desde el principio. Así no habrá


decepciones —menciona. Todavía no he asimilado su anterior declaración—.
Eso no significa que puedas ver a otros hombres.

—¿Y tú entonces? —estallo.

—¿Yo? —Levanta una ceja.

—Será un matrimonio solo de nombre, como has dicho, pero no se me


permite estar con nadie más. Entonces, ¿qué hay de ti? —le pregunto.
Echa la cabeza hacia atrás y se ríe.

—No tienes que preocuparte por eso, Catalina —Se inclina hacia delante,
para estar más cerca de mi cara—. Mi aflicción, por así decirlo, se extiende a
todos. Seré fiel a mis votos; de eso puedes estar segura. —Se toma un
momento para respirar profundamente, antes de añadir—. Si pudiera… —
Sacude la cabeza, con una sonrisa amarga en los labios—. ¿Entonces los dos
estamos de acuerdo? —pregunta Marcello, y yo asiento con la cabeza—.
Bien. Vamos a buscar a Enzo para que podamos hablar de las formalidades.

Y así lo hacemos.

La boda será un pequeño acontecimiento, que se celebrará dentro de tres


días. Y después de eso, Claudia y yo nos mudaremos con Marcello.

Todo suena muy bien, pero ¿por qué tengo este sentimiento de decepción?
UNAS HORAS ANTES,

Mi aversión al tacto no se puede señalar a un solo punto en el tiempo,


aunque hubo un evento específico que podría haberlo desencadenado.

Quizá todo empezó en la infancia.

Hay un estudio que demostró que los niños que tienen un contacto físico
estrecho con su madre crecen siendo individuos mejor adaptados que los que
carecen de una figura materna. Yo pertenezco a esta última categoría.

No fue difícil averiguar lo que había ocurrido en mi nacimiento: el


personal siempre cotilleaba. Mi madre me había echado un vistazo y me había
declarado pecador. Había dicho que un número infinito de bautismos no
podría limpiar mi alma. Mi padre, por supuesto, había disfrutado con la idea
que un hijo suyo fuera el diablo encarnado. Y por eso había hecho todo lo
posible para despojarme de la humanidad.

Mi madre había guardado las distancias y me había maltratado como el


pecador que era.
Todo convergió en un solo evento que resultó ser mi punto de quiebre. Y
así, desde entonces, desarrollé una fobia al tacto. Aunque mi fobia se aplica a
todo el mundo, es especialmente traumática cuando la persona en cuestión es
una mujer. Y es por ello que, durante la última década, he evitado toda
interacción con el sexo opuesto. Incluso en el trabajo, la gente asumía que era
gay simplemente porque mantenía una distancia respetuosa con todas las
mujeres de la oficina.

Y ahora tengo que casarme… probablemente con una chica de dieciocho


años. Pensar en ello me pone enfermo.

Eso no quiere decir que no haya habido toques accidentales a lo largo de


los años, es prácticamente imposible vivir completamente aislado. Pero cada
uno de esos toques me causó dolor físico y tanta angustia mental que necesité
tiempo para recuperarme. Aparte de eso, quiero creer que me he adaptado lo
suficientemente bien como para vivir en sociedad como un ser normal, o tan
normal como pueda serlo.

—Señor, alguien quiere verlo. —Amelia me interrumpe en mis


pensamientos. Me quito las gafas y me masajeo las sienes.

—Que pase.

Un momento después, Vlad entra despreocupadamente y se sienta en la


silla frente a mí.

—Marcello. —Me sonríe, entre ruidosos chicles.

—¿Alguna novedad reciente? —pregunto, sabiendo que Vlad no vendría


aquí solo a saludar. Habíamos tratado de llegar al fondo del último ataque,
pero según él, tanto Quinn como Matthew Gallagher se habían escaqueado
tras la muerte de Jiménez.

—La verdad es que no. Ya sabes, lo mismo de siempre —dice, sus ojos se
fijan en el reloj detrás de mí.

—¿Qué significa eso? —Con Vlad, siempre tienes que sonsacarle la


información.

—Oh, ya sabes. —Se encoge de hombros inocentemente—. El cártel de


Ortega está trabajando con una organización del MC ahora, Quinn ha vuelto a
la ciudad… lo mismo de siempre.

—Dijiste que no había habido avistamientos de Quinn.

—¿Ah, sí? Hasta ahora, claro. Mis contactos dicen que se está preparando
para un gran partido. Han abierto unos cuantos estadios más en el Bronx.

—¿Y no te pareció un avance?

—No estoy preocupado por Quinn. El tipo es una máquina, ¿pero una
máquina inteligente? No lo creo. ¿Su padre, sin embargo? No ha sido visto
desde el ataque al Agosti. Ahora bien, si hubiera información sobre él, eso sí
que sería un avance. —Vlad se relaja en la silla, con una expresión
despreocupada. Su actuación es tan buena que no creo que nadie se dé cuenta
de lo que se esconde bajo la superficie.

—Mi gente quiere vengarse por las bajas —añado.

—¿Y crees que yo no quiero lo mismo? —pregunta Vlad, claramente


ofendido.
—No sé lo que quieres. De hecho, ¿por qué has venido aquí?

—Marcello, Marcello, ¿siempre eres tan grosero con tus invitados? No me


extraña que la gente no soporte tu hosco culo —Vlad sacude la cabeza con
falsa indignación.

—Ve al grano, Vlad.

—Hmm… —Me estudia durante un segundo—. Has tomado la decisión


correcta al asumir tu papel de capo… y así cosecharás los beneficios.

—¿De qué estás hablando? —Frunzo el ceño.

—Lo que más has deseado… es casi tuyo —dice Vlad crípticamente antes
de levantarse y caminar hacia la biblioteca—. Hubo una muerte reciente.

—¿Quimera? —pregunto, dándome cuenta que es la única razón por la


que ha venido personalmente.

—Sí. En Saratoga Springs.

—¿Qué? Eso es…

—Se está acercando cada vez más, también más rápido que antes. Si se
tratara de un asesino en serie normal, diría que su período de enfriamiento es
cada vez más pequeño. Pero ambos sabemos que no es normal.

—¿Qué dice la policía?

—No hay huellas, no hay pruebas realmente. Las localizaciones también


están elegidas tan al azar que no pueden establecer un patrón.

—Así que nada. —Vlad asiente.


—Pero tenemos algo que ellos no tienen. El motivo.

—Has dicho antes que crees que va detrás de mí. Pero simplemente no
puedo imaginar quién podría ser.

—Piensa, Marcello. Debe haber alguien.

—Había decenas, si no cientos, de personas, Vlad. —Me sacudo. Es inútil


intentar recordar. solo empeoraría todo.

—Esta Quimera, sea quien sea, sabe todo lo que hay que saber sobre el
verdadero modus operandi de Quimera. Por desgracia, no puedo ayudarte si
no te ayudas a ti mismo, Marcello. —Vlad suspira y arroja un archivo sobre
mi escritorio—. Quizá algo te sacuda la memoria.

Se lleva la mano a la frente en un simulacro de saludo militar y se va.

Miro fijamente el expediente que tengo delante, casi sin atreverme a


abrirlo. Sin embargo, cuando finalmente lo hago, es para ver mi mayor
pesadilla mirándome a la cara.

Hay fotos de la escena del crimen en Saratoga Springs. Quimera siempre


dejaba una firma, para mostrar que el hombre del saco estaba en la ciudad. La
Quimera original ensamblaba los dientes de su víctima en la forma de la letra
C. Esta Quimera parece haberse desviado de eso, muy ligeramente. Aunque
hasta ahora se había ceñido fielmente al guion, parece que este imitador está
intentando dejar su propia huella en cierto modo. Sigue existiendo la letra C,
pero esta vez está montada de forma muy vistosa utilizando las costillas del
fallecido.
La víctima, un hombre al parecer, está cortada por la mitad. Su torso está
colocado en una mesa en el centro de la sala, la pieza central. La cavidad
torácica está vacía de sus órganos. En cambio…

No puedo evitar apartar la vista.

Un bebé muerto está acurrucado en posición fetal dentro de la cavidad


torácica del hombre, donde habrían estado sus otros órganos. Simulando una
muerte en el útero, el bebé está estrangulado por los intestinos del hombre,
probablemente utilizados en lugar de un cordón umbilical.

No puedo seguir mirando. Arrojo los papeles sobre mi escritorio y cierro


los ojos por un segundo, tratando de pensar en otra cosa.

Pero por mucho que quiera, no puedo.

Porque, en última instancia, es mi culpa que esta gente esté muerta; mi


culpa que su imitador tenga algo que demostrar.

Siempre es mi culpa.

Las cosas han estado más tranquilas en la famiglia últimamente.

Francesco ha estado controlando la actividad y me ha dado informes


diarios. Nicolo parece haberse tragado su orgullo por ahora, pero no me
extrañaría que estuviera tramando algo. Menos mal que la alianza con los
Agosti está casi terminada.
Hace un momento recibí una llamada de Enzo diciendo que tenía algo que
discutir conmigo y que tenía una candidata en mente para mí. Hemos
programado la reunión para después del mediodía.

Mientras tanto, tengo que revisar los expedientes de las institutrices que
Amelia había seleccionado para una entrevista. Después del desastre con la
primera institutriz, que llegó a llamar a Venezia deficiente mental por su falta
de educación formal, decidí investigar yo mismo a cada candidata.

Hay diez en total que parecen estar calificadas. Por supuesto, sobre el
papel incluso la última había parecido espectacular, pero su actitud hacia
Venezia había sido pésima. Comparo su disponibilidad con mi agenda y
decido verlas a partir de la semana que viene. Para entonces, debería haber
terminado con la mayoría de las cosas urgentes dentro de la famiglia.

Una vez que he asignado una hora a cada candidata, le devuelvo la lista a
Amelia.

—¿No te vas a quedar a comer? —me pregunta cuando me ve dirigirse a


la puerta.

—Tengo una reunión. Dile a Venezia que la veré en la cena —Amelia


gruñe, pero es obvio que no está muy contenta con eso. No puedo culparla
exactamente, ya que no he estado demasiado presente en la casa desde que me
mudé.

Mis interacciones con Venezia habían sido limitadas. Amelia se había


empeñado en recordarme cada vez lo descuidada que estaba la niña y lo
mucho que necesitaba atención. Sus sugerencias no han caído en saco roto,
pero ahora el tiempo también es esencial para mí. Tengo que consolidar mi
posición en la famiglia, y eso requiere reuniones y más reuniones. Cuando
tengo algo de tiempo para mí, tengo que revisar los planes y estrategias de
negocio. Eso no deja precisamente mucho tiempo para pasar con Venezia.

Sin embargo, me había prometido a mí mismo que me ocuparía de eso.

Subo a mi coche y arranco el motor. La casa de Enzo no está muy lejos.


Miro el reloj y veo que puedo tomarme mi tiempo.

No puedo evitar pensar en mi amigo Adrian. He intentado que Vlad me


ponga al día, ya que sé que sigue hablando con Bianca, pero hasta ahora no ha
sido demasiado comunicativo. Cada vez que le pregunto, se limita a decirme
que aún no se ha despertado. Incluso cuando se recupere, no sé qué puedo
decirle. Asumo toda la responsabilidad por mi parte en la traición de su
confianza, y no veo cómo podría perdonarme por algo así. Pero aun así quiero
explicarle mi versión de la historia, ser sincero por primera vez en mi vida
con alguien.

Me sacudo de mis cavilaciones y estaciono el coche, ya que he llegado a


mi destino. Dentro, una criada me lleva al despacho de Enzo.

—Enzo —lo saludo y él se limita a asentir. Su expresión es sombría.

—Parece que nos encontramos antes de lo esperado, Marcello —añade


con sorna y me ofrece una copa. La rechazo, y él se limita a servirse una. Lo
lleva a su mesa, enciende un cigarrillo y le da una calada—. La situación ha
cambiado, ligeramente —comienza.

—¿Cómo es eso? —Definitivamente es algo que le ha molestado, a juzgar


por las líneas de su cara.
—¿Te acuerdas de los Guerra?

—Sí —le respondo.

Los Guerra son otra familia poderosa en la ciudad, y una que no ha sido
jugadora de equipo, históricamente. Su disputa con la familia DeVille es
materia de leyendas. De hecho, su disputa hace que el conflicto entre Agosti y
Lastra parezca una simple riña.

—Digamos que ha surgido algo que ha exacerbado nuestras diferencias


con la familia Guerra.

—No sabía que estuvieran en malos términos con los Guerra. Sé que
nunca han tenido conexiones estrechas con las otras familias, pero su único
enfrentamiento siempre ha sido con DeVille.

Enzo hace una mueca.

—Se suponía que iba a casarme con Gianna Guerra. El contrato estaba
prácticamente firmado —Enzo confiesa.

—Y no lo hiciste —añado yo.

—No lo hice. Y eso les ofendió. Desde entonces han boicoteado nuestros
negocios.

—¿Por qué me cuentas esto? —pregunto, con curiosidad por ver a dónde
lleva todo esto. Nunca había tratado con los Guerra, y sé que Valentino no
tenía problemas con ellos.

—Porque alguien tiene problemas con ellos. Alguien que necesita


protección.
—Habla libremente. —Así que todo se reduce a esto. Probablemente tiene
que ver con mi futuro matrimonio.

—La mujer en cuestión mató al sobrino del capo. Y de alguna manera la


familia se enteró. No sé cómo, pero me enviaron esto —Enzo explica y
empuja una carta hacia mí. Hojeo el contenido y es suficiente para hacerme
una idea de lo que está en juego.

Quieren venganza, y no les importa que sea una mujer. De hecho, podría
ser incluso peor porque es una mujer. Probablemente no pueden aceptar que
un miembro del sexo opuesto se atreva a matar a un hombre de los Guerra.
Me burlo del contenido de la carta.

—¿Por qué lo mató? —Realmente no me importa por qué lo mató. Ya


puedo adivinar lo que Enzo va a pedir. Casarme con ella y ofrecerle mi
protección contra los Guerra.

Parece incómodo. Da un trago a su vaso antes de responder.

—Estaba abusando de su hija. —Interesante. Nadie podría culparla por


hacer lo justo con alguien tan vil.

—Entonces yo diría que era merecido.

—Ciertamente. Pero eso no es todo. —Enzo cuenta cómo alguien había


profanado a propósito el cadáver y lo había exhibido en el centro del
convento del Sagrado Corazón—. Y tu hermana la ayudó —añade, y tengo
que parpadear dos veces.

¿He oído bien? ¿Mi hermana ayudó a enterrar a un sacerdote?

—Estás bromeando.
—No. De hecho, te habría llamado independientemente de nuestro
acuerdo. No estoy seguro de cuán seguro es el Sacre Coeur para ella ahora. Si
alguien puede entrar y hacer algo así… —Enzo sacude la cabeza.

—Me encargaré de ello —le respondo. Parece que tengo que volver a
programar una reunión con Assisi, y pronto.

—Ahora, volviendo a nuestro acuerdo. Dada la situación actual, me


gustaría que te casaras con ella y le dieras la protección de tu nombre. No
puedo tenerla a ella o a su hija en peligro.

—Estoy de acuerdo. —Asiento con la cabeza.

Es incluso mejor de lo que imaginaba. Como tiene una hija, imagino que
no es una adolescente con ojos de cordero, y así podré llevarme mejor con
ella. Necesito una persona madura que entienda que tengo reglas y límites, y
que aunque nos casemos, no será un matrimonio propiamente dicho.

—Bien, esperaba que dijeras eso.

—¿Quién es esa mujer de la que hablas? —pregunto, sin importarme


realmente en este momento. Sin embargo, es mejor tener al menos un
nombre.

—Mi hermana, Catalina. —En el momento en que dice su nombre, me


paralizo.

No… No es posible.

—¿Tu hermana? —mascullo. Respiro hondo y trato de serenarme, sin


querer desvelar nada—. ¿Y ella está de acuerdo?
—Sí. Sabe que está en peligro y haría cualquier cosa por su hija. —
Catalina… y tiene una hija. Siento una pequeña puñalada en el corazón al
pensarlo.

—Aceptaré, con una condición. Me gustaría reunirme con ella primero,


para ver si está dispuesta —digo, mi pulso se acelera solo con la idea de estar
en la misma habitación que ella.

Enzo lo considera por un segundo, observándome atentamente.

—Como quieras. —Se levanta para irse. Pero antes de hacerlo, añade una
última cosa—. Si esto no fuera tan importante, nunca te la habría entregado.

En el momento en que sale del despacho, intento respirar profundamente.


Inhalar y exhalar. Catalina… la chica con la que había querido casarme hace
más de una década. Justo cuando la imagen de su rostro como la había visto
por última vez cruza mi mente, alguien llama a la puerta.

—Hola. —Está nerviosa cuando entra en la habitación. Parece diferente, y


a la vez tan parecida.

Es como si los años no hubieran pasado. Su cabello sigue siendo la misma


masa de mechones de cabello negro. Su rostro es pálido y está lleno de pecas.
Parece joven, inocente… intacta. Y esos ojos. Nunca he visto un par de ojos
más expresivos. Y no hay ningún indicio de reconocimiento en ellos.

—Catalina —la saludo, tratando de controlar que mi voz no traicione mis


sentimientos.

—Mi hermano te habrá contado las circunstancias. —Tiene las manos


bien cruzadas en el regazo y parece que intenta no inquietarse.
La pongo nerviosa… Si supiera cómo ella me hace sentir. Casi me río de
la idea.

—Lo ha hecho —respondo, tratando de concentrarme en la conversación


y no en mis pensamientos errantes.

Me hago pasar por desinteresado. Necesito calibrar sus sentimientos sobre


el matrimonio, y tal vez si se acuerda…

—¿Estás de acuerdo con el matrimonio? —pregunto, y ella asiente con


fuerza.

—Sí —dice, pero entonces se le frunce el ceño—. Pero antes, tengo que
decirte algo. Puedes decidir si sigues queriendo casarte conmigo después. —
Vuelvo a enmascarar mis rasgos y espero lo que sea que tenga que decir,
esperando que no sea lo que creo que es—. Yo no… —empieza, pero sacude
la cabeza—. No soy pura. —Me mira vacilante, esperando que la juzgue por
ello.

¿Cómo podría hacerlo? Cuando las cosas que he hecho son tan
monstruosas… tan atroces que, si ella lo supiera, no me estaría mirando así,
con esos grandes ojos luminosos que tiene.

—Eso no me importa. —Obligo a las palabras a salir de mis labios.

—Eso no es todo. Tengo una hija… —continúa, y yo me detengo,


recordando lo que Enzo me había contado.

El sacerdote había abusado de su hija. Una neblina roja cubre mis ojos, y
tengo que respirar profundamente para mantener la calma.

—Enzo mencionó eso. —Me limito a decir.


—No me separaré de ella. —Nunca esperaría que dejara a su hija atrás.
Puede que sea un monstruo… pero no soy tan malvado.

Pero entonces… Tengo que preguntar.

—¿Qué edad tiene? ¿Tu hija?

—Tiene nueve años y medio. Se porta muy bien, no te va a molestar —me


explica, y mi mano se agarra al reposabrazos. Tiene nueve años… ya es
mayor. Giro la cabeza para que no vea la emoción en mis ojos. Catalina tiene
una hija. Una hija de nueve años.

¿Es por eso que desapareció?

—¿Cómo se llama? —pregunto, aunque me mata por dentro.

—Claudia. —Claudia… Pruebo su nombre en mi cabeza.

—Bien. Tú y Claudia no tendrán nada de qué preocuparse —le aseguro.


Una vez que tengan mi apellido, me aseguraré que nadie pueda hacerles daño.

—¿No es… un problema? —¿De verdad creía que eso me iba a importar?

—No. Tengo una hermana menor en casa. No están tan lejos en edad y
podrían llevarse bien. —Parece aliviada por mis palabras. Pero tengo que
aprovechar para hacerle saber los términos del matrimonio—. Sin embargo —
empiezo—, también tengo algunas reglas básicas. Por eso le pedí a Enzo que
me dejara hablar contigo antes. —También quería ver su reacción. ¿Pero
ahora? ¿Cómo puedo de buena fe aprovecharme de ella… cuando hay tanto
mal en mí?
Cómo detesto mi pasado, y el equipaje que me hace tan malo para ella. Y
sin embargo, nunca pude encontrar en mí mismo el rechazo a ella.

No a ella… nunca a ella.

—Este será un matrimonio solo de nombre. Te daré mi apellido, y te


mantendré a ti y a Claudia a salvo. No te faltará nada. Tendrás tu propia
habitación en la casa. La forma en que pases tu tiempo dependerá de ti. solo
te impondré si hay algún evento al que estemos invitados, o si somos los
anfitriones.

—Me parece bien. —Parece aturdida por mi lista de requisitos, pero


inmediatamente está de acuerdo con todos ellos.

—Y una última cosa. No me toques. —Tengo que añadir esto. Para mi


tranquilidad. Y sin embargo… si pudiera soportar el tacto de alguien… ese
alguien sería ella.

—¿Qué quieres decir? —pregunta, arrugando la nariz en señal de


confusión.

—Solo eso. No me gusta que me toquen. Incluso algo pequeño, como un


roce de una mano. No lo hagas. —Sé que mi voz es brusca, pero tal vez si
establezco una relación fría desde el principio, entonces ambos no sufriremos
los y sí. Ya me torturará bastante saber que está en mi casa, a mi alcance, y
que no podré tocarla. Es mejor mantener los límites.

Ella asiente, casi distraídamente.

—Es mejor establecer nuestras expectativas desde el principio. Así no


habrá decepciones —le digo. Tiene que saber que esto nunca será más que un
acuerdo comercial. Pero más importante tengo que tener eso en cuenta. Justo
entonces, me doy cuenta que hay una cosa más que hay que abordar—. Eso
no significa que puedas ver a otros hombres. —Nadie la tocará. Ella será
mía… aunque no lo sea realmente.

—¿Qué hay de ti entonces? —Ella estrecha sus ojos hacia mí.

—¿Yo? —Estoy casi tentado a reírme. ¿No ha oído nada de lo que he


dicho hasta ahora?

—Será un matrimonio solo de nombre, como has dicho, pero no se me


permite estar con nadie más. Entonces, ¿qué hay de ti? —Se explaya, y yo me
río. Es ridículo.

Ah… si supiera que no he tocado a otra mujer desde la primera vez que la
vi, hace años… probablemente pensaría que estoy trastornado.

—No tienes que preocuparte por eso, Catalina. —Me concentro en ella
mientras digo las palabras—. Mi aflicción, por así decirlo, se extiende a
todos. Seré fiel a mis votos, de eso puedes estar segura. —Tomo una gran
bocanada de aire, la proximidad a ella ya juega con mi cabeza—. Si
pudiera… —Me detengo. Ella no necesita saberlo—. ¿Entonces ambos
estamos de acuerdo? —No creo que pueda estar cerca de ella mucho más
tiempo. Mi control ya está demasiado tenso.

Enzo se une a nosotros en breve y decidimos registrar nuestro matrimonio


para el fin de semana. Soy muy cortante en mis respuestas, y una vez que me
doy cuenta que ya no me necesitan, me retiro.
Solo en el viaje de vuelta a casa se me ocurre que Vlad tenía que haberlo
sabido. Sí, lo que más quería será mío… y no. Doy una carcajada seca al
pensar en ello y recuerdo la primera vez que vi a Catalina.

Ella me había hipnotizado entonces, igual que ahora. Y me caso con ella.
En otra vida, tal vez me habría considerado afortunado.

En esta… es un precio más que tengo que pagar por mis pecados.

De vuelta a la mansión de los Lastra, intento evitar chocar con nadie


mientras me dirijo directamente a mi habitación. Cierro la puerta con llave.
Rápidamente, me quito la chaqueta y la camisa para quedar desnudo de
cintura para arriba.

Vacilo un segundo antes de caer de rodillas. Con la cabeza gacha, coloco


las manos sobre los muslos mientras me tomo un momento para mí. Los
recuerdos son demasiado. Amenazan con ahogarme. Y por mucho que intente
respirar, no puedo.

Mi mano se aferra al material de mis pantalones, mientras aprieto los


dientes con frustración.

¿Por qué?

¿Por qué tenía que volver Catalina a mi vida?

¿Por qué?
Arrodillado frente a mi altar improvisado, agarro la correa de la mesa y
me envuelvo un extremo en los nudillos. Luego, usando toda mi fuerza, la
azoto hacia atrás hasta que hace contacto con mi piel, rompiéndola. Hago una
mueca de dolor… pero me lo merezco.

Soy un pecador.

Una vez. Dos veces. Tres veces.

El dolor ayuda a embotar mis sentidos.

Catalina… mi Catalina.

Nunca la mereceré.

Látigo.

Látigo.

Látigo.

Puedo sentir la sangre corriendo por mi espalda.

Látigo.

Látigo.

Látigo.

Mi respiración es agitada mientras el dolor amenaza con hacerme perder


la conciencia. Justo cuando estoy a punto de llegar a esa cima, me detengo.

Tengo que casarme con ella.


Uno pensaría que me regocijaría con la idea.

Pero no puedo.

Solo la mancharé. La contaminaré con mi corrupción. Condenaré su alma


con mi depravación.

Ella es mi única debilidad. Un faro de verdadera inocencia… Mi


Beatrice9.

Me pongo en pie tambaleándome, dejando caer el látigo al suelo. Con


movimientos irregulares, llego a la ducha. Me quito el resto de la ropa, me
pongo bajo el chorro de agua y dejo que me limpie la sangre. Todo está rojo.

La sangre...

Como aquella noche.

Pierdo el equilibrio y caigo en el suelo de la ducha. El agua sigue


corriendo, pasando por mi cabeza y mezclándose con mis lágrimas.

Me agarro a las rodillas y empiezo a balancearme.

Pecador.

Soy un pecador.

Señor, ¿qué he hecho?

9
Hace referencia a la mujer que cautivó a Dante Aligueri y lo llevó al paraíso en la “Divina Comedia”
DIEZ AÑOS

—¡Apúrate, chico! —me grita padre cuando intento seguir sus grandes
zancadas.

Hace un mes que empezó a llevarme a sus reuniones con el Pakhan. La


primera vez que me llevó allí fue también la primera vez que le vi interactuar
con alguien ajeno a nuestra casa.

El Pakhan es muy parecido a padre.

Tiene la misma frialdad en sus ojos. También tiene hijos, pero hasta ahora
solo he conocido a Misha. Es mayor que yo, pero no puedo decir que me
guste. Es un matón. Le gusta meterse conmigo cuando no hay nadie más
alrededor. Cree que sus palabras me impactan, pero después de vivir con
padre durante tanto tiempo, creo que nada puede asustarme. Rara vez
reacciono a sus burlas, y creo que eso le molesta.

Llegamos a una puerta y padre me da un empujón hacia dentro.

—Te he dicho que te des prisa, chico. No tengo todo el día. —Lo miro a
los ojos sin pestañear y asiento con fuerza.
Una cosa que he aprendido al tratar con padre es que me tratará aún peor
si muestro cualquier signo de debilidad o miedo. Le gusta que lo mire
directamente a los ojos. Incluso se podría decir que se siente orgulloso cuando
me enfrento a él. Dentro, padre es recibido por el Pakhan y se abrazan,
besándose en ambas mejillas.

—Giovanni —dice el Pakhan y señala hacia unas escaleras—. Ya los


tengo preparados para ti. —Una sonrisa se dibuja en su cara ante esto, y mi
padre se ríe.

—Es hora de enseñarles a estos chicos cómo se hace, ¿no crees? —Se da
media vuelta hacia mí y tengo el repentino impulso de dar un paso atrás.

En lugar de eso, me pongo firme y trato de parecer impasible ante


cualquier cosa que me digan o hagan.

—Tengo que decir que estoy deseando ver de qué está hecho tu chico.

—¿Vlad también está aquí hoy? —pregunta padre. Ya había oído hablar
de Vlad. Es otro de los hijos de Pakhan, un par de años más joven que yo.

—Sí... —El Pakhan hace una mueca—. Tengo que disciplinarlo. Mató a
otro de mis guardias. Otra vez. —Sacude la cabeza y comienza a caminar
hacia el sótano.

Tengo que preguntarme qué le pasó a Vlad. ¿Su padre lo está obligando a
ser malo también? Tal vez podríamos ser amigos.

Bajamos las escaleras hasta llegar a un sótano. Hay unas cuantas puertas,
y el Pakhan nos lleva a la más lejana a la derecha. La abre, y lo seguimos
dentro.
La habitación está completamente vacía, salvo por una mesa en un lateral.
Hay algo en la mesa, pero no puedo distinguirlo bien porque la iluminación es
muy escasa.

Un chico está de pie junto a la mesa, con la mirada fija en lo que hay
encima.

—¡Vlad! —El tono agudo del Pakhan parece sacarlo de su ensueño y gira
lentamente la cabeza hacia nosotros. Camina despreocupadamente con pasos
medidos, hasta estar frente al Pakhan.

—Otets. —Saluda a su padre con una inclinación de cabeza.

Es un poco más bajo que yo, con el cabello oscuro y los ojos negros. Tan
negros que parecen vacíos de alma. Su complexión, junto con sus rasgos, le
hacen parecer un muñeco. Un muñeco sin vida que aún se mueve. No sé por
qué, pero con solo mirarlo me recorre un escalofrío. A diferencia de padre y
del Pakhan, sus ojos no tienen esa frialdad maliciosa. No, solo son sombríos.

El Pakhan parece satisfecho con ese gesto de sumisión y asiente a uno de


los hombres de la puerta. Pronto, dos guardias llevan a un hombre al interior
de la sala. Se está retorciendo y los guardias lo sujetan a una silla. Una mirada
a los adultos y puedo ver que están disfrutando de esto. Me hago una idea de
lo que está a punto de ocurrir.

—Giovanni, este es todo tuyo. Por ahora —menciona el Pakhan y una


sonrisa se dibuja en la cara de padre. Se acerca a la mesa y coge algo... un
cuchillo, creo.

—Félix, deberías haber sabido que esto iba a pasar cuando revelaste
nuestros secretos. —Padre da unos pasos hasta situarse frente a Félix.
Sostiene el cuchillo para que la hoja refleje la luz, antes de moverlo por la
mejilla de Félix con un movimiento acariciador.

—Veamos qué tienes que decir en tu defensa. —Baja la mordaza de la


boca de Félix e inmediatamente empieza a decir algo.

—No fue... —Mi padre aprovecha para agarrarle la lengua y en un rápido


movimiento se la rebana. Mirando con asco el trozo de carne que tiene en la
mano, lo lanza hacia atrás y cae a mis pies.

—Creo que has hablado lo suficiente —dice padre, riéndose de su propia


broma. El Pakhan se une también, al igual que los guardias sentados junto a la
puerta. La mirada de Vlad se centra en la sangre que gotea de la boca del
hombre.

—Aquí no existe el perdón. —Padre me mira mientras dice esto. Levanto


la cabeza y trato de no mostrarme afectado por lo que está sucediendo.

Me mantengo calmado y controlado mientras observo a mi padre mutilar


al hombre, riéndose de vez en cuando en una broma morbosa.

—Ya está. —Padre tira el cuchillo al suelo y coge un paño blanco para
limpiarse las manos de sangre.

El prisionero está retorciéndose en el suelo, con algunos dedos


desparramados a su alrededor, el ojo colgando de la cuenca. Todavía está
vivo, pero apenas.

Padre guiña un ojo al Pakhan y se acomoda, cambiando los papeles.

El Pakhan evalúa lentamente la situación antes de coger un taladro de la


mesa.
—Observa y aprende, chico —dice padre.

Vuelvo a centrarme en el Pakhan.

—Algunas zonas del cuerpo provocan más dolor que otras. Esto no es solo
una tortura. Es una lección de lo que pasa si nos traicionas.

Con una mano, agarra el pie de Félix y lo levanta.

—Mira aquí, el arco del pie es una zona muy sensible. —Enciende el
taladro y localizando un punto medio en el arco del hombre, empuja la broca
en él.

Félix se ahoga por el dolor, emitiendo un sonido estrangulado a medida


que el taladro avanza, hasta que la cabeza desaparece dentro del pie. El dolor
debe ser insoportable, porque en algún momento se desmaya.

—¡Joder! —El Pakhan maldice al darse cuenta.

—Acaba con él y vamos a comer. —Se queja padre, claramente no


impresionado por cómo han salido las cosas. El Pakhan sacude la cabeza con
decepción y, tomando una pequeña hacha, separa la cabeza del cuerpo.

—¡Comamos!

El almuerzo es aún peor que ver a alguien ser torturado, si es que eso es
posible. Vlad está tan callado como antes, a veces fijándose en algo. Padre y
el Pakhan son bulliciosos y no se callan. Uno pensaría que al menos durante
una comida se callarían sobre sus actos depravados, pero es solo otra
oportunidad para que compitan por el título del más inmoral de la sala. Si no,
no me explico que hablen de los hombres que han matado, de las putas que se
han follado y del dinero que han ganado... todo ilegal, por supuesto.
Los detalles son algo que no deseo escuchar, así que hago lo posible por
bloquear todo y concentrarme en mi comida. Lástima que incluso se me haya
quitado el apetito.

Cuando terminamos, me sorprende que volvamos al sótano. Estoy más


sorprendido aún cuando veo que hay un nuevo prisionero dentro en lugar del
muerto. Este está bastante vivo y aterrorizado.

El Pakhan explica que la pelota está ahora en nuestro campo,


concretamente en el mío, ya que Vlad probablemente no se inmutaría por
matar a ese hombre, al menos por lo que yo había oído.

Padre baja la cabeza para susurrarme al oído.

—No me decepciones, o te arrepentirás.

Con una palmada ligeramente agresiva en la espalda, tanto padre como el


Pakhan, salen de la habitación dejándome con Vlad, mi único público. Miro a
la mesa y luego al prisionero, intentando que mi cuerpo se mueva y haga lo
que padre quiere que haga.

Pero no puedo.

Cojo un cuchillo y lo miro fijamente durante un segundo, dispuesto a


hacerlo, sabiendo lo que pasará si no lo hago. Vlad da un paso adelante e
inclina la cabeza, estudiándome.

—No vas a hacerlo, ¿verdad? —Su voz está tan vacía como sus ojos. No
hay ni un rastro de emoción en ella.

No espera a que le responda, me quita la hoja de la mano y se acerca


despreocupadamente al prisionero.
Mientras que antes el prisionero parecía aterrorizado, sobre todo porque
padre y el Pakhan habían estado dentro también, ahora parece engreído,
probablemente no intimidado por la visión de dos niños con un cuchillo.

Pero ni un segundo después, la sangre brota de la mejilla del hombre. Vlad


maneja el cuchillo como si tuviera años de entrenamiento. Su mano se mueve
y hace unas cuantas incisiones más en la mejilla del hombre en forma de
cuadrado, cortando efectivamente un trozo considerable de piel y revelando la
mandíbula y el maxilar del hombre. El trapo que le habían metido en la boca
para que no gritara también es ahora visible.

Los rasgos de Vlad están consternados mientras observa su trabajo. Tiene


el trozo de carne en la mano y se lo acerca a la nariz, inhalando el aroma.

Eso está... mal.

Su sonrisa se ensancha de repente y, retirando el trapo de la boca del


hombre, mete la carne en su lugar.

—Come —ordena, pero el prisionero se limita a mirarle con los ojos muy
abiertos, negando salvajemente con la cabeza. La hoja de Vlad recorre el
torso del prisionero y se detiene en su estómago. El prisionero se queda
quieto. Vlad baja aún más, y la amenaza a su entrepierna le hace apretar los
dientes contra la carne.

La masticación es reticente al principio, pero Vlad sigue alentándolo con


un trago aquí, un trago allá.

Vlad se ve fascinado mientras observa cómo la mandíbula del hombre se


abre paso alrededor del trozo de carne.
—¿Nunca te has preguntado...? —empieza Vlad con los ojos brillantes de
emoción —lo máximo que había visto en él—, ¿cómo se ve la masticación
desde fuera? Siempre lo hacemos... con tanta naturalidad. Y, sin embargo,
hay tantos factores en juego. ¡Para! —ordena Vlad y el prisionero deja de
masticar.

Vlad se queda pensativo un momento, antes de coger el trapo una vez más
y metérselo en la boca al prisionero.

—¿Qué...? —suelto, mis primeras palabras desde que estamos aquí.

El cuchillo de Vlad ya está rodeando la garganta del hombre. Parece muy


concentrado en la posición de las incisiones. Intenta cortar, pero el prisionero
se mueve, así que retira el cuchillo, sacudiendo la cabeza.

—Tú —me señala— sujétalo.

Dudo un momento, pero acabo cruzando la habitación y plantando mis


manos en los hombros del hombre, intentando mantenerlo en su sitio.

Una pequeña sonrisa se dibuja en los labios de Vlad, pero desaparece


inmediatamente. Vuelve a concentrarse en sus incisiones, cortando desde la
nuez de Adán del hombre hacia abajo. Esta vez, su corte tiene la forma de un
rectángulo.

Retira la piel, pero frunce el ceño al notar que todavía hay más tejido
muscular en el camino. Lo mira fijamente durante un segundo.

—¿Qué intentas hacer? —Tengo que preguntar.


—Quiero ver cómo traga. —murmura, llevándose la mano ensangrentada
a la barbilla. Golpea el pie con impaciencia y siento que el hombre se
estremece. Aprieto el agarre.

Los ojos de Vlad se iluminan. Saca el trapo y le da de nuevo un trozo de


carne para que lo mastique.

—¡Come! —El prisionero hace lo que se le dice, masticando lentamente


el trozo de piel. Justo cuando está a punto de tragar, Vlad levanta la mano—.
¡Detente! —Con un repentino golpe de cuchillo, le abre un agujero en la
garganta—. ¡Ahora! —ordena.

No sé lo que está sucediendo, excepto que hay sangre saliendo de la


garganta del hombre. Se retuerce un par de veces más antes de quedar inerte
bajo mi agarre.

—¡Mierda! —Vlad maldice, pareciendo décadas más viejo que su edad


real. Si no supiera qué aspecto tiene... Habría jurado que ningún niño podría
hacer algo así.

La mano de Vlad aprieta el cuchillo, y sus rasgos se extienden sobre su


cara con rabia. Parpadeo. En poco tiempo está encima del hombre ya muerto,
moviendo el cuchillo de un lado a otro. Doy un paso atrás.

Está apuñalando y apuñalando, sangre salpicada en su cara.

—¡Vlad! —lo llamo, pero no contesta, clavando el cuchillo más


profundamente en la carne del hombre—. ¡Vlad! —grito y, de alguna manera,
él vuelve en sí. Se levanta, tira el cuchillo al suelo y me mira como si
estuviera aturdido.
Tiene sangre en la cara. Levanta la mano y con un dedo se lleva un poco
de líquido rojo a la boca, chupando.

Mis ojos se abren de par en par ante este espectáculo.

No es normal... no puede ser normal.

La puerta se abre, padre y el Pakhan entran. Observan la escena que tienen


ante sí e inmediatamente se centran en Vlad.

—Misha, saca a tu hermano. —ordena el Pakhan, y un adolescente entra


para llevarse a Vlad. Sin embargo, antes que pueda agarrarlo, Vlad se inclina
y susurra algo al oído de Misha que lo hace sonreír.

Vlad se suelta, yo me quedo con padre y su evidente decepción.

—¿Qué te dije, chico? —Sus ojos arden de furia.

—No quiero matar a nadie —digo, con la voz llena de falsa confianza.

—¿No quieres matar a nadie? —me pregunta, entrecerrando los ojos.


Entonces abre la puerta, cogiendo a un guardia por el cuello y haciendo que
se arrodille dentro de la habitación.

—No quisiste matar a alguien que claramente nos perjudicó. Veamos


cómo te sientes con alguien que es inocente. —Pone al guardia en el suelo de
una patada. Me arrastra de la mano hasta que estoy frente al guardia y me
pone una pistola en la mano.

—¡Mátalo! —ordena—. ¡No me avergüences! —sisea antes de cerrar mis


dedos sobre la pistola y apuntarla hacia el guardia—. ¡Mata! —me grita al
oído, pero lo único que puedo hacer es negar con la cabeza.
No quiero esto. Nunca he querido esto.

—Mata, o de lo contrario, tu madre no podrá dormir bien esta noche, ni


esa cosa dentro de ella —dice, y puedo sentir cómo se me eriza la piel. Mi
madre está embarazada de ocho meses. Seguramente no... no mataría a su
propio hijo.

Pero entonces lo miro. Lo haría... mataría a cualquiera.

Todavía percibe mi duda, así que continúa describiendo con gran detalle
lo que le hará.

—Y cuando su estómago esté bien abierto, le sacaré esa cosa... —No


puedo escuchar más.

Cierro los ojos y aprieto el gatillo. El disparo me hace retroceder y veo


que la bala da en el blanco.

Más sangre.

El suelo se empapa de rojo.

—Sabía que lo tenías en ti, chico.

¿Lo tengo?

Parece que sí...


Madre está de parto.

Hace unas horas que empezó, y puedo oír sus gritos de vez en cuando. No
sé qué está pasando, pero padre no quiso enviarla al hospital. En su lugar, ha
traído a un médico para que la atienda en casa. Sin embargo, no sé cuánto está
haciendo por ella, porque no me parece que esté bien.

Estoy preocupado. No por madre, ya que a estas alturas no podría


importarme menos si le pasara algo, teniendo en cuenta la gran presencia que
ha tenido en mi vida. No, estoy preocupado por mi hermano. Me preocupa
que le pase algo a él o a ella...

Espero que sea un niño. Una niña nunca podría sobrevivir en esta casa, no
bajo el control de padre.

Estoy atento a cualquier ruido cuando un chillido apagado atraviesa la


casa. Abro la puerta de mi habitación y corro hacia el primer piso donde
descansa madre. La puerta está cerrada. No entro. Más bien, me acerco a la
puerta y aprieto el oído contra ella, esforzándome por escuchar lo que ocurre.

—¡Puja! —dice alguien, y madre lo maldice.

Hay más ruidos antes que escuche un sonido de llanto. El sonido de un


recién nacido.

Todavía estoy pegado a la puerta cuando veo llegar padre. Me frunce el


ceño, pero no dice nada mientras abre la puerta y se dirige al interior. Lo sigo.
—Es una niña, señor. —El doctor se gira para mirar a padre.

—Inútil. —Lo oigo murmurar en voz baja, y mis puños se aprietan a mi


lado. Pobre niña...

—¡Es la marca del diablo! Quítamela. —Mi madre empuja el bulto de tela
que tiene sobre el pecho—. ¡Está maldita! ¡Es el diablo! —grita y, en contra
de mi buen juicio, doy un paso adelante y cojo al bebé en brazos.

Padre sigue en la habitación, luciendo una expresión aburrida, pero puedo


ver que está evaluando mi próximo movimiento.

Miro hacia abajo y veo el rostro más dulce. Está un poco roja y sucia, pero
cuando abre los ojos para mirarme, siento que algo me tira del corazón.

Ni siquiera sabía que tenía uno.

Es la primera vez que siento esto... No puedo ni nombrarlo.

Mis dedos se aprietan alrededor de su pequeño cuerpo, queriendo


ofrecerle protección, amor... ¿Amor?

Casi me río al pensarlo. Nunca he amado a nadie, y nadie me ha amado


nunca. ¿Siquiera sé lo que es eso?

Pero cuando miro sus profundos ojos, creo que lo entiendo.

Tiene una gran marca de color rojo intenso que empieza justo encima del
ojo y se extiende hasta la frente. Esto es lo que madre debe haber querido
decir cuando dijo que era la marca del diablo.

Pero... De repente me doy cuenta.


Miro a madre y veo que está agarrando con fuerza su rosario, rezando una
oración, probablemente un exorcismo. Luego está padre, y me mira como si
esperara a que me resbale.

Mis ojos se mueven una vez más sobre la vida inocente en mis brazos, y
me doy cuenta de lo que tengo que hacer.

No puedo dejar que viva lo que yo... Sé perfectamente lo que vendrá, el


maltrato que tendrá que soportar en manos de madre, sobre todo por su marca
de nacimiento. Y padre... No quiero ni pensar en lo que podría hacerle.

Puedo resistir todo lo que él me arroja, pero si le hiciera eso a alguien que
me importa... ¿a mi hermanita? Y lo haría.

—Está maldita —digo, repitiendo las palabras de madre. Se necesita todo


en mí para hacer esto, pero ella está mejor sin esta familia—. Ella tiene la
marca del diablo. Madre tiene razón. Debemos enviarla lejos.

—¿Es así, chico? —Padre se apoya en la pared, sacando un cigarrillo de


su estuche y lo enciende.

—Deberíamos enviarla a un lugar sagrado, para que puedan sacar lo malo de


ella. —Levanto la cabeza y lo miro fijamente a los ojos—. Nos traerá mala
suerte si se queda —continúo, y madre se vuelve hacia mí, asintiendo de todo
corazón.

—¡Sí! Llévatela. El diablo... es el diablo que intenta tentarnos. Ella solo


va a traer mala suerte. —Llora histéricamente.

Padre se encoge de hombros.


—Haz lo que quieras. No es un niño. —Tira la colilla al suelo y la pisa
antes de darse la vuelta y marcharse.

Hay algunas criadas en la habitación y también veo a Amelia. Me dirijo a


ella.

—¿Dónde podemos enviarla? ¿A algún lugar donde la cuiden?

—Yo-Yo... —tartamudea—: Hay un convento. La famiglia tiene


conexiones allí.

—Llévala. Llévala allí. —Le entrego a la bebé, intentando no volver a


mirar, sabiendo que cuanto más la sostenga más difícil será dejarla ir.

—De acuerdo. —Ella asiente—. Pero... ¿Y su nombre?

—Que las monjas la nombren —digo y le doy la espalda, saliendo de la


habitación.

Porque si le pongo nombre... Si me permito preocuparme...

No creo que pueda sobrevivir.


—¡Ya está! —Ayudo a Claudia a salir del coche. Habíamos pasado todo
el día de compras, ya que no tenemos muchas cosas.

Después de la reunión con Marcello, habíamos decidido oficiar el


matrimonio en tres días. Eso significaba que tenía tres días para prepararme
para mi futuro. Un escalofrío recorre mi cuerpo al pensarlo. Marcello no era
quien yo esperaba que fuera. Claro, es guapo y apuesto, soñaba con besarlo,
pero... probablemente nunca va a suceder, y voy a respetar sus límites.

Había una tristeza que se aferraba a él. No puedo poner mi dedo en la


llaga, sentí que se había estado conteniendo. De qué, no lo sé. Intento no darle
demasiada importancia, sobre todo teniendo en cuenta que estoy ligeramente
enamorada de él.

Le expliqué las circunstancias a Claudia lo mejor que pude, y ella pareció


entenderlo. Al menos, eso creo. Estaba muy emocionada por estar fuera del
Sacre Coeur por primera vez. Y dada su educación protegida, no sé cuánto
entiende sobre el matrimonio y lo que implica. Cuando hablamos de las
condiciones del matrimonio, le pedí a Marcello que trajera un terapeuta para
Claudia. No quiero que lo que pasó con el Padre Guerra la marque en el
futuro. Y también podría beneficiarse de él cuando se adapte a este nuevo
estilo de vida.
Nos dirigimos al interior de la casa, pero nada más entrar oigo un ruido.
Parece un grito... Un grito femenino.

—Claudia. Ve a tu habitación. Ahora. —Me mira con los ojos muy


abiertos, pero hace lo que se le dice y sube corriendo las escaleras.

Tomo lo primero que veo, una lámpara, y me dirijo a la fuente del ruido.
Pero ¿qué puede ser? Hay tantos guardias alrededor... Cuando entro en el
salón, me detengo en seco, con los ojos desorbitados y la boca abierta. No
puede ser lo que estoy viendo, ¿verdad?

Allegra, la mujer de mi hermano, está desnuda y de rodillas. Un hombre la


está montando por detrás, bombeando sus caderas dentro y fuera de ella. Hay
otro hombre delante de ella, y ella se está metiendo su miembro en la boca,
chupándolo.

Yo jadeo. ¿Qué está haciendo?

Los hombres gruñen, y Allegra gime con una voz aguda. Sigue chupando
al hombre y sus ojos se desvían hacia mí. No parece sorprendida de verme
allí. De hecho, me guiña un ojo. ¿Qué? El hombre que está detrás de ella se
aleja y otro hombre, en el que no me había fijado antes, le remplaza.

¿Qué es esto? ¿Esta... depravación? Esto no puede ser normal.

—Ahí está, mi cuñada. —dice ella y la mirada de todos se centra en mí—.


Acompáñanos, ¿quieres? —indica, e instintivamente doy dos pasos atrás,
antes de correr a mi habitación.

¿Cómo puede Enzo permitir eso en su casa? ¿Acaso lo sabe? Señor, su


hijo vive aquí, ¡y solo tiene cinco años!
Cuando entro en mi habitación, intento poner una sonrisa y fingir que no
ha pasado nada. Claudia no parece darse cuenta de lo nerviosa que estoy. En
cambio, está entusiasmada con los nuevos vestidos que hemos comprado y se
los prueba. Intento apartar de mi mente la escena que he presenciado y
centrarme en mi hija. Pero, Señor, ¿es eso lo que hace la gente en el mundo
exterior?

Sé que no soy muy entendida en estas cosas, pero seguro que eso no es
normal.

Es mucho más tarde cuando encuentro a Enzo en su estudio, inmerso en


un libro. Llamo suavemente a la puerta y él levanta la cabeza, con una sonrisa
en los labios.

—Lina.

—Enzo... ¿puedo hablar contigo de algo?

—Por supuesto, piccola. ¿De qué se trata?

—¿Cuándo llegaste a casa? —empiezo, y él me mira con extrañeza.

—No hace mucho. —Mira su reloj—. Quizá hace media hora, ¿por qué?

—Yo... no sé cómo decir esto, pero... Hoy me encontré con tu mujer.

—¿Allegra? —Él frunce el ceño—. ¿Aquí? —Parece sorprendido.

—Sí. Ella... te estaba engañando —le suelto. La expresión de Enzo no


cambia.

—¿Aquí? —Asiento.
—¡Maldita sea, le dije que no lo hiciera! —maldice en voz baja. ¿Lo
sabía?

—¿Tú... lo sabes?

—No importa —dice—. Nuestro matrimonio no es normal. Ella... no


estamos juntos. —Sacude brevemente la cabeza, como si estuviera molesto—.
¿Quién fue esta vez? ¿Fue uno de los guardias? —pregunta como si fuera
algo habitual.

—No lo sé —respondo con sinceridad—. Pero no fue solo uno. —Casi me


avergüenzo al decir esto. Enzo se limita a enarcar una ceja—. Estaba con tres
hombres... en el salón.

—¡Joder! Le dije que mantuviera esa mierda fuera de mi casa. —Se


levanta, claramente cabreado—. ¡Maldita sea! Claudia o Lucca podrían
haberla visto. —Golpea con el puño el escritorio y yo me mantengo quieta,
aunque el impulso de estremecerme está ahí.

—Eso es lo que me preocupaba también. Por suerte solo la vi yo, pero


incluso para mis ojos fue... —Me quedo con la boca abierta.

—¡Oh, Lina! ¡Por supuesto! —Se acerca y me coge en brazos—. Siento


que hayas tenido que ver eso. Tendré unas palabras con ella para que no lo
haga más aquí.

—¿Qué pasó, Enzo? Estaban tan enamorados el uno del otro —susurro, la
situación me confunde.
Había conocido a Allegra antes. Ella había venido con Enzo a visitarme.
Había sido la mujer más encantadora, y pude ver lo mucho que se querían. No
tiene mucho sentido.

—No todo es lo que parece, Lina. No pude darle lo que quería...

Sacudo la cabeza.

—No está bien.

—No te preocupes, piccola. —Me acaricia el cabello—. Un día te lo


contaré todo.

—Te ves hermosa, mamá —Claudia apoya su cabeza en las manos


mientras me mira.

—¿Tú crees? —Me giro un poco, examinando la espalda del vestido.

Habíamos escogido este vestido cuando fuimos de compras. De alguna


manera, no quería dejar pasar la oportunidad de llevar un vestido blanco en
mi boda, teniendo en cuenta que podría ser la única que tendré.

El vestido es de un blanco cremoso con cuello alto y mangas cortas. El


dobladillo me llega a las pantorrillas. No es muy ajustado, pero se amolda
muy bien a mi cuerpo. La dependienta me había sugerido que me probara
algunos vestidos más cortos y otros que resaltaban demasiado mi escote.
Sí, no me habían quedado mal, pero me había sentido muy incómoda con
ellos, sintiéndome extremadamente acomplejada conmigo misma. Debe ser
que me he acostumbrado tanto a llevar ropa aceptable para la iglesia que he
perdido el gusto por cualquier cosa más atrevida.

Sonrío un poco, agradablemente satisfecha con mi aspecto.

Un pensamiento intruso me dice que quizá a Marcello también le guste,


pero me reprimo rápidamente. Es mejor cortar este enamoramiento de raíz
antes que sea demasiado tarde. Quiero decir, quién sabe, quizá sea realmente
una persona horrible.

Suspiro.

Ni siquiera sé si eso sería mejor o peor. Claro, sería mejor porque


entonces podría caerme mal... o al menos no gustarme. Pero entonces sería
peor porque realmente viviremos con él y su familia.

Echo una mirada furtiva a Claudia, que está admirando su propio vestido
en el espejo. Creo que nunca se ha puesto algo tan colorido. Es un bonito rosa
palo, con purpurina en las mangas. Independientemente de las circunstancias
que nos han llevado a este punto... ¿tal vez sea para mejor? Claudia puede
finalmente tener una infancia normal, y me aseguraré que esté a salvo en todo
momento. Sin embargo, eso me preocupa un poco... que nos mudemos a una
casa ajena, sobre todo después de todo el fiasco con el Padre Guerra.

Sacudo la cabeza, tratando de eliminar esos pensamientos. No vale la pena


pensar en eso. Seguro que no todo el mundo es como el Padre Guerra.

—¿Estás lista? —Ella salta de la cama y asiente. Tomo su mano y salimos


de la habitación.
La ceremonia se va a oficiar aquí, y después partiremos hacia la casa de
Marcello. Ya había empaquetado todas nuestras escasas pertenencias.

Mientras bajamos las escaleras, veo a Enzo sumido en una conversación


con Marcello. Hay una distancia importante entre los dos, y eso me recuerda
el hecho que Marcello no puede soportar ser tocado.

Me pareció extraño cuando lo dijo, pero quién soy yo para juzgarlo. Tal
vez tiene sus propios demonios con los que lidiar.

Como sé que tengo....

Estamos a mitad de la escalera cuando ambos levantan la vista. Enzo nos


sonríe, mientras que Marcello parece casi aburrido.

Sus ojos recorren mi cuerpo y siento el impulso de taparme, pero me


contengo. Su mirada se posa en Claudia y sus ojos se abren por un segundo.

Claudia tira de mi mano y se lanza hacia abajo.

—¡Eres tú! —exclama, señalando a Marcello.

Por un segundo me preocupa que vaya a tocarlo, así que voy tras ella.
Pero ¿cómo es que lo conoce?

—Hola —Marcello se agacha para estar a su altura. La comisura de su


boca se levanta lentamente, y me quedo de piedra. Marcello... está
sonriendo... a Claudia.

—¿De qué se conocen? —pregunta Enzo, con la sospecha en su voz.


—Nos conocimos brevemente. En el Sacre Coeur. —Marcello se endereza
y lanza una mirada tierna a Claudia antes que su cara vuelva a quedarse en
blanco.

Me mira y asiente. Se produce un silencio incómodo, ya que ambos nos


miramos.

—Bueno, entonces... el sacerdote está en el salón. Hagamos esto, ¿de


acuerdo? —Enzo nos interrumpe y nos indica que vayamos al salón.

La ceremonia es breve, tras la cual ambos firmamos el certificado de


matrimonio. Ya está...

Es oficial.

Giro la cabeza ligeramente para mirar a Marcello. Hay al menos un par de


metros de distancia entre nosotros. Sigo esperando que su expresión cambie,
que deje caer un indicio de lo que siente, como había hecho en el último
encuentro. Pero hasta ahora, lo siento más distante que antes.

Habla en voz baja con Enzo antes de dirigirse a mí.

—¿Estás lista?

—Sí... —empiezo, pillada un poco desprevenida—. Deja que tome mi


bolsa. —Me vuelvo hacia Claudia—. Ve a buscar tu mochila.

Ella me asiente y corre hacia la habitación. Estoy a punto de seguirla


cuando Enzo me detiene.

—He hecho que alguien lleve tu equipaje al coche. —Menciona y se


acerca—. Todo va a salir bien, Lina. —Me tira un mechón de cabello detrás
de la oreja—. Siento que haya tenido que ser así, pero... —Sacude la cabeza,
con la voz llena de angustia.

—Estaré bien, Enzo. No te preocupes por mí. —Le doy un rápido abrazo.

Marcello está de pie en la puerta, observando nuestro intercambio. Me


siento un poco cohibida mientras paso junto a él para encontrarme con
Claudia junto a las escaleras.

—¿Nos vamos? —me pregunta, y le tiendo la mano.

Marcello nos alcanza y nos dirigimos al coche. Él se pone en el asiento


delantero, mientras Claudia y yo nos ponemos en la parte trasera.

Hay un par de coches más que van delante y detrás de nosotros, y supongo
que son nuestra protección. La casa de Marcello no está lejos, así que nos
encontramos allí antes que haya tenido tiempo de procesar todo. Una mirada a
Claudia, y puedo decir que está emocionada por ver el nuevo lugar.

Y yo... No sé cómo me siento.

Salimos del coche y entramos en la casa. Hay personal por todas partes.

—Amelia, enséñales a Catalina y a su hija dónde están sus habitaciones.


—Marcello se dirige a una señora mayor antes de girar a la izquierda y
dejarnos allí.

Frunzo el ceño.

¿Ya está?
Sigo mirando el lugar que acaba de abandonar cuando Amelia nos hace un
gesto para que la sigamos.

—Mamá... —Claudia susurra y me tira del vestido. Me sacudo


rápidamente.

—Vamos.

Amelia nos lleva al segundo piso.

—Signor Marcello me ha dicho que prepare dos habitaciones. —Abre


primero una puerta y me quedo con la boca abierta al ver la decoración. Es...
lujosa.

—¿Esta es mi habitación? —le pregunto, tratando de asegurarme que no


ha habido un error.

La habitación es enorme... más grande que cualquier otra que haya visto,
de hecho. Probablemente mis padres tenían una habitación como esta, pero
nunca la había visto, así que no tengo nada con qué compararla. Hay una
cama grande en el centro, pero dado el tamaño de la habitación, no parece
ocupar mucho espacio. Entro tímidamente soltando la mano de Claudia.

—¡Vaya, mamá! —exclama ella también y, a diferencia de mí, corre hacia


la cama y se lanza sobre ella.

Miro a mi alrededor, observando los enormes armarios ―seguramente no


esperaba que tuviera tanta ropa― y también hay un baño. Abro la puerta y
tengo que pellizcarme el brazo para convencerme que esto no es un sueño.

El baño está decorado con una combinación de blanco y dorado. Hay una
bañera en el centro, mientras que en la esquina más oriental también hay una
ducha. ¿Ambos en el mismo baño? Parece muy extravagante. Amelia debe
haber notado el asombro en mi expresión mientras continúa.

—Signor Marcello quería asegurarse que tuviera todas las comodidades.

—Esto... todo esto es maravilloso. Gracias —digo, y ella asiente.

—Ahora la segunda habitación... —Amelia se da la vuelta para salir, pero


yo la intercepto.

—No necesitamos una segunda habitación. Quiero decir... esto es


demasiado grande. Claudia y yo podemos quedarnos aquí.

—Mamá... —Claudia hace un mohín y yo frunzo el ceño.

—¿Quieres ver la otra habitación? —Ella asiente inmediatamente.

—Pero...

—Si nos ofrecen otra habitación, entonces me gustaría tener mi propio


espacio —dice Claudia e inmediatamente baja la mirada, casi avergonzada.

—Cariño, no te avergüences... —empiezo, luego trato de ponerme en su


lugar. Ella nunca ha tenido su propia habitación. Siempre hemos compartido
un espacio en el Sacre Coeur.

Suspiro.

Aunque echaré de menos dormir con mi pequeña alborotadora, tengo que


estar de acuerdo en que quizá necesite su intimidad. Está creciendo
demasiado rápido.

—Bien —digo—. Veamos la otra habitación.


Amelia nos lleva al otro lado del pasillo. Por alguna razón pensé que
nuestras habitaciones estarían una al lado de la otra.

Abre la puerta y entramos.

—Vaya... —Claudia dice y da un paso adelante—. Esto es increíble.

La habitación es más pequeña que la mía, pero está decorada


específicamente para una preadolescente. El papel pintado es de color rosa,
con diferentes ilustraciones en dorado brillante.

La cama también es rosa. En realidad... toda la habitación es tan rosa que


es casi cegadora.

—El Signor Marcello se aseguró que la habitación estuviera lista para la


Signorina Claudia. Quería que todo fuera perfecto —menciona Amelia con
una media sonrisa.

A decir verdad, el esfuerzo es visible. No habría pensado que se


molestaría con algo como esto... nada menos que en tres días.

—¡Me encanta, mamá! —declara Claudia desde el centro de la habitación.

—Me alegro que te guste —le sonrío cariñosamente.

—Su equipaje será traído en breve.

—¿Y la hermana de Marcello? Ha mencionado una hermana. —Me


vuelvo hacia Amelia.
—Ella... también está en este piso. Unas puertas más abajo. Debo
disculparla por no haber estado allí para recibirla. Ha estado bastante
indispuesta últimamente... —Ella explica.

—Me gustaría conocerla.

—Se lo diré.

No sé qué esperaba de este matrimonio, o de mudarme a esta casa, pero


desde luego no era ser tan ignorada.

Había conocido a Venezia justo antes de la cena, y ella había sido...


desagradable sería un eufemismo. Había sido francamente grosera conmigo.
Después de un tenso primer encuentro, pasamos al comedor, donde continuó
lanzando indirectas sobre su descontento, hasta que me insultó abiertamente.

—¿No podrías haber encontrado otra mujer... ya sabes, una sin hijos? —
preguntó impúdicamente a Marcello.

Inmediatamente me volví hacia Claudia, tratando de medir su reacción.


No quería que se avergonzara de nuestra situación...

¡Maldición!

Parecía tan aturdida como yo, mientras dirigía su mirada esperanzada


hacia Marcello. Sus ojos se encontraron, y pude ver un tic en su labio
superior.
—Venezia, Catalina es mi mujer, y harías bien en respetarla. —Había
dicho en tono severo.

Venezia había resoplado y se había levantado inmediatamente de la mesa,


no sin antes arrojar violentamente los cubiertos a su plato.

Tras el incidente, Marcello había ofrecido una breve excusa por el


comportamiento de su hermana, y habíamos seguido comiendo en silencio.
Había intentado iniciar una conversación un par de veces, solo para que fuera
cortada. No estaba segura que él quisiera interactuar con alguien, así que me
limité a hablar con Claudia.

Después de la cena, Claudia se había ido a su habitación, y yo me había


quedado un poco atrás, intentando entablar una conversación con Marcello,
pero me había salido el tiro por la culata.

Me había saludado con la cabeza, como siempre, y luego se había dado la


vuelta y se había ido.

Y así, aquí estoy, horas después, a punto de llamar a la puerta de su


habitación. Después de un par de horas de deliberación, había decidido que
tenía que ver dónde estábamos.

Sé que ha puesto algunos límites, pero seguro que no piensa ignorarme


durante el resto de nuestras vidas. Todavía tenemos muchas cosas de las que
hablar... como la escolarización de Claudia, reservar su terapia. También
sobre mí... ¿Qué se supone que debo hacer conmigo misma?

No estoy acostumbrada a estar por ahí sin hacer nada, y está bastante claro
que mis habilidades básicas de cocina o limpieza no son necesarias aquí, ya
que Marcello tiene un ejército de personal. Eso simplemente me deja sin nada
que hacer.

Respiro profundamente y, cerrando los ojos, llamo a la puerta. Se oye un


ruido al otro lado de la puerta antes que una voz diga.

—Te lo dije, Amelia... —La puerta se abre de repente, y mis ojos se abren
de par en par al ver el aspecto despreocupado de Marcello.

Es la primera vez que lo veo así. Lleva una camiseta blanca y un pantalón
de chándal negro. Su cabello está revuelto. Es totalmente diferente al
Marcello que había conocido antes.

—Catalina. —Parece sorprendido de verme y tengo que armarme de


valor. Sí, tengo que pasar por esto.

—¿Podemos hablar, por favor? —le pregunto, y él estrecha sus ojos hacia
mí.

—¿Es urgente? —pregunta, manteniendo la puerta ligeramente


entreabierta para que no pueda ver nada dentro.

—Sí, creo que sí. —No lo es, pero si esta es la única manera de conseguir
que me hable, entonces tal vez lo sea.

Asiente lentamente, como si reflexionara sobre mis palabras.

—Ve al estudio y te veré allí en unos minutos. Es la segunda puerta a la


derecha. —Ni siquiera tengo tiempo de responder antes que cierre la puerta.
Al menos no ha dicho que no... ¿cierto?
Encuentro el estudio y tomo asiento. Fiel a su palabra, Marcello aparece
un par de minutos después. Se sienta frente a mí.

—¿Y? ¿De qué querías hablar? —La intensidad con la que me mira es
casi suficiente para que me retuerza en mi asiento.

—Mi hija, Claudia. Quería hablar de ella —le suelto. Tengo que ser
inteligente y hacer que me tome en serio. No ayuda que sea tan guapo, sobre
todo vestido así.

Me pregunto cómo será su cabello... ¿será suave si paso las manos por él?

Marcello se aclara la garganta y mis mejillas se ponen rojas.

Mierda... ¿estaba mirando? Espero no haber mirado demasiado.

Enderezo mi columna vertebral y continúo.

—Necesitará un profesor. Había una escuela de gramática en el Sacre


Coeur, pero era más bien un estudio bíblico. Me temo que ya se ha perdido
mucho en cuanto a una educación más tradicional.

—Ya veo. No tienes motivos para preocuparte por eso —responde—.


También he estado tratando de encontrar una institutriz para Venezia, ya que
ella también está un poco atrasada en sus estudios. —Hace una ligera
mueca—. Si quieres, podemos entrevistar juntos a las posibles institutrices y
decidir cuál es la mejor para las dos.

—¿De verdad? —Mi tono es quizás demasiado entusiasta, y noto que


inconscientemente me inclino hacia delante. Trato de inclinarme un poco
hacia atrás antes de continuar—. Sería estupendo, gracias. Quiero asegurarme
que reciba la mejor educación, pero también en un entorno seguro.
—Estoy de acuerdo. —Asiente con fuerza.

—También quiero encontrar un terapeuta para ella. Cuanto antes, mejor.


No me gustaría que lo que le pasó la marcara.

Marcello inclina la cabeza mientras me mira.

—¿Qué tan grave fue? —pregunta de repente.

—¿Qué quieres decir? —Frunzo el ceño ante su pregunta.

—¿Qué pasó exactamente con el Padre Guerra? ¿Él...? —Por el rabillo del
ojo, veo que aprieta el puño.

—No fue demasiado lejos, por suerte. Cuando me los encontré, él tenía las
manos metidas en la falda de ella. —Me estremezco, recordando los
acontecimientos de esa noche—. Pero podría haber... Señor él podría haber
hecho cosas mucho peores... —Respiro profundamente, tratando de
serenarme. Solo la idea de ese hombre haciendo algo a mi niña...

—Lo hiciste bien, Catalina. Lo hiciste muy bien. —Me elogia, aunque lo
que había hecho había sido un asesinato.

—Lo maté... —susurro, y cierro los ojos, intentando bloquear el recuerdo


de la sangre derramada.

—Se lo merecía. Era un ser humano vil, y tú protegiste a tu hija. Lo que


hiciste fue muy valiente —añade, y levanto la vista para ver su expresión. Sus
ojos son casi cálidos.

—Quería matarme —confieso. ¿Lo habría matado si no me hubiera


atacado? Tal vez...
—Deja de culparte. Se acabó.

—No es... Sigo recordando... —Sacudo la cabeza.

Marcello se levanta y empieza a pasearse por la habitación.

—La primera vez es sin duda la peor.

Vuelvo la cabeza para mirarle. ¿Quiere decir...?

—¿Has matado a alguien antes? —Me atrevo a preguntar.

Él suelta una risa seca.

—A alguien... —musita antes de volver a reírse—. Sí. He matado a


alguien. —Hace una pausa antes de decir—. He matado a muchos.

Me sorprende su admisión, más que nada porque pensé que tal vez era
diferente. Sé que mi familia estaba... está involucrada en ese tipo de negocios
turbios. Pero teniendo en cuenta lo que había oído de Sisi sobre él, pensé que
podría ser diferente.

Con una última mirada, se vuelve para irse.

—Espera —lo llamo.

No he terminado. ¿Por qué está siempre tan dispuesto a ignorarme? ¿Soy


tan despreciable?

—Haré que Amelia recopile una lista de terapeutas, terapeutas femeninas.


Ella te la traerá. Si eso es todo... —Se gira una vez más y abre la puerta para
marcharse, y si no estuviera tan ansiosa podría haber puesto los ojos en
blanco.
—Hay algo más.

Hace una pausa, cierra la puerta y se apoya en ella.

—Estoy escuchando.

—¿Qué se supone que debo hacer?

Marcello me mira con el ceño fruncido.

—¿Qué quieres decir?

Pongo las manos a mi regazo y empiezo a ponerme nerviosa. Marcello no


me lo pone precisamente fácil para hablar con él.

—¿Qué debo hacer todo el día? Quiero decir... —Me quedo sin palabras,
tratando de encontrar las adecuadas—. Venezia y Claudia tendrán sus clases,
pero ¿y yo? ¿Hay algo que pueda hacer en la casa?

—No. No hay —responde.

—¿Entonces?

—¿Qué quieres hacer? —me pregunta y yo dudo. ¿Qué quiero hacer? No


tengo ni idea.

—No lo sé —respondo con sinceridad—. En el convento, hice mi parte de


las tareas y eso fue todo.

—Entonces déjame preguntarte diferente. ¿Qué te gusta? —Sus ojos


brillan en la habitación poco iluminada, y me encuentro perdida en ellos.

Tú.
Me sacudo rápidamente cuando me doy cuenta de mi línea de
pensamiento. Seguro que no... no, claro que no. Ha sido un pensamiento
pícaro.

—¿Yo? —pregunta, con un tono medio divertido y medio asombrado.

¡Maldición!

¿He dicho eso en voz alta?

Mis ojos se abren de par en par al darme cuenta.

Finjo una tos.

—Qué te gusta, es lo que quise decir. —Me acobardo internamente.

—No es eso lo que he preguntado. —Él levanta una ceja desafiante.

—Bueno, no sé lo que me gusta. —Me encojo de hombros, intentando


sumergirme en este tema y olvidar mi anterior metedura de pata.

Señor, apuesto a que mis mejillas aún deben estar ardiendo.

¡Concéntrate!

—No podía hacer mucho en el Sacre Coeur, seguro que te das cuenta.

—¿Y antes?

¿Antes? Ese es un pensamiento extraño... ¿Acaso puedo recordar cómo


era yo antes?

Vuelvo a encogerme de hombros.


—Solía coser a veces.

—¿Y no pudiste continuar en el Sacre Coeur?

—Remendaba algunas prendas, nada creativo. No tenía los materiales...

—Eso lo resuelve entonces —dice Marcello, sonando casi ansioso por


deshacerse de mí—. Empieza a coser de nuevo. —Levanta la mano para
comprobar su reloj—. Buenas noches, entonces.

Esta vez se va de verdad.

¿Qué?

Cuando llego a mi habitación, sigo aturdida por la repentina marcha de


Marcello. No creo que le guste estar en mi presencia. Es un pensamiento
aleccionador, la verdad. Con un suspiro, me quito el vestido y voy al baño a
ducharme. Veo que ya hay unos cuantos juegos de toallas limpias dispuestos
para mí, así que me llevo un par. En el cuarto de baño, observo la bañera y,
tras una larga deliberación, me decido por un baño caliente. Quizá me ayude a
relajarme... a despejar la cabeza.

Dejo caer la toalla y me dirijo al espejo de pared del otro lado del baño.
Intento mirarme como lo haría otra persona. Como lo haría Marcello.

¿Qué ve él que le da tanto asco? No soy fea, eso lo sé. Sin embargo, cada
vez que veo a Marcello haciendo un esfuerzo consciente por evitar mirarme,
es exactamente lo que siento. Supongo que tampoco soy muy atractiva. Mi
piel pálida está plagada de una miríada de pecas. El único rasgo notable que
tengo es el color de mis ojos, un verde brillante que también ha heredado
Claudia.
Pero entonces me giro ligeramente y la mayor imperfección me está
mirando.

¿Cuándo fue la última vez que miré mi propio cuerpo? ¿Cuándo fue la
última vez que me enfrenté a las repercusiones de aquella noche? Cuanto más
me giro, más puedo ver la cicatriz blanca y abultada de mi espalda. La última
vez que me había atrevido a mirar había sido de un rojo furioso. Puede que no
recuerde gran cosa de aquella noche, pero sí recuerdo el dolor de la espalda
siendo tallada... El cuchillo cortando mi piel, cada vez más profundo. El dolor
había sido tan insoportable que me había desmayado.

Me sacudo de esos recuerdos.

¿Qué diría Marcello si me viera?

¿Qué diría si supiera que llevo las iniciales de un hombre impresas en la


espalda? La frialdad del aire asalta mi piel, causando escalofríos. Miro la
bañera y veo que ya está medio llena.

Me sumerjo, cerrando los ojos y disfrutando de la sensación del agua


caliente. Levanto la mano cubierta de gotas y la recorro por el muslo.

¿Cómo se sentiría?

Ser tocada por él...

Ser amada...

Ser deseada...

Contengo la respiración y bajo por debajo de la superficie.


Y trato de convencerme que estaré bien.

Incluso si eso nunca sucede.


Vuelvo a mi habitación antes de poder registrar lo que ha pasado.

Cierro los ojos y me concentro en mi respiración. Cuando acepté este


matrimonio, no pensé que me costaría tanto controlarme. Mi cuerpo había
estado inactivo durante tanto tiempo que pensé que la proximidad de Catalina
no sería capaz de moverme en absoluto…

Y, sin embargo, aquí estoy. Con el corazón palpitando. Pulso acelerado.

Duro.

Gimoteo en voz alta ante eso.

¡Joder!

Probablemente no tenga ni idea de lo que me hace... lo que le hace a mi


cuerpo verla y estar tan cerca de ella.

He tenido el control durante mucho tiempo. Pero solo verla frente a mí fue
suficiente para que mi mente se pusiera en marcha, imaginando todo tipo de
escenarios que sé perfectamente que no puedo llevar a cabo. Desde la
ceremonia, había hecho todo lo posible para mantenerme alejado de ella. Se
veía tan hermosa... tan pura.

¡Mierda!
Solo con saber que está cerca me dan ganas de romper todas mis reglas.
Sacudo la cabeza ante ese pensamiento y vuelvo a respirar profundamente.
Tendré que seguir evitándola. Es lo mejor.

Agarrando el dobladillo de la camisa, la pongo por encima de la cabeza y


la tiro al cesto de la ropa sucia. Me quito los pantalones y los calzoncillos y
me meto en la ducha.

Siempre había pensado que había un lugar especial en el infierno con mi


nombre. Un lugar en el séptimo círculo donde mi castigo sería llevado a cabo
por toda la eternidad. Me había hecho a la idea, por extraño que parezca. Era
lo que merecía, después de todo, y no me excusaba.

Pero esto...

Tener a Catalina cerca de mí es una forma de angustia que ni siquiera el


infierno podría inventar. Pero por supuesto, un alma tan pura como la suya
jamás pondría un pie cerca de ese infierno.

Me río de eso, una risa cínica que casi me hace atragantarme.

Eso es todo, ¿no?

¿Qué otro castigo podría recibir para rivalizar con éste? Ninguno...

Parece que es el infierno en la tierra entonces...

La comprensión que la presencia de Catalina aquí es el precio que debo


pagar por todos mis pecados no me impide pensar en ella... anhelar estar con
ella.
Se me corta la respiración al pensar en ella. Las gotas de la ducha
humedecen mi cabello hasta que se me pega a la cara.

Diez años y mi cuerpo vuelve a sentirse vivo. Me siento vivo de nuevo.

La imagen de Catalina mirándome por debajo de sus pestañas, diciendo


que le gusto, aunque sé que no lo decía en serio...

Mi polla ya se está tensando contra mi estómago, y se me pone aún más


dura cuanto más me imagino sus labios... Me tomo la mano, acariciando mi
polla desde la base hasta la punta, casi gimiendo por la sensación.

Ha pasado demasiado tiempo.

La piel de la parte superior de mi polla es tan sensible que me estremezco


cuando mi pulgar toca la cabeza y roza la parte inferior.

Cierro los ojos y continuó visualizando, mientras bombeo mi polla cada


vez más rápido. ¿Cómo se vería ella de rodillas? ¿Su lengua estirada,
esperando mi semilla?

Mi respiración se acelera.

¿Escupiría o tragaría?

En el momento en que me la imagino tragándose mi semen, lamiéndose


los labios como si fuera un desierto, lo pierdo. Siento que mis pelotas se
contraen, y disparo mi carga por toda la cabina de ducha.

—¡Joder! —murmuro, apenas capaz de mantenerme quieto mientras la


intensidad del orgasmo me golpea.
Tengo que apoyar una mano en la pared para estabilizarme, mientras me
mareo y respiro con dificultad.

Pero la euforia no tarda en desaparecer y un profundo sentimiento de


vergüenza me envuelve.

Joder... ¿cómo he podido hacer eso? ¿Cómo...?

¿Cómo he podido profanarla así, aunque sea en mi mente?

Me maldigo a mí mismo.

Con las piernas temblorosas, salgo del baño, con la mente todavía nublada
y desorientada. La cantidad de odio a mí mismo que siento en este momento
me abruma, y no puedo hacer otra cosa que tropezar hacia mi altar. Tropiezo
con las piernas y me caigo, pero mi concentración no me permite detenerme.

Me arrastro hasta llegar a la mesa que alberga mi parafernalia, y tomo mi


rosario en una mano, y el látigo en la otra.

Tengo que alejarme de ella...

Cuanto más cerca estoy de ella, más me arriesgo a mancillarla con mi


oscuridad... más de lo que ya lo he hecho. Inclino el látigo y golpeo, con los
ojos cerrados y la boca entreabierta mientras experimento el dolor.

Debo pagar por mis pecados.

Lo hago de nuevo.

¡Latigazo!

Y otra vez.
¡Latigazo!

¿Por qué?

¡Latigazo!

¿Por qué debo desearla tanto?

¡Latigazo!

Soy sucio... vil.

¡Latigazo!

Las lágrimas corren por mi cara, pero no me detengo. Mis viejas heridas
probablemente se han reabierto, pero saboreo el mordisco extra de dolor.

¡Latigazo!

Necesito sufrir.

¡Latigazo!

Soy un pecador...

El dolor me abate y me agacho en el suelo, llevando las rodillas al pecho


apretando mi puño alrededor del rosario. Me balanceo lentamente mientras
rezo una oración.

Rezo para que ella esté bien.

Rezo para tener fuerzas para alejarme de ella.

Y... Rezo para que todo termine.


TRECE AÑOS,

Me restriego y restriego y restriego.

No desaparece.

Todavía puedo sentir el perfume barato, ese olor empalagoso que casi me
da arcadas. Me llevo la mano a la boca para no vomitar. Debería sentirme
orgulloso de no haberme puesto enfermo con esa chica.

No es que ella quisiera estar allí. Es su trabajo.

Nunca había imaginado que padre llegaría tan lejos, pero se le ha metido
en la cabeza que necesitaba convertirme en un hombre, y que ningún hijo
suyo sería maricón.

Ya había aprendido la lección años atrás, que cuando se trata de padre, es


mejor no mostrar ninguna emoción. Nunca mostrar si odio algo y nunca
mostrar si me gusta algo.

Cuando me dijo que había un lugar al que teníamos que ir, mantuve mi
cara de póker en su sitio. No había discutido. Me limité a seguirle.

En el peor de los casos, me haría matar a alguien. Ya he pasado por eso.


Después de mi primer asesinato, me había enseñado a insensibilizarme a la
muerte. Le pasaba a todo el mundo, ¿no? ¿Qué importaba cómo, cuando la
muerte era inevitable? Eso es lo que me dije. Solo estaba apresurado un
proceso que ya estaba en marcha.

De un asesinato a otro, y a otro, cada nueva víctima se convertía en una


cara más en el mar de la miríada de caras. Aprendí a disociarme del acto.

Era yo quien los mataba, sin embargo... no era yo.

A veces sentía que estaba teniendo una experiencia extracorporal,


viéndome apretar el gatillo o clavar el cuchillo en la carne de alguien.

Era yo... y no lo era.

También es la razón por la que nunca cuestioné lo que padre tenía


planeado.

Pero entonces nos detuvimos en un burdel. Supe que era un burdel porque
los guardias empezaron a hablar. Eso, y las mujeres desnudas que desfilaban
dentro del lugar. Y mientras caminábamos, me di cuenta de lo que padre tenía
planeado.

No me gustó.

Mi introducción al sexo había sido la visión de madre siendo violada por


padre en el altar de su habitación. Y había sido suficiente para apartarme por
completo del acto. Después de eso, había estado expuesto a conversaciones
lascivas, sobre todo hechas por los hombres de padre. No me había
impresionado ni me había hecho cambiar mi postura hacia el sexo. Por eso, la
idea de hacer algo en ese sucio lugar amenazaba con enfermarme, al margen
de mi cara de póquer.
Padre no se había preocupado de pedirme mi opinión. Había exigido a la
encargada que trajera a una mujer, y luego me había llevado a una habitación,
obligándome a desnudarme. Cuando la chica llegó, padre se sentó en una silla
y vio cómo intentaba excitarme sin éxito. Finalmente, dada la inutilidad del
asunto, padre la había echado.

Realmente había pensado que el calvario estaba a punto de terminar.

Pero me equivoqué.

—Eres un maricón, ¿verdad? Por eso no puedes responder cuando una


mujer te toca —se burló de mí—. Ningún hijo mío será maricón, ¿me
entiendes, chico?

Solo pude asentir.

Salió de la habitación durante un minuto, antes de volver con una píldora


y obligarme a tomarla.

—Hoy te convertirás en un hombre. —Había declarado, y dos mujeres


más habían entrado. Ambas parecían mayores... ¿veinte años, o quizás
treinta? Lo que siguió fue la peor experiencia de mi vida.

Con los ojos en blanco, me había sentado allí, dejando que hicieran lo que
fuera a mi cuerpo. Padre también se había unido. Vinculación. Así lo había
llamado.

El agua sigue cayendo sobre mí y me derrumbo en el suelo de baldosas,


temblando de frío.

¡Por favor, haz que desaparezca!


Ojalá pudiera borrar la sensación de sus manos en mi cuerpo... la forma en
que habían provocado una reacción donde no la había.

Aquella noche había perdido algo más que el control sobre mi cuerpo.

También había perdido el control de mi mente.

Continuó.

Padre me obligaba a acompañarle siempre al burdel. Ya he perdido la


cuenta de las veces que hemos estado allí.

También me introdujo en su pasatiempo favorito: las orgías.

Cada vez que íbamos al burdel, había un evento que implicaba una sala
llena de gente follando como conejos.

Yo estaba allí... y no estaba.

Poco a poco se convirtió en algo tan normal para mí como matar.

Era yo, pero... no lo era.

Mi cuerpo cumplió, pero mi mente se retiró a un lugar seguro.

Nunca puedo recordar a la gente. Es como si me desmayara después de


cada evento.

Y de alguna manera... me alegro de ello.


Tal vez es la forma que tiene mi mente de lidiar con las cosas. He estado
leyendo mucho sobre el cerebro y cómo funciona... especialmente cómo
reacciona a los eventos traumáticos.

¿Por qué?

Porque tengo miedo. Toda mi vida ha sido un evento traumático. ¿Cuánto


más puede soportar un ser humano? ¿Cuánto más hasta que me quiebre?

Y tengo miedo... Porque, ¿qué pasa si simplemente... me pierdo? Me


retiro tan profundamente en mi mente que nunca resurja.

Sí... Eso me asusta.

Pude escuchar los gritos todo el día. Lo cual es extraño, dado que padre no
está en casa. Aunque estoy bastante seguro que madre debe haber perdido la
cabeza otra vez.

Tantos años, y cada vez está peor. En este punto, ni siquiera estoy seguro
de si algo puede ayudarla.

Son poco más de las seis de la tarde cuando los gritos se reanudan. Esta
vez, no se detiene. Desde que me he acostumbrado a madre, sé que sus
ataques de histeria suelen durar un par de horas, hasta que le duele la
garganta. Luego hay una pausa en la que pierde la voz.
Por la forma en que lo hace ahora, estoy seguro que no podrá hablar en los
próximos días.

Trato de ocuparme de mis asuntos e ignorar el ruido penetrante, pero


cuando otra voz se une, frunzo el ceño. No es madre. ¿Qué está pasando?

Bajo a regañadientes para comprobar qué ocurre. Estoy en lo alto de la


escalera cuando veo a madre encima de la señora de la limpieza, gritando y
pataleando.

Al acercarme, me doy cuenta que madre tiene un martillo y clavos y que


está tratando agarrar la mano de la señora de la limpieza para atravesarla con
un clavo.

—¡Madre! —grito, estirando la mano para agarrarla.

—¡No! ¡Impuro... demonio! —balbucea cuando ve que soy yo. Sus ojos
están desorbitados y desenfocados.

—Madre, para —repito y la arrastro fuera de la mujer que ya sangra.


Intento aflojar sus dedos del martillo, para que no pueda herir a nadie más,
pero me coge por sorpresa clavándome un clavo lo más fuerte que puede en el
muslo—. ¡Joder! —murmuro y madre aprovecha para empujarme hacia atrás
corriendo por las escaleras hacia su habitación.

Tomo unas cuantas respiraciones estabilizadoras y, sin siquiera pensarlo,


me quito el clavo incrustado en mi carne. Me deleito con el dolor, ya que me
proporciona la agudeza mental necesaria para enfrentarme a mi madre.

Me dirijo con determinación hacia su habitación, con la intención de


quitarle todas las armas. Puede hacerse todo el daño que quiera, pero no debe
abusar del personal. Llego a su habitación y la abro de una patada, esperando
que la exhibición la intimide.

Qué equivocado estoy...

Madre me mira con terror en los ojos. Sostiene un cuchillo en la mano y,


cuando entro en la habitación, sigue retrocediendo hacia el altar.

—Madre, dame el cuchillo —le digo, con voz firme.

—No... no —Ella sacude la cabeza—. Demonio.... —Coge una cruz del


altar y la empuja delante de mí, probablemente esperando que sufra algún
efecto secundario por la santidad de la cruz.

—Madre, deja esto. No soy un demonio y lo sabes. Soy tu hijo.

Sus ojos se abren por un momento antes de fruncir el ceño.

—¿Mi hijo? —pregunta como si fuera la primera vez que lo oye.

—Sí, ahora, por favor, suelta el cuchillo antes que te hagas daño. —Doy
otro paso adelante y ella hace lo mismo, golpeando el altar.

—No... mi hijo es el diablo... —Ella sigue negando con la cabeza, sus ojos
sombríos mientras me mira. Es como si fuera una cáscara de persona.

Intento acercarme, pero ella blande el cuchillo delante de mí, haciéndome


retroceder un poco.

—Dejemos el cuchillo, ¿vale? —Hago lo posible por mantener la calma


en mi voz—. Dios no querría que te hicieras daño, ¿verdad? —Cambio de
táctica, esperando que de alguna manera la haga más receptiva.
—No... Eres el diablo... Estás tratando de tentarme, ¿verdad? —Se ríe, con
una fea mueca que transforma sus rasgos—. Sí... Sabía que vendrías a probar
mi fe. Pero no ganarás.

Me dedica una sonrisa de suficiencia antes de levantar el cuchillo una vez


más. Creo que va a atacarme, así que instintivamente doy un paso atrás.

No lo hace.

Coge el cuchillo y lo coloca cerca de una oreja. Mis ojos se abren de par
en par en compresión, pero tal vez es un segundo demasiado tarde. Empiezo a
acercarme a ella al mismo tiempo que corta su propia carne y arrastra el
cuchillo de una oreja a otra, sonriendo como una idiota mientras la sangre
fluye por su ropa.

Me detengo.

Ella jadea mientras la esencia de su vida abandona su cuerpo, y yo solo


observo. Los riachuelos de sangre fluyen hacia abajo hasta que no queda
nada. Observo hasta que las últimas gotas de sangre abandonan su cuerpo.
Está tirada en el suelo, con los ojos todavía abiertos y mirándome
desafiantemente. Sus labios siguen esculpidos en una oscura sonrisa.

Y no siento más que alivio.

Se ha ido...

Me doy la vuelta y salgo de la habitación, avisando al personal para que


limpie la habitación.

La muerte está en todas partes. ¿Por qué debería preocuparme por una
persona más que por otra?
Todos morimos en algún momento.

Madre acaba de precipitar su muerte. Como yo lo hago con tantos otros...

La muerte está en todas partes.

Y finalmente estoy en paz con eso.


Mi plan había estado yendo bien.

Por unos días, había podido evitar casi siempre a Catalina. Y lo considero
una hazaña, viendo que ella ha intentado dejarme a solas para otra
conversación. Después de la última vez, creo que pasaré. Solo saber que ella
está en la casa... Diría que es suficiente tortura.

Por suerte, también he estado ocupado.

Desde que revisé todas las cuentas financieras y elaboré un dossier de


todas las empresas de la Famiglia, comprendí mejor cómo funciona, o mejor
dicho, cómo debería funcionar para maximizar los beneficios. Había tomado
algunas notas y he estado trabajando para ponerlas en práctica. Había
contratado a algunos contables y especialistas en bolsa para que revisaran la
cartera y sugirieran nuevas inversiones.

No puedo permitirme estar tranquilo, sobre todo cuando todas las miradas
están puestas en mí. Sé que Nicolo está esperando su momento. Francesco ha
estado monitoreando las otras ramas de la Famiglia y me está actualizando
diariamente. También hemos pagado a algunas personas para que vigilen a los
sospechosos, y estoy deseando ver lo que descubren.
Son poco más de las cinco de la tarde cuando llego a la casa. Había
pasado todo el día en el hospital con mi amigo, es decir, con mi antiguo
amigo. Adrian se había recuperado de su lesión cerebral y yo le debía
confesar mis razones para traicionar su confianza. Nunca le habría vendido si
la deuda que tenía no hubiera sido tan grande.

Hace diez años, Valentino había salvado todo mi mundo y, a cambio, yo


había accedido a hacer todo lo que me pidiera. ¿Quién iba a pensar que mis
decisiones me volverían a morder en el culo? Le había confesado a Adrian
mis secretos más oscuros. No quería su compasión, ni su perdón, pues sé que
no lo merezco. Pero quería que supiera que valoraba su amistad.

Paso al interior, a punto de ir a mi habitación. Al pasar por el salón veo a


Venezia de pie, con las manos en la cadera, riéndose de alguien. Me muevo
un poco a la derecha, manteniéndome fuera de la vista, y observo a Catalina
sentada en el sofá frente a Venezia.

—Te agradecería que al menos respetaras a mi hija. Ella es inocente en


esto. —La voz de Catalina es tranquila, pero decidida. Desde mi escondite,
me doy cuenta que está mirando a Venezia directamente a los ojos,
desafiándola.

—¿Por qué iba a hacer eso? Ella es tu responsabilidad. —Venezia replica.

—Sí, es mi responsabilidad. Pero también es tu responsabilidad


comportarte como un ser humano. No entiendo por qué siempre tienes que
hacer un berrinche. —Catalina continúa, estrechando los ojos a Venezia—.
Pero eso es lo que quieres, ¿no? Quieres hacer berrinches infantiles para
llamar la atención. —Se enfrenta a bocajarro a Venezia, y ésta palidece ante
la acusación.
—¡Cállate! —le grita Venezia—. ¡No sabes nada!

—Ya veo... —Catalina dice en voz baja—. Quieres atención, ¿no? ¿De tu
hermano?

—¡Cállate! —responde Venezia, levantando las manos y tapándose los


oídos para no escuchar nada.

—Pero él no te presta atención, hagas lo que hagas. —Catalina se levanta


y da un paso hacia Venezia.

—No... ¡No voy a escuchar lo que tienes que decir! —Venezia levanta las
manos y se dispone a salir de la habitación.

Catalina se mueve aún más rápido y en menos de un segundo, sus brazos


rodean a Venezia y la empujan hacia adelante en un abrazo.

—Está bien, Venezia —dice, con la voz más baja que antes y me esfuerzo
por escuchar.

Catalina le da unas palmaditas en la espalda y Venezia se queda quieta


durante unos instantes. Sus manos todavía congeladas en el aire, su cuerpo
rígido. Es como si no supiera cómo responder. La mano de Catalina se dirige
a su cabeza y la acaricia lentamente.

—Está bien que te sientas así. Pero yo no soy el enemigo. Mi hija no es el


enemigo. No te quitaremos a tu hermano. Ahora también soy tu hermana, lo
sabes. —Las palabras de Catalina parecen ser un bálsamo para Venezia
porque oigo unos sollozos ahogados. Las manos de Venezia bajan lentamente,
pero aún no tocan a Catalina.
Catalina, viendo que esto está funcionando, continúa con su voz
tranquilizadora. Incluso yo, desde la distancia, me siento más relajado con
solo escuchar su melodioso tono.

—Yo... —Venezia comienza, pero antes que pueda continuar, deja


escapar un fuerte gemido. Entonces solloza con fuerza, devolviendo
finalmente el abrazo de Catalina.

Llora y llora, y Catalina sigue consolándola.

Siento que ya he visto suficiente, y trato de salir sigilosamente antes que


me vean. Me dirijo a mi habitación y cierro la puerta. Si no sabía ya de lo que
era capaz Catalina, ahora lo sabía... Después de cómo la ha tratado Venezia
estos días, me sorprende que haya tenido tanta paciencia con ella. No ha sido
más que encantadora.

Una sonrisa se dibuja en mis labios. Ella es algo más... Catalina... Lina.

A veces, en el fondo oculto de mis pensamientos, me gusta llamarla Lina,


la familiaridad del apodo me calienta. Y una vez más, deseo que las cosas
sean diferentes.

Oh, Lina... en otra vida... quizás.

Sacudo la cabeza, disipando los pensamientos desesperados, y vuelvo al


trabajo.
El repentino traqueteo del pomo de la puerta me hace fruncir el ceño. Le
he dado a Amelia instrucciones estrictas que no se me moleste mientras esté
en mi estudio.

Entonces se detiene.

Sacudo la cabeza y vuelvo a centrar mi atención en los documentos que


hay sobre la mesa. Desde que se bloquearon los puntos de entrada de la
mercancía, hemos tenido importantes pérdidas. Prometí que solucionaría este
asunto, y ahora parece que no se trata solo de resolver el embargo, por así
decirlo. También tengo que averiguar cómo compensar las pérdidas. Solo
pensar en esto me hace gemir. No estoy acostumbrado a lidiar con este tipo de
asuntos, y esto me da dolor de cabeza.

Mientras me concentro en los números, el pomo de la puerta se mueve de


nuevo, pero esta vez se inclina hacia abajo y entonces la puerta se abre de un
empujón. Una pequeña figura se asoma por la puerta ligeramente abierta.

Parece insegura mientras me mira, con los ojos muy abiertos por la
curiosidad.

—Entra, Claudia —le digo.

—¿Puedo? —pregunta amablemente, y yo asiento.


Abrazándose fuerte, entra. Intenta parecer segura de sí misma, pero me
doy cuenta que está un poco insegura, sobre todo por la forma en que se
sienta y cruza las manos en el regazo.

—¿Qué te trae por aquí? ―pregunto al ver que no está dispuesta a iniciar
la conversación.

No había interactuado realmente con Claudia hasta ahora... Sobre todo,


porque no sé cómo actuar con los niños. Pero me he dado cuenta que parece
más madura que su edad, sobre todo cuando la oigo hablar con Catalina.
Viéndola ahora, tan delgada, y recordando lo que Guerra se atrevió a hacer...

Respiro profundamente, tratando de calmarme.

—Yo... —Claudia comienza y levanta sus ojos verdes para mirarme. Es


idéntica a su madre—. No nos quieres aquí, ¿verdad? —pregunta finalmente
y tengo que fruncir el ceño.

—¿Qué quieres decir?

Ella baja las pestañas.

—Siempre nos evitas. —Sus palabras hacen que me quede quieto. No me


había dado cuenta que era tan observadora.

—No lo hago —respondo, la mentira volando entre mis dientes—. He


estado ocupado.

—Oh —susurra, su mirada baja de nuevo, sus manos se agitan—. Pensé


que... —empieza, pero sacude la cabeza.

—¿Qué pensaste?
—Pensé que te habías visto obligado a acogernos. No estoy ciega... Me
doy cuenta que a mamá le pasó algo que le hizo tener miedo. Sobre todo,
después que el Padre Guerra... —le tiembla un poco el labio, y siento la
repentina necesidad de atraerla a mis brazos; decirle que nadie va a hacerle
daño nunca más.

Pero no puedo.

—Mamá intenta protegerme, ¿no? —me pregunta, y me cuesta encontrar


una respuesta.

—Ya no tienes que preocuparte por nada de eso, Claudia. Aquí estás a
salvo. Tu madre está a salvo aquí. —Hago lo posible por aplacarla.

—Pero... no está muy contenta —dice finalmente. ¿Por eso ha venido


aquí?

—¿Qué quieres decir?

—No te gusta, ¿verdad? Por eso la evitas.

—¿Ella ha dicho eso? ¿Qué no me gusta? —Frunzo el ceño. No me di


cuenta que mis acciones serían interpretadas así.

—No exactamente... pero ella cree que te disgusta.

—No es el caso, Claudia. Te lo aseguro. Me gusta mucho tu madre, y tal


como te dije, no la estoy evitando, estoy ocupado con el trabajo.

—¿Te gusta? —Sus ojos se abren de par en par y una sonrisa se dibuja en
su rostro.
¡Mierda! ¿He caído en una trampa?

—Erm... Claro que me gusta. —¿Qué otra cosa puedo decirle a una niña
de diez años?

—¡Sí, lo sabía! A mamá también le gustas, ¿sabes? Creo que estaba triste
porque pensó que no te gustaba. —Salta de su asiento—. Tengo que
decírselo.

—Espera... ―digo, un segundo tarde, ya que ella ha salido corriendo.

¡Maldición!

Esto es exactamente lo que necesitaba. Sacudo la cabeza con pesar al


pensar en ello.

Me gusta, y esa es la cuestión. Y me gusta demasiado como para


acercarme a ella. Nuestro acuerdo tiene que seguir como está. Conmigo lo
más lejos posible de ella.

Viendo la dirección que toman mis pensamientos, me distraigo repasando


de nuevo los documentos. El envío que se había detenido nos había costado
más de dos millones en mercancía perdida. Desde el ataque, he pospuesto
otras entregas para buscar una ruta alternativa. Es aún peor porque todavía no
sabemos con certeza si los irlandeses estuvieron detrás del ataque, o si fueron
otras organizaciones. Cuanto más miro las cifras, más frustrado me siento.

Saco mi teléfono y llamo a Vlad, esperando que tenga alguna información


adicional sobre el ataque.

Suena dos veces antes que lo escuche.


—Veo que la felicidad conyugal no es todo lo que dicen, ¿verdad? —
pregunta irónicamente, y tengo el impulso de poner los ojos en blanco.

—¿Has oído algo sobre el ataque?

—No. Debo darles crédito, sean quienes sean. Han borrado sus huellas.
Desde fuera, parece un ataque irlandés...

—¿Pero?

—Pero no encaja. Quinn ha sido visto por todo Nueva York desde
entonces. Uno pensaría que después de una declaración de guerra sería más
cuidadoso sobre dónde muestra su cara.

—Creo que olvidas que el tipo es una máquina. ¿Tal vez está demasiado
confiado?

—No. —Vlad hace una pausa—. Creció en este estilo de vida. Sabe
exactamente lo que implica. Sabe, sobre todo, cuándo retirarse.

—Entonces, ¿qué estás diciendo? —pregunto, con curiosidad por saber a


dónde quiere llegar Vlad.

—Tengo dos hipótesis de trabajo. O bien su padre está trabajando por su


cuenta, viendo cómo ha estado escondido desde el ataque a Agosti, o...

—O es una trampa —digo yo.

—Sí. Para que nos centremos en los irlandeses. Sinceramente, a estas


alturas no podemos descartar ninguna opción.
—Pero ¿quién se beneficiaría de esto? Quiero decir, claro, muchos
saldrían ganando de una guerra total.

—Si Jiménez estuviera vivo, diría que es su modus operandi. Pero ahora...
Necesito más información para esto. Estoy tratando de localizar a Quinn, sin
derramamiento de sangre. Te haré saber el resultado.

Estoy a punto de responder cuando la puerta del estudio se abre de golpe,


entrando una Catalina aterrada.

—¿Qué...? —empiezo, bajando el teléfono.

—Es Sisi. Ha pasado algo en el convento. —Sus palabras son demasiado


apresuradas, así que levanto la mano para detenerla.

—Más despacio, Catalina. ¿Qué ha pasado?

—Un asesinato —dice, con los ojos muy abiertos por el horror—. Alguien
mató a una monja en la capilla... —Sacude la cabeza como para disipar la
imagen mental.

—Bien, así que una monja fue asesinada. ¿Qué tiene eso que ver con
nosotros?

—Sisi dijo que... —Se detiene, sus labios tiemblan—. Ella tenía una C
tallada en su frente...

—¿Cuándo? —Intento serenarme. Muchas preguntas pasan por mi mente.

¿Por qué? ¿Quién haría algo así? ¿Está bien Assisi?

—Acaban de descubrirla —dice Catalina y me levanto bruscamente.


—¿Has oído eso? —Vuelvo a acercar el teléfono a mi oído, y Vlad se ríe.

—Demasiados asesinatos en un lugar tan sagrado, ¿no crees?

—No tengo tiempo para esto, Vlad —digo y estoy a punto de colgar, pero
él responde.

—Te veré allí. —La línea se corta. Típico de Vlad.

—No te preocupes. Voy para allá ahora mismo. —Vuelvo mi atención a


Catalina y trato de tranquilizarla.

—Yo también voy. —Ella me mira directamente a los ojos, retándome a


que la rechace.

—Catalina...

—¡Yo voy! —Vuelve a decir, esta vez con más convicción—. Sisi es mi
amiga. Y si alguien sale herido por mi culpa... —Se interrumpe y puedo ver la
angustia en su rostro.

Suspiro y asiento de mala gana.

—Pero —continúo, necesitando poner algunos límites—, no te apartes de


mi lado en ningún momento. ¿Está claro?

—¡Sí, sí! Gracias. —Ella asiente con fervor y le hago un gesto para que
me siga hasta el coche.
Conduzco tan rápido como puedo y llegamos al Sacre Coeur en un tiempo
récord.

Catalina ha estado callada todo el trayecto, con el rostro tenso por la


preocupación. Mis pensamientos se dirigen a Assisi, y al hecho que ella haya
estado en el lugar de los hechos. Después de lo sucedido con el Padre Guerra,
había hablado con la Madre Superiora sobre la posibilidad de contratar algún
tipo de protección para Assisi dentro del convento, pero me habían rechazado
de inmediato.

Incluso había sugerido contratar a una guardaespaldas femenina, ya que


no se permitía la entrada de hombres, pero la Madre Superiora había sido
bastante inflexible en cuanto a que no se permitía la presencia de extraños en
el Sacre Coeur.

Solo han pasado unos días desde entonces, y ya ha ocurrido algo más.
Vlad había tenido razón, a su manera desordenada. Es muy sospechoso que
dos incidentes ocurran en un convento, y tan cercanos. Algo no está bien.

Estaciono el coche, y tanto Catalina como yo salimos, en dirección a la


entrada del convento. Justo antes de pasar por el control de seguridad, veo a
Vlad.

—Marcello —inclina la cabeza hacia mí antes de cambiar su atención


hacia Catalina. Ella lo mira con curiosidad, y yo hago las presentaciones de
mala gana.
—Catalina, este es Vlad. —Le coge la mano y se la estrecha.

—He oído muchas cosas sobre ti —dice Vlad con suavidad, y tengo que
controlarme. La sola visión de su mano sobre la de ella es suficiente para que
mi visión se ponga roja.

—Vamos dentro —añado rápidamente, y Vlad levanta una ceja hacia mí.
Lo ignoro, sabiendo que me está provocando a propósito.

La seguridad es más estricta que la última vez, pero la atravesamos


rápidamente. Hay monjas corriendo por todo el lugar en lo que solo puedo
describir como histeria colectiva.

—Déjame llamar a Sisi —Catalina toma su teléfono y marca a mi


hermana.

—No sabía que tenía un teléfono. —Frunzo el ceño.

—Le dejé el mío. —Ella responde, antes de decir—: Sisi, estamos aquí...
¿El muro? Vamos para allá. —Se vuelve hacia nosotros y tanto Vlad como yo
asentimos.

—¿Lina? —Mi hermana corre hacia nosotros cuando ve a Catalina. Vuela


directamente a sus brazos y la abraza con fuerza—. ¡Oh, Lina! Te he echado
de menos.

—Sisi, ¿estás bien? —Catalina le acaricia la cabeza cariñosamente. No


sabía que su vínculo fuera tan profundo.

Assisi asiente, y luego nos mira, frunciendo el ceño.


—¿Marcello? Y... —Enfoca los ojos hacia Vlad, pero él parece
indiferente.

—Vlad. —Se presenta inmediatamente, con una sonrisa afable en la cara.

Utiliza su voz encantadora con ella. Vlad siempre hace esto para parecer
lo más inofensivo posible. Pocas personas pueden verle como lo que
realmente es: un depredador.

Le tiende la mano.

Assisi le dedica una sola mirada, ignorando su mano levantada.

—Bien, entonces —dice, volviéndose de nuevo hacia Catalina.

Echo una mirada furtiva a Vlad y, aunque su fachada se mantiene firme,


no hay duda que el desaire ha herido su ego. Casi quiero reírme de eso,
mientras saludo a mi hermana... si solo pudiera.

—Cuéntanos qué ha pasado —le digo, y ella me dedica una sonrisa triste.

—Yo tampoco conozco todos los detalles, pero estaba cerca de la capilla
cuando una monja empezó a gritar. Entré y... Deberías verlo por ti mismo si la
Madre Superiora te lo permite. Es que... —Ella sacude la cabeza.

—Ella lo permitirá. —Vlad interviene, y todos nos dirigimos hacia la


capilla.

Afuera hay una multitud, algunas monjas mayores tratan de mantener el


orden. La Madre Superiora también está fuera, luciendo arrepentida mientras
habla con un sacerdote. Vlad se dirige inmediatamente a ella e intercambian
algunas palabras. Sea lo que sea lo que le está diciendo, ella no parece
contenta. Vuelve a nuestro lado y nos dice que podemos pasar al interior.

—Ustedes dos deben quedarse aquí. —Me dirijo a Catalina y a Assisi,


pero ambas niegan inmediatamente con la cabeza.

—No —dicen al unísono.

Yo suspiro.

—No creo que sea algo que deban ver —añado.

—Yo ya lo he visto —replica Assisi.

—Y si me concierne... ¡Necesito verlo! —dice Catalina con firmeza,


levantando la cabeza para mirarme desafiante.

Me vuelvo hacia Vlad, pero él se encoge de hombros.

—Bien... —Vuelvo a ceder. Seguro que no puede ser tan malo, viendo que
Assisi está bien.

Nos dirigimos al interior, y Catalina enlaza inmediatamente su mano con


la de Assisi. Casi estoy tentado de decirles que esperen afuera, hay una
determinación férrea en las facciones de Catalina que me hace sentir
orgulloso de ella.

Es delicada y a la vez tan fuerte.

Me sacudo de mis cavilaciones y me concentro en la tarea que tengo entre


manos.

Dentro, doy unos pasos, pero me detengo bruscamente.


La capilla está diseñada en un estilo arquitectónico gótico, y el altar tiene
una imponente escultura en relieve que llega hasta el techo. Representa la
escena de la crucifixión de Jesús como pieza central. La alta bóveda permite
colocar figuras de tamaño casi natural. Alrededor de Jesús están sus dolientes,
tanto terrestres como celestiales. O, al menos, eso es lo que supongo que
parecería el altar en cualquier otro día. Toda la pared está pintada con sangre,
algunas zonas embadurnadas con huellas de manos de niños.

El cuerpo de la monja había sido colocado en el centro, encima de la


figura de Jesús. El asesino había extendido sus brazos para imitar la posición
de la crucifixión, mientras que sus piernas habían sido aseguradas con una
cuerda. Sigue vestida con su hábito, pero la tela se ha rasgado por la mitad,
dejándola al descubierto. El blanco de su cofia tiene salpicaduras de sangre
por todas partes.

Hay una gran C en su frente, tallada aparentemente con un clavo. Tal vez
uno de los clavos que ahora la sujetan a la pared. Tiene la boca entreabierta y
la lengua cortada. No puedo ver bien desde esta distancia, pero de repente
siento curiosidad por ver si le quedan dientes.

Me acerco.

Todo el torso de la monja había sido cortado, sus órganos extraídos. En su


lugar, fueron colocados en la mesa del altar como ofrendas. El corazón estaba
colocado en un plato de plata. A la derecha, una cruz de tamaño medio tenía
los intestinos envueltos en sus hendiduras como una serpiente. Los pulmones
eran los siguientes, todos cortados en pequeños trozos junto a un cáliz lleno
de líquido rojo: sangre. Tengo que preguntarme si se supone que esto emula
la Eucaristía.
Oigo un grito ahogado detrás de mí. Catalina se lleva la mano a la boca
mientras mira con incredulidad la escena que tiene delante.

—¿Quién haría esto...? —susurra.

Assisi estudia la figura de la monja, con la mirada fija en el hueco de su


cavidad torácica.

Vlad está unos pasos detrás de nosotros, manteniendo una distancia


moderada. Veo que se esfuerza por evitar mirar la sangre.

¿Por qué ha venido?

—Esto se parece inquietantemente a lo que le ocurrió al Padre Guerra. —


comenta Assisi, señalando el cuerpo—. Sus entrañas también habían sido
manipuladas. Bueno, no de esta manera, pero bastante similar.

—Pero ¿quién haría eso? Todavía no sabemos quién desenterró al Padre


Guerra y lo puso en el muro... —Catalina sacude la cabeza—. ¿Y por qué? —
Se acerca un poco más—. ¿Por qué la C? —Catalina se centra en el rostro de
la monja cuando Assisi estrecha los ojos.

—Espera... —Va hacia el altar y se detiene justo delante del cuerpo.

—Assisi, ¿qué estás haciendo? —le pregunto.

—Creo que he visto algo brillante ahí... —Frunce el ceño y mira más de
cerca, casi metiendo la cabeza en el estómago de la monja.

—Assisi —repito, y oigo a alguien gemir.

Vlad.
Assisi levanta la mano y la mete dentro del cuerpo, arruga la nariz
buscando algo.

—¡Por el amor de Dios, Sisi! —Los ojos de Catalina se abren de par en


par—. ¿Qué estás haciendo? —Hace ademán de acercarse a mi hermana, pero
levanto una mano para detenerla.

—¿Sisi?

—¡Maldición! —dice, su mano resurgiendo, su puño lleno de algo.

Se mueve hasta situarse sobre la mesa del altar. Abre el puño y un montón
de dientes ensangrentados caen sobre el mantel.

—¿Qué...? —Miro los dientes con horror en los ojos, y luego está la C.
Giro hacia Vlad, y me doy cuenta que está pensando lo mismo.

Saca un pañuelo y se lo pasa por la frente antes de acercarse.

—Este es un giro interesante de los acontecimientos. ¿No te parece,


Marcello? —Se inclina un poco para mirar los dientes antes de apartar la cara
con disgusto.

Assisi pone los ojos en blanco ante eso, y vuelve a acercarse al cadáver.

—Hay algo más. No he podido comprenderlo antes. —Introduce de nuevo


la mano y rebusca en el contenido del estómago de la monja.

Es curioso que Vlad la mire con medio asombro y disgusto.

—¡Aquí! —exclama Assisi, y saca un trozo de material arrugado.

Lo pone sobre la mesa y todos nos reunimos para analizarlo.


—Es vitela10... quizá vitela humana. —Vlad comenta, cogiendo un
cuchillo y sacudiéndolo para verlo mejor. Hay algún tipo de escritura en él, y
Vlad utiliza a regañadientes su pañuelo para limpiar la sangre de la piel.

—Pagando por los pecados de otros —leo en voz alta, y Catalina jadea.

—Es por mi culpa, ¿no? Quienquiera que está haciendo esto, es por lo que
hice... —Una lágrima se abre paso por su mejilla, y me gustaría poder
levantar la mano y limpiarla.

—Catalina —digo, tratando de averiguar cómo decirle que tal vez no sea a
ella a quien persiguen, sino a mí.

—¿De quién es esta piel? —pregunta Assisi al ver más de cerca—. ¿Es de
ella? —Señala a la monja.

—Probablemente no —digo y hago una mueca ante mis propias palabras.


Es simplemente la forma en que esta persona trabaja.

Ella frunce el ceño.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Porque quienquiera que haya hecho esto —empiezo y respiro


profundamente, volviéndome a mirar a Catalina—, no te tiene como objetivo.

—¿Qué quieres decir? —pregunta, su voz es un mero susurro.

—Esto —Vlad blande su cuchillo hacia el rostro de la monja y la C que


marca sus rasgos—, es la marca de un asesino en serie. La C por sí sola

10
Piel de vaca o ternera, adobada y pulida, utilizada para pintar y escribir sobre ella.
podría haberte señalado —se vuelve hacia Catalina—, pero los dientes
confirman que es un asesino en serie al que hemos estado buscando.

—¿Qué...? —pregunta Assisi, ladeando la cabeza, incrédula—. A ver si lo


entiendo —empieza, y me vuelve a sorprender su compostura en todo esto—.
¿Dices que la persona que mató a nuestra hermana es un asesino en serie?
Entonces, ¿qué pasa con el Padre Guerra? No creo que sea una coincidencia
que estas cosas hayan ocurrido casi con una semana de diferencia. —Su mano
va a masajear su frente, untando un poco de sangre de sus manos en su piel.

Los ojos de Vlad se clavan en el rostro de Assisi, concretamente en el


pequeño rastro de sangre de su frente. Parece estar en trance mientras se
mueve, y en dos pasos está frente a Assisi.

—¡Vlad! —ladro, sabiendo que esto no es bueno. ¿Va a perder el control?


¿Va a hacerle daño?

Vlad no responde. Se fija en las manchas rojas del rostro de Assisi.

—¡No te muevas! —le espeto a Assisi, preocupado que cualquier


movimiento repentino pueda hacer que Vlad se ponga nervioso. La última vez
que lo vi en uno de sus episodios... no había sido bonito.

Sus ojos se abren de par en par por la sorpresa, pero asiente lentamente.

Los ojos de Vlad están en blanco cuando inclina la cabeza para estudiar el
rostro de mi hermana.

—¡Vlad! —Vuelvo a gritar, con la esperanza de despertarlo de cualquier


trance en el que se encuentre.
Su brazo se levanta y yo ya estoy en movimiento, dispuesto a alejarlo de
Assisi.

Para mi sorpresa, su mano se dirige a su frente, casi con ternura, y se lleva


un poco de sangre con los dedos. La mira fijamente durante un segundo, antes
de llevársela a los labios. Cierra los ojos y respira profundamente, disfrutando
del sabor de la sangre.

—¿Qué...? —Assisi parece aturdida mientras frunce el ceño ante Vlad.

—Assisi, ven aquí, pero despacio. Puede ser peligroso.

Ella no parece convencida, pero hace lo que se le pide, moviéndose fuera


del alcance de Vlad. Él sigue encerrado en algún lugar, con la cara en blanco.

—¿Qué le pasa? —pregunta Assisi cuando llega a mi lado.

—No es... normal —digo porque es lo único que puede describir con
precisión esta situación.

—¿No es... normal? —repite Assisi, que sigue estudiando la forma rígida
de Vlad.

—Quédense aquí, las dos. —Me dirijo lentamente hacia Vlad y chasqueo
los dedos delante de él.

—¡Vlad! Espabila.

Levanta los ojos para mirarme, entrecerrando los ojos. Hace girar su dedo
en el aire, con pequeñas motas de sangre aún en su superficie.

—Más... —susurra, y yo suelto un gemido. No se le pasará, ¿verdad?


Sabiendo lo que puede pasar si se deja llevar, me preparo para actuar.
Necesito noquearlo antes que se vuelva demasiado peligroso. Manteniendo la
mirada en su cara, doblo la manga de mi mano derecha, temiendo ya la idea
del contacto con la piel.

—Marcello, ¿qué estás...? —Assisi da un paso adelante y me giro


bruscamente para detenerla. La mano de Catalina también sale disparada para
disuadir a Assisi, pero la aparta.

¡Joder!

—¡Assisi, quédate atrás! —gritó, momentáneamente distraído por los


movimientos de Assisi. En una fracción de segundo, Vlad se va de mi lado.

¡Mierda!

Su mano rodea la garganta de Assisi, empujando su cuerpo contra la pared


y levantándola del suelo.

—¡Sisi! —Catalina gime, y de repente tengo miedo.

—Lina, quédate atrás —le digo, poniéndome delante de ella.

—Pero... —empieza.

—Nada de movimientos bruscos. Tenemos que sacarlo de ella —le digo.

—Assisi, ¿estás bien? —le pregunto, y noto que no parece asustada.

—Estoy bien... no me está haciendo daño —responde, y tengo que fruncir


el ceño. La tiene en el aire por la garganta ¿y no la está lastimando?
—Vlad, necesito que te centres, ¿vale? Estás haciendo daño a mi hermana
ahora mismo —enuncio cada palabra, con la esperanza de atravesar la niebla
que nubla su mente.

Inclina la cabeza hacia un lado, casi como si me escuchara.

—Sí, es mi hermana a la que estás sujetando —le digo en voz baja. En el


pasado, había sido imperativo hablarle en términos más simples. No sé
exactamente qué le ocurre cuando pierde la cabeza de esta manera, pero es
como si retrocediera a un estado no verbal.

Hace una pausa por un segundo.

—¿Hermana? —Un sonido gutural escapa de sus labios.

Eso es. Está cerca.

—Sí, es mi hermana. Y la estás lastimando en este momento.

Mueve la cabeza de nuevo hacia un lado, sus ojos se centran en Assisi.

—¿Hermana? —vuelve a decir con una nota de respiración—. Hermana...

Baja a Assisi al suelo y, tanto Catalina como yo, suspiramos aliviados.

Retira la mano de su garganta, y estoy a punto de ir a sacarla de su


proximidad. Pero, de repente, Vlad se arrodilla y sus manos rodean a Assisi.

¿La está abrazando?

—Hermana —repite, casi con asombro.


Assisi me mira interrogante, y yo solo puedo negar con la cabeza,
indicándole que se quede quieta.

Los brazos de Vlad la rodean con fuerza, y sigue repitiendo lo mismo.

—Hermana —la palabra suena cada vez más urgente.

La mano de Assisi baja lentamente y le acaricia la espalda de forma


reconfortante.

La respiración de Vlad se acelera, y suelta algunos sonidos en el fondo de


su garganta.

—No pasa nada. Estás a salvo aquí —le dice Assisi, y sus palabras tienen
un efecto inmediato en él, que cierra los ojos.

—Creo que está durmiendo —dice Assisi al cabo de un rato,


desenredándose lentamente de su agarre. Vlad se desploma en el suelo,
inconsciente—. ¿Qué fue eso? —pregunta Assisi, pero yo solo sacudo la
cabeza.

¿Cómo puedo explicar lo de Vlad, sin que la monja destripada parezca un


juego de niños?

Me siento aliviado de que las cosas no se hayan salido de control. Ya he


visto a Vlad en plena cólera, y todos esos episodios han terminado con al
menos un par de cadáveres. Lo que sea que haya hecho clic en su cerebro
cuando mencioné que Assisi era mi hermana, debe haber evitado que se
volviera berserker11 con nosotros.

—Él... —Trato de encontrar una explicación plausible—, tiene algún


trauma. Esto debe haberlo desencadenado. —Es decir, es técnicamente cierto.

Tanto Assisi como Catalina asienten, y yo cambio de tema. Porque


averiguar más sobre Vlad, significaría averiguar más sobre mí...

—Antes de irnos, quiero preguntarte algo —le digo a mi hermana.

—¿Qué?

—¿De verdad quieres hacer tus votos? Si sientes de alguna manera que
esta vida no es para ti, puedes decírmelo. Me preocupa tu seguridad aquí, y la
Madre Superiora no me deja contratar un guardia para ti.

El labio de Assisi tiembla por un segundo, y levanta los ojos para mirarme
con asombro.

—Tú... estás diciendo... —tartamudea—. ¿Estás diciendo que puedo dejar


el convento? Pero ¿a dónde iría ...? Yo...

—Puedes venir a vivir con nosotros —interviene Catalina, acercándose a


Assisi—. Nos encantaría tenerte, ¿no es así, Marcello?

Asiento con firmeza.

—También es tu casa. Y allí estarías más segura.

11
Los berserker (también ulfhednar) eran guerreros vikingos que combatían semidesnudos, cubiertos de pieles.
Entraban en combate bajo cierto trance de perfil psicótico, casi insensibles al dolor, se dice que eran casi tan fuertes
como osos o toros, y llegaban a morder sus escudos y no había fuego ni acero que los detuviera.
—Yo... —sacude la cabeza—. Sí, sí, por favor —su voz está llena de
emoción, y se lanza a los brazos de Catalina—. ¡Gracias! Yo... no entiendes
lo que significa para mí —repite y yo me quedo de repente atónito ante su
reacción.

—¿No te gusta estar aquí? —pregunto, casi con dudas.

—No es eso —empieza, pero el lento movimiento de su cabeza desmiente


sus palabras—. Creo que no sirvo para ser monja.

—Creo que es la mejor opción. Siempre he sabido que Sisi no estaba


hecha para esta vida. —Catalina se vuelve hacia mí, con una sonrisa de
aprobación jugando en sus labios.

Todo este tiempo... realmente parece que nada de lo que hago está bien.

Un fuerte gemido resuena en la capilla.

Vlad se levanta lentamente, con los ojos desenfocados.

—Maldita sea —maldice. Parece como si acabara de despertarse después


de una resaca—. ¿Qué ha pasado?

—Creo que ya te has hartado de sangre por hoy —añado con sorna,
sabiendo que entenderá lo que quiero decir.

Sus rasgos se tensan y me hace un gesto de asentimiento.

La transformación es inmediata. En un momento su mandíbula está tensa


y al siguiente aparece una sonrisa radiante en su cara.

—Me alegro que estés bien —dice Catalina, mientras Assisi resopla.
—¿Y qué me he perdido? —Vlad tiene el descaro de preguntar,
acercándose a examinar los dientes.

—¿Seguro que quieres hacer eso, otra vez? —Levanto una ceja, pero me
ignora.

—Tenemos que averiguar por qué Quimera tiene como objetivo un


convento. Tal vez sea... —Se gira y mira a Assisi y Catalina, entrecerrando
los ojos.

—Ya hablaremos de eso más tarde —le digo con tensión. Lo último que
necesitamos es que piensen que un asesino en serie las persigue.

—¿Acabas... de decir Quimera? —Catalina palidece, su voz es un mero


susurro.

—Efectivamente. —Vlad responde y cruza los brazos sobre el pecho,


observando.

Catalina se balancea sobre sus pies, y Assisi la toma de la mano,


estabilizándola.

—¿Por qué? —le pregunta mi hermana.

—Nada... —Catalina niega con la cabeza, pero yo sigo siendo escéptico.


¿Es posible que sepa lo de Quimera? Pero eso sería imposible, a menos que...

—¿Podemos volver? —Catalina no parece estar muy bien, así que acepto
inmediatamente.

—¿Y yo? —pregunta Sisi, mientras salimos de la capilla.


—Tú también te vienes con nosotros.

—Pero la Madre Superiora...

—Lo arreglaré todo con la Madre Superiora. Acompaña a Catalina al


coche y nos vemos allí.

No parece muy convencida, pero asiente.

—Tu hermana tenía razón. Es demasiada coincidencia que Quimera


aparezca aquí —menciona Vlad después de que se alejan.

—Sea quien sea, se está acercando demasiado. Y no me gusta.

—Entre los Guerras, Quimera y tu propia familia, diría que tienes las
manos llenas. —Se ríe.

—Te has olvidado de los irlandeses —añado con sorna.

—Cierto... ya lo veremos.
Me muevo sin descanso en mi cama.

Llevo unas horas intentando dormir, pero mi mente no para de repetir los
acontecimientos de hoy. ¿Quién iba a pensar que después de todo este tiempo
volvería a escuchar ese nombre...? Sacudo la cabeza, intentando disipar esos
pensamientos. No puedo dejar que me afecte, no otra vez. No después de todo
el esfuerzo que me ha costado superar el pasado.

Aun así, no puedo evitar preguntarme por qué ahora... ¿Por qué ha vuelto
a aparecer? Sisi tenía razón en que no puede ser una coincidencia que estos
eventos hayan ocurrido tan cerca.

Lo único bueno que sale de esto es el hecho que Sisi puede vivir con
nosotros ahora. Siempre he sabido que ella no quería esa vida. Pero
simplemente no tenía otra opción. Me alegro mucho por ella.

Después de dejar el Sacre Coeur, nos mantuvimos en contacto, y pude


sentir su tristeza al pensar que se quedaría allí sola. Pero ahora tiene a su
familia. Venezia me había sorprendido con su comportamiento, no solo con
Sisi sino también conmigo. Estaba encantada de tener a su hermana en casa, y
se habían llevado bien de inmediato. Tal vez la charla que tuvimos el otro día
tuvo un efecto en ella.
Al final me doy cuenta que el sueño no va llegar, y decido ir a la cocina a
prepararme un té. Echo un vistazo al reloj y veo que son más de las cuatro de
la madrugada. Frunzo los labios, frustrada una vez más por no haber podido
dormir.

Quizá una taza de té caliente me ayude.

Salgo de mi habitación y trato de ser lo más silenciosa posible cuando


bajo las escaleras y voy a la cocina. La casa está tan en silencio, que resulta
casi inquietante. Rebusco en los armarios hasta encontrar un poco de té y
pongo una tetera.

Mientras espero, doy unos golpecitos con el pie y miro a mi alrededor. La


cocina es moderna y ver todos los electrodomésticos me hace pensar en el
deber de hornear. Tal vez podríamos repetirlo e incluir a Venezia también.
Sonrío. Eso suena muy bien. Sería como un ejercicio de unión.

Un chasquido indica que el agua está lista, así que la vierto en una taza.
Estoy a punto de llevarla a mi habitación cuando oigo un ruido extraño.

Frunzo el ceño.

Suena como alguien gritando de dolor.

Dejo la taza y voy en dirección al ruido. Sin embargo, cuanto más me


acerco, más me doy cuenta que me dirijo a la habitación de Marcello. Doy
unos pasos más y me detengo. Contengo la respiración, tratando de
concentrarme en el ruido.

¿Quizá escuché mal?


Pero entonces vuelvo a oírlo, esta vez más intenso. Es un sonido tan
angustioso, como el de alguien que está siendo torturado.

Dudo ante la puerta de Marcello. No sé si debería... No creo que le guste


que invada su intimidad. Mis puños se aprietan cuanto más oigo los gritos de
dolor, mi decisión está tomada. Voy a ver cómo está. Si está bien, me
disculpo y me voy.

Sí, parece un buen plan.

Mis dedos tocan el pomo de la puerta y, respirando profundamente,


empujo la puerta para abrirla. La habitación es pequeña. Al menos comparada
con las otras habitaciones que he visto hasta ahora. También está vacía,
excepto por una mesa en la esquina más alejada de la habitación. Mi atención,
sin embargo, se centra en Marcello.

Está teniendo una pesadilla.

Se está revolviendo en la cama, las sábanas enredadas alrededor de él.


Está empapado de sudor, mientras intenta luchar contra lo que le molesta.
Más gritos escapan de sus labios mientras se aferra a la manta, tirando de ella
hacia su pecho.

Está... desnudo.

Aparto los ojos, el calor sube por mis mejillas. No debería ver esto. Me
siento avergonzada por entrometerme, así que doy un paso atrás, preparada
para irme.
—No —un gemido de dolor me sobresalta—. Por favor, no —me giro y
veo que Marcello está en posición fetal. Se me rompe el corazón al verlo tan
vulnerable.

¿Qué puede estar soñando?

Cuanto más escucho, más me convenzo que no puedo dejarlo así. Está
sufriendo...

Entro en la habitación, cerrando la puerta tras de mí. Manteniendo la


distancia, al recordar su problema con el tacto, me acomodo en el borde de la
cama.

—Marcello —lo llamo, esperando despertarlo—. ¡Marcello, despierta!

Se mueve un poco, pero creo que no me ha oído.

—¿Marcello? —Aumento el volumen de mi voz, intentando llegar a él.

Está temblando, y sigue susurrando No con una nota de súplica. Tiene un


aspecto tan lamentable que siento una punzada en el pecho.

—¡Marcello, por favor, despierta! —Intento un enfoque más suave, con la


esperanza de ahuyentar a los monstruos con amabilidad—. ¡Es solo un sueño,
por favor, despierta!

Espero unos segundos antes de volver a llamarlo.

—Marcello —empiezo, pero me sobresalto cuando veo sus ojos bien


abiertos, mirándome fijamente—. ¿Marcello? Estás despierto. Gracias a Dios
—suspiro aliviada y me pongo de pie.
Tan repentinamente que apenas tengo tiempo de reaccionar, su mano sale
disparada y me agarra del brazo.

—¿Marcello? —pregunto vacilante, mirando su piel en contacto con la


mía. Levanto la cabeza para mirarlo, pero él sigue mirándome, casi
confundido—. Siento irrumpir, pero estabas teniendo una pesadilla, y estabas
gritando y... No podía dejarte así. Lo siento mucho —digo rápidamente,
esperando que no malinterprete mi presencia aquí.

Ladea la cabeza y entrecierra los ojos. Su agarre en mi brazo se


intensifica.

Da... miedo.

—Marcello, ¿puedes dejarme ir, por favor? Me estás asustando —susurro,


con la mano tratando de apartar sus dedos de mi brazo.

No se mueve. En lugar de eso, tira de mi brazo y caigo en la cama, casi


sobre él.

—M... ¿Marcello? —murmuro, un escalofrío que me recorre la espalda.


¿Por qué hace esto? ¿Intenta castigarme por haber entrado en su habitación?

Le miro a los ojos y están en blanco. Me devuelve la mirada, pero creo


que no me ve.

¿Y si...? ¿Y si todavía no está despierto?

—Marcello —digo tímidamente, subiendo la mano por su brazo, probando


su reacción al contacto. Me dedica una mirada, pero no parece inmutarse.

Llevo mi mano a su mandíbula, sintiendo su piel por primera vez.


—Marcello, despierta —le digo con ternura, mientras mis dedos suben y
bajan por su mejilla en una suave caricia. Se estremece ante el contacto, pero
no se aparta. Sus cejas se arrugan y me mira interrogante, como si el gesto le
resultara completamente desconocido.

—Marcello, ¿podrías soltarme el brazo? —le pregunto amablemente, y él


vuelve a fruncir las cejas, acercándome.

Mi cara está a unos centímetros de la suya, e instintivamente contengo la


respiración. Sus ojos se clavan en mí con una intensidad que no había visto
antes en él.

Dejo caer la mano sobre su hombro y le doy un suave empujón, pero su


agarre se intensifica. Mientras que hace un momento estaba preocupada por
él, ahora no puedo evitar sentir miedo, mi cuerpo reacciona a la proximidad.
Un ligero temblor envuelve mis extremidades.

—¡Marcello, por favor, suéltame! —le digo con más firmeza.

—Shh —habla finalmente, poniendo su dedo en mis labios para hacerme


callar. Doy un grito de sorpresa. ¿Qué...?

Sus ojos se posan en mis labios y los recorre con las yemas de los dedos.

—Mar... —empiezo de nuevo, pero esta vez me calla una presión


diferente sobre mis labios.

Mis ojos se abren de par en par, sorprendidos, al sentir sus labios sobre los
míos. Son... suaves. La sensación es totalmente abrumadora, y casi me derrito
en ella. Pero no puedo... No estaría bien. Le empujo un poco los hombros y
abro la boca para decirle que pare. Sus labios se abren sobre los míos y siento
su lengua tanteando el interior.

¿Esto es...? Frunzo un poco el ceño. Solo por curiosidad, toco con mi
lengua la suya, y un escalofrío me recorre la espalda.

¡Dios mío!

Mis manos, que antes lo empujaban, se aferran ahora a sus hombros,


buscando un contacto más estrecho. No debería permitir esto. No debería
gustarme tanto. Su brazo me rodea la cintura y me pone encima de él,
amoldando mi cuerpo al suyo. Sus dedos se clavan en mi carne mientras
profundiza el beso. No puedo ni pensar y me aferro a él como si mi vida
dependiera de ello. Sus dientes mordisquean mi labio inferior y suelto un
gemido.

¡Dios mío!

Las manos de Marcello bajan hasta tocarme el culo a través del camisón.
Acomoda sus palmas en mis mejillas y me acerca a su pelvis.

Jadeo.

Su boca está de nuevo sobre la mía, devorándome. Me pierdo en el beso y


me muevo un poco hasta que entro en contacto con algo duro. Abro los ojos
de repente y el miedo me corroe por dentro.

No... ¡Eso no!

Con una fuerza que no sabía que poseía, lo alejo y me levanto. Sonrojada
y con la respiración agitada, me siento en el borde de la cama y trato de
serenarme.
—Lo siento... Yo... —Sacudo la cabeza, aun tratando de calmarme—. No
era mi intención... Es que me ha recordado algo y... —Intento explicar mis
circunstancias, pero las palabras no me salen.

Aprieto los puños con frustración.

—Yo... —Vuelvo a empezar, girándome para mirar a Marcello.

Está... ¿durmiendo? Sus respiraciones suaves y regulares confirman que,


en efecto, está durmiendo. Casi me río de la ironía de la situación. Estaba
intentando desnudar mi alma ante él y está durmiendo.

Sacudo la cabeza y salgo de la habitación de mala gana.

De vuelta en la cama, no puedo evitar repetir los acontecimientos en mi


cabeza. Las sensaciones habían sido tan extrañas, pero a la vez tan...
satisfactorias. Ni siquiera puedo explicarlo. Había sido algo que nunca había
sentido antes. Hasta ese momento, es decir... Tal vez si nos lo tomamos con
más calma, la próxima vez no tenga una reacción tan visceral.

Una sonrisa se dibuja en mis labios y me llena de vértigo. Así que esto es
lo que se siente al ser besada... Suelto una risita al pensar en ello.

Desde luego, no me ha decepcionado. Tal vez aún haya esperanza para


nosotros.

Con ese pensamiento, me duermo.


—Definitivamente toma ese. Te queda muy bien —le digo a Sisi mientras
se mira asombrada vestida con algo que no sea un hábito.

El vestido que lleva es una túnica azul intenso que le llega a los tobillos.
Se podría decir que es un poco anticuado, pero habíamos mirado ropa más
moderna y Sisi había dicho que aún no se sentía preparada para eso.

Supongo que tenemos eso en común, ya que me encuentro demasiado


incómoda con cualquier cosa un poco más reveladora.

—Creo que debería comprarlo en otros colores. Este es el mejor que he


probado hasta ahora.

—Estoy de acuerdo, tía Sisi —responde Claudia, mientras mastica su


barra de chocolate y mira su nuevo anillo.

Lo había cogido en un puesto de la calle, pero desde entonces estaba


obsesionada con él. Y luego estaba el chocolate, que ha sido el mayor placer
de Claudia desde que dejamos el Sacre Coeur. Le bastó con probarlo para
declararse completamente enamorada de él.

Nos dirigimos a la caja y pagamos todo, unos cuantos guardaespaldas nos


esperan fuera.

—Tenemos que comprar otras cosas —añado, y nos dirigimos a otra


tienda.
Marcello nos ha dado carta blanca para gastar. Hemos comprado ropa y
otros artículos de primera necesidad, pero como las dos van a empezar la
escuela pronto, necesitarán computadoras. Después de comprar teléfonos y
computadoras para todas, estamos listas para volver a casa.

Las chicas siguen charlando, mientras que yo me pongo cada vez más
nerviosa. No he visto a Marcello por la mañana, así que no hemos tenido
ocasión de hablar de lo que pasó anoche.

He estado haciendo todo lo posible por mantener mi mente ocupada con


este viaje de compras, pero he estado ligeramente nerviosa todo el tiempo. ¿Y
si se arrepiente de lo ocurrido? No quiero ni imaginar cómo iría esa
conversación.

Una vez en casa, las chicas están encantadas con sus nuevas compras y se
reúnen para jugar con las computadoras. Venezia parece reacia a unirse a ellas
al principio, y creo que se siente como una extraña, teniendo en cuenta que
Claudia y Sisi se han criado juntas.

Intento animarla suavemente para que se divierta también, y me dedica


una sonrisa vacilante.

—No sé... —Se encoge de hombros, pero el anhelo en sus ojos al observar
a Sisi y Claudia es evidente.

—Adelante. Tú también eres de la familia —le insisto, y acaba cediendo.

Con una última mirada, me giro para ir a mi habitación, pero Amelia me


intercepta en el camino.
—Signora Catalina, el Signor Marcello quiere verla en su estudio. —Me
detengo y contengo la respiración.

—¿Ha dicho por qué? —pregunto, preocupada por la respuesta.

—No, no lo ha hecho.

—Voy. Gracias, Amelia.

Es mejor quitarse esto de encima ahora. Seré yo quien cree todo tipo de
escenarios en mi cabeza si esta confrontación se pospone más tiempo.

Cierro los ojos un segundo y enderezo la espalda. Puedo hacerlo.

Con falsa confianza, voy a su estudio.

Marcello está sentado detrás de su escritorio, con unas gafas de lectura en


la cara. Está inmerso en un documento y parece sobresaltarse al oír que se
abre la puerta.

—Catalina. No te esperaba tan pronto —dice quitándose las gafas y


doblándolas sobre la mesa—. Por favor. —Hace un gesto hacia el asiento que
tiene enfrente y yo le obedezco.

—Lo siento —digo nada más sentarme, queriendo sacar esto antes que
nada—. No debería haber...

—¿De qué estás hablando? —Frunce el ceño, inclinándose hacia delante y


apoyando los codos en el escritorio.

—Anoche, no debería haber... —Ladea la cabeza hacia la derecha,


mirándome como si estuviera diciendo tonterías.
—Catalina, ¿qué pasó? —Vuelve a preguntar, con una repentina expresión
de preocupación en su cara.

¿Es que no se acuerda?

—¿Por qué me has llamado aquí? —Cambio rápidamente de tema para no


incriminarme más.

—Quería hablar contigo sobre el asunto de la institutriz —dice y hace una


pausa—. ¿De qué te arrepientes? ¿Pasó algo? —indaga un poco más.

—Me refería a lo de esta mañana —rectifico, esperando que no se dé


cuenta—. Siento haber gastado tanto dinero —digo, y él se relaja
inmediatamente.

—Te he dicho que compres lo que necesites. No tienes que preocuparte


por el dinero. —Intenta consolarme y yo bajo la mirada, culpable por mi
mentira. Pero si no se acuerda... Tal vez estaba dormido y no tenía intención
de que ocurriera. Sobre todo, porque ha sido muy firme en su aversión al
tacto.

La idea me deja helada, pero me la sacudo de encima.

—¿Qué pasa con la institutriz entonces? —Intento sumergirme en la


conversación y esbozamos los detalles de unas cuantas entrevistas—. ¿Hoy?
—Es un poco repentino.

—Llevo demasiado tiempo posponiendo esto —suspira—. No me había


dado cuenta de lo mal que estaban las cosas con Venezia antes. Ni siquiera
sabe leer.

Frunzo el ceño. ¿Qué?


—¿No sabe leer? —repito asombrada.

—Nadie mostró interés en ella antes... Y tiene quince años. Nunca


imaginé que la situación fuera tan mala —confiesa—. Assisi y Claudia
también deberían beneficiarse de ella, ya que no han tenido precisamente una
educación normal.

—Sí. Claudia aún es joven, pero Sisi... Me preocupa cómo se adaptará a


vivir fuera del convento.

—No sabía que le disgustara tanto estar ahí dentro... —Sacude la cabeza—. Si
quieres estar presente en la entrevista, tengo tres candidatas que vendrán en
unas horas. —Acepto de buen grado—. Estupendo. Nos vemos en —mira su
reloj—, ¿dos horas en el salón?

Asiento y vuelvo a mi habitación para cambiarme.

Cuando bajo al salón un rato después, Marcello ya está allí, con un


periódico en el regazo.

—La primera candidata debería llegar en diez minutos —menciona


despreocupadamente cuando tomo asiento a su lado.

Parece totalmente indiferente a mí, y me maldigo por haber contemplado


siquiera que podríamos ser algo más. No ayuda el hecho que ahora sé cómo
se siente su tacto, lo que sus labios sobre los míos pueden hacerme sentir.

Suelto un largo suspiro, diciéndome a mí misma que lo olvide todo. No


está destinado a ser.
Llega la primera candidata y Marcello la interroga sobre su experiencia.
Hace lo mismo con la segunda y la tercera candidata, y finalmente acordamos
que ninguna de ellas encajaría.

—¿Por qué es tan difícil? —se queja cuando hacemos una pequeña pausa
antes que entre la última persona.

—No puedo creer lo esnobs que eran. —Ya estoy frustrada con el
proceso.

Todas se han burlado del hecho que Venezia tenga quince años y no haya
recibido educación formal. Marcello había guiado la entrevista para que
mostraran su verdadera cara, ya que habían tenido una experiencia horrible
con la última institutriz de Venezia.

Amelia anuncia que la última candidata está lista para entrar. Parece tener
unos treinta años, definitivamente más joven que las anteriores. Toma asiento
frente a nosotros y procedemos a las preguntas habituales. Sus respuestas son
correctas y le doy a Marcello una lenta inclinación de cabeza. Incluso ha
acertado en las preguntas difíciles.

—Una última cosa —añado, queriendo estar perfectamente segura de


ello—. Ya que las tres están en diferentes rangos de edad, y requieren
diferentes planes de estudio, ¿cómo planeas hacer que las lecciones estén
cohesionadas para que tampoco se sientan aisladas? —Espero que algunas
lecciones compartidas les ayuden a vincularse entre sí.

Dios sabe que Venezia lo necesita.

—Sí, por supuesto. Mientras ojeaba el anuncio de trabajo, aproveché para


hacer un simulacro de horario. —Rebusca en su expediente y se levanta para
entregarnos una hoja de papel. Sin embargo, se dirige directamente a
Marcello, cuando fui yo quien hizo la pregunta. Intento no mostrar mi ligera
molestia por ello, pero me siento mejor cuando Marcello sacude la cabeza y
hace un gesto hacia mí.

La sonrisa de la mujer es tensa mientras me entrega el horario. Miro con


atención, gustándome lo que veo. El tiempo compartido sería durante las
clases de arte y etiqueta. El plan es lo suficientemente detallado como para
que pueda hacerme una idea de lo que ella les enseñaría.

—Muy bien. —Miro a Marcello y él está de acuerdo.

—¿Cuándo puedes empezar? —pregunta, y ella sonríe.

—En cualquier momento.

—¿Incluso mañana?

—Sí.

Pasamos un rato esbozando los detalles y, Sarah, la institutriz, tendría su


propia sala de enseñanza en el tercer piso, y libertad para utilizar los recursos
que necesite.

Cuando se va, suspiro aliviada.

—Estoy tan contenta —digo en voz alta, a nadie en particular.

Giro la cabeza y veo a Marcello mirándome con una ligera sonrisa en los
labios. Cuando mis ojos se encuentran con los suyos, desvía la mirada de
repente.
—En efecto —dice y sale rápidamente de la habitación.

A la mañana siguiente, Amelia llama a mi puerta para informarme que


tengo una entrega. Estoy un poco desconcertada porque no he pedido nada.
Veo cómo unos hombres traen dos cajas gigantescas y las dejan en mi
habitación.

—¿Sabes qué es esto? —le pregunto a Amelia, pero ella niega con la
cabeza y me deja sola.

Curiosa, cojo unas tijeras y empiezo a cortar la capa superior de la primera


caja. Cuando veo lo que hay dentro, me quedo alucinada.

Es una máquina de coser, con todos los accesorios necesarios: agujas,


hilo, tijeras. Todo. Vaya... No tengo palabras.

Me dirijo rápidamente a la segunda caja, queriendo ver también lo que hay


dentro de ella.

—¡Dios mío! —murmuro cuando la abro para encontrar metros de


material cuidadosamente doblado. Son diferentes telas y de casi todos los
colores.

Después de sacar todo de las cajas, encuentro una nota de Marcello.

Espero que ahora puedas hacer lo que te gusta.


Me llevo la mano a la boca, mis ojos se inundan de emoción. Se ha
acordado de lo que le dije... Y me ha sorprendido con esto.

No puedo creerlo.

Armo la máquina de coser y miro con atención todos los accesorios,


simplemente asombrada por este atento regalo.

Creo que nunca nadie me había regalado algo así. Cuando era más joven,
a mis padres les gustaba fingir que no existía. Tenía a mis profesores, y al
personal; pero estaban lejos de ser mi familia. Estaba Enzo, pero, aunque
siempre ha sido muy amable conmigo, estaba casi siempre ausente mientras
crecía. Nos separan pocos años, pero como era el heredero de mi padre, tenía
otras responsabilidades. Solo lo veía un par de veces al año. El resto del
tiempo estaba fuera, en Sicilia, haciendo quién sabe qué.

Me froto el rabillo del ojo con el dobladillo del vestido, abrumada.

¡Tengo que darle las gracias!

La idea surge en mi mente y me pongo inmediatamente en pie. Bajo


corriendo las escaleras y me dirijo al despacho de Marcello, esperando
encontrarlo allí.

No está.

Pregunto a algunos empleados y me dicen que se ha ido con alguien hace


un rato.

Suspiro, decepcionada. Tenía muchas ganas de hacerle saber lo mucho


que significa para mí su atento regalo... pero supongo que podré hacerlo más
tarde.
Volviendo a subir las escaleras, me encuentro con Sarah.

—Sra. Lastra. —Me saluda, y le doy una sonrisa ausente.

—Sarah. —Inclino la cabeza, sin prestar mucha atención.

—Acabo de terminar la lección con Claudia. Es una joven muy brillante


—comenta y al instante me pongo alerta.

—Lo es, ¿verdad? —le digo cariñosamente—. Gracias por hacer esto,
estoy segura que va a aprender mucho de ti —añado. Pero entonces veo mejor
a Sarah y tengo que parpadear dos veces.

Lleva un top escotado y los pechos prácticamente le cuelgan. Tengo que


dirigir mis ojos a su rostro y obligarme a mantenerlos allí. ¿Así es como se
viste la gente hoy en día? Quiero decir, está haciendo calor fuera, así que
quizá sea la moda de verano.

No ayuda el hecho que haya combinado el top con una falda muy corta.

Aunque me sorprende un poco la poca ropa que lleva, intento fingir que
no me doy cuenta. Puede ponerse lo que quiera, pero podría hablar con
Claudia para que no se le ocurra nada. No creo que esté preparada para que
mi hija imite eso todavía.

—Nos vemos mañana. —Se despide y yo vuelvo a mi habitación.

Instalo todo bien, y cuando Claudia viene, le pido que haga de modelo
para mí. Creo que Marcello se ha dado cuenta de su gusto por el rosa, porque
muchas de las telas son de distintos tonos de ese color.
Pasamos el resto del día jugando con las telas, Assisi y Venecia se unen a
nosotras un poco más tarde.

Durante los días siguientes sigo invitándolas para que pasemos tiempo
juntas, estrechando lazos. Venezia parece haberse distanciado de Claudia.
Sisi, siendo Sisi, se ha vuelto un poco loca con su computadora, y rara vez se
toma un descanso de él. Ha estado leyendo sobre todo y cualquier cosa. Las
clases les han ayudado, e incluso he notado que Venezia se esfuerza por
aprender las letras. Después de sus horas con Sarah, intento repasar el
material con ella. Ahora necesita toda la ayuda hasta que pueda comprender
lo básico.

Tengo que admitir que Sarah está haciendo un magnífico trabajo con las
niñas, aunque su ropa parece cada vez más corta. Quizá sea yo, pero a veces
no puedo evitar mirarla. Me alegro que Marcello esté casi siempre lejos,
porque ¿no sería embarazoso para él verla así? Sacudo la cabeza al pensarlo.

Últimamente le he visto poco. Le agradecí el regalo, pero su respuesta


había sido superficial en el mejor de los casos y se apresuró a salir de casa.
Toda la semana pasa como un borrón. Las niñas están en sus clases o me
hacen compañía mientras intento hacer un vestido para Claudia.

También esperaba poder mostrarle mis progresos a Marcello, pero


siempre está ausente. Hoy sé que está en casa. Suspiro profundamente y miro
el corpiño que he cosido. Queda bien para ser el primer intento. Retiro las
agujas de seguridad y me lo llevo abajo.

Estoy a punto de llamar a la puerta de su estudio cuando oigo voces.


—Las chicas lo están haciendo muy bien. Gracias, Sarah —le dice
Marcello con su habitual tono monótono.

Está ocupado... No estaría bien que escuchara a escondidas. Doy un paso


atrás, con la intención de dejarles charlar y volver más tarde. Pero entonces
oigo hablar a Sarah.

—Hay formas de agradecerme —dice y yo me quedo quieta. Su voz es


completamente diferente a la que ha utilizado conmigo o con las chicas. Es
aguda y...

—Creo que tu sueldo demuestra el agradecimiento de mi mujer y el mío.


—Marcello contesta secamente.

Me sonrojo ante sus palabras. Me gusta que me llame su mujer.

Sarah estalla en carcajadas ante sus palabras.

—Tu mujer —empieza entre risas—, ¿te refieres a la de la ropa


desaliñada? —Miro mi vestido, frunciendo el ceño. No creo que sea
desaliñada... ¿por qué diría eso? —. No puedo creer que un hombre como tú
la encuentre realmente atractiva. —Sarah tiene el descaro de decir y yo jadeo.
¿Qué?

—Sarah, por favor, abstente de hablar así de mi mujer —le dice Marcello
y me da un poco de esperanza. Aun así, el pinchazo duele. Sobre todo, porque
quizá no le resulte atractiva...

—¿Por qué? ¿Ofendería sus tiernos sentimientos? No te preocupes, no se


enterará de nada por mí —dice y oigo movimiento. No puedo evitar pegar la
oreja a la puerta, queriendo saber qué pasa.
—Sarah, te agradecería que no entraras en mi espacio personal. Esto es
inapropiado. —Marcello la regaña muy profesionalmente.

—Por favor, Señor Lastra. Conozco a los hombres como usted —responde
ella, y hay una pausa.

—Sarah, por favor, vuelve a ponerte la ropa y vete. —Él enfatiza la


palabra vete. ¿Por qué le dice que se ponga la ropa? ¿Qué está pasando?

El corazón se me acelera y no sé si debo irrumpir o no. Ya no oigo nada y


empiezo a inquietarme.

Es Marcello... no, él no haría eso.

Mi mano está en el pomo de la puerta y me debato entre abrirla o no.

Un fuerte sonido llama mi atención y empujo la puerta para abrirla, sin


importar las consecuencias. Sarah se gira hacia mí, con la boca abierta. Le
falta el top, sus pechos están desnudos. Rápidamente desvío la mirada hacia
Marcello y jadeo cuando lo veo en el suelo, con la mirada perdida. Sus manos
están enredadas en las rodillas y se balancea muy lentamente, casi fuera de sí.

—¿Qué ha pasado? —le pregunto a Sarah.

—Nada... Yo... solo lo toqué y luego se puso así —tartamudea, pero no


me importa. Lo ha tocado. A Marcello no le gusta que lo toquen. Y ahora
está...

—¡Fuera! —digo, con voz firme.

—Pero...
—Lárgate antes que te saque yo misma. Y no se te ocurra volver. —Sus
ojos se abren de par en par con el miedo y asiente lentamente antes de salir de
la habitación.

Cierro la puerta tras ella y me arrodillo en el suelo junto a Marcello.

—Marcello —le digo, con voz suave. Está temblando, todo su cuerpo se
estremece mientras se balancea cada vez más rápido—. Marcello, estás a
salvo. —Lo intento de nuevo.

Estoy muy asustada. Solo con mirarlo así, es suficiente para que se me
llenen los ojos de lágrimas. Ella lo tocó. Ella lo tocó, carajo, y ahora él... se
paralizó, ¿no?

—Marcello —bajo la voz—, mira lo que tengo aquí. Hice esto con los
materiales que me regalaste. —Pongo el corpiño que he hecho delante de él y
empiezo a hablar.

Tal vez cambiar de tema podría ayudarle a salir de cualquier lugar en el


que se haya encerrado.

Le cuento todo el proceso y cómo había trabajado en él.

—Quiero hacer un vestido de princesa para Claudia. ¿Te acuerdas de


Claudia? Es mi hija. —Su balanceo se ralentiza un poco y levanta la cabeza
para mirarme. Su mirada sigue siendo inexpresiva, pero una palabra escapa de
sus labios.

—¿Claudia? —grazna, y mi corazón estalla de emoción en mi pecho.

—Sí, Claudia es mi hija. Ya la conoces. Tiene casi diez años y es una


pequeña alborotadora —le cuento historias sobre Claudia asustando a las
monjas en el convento, sobre sus pequeñas acrobacias y su recién encontrado
amor por el chocolate.

—¿Catalina? —Su voz es ronca cuando dice mi nombre, y yo asiento con


entusiasmo.

—Sí, soy yo. ¿Me reconoces?

Sus ojos me miran directamente y frunce las cejas, como si despejara la


niebla que rodea su mente.

—¿Catalina? —Parpadea dos veces. Luego se inclina hacia delante,


dejando caer las rodillas al suelo.

—¿Estás bien? —Me acerco a él todo lo que puedo sin que se sienta
incómodo.

—Ahora sí —susurra—, gracias.

—¿Por qué? —pregunto, desconcertada.

—Has hecho que se vayan... —responde, mirando por encima de mi


cabeza.

—¿Quién, Sarah?

—No —Sacude la cabeza y respira profundamente—, los demonios. Tú


hiciste que los demonios se fueran —dice con toda seriedad.

Y entonces hace algo que me sorprende. Su mano se extiende vacilante y,


con la punta del dedo, me acaricia la mejilla con un toque fantasma.
—Siempre ahuyentas a los demonios —susurra y una lágrima cae por su
mejilla.
Figliuol mio, aquí puede haber tormento, pero no muerte.

-Dante Alighieri, Purgatorio Canto XXVII


A veces se siente como morir, como si mil agujas se te clavaran en la piel
al mismo tiempo, infligiendo una tortura infernal a tu cuerpo.

Eso es lo que sentí cuando Sarah puso su mano en mi cara.

Apenas sentí el contacto antes que mi mente simplemente retrocediera. Ya


es bastante fácil. Tengo mi propio rincón en mi cabeza donde nadie puede
entrar. Donde los monstruos se mantienen a raya. Donde estoy solo... pero al
menos estoy a salvo. Es como una habitación blanca sin ventanas ni puertas.
No sé de dónde viene la luz, pero mi mente debe haber descubierto que
mantiene a los monstruos alejados.

Y, sin embargo, a veces siguen entrando.

No es la primera vez que la habitación me parece demasiado grande, como


si hubiera demasiado espacio para que los monstruos campen a sus anchas.
Así que reduzco el tamaño. Imagino una caja. Una caja pequeña que solo me
contiene a mí. Porque en mi mente, yo también soy pequeño. Todavía soy un
niño. Me meto en la caja para que no haya espacio para otras criaturas.

Y entonces espero, tarareando una oración para mí mismo. Espero la


seguridad que casi nunca llega.

Pero esta vez es diferente.


Cuanto más deseo desaparecer dentro de mí, más fuerte se hace la voz de
fuera. Una voz suave que habla de cosas sencillas, como tomar medidas para
un vestido. Una voz melodiosa que me hace sentir tranquilo... seguro. Dice un
nombre... Claudia, y mi corazón se contrae con una sensación extraña. Y
entonces me habla de esta joven, de sus aventuras, de su crecimiento.

No sé cómo, pero mi caja se expande. Quiero aferrarme a ella y


mantenerla unida, pero poco a poco se deshace, hasta que me encuentro de
nuevo en la habitación. Y no estoy solo. En mi habitación blanca, veo a este
hermoso ángel susurrando palabras tranquilizadoras. Cuanto más escucho,
más me cautiva el sonido.

Hasta que aparece una puerta.

¡No!

No quiero enfrentarme a los demonios. Me llevarán lejos.

Busco esconderme, pero su hermosa voz no me lo permite. Impregna cada


átomo de la habitación, y resuena en mi propio ser. Me tiende la mano, pero
niego con la cabeza. No puedo tocarla. Es demasiado pura... La mancharía.

—Te mantendré a salvo. —El ángel me dice, y yo levanto la cabeza para


mirarla a los ojos.

Una luz cegadora me asalta, y ya sea por miedo o por sensación de


seguridad, agarro su mano.

—¿Catalina?

A mis ojos les cuesta adaptarse a la luz del día. Catalina está sentada sobre
sus pies, con el rostro lleno de preocupación.
—¿Estás bien? —pregunta, deslizándose hacia mí.

—Ahora sí —intento formar las palabras—, gracias.

Ella no tiene ni idea de lo que ha hecho por mí.

—¿Por qué? —Ella frunce el ceño.

—Has hecho que se vayan... —No sé si lo entiende... Probablemente nadie


lo hace.

—¿Quién, Sarah? —El nombre de esa mujer me hace torcer el labio de


asco.

—No… —Hago una pausa, tratando de encontrar una forma de hacerla


entender—, los demonios. Tú hiciste que los demonios se fueran.

Tampoco es la primera vez.

Durante los últimos diez años, su rostro ha sido mi única guía para volver
a la realidad. El único vínculo que tenía con el mundo.

No sé si es el amor y la gratitud que siento por ella en mi corazón lo que


me impulsa a hacerlo, pero incluso me sorprendo a mí mismo cuando levanto
la mano para tocar su mejilla.

Cierro los ojos un momento, esperando que llegue el dolor.

Sorprendentemente, no lo hace.

—Siempre ahuyentas a los demonios. —Abro los ojos y dejo caer las
lágrimas. No tengo miedo de parecer débil delante de ella. No cuando solo
saber que está cerca me hace sentir tan fuerte.
—Marcello, tú... —Me mira con asombro.

Con mi valentía aún intacta, doy un paso más y tomo su mano entre las
mías. Dejo escapar un fuerte gemido ante la sensación. Dudo en rodear su
mano con mis dedos y tengo que tomarme un minuto para regular mi
respiración.

Contacto humano. Un contacto humano no doloroso. Por primera vez en


más de una década.

—Lina —grazno, queriendo transmitir todo lo que siento en este


momento, pero sin poder hacerlo.

—Shh, está bien. —Ella arrulla y entrelaza nuestros dedos.

Me quedo mirando nuestras manos enlazadas durante lo que parece una


eternidad.

—Puedo tocarte —digo, más para mí.

Tal vez siga encerrado en mi mente. Una profunda decepción me recorre


al pensarlo. No sería la primera vez... Cada noche me acuesto pensando en
ella. Soñando con tocarla, besarla.

—¿Esto es real? —susurro, levantando los ojos para mirarla, suplicándole


que me diga que lo es.

—Es real. Soy real. —Su cuerpo se acerca y nuestras rodillas casi se
tocan.

Abro la boca para decir algo, pero se me traba la lengua. Está


deslumbrante. Esa belleza que brilla desde lo más profundo de su ser me deja
sin aliento. Le aprieto la mano. Ojalá pudiera expresar con palabras lo mucho
que significa para mí.

Pero no puedo.

No lo merezco. No merezco nada de eso. Ni su compasión, ni su consuelo.


Sin embargo, soy tan débil que ni siquiera puedo alejarme.

—¿Estás bien? —me pregunta, y yo asiento. Llevo su mano a mis labios


para un breve contacto.

—Gracias —le digo de nuevo, con la voz llena de emoción.

—No hace falta que me lo agradezcas —Las comisuras de sus labios se


levantan—, somos familia.

—Familia... —repito, la palabra tan extraña en mi lengua.

Nuestras definiciones de familia son intrínsecamente opuestas. Para mí, la


familia siempre ha tenido que ver con el sufrimiento... para ella parece que el
significado abarca mucho más.

Aún sosteniendo mi mano, se pone a mi lado y nos apoyamos contra la


estantería. Estira las piernas para adoptar una postura más relajada y yo sigo
sus movimientos.

—¿Puedo preguntar por qué odias que te toquen? —Su voz es pequeña,
pero es como un bálsamo para mi maltrecha alma.

—No tuve la mejor infancia —empiezo, y respiro profundamente—. Hubo


algunas cosas que pasaron... —Sacudo la cabeza. No puedo decírselo,
probablemente nunca podré decírselo.
—Shh, está bien, no tienes que decírmelo ahora. Pero quiero que sepas
que estoy aquí... si necesitas algo.

—Gracias.

Nos quedamos en un cómodo silencio durante un rato, y creo que nunca


había sentido esta calma.

—Yo... tengo una confesión que hacer —dice Catalina, y me vuelvo hacia
ella. Tiene las mejillas rojas y la cabeza baja—. Ni siquiera sé cómo decir
esto, Señor. —Aprieta los labios.

—No hay nada que puedas decir que me haga enojar, Lina —le aseguro, y
una pequeña sonrisa aparece en su rostro.

—Me gusta que me llames Lina —susurra, casi avergonzada.

—Entonces así te llamaré a partir de ahora.

—Yo... Hace una semana más o menos estaba en la cocina por la noche
y... te oí.

—Me oíste —trago con fuerza, no me gusta hacia dónde va esto.

—Estabas teniendo una pesadilla —me explica y yo aprieto los ojos, la


vergüenza me invade.

Llevo teniendo terrores nocturnos desde que tengo uso de razón. La


mayoría de los días me ayuda si me desmayo con pastillas para dormir, pero
incluso entonces... La idea de que Catalina me hubiera escuchado en mi peor
momento me revuelve las tripas.
—No quise entrometerme, pero estaba preocupada por ti y entré en tu
habitación. Lo siento mucho —añade con énfasis.

—Hice... ¿Hice algo? —No tengo control de mí mismo durante esos


momentos. Espero no haberla herido.

—Tú —comienza, pero se sonroja profusamente—. Me besaste. —Su voz


es tan baja que apenas puedo oírla.

—¿Te besé? —repito, casi con asombro, y ella asiente. La besé... y ni


siquiera lo recuerdo.

Maldigo en voz baja.

—Lo siento mucho —se apresura a intentar aplacarme.

—No... Estoy enojada porque no lo recuerdo. No porque haya ocurrido.


—Respiro profundamente. He soñado con ello durante mucho tiempo, ¿y la
única vez que ocurre de verdad no lo recuerdo? — ¿Fue bueno? —pregunto
rápidamente, casi temiendo la respuesta.

Ella asiente.

—Creo que sí. Fue mi primer beso. —confiesa y mis ojos se abren de par
en par por la sorpresa.

Catalina parece avergonzada, así que intento consolarla con una confesión
propia.

—El mío también, aunque no lo recuerde.


—Estás bromeando. —Se gira de repente para mirarme—. ¿Quieres decir
que nunca has besado a nadie? Pero ¿cómo? —Ella frunce el ceño.

—Nunca he querido hacerlo. —Me encojo de hombros. Eso es cierto, al


menos.

No querría que conociera mi sórdido pasado... las cosas que había hecho
para que padre no me molestara. Pero incluso entonces, había trazado la línea
en algo tan íntimo como besar. Nunca me pareció correcto.

—Oh… —Ella parece insegura de sí misma—, podemos hacerlo de


nuevo. Ya que no lo recuerdas... —se interrumpe. Por un momento no digo
nada, demasiado sorprendido por lo que acaba de sugerir—. Si puedes... y
quieres, claro. —Rápidamente rectifica, y giro la cabeza para mirarla.

—Me gustaría intentarlo.

Le suelto la mano y le acaricio tímidamente las mejillas. Se estremece


ligeramente y su respiración se vuelve más agitada. Mi pulgar recorre
ligeramente sus labios, disfrutando del tacto de su piel. Ningún sueño podría
prepararme para esto... para la crudeza de su carne desnuda bajo la mía.

Sigo esperando que el dolor me golpee y me haga retroceder. Pero cuanto


más la exploro, más cómodo me siento.

Me siento... en casa.

Mis dedos rozan su mejilla, trazando sus rasgos, inscribiéndolos en mi


memoria.

—Eres exquisita. —Mi voz es brusca—. Tan hermosa.


Lina baja las pestañas ante mis elogios, y un punto de color rosa mancha
su mejilla.

—Creía que no te gustaba —dice en voz baja—. Siempre me evitabas.

—Solo porque me gustas demasiado. Estar cerca de ti y no poder tocarte...


—gimoteo—. Es una tortura pura.

—Tú también me gustas —confiesa, y yo sonrío como un tonto. Las


palabras que siempre había anhelado...

Me inclino lentamente hacia delante hasta que nuestras respiraciones se


mezclan. Sus ojos están muy abiertos y se muerde el labio. Creo que no se da
cuenta de lo que eso me hace. Me acerco a sus labios, casi temiendo dar el
último paso.

Pero lo hago.

Mis labios cubren los suyos, casi como el roce de una pluma. Respiro su
esencia y su boca se abre para dejarme entrar. El sabor de ella... la sensación
de ella... No puedo evitarlo y la acerco, convirtiendo un dulce beso en uno
urgente. Sus manos están rígidas a su lado, y me doy cuenta que se esfuerza
por no tocarme. Su consideración me hace sentir muy bien.

Nos besamos durante lo que parecen horas y, cuando por fin nos
separamos, ambos respiramos con dificultad.

—¿Dónde nos deja esto? —me pregunta Lina, con voz esperanzada.

—Donde tú quieras. —Parece que no puedo tener muchos límites cuando


se trata de ella. Está rompiendo incluso los que antes creía impenetrables.
—¿Podemos tomarlo con calma? ¿Tener un matrimonio apropiado?

—Lento, sí. Me gustaría eso —respondo con franqueza.

Quizá no todo esté perdido.

Tal vez haya esperanza para mí después de todo.

A última hora de la tarde, me reúno con Vlad en un lugar seguro. Después


de estacionar su coche, sale y me lanza un archivo.

—¿Qué es esto?

—El informe forense de nuestra encantadora monja.

Lo abro y ojeo su contenido. No hay mucho.

Se consideró que la causa de la muerte era la pérdida de sangre, pero el


forense comentó la presencia de algunas laceraciones en el ventrículo
izquierdo del corazón. Eso y algunos rasguños en las costillas y sugirió que la
monja podría haber sido apuñalada a través del corazón, tras lo cual se
desangró.

—No veo por qué esto es importante. —Hojeo el expediente y se lo


devuelvo.

—Sin embargo, las observaciones del forense son bastante interesantes.


Supongamos que en realidad fue apuñalada en el corazón. Tú y yo sabemos lo
difícil que es lograr eso. Necesitas la hoja perfecta, el ángulo perfecto y la
cantidad correcta de fuerza.

—Así que nuestro imitador tiene suficientes conocimientos anatómicos


para infligir una herida mortal. —Levanto la ceja.

Tiene razón en que apuñalar a alguien a través del corazón no es tan fácil
como parece, principalmente porque no estarías apuñalando el corazón, sino
que tendrías que inclinar el cuchillo en un ángulo desde abajo. E incluso eso
depende mucho del tipo de hoja que se utilice y de la fuerza del agresor, ya
que hay que atravesar primero la grasa y el músculo.

—He estado corriendo algunos escenarios en mi cabeza. —Vlad comienza


a pasearse frente a mí.

—Cuéntalo.

—El forense solo mencionó laceraciones, no agujeros ni nada que pudiera


identificarlo singularmente como un apuñalamiento. Eso significa que la
herida no era demasiado grande para empezar.

—O no fue apuñalada en el corazón. —Señalo lo obvio.

—Pero si lo fue —continúa—, entonces nuestro imitador utilizó a


propósito una hoja estrecha para perforar el corazón, pero en última instancia
retrasar la muerte.

—¿A dónde quieres llegar?

—Que se desangró. Pero no se desangró inmediatamente. Se necesita


tiempo. Tú y yo lo sabemos.
—¿Y?

—Mira de nuevo el informe. Hay una lista de todas sus lesiones. ¿Pero sabes
lo que no hay? —Espero, sabiendo que me iluminará—. Heridas de defensa.
Ninguna. El informe de toxicología también salió limpio, así que no estaba
drogada. Si la herida era poco profunda, habría tenido tiempo suficiente para
luchar.

—Así que no hubo lucha. —Frunzo el ceño, procesando la información—.


Eso significaría...

—El autor fue alguien que ella conocía.

—Estás exagerando —digo. Podría haber un millón de otras razones por


las que no se enfrentó a él, ¿verdad?

—¿Yo? Me pasé toda la noche repasando todos los escenarios posibles.


Está todo aquí —señala el archivo—, no hay heridas defensivas y tampoco
heridas restrictivas—. Así que sus manos estaban libres y, sin embargo, no
hizo ni un rasguño a su asesino. Sus uñas estaban limpias. Y no quiero decir
limpias como si alguien las hubiera limpiado a propósito. Simplemente no
había tejido extraño debajo. —Veo que Vlad se está emocionando, así que
espero a que continúe—. Hay dos resultados probables. Uno, estaba
demasiado conmocionada para reaccionar. Es posible, pero no del todo
probable. Es reflexivo reaccionar, especialmente en defensa propia. Dos... —
Hace una pausa y se vuelve hacia mí—. Ella participó voluntariamente. —Su
cara es seria mientras dice esto, y no puedo evitar reírme.

—Así que ella lo quería. ¿Oyes lo absurdo que es eso? ¿Quién aceptaría
voluntariamente ser descuartizado y expuesto en un altar?
—Alguien con el cerebro lavado. ¿Alguien que cree que hay un propósito
superior en su muerte? —Vlad se encoge de hombros—. Los humanos han
dado su vida por menos —dice en tono aburrido.

—Dices humanos como si no fueras uno —replico con sorna.

—También podría no serlo. —Sonríe y luego se dirige a su coche y abre el


maletero, revelando un hombre dormido.

—¿Qué es esto? —gimoteo, sabiendo exactamente lo que Vlad tiene en


mente. Así que esto es por lo que quería reunirse aquí. Sacudo la cabeza.

—Como he dicho, hasta ahora es solo una teoría, pero me gustaría ponerla
a prueba.

—¿No puedes hacerlo tú solo?

—Sabes que no puedo. Necesito a alguien que me controle.

Vlad me dice entonces que el hombre en cuestión es una rata y que habría
recibido un castigo similar de todos modos.

Acepto a regañadientes y preparamos todas las variables para el


experimento de Vlad. Seguro que ha pensado en todo.

Cuando el hombre está despierto, Vlad procede a apuñalarlo con un


cuchillo largo y estrecho. El hombre lucha contra la mano de Vlad, sus manos
agitadas, tratando de aferrarse a él.

Yo estoy al margen, observando.


Cuando Vlad retira el cuchillo, un rastro de sangre empieza a caer
lentamente. Retrocede unos pasos y evalúa la situación.

Sin duda, el hombre está en estado de shock, y se tambalea un poco,


agarrándose la herida. Pero no cae. Carga contra Vlad, tratando de quitarle el
cuchillo.

—Has demostrado tu punto de vista. Acaba con él —le grito a Vlad,


viendo ya señales que está luchando con su control.

—Diría que he demostrado mi punto. Si quieres creerlo, es cosa tuya. —


Se encoge de hombros, mostrándome los residuos bajo las yemas de los dedos
del hombre y algunos arañazos en su propia piel.

Le ayudo a tirar el cuerpo en el maletero de su coche y luego sigue su


camino.

La teoría de Vlad parece una locura. Diablos, es una locura. ¿Por qué
alguien se dejaría asesinar voluntariamente por un asesino en serie? Pero si
hay alguna posibilidad de que tenga razón... Entonces la monja conocía al
imitador. Es un punto de partida. Y no puedo permitirme dejar ninguna hoja
sin remover. No cuando tengo a alguien a quien proteger.

Vuelvo a mi coche y conduzco a casa, notando lo tarde que se ha hecho.


Deben ser algo más de las doce cuando vuelvo a casa. Lo primero que pienso
es en ir a asearme, ya que debo ser un desastre sangriento también.

—¿Marcello? —Oigo la voz de Catalina.

—¿Lina? ¿Qué haces levantada a estas horas? —Se acerca a mí y jadea al


ver el estado en que me encuentro.
—¿Estás herido? Dios, ¿qué ha pasado? —Frunce el ceño al verme, con el
rostro lleno de preocupación.

—No es mi sangre —digo, e intento lo que creo que es una sonrisa—.


Necesito lavarme esto. —Voy hacia mi habitación y Lina me sigue por detrás.

—¿Has...? —empieza, y le tiembla el labio inferior.

—¿Maté a alguien? No. ¿Ayudé a deshacerme de un cuerpo? Sí. —Le


cuento la versión corta de la historia y me desabrocho la camisa de vestir. La
sangre se filtró a través del material y ahora me mancha la piel, la pegajosidad
me hace sentir incómodo.

—¿Necesitas ayuda? —pregunta Lina, sorprendiéndome. Miro mi torso


desnudo y luego vuelvo a mirarla a ella, levantando las cejas en señal de
pregunta.

—Si quieres ayuda, claro —reformula rápidamente y baja la mirada,


claramente avergonzada.

—Y si lo hiciera... —Doy dos pasos hasta situarme frente a ella—. ¿Cómo


me ayudarías? —Levanto su barbilla ligeramente, deleitándome con el simple
contacto.

Catalina puede ser la única mujer en este mundo que puedo tocar sin
problemas... y no sé si es una bendición o una maldición.

—Puedo ayudarte a limpiar el pecho. —Sus ojos miran a cualquier parte


menos a mí.

—¿De verdad? —exclamo, disfrutando de verla así. Ella asiente.


—Sígueme. —Le enseño el baño y le doy una toalla. Luego me quito los
pantalones, desnudándome hasta los calzoncillos.

Catalina aparta inmediatamente el rostro.

—¿Es necesario? —pregunta en voz baja, tapándose ligeramente los ojos


con la mano.

—No querría mojar mis pantalones ahora, ¿verdad? —la desafío.

—Es cierto. —Ella acepta mi explicación—. ¿Qué pasa con la camiseta


entonces? ¿No deberías quitártela también? —Su pregunta es bastante
inocente, pero aún no estoy preparado para que vea mi espalda. No pronto.

—Puedo hacerlo yo mismo si... —Cambio de tema, pero ella me


interrumpe.

—Lo haré yo.

Coge la toalla y la humedece antes de ponerse delante de mí.

—¿Puedo? —Busca mi aprobación antes de tocarme, y mi corazón


amenaza con estallar en mi pecho.

—Por favor. —Guío su mano hasta que se apoya en mi caja torácica. Me


limpia la sangre, con movimientos suaves y tiernos.

—Gracias —digo. Podría haberme duchado fácilmente, pero que ella haga
esto... Es como un sueño hecho realidad.

Está tan concentrada en su tarea que no se da cuenta que está bajando cada
vez más y peligrosamente. Cuando pasa por mi ombligo, tengo que reprimir
un gemido. ¿Sabe siquiera lo que me está haciendo? Un poco más abajo y
vería lo mucho que me afecta.

Pero no quiero asustarla. Todavía no.

Agarro su mano y me la llevo a la boca para darle un suave beso. Debe de


haberse dado cuenta, a juzgar por la mancha rosa de sus mejillas.

—No puedo evitarlo, sabes. No cuando tengo a una mujer hermosa


tocándome. —Me inclino hacia delante para susurrarle en el cabello. Ella
suelta una ligera risa, y el sonido es pura música para mis oídos.

—Yo... Gracias —responde, el rojo se extiende a las raíces de su cabello.

Después que la sangre se haya desprendido de mi cuerpo, intento que se


vaya a su habitación a dormir un poco.

—¿Puedo quedarme contigo? —pregunta, y me gustaría poder decir que


sí, pero...

—Ahora no, Lina. Ya has visto cómo me puedo poner durante la noche.
¿Y si te hago daño? —Sacudo la cabeza, sabiendo perfectamente lo mal que
pueden llegar a ser mis terrores nocturnos.

—¡No lo harás! —dice inmediatamente—. No lo hiciste la última vez.

—No confío en mí mismo. Quizá en el futuro. Pero ¿ahora? No voy a


correr ningún riesgo. —Me acerco a ella, con la intención de demostrarle que
este no soy yo rechazándola. Soy yo protegiéndola. Aunque sea de mí.

Acaricio su mejilla con el dorso de la mano antes de inclinarme y rozar


mis labios con los suyos.
—Vete —susurro.

Me mira por un momento, con los ojos llenos de anhelo, pero hace lo que
le digo.

¡Maldita sea!

Necesito controlarme. Aunque eso signifique ir a terapia de nuevo.


Necesito hacer esto por Lina.

Todo lo que siempre quise está a mi alcance. Solo necesito ser lo


suficientemente valiente para tomarlo.
—No me di cuenta de cuánto tiempo iba a llevar esto. —Claudia me hace
un mohín mientras me concentro en fijar su vestido correctamente.

—Lleva tiempo hacer un vestido desde cero. —La giro ligeramente para
ajustar el dobladillo de la falda—. ¿Qué te parece? —Ella se pone delante del
espejo, una sonrisa de satisfacción aparece en su rostro.

—¡Me encanta! —exclama, dando vueltas.

—Ves, ha merecido la pena todo ese tiempo.

—Dado que es el único tiempo que puedes dedicarme... —Se detiene


sutilmente, moviendo los labios.

—Oye, eso no es justo. Tienes tus clases durante el día. —Le recuerdo.

Después del desastre con Sarah, habíamos vuelto a buscar una institutriz y
finalmente habíamos encontrado a la persona perfecta. La Señora Evans es
una mujer mayor con más de treinta años de experiencia docente. Lleva unas
semanas a cargo de las niñas y no hemos tenido ninguna queja.

Incluso a Venezia le gusta.


—Y tú tienes a Marcello —responde con voz infantil, pero me doy cuenta
que está bromeando. Nunca pensé que se pondría celosa que pasara tiempo
con él. Aunque, para ser sincera, hemos pasado mucho tiempo juntos.

Hemos estado tomado un día a la vez, conociéndonos mejor y explorando


su recién descubierta tolerancia al tacto. A veces veo una expresión de
asombro en su cara, como si no pudiera creer que está tocando a alguien. Sin
embargo, cuanto más tiempo pasamos juntos, más me enamoro de él. Es
inevitable, sobre todo desde que he podido ver su alma.

Siempre lleva una máscara porque tiene miedo que le hagan daño. Eso lo
hace parecer distante y severo a los ojos de los demás. Pero también he
llegado a conocer su lado tierno.

Una sonrisa se dibuja en mi rostro al pensar en nuestra nueva rutina.

Como Marcello siempre está trabajando en su estudio, le pregunté si podía


hacerle compañía y leer un libro mientras se ocupaba de sus asuntos. Se
mostró más que abierto a la idea, y desde hace unas semanas nos reunimos
casi a diario en el estudio. Es un silencio agradable, aunque a veces lo
sorprendo mirándome fijamente.

—No tienes ni idea de lo difícil que es concentrarse contigo aquí —se


queja.

—Puedo irme si te distraigo —le ofrecí, sin querer arruinar su proceso de


trabajo.

—Ni siquiera lo pienses. Me gusta tenerte aquí —contestó, volviendo a su


trabajo.
Hay días en los que no está. Sé que es un asunto de la mafia, así que
siempre que está fuera no puedo evitar preocuparme. Esta vida es demasiado
peligrosa.

Sin embargo, a pesar de todo el tiempo que pasamos juntos, no hemos ido
más allá de los besos. Aunque enciende mi cuerpo cada vez que me besa,
siempre se retira cuando las cosas se ponen demasiado calientes. Nada me
gustaría más que ir más allá. Sé que estoy preparada para ello. Incluso he
leído algunos libros sobre el tema en Internet.

Pero no sé si Marcello está preparado para más...

Es curioso cómo nunca pensé que sería capaz de sentir las cosas que
sienten las mujeres normales, tenía miedo incluso de intentarlo. Pero cuando
estoy con él, me olvido de todo. Aquella noche de hace años no es más que un
recuerdo borroso, y creo que por fin puedo dejarlo pasar.

Tengo una hija preciosa, y ahora tengo un marido increíble.

Tal vez todo valió la pena.

—¡Mamá! —Claudia levanta una ceja, y me doy cuenta que estaba


perdida en mi ensoñación—. Ves, eso es exactamente lo que quiero decir. —
Me sonríe y la pellizco juguetonamente.

—¡No te burles de mí, jovencita!

—Bien, no lo haré. Pero que sepas que estoy detrás de ti. —Se señala con
dos dedos los ojos y luego hacia mí.

Le sacudo la cabeza y seguimos trabajando en su vestido.


Por la tarde, Marcello llama a mi puerta. Me pone una caja enorme en los
brazos y me dice que me prepare porque me va a llevar a cenar. Demasiado
sorprendida para responder, me limito a asentir.

Pongo la caja sobre la cama y levanto la tapa. Dentro hay un precioso


vestido blanco y un par de sandalias. Su gesto me conmueve de inmediato y
me quito la ropa, dispuesta a probármelo.

Marcello debe de haberse dado cuenta que prefiero llevar vestidos a media
pantorrilla, porque ha elegido el largo perfecto. Los zapatos también me
quedan bien. Estoy demasiado sorprendida por esto, y no puedo evitar
preguntarme cómo pudo saberlo. ¿Quizá Amelia ha buscado entre mis cosas y
se lo ha dicho?

Sacudo la cabeza y una sonrisa se dibuja en mis labios.

Quiere sacarme. Casi me da vértigo pensarlo.

Hago todo lo posible por parecer arreglada, sin querer avergonzarlo.


Busco en el neceser de maquillaje que compré la última vez en el centro
comercial y me aplico un poco de base para cubrir mis pecas y un poco de
máscara para alargar las pestañas.

Satisfecha con el resultado, bajo las escaleras. Marcello me espera junto a


las escaleras, ya vestido con un traje, aunque nunca se pone otra cosa.

—Lina... estás increíble. —Me coge de la mano y me acerca. Me sonrojo


ante su cumplido.

—Gracias. Tú también —añado con cautela. Me mira un poco más de


cerca y frunce el ceño.
—¿Qué te has hecho en la cara? —Mis manos vuelan a mi cara.

—¿Qué quieres decir? Solo me he puesto un poco de base de maquillaje y


algo de rímel —añado, confundida.

—Tus pecas han desaparecido. —Me estudia durante un segundo—. No


me gusta.

Me coge de la mano y me lleva a la cocina. Coge una servilleta húmeda y


quita la base de mi rostro.

—Ya está, ahora está mejor —tararea en señal de aprobación. Estoy un


poco avergonzada, así que bajo la mirada—. Oye, eres hermosa sin importar
qué. Pero me encantan tus pecas, y me encanta mirarlas. —Me inclina la
barbilla para que le mire a los ojos.

Le doy una tímida sonrisa. Solo quería estar perfecta para él. Él nota el
cambio en mi estado de ánimo y sube sus dedos para acariciar lentamente mi
rostro. Sus labios se curvan en las comisuras y rápidamente deja caer un beso
en mi nariz.

—Estás perfecta —susurra—. Ahora vámonos antes que lleguemos tarde a


nuestras reservas.

El restaurante que Marcello ha reservado para nosotros es un


impresionante local italiano con un jardín exterior.

—Mencionaste que tu comida favorita mientras crecías eran los arancini.


Este lugar es famoso por su comida siciliana.
—¿Te acordaste de eso? —Me sorprende su consideración. Pero, de
nuevo, Marcello tiene esta habilidad especial para sorprenderme cada vez—.
Esto es increíble. Gracias —le digo sinceramente.

Nos llevan a nuestros asientos en el corazón del jardín. Después de


examinar los menús, nos decidimos por una comida completa, con aperitivos,
sopa y un plato principal.

—Me encanta esto —digo mientras miro a mi alrededor. El jardín se


encuentra entre dos edificios, pero hay un techo interior lleno de rosas.

—Siento no haber estado tanto por aquí, pero las cosas han estado
agitadas. —se disculpa.

—Ya tienes bastante en tu plato ahora mismo. —Sé que ha tenido


problemas con algunos negocios, aunque no conozco ninguna de las
particularidades.

—Ha habido algunos grupos de delincuentes que han estado atacando


nuestra mercancía, y no estamos cerca de atraparlos. —Suspira y se lleva la
mano para masajearse entre los ojos.

—Por eso aceptaste casarte conmigo, ¿no? ¿Por la ayuda de mi hermano?


—Me siento obligada a preguntar esto, sobre todo porque me lo había estado
preguntando durante mucho tiempo.

Marcello hace una mueca, pero asiente.

—Eso, y que tenía que aportar algo para que la famiglia confiara en mí
como capo.

—Ya veo.
—Los últimos meses no han sido más que problemas. Hay muchos
jugadores nuevos en la ciudad, y todavía no sabemos con quién estamos
tratando exactamente.

Llegan los aperitivos y los dos los probamos.

—¿Está bien si me hablas de...? —Miro a mi alrededor antes de


susurrar—. ¿Eso? —He visto lo suficiente en mi familia para saber que los
hombres no hablan de negocios con sus mujeres.

—¿Por qué no? —Se inclina—. Eres mi mujer. —Me sonríe y siento que
se me contrae el estómago.

Mariposas... Tengo mariposas en el estómago. ¡Dios! Ahora entiendo la


frase.

—Los hombres de la famiglia no suelen ser tan... complacientes —agrego.

—Hay muchas cosas en las que la famiglia y yo no estamos de acuerdo, y


ya es hora de que algunas cambien.

—¿Qué quieres decir?

Marcello suspira.

—Nunca quise ser capo. Quería alejarme... lo más lejos posible de la


famiglia. Pero ahora que estoy aquí tengo una responsabilidad, así que podría
sacar lo mejor de ella. He intentado cambiar algunas cosas en la forma de
llevar nuestros negocios, pero algunas cosas están tan arraigadas en la
mentalidad de la gente... —Sacude la cabeza.

—¿Cómo piensas hacerlo?


—Dando ejemplo. —Me dedica una media sonrisa—. Por eso mi mujer
debe estar al tanto de lo que ocurre a nuestro alrededor.

—Eso es... No sé qué decir. —Me sorprende su afirmación.

Al crecer, me habían dicho innumerables veces que era un accesorio, y


que mi valor dependía del hombre al que me uniera. Cuando me quedé
embarazada de Claudia, perdí todo mi valor para la famiglia.

De repente fui persona non grata.

—No quiero que mis hermanas, ni nuestros hijos, se conformen con este
tipo de pensamiento anacrónico. No me importa la tradición en la que una
mujer no es más que una madre de familia. Deben ser su propia persona —
añade, y noto que se me humedecen los ojos. Rápidamente la disimulo con un
parpadeo.

—No tienes ni idea de lo que significa para mí. Nunca me vieron como
una persona, sino como una oportunidad para mi familia. Fui testigo de cómo
vendían a mis hermanas en matrimonio como si fueran ganado, y luego tuve
que esperar hasta que me tocó a mí. —Mi labio se curva con desagrado—.
Cuando me quedé embarazada... —Siento que se me hace un nudo en la
garganta al recordar cómo me había tratado mi familia—. Si no fuera por
Enzo en aquel entonces, me habría quedado sin hogar. Mi padre dijo que
había traído la vergüenza a la familia y que.... —Respiro hondo—. Que ya no
era su hija. Mi madre no se atrevió a intervenir.

Un gemido se me escapa de los labios y Marcello me coge la mano,


apretándola en señal de consuelo.
—Puedes hacer lo que quieras, lo sabes, ¿verdad? Quizá ahora no, porque
es muy peligroso, pero una vez que esto termine...

Doy una risa nerviosa.

—Creo que ni siquiera sabría qué hacer —reflexiono.

Lo que pasa con la libertad es que es genial... hasta que la consigues.


Tantas veces he soñado con lo que haría si fuera libre. Tantos planes, y tantos
escenarios, y aquí estoy. Libre, pero aún atrapada.

Atrapada en mi cabeza y en las infinitas posibilidades. ¿Y si tomo la


decisión equivocada?

Ves... la libertad es algo peligroso.

—Lo descubrirás —dice con una confianza de la que carezco.

—Mencionaste a los niños. —Cambio de tema, un poco incómoda al ser


puesta bajo el microscopio de esa manera—. ¿Te gustaría tener hijos?

—¿Te gustaría? —me responde.

—Sí —digo y miro a cualquier parte menos a él. Tener hijos con
Marcello... Creo que me gustaría. Mucho, de hecho. Me sonrojo al pensarlo.

—Entonces a mí también me gustaría.

El camarero viene a limpiar la mesa y luego trae las sopas.

—¿Has oído algo sobre el Padre Guerra?

Marcello niega con la cabeza.


—Es extraño, pero hasta ahora no se han puesto en contacto. Teniendo en
cuenta la carta que enviaron a Enzo, me parece un poco inquietante.

—¿Crees que están esperando su momento con algo? —Tengo un poco de


miedo ante la perspectiva. No tanto por mí, sino por Claudia. No quiero que
se convierta en un objetivo solo para vengarse de mí.

—Sí. Y no me gusta.

Vuelvo mi atención a la sopa. Tomo una cucharada y casi me ahogo con


un objeto extraño. Marcello corre a mi lado, preocupado, y yo lo escupo
inmediatamente.

—Ugh —jadeo, sintiendo un rasguño en la garganta.

—¿Qué...? —Marcello mira mi mano donde está el objeto y yo maldigo.

Es un anillo. El anillo de Claudia.

—No... —Frunzo el ceño, sorprendida por lo que estoy viendo. ¿Cómo


puede estar aquí?

Vuelvo mi atención a la sopa y muevo la cuchara. Marcello me agarra la


mano, tirando de ella hacia atrás.

—Lina... —Sacude la cabeza, con la atención puesta en el plato de sopa.

Es entonces cuando me doy cuenta. La punta está justo por encima del
líquido, pero no hay manera de confundirlo. Es un dedo... un dedo humano.

Con un grito, salto hacia atrás, cayendo al suelo. No... esto no puede ser...
—Claudia... —susurro, un grito histérico escapando de mis labios—. Ese
es el anillo de Claudia... no...

La gente ya se está reuniendo a nuestro alrededor, susurrando. Las


lágrimas corren por mis mejillas y me agarro a Marcello.

—Llama a casa. Necesito hablar con Claudia... —grito, todo mi sentido


común sale por la ventana. Necesito asegurarme que Claudia está bien.

No puede ser...

Cuanto más lo pienso, más histérica me pongo, la desesperación se


apodera de mí.

—Sí, tu madre quiere hablar contigo. —Oigo vagamente que Marcello


dice en su teléfono antes de pasármelo.

—¿Claudia? —exclamo en voz baja.

—¿Mamá? ¿Qué pasa? —me pregunta.

—¿Estás herida en alguna parte? ¿Estás bien? —Mis palabras son


apresuradas, pero necesito saber que está bien.

—Por supuesto. ¿Por qué no iba a estarlo? —Suelto un suspiro.

—Bien... bien. ¿Dónde está tu anillo?

—¿Mi anillo? No sé... Debo haberlo olvidado en alguna parte. ¿Pero cómo
lo has sabido? —Su respuesta me ayuda a calmarme un poco, así que le
aseguro que todo está bien y que la veré en casa.

Cuelgo y miro para ver la sombría expresión de Marcello.


Me coge en brazos y me dejo llevar.

—Te tengo —me susurra en el cabello, sus brazos me rodean con fuerza.

Me coge en brazos y me saca del restaurante, dejando a todo el mundo


detrás mirándonos.

Después de asegurarme que Claudia está bien, Marcello me lleva a su


habitación y me deja allí.

Lleva un par de horas entrevistando al personal, porque alguien debe


haber estado en la casa para llevarse el anillo. Pero más que eso... deben haber
sabido a dónde íbamos. Que alguien conozca nuestros movimientos y tenga
acceso personal a nosotros me revuelve el estómago.

—Lina —Marcello abre la puerta y se acerca a mí—. Tengo gente


buscando en el restaurante ahora mismo. Atraparemos a quien haya hecho
esto, te lo prometo.

—Es todo culpa mía.... —Sacudo la cabeza—. Si no hubiera matado al


Padre Guerra... Seguramente están intentando vengarse, y ahora están
amenazando a mi hija. —Un sollozo se me atasca en la garganta al pensarlo—
. Todo es culpa mía.
—No digas eso, cariño —me besa la frente—, hiciste lo correcto. Fuiste
muy valiente, Lina.

Sucumbo al confort de su abrazo.

—¿Cuándo terminará esto? —susurro.

—Las mantendré a ti y a Claudia a salvo. Te lo prometo. Mientras esté


vivo, no dejaré que nadie les haga daño.

—Gracias. Gracias —sigo murmurando.

Lloro hasta quedarme dormida, con Marcello abrazándome tan cerca que
casi creo que nada puede hacerme daño.

Me despierto un rato después y miro a mi alrededor, sintiéndome


desorientada. Me tomo un par de segundos para recordar todo lo que ha
pasado y el hecho que estoy en la habitación de Marcello. Sin embargo, no
está a la vista.

Frunzo el ceño.

Me levanto de la cama y voy a buscarlo a su estudio.

—Te la entregué para que la protegieras, ¿y pasa esto? —La voz de mi


hermano retumba desde el interior del estudio.

—Estoy en ello —responde Marcello, con la voz cortada.

—Seguro que lo parece. —Enzo responde con sarcasmo.

—Quizá quieras comprobar el sótano —replica Marcello. ¿Qué quiere


decir con eso?
—Es una declaración de guerra si alguna vez he visto una. ¿Y ahora
quieren que vayamos a su puto banquete y hagamos como si no hubiera
pasado nada? —Enzo maldice, y mi mano se congela en el pomo de la puerta.

—Por eso ni siquiera me planteo llevar a Catalina allí.

Abro la puerta.

—¿Dónde?

Si es algo que me concierne, debería saberlo.

—Lina... —Mi hermano gime, y Marcello frunce los labios.

—¿Qué banquete? —pregunto.

—No deberías haber oído eso.

—¿No dijiste que discutirías las cosas conmigo? —Me vuelvo hacia
Marcello—. Tengo derecho a saberlo.

—Lina, no es tan sencillo —responde, pero no lo acepto.

—¿Qué banquete, Enzo?

—Los Guerras van a celebrar un banquete para las cinco familias. Se


espera que asista el núcleo dirigente de cada famiglia. —Se lleva el vaso a los
labios y lo vacía.

—¿Por qué? ¿Por qué ahora?

—Mantén a tus enemigos cerca. —Enzo se dirige al armario de los licores


y vuelve a llenar su vaso—. Es una cuestión de perspectiva, en realidad.
Quieren una demostración de fuerza, pero también quieren medir la
competencia. Nuestras dos familias —Inclina la cabeza hacia Marcello—, han
experimentado un cambio de liderazgo bastante brusco. Marchesi está
básicamente buscando el poder en un basurero y DeVille... —Hace una
pausa—, son como siempre han estado. Cerrados.

—¿Qué pasa si no vamos? —pregunto, temiendo saber ya la respuesta.

—Una afrenta personal. —Marcello se encoge de hombros al mismo


tiempo que dice Enzo—: Guerra.

—Vale, entonces tenemos que ir.

—No, no tenemos que ir.

—Pero esa es la cuestión, ¿no? Esperan que no vayamos. Y esa es una


razón más para que vayan formalmente contra nosotros.

Enzo sonríe e inclina su vaso en mi dirección.

—Y por eso eres mi hermana favorita.

—Si vamos —empieza Marcello— y eso es un gran si, no sabremos qué


esperar. Estamos en su territorio.

—Quiero ir —digo, repentinamente decidida—. No puedo dejar que me


intimiden más. Dime, ¿cuánto tiempo crees pasará hasta que estos jueguitos
se vuelvan serios y terminen atacándome de verdad, o peor aún, a Claudia? Si
no vamos, es como decirles que han tenido éxito con sus amenazas.

—Todavía no sabemos si los Guerras estaban involucrados en el


restaurante —apunta Marcello.
—Puede que tú no lo sepas, pero yo sí. Puedo sentirlo. Y solo va a
empeorar.

Ambos guardan silencio un momento antes que Enzo comente.

—Estaré allí.

Miro a Marcello, y no parece nada contento por el giro de los


acontecimientos. Acepta a regañadientes.

Después que Enzo se va, le pregunto a Marcello por qué está tan dispuesto
a arriesgarse a un conflicto a gran escala solo para evitarme algunas
molestias. Su respuesta, sin embargo, me deja helada.

—No quiero volver a verte herida, Lina. Y sé que esta gente... Ellos
golpearán por debajo del cinturón.

—Puedo soportarlo.

—No estoy seguro de hacerlo…


—Lina, ¿te ha parecido Assisi un poco extraña últimamente? —Me
abrocho la camisa mientras ella revisa una carpeta en la que se detallan todas
las personas que estarán presentes en el banquete de Guerra.

—¿Tú también lo has notado? —Ella levanta la cabeza y pregunta,


sorprendida.

Sé que no voy a recibir ningún premio al hermano del año, pero hasta yo
he podido notar que Assisi se ha estado comportando de forma un poco
extraña. Todo empezó con que su falta a algunas cenas, y ahora apenas sale
de su habitación, excepto para ir a sus clases. Incluso la Señora Evans me
había dicho que había encontrado a Assisi un poco distraída.

—¿Has intentado hablar con ella? No puedo evitar preguntarme si es un


trauma por ver a esa monja así —digo, aunque Assisi se había mantenido
serena durante toda la experiencia. Tal vez eso me preocupe aún más.

—No lo sé. Estoy un poco preocupada por ella. He intentado darle un


poco de tiempo para que se acostumbre a todo. Es la primera vez que sale del
convento, después de todo. Pero nos ha dejado fuera. A todos nosotros.
Incluso Claudia ha notado el cambio en ella. Es como si siempre estuviera
encerrada en su habitación. —Suspira, y está claro que el asunto la preocupa.
—Tal vez deberíamos pedir una cita con el terapeuta de Claudia —
sugiero. No es sano que se cierre al mundo. Quizá sea la parte culpable de mí
la que lo dice, pero quiero que sea feliz... normal.

—Si ella quiere. Intentaré hablar con ella, pero puede ser muy terca.

—Tú la conoces mejor. —Catalina me ha hablado de su amistad, y no


puedo evitar estar muy agradecido por su presencia en la vida de Assisi.
Realmente es un ángel.

—Esto es mucha gente. —Lina gime y cierra el archivo.

—Tienes que estar en guardia esta noche, y es mejor si puedes reconocer a


todos.

—Pero solo tenemos que preocuparnos por Guerra, ¿no?

—No estoy tan seguro. No sabemos con quién pueden trabajar. —Los
Guerra siempre han sido insulares.

Mientras que su conflicto con la familia DeVille es legendario y se


remonta a muchas generaciones, sus aliados siempre han sido un poco más
difíciles de determinar. Generalmente es quien odia a DeVille también. Casi
tengo miedo de considerar la idea que puedan estar conectados con esta
llamada Quimera.

—¿Lista? —Me vuelvo hacia Lina, sacudiéndome de mis cavilaciones. Su


belleza, sin embargo, me deja boquiabierto.

Está usando un maxivestido negro que se ciñe a su cuerpo. Lleva el


cabello ligeramente rizado en los bordes, lo que le da un aire elegante. Parece
bastante cohibida mientras se muerde el labio y se acaricia el vestido.
Me detengo frente a ella y la respiro.

No la merezco.

Diablos, no me merezco nada de esto.

Pero está aquí, frente a mí. Y puedo tocarla.

Con dos dedos, levanto su mandíbula y veo la aprensión en sus ojos.

—Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida. No te avergüences.


—El calor sube por sus mejillas y me regala una tímida sonrisa.

—Gracias —susurra.

Si me salgo con la mía, escuchará eso todos los días del resto de nuestras
vidas. Pero en el fondo sé que no tengo tanto tiempo con ella. Y tomaré todo
lo que pueda conseguir.

Curiosamente, el banquete se celebra en el salón de baile del Hotel St.


Regis. Todo apunta a que se trata de un evento tranquilo, ya que se celebra en
pleno centro de la ciudad. Pero las apariencias engañan.

Llegamos al hotel y nos acompañan al salón de baile. Tenemos que pasar


un control de seguridad rutinario, pero ya podemos irnos.

Estamos a punto de entrar en el salón de baile, cuando alguien grita mi


nombre.

—¡Marcello! —La mano de Catalina me aprieta el brazo.

Escruto mis facciones y me giro para saludar a mi tío. Esta no era la forma
en que quería volver a verlo. Había estado en contacto con mis subjefes, pero
no con él. Seguro que se ha ofendido por ello, siendo él el Consigliere y
supuestamente mi mano derecha. Casi resoplo ante la idea.

—Tío —lo saludo.

—¿Es esta encantadora dama tu nueva mujer? —comienza con una voz
dulce que no es propia de él.

—Sí —respondo, y tiro a Catalina ligeramente por detrás de mí, poniendo


mi cuerpo delante de ella.

—Marcello —Nicolo sacude la cabeza como si estuviera decepcionado—.


¿No se te ocurrió invitar a tu familia? Imagina mi sorpresa cuando me enteré
que mi sobrino —hace una pausa—, mi capo se casó y nadie de la famiglia
fue invitado. —Su crítica no se me escapa.

Desde el principio supe que una pequeña ceremonia no le gustaría a la


famiglia, dada su afición a las bodas extravagantes. Pero no podía... no quería
someter a Catalina a algo así. No después de lo que había pasado. Además, la
conveniencia había sido primordial.

—Fue bastante repentino —respondo, cerrando el tema. Catalina está


fuera de los límites. Para todo el mundo.

Nicolo estrecha los ojos hacia mí, pero no hace más comentarios.

—Me alegro que hayas podido estar con nosotros esta noche. —Finge una
tos y pasa por delante de nosotros.

—Así que ese era tu tío... —Catalina frunce el ceño al ver su figura en
retirada. Parece que esta noche ha venido solo.
—No te acerques a él. Es peligroso.

—¿Por qué? —Me mira por debajo de las pestañas.

—No cree que deba ser capo. —le respondo con mala cara—. Y por eso,
no sé de qué es capaz.

—¡Lina! —Enzo llega a nuestro lado. Está inmaculado como siempre,


vestido con un traje blanco y una camisa negra.

—Enzo. —Catalina me suelta del brazo para darle un abrazo.

—¿Y tu mujer? —pregunto, observando que está solo.

—Llegará en algún momento. —Enzo se encoge de hombros.

Dejando el tema, nos dirigimos al interior del salón de baile.

Debe haber unas cincuenta personas dentro, todas ellas de alto rango
dentro de las cinco familias. O cuatro... Observo la sala y veo que DeVille no
han aparecido ni han enviado a nadie en su nombre.

—DeVille no están aquí.

—¿Los esperabas? —Enzo levanta una ceja.

—La verdad es que no, pero cosas más raras han pasado —comento, mis
ojos se centran en la multitud una vez más.

Me fijo en Benedicto Guerra, el actual capo. Tiene más de cuarenta años,


pero sigue estando en forma. Lo recuerdo de los viejos tiempos, pero no
puedo decir que hayamos tenido muchas interacciones. A su lado está su
hermano, Franco, el padre de Antonio Guerra. Es el que capta mi atención
porque es el primero que querría vengarse de la muerte de su hijo.

Mi mirada se desplaza más allá, y a cada lado de Benedicto están sus


hijos, Michele y Rafaelo. Me sorprende totalmente verlos tranquilos en la
proximidad del otro. Había conocido a ambos cuando era más joven y su
enemistad era palpable.

Cuando Francesco me había puesto al día con información relevante sobre


las otras familias, había observado que la enemistad de los hermanos no había
hecho más que aumentar con los años. Les separa menos de un año en edad,
pero tienen madres diferentes. La madre de Michele murió al dar a luz, pero
aún no se había enfriado en su tumba antes que Benedicto se casara con la
madre de Rafaelo. Eso probablemente contribuyó al conflicto, aunque no
ayudó que Benedicto quiera nombrar a Rafaelo como su heredero, aunque no
sea el primogénito.

—Se parece al Padre Guerra. —Siento el leve temblor de Catalina y la


atraigo más a mi lado.

—No puede hacerte daño —le digo y ella me da un apretado asentimiento.

Al entrar, todas las miradas están puestas en nosotros. Los labios de


Franco se curvan inmediatamente con desdén y se inclina para decirle algo a
Benedicto, que levanta la mano en señal de alto.

Tal vez mantenga a su hermano a raya.

—Definitivamente parecen sorprendidos —comenta Enzo con ironía. Gira


la cabeza y se fija en los Marchesis con su mujer a cuestas. No parece muy
complacido por ese hecho, y nos hace una señal para que vayamos a su lado.
—Tranquila —le susurro a Lina mientras nos adentramos en la habitación.
Ella se esfuerza por mantener la calma, poniendo una sonrisa falsa en su
rostro.

—Podemos hacerlo —respira profundamente. Justo a tiempo para que


Benedicto venga a saludarnos.

—Lastra. Me enteré de lo de tu hermano. Mis condolencias. —Me tiende


la mano. Mi cuerpo se tensa inmediatamente.

—Encantado de conocerle, Signor Guerra. —Catalina coge su mano antes


que pueda reaccionar.

Benedicto parece sorprendido, pero le da la mano.

—Y a usted, Signora Lastra. He oído hablar de sus nupcias. Lástima que


fue un asunto tan pequeño —añade.

—No queríamos involucrar a demasiada gente. Solo amigos y familia.


Además, me he enterado de su tragedia. Mis condolencias por su pérdida. —
Espero que mi mensaje sea recibido. Al ser el primero en sacar el tema, puedo
controlar la dirección que tomará.

—Efectivamente. —Benedicto estrecha los ojos hacia mí, al mismo tiempo


que su hermano se lanza por mí. El brazo de Benedicto sale disparado,
impidiendo que Franco avance—. Aquí todos somos amigos, ¿verdad
fratello12? —Su voz es tensa cuando se dirige a su hermano, y éste asiente.

12
Significa “hermano” en italiano.
Los ojos de Franco siguen siendo asesinos mientras me mira, luego a
Catalina, y sé que esto está lejos de terminar. Es demasiado público en este
momento.

—De acuerdo. —Franco acepta de mala gana.

—¿Por qué no dejas que tu mujer se una a las otras mujeres y podemos
hablar de negocios? —Benedicto asiente hacia el grupo de mujeres que
conversan en una mesa cercana.

No quiero perder de vista a Catalina, así que intento negarme


respetuosamente.

—No estoy seguro que se sienta cómoda.

—¡Bah! —exclama Benedicto, y grita a una mujer.

—Cosima, ven aquí.

Una mujer de unos cuarenta años se une a nosotros, pegándose al lado de


Benedicto.

—¿Qué pasa, amore?

—¿Por qué no te llevas a la Signora Lastra y la presentas a todos?

Cosima estrecha los ojos hacia Catalina, y no parece muy interesada. Pero
pone una sonrisa y se dirige a ella, de todos modos.

—Catalina, soy Cosima.

Mi mujer me hace un gesto tranquilizador con la cabeza y se dirige a


Cosima.
—¿Estarás bien? —le susurro en el cabello, temiendo dejarla ir.

—Estaré bien —responde con seguridad.

—Ya sabes qué hacer si pasa algo —le recuerdo.

Habíamos repasado todas las posibilidades en la preparación de esta


noche, y le había dado un botón de pánico. Si se sentía amenazada de alguna
manera, debía pulsar el botón y haría suficiente ruido para alertar a todos los
que estuvieran cerca.

Ya tengo que apretar los dientes y dejarla ir, pero sé que hay que seguir
cierta etiqueta.

Justo cuando Lina se va con Cosima, un Michele borracho tropieza con


nosotros. Lleva una botella de Jack medio vacía.

—Miren a esos tortolitos. No soporta separarse de ella —dice en voz baja


y pone la mano en el hombro de su padre.

De repente, puedo sentir la tensión en el aire.

—Deberías tomar lecciones, papá querido.

—Michele. —Su hermano sisea desde atrás.

—Oh, ahí está el retrasado. Tengo que preguntarme por qué has
organizado esto, capo. —Las palabras de Michele están llenas de veneno—.
¿Acaso querías mostrar al mundo que tu mayor es un borracho? —Sonríe
sarcásticamente—, mientras que tu heredero es un puto retrasado. —Su
énfasis en el heredero no se me escapa.
—N-no l-le ha-ha-hables a p-padre a-así. —Rafaelo balbucea mientras se
agarra a Michele.

—¡Los dos, déjenlo ya! —interviene finalmente Benedicto.

—Sí, Raf, deja de hablar. Le vas a enseñar a todo el mundo que te han
dejado caer de cabeza al nacer —dice Michele en tono burlón, y la cabeza de
su hermano se agacha avergonzada.

Sorprendentemente, acepta el insulto sin siquiera pestañear.

—L-lo s-si-siento —responde, y me doy cuenta que podría ser tartamudo.


Eso no convierte a alguien en retrasado.

Es extraño, sin embargo. Cuando los conocí hace años, Rafaelo no


tartamudeaba. O tal vez no me acuerdo bien.

—¿Ves? —ríe Michele, y le da una palmadita en el hombro a su hermano.


Rafaelo cuadra los hombros y baja la mirada en un gesto de sumisión.

—¡Basta! —Benedicto retira la mano de Michele y la dobla torpemente.

—¿Tienes miedo de que la gente piense mal de ti cuando sepa que tu


heredero está tocado de la cabeza? —Se ríe con sorna y se libera del agarre de
su padre—. Malditos imbéciles. Cazzo di merda!. —Michele grita algunos
improperios pero se retira de la situación, simplemente yendo a la siguiente
mesa disponible y cogiendo más alcohol.

—Deben disculpar a mi hijo. Tiene un problema con el alcohol. Ya sabes


cómo es —explica Benedicto.
Franco sigue lanzándome dagas, mientras que Rafaelo tiene un
comportamiento tímido, casi acobardado.

Mantengo mi expresión en su sitio, aceptando su explicación, pero por


dentro tengo que preguntarme cuánto de esto es un espectáculo y cuánto es
real.

—Así que, Lastra —empieza Benedicto—, he oído que tus últimos envíos
fueron un fracaso.

—Claro —respondo con escepticismo. Seguro que se ha corrido la voz.

—Estoy seguro que juntos podemos solucionar algo. He estado en tu


situación. Un joven capo, que acaba de empezar. Necesitarás todo el apoyo
posible.

Franco resopla ante las palabras de Benedicto.

—¿Permitirías que el asesino de mi hijo estuviera entre nosotros? —


Franco escupe, pero Benedicto pone los ojos en blanco, con una expresión de
aburrimiento en su cara.

Hace una señal con la mano y le dirige a Franco una mirada amenazante.
No sé exactamente qué quiere decir eso, pero Franco se calla inmediatamente,
no muy contento.

—Creo que te necesitan en otra parte, fratello —dice Benedicto


sugestivamente. Franco parece mantener la compostura, pero a duras penas.
Con un apretado movimiento de cabeza, desaparece, perdiéndose entre la
multitud.

—Debes disculpar a mi hermano. Todavía está de duelo.


—Me lo imagino. —No sé qué quiere que diga. ¿Admitir la culpa?
Prefiero acabar con Franco antes de dejar que alguien diga una palabra contra
Lina.

—Ahora, volvamos a nuestro tema —dice y saca un cigarro de un bolsillo


interior de su americana. Lo enciende y da unas cuantas caladas—. Mis líneas
de transporte son totalmente seguras. Podrían compensar fácilmente los
ingresos perdidos —explica que tiene transportes dos veces por semana, pero
que podría exprimir otro para mí.

—Ya veo. ¿Y qué me costaría eso? —Tengo bastante curiosidad por saber
qué podría querer Benedicto a cambio. Simplemente porque sus acciones son
un poco... sospechosas. Tanta enemistad entre nuestras familias ahora mismo,
¿y quiere una asociación? Tiene que haber algo más.

—¡Bah! No tendré nada de eso. Considéralo un regalo. Para mejorar las


relaciones futuras. —Sí, bueno, no me lo creo. Así que sigo indagando.

—Nunca podría aceptar algo así de ti.

—Si lo pones así... —Hace una pausa y me mira, entrecerrando los ojos—
. Mi hijo es mi heredero. —Tira de un Rafaelo aún acobardado hacia su lado,
dándole una palmada en la espalda y haciendo que se ponga más erguido—.
Pero todavía no le he encontrado una buena novia. Necesita una buena mujer
que cuide de él y de la casa. Difícil de encontrar hoy en día —suspira—, con
estas nociones feministas, todas las mujeres son repentinamente
independientes. —Sacude la cabeza con disgusto y comienza una perorata
sobre cómo el lugar de las mujeres debería estar en casa cuidando de sus
maridos e hijos. Estoy escuchando a medias en este punto, y noto la expresión
atormentada de Rafaelo.
—Y-yo n-no qui-quiero u-una m-mu-mujer. —Rafaelo se reafirma con
gran dificultad, y lo siento por él.

—Pero necesitas una. —Su padre comenta y sigue adelante, sin tener en
cuenta la opinión de su hijo—. He oído hablar de tu hermana —dice de
repente Benedicto, y veo por dónde va esto.

—Con todo respeto, pero mi hermana es demasiado joven.

—No esa hermana. —Frunce el ceño—. La que creció en el convento. —


Tengo que enmascarar cuidadosamente mis rasgos. ¿Cómo es que sabe que
Assisi ya no está en el Sacre Coeur? —. Sería perfecta para mi hijo. Seguro
que las monjas le habrán inculcado valores tradicionales —dice con tanta
convicción, como si lo tuviera todo calculado.

—No creo que Assisi esté preparada para eso pronto. Y, si en el futuro
decide casarse con alguien, lo dejaré a su criterio. —Trato de explicar.

No forzaré a ninguna de mis hermanas en matrimonios que no quieran. Lo


que le dije a Lina la última vez iba en serio. Es hora de que las cosas cambien
un poco dentro de la famiglia.

—Vamos, Lastra. ¡No puedes hablar en serio! —empieza con un tono de


indignación, pero enseguida se retiene—. Por supuesto que no está preparada
todavía. Pero ¿por qué no dejamos que se conozcan y vemos en qué queda la
cosa? —insiste, y tengo que preguntarme por qué exactamente está tan
empeñado en una unión entre nuestras familias. —Si deciden que les
conviene, ¿quiénes somos nosotros para oponernos a su felicidad?, ¿no?

La forma en que lo ha expresado me tiene un poco acorralado. No puedo


negarme abiertamente, así que asiento lentamente.
—Tal vez se pueda arreglar algo. —Es mejor ser vago.

—Bien. Sabía que entrarías en razón. —Benedicto asiente, satisfecho.


Pero, entonces, Rafaelo empieza a temblar a su lado.

—Y-yo, y-yo… —tartamudea, y oigo un sonido de goteo. Me acerco y


veo que se está formando una mancha húmeda en la parte delantera de su
pantalón y en la pierna.

Rafaelo acaba de orinarse.

Su padre lo nota inmediatamente, pero no reacciona de ninguna manera.


Más bien, los disculpa a ambos y sale de la habitación.

Tal vez Michele estaba en algo... Tal vez Rafaelo tiene algunos problemas
mentales. Es difícil asociar su apariencia física con eso. Es un hombre grande,
si no fuera por sus hombros caídos y su cuello arqueado. Solo su postura le
hace parecer más un niño que un adulto.

Sacudiendo la cabeza ante lo que acabo de presenciar, busco a Catalina en


el salón de baile.

Frunzo el ceño.

¿Dónde está?

No la veo por ninguna parte, así que pregunto a las mujeres con las que
había estado. Una de ellas me dice que debe haber ido al baño. Pero no me
tranquiliza.

No puede estar sola. No aquí, con tantos que quieren hacerle daño.
Inmediatamente me concentro en Enzo. Está junto a un puesto de alcohol,
con una expresión de aburrimiento en su cara. Mira fijamente el vaso medio
vacío que tiene en la mano, mientras la gente que le rodea charla. Su mujer
está a su lado, pero está ocupada hablando con su padre.

—Catalina ha desaparecido. —Voy directamente al grano cuando lo veo.


Tengo su atención de inmediato y deja su vaso.

—Tenemos que encontrarla —dice, y nos proponemos recorrer toda la


zona.

—¿A dónde vas? —Su mujer, Allegra, se aferra a su brazo y pone mala
cara.

—Estoy buscando a mi hermana. —Su voz es tensa mientras intenta


quitársela de encima.

—Eso —la voz de Allegra está llena de veneno cuando se refiere a


Catalina—. Seguro que se ha ido con alguien. —Antes de que pueda
reaccionar, Enzo la empuja.

Le agarra la mandíbula con las manos y, con voz insensible, le dice:

—Deja de abrir la boca si quieres conservar esta cara tan bonita. —La
empuja hacia atrás y, con el ceño fruncido, me indica que me ponga en
marcha.

Después de revisar todos los rincones del salón de baile, siento que estoy
perdiendo la cabeza. ¿Dónde está ella? Las cosas que se me pasan por la
cabeza no ayudan en absoluto.
Reviso los baños, unas cuantas mujeres me gritan y me llaman pervertido,
pero no me importa.

Necesito encontrar a Catalina.

Ahora.

Estoy hiperventilando.

Pasan los minutos, corro de un lado a otro y aún no hay rastro de ella.
Incluso compruebo fuera del hotel y en el estacionamiento, y no está allí.

—¿No ha habido suerte? —Enzo tiene un aspecto tan sombrío como el


mío. Asiento y volvemos a entrar en el salón de baile. Estoy dispuesto a saltar
sobre Franco, convencido que ha hecho algo. Después de la agresión que
había mostrado antes....

Me dirijo hacia él, dispuesto a derramar sangre.

Pero es entonces cuando oigo los susurros.

—¿Qué esperabas? Ella voluntariamente dio a luz a un bastardo.

—Por supuesto que levantaría sus faldas por cualquiera.

—¿Pero puedes creer que ella realmente trataría de seducir a Michele?


Es una zorra.

—¡Puta!

—¡Zorra!
Las palabras se lanzaban sin cuidado. Un grupo de mujeres está reunido
en el otro extremo del salón de baile, y todas están ocupadas en cotillear.

Algunas comentan su falta de moral, otras se limitan a repetir lo que han


oído o visto.

Lo ignoro todo.

Solo veo a Lina. Mi hermosa Lina está sola en un rincón, con las mejillas
manchadas de lágrimas. Su vestido ha sido rasgado en el dobladillo, y hace lo
posible por mantenerse fuerte.

Los ojos de Catalina se encuentran con los míos, y un sollozo escapa de


sus labios.

En dos pasos la tengo en mis brazos. Me aferro a ella, tratando de


reconfortarla.

—Él… intentó... —comienza, entre hipos. Lina trata de explicar cómo


Michele la había atrapado en el baño y ella había luchado contra él. Mi mano
está en su cabello, acariciándola ligeramente y tratando de asegurarle que
ahora está a salvo.

Pero le he fallado.

Es como si alguien me apretara el corazón con un puño de hierro. Me


había prometido no volver a fallarle.

Todo es culpa mía.

Me agarro más fuerte, esperando que ella no escuche las lenguas viciosas
que se mueven a nuestro alrededor.
—No los escuches —susurro, dispuesto a llevarla a casa. Me quito
rápidamente la chaqueta y se la pongo sobre los hombros, girándola hacia la
salida.

Pero entonces la voz más fuerte de todas tiene el descaro de intervenir.

Franco, acicalándose como un pavo real, se adelanta, trayendo consigo


nuevas acusaciones.

—¿Ven, todos? ¿Ven cómo intenta arruinar a los hombres? Es una


Jezabel13, les digo. Conduciendo a los hombres buenos a su perdición. —La
señala con el dedo.

Coloco a Lina detrás de mí, con la intención de protegerla.

Franco continúa.

—Eso es lo que también le hiciste a mi hijo, ¿no es así? Lo sedujiste y


luego lo mataste, carajo. ¡Es una asesina! ¡Una asesina Jezabel! —Su voz
gana en decibelios, y más gente se une, denigrando a Lina con cada palabra.

—¡No lo hice! —La voz de Lina me sorprende al responder. Al principio


es tímida, pero endurece su tono y continúa—: Era un pedófilo... Estaba
tocando a mi hija. —La miro con asombro en los ojos. ¿Qué debió hacer falta
para que fuera capaz de hacer esta afirmación?

Franco se ríe irónicamente.

—¿Ah, sí? De tal palo tal astilla entonces. Está empezando joven.

13
Jezabel: Personaje bíblico judío y cristiano, fue reina de Israel, que indujo a su esposo al culto politeísta,
abandonando la devoción a Yahvé-Jehová; así como también costumbres libertinas como las orgías y otras cosas
profanas que iban en contra de los mandamientos de Dios.
Catalina jadea a mi lado, y y lo pierdo.

Nadie. Absolutamente nadie habla así de Catalina o Claudia y se sale con


la suya.

Antes de darme cuenta, agarro un tenedor de la mesa.


Cosima me lleva a una mesa cerca, donde hay otras mujeres de entre
treinta y cuarenta años. No parecen muy contentas de verme.

Me siento un poco cohibida cuando me ignoran y empiezan a hablar entre


ellas.

Frunzo los labios y pinto una agradable sonrisa en mi rostro. Había


querido venir aquí, así que ahora tengo que ser fuerte y demostrarles que no
pueden intimidarme.

—¿Es tu hijo? —le pregunta una de las mujeres a Cosima, señalando a un


hombre borracho.

—Es mi hijastro —Cosima aprieta los dientes.

—Oh, me había olvidado de eso. Con lo cerca que están en la edad. —


Otra mujer se une y bromea.

Recuerdo haber leído sobre su familia, y que Benedicto Guerra tiene dos
hijos de dos madres diferentes. Supongo que aluden al hecho que Benedicto
se había casado con Cosima apenas unos días después de la muerte de su
primera mujer.
—Si me viera como su madre. —Cosima finge un suspiro y procede a
relatar lo mucho que ha intentado ser una madre para Michele—. Pero me
odia.

Las otras mujeres empiezan a consolarla de manera obviamente falsa, y yo


tengo que preguntarme qué estoy haciendo aquí.

—Si me disculpan, tengo que ir al baño. —Les dedico una sonrisa tensa y
me dirijo hacia la salida.

Dentro del baño, abro el grifo y me echo un poco de agua en el rostro.

—Puedo hacerlo. —Me miro en el espejo y me digo a mí misma. Tengo


que ser fuerte...

Difícil de hacer cuando nunca he estado en una situación como ésta.

Respiro profundamente y estoy a punto de salir cuando la puerta se abre


de golpe y el hombre borracho de antes entra a grandes zancadas.

—Este es el baño de mujeres —le digo, pensando que se ha equivocado.

—¿Lo es? —Su labio se curva en una sonrisa cruel. Avanza hacia el
interior, cerrando la puerta tras de sí.

—Debería irse —digo con un poco más de convicción. No tengo un buen


presentimiento.

Cuando veo que no se mueve, decido salir yo misma.

—Tranquila —dice burlonamente, sus dedos se clavan en mi carne.

—¡Suéltame!
—¿Por qué iba a hacer eso? —Su actitud es despreocupada, pero no puedo
evitar el escalofrío que me recorre el cuerpo.

—¡Suéltame! —Intento zafarme de su brazo, pero me empuja contra la


pared, apretándome.

—Sabes quién soy, ¿verdad? —Su boca está demasiado cerca de mí y


puedo oler el alcohol en su aliento.

—Michele Guerra —respondo, moviendo la cabeza hacia un lado.

—Hmm —me pellizca la barbilla entre los dedos y la gira con fuerza
hacia él.

Intento no mostrar el miedo que siento. En lugar de eso, le miro a los ojos,
mientras busco el botón del pánico que me ha dado Marcello. Es un pequeño
dispositivo que emite un ruido ensordecedor si se activa. Estaba tan
preocupado por nuestra presencia aquí que había pensado en todo, bendito
sea.

Sus dedos son ásperos y me están haciendo daño en el rostro, pero intento
no gritar. Llevo la mano al bolso, buscando el botón del pánico.

—¿Así es como enredaste a mi primo? ¿Con esa mirada inocente que tienes?
—No respondo—. ¡Contesta! —Aprieto los labios—. ¡Puta! —Su
movimiento es tan repentino que apenas puedo reaccionar.

Su mano sale disparada y me rodea la garganta. Instintivamente, mis


brazos rodean su agarre, tratando de aflojar el agarre. Mi bolso cae al suelo y
todo su contenido se derrama.

¡No!
—¡Suéltame! —gimo, con las manos pateando su pecho y su cara. Parece
divertido por mis esfuerzos y sonríe.

—Pobrecita —me dice burlonamente―. Me pregunto si realmente vale la


pena morir por una noche entre tus muslos.

Aún golpeándome con una mano, y empieza a tirar de mi vestido con la


otra.

¡No! ¡Esto no! Otra vez no…

Mi corazón se acelera, mi mente casi se queda en blanco. Las lágrimas se


acumulan en la esquina de mis ojos.

—No, por favor. No me hagas esto —le ruego, tratando de apartarlo de


mí.

No se mueve.

El dorso de su mano golpea mi mejilla con tanta fuerza que veo las
estrellas. Lucho por mantener el equilibrio y él vuelve a desgarrarme el
vestido, con sus dedos rozando el interior de mi muslo.

¡No!

No sé lo que pasa después. Empiezo a gritar como una banshee, agitando


los miembros y pateando.

No me voy a rendir. No voy a dejar que me haga esto.

Parece momentáneamente sorprendido que esté luchando, pero dura poco.


Me empuja hacia los lavabos y mi espalda golpea el acero.
Me tambaleo por el dolor.

Está luchando con su cinturón cuando se abre la puerta y unas mujeres nos
miran con cara de circunstancias.

—Ayuda... —Intento gritar con voz ronca, pero se ríen y se van.

No.

—¿De verdad crees que alguien va a ayudarte? —se burla de mí mientras


me sujeta.

Está intentando tirar del vestido por encima de mis caderas cuando veo mi
oportunidad. Con toda la fuerza que puedo reunir, subo la rodilla y le golpeo.
Gime, retrocede y me suelta. No pierdo el tiempo y salgo corriendo del baño.

Tengo que encontrar a Marcello. Lo necesito.

Solo de pensar en el qué pasaría si me pongo histérica, las lágrimas


corren por mi rostro.

Llego al salón de baile y miro desesperadamente a mi alrededor,


intentando localizar a mi marido.

Y entonces los oigo.

Zorra

Puta

Zorra

Me tiemblan las manos, pero intento mantener la cabeza alta.


Todo el mundo habla de mí, y de lo que esas mujeres creen haber visto en
el baño. De cómo soy tan barata que estoy dispuesta a levantar mis faldas por
cualquier hombre.

Tantos sentimientos amenazan con abrumarme: pánico, vergüenza, miedo.

Pero entonces lo veo.

Nos miramos a los ojos y por fin puedo volver a respirar.

Está aquí.

Sus ojos recorren mi cuerpo y solo puedo imaginar lo que está viendo... el
estado en que me encuentro.

Marcello corre hacia mí y me atrae hacia su pecho, abrazándome con


fuerza.

—¿Qué ha pasado? —Su voz es baja y ruda.

—Él... intentó... —empiezo. Apenas puedo hablar, pero le cuento todo.

Sus manos se aprietan en mi cabello. El calor que emana de su cuerpo


hace que me relaje... Está aquí, eso es todo lo que necesito saber. Cuando
estoy con Marcello, sé que estoy a salvo. Mientras me abraza, la gente sigue
hablando, llamándome de todo.

Me siento tan avergonzada por Marcello. ¿Qué debe pensar de mí?

—No los escuches. —Su voz es solo para mis oídos, y el dolor en sus ojos
refleja el mío.
Coloca su chaqueta sobre mi vestido arruinado y me coge de la mano,
dispuesto a marcharse.

Pero aún no ha terminado.

Como el mar rojo, la multitud se separa para revelar a Franco, con un


aspecto extremadamente engreído.

—¿Lo ven, todos? ¿Ven cómo intenta arruinar a los hombres? Es una
Jezabel, les digo. Llevando a los hombres buenos a su perdición. —Franco
me apunta directamente, casi empujando su dedo en mi rostro.

Marcello me coloca detrás de él en un gesto de protección.

—Eso es lo que hiciste también con mi hijo, ¿no es así? Lo sedujiste y


luego lo mataste, joder. ¡Es una asesina todo el mundo! ¡Una asesina Jezebel!
—¿Por qué están todos tan en contra mía? ¿Qué les he hecho? Miro a mi
alrededor y lo único que veo son caras acusadoras... escucho palabras
despectivas.

Cierro los ojos brevemente, tratando de escapar de la presión que se


acumula en mi interior. Pero ¿por qué me molesto? Ya me han tildado de puta
y asesina.

—¡No lo hice! —Encuentro mi voz, sorprendiéndome a mí misma. Si quieren


un escándalo, lo tendrán. solo diré la verdad—. Era un pedófilo... Estaba
tocando a mi hija. —La gente se calla ante mi confesión, pero luego Franco se
ríe.

—¿Ah, sí? Entonces, de tal palo tal astilla. Está empezando joven.
Doy un paso atrás, con la boca abierta por la sorpresa. Él... Acaba de...
Las lágrimas corren por mi rostro en este momento. ¿Cómo puede decir eso?

Estoy tan sorprendida que apenas noto que Marcello se va de mi lado.


Inmediatamente lo busco, necesitando su presencia.

Está a unos dos pasos, con la mano en un tenedor.

Con una velocidad inhumana, lanza el tenedor hacia Franco, con el lado
afilado hacia delante. Tanto la puntería como la fuerza deben haber sido
increíbles porque el tenedor se incrusta en el ojo derecho de Franco.

Todo el mundo mira con horror la escena que se desarrolla.

Franco grita de dolor, agarrándose el ojo sangrante. Sus rodillas ceden y


está en el suelo, con el cuerpo temblando.

Marcello le mira sin un ápice de empatía en su mirada. El cambio es tan


repentino que apenas puedo creer lo que ven mis ojos.

Nunca había visto esa expresión en su cara. Se gira ligeramente hacia mí y


me hace un gesto reconfortante con la cabeza.

¿Qué está haciendo?

Marcello coge despreocupadamente una copa de vino tinto de un


camarero cercano y agita el líquido en su interior.

—¿Qué has dicho? ¿No te he oído? —Se planta delante de Franco y se


agacha para estar a su altura—. ¿Qué has dicho de mi mujer? —Vuelve a
preguntar, con voz dura e inflexible.
Franco, como un tonto, no sabe cuándo parar.

—Que es una puta mentirosa. Y apuesto a que su hija es igual.

—Es así... —Marcello le estrecha los ojos—. ¿Debo recordarte que la hija
en cuestión es también mi hija? —Que reclame a mi hija como suya me
calienta el corazón de una manera que nunca creí posible.

No espera a que le responda, agarra el extremo del tenedor y tira con


fuerza. En un movimiento fluido, el tenedor se desprende, junto con el ojo de
Franco. La sangre se acumula en su cara y sus gritos resuenan en la
habitación.

Marcello hace girar el tenedor en el aire, mirándolo con expresión


aburrida.

—¿Alguien más tiene algo que decir sobre mi familia? —Se gira para
mirar a la multitud y reta a cualquiera a decir algo.

Hay voces silenciadas en el fondo, pero nadie interviene abiertamente. En


un gesto chocante, Marcello deja caer el ojo en su copa de vino. Levanta la
copa.

—Salud —dice antes de beberse el contenido.

Algunas mujeres se desmayan, otras se agitan y vacían el contenido de sus


estómagos. Incluso algunos hombres tienen la cara un poco amarilla.

Pero nadie dice nada.


Marcello se detiene de nuevo frente a un Franco que berrea y le dice algo
que no logro entender. Sea lo que sea, hace que Franco parezca aún más
enfermo que antes.

—¿Has dicho algo? No te he oído. —Marcello dice en voz alta.

Un Franco ensangrentado, todavía de rodillas, hace lo posible por


arrastrarse hacia mí.

—Lo siento. —Tiene la cabeza baja y la voz llena de dolor.

—Todavía no te he oído. —Marcello se hace eco, y Franco aprieta los


dientes.

—Lo siento. —Esta vez es lo suficientemente fuerte como para que todos
lo oigan.

Benedicto sale del fondo de la multitud, aplaudiendo.

—¡Bravo! —Mueve la cabeza en señal de admiración—. ¡Bravo!

Toma el vaso que aún alberga el ojo de Marcello y se acerca a su


hermano.

—¿Qué te dije, fratello? —Hace un sonido de chasquido.

—¿Cómo... cómo puedes dejar que me haga esto? —Franco balbucea, con
la cara tensa por el shock.

—No lo hice. Tú lo hiciste. —Se encoge de hombros, y luego voltea el


vaso para que el globo ocular caiga al suelo.
Franco se lanza inmediatamente por él, pero Marcello va un paso por
delante de él, literalmente. El ojo se deshace bajo su zapato, y Franco se pone
histérico.

Ni siquiera tengo tiempo de procesar la situación, ya que mi marido me


lleva en volandas.

—¿Qué ha sido eso? —susurro confundida. Todo el episodio había sido...


Estoy simplemente sorprendida.

—Puede que haya insinuado que se le puede reimplantar el ojo, si se


cumplen algunas condiciones.

—¿Puede? —pregunto con asombro.

—Ya no.

Entramos en el coche y durante todo el trayecto a casa, Marcello no me


suelta la mano.

Mientras conduce, le echo un vistazo a su perfil y me enamoro un poco


más de él.

Para algunas personas, sus acciones pueden parecer demasiado crueles,


pero para mí significaron el mundo. Nadie había dado la cara públicamente
por mí.

Marcello aún no lo sabe.

Pero se ha convertido en mi ángel de la guarda.


En cuanto llegamos a casa, me coge en brazos y me lleva a mi
habitación.

—Shh, no hables —me susurra en el cabello mientras me tumba en la


cama, sus ojos salvajes evaluando mi vestido roto y mi carne magullada.

Me da la espalda y entra en el baño. Oigo el sonido del agua y creo que


me está preparando un baño.

—¿Marcello? —pregunto tímidamente.

Vuelve a salir y se acerca a mí lentamente. Con una mirada angustiada, se


echa a mis pies y pone la cabeza en mi regazo.

—Lo siento mucho. No tienes ni idea de cuánto lo siento... Todo es culpa


mía. —Llora, con la voz llena de emoción.

Mi mano se dirige a su cabello y le paso lentamente los dedos por él.

—No es tu culpa, amor. No lo es. —¿Cómo podría haber evitado que ese
hombre me agrediera? Precisamente en el baño de mujeres—. Lo que hiciste
por mí... cómo me defendiste—. Sacudo la cabeza, mis ojos brillan con
lágrimas no derramadas—. Nadie había hecho eso antes. Nadie me ha
defendido así. Y por eso, eres mi héroe. —le digo con ternura.
—No soy el héroe de nadie. —dice tras una breve pausa—. Héroe... yo… —
suelta una risa seca—. Si supieras... —Sus manos rodean mi cintura y me
abraza—. Lo siento mucho —sigue murmurando.

Nos quedamos así un rato, y me deleito con el calor de su cuerpo junto al


mío. Me siento segura... tan segura. Volviendo a cogerme en brazos, entra en
el baño y me coloca junto a la bañera casi llena. Marcello parece confundido
cuando su mirada se desplaza de mí a la bañera y de nuevo a mí.

—Yo... —empieza, pero niega con la cabeza—. Estaré fuera. —Traga


saliva visiblemente antes de darse la vuelta para salir.

—¡Espera, por favor! —Las palabras salen de mi boca antes que pueda
pensarlo demasiado—. Quédate. —No sé de dónde viene este coraje, pero
mientras lo miro a los ojos, sé que puedo hacerlo. Puedo mostrarle mi yo más
vulnerable.

Con dedos temblorosos, tiro de la cremallera lateral de mi vestido y salgo


de él. Ahora solo estoy en sujetador y bragas. La mirada de Marcello se
oscurece al recorrer mi figura y un escalofrío me recorre la espalda.

¡Puedo hacerlo!

Antes de acobardarme, estiro los brazos hacia atrás y suelto el sujetador,


dejándolo caer.

—Lina —gime Marcello, y mis mejillas se calientan de vergüenza.

Con el valor que me queda, me quito rápidamente las bragas y me meto en


la bañera.
La temperatura abrasadora del agua me pone la piel de gallina y aprieto
los dientes ante el intenso calor.

No tardo en acostumbrarme al agua. Levanto la vista y veo que Marcello


sigue de pie en la puerta, con los ojos fijos en mí.

—¿Puedes ayudarme? —Levanto una esponja y se la tiendo. No sé de


dónde viene este atrevimiento... pero no quiero que se vaya.

Viene hacia mí, doblando las mangas de su camisa. Cuando está junto a la
bañera, se arrodilla y toma la esponja de mis manos.

Pone una buena cantidad de jabón líquido en la esponja y empieza a


atender mi brazo. Sus movimientos son lentos, el tacto de la esponja es suave
en mi piel.

Sube hasta la clavícula y tengo que tragar saliva por la sensación. Le echo
una mirada furtiva y él tampoco se queda indiferente. Marcello me atiende los
dos brazos antes de prepararse para pasar a la espalda.

Le agarro la mano, recordando de repente lo que está a punto de ver.

—No es bonito —susurro, pero le doy lentamente la espalda.

Me asusta su reacción. No puedo verlo, pero me doy cuenta de que está


conmocionado por su inmediata respiración entrecortada.

—Lina... —su voz es suave, su aliento casi roza mi piel. Entonces me doy
cuenta de lo cerca que está de mí.
—Mar... —Me detengo cuando siento sus labios en mi espalda, justo
donde empieza mi cicatriz. Comienza a trazar el contorno de la cicatriz con
sus labios, y mis ojos se llenan de lágrimas.

—Eres preciosa, Lina. Tan, tan hermosa. —Su voz es como un bálsamo
para mi corazón. Hay una calidez... Creo que nunca me había sentido así.

Esta emoción, más grande que la vida, se expande en mi pecho y busca


salir. Me tenso, agarrando dolorosamente el borde de la bañera.

Dios mío, ¿qué es esta sensación?

La esponja vuelve a tocar mi piel y Marcello continúa con sus atenciones.


Cuando termina, respiro con dificultad, y no sé si es por el vapor del agua o...

Me trae una toalla y me ayuda a salir, envolviéndome. Me lleva de vuelta


a la cama.

—Gracias. Por esto. —Toma mi mano y se la lleva a los labios para darme
un ligero beso.

Cuando le miro a los ojos, me encuentro hipnotizada.

—No te vayas. Quédate conmigo, por favor.

—Lina, no tienes ni idea de lo que estás pidiendo.

—Yo sí... Quiero esto. Te quiero a ti.

Por primera vez, quiero tener el control de lo que pasa con mi cuerpo. Y
Dios, lo quiero a él. Él es todo lo que es amable y bueno y ni siquiera sé lo
que he hecho para merecerlo.
Simplemente lo es todo.

Mis dedos acarician su mejilla y me inclino hacia delante para depositar


un beso en sus labios, queriendo demostrarle lo mucho que lo deseo.

—¿Estás segura? —me pregunta, su voz apenas supera un susurro.

Asiento con firmeza.

—Por favor.

Su mano sube por mi cuello y sujeta mi mandíbula, atrayéndome hacia su


beso. Separo los labios para dejarle entrar y mi lengua busca la suya.

Me tumbo en la cama, llevándolo conmigo. Mi toalla cuelga abierta y


trato de ajustar mi cuerpo al suyo, queriendo sentirme más cerca.

Sus manos empiezan a recorrer mi caja torácica y me estremece como el


tacto de las plumas.

—¿Tienes protección? —Me acuerdo de repente de preguntar. Sé que ha


dicho que quiere tener hijos en el futuro, pero no quiero asumir que se refería
a un futuro próximo.

Levanta la cabeza una fracción, las pupilas tan dilatadas que sus ojos están
casi de espaldas.

—No. —Hace una pausa—. Pero estoy limpio. No he estado con nadie en
más de una década. —Sus palabras me sorprenden. Nunca imaginé que un
hombre como Marcello fuera célibe durante tanto tiempo. Pero dado su
problema con el tacto... Veo cómo eso podría afectar las cosas.
Y me hace sentir increíblemente honrada que comparta esta parte de sí
mismo conmigo.

—Yo tampoco —respondo—. Nunca he hecho el amor antes. —Me


sonrojo ante las palabras e instintivamente bajo la cabeza avergonzada.

Técnicamente, ni siquiera puedo decir que he tenido sexo antes... no con


cómo fue mi primera y única vez, ni con lo poco que recuerdo de ella.

—Oye —inclina mi cabeza—. Yo tampoco he hecho nunca el amor.


Puede que haya estado con otras antes, pero no fue... agradable. —Una
pequeña mueca aparece en su cara—. Así que esta es la primera vez para los
dos, ¿vale?

—De acuerdo. —Apenas exhalo la palabra antes que su boca esté sobre la
mía una vez más. Me besa durante lo que parece una eternidad antes de subir,
dejando caer besos por todo mi rostro: la nariz, las sienes, la frente.

—Puedo retirarme. Sé que todavía hay un riesgo, pero...

—No, no lo hagas. Te quiero a ti, todo tú. —Quiero ser suya y quiero que
él sea mío. Los hijos que podamos tener no serán más que una bendición.

Su expresión se suaviza ante mis palabras y me regala la sonrisa más


preciosa que he visto nunca. Mi corazón está a punto de estallar en mi pecho.

Marcello se levanta y, antes que pueda protestar, se quita la camisa. Puede


que haya visto su torso antes, pero me he esforzado por no mirar. Ahora
puedo mirar a gusto.
Me coge la mano y la extiende sobre su estómago plano, instándome a
tocarlo. Al principio me muevo tímidamente, explorando las duras crestas de
su estómago, el fuerte tacto de su piel, tan diferente a la mía.

Justo cuando adquiero más confianza, me detiene y me da un último beso


en los nudillos antes de tumbarme en la cama.

Su boca está en todas partes, y la sensación es abrumadora. Se me escapa


un gemido cuando llega a mis pechos chupando un pezón en su boca. ¿Es así
como se supone que debe hacerse? La idea se desvanece inmediatamente
cuando toca mi cuerpo como un maestro. Me toca y yo respondo.

Pero luego va más abajo, sobre mi estómago, dejando un rastro de besos a


su paso. Y más abajo, hasta...

Eso no puede estar bien, ¿verdad?

Su aliento se abanica sobre mi lugar más íntimo y empiezo a temblar de


nuevo. Me separa los muslos para acomodar sus hombros.

—¡Marcello! —Su nombre en mis labios comienza como una pregunta,


pero cuando su lengua se encuentra con mi carne termina en una
exclamación.

Estoy en parte escandalizada y en parte intrigada.

—Dios, Lina, sabes tan bien. Mejor de lo que había imaginado —gime
contra mi carne, su lengua hace maravillas en mi cuerpo—. Eres un milagro
—ruge contra mí, su cálido aliento me hace jadear cuando encuentra un punto
concreto—. Eres mi puto milagro. —Sus palabras no deberían calentarme
tanto, pero Dios, podría decirme cualquier cosa ahora mismo y simplemente
me derretiría.

Me besa lentamente, saboreándome y llevándome al borde del olvido. Por


sí solas, mis manos se enredan en su cabello, instándole a seguir.

Me coge el clítoris entre los dientes y alterna entre la succión y el


mordisco, cada acción me hace perder el control de mis miembros.

—Oh, Marcello... eso se siente... —jadeo.

Como un crescendo, estimula mi cuerpo hasta que empieza a tener


espasmos, terminando en una feliz sinfonía.

Mis ojos se abren de par en par, el asombro llena todo mi ser.

Creo que he oído cantar a los ángeles.

Pero entonces bajo, mis manos se aferran a los brazos de Marcello y se


agarran con fuerza. Mi respiración es agitada mientras pregunto.

—¿Qué ha sido eso? —resoplo, sintiéndome lánguida pero asombrada al


mismo tiempo.

—Lo más bonito que he visto en mi vida —responde, con ternura en los
ojos.

Se echa hacia atrás y se levanta lo suficiente para quitarse los pantalones y


los calzoncillos.

Y está... desnudo.

Quiero taparme los ojos, el calor vuelve a subir por mi cuello.


Al notar mi reacción, Marcello me toca suavemente el rostro.

—Podemos parar si quieres.

—No. —Sacudo la cabeza con fuerza. Quiero esto. Es la primera vez que
veo...

Me obligo a mirarlo. Es Marcello. Mi querido Marcello. No hay nada que


temer.

Enfoco mi mirada en su pecho y, luego, lentamente, la dejo vagar hacia la


v de su estómago, y hacia la dura longitud que se agita en mi dirección.

—¡Eso no puede caber! —exclamo inconscientemente, con los ojos muy


abiertos por el horror.

Sé cómo funciona esto, y es imposible que esa cosa quepa dentro de mí.
Señor, debe ser del largo de mi antebrazo. Recordando el dolor de la última
vez, retrocedo instintivamente.

—Cabrá, te lo prometo. —Marcello dice y, tomando mi mano, la baja


entre mis piernas.

—¿Sientes esto? ¿Lo mojada que estás para mí? —Mis dedos se
introducen en mis resbaladizos pliegues y me doy cuenta de lo que quiere
decir. Si no fuera tan engreído, me sentiría avergonzada por la cantidad de
humedad que encuentro.

Se acerca más a mí y sustituye mis dedos por los suyos, acariciándome de


arriba abajo.
—Estás tan empapada que me vas a llevar dentro de ti como la buena
chica que eres. —Su voz es tan suave que no puedo evitar asentir.

Es como si estuviera en trance mientras abro los brazos y las piernas,


invitándolo a entrar.

Me cubre con su cuerpo y puedo sentir esa parte de él cerca de mi centro.

—Relájate, no tengas miedo. Yo te cuidaré —me susurra en el cabello y


sus dedos recorren mi mejilla.

Trago mi ansiedad.

—No tengo miedo. No contigo.

Nunca contigo.

Me penetra lentamente. No hay dolor cuando avanza y me estira poco a


poco.

—¡Oh! —envuelvo mis piernas alrededor de su espalda, inclinando mi


pelvis hacia adelante y tomándolo aún más profundo.

Es... maravilloso.

—¡Joder! —murmura—. Te sientes tan bien, Lina. Eres mía —raspa


contra mi oído, y sus palabras hacen que mi corazón se acelere—. Fuiste
hecha para mí, preciosa. Solo para mí. —Hace una pausa, completamente
asentado en mi cuerpo mientras deja que me acomode a su tamaño.

—Dime que puedo moverme. —Su voz es dolorosa y veo lo tenso que
está.
—¡Por favor! —le insisto, rodeando su espalda con mis manos y poniendo
su pecho en contacto con mis pechos. La fricción añadida es deliciosa
mientras nos movemos juntos.

Mis manos recorren su espalda y noto algunas hendiduras, no muy


diferentes de las mías. Pero no me detengo en ello, porque se retira y vuelve a
penetrarme.

Se me escapa un gemido.

—No sabía... —empiezo, apretando mis brazos alrededor de él, buscando


su boca.

—Lina... —Marcello gime y me besa con avidez, sin dejar de moverse


dentro de mí.

Aumenta la velocidad y siento que algo crece en mi interior. Es como


antes, pero no del todo.

—Ah, yo... —Parece saber lo que necesito, porque mueve una mano entre
nuestros cuerpos y me acaricia ligeramente el clítoris. El efecto es casi
inmediato.

Me aferro a él, sintiendo todo a la vez.

Es demasiado.

—¡Joder, me voy a correr!

Unas cuantas embestidas más tarde y un líquido caliente cubre mis


entrañas.
Marcello se desploma sobre mí.

—¡Mierda! —maldice y nos da la vuelta para que yo esté encima de él—.


No te he aplastado, ¿verdad?

La ternura de sus ojos me traga por completo, y solo puedo negar con la
cabeza.

—Perfecto... tan perfecto —murmuro.

Los párpados me pesan, y la seguridad de saber que Marcello está a mi


lado me adormece.

Tan perfecto...
Despierto con un cuerpo cálido a mi lado.

Por un segundo, el pánico se apodera de mí por el contacto


desconocido. Pero luego recuerdo quién es y qué pasó la noche anterior.

Al abrir los ojos, veo la cabeza de Lina hundiéndose en el hueco de mi


hombro. Su mano se mueve hacia arriba y hacia abajo sobre mi pecho, y una
pierna cuelga encima de mí. Se ve tan tranquila mientras duerme ... tan
hermosa.

Respiro hondo, saboreando el momento.

Hace unos meses nunca hubiera creído que podría volver a tocar a otra
mujer. Y ahora ... he pasado la noche con alguien.

Y ella no es cualquiera. Esta es Catalina ... la mujer con la que he soñado


durante los últimos diez años. La que se escapó...

Lentamente, levanto mi mano y acaricio su cabello, inhalando su


aroma. Ojalá pudiera detener el tiempo ahora mismo. Si tan solo pudiéramos
vivir así para siempre ...
Ella se mueve mientras duerme, dando la vuelta y empujando su culo
hacia mí, frotándose en mi pierna.

Llevándome la mano a la frente, tengo que reprimir un gemido. Ya estoy


duro como el infierno, y probablemente ni siquiera se dé cuenta de lo que está
haciendo.

Anoche había sido ... Ni siquiera tengo las palabras para describir toda la
experiencia. No me había atrevido a esperar que me diera la bienvenida en su
cama ... o en su cuerpo pronto.

Había sido completamente honesto con ella cuando le dije que nunca antes
había hecho el amor con una mujer. Todo había sido igual de nuevo para mí
también. Desde el tacto de su piel contra la mía, hasta el sonido de sus
gemidos y la mirada de ella al correrse. Me sentí como un adicto siendo
introducido a una nueva sustancia. Sus labios ligeramente separados, su canal
agarrándome con fuerza. La forma en que me había tocado tentativamente.

Cierro los ojos con fuerza, sintiendo que la culpa de mis acciones me
asalta.

No me lo merecía... nada de eso. Y, sin embargo, tomé lo que no era


mío. Tan codicioso, tan insaciable por su toque que me obligué a olvidarlo
todo. En ese momento, solo estábamos nosotros. Sin pasado, sin errores. Solo
dos personas que se sienten profundamente atraídos el uno por el otro.

Al menos asumí que así es como se siente. Catalina no es el tipo de


persona que se iría a la cama con alguien que no le importa. Y ese es el regalo
más grande de todos: su afecto. No me atrevo a llamarlo amor porque...
Niego levemente con la cabeza ante el pensamiento, la melancolía se
apodera de mí.

No soy alguien a quien debería amar, pero aceptaré cualquier rasguño que
ella pueda dar. Si supiera lo profundos que son mis sentimientos por
ella. Giro la cabeza y miro su forma dormida. Lina no tiene idea de lo mucho
que la amo. Ni siquiera me recuerda. Sin embargo, lo hago.

Ese único acto de bondad está grabado para siempre en mi alma.

—Mhmm... —murmura adormilada, estirándose a mi lado. Lentamente,


levanta la cabeza, con una sonrisa soñadora en su rostro. Busca el calor de mi
cuerpo, su rostro frotando mi mejilla.

¡Joder!

Pensé que podía controlarme. Mi polla está dura como una roca y sus
toques inocentes no ayudan. Ni siquiera creo que se dé cuenta de la forma en
que está empujando sus tetas contra mi pecho, o del hecho que su pierna de
repente está cerca de mi erección palpitante.

—Lina —gimo, las sensaciones me matan.

Mi mano va a su pierna, con la intención de moverla un poco. Pero en el


momento en que mi palma se ajusta a su muslo, no puedo evitarlo.

—¿Lina? —pregunto, mi mano subiendo hacia su culo.

—¿Marcello? —Su voz es suave, apenas audible—. Mhmmm... —Gime


cuando le tomo el culo.
—¿Estás adolorida? —Mi dedo se sumerge entre sus globos y hacia su
coño. Ella gime cuando entro en ella ligeramente, y se empuja sobre mi dedo,
llevándome más adentro.

—No —su voz es entrecortada mientras trabajo mi dedo dentro y fuera de


ella.

Uso mi pulgar para deslizarme sobre su clítoris, rodeándolo cada vez más
rápido hasta que la siento temblar. Sus paredes se aprietan alrededor de mi
dedo y vuelvo mi atención a su rostro, mirándola rendirse a su orgasmo.

—Yo … —balbucea mientras baja de su altura. Una sonrisa se extiende


por mi cara.

Por el resto de mis días recordaré este momento. El hecho de que le di


placer.

Su pequeña mano comienza a moverse por mi pecho y la envuelve


alrededor de mi polla, o tanto como puede alrededor de mi circunferencia.

—¿Está bien? —Ella me mira con los ojos muy abiertos y llenos de
interés inocente.

Abro la boca para responderle, pero de repente ella aprieta su agarre y se


mueve hacia abajo. Un sonido tenso se me escapa.

——Lina ...

—¿Qué debo hacer?


Cubro su mano con la mía y la muevo hacia arriba y hacia abajo, desde la
base hasta la punta. Ella está concentrada en hacerlo bien, sus dientes
mordisqueando su labio, sus cejas arrugadas.

Cuanto más se burla de mí, más siento que mi control se rompe.

La detengo.

—¿Hice algo mal? —Su voz es pequeña cuando pregunta.

—No, no. Quiero estar dentro de ti cuando me corra. —Me vuelvo hacia
ella y le coloco un mechón detrás de la oreja.

—Está bien. —Ella me da una sonrisa tentativa, y yo hago todo


lo posible por no ponerla de espaldas y follarla como un loco.

La muevo encima de mí, una pierna a cada lado. Parece confundida


mientras se acomoda contra mi polla. Puedo sentir lo húmeda que está
mientras se frota contra mi pelvis. Agarrando mi polla con una mano la
coloco en su entrada. Ella se inclina lentamente sobre mí hasta que me lleva a
la empuñadura.

—Oh. —Ella gime, sus palmas sobre mis pectorales.

Lina menea un poco su culo y mi cabeza cae hacia atrás ante la sensación.

—Sí, justo así. —La alabo, ayudándola a moverse hacia arriba y hacia
abajo.

Pronto encuentra su propio ritmo y comienza a montarme como si lo


hubiéramos hecho miles de veces en el pasado.
Me gusta verla así. En control. Llevándome.

Mi brazo serpentea alrededor de su cintura y la acerco a mi torso, mi boca


buscando su cuello. Dejo besos húmedos a lo largo de su mandíbula antes de
tomar su boca.

Aumenta la velocidad, sus manos se aferran con fuerza a mi cabello. Ella


está por llegar. Lo siento en la urgencia de sus movimientos, en la intensidad
de sus besos.

Sus paredes se aprietan en mi polla y la sostengo mientras se estremece.

—¡Mierda! —murmuro y la pongo de espaldas, mis manos en su culo


mientras empujo más rápido dentro de ella, persiguiendo mi propio orgasmo.

—Marcello —gime, su cabeza echada hacia atrás, su boca abierta—. Yo


… —Se apaga y se corre de nuevo mientras me vacío dentro de ella.

—¡Señor! —Lina intenta recuperar el aliento y colapso a su lado.

Después de ducharnos, bajamos a desayunar.

Sorprendentemente, Venezia y Claudia ya están en la sala de


estar. Venezia está sentada obedientemente en el borde del sofá y Claudia está
jugando con su cabello.
—¿Qué estás haciendo ahí, pequeña alborotadora? —Lina se detiene junto
a la pareja, observando el trabajo de Claudia.

—Estoy probando un estilo que vi en Internet. Sin embargo, no soy muy


buena. No sé cómo lo haces siempre, mamá. —Claudia frunce el ceño, sus
manos se mueven en el cabello de Venezia, doblando y retorciendo.

—Muéstrame lo quieres hacer.

Claudia saca su teléfono y se lo da a Lina.

—Hmm, creo que deberías haberlo separado de esta manera. —Ella se


mueve y toma un peine, ayudándolas.

Ambas están enfocadas en lo que están haciendo. Venezia soporta


pacientemente sus atenciones mientras intentan y fracasan y luego vuelven a
intentarlo.

—Me alegra ver que ustedes dos se llevan bien —afirmo, tomando asiento
frente a ella.

—Es… agradable. —Venezia admite a regañadientes, mordiéndose el


labio. Probablemente se haya sorprendido a sí misma con esta admisión.

Pero incluso yo tengo que reconocer que ha cambiado lentamente. Desde


que Catalina vino a vivir con nosotros, ha salido un poco de su caparazón.

Ya no es tan malcriada y grosera.

—La Sra. Evans elogió tu progreso —añado y el cambio en su expresión


es inmediato. Al principio hay conmoción y hay luego placer.
—¿Ella lo hizo?

—Dijo que te estás tomando tus lecciones en serio y que te pondrás al día
en poco tiempo si continúas así.

—Eso es amable de su parte, supongo. —Baja la cabeza, pero Claudia tira


de un mechón de su cabello, haciéndola gritar un poco de dolor.

—Perdón —se disculpa Claudia.

Espero que Venezia explote. Al menos eso es lo que haría la vieja


Venezia. En cambio, ella solo da un rápido asentimiento.

—Quiero que sepas que mientras te esfuerces y obtengas tu GED, eres


libre de ir a cualquier universidad que desees.

—¿Lo dices en serio? —Parece sorprendida y me hace sentir mal porque


no he podido comunicar adecuadamente mis expectativas.

—Por supuesto. Puedes convertirte en lo que quieras —añado, y Catalina


me da un gesto de aprobación.

—Gracias ... wow. Eso significa mucho.

—¡Yo también! —interviene Claudia.

Le levanto las cejas.

—¿Y en qué quieres convertirte?

—En abogada. —Ella sonríe—. Como tú.

Mi corazón late dolorosamente en mi pecho.


—¿Como yo? —repito maravillado.

—Sí. Mamá me dijo que encerrabas a los malos. ¡Yo también quiero hacer
eso! —Ella está completamente entusiasmada cuando dice esto. Mi mirada se
dirige a Catalina y parece avergonzada.

—Espero que no te importe haberle hablado de tu trabajo —dice, dos


puntos rosados marcan sus mejillas.

De repente me siento tan humilde por esto.

—Para nada. —Me apresuro a agregar—. ¿Qué tipos malos encerrarías,


Claudia?

Sus cejas se mueven hacia arriba y frunce los labios, sumida en sus
pensamientos. Ella es tan linda.

—Esas malas monjas como la Madre Superiora o la Hermana Celeste.


Siempre fueron malas conmigo, mamá y tía Sisi. Una vez ...

—No creo que Marcello quiera escuchar eso, cariño —Catalina la


interrumpe.

—No, déjala hablar.

Quiero saber. Demonios, necesito saberlo.

Claudia se encoge de hombros.

—Estaban insultando a mamá, y siempre le estaban dando más tareas que


a las otras hermanas. Una vez se enfermó y ni siquiera le permitieron ver a un
médico.
—¡Claudia! —Catalina jadea.

—¿Es eso cierto? —Me vuelvo hacia ella para preguntarle.

—¡Lo es! Entiendo más de lo que piensas. —Claudia mira a su madre con
ojos tristes.

Y duele.

Me duele saber lo mal que las han tratado y que no hubiera nadie que las
defendiera.

—No tienes que preocuparte de que vuelvan a maltratar a tu madre,


Claudia. Te lo prometo. Se los aseguro a las dos.

Me mira con ojos esperanzados y extiende su mano, su dedo meñique en


el aire.

—¿Promesa de meñique?

Miro el dedo levantado y luego vuelvo a mirarla. Ella está sonriendo, y no


puedo atreverme a rechazarla.

Aguanto la respiración y lentamente envuelvo mi dedo meñique alrededor


del suyo.

—¡Sii! —Salta, quitando su mano de la mía.

Mi dedo todavía está en el aire. El contacto había sido tan breve ... pero lo
hice.

Miro hacia arriba y Catalina me mira con tanta ternura ... Casi quiero
pensar que es amor.
—Entonces quiero ser policía —Venezia interviene de repente y cruza las
manos frente a ella, casi desanimada que no la hayamos incluido en la
conversación. —Atrapan a los malos —dice con aire de suficiencia.

—Pero... —Claudia frunce el ceño—. No eres un hombre.

—¿Por qué iba a ser un hombre? —Venezia se vuelve de repente.

—Bueno ... es policía, ¿no? Así que es un trabajo para un hombre.

—Las mujeres también pueden ser policías. Piensa en mujeres policías si


quieres —explico—. Te lo dije, puedes ser lo que quieras. Tu género no
debería detenerte. Simplemente reemplaza al hombre en la profesión por una
mujer y puedes hacerlo.

Tanto Claudia como Venezia parecen pensativas, pero están de acuerdo


con mi observación.

Mientras tanto, entra Amelia y nos informa que el desayuno está listo.

Las chicas corren hacia el comedor, mientras yo me quedo atrás y le


ofrezco mi brazo a Lina.

—Estuviste genial, ¿sabes? —Se pone de puntillas para darme un beso.

—Quise decir todo lo que dije.

—Lo sé. Eres el mejor. —Sus ojos brillan con calidez, y tomo su boca
para un beso rápido.

—¡Condenación! —Una voz maldice.

Miro para ver a Assisi en lo alto de las escaleras protegiéndose los ojos.
—¿Sisi?

Mi hermana baja las escaleras casualmente, ignorando la pregunta de


Lina.

—¡Sisi, espera! —dice mientras Assisi gira a la izquierda hacia el


comedor.

—¿Qué? —exhala un suspiro.

—¿Qué es eso?

La mano de Lina va al cuello de Assisi y mueve su cabello a un lado para


revelar una mancha roja.

—¿Estás enferma? —pregunta, preocupada por su amiga.

—¿Qué? No ... algo debe haberme mordido. —tartamudea, sus ojos miran
a cualquier parte menos a Lina. —Tengo hambre, te veré en el comedor.

—Qué extraño… —comenta Lina una vez que está de vuelta a mi lado.

—Estoy de acuerdo. —Arrugo la frente. Había notado por un tiempo que


el comportamiento de Assisi había cambiado. No pretendo conocerla lo
suficiente como para comentar sobre su personalidad, pero es completamente
diferente de lo que había sido al principio.

Y también está el asunto de que ella sea extremadamente reservada,


incluso con Lina. Ella se ha acostumbrado a no salir de su habitación y eso
me preocupa.
—Guerra quiere que Assisi conozca a su hijo —le digo, haciendo una
mueca al pensarlo. Explico nuestra conversación y que traté de negarme.

—¿Dónde nos deja eso? —pregunta, mordisqueando su labio inferior.

—Acepté una reunión casual, nada más. No podía negarme y arriesgarme


a una confrontación. O debería decir otra confrontación. Pero no te
preocupes. Le dije que sería la decisión de Assisi al final. No va a pasar nada.
..

—Eso espero —susurra, pero claramente no está convencida.

—Piensa en ello como mantener a nuestros enemigos cerca —añado.

Porque ciertas cosas simplemente no cuadran. Y quiero descubrir


exactamente quién está aterrorizando a mi familia.

—No pensé que estaría sentado en una habitación con ustedes dos de
nuevo. —Adrian se cruza de brazos mientras nos mira a Vlad y a mí.

Nos trasladamos al estudio para discutir temas de naturaleza más


confidencial. Catalina, Claudia y Venezia todavía están en la sala,
charlando. Assisi había sido bastante abrupta en su partida, pero dado su
comportamiento últimamente, no fue del todo sorprendente.

—Yo tampoco lo pensé —respondo secamente.


Honestamente, no pensé que Adrian alguna vez me perdonaría lo que
había hecho. Después de visitarlo en el hospital, se había pasado por aquí para
decirme que ha tenido algo de tiempo para pensar las cosas, y aunque no sabe
si puede perdonarme, está dispuesto a intentarlo. Habían sido tan buenas
noticias, considerando que es mi amigo más querido.

—Vamos, chicos, no sean tan pesimistas. —Vlad hace un sonido de tsk,


se levanta de su silla y se pasea, sus ojos examinando las pilas de libros en la
biblioteca.

—¿Por qué no vamos al punto?

—El punto. —Vlad se da vuelta, levantando una ceja. Adrian gime en voz
alta.

Es bien sabido que no se llevan bien. Adrian siente una fuerte aversión por
Vlad debido a su estrecha relación con su esposa, Bianca.

Para todos nuestros viejos conocidos, ni siquiera yo sabía de la asociación


de Vlad y Bianca. Se conocen desde hace unos diez años siendo compañeros
de asesinatos. Vlad es algo así como una bala suelta con sus problemas de ira,
por lo que Bianca terminó siendo la compañera perfecta para él con su
temperamento frío. Sin mencionar que ella literalmente lo protegió en las
misiones. Vlad prefiere el asesinato imprudente a corta distancia, mientras
que Bianca es adicta a sus pistolas y rifles.

—Dijiste que tenías noticias —disparo a Vlad. Me pregunto si tiene


TDAH o algo así porque nunca se queda quieto.
—¿Noticias? Oh, de hecho. —Saca un paquete de chicle de su bolsillo y
se mete uno en la boca—. Hablé con Quinn. —Toma asiento de nuevo,
reclinándose y apoyando los pies en mi escritorio.

Le levanto una ceja, pero me ignora.

—¿Cómo te pusiste en contacto con él? —pregunta Adrian.

—De la manera normal. —Hace una mueca, como si contemplar que


recurriría a la violencia fuera una idea tan descabellada—. Me dejé caer por
su gimnasio. —¿Por qué tengo la idea que hay más en esto de lo que está
dejando ver?—. Como estaba diciendo, él no estaba detrás de los ataques.
Dice que tampoco cree que fuera su padre. Han estado un poco desordenados
desde la muerte de Jiménez.

—Desordenados, ¿cómo?

—Perdieron su respaldo y un montón de recursos. Es posible que incluso


necesiten salir de Nueva York. Regresar a Boston y todo eso. Fue muy
comunicativo, lo cual me pareció inusual. —Hace una pausa para masticar—.
Después que circulara la noticia de la muerte de Jiménez, todos los diferentes
cárteles que le respondieron decidieron salir adelante por su cuenta. Ortega
sigue siendo un jugador importante, y creo que también está tratando de poner
al otro de su lado. Sea cual sea el imperio que Jiménez tuvo, ya está roto.

—Eso también tiene sentido con los datos que tengo —agrega Adrian—.
He hablado con algunas personas, pensé que debería aprovechar esto mientras
todavía estoy vivo —bromea, refiriéndose a su plan para fingir su
muerte. Como hijo de Jiménez y heredero designado, sería el primer objetivo
si alguien quisiera recrear el alcance de Jiménez—. Se han reportado muchos
delitos menores en el último mes. Si lo comparas con meses y años anteriores,
definitivamente es un valor atípico.

—¿Entonces crees que debido a que de repente se encontraron sin


liderazgo, simplemente se volvieron locos?

—Tendría sentido. El problema no es la tasa de criminalidad. Es el hecho


que estas personas están listas para desplumar. Cualquiera podría venir y
darles un propósito. Y eso los haría peligrosos —Vlad comenta, sus ojos
repentinamente enfocados.

—Bueno, pase lo que pase, estoy fuera de este tema en particular. —


Adrian levanta las palmas de las manos imitando un gesto de rendición.

—Es algo que estoy monitoreando. —Vlad le lanza una mirada—.


Después de todo, es mi trabajo asegurarme que el mercado permanezca en
equilibrio. —Me guiña un ojo—. Pero no creo que vaya a suceder ahora, lo
que le da prioridad a nuestro problema de envío. Eso y el hecho que
quienquiera que lo hizo intentó culpar a los irlandeses. —Se mete un poco
más de chicle en la boca antes de continuar—. Aunque, hay una cosa que he
notado.

Tanto Adrian como yo lo miramos expectantes. No se puede negar que, a


pesar de toda su inestabilidad, Vlad es brillante, e incluso brillante podría ser
un eufemismo.

—De repente hay mucho más clamor dentro de las cinco familias. A pesar
de tu nueva participación, no creo que haya habido tanto tráfico en Nueva
York desde... —se muerde el interior de la mejilla, tratando de encontrar las
palabras—. Los años 90. Solo hay que mirar quién está presente. ¿Cuándo fue
la última vez que los Marchesi pisaron la ciudad? ¿Y los Guerra? No creo ni
por un segundo que el banquete fuera para amenazarte. Apuesto a que a
Benedict ni siquiera le importa que su sobrino derrochador haya muerto. —
Respira hondo y puedo ver que se está emocionando. Por supuesto, Vlad
siempre se emociona cuando se trata de caos y violencia, y esta parece ser la
receta perfecta para él—. Y por último, tenemos a DeVille. Han sido los más
activos. Si yo fuera Benedict, me cuidaría las espaldas.

—Te olvidaste de Enzo.

Descarta mis palabras con las manos.

—Y olvidas que tengo oídos en su oficina. —Se ríe—. Está luchando,


aunque no tiene nada que ver con los negocios. Hay algunas cosas que
encontré que son... excitantes. Nunca hubiera adivinado eso de él. —Sonríe
tímidamente, y tanto Adrian como yo estamos esperando que nos revele lo
que sabe.

—No vas a contarlo. —Adrian niega con la cabeza, ya resignado.

—No tendré que hacerlo. Tarde o temprano saldrá a la luz. —Vlad se


encoge de hombros.

—De todos modos —comienzo, alejándome de ese tema en particular—.


Por lo que estás describiendo, tengo la sensación que sospechas de una de las
cinco familias.

—Bingo. —Su mano se dispara y me señala con una sonrisa falsa—.


Aunque —su sonrisa cae inmediatamente, reemplazada por un leve ceño
fruncido—, cometieron un error al involucrarme a mí también. Ahora me
siento obligado a intervenir —dice con toda seriedad.
—Como si no lo hubieras hecho de otra manera —respondo
secamente. Siempre está involucrado en los asuntos de otras personas.

—Puede que tengas razón en eso, pero no con tanta pasión. Ya estoy
perdiendo el sueño por esto.

—Creo que estás perdiendo el sueño por otras razones. —Adrian se ríe.

—Hastings, ¿acabas de hacer una broma? —Vlad se vuelve hacia él,


escandalizado. —. Aún puedes ser gracioso. —Vlad se inclina hacia él para
susurrar, no demasiado bajo—. P.S, sin embargo, no fue tan gracioso.

—De todos modos —me aclaro la garganta de nuevo, sintiendo el


conflicto inminente—, si es una de las familias, eso cambia las cosas.
Intentaré estar más alerta —digo, ya repasando todo lo que pasó en el
banquete y catalogando a todos los que asistieron.

—Bien, porque tienes un problema mayor en tu plato. Hice que alguien


hiciera un análisis del trabajo de esta Quimera. —Arroja un archivo sobre el
escritorio.

—Ya veo. —Frunzo el ceño mientras reviso los informes. Todos y cada
uno de los incidentes de Quimera habían sucedido al mismo tiempo que yo
había estado la zona. Es asombroso—. Es personal —digo en voz alta lo que
he estado pensando durante un tiempo—. Y Catalina está siendo atacada
porque quienquiera que sea sabe lo que significa para mí.

Vlad asiente, su mirada intensa.

—Tiene que ser alguien de tu alrededor. ¿Quién más sabría el modus


operandi de Quimera? Otra pregunta es ¿por qué ahora?
—Mira, los que conocemos comenzaron hace dos años. Creo que están
tratando de jugar conmigo.

—Juegos mentales. Podría ser.

—La única otra persona que estaría tan íntimamente consciente de


Quimera está muerta —añado, sabiendo que ambos captarán el significado.

—Y los muertos no andan por ahí matando a otras personas —responde


Adrian secamente—. Pregunté por ahí, y el FBI está considerando los casos
como una prioridad absoluta. Han traído a algunos psicólogos forenses
famosos y analistas criminales, y tenían algunas cosas que decir.

—Sigue. —Asiento con la cabeza a Adrian, curioso por cualquier idea.

—Se prestaba más atención a las mujeres. Y siempre iban acompañadas


de algún tipo de símbolo religioso. Hubo un caso en el que la mujer tenía una
cruz tallada en su palma, otro donde la cruz estaba físicamente presente junto
al cadáver. Las opiniones están divididas en realidad. Un analista dijo que
podría ser una misoginia internalizada, hablando de cómo la mujer es inferior
al hombre en diferentes interpretaciones religiosas. Luego, otro sugirió lo
contrario, que el asesino está brindando atención especial a las mujeres, y que
podría ser un caso de recrear un cierto tipo de muerte por todas partes. Por el
contrario, los hombres siempre son sometidos a los peores tratamientos, y sus
cadáveres son los que son profanados.

—Eso es… —Frunzo el ceño, pensando en la monja. Me vuelvo hacia


Vlad y veo que está pensando lo mismo.
—Teóricamente hablando, la monja no fue profanada. Fue casi como una
ofrenda, con la forma en que se exhibieron los órganos. Los símbolos
religiosos son ciertamente más frecuentes en este caso.

—Tienes razón. Y la posición de los dientes dentro de su cavidad... su


útero —agrego pensativamente.

—Creo que es un hombre —Vlad dice de repente, poniéndose de pie—. Si


mi teoría anterior es correcta, entonces la monja se ofreció, exactamente como
una ofrenda. ¿Por qué una mujer haría eso por otra mujer? Ahora estoy seguro
que podría ser un caso de amor sáfico, pero ¿cuáles son las probabilidades en
realidad? Mi apuesta es por un hombre —un hombre muy encantador. Y
tienes razón sobre la colocación de los dientes. Tenemos que pensar en esto
como lo haría el asesino —cada detalle es intencional. Los dientes podrían ser
interpretados como un símbolo de fertilidad, él está poniendo su semilla en su
cuerpo.

—¿La monja también fue agredida sexualmente? —No recuerdo haber


leído eso en el informe forense.

—No, no lo fue. Pero tampoco ninguna de las otras víctimas.

—Bien, pureza no blasfemia —digo, volviendo a los conceptos básicos


que la religión y la Quimera tienen en común.

—Sí, las mujeres son tratadas casi con reverencia y los hombres al
contrario.

—Creo que nos estamos yendo al fondo. —Adrian levanta una mano—.
Estás investigando esto demasiado. ¿De verdad crees que todo es un símbolo?
—Esa es la cuestión. El modus operandi del Quimera original era apelar a
los instintos más básicos. Usaba intencionalmente cualquier referencia
personal para provocar una reacción fuerte —menciona Vlad, dándome una
mirada de reojo.

—Entonces, ¿Por qué no tratamos de ver las pistas a través de la lente de


Marcel? Si él es el objetivo, entonces los símbolos están directamente
conectados a él.

—¿Una mujer con fuertes conexiones religiosas? —Doy una risa seca—.
Creo que conozco algunas de ellas.

—Cierto —dice Vlad de repente, frunciendo los labios—. Bueno, vamos a


tomarlas una por una.
QUINCE AÑOS,

Con un último corte, tiro el cuchillo al suelo y agarro un paño para limpiar
la sangre. Me dirijo al baño y me miro en el espejo.

Maldita sea, la sangre realmente llegó a todas partes esta vez. Incluso mi
cabello rubio ahora está salpicado de rojo. Abro el grifo y me salpico un poco
de agua en la cara.

Cuando regreso a la habitación, mi padre ya está allí inspeccionando mi


trabajo.

Hay cuatro cuerpos sin vida en el suelo. Esta había sido una de mis
sesiones de tortura más intensas, ya que no parecían temer a un adolescente
como a un adulto.

Me dispuse a demostrarles que estaban equivocados.

Me había llevado dos horas romper al primer hombre. Los demás lo


habían seguido rápidamente, lo que probaba mi teoría de que serían más
maleables si vieran lo que les sucedió a sus amigos.
Mi padre se agacha e inspecciona los golpes mortales con el ceño
fruncido.

—¿Estás seguro de que tienes todo? —Se mueve hacia el siguiente


cadáver y hace lo mismo.

—Sí señor —respondo, dirigiéndome a él con el respeto que espera.

—Eso fue rápido. —Se pone de pie, pensativo—. Tengo que decir, chico,
—hace una pausa y me estremezco mentalmente por su uso de chico—, estoy
impresionado. —No lo parece.

De hecho, su expresión muestra cuánto le costó admitirlo. Después de


todo, siempre soy la decepción.

No respondo. Incluso sus elogios ya no pueden afectarme. En todo caso,


me encuentro cada vez más frío.

—Creo que finalmente es hora de dar el siguiente paso. —Mi padre me


mira con los ojos entrecerrados, casi reacio a lo que está por venir.

Yo simplemente asiento con la cabeza.

En los últimos años, he aprendido que cuanto menos hablo, menos revelo
al mundo. De esta manera, nadie encontrará fallas o debilidades en mí.

Simplemente soy.

Mi existencia es para servir a la familia y hacer el trabajo sucio de mi


padre. He aceptado el hecho de que no puedo ser nada más.

Soy, pero no estoy.


Incluso la noción de dolor ya no puede detenerme. El dolor físico es solo
eso, físico y, como tal, efímero. Puedo cerrar los ojos y disociarme.

El dolor emocional... eso no desaparece. Entonces hago lo único que


puedo. Dejo de sentir.

—Haré que alguien limpie esto. —Señala los cadáveres antes de


agregar—. Vamos a ver cómo te va en la posición que tengo en mente. —Se
vuelve a la salida.

Le doy un firme asentimiento, siguiéndolo.

—Hay una razón por la que la gente no se mete con nosotros —continúa
mi padre mientras me conduce hacia un área del sótano en la que no he estado
hasta ahora—. No es que no quieran, sino que no se atreven. —sonríe, el
orgullo se refleja en su mirada.

Abre la puerta y dentro veo a un hombre atado a una silla.

La habitación es mucho más pequeña que las demás, pero nunca antes
había visto tantos instrumentos de tortura en un solo lugar.

—Hay una tradición en nuestra familia. Los hijos menores están


entrenados para servir a su capo, que es lo que he estado haciendo contigo
hasta ahora. Cada prueba que te he dado ha sido para esto. —Me hace un
gesto hacia el centro de la habitación—. Has probado que estás más allá de
mis expectativas —reflexiona mi padre, y es la primera vez que no me mira
con el ceño fruncido—, pero ahora debes pasar tu mayor prueba hasta ahora.

—Sí señor —confirmo. ¿Qué puede ser peor que lo que he pasado hasta
ahora? Casi quiero reírme de ese pensamiento.
Sí, padre ha hecho algo bien, y eso es borrar la poca humanidad que me
quedaba.

—Verás —comienza mientras examina los instrumentos de tortura—,


siempre hay un estudiante eminente que puede hacer esto. —
Inesperadamente, mi padre está emocionado por algo—. Cuando alguien hace
daño a la familia, tenemos que devolver la retribución. Pero nuestro tipo de
retribución es un poco diferente. —Toma un cuchillo largo y prueba su filo
pasándolo por el dedo índice—. Golpeamos donde más duele y les dejamos
saber por qué y quién lo hizo.

Mi padre se acerca al prisionero y con la punta del cuchillo le quita la


mordaza.

—Romero Santos. ¿Quieres contarle a mi hijo sobre tu crimen? Tienes la


oportunidad de confesar tus pecados. —Los labios de padre se dibujan en una
sonrisa sardónica.

Muevo mi mirada hacia el prisionero y lo miro mientras respira


profundamente, el sudor le cae por la cara.

—No lo sabía, lo juro. Pensé que tenía dieciocho años. —Su voz es
suplicante y sus ojos saltan entre mi padre y yo antes de fijarse en mí. En tono
suplicante, se dirige a mí.

—¡Por favor, por favor! Tengo una familia.

—¡Exactamente! —Mi padre interviene, golpeando al hombre detrás de la


cabeza—. Y tu familia sabrá lo que has hecho. Esto debería mostrarle a la
gente lo que sucede cuando te metes con alguien de nuestra famiglia.
—¿Qué pasó? —intervengo finalmente, dirigiendo la pregunta a mi padre.

—Nada, lo juro. ¡Ella lo quería! —Ojos saltones, hombros caídos, el


hombre está haciendo todo lo posible por profesar su inocencia.

Molesto por el arrebato, mi padre coloca el cuchillo, el filo hacia adentro,


en la boca de Romero.

—Ahora está callado. —Sacude la cabeza, exasperado—. Este hombre,


que por cierto tiene veintiocho años, sedujo y embarazó a la hija de uno de
nuestros hombres.

Inclino la cabeza, asimilando la información.

¿Entonces?

No expreso esa pregunta, pero padre continúa.

—Ella tiene doce.

Mi expresión cambia de inmediato, mis ojos se ponen en blanco.

—¿Violación? —Me vuelvo hacia padre.

—¿Importa? —pregunta, encogiéndose de hombros. Por supuesto que a


padre no le importaría. Para él, la violación no es un delito tan grave en
primer lugar. No es como si no escuchara a su nueva esposa gritar todo el
tiempo en la casa.

No, se trata de orgullo. Romero se atrevió a tocar a una hija de la famiglia


y debe pagar por ello. Es curioso, pero si padre hubiera hecho lo mismo, y sé
que lo ha hecho antes, habría pasado desapercibido.
Instruyo mis rasgos una vez más, centrándome en cambio en el violador
frente a mí.

Doce. Ella tiene doce años. Eso es incluso más joven de lo que yo era
cuando... detuve ese hilo de pensamientos. Siempre me enferma pensar en ese
encuentro, o en cualquiera de los posteriores.

—¿Qué quieres que haga? —pregunto.

—Transmite el mensaje. Personalízalo. Haz que sea un castigo y una


advertencia al mismo tiempo.

Asiento con firmeza.

Padre me mira por un segundo antes de volverse para irse.

—Tienes dos horas.

Ahora veo. Esto también es una prueba.

Una vez que me quedo con Romero, parlotea, rogándome que lo salve. Ni
siquiera escucho sus gritos de ayuda mientras examino las herramientas a mi
disposición.

Violación.

Es un violador.

Una pequeña sonrisa se dibuja en la esquina de mis ojos, esperando esto


por primera vez.

Pongo a un lado algunos instrumentos. Dándome la vuelta, le saco el


cuchillo de la boca. Miro su forma, mi mente tiene ideas novedosas.
Personalízalo.

Podría tener justo la cosa.

Le vuelvo a poner la mordaza en la boca, sin querer oír sus gritos.

Agarro el mango del cuchillo con una facilidad entrenada, llevándolo en


ángulo. Sosteniendo la punta de su nariz, corto la piel y el cartílago. Ignoro el
temblor de su cuerpo cuando veo a través del material, cortando de la manera
más eficiente posible.

La única piel restante está adherida a los huesos nasales. Lo necesitaré un


tiempo después.

Por un segundo, lo miro fijamente, la sangre fluye por su cara, su nariz es


un orificio abierto de par en par rodeado de rojo. Si Vlad estuviera aquí,
habría estado encantado de inspeccionar el interior de su sistema
olfativo. Momentáneamente me asalta un pensamiento: ¿qué tan bien puede
oler ahora?

Todo el tiempo que he pasado con Vlad me ha echado a perder. Ahora


pienso como él.

Tiro el trozo de carne y le quito la mordaza. Romero solloza de inmediato,


con los ojos pegados a su nariz en el suelo.

—¿De verdad no lo sabías? —le pregunto inexpresivo.

—No... no, lo juro. —Sacude la cabeza, las lágrimas caen por su


cara. Tonto, probablemente arderá cuando toquen la herida. No es mi
problema.
—¿En serio? —pregunto, continuando con mi inspección de su cuerpo.

Padre quiere algo creativo. Mi mente vuelve a las agujas y al hilo que
había visto entre las otras herramientas.

Mis ojos se arrugan con una alegría oculta. Tengo justo la cosa. El
cuchillo desciende hacia su entrepierna. Romero se vuelve visiblemente más
aterrorizado.

—Lo sabía, ¿de acuerdo? Lo sabía. Ella me lo dijo —espeta.

—Hmm. ¿Es así? —Levanto los ojos para que pueda ver que nada puede
influir en mí.

Soy lo que soy. Y por eso, no tiene ninguna posibilidad.

—Sí... la convencí... Por favor déjame ir. Me casaré con ella, ¿de acuerdo?

—Pero Romero —comienzo, mi voz es el epítome de la falsedad—, ella


tiene doce años —digo con voz aguda, como para enfatizar mi postura.

Palidece al darse cuenta que no hay salida.

Llevo el cuchillo a su entrepierna y corto el material hasta llegar a su polla


húmeda y flácida. Se ha meado encima.

Miro a Romero, levantando mis cejas en pregunta. Todavía está


temblando. Esperando dos minutos más para asegurarme que no se meará
encima de mi, coloco el cuchillo en la raíz de su polla y clavo. Es un corte
limpio, sus gritos son música para mis oídos. Un simple golpe y su polla cae,
separada de su pubis. Con dos dedos, la tomo y la tiro al suelo.
Ahora por sus bolas...

Todo su pubis es un desastre, la sangre se acumula rápidamente y se


mezcla con la orina de su uretra cortada. Supero mi disgusto muy pronto,
mientras le corto las bolas, asegurándome de separarlas también a través de
una incisión en el medio.

Y para que pueda experimentar más dolor, lo hago antes de cortarlos de su


cuerpo.

Grita y se lamenta hasta que le duele la garganta.

No mentiré, esa fue mi intención desde el principio. Sé que padre me está


vigilando de cerca.

Con todos los genitales separados de su cuerpo, de repente tengo miedo


que se desangre.

No, eso no sería suficiente.

Doy un paso atrás y pienso en mis opciones. Sopesando todo, asiento para
mí mismo y me dirijo de nuevo a los instrumentos. Cojo el kit de costura y
vuelvo al lado de Romero.

Le quito la mordaza y se la meto entre las piernas, para que no se me


muera antes de tiempo. Luego empiezo a coserle la polla a la nariz con
esmero. Los rebordes de lo que queda de su nariz están resbaladizos, así que
utilizo un cuchillo más pequeño para despegar un poco de piel del
hueso. Luego sostengo el órgano y enhebro la aguja a través de la piel. No es
exactamente fácil pasar mis puntos con toda la sangre aún goteando de su
polla, pero me las arreglo.
Romero deja de moverse.

Frunciendo el ceño, miro el pulso y sigue vivo. Debe haberse desmayado


por el dolor.

Me encojo de hombros y continúo enfocándome en mi tarea. Cuando el


último punto está hecho, retrocedo para examinar mi trabajo.

Sin embargo, aunque tener una polla por nariz definitivamente señalará
sus crímenes, todavía no se siente lo suficiente. Mi mirada se mueve más allá
de las bolas abandonadas y tengo una idea.

Como ya están separadas, es más fácil trabajar con ellas y coloco cada
bola en una oreja. Cuelgan bajo, como pendientes, su peso tirando de la oreja.

Romero se ve exactamente como actuaba: con su polla en lugar de su


cerebro. Su polla está hundida en su cara y sobre sus labios, casi como una
trompa de elefante. Otro pensamiento brillante cruza por mi mente y usando
mis dedos abro su boca y meto la cabeza de su polla dentro.

Bonito. Me siento satisfecho con este trabajo.

Pero aún. Hay un problema más.

No esta muerto.

Con cuidado de conservar mi obra maestra, uso un hacha gruesa para una
rápida decapitación. Dejando atrás el cuerpo sin cabeza, tomo la cabeza recién
adornada y la coloco en una bandeja.

Y así es como padre me encuentra.


Siguiendo su murmullo de aprobación, diría que pasé esta prueba.

Romero... no tanto, como pronto se enterará su familia.

DIECISIETE AÑOS,

—¿En serio? —Me apoyo contra la puerta de madera, arqueando una ceja
ante la carnicería ante mí—. ¿Realmente no pudiste controlarte? —Niego con
la cabeza, no muy satisfecho con el trabajo que tengo que hacer.

—Me rompí. —Vlad jadea, escupiendo un poco de sangre. Se limpia la


boca con el dorso de la mano, frunciendo el ceño. Siente su cara durante unos
segundos—. Oh, no es mía. —Respira, aliviado.

—¿Quieres decirme cómo terminó en tu boca sangre que no es tuya? —


pregunto con sarcasmo.

Me sonríe, mostrando dientes blancos manchados de rojo.

—Podría haberme metido demasiado en eso. —Bromea, aunque estoy


seguro que no puede recordar lo que pasó.

Desde que empezamos a trabajar juntos, me he dado cuenta de eso en


Vlad. Se convierte en una máquina de matar, pero al mismo tiempo pierde la
cabeza. No es exactamente ... confiable. Que es donde entro yo.

Doy un paso hacia adelante, mi labio se encrespa con disgusto.


Extremidades cortadas, órganos destrozados, torsos destripados.

—Sabes que tengo que limpiar después de ti, ¿no?

—¿No es ese el punto de todo esto? —Vlad mueve su dedo entre nosotros
dos—. ¿Yo destruyo y tú reparas? Es tu arte.

—Sería más fácil si no ... te volvieras loco con los objetivos. —Examino
los restos, tratando de idear un plan para volver a unirlos.

Después de todo, se suponía que debíamos enviar un mensaje a través de


la escena del crimen. El único mensaje que recibirías de esto es que un animal
salvaje se había escapado del zoológico y había hecho una visita a estas
personas.

—A veces me pregunto si eres un híbrido animal humano —reflexiono en


voz alta. Vlad se ríe de mi comentario.

—Estás celoso. —Me saca la lengua. A veces olvido que es un


adolescente.

—¿Celoso de qué? ¿De tener intestinos atascados entre mis dientes? Creo
que voy a pasar.

—Fue una vez, ¿de acuerdo? Tengo suficientes pesadillas sobre eso, no
me lo recuerdes. —Levanta una mano y se masajea la frente con la
otra. Reina del drama.

—Oh —Hago una pausa, una sonrisa tirando de mis labios—, ¿No darme
cuenta que tengo una costilla en el pelo y salir así?
—Eso también fue una vez. —Vlad suspira—. Y era una costilla flotante.
Esas cosas pueden ser diminutas.

—Claro. De ahora en adelante, haz que tus víctimas se hagan un análisis


de sangre. Ya sabes, en caso de que termines tragándote otras partes.

—Lo hago, de hecho —dice con indiferencia, concentrado en el espejo


que tiene en la mano y tratando de limpiarse los dientes.

—Seguro —repito irónicamente.

—Lo digo en serio. Nunca acepto una asignación si tienen alguna


enfermedad de la sangre.— Asoma la cabeza por detrás del espejo—. No soy
así de imprudente.

—¿Vas en serio?

—Uhm —asiente y comienza a silbar, ignorándome.

Dejo escapar un suspiro y levanto las mangas. Bueno, es hora de empezar.

Hay tres hombres en total. Parte de la red de distribución, habían sido


atrapados llenándose los bolsillos con dinero que no era de ellos.

Codicia

Ese es su pecado y por lo que serán recordados.

Miro a mi alrededor, ya imaginando el producto terminado.

—¿Cuánto tiempo te llevará? —Vlad interrumpe mis pensamientos. Giro


un poco la cabeza y él se está acomodando en un rincón.
—Adelante, duerme —digo con ligereza, sabiendo que eso es exactamente
lo que quiere hacer.

—Lo tengo. Despiértame cuando termines.

Gruño, volviendo a mi tarea. Tomo mi mochila y saco mi equipo. Vlad no


facilitó mi trabajo.

Un hombre está cortado por la mitad, sus órganos se derraman. Otro tiene
sus extremidades cortadas, mientras que el tercero está relativamente entero,
aparte de la cabeza que está a unos metros del cuerpo.

Decido usar el tercero como lienzo principal. Sacando las grapas médicas
de mi bolso, las dejo en el suelo junto a mi kit de costura. Luego ensamblo las
piezas.

Tomo el torso vacío del primer hombre y lo coloco junto al cuerpo


decapitado y al que le faltan las extremidades. Ya tengo suficiente experiencia
para saber qué va a atraer a los sentidos, qué va a aterrorizar y horrorizar.

Antes que nada, saco todos los órganos y los dejo a un lado para uso
futuro. Luego, me aseguro que las extremidades estén completamente
cortadas.

Finalmente, saco una sierra de mano y martillo en las costillas, quitando el


lado derecho del primer torso, toda la caja torácica del segundo y el lado
izquierdo del tercero. Me aseguro que la columna esté todavía en su lugar
para cada cuerpo. Luego, tomando la piel ondeante del primer torso, lo
engrapo al segundo, y luego al tercero, asegurando una continuación
frankensteiniana.
Aún sueltos, los tres torsos ahora están unidos, emulando a los trillizos
siameses.

El medio está vacío, ya que quité toda la caja torácica de ese cuerpo en
particular. Para que la transición sea perfecta, utilizo las costillas desechadas
para construir una réplica más grande de una caja torácica. Cojo un martillo y
unos clavos y conecto el lado derecho al izquierdo con las costillas sobrantes.

Me toma una buena media hora encajar las piezas. Pero al final, los torsos
parecen compartir una cavidad torácica.

Usando un poco de cinta, aseguro las espinas en la parte posterior, antes


de pasar a los cuellos. Corto y deshecho cualquier piel innecesaria para crear
un diámetro más grande de los tres cuellos. Luego los pego con cinta
adhesiva, asegurándome que se sujeten para la pieza final.

Volviendo mi atención a la cavidad torácica, recupero los órganos y los


meto dentro del espacio vacío. Pongo los corazones, pulmones, hígados,
vejigas, riñones y estómagos hacia atrás, utilizándolos para el volumen más
que nada. Luego dirijo mi atención a los intestinos y los engrapo todos juntos,
convirtiéndolos en una larga manguera orgánica.

Comenzando desde abajo, esparzo los intestinos de manera laberíntica,


intercalando con los otros órganos. Cuando llego al final, los dejo caer por un
momento.

—¿Has terminado? —Vlad pregunta con tono aburrido.

—Todavía no. Podrías ayudarme si estás despierto.

—Ugh, está bien —parlotea algo, pero viene a mi lado.


Examina mi obra, reconociéndola de mala gana.

—Ahora, ¿qué?

—Las cabezas. Necesito romper los cráneos.

—¿Qué es lo que quieres hacer? —Me mira con los ojos entrecerrados,
antes de darse cuenta—. ¡De ninguna manera! ¿Hablas en serio?

—Sí. Debería ser factible.

—No puedes controlar cómo se van a romper —añade.

—Simplemente los juntaré. Necesito los cráneos rotos, no importa cómo.

—Bien. —Sacude la cabeza antes de proceder a aplastar violentamente los


cráneos contra el suelo.

Sí, no esperaba tantos pedazos. Eso es mucha reconstrucción.

—¡Lo hiciste a propósito! —lo acuso, especialmente después de ver su


boca levantada. Se encoge de hombros—. No sé cómo nadie te ha cambiado
el nombre hasta ahora, Berserker. —Le doy una mirada, sabiendo que odia el
apodo—. Tan salvaje, no me extraña que nadie quiera salir contigo. —Finjo
sacudir la cabeza con desesperación.

Vlad simplemente levanta una ceja, no afectado.

—Yo tampoco querría salir conmigo —dice, en broma.

—Bien, Casanova, o ayudas, o vuelves a dormir.


Hace pucheros, mirando entre las piezas rotas y los torsos. Sus ojos se
entrecierran antes de dar un profundo suspiro.

—Bien, te ayudaré.

Una sonrisa de satisfacción amenaza con aparecer en mi cara, pero doy


forma a mis rasgos. Hay una cosa de la que puedo estar seguro con Vlad: se
aburre increíblemente fácil. Necesita algo para desafiarlo constantemente, o
se convierte en un dolor en el culo.

—Ayúdame a pegar en pedazos que rompiste en forma de cáliz, pero sin


fondo.

—Hmm —Se lleva un dedo a la barbilla mientras procesa la


información—. ¿Quieres que sea como un embudo?

Mis ojos se abren con sorpresa ante su rápido pensamiento.

—En efecto —respondo.

Antes de ponernos manos a la obra, recojo los cerebros y los separo de los
fragmentos de hueso, dejándolos a un lado.

Entonces comienza el arduo trabajo. Pegamos los fragmentos hasta que el


cáliz en forma de embudo empieza a formarse. Nos lleva horas completarlo a
un grado satisfactorio.

—He terminado —Vlad se pasa una mano por la frente, apoyándose en los
codos—. Esto es aburrido.

Sí, no puedo decir que no esperaba eso.


—Te puedes ir. —Lo despido. La escultura ósea está casi terminada. Ya
no lo necesito. Sin embargo, no se mueve.

—Quiero ver la cosa terminada. —Niego con la cabeza hacia él, pero sigo
concentrándome en mi tarea.

Una vez que el cráneo sin fondo recién construido está listo, lo coloco en
el cuello agrandado. Todavía hay cabello y cuero cabelludo en el exterior, lo
que revela las transiciones perfectas en las que había trabajado tan duro, pero,
por desgracia, no tenía ningún escarabajo carnívoro a mano.

Cuando las piezas están conectadas, pongo el cerebro adentro, apiñándolo


hacia la parte estrecha del embudo para asegurarme que no colapse. Luego,
busco dentro de la cavidad torácica y con cierta dificultad conecto los
intestinos al cuello, luego lo grapo a la materia cerebral.

Hecho, pero...

Esta obra maestra requerirá una audiencia antes que esté completa.

—Necesitamos mover esto con cuidado. ¿Puedes manejar eso? ¿Y nos


vemos en el almacén en una hora?

Vlad suspira, exasperado, pero sé que a pesar de su inmadura exhibición,


es muy meticuloso en su trabajo. Tanto es así que sé que la exhibición
permanecerá intacta en el destino.

—Bieeeeen. ¿A dónde vas?

—Necesito la última pieza. Debe ser una exhibición interactiva —explico.

Codicia
Verán codicia.

Una hora después, ya estoy en el almacén, una bolsa llena de amigos


peludos, y no de la variedad doméstica.

Vlad está en el otro extremo, de pie junto a la exhibición, su expresión


claramente molesta.

—Llegas tarde —anota cuando me ve, levantando la mano para


mostrarme su reloj.

—Dos minutos —gimo.

—Dos minutos demasiado tarde. Hagamos esto. Tengo cosas que hacer —
dice de una manera cortante.

Sí, dudo que tenga algo que hacer. Al igual que yo, Vlad es un
solitario. Incluso más que yo, nadie se asociaría voluntariamente con él. Con
su naturaleza volátil, nunca se sabe cuándo estallará.

Le doy un vistazo antes de desvelar la parte superior de la obra de


arte. Metiendo la mano en el interior de mi espalda, agarro las ratas que había
traído, ratas de Nueva York, y las dejo caer sobre los cerebros. Cuando
empiezan a comerse la materia orgánica, le doy un gesto con la cabeza a Vlad
y le quitamos toda la sábana.

Personas de la Bratva y la Famiglia están dentro del almacén, junto con


trabajadores y otro personal esencial. Y todos están presentes para presenciar.

Codicia.
Ni siquiera requiere una presentación, ya que la gente se detiene a mirar,
algunos se enferman, otros se desmayan.

Las ratas hacen un excelente trabajo con la materia cerebral antes de llegar
a los intestinos y luego, como Hensel y Gretel, se abren paso a través del
laberinto de órganos. Todo es visible desde el exterior.

—¿Cómo llamarías a esto? —Vlad pregunta de repente.

—¿Esto? No lo sé. ¿Arte? —bromeo, pero ni siquiera esboza una sonrisa.

—Sabes, si soy Berserker, entonces tú también deberías tener tu propio


nombre. Veamos ...

—¿Frankenstein? —Me río ante el pensamiento.

—No. —Su expresión es seria—. Demasiado hecho por el hombre.


Necesitamos algo más poderoso. Mítico.

—Hmm —reflexiono, pero no lo tomo exactamente en serio.

—Quimera —dice de repente.

—¿Quimera?

—Una criatura de amalgamaciones. No completa, pero no ausente. Y,


sobre todo, aterradora. —Vlad se vuelve hacia mí, esperando mi respuesta.

—Quimera —repito, probando el nombre. En la mitología griega, era un


animal híbrido que lanzaba fuego y que infundía miedo en las personas.

No está mal, no está nada mal.


Porque en eso me convertiría yo.

Un nombre tan temido, casi mítico en reputación.


Una sensación de temor se acumula en mi estómago.

Me muevo inquieta en la cama, tratando de evadir lo que sé que


viene. Incluso en mi estado de sueño, puedo reconocer los signos. El sudor
gotea de mi frente. Mis puños se aprietan a los lados en un esfuerzo por evitar
esto.

Entonces, de repente, estoy allí. En esa habitación. Boca abajo, atada a


una mesa.

Mi corazón late con fuerza. Creo que escucho voces, pero no puedo
concentrarme en lo que dicen. No cuando el dolor me atraviesa el culo. Sé
que me he desmayado antes, y por un tiempo he estado entrando y saliendo de
la conciencia. Pero el dolor siempre está ahí.

Me muevo contra mis límites y gimo de agonía.

¿Cuándo terminará esto?

Luego hay alguien a mi lado, acariciando mi cabello y ofreciéndome algo


de beber. Apenas puedo distinguir una figura, pero sus ojos tienen un destello
de ámbar en ellos. Estoy tan sedienta que bebo con avidez, a pesar que mi
posición dificulta que el líquido baje por mi garganta, y una gran cantidad se
derrama en mi rostro y en mi cabello.
Dejo escapar un fuerte suspiro, casi ahogándome.

Parpadeo dos veces, mi vista se vuelve borrosa. Es como si todo se


moviera conmigo.

¿Qué me dieron?

Soy vagamente consciente de que alguien desata mis ataduras y luego me


arrastra hasta la mitad de la mesa. El vestido que había estado usando de
repente es levantado sobre mis caderas, y alguien me está tocando allí.

Apenas puedo moverme, mi cuerpo está demasiado lento.

Ni siquiera lucho cuando mi cuerpo es invadido. Incluso en mi estado


mental confuso, puedo sentir el dolor de ser partida por la mitad. Es agudo,
tan agudo. Mis ojos arden con lágrimas no derramadas, mi boca se abre con
un grito que no sale.

Entonces se detiene.

Casi suspiro de alivio. Pero es demasiado pronto para tener esperanzas.

El frío metal me golpea debajo de la barbilla. Intento distinguir lo que está


sucediendo a mi alrededor, pero el metal sigue clavándose en mi carne
amenazadoramente.

¿Voy a morir?

Me van a disparar. Eso es todo. Por dentro estoy hiperventilando, pero por
fuera no puedo ni mover un dedo.

El arma se queda ahí, pegada a mí.


Entonces el dolor se reanuda.

Dentro y fuera.

Salto de la cama, respirando con dificultad, dándome palmaditas para


asegurarme que estoy bien.

Fue solo una pesadilla... la misma pesadilla que siempre he tenido desde
esa noche. Mis ojos están empañados por las lágrimas. Pensé que lo había
superado... Pensé que finalmente lo había dejado atrás.

—¿Lina? —pregunta Marcello aturdido, sentándose en la cama—. ¿Qué


ocurre?

—Nada. —Niego con la cabeza e intento esbozar una sonrisa


tranquilizadora. Frunce el ceño, sin creerse mi explicación. Su mano va a mi
cuello, sintiendo la humedad adherirse a mi piel.

—Lina, ¿qué pasó? —Me acerca a él y me rodea con los brazos.

—Soñé con esa noche —susurro. Marcello se pone rígido a mi lado.

—¿Quieres hablar de ello? —Pasa sus labios por mi frente.

—No recuerdo mucho. Todo es confuso. Tengo algunas impresiones y...


dolor. —Me estremezco al recordar ese aspecto. Marcello no pregunta más, y
me acurruco más cerca de él, sintiéndome inmediatamente más a gusto.

Aprecio que nunca me haya preguntado sobre lo que pasó, o sobre el


padre de Claudia. Enzo debe haberle dicho la versión corta, y ha tenido la
amabilidad de no mencionarlo. Ni una sola vez me ha avergonzado por ello.
—Estás a salvo ahora. Te mantendré a salvo, te lo prometo. —La
sinceridad en su voz envía escalofríos por mi espalda.

Giro la cabeza y lo beso, queriendo olvidar todo. Debe sentir el cambio en


mí porque me pone sobre mi espalda y me cubre con su cuerpo.

—Hazme tuya. —Me abro para él, instándolo a seguir.

—Eres Lina. —Su mano acaricia mi rostro, sus ojos me miran con una
intensidad que casi me asusta—. Siempre serás mía.

—¿Y realmente crees que Sisi lo aceptará? —Frunzo el ceño y empiezo a


caminar. Marcello había recibido de repente una llamada de Benedict, quien
se invitó a sí mismo.

—Tuve una breve charla con ella y le expliqué que tenemos que vigilar a
los Guerras para ver si tenían algo que ver con el asesinato de la monja. Ella
no estaba muy en contra y dijo que se comportaría de la mejor manera.

—¿También le advertiste sobre su hijo?

—Le dije que fuera amable con él —Marcello dice y se acerca a ponerse
la corbata—. Todavía estoy preocupado. No quiero a Claudia cerca cuando
lleguen.

—De acuerdo. Veremos si la Sra. Evans puede quedarse un tiempo más.


—Signor Lastra, el Signor Guerra y su familia están aquí. —Amelia toca
para anunciar.

Marcello asiente con fuerza y me ofrece su brazo.

En el salón, saludamos a los invitados y observo con torpeza mientras


tratamos de entablar una conversación. Los temas son muy mundanos, pero
no puedo evitar sentirme fuera de mi elemento. Lo único que se me ocurre es
el dedo que encontré en la sopa y las amenazas... tener a esta gente en mi casa
es un poco inquietante por decir lo mínimo.

Marcello tampoco parece muy entusiasmado con esto, ya que escucha a


Benedict hablar con media oreja.

Poco tiempo después, y después de un discurso más tedioso, baja Sisi.

—Buenas tardes —dice, y Marcello procede con las presentaciones.

—Mi hijo, Rafaelo, es un poco tímido. Pero espero que puedas


entenderlo —Cosima interviene, dándole a su hijo una palmada en la
espalda. El pobre chico parece encogerse ante el contacto, centrando su
atención en Sisi en su lugar.

—Ess-toy... encantado dd de c.. c-conocerte. —Extiende la mano y Sisi la


estrecha con una sonrisa amable.

—Lastra, ¿por qué no dejamos que las mujeres y los niños hagan lo suyo
y podemos discutir algunos negocios? —Benedict interviene y se pone de pie.

Marcello asiente a regañadientes, pero no parece muy feliz con la


idea. Me da una breve y triste sonrisa antes de irse.
—Assisi, qué lindo nombre tienes. —Cosima comienza, su voz en un tono
meloso. Mira a Sisi de arriba abajo, con el ceño fruncido en sus
rasgos. Cambia rápidamente su expresión y continúa con cortesías.

—Gracias. —Sisi responde, su pose y modales sin reproche. Aún así, esta
no es la Sisi que conozco.

—Ahora, dime, ¿qué piensas sobre el matrimonio? —Cosima investiga


más.

—M-M-madre —interrumpe su hijo—, de... detente.

—Tonterías, Raf. —Agita la mano y se vuelve de nuevo hacia Sisi.

—No lo he pensado desde que se suponía que debía hacer mis votos antes
de dejar Sacre Coeur —responde ella cordialmente, aunque veo que no está
contenta con esta línea de interrogatorio.

—Hay tiempo suficiente para eso, querida. —Cosima habla sin rodeos—.
¿Por qué no van ustedes dos y se conocen mejor? —Ella finge una sonrisa
mientras señala el otro sofá al final de la habitación.

—Pero… —Estoy a punto de intervenir, no me gusta esto. Cosima, sin


embargo, vuelve a hablar.

—No te preocupes, Catalina, todavía estarán a nuestra vista. Nada


impropio sucederá —intenta bromear, pero no me divierte. Sobre todo,
porque no confío en nadie de su familia.

Acepto a regañadientes y Sisi y Rafaelo toman asiento en un rincón más


alejado.
—Ahora también podemos hablar ininterrumpidamente, ¿no? —Sonríe
con complicidad, como si eso fuera lo que pretendía desde el principio.

—Cierto —digo, cautela en mi tono.

—Tengo que preguntar. He sentido curiosidad desde que te conocí. ¿Por


qué te casaste con Marcello? ¿No podrías haber encontrado a otra persona?
Quiero decir —me estudia—, eres una chica bonita. Estoy segura que podrías
haber encontrado a alguien más a quien ignorar —Hace una pausa, como si
estuviera buscando las palabras adecuadas—, lo que sea que necesiten
ignorar. —Ella sonríe con torpeza.

Sí, ese es definitivamente el mejor eufemismo que he escuchado hasta


ahora.

—Quería casarme con él —respondo con la mayor confianza posible. A


decir verdad, no sé si había otras opciones. Pero en el momento en que Enzo
mencionó a Marcello, aproveché la oportunidad.

No sé por qué lo había deseado tanto, pero creo que me dejó una
profunda impresión cuando lo vi en Sacre Coeur.

—¿De verdad? —se inclina hacia atrás, horrorizada.

—Si ¿por qué? —Ahora es mi turno de fruncir el ceño. ¿Qué tendría ella
contra Marcello? Cualquier mujer con dos buenos ojos podría ver lo atractivo
que es.

—Bueno, aparte de su apariencia, que por supuesto es bastante superior,


su reputación es una de las más manchadas de las que he oído hablar.

—¿Qué quieres decir?


—¿No has escuchado? —inclina la cabeza y arquea una ceja.

—No sé a qué te refieres. Soy consciente que ha estado viviendo fuera de


la familia durante los últimos diez años —comienzo, pero ella me interrumpe.

—Oh cielos, quiero decir antes de eso. Marcello y su padre tenían el peor
tipo de reputación. Ninguna mujer que se aprecie hubiera sido atrapada
teniendo alguna conexión con ellos.

—¿Por qué? —Estoy confundida. Por un lado, tengo curiosidad por


escuchar de qué está hablando, pero por el otro, no sé si creer una palabra de
lo que dice.

—Oh, Dios —se lleva una mano a la boca. Luego, rápidamente mira a su
alrededor, como si lo que está a punto de impartir es de gran secreto.

—No te enteraste de esto por mí, pero —se inclina para susurrar, —solían
ir a burdeles y participar en los actos más despreciables. —Ella vuelve a mirar
hacia la puerta, antes de agregar, claramente escandalizada—. ¡En grupos!

—No entiendo. —Mis cejas se fruncen en confusión.

Cosima parece frustrada por mi pregunta.

—Fueron a orgías. Todos lo sabían. Eran los eventos más depravados, las
cosas que la gente diría sobre lo que sucedió dentro de esos eventos …

Ella niega con la cabeza.

Orgías.
No creo que haya escuchado ese término antes. Le preguntaría qué
significa, pero no creo que mi pregunta sea bien recibida, así que solo asiento
con la cabeza y la dejo continuar.

—Tendrían hasta diez mujeres en una noche. Sexo, drogas, alcohol. Todo
lo libertino del libro. Algunos rumores dicen que incluso tenían animales. —
Su rostro está horrorizado al relatar esto.

Estoy un poco perturbada por sus descripciones que incluso me olvido de


algunas palabras.

—Sodomía y cosas por el estilo. —Se estremece—. Estoy


extremadamente sorprendida que tu hermano aceptara la propuesta. Debe
haberlo sabido.

Mi rostro está en blanco en este punto, y recuerdo fragmentos de la


desaprobación de Enzo hacia Marcello. En ese momento tenía poco sentido...
Pero y si... ¡No! Me sacudo. No puedo confiar en lo que sea que esté
diciendo.

—Ya veo —respondo. Ella continúa charlando, regalándome más


historias espeluznantes sobre la familia Lastra.

—Su madre se suicidó. Y luego está esa tercera esposa. Ella también se
suicidó. Me pregunto si podría haber una maldición.

Estoy tan sorprendida por lo que está diciendo que solo sonrío y asiento.

Finalmente, cambia de tema.

—Míralos. ¿No se ven bien juntos? —Cosima habla efusivamente de Sisi


y Rafaelo.
Me vuelvo en su dirección y parecen acogedores. Están sentados
demasiado juntos, y la cabeza de Rafaelo está inclinada íntimamente hacia
Sisi. Sisi también sonríe y habla animadamente con él.

Estoy asombrada por este desarrollo. Bloqueando todo lo que Cosima me


dijo fuera de mi mente, me tomo un momento para concentrarme en ellos dos.

Tienen aproximadamente la misma edad, con Rafaelo solo dos años


mayor a los veintidós. Pero teniendo en cuenta sus problemas, me pregunto si
Sisi no solo está siendo amable con él.

Cuando la visita llega a su fin, llevo a Sisi a un lado para preguntarle


cómo ha ido.

—Me gusta. Es dulce —responde y se sonroja.

—Dulce —repito, un poco desconcertada—. ¡Eso es genial!

—Me gustaría seguir viéndolo, si es posible. —Parece entusiasmada con


esto y yo estoy feliz por ella. Si le gusta Rafaelo y quiere hacerse amiga de él
o más, ¿por qué no debería hacerlo?

—¡Por supuesto! Hablaré con Marcello.

Después de asegurarle que hablaré con Marcello, me retiro a mi


habitación.
Sola con mi computadora, la curiosidad se apodera de mí, así que
busco en la web orgía. No estoy segura de qué esperar, pero no es lo que
encuentro.

Según un diccionario urbano, una orgía son cinco o más personas que
tienen relaciones sexuales.

Frunzo el ceño y me toma un segundo comprender lo que estoy


leyendo. ¿Cómo funciona?

Busco un poco más y entro en una página diferente. Un video comienza a


reproducirse, fuertes gemidos provienen de los altavoces. De inmediato apago
la computadora, mortificada.

¿Y si alguien escuchara eso?

Avergonzada por lo que encontré, pero todavía un poco intrigada, abro la


computadora de nuevo, silenciando el volumen. El video muestra a algunas
personas, todas participando en actos sexuales juntas. En cierto modo, no es
diferente a lo que había visto hacer a Allegra.

¿Es esto lo que le gusta a Marcello?

De repente me siento insegura. Seguramente eso... solo pensar en él


haciendo eso me hace sentir mal. No sé si es porque me siento incómoda con
los actos en sí, o celosa que él estuviera con otras antes que yo. O tal vez sea
porque nunca podría hacer eso por él.
Niego con la cabeza, notando el peligroso giro que están tomando mis
pensamientos.

Sí, puede que nunca haga eso por él, pero seguramente hay otras formas
de complacerlo. Sigo navegando por la web, leyendo diferentes artículos y
familiarizándome un poco más con esta íntima actividad. Para mi gran
sorpresa, incluso hay tutoriales.

Absorta en este nuevo mundo, apenas me doy cuenta cuando Marcello


entra a mi habitación. Intento parecer despreocupada mientras dejo
lentamente la computadora.

—¿Terminado? —pregunto con una sonrisa.

Él asiente distraídamente.

—Iré a darme una ducha primero.

Él va al baño y yo vuelvo rápidamente al tutorial que había estado viendo,


tratando de memorizar los pasos. Una vez que estoy relativamente segura, me
dirijo al baño.

Llamo a la puerta.

—¿Puedo entrar? —pregunto, esperando que él acepte mi interrupción.

—Sí —grita y abro la puerta.

Entro tentativamente. Marcello está en la cabina de ducha y el vidrio


transparente no deja nada a la imaginación. Parece sorprenderse de verme.

—¿Paso algo? —Frunce el ceño y sale del cubículo.


—No —contesto, mis manos andan a tientas con la cremallera de mi
vestido. Maldita sea, debería haberme desvestido antes de venir aquí.

Su mirada está en mí y me está mirando fijamente. Me quito la ropa y


camino hacia la ducha.

Trato de parecer tan confiada como la chica del video, a pesar que mis
nervios amenazan con sacar lo mejor de mí.

El agua está encendida, el vapor envuelve mi piel en el momento en que


entro al cubículo.

—Lina, ¿qué estás... —comienza Marcello, pero no dejo que termine. Me


pongo de puntillas para besarlo. Un profundo gemido se le escapa cuando
nuestros labios se tocan, y sus manos rodean mi cintura, atrayéndome hacia
él.

Ya está duro. Lo siento presionando contra mi estómago, y esto hace que


mi plan sea aún más fácil.

Rompiendo el beso, me pongo de rodillas. Sus ojos se oscurecen cuando


me ve tomarlo en mi mano. Lo toco como él me enseñó, arriba y abajo. Su
cabeza cae hacia atrás, un pequeño sonido escapa de sus labios.

—Lina —su voz es entrecortada, y la forma en que reacciona bajo mi


toque de novata me hace ganar aún más confianza.

Inclino la cabeza y abro la boca, llevándolo adentro. Es suave pero firme,


y no es nada desagradable. Mi lengua se estira para acariciar la punta y la
mano de Marcello va a mi cabello, impulsándolo de repente. Abro más para
tomarlo todo dentro de mi boca, pero solo estoy a mitad de camino cuando
empiezo a sentir náuseas.

Debe haberme escuchado, porque me suelta, dando un paso atrás.

—Lina ... ¿qué estás haciendo? —Su expresión está horrorizada.

—Quiero complacerte. —Miro hacia arriba, confundida por su repentino


arrebato.

—¿Por qué harías esto? —niega con la cabeza. Deteniendo el agua, hace
para salir del cubículo.

—¿Hice... hice algo mal? —pregunto, un poco nerviosa. Todavía estoy de


rodillas, temerosa de que, si trato de ponerme de pie, mis piernas se vuelvan
papilla.

—Esta no eres tú. No tienes que hacer esto... Maldita sea —murmura, su
mano buscando una toalla. La envuelve alrededor de su cintura, su miembro
aún visiblemente excitado.

—Pero te gustó en el pasado. —Al verlo a punto de irse, las palabras salen
de mi boca antes que pueda pensar.

—¿Qué quieres decir? —Se detiene, me mira con los ojos entrecerrados y
de repente me siento expuesta.

—No importa —susurro, un poco avergonzada de haber dejado que las


palabras de Cosima envenenaran mi mente cuando Marcello parece odiar
esto.

—No, por favor dime lo que quisiste decir. —Se agacha.


—Cosima me habló de tu pasado —confieso—. Sobre las orgías. Y
pensé...

—Orgías. —Da una risa seca—. ¿Y pensaste qué? —Me mira enarcando
una ceja.

—Eso es lo que quieres. —Bajo la mirada, la vergüenza me devora—. No


puedo hacer eso por ti... pero tal vez haya otras formas de complacerte —
explico, pero me detiene.

—Lina, mírame —Su voz es suave, así que lo hago—. Lo que sea que
Cosima te dijo... siempre hay diferentes lados de cualquier verdad. Hice cosas
de las que me avergüenzo, no voy a mentir, pero está en el pasado. No he
estado con nadie en más de diez años. ¿Te parezco alguien que querría
orgías?

—No, pero... no podías tocar a nadie. ¿Y si pudieras? Tocar a otros,


quiero decir. ¿Lo harías?

—No —responde incluso antes que termine mi pregunta.

—¿No?

—No, porque ellos no son la mujer que amaba. —Sus palabras me


golpearon directamente en el pecho. Pierdo el equilibrio y caigo de culo.

—Mujer que amabas —repito aturdida—. ¿Quién era ella? —Mi pregunta
es inmediata. Un vacío se forma en mi corazón cuando pienso en él amando a
otra persona.

¿Tengo siquiera una oportunidad?


Hay una tristeza en sus ojos y rápidamente aparta la mirada. Se pone de
pie.

—Tal vez te lo diga. En algún momento. —Se vuelve para irse.

Todavía estoy aturdida por el giro de los acontecimientos. Marcello amaba


a alguien. Quizás todavía lo hace. Y ya estoy demasiado involucrada, mis
sentimientos por él aumentan cada día.

Levantándome, estoy a punto de decir algo, pero luego veo su figura


alejándose. Horrorizada es un eufemismo de lo que siento. Su piel está
completamente desfigurada, su espalda una mezcla de cicatrices: viejas,
nuevas y todo lo demás.

Jadeo, mi mano va a mi boca.

¡Querido señor! ¿Qué le sucedió?

Es entonces cuando me doy cuenta que durante todas las veces que hemos
estado juntos en la cama, nunca pude ver su espalda. Me ha estado ocultando
intencionalmente sus cicatrices.

¿Pero por qué?

Otra verdad se materializa en mi mente. No sé nada de mi marido,


¿verdad?
Vuelvo a mi habitación antes de hacer un daño irreparable a mi relación
con Catalina.

¡Maldita sea!

Mis dedos forman un puño y golpeo la pared, suspirando profundamente


por la sensación de dolor. Lo necesito.

Me lo merezco.

¿En qué estaba pensando tratando de complacerme? La dulce e inocente


Catalina, de rodillas ante mí. ¿Cuántas veces me lo había imaginado? ¿Pero
verla allí, ahogándose con mi polla por alguna sensación de insuficiencia? No
podía dejar que ella hiciera eso.

Y luego tuvo que mencionar las orgías. Quiero reírme de eso. De hecho,
pensó que yo quería tener algo que ver con esas depravaciones. Si ella
supiera...

Niego con la cabeza, casi divertido por la ironía.

La mayoría de ellas están en blanco en mi mente. No estoy orgulloso de


admitirlo, pero en algún momento recurrí a muchas sustancias para hacerme
pasar por todo esto. Todo lo que no fue oscurecido por el exceso de
indulgencia definitivamente fue enterrado en mi mente.

Mis labios se curvan con disgusto y un escalofrío recorre mi espina dorsal


al pensar en unas manos tocándome.

No iré allí.

Sin embargo, le debo una disculpa a Lina. Quizás fui un poco brusco con
ella. Lo suficiente como para que casi dejara escapar mi enamoramiento de
una década. He estado nervioso todo el día. Desde la pesadilla de Lina hasta
la visita de Benedict y luego por encontrar algún papeleo sospechoso, este día
no estará ganando ningún premio.

Me las había arreglado para calmarme un poco con respecto a los dos
primeros, pero el documento que encontré me inquietó.

Lo suficientemente inquieto que casi le grité a la única persona a la


que nunca hablaría de esa manera.

Cierro los ojos y cuento hasta diez, sintiendo que la tensión en mi cuerpo
aumenta. Saco uno de los teléfonos desechables que he guardado en mi cajón
y llamo a Francesco.

—¿Sí?

—¿Valentino mencionó algo sobre un manicomio?

Una pausa.

—Sí. Solía visitar uno varias veces al año. ¿Por qué?


—¿Y sabes a quién estaba visitando?

—No. Lo acompañé algunas veces, pero nunca entré.

—Ya veo —respondo sombríamente—. Yo también tengo que ir. Nos


vemos en la casa mañana a las diez.

—Comprendido.

Cuelgo, sintiéndome aún más furioso que antes.

—¡Mierda! —maldigo en voz alta.

Rápidamente me pongo algo de ropa y me voy a mi estudio. Saco el


documento que encontré y lo vuelvo a examinar.

Varón. Cincuenta y siete. Nacido el dos de noviembre.

Como mi padre.

El padre que pensé que había matado.

El padre que me había convertido en un monstruo, que me había enseñado


todo sobre la tortura y el asesinato.

El padre que estaba íntimamente familiarizado con Quimera.

—¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! —Tiro el documento sobre la mesa. ¿Por qué no


consideré esto antes? Sí, lo dejé para que muriera, pero nunca obtuve
confirmación que lo hiciera. Cuando Valentino se hizo cargo, asumí que ese
era el caso.
—¡Maldito infierno! —Aprieto los dientes, sintiendo una rabia interior
dirigida principalmente hacia mí. Debido a que había sido imprudente, puse
en peligro a mi familia.

De nuevo.

Por supuesto.

Mi padre sería el primero en querer mi cabeza, y su especialidad es la


tortura: la tortura psicológica. No solo lo había traicionado, sino que también
había intentado matarlo. Si este es mi padre, entonces ...

Niego con la cabeza, ya aterrorizado ante la perspectiva. Pero necesito


estar seguro. Necesito ver con mis propios ojos si este hombre es mi padre. Y
si lo es, lo mataré de nuevo, esta vez para siempre.

Al día siguiente me encuentro con Francesco en el manicomio.

—¿Y nunca supiste a quién visitó? —pregunto mientras entramos.

—No, Valentino era muy reservado sobre esto. Es por eso que yo era el
único hombre que se llevaría con él. —Francesco confirma lo que había
estado pensando. No hay forma que la famiglia lo hubiera dejado pasar si su
patriarca favorito todavía estaba vivo.

Tino, Tino... ¿parece que me traicionaste?

Intento contener mis emociones mientras relleno el papeleo y explico mi


relación con el paciente. Estoy mintiendo, ya que todavía tengo que confirmar
su identidad. Pero veremos si esto resulta ser verdad o mentira.
—Lo ha estado haciendo mucho mejor —dice una enfermera—. Ha estado
comiendo todas sus comidas —continúa parloteando sobre cosas que no me
interesan. Lo desconecto todo, en lugar de eso, me concentro en el hombre
detrás de las puertas cerradas—. Aquí estamos. Avísame si se siente enfermo
o algo así.

Asiento y entro en la habitación, dejando que Francesco me espere afuera.

Mirando hacia la ventana, un hombre en silla de ruedas está de espaldas a


mí. Entro de mala gana, y cuando me acerco, noto que su cabeza está
inclinada en un ángulo extraño.

El flashback de esa noche vuelve con fuerza, pero me armo de valor.

Cuando finalmente estoy frente a él, apenas puedo creer lo que ven mis
ojos. Mi padre en carne y hueso. Sus ojos se agrandan cuando me inclino
frente a él, su boca se mueve con un temblor, pero no sale ninguna
palabra. Le tiemblan las manos en el reposabrazos y parece querer que sus
extremidades se muevan, pero no pueden obedecer.

El médico a cargo me había puesto al corriente. Parálisis probablemente


causada por una lesión cerebral. Parece que hice algún daño después de
todo. También me había dicho que, aunque mi padre no puede moverse ni
comunicarse, puede entenderme.

—Así que nos volvemos a encontrar, padre. —Mi voz está llena del odio
que tengo por el hombre, un odio que se ha agravado aún más en los últimos
diez años.

Sus pupilas se mueven salvajemente de derecha a izquierda, sabiendo que


esta no será una visita amistosa.
—Finalmente, no soy yo quien tiene miedo —comento casualmente y me
apoyo en el alféizar de la ventana, bloqueando la luz.

Me pregunto qué va a tomar para que se libere de esta


artimaña. Necesito saber que está definitivamente incapacitado.
Independientemente, su destino será el mismo.

—¿Cómo te sentirías...? —Hago una pausa, observando el pulso en la


base de su garganta—. Si pongo a trabajar todo lo que me has enseñado. —La
única reacción que obtengo es el rápido aleteo de sus párpados y su repentina
inhalación. Sin embargo, me dice todo lo que necesito saber—. ¿Recuerdas
cuando sugeriste que usara los dientes para la marca de la Quimera? Me
pregunto, ¿sentirás si te saco los dientes uno a la vez? —Saco un par de
tenazas de mi abrigo. Venía preparado.

Gotas de líquido caen al suelo. Vuelvo la mirada hacia abajo.

—Así que así es como reaccionas cuando estás en el extremo receptor. Te


orinas. — Hago un sonido de tsk, abriendo los alicates y acercándolos a su
cara—. Veamos, si esto te hace orinar, ¿qué se necesita para causar un ataque
al corazón? —Palidece aún más ante mis palabras, y no sé si llorar o reírme
de esto.

Finalmente me enfrento al hombre que ha hecho de mi vida un infierno, y


ni siquiera puedo hacerlo correctamente. ¿Qué satisfacción obtendré al matar
a un hombre en silla de ruedas? Ninguna.

Pero debo matarlo.

Disgustado con la situación, salgo y le hago una señal a Francesco.


—Está hecho —dice. Le doy un fuerte asentimiento y luego me agarro a
las asas de la silla de ruedas, llevando a mi padre fuera de la habitación.

Mientras me había estado familiarizando con él, Francesco había estado


arreglando el papeleo para dejar a nuestro padre bajo nuestro cuidado.
Dejamos el lugar como la imagen perfecta de la felicidad familiar, y le indico
a Francesco que dé unas cuantas vueltas hasta que estemos cerca de un
bosque apartado.

Cuando sacamos a padre del coche, me asalta una punzada de pesar por
esta muerte por lástima. ¿Cuántas veces me había imaginado pagarle por todo
lo que me había hecho? ¿Cuántas veces había orado para tener la oportunidad
de ponerlo en su lugar?

Y ahora, mientras miro a su patética existencia, ya ni siquiera puedo


expresar el odio.

Una bala y está muerto. Su cabeza se dispara hacia atrás con la velocidad
de la bala, y su cuerpo sufre espasmos una vez más antes que sus ojos se
pongan en blanco. Esta vez para siempre.

Con un suspiro, le hago un gesto con la cabeza a Francesco para que se


deshaga del cuerpo y la silla de ruedas. Vuelvo al coche y pongo la cabeza
entre las palmas de las manos, lloro.

Lo dejo ir todo, tres décadas de tortura a manos de este hombre. Y la triste


verdad es que no creo que pueda deshacerme jamás de la marca que me dejó.

Reponiéndome antes que regrese Francesco, le ordeno que me lleve a


casa. Solo hay una cosa que necesito en este momento: ella.
Cuando abro la puerta, la encuentro en la cama, concentrada en una pieza
que está cosiendo. Se levanta un poco, sorprendida de verme.

—¿Hay algo mal? —Lina se vuelve hacia mí, un pequeño ceño fruncido
formándose entre sus cejas. Ella se mantiene quieta, todo su cuerpo rígido.

Habíamos dormido en camas separadas la noche anterior. Sobre todo


porque había estado tan avergonzado de mí mismo que no me atrevía a
enfrentarme a ella.

Pero ahora se acabó. Finalmente se acabó.

Y mi pasado seguirá siendo solo eso: el pasado.

—¿Puedo entrar? —Ella da un rápido asentimiento, sus ojos todavía me


miran con sospecha.

Cuando me ve caminando hacia ella, deja su trabajo en una silla


cercana. Tomo esto como una invitación a sentarme.

Sus manos están firmemente cruzadas en su regazo, su barbilla


ligeramente baja.

—Lo siento —digo, mi palma cubriendo sus manos—. Debería haber


dicho esto antes.

—Yo también lo siento. No debería haber asumido...

—Oye, no más de eso. Me doy cuenta que no sabes mucho sobre mí y, por
supuesto, tendrías curiosidad.

Lina niega con la cabeza, sus ojos fijos en nuestras manos unidas.
—No debería haber dejado que las palabras de Cosima me afectaran.
Debería haber pensado antes de actuar. Sé que ambos fuimos lanzados juntos
a este matrimonio por las circunstancias. Creo... —Hace una pausa, dándome
una rápida mirada de reojo—. No importa.

—Lina, no tienes que esconderte de mí. —Intento que se abra, pero es en


vano. Una sonrisa forzada se dibuja en su rostro y se vuelve hacia mí.

—Está bien, de verdad. Acabamos de tener nuestro primer desacuerdo —


dice ligeramente.

—¿Estoy perdonado?

Ella inclina la cabeza mientras me mira por un segundo. Luego, de la


nada, deja caer un beso en mi mejilla.

—Me gustó bastante. ¿Crees que puedo repetirlo? —Me pone los ojos en
blanco, sus mejillas ya sonrojadas. Pero ella obedece, inclinándose hacia mí
para otro beso rápido. Esta vez, sin embargo, estoy preparado para ella.

Mis brazos envuelven su forma delgada, acercándola a mi pecho.

Mi mano se mueve hacia arriba, ahuecando su cuello antes de posarse en


su mejilla. Sus ojos se abren rápidamente, el verde de su iris es tan intenso
que es casi cegador. ¿Cuántas veces había soñado con esto? ¿Sus hermosos
ojos mirando a los míos? ¿Sostenerla en mis brazos, tocar nuestra piel,
mezclar nuestras respiraciones?

Mi pulgar se mueve ligeramente sobre sus labios, separándolos. Su lengua


se asoma, humedeciendo tentativamente sus labios y tocando mi dedo. Antes
que me dé cuenta, está chupando el pulgar, con los ojos bien abiertos y
mirándome con tanta inocencia que gimo en voz alta.

—Las cosas que me haces, Lina —digo con voz áspera.

—Buenas, espero —responde con descaro.

—Las mejores. —Mi cabeza baja por un beso. Justo cuando nuestros
labios están a punto de tocarse, alguien llama a la puerta.

¡Maldita sea!

—Pase —Lina retrocede, recomponiéndose.

Claudia asoma la cabeza por la puerta.

—¿Por qué no estás con Sisi? —Lina frunce el ceño cuando la ve entrar
en la habitación.

Claudia se balancea sobre sus talones, con una expresión avergonzada en


su rostro.

—La tía Sisi tiene un visitante.

—¿Un visitante? —repito, un poco desconcertado.

—Sí. Su amigo Rafaelo. Me dijo que fuera a mi habitación, pero estoy


aburrida. —Claudia se encoge de hombros, luciendo como una réplica de
Catalina.

—¿Sabías sobre la visita? —pregunto a Lina, pero ella niega con la


cabeza.
Me levanto con la intención de ver de qué se trata todo esto, pero Lina me
detiene.

—Démosles algo de tiempo. Estoy segura que no pasará nada malo.


Además, el personal está abajo.

—Pero... —me quedo en silencio mientras ella agita sus pestañas hacia
mí, haciéndome perderme en sus hermosos ojos.

Ella no está jugando limpio.

—Simplemente le diré a Amelia que los supervise. —Cedo un poco.

—¿Jugarás con nosotros, Marcello? —Claudia llega al lado de su madre,


recogiendo la pieza en la que había estado trabajando Lina. Echo un vistazo a
Lina y ella me da un pequeño asentimiento.

—Supongo que sí.

—Genial —La sonrisa radiante de Claudia me traga por completo, y le


devuelvo el gesto.

Encuentro que he sonreído estos últimos meses más de lo que lo he hecho


en toda mi vida.

Y solo hay una razón para ello. Bueno, ahora dos.


Ver las interacciones de Marcello con Claudia me calienta el corazón.

Él es tan amable con ella, escuchándola parlotear y ayudándola con lo que


sea en lo que esté trabajando. Si antes no estaba segura de mis sentimientos,
ahora estoy completamente convencida. Estoy enamorada de Marcello
Lastra.

Un sentimiento tan desconocido, pero que se abrió camino tan fácilmente


dentro de mi corazón.

Creo que siempre supe que todo se reduciría a esto. Desde el momento en
que lo vi por primera vez, tuve esta sensación... este hormigueo en mi
pecho. En ese momento lo atribuí a su impresionante apariencia y mis pobres
ojos hambrientos; después de todo, es un dulce para los ojos.

Pero había sido más que eso.

Desde el principio había estado dispuesta a confiar en él, algo que había
encontrado extremadamente difícil de hacer después del incidente. Había algo
en él. Tal vez fueron sus ojos ligeramente tristes, o la forma en que me miraba
como si no pudiera creer que yo fuera real. O tal vez era el hecho que había
sido amable conmigo cuando nadie más lo había hecho.

Me hizo sentir querida, probablemente por primera vez.


Observo cómo sus ojos se arrugan en las esquinas, la diversión y el afecto
se reflejan en su mirada mientras Claudia explica minuciosamente su vestido
ideal de princesa.

Tal vez esto es lo que necesitaba para aceptarlo completamente dentro de


mi corazón. Saber que sería tan amable con mi hija como lo es conmigo.

Una sonrisa juega en mis labios mientras continúo mirándolos a los dos.

Y ahí es cuando decido decirle cómo me siento. Soy consciente que puede
que no sienta lo mismo, pero tal vez con el tiempo... Sí, no me
rendiré. Quienquiera que haya amado antes no tiene ningún derecho sobre él
ahora. Está casado conmigo, y por eso es mío.

Me sonrojo por la dirección de mis pensamientos, pero sé que nunca


dejaría que otra mujer me lo arrebatara.

Un rato después, Claudia se va para completar su tarea y Marcello lleva a


Amelia a un lado para preguntarle por Sisi.

—Solo estaban hablando, señor. Me aseguré que no pasara nada


inapropiado. —Asiente pensativo y agradece a Amelia por su tiempo.

—¿Crees que se gustan? —Toma mi mano y se la lleva a los labios para


un suave beso.

—Tal vez. Eso sería bueno, ¿no?

—No lo sé. No confío en los Guerra, y Sisi apenas ha tenido tiempo de


acostumbrarse a la vida fuera de Sacre Coeur. Puede que sea demasiado
rápido. —Marcello frunce el ceño y siento la necesidad de alejar sus
preocupaciones con un beso.
—Ella es lo suficientemente mayor para decidir por sí misma. Además,
tiene una voluntad extremadamente fuerte. Nadie podría presionarla para que
hiciera algo que no quisiera. Por eso creo que podría haber algo entre ellos.

—Ya veremos. —Es todo lo que dice.

—La llamaste Sisi. —Reprimo una sonrisa—. Esa es la primera vez.

—Eso hice. Debo estar más familiarizado con ella. —Una sonrisa tira de
la comisura de su boca.

Finalmente me rindo. Poniéndome de puntillas, le doy un beso en los


labios. Dadas nuestras diferencias de altura, casi tengo que saltar.

—No deberías empezar lo que no puedes terminar, Lina. —Hay una


cualidad seductora en su voz cuando pasa su brazo alrededor de mi cintura y
me atrae hacia él.

—¿Quién dice que no puedo? —Le levanto una ceja. No puedo gritar muy
ni bien FÓLLAME, no sería del todo apropiado.

—Tienes un segundo para cambiar de opinión antes que te eche por


encima del hombro y te lleve a mi guarida para que me salga con la mía. —
Sus palabras siempre tienen la capacidad de hacerme sonrojar hasta las raíces.

—Hmm, eso no suena nada mal. —Agito mis pestañas hacia él


sugestivamente.

—¡Eso es todo! —dice un segundo antes que me levante y me lance sobre


su hombro.

—¡Marcello! —jadeo, sorprendida que hiciera eso al aire libre.


Su mano baja a mi culo y acaricia mi vestido para que permanezca en su
lugar. No pierde el tiempo mientras da unos pasos a la vez, llegando
rápidamente a mi habitación y depositándome en el medio de la cama.

Hay algo diferente en este Marcello. Es más despreocupado, más


juguetón. Es como si le hubieran quitado todo un peso de encima.

Me apoyo sobre los codos y lo miro por debajo de las pestañas, esperando
ver qué sigue.

Sus manos van a su camisa y la desabotona lentamente, mientras se


concentra en mí. Con los ojos vidriosos de deseo, arroja su camisa al suelo y
se dirige hacia mí. Mi corazón se tambalea en mi pecho, la anticipación
aumenta y me hace temblar un poco.

Una noche había estado lejos de mí y sentí que la separación me


abrasaba. No sé si pegué un ojo, preocupándome por él. En el poco tiempo
que habíamos estado juntos, las cosas habían evolucionado hasta tal punto
que constantemente pienso en él, deseando tocarlo.

Sus rodillas golpean la cama, su cuerpo se dirige hacia mí. Instintivamente


me mojo los labios, y tomando su mano la coloco sobre mi pecho, sobre mi
corazón. Quiero que sienta lo que yo siento, esta necesidad que construye y
construye. La forma en que se ha grabado total y completamente en mi alma.

Mi espalda puede estar arruinada para siempre con los restos de esa noche,
las iniciales del hombre que me hizo temer la oscuridad. Pero mi mismo ser
está impreso por el hombre que tengo frente a mí, el que me hizo redescubrir
la luz. El que me hizo volver a tener esperanza.
Mis dedos rozan su barba incipiente, y esta podría ser la primera vez que
veo a Marcello menos que perfectamente arreglado. ¿Quizás lo pasó tan mal
como yo?

Gira mi palma, besando el centro antes de colocarlo sobre su mejilla y


cerrar los ojos.

—Se acabó... finalmente se acabó —susurra, acariciando mi mano.

—¿Qué? —le pregunto, pero él solo niega con la cabeza.

—A veces no puedo creer que estés aquí. —Da una sonrisa triste.

—Yo tampoco. —Lo acerco más, mi vestido sigue siendo una barrera
entre nosotros. Lo miro a los ojos, tratando de memorizar sus rasgos, la forma
en que sus ojos se iluminan cuando me miran.

—Cuando estoy contigo, siento que puedo ser un buen hombre. Alguien
digno de ti. —Sus palabras son una mezcla de dolor y reverencia, su pulgar
trazando mi pómulo.

—Lo eres. Lo eres —repito, buscando sus labios con los míos.

Dicen que solo toma un momento enamorarse. Pero no puedo elegir


solo un momento. Si hay algo parecido a la predestinación, creo que es así,
porque todo me llevó al aquí y ahora. Cada momento en su presencia
encendió una pequeña llama dentro de mí hasta que alcanzó el tamaño de un
infierno.

Pero esa es la cuestión. Con mucho gusto ardería por él.


Su otra mano se desliza por mi pierna, tomando el dobladillo de mi
vestido con ello, hasta que me lo quita. Me quedo con un sencillo sujetador
blanco y ropa interior de algodón. Sé que ya me ha visto antes, pero no puedo
evitar que el calor recorra mi rostro mientras Marcello se inclina hacia atrás y
me mira fijamente, sus ojos viajando por todo mi cuerpo.

—Para. —Lo golpeo juguetonamente, avergonzada de ser su punto


focal. Casi instintivamente, cruzo los brazos y giro la cabeza hacia un lado.

—Lina, no te escondas de mí. —Suavemente, desenreda mis brazos, sus


labios depositan un beso en el medio de mi pecho, justo entre mis pechos.

—Eres la cosa más hermosa que he visto en mi vida. Si pudiera grabar


esta imagen en mi mente para siempre, lo haría. —Siento su aliento en mi piel
mientras habla, y luego se mueve lentamente hacia arriba, hacia mi cuello, su
toque me hace cosquillas y me deleita al mismo tiempo.

—Tú también —agrego tímidamente—. Eres realmente guapo —digo lo


único que se me ocurre. Es como si mi cerebro tuviera un cortocircuito por su
proximidad.

Su pecho retumba de risa, su boca se acerca a mi oreja. Mordisquea el


área antes de tomar el lóbulo entre sus labios.

—Estoy feliz de que pienses eso.

Metiendo la mano debajo de mí, desabrocha mi sujetador y lo desliza


fuera de mis brazos, mientras susurra palabras tranquilizadoras en mi
oído. Mis ojos se cierran y disfruto de la sensación de su piel sobre la
mía. Pronto sigue mi ropa interior.
Desesperada por una urgencia que nunca había sentido antes, tiro de su
cinturón, buscando acercarme aún más a él. Me ayuda a desabrochar sus
pantalones y uso mis pies para bajarlos. Cuando finalmente está tan desnudo
como yo, envuelvo mis piernas alrededor de él, queriendo que esa parte de él
me toque donde más lo necesito.

—Todavía no, amor. —Su mano se cuela entre nuestros cuerpos,


tocándome, sintiendo lo mucho que me afecta—. No estás lista —dice, y mis
cejas se fruncen ante sus palabras.

—Estoy lista, tan lista. Por favor. —¿Cómo no puede ver lo preparada que
estoy, queriendo gotear de mi propio ser?

Se ríe y niega con la cabeza, dándome un beso rápido antes de agacharse


entre mis piernas.

¡Solo lo quiero dentro!

Mi mente está gritando, pero cuando su lengua hace contacto con mi


carne, ya no puedo estar enojada.

Caigo sobre el colchón, ojos salvajes, piernas sobre sus hombros y manos
en su cabello.

Me está matando.

Mi respiración se acelera, mi cuerpo responde a cada toque.

—Marcello —jadeo, esa sensación elusiva se acerca muy levemente.


Mis muslos se aprietan, apretándose alrededor de su cabeza. Sus manos en
mi culo me atraen más cerca, sus movimientos aumentan, su lengua exprime
todo el placer de mi cuerpo.

Hasta que todo se derrumba.

—¡Señor! —gimo en voz alta, sintiendo mi cuerpo flácido.

Marcello me besa el vientre y se toma un momento para apoyar la cabeza


en mi estómago.

Recordando las estrías de mi embarazo, trato de moverlo, pero me detiene.

—No lo hagas. —Su voz es tierna y llena de emoción. Su palma descansa


sobre la peor cicatriz y la traza con asombro.

—No es bonita. —Detengo su mano, poniendo la mía encima de la suya.

—Lo es. —Deja otro beso en la piel estropeada—. Porque dio vida. Nunca
te avergüences de ello, Lina.

Sus palabras me llenan, y tengo que parpadear dos veces para deshacerme
de la humedad que se forma en mis pestañas.

—Renunciaste a todo para tener una hermosa niña cuando otros no lo


harían. Esta es tu insignia de honor, Lina.

—Gracias. —Mi voz es ronca. Esta es la primera vez que alguien


reconoce mis sacrificios por Claudia. La primera vez que alguien los ha visto
como algo que no sea una vergüenza.
—No tienes idea de lo mucho que eso significa para mí. —Acaricio su
frente, esperando transmitirle todo lo que siento.

Se mueve por mi cuerpo y su boca envuelve la mía en un beso


chisporroteante. Todos los demás pensamientos desaparecen rápidamente de
mi mente mientras sucumbo a la sensación.

Se instala entre mis piernas, entrando lentamente en mí. Mis brazos


rodean su espalda, sosteniéndolo mientras él se mece suavemente dentro de
mí. Adora mi cuerpo con cada toque, cada golpe, y solo puedo mirarlo a los
ojos, asimilando su intensidad.

¡Es demasiado!

—¡Más rápido por favor! —gimo, sintiendo una presión crecer dentro de
mí. Marcello acelera el paso, su longitud se retira y luego vuelve a entrar en
mí, estirándome y haciéndome jadear de placer.

¡Ya casi está!

Me aprieto a su alrededor, y todos los nervios de mi cuerpo se estremecen


con la conciencia. La intensidad es demasiada y las lágrimas comienzan a
rodar por mi rostro. Solo unos segundos después se une a mí y lo siento
vaciarse dentro de mí.

—Dios, Lina. —gime, su frente descansando en mi hombro. Levanta la


cabeza solo una fracción, notando mis lágrimas.

—¡Mierda! ¿Te lastimé? ¿Estás bien? —Intenta moverse pero sigo


aferrándome a él.
—No, no me hiciste daño. Fue simplemente... demasiado. Demasiado
sentimiento —confieso, mordiéndome el labio. Sus cejas se arrugan en
confusión.

—¿Estás segura? —pregunta de nuevo.

—Sí, todo fue perfecto. —Mis manos se deslizan por su espalda, y una
vez más recuerdo la horrible vista que había visto.

Nos acomodamos en la cama y él coloca la sábana encima de mí. Nos


sentamos en silencio un rato y me atrevo a preguntar.

—¿Qué te pasó en la espalda?

—Las viste —dice lentamente. Me doy la vuelta para enfrentarlo. Su


expresión es tensa y está mirando a cualquier parte menos a mí.

—¿Quién te hizo eso? —Sus hombros se desploman ante mi pregunta. No


debería sentirse avergonzado por eso. Sin saberlo, es algo que puedo entender
muy bien.

—Yo... —Hace una pausa, tomando una respiración profunda—. Te lo


diré algún día —dice finalmente, sin mirarme a los ojos.

Algún día. ¿Por qué siempre es algún día con él? Antes que pueda
controlarme, espeto.

—¿Como la mujer que amabas? —Ni siquiera reconozco mi voz. ¿Es así
como se sienten los celos? Porque me están dando ganas de neutralizar a esa
mujer desconocida.

Los ojos de Marcello se encuentran con los míos.


—Lina... —Su tono suplicante sugiere que quiere que deje el tema,
pero necesito saberlo.

—¿No puedes decirme? Quiero saber contra quién estoy compitiendo.


¿Ella todavía está en tu vida? —Pero lo que más quiero preguntar es, ¿todavía
la amas?

—Está en el pasado.

—Marcello —comienzo, tratando de encontrar mis palabras—. Creo que


deberíamos poner todo sobre la mesa.

—¿Qué quieres decir? —Él frunce el ceño.

Respiro hondo.

—Estoy enamorada de ti. Te amo y necesito saber si todavía hay alguien


en tu vida... —Sus ojos se abren y me mira como si hubiera visto un
fantasma.

—¿Me amas? —repite incrédulo.

Asiento enérgicamente.

—Por supuesto que sí. Creo que me he estado enamorando de ti desde el


principio. Por eso... quiero saber si hay un lugar para mí en tu corazón. —
Ahora que la verdad ha salido a la luz, no sé si debería regocijarme o llorar.

Me está mirando fijamente.

—Repítelo —susurra.
—¿Te amo? —Me toma en sus brazos, un abrazo tan profundo que casi
me aplasta.

—Me amas. —Todavía está repitiendo las palabras, meciéndose conmigo.

—¿Marcello? —pregunto después de un rato. Su cabeza está enterrada en


el hueco de mi cuello y escucho un leve sollozo—, Marcello —digo de
nuevo.

—No hay nadie más. —Finalmente habla contra mi piel—. Nunca hubo
nadie más.

—Pero... esa mujer ...

—Siempre has sido tú.


—Siempre has sido tú. —le digo, sabiendo que es posible que ella no me
mire de la misma manera cuando lo sepa—. Solo he amado a una mujer, a ti.

—¿Qué quieres decir? —Sus brazos empujan mis hombros y dejo que
ponga distancia entre nosotros—. ¿Cómo es eso posible? —niega con la
cabeza—. No tienes que mentirme, Marcello.

—No estoy mintiendo. No sobre esto. Me enamoré de ti hace diez años.

—Hace diez años... Pero... ¿Cómo?

—Te vi por primera vez en uno de los banquetes de tu padre. Estabas en el


jardín, tratando de colarte. —Puedo imaginar el momento exacto en que la vi
por primera vez. Tan hermosa, tan pura—. También quería casarme contigo
en ese entonces —confieso.

—No lo entiendo. Nunca nos habíamos conocido antes, estoy segura. —


Una profunda arruga se forma entre sus cejas mientras intenta recordarme y
no logra.

—Estaba hecho un desastre, pero nos conocimos. Justo afuera de tu


casa. —Procedo a contarle el encuentro que incluso ahora, una década
después, sigue grabado en mi mente. En el momento en que me tuvo, total e
irrevocablemente, tanto si me quería como si no.
He sido suyo desde ese momento.

VEINTIÚN AÑOS,

El dolor rasga a través de mis entrañas.

Mi mano se aferra a mi herida, tratando de detener el sangrado. Sé que no


es probable que muera por esto, pero eso no significa que sea menos
doloroso.

Agacho la cabeza mientras sigo caminando, la capucha me cubre la cara


para ayudar a cubrir el daño que mi padre había infligido.

Me pregunto si aún parezco humano.

Mis dos ojos están increíblemente hinchados, con un párpado


completamente roto. Eso deja solo un ojo bueno por el que puedo ver. Mi
mejilla está irradiando dolor y supongo que podría estar fracturada. Ni
siquiera debería pensar en mi nariz porque recibió la mayoría de los golpes
directos.

La herida del cuchillo había sido una sorpresa, o tanto de una sorpresa
como podría venir de padre. No esperaba que fuera a recibir un tipo de
castigo fuera de servicio, pero realmente fui lejos esta vez.

Más lejos que antes.


Me había enfrentado a mi padre y le había dicho firmemente que no me
uniría a él en sus visitas semanales a los burdeles, ni me involucraría en
ningún tipo de comportamiento licencioso.

Mi razonamiento había sido bastante simple. Solo necesito organizarme


para poder ser digno de Catalina.

Estaba seguro que Rocco conocía las actividades de mi padre, e


implícitamente las mías, y eso significaba que nunca aceptaría darme la mano
de su hija en matrimonio. Hay una cosa entre los mafiosos que está mal visto,
y es frecuentar burdeles, no es que a mi padre le importe. Pero para cualquier
otro capo que se precie, no sería aceptable que su hija se casara con un
mujeriego que pudiera avergonzarla e implícitamente su nombre.

Si bien el propio Rocco no es un santo, sus gustos van más hacia las
mujeres mantenidas que hacia las pagadas, aunque la diferencia es muy leve y
se podría argumentar que es lo mismo.

Pero cuando consideras las inclinaciones de mi padre... no creo que haya


ningún hombre por ahí que entregue voluntariamente a su hija en matrimonio
a alguien asociado con tal libertinaje.

Aún así tenía mucho trabajo por hacer. No es como si fuera una dificultad
para mí renunciar a eso, dado que nunca lo he disfrutado. Pero si soy sincero,
más que nada, quiero hacerlo por Catalina.

Quiero ser digno a sus ojos. Alguien de quien no se avergonzaría...


alguien a quien podría aprender a amar ...

Y así me encuentro vagando cerca de la casa de los Agosti.


A mi padre no le gustó que me negara a ir con él semana tras semana
hasta que finalmente tuvo suficiente. Dijo que solo me estaba enseñando una
lección. Que mis acciones se reflejaban en él y que lo hacía parecer débil.

Hizo que sus hombres me sujetaran mientras me golpeaba la cara con los
puños. No había sido suficiente que casi me desmayara por el dolor, por lo
que había completado el castigo con una herida de cuchillo.

Gimo por el dolor punzante. Me había apuñalado justo entre mis costillas,
sabiendo la posición perfecta para no dañar ningún órgano vital, pero para
maximizar el dolor.

Cuando salí, realmente no había estado pensando con claridad. Estaba


demasiado concentrado en el dolor físico para pensar con lucidez. Empecé a
caminar, serpenteando.

Y ahora aquí estoy...

Creo que en el fondo esperaba poder ver a Catalina. Ciertamente aliviaría


el dolor.

Sin embargo, no me atrevo a ir al frente de la casa. Eso significaría pedir


otra paliza, y creo que ya tuve suficiente por hoy.

Sintiéndome un poco mareado, probablemente por la pérdida de sangre,


camino un poco más hacia la parte trasera de la casa. La gran valla que la
rodea asegura que no pueda entrar, no es que me gustaría hacerlo en mi
estado.

Veo un pequeño rincón en el rincón de la valla. Puedo ver el jardín trasero


de la casa desde ese ángulo. Es lo suficientemente bueno para mí mientras me
apoyo, respirando con dificultad. Me muevo un poco, tratando de encontrar
una posición que no envíe dolores más agudos en mi costado.

Cualquiera que pasara supondría que soy un vagabundo. Con mi ropa


sucia y mi chaqueta empapada de sangre, yo también lo haría. Me bajo la
capucha aún más por la cara, cierro los ojos y me quedo dormido. Tal vez
incluso soñaré con ella...

No sé cuánto tiempo ha pasado, pero en algún momento siento que algo


me golpea el hombro. Me despierto sobresaltado, mi primera reacción es
decidir entre luchar o huir. Levanto un poco la cabeza y entrecierro los ojos
para intentar adaptarme a la luz.

¡Mierda!

Todo está tan borroso. Espero que no haya daños permanentes.

—¿Estás bien? —pregunta una dulce voz, y lentamente me doy la vuelta.

Es ella.

Catalina.

Ella está del otro lado de la valla, pero debido a que las barras no están
muy juntas, puede pasar la mano por el espacio. Suficiente para tocarme...

—Yo… —Me quedo sin palabras mientras la miro. Tengo que


preguntarme si es mi cerebro conjurándola, o si es real.

—¡Estás herido! —jadea cuando ve el estado de mi cara. Agacho la


cabeza avergonzado.
¿Qué tenía en mente al venir aquí?

Con gran dificultad, me levanto para irme, no queriendo ver lástima en sus
ojos.

—¡Espera, por favor! No te vayas —dice, su voz es tan magnética que


estoy atrapado en el lugar.

Me vuelvo hacia ella.

Lleva un vestido amarillo. Muy brillante...

—¿Necesitas algo? —pregunta, con las cejas arqueadas por la


preocupación.

Niego un poco con la cabeza.

—Por favor, sólo... espera aquí. Espérame. —Hace una pausa esperando
mi respuesta, y cuando le doy un asentimiento, se lanza hacia la casa.

Estoy clavado en el lugar, tratando de averiguar si ella es un sueño o no.

Pero luego ella está de vuelta.

—No te fuiste —resopla, respirando con dificultad—. ¿Puedes


acercarte? —Me hace señas con la mano hacia la valla y, como un siervo fiel,
obedezco—. Aquí —dice y cuela una pequeña bolsa a través del espacio en
la valla.

Extiendo mi mano para tomarla, rozando intencionalmente mis dedos


contra los de ella.

—Oh. —Parece sorprendida, pero no retrocede.


Miro dentro de la bolsa y encuentro un sándwich, algo de fruta y una
botella pequeña de agua.

Inmediatamente giro mi cabeza hacia ella.

—¿Por qué? —gruño, mi voz ronca por el dolor.

—Tienes que cuidarte. —Ella sonríe, una sonrisa gentil que toca mi
corazón.

—Gracias... —digo, todavía asombrado que ella hiciera esto por mí, por
un extraño.

No creo que nadie me haya dado nunca nada.

Miro hacia atrás al contenido de la bolsa y siento que sale humedad de mi


ojo bueno. Sollozo.

—Gracias —susurro de nuevo.

—No tienes que agradecerme. Cualquiera haría lo mismo.

Nadie ha hecho nunca lo mismo. No por mí...

—¿Puedes acercarte? —dice y saca un paño blanco.

—¿Qué es eso?

—Necesitas limpiar tus heridas, asegurarte que no se infecten —explica y


me hace aún más señas.
Meto mi cara en los barrotes y ella toca mi piel con el paño, moviéndolo
suavemente y limpiando mis heridas. Aplica un poco de desinfectante y yo
salto hacia atrás un par de veces cuando me pica.

Ella se ríe.

La miro con reverencia.

A nadie le importaron mis heridas antes, y yo he tenido mi parte justa.

No sé qué me impulsa, pero detengo su mano cuando está a punto de


alcanzar mi ojo. La llevo a mis labios y le doy un casto beso en los nudillos.

—Gracias. —No me importa cuántas veces lo diga o cómo me haga ver


esto. Pero le estoy agradecido de una manera que nunca creí posible.

Se sonroja, pero no quita la mano.

Nos sentamos así por un rato antes que me diga que tiene que irse. Pero
antes de hacerlo, me pregunta algo que me sorprende hasta la médula.

—¿Vendrás otra vez?

No respondo y ella no vuelve a preguntar.

Pero durante los próximos días aparezco fielmente a la misma hora, en el


mismo lugar. Me trae medicinas y comida, y nos hacemos compañía,
hablando de banalidades.

No tiene idea de quién soy yo ni de lo que significa para mí.

No tiene ni idea de cuánto estoy a punto de pagar por soñar con algo para
siempre fuera de mi alcance.
EN LA ACTUALIDAD,

Las lágrimas ruedan por su rostro después de contarle todo.

Me guardo para mí los detalles más sensibles, como la razón por la que
había sido tan maltratado ese día, o que al enamorarme de ella, me había
convertido en un debilucho a los ojos de mi padre.

Y él me corrigió de la peor manera posible.

—No sé qué decir —susurra, secándose las lágrimas con el dorso de la


mano—. ¿Por qué nunca viniste por mí?

—No pensé que fuera digno de ti. Mi pasado... no es bonito. —Es una
verdad a medias, pero si supiera la verdadera razón... Ni siquiera quiero ir
allí. Puede que me haya mantenido alejado, pero eso no significa que haya
dejado mis pensamientos ni siquiera por un día.

—Marcello. —Mi nombre en sus labios me tranquiliza de una manera que


nunca creí posible. Ella podría ser capaz de curarme de nuevo. Pero ella
también tiene el poder de destrozarme.

—¿Estás enojada?

—¿Enojada? ¿Por qué?


—Porque no te lo dije antes.

—No… no. —Niega con la cabeza, sus ojos se suavizan mientras me


mira—. Nunca podría enojarme contigo. Aunque tengo preguntas. —Ella se
acurruca más cerca de mí, su cabeza en mi pecho—. ¿Cómo es que te
enamoraste de mí solo por esas breves interacciones? Parece un poco...
extraño. No es que no esté agradecida. No tienes idea de lo contenta que estoy
de saber que sientes lo mismo. —Las últimas palabras están en un tono más
suave, como si estuviera avergonzada.

—Fue bastante fácil. Cuando todo lo que has conocido es la crueldad, la


única persona que te enseña bondad se convierte en el centro de tu universo.
Te convertiste en mi mundo, Lina. Cuando me diste esa bolsita con comida, o
cuando atendiste mis heridas, me hiciste creer que había algo más en el
mundo además del mal. Me hiciste tener esperanza de nuevo. —A pesar que
esa esperanza se desvaneció más tarde. Ella todavía me había mostrado una
forma diferente de ser, y por eso se había convertido en mi musa, mi mayor
deseo.

—¿Qué te pasó, Marcello?

—Más bien lo que no pasó —respondo secamente—. Te diré...

—Algún día. —Ella se ríe cuando decimos la palabra al unísono.

—No es que no quiera, Lina. Pero es difícil hablar de eso. —Y porque una
parte de mí no cree que me miraría igual si supiera las cosas que he hecho.

—Estoy aquí. Siempre que quieras hablar. —Ella pone un beso en mi


pecho, su rostro acariciando mi costado.
—Entonces me amas. —Sutilmente cambio de tema, aunque todavía no
puedo creer que ella me quiera. Es simplemente demasiado bueno para ser
verdad, considerando que había soñado con escucharla decir estas palabras
durante tanto tiempo.

—Y tú me amas —responde, arqueando una ceja, sus labios se mueven


tímidamente.

—Tanto que duele. —Levanto su barbilla con mi dedo, queriendo


mostrarle la sinceridad en mis ojos—. No hay nada que yo no haría por ti,
Lina. Dime que muera mañana, y lo haré. Dime que viva, y seré tu sirviente.
Para siempre.

Parpadea dos veces y una sonrisa se dibuja en sus labios.

—Bien. Como mi sirviente, te ordeno que nunca dejes de amarme.

—Fácil.

—Y quiero tener muchos, muchos hijos.

—Hecho —digo de inmediato.

—¿En serio? ¿Qué tal díez? —Lina levanta una ceja en señal de desafío.

—Diez funciona para mí, pero estoy preocupado por ti ya que estarás
haciendo el trabajo duro.

—No me importa eso. Quiero una gran familia. —Inclina la cabeza


pensativa—. Una gran familia amorosa.

—Entonces te daré todo lo que quieras.


La tomo en mis brazos, mi cabeza descansando sobre la suya.

Y rezo en silencio.

Para que su amor sea suficiente cuando llegue el día...

—Te amo. —Dejando un beso en los labios de Lina, salgo.

Desde que finalmente confesé mis sentimientos, he estado aprovechando cada


oportunidad para hacerle saber a Lina lo mucho que significa para mí. Puede
que lo haga en exceso, pero diez años de anhelo reprimido pueden hacerle eso
a un hombre.

Intento terminar todas mis reuniones a tiempo para poder volver a


casa. Había aceptado la oferta de Guerra, aunque sólo fuera
temporalmente. Si bien todavía no confío en él, estoy un poco más
preocupado por el estado de la famiglia y su percepción de las cosas si
pospongo aún más la solución del problema del transporte.

Desde la inauguración, comencé a sentir una clara división entre los


miembros de la familia, con una facción apoyándome mientras la otra a
Nicolo. No es como si no hubiera considerado la posibilidad, pero la realidad
significa que necesito convencer a todos que soy el candidato más adecuado
para Capo.
Todavía tengo mis dudas sobre Benedict, ya que no sé exactamente cuál
es su postura hacia su hermano. El rencor de Franco hacia Catalina solo debe
haber aumentado desde su humillación pública. Aun así, dudo que sea él
quien ha estado intentando aterrorizar a Catalina. No con toda la evidencia
apuntando hacia el imitador de Quimera, a quien no estoy más cerca de
descubrir.

Toda la situación es demasiado complicada. Solo espero que por ahora la


famiglia esté satisfecha con las rutas de transporte de Guerra y los clubes de
Enzo para la distribución.

Paso la mayor parte del día yendo de un almacén a otro para asegurarme
que el próximo transporte sea lo suficientemente seguro. Después de sentir
que todo está en orden, dejo que Francesco supervise los detalles.

Es casi de noche cuando llego a casa. Encuentro a las chicas en el salón,


Claudia y Venezia están haciendo sus deberes mientras Catalina se concentra
en dibujar una nueva pieza. Frunzo el ceño cuando noto que Sisi no está. Lo
ha estado haciendo mucho últimamente.

—¡Marcello! —Lina deja caer todo para saltar en mis brazos.

—Amor. —Beso la parte superior de su cabeza.

Venezia y Claudia me saludan con un asentimiento, pero parecen estar


absortas en lo que sea en lo que están trabajando, así que no quiero
molestarlas.

—Tienen un examen mañana. —Lina susurra y me hace señas hacia las


escaleras.
—¿Cómo estuvo tu día? —pregunta cuando entramos en nuestra
habitación.

—Bien, creo. No estoy seguro todavía —admito y le doy un breve


resumen de lo que había planeado.

—Si Guerra cumple su parte del trato, esto podría funcionar. —Lina me
ayuda a quitarme la camisa.

—La ayuda de tu hermano también es una ventaja. Hice los cálculos y


podríamos recuperar nuestras pérdidas en un mes, máximo dos.

Frunce los labios, su rostro tenso.

—Nunca me ha gustado lo que hace Enzo. Quiero decir, no me


gusta nada de esto. Pero está explotando a las mujeres a sabiendas e
intencionalmente. —Ella niega con la cabeza—. Simplemente no puedo
reconciliar eso con la imagen que tengo de mi hermano.

—Hay una cosa que debes entender, Lina. —Me vuelvo hacia ella,
acariciando suavemente su cabello—. Los mafiosos siempre tienen dos caras:
una que le muestran a su familia y otra que le muestran al mundo exterior. No
se puede tener éxito en este entorno despiadado sin crueldad y un
compromiso con la moralidad. Es posible que lo conozcas como un hermano
amoroso, pero para todos los demás es un capo y mafioso.

Parece pensativa por un momento.

—Sé quién eres conmigo —dice Lina, metiendo su dedo en mi pecho—,


pero ¿cuál es la cara que le muestras al mundo exterior? ¿La que usaste para
castigar a Franco?
—No. Es mucho, mucho peor —digo honestamente, esperando que no
indague más.

—¿Qué quieres decir?

—Rezo para que nunca te enteres. —Levanto su dedo a mis labios. Parece
que quiere decir algo más, así que la silencio con un beso.

Lo que me había visto hacerle a Franco había sido leve. Si supiera de lo


que soy capaz... Realmente espero que nunca se entere.

Antes que podamos llevar las cosas más lejos, Amelia interrumpe para
hacerme saber que recibí un paquete que había dejado en mi oficina.

—¿Te tienes que ir ya? —Su mano baja suavemente por mi brazo antes de
entrelazar nuestros dedos.

—No tardaré —digo, reacio a apartarme de su lado—. Después de eso,


soy todo tuyo.

—Te esperaré.

La anticipación ya se está construyendo dentro de mí, corro hacia mi


oficina, con la intención de terminar con esto rápidamente. Como dijo
Amelia, hay una caja grande encima de mi escritorio.

Es curioso que Amelia no mencionara de quién es. Una mirada superficial


me dice que no tiene ninguna etiqueta.

Me encojo de hombros y me dispongo a abrirla. Agarrando unas tijeras,


corto la cinta que sujetaba la caja en la parte superior.
No había sentido nada antes, pero en el momento en que abro la caja, el
olor a muerte me asalta.

—¡Joder! —murmuro, arrugando mi nariz con disgusto. ¿Es esta otra


broma de mal gusto? Descuidadamente, rasgo el cartón para ver qué hay
dentro.

Cortada por el cuello, la cabeza de mi padre está colocada boca arriba


dentro de la caja. La piel es de un color azul amarillento, una mezcla de pus y
sangre persistente en la línea de decapitación. La herida de bala está infestada
de gusanos, al igual que las cuencas de sus ojos, o lo que queda de ellos.

—¡Joder! —Doy un paso atrás, mirando conmocionado la cabeza podrida


de mi padre. ¿Quién pudo haber enviado esto?

Pero eso significa ...

Tomando una respiración profunda, hurgo en la caja, buscando algunas


pistas sobre quién pudo haber hecho esto. No me toma mucho tiempo
encontrar una nota.

¡BUEN INTENTO!

Mi mano se aprieta alrededor del papel.

Me la han jugado.

Tratando de calmarme, tomo asiento y repito los acontecimientos


recientes en mi cabeza. Solo se puede sacar una conclusión.

Es alguien cercano a mí.


Todo esto es una broma para quien esté haciendo esto. Y poner las cosas
en perspectiva me hace pensar que todo ha sido un juego hasta ahora. De
encontrar los papeles de asilo cuando lo hice, considerando que había
revisado todos los archivos de Tino antes, a encontrar a mi padre y matarlo,
con la esperanza que él fuera la fuente de mi tormento.

Una risa maníaca se apodera de mí. Ni siquiera puedo evitarlo mientras


me inclino hacia adelante, me duele el estómago de reír tan fuerte.

Y luego me detengo.

Creen que ganaron, ¿eh? Pero ahora tengo una pista


invaluable. Quienquiera que sea tiene acceso ilimitado a mi casa. Pero más
que nada, conocen mi pasado y mi trabajo para padre. Eso reduce aún más la
lista.

Es alguien dentro de la famiglia.

Pero esto es más que eso. Es personal. Y no puedo pensar en nadie a quien
haya ofendido. Claro, están Nicolo y sus compinches, pero apenas he
interactuado con ellos. Hay más en esto de lo que parece, pero simplemente
no tengo suficiente información.

Llamo a un guardia y le ordeno que se deshaga de la cabeza.

Si están tan cerca... puede que necesite plantar una pista falsa.

Regreso un poco más tarde a la habitación, y Lina ya está metida en la


cama. Sonríe cuando me ve, abriendo los brazos. Me deslizo y la abrazo.

Una cosa es segura. Esto es la guerra. No puedo dejar que nadie me quite
la felicidad.
No cuando finalmente la conseguí.
Es temprano en la mañana cuando recibo mi entrega semanal de telas.

Había ordenado bastante esta vez, pensando que podría sorprender a


Claudia con su vestido de princesa de ensueño para su cumpleaños. Sin
embargo, ocultarle mi trabajo no sería fácil.

Las chicas todavía están durmiendo y Marcello ya se fue a trabajar. Eso


me deja mayormente sola en la casa. Y es la oportunidad perfecta para
desembalar los materiales.

Llevo las cajas a mi habitación y alineo todas las telas en la cama para una
mejor visualización. Me dispongo a tirar las cajas, pero se cae un trozo de
papel. Pensando que podría ser una factura, la recojo para agregarla a mi
carpeta.

Pero no lo es.

¿NO QUIERES SABER QUIÉN ES EL PADRE DE TU HIJA?

Me congelo. ¿Qué es esto? ¿Quién lo puso dentro?

Vuelvo a las cajas y las busco a fondo, pero no hay nada más.

Solo esta hoja de papel.


Aturdida, me siento, la nota todavía en mi mano.

No, no puedo dejar que esto me inquiete. Todo está en el pasado, y estoy
segura que quienquiera que esté haciendo esto no puede saber qué sucedió esa
noche.

Me toma un tiempo recomponerme. Rompo la nota en pedazos y la tiro a


la basura. Entonces, me concentro en mi proyecto.

No dejaré que esto me moleste.

A medida que avanza el día, me olvido de ello. Por la noche, ya está fuera
de mi mente.

—Signora Catalina, esto llegó para usted. —Amelia me detiene en mi


camino al desayuno al día siguiente. Frunzo el ceño, pero cojo la carta.

Encuentro un rincón debajo de las escaleras y la abro. Dentro hay otra


nota, similar a la que recibí el día anterior. Ya me tiemblan los dedos cuando
la desdoblo para leer otro mensaje perturbador.

ESTÁ MÁS CERCA DE LO QUE PIENSAS.

¿Quién está haciendo esto? ¿Quién se esfuerza tanto por atormentarme


con lo peor que me ha pasado?

Devolviendo el papel a su sobre, le pido a Amelia que lleve la comida a


mi habitación y que disculpe mi ausencia diciendo que estoy enferma. Una
vez que Amelia se va, me apresuro a ir a mi habitación.

¿Qué está pasando? No entiendo. Admito que había pensado en el padre


biológico de Claudia a lo largo de los años. Pero no fue porque tuviera
curiosidad por su identidad. Fue más por una necesidad de ver si podía ver
sus rasgos en mi hija. Afortunadamente, heredó todas sus características
físicas de mí, excepto su cabello.

Niego con la cabeza, sin siquiera querer entretener la idea de que la nota
podría ser correcta. Que mi violador esté cerca de mí es algo que amenaza con
enfermarme.

Un golpe en la puerta me asusta.

—¿Lina? ¿Estás bien? —pregunta Marcello. Me apresuro a esconder la


carta debajo del colchón, y lo hago justo antes que abra la puerta—.
¿Lina? Amor, no te ves muy bien. —Se acerca y se agacha en cuclillas frente
a mí. Revisando mi temperatura con el dorso de su mano, frunce el ceño.

—Estás un poco caliente.

—Es sólo un dolor de cabeza. No te preocupes. —Agarro su mano y la


aprieto, buscando el consuelo familiar de su toque.

—No puedo hacer eso. Siempre me preocuparé por ti. —La dulzura de su
voz me tranquiliza. Lo tomo en mis brazos, abrazándolo con fuerza.

—Te amo —susurro. Ni siquiera quiero imaginar lo que pensaría de mí si


supiera... Cierro los ojos, queriendo olvidarme de todo.

—Te adoro, Lina. No lo olvides —retrocede, su cara tensa por la


preocupación. Me siento culpable por eso, así que rápidamente le insto a que
vuelva al comedor.

—Me siento mejor. Ven, vamos juntos. —Me levanto y lo llevo hacia la
puerta.
—¿Si estás segura…? —Sus ojos me escanean, tratando de evaluar la
veracidad de mis palabras.

Asiento y esbozo una sonrisa en mi rostro.

Ya tiene suficiente en su plato. Él no necesita esto también.

Los mensajes siguen llegando.

Todos los días recibo una carta sin falta. Esto dura una semana. Las notas
suelen tener una frase, pero se burlan de mí con el conocimiento de la
identidad del padre de Claudia. Después de los primeros días, me niego a
abrirlas y prefiero quemarlas.

Quien piense en atormentarme con esto debería reconsiderarlo. He


terminado de jugar lo que solo puedo describir como un juego enfermizo. Dos
días sin cartas nuevas y pensé que finalmente había terminado. Pero estaba
equivocada. Me equivoqué al pensar que tirar las cartas haría que todo se
detuviera.

Navegando por Internet en mi habitación, me sorprende ver aparecer una


ventana emergente en la pantalla. Al principio está vacía. Pero luego se llena
con las mismas oraciones que he estado recibiendo en formato de carta.

CHICA TONTA, SI SUPIERAS.

EL HOMBRE QUE PROFESAS AMAR — NO CREAS QUE NO HE


ESCUCHADO.

Hago todo lo posible por salir de la ventana, presionando todo tipo de


teclas, pero es en vano. Sigue funcionando.
EL HOMBRE QUE TE VIOLÓ ESTÁ MÁS CERCA DE LO QUE CREES

ESTÁS CASADA CON ÉL.

El texto se detiene de repente y mi computadora falla. Todavía estoy


mirando la pantalla en blanco, sorprendida por lo que había leído. ¿Está
insinuando que Marcello es el hombre de esa noche? La simple noción de eso
me hace reír. De verdad, todo este problema ¿para qué? ¿Para hacerme dudar
de mi marido?

Quienquiera que fuera debería darse cuenta de lo descabellada que es la


idea que Marcello podría ser el padre de Claudia...

Niego con la cabeza, decidida sacar esto de mi mente para siempre.

Cuando se anuncia la cena, bajo y me doy cuenta que todos menos Assisi
ya están sentados a la mesa. Marcello está inmerso en una conversación con
Claudia, y están discutiendo un texto que ella tuvo que leer como parte de su
tarea.

—Pero no es muy lógico. —Mi hija observa, las cejas se fruncen en


consternación.

—Creo que estás avanzada para tu grado, Claudia. —Marcello asiente—.


¿Has intentado decirle eso a la Sra. Evans?

—Sí, pero quiere que siga el camino tradicional. Dice que no debería
perderme una educación normal. —Suspira, claramente decepcionada con el
enfoque de su maestra.

—Lina, ahí estás. —Marcello me da una sonrisa brillante mientras tomo


mi lugar. Asiento con la cabeza hacia ellos, urgiéndolos a continuar.
A medida que los platos van y vienen, no puedo evitar mirarlos a los dos,
en busca de similitudes. ¡Maldición! Ahora que la idea se sembró en mi
cabeza, no puedo evitar pensar en ello.

No hay mucho que hacer. Lo único que tienen en común es su cabello de


color claro. De hecho, cuanto más miro, más me doy cuenta que es del mismo
tono de rubio.

¡Señor! Debo estar volviéndome loca.

—¿Lina? —Marcello me llama por mi nombre, frunciendo el ceño.

—Sí, lo siento, no te escuché.

—Has estado perdida en tus pensamientos por un tiempo.

—Solo estoy pensando en mi diseño. —Miento rápidamente, forzando


una sonrisa. Dios mío, si supiera en lo que he estado pensando...

Se sirve el siguiente plato y veo a Marcello un poco desconcertado.

—¿Algo va mal? —pregunto mientras uno de los miembros del personal


coloca un plato frente a mí.

—He dado instrucciones específicas para evitar los mariscos. —Observa,


picoteando su comida.

Miro mi plato y veo que es una mezcla de mariscos.

—Ew. —Mi hija hace una mueca, empujando el plato lejos de ella.

—¿Por qué? —pregunto, mis ojos todavía están en mi hija.


—Tengo alergia a los mariscos —sacude la cabeza y se levanta para ir a la
cocina a preguntar qué ocurrió.

—Wow. Yo también tengo alergia a los mariscos —exclama


Claudia. Marcello se detiene en seco y se vuelve a medias hacia Claudia, su
expresión inescrutable.

—Les diré que no vuelvan a cometer este error. —Su voz es tensa y mis
dudas se duplican de repente.

¿Seguramente es solo una coincidencia?

Los días siguientes son aún peores. Observo a Marcello y Claudia aún más
de cerca, estudiando sus interacciones y sus comportamientos. De repente,
veo un patrón en todo.

Esto me está afectando demasiado. Especialmente cuando busco en


Internet tipos de evidencia que dos personas podrían estar
relacionadas. Aparte de una prueba de ADN, otro método mucho menos
confiable es comparar los tipos de sangre de los padres.

Hago una pausa por un segundo para pensar. Mi tipo de sangre es O y el


de Claudia es B. Estudio algunos gráficos y el padre solo puede tener un tipo
de sangre B o AB. Ok, no hay mucho que explotar. Pero como soy tan
paranoica, termino preguntándole en la cama a altas horas de la noche.

—¿De dónde viene esto?

—Oh, he estado leyendo algunos consejos de bienestar y toman en


consideración el tipo de sangre. —La mentira sale fácilmente de mi lengua y
siento una punzada de culpa. Me estoy volviendo loca, pero si dice O y quizá
A, entonces puedo dejar de lado mis preocupaciones.

—Hmm, eso es interesante. —Se vuelve hacia mí, su cara está a unos
milímetros de distancia—. Es B, creo.

—Oh. —Es todo lo que puedo decir.

—¿Algún consejo para mí? —Bromea, acercándome más.

—¿Leeré y te lo diré?

—Trato. —Su boca se posa sobre la mía y pierdo la pista de todo lo


demás.

Porque este es el hombre que amo.

—Lina, presta atención. —Enzo chasquea los dedos frente a mí.

—Lo siento. He estado un poco distraída últimamente.

Le pedí a Enzo que se reuniera conmigo en un café cercano. Necesitaba a


alguien en quien confiar y, a pesar de nuestra amistad, sabía que Sisi no era la
mejor opción en este caso. No solo porque quería hablar de su hermano, sino
también porque últimamente ha estado demasiado distante.

—Ya veo. —Se recuesta en su asiento, estudiándome.


—¿Te está maltratando? Puedes decirme cualquier cosa, Lina. Haré que se
arrepienta del día en que nació si hizo algo...

—No, en absoluto. —Le corto—. No es eso. Ha sido maravilloso —digo


rápidamente. He notado en el pasado que Enzo no tiene la mejor opinión de
Marcello, y me pregunto por qué.

—Has perdido peso y te ves demacrada. ¿Qué voy a pensar? —Arquea


una ceja y espera a que hable.

—Yo… —comienzo, sin siquiera saber por dónde empezar—. Lo amo. Lo


amo como nunca pensé que lo haría. —Agarro la taza de café en mis manos,
bajando la mirada—. Es increíble, atento y, oh, muy amable. Es todo lo que
pude haber pedido y más. —Enzo se ríe de mis palabras y levanto la cabeza—
. Por eso no entiendo por qué lo odias tanto.

—¿Has oído algo sobre su pasado?

Niego con la cabeza.

—Solo un poco... no mucho.

—¿Te dijo que pidió tu mano hace años?

—Él mencionó eso.

—Rocco aceptó la propuesta. Fue unas semanas antes… —Se apaga y sé


que se refiere al incidente—. Después de eso, su padre murió repentinamente
y Marcello desapareció.

—¿Por qué papá nunca dijo nada? —Arrugo la frente. No me había dado
cuenta de lo seria que había sido la conversación sobre el matrimonio.
—Ya era demasiado tarde para ese momento. —Enzo hace una
mueca. Quiere decir que para entonces ya estaba dañada.

—¿Es por eso que estás tan en contra de él? ¿Porque dejó la famiglia?

—No. —Los labios de Enzo se curvan en la esquina con sarcasmo—. Fue


por lo que hizo antes de irse.

—Si estás hablando de las orgías, entonces he oído hablar de eso —digo
de repente.

Enzo parpadea dos veces, desconcertado por mi comentario, pero


continúa.

—Las orgías eran sólo una pequeña parte. Los Lastras eran infames hace
diez años. Marcello y su padre siempre estaban juntos, participando en las
peores y más degradantes prácticas. —Enzo finge escupir para enfatizar cuán
repugnantes encuentra esas prácticas.

—Ya veo —Me vuelvo hacia mi café una vez más, sin saber cómo
responder. El hombre que conozco y el hombre que describe son dos personas
diferentes. Pero ese es el punto, ¿no? Es un mafioso de dos caras.

—¿Por qué me llamaste aquí, Lina? Y sé honesta. Puedo ver que algo te
está carcomiendo.

—He estado recibiendo algunos mensajes de acoso. Al principio eran


cartas y luego empezaron a aparecer en mi computadora también.

—¿Qué dice Lastra sobre eso?

—No se lo dije.
—Lina... —Enzo gime, dándose una palmada en la frente—. ¿Por qué no
le dijiste a tu marido? Solo acepté la propuesta porque se suponía que él debía
mantenerte a salvo.

—Porque los mensajes son sobre él —susurro, finalmente llegando a la


verdadera razón por la que lo llamé aquí.

—¿Qué quieres decir?

—Los mensajes siguen diciendo que es el padre de Claudia. —Cuento


desde el principio lo que había contenido cada mensaje, y luego mis dudas
cada vez mayores y mis observaciones.

—Entonces, ¿tu evidencia hasta ahora es que tienen el mismo cabello,


alergia y tipo de sangre? —Está pensativo mientras pregunta, y yo solo
asiento.

—No es exactamente evidencia. Eso implicaría que ya creo que él es


culpable. Simplemente no puedo evitar ser paranoica. Sigo mirando cada cosa
que tienen en común y tengo estas dudas... —Enzo está en silencio, su
mandíbula apretada—. Es una locura, ¿verdad? Es demasiado loco para
siquiera contemplarlo.

Niego con la cabeza. Solo quiero que Enzo me diga que estoy viendo
demasiado en esto. Quiero que confirme que me estoy volviendo loca.

—No sé si es demasiado loco.

Mi cabeza gira en su dirección, mis ojos se agrandan.

—¿Qué quieres decir? —pregunto, casi horrorizada.


—Lina, te dije que no era un buen hombre. El Marcello que conocía... el
Marcello que todos conocían era un monstruo. ¡Joder! No creo que pueda
perdonarme jamás por haber aceptado este matrimonio... —Se aprieta las
sienes con los dedos en un ligero masaje.

—¿Qué quieres decir con monstruo? —Mis palabras son un mero susurro.

—Todas las cosas malas que se te ocurran, él era culpable —dice con un
suspiro.

—Pero son sólo rumores, ¿verdad? No puedes estar seguro.

—Lina, hubo un tiempo en que absolutamente nadie se atrevió a ir contra


los Lastras. Todos los que les hicieron daño terminaron muertos, asesinados
de la peor manera posible. Cuando su padre murió y Marcello desapareció,
nadie los lloró. Como una mancha en la historia de las cinco familias, fueron
rápidamente olvidados.

—Pero... eso no significa que él me haría algo así. —Intento explicárselo,


pero incluso a mis oídos suena falso—. Quería casarse conmigo, ¿verdad?
¿Por qué iba a ...?

Enzo se lleva un cigarrillo a la boca y lo enciende. Inhala varias veces


antes de lanzar una nube de humo. Se encoge de hombros.

—No estoy diciendo que él lo hizo. Solo digo que es capaz de hacerlo.

Su manera casual no ayuda con mi pánico ya creciente. No, estoy segura


que Marcello no haría eso. Lo conozco, ¿no? Sé lo gentil y amable que
es. ¿Cómo podría una persona así...? Niego con la cabeza, ni siquiera quiero ir
allí.
—Si estás tan preocupada por lo que dijo un extraño, siempre puedes
hacer una prueba de ADN para confirmar tus dudas.

—Eso significaría que sospecho fuertemente de él.

—No, eso significaría que obtienes un resultado, confirmas que no es él,


como claramente crees, y luego sigues adelante. Estás tan estresada en este
momento por la posibilidad que pueda ser él que apenas puedes funcionar. —
Enzo señala acertadamente todo lo que había estado pensando, y tengo que
estar de acuerdo con su línea de razonamiento.

—Tienes razón. No creo que sea él. Pero lo haré solo para estar segura.

—Bien. Yo me ocuparé de eso. Solo necesitas recolectar algunas muestras


de cabello de Claudia y de tu marido. Haré pasar a alguien para que las
recoja.

—Tengo miedo —admito por primera vez.

—Lina, por mucho que no me guste tu marido, si crees que él no lo hizo,


entonces confío en tu juicio. Es posible que alguien esté tratando de abrir una
brecha entre ustedes dos.

—He pensado en eso. Pero todavía estoy...

—Tienes que estar segura. Puedo respetar eso. Me aseguraré que tengas
los resultados lo antes posible.
Mis manos se aprietan sobre el sobre sin abrir.

Enzo había enviado a uno de sus hombres para que me lo entregara. Había
llevado menos tiempo del que había imaginado, menos de una semana.

Pero ahora me enfrento a la decisión más importante. Abrirlo y averiguar


la verdad, o desecharlo, olvidarme de todo y confiar en mi marido. No ayuda
que Marcello y yo estemos más unidos que nunca. La noche anterior había
tenido uno de sus terrores nocturnos, y lo había consolado durante toda la
noche mientras me había contado algunas cosas sobre el monstruo de su
padre.

Tantas piezas simplemente no encajan en esta historia, y eso me confunde


más que nunca. Con un suspiro, pongo el sobre en un cajón.

Lo haré más tarde.

Tal vez tengo miedo de lo que voy a descubrir... Niego con la cabeza,
diciéndome a mí misma que solo hay un resultado probable, y ese es
un resultado negativo.

Sacándolo de mi mente, salgo de mi habitación y bajo las escaleras. Las


chicas están en el salón como de costumbre, jugando un juego. Aunque hay
una diferencia de cinco años entre ellas, Claudia y Venezia se han convertido
rápidamente en mejores amigas. Sisi también está presente, sentada en el
rincón más alejado de la habitación, libro en mano.
—¿Así que has decidido volver a unirte a la civilización? —bromeo
mientras tomo asiento a su lado.

Sisi me mira con una sonrisa culpable jugando en sus labios.

—Sé que no he estado mucho. He estado tratando de encontrarme a mí


misma —suspira—. Es extraño ser libre de hacer lo que quiera por primera
vez.

—Sé lo que quieres decir. Pero dime, ¿eso incluye a cierto chico
Guerra? —Ella baja la cabeza y puedo notar un sonrojo. Entonces así es como
es.

—Somos amigos. Creo que nos entendemos. Háblame de ti y de


Marcello. —Se vuelve hacia mí, cambiando de tema.

—Estamos bien —confieso—. Más que bien. Es maravilloso. —Los ojos


de Sisi se abren por un segundo antes de estallar en carcajadas.

Frunzo el ceño, sin entender su arrebato.

—Así que soy maravilloso. —La voz divertida de Marcello resuena detrás
de mí. Giro mi cabeza y ahí está, sonriendo.

—No deberías escuchar a escondidas. —Le levanto una ceja.

—¿Cómo no puedo cuando escucho gemas como esta? —Sus labios se


curvan—. Lina, ¿puedo hablarte un momento? —Asiento y me lleva de
regreso a la habitación.

En el centro de la cama hay una gran caja rectangular blanca.


—¿Qué es esto?

—Ábrela.

Levanto la parte superior para revelar un vestido blanco, un vestido de


novia.

—¿Para qué... para qué es esto? —Tartamudeo mientras despliego el


vestido. Me sorprende ver el vestido más hermoso que he visto en mi vida.

—He estado trabajando en algo para ti. Sé que no obtuviste tu boda de


cuento de hadas, y me gustaría remediar eso. —Su expresión es esperanzada y
mi pecho se aprieta por la emoción.

¿Cómo pude haber siquiera pensando que este hombre podría ser capaz de
algo tan atroz como lo que experimenté esa noche? ¿Cómo pude haber
sospechado siquiera de él?

—No tengo palabras —digo, mis ojos se mueven del vestido al


maravilloso hombre frente a mí.

—Vamos, pruébatelo —Me urge y yo acepto con gusto.

El vestido es absolutamente perfecto. Con un corpiño que termina en V y


una falda que se ensancha a la manera de una verdadera princesa, no puedo
evitar amarlo.

—Esto es perfecto —le digo, haciendo un giro y mirando las faldas


moverse conmigo. Siempre quise hacer esto.

—Me alegro que te guste. —Marcello se acerca y coloca sus manos en mi


cintura, atrayéndome hacia su pecho—. Eres absolutamente impresionante,
Lina. —Sus labios rozan mi frente antes de bajar y detenerse junto a mi
oreja—. Y toda mía.

—Sí. Toda tuya. —Con cada roce de sus labios, mi respiración se acelera,
la anticipación me hace temblar.

—Hay una cosa más —dice y se agacha. Saca otra caja de debajo de la
cama—. Los zapatos. —Me entrega un par de zapatos de tacón de satén
blanco llenos de adornos brillantes.

—Guau —exhalo.

Suavemente toma un pie en su mano y se lo lleva a los labios.

—Incluso tus pies son perfectos —comenta mientras pone el zapato. Hace
lo mismo con el otro pie y luego da un paso atrás.

—El espejo. —Me hace un gesto hacia el espejo de pared.

Jadeo cuando me veo a mí misma. Marcello viene y me abraza por detrás,


apoyando su cabeza en mi hombro.

—Esto es lo que veo cuando te miro. Algo tan etéreo que a veces me
cuesta creer que seas real.

—Marcello —susurro con asombro. Mirándome en el espejo, usando este


impresionante vestido, no puedo evitar verme a través de sus ojos. Y me
siento hermosa—. Gracias.

—Te amo Lina. —Me da la vuelta, ahuecando mi rostro entre sus palmas
para un beso.
—Yo también te amo —respondo, e instantáneamente me siento culpable
por lo que le he estado ocultando.

Probablemente va a estar tan decepcionado de mí por siquiera contemplar


que podría ser cierto. Pero tengo que decírselo. Se lo debo a él.

—Necesito decirte algo. —Doy un paso atrás. Sus cejas se surcan en


interrogación, así que dejo que las palabras fluyan de mi boca antes de perder
el coraje—. Hace un par de semanas recibí una nota anónima. Después de
eso, comenzaron a llegar más notas, casi a diario. Hasta que recibí un mensaje
en mi computadora.

—¿Qué decía? Lina, deberías habérmelo dicho antes. Podría ser la misma
persona que te ha estado acosando antes.

—Las notas eran sobre el padre de Claudia. —Bajo la mirada—. Y el


último mensaje decía... —Respiro hondo—. Que eres el padre de Claudia. Es
una locura, ahora lo sé. Siento mucho no haber venido a ti antes. —Lo miro,
esperando que no me lo recrimine.

La cara de Marcello está blanca como el papel. Da un paso atrás con


expresión afligida.

—¿Marcello?

Sacude la cabeza muy lentamente, con los ojos muy abiertos por el
horror. Su reacción es tan inmediata que me siento obligada a preguntar.

—No es cierto, ¿verdad? —Palidece aún más ante mi pregunta, y siento


que mi corazón se detiene. Seguro que no—. Marcello, dime que no es verdad
—repito y observo mientras niega continuamente con la cabeza, sin que
salgan palabras de su boca.

¿Por qué no dice nada?

—Marcello. —No, no puede ser ... Sigue retrocediendo hasta que su


espalda golpea el espejo. Pero no habla.

Mi respiración se acelera, el pánico se hincha en mi pecho. ¿Por qué no


dice nada? ¿Por qué no lo niega?

—Por favor di algo —le suplico con la voz quebrada. Cuando todavía no
reacciona, hago lo único que se me ocurre. Abro el cajón y saco el sobre.

—Lina —un ligero temblor recorre mi cuerpo, pero no me detengo.

Rasgo el papel hasta que los resultados me devuelven la mirada.

Coincidencia del 99,9%.

Levanto lentamente la mirada para encontrarme con la suya. Debe ver el


cambio en mí, porque cae de rodillas, gateando hacia mí. Agarra mis manos,
obligándome a mirarlo.

—Lina, por favor, escúchame. Lo siento mucho… —Desconecto de


todo. Su voz se convierte en un zumbido en mis oídos cuando me enfrento a
lo que acabo de aprender.

Marcello es el padre de Claudia.

Eso significa... Un sollozo se atora en mi garganta cuando las


implicaciones se aclaran como la luz del día.
Marcello fue el hombre que me violó.

Lo miro a la cara y ya no lo reconozco.

Solo veo una cosa. El hombre de los ojos ambarinos.

Me estremezco ante su toque, empujándolo lejos de mí.

—Tú… —comienzo, pero apenas puedo formar las palabras. Es como si


mi garganta estuviera obstruida por la inmensidad de la situación, la
decepción y el desamor llenándome hasta el borde.

Duele.

Aparto sus manos, dando un paso atrás.

—Me violaste. Tú... —Las lágrimas caen y todo mi ser es asaltado por el
peor dolor que he encontrado—. Me torturaste y violaste —digo con voz
áspera.

—Lina, por favor —gruñe, su cara devastada por la agonía—. Puedo


explicarte, por favor. Te amo más que a nada.

—¿Me amas? —Lanzo una risa histérica, la mera idea es ridícula—. Dices
que me amas, pero me has causado el peor dolor que he experimentado.
¿Cómo es eso amor? ¿Cómo? —grito y lo veo retroceder—. No puedo... no
puedo hacer esto. —Niego con la cabeza, demasiado abrumada—. ¿Sabías
cuánto sufrí, y ni una sola vez pensaste en decirme la verdad? —Me detengo,
otro pensamiento cruza mi mente—. ¿Alguna vez planeaste contármelo?
—No. —Su susurro es apenas audible—. Hice todo por ti, lo juro —
continúa, y es como si me estuviera apuñalando en el corazón, una y otra
vez. Pero ahora también está girando la daga para infligir el mayor daño.

—¿Por mí? —Me ahogo—. ¿Me violaste por mí? Lo siento si encuentro
eso difícil de creer.

—Por favor, escúchame, Lina. No es como piensas.

—¡Detente! Solo... detente. ¿Cómo puedes siquiera decir eso? Esta prueba
muestra que eres el padre biológico de Claudia. ¿Cómo no puede ser así? —
Respiro profundamente, tratando de encontrar una apariencia de calma—. No
puedo hacer esto. —Me doy la vuelta para irme, pero de repente me agarra de
la cintura, sosteniéndome.

—Por favor. Te amo Lina, de verdad. —Cada vez que dice la palabra
amor, me sigue matando.

¿Fue todo una mentira?

—¿Qué clase de monstruo eres? —escupo, indignada. Parece como si lo


hubiera abofeteado físicamente, pero no me detengo—. Si así es como amas a
alguien, entonces no quiero saber qué pasa cuando lo odias.

—Me equivoqué al no decírtelo, lo admito. Pero...

—Diez años, Marcello. Diez años viví con este dolor, ¿y crees que esto
hará que todo desaparezca mágicamente?

—Por favor, no me dejes. Lo siento, haré cualquier cosa para que me


creas. —Me atrae más cerca y no puedo encontrar la fuerza para
preocuparme.
—¿Cualquier cosa? —Me vuelvo un poco.

—Cualquier cosa. —Él asiente con los ojos hinchados e inyectados en


sangre.

—No quiero verte frente a mí mientras viva.

—Cualquier cosa menos eso. No puedo vivir sin ti, Lina, por favor. —Sus
manos están envueltas en el tul de mi vestido y me tira hacia él mientras trato
de irme.

—Déjame ir —digo con los dientes apretados, pero su agarre se


aprieta. Lo agarro por los hombros y lo empujo con toda la fuerza que puedo
reunir.

Cae hacia atrás, su cabeza golpea el espejo y lo rompe en pedazos. Los


fragmentos caen a su alrededor. Con los ojos muy abiertos, se queda
quieto. Hay un pequeño corte en su cara, un pequeño rastro de sangre bajando
por su mejilla y mezclándose con sus lágrimas. Debe haber otros cortes,
porque la sangre se derrama sobre la alfombra inmaculada. Mi primer instinto
es ayudarlo, así que doy un paso adelante.

Pero no puedo.

En cambio, me doy la vuelta para irme.

Es rápido cuando agarra mi vestido de nuevo, sus manos ensangrentadas


manchan el blanco puro. Lo miro y mi corazón se rompe una vez más, como
el espejo. Porque no importa cuánto lo odie, también lo amo. Y esa es la
paradoja: mientras viva, mi amor por él siempre estará ensombrecido por el
odio.
Y entonces hago lo único que todavía puedo.

Lo empujo, rasgando el vestido.

Luego corro.
L'amor che move li sole e l'altre stelle14

—Dante Aligheri, Paradiso Canto XXXIII

14
El amor mueve el sol y las otras estrellas
HACE DIEZ AÑOS,

Históricamente, las familias Lastra y Agosti habían sido buenas


amigas. Sin embargo, era lo contrario con mi padre y Rocco Agosti. Si bien
Rocco siempre había sido conocido por su estilo de vida extravagante y era
famoso por sus lujosos banquetes, nunca había sido tan libertino como padre
en sus gustos. De hecho, Rocco prefería compañeras de cama de mayor
calidad, mientras que padre prefería una mayor cantidad.

Las fiestas de Rocco entretuvieron a la creme de la creme de Nueva York:


actores, músicos y políticos mezclados.

Fue durante una de esas fiestas que vi por primera vez a Catalina.

Había estado asistiendo como de costumbre, haciendo todo lo posible por


socializar. Nunca había tenido gusto por estas fiestas ya que siempre faltaba
compañía. Pero tenía que ir.

Ser hijo del Capo significaba que tenía algunos deberes sociales, aunque
los temía.
Había estado bebiendo la misma bebida durante lo que parecía una
eternidad, esperando la oportunidad de saludar a Rocco y despedirme. La
fiesta había sido una decepción, con demasiada gente incluso para la enorme
mansión de Rocco. Me retiré por un segundo en el jardín, buscando un lugar
apartado para encender un cigarrillo, cuando la vi.

Llevaba un sencillo vestido blanco. No era sexy. Lejos de ello. Era un


vestido aburrido y apropiado que no mostraba absolutamente nada de
piel. Pero su rostro... era lo más espectacular que había visto en mi vida. Ella
era simplemente impresionante. Su cabello negro medianoche fluía
libremente por su espalda, llegando a sus caderas. Tenía una tez pálida con un
par de pecas salpicadas en su nariz y las mejillas. Pero fueron sus ojos los que
me clavaron en el suelo. Ojos rasgados, como de gato, sus iris eran de un
verde tan vivo que tuve que parpadear dos veces para asegurarme que no me
lo estaba imaginando.

Yo no lo estaba.

Ella no era un sueño.

Había dado un paso hacia ella cuando alguien más se acercó a ella.

—Lina, ¿qué estás haciendo aquí? Sabes que no puedes asistir a estas
fiestas. —Reconocería esa voz y ese acento en cualquier lugar. Era Enzo, hijo
y heredero de Rocco. Tenía más o menos mi edad, pero nunca habíamos
salido juntos. Siempre ha habido una distinción en nuestras
circunstancias. Enzo había sido preparado para ser el próximo capo, a mi me
habían preparado para ser a quien temías cuando apagabas las luces.
Incluso ahora, estaba viendo el intercambio desde las sombras, como
siempre.

—Tenía curiosidad. Quería ver de qué se trataban estas fiestas. Nunca me


dejas asistir. —Su voz, tan suave y melodiosa, encajaba con el resto de ella.

—Eres demasiado joven, Lina. Sabes que a papá no le gustará eso. —


Enzo había comentado, dirigiéndola hacia la entrada de la casa. Me había
escondido aún más profundamente en las sombras, sin querer
entrometerme. Sumando dos y dos, me di cuenta que la chica debía ser la hija
menor de Rocco, Catalina.

—Cumpliré dieciocho pronto, Enzo. No soy tan joven, sabes.

—Lo sé, piccola. ¿De verdad quieres crecer tan pronto? Padre ya está
buscándote pareja. —Luego habían desaparecido en algún lugar de la
casa. Una extraña sensación se había desarrollado dentro de mi alma esa
noche.

Catalina no podía casarse con nadie más que conmigo.

Sabía que alguien como yo nunca podría merecerla. Ella era como un rayo
de sol en mi vida por lo demás sombría. Pero podría intentarlo.

Podría intentar merecerla... ser un buen hombre para ella.


DOS MESES DESPUES,

—Pensé que no vendrías. —Se apoya contra la valla, buscando ver mi


cara. Bajo mi capucha, sin querer que ella se dé cuenta de lo mal que me veo.

A pesar que han pasado unos días desde la golpiza, mi cara todavía está
hinchada, una mezcla de púrpura y amarillo alrededor de mis ojos y nariz.

—Pensé que yo tampoco vendría —admito, mi voz ronca por el dolor. Mi


herida de arma blanca se había infectado. Esta mañana había notado que salía
una gota amarilla, así que tuve que cortarla de nuevo y drenarla. Pero no le
diré esto. Eso la haría preocuparse. Preocuparse por mí... Es tan extraño
pensar que a alguien le importe una mierda cómo estoy o si me duele.

La miro desde debajo de mi capucha, observando su rostro celestial. Ver


su sonrisa tímida hace que todo se desvanezca en un segundo plano.

—No puedo quedarme mucho tiempo. —Padre ha estado vigilando todos


mis movimientos. Había perdido a los hombres a los que había encargado
seguirme, pero no correré ningún riesgo con Catalina.

Empiezo a creer que no importa cuánto lo quiera o cuánto lo intente,


nunca podré estar con ella. Significaría invitar al peligro a entrar en su vida, y
moriría antes de permitir que algo tan puro como ella fuera contaminado por
el mal.

Me había tomado algunas noches sin dormir, pero había decidido alejarme
de ella. Aunque ya he hablado con Rocco sobre su mano en matrimonio,
tendré que dar un paso atrás. Es lo mejor.

—¿Estás seguro que estás bien? —Me escanea, sus cejas se fruncen con
preocupación.

—Sí... gracias. Por todo. —Intento transmitir lo que siento con mis
palabras, pero dudo que algo le haga justicia. Ella es como un rayo de sol, y
llevaré este recuerdo de ella por la eternidad.

Respiro hondo y parpadeo dos veces para evitar romperme. Es curioso


cómo nunca lloré durante la peor tortura, pero la idea de no volver a verla me
tiene casi llorando.

La parte más triste es que no volveré a verla nunca, ni siquiera en la otra


vida. Ella pertenece a los ángeles, mientras que yo pertenezco a la alcantarilla.

—¿Oye, estás bien? —trata de llamar mi atención y me doy cuenta que


me perdí en mis pensamientos.

—No podré volver —le dije a ella—. Es complicado.

Su expresión decae y parece triste al escuchar eso.

—¿Estás en problemas? Tal vez pueda hablar con mi padre o mi


hermano. —Catalina se ofrece de inmediato, y siento que la brecha entre
nosotros se ensancha aún más. Nadie puede ayudarme. Nadie.
Pero al menos ella se ofreció.

Me levanto para irme, sabiendo que, si me quedo un segundo más, mi


resolución va a flaquear.

—¡Señor! —exclama ella, señalando mi pecho. Miro hacia abajo y veo


que mi herida se ha abierto de nuevo—, Estás sangrando de nuevo.

Me encojo de hombros y me doy la vuelta para irme.

—No, espera. —Lleva las manos detrás del cuello y desata su bufanda—.
¿Puedes acercarte un poco más? —Me detengo por un momento, debatiendo
si es prudente hacer esto cuando la deseo como un hombre hambriento.

Pero al igual que un hombre al borde de la inanición, voy. No creo que


pueda decirle nunca que no. Cuando estoy al lado de la abertura en la valla,
mete la mano entre los barrotes para envolver su bufanda alrededor de mi
torso. Ella lucha un poco, así que trato de ayudarla, sintiendo una última vez
sus suaves manos.

—Gracias —digo una vez más, y llevo ambas manos a mis labios. Lo que
no daría por adorar a esta mujer por el resto de mi vida... Pero yo, mejor que
nadie, debería saber que rara vez obtenemos lo que deseamos.

Con una última mirada de despedida, me marcho, sosteniendo un pedazo


de ella conmigo para siempre.

Ella es todo lo que es puro y bueno, y quiero que permanezca así. Solo la
mancharía con mis manos ensangrentadas; la sujetaría con el peso de mis
pecados. Ella se merece algo mejor, porque no me desearía a mis mayores
enemigos. Ella se merece los cielos y estar en lo alto, pero solo puedo darle el
infierno.

Así que la dejo ir.

Y con ella, también estoy dejando mi corazón atrás, o lo poco que me


quedaba.

UNOS DÍAS MÁS TARDE,

Despierto con dolor residual en las costillas. Gimo, estirándome un poco


para encontrar una posición más cómoda. Extiendo mi mano, agarrando el
material sedoso de la almohada a mi lado. Me lo llevo a la nariz, inhalando el
suave aroma de Catalina.

Nunca lavaré esto.

Estoy perdido en sueños con ella cuando alguien toca a mi puerta.

— Tuo padre ti sta chiamando —grita y me estremezco. Cuando padre


llama, tengo que contestar.
Doblando con cuidado la bufanda y guardándola en un lugar seguro, me
visto y me voy. El guardia que llamó a mi puerta me dice que me dirija al
sótano. Padre me tiene una sorpresa, dice.

No quiero saber qué tipo de sorpresa me espera en el sótano, sobre todo


después de la última paliza.

Pongo mi expresión en una mirada aburrida y bajo las escaleras. Abriendo


la puerta, entro. Tengo que parpadear un par de veces para que mis ojos se
adapten a la repentina falta de iluminación.

—Marcello, justo a quien estaba buscando. —Padre me saluda con un


entusiasmo que contradice su propia naturaleza.

—Padre —respondo a modo de saludo.

—Ven, ven. Déjame mostrarte lo que te traje.

Arrugo la frente.

—¿Qué me trajiste? —pregunto, confundido por sus palabras. Nunca en


su vida me ha dado nada.

—Considera esto como un regalo por tus años de servicio —Me lleva más
adentro del sótano, abriendo otra puerta.

Solo doy un paso y me detengo, pensando que mis ojos me están


engañando.

Pero no lo hacen.
La mesa en el medio de la habitación, que generalmente se usa para
torturar, ahora alberga a un nuevo prisionero. Sus muñecas y tobillos están
bloqueados en cada extremo de la mesa, su cuerpo formando la forma de una
X. Su vestido está completamente desgarrado, su espalda es un desastre de
piel y sangre, líquido rojo todavía corriendo por sus piernas.

Catalina.

—¿Qué dices, chico? ¿Te gusta mi regalo? Tengo que decir que no fue tan
fácil conseguirlo. Pero ya la marqué para ti. —Él se regodea y procede a
contarme cómo la habían secuestrado en el frente de su casa.

Doy otro paso adelante y me doy cuenta de lo que quería decir con
marcar.

Padre había tallado una M encerrada con una Q grande en su espalda. Los
bordes están crudos, lo suficiente como para causar Dios sabe qué dolor.

Catalina ...

Reprimo un sollozo mientras tomo su forma.

¿Qué le hizo él?

—¿Qué es esto?

—Un regalo para la Quimera. Yo diría que es bastante apropiado. —Se


rasca, señalando su cuchillo hecho a mano. Aprieto los puños, la agonía me
atraviesa el pecho, todavía no tanto como Catalina debe estar sintiendo en
este momento.
Ojalá pudiera evitarle esto, absorber su dolor en mi cuerpo. Cuanto más
miro su cuerpo atado a esa mesa, más siento este impulso asesino de matar a
todos los que se atrevieron a tocarla.

—¿Por qué? —Tranquilizo mi voz para que padre no se dé cuenta de lo


afectado que estoy por esto.

—¿Crees que no he escuchado los rumores sobre tu obsesión con esta


chica? No has sido exactamente reservado —bufa y yo me vuelvo para
mirarlo—. Así que ella es la razón por la que dejaste de venir al burdel. —
Padre sonríe, su mirada fija sobre la figura de Catalina.

Respiro hondo. No resolveré nada si lo ataco ahora mismo. Más hombres


entrarán y me sujetarán antes que pueda hacer algún daño.

—Tengo razón, ¿no? Ella es la razón por la que has estado


holgazaneando.

Justo en ese momento, un gemido de dolor se le escapa a Catalina. Cierro


los ojos, pidiendo perdón en silencio. Todo lo que temía antes acaba de
suceder.

Ahora solo puedo esperar minimizar el daño.

—No he estado holgazaneando —respondo. Es técnicamente cierto. He


matado como siempre mato, clínica y eficientemente.

—¿De verdad? —Padre levanta una ceja y sé que es discutible seguir


explicándome—. Esto es bastante simple. La tengo para que puedas
disfrutarla, sacarla de tu sistema. Es virgen, ¿no es así? La mejor. —Asiente
con aprobación, y me duele el estómago solo de escucharlo hablar de ella de
esa manera—. Serás el primero en probar sus encantos. Si ese no es el regalo
perfecto. —Da un silbido, moviendo la cabeza divertido—. Su sangre
cubriendo tu polla. De primera calidad aquí, chico.

—Te olvidas que es la hija de Rocco. No podemos hacer eso. —Saco a


colación mi mejor argumento mientras trato de razonar con él. Seguramente
incluso él puede ver lo peligroso que es esto.

—Como si me importara. —Se encoge de hombros, saca un puro y lo


enciende—. Necesito que pongas tu cabeza en el juego, y no sucederá hasta
que ella esté fuera de tu sistema. Así que adelante. Fóllala. —Él hace un gesto
con desdén hacia su débil forma.

—No haré nada. —Por primera vez, digo que no. No he tenido límites
antes, pero encuentro que Catalina es donde trazo la línea.

Padre da una calada profunda a su cigarro, sus ojos fijos en mí.

—Eres un maricón, ¿verdad? Él tenía razón. —Mi padre observa


pensativamente.

—¿Quién?

Se encoge de hombros.

—Si no la quieres, se la daré a los guardias. Apuesto a que les encantará.

Mis ojos se abren al comprender la enormidad de la situación. Que es mi


culpa. Todo culpa mía...

Solo tomó una interacción con ella. Todo lo que toco se convierte en
polvo... Giro un poco la cabeza hacia la mesa y sé qué hacer.
Le daré a padre algo que siempre ha querido, pero que nunca consiguió.

Mis rodillas se doblan lentamente, hasta que estoy a sus pies. Cabeza
inclinada. Beso sus pies.

—Haré cualquier cosa. Por favor... déjala ir —le suplico, el último acto de
sumisión.

Mi padre se ríe. De hecho, echa la cabeza hacia atrás y se ríe a carcajadas.

Aún en el suelo, mantengo los ojos fijos en sus zapatos.

—Por favor...

—Mira, chico. Esto es exactamente de lo que estaba hablando. Eres débil.


Esto —le hace un gesto a Catalina—, te está debilitando. ¿Cómo puedo
confiar en que harás lo que es necesario para la famiglia cuando
harías cualquier cosa? ¿Por ella? ¿Morirías por ella? —pregunta
sarcásticamente, ya sabiendo la respuesta—. Pensé que te había quitado esos
sentimientos hace mucho tiempo, chico. —Suspira, sacudiendo la cabeza con
decepción—. Parece que necesitas un último empujón para soltarte. Así que o
matas esas jodidas emociones que te hacen un maldito maricón, o... —Quita
su pistola de la parte de atrás de los pantalones y apunta a Catalina. El pánico
se apodera de mí, así que inmediatamente asiento con la cabeza.

—Haré cualquier cosa que quieras. —Cualquier cosa para que la


perdonara.

—Tienes dos opciones, chico. La follas fuera de tu sistema, o puedes ver a


cada uno de mis hombres tener un turno. ¿Qué dices? —Su boca se dibuja en
una sonrisa malvada, y me doy cuenta que me tiene acorralado.
—No puedo hacerle eso. Ella...

—Sí. —Una sonrisa de satisfacción se extiende por su cara—. Ella te


odiará. Te despreciará por el resto de su vida. O lo haces o...

—Pero padre, ella es inocente. —Sé que mis palabras son en vano, pero
necesito convencerlo de cualquier forma que pueda.

—Nadie es inocente en este mundo, chico. Y ese fue tu primer error. Un


coño es un coño. La pusiste en un pedestal y permitiste que las emociones
básicas nublaran tu juicio. Si esto es lo que se necesita para expulsar estos
sentimientos de ti por la fuerza, que así sea. Tómala y llénate. Contamínala y
verás cómo puedes aguantarte después. —Él se ríe—. Dos opciones,
Marcello. Puedes follarla y odiarte a ti mismo o puedes ver a todos los demás
follarla y odiarte a ti mismo. Es una situación en la que todos ganan. Pero
para ti ... hmm. Es un enigma, ¿no? Hazlo tú mismo y observa cómo te
desprecia, o da un paso atrás y deja que otros se la follen. Ni siquiera sabrá
que estabas involucrado.

—No... —susurro. Esto es exactamente en lo que se destaca padre: juegos


psicológicos. Él sabe que al final estaré lleno de autodesprecio.

—¿No? —Levanta las cejas un poco antes de encogerse de hombros—.


Silvio, ven, tú vas primero. —Entra un hombre.

—No. Basta. Por favor no. Ya estoy de rodillas, suplicándote. Por favor.
—Ni siquiera reconozco mi voz mientras le suplico. No puedo hacerle esto a
Catalina, no a mi dulce Lina.

Gira la cabeza y me escupe.


—Mira, eso es exactamente lo que odio de ti. Eres como tu madre,
suplicándome de rodillas. Dime, ¿me chuparás la polla como lo hizo tu
madre? Tal vez si haces eso, la perdonaré.

Estoy aturdido por sus palabras, y ni siquiera pienso mientras asiento.

—Cualquier cosa. —No hay nada que yo no haría por ella. Ya me he ido.

Padre hace una pausa, mirándome con una expresión inescrutable. Luego
se ríe.

—Maldito chico, debería haber sabido que eras gay. —Hay una sonrisa
siniestra en su cara mientras me mira—. Te haré un trato —dice, sus ojos
arrugados por la emoción—. Ponme duro, y la dejaré ir. Falla y ... —Sacude
la cabeza, silbando.

Dios... ¿así que esto es a lo que ha llegado? Asiento de nuevo. ¿Qué es


una humillación más para mí? Puedo soportarlo. Lina... no puede.

Con una sonrisa torcida, se desabotona los pantalones y saca su polla


flácido, agitándola en mi cara.

—Veamos qué tan bien pones esa boca en uso. —Su expresión me dice
que ya espera que falle.

Sabiendo lo que está en juego, cierro los ojos, vaciando mi mente.

¡Puedo hacer esto!

Tomando una respiración profunda, tomo su polla en mi mano, llevándola


a mi boca. La abro tanto como puedo mientras lo llevo adentro, muriendo un
poco mientras trabajo mi lengua alrededor de él. Hago todo lo que se me
ocurre, rezando en silencio para que provoque una reacción.

Padre luce una expresión aburrida, con las manos cruzadas sobre el pecho
mientras me ve ahogarme con su polla. Mientras lo lamo, un pequeño
movimiento de su polla me da esperanza. Justo cuando estoy a punto de
aplicar más succión, me empuja, su pie se clava en mi frente y me empuja al
suelo.

Puedo ver que ya está semi erecto, pero rápidamente se cubre.

—Ni siquiera serías una buena puta. —Me escupe, la punta de su zapato
hace contacto con mis costillas y me hace estremecer.

¡Mierda! ¡Mi herida!

Mi padre niega con la cabeza con insensibilidad.

—Parece que fallaste, chico. —Me mira enarcando una ceja. Solo hizo
esto para poner a prueba mis límites, avergonzándome en el proceso—.
Ahora, ¿qué será? —Inclina la cabeza hacia la mesa, levantando una mano en
el aire, listo para hacer una señal a Silvio.

—Yo… —trago saliva. Mis ojos se desplazan salvajemente por la


habitación. No hay salida, ¿verdad?—. Lo haré. —Finalmente consiento.

—Vamos a verlo. —Padre me asiente con la cabeza y se sienta en la silla


junto a la pared.

Me pongo de pie, mi mirada se posa en Catalina.


—Déjame darle un poco de agua —digo mientras la veo retorcerse de
dolor, sus extremidades tratando de moverse contra los grilletes que la
mantienen firme.

—Hazlo rápido —gruñe.

Este es el único momento en que agradezco al cielo por mi adicción a las


pastillas para dormir. Las llevo conmigo a todas partes. Si no puedo evitarle
el dolor... entonces al menos puedo ahorrarle el recuerdo.

De espaldas a mi padre, sirvo un vaso de agua, disolviendo rápidamente


una pastilla en su interior. Luego me muevo hacia la mesa, agachándome
frente a Catalina.

Sus labios están agrietados y llenos de pequeñas laceraciones. Debió


haberlos mordido cuando el dolor había sido demasiado. Solo verla así me
está matando. Levanto la mano y acaricio suavemente su cabello, sabiendo
que no tengo derecho a hacerlo.

—Aghh... —Un pequeño gemido escapa de sus labios, y yo mismo quiero


ser fuerte por ella.

—Shh, te tengo —susurro en voz baja para que padre no me escuche. La


ayudo a beber del vaso, feliz de ver que la mayor parte del líquido baja por su
garganta.

—Todo terminará... pronto —le prometo. De alguna manera, me


aseguraré que salga viva de esto.

—¿Qué está tomando tanto tiempo? —se queja padre.


Enderezo mi columna, poniendo mi mejor cara de póquer. Si sabe lo
mucho que ella significa para mí, la matará de inmediato, un hecho del que
soy dolorosamente consciente. Necesito ganar algo de tiempo para que la
píldora la deje inconsciente.

—No puedo hacerlo —empiezo.

—¡Silvio! —grita él, pero lo detengo.

—No quise decir eso. No puedo ponerme duro. Necesito una de esas
pastillas. —Él sabe exactamente de lo que estoy hablando mientras me frunce
el ceño, no es como si fuera la primera vez que las necesito.

—A veces me pregunto cómo saliste de mis entrañas. Ni siquiera puedes


follar correctamente. —Abre la puerta y ladra algunas órdenes—. Maricón de
mierda —murmura entre dientes, pero ignoro la burla.

Fijo mis ojos en Catalina, monitoreando sus movimientos.

Querido Dios, ella es inocente. Por favor perdónala.

Sigo rezando, aun sabiendo que es demasiado tarde.

Como era de esperar, mi padre ha vuelto demasiado pronto. Al tragar la


píldora, solo puedo esperar hasta que comience a hacer efecto.

—¿Entonces? —Padre pregunta frívolamente, asintiendo con la cabeza


hacia mi bulto—. Que empiece el espectáculo.

Cierro los ojos brevemente y hago lo que siempre hago: salgo de mi


cuerpo. Excepto que esta vez no funciona.
Con dedos temblorosos, abro los grilletes de sus tobillos y
muñecas. Luego, la atraigo hacia mí para que solo su torso esté sobre la mesa.

Escucho un suave gemido. Dios, ¿qué estoy haciendo?

No creo haber conocido nunca un odio más fuerte que el que tengo en el
momento en que agarro el dobladillo de su vestido y se lo levanto por las
caderas.

Mi corazón late salvajemente en mi pecho, un efecto secundario de la


píldora junto con mi propia ansiedad. Mis manos van a mis pantalones y los
abro. No la toco más de lo necesario, no quiero contaminarla aún
más. Poniendo mi polla en su entrada, empujo hacia adentro.

Solo puedo esperar que ella esté fuera de esto para que no sienta el dolor
mientras entro, rompiendo la barrera de su virginidad. Una vez que estoy
completamente dentro, la magnitud de lo que estoy haciendo se estrella contra
mí.

No puedo hacerlo. Esto no es mío para tomar, solo de ella para


dar. Dios...

No creo que haya apelado tanto a una Divinidad como en ese


momento. La culpa de robarle su inocencia solo se ve agravada por el hecho
que se siente demasiado bien.

Soy un monstruo... y este es mi mayor pecado.

Perdido en una batalla interior con mis demonios, de repente vuelvo a la


realidad por la voz de padre.
—Debería haber sabido que no podrías hacerlo —escupe, toma su arma y
la coloca debajo de la barbilla de Catalina—. ¿Qué te parece esto de aliento,
chico?

Como una sustancia cáustica, la visión del arma apuntada a la cabeza de


Catalina quema mis pensamientos y se graba en mi cabeza. La sonrisa
insidiosa de padre se extiende aún más por su cara cuando ve la confusión en
mí. Ni siquiera puedo ocultarlo más.

Clava la culata de la pistola amenazadoramente en su barbilla un par de


veces más antes que me rinda. Me muevo, dentro y fuera. Todo mientras
suplico a todos los dioses hagan esto rápido.

Por una vez alguien escucha mis oraciones y me corro, la asombrosa culpa
es un eco de efímero placer.

Enfermo. Retorcido. Depravado.

¿Soy cualquier cosa menos?

Estoy mareado, un gran peso que descansa sobre mi pecho.

Maldito... me condené a mí mismo por profanar a un ángel.

Padre comienza a aplaudir, una mano bajando por mi espalda en una


palmada de felicitación. Está diciendo algo, pero no puedo oírlo. Con los ojos
en blanco, el corazón destrozado, me alejo del miserable cuerpo que acabo de
corromper.

Mirando hacia abajo, mi polla está manchada de rojo, la evidencia de la


inocencia que había arruinado me devuelve la mirada. Es la última gota, y
tropiezo de rodillas, jadeando y vaciando el contenido del estómago.
Padre hace un ruido de disgusto antes de salir de la habitación.

Ya consiguió lo que quería.

Por lo que parece una eternidad, me siento solo en mi vómito, mirando las
paredes oscuras. Catalina todavía está fuera de combate, una pequeña
gracia. Pero me doy cuenta de hacia dónde se dirige todo esto... el próximo
paso de padre. Mañana estará muerta, y no puedo permitir eso. Me ocuparé de
toda la familia si es necesario, pero Catalina sobrevivirá a esto. Es un voto
solemne que me hago a mí mismo.

Un día, todo esto no será más que una pesadilla lejana para ella, pero al
menos estará viva.

Y me mantendré alejado, para siempre.

Solo hay una persona que puede ayudarme a sacarla.

El único otro hombre, además de mi padre, que tiene acceso irrestricto a la


casa y al sótano: mi hermano Valentino. Pedirle este favor y obligarlo
implícitamente a ir contra mi padre por mí me costará mucho.

No me atrevo a apartarme de su lado, ni siquiera por un momento,


mientras planeo el próximo movimiento. Llamo a mi hermano y le explico lo
que necesito: alguien que devuelva a Catalina a su familia mientras yo me
quedo y afronto las consecuencias.
Después de tener más control sobre mi cuerpo, me pongo de pie y me
quito la camisa y la limpio con ella.

Soy muy gentil con su espalda, las heridas tan crudas que es como si me
estuvieran gritando. Incluso con la carne destrozada, las iniciales son
claramente distinguibles. Me hace sentir aún más despreciable, porque ella
siempre llevará esto con ella.

Trago un sollozo mientras llego más abajo. Un hilo de sangre le corre por
los muslos. Limpio con ternura la zona, aún más disgustado cuando veo rojo
mezclado con blanco y la evidencia de lo que le he hecho.

—Lo siento mucho... lo siento mucho. —Mi voz se quiebra mientras sigo
repitiéndolo, sabiendo que ella no puede escucharme.

He matado y mutilado en mi vida, torturado y profanado, y nunca había


sentido un tormento tan profundo en mi interior. Me había acostumbrado a mi
suerte en la vida, sin pensar nunca que podría tocar fondo, porque ¿cómo
puedes hacerlo cuando siempre has vivido bajo el nivel del mar? Pero esto...
lo que le hice ...

Sé que voy a pasar el resto de mi vida arrepintiéndome, buscando una


absolución inexistente.

Termino de limpiarla y hago todo lo posible por cubrirla con lo que queda
de su vestido. Suavemente, la bajo de la mesa, acunando su cuerpo maltrecho
en mis brazos. Paso mi mano por sus pálidos rasgos, mirándola por última
vez.
—Lo siento... —susurro de nuevo en su cabello, meciéndome ligeramente
con ella y dejando que las lágrimas caigan—. Lo siento muchísimo. —Rozo
mis labios contra su sien, tratando de memorizar sus rasgos.

Así me encuentra Valentino.

—¿Es ella? —Señala con la cabeza a Catalina.

—Sí. —Me levanto, depositándola con cuidado en sus brazos—. Por


favor, cuídala. Asegúrate que llegue a casa a salvo.

—Tienes suerte que sea la hermana de Romina, de lo contrario no estaría


haciendo esto.

—Lo sé.

—Me lo debes, Marcello. Y cuando venga a cobrar, será mejor que estés
listo.

Él asiente. Puede que Tino no sea como padre, pero eso no significa que
sea menos un bastardo egoísta.

—Gracias. —Inclino mi cabeza con respeto. Mientras la entregue a salvo


de regreso a su familia, estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por él, en caso
de que viva.

—Buena suerte con padre —dice antes de irse.

Observo su figura en retirada, despidiéndome de Catalina por última vez.

Es hora de acabar con esto.


Cuando entra padre, soy el único en el sótano. Rápidamente escanea la
habitación, su labio superior se contrae con disgusto.

—¿Qué hiciste, chico? —escupe, dándome una bofetada. Lo acepto,


porque eso es todo lo que merezco.

—Ella está a salvo —digo, manteniendo la compostura.

—Jodidamente inútil —se burla, paseando—. Sabes cuál es tu castigo,


chico. —Agacho la cabeza, ya aceptando mi destino. Lo supe desde el
momento en que me quedé atrás.

—Hazlo rápido —digo mientras levanta su arma para apuntar a mi cabeza.

—Crees que esto ha terminado, ¿no? En el momento en que estés muerto,


tomaré a esa puta que pareces amar tanto y la convertiré en mi perra. Y
cuando me haya saciado, cada uno de mis hombres tendrá un turno. Ella
deseará estar muerta, y morirá, pero no antes que te desprecie tanto que tome
su último aliento maldiciendo tu nombre —se ríe, burlándose de Catalina, de
mis sentimientos por ella.

El cambio es instantáneo.

Me había resignado a morir, ya que la muerte sería el mayor consuelo


considerando lo que había hecho, y una misericordia al mismo tiempo. Sí, soy
un cobarde. Pero mientras él se regodea de todo lo que le haría a Catalina,
conmigo impotente para detenerlo, no puedo. Antes que pueda apretar el
gatillo, mi mano se dispara, sacando el arma de su agarre.

Padre puede pensar que es superior solo porque yo estaba en paz con la
muerte. Pero en una lucha física, no saldrá ganador.
Una rabia diferente a cualquier cosa que haya sentido se apodera de mí, y
mis dedos se envuelven alrededor de su cuello, empujando con fuerza su
cabeza contra la pared. El primer impacto provoca un grito de mi padre, y
solo me estimula.

Una y otra vez, golpeo su cabeza contra la pared de cemento, viendo cómo
la sangre y la materia cerebral manchan la superficie. Solo lo suelto cuando
deja de luchar.

Está hecho.

Han pasado meses desde que he visto la luz del día.

Atrapado en un apartamento diminuto, una prisión de mi creación, solo


puedo esperar la próxima actualización de Valentino sobre Catalina.

Eso es lo único que me ha mantenido en marcha. El conocimiento de que


está bien y la esperanza de que se recupere.

Pero todo se derrumba un día.

—¿Qué quieres decir? ¿Cómo puede estar desaparecida?

—Lo siento. Romina dijo que Rocco la repudió. Probablemente ella está...
—Se apaga y entiendo lo que está insinuando.
—No. No puede ser. ¿Por qué esperar tanto? Han pasado meses y no pasó
nada... Debe haber un error. —Estoy entrando en pánico, la sola idea de un
mundo sin Catalina me llena de un pavor inimaginable.

—Te das cuenta que las posibilidades que ella esté viva son escasas,
¿no? —Su voz es sombría, y retrocedo, conmocionado.

Me negué a creer que su propia familia se volvería contra ella. Me negué a


pensar que ella no estaría a salvo en casa.

Pero debería haberlo sabido mejor. Ningún mafioso permitiría que una
hija deshonrada siguiera llevando el apellido. Y si Rocco tiene un pecado
predominantemente mortal, es la arrogancia. Un orgullo que no le permitiría
pasar por alto su falta de virtud.

No...

Cuelgo, mi mente se pone en blanco.

La maté. Lo hice. Debería haber sabido que alguien como yo no puede


tocar algo tan puro como ella sin mancharla. Y lo hice... la condené al
infierno.

Caigo de rodillas, mis ojos se llenan de lágrimas. Sin siquiera pensar,


envuelvo mi mano alrededor del látigo que tengo a mi lado, y con toda la
fuerza que puedo reunir, lo arrojo hacia atrás, estremeciéndome ante el
contacto mordaz.

Me lo merezco. Necesito sentir lo que ella soportó en esa mesa. Necesito


herirme por ella.

Cuanto más pienso en ella, más fuerza aplico.


Latigazo.

Latigazo.

Latigazo.

Estoy maldito.

Latigazo.

Latigazo.

Latigazo.

Golpeo y golpeo, pero no es suficiente. La sangre y el sudor se mezclan


por mi espalda, pegándose a mi carne como una segunda piel.

Aún no es suficiente.

Toda razón me abandona mientras me muevo aturdido por la habitación,


haciendo un último esfuerzo. Mi mente está nublada mientras todo lo demás
se desvanece, mi único objetivo restante es unirme a ella.

Utilizo un cable viejo, hago un nudo resistente y lo aseguro a la lámpara


del techo. Subiendo a una silla pequeña, coloco la soga alrededor de mi
cuello, inmediatamente pateo el soporte y espero la muerte.

Mis ojos se cierran, mi respiración se ralentiza, el cable se clava en mi


piel. Aturdido, siento que resbalo. Y ahí está ella. Ella me sonríe, sus ojos
brillan con afecto.

Lina...
—¿Estoy muerto? —susurro, aferrándome al espejismo de ella.

—No, tonto, no lo estas. —Su mano se extiende para tocar mi cara, la


ternura emana de todo su ser.

—¿Cómo no puedes odiarme? —Sollozo y ella me abraza.

—No te odio. Nunca podría odiarte. —Ella me tranquiliza, compartiendo


su calidez conmigo—. Pero aún no es tu momento, Marcello. —Ella me
regaña suavemente—. Sal al mundo y haz el bien. Muéstrame cuánto te
arrepientes al ayudar a los demás.

—No quiero dejarte. —Me aferro a ella con más fuerza, suplicándole que
me deje quedarme con ella.

—Nos veremos otra vez. —Ella retrocede y coloca un dulce beso en mis
labios.

Abro los ojos, el dolor emana de toda la espalda y la cabeza. Parpadeo dos
veces, dándome cuenta que estoy en el suelo mirando al techo. Aún vivo.

No te defraudaré, Lina.

Me toma unos meses más recuperarme, pero me inscribo en la


universidad. Dedico todo mi tiempo a estudiar, todo para lograr mi nuevo
objetivo: ayudar a las otras Catalinas del mundo. Me acostumbro a estar vivo
mientras ella no, pero dedico todo a su memoria. Sin embargo, por mucho que
me esfuerzo por ser normal, algunas cosas han cambiado irrevocablemente.

Como mi capacidad para dormir. No es que fuera genial antes. O mi


capacidad para soportar el tacto. La primera vez que alguien rozó su mano
con la mía, tuve un ataque de pánico tan terrible que alguien había llamado a
una ambulancia.

Soy vil. Repugnante. Un monstruo.

Y nadie debería ser manchado por mi toque.


DÍA DE HOY

—Lina, abre. —Enzo llama a la puerta del baño, viene a ver cómo estoy
por décima vez en el día.

—Vete, Enzo —le grito. ¿No puede entender que no quiero ver a nadie?

—Lina, no me iré hasta que abras esta maldita puerta. —Golpea aún
más fuerte y me doy cuenta que podría romper la puerta.

Cierro los ojos brevemente y respiro profundamente. Luego abro la


puerta.

—Lina... —gime cuando me ve, con el rostro rojo e hinchado—. Ya han


pasado varios días —comenta, sacudiendo la cabeza—. Estoy preocupado por
ti.

Después del enfrentamiento con Marcello, me había llevado a Claudia


conmigo y me había ido inmediatamente. Ella había hecho muchas preguntas,
decepcionada de que nos fuéramos. Pero lo que más me impactó fue cuando
mencionó a Marcello, y que lo echaría de menos.
¡Dios mío! Él siempre ha sabido que Claudia es su hija, pero ¿cómo voy
a decírselo? O cómo fue concebida...

Mientras Claudia había vuelto a su rutina de juegos con Lucca, yo me


había pasado los días en mi habitación, llorando.

—No deberías estarlo. Estoy bien —le digo sin entusiasmo. Le había
contado a Enzo lo que había pasado, y había tenido que hacer todo lo posible
para que no fuera a por Marcello.

—No pareces estar bien. —Me mira con preocupación en los ojos, y por
primera vez me doy cuenta de lo egoísta que he sido, cerrando el paso a todo
el mundo.

—Acabo de descubrir que el hombre del que me enamoré fue el mismo


que me violó brutalmente hace diez años. Creo que estoy bien, teniendo en
cuenta todo esto —me quejo, mi voz se eleva un poco—. Lo siento —añado
inmediatamente al darme cuenta de mi tono.

—Voy a matarlo —Enzo afirma y le agarró del brazo.

—No, por favor, para. No hagas esto más difícil de lo que ya es.

—Me aseguraré que te divorcies —dice tenso, y yo solo puedo reírme.

—¿Un divorcio? ¿Crees que alguien va a dejar pasar eso? No hay


divorcios en nuestro mundo, Enzo.

—Puede haberlos. —No hay convicción detrás de sus palabras, ya que


sabe perfectamente cómo funcionan las cosas.

—No... Simplemente viviremos separados.


—Es todo culpa mía, maldita sea. Prácticamente te ofrecí a él.

—Solo querías protegerme. —Le doy una palmadita en el brazo en un


gesto de consuelo—. ¿Quién iba a saberlo, verdad?

—Lina, sé que esto es incómodo, pero tengo que preguntar. ¿Estás...?


—Empieza, su mirada cae hacia mi estómago.

—No. No lo estoy. —La tensión desaparece de su cara y deja escapar


un suspiro de alivio.

Comprendo su punto de vista. Un hijo haría increíblemente difícil cortar


los lazos con Marcello. Aunque lo sé, cuando ayer me bajó el periodo sentí
una profunda decepción. ¿Quería un bebé, su bebé? No lo sé, y no puedo
explicar por qué me había dolido tanto cuando vi los primeros signos de
manchado.

Porque lo amas. Tanto como lo odias.

Y lo odio, porque ahora tengo una cara y un nombre para los ojos de
ámbar que habían sido la pieza central de mis pesadillas.

Convenzo a Enzo de que estoy bien y cierro la puerta de mi habitación,


aliviada de estar sola una vez más. Sin embargo, por mucho que intente
decírmelo a mí misma, es mentira. ¿Cómo podría estar bien cuando la persona
en la que tanto confiaba terminó traicionándome de la peor manera? Cada vez
que cierro los ojos recuerdo cómo me miraba, tan perdido y desesperado entre
la miríada de fragmentos de cristal. No puedo comprender cómo pudo
engañarme de esa manera y seguir pareciendo la parte perjudicada.
Respirando hondo, trato de apartarlo de mi mente para no volver a
convertirme en un desastre lloroso. Tengo que recomponerme, por el bien de
Claudia.

Me dirijo al baño, con la intención de ducharme. Pero en cuanto me


pongo delante del espejo, no puedo evitarlo. Me quito el vestido de los
hombros y me doy media vuelta para mirar mi espalda. Mi mirada recorre la
longitud de la cicatriz, la piel fruncida que marca el contorno de las dos letras
que me miran con rabia.

La M ahora sé que es de Marcello. ¿Pero la Q? ¿Tiene otro nombre que


empiece por Q?

Quimera.

La idea me deja inmóvil.

Frunzo el ceño, pensando en mi secuestro y en las pocas horas que


estuve lúcida. Estoy segura que el hombre mencionó Quimera, que yo iba a
ser un regalo para la Quimera. ¿Significa eso que...?

Cerrando el agua, me abrocho rápidamente el vestido y me dirijo a


Enzo.

Está en una acalorada discusión con Allegra, y cuando me ve le dice


algo que la pone pálida. Ella gira ligeramente la cabeza y todo su
comportamiento cambia al verme. Por petición de Enzo, nos deja solos, no sin
antes lanzarme dagas con la mirada. No sé qué le he hecho, pero no tengo
tiempo de preguntarme eso ahora.
—¿Qué pasa, Lina? —Enzo frunce el ceño al verme. Teniendo en
cuenta que acabo de bajar corriendo las escaleras, mi rostro debe estar
enrojecido por el esfuerzo.

—Quimera. —Digo, y sus ojos se abren un poco—. ¿Has oído ese


nombre?

Enzo tira de mi mano hacia su estudio, cerrando la puerta tras nosotros.

—¿Por qué?

—Sabes que tengo una Q y una M en la espalda. Creo que la Q significa


Quimera.

Enzo se queda pensativo mientras considera mis palabras.

—Dime por qué piensas eso.

Le cuento todo lo ocurrido aquella noche, y cómo Marcello había


mencionado a Quimera en relación con el asesinato de la monja.

—Ese bastardo... —murmura, apretando los puños.

—¿Enzo?

—Está obsesionado contigo, Lina, jodidamente obsesionado. Tiene


tanto sentido...

—¿Qué quieres decir? —Me confunde su arrebato. Pasando una mano


por su cabello, continúa.

—Piénsalo. Vino a mí para una alianza matrimonial y de repente tuviste


que dejar el Sacre Coeur porque estabas amenazada por los Guerras.
Frunzo el ceño, no me gustan sus implicaciones. Seguro que Marcello
no iría tan lejos, ¿verdad?

—¿No fue el momento un poco demasiado conveniente? —Suelta una


carcajada sarcástica.

—Pero eso significaría que él... —Me quedo sin palabras, pero él
continúa.

—Te aterrorizó a propósito para que cayeras en sus brazos. Se convirtió


en tu salvador después de cada evento. —Su labio se mueve con disgusto.
Doy un paso atrás, mis ojos se abren de par en par al darme cuenta.

Todo encaja.

El padre Guerra... La monja... Y luego el dedo.

Según sus propias palabras, solo alguien con acceso a la casa podría
haber robado el anillo de Claudia.

—¡Dios mío! —Mi mano se lleva a la boca y parpadeo rápidamente.

—Es un monstruo, Lina. Te condicionó para que te sintieras segura con


él, te manipuló para que te enamoraras de él. No es amor lo que sientes. —
Suspira profundamente—. Él era tu red de seguridad, y eso hizo que
desarrollaras sentimientos —continúa, probablemente pensando que me
sentiré menos miserable si dejo de amarlo.

—No funciona así, Enzo. —Incluso mientras racionalizo lo que está


diciendo, no puedo evitar sentir dolor por él.
El razonamiento de Enzo tiene sentido, pero no puedo imaginar que
alguien sea tan vil. Ni siquiera a Marcello.

—Lina, tienes que dejar que todo se hunda. Diablos, no creo haber oído
hablar de alguien más depravado. —Sacude la cabeza, va a su gabinete y se
sirve una copa.

—¿Puedo tomar un poco? —pregunto de repente, esperando que me


ayude a mí también. Se detiene un segundo, mirándome como un hermano
mayor que se da cuenta que su hermana ya no es una niña, antes de
prepararme también un vaso.

Sostengo el vaso con ambas manos, mirando el líquido ámbar.

¿Estaba Marcello realmente detrás de todo?

Todas esas garantías, las palabras amables, las caricias tiernas. ¿Eran
todas una mentira?

Siento que se me llenan los ojos de lágrimas, así que inclino


rápidamente el vaso hacia atrás, tragando el contenido. El fuego que recorre
mi garganta hace que me ahogue.

—¿Pero por qué? ¿Por qué yo? ¿Qué le he hecho yo?

—Algunas personas simplemente están desquiciadas, Lina. No es tu


culpa. Pero me preocupa. Alguien así es capaz de cualquier cosa.

—Tienes razón. Por eso tengo miedo por Claudia. ¿Y si la usa contra
mí?
—No deberías ir a ningún sitio por el momento. Al menos hasta que
averigüemos qué podemos hacer.

—No hagas nada peligroso, Enzo. —Añado, sabiendo que tiene


tendencia a ponerse en la línea de fuego por los demás.

—No me gusta esto, Lina. No me gusta nada. Doblaré el número de


guardias. No te muevas, ¿vale?

Asiento con la cabeza, asegurándole que seguiré sus indicaciones


cuando se trate de la seguridad.

Lo último que podría hacer sería poner a mi hija en peligro.

Tardo unos días más en asimilar que Marcello ha estado detrás de todo.
Todavía me cuesta creer que pueda ser capaz de eso. Supongo que eso
demuestra lo crédula que había sido yo y lo hábil manipulador que había sido
él.

Yo era una presa fácil, ¿no? La chica que había sido abandonada por su
familia, la marginada que había sido exiliada por algo fuera de su control.
Estaba madura para ser desplumada. ¿Estoy enojada conmigo misma? Sí.
Pero más que nada, estoy enojada por estar decepcionada de que todo haya
sido una mentira.
Me recompongo, no quiero volver a llorar. Ya lo he hecho bastante esta
última semana. Tengo que dar un paso adelante por Claudia, ya que ha estado
muy confundida por nuestra repentina partida. Se había acostumbrado a la
normalidad -una familia- y yo se la había quitado.

—¿Qué era lo que querías preguntarme? —Miro el libro de texto que


sostiene Claudia. Sus pequeños rasgos se contraen en señal de vacilación.

—Estaba leyendo este problema. —Señala el texto y me explica por qué


no está de acuerdo con la formulación.

—No le veo ningún problema —digo después de una larga deliberación.


Ella frunce el ceño, frustrada.

—¡Claro que no! —Claudia hace un mohín y me sorprende su tono—.


Marcello habría estado de acuerdo conmigo. —Cruza los brazos sobre el
pecho.

Sus palabras me hacen dudar.

—Pero Marcello no está aquí —digo, intentando mantener la calma.

—¿Y de quién es la culpa? —Me suelta un chasquido antes de salir


corriendo de la habitación.

—¡Claudia! —La persigo, pero ya se ha ido.

¡Maldición! Esto es exactamente lo que no quería que pasara. Ella ya


está unida a él, y de repente yo soy la mala por separarlos.

¿Qué haría ella si supiera que es su padre?


Lo entenderá... debe hacerlo.

Todavía estoy reflexionando cómo manejar mejor a Claudia en este


momento cuando alguien llama a mi puerta.

—Pasa.

Allegra asoma la cabeza dentro, con una tímida sonrisa en el rostro.


Sorprendida sería un eufemismo para lo que siento al verla entrar, con un
semblante completamente diferente al de antes.

—¿Te molesto? —me pregunta con una voz que no reconozco.


Demasiado dulce y sin su mordacidad habitual.

—No —frunzo el ceño. —¿Qué querías?

—Ha llamado Enzo. Ha dicho que la casa está comprometida.

—¿Qué quieres decir? —Me echo hacia atrás, el pánico se apodera de


mí.

—Quiere que vayamos a una casa segura. Es urgente. Coge algunas


cosas, un coche nos está esperando.

—Déjame buscar a Claudia. —Me levanto, cogiendo algo de ropa por el


camino.

—Ella ya está en el coche con Lucca.

—¿Por qué no vino a verme? —pregunto. No tiene mucho sentido.


Claudia habría venido a mí primero...
Pero entonces recuerdo nuestra discusión y suspiro. Ok, tal vez no esta
vez.

—No importa, guíame por el camino.

Frente a la casa, un gran todoterreno está esperando. Allegra es la


primera en subir al asiento delantero. Ni siquiera me lo pienso mientras me
meto en la parte de atrás.

—¿Allegra? ¿Dónde están los niños? —pregunto, observando que solo


hay otro guardia en el coche, pero ni Claudia ni Lucca están a la vista.

Allegra se ríe, sacudiendo la cabeza con diversión.

—Realmente te lo has creído.

—¿Qué? —Frunzo el ceño y me dispongo a abrir la puerta del coche.


Justo cuando mis dedos tocan el pomo, el hombre del otro asiento me pone un
paño en la boca.

Mis ojos se abren de par en par y empiezo a forcejear. Pero solo es un


momento, ya que pierdo el conocimiento.

Me despierto con un enorme dolor de cabeza, mis ojos apenas se abren.

—Despierta, perra. —Me parece oír la voz de Allegra antes que me dé


una bofetada en el rostro.
El golpe es lo suficientemente fuerte como para hacerme ver las
estrellas, pero también para ponerme más alerta.

—Claudia... ¿dónde está Claudia? —Dios mío, ¿ha hecho daño a mi


hija? La mera idea que le ocurra algo me hace temblar de miedo.

Cuando recupero la conciencia, me doy cuenta que estoy tumbada en el


suelo, con las manos y las piernas atadas. Allegra se pasea frente a mí.

—No me importa tu hija. —Se encoge de hombros. Se inclina frente a


mí, con una sonrisa repugnante que se extiende en su rostro—. Pero tú... por
fin vas a recibir lo que te mereces.

—¿Qué quieres decir? ¿Por qué haces esto?

—¿Por qué? —Se ríe histéricamente, antes de abofetearme de nuevo.


Un anillo se engancha en mi labio y siento un desgarro. ¡Maldita sea!—.
Todo es por ti. —Sus ojos son maníacos, sus fosas nasales se encienden de
ira.

—¿Qué te he hecho? —Nunca entendí su actitud. Puedo contar con una


mano las veces que hemos interactuado antes, y nunca fui más que cortés con
ella.

—Me robaste a Enzo. No creas que no lo sé. Te ha estado visitando


semanalmente en ese maldito convento. Ningún hermano, ni siquiera uno
preocupado, haría eso. ¿Crees que no sé que te lo has estado follando?

¿Qué pasa con ella?


Sigue con sus delirios, insinuando que me he estado quedando en el
Sacre Coeur para poder tener una cesión ilícita con mi propio hermano. ¿Qué
en la misericordia de Dios es ese razonamiento?

Cuanto más habla, más enferma suena.

—Enzo es mi hermano, ¿cómo puedes decir eso? —pregunto, repelida


por la sola idea.

—Tú... —escupe, acercándose y clavándome el dedo en la frente—. Tú


eres la razón por la que me rechazó. Tú... tú... —Sus palabras son apresuradas
e incoherentes—. Tú hiciste que me odiara.

—Allegra, ¿te oyes a ti misma? ¡Enzo es mi hermano, por el amor de


Dios! No ha habido nada inapropiado entre nosotros. —Trato de razonar con
ella, pero se vuelve aún más volátil, su agarre se hace más brusco mientras
envuelve sus dedos alrededor de mi cuello.

Está farfullando tantas tonterías que me pierdo.

—Después que él termine contigo, voy a disfrutar rompiéndote. —Su


boca se convierte en una sonrisa retorcida, y solo puedo ver a una persona
trastornada actuando con delirios. Dios mío, ¿lo sabe Enzo? Pero de repente
capto lo que está diciendo.

—¿Quién es él?

Se ríe, cayendo de espaldas sobre su culo y riendo.

—Él va a jugar contigo primero. Y yo voy a mirar. —No entiendo lo


que dice, pero cuanto más tiempo paso en su presencia, más miedo me da.
Está enojada, y eso significa que es imprevisible. ¿Sabe alguien que no estoy
en casa? ¿Y Claudia y Lucca, están en casa o también se los ha llevado a
algún sitio?

Tanto Allegra como yo giramos la cabeza cuando unos pasos resuenan


en el pasillo. Pronto, la figura de un hombre vestido con traje aparece en la
puerta. Allegra se pone en pie de un salto y se lanza a su lado, rodeándole el
cuello con las manos y salpicándolo de besos.

—¡Basta! —Él levanta la palma de la mano para detenerla.

—¿Por qué? —Allegra hace una mueca, pero el hombre simplemente la


empuja a un lado, dirigiéndose directamente hacia mí.

—¿Y la chica?

—No me importa la mocosa. —Allegra se encoge de hombros, con


expresión aburrida.

El hombre se vuelve hacia ella, con una expresión asesina.

—¿Qué te dije, Allegra?

Ella se endereza, probablemente dándose cuenta del disgusto en su voz.

—Que trajera a Catalina y a Claudia. —Ella baja la cabeza en señal de


sumisión, una primicia.

¿Quién es este hombre?

—¿Y?

—No me molesté en buscarla en la casa. Era fácil de conseguir. —Me


señala, frunciendo los labios como una niña mimada.
—Me desobedeciste. —El hombre se limita a decir, desabrochando su
cinturón.

—Lo siento, amo. —Allegra dice de repente, poniéndose de rodillas.

—Tienes que ser castigada. —Los pasos del hombre son tranquilos y
medidos. Lleva la mano a la espalda de Allegra y, con un suave movimiento,
le pasa el cinturón por la espalda. Hay un sonido penetrante cuando el cuero
toca su espalda, pero ella ni siquiera gime. De hecho, si me fijo bien, la veo
ronronear.

¿Qué?

—Lo has hecho a propósito, ¿verdad? Querías que te castigara.

—Amo... —Ella gime.

Lo que parecía un baile erótico, de repente se convierte en algo


espantoso cuando él la agarra por el cuello y le aplasta la cara contra el suelo.
Un silbido se escapa de sus labios y sus ojos giran hacia atrás en su cabeza. El
hombre parece decepcionado por eso, así que le da una patada en el estómago
con el pie.

—Debe disculparme. —Se vuelve hacia mí, sacudiendo la cabeza con


disgusto ante la lamentable forma de Allegra en el suelo—. ¿Dónde están mis
modales? —Se quita el polvo de las mangas de su traje antes de regalarme
una sonrisa—. Cuánto tiempo sin verte, Catalina. Deja que me presente.
—No, le he dicho todo lo que sé. —Abro los ojos con dificultad,
entrecerrando los ojos ante la dura luz del día.

¿Qué...?

Giro la cabeza ligeramente y observo mi nuevo entorno. Un hospital...


Estoy en un hospital. Siento un dolor que irradia de mi muslo. Un rápido
vistazo y veo un goteo intravenoso conectado a mi brazo.

—Oficial, creo que hay un malentendido. No tenía intención de quitarse


la vida. El espejo se rompió y se lastimó. —Oigo la voz de Sisi y parece que
está discutiendo con alguien.

Todavía desorientado, me levanto hasta quedar sentado, haciendo una


mueca ante el dolor agudo. Miro hacia abajo y observo el vendaje blanco en
la parte superior de mi muslo. Tardo un momento, pero entonces recuerdo.

Ella se fue.

Viendo figura en retirada, no había estado en la mejor disposición. Mi


principal pensamiento había sido hacer que todo terminara. No tenía intención
de suicidarme. Solo quería un poco de paz, esa calma que solo el dolor puede
traer.
Sentado entre los fragmentos de cristal, la reacción había sido un
pensamiento inconsciente inmediato. Me centré en un trozo más grande y,
rodeándolo con la mano, me lo clavé en la pierna.

Con la cabeza echada hacia atrás, cerré los ojos, deleitándome con el
exquisito dolor; la forma en que hizo que mi mente se quedara en blanco...
olvidando su expresión de horror. Olvidando todo. Cuando el dolor había
amenazado con adormecerme, había retirado el cristal, esperando que el aire
frío hiciera más potente el escozor.

No sé cuánto tiempo había permanecido allí, pero cada momento me


acercaba más al estado de aturdimiento que anhelaba, en el que incluso la
simple tarea de pensar se veía perjudicada.

Con una profunda respiración, despierto a mi realidad. Catalina se ha


ido. Claudia se ha ido.

—¿Marcello? —Assisi me llama por mi nombre, notando que estoy


despierto.

—Estoy bien —grazno, con la garganta seca.

—¿Qué ha pasado? —Sus cejas están fruncidas mientras mira mi


pierna. No respondo. ¿Qué puedo decirle? ¿Lo despreciable que soy? De
todos modos, probablemente lo sospeche.

Una enfermera se detiene para comprobar la vía, y menciona la suerte


que he tenido que mi hermana haya llamado a la ambulancia a tiempo porque
había perdido mucha sangre. Con los ojos en blanco, miro a la nada, un vacío
que se forma dentro de mi pecho.
Vuelvo a estar vivo. Y ella se ha ido... otra vez.

La enfermera sigue hablando, pero yo no percibo nada. Solo cuando se


lleva la mano a la herida, probablemente para curarla, salgo de mi asombro.

—No me toque —grito, apartándome.

—¿Marcello? —Sisi interviene antes de disculparse con la enfermera.

—Señor Lastra, tengo que revisar su herida —La enfermera añade, y yo


me limito a negar con la cabeza.

Desorientado, busco una salida. No puedo quedarme aquí.

Con la mano izquierda, me arranco la vía del brazo. Hay un pequeño


dolor punzante mientras salto de la cama. La enfermera jadea y Assisi grita
mi nombre, pero yo sigo adelante.

Ignorando a todo el mundo, me precipito hacia la salida, mis únicos


pensamientos se centran en escapar. Sé que no estoy pensando con claridad,
pero eso no me impide ir dando tumbos, gritando a la gente que no me toque
mientras intentan ayudarme.

Vagamente me doy cuenta de alguien está llamando a seguridad, y


entonces veo a Vlad.

Levantando una ceja, sacude la cabeza. Mis pies ceden y sucumbo a mis
rodillas, con la humedad goteando por mi muslo. Los ojos de Vlad se
estremecen por un momento, pero extiende la palma de la mano para formar
una señal de alto.
—Mátame, por favor —gimoteo, la agonía en mi pecho crece en un
crescendo imparable.

—Ahora, Marcello, ¿qué te dije antes? —Se arrodilla frente a mí. Mira
por encima de mi hombro y asiente.

—Por favor —continúo, queriendo salir. Salir de mi piel y alejarme de


este tormento infernal de mi propia creación. Supe desde el momento en que
me casé con ella que me despreciaría si se enteraba. Lo sabía, y aun así
continué, un egoísmo despreciado por mi naturaleza pecadora. Por una vez,
quise algo para mí, consciente del precio que pagaría al final. Y aquí está: el
ajuste de cuentas; y como un cobarde, ni siquiera puedo resistir el infierno
que yo mismo encendí.

—Si alguna vez mueres, no será por mi mano. —Chasquea los dedos
delante de mí, intentando llamar mi atención. Frunzo el ceño al verlo, mi
comprensión se queda atrás.

—Pl... —Estoy a punto de decir cuando alguien me clava una aguja en


el cuello. El efecto es casi inmediato, ya que mis miembros se vuelven
ligeros.

Sin embargo, sigo consciente mientras las manos me agarran el cuerpo.

—¿Cómo es que estás aquí? —pregunta Sisi.

—Digamos que me enteré por un rumor que alguien estaba en


problemas. —comenta Vlad.

Sus voces se convierten en un mero eco cuando finalmente pierdo la


conciencia.
UNA SEMANA DESPUÉS,

—Me alegro de verte tan animado. —Vlad se desliza en el asiento de al


lado—. ¿Has alquilado toda esta iglesia, o qué? —dice mientras observa las
filas vacías.

—Hola a ti también, traidor —respondo tenso, cerrando el puño sobre el


rosario que estaba sosteniendo.

A duras penas había conseguido salir del hospital y disuadir a los


médicos de internarme. En lugar de eso, había accedido a tener sesiones de
terapia semanales. Por mucho que intentara decírselos, no habían creído que
no fuera un intento de suicidio.

Ayer mismo tuve mi primera cita, y había ido todo lo bien que podía ir,
teniendo en cuenta todas las cosas. Simplemente había arañado la superficie
en lo que le había contado al terapeuta. Al final de la sesión, la doctora me
había preguntado a bocajarro si quería ayuda, porque mi secretismo no estaba
ayudando a nadie. Al salir le dije que, si era más sincero, tendría que matarla.

Ella se rió.
No estaba bromeando. En realidad, no. Había tenido varios terapeutas a
lo largo de los años y justo cuando me abrí un poco más, tuvieron que
denunciarme a las autoridades. Menos mal que, para empezar, no era
demasiado confiado y había podido controlar la situación antes que pasara a
mayores.

Pero ahora debo ser vigilado por mi familia cercana, siendo Assisi la
encargada de asegurarse que no me haga más daño.

Es curioso, porque si hubiera sido un poco más egoísta, habría dado el


paso. Pero sé lo que les espera a mis hermanas si eso ocurre. O Lina...
Todavía hay alguien ahí fuera que me persigue, y por extensión a cualquiera
que signifique algo para mí. Incluso si continúa odiándome por el resto de su
vida, seguiré protegiéndola.

El incidente con el cristal había sido... bueno, un pequeño error de


juicio. Solo quería el subidón que sé que puedo obtener cada vez que el dolor
inunda mis sentidos. Por primera vez, puede que lo haya llevado demasiado
lejos.

—Deberías darme las gracias en lugar de quejarte —dice Vlad,


levantando las piernas y apoyando los pies en la fila de bancos que tiene
delante.

—¡Basta! Es una iglesia —espeto. Aunque no haya nadie dentro, es una


falta de respeto.

—No te pongas nervioso, Marcello. No he venido aquí a cometer un


sacrilegio, o, Dios no lo quiera, un pecado. —Se estremece visiblemente al
pronunciar la palabra Dios, y pongo los ojos en blanco.
—Entonces, ¿por qué has venido?

—Tu hermana está preocupada por ti. Dice que no sales de tu oficina
durante días.

—No me voy a suicidar, no te preocupes. —Frunzo los labios—.


¿Desde cuándo hablas con mi hermana? —Entrecierro los ojos hacia él.

—Desde que es la única adulta en esa casa —me regaña, y yo contengo


una réplica.

—Bueno, como ves, me va bien.

—Hay otra razón por la que entré en este... —Su boca se curva con
disgusto—. Vertedero. —Señala la iglesia. Levanto una ceja, pero continúa—
. Hastings ha estado trabajando en el caso de nuestro imitador. Ha estado
repasando todas las escenas del crimen de nuevo.

—¿Y? —Viendo lo minucioso que ha sido este Quimera hasta ahora,


dudo que Adrian haya encontrado algo.

—Encontró algo —Vlad dice y yo giro la cabeza para mirarlo.

—¿Qué?

—Una huella digital parcial. No es mucho, pero...

—¿Qué parcial estamos hablando?

—Podríamos obtener una coincidencia si tenemos algo con lo que


compararla. Por eso estoy aquí. Necesito que hagas una lista de todos los que
sospechas.
—¿Y si es intencional? ¿Para despistarnos? —No es que no confíe en el
trabajo de Adrian, ya que he trabajado durante años con el hombre y sé lo
minucioso que es. Pero este asesino imitador... todo es intencional.

—Puede ser. —Vlad se encoge de hombros—. Todavía vale la pena


mirar.

—No hay mucha gente que pueda haber hecho eso. Diría que hay unos
pocos en la familia que serían capaces de hacerlo. ¿Pero el motivo? Eso es lo
que me desconcierta. —Suspiro. No es que no me haya devanado los sesos
pensando quiénes podrían haber sido, estando mi tío y sus compinches a la
cabeza de la lista. Pero, ¿por qué?

—¿Qué has sabido de parte de Enzo? —pregunto tras una pausa. Enzo
aún no se ha dado cuenta que su despacho había sido intervenido y que Vlad
está al tanto de toda la información confidencial que sale de allí. Todavía no
sé por qué lo hizo, pero ahora se lo agradezco.

—Enzo te antagonizó aún más. Cree que estabas detrás de todo para
poder consolarla después. El lado bueno es que la joven te echa de menos.

—¿Claudia? —Su nombre sale como un susurro. Ni siquiera merezco


pronunciar su nombre.

—Está bastante prendada de ti, ¿verdad? —comenta, casi con ironía.

Me he condicionado a no pensar en ella. ¿Cómo podría hacerlo si le he


fallado a ella y a su madre?

Cuando Catalina me confirmó su edad, sentí como si me hubiera caído


un rayo. Ese incidente había dado lugar a una vida: una niña encantadora que
era exactamente igual a Lina, pero que tenía mi personalidad. Al conocerla,
noté su mente lógica y la forma en que abordaba los problemas, no muy
diferente a la mía. Por primera vez, la evidencia de lo que había hecho me
miraba a la cara. Y, por primera vez, no me arrepentí de lo que había hecho,
porque eso significaba arrepentirme de la hermosa chica a la que había
llegado a querer tanto.

Eso me hace aún más hipócrita, ¿no?

—Ella también me odiará —añado en voz baja, sabiendo que nunca


podré reclamarla como hija.

—Tal vez. Tal vez no. —Vlad se levanta, enderezando su traje.


Mientras tira de las mangas, vislumbro sus tatuajes. Siempre me he
preguntado por qué todo su cuerpo está cubierto de tinta.

—Nunca me has dicho qué significan. —Señalo los diseños, intentando


cambiar de tema. Ya es demasiado doloroso.

—Y no lo haré. —Me sonríe—. No querría que el misterio


desapareciera. —Se encoge de hombros y se da la vuelta para irse.

Me quedo un rato más, perdido en las oraciones. Cuando llego a casa,


ya ha oscurecido.

Amelia es la primera en saludarme.

—Signor Lastra, alguien está aquí para verlo. —Me señala el salón y le
hago un pequeño gesto con la cabeza. Ni siquiera llego a poner un pie dentro
del salón cuando Enzo se abalanza sobre mí y me da un puñetazo en la cara.
—Qué... —Pierdo momentáneamente el equilibrio. Pero es suficiente
para que me inmovilice en el suelo y siga golpeando.

—¿Dónde carajo está, Lastra? ¿Dónde la has escondido? —sigue


gritando, y yo me quedo quieto.

¿De qué está hablando?

Mi mano sale disparada y detengo su puño. Lo empujo hacia atrás y,


usando toda mi fuerza, lo alejo de mí.

—¿De qué estás hablando? —pregunto, escupiendo sangre. Sí que había


hecho daño.

—Catalina. No finjas que no sabes de lo que estoy hablando. ¿Dónde la


has escondido? Sé que debe estar por aquí —luego grita—. ¿Lina? ¿Dónde
estás? Estoy aquí para llevarte a casa.

—Catalina no está aquí. Obviamente —añado con sorna, acercándome a


la mesa y cogiendo una servilleta. Me froto la boca, notando que me ha
partido el labio. Muevo un poco la mandíbula, satisfecho que los dientes no se
sientan sueltos.

—¿Dónde está? —Se vuelve hacia mí, con la cara llena de


preocupación.

—Deberías saberlo, ya que se fue a tu casa.

—No está allí. Claudia sigue en casa, pero no hay rastro de Lina.

Me pongo en alerta de repente. Catalina nunca dejaría sola a Claudia.


—¿De qué estás hablando? ¿Dónde puede estar? —Mi pulso empieza a
acelerarse.

—¿Te atreves a hacerte el inocente, Lastra? Tú eres el único que pudo


llevársela, maldito enfermo. ¿No has hecho ya bastante? ¿No le has hecho
suficiente daño? Solo déjala ir.

—Mira, Enzo. —Levanto mi mano—. Catalina no está aquí. Te lo juro.


Pero si está desaparecida...

—¿De verdad quieres que me crea eso? Cuándo estabas tan


obsesionado con ella, ¿la violaste, carajo, y luego te casaste con ella sin
ningún remordimiento? ¿Qué clase de puto enfermo hace eso? —me escupe,
y lo acepto. Porque no se equivoca.

—¿De qué está hablando? —Assisi decide agraciarnos con su presencia


en ese preciso momento.

—Oh, Assisi. ¿Sabías que tu hermano es el padre de Claudia? No solo


violó y torturó a Lina, sino que la dejó afrontar las consecuencias sola.

A Sisi se le cae el rostro y me mira horrorizada.

—¿Es eso cierto? —Su voz es casi un susurro. Giro la cabeza, la


vergüenza me invade—. ¡Señor! Es verdad —exclama, llevándose la mano a
la boca.

—Y ahora Lina ha desaparecido. Y tu hermano debe saber exactamente


dónde está —añade Enzo con suficiencia.

—No lo sé. Te juro que no tengo ni idea de dónde está. —Hago una
pausa, dándome cuenta inmediatamente que si no está con Enzo...
—No... —susurro—. No, no puede ser...

—¿Qué? —pregunta Enzo de forma abrasiva.

—Quimera. —Las palabras salen de mi boca.

Pero si ella ha desaparecido... Señor, por favor, que no le pase nada.

—¿Te refieres a ti? —Enzo se ríe burlonamente.

Entonces recuerdo lo que dijo Vlad, que creen que yo estaba detrás de
todo.

—No, maldita sea. Yo no. Mira, no pretendo ser inocente. Sé lo que le


hice a Lina, y no es algo que me vaya a perdonar nunca. Pero esta Quimera
no soy yo. Alguien se ha estado haciendo pasar por Quimera para
atormentarme.

—Conveniente, ¿no es así? —Él resopla.

—Te juro que no tengo nada que ver con esto. Amo a Lina también. No
sería capaz de hacerle daño.

—Cierto, ya lo hiciste.

—¡Maldita sea! Escucha, Enzo, si Lina ha desaparecido entonces


tenemos que centrarnos en eso.

—Lina no puede estar aquí. —Assisi finalmente interviene, dándome


una mirada que transmite lo decepcionada que está conmigo—. He estado
vigilando de cerca a Marcello durante la última semana. Tuvo un incidente.
—Hace una pausa—. Está bajo supervisión para que no se quite la vida.
Los ojos de Enzo se abren de par en par y se vuelve hacia mí, abriendo
la boca para decir algo. Pero no lo hace.

—¿Estás segura que no es él? —le pregunta finalmente a Assisi.

—Positivo. —Ella respira profundamente—. Tenemos que encontrarla,


Enzo. —Su tono tiene una ligera desesperación, y entonces me mira—.
Marcello. Por favor.

—Te doy mi palabra, Agosti. La encontraré. Aunque sea lo último que


haga —digo solemnemente.

—Más te vale. Porque si le pasa algo a Lina... —Sacude la cabeza—.


Te mataré.

—Y yo te dejaré. —Porque, ¿cómo podría vivir conmigo mismo


pensando que le fallé de nuevo?

He estado paseando por mi estudio durante la última hora como un loco.

Después que Enzo se fuera, presenté una lista completa de personas


para que Adrian hiciera la prueba. Todavía va a tomar tiempo... Tiempo que
tal vez no tengamos, maldita sea. El técnico de huellas dactilares tiene que
revisar cada huella y cotejarla manualmente con la del registro.

¡Maldita sea!
No quiero ni considerar que algo le podría haber pasado a Lina. Según
Enzo, toda la señal de vídeo de su casa se había apagado cuando Lina había
desaparecido. Había sugerido un trabajo interno, porque realmente, ¿quién
más habría tenido acceso a su casa? Pero Enzo se había negado a creer que
alguien de su círculo hubiera vendido a su hermana.

Me siento cerca de un colapso mental. ¿Quién podría haber hecho esto?

—Señor —Amelia llama a mi puerta y entra.

—Alguien ha dejado esto para usted. —Asiento distraídamente y le


pido que deje el paquete sobre el escritorio.

Cuando se va, sigo sumido en mis pensamientos, mi mente me juega


una mala pasada y me muestra todos los escenarios posibles, todos ellos
terminando con Lina muerta.

¡No!

Tengo que concentrarme. No puedo permitirme caer en la madriguera


del conejo.

Dios mío, ¿por qué? ¿Por qué ella?

Mis oraciones son ineficaces, no es que lo hayan sido nunca.

Sacudo la cabeza y dirijo mi atención al paquete. Lo cojo y observo que


es muy ligero. Con curiosidad, cojo un cuchillo y corto el cartón. Dentro, solo
hay una carta y un trozo de material. Frunzo el ceño.

Abro el sobre con cuidado y encuentro una foto y una pequeña nota. Le
doy la vuelta a la foto y me quedo boquiabierto.
¡Lina!

Su espalda está desnuda, sus cicatrices a la vista. El vestido que llevaba


puesto se le está acumulando en la cintura. El mismo vestido que tengo ahora
en la mano. Mis dedos se aprietan alrededor del material, la desesperación
amenaza con abrumarme.

Con movimientos torpes, abro la nota.

HAY MUCHO ESPACIO PARA OTRA CARTA.

Cierro los ojos brevemente, la pena amenaza con desbordarse.

¿Qué he hecho? ¿Qué he traído sobre ella?

Aprieto el trozo de papel en mi mano y lo arrojo contra la pared.

—Espérame, Lina. —Susurro, aunque no hay ninguna convicción


genuina detrás de mis palabras.

Guardando la foto, me dirijo directamente a mi habitación, a mi


santuario interior. Cierro la puerta tras de mí y me arrodillo frente al altar.
Dirijo la mirada hacia el centro, la estatua de María, y le suplico.

—Por favor, te lo ruego. Deja que esté bien. Haré lo que sea. Me alejaré
de ella el resto de mis días. solo deja que esté bien. —Sigo repitiendo la
misma oración, esperando que alguien me escuche.

Lina, mi hermosa Lina... un alma muy inocente.

Todo es culpa mía.


Estoy casi tentado de agarrar el mango del látigo, anhelando la mordida
medicinal del dolor. Pero mientras lucho contra esos pensamientos, mi
teléfono suena. Es Adrian.

—¿Sí?

—Tenemos una coincidencia. Lo hiciste muy bien al clasificarlos.

—¿Quién es? —digo con voz ronca.

—Tu primera opción...


—Tu primera opción... —Adrian hace una pausa, y la anticipación me
está matando—. Nicolo.

—¿Estás seguro?

—Positivo. El técnico identificó una pequeña cicatriz en su pulgar que


también está presente en la huella parcial.

—¡Mierda! —murmuro, con la rabia creciendo en mi interior—.


Gracias. Me ocuparé de ello.

—Dime si necesitas algo.

Después de colgar, me tomo un momento para calmarme. No va a


funcionar para nadie si me sumerjo en esto con la mente nublada. Nicolo ya
me la ha jugado bastante.

Pero, ¿por qué?

Todavía no puedo imaginar por qué iría a tales extremos para llegar a
mí. ¿Quiere mi posición? Parece un poco extremo hacer esto durante años
solo para convertirse en capo. Algo no cuadra.

El tiempo es esencial ahora. No puedo pensar en las razones cuando


Lina está en peligro. Tanteo el teléfono y llamo a Francesco, instruyéndole
que reúna a todos los miembros de alto rango de la famiglia. No tarda en
confirmar que llegarán en una hora.

Hay alrededor de diez de ellos que ocupan cargos importantes. Más de


la mitad son hombres de Nicolo, así que deberían tener algún tipo de
información.

Tras recoger algunas herramientas del sótano, le pido a Amelia que


dirija a los invitados en el salón cuando lleguen.

¡Espérame, Lina! ¡Te voy a encontrar!

Me armo con un par de pistolas y cuchillos, sabiendo que ninguno de


los hombres tendrá armas ya que es una falta de respeto entrar armado en la
casa del Capo. Cuando Amelia me avisa que están aquí, me armo de valor.
Tengo que hacerlo rápido.

Al entrar en el salón, los hombres están inmersos en una conversación.


Cuando me ven, se detienen y me saludan. Mantengo una expresión anodina y
me giro para cerrar la puerta.

—Seguramente se preguntarán por la urgencia de mi mensaje —


explico, tomando asiento en el sofá—. Mi querido tío, Nicolo, se ha vuelto
pícaro. Quiero cualquier información que puedan tener sobre él. Ahora.

Empiezan a clamar, algunos expresando incredulidad, otros profesando


su inocencia. Me concentro en estos últimos.

—Mateo, eres un amigo íntimo de mi tío. ¿Por qué no empiezas? —


Ladeo la cabeza hacia un lado, con una expresión de aburrimiento en mi
rostro.
—No sé nada, capo. No soy su guardián. —Se encoge de hombros y le
enarco una ceja.

—Entonces, ¿cómo es que lo has estado siguiendo a todas partes? —le


contesto.

—Eso no es cierto. No sé quién te ha dicho eso, pero no he hecho nada


malo. —Inmediatamente se desvía, y yo sacudo la cabeza lentamente.

—¿Quién ha dicho nada de acusarte, Mateo? —Me pongo de pie y


camino hacia él. Su cabeza está agachada al verme avanzar. Intenta parecer
manso, pero veo el ligero tirón de su boca, la forma en que su cuerpo pica por
un desafío.

Una delgada hoja en la mano, la paso por debajo de su barbilla,


levantando su cabeza para mirarle a los ojos.

—Mateo, Mateo... ¿Qué debo hacer contigo? —pregunto


hipotéticamente, queriendo medir su reacción.

Se ríe nerviosamente.

—No puedes hacer nada.

Empujo el filo de la hoja justo debajo de su nuez de Adán, y observo


cómo traga ansiosamente.

—¿Así que no tienes nada que decir? Te estoy dando una oportunidad
—digo, con los ojos puestos en Mateo.

—No —responde, levantando su mirada para encontrarse con la mía,


tratando de mostrar una fuerza que le falta. Puedo ver el miedo en su cuerpo
que se aleja ligeramente de mí, el temblor apenas perceptible de sus labios y
el pequeño hilillo de sudor en su frente. Está asustado.

—Bien. Bien. —Asiento, dando un paso atrás como si me dirigiera a


otro objetivo.

Justo cuando exhala un suspiro de alivio, me muevo. Tan rápido que


apenas tiene tiempo de reaccionar, le abro la boca y le agarro la lengua. Un
corte y el músculo cae, la sangre se derrama por su cara.

—Ya que no tienes nada que decir, no deberías decir nada.

Sus manos se tapan la boca, tratando de detener la sangre.

—Vamos a intentarlo de nuevo. ¿Saben dónde está mi tío? —El


ambiente de la habitación cambia inmediatamente, y unos cuantos hombres
sacan pistolas del interior de sus abrigos, todas apuntando hacia mí.

—Así que así es como va a ser —musito, dando un paso atrás y


levantando las manos en alto, fingiendo rendición. Al mismo tiempo, pulso el
mando a distancia que había estado sosteniendo.

El gran televisor de la habitación cobra vida, la pantalla se divide en


pequeñas ventanas, todas ellas mostrando a hombres que tienen a sus familias
como rehenes.

—Un clic, y están todos muertos. —Agito la mano, mostrándoles lo que


quiero decir.

Aunque sabía que algunos respetarían las reglas y vendrían desarmados,


no podía arriesgarme. Especialmente con la gente de Nicolo.
—Solo requiero una cosa de ustedes. La ubicación de Nicolo. Mientras
me digan eso, es decir, la verdad, sus familias saldrán ilesas.

Esto es más potente que cualquier tipo de tortura, y rápidamente bajan


sus armas.

Un hombre se adelanta, sus rodillas ceden.

—Está en el cementerio. Por favor, no haga daño a mi mujer.

—¿Qué cementerio?

—La cripta Lastra. Por favor. —Pone las manos juntas en una oración,
y yo solo asiento.

—Ves, no es tan difícil.

Justo entonces, suena mi teléfono. El número de Nicolo aparece en la


pantalla.

—Hola, sobrino. Veo que has encontrado mi pequeño secreto.

—Nicolo —respondo tenso.

—Un poco tarde, ¿no crees? Cuando te rodeas de hienas, no te


sorprendas demasiado cuando te traicionen. —Se ríe.

—¿Qué quieres decir? ¿Cómo está Catalina?

—¿No te gustaría saberlo? —se ríe—. Cuídate chico, a veces la misma


mano que te da de comer puede volverse contra ti —dice crípticamente,
cambiando las palabras del dicho original.
Cuelga.

Maldita sea.

Todavía no se sabe nada de Lina.

Dejo caer el teléfono al suelo, y cogiendo mis dos pistolas, apunto.


Primero a los que tienen armas, y luego uno a uno a los demás. Cuando bajo
mis armas, todos están tirados en el suelo.

Muertos.

Con un clic en el botón, me aseguro que sus familias corran la misma


suerte.

Abro la puerta y encuentro a Amelia en el pasillo. Sus ojos se abren de


par en par cuando me ve, y tropieza con sus palabras.

—Yo... escuché los disparos y...

Interesante. Normalmente la gente huye de los disparos, no hacia ellos.


Pero entonces repito las palabras de Nicolo en mi cabeza. La mano que te da
de comer.

—Por supuesto. —Le sonrío—. ¿Puedes venir a ayudarme?

Asiente y me sigue hasta el salón. Se encuentra cara a cara con los


cadáveres, pero veo que se esfuerza por controlarse.

—Dime, Amelia, ¿por qué dejaste el empleo de mi padre?

Ella baja la cabeza, su cabello casi plateado cayendo sobre su frente.


—El me forzó, señor —confiesa, y por un momento siento una punzada
de culpabilidad. Otra víctima de mi padre. Pero entonces pienso en Lina.

—¿Y a dónde fuiste después de eso? —De repente me mira con


pánico—. Amelia, Amelia. Sabes, eras mi favorita mientras crecía. Siempre
fuiste la más amable conmigo. Pero ahora... —Hago un sonido de tsk con la
lengua, y ella palidece—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué Nicolo? —pregunto,
medio en broma.

—Yo... —Tartamudea, y puedo ver la culpa en su rostro.

—¿Por qué, Amelia, por qué?

—Lo quiero —estalla, con más emoción de la que he visto nunca.

—Lo quieres —repito, inclinando la cabeza y estudiándola.

—Estaba embarazada y sola y él me ayudó. Fue tan amable, tan atento.


Incluso cuando aborté, estuvo a mi lado, apoyándome. Incluso se enfrentó a
tu padre en mi nombre. ¿Y sabes lo que hizo Giovanni? Se rió. —Ella frunce
el labio en señal de disgusto—. ¡Se rió por violarme y arruinar mi vida! —Sus
ojos lloran y levanta una mano para atrapar las lágrimas—. Nicolo fue tan
bueno conmigo... tan bueno.

—Tan bueno que básicamente le serviste a mi mujer en bandeja. Tú


eras quien ponía esos mensajes, ¿no?

—Él no le hará daño. Lo prometió.

—Amelia, Amelia. —Sacudo la cabeza, viendo que no se puede razonar


con ella. En su mente, Nicolo es un personaje más grande que la vida, su
salvador—. En el momento en que apuntaste a Lina, perdiste —digo, el
remordimiento me inunda mientras me vuelvo contra la única persona que
hizo mi infancia un poco más soportable.

Pero nadie se mete con mi Lina.

Nadie.

Hace solo unos meses había estado aquí, en la tumba de Tino.

Parece una broma de mal gusto que Nicolo haya elegido este lugar en
particular. La cripta de mi familia tiene el tamaño de una casa de dos pisos,
una gran bóveda que acentúa la altura de la construcción. Cuatro generaciones
de la familia Lastra hacen aquí su lugar de descanso eterno, incluida madre y
la que debería ser la tumba vacía de padre.

Mientras empujo la puerta chirriante, solo puedo pensar en Lina.

¡Por favor, déjame llegar a tiempo!

La cripta está construida como una casa, con diferentes habitaciones.


Tras comprobar la planta baja, me dirijo al sótano, donde se encuentran las
tumbas.

—¡Ahí está! —exclama mi tío mientras bajo las estrechas escaleras.

Al final, el sótano se convierte en una amplia sala con cuatro gruesos


pilares. Nicolo está de pie en el centro, con los brazos abiertos y una sonrisa
perversa en la cara.
Mis ojos recorren de inmediato la habitación hasta que me fijo en la
delgada figura de Lina. Está en un rincón, con las manos atadas a un pilar y el
rostro apoyado en la superficie helada de la columna.

—¿Lina? —grito, observando su aspecto desaliñado y la forma en que


todo su ser rehúye mi presencia.

¿Tanto me odia?

Me vuelvo hacia Nicolo y le lanzo el regalo que le había guardado.

La cabeza de Amelia rueda por el suelo, con los ojos muy abiertos y
mirando fijamente a mi tío.

—Así que te diste cuenta. Lástima, era un buen polvo. —Se encoge de
hombros, pateando más la cabeza con el pie. Catalina chilla cuando pasa
rodando y se detiene a poca distancia.

—Creo que tu mujer puede estar más decepcionada por esto que yo. —
Se ríe mientras los ojos de Lina se abren de par en par con miedo. Incluso
cuando se vuelve hacia mí, todo su ser parece revolverse ante mi presencia.

Y eso me rompe el corazón.

—Déjala ir. Ella no tiene nada que ver con esto.

—Ah, ves, ahí te equivocas. Ella tiene todo que ver con esto. Ella es tu
principal desencadenante, ¿verdad? —pregunta Nicolo, divertido.

Los ojos de Lina se vuelven hacia mí, y el dolor que veo reflejado en
ellos me hace querer enfrentarme al mismísimo rey del infierno.
Intento transmitir con mi mirada que me encargaré de esto, pero no
estoy seguro que ni yo mismo me crea en este punto.

—¿Qué quieres, Nicolo? ¿Deseas tanto mi posición que recurres a esto?


Tómala, es tuya —afirmo, mis ojos pasan de él a Lina.

Las cejas de Nicolo se elevan un segundo antes de echar la cabeza hacia


atrás y reírse.

—¿Me vas a dar tu posición? —se burla de mí, todavía riendo—. Ves,
esta es la razón por la que nunca fuiste apto para ser capo. Siempre la
antepones a todo —comenta con sorna—. No te preocupes, tu puesto será mío
por defecto después que mueras. —Se encoge de hombros y se dirige
despreocupadamente hacia el final de la habitación para coger un cuchillo
oxidado—. ¿Por qué no probamos esto? —Hace girar el cuchillo, probando su
fuerza—. Puedo dejarla ir, si te sometes a mí.

—¿Qué? —le suelto, una sonrisa maníaca aparece en su cara.

—Sométete a mí. Es la única manera de que se libere.

—Bien. Lo haré. Solo déjala ir.

—Todavía no. —Sacude la cabeza y hace un gesto hacia otro poste—.


Ve y espósate.

Me detengo un segundo y mis ojos se encuentran con los de Lina. Sus


cejas se juntan en señal de confusión. Solo con verla allí... Camino, y
sentándome, aseguro mi mano a un poste de metal. Una mitad de las esposas
se enrolla alrededor del metal para apoyarse mientras la otra rodea ahora mi
muñeca.
—¿Por qué, por qué haces esto? —La voz de Lina es apenas un susurro
cuando pregunta.

Nicolo sonríe lentamente, y de repente veo a mi padre en él.

—Échale la culpa de todo a tu marido. Después de todo, él es la razón


de todas tus desgracias —le dice alegremente, encantado cuando se le cae el
rostro. Ella se vuelve ligeramente hacia mí, y su expresión es de miedo
mezclado con decepción.

Le he fallado. Repetidamente.

Nicolo camina despreocupadamente hacia mí, moviéndose y jugando


con el cuchillo en sus manos. Se inclina frente a mí, blandiendo la hoja cerca
de mi cara.

—Es hora de pagar, chico. —Un golpe del cuchillo y el material que
sujeta mi camisa se cae. Me baja el cuchillo por el pecho, con la punta a punto
de clavarse en mi piel. Lo hace unas cuantas veces, tratando de engañar mis
sentidos. Luego corta.

Aprieto los dientes ante el dolor. Después de todo, es algo a lo que


estoy acostumbrado. Catalina, sin embargo, deja escapar un fuerte jadeo
cuando la sangre empieza a acumularse en mi torso.

Nicolo sigue haciéndome ligeros cortes por todas partes, pero no le doy
la satisfacción de reaccionar. No, todo lo que puedo hacer es mantener mis
ojos en Lina, mi única razón para seguir luchando.
No tarda en detenerse, al ver que no consigue ninguna reacción por mi
parte. Se levanta y frunce el ceño, observando mi cuerpo sangrante con una
pregunta en los ojos.

—Parece que esto no está funcionando —musita, entrecerrando los ojos


hacia mí.

—¿Qué esperabas? ¿Qué lloraría de dolor? —bromeo irónicamente.

—Debería haber sabido que la tortura no haría mucho por ti. No con
Giovanni como padre. —Se ríe, como si acabara de darse cuenta de algo
importante.

Tal vez mi padre tuvo que ver con mi mayor tolerancia al dolor, pero
solo cuando se trata de mí mismo. Se esforzó tanto en matar mis emociones
que lo único que consiguió fue matar mi necesidad de auto conservación. No
me importa lo que me pase, ya no. ¿Pero Lina? Ella es la única que importa, y
ni siquiera el peor tormento podría hacerme renunciar a ella.

—No te preocupes —se burla—, tengo muchos trucos bajo la manga.

Nicolo se aleja de mí, y con un movimiento de mano hace una señal


para que entre otra persona. Su sonrisa no hace más que aumentar al ver
entrar a Franco, con el parche en el ojo puesto.

—¿Qué? —exclamo, confundido por la conexión.

—Franco tiene un pequeño problema contigo, ¿no es así Franco?

—Y la perra —Franco añade, sus ojos recorriendo la forma de Lina con


una mirada de soslayo.
—Si el dolor no te quiebra —dice Nicolo, sumido en sus
pensamientos—. Entonces quizás la visión de tu amada sufriendo lo haga.

Mis ojos se abren de par en par ante su insinuación, pasando de Nicolo


a Franco.

Ambos se ríen, y Nicolo le da a Franco luz verde para continuar.

—Marcello, Marcello, vamos a ver qué se siente al estar tan indefenso...


al ver a tu mujer ser follada por otro mientras no puedes hacer nada para
ayudarla.

Mi pulso se acelera, mi respiración es agitada.

¡Dios, no!

—Lina... —susurro, y la veo retroceder, tanto como sus límites le


permiten. Franco está sobre ella en segundos, sus manos agarrando sus
piernas y tirando de ellas hacia él.

No puedo ver esto. Trato de liberar mi mano de las esposas, pero es en


vano. El poste está muy asegurado, las esposas apretando alrededor de mi
muñeca.

—¡No! —grita Lina, tratando de patear a Franco. Una mano trabaja


torpemente en la parte delantera de sus pantalones, mientras la otra sigue
tirando de su vestido.

¡No!

Me vuelvo hacia mis ataduras, sabiendo que el tiempo es esencial.


Pongo mi mente a trabajar y pienso en todas las posibilidades. No puedo
arrancar el poste... No puedo romper las esposas, pero... Puedo romper mi
propia mano.

Los gritos de Lina se intensifican, y solo me estimulan. Me agarro al


poste con una mano, y doblo la otra dentro de las esposas, con el pulgar en
paralelo a los otros dígitos. Entonces tiro. Con tanta fuerza que me lloran los
ojos, tiro y golpeo el manguito al mismo tiempo.

Lo hago hasta que oigo el sonido de los huesos al crujir, hasta que mi
mano se convierte en una masa inerte de huesos aplastados. Hasta que se
libera.

Tragándome el dolor y utilizándolo para alimentar mi ira, me levanto y


estoy sobre Franco en un segundo. Solo hay un ligero alivio al ver que no
llegó a Lina antes que mi mano buena y lo que queda de la otra se enreden en
su cuello. Utilizando la fuerza de mi muñeca, freno sus forcejeos y le retuerzo
el cuello en un ángulo, efectivamente rompiéndolo. La adrenalina debe de
haber hecho efecto, porque no tengo ninguna noción del tiempo, mientras tiro
su cuerpo sin vida a un lado y me arrodillo frente a una asustada Lina.

Sus ojos están desorbitados al verme, pero también noto un atisbo de


alivio en ellos. Dudo al acercarme a ella y, cuando no se aparta de mí, la
acerco, apretándola.

—Lo siento mucho, Lina. Lo siento mucho. —Exhalo un sollozo—. Te


sacaré de aquí. Tienes mi palabra, lo juro.

Ella no habla, su cuerpo tiembla de miedo. Llevo la mano a su espalda y


con movimientos descoordinados, intento desatar sus manos.
—Qué escena tan conmovedora. —La voz de Nicolo se burla desde
atrás. Me doy la vuelta y observo cómo se acerca, con un atisbo de fastidio en
su cara al ver mi mano inerte—. Sabes, nunca pensé que un monstruo como tú
fuera capaz de tener emociones tan profundas. Solía elogiar a tu padre todo el
tiempo por el entrenamiento al que te sometió. Eras realmente el asesino
perfecto. Hasta ella.

Saca una pistola de la parte trasera de su pantalón y apunta a Lina.


Reacciono instintivamente, poniéndome delante de ella, protegiéndola.

La risa de Nicolo resuena en la habitación justo antes de apretar el


gatillo. Dejo escapar un jadeo cuando la bala se incrusta en mi hombro. Las
manos de Lina me alcanzan, su expresión refleja el dolor que siento.

—Marcello. —Con la boca abierta, mira con incredulidad cómo la


sangre sale a borbotones de mi hombro, mezclándose con la sangre ya seca de
mis otras heridas.

—Estoy bien —grazno, tratando de darle una sonrisa tranquilizadora.

—Solo mátame —me giro para dirigirme a Nicolo—. Solo mátame y


déjala ir, por favor.

—¿Por qué haría eso, cuando tu dolor me da tanta alegría? —Sonríe,


haciendo girar la pistola entre sus dedos—. No puedes morir todavía.

—¿Por qué? —grazno, todavía usando mi cuerpo como escudo entre


Nicolo y Lina—. No entiendo por qué te has tomado tantas molestias para
hacerte pasar por Quimera durante años solo para atormentarme. ¿Por qué?
No tiene sentido. Si solo estuviera detrás de mi posición, me habría
matado hace mucho tiempo. Entonces, ¿por qué hacer esto? ¿Por qué usar
trucos psicológicos cuando podría haberme atacado en campo abierto?

—Esa es la cuestión, chico. Ni siquiera sabes... —Su boca se enrosca de


ira, enseñándome los dientes.

Su cara se ensombrece inmediatamente, su mano sigue agitando la


pistola.

—Dime, ¿tu mujer sabe que mataste a tu propia madre? —pregunta


Nicolo con suficiencia. Lina jadea y me mira con incredulidad.

Niego con la cabeza.

—Ella se suicidó. Yo no tuve nada que ver —declaro con seguridad.


Eso es algo de lo que no puede acusarme.

—¿No lo hiciste? —Levanta una ceja antes de dirigirse al fondo de la


sala, donde están los lugares de enterramiento. Me vuelvo rápidamente hacia
Lina, tratando de liberarla antes que él regrese.

—Si ves una oportunidad, corre, ¿vale? —Toco su rostro


tentativamente, deleitándome con su presencia una última vez.
—¿Y tú? —pregunta, con la voz ronca. Le doy un pequeño movimiento
de cabeza.

—No importa. Lo retendré. —Sé que en mi estado actual no podré


oponer demasiada resistencia, pero tal vez pueda comprarle a Lina algo de
tiempo para huir—. Ve con tu hermano. Él sabrá qué hacer —digo, apenas
terminando la frase antes que Nicolo regrese, trayendo consigo un objeto
cubierto por una tela blanca.

Con un último tirón, las muñecas de Lina quedan libres. Me muevo


rápidamente delante de ella para que Nicolo no se dé cuenta.

Extiende la tela con reverencia en el suelo y la desenreda lentamente


para revelar un cráneo humano.

—Te mató, ¿verdad, querida? —Se dirige a la calavera con una


expresión de ternura tan antitética al semblante habitual de mi tío que se
extiende en su cara—. Desde que nació, no fue más que una plaga—continúa,
su cara se torna malévola cuando se dirige a mí—. Tú la mataste, tú la
enfermaste —espeta, sus palabras llenas de odio. Acunando el cráneo contra
su pecho, se pone en pie y vuelve a sacar su pistola, apuntando hacia Lina—.
Mataste a la persona que más quería, así que haré lo mismo a ti.

—¡Espera! —grito, buscando cualquier forma de retrasar esto y


conseguir que Lina tenga una oportunidad de escapar. Está claro que Nicolo
no está bien mentalmente, y eso hace que toda la situación sea complicada—.
Juro que no lo hice. La vi quitarse la vida. Solo tenía trece años.

—¡Condenaste toda su existencia antes de nacer! —grita, lo más que ha


levantado su voz hasta ahora—. ¡La amaba, maldita sea! La quería, pero
Giovanni llegó a ella antes que yo. Y como ya estaba embarazada, tuvo que
casarse con él. Te tuvo a ti, ¡y su vida se acabó! ¿Crees que no vi los
moretones? ¿La forma en que la trató? ¡Peor que una maldita puta y ella era
su mujer! La condenó a una existencia peor que la muerte.

Mordiendo una réplica sarcástica, porque realmente, no tenía ninguna


responsabilidad como embrión, sigo pinchando, desesperado por hacerlo
hablar para que se distraiga.

—¿Así que por eso te hiciste pasar por Quimera? ¿Para joderme por
qué? ¿Por haber nacido? —Enfoca sus ojos hacia mí, y me acerco a Lina,
dispuesto a convertirme en su escudo una vez más.

Sin embargo, inesperadamente, Nicolo se ríe. Se agacha, agarrándose el


estómago.

—Chico —dice con dificultad, luchando por respirar—. ¿Crees que fue
la primera vez que jugué contigo? —Emite un sonido indistinto, como si
intentara no ahogarse con la diversión que le estoy proporcionando sin
querer—. Yo era la mano derecha de Giovanni. Una palabra aquí, una palabra
allá, y se aseguró que no tuviera que hacer ningún trabajo sucio. Durante un
tiempo...

—¿Qué quieres decir? —Frunzo el ceño ante la nueva información.

—Claro, tu padre quería que fueras un hombre temido. Pero no tenía


que ser tan duro contigo. Los asesinatos, las putas... solo tenía que mirarte
para ver que te perdías cada vez más, hasta que te convertiste en una cáscara
de persona. Aceptaste el legado de nuestra familia y te sentiste miserable por
ello. Esa era mi alegría. Liliana estaba sufriendo, pero tú también. Hasta que
murió. —Se burla de las palabras, volviendo a la calavera y acariciándola
cariñosamente—. Después de eso, se acabaron las apuestas.

Levanta los ojos para dirigirme una mirada escalofriante.

—¿Quién crees que le contó a Giovanni lo de la chica Agosti? En el momento


en que empezaste a dar vueltas a su alrededor, supe que era diferente. De
repente tenía la mejor oportunidad para vengarme.

La respiración de Lina se vuelve más agitada, y coloco mi mano sobre


su pierna, ofreciéndole el consuelo que pueda.

—Llevaba años esperando una oportunidad así. Al principio pensé que


probablemente tendrías una sobredosis por toda la mierda que te estabas
metiendo, pero no, tuviste que limpiarte por ella. Que hablaras con Agosti por
su mano lo cimentó para mí. Sabía que a través de ella podía hacer el mayor
daño. —Se ríe, claramente orgulloso de sí mismo.

—¿Qué le dijiste a padre? —indago, queriendo que mi mente no tenga


en cuenta el dolor de mi cuerpo.

—Que debería poner a prueba tu lealtad. La chica o la famiglia. Sabía


cuál elegirías. —Señala a Lina con su arma, y todo mi cuerpo se tensa—.
Pero calculé mal. No me di cuenta de lo mucho que estabas dispuesto a hacer
por ella. Y luego ambos desaparecieron sin dejar rastro. —Sus labios se
curvan con fastidio—. No tienes idea de cuánto tiempo te busqué.

—Hasta que me encontraste. Hace dos años. —añado, la primera fecha


en que la falsa Quimera empezó a matar.

Nicolo sonríe.
—Después de eso no fue muy difícil. Siempre he preferido las guerras
largas y prolongadas, hace que el enemigo se retuerza. Como hiciste tú
cuando viste a esa monja.

Parpadeo dos veces, dándome cuenta de repente de las conexiones. Los


especialistas forenses de Adrian habían sugerido que la mujer estaba siendo
cuidada más que los hombres... de manera religiosa. Madre... lo estaba
haciendo todo por madre.

—Estabas tan ocupado compadeciéndote a ti mismo, que no te diste


cuenta de lo cerca que planté a mi gente. El convento era aún más fácil de
infiltrar. Guerra, la hermana Elizabeth... La Madre Superiora. No es muy
difícil darles un pequeño empujón.

—Tú... Sabías que el Padre Guerra era un pedófilo, ¿no? —susurra


Lina, hablando por primera vez.

Su sonrisa está llena de malicia mientras sonríe.

—Por supuesto. Ese era el objetivo desde el principio. Después de todo,


es la hija de Marcello.

—Señor... —Lina jadea, y desearía poder abrazarla contra mi pecho y


quitarle todas sus preocupaciones.

Una vez más, todo está sucediendo por mi culpa.

—Y luego las notas —añade, dándose cuenta hasta qué punto Nicolo
había jugado con nosotros dos.

—Te necesitaba fuera de casa. —Se encoge de hombros—. Puntos extra


por despreciarlo. Amelia me lo contó todo, y fue muy agradable escuchar eso.
Especialmente tu intento de suicidio. —Nicolo se vuelve hacia mí y sonríe,
con una clara satisfacción en sus ojos.

—¿Intento de suicidio? —Lina se vuelve hacia mí, con horror en los


ojos.

Niego con la cabeza:

—No fue así.

—Por supuesto, cuando no moriste realmente, me di cuenta que era el


momento de dar un paso más.

—¿Qué quieres decir?

—Es bastante sencillo. Seguramente eres consciente que incluso si me


atacas ahora mismo, las posibilidades de escapar son muy escasas. Si haces lo
que te pido, entonces tu amada aún podría tener una oportunidad.

—¿Qué quieres que haga? —pregunto, con la voz entrecortada por el


dolor de mi brazo. Ya estoy al borde y lo sé. Lo que sea que tenga en mente
no cambiará eso.

—Quiero que termines lo que has empezado. Quiero que cojas este
cuchillo —Saca de nuevo el cuchillo oxidado—, y te cortes el cuello. Muere
como lo hizo mi Liliana.
—Y te cortes el cuello. Muere como lo hizo mi Liliana. —Las
virulentas palabras de Nicolo me producen escalofríos, las implicaciones me
aterran.

Me estremezco, girando la cabeza para mirar a Marcello. Tiene un


aspecto horrible. Sangre por todo el cuerpo, puedo ver su cara retorciéndose
de dolor de vez en cuando.

Recibió una bala por ti...

Y esa no ha sido la única revelación de hoy. Si lo que dice Nicolo es


cierto, y a estas alturas sé que lo es, durante años Marcello ha estado viviendo
una existencia infernal, atormentado por este psicópata.

—¿Me das tu palabra de honor que saldrá viva e ilesa de cualquier


forma? —Marcello finalmente habla, y mi corazón se derrumba. Seguramente
no tiene la intención de suicidarse.

—Te doy mi palabra de honor —Nicolo responde, con una mirada de


suficiencia.

—Dame cinco minutos con Lina y te juro que lo haré.


—Tienes dos. —Nicolo pone los ojos en blanco y retrocede, sin dejar
de apuntarnos con su arma.

—Lina. —Su voz está asolada por tanto dolor y angustia que no puedo
evitar que se me salten las lágrimas.

—No... por favor, no hagas esto. Te lo ruego. —Me acerco a él,


levantando mi mano hacia su cara—. No quiero que mueras. —Creo que
nunca he tenido tanto miedo en mi vida. La idea de un mundo sin Marcello...
me deja fría—. Te perdono —agrego inmediatamente, sabiendo que las
palabras son verdaderas en el momento en que las pronuncio.

—Pero no lo hago. No puedo perdonarme. —Levanta su mano intacta


para tomar la mía, llevándosela a los labios para tocarla brevemente—. Lina,
mi dulce, dulce Lina. Te he fallado. Otra vez. —Las lágrimas ruedan por sus
mejillas. Las mías también, pero necesito mantener la cordura. No puede
hacer esto.

—Tenemos una hija, Marcello. Por favor, no lo hagas. No dejes a tu


hija sin padre cuando acaba de tener uno. —Puede parecer que le estoy
chantajeando emocionalmente, pero a estas alturas estoy dispuesta a intentarlo
todo.

—Por eso estoy haciendo esto. Claudia necesita a su madre. No me


necesita a mí. —Sacude la cabeza lentamente, con una sonrisa amarga en la
cara—. Sabes —Tira un mechón de cabello detrás de mí oreja, sus dedos se
demoran un poco en la superficie de mi mejilla—, nunca podré arrepentirme
de haberte amado. No cuando has sido la parte más brillante de mi vida. En
otra vida... —Baja la cabeza y traga con fuerza—. Tal vez en otra vida,
seguirías siendo tú, y yo sería alguien mejor. Alguien que merecerías. Y tal
vez —Suelta un sollozo—, tal vez me amarías una fracción de lo que yo te
amo.

—Lo hago, Dios, lo hago. Entonces no lo hagas. Por favor, no lo hagas.


Si me amas tanto, no me dejes sola. —Mis dedos se clavan en el material de
su camisa, mis ojos le suplican.

—Esa es la cuestión, Lina. Te amo demasiado para quedarme. —


Parpadea dos veces, tratando de aclarar sus ojos—. No tengo miedo de morir.
Ya no. —Sus labios hacen un intento de sonrisa.

—Se acabó el tiempo. —Nicolo interrumpe de repente.

Marcello da un respingo y, inclinándose hacia delante, roza sus labios


con los míos.

—Siempre te amaré, Lina. Incluso con mi último aliento. —Quiero


responderle, pero él se echa hacia atrás, poniéndose en pie con dificultad.

Coge el cuchillo de Nicolo y lo coloca en su cuello.

—No. Deberías arrodillarte. Morir incluso más bajo que ella.

Marcello no discute mientras se arrodilla, golpeando el duro suelo.

Me mira por última vez, diciendo No mires. Pero no puedo. No puedo


quedarme quieta. Impulso mi cuerpo hacia Nicolo, mi único pensamiento es
detenerlo.

Justo cuando estoy a un metro de él, levanta su pistola, apuntándome.

—¡No! Lo haré. —grita Marcello.


—Date prisa, chico, o nuestro trato quedará invalidado.

Me parece oír algún ruido del exterior, pero todo palidece cuando me
vuelvo horrorizada y veo a Marcello hacer lo impensable.

Levantando el cuchillo justo por debajo de la mandíbula, se clava la


hoja en la piel hasta que un pequeño hilillo de sangre se derrama por su
cuello. Con dedos firmes, lo arrastra, alargando la herida hasta llegar al otro
lado.

La sangre sale a borbotones de su garganta. Como una cascada, el


líquido escarlata baña su piel, pintándola de rojo, más rojo de lo que estaba.

—¡Nooooo! —grito, corriendo hacia él, sin importarme si Nicolo me


dispara o no, la muerte es una pequeña misericordia a estas alturas—. No, no,
no —murmuro histérica mientras me acerco a él. Pongo mis manos en la
herida, intentando detener la hemorragia.

—No me hagas esto, maldita sea.

Su boca se mueve un poco y parece querer decir algo.

—No hables. Por favor. —Tomo lo que queda de mi vestido y presiono


sobre la herida. Enseguida absorbe la sangre. No puede morir aquí.
Simplemente no puede—. ¡Dios mío, Marcello, por favor, no me dejes! Te lo
ruego. —Ni siquiera puedo ver con claridad por las lágrimas que se escapan
de mis ojos.

Pero no me suelto.
En algún lugar de la distancia, una sucesión de disparos impregna el
aire. Lo oigo, pero no registro nada más que a mi querido Marcello, cuyos
ojos siguen abiertos de par en par, mirándome con asombro.

—Por favor, amor. Por favor, quédate conmigo —gimoteo, con la voz
ronca.

—¡Lina! Lina. —Mi hermano está de repente a mi lado, sacudiéndome.

—¡Suéltame! No puedo dejarle morir... —Creo que lo que digo no tiene


sentido, pero mi visión de túnel solo incluye a Marcello.

—Una ambulancia llegará en breve. Deja que te ayude. —Apoya sus


manos sobre las mías, ayudando con la presión.

—¡Mierda! —Oigo otra voz.

—¿Qué carajo le pasa? ¿Ir por su cuenta sabiendo que Nicolo le estaba
apuntando? Maldita sea, Marcel, realmente lo hiciste, amigo. —Otro hombre
habla, con una voz llena de desesperación.

—La ambulancia debería llegar pronto. Llevaré a Nicolo y a Franco al


coche. —Uno de ellos añade.

—Bien. Te mantendré informado.

No sé lo que sucede a continuación. Una ráfaga de gente está de repente


dentro de la cripta, y me separan de Marcello.

—Señorita, por favor, déjenos hacer nuestro trabajo.


—¿Lo hará bien? Por favor, dígame que lo logrará —le ruego al
paramédico. Él frunce los labios.

—Todavía tenemos pulso, pero no puedo asegurar nada. Tenemos que


llevarlo rápido al hospital para una transfusión urgente.

—B, su sangre es B —exclamo, recordando ese recorte de información.

—Bien. Le engancharemos la sangre en cuanto lleguemos al coche. —


Me asegura y lo suben a una camilla.

Enzo sigue sujetándome, tirando de mi cabeza bajo su barbilla.

—No morirá —digo, queriendo creerlo yo también.

—No lo hará... no lo hará. —Me abraza más fuerte, tratando de


consolarme.

El viaje al hospital es tenso.

Los dos somos conscientes que podemos llegar allí y él podría estar...
muerto.

—¿Qué hicieron con los cuerpos?

—Vlad limpió la escena y se deshizo de ellos.


Gruño un reconocimiento. Entonces pregunto lo que ha estado en mi
mente todo el tiempo.

—¿Por qué no has venido antes? —Enzo nota un rastro de


desesperación en mi voz, y hace una ligera mueca.

—No sabíamos la ubicación —admite—. Marcello dejó un mensaje


automatizado para que se enviara cuando pasara cierto tiempo.

Respiro profundamente, las cosas se vuelven un poco más claras... y


más alarmantes.

—Vino aquí a morir, ¿no es así?

Enzo no responde, pero el apretón de su mandíbula me dice que está de


acuerdo conmigo.

—Él... Nicolo estaba detrás de todo. El incidente de hace diez años, el


Padre Guerra... todo —digo, cerrando los ojos, abrumada por todo lo que
había pasado.

—¿Importa? —pregunta Enzo tras una pausa, con los ojos concentrados
en la carretera—. ¿Eso hace que Marcello sea menos culpable? Dios, Lina...
Te violó —gime, la emoción se desprende de mi hermano como nunca había
visto antes.

—No creo que sea tan blanco o negro.

—Claro, solo te violó un poco. —Se ríe burlonamente.

—Para... por favor. No puedo hacer esto ahora —susurro.


—Lo siento. —Se disculpa y dejamos el tema por completo.

Llegamos al hospital y descubrimos que lo han ingresado en el


quirófano. El médico de guardia nos dice que es un milagro que haya
sobrevivido hasta ahora, teniendo en cuenta las graves heridas y la pérdida de
sangre. Por la forma en que lo cuenta, parece que la herida en la garganta no
era demasiado profunda.

—Hay laceraciones a la altura de la tráquea, y podría causar algún


impedimento vocal, pero el esófago está intacto, y esa es la buena noticia. En
cuanto a las otras heridas. Le hemos administrado una inyección antitetánica,
y ahora tenemos un equipo conjunto trabajando en su garganta y su hombro.

—Se recuperará, ¿verdad? —pregunto, con un rayo de esperanza


floreciendo en mi interior.

—No puedo prometer nada, pero parece que sí. Podría haber sido
mucho peor.

Agradecemos al médico su tiempo y nos dirigimos a la sala de espera.


Enzo está pegado a mi lado todo el tiempo, como si temiera que no fuera a
poder soportar esto.

—Estoy bien, de verdad —intento asegurarle, pero no parece


convencido.

—¿Qué pasó ahí, Lina? ¿Nicolo...? —Sacudo rápidamente la cabeza.

—Pero hay algo que debes saber —respiro profundamente—. Allegra


fue quien me llevó allí. —Su expresión es tensa mientras le cuento lo
sucedido, desde la mentira que había dicho para sacarme de la casa, hasta la
extraña forma en que hablaba.

—Lo siento, Lina. —suspira—. Me encargaré de ello. Llevo demasiado


tiempo ignorándola. —Sacude la cabeza.

—¿Pero por qué? ¿Qué le ha pasado?

—Ella no está bien... mentalmente. Intenté excusarla por eso, pero una
cosa es hacer locuras todo el tiempo, y otra muy distinta traicionar a la
famiglia. Cuando se juntó con Nicolo, sabía en lo que se estaba metiendo —
murmura una maldición en voz baja.

—Pero si está tan mal, ¿cómo pudiste dejarla cerca de Lucca?

—Créeme, no lo hago. Ella lo ve brevemente y bajo supervisión.


Necesita saber que su madre está al menos cerca.

—Lo siento. —Le toco ligeramente el brazo.

Los amigos de Marcello, Adrian y Vlad, se unen a nosotros en la sala de


espera.

—¿No llamarán a la policía? —pregunto de repente, recordando la


herida de bala. ¿No es el protocolo habitual llamarlos?

—Ya me encargué de eso. —Adrian hace una mueca—. Lo hemos


considerado como un intento de suicidio que salió mal. Con su historial, nadie
hará preguntas.

—¿Te refieres al último intento? —indago, con curiosidad por saber a


qué se refería Nicolo.
—Marcello insiste en que no fue un intento de suicidio, pero tiene un
historial de problemas psiquiátricos.

—¿A qué te refieres?

—Además de su fobia al tacto, siempre ha tenido problemas de


insomnio —me confiesa, y recuerdo las numerosas ocasiones en las que se
quedaba despierto hasta tarde alegando motivos laborales, o las pesadillas...

—Ya veo. —Asiento, sin saber qué más añadir.

La operación de Marcello es un éxito y pronto lo trasladan a una


habitación privada. Me quedo con él la primera noche mientras está de fuera,
pero por la mañana Enzo me convence para que vaya a casa a ducharme y
cambiarme.

Cuando vuelvo, el médico me dice que Marcello no podrá hablar por el


momento, hasta que sus cuerdas vocales se curen. Por lo demás, su estado
está mejorando. Dado que es su segundo intento en un mes, sugiere un centro
de internamiento. No quiero decidir nada ahora, así que sonrío y le digo que
lo pensaré.

Me dirijo a su habitación y me doy cuenta que una enfermera sale de su


habitación.
—¿Es usted la Señora Lastra? —me pregunta, y yo asiento con la
cabeza.

—¿Pasa algo?

—El Sr. Lastra está despierto —comienza ella y yo respiro


profundamente, mis labios se estiran en una sonrisa—. Pero no quiere verla.

—¿Qué quiere decir? —Frunzo el ceño, y mi rostro decae


inmediatamente. ¿Por qué no quiere verme?

—Me pidió que le diera esto. —Me entrega una carta—. Su nombre ha
sido eliminado de los visitantes permitidos, así que... —Parece disculparse,
pero yo me limito a asentir mecánicamente.

Me dirijo a una zona vacía y me siento adormecida. Despliego la carta y


empiezo a leerla.

Mi querida Lina,

Lamento cómo ha resultado todo. No tienes ni idea de lo mucho que me


gustaría que las cosas fueran diferentes... incluyendo lo que ocurrió aquella
noche de hace diez años. Puedo sentarme aquí y decirte innumerables veces
que nunca quise hacerte daño. Pero la verdad es que sí te hice daño. Incluso
cuando traté de hacer lo que consideré mejor en ese momento, terminaste
siendo lastimada.

Me detengo, las lágrimas ya caen por mis mejillas. Pero me obligo a


seguir leyendo. Relata todo lo que sucedió aquella noche con gran detalle,
cómo sabía que no tenía elección, pero intentó drogarme para que no sufriera,
cómo había llegado a un acuerdo con su hermano para mi seguridad,
dedicando la última década a trabajar para atrapar a un criminal traicionando
a su mejor amigo en el proceso. Las descripciones son tan dolorosamente
vívidas que me duele el corazón por lo que tuvo que vivir.

Simplemente no te merezco. No ahora. No así. No cuando soy un


hombre roto que teme enfrentarse a sus propios demonios. Si lo que dijiste
allá es cierto... que me perdonas... yo también quiero perdonarme a mí
mismo. Quiero convertirme en alguien digno de ti.

Pero para eso, necesito ayudarme a mí mismo primero. No puedo en


conciencia permanecer en tu vida sabiendo que soy una bomba de relojería
que puede estallar en cualquier momento. No puedo exponerte a ti, ni a
Claudia a eso.

Sé que no tengo derecho a pedir esto, pero... ¿me esperarás?

Siempre tuyo,

Marcello

Apenas puedo respirar mientras los sollozos destrozan mi cuerpo.


Quiero ir a verlo y decirle que todo irá bien, que lo perdono y que lo amo. Si
es posible, saber lo que sé ahora me hace amarlo aún más. No puedo ni
imaginar lo que es vivir con una carga así. No, ni siquiera puedo imaginar
cómo Marcello sigue cuerdo después de todo lo que ha pasado.

Es difícil entender todo lo que ha hecho en el pasado, la gente que ha


torturado y matado... ¿pero es realmente él? ¿O es simplemente quien la
famiglia quería que fuera? ¿Cómo puede saber algo mejor cuando toda su
vida solo ha sido testigo de la crueldad humana? El hecho que fácilmente
daría su propia vida por mí lo dice todo. Para un hombre que nunca ha
recibido bondad, estaba listo para cometer el último sacrificio.

Y ese es el verdadero Marcello. Mi alma reconoce la suya de una


manera que no puede ser explicada por la ciencia o las palabras. Tiene el
corazón más gentil y puro. Solo tuvo la desgracia de nacer en la familia
equivocada. Nadie le ha enseñado la bondad y, sin embargo, le sale de forma
natural.

Me limpio las lágrimas y me dirijo a la recepción para pedir papel y


bolígrafo. Luego escribo mi respuesta.

Esperaré.
2 MESES DESPUÉS,

—Lina —practico frente al espejo, todavía no me he acostumbrado a mi


nueva voz. Me aclaro la garganta y lo vuelvo a intentar—. Lina. —Aprieto los
labios. El cuchillo me había dañado las cuerdas vocales y, aunque los médicos
esperaban que se curaran por completo, mi voz tiene ahora un tono ronco.

No es desagradable, pero se siente muy extraña.

Como si hubiera fumado cien cigarrillos al día durante los últimos


veinte años.

Sin embargo, la cicatriz se ha curado muy bien. Más agradable de lo


que hubiera esperado. Una línea de color rosa rojizo ahora estropea mi cuello.
Por desgracia, no creo que pueda ocultarla ni siquiera con un cuello de
tortuga.

Después de recibir la carta de Lina, no había tenido noticias de ella.


Bueno, no directamente. Tomé prestado el dispositivo de escucha de Vlad, y
he podido escuchar algunas de sus conversaciones con Enzo. Tanto Catalina
como Claudia están bien. Por los fragmentos que había escuchado, Lina
empezó su propio negocio, vendiendo algunos de sus diseños de moda y
creando piezas a medida para la gente. No podría estar más orgulloso de ello.
Finalmente está tomando la vida en sus propias manos.

Y pronto, yo también podré unirme a ella.

Me pongo una americana y me dirijo a mi cita con la terapeuta. Han


cambiado muchas cosas desde que salí del hospital, agradecido por estar vivo.
Creo que nunca le he puesto tanto precio a mi vida como cuando Lina me
rogó que viviera, tanto por ella como por Claudia. Pero desde entonces he
aprendido que antes de poder vivir para ellas, también tengo que aprender a
vivir para mí.

En el pasado, todos mis intentos de hacer terapia habían sido un fracaso.


No es que haya estado muy decepcionado, ya que siempre he odiado hablar
de mí mismo. Pero esta vez, la terapeuta había nacido en la mafia y estaba
familiarizada con cómo se hacían las cosas.

Después de recibir el alta del hospital, seguí viendo a mi antiguo


terapeuta durante un par de sesiones, pero las cosas no funcionaban. No podía
ser del todo sincero, y ¿cómo iba a ayudarme si no tenía ni idea de cuál era el
alcance de mi trauma?

Por aquel entonces había vuelto a hablar con Guerra, que se había
disculpado por su hermano, diciendo que no tenía ni idea de lo que estaba
haciendo. También nos habíamos dado cuenta que Franco llevaba tiempo
trabajando con Nicolo, y que habían planeado hacerse con el liderazgo dentro
de sus familias. El atentado atribuido erróneamente a los irlandeses había sido
obra de ellos, aprovechando la terrible reputación que ya tenían los Gallagher.
Yo también había estado intentado arreglar la falla dentro de la
famiglia, y Francesco había sido invaluable en el cumplimiento de mis
órdenes y actuando como mi apoderado. Durante una charla, había sacado a
relucir a su hija mayor, Giulia.

Giulia, psiquiatra clínica con algunos años de experiencia, era la


respuesta a mis plegarias. Yo no había sido su primer cliente de la mafia, ni
mucho menos el último.

En mi primera cita, la conversación había sido fluida. No se había


inmutado por nada de lo que había dicho, o al menos no lo había demostrado.
En unas cuantas sesiones más, me dio un par de diagnósticos. Desde el TEPT
hasta la depresión, pasando por mis tendencias auto lesivas y mi insomnio.

No pretendo haberme curado de repente, pero me siento mejor al saber


que hay una explicación científica para todos mis episodios, y no una
posesión demoníaca como lo había llamado mi madre. De hecho, Giulia había
sugerido que la mayor parte de mi trauma proviene de mi madre. El maltrato
de mi padre solo se había sumado a al rechazo de mi madre. Con sus
constantes desplantes y su fanatismo religioso, me había inculcado que no soy
digno de nada. Entonces había sido fácil para mi padre moldearme a lo que él
quería.

La sesión se centra esta vez en esa noche, y en el origen de mi mayor


vergüenza. Le explico a Giulia todo lo sucedido, y ella me escucha
atentamente, sin dirigir ningún tipo de asco hacia mí ¿qué mujer no se sentiría
así por lo que hice?

—Ya veo. —Se sube las gafas a la nariz y toma algunas notas.—. ¿Qué
crees que habría pasado si no lo hubieras hecho? Dime tu opinión sincera.
—Padre habría cumplido su promesa. Habría entregado a Catalina a sus
hombres. O... como era imprevisible, podría haberla matado también.

—¿Crees que podrías haber hecho algo más entonces?

Sacudo la cabeza, cerrando los ojos.

—No —exhalo.

—Hay dos cosas que veo, Marcello. Si no lo hubieras hecho tú, lo


habría hecho otro. Al hacerlo tú, y no estoy excusando tus acciones, pero
tenías el control de la situación. Te ocupaste de ella de una manera que nadie
más lo habría hecho. Te aseguraste que saliera viva.

—Sí, pero...

—¿Qué dice ella de esto? —pregunta Giulia de repente, y yo bajo la


cabeza, avergonzado.

—Dice que me perdona, pero no puedo entender cómo podría hacerlo.

—¿Por qué? ¿No confías en ella? ¿Confías en su palabra? —Se inclina


hacia delante, con los ojos fijos en mí, desafiándome.

—Lo hago —susurro.

—Pero no puedes perdonarte. —Ella asiente, se vuelve hacia su


cuaderno y anota algo—. No puedes cambiar el pasado, Marcello. Por mucho
que desees que no haya ocurrido, ocurrió. Pero eso no significa que el hombre
que eres hoy siga siendo el de antes. O que no puedas cambiar a mejor. El
pasado es el pasado. Déjalo pasar. Todavía puedes cambiar el futuro.
—¿Cómo puedo sentirme merecedor de ella, sabiendo lo que hice? —
pregunto, con la voz quebrada.

—No lo harás. Pero eso te hará esforzarte más cada día. Ámala más
cada día para que sienta que la mereces. El adagio de siempre, las acciones
hablan más que las palabras.

—Puedo hacerlo —digo con confianza—. Lo haría a pesar de todo,


porque ella se merece el mundo.

—Entonces demuéstraselo. Un hombre sabio dijo una vez que todo


santo tiene un pasado, y todo pecador un futuro. Haz que ese futuro sea tuyo.

Asiento entumecido, porque siento que puedo hacerlo. Dar un giro a mi


vida. Cambiar un poco día a día.

—Gracias. —Me levanto para irme, el reloj indica que nuestra sesión ha
terminado.

—Asegúrate de recomendarme a tus otros amigos asesinos; hago


grandes descuentos. —Me guiña un ojo mientras me voy y sacudo la cabeza,
riendo.

No puedo creer que la hija de un mafioso se dedique a este tipo de


trabajo, pero puedo ver su utilidad. Todavía no puedo evitar preguntarme
cómo Francesco ha permitido algo así, siendo ella soltera a su edad. No es en
absoluto la forma tradicional, y me da esperanza para el futuro, para mi hija y
mis hermanas.

Estoy a punto de volver a casa cuando recibo una repentina llamada de


una aterrorizada Venezia.
—Más despacio, Venezia. ¿Qué ha pasado?

—Es Sisi... No sé, acaba de empezar a sangrar. He llamado a una


ambulancia. Estamos en el hospital ahora.

¡Mierda!

Subo a mi coche y conduzco directamente al hospital. En la recepción,


doy su nombre y una enfermera me intercepta.

—Soy su hermano —añado cuando ella parece escéptica sobre nuestra


conexión.

—El médico acaba de verla. Está sedada ahora mismo.

—¿Qué le pasa?

Vacila y en su lugar me remite al médico que atiende a Sisi.

—Sr. Lastra. Siento informarle que su hermana ha sufrido un aborto


espontáneo.

Se me cae la cara y vuelvo a preguntar para asegurarme que no he oído


mal. Él continúa asegurándome que no es nada preocupante. Creo que no se
da cuenta de lo sorprendido que estoy al saber que Assisi estaba embarazada.
¿De quién? Nunca salió de casa, nunca vio a nadie...

Pero entonces me acuerdo. Rafaelo Guerra. ¡Maldita sea!

—No tiene que preocuparse. A su hermana no le pasa nada. Estaba


embarazada de unas ocho semanas y la placenta no pudo aportar nutrientes al
feto. A veces esto ocurre, pero no debería afectar a sus futuras posibilidades
de tener hijos. Debería apoyarla durante este tiempo. Parecía afligida por la
noticia.

—Gracias por avisarme —digo con frialdad. Me encuentro con Venezia


a la salida de la habitación de Sisi, y está llorando.

—¿Sabías que estaba embarazada? —pregunto, pensando que tal vez lo


había compartido con su hermana.

Venezia niega con la cabeza.

—No... También me enteré por primera vez.

Esperamos fuera hasta que la enfermera encargada nos avisa que Sisi
está despierta. Le digo a Venezia que me deje hablar con ella primero, y
accede a regañadientes.

Cuando entro en la habitación, Sisi está sentada en la cama, con la


cabeza baja y el dolor escrito en su rostro.

—¿Sisi? —pregunto, dando un paso hacia ella.

Levanta la cabeza y veo que tiene los ojos húmedos.

—¿Marcello? —Parece sorprendida de verme, pero luego sacude la


cabeza—. Lo siento —susurra.

—No hay nada que lamentar, Sisi. ¿Me vas a contar qué ha pasado? —
Cojo una silla y la coloco junto a su cama. Parece confundida, pero
finalmente sacude la cabeza—. ¿Quién era el padre, Sisi? —le pregunto con
la mayor delicadeza posible.
No puedo imaginar quién pudo haber sido.

Sigue callada, sus ojos brillan con lágrimas no derramadas.

—¿Fue Rafaelo? —Cambio de táctica, ya que es el único hombre con el


que ha estado en contacto fuera de la familia.

De repente levanta la cabeza, con los ojos muy abiertos y los labios
temblorosos.

—Fue él —afirmo, con más agresividad que antes—. ¿Te obligó? —


pregunto inmediatamente. Que Dios me ayude, si lo hizo, ¡está muerto!

—¡No! —ella grita—. ¡No! No fue así.

—¿Cómo fue entonces? ¿Lo amas?

Sisi me mira fijamente durante un segundo, sus ojos temerosos... de no


sé qué.

—¡Lo amo! —exclama, un poco demasiado fuerte—. Lo amo, ¿vale?

—¡Dios! ¡Te ha deshonrado! —Me pongo de pie, la hostilidad rodando


por cada poro de mi cuerpo.

No me importa mi excelente trato con Benedict. Su hijo va a pagar por


esto. Se aprovechó de una chica apenas salida del convento. ¿Qué sabe ella
del amor? ¿De sexo?

—Para, por favor —ella pronuncia la última palabra con tanta emoción
que lo hago—. Nos vamos a casar —continúa.

—¿Casarse? ¿Quién lo dice?


—Lo hemos hablado. Me lo pidió y acepté.

—Sisi... es demasiado pronto. Por favor, piénsalo. No tienes que hacer


esto solo porque te acostaste con él. —No quiero que haga algo de lo que se
arrepienta el resto de su vida solo por haberse acostado con el chico.

—No... esto solo me hace estar más segura. Estamos bien juntos. Nos
entendemos. Por favor, Marcello. —La forma en que me suplica hace que sea
difícil decir que no.

—Hablaremos de esto. Tengo que hablar con Benedict —añado, aunque


sé que Benedict agradecerá con creces el encuentro.

Había sido su intención desde el principio. Aun así, saber eso hace que
toda esta situación sea aún más cuestionable. ¿Por qué siento que hay algo
más? ¿Algo que Sisi no está diciendo?

Si descubro que Rafaelo la coaccionó... No me quedaré quieto.

Salgo de la habitación, tratando de calmar mi propio temperamento


creciente. Sisi está claramente angustiada por su aborto, y no quiero que eso
influya en su decisión.

Sintiendo que la situación está simplemente por encima de mis


posibilidades, hago lo único que se me ocurre.

Llamo a Catalina.
En el momento en que la veo acercarse a nosotros, pierdo todo el
sentido. Es como agua para un hombre reseco. Y me la bebo.

Lleva un par de vaqueros oscuros, primera vez para ella, combinados


con una blusa blanca ajustada que resalta sus curvas. Maldita sea si no me
quedo embobado.

Está aún más guapa que antes.

Se detiene frente a mí y los dos nos miramos incómodamente. No hablo


y ella tampoco. Su boca se abre ligeramente y su lengua moja su labio
inferior. Creo que se me va a poner dura solo con esa visión.

Para evitar que cualquier incidente embarazoso suceda, tomo la


iniciativa.

—Sisi está allí. Deberías ir. —Sus cejas se fruncen ante mis palabras.
Maldita sea. Debería haber recordado que mi voz ya no es la de antes.

Me mira por un segundo, con la boca abierta, antes de asentir. Se mueve


de mala gana y entra en la habitación de Sisi.

—¿Qué pasa con ustedes dos? —pregunta Venezia cuando tomo asiento
a su lado.

—¿Qué quieres decir?

—¿Se están divorciando?


—No, no lo estamos.

—Genial. Está bien. —Ella asiente, redirigiendo su atención a su


teléfono.

Es alrededor de una hora más tarde que Lina regresa, cerrando la puerta
a nosotros.

—¿Cómo fue? —pregunto, tratando de mantener la emoción en mi voz


al mínimo. Se trata de Assisi.

Ella niega con la cabeza.

—Voy a verla ahora. —Venezia mira entre los dos con escepticismo.

—Claro. —Le hago un gesto con la cabeza.

—¿Quieres tomar algo? —Me vuelvo hacia Lina una vez que Venezia
se ha ido.

—Me gustaría —responde, con un leve rubor manchando sus mejillas.

Vamos a la cafetería y cogemos una taza de café cada uno, y


encontrando una mesa vacía tomamos asiento.

—Así que —empieza ella, con la mirada puesta en la taza de café que
tiene en sus manos—. ¿Cómo has estado?

—Bien... He estado bien. —¿Por qué estoy ansioso? ¿Y por qué estoy
respondiendo con lo más básico?

Sacudo la cabeza y me obligo a dejarme llevar por la corriente. No hay


razón para preocuparse por esto, aunque me hace falta toda mi fuerza de
voluntad para no arrastrarla hasta el armario del conserje más cercano y
follarla.

¡Dios! Me encojo interiormente ante la dirección de mis pensamientos.


¿En qué me he convertido?

—¿Marcello? —Lina se inclina hacia delante, mirándome con


preocupación en los ojos.

—¿Sí? —Parpadeo en rápida sucesión, tratando de bajar a la tierra.

—Te he hecho una pregunta.

—Perdona que no te haya oído. —Hago una mueca. No quiero que


piense que no le presto atención cuando es lo único que hago.

—¿Sabías lo de Sisi y Rafaelo? No puedo creer que ellos... —Ella se


detiene.

—¿Se acostaron?

—Sí. —Ese rubor hace otra aparición, haciendo resaltar sus pecas...
haciendo que quiera besar cada una de ellas... una por una....

Me sacudo de nuevo. ¿Por qué estoy tan cachondo? Solo han pasado
dos meses. La última vez fueron diez años y no tuve problemas.

—Yo tampoco me di cuenta. Pero si ella quiere casarse con él. No me


interpondré entre ellos.

—Eso es bueno. Ella merece ser feliz —añade Lina, moviendo los
dedos. Eso es lo único que me dice que ella tampoco está tranquila.
—Te he echado de menos —digo de repente, no pudiendo aguantar esto
mucho más.

—Yo también te he echado de menos.

—He estado trabajando en mí mismo y creo que estoy en el camino


correcto —admito.

—Me alegro, Marcello. Lo decía en serio, lo sabes. Te perdono. —


Estira el brazo sobre la mesa y coloca su mano sobre la mía.

—¡Ven conmigo! —Mi voz es urgente, y la pongo en pie de un tirón,


dejando nuestras bebidas sin tocar sobre la mesa.

—¿Qué...?

Camino rápido, recordando una pequeña puerta por la que habíamos


pasado. Es una posibilidad remota, pero... La abro y es un diminuto armario
de almacenamiento. Pero es suficiente para que quepamos los dos.

La arrastro dentro y cierro la puerta.

—¿Marcello? —La voz de Lina tiene una calidad sin aliento, y eso solo
me pone más duro. ¡Maldita sea! Debería tener más control que esto.

—¡Dios, Lina! —gimoteo, arrinconándola en la esquina—. No puedo


creer que estés aquí. —Inhalo su aroma, tratando de convencerme que esto no
es un sueño—. No deberíamos hacer esto... no hasta que estés preparada.

—Estoy lista. Muy preparada. —Raspo, sabiendo perfectamente que no


estamos hablando del mismo tipo de preparación, tomo su mano y la presiono
sobre mi polla, queriendo que sienta lo listo que estoy para ella.
—Oh. —Jadea, y por un segundo creo que va a retirarse. Pero no lo
hace. Sus dedos forcejean con la cremallera de mis pantalones y, metiendo la
mano dentro, me agarra.

—¡Dios! —gimo sin aliento, y en un frenesí mi boca busca la suya.

Ella sigue tocándome, sus dedos agarrando mi polla con más fuerza.

Su lengua en mi boca es el sabor que no sabía que me faltaba en la vida.


Nos besamos como dos personas desesperadas al borde de un precipicio.

Mis manos bajan hasta llegar a la abertura de sus vaqueros.

—¡Qué carajo! —Alguien brama desde atrás.

Apenas tengo tiempo de meterme dentro y subir la cremallera cuando


una multitud se reúne alrededor.

—¡Mierda! —murmuro, abrazando a Lina contra mi pecho para que no


la vean, la alejo del armario. Hay murmullos detrás de nosotros, y gente
riéndose.

¡Joder!

Se va a mortificar. ¿Qué tenía en la cabeza, de verdad? Me reprendo


mentalmente por mi falta de autocontrol. Solo cuando estamos de vuelta en el
pasillo del salón de Sisi la suelto, esperando ver la decepción en su rostro.

Me mira con los ojos muy abiertos antes de soltar una carcajada,
inclinándose hacia delante con la risa.

—¡Señor! Eso fue... —empieza, pero no puede dejar de reír.


—¿No estás enojada? —pregunto tímidamente.

Ella sacude la cabeza, con lágrimas en las comisuras de los ojos por el
exceso de esfuerzo.

—No... en absoluto —dice y me dedica una sonrisa de complicidad. No


puedo evitar devolvérsela y nos quedamos así un rato.

Es en ese momento cuando Venezia sale de la habitación de Sisi, con


una mirada de desconcierto en su rostro.

—Sisi está dormida. —Entorna los ojos hacia nosotros, y tanto Lina
como yo no podemos evitar sonreír—. ¿Qué pasa con ustedes? —Ella sacude
la cabeza, tomando asiento y conectando sus auriculares.

—Deberíamos bajar el tono. Por Sisi —dice Lina y yo asiento.

Tiene razón. Tenemos que centrarnos en mi hermana ahora mismo.

Pero eso no significa que no vaya a llevarla a casa esta noche.


—¿Seguro que estas bien? Puedes hablar conmigo de cualquier cosa. —
Acomodo la manta sobre el pequeño cuerpo de Sisi.

Está acurrucada en la cama, con los ojos rojos de tanto llorar. Estoy
preocupada por ella. No ha sido la misma desde que dejamos el Sacre Coeur,
y no tengo ni idea de por qué.

—Gracias, Lina. —Me dedica una sonrisa trémula antes de darse la


vuelta, dando por terminada la conversación.

Suspiro y me doy la vuelta para irme. El médico le había dado el alta a


última hora de la tarde y había sugerido que estaría más cómoda en casa con
un sistema de apoyo. Me gustaría que se abriera conmigo, pero sé que aún
debe estar en estado de shock. Por lo que sé, no tenía ni idea de que estaba
embarazada.

Cierro la puerta de su habitación y encuentro a Marcello esperando


fuera, apoyado en el balaustre.

—¿Todo bien? —me pregunta al ver el ligero ceño fruncido en mi


frente. Le doy un rápido asentimiento con la cabeza. Me tiende la mano y la
cojo, entrelazando mis dedos con los suyos. Vamos a su despacho y sirve dos
vasos de whisky.
Me da uno y se sienta frente a mí.

—¿Cómo está Claudia? —me pregunta.

—Está bien. La Señora Evans empezó a enseñarle en casa de Enzo.

Asiente, bajando la mirada a su vaso.

Es casi surrealista estar de vuelta aquí. Durante los últimos dos meses,
Marcello no había salido de mi mente. Seguí preguntándome cómo estaba,
pero no quería entrometerme ni impedir su progreso, así que me mantuve
alejada. Me perdí en mis diseños, e incluso encontré un mercado para ellos.
¿Quién iba a decir que la gente estaba tan ávida de cosas hechas a mano?

Había empezado como un hobby, pero pronto empecé a ganar dinero


también. Creo que eso fue lo más sorprendente. Como hija de un capo, no se
esperaba que trabajara por dinero, sino que dejara todo eso a mi marido.
Cuando vi mi primer cheque, aunque solo fueran doscientos dólares, me sentí
más que emocionada. Había visto mi primera oportunidad de independencia.

Pero entonces él llamó.

Creo que nunca había sido tan feliz como cuando vi su número aparecer
en mi pantalla. Había tenido mucho tiempo para pensar en nuestra relación,
especialmente con la constante interferencia de Enzo. Su aversión por
Marcello continuaba, y por eso intentaba hacerme cambiar de opinión cada
vez que podía. Pero nunca vacilé.

Lo quiero a él o a nadie más. Creo que incluso convencí a mi hermano,


porque cuando había acudido al hospital ni siquiera había discutido conmigo,
ofreciéndose a cuidar de Claudia mientras yo estaba fuera.
—¿Y tú? ¿Cómo has estado? —Levanta un poco los ojos. ¿Dónde está
el Marcello confiado de antes? ¿El que estaba a punto de meterme en un
armario?

—He empezado mi negocio. Va bien, creo. —Su boca se curva.

—¿Tú crees?

Me encojo de hombros.

—Parece que a la gente le gustan mis diseños.

—Estoy orgulloso de ti. —Su sonrisa cómplice me hace pensar que no


es la primera vez que se entera de esto.

—Desde que me llamaste... —empiezo, tratando de encontrar el valor


para preguntarle si está lo suficientemente bien como para dejarme entrar.

—Sí —dice inmediatamente, sin dejarme terminar—. Significa


exactamente eso. —Dejando su vaso sobre el escritorio, se acerca hasta estar
frente a mí. Sus dedos rozan mi cabello, tirando de un mechón detrás de la
oreja. Inclino la cabeza hacia atrás para poder mirarle a los ojos—. Dios mío,
no sabes cuánto te he echado de menos. Pero tenía que... —Sacude
ligeramente la cabeza, su voz ya ronca suena aún más áspera con la intensidad
de sus emociones—. Para entregarme plenamente a ti, necesitaba encontrarme
a mí mismo primero.

—¿Lo hiciste? —pregunto, casi sin aliento por su proximidad.

Asiente y sus dedos recorren mis labios.


—Es un proceso, pero lo estoy consiguiendo. Quiero enseñarte algo. —
Se desabrocha la camisa, se da la vuelta y se la baja lentamente para mostrar
su espalda llena de cicatrices.

Tiene mejor aspecto que la última vez que lo vi, pero sigue siendo un
espectáculo de ira, como si alguien hubiera cogido un cuchillo y hubiera
rasgado con saña un lienzo. Levanto la mano y, con su permiso, empiezo a
trazar las crestas.

—Me he detenido. —Observa. Levanto las cejas en forma de


pregunta—. Dejé de hacerme daño. —Jadeo ante sus palabras.

—¿Tú... te hiciste esto a ti mismo? —Él asiente, bajando la cabeza,


avergonzado—. ¿Por qué? ¿Por qué harías esto? —Se me quiebra la voz y
tengo que parpadear para que no se me escapen las lágrimas.

—Fue mi forma de expiar lo que te pasó. La única forma de sentir lo


que tú sentiste. —Se gira y toma mis manos entre las suyas—. Tu dolor
quedaría impreso en mí, y nunca lo olvidaría.

—Marcello... —No tengo palabras—. Tienes que dejar atrás el pasado.


—Respiro profundamente—. Tenemos que dejar el pasado atrás.

—Pero ¿cómo puedes soportar siquiera mirarme? Sabiendo que yo... —


Se traga las palabras.

—Porque ahora conozco las circunstancias. Y te conozco a ti —le


apunto con el dedo al pecho—, el hombre del que me enamoré, el hombre que
arriesgó su vida por mí. ¿Cómo no voy a hacerlo? —Llevo mis manos a su
cara, ahuecando sus mejillas y haciendo que me mire a los ojos—. Ahora
estamos aquí. Deja que el resto se vaya.
—Pero... —Sacudo la cabeza, cortándolo.

—Aunque pudiera cambiar el pasado, no querría hacerlo. ¿Cómo voy a


arrepentirme de lo que pasó, si me dio a Claudia? Tenemos una hija preciosa,
Marcello. —Todo el sufrimiento y todos los desprecios que había soportado
habían merecido la pena. No cambiaría a mi hija por nada del mundo.

—Lina —gime, cerrando los ojos y rindiéndose a mis caricias—. Te


prometo que haré todo lo posible. No te arrepentirás de haberme elegido.

—Yo también lo creo —añado con descaro, moviendo mi dedo por su


pecho de forma sugerente.

—¿Qué estás haciendo?

—Creo que empezaste algo antes. —La idea de ser casi pillada en el
acto me pone aún más caliente.

Los ojos de Marcello se oscurecen, la insinuación es clara. Pero hay


algo más que necesito decirle.

—No te contengas, por favor. Ya no. —Creo que su culpabilidad no le


permitía entregarse a mí antes, cuando el secreto seguía entre nosotros. Ahora
se ha hecho borrón y cuenta nueva.

—¿Estás segura? —pregunta y yo asiento, mi mejilla moldeándose en


su pecho, mi boca en su pezón—. Ámame como siempre has querido —
suplico, con dos meses de deseo reprimido en mi voz.

Me inclina la barbilla con el pulgar y me da un beso en la nariz antes de


apoyarme en el escritorio. Mi espalda golpea el marco de madera, pero él no
se detiene. Me pone las manos en las nalgas y me levanta hasta que estoy
sentada sobre el escritorio, con su torso entre mis piernas abiertas.

—Creo que llevas demasiada ropa —observa, su mirada recorriendo mi


cuerpo y deteniéndose en mi camisa blanca.

Tenía tanta prisa por llegar al hospital que ni siquiera me había puesto
el sujetador. Mis pezones están duros y se tensan contra el material, y sus ojos
parecen devorar la vista.

—Quítatela —me ordena, con una voz completamente diferente. Tiene


un tono ahumado que me hace temblar. Obedezco, me quito la camiseta de un
tirón y la tiro al suelo—. Tienes unas tetas preciosas, Lina. —musita,
mirándome con reverencia.

Rodea la protuberancia con sus dedos y yo echo la cabeza hacia atrás,


jadeando por la sensación. Su boca es la siguiente, los labios chupando, los
dientes mordisqueando. Abrumada, lo subo por mi cuerpo, besándolo como
he soñado estos dos meses. Mis manos se dirigen a sus pantalones y lucho
con la cremallera, impaciente por volver a sentirlo.

—Tranquila. —Se ríe y me ayuda a quitarle los pantalones antes de


hacer lo mismo con los míos. Enrollo mis manos alrededor de su longitud,
acariciándolo lentamente—. ¡Mierda! Así de fácil. Dios... —Con los ojos
cerrados y la boca abierta, Marcello se pierde en la sensación.

Disfrutando de la visión de él, doy un paso más. Me bajo del escritorio


y me arrodillo. Mi rostro está a la altura de su excitación y saco la lengua,
rodeando la corona. Su súbita respiración me dice que lo estoy haciendo bien,
así que continúo lamiéndolo, centrándome en la parte inferior, donde parece
ser más sensible. Levanto la vista y observo su cara en busca de pistas. Tiene
las cejas juntas y las manos en mi cabello.

Enrollo mis labios alrededor del eje, succionándolo.

—¡Mierda, Lina! Me estás matando. —Su voz es áspera, y solo me


estimula. Muevo la cabeza hacia arriba y hacia abajo, tomando todo lo que
puedo—. ¡Sí! Llévame más profundo. Tu boca es un puto cielo —grita,
empujando en mi boca y golpeando la parte posterior de mi garganta—.
¡Mierda, me voy a correr! —Se sacude, empujando en mi boca y golpeando
mi garganta, pero yo lo envuelvo con mis manos, haciéndolo subir y bajar
hasta que se vacía en mi garganta.

—¡Mierda! ¿Estás...? —Me chupo los labios, mostrándole que no me


importaba nada de eso. De hecho, puede que fuera lo más erótico de mi vida:
tenerlo así a mi merced—. Maldita sea, me estás matando, Lina. —Levanto
las cejas confundida, me pongo de pie y me giro de cara al escritorio.

Apoyándome en los codos, levanto el culo y, haciendo acopio de todo


mi valor, digo la frase que antes me daba demasiada vergüenza decir.

—Fóllame, por favor. —Él gime con fuerza, mis palabras tienen el
efecto deseado. Pero no hace nada.

—Lina... ¿estás segura? Esto es... —se interrumpe, el dolor irradia de su


voz.

—Sí. Por favor. —Quiero esto. No, necesito esto para cerrar por fin ese
horrible capítulo de mi vida. Necesito que me tome por detrás y borre todos
los recuerdos de esa noche.
Sigue dudando, y cuando estoy a punto de decir algo, siento que su boca
me besa la columna vertebral y baja. Lleva la mano a mi culo y su lengua se
cuela entre mis mejillas.

Me retuerzo, la sensación es nueva pero no desagradable. Los


movimientos de su lengua me hacen agarrarme al borde del escritorio. Mis
gemidos se intensifican a medida que se mueve más bajo, aferrándose a mi
nódulo y chupando.

—Mar... —empiezo, pero me sorprendo cuando introduce un dedo entre


mis mejillas, mientras su lengua sigue jugando conmigo. Los movimientos
son lentos pero tentadores a medida que el dedo entra y sale. Mi placer
aumenta hasta que grito su nombre con todas mis fuerzas. Señor, nunca pensé
que me perdería así. Pero con Marcello...

Incluso mis pensamientos se detienen cuando me penetra de repente, su


longitud larga y gruesa que me estira. Sus manos están a cada lado de mis
caderas mientras entra y sale. Jadeo cuando llega a un punto profundo, e
inclino mi culo para encontrar su pelvis. Las embestidas empiezan
lentamente, pero pronto aumenta el ritmo y me lleva al límite.

—Lina —gime, llenándome hasta el alma—. Te amo, mierda. Te adoro.


Te adoro. —Jadea, cambiando al italiano—. Cara mía, ti amo, ti adoro, ti
venero. —Los sonidos me excitan aún más y me aprieto a su alrededor,
sintiendo que mi orgasmo se acerca. Me extiendo hacia atrás, tocando su
cadera y instándole a ir más rápido.

—¡Mierda! —grita, derramándose dentro de mí justo cuando me corro.


Cae sin fuerzas sobre mí, abrazándome por detrás y besando mi hombro—.
Lo eres todo para mí. Lo sabes, ¿verdad? —Habla contra mi piel, el aire
caliente me hace temblar.

Me inclino hacia su cuello, acercando su cabeza al pliegue de mi


hombro para poder tocar mis labios con los suyos.

—Yo también te amo, marito —le susurro, usando la palabra marido,


reclamándolo como propio.

Nos quedamos así un rato, él todavía dentro de mí, su piel cediendo


calor sobre la mía, sus brazos rodeando los míos. Hasta que suena su teléfono.

—¡Mierda! —murmura, separándose de mala gana de mi lado.

—¿Sí? —Marcello contesta al teléfono, y me doy la vuelta, observándolo.


Frunce el ceño, entrecerrando los ojos ante lo que sea que esté diciendo el
interlocutor—. ¿Hay algún herido? —¿Qué? Me enderezo, ahora con
curiosidad—. Ya veo —dice, frunciendo los labios. Cuelga y tira el teléfono
sobre el escritorio antes de dirigirse a mí.

—Era tu hermano. Hubo un incendio en el Sacre Coeur.

—¿Y? —Me pongo repentinamente alerta.

—Tu cuñada ha muerto.


DIEZ AÑOS DESPUÉS

Nochebuena

—El bistec podría no estar listo a tiempo. —Lina se inclina para


susurrar. Mis ojos se abren de par en par con horror.

—Te das cuenta que tenemos un montón de gente peligrosa y


hambrienta en esa habitación, ¿no?

Ella frunce los labios.

—No puedo hacerlo por arte de magia. Cada uno lo quiere de forma
diferente. Enzo lo quiere poco hecho, Adrian lo quiere bien hecho, y Bianca
lo quiere poco hecho. Ni siquiera voy a pensar en eso, pero ella pidió
específicamente un bistec con sangre.

—Y no queremos hacerla enojar. —Estoy de acuerdo.

—Y también hay que decirles que se comporten. Nada de hablar de


matar a nadie, ni de drogas, ni de cualquier otra cosa que hagáis vosotros.
Sabes que Claudia va a traer a su novio. No queremos asustarlo. —Lina me
clava el dedo en el brazo, con expresión seria.
—Por supuesto. Se comportarán. —Asiento, aunque lo dudo. Le doy un
beso para distraerla antes de volver al comedor.

Enzo y su mujer están sentados en un lado, mientras que Adrián y


Bianca están en el otro. Parecen estar enfrascados en una acalorada discusión.
Al acercarme, me estremezco ante lo que oigo.

—No, no lo creo. Te apuesto que mi hija es mejor tiradora que tu hijo.


—Se levanta y pone las palmas de las manos sobre la mesa—. Hagamos un
concurso. —Saca dos pistolas de su espalda y las lanza delante de Enzo.

—Woo. —Levanto las manos—. Pensé que había dicho que nada de
armas. —Adrian me lanza una mirada y sacude la cabeza. Sí, no es como si
creyera que alguna vez Bianca fuera a venir sin un arma encima.

—Tú. —Me señala a mí—. Tú serás el juez. Diana contra Lucca por el
mejor tirador. Yo misma he entrenado a esa chica, no hay forma que su hijo
pueda vencerla —dice con suficiencia.

—Bianca —empiezo, poniéndome en modo conciliador—. Tiene diez


años. No debería manejar ningún arma.

—Solo estás celoso. —Ella resopla, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Y tú, deja de morder su anzuelo —me dirijo a Enzo.

—No estoy provocando a nadie. Solo estoy ensalzando las


extraordinarias cualidades de mi hija. Muy superiores a las de su hijo —dice,
pareciendo totalmente segura de su afirmación. Adrián gime en voz alta y se
inclina para susurrarle algo al oído—. ¡Mi hija nunca lo haría! —exclama
Bianca, escandalizada. Se vuelve hacia Enzo—. Diana nunca se enamoraría
de tu hijo. —Todos se ríen de esa afirmación.

Bianca es la única a la que le molesta la idea. Yo también estoy de


acuerdo en que Diana parece estar enamorada de Lucca. Siempre lo está
siguiendo. Y a él no parece importarle demasiado.

—¿Qué, no te gustaría tener a Enzo como suegro? —pregunto en


broma, pero su expresión me dice que debería dejar el tema. Sobre todo
cuando rodea con su mano una pistola.

—Bien —respiro profundamente y cambio de tema—. Claudia va a


traer a su novio a casa por primera vez. Me gustaría que todos se
comportaran. Especialmente tú, Bianca.

Ella se echa hacia atrás, sus cejas se elevan.

—¿Yo?

—Sí, tú. —le respondo secamente antes de continuar—. solo ten


cuidado con lo que dices, ¿vale? Es su primer novio y va en serio con él.

—No puedo creer que la dejes salir con alguien —Enzo bromea. Ha
mencionado su opinión sobre las citas de sus hijas varias veces en el pasado,
y siempre es lo mismo: nunca. Menos mal que sus hijas aún son pequeñas,
una de ocho años y la otra de seis.

Ya tendrá tiempo de recapacitar.

—No es tan fácil —suspiro. Claudia ya tiene casi veinte años, y es


imposible que pueda seguir diciéndole lo que tiene que hacer.
Había resultado ser un prodigio.

Había aprobado el GED a los quince años y posteriormente se había


matriculado en la universidad. Se graduó el año pasado con honores y ahora
está en su primer año de derecho. Que es también donde conoció a su novio.
Mi estado de ánimo se agrava solo de pensarlo. Cuando me opuse a que
saliera con él, me dio un ultimátum por primera vez. Fue entonces cuando me
di cuenta de lo mucho que le importaba el chico con el que salía. Por supuesto
que cedí. No puedo tener a Claudia enojada conmigo.

A Lina le gusta bromear diciendo que no hay nada que yo le niegue a


mi hija, y por mucho que me guste negarlo, tiene razón.

Por el rabillo del ojo, veo que Lina me hace un gesto con el pulgar hacia
arriba. La saludo con la cabeza en señal de reconocimiento antes de dirigirme
a los invitados.

—Alguien tiene que reunir a los niños. El bistec llegará pronto —digo
al mismo tiempo que alguien llama a la puerta. ¡Mierda! Están aquí. —
Compórtense, ¿vale? —repito antes de ir a abrir la puerta.

El rostro de Claudia se ilumina al verme y salta a mis brazos.

—Papá —me rodea el cuello con las manos y me abraza con fuerza.

Cierro los ojos y disfruto de la sensación. No había sido fácil decirle


que soy su padre, y le había llevado bastante en acostumbrarse a llamarme
papá. Pero la primera vez que escuché la palabra salir de su boca, creo que
lloré.

Lina dice que sí.


—¡Bienvenida a casa! —le digo, y ella se aparta para presentarme a su
novio.

¿Había dicho chico? Bueno, definitivamente no era un chico.

—Te presento a Sterling, mi novio —me presenta alegremente. Le


tiendo la mano para que me la estreche. A regañadientes tengo que admitir
que su apretón no es ninguna broma.

De la misma altura que yo, Sterling está empacado. Y con eso quiero
decir que es un culturista o un fanático del gimnasio. Claudia parece diminuta
a su lado. De repente, mis instintos paternales se ponen en marcha, y tengo
que bajar el tono para no avergonzar a Claudia.

—Encantado de conocerte. —Aprieto los dientes.

—Es un placer conocerlo por fin, Señor Lastra. Claudia me ha hablado


mucho de usted. Es su modelo a seguir. —Y es educado. Ahora ya no puedo
odiarle tanto, y eso me vuelve loco.

Sonrío y los acompaño al comedor.

Todos están ya sentados y, por suerte, la conversación es normal.

Claudia y Sterling se dirigen al final de la mesa.

Justo a tiempo, Lina aparece con la última tanda de bistecs. Los deja
sobre la mesa y se sienta a mi lado. Le doy un beso rápido.

—¡Asco! —Leo, el más joven, pone cara de asco. Su gemelo, Mateo, se


une y enseguida empiezan a parlotear y a perturbar el ambiente.
Sacudo la cabeza, pero me abstengo de reprenderlos esta vez. Al fin y al
cabo, es Navidad.

Mirabella, nuestra hija de ocho años, toma las riendas y reprende a los
gemelos. Cuando dejan de hacerlo, se vuelve hacia mí y me guiña un ojo. No
sé qué le pasa a Mira, pero a veces parece demasiado mayor para su edad.

Quizá tengamos otro prodigio entre manos.

Hago rápidamente las presentaciones y Sterling se une a la


conversación sin esfuerzo. En algún momento, se dirige a Claudia para
preguntarle.

—¿Dónde están tus tías? Siempre hablaste bien de ellas. —La sonrisa
de Claudia tiembla un poco y me devuelve la mirada.

—Sisi no ha podido venir. Está en una gran aventura con su marido.


No sé qué está tramando, pero supongo que algo loco.

Sacudo la cabeza, con una sonrisa en los labios. Sisi había resultado ser
una sorpresa tan agradable. ¿Quién iba a decir que dentro de un noviciado se
escondía una rebelde así?

—¿Y la otra? Venezia, ¿no es así? —continúa Sterling, y yo entrecierro


los ojos hacia Claudia.

No hablamos de Venezia. Nunca. Ella lo sabe.

—No estamos en buenos términos —Catalina interviene, con su mano


buscando la mía por debajo de la mesa.
—Pero Claudia habló muy bien de ella. ¿Qué pasó? —¿Por qué tiene
tanta curiosidad?

—Ella tomó algunas decisiones que no eran del interés de esta familia.
Ahora tiene que vivir con ellas —digo, esperando que deje el tema. Venezia
es un punto doloroso para todos, su traición es la que más corta a Lina.

Mientras las mujeres se dirigen a una zona separada con los niños -
incluso Bianca, para mi sorpresa-, aprovecho para interrogar más a Sterling.

—¿A qué te dedicas, Sterling? —Reviso mis rasgos para que no se dé


cuenta de lo cerca que estoy de estallar. No quiero ni imaginarme a él y a mi
hija... Sí, es mejor no abrir la caja de Pandora.

—Soy asistente en el departamento de economía. —Me sonríe


cálidamente. Hay algo en él... No puedo precisarlo, pero me hace sentir mal.

—¿Y cuántos años tienes?

—Veintisiete, señor —responde. Intento calmarme.

—Te das cuenta que mi hija solo tiene diecinueve años. Es una gran
diferencia de edad —comento.

—Va a cumplir veinte el mes que viene, señor. —Esa sonrisa, de


nuevo—. Nos queremos. Nunca haría nada para hacerle daño.

—Te vigilaré, Sterling. Nadie se mete con mi chica. Solo recuerda eso.
—Lo miro directamente a los ojos mientras digo esto, la amenaza reflejada en
mi mirada.

Haré que su cadáver nunca se recupere. No entero, claro.


Él sonríe.

—No me atrevería, señor.

Tanto Enzo como Adrián tienen expresiones divertidas en sus caras, y


cuando les enarco una ceja ambos se encogen de hombros e inclinan sus
copas.

Justo cuando estoy a punto de seguir interrogándole, se dispara un arma


en la casa.

—¡Mierda! —murmuro, corriendo hacia el origen del ruido.

Les he dicho que se comporten.

—Sabes que no romperá con él solo porque tú lo digas. —Me quito la


bata antes de deslizarme en la cama junto a Marcello. Me acurruco junto a él,
apoyando la cabeza en su pecho.
—No me gusta. Me parece sospechoso. ¿Por qué un joven de veintisiete
años saldría con una de diecinueve? No tiene mucho sentido, a no ser que se
esté aprovechando de ella.

—¿No es Adrian ocho años mayor que Bianca? —pregunto, tratando de


poner las cosas en perspectiva.

No es que esté encantada con el novio de Claudia, pero sé lo enamorada


que está de él. Ella había compartido sus sentimientos conmigo desde el
principio, y yo le había aconsejado que fuera a por él. Nunca se había fijado
en un chico, así que pensé que debía ser especial. Pero Marcello tiene razón
en que Sterling no es exactamente lo que habíamos imaginado.

Por lo que Claudia había descrito, ambos habíamos imaginado algo así
como un poeta incomprendido, un intelectual... El hombre que conocimos
parecía problemático, simple y llanamente.

—Eso es diferente —murmura en voz baja, aunque sabe que es la


misma situación. Por lo que he oído, Bianca se había involucrado con Adrian
cuando tenía diecinueve años también.

—Sé que es la primera vez que nuestra hija sale con alguien, pero dale
un respiro. Intenta conocerlo. Estoy segura que no puede ser tan malo si
Claudia lo quiere tanto.

—Lo intentaré. —Pone los ojos en blanco—. Eso no significa que lo


apruebe. —Inclino la cabeza hacia atrás para darle un beso en los labios.

—Se queda hasta el Año Nuevo, seguro que pueden encontrar algún
punto en común. —Marcello gruñe en desaprobación, pero acaba cediendo.
—Eso también significa que no hay actividad en el sótano. No
necesitamos que nadie cuestione los ruidos extraños —Le reprocho.

—Por supuesto. Nunca lo haría con extraños en la casa.

—Bien —susurro con aprobación—. Tengo un último regalo para ti. —


Reprimo una sonrisa al ver que sus cejas se fruncen en señal de confusión. Ya
le había dado tres regalos, pero este es completamente diferente.

—¿Qué es? —Me mira de forma seductora, y puedo decir a dónde va su


mente. Justo cuando se acerca a mí, lo empujó hacia atrás.

Rebusco bajo la cama y saco un pequeño paquete.

—¿Qué es esto? —Se sienta y me quita el paquete de las manos.

—¿Por qué no lo averiguas?

Rompe el papel hasta que sostiene en sus manos un mono blanco


bordado para bebé.

—Es mi nueva colección. —Le doy una pista.

Mi línea de moda había despegado en los últimos años. De empezar


como una pequeña marca online, ahora soy un nombre muy conocido para la
ropa de mujer. Esta temporada, había ampliado la línea a la ropa de bebé
también, sobre todo teniendo en cuenta mi estado actual.

—Es increíble, como siempre. —Elogia la prenda y se inclina para


darme un beso.

—Eso no es todo —añado tímidamente.


—¿No?

Agarro su mano y la pongo sobre mi estómago. Sus ojos se abren


inmediatamente en señal de comprensión.

—¿De verdad? —susurra, bajando la cabeza y apoyándola en mi


vientre.

—Me prometiste diez, señor. —Le paso las manos por el pelo.

—No creí que hablaras en serio. —Marcello se ríe, pero gira la cabeza y
presiona sus labios en el lugar donde está nuestra pequeña maravilla.

—Gracias —susurra, levantando la cabeza para mirarme a los ojos—.


Gracias por hacerme el hombre más afortunado del mundo.

FIN

Por ahora…
Traducción
Hada Nayade

Hada Carlin

Hada Callypso

Hada Eolande

Corrección
Hada Nyx

Lectura Final
Hada Aerwyna

Diseño
Hada Muirgen

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