Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
alguno. Es una traducción hecha por fans y para fans. Si el libro logra llegar a
tu país, te animamos a adquirirlo. No olvides que también puedes apoyar a la
autora siguiéndola en sus redes sociales, recomendándola a tus amigos,
promocionando sus libros e incluso haciendo una reseña en tu blog o foro. Por
favor no menciones por ningún medio social donde pueda estar la autora o sus
fans que has leído el libro en español si aún no lo ha traducido ninguna
editorial, recuerda que estas traducciones no son legales, así que cuida nuestro
grupo para que así puedas llegar a leer muchos más libros en español.
Instagram: Team_Fairies
Una alianza matrimonial podría ser su único salvavidas, pero ¿cómo puede un
hombre con aversión al tacto atarse voluntariamente a otro?
UNA SANTA
¿Pero cómo puede Catalina confiar en otro, cuando toda su vida ha sido
traicionada por aquellos que deberían haberla amado?
A medida que Marcello y Catalina navegan por sus nuevas circunstancias, los
errores del pasado resurgen y nuevos secretos tratan de ponerlos en contra del
otro.
Y sin embargo...
Pase lo que pase, este niño no es culpable de nada, y pienso protegerlo con
mi vida. Por eso he estado esperando el momento para que sea imposible
abortar. Ya han pasado unos cinco meses… cinco deberían garantizar que mi
bebé esté ileso, ¿no?
—Padre, creo que tengo una solución mejor. Una que tampoco manchará
nuestro nombre —Enzo interviene, sus ojos se vuelven hacia mí y me ruega
que me quede callada.
—¡Habla!
—Podemos enviarla al Sagrado Corazón. Puede dar a luz allí y vivir con
las monjas. Si alguien pregunta, podemos decir que tenía inclinaciones
religiosas y que no podíamos oponernos a su recto camino. Entonces nuestro
nombre no solo no sufrirá ningún daño, sino que también seremos alabados
por nuestro espíritu católico —Enzo explica, y mi padre lo considera
durante un minuto.
De alguna manera, dudo que haya sido mi fortuna, más bien fue que nadie
había querido compartir espacio con una pecadora.
—¿A dónde?
Pobre niña…
—Por supuesto —le digo y, para demostrarle que está a salvo conmigo, le
tomo la mano. Parece un poco sorprendida por el contacto, pero en lugar de
rehuir, se ajusta más a mi cuerpo.
—Es una niña. Y vive aquí dentro a través de mí. —Hago lo posible por
explicarle la biología a una niña, casi olvidando que yo tampoco soy mucho
mayor que una. Tuve suerte que Enzo no tuviera las mismas opiniones
anacrónicas que mi padre. Me consiguió una cita con el ginecólogo para
comprobar la salud de mi bebé justo antes de trasladarme al Sacre Coeur.
Descubrí que estaba embarazada de una niña sana y pude escuchar los latidos
de su corazón.
—¿Así que vas a ser madre? —me pregunta, acercando su oído a mi bulto
y tratando de escuchar los sonidos del bebé.
—¿De verdad?
—De verdad.
No deseadas.
Odiadas.
No muy lejos, veo a Vlad, con las manos en los bolsillos, esperándome.
—¿Qué pasa con ellas? —Tengo dos hermanas, Assisi y Venezia. Ambas
jóvenes… demasiado jóvenes para conocer la crueldad del mundo.
—Se las arreglarán —miento, sabiendo que no hay manera que alguna vez
se las arreglen.
Hubo una razón por la que dejé esa vida atrás hace una década. Había
hecho algunas cosas que incluso ahora me impedían dormir por la noche.
Era una niña pequeña cuando me fui. Apenas la recuerdo. Pero tiene
razón. Si no intervengo, serán presa fácil.
Por mucho que quiera fingir que las últimas semanas no han pasado, que
sigo siendo Marcel Lester, y que Tino sigue vivo y bien… no puedo.
—No estaba hablando de eso… —Vlad levanta los ojos para mirarme—.
Debes consolidar una alianza. Un matrimonio.
—No puedo casarme. Tú mejor que nadie deberías saber por qué —
enfatizo.
—¿Qué es esto? —añado, curioso sobre qué más tiene Vlad bajo la
manga.
5 de mayo, Filadelfia
—Esto es del mes pasado —digo mientras miro los horribles detalles. El
asesinato es el de una familia con dos niños. Las imágenes son grotescas,
mostrando a los adultos con los miembros sembrados de los niños y
viceversa.
Con madre, nunca sabes lo que vas a conseguir. A veces creo que está de
buen humor, pero el mero hecho de pedir un abrazo puede hacerla estallar. La
última vez no fue bonito. Me había magullado la rodilla y quería un poco de
consuelo… No sé por qué. A veces solo quiero un poco de contacto humano.
Ella dijo que sí, inicialmente, pero un segundo después me empujó y me tiró
al suelo, diciendo que es un pecado que un hijo toque a su madre.
No quiero pecar cuando sea mayor. Quiero ser normal… Y tal vez si no
peco, también le guste a mamá.
Creo que le gusto al cachorro. Y ahora, como mamá dice que puedo
quedármelo, ya no estaré solo. Tendré un amigo.
Mamá pone los ojos en blanco y me lleva hacia el coche, donde nos espera
el chófer.
Mi hermano, Tino, solía vivir aquí también. Ahora, rara vez viene a casa.
Pero siempre me trae una barra de chocolate cuando viene. Me gusta eso…
aunque no me hable, al menos recuerda que existo.
Una vez intenté bajar, pero algunas zonas están prohibidas, especialmente
el sótano. Sin embargo, tengo mucha curiosidad. Tengo curiosidad desde que
escuché a algunas criadas hablar de ello. Tampoco se les permite ir allí. Una
vez intenté ir al sótano, pero los hombres de mi padre me lo impidieron.
Padre tiene muchos hombres que obedecen sus órdenes, y siempre están
alrededor de la casa. Me dijo que había monstruos en el sótano y que podrían
hacerme daño. No sé por qué, pero no lo creo. Si hay monstruos allí, ¿por qué
se les permite ir? ¿Acaso los monstruos no les hacen daño a ellos también? O
tal vez los monstruos prefieren a los niños… No lo sé, pero no creo que
quiera arriesgarme.
Y no es solo el sótano.
Me quito la ropa y la doblo para que no se moje antes de entrar con él.
De alguna manera, deja de estar tan inquieto y eso me hace sonreír. Creo
que tengo un cachorro amistoso.
2
Amico. Amigo escrito en italiano.
Sin embargo, no me preocupa que mamá se lo diga, ya que probablemente
ya lo haya olvidado. En los días posteriores a la adopción de Amico, veo a
madre pocas veces por la casa, pero no se fija en mí.
Hace tres días que tengo a Amico y no sé cómo me las arreglaba antes. Es
tan diferente tener a alguien con quien hablar, aunque Amico no pueda
responder.
3
Signorino. Señorito en italiano
—Melia. —Me acerco a ella y levanto la vista, con curiosidad por saber
por qué quiere hablar conmigo. Amico está acurrucado en mis brazos y hace
un pequeño ruido.
—El Signor está en casa. Ten cuidado —me dice en voz baja, antes de
dirigirse a las escaleras y volver al trabajo.
—No… —Mis ojos se abren de par en par con horror y corro tras él.
No… es el primer piso. Corro aún más rápido tras él, necesitando
alcanzarlo antes de… antes de…
—Sí, señor. Es mío —respondo. Se ríe por un segundo antes que sus
rasgos se queden en blanco.
—Yo… —ella empieza, pero frunce el ceño, sus ojos se mueven de padre
antes de posarse en mí. Su rostro se frunce en un profundo ceño mientras se
dirige a mí—. ¿No te dije que no?
No lo es.
—Desobedecí —susurro.
—Bien. Estamos llegando a algo. Desobedeciste porque querías un amigo.
—No suelta mi camisa y su mirada seria se posa en mí—. Hay que castigarte,
chico.
Asiento con la cabeza, porque ¿qué otra cosa puedo hacer? Sabía en lo
que me estaba metiendo… Lo sabía y, sin embargo, me arriesgué.
No lo hace.
—Tengo el castigo justo para ti, chico. Uno que te recordará que nunca
más debes desobedecer.
Me relajo lentamente.
Ella ya se ha resignado.
Mi padre se ríe.
Acuno el cadáver de Amico entre mis brazos, dejando por fin que las
lágrimas fluyan. En mi cabeza, sigo pidiendo perdón, sabiendo que no hay
nadie que lo conceda.
Soy un monstruo.
Soy un pecador.
Y no hay redención.
HOY,
De pie frente a la mansión de los Lastra, tengo que endurecerme contra los
recuerdos no deseados que vuelven a aparecer. Nunca pensé que tendría que
volver aquí, nunca más.
Cuando finalmente escapé de esta vida, decidí que era para siempre.
Debería haber sabido que alguien como yo nunca puede huir del todo.
Y por mi culpa, ahora está postrado en una cama de hospital, sin saber si
despertará. Bianca, su mujer, me había prohibido visitarlo. Dado lo que había
hecho, me lo merezco. Aun así… duele no estar al lado de mi amigo cuando
me necesita. Aunque había hecho un daño irreparable a nuestra relación,
todavía tengo la esperanza que algún día pueda enmendarlo.
Algún día.
—¡Signor! Venezia estará muy contenta de saber que por fin está aquí.
—¿Por fin?
—Sí, el Signor Valentino nos dijo que iba a volver. Es una pena que haya
muerto. Que descanse en paz —La mujer dice mientras hace la señal de la
cruz con sus manos—. Pase, pase. —Me hace pasar al interior del gran salón,
y tengo que respirar profundamente para apagar los recuerdos no deseados.
—¿Cómo te llamas? —le pregunto, más por cortesía que por otra cosa.
—Amelia, Signor4.
4
Signor. Señor en italiano.
—Sí, Signor. Me volvió a contratar su hermano, pero fue después que
usted se fuera —Ella confirma, y yo me siento ligeramente más tranquilo.
Levanto la cabeza y veo a una mujer joven, que me mira casi con timidez.
Lleva un vestido largo y azul, su cabello caoba rizado está sobre los hombros.
Tiene un rostro en forma de corazón, con fuertes pómulos y un par de ojos
avellana rasgados.
Es idéntica a su madre.
—Tú debes ser Venezia. —Relajo mis facciones en una agradable sonrisa.
Lo último que quiero es asustar a la chica.
—Sí. —Asiente con la cabeza antes de dar un paso, y luego otro, hasta
quedar a la altura de Amelia y yo.
—De eso hace diez años —Ella dice, pero inmediatamente baja la mirada
al darse cuenta de su tono.
5
Signorina. Señorita en italiano.
—¡Signorina! —La voz indignada de Amelia reprende.
—Sé que he estado fuera mucho tiempo. Pero ahora estoy aquí. Y
cumpliré con mi deber por esta familia.
Tengo que cerrar brevemente los ojos ante su acusación. ¿Cómo puede
saberlo? La diatriba de Venezia continúa, y sé que tengo que hacer algo al
respecto.
—¡Basta! —Mi voz retumba y las dos mujeres se callan, con los ojos muy
abiertos mientras me miran fijamente—. La última vez que lo comprobé
estabas bajo mi tutela, Venezia. Y ahora soy el jefe de esta familia, así que
harás bien en respetar mi autoridad. Tienes razón. Envié a tu hermana lejos.
Sería bastante fácil hacer lo mismo contigo —Venezia abre la boca para decir
algo, pero yo continúo—. Qué tan fácil sería todo si no tuviera que
preocuparme por ti… —digo musitando.
—¡No puedes hacer eso! —exclama, acercándose. Me doy cuenta que está
furiosa por la idea.
—Sí.
Las ganas de huir casi me abruman, pero tengo que recordarme que lo
hago por mis hermanas. Tengo que garantizar su seguridad, sobre todo porque
un vacío de poder como la muerte de Tino las convertiría en moneda de
cambio en una posible adquisición. Con Venezia tan joven, y Assisis todavía
en el noviciado, las probabilidades que estén en peligro son demasiado altas.
No importa el plan que Vlad sugirió…
—Sí. ¡Habla!
Frunzo el ceño.
—Eso fue hace ocho años —agrego—. ¿Quiere decir que nadie se hizo
cargo de ella desde entonces?
Amelia parece estar a punto de añadir algo, pero luego se limita a asentir y
sale de la habitación.
—¿Todas?
—Incluyendo la mía. —Así que por eso está tan serio… Está enojado.
Esto no presagia nada bueno. Espero que no haya nadie en su proximidad
inmediata.
—¿Los irlandeses?
—Sin confirmar. Tal vez. —Eso es inusual. Vlad está al tanto de todo. O
realmente no sabe, o no quiere que yo sepa.
—¿Esperabas una?
Gruño y cuelgo. Mañana tengo programada una visita con Assisi para
informarle de la muerte de Tino. Aunque dudo que quiera tener algo que ver
conmigo.
Suspiro.
No creo que pueda enmendar nunca a todos los que he herido.
Sacre Coeur está al norte, a media hora de Albany, en una zona remota.
Solo hay una palabra que pueda describir el Sacre Coeur: inmenso.
Construido como una fortaleza, su arquitectura gótica le confiere una
sensación poco acogedora. También es inquietantemente parecido a los
Claustros del Met6, pero ampliado en tamaño. Un muro de hormigón de dos
metros separa el convento del mundo exterior. En casi todos los lugares a la
vista hay cámaras de seguridad, y en cada punto de entrada hay guardias. Si
no supieras qué es esto, pensarías que es una prisión. Incluso hay alambre de
espino en la parte superior de las paredes, un poco demasiado extra. Pero
ahora entiendo a qué se refería Vlad cuando dijo que era seguro.
Los guardias exigen ver una identificación y me cotejan con una lista de
personas aprobadas. Después de estar satisfechos, me hacen quitarme los
zapatos y pasar por un detector de metales. Sí… extra. Agradezco que la
inspección termine ahí y que no haya nadie que me cachee. Eso no iría bien.
6
MET. Museo Metropolitano de Arte.
—Sr. Lastra. —Una mujer mayor, vestida con el típico traje blanco y
negro, se dirige a mí. Tiene la piel pellizcada en las comisuras de los labios,
lo que la hace lucir un ceño perpetuo.
Inclino la cabeza.
—Madre Superiora.
—Una chica tan caritativa, la Hermana Assisi. Y tomará sus votos con
nosotras el próximo año. Está en un camino de luz. Espero que su visita no
ponga en peligro eso.
—Solo estoy aquí para transmitir algunas noticias. Ella, por supuesto,
continuará con su ceremonia de votos como estaba previsto.
—Voy a buscar a la Hermana Assisi para usted. Por favor, quédese aquí.
Una niña corriendo llama mi atención. Está vestida con un uniforme gris y
lleva un tocado blanco. Pero cuando se acerca a mí, veo que sus ojos son de
un verde impresionante. Casi me sorprende la intensidad y la similitud con
otro par de ojos verdes. Atrapado en los recuerdos, apenas tengo tiempo de
reaccionar cuando se planta frente a mí y me mira con curiosidad.
—¿Quién eres tú? —Me mira como si fuera una especie nueva.
—Yo soy Claudia —proclama con orgullo. En ese momento, una voz
fuerte que la llama por su nombre resuena en el patio.
Por el rabillo del ojo, veo que la Madre Superiora se acerca a mí con una
chica más joven justo detrás de ella. La marca sobre su ceja derecha la
identifica como Assisi.
—Sr. Lastra, la Hermana Assisi. Tiene una hora —La Madre Superiora
dice con voz severa antes de retirarse.
Tanto yo como Assisi nos miramos fijamente. Sus ojos se mueven sobre
mí y parpadea rápidamente.
—Eres tú de verdad. —Su voz está llena de asombro, y puedo ver lo que
pretende hacer en el momento en que da un paso hacia mí, y luego otro.
Rápidamente levanto la mano y trato de mantener cierta distancia entre
nosotros.
Assisi toma asiento también, dejando algo de espacio entre los dos.
—Por supuesto que sí. Eres mi hermano. —Su rostro es tan cálido, tan
lleno de… perdón.
—Ella… va a estar bien. Tal vez incluso la traiga de visita alguna vez. —
En el momento en que escucha mis palabras, su rostro cambia por completo.
Puede que Assisi tenga esa marca en el rostro, pero emana tal resplandor
que no notas ningún defecto en su rostro.
Por primera vez, creo que he tomado al menos una decisión acertada al
enviarla al Sacre Coeur.
Hablamos un poco más y le cuento de mi carrera de abogado y de cómo
he estado alejado de la familia. Ella me habla de su figura materna y de su
mejor amiga, me dice que es muy feliz donde está. Cuanto más hablo con
ella, más me doy cuenta que no tiene ni idea de a qué se dedica nuestra
familia. La Madre Superiora lo sabe, por la forma en que me recibió. Pero
Assisi no tiene ni idea. Y eso me hace demasiado feliz.
—Volveré —se lo prometo, pero veo en sus ojos que no me cree, aunque
asiente con la cabeza.
—Gracias, Assisi.
Deberían probar a dar a luz primero, a tener un hijo y luego criticar mis
habilidades como madre.
Hubo aquella vez que me preguntó qué significaba “puta” porque así se
referían a mí otras monjas. ¿Cómo se puede explicar eso a una niña? Me
había inventado algo, por supuesto, pero Claudia es inusualmente perceptiva.
Se había dado cuenta por sí misma que era una palabra negativa.
Me dirijo hacia el gráfico del claustro, pensando que la encontraría allí. Le
gustan mucho los espacios abiertos. solo tenemos una habitación, y me siento
fatal cuando se queda encerrada, así que la consiento siempre que puedo.
Eso es todo.
—¡Claudia! —Vuelvo a gritar, y esta vez mi voz surte efecto en ella, que
se echa atrás y corre hacia mí.
—¿Y tú?
Por ahora.
Pero tengo mis enamoramientos de celebridades, como Marlon Brando…
(la versión joven, por supuesto). Y este hombre… bueno, podría hacerle la
competencia a Marlon Brando, si no se vuelve obeso en la vejez.
Debe ser porque nunca me han besado. He fantaseado tanto con ello que
cada hombre ligeramente atractivo se convierte en mi próxima fijación. Pero
esta es la primera vez que veo a alguien que me atrae en un formato no
digital.
Espero hasta que tanto él como la Madre Superiora se hayan ido, antes de
correr al lado de Sisi, dispuesta a obtener más respuestas.
—¿Quién era ese? —Sisi se sobresalta con mis palabras, y tengo que
reprimir una risa ante su expresión. Pone una mano en alto y otra en el pecho,
indicando que está recuperando el aliento.
—Es mi hermano.
—Sí. Ese —Se ríe—. Vino a darme algunas noticias sobre la familia. Mi
otro hermano, Valentino, se suicidó.
Con los años, la he visto superar algunos de sus problemas, pero eso no
significa que haya dejado de esperar que en algún momento se reuniera con
ellos. Aunque ahora está resignada a hacer sus votos pronto, no significa que
sea lo que ella quiere. Y eso lo sé mejor que nadie. Ella solo está haciendo lo
mejor de la mano que le ha tocado.
—Es mi hermano.
—Dejó la familia hace años… parece que ahora ha vuelto para poner en
orden los asuntos —¿Dejó la familia? Eso es interesante. También lo pinta en
una luz mucho más positiva.
Cuando mi padre deje de ser una preocupación, Claudia podrá por fin
disfrutar del mundo exterior. solo pensar en eso me hace sonreír. Es lo único
que me ha hecho seguir adelante todos estos años.
—Es muy guapo —añado sin pudor, y noto que mis mejillas enrojecen de
inmediato.
—¡Lina! —exclama Sisi con indignada diversión—. Así que por eso
tenías tanta curiosidad —se burla, y yo me sonrojo aún más.
—No es que vea a un hombre guapo todos los días —argumento, pero ella
no está teniendo nada de eso.
—¿Y hacer qué? ¿Desfallecer a sus pies? —La sola idea de eso es
divertidísima.
Una escena se pinta lentamente en mi mente. Yo tropezando sin
contemplaciones y aterrizando en el regazo de Marcello. Encontrando sus
ojos por primera vez, y él dándose cuenta que estamos hechos el uno para el
otro. Todo ello terminando, por supuesto, con un beso. Estoy tan perdida en
ese escenario, que hace falta que Sisi me sacuda físicamente para que vuelva
a la realidad.
—Estoy segura que no querría nada más que una semi-monja con una niña
—murmuro secamente, la realidad es bastante deprimente.
La única salvación es que puedo llevar a Claudia conmigo para todas las
tareas, incluyendo cocinar y hornear. Es una de nuestras actividades más
divertidas. Mañana es domingo, y tenemos un banquete especial para un
nuevo sacerdote que viene al Sacre Coeur.
Junto con Sisi y algunas otras hermanas, nos han asignado la tarea de
hornear para asegurarnos que tenemos algunos pasteles y bollos con los que
saludar al sacerdote.
—¿Sabes por qué están tan entusiasmadas con este nuevo sacerdote? —le
pregunto a Sisi, observando cómo está glaseando algunas magdalenas. Las
otras hermanas están haciendo lo mismo, pero están fuera del rango auditivo.
—No tengo ni idea. No es que necesitemos uno nuevo. —Mete el dedo en
el glaseado y se lo lleva a la boca. Inmediatamente le doy una palmada en la
mano y la miro fijamente.
—No querrás que te vean. —Ajusto mi cuerpo para que Sisi no pueda ser
vista por las otras hermanas.
Ella pone los ojos en blanco, pero vuelve a meter el dedo en el glaseado,
esta vez llevándolo a mi boca. Levanto una ceja, pero al ver que nadie está
mirando, lo pruebo rápidamente también.
—¡Ves! Hay que ser traviesa de vez en cuando. —Me guiña un ojo.
No hay muchas cosas que se puedan hacer en el Sacre Coeur, pero Sisi las
ha probado todas.
Ni siquiera puedo recordar todas las veces que tuvo que recordarme que
no estaría aquí si no fuera por la influencia de mi familia.
—El Sacre Coeur tiene la gran suerte de acoger al Padre Antonio Guerra,
que ha estudiado con las más grandes mentes teológicas del Vaticano. Es uno
de los sacerdotes más brillantes de su generación, y nos hace un gran honor al
aceptar nuestra invitación.
Más tarde me daría cuenta que, por una vez, mi intuición demostró ser
acertada.
OCHO AÑOS,
Un ruido me despierta.
Tardo un momento en darme cuenta que no estoy soñando y que tengo los
ojos bien abiertos. Sin embargo, no lo parece. Tal vez porque todo lo que me
rodea está envuelto en la oscuridad.
Atrapado en este minúsculo lugar, tengo las piernas agarrotadas por estar
agachado. Vuelvo a intentar probar la fuerza de la cerradura con mis manos.
Empujo una vez… dos veces… no se mueve.
No sé cuánto tiempo llevo aquí. He dormido un par de veces, pero sin luz
no puedo saber si es de día o de noche.
Había sido durante la comida del domingo. Por lo que parecía ser la
primera vez en mucho tiempo, padre había exigido que comiéramos juntos
como una familia. Había sido una comida tensa. Nos habíamos sentado todos
en silencio hasta que madre empezó con sus locos susurros. La cabeza de
papá se había movido en su dirección y, con una sonrisa sarcástica, había
visto a madre echar agua bendita en la comida, mientras rezaba.
Cuanto más crecía, más me daba cuenta que a mamá le pasaba algo muy
grave. Y padre solo se aprovecha de eso.
Padre había mirado atónito por un momento, antes de reírse una vez más.
¿Y ahora?
Ni siquiera sé qué es peor… estar privado de luz durante tanto tiempo, o
estar sentado en mi propia orina y mierda durante horas y horas. Al principio,
el olor me daba arcadas.
—Joder, tienes razón. Pero el jefe dijo que bajara el mocoso… Tápate la
nariz.
—Joder… ew —Un hombre dice. Cuando las puertas se abren, mis ojos
luchan por acostumbrarse a la luz.
—Ahí está.
—Ahora, hijo. Te enseñaré cómo tratar a una puta infiel. —Frunce los
labios por un segundo—. Resulta que es tu madre. ¿Vas a interferir de nuevo?
—Me mira directamente al preguntar esto.
—¿Ves eso, chico? —Se vuelve hacia mí, y yo solo puedo mirar, atrapado
como estoy en mi cuerpo inútil. Me balanceo aún más rápido, y las lágrimas
ruedan por mi cara mientras observo la sangrienta escena frente a mí.
Pero estoy atrapado. Me balanceo aún más rápido, con mis sollozos
atrapados en la garganta.
—Mira y aprende, chico. Así es como se trata a una puta. —Hay tanto
veneno en su voz…
Sigo meciéndome.
—Yo lo siento. —Las palabras son apenas audibles, pero las digo de todos
modos.
Soy débil.
—Tal vez. —Da otra calada y me indica que me siente en una silla.
7
El cheroot es un cigarro cilíndrico con ambos extremos acortados durante la fabricación.
Francesco había sido el subjefe de mi hermano y su mano derecha de
confianza. Y fue uno de los únicos que se unió a las filas después de la muerte
de mi padre.
—Francesco. Creo que sabes por qué estoy aquí —agrego, sacando
algunas hojas de papel de mi maletín.
Me frunce el ceño.
—Porque me han dicho que no juegas muy bien con los demás —
respondo. Francesco me mira en silencio durante un segundo.
—Lo que sí puedo revelar —continúo—, es que las cosas van a cambiar.
—¿Cambiar? —Francesco resopla—. ¿Crees que tu hermano no lo había
intentado?
—No lo suficiente. No voy a pretender saber cómo dirigía Tino las cosas
por aquí, ya que no fui testigo de ello. Pero lo que sí sé, es lo que me dicen
esos informes. El negocio está casi en el suelo, y se han desarrollado
facciones dentro de la famiglia. Facciones a las que sin duda les encantaría
verme fuera de mi posición ahora. Seamos francos. Tino debe haber
enfrentado esto también. Aquellas personas que fueron los mayores
partidarios de mi padre todavía están por aquí. Y no están satisfechos con su
suerte.
—¿Qué te hace pensar que no estoy con ellos? —Sus ojos me estudian de
cerca, pero mi cara no revela nada. Puede que mi padre fuera un monstruo,
pero me entrenó bien.
—No lo estás. —Le presento otro documento. Lo toma y frunce el ceño al
ver su contenido.
—Tu hijo es libre de hacer lo que quiera ahora —le explico. Nicolo y sus
socios llevaban mucho tiempo intentando conseguir material de chantaje para
Francesco. Pensaron que finalmente lo había conseguido cuando el hijo
adolescente de Francesco fue capturado por la policía en un apuñalamiento
que salió mal.
—Pero, ¿cómo?
Ya puedo decir que lo tengo. Me levanto para irme, pero no antes de oírle
decir.
—Grazie, capo.
Un aliado.
Es un comienzo.
Los preparativos ya han comenzado para la reunión con la famiglia. Había
decidido un ostentoso banquete que debía marcar el inicio de mi liderazgo.
Nunca había querido estar en esta posición porque sé lo que tengo que hacer
para asegurarme de mantener a todos a raya.
El respeto en la famiglia se gana. Pero eso llevaría tiempo. Así que, por
ahora, me conformaré con el miedo.
Los últimos diez años serán completamente borrados. Será como si nunca
me hubiera ido. Tal vez sea mi destino tener que hacer algo que detesto con
todo mi ser, pero seguir haciéndolo.
Casi una hora después se abren las puertas del salón de baile. Estoy
apoyado en la pared frente a las puertas, con la copa de champán en la mano,
observando.
Los hombres entran en tropel, todos vestidos con esmoquin. La primera
tanda entra y se detiene ante la vista. Veo a algunos hombres tragar saliva con
ansiedad antes de avanzar. Así hasta que la última persona ha entrado.
Hay seis cabezas ya que solo pude encontrar pruebas definitivas para
castigar a seis personas por sus crímenes contra la famiglia. Pero eran seis
hombres obstinados, gobernados por la omerta 8: no hablaban. Inicialmente,
había pensado sacarles el resto de los nombres mediante la tortura. A veces
olvido que no todo el mundo reacciona igual ante la tortura. Estos hombres no
lo habían hecho.
Lástima.
8
Omerta es el código de honor siciliano que prohíbe informar sobre las actividades delictivas consideradas asuntos
que incumben a las personas implicadas.
—Por favor, todos, tomen asiento. —Hay tres filas de mesas en la sala,
todas ellas cuidadosamente preparadas de antemano. También tienen
etiquetas con sus nombres.
—¿Y dónde está el resto, entonces? No sabes quiénes son, ¿verdad? —Un
hombre gordo se ríe al final de la mesa. Le dirijo una mirada aguda, seguida
de una sonrisa.
—Oh, sí lo sé… De verdad que sí. —Y mientras digo esto, dejo que mi
mirada recorra la sala, dedicando una mirada a cada individuo—. Pero solo
estoy esperando.
—A que tropiecen.
La gente ya está inquieta. Ayuda que la sala esté llena de cámaras ocultas.
El lenguaje corporal será revelador.
—Pero basta de charla morbosa —continúo—. Disfrutemos de una cena
tranquila antes de hablar de negocios.
—Lo asumiría, dado que esperabas que el papel fuera para ti. —Sonrío.
Él hace lo mismo. Nuestras bocas se esfuerzan por representar lo contrario de
lo que estamos sintiendo.
—Y ahora he vuelto.
Se ríe.
—¿Crees que con esta pequeña maniobra tuya vas a conseguir algo?
Seguro que los cobardes van a retroceder de miedo, pero ¿es eso lo que
quieres?
Los aperitivos van y vienen, y los hombres se relajan. Tal vez sea también
porque el alcohol fluye libremente.
Pronto llega la hora de hablar de negocios, y dónde mejor que en el
sótano. Los hombres se muestran reticentes cuando escuchan el destino, pero
ya estimulados por el alcohol, traen sus cigarros y trasladamos la fiesta al
sótano.
El sótano está dividido en varias cámaras, la más grande casi del tamaño
del salón de baile. Lo había arreglado para que fuera decorado para una
ceremonia de lealtad. Tenemos que hacer esto oficial.
—¿Estás diciendo que tú eres más apto, tío? —Lo miro directamente a los
ojos y él inclina la cabeza hacia atrás con arrogancia.
—Entonces parece que estamos en un punto muerto. Dime, tío, ¿me estás
desafiando oficialmente?
Sus ojos se abren de par en par al entender a dónde quiero llegar. Sin
embargo, no puede echarse atrás, puesto que ya ha hecho una reclamación.
—Es mi derecho como retado elegir el desafío. ¿Tiene que ser un tipo de
combate, o violento? —le pregunto a Francesco.
Con la mano, le hago un gesto a Nicolo para que lo siga. Parece que
quiere discutir mi sugerencia, pero ya debe darse cuenta que ha caído en mi
trampa. Y no hay vuelta atrás.
No tardo en ganar.
—Hay dos cosas que me gustaría discutir, y que están en mi agenda como
Capo oficial —comienzo. Francesco se ha puesto en contacto con el personal,
y se han servido más bebidas antes de mi discurso—. Antes de la muerte de
Romina, la familia Lastra gozaba de buenas relaciones con los Agosti. Tengo
la intención de rectificar eso, casándome dentro de la familia Agosti. De
hecho, en los próximos días tendré una reunión con Enzo Agosti, el nuevo
Capo Agosti.
Hay muchos vítores, y la gente parece estar a favor de esta decisión. Veo
por el rabillo del ojo que algunos no parecen muy contentos. Los mismos que
habían mirado con recelo durante la cena.
Interesante…
—¿Y?
Me quedo helado ante su apelativo, así era como mi padre solía llamarme.
Tratando de enmascarar mis rasgos, respondo.
—Ten cuidado con tu fin, tío. Podría llegar antes de lo que crees.
Cuando todos se han ido, Vlad me envía un mensaje de texto con un punto
de encuentro, y me reúno con él para evaluar las bajas.
—Un topo —Había declarado Vlad, y yo había estado de acuerdo con él.
—El Señor Agosti puede verle ahora. —Un hombre corpulento me miró
fijamente antes de mostrarme el estudio.
—Que le vaya bien. —Enzo agita la mano con desprecio—. Igual que a tu
viejo.
—Sabes, solo porque tu hermano esté muerto, eso no significa que nuestro
conflicto termine.
—Estoy seguro que has oído cómo murió Jiménez. —Voy directamente al
grano. Que me haya recibido así de civilizado me dice que está dispuesto a
tener una discusión adecuada, independientemente del pasado.
—No creo que nadie pudiera saberlo. Los irlandeses no son conocidos por
trabajar con los cárteles.
—Y por eso fue una jugada brillante. Jugaron con nuestras expectativas.
—Enzo golpea su bolígrafo sobre la mesa—. El mundo está cambiando, pero
nosotros no. Nuestras familias están demasiado arraigadas a la tradición.
Me aclaro la garganta.
—Quiero una alianza. Quiero que nuestras familias se lleven bien como
antes.
—Sí —respondo.
—Tengo que informarme sobre las chicas mayores de edad casaderas. Sin
embargo, tengo que advertirte. No tendrás demasiadas opciones.
—Siempre que sea mayor de edad —digo y casi hago una mueca por mis
palabras. Eso significaría una joven de dieciocho años. ¿Qué hago con
alguien tan joven?
—No te preocupes por mí, soy un hombre difícil de matar. —Se ríe, pero
no comparto el sentimiento.
—Me lo dio el Padre Guerra. Dijo que era una niña obediente —relata
alegremente, y no puedo evitar sonreír.
—¿Puedo tener un cuadrado ahora? —Batea con las pestañas. Estoy casi
tentada a ceder, porque es demasiado linda cuando trata de conseguir algo.
—Todo listo.
—Ahí estás. —Giro la cabeza y veo entrar a Sisi. Parece que acaba de
correr una maratón.
—¿Qué te ha pasado?
—¿Sisi?
—Sisi…
—Sabes qué, no importa. Haré lo que ella diga… pero eso significa que
no tendré tanto tiempo para vigilar a Claudia.
—Y soy una chica grande. Puedo cuidarme sola —Mi hija interviene,
haciendo que tanto Sisi como yo sonriamos.
Nos dirigimos todas al gran salón y, tratando de evitar a las demás monjas,
tomamos asiento en una mesa del rincón más alejado. Ya estoy acostumbrada
a las miradas y los susurros malignos, pero siempre intento minimizar la
exposición de Claudia a esas cosas.
Por suerte, la comida acaba siendo mejor que antes y todo el mundo la
disfruta. Terminamos y llevamos nuestras bandejas a lavar.
—¿Puedo ir a comer el chocolate ahora? —Claudia me tira de la manga.
Al ver su rostro esperanzado, no me atrevo a decir que no.
Sisi hace lo mismo. Pero no hay muchos lugares en los que se pueda
esconder en una habitación tan pequeña.
—¿Dónde puede estar? —Mi corazón se acelera, la ansiedad sube por las
nubes. Miro el lugar donde había puesto su chocolate y lo encuentro todavía
allí, intacto—. No creo que haya venido aquí.
—Creo que sí. No estoy segura que fuera Claudia. —Por fin alguien
puede darme alguna información.
Puso sus manos sobre mi hija… mi hija de nueve años. Quiero romper a
llorar, pero no puedo permitir que este hombre se vaya sin consecuencias.
—¿Y quién crees que te va a creer? ¿Tú, que follaste con quién sabe y te
quedaste embarazada? Ni siquiera tu familia te quería. —Mi rostro cae
mientras él sigue hablando—. ¿Crees que no lo sabía? ¿Realmente crees que
quería ser amable contigo? A las putas como tú no se les debería permitir
estar en un lugar de Dios. —Se atreve a hablar de Dios…
Mi mano sale disparada con una mente propia. Se conecta con su mejilla
en un fuerte chasquido.
¡No!
Todavía estoy luchando por orientarme cuando me doy cuenta del alcance
de mis acciones.
Yo… lo maté.
Cuando me doy cuenta, empiezo a enloquecer. He matado a una
persona… a un ser humano. Casi empiezo a hiperventilar al pensarlo, pero
entonces recuerdo por qué lo maté. Él tocó a Claudia… Iba a matarme… Hay
una guerra en mi interior. No puedo decidir si debo lamentar lo que hice o no.
Hay una parte de mí que se alegra que un monstruo esté muerto; pero también
hay otra parte de mí que no puede creer que haya quitado una vida con mis
propias manos.
¡Piensa, Catalina!
—¿Lina?
—¿Qué está pasando? —Sus ojos se abren de par en par al ver mi aspecto.
Debo de tener un aspecto espantoso.
—Yo… lo he matado.
—Estás bromeando.
—Tenemos que hacer algo al respecto. —La miro, esperando que me odie
por ser una asesina.
—Antes tengo que hablar con Claudia —digo, y ella asiente, dando un
paso atrás para permitirme entrar en la habitación.
—Claudia, mi amor, por favor dime… ¿el Padre Guerra te ha tocado así
antes? —No sé cómo consigo disimular el temblor en mi voz. Claudia levanta
sus ojos verdes como el rocío para mirarme.
—¿Hizo… hizo más que eso? —Casi no quiero saberlo, pero debo
hacerlo.
La acerco a mi pecho y la rodeo con mis brazos. Ella está bien… Ella está
bien. Y él está muerto… Ya no puede hacerle daño. Eso es lo que me digo
mientras la acuno en mis brazos.
—Sisi, ¿estás segura que quieres hacer esto? Es mi culpa… Puedo decirles
lo que pasó. —No quiero arrastrarla a mi lío… La situación se me está yendo
de las manos. Y es mi culpa.
—¿Qué tal si probamos una posición fetal? —Da vueltas en la maleta, con
el ceño fruncido. Probablemente está imaginando los diferentes ángulos.
—Vamos a intentarlo. —Me encojo de hombros. Giramos su cuerpo,
probando diferentes ángulos para que quepa dentro.
—Sigue siendo trabajo. —Se encoge de hombros, pero me doy cuenta que
también le hace gracia.
Tomamos las palas una vez más y cubrimos el agujero con tierra. Esto no
nos lleva mucho tiempo y pronto nos encontramos de vuelta en la capilla,
tratando de borrar toda evidencia del crimen.
Claudia no ha mencionado al Padre Guerra en los últimos días.
Me alegro que no parezca estar traumatizada por ese suceso, pero creo que
no entiende bien lo que le pasó. He intentado hablar con ella y explicarle que
lo que ha pasado no está bien, y que no debe dejar que nadie la toque así.
O eso creíamos.
Antes, solo era el monstruo de los ojos ámbar. Ahora… mis pesadillas han
cambiado.
Y lo mato.
—Solo trata de olvidarlo. Será más fácil con el tiempo —sugiere Sisi.
El muro tiene como pieza central una copia de la Piedad de Miguel Ángel.
Y la escultura ha sido profanada de la peor manera.
SÉ LO QUE HICISTE
La cabeza del Padre Guerra cuelga floja del cuello, la carne adelgazada
por la putrefacción y los muchos depredadores en juego. Incluso ahora, se
mueve ligeramente hacia arriba y hacia abajo, la columna vertebral totalmente
visible. Las vértebras cervicales se esfuerzan por sostener el peso de la
cabeza… hasta que ya no pueden. La cabeza cae con un ruido sordo, y todas
las monjas retroceden al oírlo. Luego rueda por la hierba hasta llegar a los
pies de una monja. Ella apenas le dedica una mirada mientras también cae al
suelo.
—¿Lina?
—Eso no lo sabes.
—Estaba escrito ahí. Tú también lo viste —Me llevo la mano a la frente y
cierro los ojos. Tengo que hacer algo… No puedo quedarme aquí. Si alguien
lo sabe… Me estremezco solo de pensarlo. Quien le haya hecho eso al Padre
Guerra… ¡Señor! No podemos quedarnos aquí. Es demasiado peligroso.
—No lo sé. Enzo me dijo que lo esperara. Estoy más que asustada, Sisi…
Estoy aterrorizada. ¿Y si le pasa algo a Claudia? Viste esa cosa afuera.
Ninguna persona cuerda haría eso.
—¿Y tú, Sisi? Tú me ayudaste. —Odiaría que le pasara algo por mi culpa.
—Al menos llama a tu hermano. Hazle saber que podrías estar en peligro
—añado.
—Tuve unas palabras con ella. Estaba demasiado angustiada para discutir
conmigo.
—¿Guerra, dijiste?
—Sí. —Y entonces, en voz baja, le hago un relato completo de lo
sucedido, desde el momento en que lo vi tocando a Claudia, hasta que Sisi y
yo lo enterramos en el cementerio.
—Me quedaré con Claudia por ahora, ya que este es un lugar extraño para
ella.
Al día siguiente, Enzo pide hablar conmigo. Por el tono de su voz, sé que
no tiene buenas noticias que compartir.
—¿Qué es esto? —le pregunto. Su boca se pone en una línea rígida. Con
una mano temblorosa, tomo la carta y la abro.
—¿Entonces qué puedo hacer? —Intento con todas mis fuerzas contener
las lágrimas. Lo que dice Enzo… ¿significa que nunca estaremos a salvo?
¿Que tendremos que mirar siempre por encima del hombro? No puedo tener
eso para Claudia… incluso el Sacre Coeur es mejor que eso. Pero el convento
ya no es seguro ahora.
—¿Matrimonio?
—No digas eso. Lina… no vuelvas a decir eso. No eres mercancía dañada
—me reprende, y giro la cabeza, sin querer ver su reacción.
—¿Quién me aceptará, Enzo?
—Alguien lo hará. De hecho, hace unos días, vino a verme alguien para
hablar de una alianza. Él nunca te diría que no —Enzo dice con confianza,
pero no puedo evitar estar escéptica. Seguro que cuando ese hombre se dé
cuenta quién soy… y que tengo una hija, sin duda se echará atrás.
—Marcello Lastra.
—Si la situación no fuera tan grave, nunca te habría entregado a él. Confía
en mí, Lina. Pero ahora mismo, me temo que él podría ser nuestra única
oportunidad.
El hombre guapo…
—Hay algo raro en él… No sé qué es. Ya pidió tu mano antes, sabes.
Nunca lo aprobé, pero padre estaba dispuesto a casarte.
—¿Qué? —Me sorprende ese dato—. ¿Marcello pidió casarse conmigo?
¿Cuándo?
—Un poco antes del incidente —dice Enzo, que parece muy incómodo al
sacar el tema—. Por supuesto, nunca se concretó por eso. Después, su padre
murió y Marcello desapareció.
—Me casaré con él —digo, tal vez demasiado rápido—. Por Claudia —
rectifico—. Y por mí.
Enzo suspira.
No creo que Sisi haya querido nunca ser monja, ciertamente no tiene
inclinación por ello. Pero nunca ha conocido otra cosa. Criada por monjas
desde su nacimiento, es todo lo que ha conocido. Me he dado cuenta de cómo
intenta convencerse a sí misma que hacer los votos es lo que tiene que hacer,
porque en el fondo no se atreve a esperar que pueda haber algo más para ella.
Con todo lo que ha pasado en la última semana, espero poder hablar por ella.
No puedo dejar que se pierda en el Sacre Coeur.
Estoy en la mesa de la cocina, disfrutando del té, cuando entra una mujer
con el rostro manchado de maquillaje y la ropa desordenada.
—¿Y tú eres? —Se detiene al verme y estrecha los ojos. Estoy a punto de
responder, pero ella sigue con su perorata—. ¡No puedo creerlo! Ahora trae a
sus putas a casa. —Se planta delante de mí y me estudia de pies a cabeza. Sus
labios se curvan con disgusto—. Parece que su tipo también ha cambiado. —
Me señala la cabeza con el dedo.
—Te equivocas. —Me alejo de su alcance—. Soy la hermana de Enzo —
intento explicar, aunque es extraño que no me reconozca. Nos habíamos visto
algunas veces en el pasado—. Catalina.
Dios mío, ¿cómo es que esa es la mujer de Enzo? ¿Y dónde estaba ella
que llegó a casa con ese aspecto? Cuando Enzo baja, un rato después, le
comento lo sucedido, pero se limita a negar con la cabeza.
—No te preocupes por ella. No está bien —añade con mala cara.
—Oh. —Dejo el tema, dándome cuenta que es uno que molesta a Enzo.
Haré lo posible por evitar a Allegra en el futuro.
Horas más tarde, sigo paseando por mi habitación, esperando que Enzo
termine su reunión.
Me sudan las palmas de las manos, y cuando una criada viene a avisar que
Enzo me ha llamado, intento serenarme lo mejor que puedo. Bajo las
escaleras y veo a Enzo con un cigarrillo en la boca. Hace un gesto con la
cabeza hacia su despacho.
—Aceptó, pero solo después de hablar contigo. Dice que quiere tener tu
consentimiento expreso.
Tiene el mismo aspecto que cuando lo había visto antes… incluso mejor
de cerca. Sus ojos son de un cálido color whisky. No lo había notado la última
vez. Vestido con un traje gris, tiene un aspecto elegante y de negocios.
Incluso su cabello está arreglado, ya no está desordenado. Vuelvo a
preguntarme qué debe ver cuando me mira. Quizá debería haberme
maquillado. Pero como nunca he llevado ninguno, no sé cómo aplicarlo.
—Lo ha hecho —responde con una voz que me produce escalofríos. Hay
un tono ronco en su voz que me hace querer hacer más preguntas para que
siga hablando.
—Eso no me importa.
—Eso no es todo. Tengo una hija…
—¿Cómo se llama?
—Claudia.
—No. Tengo una hermana menor en casa. No están tan lejos en edad y
podrían llevarse bien. —Doy un suspiro de alivio ante sus palabras—. Sin
embargo —continúa—. También tengo algunas reglas básicas. Por eso le pedí
a Enzo que me dejara hablar contigo de antemano.
¿Un matrimonio solo de nombre? Espero que llegue el alivio, pero no hay
ninguno. ¿Por qué? No debo gustarle… Es la única explicación plausible.
Estoy demasiado aturdida para decir algo, así que asiento con la cabeza.
—No tienes que preocuparte por eso, Catalina —Se inclina hacia delante,
para estar más cerca de mi cara—. Mi aflicción, por así decirlo, se extiende a
todos. Seré fiel a mis votos; de eso puedes estar segura. —Se toma un
momento para respirar profundamente, antes de añadir—. Si pudiera… —
Sacude la cabeza, con una sonrisa amarga en los labios—. ¿Entonces los dos
estamos de acuerdo? —pregunta Marcello, y yo asiento con la cabeza—.
Bien. Vamos a buscar a Enzo para que podamos hablar de las formalidades.
Y así lo hacemos.
Todo suena muy bien, pero ¿por qué tengo este sentimiento de decepción?
UNAS HORAS ANTES,
Hay un estudio que demostró que los niños que tienen un contacto físico
estrecho con su madre crecen siendo individuos mejor adaptados que los que
carecen de una figura materna. Yo pertenezco a esta última categoría.
—Que pase.
—La verdad es que no. Ya sabes, lo mismo de siempre —dice, sus ojos se
fijan en el reloj detrás de mí.
—¿Ah, sí? Hasta ahora, claro. Mis contactos dicen que se está preparando
para un gran partido. Han abierto unos cuantos estadios más en el Bronx.
—No estoy preocupado por Quinn. El tipo es una máquina, ¿pero una
máquina inteligente? No lo creo. ¿Su padre, sin embargo? No ha sido visto
desde el ataque al Agosti. Ahora bien, si hubiera información sobre él, eso sí
que sería un avance. —Vlad se relaja en la silla, con una expresión
despreocupada. Su actuación es tan buena que no creo que nadie se dé cuenta
de lo que se esconde bajo la superficie.
—Lo que más has deseado… es casi tuyo —dice Vlad crípticamente antes
de levantarse y caminar hacia la biblioteca—. Hubo una muerte reciente.
—Se está acercando cada vez más, también más rápido que antes. Si se
tratara de un asesino en serie normal, diría que su período de enfriamiento es
cada vez más pequeño. Pero ambos sabemos que no es normal.
—Has dicho antes que crees que va detrás de mí. Pero simplemente no
puedo imaginar quién podría ser.
—Esta Quimera, sea quien sea, sabe todo lo que hay que saber sobre el
verdadero modus operandi de Quimera. Por desgracia, no puedo ayudarte si
no te ayudas a ti mismo, Marcello. —Vlad suspira y arroja un archivo sobre
mi escritorio—. Quizá algo te sacuda la memoria.
Siempre es mi culpa.
Mientras tanto, tengo que revisar los expedientes de las institutrices que
Amelia había seleccionado para una entrevista. Después del desastre con la
primera institutriz, que llegó a llamar a Venezia deficiente mental por su falta
de educación formal, decidí investigar yo mismo a cada candidata.
Hay diez en total que parecen estar calificadas. Por supuesto, sobre el
papel incluso la última había parecido espectacular, pero su actitud hacia
Venezia había sido pésima. Comparo su disponibilidad con mi agenda y
decido verlas a partir de la semana que viene. Para entonces, debería haber
terminado con la mayoría de las cosas urgentes dentro de la famiglia.
Una vez que he asignado una hora a cada candidata, le devuelvo la lista a
Amelia.
Los Guerra son otra familia poderosa en la ciudad, y una que no ha sido
jugadora de equipo, históricamente. Su disputa con la familia DeVille es
materia de leyendas. De hecho, su disputa hace que el conflicto entre Agosti y
Lastra parezca una simple riña.
—No sabía que estuvieran en malos términos con los Guerra. Sé que
nunca han tenido conexiones estrechas con las otras familias, pero su único
enfrentamiento siempre ha sido con DeVille.
—Se suponía que iba a casarme con Gianna Guerra. El contrato estaba
prácticamente firmado —Enzo confiesa.
—No lo hice. Y eso les ofendió. Desde entonces han boicoteado nuestros
negocios.
—¿Por qué me cuentas esto? —pregunto, con curiosidad por ver a dónde
lleva todo esto. Nunca había tratado con los Guerra, y sé que Valentino no
tenía problemas con ellos.
Quieren venganza, y no les importa que sea una mujer. De hecho, podría
ser incluso peor porque es una mujer. Probablemente no pueden aceptar que
un miembro del sexo opuesto se atreva a matar a un hombre de los Guerra.
Me burlo del contenido de la carta.
—Estás bromeando.
—No. De hecho, te habría llamado independientemente de nuestro
acuerdo. No estoy seguro de cuán seguro es el Sacre Coeur para ella ahora. Si
alguien puede entrar y hacer algo así… —Enzo sacude la cabeza.
—Me encargaré de ello —le respondo. Parece que tengo que volver a
programar una reunión con Assisi, y pronto.
Es incluso mejor de lo que imaginaba. Como tiene una hija, imagino que
no es una adolescente con ojos de cordero, y así podré llevarme mejor con
ella. Necesito una persona madura que entienda que tengo reglas y límites, y
que aunque nos casemos, no será un matrimonio propiamente dicho.
No… No es posible.
—Como quieras. —Se levanta para irse. Pero antes de hacerlo, añade una
última cosa—. Si esto no fuera tan importante, nunca te la habría entregado.
—Sí —dice, pero entonces se le frunce el ceño—. Pero antes, tengo que
decirte algo. Puedes decidir si sigues queriendo casarte conmigo después. —
Vuelvo a enmascarar mis rasgos y espero lo que sea que tenga que decir,
esperando que no sea lo que creo que es—. Yo no… —empieza, pero sacude
la cabeza—. No soy pura. —Me mira vacilante, esperando que la juzgue por
ello.
¿Cómo podría hacerlo? Cuando las cosas que he hecho son tan
monstruosas… tan atroces que, si ella lo supiera, no me estaría mirando así,
con esos grandes ojos luminosos que tiene.
El sacerdote había abusado de su hija. Una neblina roja cubre mis ojos, y
tengo que respirar profundamente para mantener la calma.
—¿No es… un problema? —¿De verdad creía que eso me iba a importar?
—No. Tengo una hermana menor en casa. No están tan lejos en edad y
podrían llevarse bien. —Parece aliviada por mis palabras. Pero tengo que
aprovechar para hacerle saber los términos del matrimonio—. Sin embargo —
empiezo—, también tengo algunas reglas básicas. Por eso le pedí a Enzo que
me dejara hablar contigo antes. —También quería ver su reacción. ¿Pero
ahora? ¿Cómo puedo de buena fe aprovecharme de ella… cuando hay tanto
mal en mí?
Cómo detesto mi pasado, y el equipaje que me hace tan malo para ella. Y
sin embargo, nunca pude encontrar en mí mismo el rechazo a ella.
Ah… si supiera que no he tocado a otra mujer desde la primera vez que la
vi, hace años… probablemente pensaría que estoy trastornado.
—No tienes que preocuparte por eso, Catalina. —Me concentro en ella
mientras digo las palabras—. Mi aflicción, por así decirlo, se extiende a
todos. Seré fiel a mis votos, de eso puedes estar segura. —Tomo una gran
bocanada de aire, la proximidad a ella ya juega con mi cabeza—. Si
pudiera… —Me detengo. Ella no necesita saberlo—. ¿Entonces ambos
estamos de acuerdo? —No creo que pueda estar cerca de ella mucho más
tiempo. Mi control ya está demasiado tenso.
Ella me había hipnotizado entonces, igual que ahora. Y me caso con ella.
En otra vida, tal vez me habría considerado afortunado.
En esta… es un precio más que tengo que pagar por mis pecados.
¿Por qué?
¿Por qué?
Arrodillado frente a mi altar improvisado, agarro la correa de la mesa y
me envuelvo un extremo en los nudillos. Luego, usando toda mi fuerza, la
azoto hacia atrás hasta que hace contacto con mi piel, rompiéndola. Hago una
mueca de dolor… pero me lo merezco.
Soy un pecador.
Catalina… mi Catalina.
Nunca la mereceré.
Látigo.
Látigo.
Látigo.
Látigo.
Látigo.
Látigo.
Pero no puedo.
La sangre...
Pecador.
Soy un pecador.
9
Hace referencia a la mujer que cautivó a Dante Aligueri y lo llevó al paraíso en la “Divina Comedia”
DIEZ AÑOS
—¡Apúrate, chico! —me grita padre cuando intento seguir sus grandes
zancadas.
Tiene la misma frialdad en sus ojos. También tiene hijos, pero hasta ahora
solo he conocido a Misha. Es mayor que yo, pero no puedo decir que me
guste. Es un matón. Le gusta meterse conmigo cuando no hay nadie más
alrededor. Cree que sus palabras me impactan, pero después de vivir con
padre durante tanto tiempo, creo que nada puede asustarme. Rara vez
reacciono a sus burlas, y creo que eso le molesta.
—Te he dicho que te des prisa, chico. No tengo todo el día. —Lo miro a
los ojos sin pestañear y asiento con fuerza.
Una cosa que he aprendido al tratar con padre es que me tratará aún peor
si muestro cualquier signo de debilidad o miedo. Le gusta que lo mire
directamente a los ojos. Incluso se podría decir que se siente orgulloso cuando
me enfrento a él. Dentro, padre es recibido por el Pakhan y se abrazan,
besándose en ambas mejillas.
—Es hora de enseñarles a estos chicos cómo se hace, ¿no crees? —Se da
media vuelta hacia mí y tengo el repentino impulso de dar un paso atrás.
—Tengo que decir que estoy deseando ver de qué está hecho tu chico.
—¿Vlad también está aquí hoy? —pregunta padre. Ya había oído hablar
de Vlad. Es otro de los hijos de Pakhan, un par de años más joven que yo.
—Sí... —El Pakhan hace una mueca—. Tengo que disciplinarlo. Mató a
otro de mis guardias. Otra vez. —Sacude la cabeza y comienza a caminar
hacia el sótano.
Tengo que preguntarme qué le pasó a Vlad. ¿Su padre lo está obligando a
ser malo también? Tal vez podríamos ser amigos.
Bajamos las escaleras hasta llegar a un sótano. Hay unas cuantas puertas,
y el Pakhan nos lleva a la más lejana a la derecha. La abre, y lo seguimos
dentro.
La habitación está completamente vacía, salvo por una mesa en un lateral.
Hay algo en la mesa, pero no puedo distinguirlo bien porque la iluminación es
muy escasa.
Un chico está de pie junto a la mesa, con la mirada fija en lo que hay
encima.
—¡Vlad! —El tono agudo del Pakhan parece sacarlo de su ensueño y gira
lentamente la cabeza hacia nosotros. Camina despreocupadamente con pasos
medidos, hasta estar frente al Pakhan.
Es un poco más bajo que yo, con el cabello oscuro y los ojos negros. Tan
negros que parecen vacíos de alma. Su complexión, junto con sus rasgos, le
hacen parecer un muñeco. Un muñeco sin vida que aún se mueve. No sé por
qué, pero con solo mirarlo me recorre un escalofrío. A diferencia de padre y
del Pakhan, sus ojos no tienen esa frialdad maliciosa. No, solo son sombríos.
—Félix, deberías haber sabido que esto iba a pasar cuando revelaste
nuestros secretos. —Padre da unos pasos hasta situarse frente a Félix.
Sostiene el cuchillo para que la hoja refleje la luz, antes de moverlo por la
mejilla de Félix con un movimiento acariciador.
—Ya está. —Padre tira el cuchillo al suelo y coge un paño blanco para
limpiarse las manos de sangre.
—Algunas zonas del cuerpo provocan más dolor que otras. Esto no es solo
una tortura. Es una lección de lo que pasa si nos traicionas.
—Mira aquí, el arco del pie es una zona muy sensible. —Enciende el
taladro y localizando un punto medio en el arco del hombre, empuja la broca
en él.
—¡Comamos!
El almuerzo es aún peor que ver a alguien ser torturado, si es que eso es
posible. Vlad está tan callado como antes, a veces fijándose en algo. Padre y
el Pakhan son bulliciosos y no se callan. Uno pensaría que al menos durante
una comida se callarían sobre sus actos depravados, pero es solo otra
oportunidad para que compitan por el título del más inmoral de la sala. Si no,
no me explico que hablen de los hombres que han matado, de las putas que se
han follado y del dinero que han ganado... todo ilegal, por supuesto.
Los detalles son algo que no deseo escuchar, así que hago lo posible por
bloquear todo y concentrarme en mi comida. Lástima que incluso se me haya
quitado el apetito.
Pero no puedo.
—No vas a hacerlo, ¿verdad? —Su voz está tan vacía como sus ojos. No
hay ni un rastro de emoción en ella.
—Come —ordena, pero el prisionero se limita a mirarle con los ojos muy
abiertos, negando salvajemente con la cabeza. La hoja de Vlad recorre el
torso del prisionero y se detiene en su estómago. El prisionero se queda
quieto. Vlad baja aún más, y la amenaza a su entrepierna le hace apretar los
dientes contra la carne.
Vlad se queda pensativo un momento, antes de coger el trapo una vez más
y metérselo en la boca al prisionero.
Retira la piel, pero frunce el ceño al notar que todavía hay más tejido
muscular en el camino. Lo mira fijamente durante un segundo.
—No quiero matar a nadie —digo, con la voz llena de falsa confianza.
Todavía percibe mi duda, así que continúa describiendo con gran detalle
lo que le hará.
Más sangre.
¿Lo tengo?
Hace unas horas que empezó, y puedo oír sus gritos de vez en cuando. No
sé qué está pasando, pero padre no quiso enviarla al hospital. En su lugar, ha
traído a un médico para que la atienda en casa. Sin embargo, no sé cuánto está
haciendo por ella, porque no me parece que esté bien.
Espero que sea un niño. Una niña nunca podría sobrevivir en esta casa, no
bajo el control de padre.
—¡Es la marca del diablo! Quítamela. —Mi madre empuja el bulto de tela
que tiene sobre el pecho—. ¡Está maldita! ¡Es el diablo! —grita y, en contra
de mi buen juicio, doy un paso adelante y cojo al bebé en brazos.
Miro hacia abajo y veo el rostro más dulce. Está un poco roja y sucia, pero
cuando abre los ojos para mirarme, siento que algo me tira del corazón.
Tiene una gran marca de color rojo intenso que empieza justo encima del
ojo y se extiende hasta la frente. Esto es lo que madre debe haber querido
decir cuando dijo que era la marca del diablo.
Mis ojos se mueven una vez más sobre la vida inocente en mis brazos, y
me doy cuenta de lo que tengo que hacer.
Puedo resistir todo lo que él me arroja, pero si le hiciera eso a alguien que
me importa... ¿a mi hermanita? Y lo haría.
Tomo lo primero que veo, una lámpara, y me dirijo a la fuente del ruido.
Pero ¿qué puede ser? Hay tantos guardias alrededor... Cuando entro en el
salón, me detengo en seco, con los ojos desorbitados y la boca abierta. No
puede ser lo que estoy viendo, ¿verdad?
Los hombres gruñen, y Allegra gime con una voz aguda. Sigue chupando
al hombre y sus ojos se desvían hacia mí. No parece sorprendida de verme
allí. De hecho, me guiña un ojo. ¿Qué? El hombre que está detrás de ella se
aleja y otro hombre, en el que no me había fijado antes, le remplaza.
Sé que no soy muy entendida en estas cosas, pero seguro que eso no es
normal.
—Lina.
—No hace mucho. —Mira su reloj—. Quizá hace media hora, ¿por qué?
—¿Aquí? —Asiento.
—¡Maldita sea, le dije que no lo hiciera! —maldice en voz baja. ¿Lo
sabía?
—¿Tú... lo sabes?
—¿Qué pasó, Enzo? Estaban tan enamorados el uno del otro —susurro, la
situación me confunde.
Había conocido a Allegra antes. Ella había venido con Enzo a visitarme.
Había sido la mujer más encantadora, y pude ver lo mucho que se querían. No
tiene mucho sentido.
Sacudo la cabeza.
Suspiro.
Echo una mirada furtiva a Claudia, que está admirando su propio vestido
en el espejo. Creo que nunca se ha puesto algo tan colorido. Es un bonito rosa
palo, con purpurina en las mangas. Independientemente de las circunstancias
que nos han llevado a este punto... ¿tal vez sea para mejor? Claudia puede
finalmente tener una infancia normal, y me aseguraré que esté a salvo en todo
momento. Sin embargo, eso me preocupa un poco... que nos mudemos a una
casa ajena, sobre todo después de todo el fiasco con el Padre Guerra.
Me pareció extraño cuando lo dijo, pero quién soy yo para juzgarlo. Tal
vez tiene sus propios demonios con los que lidiar.
Por un segundo me preocupa que vaya a tocarlo, así que voy tras ella.
Pero ¿cómo es que lo conoce?
Es oficial.
—¿Estás lista?
—Estaré bien, Enzo. No te preocupes por mí. —Le doy un rápido abrazo.
Hay un par de coches más que van delante y detrás de nosotros, y supongo
que son nuestra protección. La casa de Marcello no está lejos, así que nos
encontramos allí antes que haya tenido tiempo de procesar todo. Una mirada a
Claudia, y puedo decir que está emocionada por ver el nuevo lugar.
Salimos del coche y entramos en la casa. Hay personal por todas partes.
Frunzo el ceño.
¿Ya está?
Sigo mirando el lugar que acaba de abandonar cuando Amelia nos hace un
gesto para que la sigamos.
—Vamos.
La habitación es enorme... más grande que cualquier otra que haya visto,
de hecho. Probablemente mis padres tenían una habitación como esta, pero
nunca la había visto, así que no tengo nada con qué compararla. Hay una
cama grande en el centro, pero dado el tamaño de la habitación, no parece
ocupar mucho espacio. Entro tímidamente soltando la mano de Claudia.
El baño está decorado con una combinación de blanco y dorado. Hay una
bañera en el centro, mientras que en la esquina más oriental también hay una
ducha. ¿Ambos en el mismo baño? Parece muy extravagante. Amelia debe
haber notado el asombro en mi expresión mientras continúa.
—Pero...
Suspiro.
—Se lo diré.
—¿No podrías haber encontrado otra mujer... ya sabes, una sin hijos? —
preguntó impúdicamente a Marcello.
¡Maldición!
No estoy acostumbrada a estar por ahí sin hacer nada, y está bastante claro
que mis habilidades básicas de cocina o limpieza no son necesarias aquí, ya
que Marcello tiene un ejército de personal. Eso simplemente me deja sin nada
que hacer.
—Te lo dije, Amelia... —La puerta se abre de repente, y mis ojos se abren
de par en par al ver el aspecto despreocupado de Marcello.
Es la primera vez que lo veo así. Lleva una camiseta blanca y un pantalón
de chándal negro. Su cabello está revuelto. Es totalmente diferente al
Marcello que había conocido antes.
—¿Podemos hablar, por favor? —le pregunto, y él estrecha sus ojos hacia
mí.
—Sí, creo que sí. —No lo es, pero si esta es la única manera de conseguir
que me hable, entonces tal vez lo sea.
—¿Y? ¿De qué querías hablar? —La intensidad con la que me mira es
casi suficiente para que me retuerza en mi asiento.
—Mi hija, Claudia. Quería hablar de ella —le suelto. Tengo que ser
inteligente y hacer que me tome en serio. No ayuda que sea tan guapo, sobre
todo vestido así.
Me pregunto cómo será su cabello... ¿será suave si paso las manos por él?
—¿Qué pasó exactamente con el Padre Guerra? ¿Él...? —Por el rabillo del
ojo, veo que aprieta el puño.
—No fue demasiado lejos, por suerte. Cuando me los encontré, él tenía las
manos metidas en la falda de ella. —Me estremezco, recordando los
acontecimientos de esa noche—. Pero podría haber... Señor él podría haber
hecho cosas mucho peores... —Respiro profundamente, tratando de
serenarme. Solo la idea de ese hombre haciendo algo a mi niña...
—Lo hiciste bien, Catalina. Lo hiciste muy bien. —Me elogia, aunque lo
que había hecho había sido un asesinato.
Me sorprende su admisión, más que nada porque pensé que tal vez era
diferente. Sé que mi familia estaba... está involucrada en ese tipo de negocios
turbios. Pero teniendo en cuenta lo que había oído de Sisi sobre él, pensé que
podría ser diferente.
—Estoy escuchando.
—¿Qué debo hacer todo el día? Quiero decir... —Me quedo sin palabras,
tratando de encontrar las adecuadas—. Venezia y Claudia tendrán sus clases,
pero ¿y yo? ¿Hay algo que pueda hacer en la casa?
—¿Entonces?
Tú.
Me sacudo rápidamente cuando me doy cuenta de mi línea de
pensamiento. Seguro que no... no, claro que no. Ha sido un pensamiento
pícaro.
¡Maldición!
¡Concéntrate!
—No podía hacer mucho en el Sacre Coeur, seguro que te das cuenta.
—¿Y antes?
¿Qué?
Dejo caer la toalla y me dirijo al espejo de pared del otro lado del baño.
Intento mirarme como lo haría otra persona. Como lo haría Marcello.
¿Qué ve él que le da tanto asco? No soy fea, eso lo sé. Sin embargo, cada
vez que veo a Marcello haciendo un esfuerzo consciente por evitar mirarme,
es exactamente lo que siento. Supongo que tampoco soy muy atractiva. Mi
piel pálida está plagada de una miríada de pecas. El único rasgo notable que
tengo es el color de mis ojos, un verde brillante que también ha heredado
Claudia.
Pero entonces me giro ligeramente y la mayor imperfección me está
mirando.
¿Cuándo fue la última vez que miré mi propio cuerpo? ¿Cuándo fue la
última vez que me enfrenté a las repercusiones de aquella noche? Cuanto más
me giro, más puedo ver la cicatriz blanca y abultada de mi espalda. La última
vez que me había atrevido a mirar había sido de un rojo furioso. Puede que no
recuerde gran cosa de aquella noche, pero sí recuerdo el dolor de la espalda
siendo tallada... El cuchillo cortando mi piel, cada vez más profundo. El dolor
había sido tan insoportable que me había desmayado.
¿Cómo se sentiría?
Ser amada...
Ser deseada...
Duro.
¡Joder!
He tenido el control durante mucho tiempo. Pero solo verla frente a mí fue
suficiente para que mi mente se pusiera en marcha, imaginando todo tipo de
escenarios que sé perfectamente que no puedo llevar a cabo. Desde la
ceremonia, había hecho todo lo posible para mantenerme alejado de ella. Se
veía tan hermosa... tan pura.
¡Mierda!
Solo con saber que está cerca me dan ganas de romper todas mis reglas.
Sacudo la cabeza ante ese pensamiento y vuelvo a respirar profundamente.
Tendré que seguir evitándola. Es lo mejor.
Pero esto...
¿Qué otro castigo podría recibir para rivalizar con éste? Ninguno...
Mi respiración se acelera.
¿Escupiría o tragaría?
Me maldigo a mí mismo.
Con las piernas temblorosas, salgo del baño, con la mente todavía nublada
y desorientada. La cantidad de odio a mí mismo que siento en este momento
me abruma, y no puedo hacer otra cosa que tropezar hacia mi altar. Tropiezo
con las piernas y me caigo, pero mi concentración no me permite detenerme.
Lo hago de nuevo.
¡Latigazo!
Y otra vez.
¡Latigazo!
¿Por qué?
¡Latigazo!
¡Latigazo!
¡Latigazo!
Las lágrimas corren por mi cara, pero no me detengo. Mis viejas heridas
probablemente se han reabierto, pero saboreo el mordisco extra de dolor.
¡Latigazo!
Necesito sufrir.
¡Latigazo!
Soy un pecador...
No desaparece.
Todavía puedo sentir el perfume barato, ese olor empalagoso que casi me
da arcadas. Me llevo la mano a la boca para no vomitar. Debería sentirme
orgulloso de no haberme puesto enfermo con esa chica.
Nunca había imaginado que padre llegaría tan lejos, pero se le ha metido
en la cabeza que necesitaba convertirme en un hombre, y que ningún hijo
suyo sería maricón.
Cuando me dijo que había un lugar al que teníamos que ir, mantuve mi
cara de póker en su sitio. No había discutido. Me limité a seguirle.
Pero entonces nos detuvimos en un burdel. Supe que era un burdel porque
los guardias empezaron a hablar. Eso, y las mujeres desnudas que desfilaban
dentro del lugar. Y mientras caminábamos, me di cuenta de lo que padre tenía
planeado.
No me gustó.
Pero me equivoqué.
Con los ojos en blanco, me había sentado allí, dejando que hicieran lo que
fuera a mi cuerpo. Padre también se había unido. Vinculación. Así lo había
llamado.
Aquella noche había perdido algo más que el control sobre mi cuerpo.
Continuó.
Cada vez que íbamos al burdel, había un evento que implicaba una sala
llena de gente follando como conejos.
¿Por qué?
Pude escuchar los gritos todo el día. Lo cual es extraño, dado que padre no
está en casa. Aunque estoy bastante seguro que madre debe haber perdido la
cabeza otra vez.
Tantos años, y cada vez está peor. En este punto, ni siquiera estoy seguro
de si algo puede ayudarla.
Son poco más de las seis de la tarde cuando los gritos se reanudan. Esta
vez, no se detiene. Desde que me he acostumbrado a madre, sé que sus
ataques de histeria suelen durar un par de horas, hasta que le duele la
garganta. Luego hay una pausa en la que pierde la voz.
Por la forma en que lo hace ahora, estoy seguro que no podrá hablar en los
próximos días.
—¡No! ¡Impuro... demonio! —balbucea cuando ve que soy yo. Sus ojos
están desorbitados y desenfocados.
—Sí, ahora, por favor, suelta el cuchillo antes que te hagas daño. —Doy
otro paso adelante y ella hace lo mismo, golpeando el altar.
—No... mi hijo es el diablo... —Ella sigue negando con la cabeza, sus ojos
sombríos mientras me mira. Es como si fuera una cáscara de persona.
No lo hace.
Coge el cuchillo y lo coloca cerca de una oreja. Mis ojos se abren de par
en par en compresión, pero tal vez es un segundo demasiado tarde. Empiezo a
acercarme a ella al mismo tiempo que corta su propia carne y arrastra el
cuchillo de una oreja a otra, sonriendo como una idiota mientras la sangre
fluye por su ropa.
Me detengo.
Se ha ido...
La muerte está en todas partes. ¿Por qué debería preocuparme por una
persona más que por otra?
Todos morimos en algún momento.
Por unos días, había podido evitar casi siempre a Catalina. Y lo considero
una hazaña, viendo que ella ha intentado dejarme a solas para otra
conversación. Después de la última vez, creo que pasaré. Solo saber que ella
está en la casa... Diría que es suficiente tortura.
No puedo permitirme estar tranquilo, sobre todo cuando todas las miradas
están puestas en mí. Sé que Nicolo está esperando su momento. Francesco ha
estado monitoreando las otras ramas de la Famiglia y me está actualizando
diariamente. También hemos pagado a algunas personas para que vigilen a los
sospechosos, y estoy deseando ver lo que descubren.
Son poco más de las cinco de la tarde cuando llego a la casa. Había
pasado todo el día en el hospital con mi amigo, es decir, con mi antiguo
amigo. Adrian se había recuperado de su lesión cerebral y yo le debía
confesar mis razones para traicionar su confianza. Nunca le habría vendido si
la deuda que tenía no hubiera sido tan grande.
—Ya veo... —Catalina dice en voz baja—. Quieres atención, ¿no? ¿De tu
hermano?
—No... ¡No voy a escuchar lo que tienes que decir! —Venezia levanta las
manos y se dispone a salir de la habitación.
—Está bien, Venezia —dice, con la voz más baja que antes y me esfuerzo
por escuchar.
Una sonrisa se dibuja en mis labios. Ella es algo más... Catalina... Lina.
Entonces se detiene.
Parece insegura mientras me mira, con los ojos muy abiertos por la
curiosidad.
—¿Qué te trae por aquí? ―pregunto al ver que no está dispuesta a iniciar
la conversación.
—¿Qué pensaste?
—Pensé que te habías visto obligado a acogernos. No estoy ciega... Me
doy cuenta que a mamá le pasó algo que le hizo tener miedo. Sobre todo,
después que el Padre Guerra... —le tiembla un poco el labio, y siento la
repentina necesidad de atraerla a mis brazos; decirle que nadie va a hacerle
daño nunca más.
Pero no puedo.
—Ya no tienes que preocuparte por nada de eso, Claudia. Aquí estás a
salvo. Tu madre está a salvo aquí. —Hago lo posible por aplacarla.
—¿Te gusta? —Sus ojos se abren de par en par y una sonrisa se dibuja en
su rostro.
¡Mierda! ¿He caído en una trampa?
—Erm... Claro que me gusta. —¿Qué otra cosa puedo decirle a una niña
de diez años?
—¡Sí, lo sabía! A mamá también le gustas, ¿sabes? Creo que estaba triste
porque pensó que no te gustaba. —Salta de su asiento—. Tengo que
decírselo.
¡Maldición!
—No. Debo darles crédito, sean quienes sean. Han borrado sus huellas.
Desde fuera, parece un ataque irlandés...
—¿Pero?
—Pero no encaja. Quinn ha sido visto por todo Nueva York desde
entonces. Uno pensaría que después de una declaración de guerra sería más
cuidadoso sobre dónde muestra su cara.
—Creo que olvidas que el tipo es una máquina. ¿Tal vez está demasiado
confiado?
—No. —Vlad hace una pausa—. Creció en este estilo de vida. Sabe
exactamente lo que implica. Sabe, sobre todo, cuándo retirarse.
—Si Jiménez estuviera vivo, diría que es su modus operandi. Pero ahora...
Necesito más información para esto. Estoy tratando de localizar a Quinn, sin
derramamiento de sangre. Te haré saber el resultado.
—Un asesinato —dice, con los ojos muy abiertos por el horror—. Alguien
mató a una monja en la capilla... —Sacude la cabeza como para disipar la
imagen mental.
—Bien, así que una monja fue asesinada. ¿Qué tiene eso que ver con
nosotros?
—Sisi dijo que... —Se detiene, sus labios tiemblan—. Ella tenía una C
tallada en su frente...
—No tengo tiempo para esto, Vlad —digo y estoy a punto de colgar, pero
él responde.
—Catalina...
—¡Yo voy! —Vuelve a decir, esta vez con más convicción—. Sisi es mi
amiga. Y si alguien sale herido por mi culpa... —Se interrumpe y puedo ver la
angustia en su rostro.
—¡Sí, sí! Gracias. —Ella asiente con fervor y le hago un gesto para que
me siga hasta el coche.
Conduzco tan rápido como puedo y llegamos al Sacre Coeur en un tiempo
récord.
Solo han pasado unos días desde entonces, y ya ha ocurrido algo más.
Vlad había tenido razón, a su manera desordenada. Es muy sospechoso que
dos incidentes ocurran en un convento, y tan cercanos. Algo no está bien.
—He oído muchas cosas sobre ti —dice Vlad con suavidad, y tengo que
controlarme. La sola visión de su mano sobre la de ella es suficiente para que
mi visión se ponga roja.
—Vamos dentro —añado rápidamente, y Vlad levanta una ceja hacia mí.
Lo ignoro, sabiendo que me está provocando a propósito.
—Le dejé el mío. —Ella responde, antes de decir—: Sisi, estamos aquí...
¿El muro? Vamos para allá. —Se vuelve hacia nosotros y tanto Vlad como yo
asentimos.
Utiliza su voz encantadora con ella. Vlad siempre hace esto para parecer
lo más inofensivo posible. Pocas personas pueden verle como lo que
realmente es: un depredador.
Le tiende la mano.
—Cuéntanos qué ha pasado —le digo, y ella me dedica una sonrisa triste.
—Yo tampoco conozco todos los detalles, pero estaba cerca de la capilla
cuando una monja empezó a gritar. Entré y... Deberías verlo por ti mismo si la
Madre Superiora te lo permite. Es que... —Ella sacude la cabeza.
Yo suspiro.
—Bien... —Vuelvo a ceder. Seguro que no puede ser tan malo, viendo que
Assisi está bien.
Hay una gran C en su frente, tallada aparentemente con un clavo. Tal vez
uno de los clavos que ahora la sujetan a la pared. Tiene la boca entreabierta y
la lengua cortada. No puedo ver bien desde esta distancia, pero de repente
siento curiosidad por ver si le quedan dientes.
Me acerco.
—Creo que he visto algo brillante ahí... —Frunce el ceño y mira más de
cerca, casi metiendo la cabeza en el estómago de la monja.
Vlad.
Assisi levanta la mano y la mete dentro del cuerpo, arruga la nariz
buscando algo.
—¿Sisi?
Se mueve hasta situarse sobre la mesa del altar. Abre el puño y un montón
de dientes ensangrentados caen sobre el mantel.
—¿Qué...? —Miro los dientes con horror en los ojos, y luego está la C.
Giro hacia Vlad, y me doy cuenta que está pensando lo mismo.
Assisi pone los ojos en blanco ante eso, y vuelve a acercarse al cadáver.
—Pagando por los pecados de otros —leo en voz alta, y Catalina jadea.
—Es por mi culpa, ¿no? Quienquiera que está haciendo esto, es por lo que
hice... —Una lágrima se abre paso por su mejilla, y me gustaría poder
levantar la mano y limpiarla.
—Catalina —digo, tratando de averiguar cómo decirle que tal vez no sea a
ella a quien persiguen, sino a mí.
—¿De quién es esta piel? —pregunta Assisi al ver más de cerca—. ¿Es de
ella? —Señala a la monja.
10
Piel de vaca o ternera, adobada y pulida, utilizada para pintar y escribir sobre ella.
podría haberte señalado —se vuelve hacia Catalina—, pero los dientes
confirman que es un asesino en serie al que hemos estado buscando.
Sus ojos se abren de par en par por la sorpresa, pero asiente lentamente.
Los ojos de Vlad están en blanco cuando inclina la cabeza para estudiar el
rostro de mi hermana.
—No es... normal —digo porque es lo único que puede describir con
precisión esta situación.
—¿No es... normal? —repite Assisi, que sigue estudiando la forma rígida
de Vlad.
—Quédense aquí, las dos. —Me dirijo lentamente hacia Vlad y chasqueo
los dedos delante de él.
—¡Vlad! Espabila.
Levanta los ojos para mirarme, entrecerrando los ojos. Hace girar su dedo
en el aire, con pequeñas motas de sangre aún en su superficie.
¡Joder!
¡Mierda!
—Pero... —empieza.
—No pasa nada. Estás a salvo aquí —le dice Assisi, y sus palabras tienen
un efecto inmediato en él, que cierra los ojos.
—¿Qué?
—¿De verdad quieres hacer tus votos? Si sientes de alguna manera que
esta vida no es para ti, puedes decírmelo. Me preocupa tu seguridad aquí, y la
Madre Superiora no me deja contratar un guardia para ti.
El labio de Assisi tiembla por un segundo, y levanta los ojos para mirarme
con asombro.
11
Los berserker (también ulfhednar) eran guerreros vikingos que combatían semidesnudos, cubiertos de pieles.
Entraban en combate bajo cierto trance de perfil psicótico, casi insensibles al dolor, se dice que eran casi tan fuertes
como osos o toros, y llegaban a morder sus escudos y no había fuego ni acero que los detuviera.
—Yo... —sacude la cabeza—. Sí, sí, por favor —su voz está llena de
emoción, y se lanza a los brazos de Catalina—. ¡Gracias! Yo... no entiendes
lo que significa para mí —repite y yo me quedo de repente atónito ante su
reacción.
Todo este tiempo... realmente parece que nada de lo que hago está bien.
—Creo que ya te has hartado de sangre por hoy —añado con sorna,
sabiendo que entenderá lo que quiero decir.
—Me alegro que estés bien —dice Catalina, mientras Assisi resopla.
—¿Y qué me he perdido? —Vlad tiene el descaro de preguntar,
acercándose a examinar los dientes.
—¿Seguro que quieres hacer eso, otra vez? —Levanto una ceja, pero me
ignora.
—Ya hablaremos de eso más tarde —le digo con tensión. Lo último que
necesitamos es que piensen que un asesino en serie las persigue.
—¿Podemos volver? —Catalina no parece estar muy bien, así que acepto
inmediatamente.
—Entre los Guerras, Quimera y tu propia familia, diría que tienes las
manos llenas. —Se ríe.
—Cierto... ya lo veremos.
Me muevo sin descanso en mi cama.
Llevo unas horas intentando dormir, pero mi mente no para de repetir los
acontecimientos de hoy. ¿Quién iba a pensar que después de todo este tiempo
volvería a escuchar ese nombre...? Sacudo la cabeza, intentando disipar esos
pensamientos. No puedo dejar que me afecte, no otra vez. No después de todo
el esfuerzo que me ha costado superar el pasado.
Aun así, no puedo evitar preguntarme por qué ahora... ¿Por qué ha vuelto
a aparecer? Sisi tenía razón en que no puede ser una coincidencia que estos
eventos hayan ocurrido tan cerca.
Lo único bueno que sale de esto es el hecho que Sisi puede vivir con
nosotros ahora. Siempre he sabido que ella no quería esa vida. Pero
simplemente no tenía otra opción. Me alegro mucho por ella.
Un chasquido indica que el agua está lista, así que la vierto en una taza.
Estoy a punto de llevarla a mi habitación cuando oigo un ruido extraño.
Frunzo el ceño.
Está... desnudo.
Aparto los ojos, el calor sube por mis mejillas. No debería ver esto. Me
siento avergonzada por entrometerme, así que doy un paso atrás, preparada
para irme.
—No —un gemido de dolor me sobresalta—. Por favor, no —me giro y
veo que Marcello está en posición fetal. Se me rompe el corazón al verlo tan
vulnerable.
Cuanto más escucho, más me convenzo que no puedo dejarlo así. Está
sufriendo...
Da... miedo.
Sus ojos se posan en mis labios y los recorre con las yemas de los dedos.
Mis ojos se abren de par en par, sorprendidos, al sentir sus labios sobre los
míos. Son... suaves. La sensación es totalmente abrumadora, y casi me derrito
en ella. Pero no puedo... No estaría bien. Le empujo un poco los hombros y
abro la boca para decirle que pare. Sus labios se abren sobre los míos y siento
su lengua tanteando el interior.
¿Esto es...? Frunzo un poco el ceño. Solo por curiosidad, toco con mi
lengua la suya, y un escalofrío me recorre la espalda.
¡Dios mío!
¡Dios mío!
Las manos de Marcello bajan hasta tocarme el culo a través del camisón.
Acomoda sus palmas en mis mejillas y me acerca a su pelvis.
Jadeo.
Con una fuerza que no sabía que poseía, lo alejo y me levanto. Sonrojada
y con la respiración agitada, me siento en el borde de la cama y trato de
serenarme.
—Lo siento... Yo... —Sacudo la cabeza, aun tratando de calmarme—. No
era mi intención... Es que me ha recordado algo y... —Intento explicar mis
circunstancias, pero las palabras no me salen.
Una sonrisa se dibuja en mis labios y me llena de vértigo. Así que esto es
lo que se siente al ser besada... Suelto una risita al pensar en ello.
El vestido que lleva es una túnica azul intenso que le llega a los tobillos.
Se podría decir que es un poco anticuado, pero habíamos mirado ropa más
moderna y Sisi había dicho que aún no se sentía preparada para eso.
Las chicas siguen charlando, mientras que yo me pongo cada vez más
nerviosa. No he visto a Marcello por la mañana, así que no hemos tenido
ocasión de hablar de lo que pasó anoche.
Una vez en casa, las chicas están encantadas con sus nuevas compras y se
reúnen para jugar con las computadoras. Venezia parece reacia a unirse a ellas
al principio, y creo que se siente como una extraña, teniendo en cuenta que
Claudia y Sisi se han criado juntas.
—No sé... —Se encoge de hombros, pero el anhelo en sus ojos al observar
a Sisi y Claudia es evidente.
—No, no lo ha hecho.
Es mejor quitarse esto de encima ahora. Seré yo quien cree todo tipo de
escenarios en mi cabeza si esta confrontación se pospone más tiempo.
—Lo siento —digo nada más sentarme, queriendo sacar esto antes que
nada—. No debería haber...
—No sabía que le disgustara tanto estar ahí dentro... —Sacude la cabeza—. Si
quieres estar presente en la entrevista, tengo tres candidatas que vendrán en
unas horas. —Acepto de buen grado—. Estupendo. Nos vemos en —mira su
reloj—, ¿dos horas en el salón?
—¿Por qué es tan difícil? —se queja cuando hacemos una pequeña pausa
antes que entre la última persona.
—No puedo creer lo esnobs que eran. —Ya estoy frustrada con el
proceso.
Todas se han burlado del hecho que Venezia tenga quince años y no haya
recibido educación formal. Marcello había guiado la entrevista para que
mostraran su verdadera cara, ya que habían tenido una experiencia horrible
con la última institutriz de Venezia.
Amelia anuncia que la última candidata está lista para entrar. Parece tener
unos treinta años, definitivamente más joven que las anteriores. Toma asiento
frente a nosotros y procedemos a las preguntas habituales. Sus respuestas son
correctas y le doy a Marcello una lenta inclinación de cabeza. Incluso ha
acertado en las preguntas difíciles.
—¿Incluso mañana?
—Sí.
Giro la cabeza y veo a Marcello mirándome con una ligera sonrisa en los
labios. Cuando mis ojos se encuentran con los suyos, desvía la mirada de
repente.
—En efecto —dice y sale rápidamente de la habitación.
—¿Sabes qué es esto? —le pregunto a Amelia, pero ella niega con la
cabeza y me deja sola.
No puedo creerlo.
Creo que nunca nadie me había regalado algo así. Cuando era más joven,
a mis padres les gustaba fingir que no existía. Tenía a mis profesores, y al
personal; pero estaban lejos de ser mi familia. Estaba Enzo, pero, aunque
siempre ha sido muy amable conmigo, estaba casi siempre ausente mientras
crecía. Nos separan pocos años, pero como era el heredero de mi padre, tenía
otras responsabilidades. Solo lo veía un par de veces al año. El resto del
tiempo estaba fuera, en Sicilia, haciendo quién sabe qué.
No está.
—Lo es, ¿verdad? —le digo cariñosamente—. Gracias por hacer esto,
estoy segura que va a aprender mucho de ti —añado. Pero entonces veo mejor
a Sarah y tengo que parpadear dos veces.
No ayuda el hecho que haya combinado el top con una falda muy corta.
Aunque me sorprende un poco la poca ropa que lleva, intento fingir que
no me doy cuenta. Puede ponerse lo que quiera, pero podría hablar con
Claudia para que no se le ocurra nada. No creo que esté preparada para que
mi hija imite eso todavía.
Instalo todo bien, y cuando Claudia viene, le pido que haga de modelo
para mí. Creo que Marcello se ha dado cuenta de su gusto por el rosa, porque
muchas de las telas son de distintos tonos de ese color.
Pasamos el resto del día jugando con las telas, Assisi y Venecia se unen a
nosotras un poco más tarde.
Durante los días siguientes sigo invitándolas para que pasemos tiempo
juntas, estrechando lazos. Venezia parece haberse distanciado de Claudia.
Sisi, siendo Sisi, se ha vuelto un poco loca con su computadora, y rara vez se
toma un descanso de él. Ha estado leyendo sobre todo y cualquier cosa. Las
clases les han ayudado, e incluso he notado que Venezia se esfuerza por
aprender las letras. Después de sus horas con Sarah, intento repasar el
material con ella. Ahora necesita toda la ayuda hasta que pueda comprender
lo básico.
Tengo que admitir que Sarah está haciendo un magnífico trabajo con las
niñas, aunque su ropa parece cada vez más corta. Quizá sea yo, pero a veces
no puedo evitar mirarla. Me alegro que Marcello esté casi siempre lejos,
porque ¿no sería embarazoso para él verla así? Sacudo la cabeza al pensarlo.
—Sarah, por favor, abstente de hablar así de mi mujer —le dice Marcello
y me da un poco de esperanza. Aun así, el pinchazo duele. Sobre todo, porque
quizá no le resulte atractiva...
—Por favor, Señor Lastra. Conozco a los hombres como usted —responde
ella, y hay una pausa.
—Pero...
—Lárgate antes que te saque yo misma. Y no se te ocurra volver. —Sus
ojos se abren de par en par con el miedo y asiente lentamente antes de salir de
la habitación.
—Marcello —le digo, con voz suave. Está temblando, todo su cuerpo se
estremece mientras se balancea cada vez más rápido—. Marcello, estás a
salvo. —Lo intento de nuevo.
Estoy muy asustada. Solo con mirarlo así, es suficiente para que se me
llenen los ojos de lágrimas. Ella lo tocó. Ella lo tocó, carajo, y ahora él... se
paralizó, ¿no?
—Marcello —bajo la voz—, mira lo que tengo aquí. Hice esto con los
materiales que me regalaste. —Pongo el corpiño que he hecho delante de él y
empiezo a hablar.
—¿Estás bien? —Me acerco a él todo lo que puedo sin que se sienta
incómodo.
—¿Quién, Sarah?
¡No!
—¿Catalina?
A mis ojos les cuesta adaptarse a la luz del día. Catalina está sentada sobre
sus pies, con el rostro lleno de preocupación.
—¿Estás bien? —pregunta, deslizándose hacia mí.
Durante los últimos diez años, su rostro ha sido mi única guía para volver
a la realidad. El único vínculo que tenía con el mundo.
Sorprendentemente, no lo hace.
—Siempre ahuyentas a los demonios. —Abro los ojos y dejo caer las
lágrimas. No tengo miedo de parecer débil delante de ella. No cuando solo
saber que está cerca me hace sentir tan fuerte.
—Marcello, tú... —Me mira con asombro.
Con mi valentía aún intacta, doy un paso más y tomo su mano entre las
mías. Dejo escapar un fuerte gemido ante la sensación. Dudo en rodear su
mano con mis dedos y tengo que tomarme un minuto para regular mi
respiración.
—Es real. Soy real. —Su cuerpo se acerca y nuestras rodillas casi se
tocan.
Pero no puedo.
—¿Puedo preguntar por qué odias que te toquen? —Su voz es pequeña,
pero es como un bálsamo para mi maltrecha alma.
—Gracias.
—Yo... tengo una confesión que hacer —dice Catalina, y me vuelvo hacia
ella. Tiene las mejillas rojas y la cabeza baja—. Ni siquiera sé cómo decir
esto, Señor. —Aprieta los labios.
—No hay nada que puedas decir que me haga enojar, Lina —le aseguro, y
una pequeña sonrisa aparece en su rostro.
—Yo... Hace una semana más o menos estaba en la cocina por la noche
y... te oí.
Ella asiente.
—Creo que sí. Fue mi primer beso. —confiesa y mis ojos se abren de par
en par por la sorpresa.
Catalina parece avergonzada, así que intento consolarla con una confesión
propia.
No querría que conociera mi sórdido pasado... las cosas que había hecho
para que padre no me molestara. Pero incluso entonces, había trazado la línea
en algo tan íntimo como besar. Nunca me pareció correcto.
Me siento... en casa.
Pero lo hago.
Mis labios cubren los suyos, casi como el roce de una pluma. Respiro su
esencia y su boca se abre para dejarme entrar. El sabor de ella... la sensación
de ella... No puedo evitarlo y la acerco, convirtiendo un dulce beso en uno
urgente. Sus manos están rígidas a su lado, y me doy cuenta que se esfuerza
por no tocarme. Su consideración me hace sentir muy bien.
Nos besamos durante lo que parecen horas y, cuando por fin nos
separamos, ambos respiramos con dificultad.
—¿Dónde nos deja esto? —me pregunta Lina, con voz esperanzada.
—¿Qué es esto?
Tiene razón en que apuñalar a alguien a través del corazón no es tan fácil
como parece, principalmente porque no estarías apuñalando el corazón, sino
que tendrías que inclinar el cuchillo en un ángulo desde abajo. E incluso eso
depende mucho del tipo de hoja que se utilice y de la fuerza del agresor, ya
que hay que atravesar primero la grasa y el músculo.
—Cuéntalo.
—Mira de nuevo el informe. Hay una lista de todas sus lesiones. ¿Pero sabes
lo que no hay? —Espero, sabiendo que me iluminará—. Heridas de defensa.
Ninguna. El informe de toxicología también salió limpio, así que no estaba
drogada. Si la herida era poco profunda, habría tenido tiempo suficiente para
luchar.
—Así que ella lo quería. ¿Oyes lo absurdo que es eso? ¿Quién aceptaría
voluntariamente ser descuartizado y expuesto en un altar?
—Alguien con el cerebro lavado. ¿Alguien que cree que hay un propósito
superior en su muerte? —Vlad se encoge de hombros—. Los humanos han
dado su vida por menos —dice en tono aburrido.
—Como he dicho, hasta ahora es solo una teoría, pero me gustaría ponerla
a prueba.
Vlad me dice entonces que el hombre en cuestión es una rata y que habría
recibido un castigo similar de todos modos.
La teoría de Vlad parece una locura. Diablos, es una locura. ¿Por qué
alguien se dejaría asesinar voluntariamente por un asesino en serie? Pero si
hay alguna posibilidad de que tenga razón... Entonces la monja conocía al
imitador. Es un punto de partida. Y no puedo permitirme dejar ninguna hoja
sin remover. No cuando tengo a alguien a quien proteger.
Catalina puede ser la única mujer en este mundo que puedo tocar sin
problemas... y no sé si es una bendición o una maldición.
—Gracias —digo. Podría haberme duchado fácilmente, pero que ella haga
esto... Es como un sueño hecho realidad.
Está tan concentrada en su tarea que no se da cuenta que está bajando cada
vez más y peligrosamente. Cuando pasa por mi ombligo, tengo que reprimir
un gemido. ¿Sabe siquiera lo que me está haciendo? Un poco más abajo y
vería lo mucho que me afecta.
—Ahora no, Lina. Ya has visto cómo me puedo poner durante la noche.
¿Y si te hago daño? —Sacudo la cabeza, sabiendo perfectamente lo mal que
pueden llegar a ser mis terrores nocturnos.
Me mira por un momento, con los ojos llenos de anhelo, pero hace lo que
le digo.
¡Maldita sea!
—Lleva tiempo hacer un vestido desde cero. —La giro ligeramente para
ajustar el dobladillo de la falda—. ¿Qué te parece? —Ella se pone delante del
espejo, una sonrisa de satisfacción aparece en su rostro.
—Oye, eso no es justo. Tienes tus clases durante el día. —Le recuerdo.
Después del desastre con Sarah, habíamos vuelto a buscar una institutriz y
finalmente habíamos encontrado a la persona perfecta. La Señora Evans es
una mujer mayor con más de treinta años de experiencia docente. Lleva unas
semanas a cargo de las niñas y no hemos tenido ninguna queja.
Siempre lleva una máscara porque tiene miedo que le hagan daño. Eso lo
hace parecer distante y severo a los ojos de los demás. Pero también he
llegado a conocer su lado tierno.
Sin embargo, a pesar de todo el tiempo que pasamos juntos, no hemos ido
más allá de los besos. Aunque enciende mi cuerpo cada vez que me besa,
siempre se retira cuando las cosas se ponen demasiado calientes. Nada me
gustaría más que ir más allá. Sé que estoy preparada para ello. Incluso he
leído algunos libros sobre el tema en Internet.
Es curioso cómo nunca pensé que sería capaz de sentir las cosas que
sienten las mujeres normales, tenía miedo incluso de intentarlo. Pero cuando
estoy con él, me olvido de todo. Aquella noche de hace años no es más que un
recuerdo borroso, y creo que por fin puedo dejarlo pasar.
—Bien, no lo haré. Pero que sepas que estoy detrás de ti. —Se señala con
dos dedos los ojos y luego hacia mí.
Marcello debe de haberse dado cuenta que prefiero llevar vestidos a media
pantorrilla, porque ha elegido el largo perfecto. Los zapatos también me
quedan bien. Estoy demasiado sorprendida por esto, y no puedo evitar
preguntarme cómo pudo saberlo. ¿Quizá Amelia ha buscado entre mis cosas y
se lo ha dicho?
Le doy una tímida sonrisa. Solo quería estar perfecta para él. Él nota el
cambio en mi estado de ánimo y sube sus dedos para acariciar lentamente mi
rostro. Sus labios se curvan en las comisuras y rápidamente deja caer un beso
en mi nariz.
—Siento no haber estado tanto por aquí, pero las cosas han estado
agitadas. —se disculpa.
—Eso, y que tenía que aportar algo para que la famiglia confiara en mí
como capo.
—Ya veo.
—Los últimos meses no han sido más que problemas. Hay muchos
jugadores nuevos en la ciudad, y todavía no sabemos con quién estamos
tratando exactamente.
—¿Por qué no? —Se inclina—. Eres mi mujer. —Me sonríe y siento que
se me contrae el estómago.
Marcello suspira.
—No quiero que mis hermanas, ni nuestros hijos, se conformen con este
tipo de pensamiento anacrónico. No me importa la tradición en la que una
mujer no es más que una madre de familia. Deben ser su propia persona —
añade, y noto que se me humedecen los ojos. Rápidamente la disimulo con un
parpadeo.
—No tienes ni idea de lo que significa para mí. Nunca me vieron como
una persona, sino como una oportunidad para mi familia. Fui testigo de cómo
vendían a mis hermanas en matrimonio como si fueran ganado, y luego tuve
que esperar hasta que me tocó a mí. —Mi labio se curva con desagrado—.
Cuando me quedé embarazada... —Siento que se me hace un nudo en la
garganta al recordar cómo me había tratado mi familia—. Si no fuera por
Enzo en aquel entonces, me habría quedado sin hogar. Mi padre dijo que
había traído la vergüenza a la familia y que.... —Respiro hondo—. Que ya no
era su hija. Mi madre no se atrevió a intervenir.
—Sí —digo y miro a cualquier parte menos a él. Tener hijos con
Marcello... Creo que me gustaría. Mucho, de hecho. Me sonrojo al pensarlo.
—Sí. Y no me gusta.
Es entonces cuando me doy cuenta. La punta está justo por encima del
líquido, pero no hay manera de confundirlo. Es un dedo... un dedo humano.
Con un grito, salto hacia atrás, cayendo al suelo. No... esto no puede ser...
—Claudia... —susurro, un grito histérico escapando de mis labios—. Ese
es el anillo de Claudia... no...
No puede ser...
—¿Mi anillo? No sé... Debo haberlo olvidado en alguna parte. ¿Pero cómo
lo has sabido? —Su respuesta me ayuda a calmarme un poco, así que le
aseguro que todo está bien y que la veré en casa.
—Te tengo —me susurra en el cabello, sus brazos me rodean con fuerza.
Lloro hasta quedarme dormida, con Marcello abrazándome tan cerca que
casi creo que nada puede hacerme daño.
Frunzo el ceño.
Abro la puerta.
—¿Dónde?
—¿No dijiste que discutirías las cosas conmigo? —Me vuelvo hacia
Marcello—. Tengo derecho a saberlo.
—Estaré allí.
Después que Enzo se va, le pregunto a Marcello por qué está tan dispuesto
a arriesgarse a un conflicto a gran escala solo para evitarme algunas
molestias. Su respuesta, sin embargo, me deja helada.
—No quiero volver a verte herida, Lina. Y sé que esta gente... Ellos
golpearán por debajo del cinturón.
—Puedo soportarlo.
Sé que no voy a recibir ningún premio al hermano del año, pero hasta yo
he podido notar que Assisi se ha estado comportando de forma un poco
extraña. Todo empezó con que su falta a algunas cenas, y ahora apenas sale
de su habitación, excepto para ir a sus clases. Incluso la Señora Evans me
había dicho que había encontrado a Assisi un poco distraída.
—Si ella quiere. Intentaré hablar con ella, pero puede ser muy terca.
—No estoy tan seguro. No sabemos con quién pueden trabajar. —Los
Guerra siempre han sido insulares.
No la merezco.
—Gracias —susurra.
Si me salgo con la mía, escuchará eso todos los días del resto de nuestras
vidas. Pero en el fondo sé que no tengo tanto tiempo con ella. Y tomaré todo
lo que pueda conseguir.
Escruto mis facciones y me giro para saludar a mi tío. Esta no era la forma
en que quería volver a verlo. Había estado en contacto con mis subjefes, pero
no con él. Seguro que se ha ofendido por ello, siendo él el Consigliere y
supuestamente mi mano derecha. Casi resoplo ante la idea.
—¿Es esta encantadora dama tu nueva mujer? —comienza con una voz
dulce que no es propia de él.
Nicolo estrecha los ojos hacia mí, pero no hace más comentarios.
—Me alegro que hayas podido estar con nosotros esta noche. —Finge una
tos y pasa por delante de nosotros.
—Así que ese era tu tío... —Catalina frunce el ceño al ver su figura en
retirada. Parece que esta noche ha venido solo.
—No te acerques a él. Es peligroso.
—No cree que deba ser capo. —le respondo con mala cara—. Y por eso,
no sé de qué es capaz.
Debe haber unas cincuenta personas dentro, todas ellas de alto rango
dentro de las cinco familias. O cuatro... Observo la sala y veo que DeVille no
han aparecido ni han enviado a nadie en su nombre.
—La verdad es que no, pero cosas más raras han pasado —comento, mis
ojos se centran en la multitud una vez más.
12
Significa “hermano” en italiano.
Los ojos de Franco siguen siendo asesinos mientras me mira, luego a
Catalina, y sé que esto está lejos de terminar. Es demasiado público en este
momento.
—¿Por qué no dejas que tu mujer se una a las otras mujeres y podemos
hablar de negocios? —Benedicto asiente hacia el grupo de mujeres que
conversan en una mesa cercana.
Cosima estrecha los ojos hacia Catalina, y no parece muy interesada. Pero
pone una sonrisa y se dirige a ella, de todos modos.
Ya tengo que apretar los dientes y dejarla ir, pero sé que hay que seguir
cierta etiqueta.
—Oh, ahí está el retrasado. Tengo que preguntarme por qué has
organizado esto, capo. —Las palabras de Michele están llenas de veneno—.
¿Acaso querías mostrar al mundo que tu mayor es un borracho? —Sonríe
sarcásticamente—, mientras que tu heredero es un puto retrasado. —Su
énfasis en el heredero no se me escapa.
—N-no l-le ha-ha-hables a p-padre a-así. —Rafaelo balbucea mientras se
agarra a Michele.
—Sí, Raf, deja de hablar. Le vas a enseñar a todo el mundo que te han
dejado caer de cabeza al nacer —dice Michele en tono burlón, y la cabeza de
su hermano se agacha avergonzada.
—Así que, Lastra —empieza Benedicto—, he oído que tus últimos envíos
fueron un fracaso.
Hace una señal con la mano y le dirige a Franco una mirada amenazante.
No sé exactamente qué quiere decir eso, pero Franco se calla inmediatamente,
no muy contento.
—Ya veo. ¿Y qué me costaría eso? —Tengo bastante curiosidad por saber
qué podría querer Benedicto a cambio. Simplemente porque sus acciones son
un poco... sospechosas. Tanta enemistad entre nuestras familias ahora mismo,
¿y quiere una asociación? Tiene que haber algo más.
—Si lo pones así... —Hace una pausa y me mira, entrecerrando los ojos—
. Mi hijo es mi heredero. —Tira de un Rafaelo aún acobardado hacia su lado,
dándole una palmada en la espalda y haciendo que se ponga más erguido—.
Pero todavía no le he encontrado una buena novia. Necesita una buena mujer
que cuide de él y de la casa. Difícil de encontrar hoy en día —suspira—, con
estas nociones feministas, todas las mujeres son repentinamente
independientes. —Sacude la cabeza con disgusto y comienza una perorata
sobre cómo el lugar de las mujeres debería estar en casa cuidando de sus
maridos e hijos. Estoy escuchando a medias en este punto, y noto la expresión
atormentada de Rafaelo.
—Y-yo n-no qui-quiero u-una m-mu-mujer. —Rafaelo se reafirma con
gran dificultad, y lo siento por él.
—Pero necesitas una. —Su padre comenta y sigue adelante, sin tener en
cuenta la opinión de su hijo—. He oído hablar de tu hermana —dice de
repente Benedicto, y veo por dónde va esto.
—No creo que Assisi esté preparada para eso pronto. Y, si en el futuro
decide casarse con alguien, lo dejaré a su criterio. —Trato de explicar.
Tal vez Michele estaba en algo... Tal vez Rafaelo tiene algunos problemas
mentales. Es difícil asociar su apariencia física con eso. Es un hombre grande,
si no fuera por sus hombros caídos y su cuello arqueado. Solo su postura le
hace parecer más un niño que un adulto.
Frunzo el ceño.
¿Dónde está?
No la veo por ninguna parte, así que pregunto a las mujeres con las que
había estado. Una de ellas me dice que debe haber ido al baño. Pero no me
tranquiliza.
No puede estar sola. No aquí, con tantos que quieren hacerle daño.
Inmediatamente me concentro en Enzo. Está junto a un puesto de alcohol,
con una expresión de aburrimiento en su cara. Mira fijamente el vaso medio
vacío que tiene en la mano, mientras la gente que le rodea charla. Su mujer
está a su lado, pero está ocupada hablando con su padre.
—¿A dónde vas? —Su mujer, Allegra, se aferra a su brazo y pone mala
cara.
—Deja de abrir la boca si quieres conservar esta cara tan bonita. —La
empuja hacia atrás y, con el ceño fruncido, me indica que me ponga en
marcha.
Después de revisar todos los rincones del salón de baile, siento que estoy
perdiendo la cabeza. ¿Dónde está ella? Las cosas que se me pasan por la
cabeza no ayudan en absoluto.
Reviso los baños, unas cuantas mujeres me gritan y me llaman pervertido,
pero no me importa.
Ahora.
Estoy hiperventilando.
Pasan los minutos, corro de un lado a otro y aún no hay rastro de ella.
Incluso compruebo fuera del hotel y en el estacionamiento, y no está allí.
—¡Puta!
—¡Zorra!
Las palabras se lanzaban sin cuidado. Un grupo de mujeres está reunido
en el otro extremo del salón de baile, y todas están ocupadas en cotillear.
Lo ignoro todo.
Solo veo a Lina. Mi hermosa Lina está sola en un rincón, con las mejillas
manchadas de lágrimas. Su vestido ha sido rasgado en el dobladillo, y hace lo
posible por mantenerse fuerte.
Pero le he fallado.
Me agarro más fuerte, esperando que ella no escuche las lenguas viciosas
que se mueven a nuestro alrededor.
—No los escuches —susurro, dispuesto a llevarla a casa. Me quito
rápidamente la chaqueta y se la pongo sobre los hombros, girándola hacia la
salida.
Franco continúa.
—¿Ah, sí? De tal palo tal astilla entonces. Está empezando joven.
13
Jezabel: Personaje bíblico judío y cristiano, fue reina de Israel, que indujo a su esposo al culto politeísta,
abandonando la devoción a Yahvé-Jehová; así como también costumbres libertinas como las orgías y otras cosas
profanas que iban en contra de los mandamientos de Dios.
Catalina jadea a mi lado, y y lo pierdo.
Recuerdo haber leído sobre su familia, y que Benedicto Guerra tiene dos
hijos de dos madres diferentes. Supongo que aluden al hecho que Benedicto
se había casado con Cosima apenas unos días después de la muerte de su
primera mujer.
—Si me viera como su madre. —Cosima finge un suspiro y procede a
relatar lo mucho que ha intentado ser una madre para Michele—. Pero me
odia.
—Si me disculpan, tengo que ir al baño. —Les dedico una sonrisa tensa y
me dirijo hacia la salida.
—¿Lo es? —Su labio se curva en una sonrisa cruel. Avanza hacia el
interior, cerrando la puerta tras de sí.
—¡Suéltame!
—¿Por qué iba a hacer eso? —Su actitud es despreocupada, pero no puedo
evitar el escalofrío que me recorre el cuerpo.
—Hmm —me pellizca la barbilla entre los dedos y la gira con fuerza
hacia él.
Intento no mostrar el miedo que siento. En lugar de eso, le miro a los ojos,
mientras busco el botón del pánico que me ha dado Marcello. Es un pequeño
dispositivo que emite un ruido ensordecedor si se activa. Estaba tan
preocupado por nuestra presencia aquí que había pensado en todo, bendito
sea.
Sus dedos son ásperos y me están haciendo daño en el rostro, pero intento
no gritar. Llevo la mano al bolso, buscando el botón del pánico.
—¿Así es como enredaste a mi primo? ¿Con esa mirada inocente que tienes?
—No respondo—. ¡Contesta! —Aprieto los labios—. ¡Puta! —Su
movimiento es tan repentino que apenas puedo reaccionar.
¡No!
—¡Suéltame! —gimo, con las manos pateando su pecho y su cara. Parece
divertido por mis esfuerzos y sonríe.
No se mueve.
El dorso de su mano golpea mi mejilla con tanta fuerza que veo las
estrellas. Lucho por mantener el equilibrio y él vuelve a desgarrarme el
vestido, con sus dedos rozando el interior de mi muslo.
¡No!
Está luchando con su cinturón cuando se abre la puerta y unas mujeres nos
miran con cara de circunstancias.
No.
Está intentando tirar del vestido por encima de mis caderas cuando veo mi
oportunidad. Con toda la fuerza que puedo reunir, subo la rodilla y le golpeo.
Gime, retrocede y me suelta. No pierdo el tiempo y salgo corriendo del baño.
Zorra
Puta
Zorra
Está aquí.
Sus ojos recorren mi cuerpo y solo puedo imaginar lo que está viendo... el
estado en que me encuentro.
—No los escuches. —Su voz es solo para mis oídos, y el dolor en sus ojos
refleja el mío.
Coloca su chaqueta sobre mi vestido arruinado y me coge de la mano,
dispuesto a marcharse.
—¿Lo ven, todos? ¿Ven cómo intenta arruinar a los hombres? Es una
Jezabel, les digo. Llevando a los hombres buenos a su perdición. —Franco
me apunta directamente, casi empujando su dedo en mi rostro.
—¿Ah, sí? Entonces, de tal palo tal astilla. Está empezando joven.
Doy un paso atrás, con la boca abierta por la sorpresa. Él... Acaba de...
Las lágrimas corren por mi rostro en este momento. ¿Cómo puede decir eso?
Con una velocidad inhumana, lanza el tenedor hacia Franco, con el lado
afilado hacia delante. Tanto la puntería como la fuerza deben haber sido
increíbles porque el tenedor se incrusta en el ojo derecho de Franco.
—Es así... —Marcello le estrecha los ojos—. ¿Debo recordarte que la hija
en cuestión es también mi hija? —Que reclame a mi hija como suya me
calienta el corazón de una manera que nunca creí posible.
—¿Alguien más tiene algo que decir sobre mi familia? —Se gira para
mirar a la multitud y reta a cualquiera a decir algo.
—Lo siento. —Esta vez es lo suficientemente fuerte como para que todos
lo oigan.
—¿Cómo... cómo puedes dejar que me haga esto? —Franco balbucea, con
la cara tensa por el shock.
—Ya no.
—No es tu culpa, amor. No lo es. —¿Cómo podría haber evitado que ese
hombre me agrediera? Precisamente en el baño de mujeres—. Lo que hiciste
por mí... cómo me defendiste—. Sacudo la cabeza, mis ojos brillan con
lágrimas no derramadas—. Nadie había hecho eso antes. Nadie me ha
defendido así. Y por eso, eres mi héroe. —le digo con ternura.
—No soy el héroe de nadie. —dice tras una breve pausa—. Héroe... yo… —
suelta una risa seca—. Si supieras... —Sus manos rodean mi cintura y me
abraza—. Lo siento mucho —sigue murmurando.
—¡Espera, por favor! —Las palabras salen de mi boca antes que pueda
pensarlo demasiado—. Quédate. —No sé de dónde viene este coraje, pero
mientras lo miro a los ojos, sé que puedo hacerlo. Puedo mostrarle mi yo más
vulnerable.
¡Puedo hacerlo!
Viene hacia mí, doblando las mangas de su camisa. Cuando está junto a la
bañera, se arrodilla y toma la esponja de mis manos.
Sube hasta la clavícula y tengo que tragar saliva por la sensación. Le echo
una mirada furtiva y él tampoco se queda indiferente. Marcello me atiende los
dos brazos antes de prepararse para pasar a la espalda.
—Lina... —su voz es suave, su aliento casi roza mi piel. Entonces me doy
cuenta de lo cerca que está de mí.
—Mar... —Me detengo cuando siento sus labios en mi espalda, justo
donde empieza mi cicatriz. Comienza a trazar el contorno de la cicatriz con
sus labios, y mis ojos se llenan de lágrimas.
—Eres preciosa, Lina. Tan, tan hermosa. —Su voz es como un bálsamo
para mi corazón. Hay una calidez... Creo que nunca me había sentido así.
—Gracias. Por esto. —Toma mi mano y se la lleva a los labios para darme
un ligero beso.
Por primera vez, quiero tener el control de lo que pasa con mi cuerpo. Y
Dios, lo quiero a él. Él es todo lo que es amable y bueno y ni siquiera sé lo
que he hecho para merecerlo.
Simplemente lo es todo.
—Por favor.
Levanta la cabeza una fracción, las pupilas tan dilatadas que sus ojos están
casi de espaldas.
—No. —Hace una pausa—. Pero estoy limpio. No he estado con nadie en
más de una década. —Sus palabras me sorprenden. Nunca imaginé que un
hombre como Marcello fuera célibe durante tanto tiempo. Pero dado su
problema con el tacto... Veo cómo eso podría afectar las cosas.
Y me hace sentir increíblemente honrada que comparta esta parte de sí
mismo conmigo.
—De acuerdo. —Apenas exhalo la palabra antes que su boca esté sobre la
mía una vez más. Me besa durante lo que parece una eternidad antes de subir,
dejando caer besos por todo mi rostro: la nariz, las sienes, la frente.
—No, no lo hagas. Te quiero a ti, todo tú. —Quiero ser suya y quiero que
él sea mío. Los hijos que podamos tener no serán más que una bendición.
—Dios, Lina, sabes tan bien. Mejor de lo que había imaginado —gime
contra mi carne, su lengua hace maravillas en mi cuerpo—. Eres un milagro
—ruge contra mí, su cálido aliento me hace jadear cuando encuentra un punto
concreto—. Eres mi puto milagro. —Sus palabras no deberían calentarme
tanto, pero Dios, podría decirme cualquier cosa ahora mismo y simplemente
me derretiría.
—Lo más bonito que he visto en mi vida —responde, con ternura en los
ojos.
Y está... desnudo.
—No. —Sacudo la cabeza con fuerza. Quiero esto. Es la primera vez que
veo...
Sé cómo funciona esto, y es imposible que esa cosa quepa dentro de mí.
Señor, debe ser del largo de mi antebrazo. Recordando el dolor de la última
vez, retrocedo instintivamente.
—¿Sientes esto? ¿Lo mojada que estás para mí? —Mis dedos se
introducen en mis resbaladizos pliegues y me doy cuenta de lo que quiere
decir. Si no fuera tan engreído, me sentiría avergonzada por la cantidad de
humedad que encuentro.
Trago mi ansiedad.
Nunca contigo.
Es... maravilloso.
—Dime que puedo moverme. —Su voz es dolorosa y veo lo tenso que
está.
—¡Por favor! —le insisto, rodeando su espalda con mis manos y poniendo
su pecho en contacto con mis pechos. La fricción añadida es deliciosa
mientras nos movemos juntos.
Se me escapa un gemido.
—Ah, yo... —Parece saber lo que necesito, porque mueve una mano entre
nuestros cuerpos y me acaricia ligeramente el clítoris. El efecto es casi
inmediato.
Es demasiado.
La ternura de sus ojos me traga por completo, y solo puedo negar con la
cabeza.
Tan perfecto...
Despierto con un cuerpo cálido a mi lado.
Hace unos meses nunca hubiera creído que podría volver a tocar a otra
mujer. Y ahora ... he pasado la noche con alguien.
Anoche había sido ... Ni siquiera tengo las palabras para describir toda la
experiencia. No me había atrevido a esperar que me diera la bienvenida en su
cama ... o en su cuerpo pronto.
Había sido completamente honesto con ella cuando le dije que nunca antes
había hecho el amor con una mujer. Todo había sido igual de nuevo para mí
también. Desde el tacto de su piel contra la mía, hasta el sonido de sus
gemidos y la mirada de ella al correrse. Me sentí como un adicto siendo
introducido a una nueva sustancia. Sus labios ligeramente separados, su canal
agarrándome con fuerza. La forma en que me había tocado tentativamente.
Cierro los ojos con fuerza, sintiendo que la culpa de mis acciones me
asalta.
No soy alguien a quien debería amar, pero aceptaré cualquier rasguño que
ella pueda dar. Si supiera lo profundos que son mis sentimientos por
ella. Giro la cabeza y miro su forma dormida. Lina no tiene idea de lo mucho
que la amo. Ni siquiera me recuerda. Sin embargo, lo hago.
¡Joder!
Pensé que podía controlarme. Mi polla está dura como una roca y sus
toques inocentes no ayudan. Ni siquiera creo que se dé cuenta de la forma en
que está empujando sus tetas contra mi pecho, o del hecho que su pierna de
repente está cerca de mi erección palpitante.
Uso mi pulgar para deslizarme sobre su clítoris, rodeándolo cada vez más
rápido hasta que la siento temblar. Sus paredes se aprietan alrededor de mi
dedo y vuelvo mi atención a su rostro, mirándola rendirse a su orgasmo.
—¿Está bien? —Ella me mira con los ojos muy abiertos y llenos de
interés inocente.
——Lina ...
La detengo.
—No, no. Quiero estar dentro de ti cuando me corra. —Me vuelvo hacia
ella y le coloco un mechón detrás de la oreja.
Lina menea un poco su culo y mi cabeza cae hacia atrás ante la sensación.
—Sí, justo así. —La alabo, ayudándola a moverse hacia arriba y hacia
abajo.
—Me alegra ver que ustedes dos se llevan bien —afirmo, tomando asiento
frente a ella.
—Dijo que te estás tomando tus lecciones en serio y que te pondrás al día
en poco tiempo si continúas así.
—Sí. Mamá me dijo que encerrabas a los malos. ¡Yo también quiero hacer
eso! —Ella está completamente entusiasmada cuando dice esto. Mi mirada se
dirige a Catalina y parece avergonzada.
Sus cejas se mueven hacia arriba y frunce los labios, sumida en sus
pensamientos. Ella es tan linda.
—¡Lo es! Entiendo más de lo que piensas. —Claudia mira a su madre con
ojos tristes.
Y duele.
Me duele saber lo mal que las han tratado y que no hubiera nadie que las
defendiera.
—¿Promesa de meñique?
Mi dedo todavía está en el aire. El contacto había sido tan breve ... pero lo
hice.
Miro hacia arriba y Catalina me mira con tanta ternura ... Casi quiero
pensar que es amor.
—Entonces quiero ser policía —Venezia interviene de repente y cruza las
manos frente a ella, casi desanimada que no la hayamos incluido en la
conversación. —Atrapan a los malos —dice con aire de suficiencia.
Mientras tanto, entra Amelia y nos informa que el desayuno está listo.
—Lo sé. Eres el mejor. —Sus ojos brillan con calidez, y tomo su boca
para un beso rápido.
Miro para ver a Assisi en lo alto de las escaleras protegiéndose los ojos.
—¿Sisi?
—¿Qué es eso?
—¿Qué? No ... algo debe haberme mordido. —tartamudea, sus ojos miran
a cualquier parte menos a Lina. —Tengo hambre, te veré en el comedor.
—Qué extraño… —comenta Lina una vez que está de vuelta a mi lado.
—No pensé que estaría sentado en una habitación con ustedes dos de
nuevo. —Adrian se cruza de brazos mientras nos mira a Vlad y a mí.
—El punto. —Vlad se da vuelta, levantando una ceja. Adrian gime en voz
alta.
Es bien sabido que no se llevan bien. Adrian siente una fuerte aversión por
Vlad debido a su estrecha relación con su esposa, Bianca.
—Desordenados, ¿cómo?
—Eso también tiene sentido con los datos que tengo —agrega Adrian—.
He hablado con algunas personas, pensé que debería aprovechar esto mientras
todavía estoy vivo —bromea, refiriéndose a su plan para fingir su
muerte. Como hijo de Jiménez y heredero designado, sería el primer objetivo
si alguien quisiera recrear el alcance de Jiménez—. Se han reportado muchos
delitos menores en el último mes. Si lo comparas con meses y años anteriores,
definitivamente es un valor atípico.
—De repente hay mucho más clamor dentro de las cinco familias. A pesar
de tu nueva participación, no creo que haya habido tanto tráfico en Nueva
York desde... —se muerde el interior de la mejilla, tratando de encontrar las
palabras—. Los años 90. Solo hay que mirar quién está presente. ¿Cuándo fue
la última vez que los Marchesi pisaron la ciudad? ¿Y los Guerra? No creo ni
por un segundo que el banquete fuera para amenazarte. Apuesto a que a
Benedict ni siquiera le importa que su sobrino derrochador haya muerto. —
Respira hondo y puedo ver que se está emocionando. Por supuesto, Vlad
siempre se emociona cuando se trata de caos y violencia, y esta parece ser la
receta perfecta para él—. Y por último, tenemos a DeVille. Han sido los más
activos. Si yo fuera Benedict, me cuidaría las espaldas.
—Puede que tengas razón en eso, pero no con tanta pasión. Ya estoy
perdiendo el sueño por esto.
—Creo que estás perdiendo el sueño por otras razones. —Adrian se ríe.
—Ya veo. —Frunzo el ceño mientras reviso los informes. Todos y cada
uno de los incidentes de Quimera habían sucedido al mismo tiempo que yo
había estado la zona. Es asombroso—. Es personal —digo en voz alta lo que
he estado pensando durante un tiempo—. Y Catalina está siendo atacada
porque quienquiera que sea sabe lo que significa para mí.
—Sí, las mujeres son tratadas casi con reverencia y los hombres al
contrario.
—Creo que nos estamos yendo al fondo. —Adrian levanta una mano—.
Estás investigando esto demasiado. ¿De verdad crees que todo es un símbolo?
—Esa es la cuestión. El modus operandi del Quimera original era apelar a
los instintos más básicos. Usaba intencionalmente cualquier referencia
personal para provocar una reacción fuerte —menciona Vlad, dándome una
mirada de reojo.
—¿Una mujer con fuertes conexiones religiosas? —Doy una risa seca—.
Creo que conozco algunas de ellas.
Con un último corte, tiro el cuchillo al suelo y agarro un paño para limpiar
la sangre. Me dirijo al baño y me miro en el espejo.
Maldita sea, la sangre realmente llegó a todas partes esta vez. Incluso mi
cabello rubio ahora está salpicado de rojo. Abro el grifo y me salpico un poco
de agua en la cara.
Hay cuatro cuerpos sin vida en el suelo. Esta había sido una de mis
sesiones de tortura más intensas, ya que no parecían temer a un adolescente
como a un adulto.
—Eso fue rápido. —Se pone de pie, pensativo—. Tengo que decir, chico,
—hace una pausa y me estremezco mentalmente por su uso de chico—, estoy
impresionado. —No lo parece.
En los últimos años, he aprendido que cuanto menos hablo, menos revelo
al mundo. De esta manera, nadie encontrará fallas o debilidades en mí.
Simplemente soy.
—Hay una razón por la que la gente no se mete con nosotros —continúa
mi padre mientras me conduce hacia un área del sótano en la que no he estado
hasta ahora—. No es que no quieran, sino que no se atreven. —sonríe, el
orgullo se refleja en su mirada.
La habitación es mucho más pequeña que las demás, pero nunca antes
había visto tantos instrumentos de tortura en un solo lugar.
—Sí señor —confirmo. ¿Qué puede ser peor que lo que he pasado hasta
ahora? Casi quiero reírme de ese pensamiento.
Sí, padre ha hecho algo bien, y eso es borrar la poca humanidad que me
quedaba.
—No lo sabía, lo juro. Pensé que tenía dieciocho años. —Su voz es
suplicante y sus ojos saltan entre mi padre y yo antes de fijarse en mí. En tono
suplicante, se dirige a mí.
¿Entonces?
Doce. Ella tiene doce años. Eso es incluso más joven de lo que yo era
cuando... detuve ese hilo de pensamientos. Siempre me enferma pensar en ese
encuentro, o en cualquiera de los posteriores.
Una vez que me quedo con Romero, parlotea, rogándome que lo salve. Ni
siquiera escucho sus gritos de ayuda mientras examino las herramientas a mi
disposición.
Violación.
Es un violador.
Padre quiere algo creativo. Mi mente vuelve a las agujas y al hilo que
había visto entre las otras herramientas.
Mis ojos se arrugan con una alegría oculta. Tengo justo la cosa. El
cuchillo desciende hacia su entrepierna. Romero se vuelve visiblemente más
aterrorizado.
—Hmm. ¿Es así? —Levanto los ojos para que pueda ver que nada puede
influir en mí.
—Sí... la convencí... Por favor déjame ir. Me casaré con ella, ¿de acuerdo?
Doy un paso atrás y pienso en mis opciones. Sopesando todo, asiento para
mí mismo y me dirijo de nuevo a los instrumentos. Cojo el kit de costura y
vuelvo al lado de Romero.
Sin embargo, aunque tener una polla por nariz definitivamente señalará
sus crímenes, todavía no se siente lo suficiente. Mi mirada se mueve más allá
de las bolas abandonadas y tengo una idea.
Como ya están separadas, es más fácil trabajar con ellas y coloco cada
bola en una oreja. Cuelgan bajo, como pendientes, su peso tirando de la oreja.
No esta muerto.
Con cuidado de conservar mi obra maestra, uso un hacha gruesa para una
rápida decapitación. Dejando atrás el cuerpo sin cabeza, tomo la cabeza recién
adornada y la coloco en una bandeja.
DIECISIETE AÑOS,
—¿En serio? —Me apoyo contra la puerta de madera, arqueando una ceja
ante la carnicería ante mí—. ¿Realmente no pudiste controlarte? —Niego con
la cabeza, no muy satisfecho con el trabajo que tengo que hacer.
—¿No es ese el punto de todo esto? —Vlad mueve su dedo entre nosotros
dos—. ¿Yo destruyo y tú reparas? Es tu arte.
—Sería más fácil si no ... te volvieras loco con los objetivos. —Examino
los restos, tratando de idear un plan para volver a unirlos.
—¿Celoso de qué? ¿De tener intestinos atascados entre mis dientes? Creo
que voy a pasar.
—Fue una vez, ¿de acuerdo? Tengo suficientes pesadillas sobre eso, no
me lo recuerdes. —Levanta una mano y se masajea la frente con la
otra. Reina del drama.
—Oh —Hago una pausa, una sonrisa tirando de mis labios—, ¿No darme
cuenta que tengo una costilla en el pelo y salir así?
—Eso también fue una vez. —Vlad suspira—. Y era una costilla flotante.
Esas cosas pueden ser diminutas.
—¿Vas en serio?
Codicia
Un hombre está cortado por la mitad, sus órganos se derraman. Otro tiene
sus extremidades cortadas, mientras que el tercero está relativamente entero,
aparte de la cabeza que está a unos metros del cuerpo.
Decido usar el tercero como lienzo principal. Sacando las grapas médicas
de mi bolso, las dejo en el suelo junto a mi kit de costura. Luego ensamblo las
piezas.
Antes que nada, saco todos los órganos y los dejo a un lado para uso
futuro. Luego, me aseguro que las extremidades estén completamente
cortadas.
El medio está vacío, ya que quité toda la caja torácica de ese cuerpo en
particular. Para que la transición sea perfecta, utilizo las costillas desechadas
para construir una réplica más grande de una caja torácica. Cojo un martillo y
unos clavos y conecto el lado derecho al izquierdo con las costillas sobrantes.
Me toma una buena media hora encajar las piezas. Pero al final, los torsos
parecen compartir una cavidad torácica.
—Ahora, ¿qué?
—¿Qué es lo que quieres hacer? —Me mira con los ojos entrecerrados,
antes de darse cuenta—. ¡De ninguna manera! ¿Hablas en serio?
—Bien, te ayudaré.
Antes de ponernos manos a la obra, recojo los cerebros y los separo de los
fragmentos de hueso, dejándolos a un lado.
—He terminado —Vlad se pasa una mano por la frente, apoyándose en los
codos—. Esto es aburrido.
—Quiero ver la cosa terminada. —Niego con la cabeza hacia él, pero sigo
concentrándome en mi tarea.
Una vez que el cráneo sin fondo recién construido está listo, lo coloco en
el cuello agrandado. Todavía hay cabello y cuero cabelludo en el exterior, lo
que revela las transiciones perfectas en las que había trabajado tan duro, pero,
por desgracia, no tenía ningún escarabajo carnívoro a mano.
Hecho, pero...
Esta obra maestra requerirá una audiencia antes que esté completa.
Codicia
Verán codicia.
—Dos minutos demasiado tarde. Hagamos esto. Tengo cosas que hacer —
dice de una manera cortante.
Sí, dudo que tenga algo que hacer. Al igual que yo, Vlad es un
solitario. Incluso más que yo, nadie se asociaría voluntariamente con él. Con
su naturaleza volátil, nunca se sabe cuándo estallará.
Codicia.
Ni siquiera requiere una presentación, ya que la gente se detiene a mirar,
algunos se enferman, otros se desmayan.
Las ratas hacen un excelente trabajo con la materia cerebral antes de llegar
a los intestinos y luego, como Hensel y Gretel, se abren paso a través del
laberinto de órganos. Todo es visible desde el exterior.
—¿Quimera?
Mi corazón late con fuerza. Creo que escucho voces, pero no puedo
concentrarme en lo que dicen. No cuando el dolor me atraviesa el culo. Sé
que me he desmayado antes, y por un tiempo he estado entrando y saliendo de
la conciencia. Pero el dolor siempre está ahí.
¿Qué me dieron?
Entonces se detiene.
¿Voy a morir?
Me van a disparar. Eso es todo. Por dentro estoy hiperventilando, pero por
fuera no puedo ni mover un dedo.
Dentro y fuera.
Fue solo una pesadilla... la misma pesadilla que siempre he tenido desde
esa noche. Mis ojos están empañados por las lágrimas. Pensé que lo había
superado... Pensé que finalmente lo había dejado atrás.
—Eres Lina. —Su mano acaricia mi rostro, sus ojos me miran con una
intensidad que casi me asusta—. Siempre serás mía.
—Tuve una breve charla con ella y le expliqué que tenemos que vigilar a
los Guerras para ver si tenían algo que ver con el asesinato de la monja. Ella
no estaba muy en contra y dijo que se comportaría de la mejor manera.
—Le dije que fuera amable con él —Marcello dice y se acerca a ponerse
la corbata—. Todavía estoy preocupado. No quiero a Claudia cerca cuando
lleguen.
—Lastra, ¿por qué no dejamos que las mujeres y los niños hagan lo suyo
y podemos discutir algunos negocios? —Benedict interviene y se pone de pie.
—Gracias. —Sisi responde, su pose y modales sin reproche. Aún así, esta
no es la Sisi que conozco.
—No lo he pensado desde que se suponía que debía hacer mis votos antes
de dejar Sacre Coeur —responde ella cordialmente, aunque veo que no está
contenta con esta línea de interrogatorio.
—Hay tiempo suficiente para eso, querida. —Cosima habla sin rodeos—.
¿Por qué no van ustedes dos y se conocen mejor? —Ella finge una sonrisa
mientras señala el otro sofá al final de la habitación.
No sé por qué lo había deseado tanto, pero creo que me dejó una
profunda impresión cuando lo vi en Sacre Coeur.
—Si ¿por qué? —Ahora es mi turno de fruncir el ceño. ¿Qué tendría ella
contra Marcello? Cualquier mujer con dos buenos ojos podría ver lo atractivo
que es.
—Oh cielos, quiero decir antes de eso. Marcello y su padre tenían el peor
tipo de reputación. Ninguna mujer que se aprecie hubiera sido atrapada
teniendo alguna conexión con ellos.
—Oh, Dios —se lleva una mano a la boca. Luego, rápidamente mira a su
alrededor, como si lo que está a punto de impartir es de gran secreto.
—No te enteraste de esto por mí, pero —se inclina para susurrar, —solían
ir a burdeles y participar en los actos más despreciables. —Ella vuelve a mirar
hacia la puerta, antes de agregar, claramente escandalizada—. ¡En grupos!
—Fueron a orgías. Todos lo sabían. Eran los eventos más depravados, las
cosas que la gente diría sobre lo que sucedió dentro de esos eventos …
Orgías.
No creo que haya escuchado ese término antes. Le preguntaría qué
significa, pero no creo que mi pregunta sea bien recibida, así que solo asiento
con la cabeza y la dejo continuar.
—Tendrían hasta diez mujeres en una noche. Sexo, drogas, alcohol. Todo
lo libertino del libro. Algunos rumores dicen que incluso tenían animales. —
Su rostro está horrorizado al relatar esto.
—Su madre se suicidó. Y luego está esa tercera esposa. Ella también se
suicidó. Me pregunto si podría haber una maldición.
Estoy tan sorprendida por lo que está diciendo que solo sonrío y asiento.
Según un diccionario urbano, una orgía son cinco o más personas que
tienen relaciones sexuales.
Sí, puede que nunca haga eso por él, pero seguramente hay otras formas
de complacerlo. Sigo navegando por la web, leyendo diferentes artículos y
familiarizándome un poco más con esta íntima actividad. Para mi gran
sorpresa, incluso hay tutoriales.
Él asiente distraídamente.
Llamo a la puerta.
Trato de parecer tan confiada como la chica del video, a pesar que mis
nervios amenazan con sacar lo mejor de mí.
—¿Por qué harías esto? —niega con la cabeza. Deteniendo el agua, hace
para salir del cubículo.
—Esta no eres tú. No tienes que hacer esto... Maldita sea —murmura, su
mano buscando una toalla. La envuelve alrededor de su cintura, su miembro
aún visiblemente excitado.
—Pero te gustó en el pasado. —Al verlo a punto de irse, las palabras salen
de mi boca antes que pueda pensar.
—¿Qué quieres decir? —Se detiene, me mira con los ojos entrecerrados y
de repente me siento expuesta.
—Orgías. —Da una risa seca—. ¿Y pensaste qué? —Me mira enarcando
una ceja.
—Lina, mírame —Su voz es suave, así que lo hago—. Lo que sea que
Cosima te dijo... siempre hay diferentes lados de cualquier verdad. Hice cosas
de las que me avergüenzo, no voy a mentir, pero está en el pasado. No he
estado con nadie en más de diez años. ¿Te parezco alguien que querría
orgías?
—¿No?
—Mujer que amabas —repito aturdida—. ¿Quién era ella? —Mi pregunta
es inmediata. Un vacío se forma en mi corazón cuando pienso en él amando a
otra persona.
Es entonces cuando me doy cuenta que durante todas las veces que hemos
estado juntos en la cama, nunca pude ver su espalda. Me ha estado ocultando
intencionalmente sus cicatrices.
¡Maldita sea!
Me lo merezco.
Y luego tuvo que mencionar las orgías. Quiero reírme de eso. De hecho,
pensó que yo quería tener algo que ver con esas depravaciones. Si ella
supiera...
No iré allí.
Sin embargo, le debo una disculpa a Lina. Quizás fui un poco brusco con
ella. Lo suficiente como para que casi dejara escapar mi enamoramiento de
una década. He estado nervioso todo el día. Desde la pesadilla de Lina hasta
la visita de Benedict y luego por encontrar algún papeleo sospechoso, este día
no estará ganando ningún premio.
Me las había arreglado para calmarme un poco con respecto a los dos
primeros, pero el documento que encontré me inquietó.
Cierro los ojos y cuento hasta diez, sintiendo que la tensión en mi cuerpo
aumenta. Saco uno de los teléfonos desechables que he guardado en mi cajón
y llamo a Francesco.
—¿Sí?
Una pausa.
—Comprendido.
Como mi padre.
De nuevo.
Por supuesto.
—No, Valentino era muy reservado sobre esto. Es por eso que yo era el
único hombre que se llevaría con él. —Francesco confirma lo que había
estado pensando. No hay forma que la famiglia lo hubiera dejado pasar si su
patriarca favorito todavía estaba vivo.
Cuando finalmente estoy frente a él, apenas puedo creer lo que ven mis
ojos. Mi padre en carne y hueso. Sus ojos se agrandan cuando me inclino
frente a él, su boca se mueve con un temblor, pero no sale ninguna
palabra. Le tiemblan las manos en el reposabrazos y parece querer que sus
extremidades se muevan, pero no pueden obedecer.
—Así que nos volvemos a encontrar, padre. —Mi voz está llena del odio
que tengo por el hombre, un odio que se ha agravado aún más en los últimos
diez años.
Cuando sacamos a padre del coche, me asalta una punzada de pesar por
esta muerte por lástima. ¿Cuántas veces me había imaginado pagarle por todo
lo que me había hecho? ¿Cuántas veces había orado para tener la oportunidad
de ponerlo en su lugar?
Una bala y está muerto. Su cabeza se dispara hacia atrás con la velocidad
de la bala, y su cuerpo sufre espasmos una vez más antes que sus ojos se
pongan en blanco. Esta vez para siempre.
—¿Hay algo mal? —Lina se vuelve hacia mí, un pequeño ceño fruncido
formándose entre sus cejas. Ella se mantiene quieta, todo su cuerpo rígido.
—Oye, no más de eso. Me doy cuenta que no sabes mucho sobre mí y, por
supuesto, tendrías curiosidad.
Lina niega con la cabeza, sus ojos fijos en nuestras manos unidas.
—No debería haber dejado que las palabras de Cosima me afectaran.
Debería haber pensado antes de actuar. Sé que ambos fuimos lanzados juntos
a este matrimonio por las circunstancias. Creo... —Hace una pausa, dándome
una rápida mirada de reojo—. No importa.
—¿Estoy perdonado?
—Me gustó bastante. ¿Crees que puedo repetirlo? —Me pone los ojos en
blanco, sus mejillas ya sonrojadas. Pero ella obedece, inclinándose hacia mí
para otro beso rápido. Esta vez, sin embargo, estoy preparado para ella.
—Las mejores. —Mi cabeza baja por un beso. Justo cuando nuestros
labios están a punto de tocarse, alguien llama a la puerta.
¡Maldita sea!
—¿Por qué no estás con Sisi? —Lina frunce el ceño cuando la ve entrar
en la habitación.
—Pero... —me quedo en silencio mientras ella agita sus pestañas hacia
mí, haciéndome perderme en sus hermosos ojos.
Creo que siempre supe que todo se reduciría a esto. Desde el momento en
que lo vi por primera vez, tuve esta sensación... este hormigueo en mi
pecho. En ese momento lo atribuí a su impresionante apariencia y mis pobres
ojos hambrientos; después de todo, es un dulce para los ojos.
Desde el principio había estado dispuesta a confiar en él, algo que había
encontrado extremadamente difícil de hacer después del incidente. Había algo
en él. Tal vez fueron sus ojos ligeramente tristes, o la forma en que me miraba
como si no pudiera creer que yo fuera real. O tal vez era el hecho que había
sido amable conmigo cuando nadie más lo había hecho.
Una sonrisa juega en mis labios mientras continúo mirándolos a los dos.
Y ahí es cuando decido decirle cómo me siento. Soy consciente que puede
que no sienta lo mismo, pero tal vez con el tiempo... Sí, no me
rendiré. Quienquiera que haya amado antes no tiene ningún derecho sobre él
ahora. Está casado conmigo, y por eso es mío.
—Eso hice. Debo estar más familiarizado con ella. —Una sonrisa tira de
la comisura de su boca.
—¿Quién dice que no puedo? —Le levanto una ceja. No puedo gritar muy
ni bien FÓLLAME, no sería del todo apropiado.
Me apoyo sobre los codos y lo miro por debajo de las pestañas, esperando
ver qué sigue.
Mi espalda puede estar arruinada para siempre con los restos de esa noche,
las iniciales del hombre que me hizo temer la oscuridad. Pero mi mismo ser
está impreso por el hombre que tengo frente a mí, el que me hizo redescubrir
la luz. El que me hizo volver a tener esperanza.
Mis dedos rozan su barba incipiente, y esta podría ser la primera vez que
veo a Marcello menos que perfectamente arreglado. ¿Quizás lo pasó tan mal
como yo?
—A veces no puedo creer que estés aquí. —Da una sonrisa triste.
—Yo tampoco. —Lo acerco más, mi vestido sigue siendo una barrera
entre nosotros. Lo miro a los ojos, tratando de memorizar sus rasgos, la forma
en que sus ojos se iluminan cuando me miran.
—Cuando estoy contigo, siento que puedo ser un buen hombre. Alguien
digno de ti. —Sus palabras son una mezcla de dolor y reverencia, su pulgar
trazando mi pómulo.
—Lo eres. Lo eres —repito, buscando sus labios con los míos.
—Estoy lista, tan lista. Por favor. —¿Cómo no puede ver lo preparada que
estoy, queriendo gotear de mi propio ser?
Caigo sobre el colchón, ojos salvajes, piernas sobre sus hombros y manos
en su cabello.
Me está matando.
—Lo es. —Deja otro beso en la piel estropeada—. Porque dio vida. Nunca
te avergüences de ello, Lina.
Sus palabras me llenan, y tengo que parpadear dos veces para deshacerme
de la humedad que se forma en mis pestañas.
¡Es demasiado!
—¡Más rápido por favor! —gimo, sintiendo una presión crecer dentro de
mí. Marcello acelera el paso, su longitud se retira y luego vuelve a entrar en
mí, estirándome y haciéndome jadear de placer.
—Sí, todo fue perfecto. —Mis manos se deslizan por su espalda, y una
vez más recuerdo la horrible vista que había visto.
Algún día. ¿Por qué siempre es algún día con él? Antes que pueda
controlarme, espeto.
—¿Como la mujer que amabas? —Ni siquiera reconozco mi voz. ¿Es así
como se sienten los celos? Porque me están dando ganas de neutralizar a esa
mujer desconocida.
—Está en el pasado.
Respiro hondo.
Asiento enérgicamente.
—Repítelo —susurra.
—¿Te amo? —Me toma en sus brazos, un abrazo tan profundo que casi
me aplasta.
—No hay nadie más. —Finalmente habla contra mi piel—. Nunca hubo
nadie más.
—¿Qué quieres decir? —Sus brazos empujan mis hombros y dejo que
ponga distancia entre nosotros—. ¿Cómo es eso posible? —niega con la
cabeza—. No tienes que mentirme, Marcello.
VEINTIÚN AÑOS,
La herida del cuchillo había sido una sorpresa, o tanto de una sorpresa
como podría venir de padre. No esperaba que fuera a recibir un tipo de
castigo fuera de servicio, pero realmente fui lejos esta vez.
Si bien el propio Rocco no es un santo, sus gustos van más hacia las
mujeres mantenidas que hacia las pagadas, aunque la diferencia es muy leve y
se podría argumentar que es lo mismo.
Aún así tenía mucho trabajo por hacer. No es como si fuera una dificultad
para mí renunciar a eso, dado que nunca lo he disfrutado. Pero si soy sincero,
más que nada, quiero hacerlo por Catalina.
Hizo que sus hombres me sujetaran mientras me golpeaba la cara con los
puños. No había sido suficiente que casi me desmayara por el dolor, por lo
que había completado el castigo con una herida de cuchillo.
Gimo por el dolor punzante. Me había apuñalado justo entre mis costillas,
sabiendo la posición perfecta para no dañar ningún órgano vital, pero para
maximizar el dolor.
¡Mierda!
Es ella.
Catalina.
Ella está del otro lado de la valla, pero debido a que las barras no están
muy juntas, puede pasar la mano por el espacio. Suficiente para tocarme...
Con gran dificultad, me levanto para irme, no queriendo ver lástima en sus
ojos.
—Por favor, sólo... espera aquí. Espérame. —Hace una pausa esperando
mi respuesta, y cuando le doy un asentimiento, se lanza hacia la casa.
—Tienes que cuidarte. —Ella sonríe, una sonrisa gentil que toca mi
corazón.
—Gracias... —digo, todavía asombrado que ella hiciera esto por mí, por
un extraño.
—¿Qué es eso?
Ella se ríe.
Nos sentamos así por un rato antes que me diga que tiene que irse. Pero
antes de hacerlo, me pregunta algo que me sorprende hasta la médula.
No tiene ni idea de cuánto estoy a punto de pagar por soñar con algo para
siempre fuera de mi alcance.
EN LA ACTUALIDAD,
Me guardo para mí los detalles más sensibles, como la razón por la que
había sido tan maltratado ese día, o que al enamorarme de ella, me había
convertido en un debilucho a los ojos de mi padre.
—No pensé que fuera digno de ti. Mi pasado... no es bonito. —Es una
verdad a medias, pero si supiera la verdadera razón... Ni siquiera quiero ir
allí. Puede que me haya mantenido alejado, pero eso no significa que haya
dejado mis pensamientos ni siquiera por un día.
—¿Estás enojada?
—No es que no quiera, Lina. Pero es difícil hablar de eso. —Y porque una
parte de mí no cree que me miraría igual si supiera las cosas que he hecho.
—Fácil.
—¿En serio? ¿Qué tal díez? —Lina levanta una ceja en señal de desafío.
—Diez funciona para mí, pero estoy preocupado por ti ya que estarás
haciendo el trabajo duro.
Y rezo en silencio.
Paso la mayor parte del día yendo de un almacén a otro para asegurarme
que el próximo transporte sea lo suficientemente seguro. Después de sentir
que todo está en orden, dejo que Francesco supervise los detalles.
—Si Guerra cumple su parte del trato, esto podría funcionar. —Lina me
ayuda a quitarme la camisa.
—Hay una cosa que debes entender, Lina. —Me vuelvo hacia ella,
acariciando suavemente su cabello—. Los mafiosos siempre tienen dos caras:
una que le muestran a su familia y otra que le muestran al mundo exterior. No
se puede tener éxito en este entorno despiadado sin crueldad y un
compromiso con la moralidad. Es posible que lo conozcas como un hermano
amoroso, pero para todos los demás es un capo y mafioso.
—Rezo para que nunca te enteres. —Levanto su dedo a mis labios. Parece
que quiere decir algo más, así que la silencio con un beso.
Antes que podamos llevar las cosas más lejos, Amelia interrumpe para
hacerme saber que recibí un paquete que había dejado en mi oficina.
—¿Te tienes que ir ya? —Su mano baja suavemente por mi brazo antes de
entrelazar nuestros dedos.
—Te esperaré.
¡BUEN INTENTO!
Me la han jugado.
Y luego me detengo.
Pero esto es más que eso. Es personal. Y no puedo pensar en nadie a quien
haya ofendido. Claro, están Nicolo y sus compinches, pero apenas he
interactuado con ellos. Hay más en esto de lo que parece, pero simplemente
no tengo suficiente información.
Si están tan cerca... puede que necesite plantar una pista falsa.
Una cosa es segura. Esto es la guerra. No puedo dejar que nadie me quite
la felicidad.
No cuando finalmente la conseguí.
Es temprano en la mañana cuando recibo mi entrega semanal de telas.
Llevo las cajas a mi habitación y alineo todas las telas en la cama para una
mejor visualización. Me dispongo a tirar las cajas, pero se cae un trozo de
papel. Pensando que podría ser una factura, la recojo para agregarla a mi
carpeta.
Pero no lo es.
Vuelvo a las cajas y las busco a fondo, pero no hay nada más.
No, no puedo dejar que esto me inquiete. Todo está en el pasado, y estoy
segura que quienquiera que esté haciendo esto no puede saber qué sucedió esa
noche.
A medida que avanza el día, me olvido de ello. Por la noche, ya está fuera
de mi mente.
Niego con la cabeza, sin siquiera querer entretener la idea de que la nota
podría ser correcta. Que mi violador esté cerca de mí es algo que amenaza con
enfermarme.
—No puedo hacer eso. Siempre me preocuparé por ti. —La dulzura de su
voz me tranquiliza. Lo tomo en mis brazos, abrazándolo con fuerza.
—Me siento mejor. Ven, vamos juntos. —Me levanto y lo llevo hacia la
puerta.
—¿Si estás segura…? —Sus ojos me escanean, tratando de evaluar la
veracidad de mis palabras.
Todos los días recibo una carta sin falta. Esto dura una semana. Las notas
suelen tener una frase, pero se burlan de mí con el conocimiento de la
identidad del padre de Claudia. Después de los primeros días, me niego a
abrirlas y prefiero quemarlas.
Cuando se anuncia la cena, bajo y me doy cuenta que todos menos Assisi
ya están sentados a la mesa. Marcello está inmerso en una conversación con
Claudia, y están discutiendo un texto que ella tuvo que leer como parte de su
tarea.
—Sí, pero quiere que siga el camino tradicional. Dice que no debería
perderme una educación normal. —Suspira, claramente decepcionada con el
enfoque de su maestra.
—Ew. —Mi hija hace una mueca, empujando el plato lejos de ella.
—Les diré que no vuelvan a cometer este error. —Su voz es tensa y mis
dudas se duplican de repente.
Los días siguientes son aún peores. Observo a Marcello y Claudia aún más
de cerca, estudiando sus interacciones y sus comportamientos. De repente,
veo un patrón en todo.
—Hmm, eso es interesante. —Se vuelve hacia mí, su cara está a unos
milímetros de distancia—. Es B, creo.
—¿Leeré y te lo diré?
—¿Por qué papá nunca dijo nada? —Arrugo la frente. No me había dado
cuenta de lo seria que había sido la conversación sobre el matrimonio.
—Ya era demasiado tarde para ese momento. —Enzo hace una
mueca. Quiere decir que para entonces ya estaba dañada.
—¿Es por eso que estás tan en contra de él? ¿Porque dejó la famiglia?
—Si estás hablando de las orgías, entonces he oído hablar de eso —digo
de repente.
—Las orgías eran sólo una pequeña parte. Los Lastras eran infames hace
diez años. Marcello y su padre siempre estaban juntos, participando en las
peores y más degradantes prácticas. —Enzo finge escupir para enfatizar cuán
repugnantes encuentra esas prácticas.
—Ya veo —Me vuelvo hacia mi café una vez más, sin saber cómo
responder. El hombre que conozco y el hombre que describe son dos personas
diferentes. Pero ese es el punto, ¿no? Es un mafioso de dos caras.
—¿Por qué me llamaste aquí, Lina? Y sé honesta. Puedo ver que algo te
está carcomiendo.
—No se lo dije.
—Lina... —Enzo gime, dándose una palmada en la frente—. ¿Por qué no
le dijiste a tu marido? Solo acepté la propuesta porque se suponía que él debía
mantenerte a salvo.
Niego con la cabeza. Solo quiero que Enzo me diga que estoy viendo
demasiado en esto. Quiero que confirme que me estoy volviendo loca.
—¿Qué quieres decir con monstruo? —Mis palabras son un mero susurro.
—Todas las cosas malas que se te ocurran, él era culpable —dice con un
suspiro.
—No estoy diciendo que él lo hizo. Solo digo que es capaz de hacerlo.
—Tienes razón. No creo que sea él. Pero lo haré solo para estar segura.
—Tienes que estar segura. Puedo respetar eso. Me aseguraré que tengas
los resultados lo antes posible.
Mis manos se aprietan sobre el sobre sin abrir.
Enzo había enviado a uno de sus hombres para que me lo entregara. Había
llevado menos tiempo del que había imaginado, menos de una semana.
Tal vez tengo miedo de lo que voy a descubrir... Niego con la cabeza,
diciéndome a mí misma que solo hay un resultado probable, y ese es
un resultado negativo.
—Sé lo que quieres decir. Pero dime, ¿eso incluye a cierto chico
Guerra? —Ella baja la cabeza y puedo notar un sonrojo. Entonces así es como
es.
—Así que soy maravilloso. —La voz divertida de Marcello resuena detrás
de mí. Giro mi cabeza y ahí está, sonriendo.
—Ábrela.
¿Cómo pude haber siquiera pensando que este hombre podría ser capaz de
algo tan atroz como lo que experimenté esa noche? ¿Cómo pude haber
sospechado siquiera de él?
—Sí. Toda tuya. —Con cada roce de sus labios, mi respiración se acelera,
la anticipación me hace temblar.
—Hay una cosa más —dice y se agacha. Saca otra caja de debajo de la
cama—. Los zapatos. —Me entrega un par de zapatos de tacón de satén
blanco llenos de adornos brillantes.
—Guau —exhalo.
—Incluso tus pies son perfectos —comenta mientras pone el zapato. Hace
lo mismo con el otro pie y luego da un paso atrás.
—Esto es lo que veo cuando te miro. Algo tan etéreo que a veces me
cuesta creer que seas real.
—Te amo Lina. —Me da la vuelta, ahuecando mi rostro entre sus palmas
para un beso.
—Yo también te amo —respondo, e instantáneamente me siento culpable
por lo que le he estado ocultando.
—¿Qué decía? Lina, deberías habérmelo dicho antes. Podría ser la misma
persona que te ha estado acosando antes.
—¿Marcello?
Sacude la cabeza muy lentamente, con los ojos muy abiertos por el
horror. Su reacción es tan inmediata que me siento obligada a preguntar.
—Por favor di algo —le suplico con la voz quebrada. Cuando todavía no
reacciona, hago lo único que se me ocurre. Abro el cajón y saco el sobre.
Duele.
—Me violaste. Tú... —Las lágrimas caen y todo mi ser es asaltado por el
peor dolor que he encontrado—. Me torturaste y violaste —digo con voz
áspera.
—¿Me amas? —Lanzo una risa histérica, la mera idea es ridícula—. Dices
que me amas, pero me has causado el peor dolor que he experimentado.
¿Cómo es eso amor? ¿Cómo? —grito y lo veo retroceder—. No puedo... no
puedo hacer esto. —Niego con la cabeza, demasiado abrumada—. ¿Sabías
cuánto sufrí, y ni una sola vez pensaste en decirme la verdad? —Me detengo,
otro pensamiento cruza mi mente—. ¿Alguna vez planeaste contármelo?
—No. —Su susurro es apenas audible—. Hice todo por ti, lo juro —
continúa, y es como si me estuviera apuñalando en el corazón, una y otra
vez. Pero ahora también está girando la daga para infligir el mayor daño.
—¿Por mí? —Me ahogo—. ¿Me violaste por mí? Lo siento si encuentro
eso difícil de creer.
—¡Detente! Solo... detente. ¿Cómo puedes siquiera decir eso? Esta prueba
muestra que eres el padre biológico de Claudia. ¿Cómo no puede ser así? —
Respiro profundamente, tratando de encontrar una apariencia de calma—. No
puedo hacer esto. —Me doy la vuelta para irme, pero de repente me agarra de
la cintura, sosteniéndome.
—Por favor. Te amo Lina, de verdad. —Cada vez que dice la palabra
amor, me sigue matando.
—Diez años, Marcello. Diez años viví con este dolor, ¿y crees que esto
hará que todo desaparezca mágicamente?
—Cualquier cosa menos eso. No puedo vivir sin ti, Lina, por favor. —Sus
manos están envueltas en el tul de mi vestido y me tira hacia él mientras trato
de irme.
Pero no puedo.
Luego corro.
L'amor che move li sole e l'altre stelle14
14
El amor mueve el sol y las otras estrellas
HACE DIEZ AÑOS,
Fue durante una de esas fiestas que vi por primera vez a Catalina.
Ser hijo del Capo significaba que tenía algunos deberes sociales, aunque
los temía.
Había estado bebiendo la misma bebida durante lo que parecía una
eternidad, esperando la oportunidad de saludar a Rocco y despedirme. La
fiesta había sido una decepción, con demasiada gente incluso para la enorme
mansión de Rocco. Me retiré por un segundo en el jardín, buscando un lugar
apartado para encender un cigarrillo, cuando la vi.
Yo no lo estaba.
Había dado un paso hacia ella cuando alguien más se acercó a ella.
—Lina, ¿qué estás haciendo aquí? Sabes que no puedes asistir a estas
fiestas. —Reconocería esa voz y ese acento en cualquier lugar. Era Enzo, hijo
y heredero de Rocco. Tenía más o menos mi edad, pero nunca habíamos
salido juntos. Siempre ha habido una distinción en nuestras
circunstancias. Enzo había sido preparado para ser el próximo capo, a mi me
habían preparado para ser a quien temías cuando apagabas las luces.
Incluso ahora, estaba viendo el intercambio desde las sombras, como
siempre.
—Lo sé, piccola. ¿De verdad quieres crecer tan pronto? Padre ya está
buscándote pareja. —Luego habían desaparecido en algún lugar de la
casa. Una extraña sensación se había desarrollado dentro de mi alma esa
noche.
Sabía que alguien como yo nunca podría merecerla. Ella era como un rayo
de sol en mi vida por lo demás sombría. Pero podría intentarlo.
A pesar que han pasado unos días desde la golpiza, mi cara todavía está
hinchada, una mezcla de púrpura y amarillo alrededor de mis ojos y nariz.
Me había tomado algunas noches sin dormir, pero había decidido alejarme
de ella. Aunque ya he hablado con Rocco sobre su mano en matrimonio,
tendré que dar un paso atrás. Es lo mejor.
—¿Estás seguro que estás bien? —Me escanea, sus cejas se fruncen con
preocupación.
—Sí... gracias. Por todo. —Intento transmitir lo que siento con mis
palabras, pero dudo que algo le haga justicia. Ella es como un rayo de sol, y
llevaré este recuerdo de ella por la eternidad.
—No, espera. —Lleva las manos detrás del cuello y desata su bufanda—.
¿Puedes acercarte un poco más? —Me detengo por un momento, debatiendo
si es prudente hacer esto cuando la deseo como un hombre hambriento.
—Gracias —digo una vez más, y llevo ambas manos a mis labios. Lo que
no daría por adorar a esta mujer por el resto de mi vida... Pero yo, mejor que
nadie, debería saber que rara vez obtenemos lo que deseamos.
Ella es todo lo que es puro y bueno, y quiero que permanezca así. Solo la
mancharía con mis manos ensangrentadas; la sujetaría con el peso de mis
pecados. Ella se merece algo mejor, porque no me desearía a mis mayores
enemigos. Ella se merece los cielos y estar en lo alto, pero solo puedo darle el
infierno.
Arrugo la frente.
—Considera esto como un regalo por tus años de servicio —Me lleva más
adentro del sótano, abriendo otra puerta.
Pero no lo hacen.
La mesa en el medio de la habitación, que generalmente se usa para
torturar, ahora alberga a un nuevo prisionero. Sus muñecas y tobillos están
bloqueados en cada extremo de la mesa, su cuerpo formando la forma de una
X. Su vestido está completamente desgarrado, su espalda es un desastre de
piel y sangre, líquido rojo todavía corriendo por sus piernas.
Catalina.
—¿Qué dices, chico? ¿Te gusta mi regalo? Tengo que decir que no fue tan
fácil conseguirlo. Pero ya la marqué para ti. —Él se regodea y procede a
contarme cómo la habían secuestrado en el frente de su casa.
Doy otro paso adelante y me doy cuenta de lo que quería decir con
marcar.
Padre había tallado una M encerrada con una Q grande en su espalda. Los
bordes están crudos, lo suficiente como para causar Dios sabe qué dolor.
Catalina ...
—¿Qué es esto?
—No haré nada. —Por primera vez, digo que no. No he tenido límites
antes, pero encuentro que Catalina es donde trazo la línea.
—¿Quién?
Se encoge de hombros.
Solo tomó una interacción con ella. Todo lo que toco se convierte en
polvo... Giro un poco la cabeza hacia la mesa y sé qué hacer.
Le daré a padre algo que siempre ha querido, pero que nunca consiguió.
Mis rodillas se doblan lentamente, hasta que estoy a sus pies. Cabeza
inclinada. Beso sus pies.
—Haré cualquier cosa. Por favor... déjala ir —le suplico, el último acto de
sumisión.
—Por favor...
—Pero padre, ella es inocente. —Sé que mis palabras son en vano, pero
necesito convencerlo de cualquier forma que pueda.
—No. Basta. Por favor no. Ya estoy de rodillas, suplicándote. Por favor.
—Ni siquiera reconozco mi voz mientras le suplico. No puedo hacerle esto a
Catalina, no a mi dulce Lina.
—Cualquier cosa. —No hay nada que yo no haría por ella. Ya me he ido.
Padre hace una pausa, mirándome con una expresión inescrutable. Luego
se ríe.
—Maldito chico, debería haber sabido que eras gay. —Hay una sonrisa
siniestra en su cara mientras me mira—. Te haré un trato —dice, sus ojos
arrugados por la emoción—. Ponme duro, y la dejaré ir. Falla y ... —Sacude
la cabeza, silbando.
—Veamos qué tan bien pones esa boca en uso. —Su expresión me dice
que ya espera que falle.
Padre luce una expresión aburrida, con las manos cruzadas sobre el pecho
mientras me ve ahogarme con su polla. Mientras lo lamo, un pequeño
movimiento de su polla me da esperanza. Justo cuando estoy a punto de
aplicar más succión, me empuja, su pie se clava en mi frente y me empuja al
suelo.
—Ni siquiera serías una buena puta. —Me escupe, la punta de su zapato
hace contacto con mis costillas y me hace estremecer.
—Parece que fallaste, chico. —Me mira enarcando una ceja. Solo hizo
esto para poner a prueba mis límites, avergonzándome en el proceso—.
Ahora, ¿qué será? —Inclina la cabeza hacia la mesa, levantando una mano en
el aire, listo para hacer una señal a Silvio.
—No quise decir eso. No puedo ponerme duro. Necesito una de esas
pastillas. —Él sabe exactamente de lo que estoy hablando mientras me frunce
el ceño, no es como si fuera la primera vez que las necesito.
No creo haber conocido nunca un odio más fuerte que el que tengo en el
momento en que agarro el dobladillo de su vestido y se lo levanto por las
caderas.
Solo puedo esperar que ella esté fuera de esto para que no sienta el dolor
mientras entro, rompiendo la barrera de su virginidad. Una vez que estoy
completamente dentro, la magnitud de lo que estoy haciendo se estrella contra
mí.
Por una vez alguien escucha mis oraciones y me corro, la asombrosa culpa
es un eco de efímero placer.
Por lo que parece una eternidad, me siento solo en mi vómito, mirando las
paredes oscuras. Catalina todavía está fuera de combate, una pequeña
gracia. Pero me doy cuenta de hacia dónde se dirige todo esto... el próximo
paso de padre. Mañana estará muerta, y no puedo permitir eso. Me ocuparé de
toda la familia si es necesario, pero Catalina sobrevivirá a esto. Es un voto
solemne que me hago a mí mismo.
Un día, todo esto no será más que una pesadilla lejana para ella, pero al
menos estará viva.
Soy muy gentil con su espalda, las heridas tan crudas que es como si me
estuvieran gritando. Incluso con la carne destrozada, las iniciales son
claramente distinguibles. Me hace sentir aún más despreciable, porque ella
siempre llevará esto con ella.
Trago un sollozo mientras llego más abajo. Un hilo de sangre le corre por
los muslos. Limpio con ternura la zona, aún más disgustado cuando veo rojo
mezclado con blanco y la evidencia de lo que le he hecho.
—Lo siento mucho... lo siento mucho. —Mi voz se quiebra mientras sigo
repitiéndolo, sabiendo que ella no puede escucharme.
Termino de limpiarla y hago todo lo posible por cubrirla con lo que queda
de su vestido. Suavemente, la bajo de la mesa, acunando su cuerpo maltrecho
en mis brazos. Paso mi mano por sus pálidos rasgos, mirándola por última
vez.
—Lo siento... —susurro de nuevo en su cabello, meciéndome ligeramente
con ella y dejando que las lágrimas caigan—. Lo siento muchísimo. —Rozo
mis labios contra su sien, tratando de memorizar sus rasgos.
—Lo sé.
—Me lo debes, Marcello. Y cuando venga a cobrar, será mejor que estés
listo.
Él asiente. Puede que Tino no sea como padre, pero eso no significa que
sea menos un bastardo egoísta.
El cambio es instantáneo.
Padre puede pensar que es superior solo porque yo estaba en paz con la
muerte. Pero en una lucha física, no saldrá ganador.
Una rabia diferente a cualquier cosa que haya sentido se apodera de mí, y
mis dedos se envuelven alrededor de su cuello, empujando con fuerza su
cabeza contra la pared. El primer impacto provoca un grito de mi padre, y
solo me estimula.
Una y otra vez, golpeo su cabeza contra la pared de cemento, viendo cómo
la sangre y la materia cerebral manchan la superficie. Solo lo suelto cuando
deja de luchar.
Está hecho.
—Lo siento. Romina dijo que Rocco la repudió. Probablemente ella está...
—Se apaga y entiendo lo que está insinuando.
—No. No puede ser. ¿Por qué esperar tanto? Han pasado meses y no pasó
nada... Debe haber un error. —Estoy entrando en pánico, la sola idea de un
mundo sin Catalina me llena de un pavor inimaginable.
—Te das cuenta que las posibilidades que ella esté viva son escasas,
¿no? —Su voz es sombría, y retrocedo, conmocionado.
Pero debería haberlo sabido mejor. Ningún mafioso permitiría que una
hija deshonrada siguiera llevando el apellido. Y si Rocco tiene un pecado
predominantemente mortal, es la arrogancia. Un orgullo que no le permitiría
pasar por alto su falta de virtud.
No...
Latigazo.
Latigazo.
Estoy maldito.
Latigazo.
Latigazo.
Latigazo.
Aún no es suficiente.
Lina...
—¿Estoy muerto? —susurro, aferrándome al espejismo de ella.
—No quiero dejarte. —Me aferro a ella con más fuerza, suplicándole que
me deje quedarme con ella.
—Nos veremos otra vez. —Ella retrocede y coloca un dulce beso en mis
labios.
Abro los ojos, el dolor emana de toda la espalda y la cabeza. Parpadeo dos
veces, dándome cuenta que estoy en el suelo mirando al techo. Aún vivo.
No te defraudaré, Lina.
—Lina, abre. —Enzo llama a la puerta del baño, viene a ver cómo estoy
por décima vez en el día.
—Vete, Enzo —le grito. ¿No puede entender que no quiero ver a nadie?
—Lina, no me iré hasta que abras esta maldita puerta. —Golpea aún
más fuerte y me doy cuenta que podría romper la puerta.
—No deberías estarlo. Estoy bien —le digo sin entusiasmo. Le había
contado a Enzo lo que había pasado, y había tenido que hacer todo lo posible
para que no fuera a por Marcello.
—No pareces estar bien. —Me mira con preocupación en los ojos, y por
primera vez me doy cuenta de lo egoísta que he sido, cerrando el paso a todo
el mundo.
—No, por favor, para. No hagas esto más difícil de lo que ya es.
Y lo odio, porque ahora tengo una cara y un nombre para los ojos de
ámbar que habían sido la pieza central de mis pesadillas.
Quimera.
—¿Por qué?
—¿Enzo?
—Pero eso significaría que él... —Me quedo sin palabras, pero él
continúa.
Todo encaja.
Según sus propias palabras, solo alguien con acceso a la casa podría
haber robado el anillo de Claudia.
—Lina, tienes que dejar que todo se hunda. Diablos, no creo haber oído
hablar de alguien más depravado. —Sacude la cabeza, va a su gabinete y se
sirve una copa.
Todas esas garantías, las palabras amables, las caricias tiernas. ¿Eran
todas una mentira?
—Tienes razón. Por eso tengo miedo por Claudia. ¿Y si la usa contra
mí?
—No deberías ir a ningún sitio por el momento. Al menos hasta que
averigüemos qué podemos hacer.
Tardo unos días más en asimilar que Marcello ha estado detrás de todo.
Todavía me cuesta creer que pueda ser capaz de eso. Supongo que eso
demuestra lo crédula que había sido yo y lo hábil manipulador que había sido
él.
Yo era una presa fácil, ¿no? La chica que había sido abandonada por su
familia, la marginada que había sido exiliada por algo fuera de su control.
Estaba madura para ser desplumada. ¿Estoy enojada conmigo misma? Sí.
Pero más que nada, estoy enojada por estar decepcionada de que todo haya
sido una mentira.
Me recompongo, no quiero volver a llorar. Ya lo he hecho bastante esta
última semana. Tengo que dar un paso adelante por Claudia, ya que ha estado
muy confundida por nuestra repentina partida. Se había acostumbrado a la
normalidad -una familia- y yo se la había quitado.
—Pasa.
—¿Quién es él?
—¿Y la chica?
—¿Y?
—Tienes que ser castigada. —Los pasos del hombre son tranquilos y
medidos. Lleva la mano a la espalda de Allegra y, con un suave movimiento,
le pasa el cinturón por la espalda. Hay un sonido penetrante cuando el cuero
toca su espalda, pero ella ni siquiera gime. De hecho, si me fijo bien, la veo
ronronear.
¿Qué?
¿Qué...?
Ella se fue.
Con la cabeza echada hacia atrás, cerré los ojos, deleitándome con el
exquisito dolor; la forma en que hizo que mi mente se quedara en blanco...
olvidando su expresión de horror. Olvidando todo. Cuando el dolor había
amenazado con adormecerme, había retirado el cristal, esperando que el aire
frío hiciera más potente el escozor.
Levantando una ceja, sacude la cabeza. Mis pies ceden y sucumbo a mis
rodillas, con la humedad goteando por mi muslo. Los ojos de Vlad se
estremecen por un momento, pero extiende la palma de la mano para formar
una señal de alto.
—Mátame, por favor —gimoteo, la agonía en mi pecho crece en un
crescendo imparable.
—Ahora, Marcello, ¿qué te dije antes? —Se arrodilla frente a mí. Mira
por encima de mi hombro y asiente.
—Si alguna vez mueres, no será por mi mano. —Chasquea los dedos
delante de mí, intentando llamar mi atención. Frunzo el ceño al verlo, mi
comprensión se queda atrás.
Ayer mismo tuve mi primera cita, y había ido todo lo bien que podía ir,
teniendo en cuenta todas las cosas. Simplemente había arañado la superficie
en lo que le había contado al terapeuta. Al final de la sesión, la doctora me
había preguntado a bocajarro si quería ayuda, porque mi secretismo no estaba
ayudando a nadie. Al salir le dije que, si era más sincero, tendría que matarla.
Ella se rió.
No estaba bromeando. En realidad, no. Había tenido varios terapeutas a
lo largo de los años y justo cuando me abrí un poco más, tuvieron que
denunciarme a las autoridades. Menos mal que, para empezar, no era
demasiado confiado y había podido controlar la situación antes que pasara a
mayores.
Pero ahora debo ser vigilado por mi familia cercana, siendo Assisi la
encargada de asegurarse que no me haga más daño.
—Tu hermana está preocupada por ti. Dice que no sales de tu oficina
durante días.
—Hay otra razón por la que entré en este... —Su boca se curva con
disgusto—. Vertedero. —Señala la iglesia. Levanto una ceja, pero continúa—
. Hastings ha estado trabajando en el caso de nuestro imitador. Ha estado
repasando todas las escenas del crimen de nuevo.
—¿Qué?
—No hay mucha gente que pueda haber hecho eso. Diría que hay unos
pocos en la familia que serían capaces de hacerlo. ¿Pero el motivo? Eso es lo
que me desconcierta. —Suspiro. No es que no me haya devanado los sesos
pensando quiénes podrían haber sido, estando mi tío y sus compinches a la
cabeza de la lista. Pero, ¿por qué?
—¿Qué has sabido de parte de Enzo? —pregunto tras una pausa. Enzo
aún no se ha dado cuenta que su despacho había sido intervenido y que Vlad
está al tanto de toda la información confidencial que sale de allí. Todavía no
sé por qué lo hizo, pero ahora se lo agradezco.
—Enzo te antagonizó aún más. Cree que estabas detrás de todo para
poder consolarla después. El lado bueno es que la joven te echa de menos.
—Signor Lastra, alguien está aquí para verlo. —Me señala el salón y le
hago un pequeño gesto con la cabeza. Ni siquiera llego a poner un pie dentro
del salón cuando Enzo se abalanza sobre mí y me da un puñetazo en la cara.
—Qué... —Pierdo momentáneamente el equilibrio. Pero es suficiente
para que me inmovilice en el suelo y siga golpeando.
—No está allí. Claudia sigue en casa, pero no hay rastro de Lina.
—No lo sé. Te juro que no tengo ni idea de dónde está. —Hago una
pausa, dándome cuenta inmediatamente que si no está con Enzo...
—No... —susurro—. No, no puede ser...
Entonces recuerdo lo que dijo Vlad, que creen que yo estaba detrás de
todo.
—Te juro que no tengo nada que ver con esto. Amo a Lina también. No
sería capaz de hacerle daño.
—Cierto, ya lo hiciste.
¡Maldita sea!
No quiero ni considerar que algo le podría haber pasado a Lina. Según
Enzo, toda la señal de vídeo de su casa se había apagado cuando Lina había
desaparecido. Había sugerido un trabajo interno, porque realmente, ¿quién
más habría tenido acceso a su casa? Pero Enzo se había negado a creer que
alguien de su círculo hubiera vendido a su hermana.
¡No!
Abro el sobre con cuidado y encuentro una foto y una pequeña nota. Le
doy la vuelta a la foto y me quedo boquiabierto.
¡Lina!
—Por favor, te lo ruego. Deja que esté bien. Haré lo que sea. Me alejaré
de ella el resto de mis días. solo deja que esté bien. —Sigo repitiendo la
misma oración, esperando que alguien me escuche.
—¿Sí?
—¿Estás seguro?
Todavía no puedo imaginar por qué iría a tales extremos para llegar a
mí. ¿Quiere mi posición? Parece un poco extremo hacer esto durante años
solo para convertirse en capo. Algo no cuadra.
Se ríe nerviosamente.
—¿Así que no tienes nada que decir? Te estoy dando una oportunidad
—digo, con los ojos puestos en Mateo.
—¿Qué cementerio?
—La cripta Lastra. Por favor. —Pone las manos juntas en una oración,
y yo solo asiento.
Maldita sea.
Muertos.
Nadie.
Parece una broma de mal gusto que Nicolo haya elegido este lugar en
particular. La cripta de mi familia tiene el tamaño de una casa de dos pisos,
una gran bóveda que acentúa la altura de la construcción. Cuatro generaciones
de la familia Lastra hacen aquí su lugar de descanso eterno, incluida madre y
la que debería ser la tumba vacía de padre.
¿Tanto me odia?
La cabeza de Amelia rueda por el suelo, con los ojos muy abiertos y
mirando fijamente a mi tío.
—Así que te diste cuenta. Lástima, era un buen polvo. —Se encoge de
hombros, pateando más la cabeza con el pie. Catalina chilla cuando pasa
rodando y se detiene a poca distancia.
—Creo que tu mujer puede estar más decepcionada por esto que yo. —
Se ríe mientras los ojos de Lina se abren de par en par con miedo. Incluso
cuando se vuelve hacia mí, todo su ser parece revolverse ante mi presencia.
—Ah, ves, ahí te equivocas. Ella tiene todo que ver con esto. Ella es tu
principal desencadenante, ¿verdad? —pregunta Nicolo, divertido.
Los ojos de Lina se vuelven hacia mí, y el dolor que veo reflejado en
ellos me hace querer enfrentarme al mismísimo rey del infierno.
Intento transmitir con mi mirada que me encargaré de esto, pero no
estoy seguro que ni yo mismo me crea en este punto.
—¿Me vas a dar tu posición? —se burla de mí, todavía riendo—. Ves,
esta es la razón por la que nunca fuiste apto para ser capo. Siempre la
antepones a todo —comenta con sorna—. No te preocupes, tu puesto será mío
por defecto después que mueras. —Se encoge de hombros y se dirige
despreocupadamente hacia el final de la habitación para coger un cuchillo
oxidado—. ¿Por qué no probamos esto? —Hace girar el cuchillo, probando su
fuerza—. Puedo dejarla ir, si te sometes a mí.
Le he fallado. Repetidamente.
—Es hora de pagar, chico. —Un golpe del cuchillo y el material que
sujeta mi camisa se cae. Me baja el cuchillo por el pecho, con la punta a punto
de clavarse en mi piel. Lo hace unas cuantas veces, tratando de engañar mis
sentidos. Luego corta.
Nicolo sigue haciéndome ligeros cortes por todas partes, pero no le doy
la satisfacción de reaccionar. No, todo lo que puedo hacer es mantener mis
ojos en Lina, mi única razón para seguir luchando.
No tarda en detenerse, al ver que no consigue ninguna reacción por mi
parte. Se levanta y frunce el ceño, observando mi cuerpo sangrante con una
pregunta en los ojos.
—Debería haber sabido que la tortura no haría mucho por ti. No con
Giovanni como padre. —Se ríe, como si acabara de darse cuenta de algo
importante.
Tal vez mi padre tuvo que ver con mi mayor tolerancia al dolor, pero
solo cuando se trata de mí mismo. Se esforzó tanto en matar mis emociones
que lo único que consiguió fue matar mi necesidad de auto conservación. No
me importa lo que me pase, ya no. ¿Pero Lina? Ella es la única que importa, y
ni siquiera el peor tormento podría hacerme renunciar a ella.
¡Dios, no!
¡No!
Lo hago hasta que oigo el sonido de los huesos al crujir, hasta que mi
mano se convierte en una masa inerte de huesos aplastados. Hasta que se
libera.
—¿Así que por eso te hiciste pasar por Quimera? ¿Para joderme por
qué? ¿Por haber nacido? —Enfoca sus ojos hacia mí, y me acerco a Lina,
dispuesto a convertirme en su escudo una vez más.
—Chico —dice con dificultad, luchando por respirar—. ¿Crees que fue
la primera vez que jugué contigo? —Emite un sonido indistinto, como si
intentara no ahogarse con la diversión que le estoy proporcionando sin
querer—. Yo era la mano derecha de Giovanni. Una palabra aquí, una palabra
allá, y se aseguró que no tuviera que hacer ningún trabajo sucio. Durante un
tiempo...
Nicolo sonríe.
—Después de eso no fue muy difícil. Siempre he preferido las guerras
largas y prolongadas, hace que el enemigo se retuerza. Como hiciste tú
cuando viste a esa monja.
—Y luego las notas —añade, dándose cuenta hasta qué punto Nicolo
había jugado con nosotros dos.
—Quiero que termines lo que has empezado. Quiero que cojas este
cuchillo —Saca de nuevo el cuchillo oxidado—, y te cortes el cuello. Muere
como lo hizo mi Liliana.
—Y te cortes el cuello. Muere como lo hizo mi Liliana. —Las
virulentas palabras de Nicolo me producen escalofríos, las implicaciones me
aterran.
—Lina. —Su voz está asolada por tanto dolor y angustia que no puedo
evitar que se me salten las lágrimas.
Me parece oír algún ruido del exterior, pero todo palidece cuando me
vuelvo horrorizada y veo a Marcello hacer lo impensable.
Pero no me suelto.
En algún lugar de la distancia, una sucesión de disparos impregna el
aire. Lo oigo, pero no registro nada más que a mi querido Marcello, cuyos
ojos siguen abiertos de par en par, mirándome con asombro.
—Por favor, amor. Por favor, quédate conmigo —gimoteo, con la voz
ronca.
—¿Qué carajo le pasa? ¿Ir por su cuenta sabiendo que Nicolo le estaba
apuntando? Maldita sea, Marcel, realmente lo hiciste, amigo. —Otro hombre
habla, con una voz llena de desesperación.
Los dos somos conscientes que podemos llegar allí y él podría estar...
muerto.
—¿Importa? —pregunta Enzo tras una pausa, con los ojos concentrados
en la carretera—. ¿Eso hace que Marcello sea menos culpable? Dios, Lina...
Te violó —gime, la emoción se desprende de mi hermano como nunca había
visto antes.
—No puedo prometer nada, pero parece que sí. Podría haber sido
mucho peor.
—Ella no está bien... mentalmente. Intenté excusarla por eso, pero una
cosa es hacer locuras todo el tiempo, y otra muy distinta traicionar a la
famiglia. Cuando se juntó con Nicolo, sabía en lo que se estaba metiendo —
murmura una maldición en voz baja.
—¿Pasa algo?
—Me pidió que le diera esto. —Me entrega una carta—. Su nombre ha
sido eliminado de los visitantes permitidos, así que... —Parece disculparse,
pero yo me limito a asentir mecánicamente.
Mi querida Lina,
Siempre tuyo,
Marcello
Esperaré.
2 MESES DESPUÉS,
Por aquel entonces había vuelto a hablar con Guerra, que se había
disculpado por su hermano, diciendo que no tenía ni idea de lo que estaba
haciendo. También nos habíamos dado cuenta que Franco llevaba tiempo
trabajando con Nicolo, y que habían planeado hacerse con el liderazgo dentro
de sus familias. El atentado atribuido erróneamente a los irlandeses había sido
obra de ellos, aprovechando la terrible reputación que ya tenían los Gallagher.
Yo también había estado intentado arreglar la falla dentro de la
famiglia, y Francesco había sido invaluable en el cumplimiento de mis
órdenes y actuando como mi apoderado. Durante una charla, había sacado a
relucir a su hija mayor, Giulia.
—Ya veo. —Se sube las gafas a la nariz y toma algunas notas.—. ¿Qué
crees que habría pasado si no lo hubieras hecho? Dime tu opinión sincera.
—Padre habría cumplido su promesa. Habría entregado a Catalina a sus
hombres. O... como era imprevisible, podría haberla matado también.
—No —exhalo.
—Sí, pero...
—No lo harás. Pero eso te hará esforzarte más cada día. Ámala más
cada día para que sienta que la mereces. El adagio de siempre, las acciones
hablan más que las palabras.
—Gracias. —Me levanto para irme, el reloj indica que nuestra sesión ha
terminado.
¡Mierda!
—¿Qué le pasa?
Esperamos fuera hasta que la enfermera encargada nos avisa que Sisi
está despierta. Le digo a Venezia que me deje hablar con ella primero, y
accede a regañadientes.
—No hay nada que lamentar, Sisi. ¿Me vas a contar qué ha pasado? —
Cojo una silla y la coloco junto a su cama. Parece confundida, pero
finalmente sacude la cabeza—. ¿Quién era el padre, Sisi? —le pregunto con
la mayor delicadeza posible.
No puedo imaginar quién pudo haber sido.
De repente levanta la cabeza, con los ojos muy abiertos y los labios
temblorosos.
—Para, por favor —ella pronuncia la última palabra con tanta emoción
que lo hago—. Nos vamos a casar —continúa.
—No... esto solo me hace estar más segura. Estamos bien juntos. Nos
entendemos. Por favor, Marcello. —La forma en que me suplica hace que sea
difícil decir que no.
Había sido su intención desde el principio. Aun así, saber eso hace que
toda esta situación sea aún más cuestionable. ¿Por qué siento que hay algo
más? ¿Algo que Sisi no está diciendo?
Llamo a Catalina.
En el momento en que la veo acercarse a nosotros, pierdo todo el
sentido. Es como agua para un hombre reseco. Y me la bebo.
—Sisi está allí. Deberías ir. —Sus cejas se fruncen ante mis palabras.
Maldita sea. Debería haber recordado que mi voz ya no es la de antes.
—¿Qué pasa con ustedes dos? —pregunta Venezia cuando tomo asiento
a su lado.
Es alrededor de una hora más tarde que Lina regresa, cerrando la puerta
a nosotros.
—Voy a verla ahora. —Venezia mira entre los dos con escepticismo.
—¿Quieres tomar algo? —Me vuelvo hacia Lina una vez que Venezia
se ha ido.
—Así que —empieza ella, con la mirada puesta en la taza de café que
tiene en sus manos—. ¿Cómo has estado?
—Bien... He estado bien. —¿Por qué estoy ansioso? ¿Y por qué estoy
respondiendo con lo más básico?
—¿Se acostaron?
—Sí. —Ese rubor hace otra aparición, haciendo resaltar sus pecas...
haciendo que quiera besar cada una de ellas... una por una....
Me sacudo de nuevo. ¿Por qué estoy tan cachondo? Solo han pasado
dos meses. La última vez fueron diez años y no tuve problemas.
—Eso es bueno. Ella merece ser feliz —añade Lina, moviendo los
dedos. Eso es lo único que me dice que ella tampoco está tranquila.
—Te he echado de menos —digo de repente, no pudiendo aguantar esto
mucho más.
—¿Qué...?
—¿Marcello? —La voz de Lina tiene una calidad sin aliento, y eso solo
me pone más duro. ¡Maldita sea! Debería tener más control que esto.
Ella sigue tocándome, sus dedos agarrando mi polla con más fuerza.
¡Joder!
Me mira con los ojos muy abiertos antes de soltar una carcajada,
inclinándose hacia delante con la risa.
Ella sacude la cabeza, con lágrimas en las comisuras de los ojos por el
exceso de esfuerzo.
—Sisi está dormida. —Entorna los ojos hacia nosotros, y tanto Lina
como yo no podemos evitar sonreír—. ¿Qué pasa con ustedes? —Ella sacude
la cabeza, tomando asiento y conectando sus auriculares.
Está acurrucada en la cama, con los ojos rojos de tanto llorar. Estoy
preocupada por ella. No ha sido la misma desde que dejamos el Sacre Coeur,
y no tengo ni idea de por qué.
Es casi surrealista estar de vuelta aquí. Durante los últimos dos meses,
Marcello no había salido de mi mente. Seguí preguntándome cómo estaba,
pero no quería entrometerme ni impedir su progreso, así que me mantuve
alejada. Me perdí en mis diseños, e incluso encontré un mercado para ellos.
¿Quién iba a decir que la gente estaba tan ávida de cosas hechas a mano?
Creo que nunca había sido tan feliz como cuando vi su número aparecer
en mi pantalla. Había tenido mucho tiempo para pensar en nuestra relación,
especialmente con la constante interferencia de Enzo. Su aversión por
Marcello continuaba, y por eso intentaba hacerme cambiar de opinión cada
vez que podía. Pero nunca vacilé.
—¿Tú crees?
Me encojo de hombros.
Tiene mejor aspecto que la última vez que lo vi, pero sigue siendo un
espectáculo de ira, como si alguien hubiera cogido un cuchillo y hubiera
rasgado con saña un lienzo. Levanto la mano y, con su permiso, empiezo a
trazar las crestas.
—Creo que empezaste algo antes. —La idea de ser casi pillada en el
acto me pone aún más caliente.
Tenía tanta prisa por llegar al hospital que ni siquiera me había puesto
el sujetador. Mis pezones están duros y se tensan contra el material, y sus ojos
parecen devorar la vista.
—Fóllame, por favor. —Él gime con fuerza, mis palabras tienen el
efecto deseado. Pero no hace nada.
—Sí. Por favor. —Quiero esto. No, necesito esto para cerrar por fin ese
horrible capítulo de mi vida. Necesito que me tome por detrás y borre todos
los recuerdos de esa noche.
Sigue dudando, y cuando estoy a punto de decir algo, siento que su boca
me besa la columna vertebral y baja. Lleva la mano a mi culo y su lengua se
cuela entre mis mejillas.
Nochebuena
—No puedo hacerlo por arte de magia. Cada uno lo quiere de forma
diferente. Enzo lo quiere poco hecho, Adrian lo quiere bien hecho, y Bianca
lo quiere poco hecho. Ni siquiera voy a pensar en eso, pero ella pidió
específicamente un bistec con sangre.
—Woo. —Levanto las manos—. Pensé que había dicho que nada de
armas. —Adrian me lanza una mirada y sacude la cabeza. Sí, no es como si
creyera que alguna vez Bianca fuera a venir sin un arma encima.
—Tú. —Me señala a mí—. Tú serás el juez. Diana contra Lucca por el
mejor tirador. Yo misma he entrenado a esa chica, no hay forma que su hijo
pueda vencerla —dice con suficiencia.
—Solo estás celoso. —Ella resopla, cruzando los brazos sobre el pecho.
—¿Yo?
—No puedo creer que la dejes salir con alguien —Enzo bromea. Ha
mencionado su opinión sobre las citas de sus hijas varias veces en el pasado,
y siempre es lo mismo: nunca. Menos mal que sus hijas aún son pequeñas,
una de ocho años y la otra de seis.
Por el rabillo del ojo, veo que Lina me hace un gesto con el pulgar hacia
arriba. La saludo con la cabeza en señal de reconocimiento antes de dirigirme
a los invitados.
—Alguien tiene que reunir a los niños. El bistec llegará pronto —digo
al mismo tiempo que alguien llama a la puerta. ¡Mierda! Están aquí. —
Compórtense, ¿vale? —repito antes de ir a abrir la puerta.
—Papá —me rodea el cuello con las manos y me abraza con fuerza.
De la misma altura que yo, Sterling está empacado. Y con eso quiero
decir que es un culturista o un fanático del gimnasio. Claudia parece diminuta
a su lado. De repente, mis instintos paternales se ponen en marcha, y tengo
que bajar el tono para no avergonzar a Claudia.
Justo a tiempo, Lina aparece con la última tanda de bistecs. Los deja
sobre la mesa y se sienta a mi lado. Le doy un beso rápido.
Mirabella, nuestra hija de ocho años, toma las riendas y reprende a los
gemelos. Cuando dejan de hacerlo, se vuelve hacia mí y me guiña un ojo. No
sé qué le pasa a Mira, pero a veces parece demasiado mayor para su edad.
—¿Dónde están tus tías? Siempre hablaste bien de ellas. —La sonrisa
de Claudia tiembla un poco y me devuelve la mirada.
Sacudo la cabeza, con una sonrisa en los labios. Sisi había resultado ser
una sorpresa tan agradable. ¿Quién iba a decir que dentro de un noviciado se
escondía una rebelde así?
—Ella tomó algunas decisiones que no eran del interés de esta familia.
Ahora tiene que vivir con ellas —digo, esperando que deje el tema. Venezia
es un punto doloroso para todos, su traición es la que más corta a Lina.
Mientras las mujeres se dirigen a una zona separada con los niños -
incluso Bianca, para mi sorpresa-, aprovecho para interrogar más a Sterling.
—Te das cuenta que mi hija solo tiene diecinueve años. Es una gran
diferencia de edad —comento.
—Te vigilaré, Sterling. Nadie se mete con mi chica. Solo recuerda eso.
—Lo miro directamente a los ojos mientras digo esto, la amenaza reflejada en
mi mirada.
Por lo que Claudia había descrito, ambos habíamos imaginado algo así
como un poeta incomprendido, un intelectual... El hombre que conocimos
parecía problemático, simple y llanamente.
—Sé que es la primera vez que nuestra hija sale con alguien, pero dale
un respiro. Intenta conocerlo. Estoy segura que no puede ser tan malo si
Claudia lo quiere tanto.
—Se queda hasta el Año Nuevo, seguro que pueden encontrar algún
punto en común. —Marcello gruñe en desaprobación, pero acaba cediendo.
—Eso también significa que no hay actividad en el sótano. No
necesitamos que nadie cuestione los ruidos extraños —Le reprocho.
—Me prometiste diez, señor. —Le paso las manos por el pelo.
—No creí que hablaras en serio. —Marcello se ríe, pero gira la cabeza y
presiona sus labios en el lugar donde está nuestra pequeña maravilla.
FIN
Por ahora…
Traducción
Hada Nayade
Hada Carlin
Hada Callypso
Hada Eolande
Corrección
Hada Nyx
Lectura Final
Hada Aerwyna
Diseño
Hada Muirgen