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hispana, aquellas autoras que no llegan a nuestros países.
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TRADUCCIÓN
SOTELO

CORRECCION Y LECTURA FINAL


MAKTUB

DISEÑO
BOTTON

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No les importaba quién me había dejado embarazada... solo que
uno de ellos lo había hecho.

La primera vez que vi a las bestias, me había alejado y perdido.


Pero no había estado sola. No todo el tiempo.
Me habían encontrado, solo que no por algo que fuera humano.
Osos-bestias. Eran mitos que se susurraban entre los aldeanos y que los
padres decían a sus hijos antes de dormir para mantenerlos adentro, para hacerles
temer lo que acechaba en la oscuridad.
Criaturas de dos metros cubiertas de piel, con garras afiladas, colmillos y
la fuerza de cientos de hombres.
Pero la criatura me mantuvo a salvo y me sacó del bosque.
No volví a verlo, pero lo sentí -no, los sentí- que me observaban.
Siguiéndome.
Acechándome.
Me esperaron todos estos años. Me protegieron y me proveyeron, incluso
cuando yo no me había dado cuenta.
Ahora, estaba sola, y no una, sino tres bestias primitivas habían venido por
mí.
Y lo que querían era simple:
Hacerme suya de la forma que quisieran.
Yo era Goldie, y estos eran ahora mis tres osos.
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Cuando era más joven, me alejé de la casa de mis padres. Me perdí. Lloré.
Tenía cinco años, caminaba por el bosque de noche, oía a los animales corretear
junto a mí, veía criaturas siniestras que se escabullían.

Me encontré junto a un arroyo, me derrumbé y me tapé la cara mientras


lloraba, sabiendo que nunca volvería a casa, que nunca sentiría el calor de mi
cama ni probaría el dulce sabor del porridge que mi madre me daba al
despertarme.

Pero no había estado sola. No todo el tiempo.

Me había encontrado, esa criatura de la que solo oía hablar en susurros


entre los aldeanos.

Los osos bestias eran mitos, cosas que los padres contaban a sus hijos antes
de dormir para mantenerlos adentro, para hacerles temer lo que acechaba en la
oscuridad.

Bestias, monstruos... descendientes del mismísimo diablo.

Me había encontrado llorando por mi madre.


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La criatura era mucho más grande que yo. Estaba cubierta de pelaje, su
cuerpo no se parecía en nada al de un humano. Sabía que debería haberme
aterrorizado. Tenía patas en lugar de manos. Garras en lugar de uñas.
Pero cuando se agachó frente a mí, con su cabeza cuadrada inclinada hacia
un lado y sus orejas redondeadas moviéndose de un lado a otro como si estuviera
escuchando los sonidos de la naturaleza, solo sentí tranquilidad y consuelo.

Sabía que no me haría daño.

La bestia no había dicho ni una palabra. Al día de hoy, ni siquiera sabía si


hablaba mi idioma. Pero no fueron necesarias las palabras cuando extendió su
pata, esperando a que yo deslizara mi mano en ella.
Y lo hice.

Me guió por el bosque hasta la casa de mi familia. Esperó junto a la línea


de árboles, oculto entre las sombras y el follaje, mientras yo me alejaba hacia la
única protección que había conocido.

Volví a mirar a la criatura antes de entrar y vi que sus ojos dorados y


brillantes me observaban. Y entonces levantó aquella enorme pata en lo que supe
que era un gesto de despedida. Y antes de darme la vuelta, vi otros dos pares de
ojos dorados, ocultos pero brillantes entre las sombras del bosque... fijos en mí.

Nunca volví a ver al oso-bestia, pero sentí que -ellos- me observaban


durante años.

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Quince años después.

Mis padres habían muerto el año anterior, en un horrible accidente que me


dejó sola en todos los sentidos de la palabra.

Había tardado todo ese tiempo en hacerme a la idea de que probablemente


estaría sola el resto de mi vida, en aceptarlo. Pero con el paso de los días, me di
cuenta de que disfrutaba de mi soledad.

Cuidar de mi casa, de los animales y de las provisiones para el invierno me


mantenía ocupada en cuerpo y alma.
Recogí mi capa y mi cesta y salí de la cabaña en dirección a la arboleda.
Harriet, Myrtle y Louisa, mis tres gallinas, me dieron un “bwak” de bienvenida
al pasar, pero al cabo de un segundo volvieron a picotear el suelo.

Daisy, el ganso, me dio un fuerte graznido a modo de saludo, estiró sus alas
y se alejó contoneándose.
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Esta pequeña granja era una obra de amor y siempre agradeceré a mis
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padres que me enseñaran desde pequeña a cuidarla y atenderla. Era un trabajo


duro y, cuando se ponía el sol, estaba agotada y apenas me quedaban fuerzas para
disfrutar de la cena antes de asearme y acostarme.
El aire era frío, con la promesa del otoño rozándome la piel. Me apreté más
la capa y mis botas crujieron sobre los escombros del suelo del bosque.

Tenía un trabajo que hacer esta mañana: recoger las bayas rosas que solo
maduraban en esta época del año y que crecían junto al arroyo en lo más profundo
del bosque. El mismo arroyo que albergaba el recuerdo más increíble, por no decir
aterrador y emocionante, que conservaba.

La caminata fue larga, y cuanto más ascendía, más frío y enrarecido se


volvía el aire. Y cuanto más me acercaba, más claro sonaba en mi mente el
recuerdo de aquella noche en que el oso-bestia me salvó.

Me abrí paso entre los árboles hasta llegar a un pequeño claro, donde el
arroyo descendía por la montaña y se adentraba en el pueblo. El sonido del agua
y el aroma de su limpieza me envolvieron. Me quedé un momento contemplando
la escena.

Un pequeño animal correteaba por el suelo del bosque en algún lugar


cercano. Un pájaro carpintero iba a trabajar en un árbol. Me acerqué al arroyo y
las gotas de agua helada salpicaron el borde de mi faldón.

El arbusto de bayas rosas estaba al otro lado del agua, y avancé lentamente
por el puente natural de rocas aplanadas hasta llegar a él.

Pasaron varios minutos desde que me agaché y empecé a recoger las bayas
de color rosa brillante y a ponerlas en mi cesta hasta que se me erizó la piel de la
nuca.
Aunque todas mis fuerzas me decían que no estaba sola, ignoré la sensación
lo mejor que pude y seguí limpiando las ramas espinosas hasta llenar la cesta.
Solo entonces me puse de pie y me giré lentamente, recorriendo con la
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mirada el entorno, de repente quieto y silencioso.


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Una bandada de pájaros se alejó desde lo alto y mi corazón se aceleró al


sentir que no estaba sola, que me observaban.
Sabía de quién se trataba. Había tenido esa misma sensación durante los
últimos quince años.
Los osos me observaban, como sabía que habían estado haciendo todo este
tiempo.

Me estremecí, muy consciente de los más mínimos movimientos a mí


alrededor. El viento sobre cualquier piel expuesta. La forma en que el arroyo me
rodeaba. Sentía un calor en el cuerpo que nunca había experimentado.

Aunque sentía los nervios a flor de piel, como cada vez que me aventuraba
tan lejos, en este lugar exacto, también anticipaba esta extraña sensación que me
consumía.

Tras intentar tragarme el nudo que tenía en la garganta y no conseguirlo,


avancé con paso firme y lento por el arroyo hasta el otro lado. El corazón me latía
muy deprisa, tenía las palmas de las manos húmedas y sentía un hormigueo entre
los muslos.

Pero, no importaba en la dirección que mirara, no veía nada, a pesar de


saber que me observaban. Desde más de una dirección.

Me quedé ahí un momento y dejé que la sensación de que me observaban


me consumiera. Era una sensación embriagadora, que solo había experimentado
cuando se trataba de... ellos.

Exhalé, apreté los dedos alrededor del asa de la cesta y comencé a caminar
hacia la cabaña. Mientras tanto, esa sensación de ellos cerca pero tan lejos estaba
siempre presente, y me aferré a ella, dejando que bañara mi cuerpo.

Dejé que me hormigueara entre los muslos, que me apretara los pezones, y
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supe que me encontraría en la cama tocándome mientras pensaba las cosas más
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obscenas sobre criaturas que ni siquiera eran humanas.


—Estoy cansado de esperar—

Miré a Bruin mientras destrozaba el cadáver de un ciervo. Podía sentir la


energía salvaje que lo rodeaba. Estaba tan impaciente como yo, mi hermano
mediano.
No respondí, y giró sus ojos dorados hacia mí, enseñando los dientes con
el ceño irritado.

—No estaba preparada— gruñó Ursid, nuestro hermano menor, con voz
grave, porque él también estaba igual de impaciente por nuestra hembra.

—Todos la queremos, pero no estaba preparada. No hasta ahora. — Me


levanté y dejé a mis hermanos terminando de comer, salí de la cabaña y me dirigí
hacia donde sabía que estaría ella.

Había pasado tanto tiempo desde la primera vez que la vi, desde que la
encontramos sola y perdida en el bosque hacía tantos años. No la habíamos visto
más que como una niña humana que necesitaba ayuda. Y así lo hicimos. Pero
nuestro lado protector exigía que nos aseguráramos de que estuviera a salvo y
protegida a toda costa.
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A lo largo de los años, la mantuvimos a ella y a su familia llevando fardos


de bayas a la puerta de su casa, guiando a los ciervos heridos hacia su hogar para
que fuera fácil matarlos y no pasaran hambre.
La cuidábamos y como éramos los depredadores más peligrosos, nada se
atrevía a acercarse a ella.
Cuando fue mayor de edad, cuando vimos lo hermosa que se había
convertido en una mujer, supimos que era nuestra y que ninguna otra podría
compararse.

Y cuando murieron sus padres, tuvimos que hacer todo lo posible para no
consolarla, para no abrazarla y estrecharla entre nuestros grandes cuerpos
peludos.
Y por mucho que la quisiéramos, por mucho que supiéramos que sería
nuestra en todos los sentidos, sabía que teníamos que esperar más para reclamarla.
Necesitaba tiempo para recorrer este nuevo camino en su vida.

Pero la espera era dura.

Seguí su olor hasta que la encontré en un claro, donde el manantial de la


montaña llenaba un estanque de agua.
Me mantuve detrás de la espesa cubierta de árboles, observándola mientras
se quitaba la ropa. Yo era una criatura básica y primitiva, pero incluso yo sabía
que ver a Goldie así estaba mal.

Pero no me detendría. No podía parar. Quería absorber cada centímetro


cremoso y curvilíneo de su cuerpo. Quería memorizarla. Quería agarrar mi polla
y masturbarme al verla, olerla y sentirla.

Quería ver cómo mis hermanos se saciaban de nuestra hembra. La


cubriríamos con nuestra semilla, la embadurnaríamos con gruesas hileras de
semen que harían que oliera como nosotros.

Bajé la mano hacia mi polla, agarré mi grueso miembro y le di un fuerte


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tirón. Permaneció oculto, protegido bajo la gruesa capa de pelaje oscuro que
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cubría a los de mi especie de la cabeza a los pies.


Me quedé mirando a nuestra hembra, imaginándomela con mis hermanos.
Verla extendida ante nosotros, abierta, dispuesta y sumisa, era tan afrodisíaca que
tuve que obligarme a contener mi gruñido de placer.

Y entonces se desnudó por completo, mostrando su gloriosa espalda y su


culo. Sentí que la punta de mi polla goteaba. Mi cuerpo se preparaba para
reclamarla. Me aseguraría de que estuviera bien mojada.

Necesitaría toda la lubricación posible para ser reclamada por los tres.

Golpeé el tronco con la pata y clavé las garras en la corteza. Los trozos se
desprendieron y se esparcieron por el suelo del bosque.

Vi cómo Goldie se metía en el pequeño estanque de agua, mientras el sol


se ponía y proyectaba un resplandor en la pradera. Su trasero se balanceó sobre
la superficie del agua unos instantes antes de sumergirse hasta la cintura.

Se movió más hacia el centro hasta que por fin se giró y me miró de frente,
con los pechos apenas visibles. Eran perfectos, llenos, con los pezones rosados y
duros por el frío del agua.

Me mantuve en la sombra, mi cuerpo tan grande que ella podría verme,


pero sentí la emoción de la excitación y la anticipación ante la perspectiva de que
nuestra pequeña humana me viera masturbarme.

Estaba bombeando mi pata sobre mi polla tan rápido y con tanta fuerza que
el pesado peso de mis bolas se balanceaba de un lado a otro por la fuerza.

Gruñí por lo bajo, incapaz de contenerme y dejar que el sonido estallara


hacia fuera. Y cuando ella echó la cabeza hacia atrás, con los pechos
balanceándose sobre el agua mientras se lavaba el pelo largo y dorado, me corrí.
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Dirigí la punta de mi polla hacia el árbol, corriéndome con fuerza y


apretando los colmillos. Gruesas cuerdas blancas de semen cubrieron la corteza
antes de deslizarse hasta el suelo del bosque.
Y seguí teniendo un orgasmo, el placer interminable. Copiosas cantidades
de mi semilla brotaron como un géiser.

Y en mi mente solo podía pensar en que Goldie lo tomara todo.

Cuando estuve agotado y saciado, exhalé satisfecho, con el placer


derramándose de mí.

Seguí observándola unos instantes más mientras se pasaba las manos por
los grandes montículos de sus pechos. Cuando salió del estanque y se secó, vi
cómo las gotas de agua caían en cascada sobre sus gloriosas formas.

Me quedé en las sombras mientras ella se ponía la camisa y se dirigía a su


cabaña. Pero no me perdí cómo miraba a su alrededor. Sabía que podía sentir que
la miraba. Siempre lo había hecho a lo largo de los años, sabiendo que estábamos
cerca pero sin poder precisar dónde estábamos.

Nos mantuvimos ocultos para protegerla. Nos mantuvimos alejados hasta


que llegó el momento adecuado. Y ese momento era ahora.

Estábamos haciendo nuestra a Ricitos de Oro.

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Se avecinaba una tormenta. Lo percibí en el aire. Lo vi en la inquietud de
los animales.

Me dediqué a preparar todo para la intemperie, apresurándome porque


quería comprobar las trampas que había colocado en el arroyo cercano antes de
que cambiara el tiempo.

Estaba guardando a las gallinas cuando vi a Lorna, la anciana que vivía al


otro lado del prado, que bajaba por el estrecho sendero que unía nuestras dos
propiedades.
Rara vez hablaba con ella, sobre todo porque su actitud ponía los pelos de
punta a cualquier gato.

También dejaba perfectamente claro que no le gustaba la población


humana y que abrazaba su existencia solitaria y ermitaña. Pero me toleraba e
incluso me dio algunas de sus conservas de frambuesa que hacía todos los años.

Pasó junto a mí y se dirigió a la puerta de mi casa.


— ¿Va todo bien? —le pregunté mientras la seguía adentro y resoplaba por
lo descarada que era al entrar en mi casa.
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—Problemas con mi tejado— dijo casi con severidad. —Unos cuantos


chicos del pueblo están trabajando en ello, pero es inhabitable. — Dejó su
mochila sobre la mesa de la cocina y se giró hacia mí. —Puedo quedarme aquí
hasta que lo arreglen. Con la tormenta que se avecina y todo…—

Por un momento, me quedé estupefacta ante la audacia de su invitación a


quedarse. Pero yo no era despiadada ni fría. Nunca rechazaría a alguien que
necesitara un lugar donde quedarse, y menos a una vecina.

—Por supuesto, puedes quedarte. El tiempo que necesites hasta que esté
arreglado—

Hizo un sonido ronco y asintió, como si eso fuera todo. Trato hecho. —Te
ayudaré con las comidas, la limpieza y, por supuesto, cuidando de la minúscula
cantidad de animales que tienes—

Me mordí la lengua ante su tono sarcástico, pero me guardé cualquier


opinión y me limité a forzar una sonrisa.
Me dirigí hacia ella mientras empezaba a reunir ingredientes que yo sabía
que eran para el pan. Harina, levadura, azúcar, huevos.

—Ve, ve, querida— Me espantó como si fuera una mosca molesta. —


Atiende a los animales y yo prepararé la cena—

Parpadeé un par de veces, luego recuperé la compostura. —De acuerdo, si


insistes—

No estaba acostumbrada a recibir ayuda de ningún tipo desde que murieron


mis padres, y aunque Lorna tenía un carácter malhumorado, no podía negar que
era... agradable tener a alguien aquí.

—Tengo que revisar unas trampas en el arroyo…—


Me hizo un gesto con la mano antes de que terminara, y esa fue mi señal
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para salir de ahí.


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Terminé de asegurar a los animales justo cuando empezaban a ponerse


nerviosos. Mientras cerraba el gallinero y echaba el pestillo, miré al cielo que se
oscurecía rápidamente, me rodeé la cintura con los brazos y temblé cuando se
levantó una ráfaga de viento.
Sabía que no quedaba mucho tiempo antes de que el tiempo fuera tan malo
que no podría aventurarme lejos de casa, así que recogí rápidamente mis
provisiones, eché un vistazo más por la ventana de la cocina para ver a Lorna
trabajando en la preparación del pan, y me dirigí al bosque.

Aunque el sol aún no se había puesto, como estaba nublado y el tiempo se


estaba volviendo traicionero dentro del bosque, parecía mucho más oscuro. Los
árboles bloqueaban el viento frío y me rodeaba un silencio inquietante a medida
que me adentraba en el bosque y me acercaba al arroyo.

Fue una caminata de unos veinte minutos, y me maldije por haber esperado
tanto para terminar con esto. A cada momento que pasaba, el tiempo parecía más
desapacible.

Una vez en el arroyo, revisé las trampas y me alegré de haber pescado tres
peces grandes. Me ocupé rápidamente de ellos antes de meterlos en mi cesta y
ponerme en pie. Fue solo un momento antes de sentir ese hormigueo en la nuca,
ese estiramiento de la piel que me decía que no estaba sola.

Me estaban observando.

No me molesté en mirar en ninguna dirección para encontrar el origen.


Sabía quién era.

En lugar de eso, empecé a avanzar por las resbaladizas rocas hasta el otro
lado del arroyo para poder comprobar la última trampa. Justo cuando estaba a
punto de llegar a la orilla, mi zapato se enganchó en una roca cubierta de musgo
y me torcí el tobillo, cayendo hacia delante. La cesta se me escapó de las manos
y extendí los brazos para estabilizarme.
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Apoyé las palmas de las manos hacia delante mientras caía y cuando toqué
el suelo, mi mano se dobló en un ángulo extraño y oí un crujido nauseabundo
cuando mi sien entró en contacto con un tocón desarraigado.
Me quedé tumbada durante un segundo, gimiendo, con la cabeza dolorida
al instante y una niebla que me rodeaba. No me moví durante largos instantes,
con los ojos apretados y los dedos clavados en la tierra mientras intentaba esperar
a que se me pasara el dolor punzante de la sien y la muñeca. Solo cuando pasaron
varios instantes abrí por fin los ojos y me levanté, pero jadeé cuando la sensación
de la sangre que me llegaba a la cabeza -aumentando las palpitaciones- me
arrancó un gemido.

Apreté los ojos con fuerza y coloqué los dedos sobre el bulto del tamaño
de la piel de gallina que tenía a un lado de la cabeza. Estaba sensible al tacto, y la
cálida humedad que recibían mis dedos me indicaba que la piel se había roto.

Me invadió una oleada de vértigo, pero me la quité de encima. No había


sobrevivido tanto tiempo como para dejar que un pequeño percance en el bosque
me volviera vulnerable. Así que me obligué a ponerme en pie, zigzagueando
ligeramente, y me concentré en el suelo del bosque para detener el giro. Cuando
levanté la cabeza, el mundo empezó a girar por un motivo completamente
distinto.

A solo tres metros de mí había unas criaturas que recordaba haber visto
hace tanto tiempo. Las que había visto cuando me perdí en el bosque de niña.
Las bestias monstruosas sobre las que los aldeanos susurraban y advertían.

Y los tres me observaban atentamente, sus ojos dorados parecían brillar en


el sombrío entorno del bosque, sus cuerpos tan inhumanos que quise dar un paso
atrás por instinto y autoconservación.

Pero mi fuerza interior y el sentido común de no huir de los depredadores


me mantuvieron clavada en el sitio.
Durante largos segundos, me limité a observar cada parte de ellos.
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Tenían patas por manos, garras por uñas. Sus orejas recordaban a las de los
osos pardos, al igual que otros rasgos de sus caras, como los hocicos y los
aterradores caninos. Estaban cubiertos de pies a cabeza por un pelaje espeso y
oscuro, de tonos que iban del marrón al negro.

Estaba hiperventilando, pero me recordé a mí misma que si aquellas


criaturas querían hacerme daño, podrían haberlo hecho antes incluso de que
reconociera su presencia. Pero decirme a mí misma que me calmara era más fácil
decirlo que hacerlo.

Aunque había conocido a uno en persona, había sido hacía mucho tiempo,
y mis recuerdos eran borrosos por el paso de los años.

Me fijé en sus anchos hombros y sus enormes pechos. No podía ver una
definición muscular clara debido a su pelaje oscuro, pero era evidente que estos
seres eran poderosos en todos los sentidos de la palabra.

Y entonces mi mirada se fijó en lo que tenían entre las piernas. Unos


enormes apéndices, muy masculinos, que se endurecían cuanto más los miraba,
sobresalían de una gruesa capa de pelaje oscuro.

Me di cuenta de que cada uno era más grande que el otro, aunque los tres
eran enormes.

Como si mi cuerpo por fin se diera cuenta de que las cosas estaban patas
arriba, di un paso atrás y sentí un hormigueo de dolor en el tobillo torcido que me
hizo palpitar la cabeza. Jadeé al resbalar con otra roca cubierta de musgo.

Supe que iba a bajar de nuevo antes de descender, y sentí que mis ojos se
abrían de par en par, que mis brazos se agitaban mientras retrocedía y descendía.
Pero antes de caer en el agua helada y corriente, un oso bestia estaba delante de
mí, con una enorme pata cubierta de garras agarrándome por la cadera y
sujetándome.
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No podía respirar cuando incliné la cabeza hacia atrás y lo miré a los ojos.
Sus fosas nasales se ensancharon mientras inhalaba. Soltó un gruñido profundo,
muy animal y luego se inclinó hacia mí y me olió el cuello.
—Nuestra — casi gruñó, enseñando sus afilados dientes.

Fue entonces cuando el mundo se puso patas arriba. Me sentí mareada y


agradecí la oscuridad que me invadía.

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Me aferré a nuestra pequeña hembra y recorrí con la punta de la nariz la
esbelta y suave curva de su cuello. Sentí que Bear y Ursid se acercaban, pero no
me detuvieron mientras la acercaba a la seguridad y el calor de mi cuerpo.

La tormenta ya había llegado, haciendo que los animales se escabulleran y


se refugiaran para pasar la noche. El cielo era de un gris furioso y el aire
desprendía un fuerte olor a agua.

Arrastré la lengua por su mejilla, saboreándola y gruñendo por lo bajo de


placer ante su dulce sabor.
Mi hermano mayor y mi hermano pequeño gruñeron ante mi exhibición de
posesión, pero pronto tendrían su oportunidad.

Con mi cuerpo envuelto en el suyo, la levanté con facilidad y la mantuve


pegada a mi pecho. Quería que estuviera calentita y protegida mientras me giraba
y miraba a mis hermanos.

Estaban concentrados en nuestra pequeña y dulce humana, y sentí que me


invadía una oleada de... satisfacción al saber que por fin sería nuestra después de
tanto tiempo.
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Sus sonoros gruñidos de afirmación, como si estuvieran pensando lo


mismo, resonaron por todo el bosque. Una bandada de pájaros se dispersó en lo
alto. El cielo se oscureció y, con una mirada más a Goldie, los tres nos dirigimos
a casa.

Tomé nota de que mis hermanos se mantenían cerca, todos vigilantes


mientras escudriñábamos los alrededores. Nada era lo suficientemente estúpido o
valiente como para desafiarnos, pero teníamos una preciosa carga - nuestra dulce
y pequeña hembra humana- que queríamos mantener a salvo.
Goldie era nuestra prioridad.

El camino hasta nuestra morada fue largo, ya que ascendimos la montaña


y pasamos por debajo de pasos antes de llegar finalmente a lo que los humanos
llamaban “hogar”.

Habíamos encontrado la cueva hacía siglos y hasta que Goldie llegó a


nuestras vidas y supimos que sería nuestra para compartirla, nos habíamos
contentado con vivir como las bestias primitivas que éramos.

Pero una vez que se convirtió en mujer, supimos que queríamos que se
sintiera cómoda aquí con nosotros, así que creamos un lugar que pudiera llamar
suyo.
Construimos una estructura que recordaba a su cabaña, la unimos a la
entrada de la cueva y creamos todas las comodidades que nuestras dos especies
deseaban.
Abrí la puerta de madera y entré en la casa. Era lo bastante grande como
para que mis hermanos y yo pudiéramos vivir cómodamente en ella con nuestra
pequeña compañera.

El techo era alto, con vigas de madera entrecruzadas. Las encimeras y los
muebles no eran tan altos como para que Goldie se sintiera incómoda
utilizándolos, pero la altura también nos permitía preparar la comida con
facilidad.
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Pasamos incontables momentos construyendo este santuario para ella,


necesitábamos que le encantara estar aquí, porque no teníamos intención de
dejarla marchar.
La tumbé en el banco, la madera cubierta de suave pelaje y rellena de
relleno para asegurarme de que estuviera lo bastante cómoda para ella.

Bear y Ursid estaban a mi lado, los tres mirando a Goldie. Aunque era
diminuta en comparación con nuestras formas bestiales, su cuerpo era exuberante
y curvilíneo, con grandes pechos, caderas anchas y muslos gruesos.

—Es perfecta— refunfuñó Ursid y se acercó.


Inhalé, oliendo las feromonas de apareamiento que desprendíamos los tres.

—Hermosa— respondió Bear. La voz de nuestro hermano mayor era


ronca, áspera... tan animal como lo éramos todos en el fondo.

Me agaché, suavemente alisando el lado curvo de una de mis garras a lo


largo de su mejilla. Su pelo rubio, salvaje y rizado, era un amasijo de enredos
alrededor de su cara llena de belleza. Mi cuerpo estaba preparado para ella y lo
había estado durante más tiempo del que quería reconocer.

Y por mucho que me complaciera, no podría saciar el hambre que sentía


por aquella hembra.

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La cabaña estaba en silencio mientras Bear y Bruin se agazapaban frente
al fuego. Bruin añadió más troncos y Bear partió trozos de cecina por la mitad,
comiendo mientras miraba fijamente las llamas.

Pude ver cómo miraban a Goldie. Tampoco podían dejar de pensar en ella.
Era demasiado perfecta para las palabras, demasiado hermosa para comprenderla.
Siempre habíamos tenido un objetivo en mente: sobrevivir. Y aunque nos
teníamos el uno al otro, éramos criaturas solitarias que deseaban -anhelaban- una
compañera.
Una que pudiéramos compartir.

Una con la que pudiéramos crear una familia.

Gruñí por lo bajo cuando esos pensamientos llenaron mi cabeza, y miré


fijamente a nuestra hembra.

Pensé en su vientre grande con nuestros cachorros. Se vería gloriosa,


incluso más llena, más redonda. Su cuerpo ya era perfecto, pero lo sería aún más
llena de nuestras crías... las que solo nosotros le daríamos.
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— ¿Deberíamos preocuparnos? — Bruin habló. Se acercó, claramente


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necesitando estar cerca de Goldie. Inhaló bruscamente, gruñendo por lo bajo de


placer.
—Estará bien— dijo Bear con naturalidad. Nuestro hermano mayor la tenía
en su punto de mira. —Pronto se recuperará. La sorprendimos — Avivó el fuego
y añadió unos cuantos leños más a las llamas. —Tenemos que asegurarnos de que
tiene suficiente comida y agua fresca. Trae más pieles para mantenerla caliente.
Bear se puso de pie, su altura sobresalía dentro de los pequeños confines
de la cabaña.

—Deberíamos llevarla a mi cama. — gruñó Bruin.

—No, debería estar en la mía. Es la más grande — Bear fue el que habló.

Entrecerré los ojos hacia mis hermanos, sintiéndolos parpadear de fastidio


ante la naturaleza territorial que ya llenaba nuestros pequeños confines.

Aunque la compartiríamos con gusto, era inevitable que siguiera habiendo


una lucha por el dominio y un toque de celos entre nosotros.

Me levanté junto a mis hermanos y los tres miramos a Goldie. Parecía tan
pequeña entre el banco cubierto de paja y piel que habíamos construido para ella.

—Es una cosa pequeña. Debería estar en la mía— Todos éramos tan
enormes comparados con nuestra pequeña humana, pero mi cama era la más
pequeña, en la que no se consumiría.

Bear y Bruin refunfuñaron y yo les enseñé los dientes. Todos sabíamos, sin
decir nada más, que ella no estaría en ninguna de nuestras camas.

Con una última mirada a nuestra mujer, no me abstuve de inclinarme y


arrastrar la lengua por su mejilla. Se movió un poco, pero siguió dormida.

Olí las feromonas de apareamiento procedentes de mis hermanos y un


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segundo después, ellos también se inclinaron y la lamieron. Tomamos su sabor y


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dejamos nuestro aroma en ella.

Y fue lo más perfecto de nuestro mundo.


Fue el olor de un fuego cercano y el sonido de la madera crepitando lo que
me despertó.

Durante un segundo, me quedé con los ojos cerrados, observando mi


entorno con mis otros sentidos. Todo volvió a mí con una claridad asombrosa.

De pie junto al arroyo. Ver a tres enormes osos bestias mirándome con
interés y mucho calor.

No oía nada aparte del fuego, pero notaba que el corazón se me aceleraba
un poco, porque sabía que no estaba completamente sola.

¿Estaban cerca? ¿Adónde me habían llevado?

La plataforma sobre la que estaba era blanda y las pieles que tenía debajo,
cálidas. Me habían cubierto la parte inferior con otra gruesa capa y estiré los
dedos de los pies, dándome cuenta de que me habían quitado las botas.

Se habían tomado muchas molestias para que estuviera cómoda y abrigada.


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Eso contribuyó en gran medida a aliviar mis preocupaciones, pero, aun así,
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el pesado peso de la confusión y el miedo flotaba bajo mi piel.


Aunque aquellas criaturas deberían aterrorizarme, instintivamente sabía
que nunca me harían daño. Sabía que eran los que me vigilaban de niña, los que
me llevaron de regreso a mi cabaña cuando me había perdido.

Nunca conté a mis padres lo sucedido, siempre guardé ese secreto cerca de
mi corazón, sabiendo que, si pronunciaba una palabra sobre ellos, sería peligroso.
Para ellos.

Abrí los ojos y miré lentamente a mí alrededor. No podía ver mucho desde
mi posición, pero me di cuenta de que estaba dentro de una casa desconocida.

Los techos eran altísimos, con preciosas vigas de madera natural paralelas
y entramados de madera a la vista.

Me levanté y apoyé las manos en la suave piel que tenía debajo. En la


chimenea, enfrente de donde estaba sentada, ardía un fuego constante.

Eché un vistazo a la habitación y vi una cocina a un lado, y aunque todo


era normal en apariencia, me di cuenta de que las cosas parecían más grandes.

Las encimeras. Las estanterías. Incluso los muebles eran un poco más
grandes de lo normal, como si estuvieran hechos para un cuerpo más grande que
el de un ser humano.

Mi pulso empezó a latir un poco más rápido, porque sabía dónde estaba.
Sabía para qué criaturas se había construido esta casa.

Me senté en el borde de la plataforma y escuché, pero seguía sin oír nada


más que el sonido de mi corazón palpitante.

A mi derecha había tres grandes sillas, la siguiente más grande que la


25

anterior. Aunque me dolía la cabeza por la caída, tenía las muñecas y los tobillos
Página

doloridos, podía ponerme de pie sin mucha dificultad.


Cuando me puse de pie, la cabeza me latía ligeramente, pero se me pasó
tan rápido como llegó.

Me quedé de pie y escuché, mirando a mí alrededor. Lo asimilé todo un


segundo más antes de dirigirme a la cocina, teniendo en cuenta que aún me dolía
un poco el tobillo y conseguir un poco de agua.

Bebí dos vasos grandes antes de dejar el vaso y apoyé las manos en la
encimera, mirando por la ventana. El sol se había puesto y todo estaba envuelto
en una oscuridad tenebrosa. Oía el aullido del viento. Le siguió el violento
golpeteo del hielo y el agua contra el cristal.

Me estremecí, pero no de frío. Un escalofrío recorrió mis brazos y piernas,


porque sabía que en cualquier momento no estaría sola, que tendría que
enfrentarme a esta nueva realidad de lo que estaba ocurriendo y quién -o qué- me
había traído aquí.

Y aunque eso debería haberme asustado, sentí una extraña opresión en el


vientre.

El corazón empezó a latirme más deprisa por motivos muy distintos, y mi


cuerpo se encendió como si hubiera tocado un carbón caliente.

Me levanté y vi un gran pasillo a un lado. Mis pies se movieron antes de


que me diera cuenta de lo que estaba haciendo.

La primera puerta se abrió para mostrar una enorme cama en el centro de


la habitación. La segunda habitación estaba diseñada de forma muy parecida, pero
esta cama era un poco más grande que la anterior.
La última habitación, al final del pasillo, tenía la cama más grande de las
tres.
26
Página

Imaginé a las criaturas oso durmiendo sobre ellas, con sus grandes cuerpos
bestiales extendidos por encima. Mi cuerpo volvió a encenderse y cada zona
erógena se tensó al calentarse mi sangre.
Empecé a respirar un poco más deprisa y con más fuerza mientras por mi
mente pasaban imágenes en las que nunca había pensado.

Acababa de cerrar la puerta del dormitorio cuando oí un fuerte ruido


procedente del exterior. Se oía un claro rasguño-rasguño-rasguño de clavos contra
la madera. Durante un segundo, hubo una pausa de silencio, y luego me volví
para mirar hacia la entrada, una vista clara de la puerta principal.

Contuve la respiración al ver girar el picaporte y luego empujar la madera


para abrirla.

Solté un pequeño gemido de algo que no era miedo cuando vi tres pares de
ojos dorados y brillantes clavados en mí.

Bueno, era ahora o nunca averiguar qué me deparaba el futuro.

27
Página
Pude oler su aprehensión al instante y mi lado protector se levantó, aunque
sabía que no nos tenía miedo.
Mis hermanos y yo nos quedamos atrás, dándole un momento para que se
orientara. Nos miró hasta que se llenó de nosotros, observando cada aspecto de
nuestros cuerpos, desde nuestros pies con garras hasta la parte superior de
nuestras cabezas.

Fui el primero en entrar en la cabaña, con movimientos lentos para no


asustarla más. Nuestra hembra era fuerte y se mantenía firme, pero podía ver su
pulso acelerado en la base de su cuello. Las velas esparcidas por la casa
parpadeaban con el viento que entraba por la puerta abierta. Bruin fue el siguiente
en entrar, luego Ursid. Nuestro hermano menor cerró la puerta en silencio,
impidiendo el paso de la tormenta.

El dulce aroma de la persistente excitación de Goldie llenaba el aire. Estaba


desvanecido, no era nuevo. Pero era increíble. Lo más grande y dulce que jamás
había inhalado en mi cuerpo.

La cabaña empezó a volverse más cálida con la puerta cerrada, la gélida


tormenta cortada. Yo sostenía una pila de pieles que había sacado de la cueva y
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Bruin tenía cuatro truchas colgadas de un cordel, mientras Ursid tenía un cuenco
Página

para hacer porridge.


Nos sacudimos la nieve, el hielo, y las gotas cayeron al suelo de madera
antes de derretirse rápidamente. Pero ni siquiera el tiempo podía ocultar las
feromonas que desprendíamos.

Ella estaba en el pasillo, presumiblemente había visto nuestras


habitaciones... en las que aún no habíamos dormido.

Fueron las que hicimos para que cada uno pudiera pasar tiempo en privado
con nuestra compañera.

— ¿Dónde estoy? — Su voz era suave, tentativa.


Aspiré su aroma y me encantó no sentir miedo. Era fuerte, nuestra humana,
dispuesta a enfrentarse a nosotros, aunque la triplicáramos en tamaño y no
perteneciéramos a su especie.

—Estás en tu nuevo hogar — gruñó Bruin, y yo giré la cabeza en su


dirección, enseñando los dientes.

—Tranquilo— gruñí, porque lo dijo de forma agresiva, posesiva.

Bruin me miró con los ojos entrecerrados y sus fosas nasales se dilataron a
medida que aumentaba su propio dominio.

Nos desafiábamos con frecuencia -todos éramos alfa- pero sabía que él se
echaría atrás. Bruin no querría asustar a Goldie.

Fue él quien rompió el contacto visual al volver a mirar a nuestra hembra.


Ursid no le había quitado la mirada de encima en todo el tiempo. Su pecho subía
y bajaba, el aroma de su necesidad de apareamiento saturaba el aire.

Seguramente, ella podía oler la especia con matices de dulzura. Y cuando


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sus pequeñas fosas nasales se ensancharon, la forma en que sus pupilas se


Página

dilataron me dijo que estaba haciendo efecto en ella de la mejor de las maneras.
—Este no es mi hogar— Echó los hombros hacia atrás e inclinó la barbilla
hacia arriba.

Observé con placer el desafío en su rostro, la fuerza y el fuego en sus ojos.


No dijimos nada, sabiendo que la situación no se resolvería de la noche a la
mañana ni mientras durara la tormenta.

En lugar de eso, la dejamos donde estaba mientras los tres nos dirigíamos
a la zona de preparación de la comida.

Habíamos visto humanos a lo largo de nuestros años, sabíamos cómo


vivían, observábamos sus comodidades. Éramos animales en todos los sentidos
de la palabra... cocinábamos en una hoguera, nos bañábamos en el río, dormíamos
sobre pieles en el suelo.

No necesitábamos nada más que a nuestra hembra. Pero sabíamos que


Goldie querría cosas con las que estuviera familiarizada, comodidades que la
ayudaran en la transición de estar con nosotros.

Así que construimos lo que los humanos llamaban una cocina. Había una
gran pila donde se podía verter agua fresca. Construimos una estufa, así la
llamaban, con un trozo de chapa metálica sobre las llamas, donde podíamos
cocinar carne cruda para ella.

Tales cosas modernas eran sin duda convenientes para los humanos, pero
no algo que nos importara especialmente. Pero no había sacrificio. Solo
queríamos que Goldie fuera feliz. Queríamos que supiera que era nuestra y que
no había nada ni nadie que pudiera arrebatárnosla.

Aunque estábamos al otro lado de la casa y ella seguía en el pasillo,


podíamos ver a Goldie con claridad. Ursid se puso a hacer porridge y Bruin estaba
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limpiando el pescado. Puse las pieles sobre el respaldo de una silla, planeando
Página

cubrir nuestras camas con ellas para asegurar que Goldie estuviera caliente
durante la tormenta.
Discutimos en qué habitación se quedaría, al menos al principio, pero no
la obligaríamos. Podía elegir la suya; aunque, por dentro, la quería en la mía. Era
la más grande y la que tenía más espacio donde podría devorarla de la mejor de
las maneras.

Sabía que los tres queríamos ir hacia ella, pero nos quedamos atrás y nos
centramos en prepararle la comida. Recogí agua fresca antes y me dediqué a poner
la mesa. Esto era algo con lo que no estábamos familiarizados: comer de esta
manera.

Pero habíamos observado a Goldie a lo largo de los años, la habíamos visto


realizar estas acciones. Comía en la mesa como nosotros la preparábamos y
mientras disfrutaba de la comida, leía lo que sabíamos que se llamaban libros.

Una vez preparado el pescado y hecho el porridge, recogí bayas frescas y


las puse en el centro de la mesa. Luego nos apartamos y la observamos. No estaba
en el mismo sitio; se había acercado más, su curiosidad saturando el aire.

—Ven y come— dijo Bruin. Su voz era ronca y gruñona, pero sabía que
no pretendía ser agresivo.

Aun así, le lancé una mirada frustrada y le dije en silencio que fuera más
amable.

—No tengo hambre— susurró casi al instante, y enseguida le rugió el


estómago.

Ursid soltó una risita y acercó una silla, con sus largas garras raspando
suavemente la madera.

—Ven, siéntate, nuestra dulce hembra. Deja que te alimentemos— Se


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aseguró de que su tono fuera más suave, o tan suave como pudieran hablar
Página

criaturas como nosotros.


Ella seguía sin moverse, aunque miraba la comida. Su estómago volvió a
rugir.

—Nunca te haríamos daño— dije finalmente. Me di la vuelta y me acerqué


a la estantería que contenía algunos de los libros que me había llevado de la aldea.
Las tapas eran de cuero marrón suave, las páginas de pergamino envejecido en
un tono amarillento.

— ¿No te acuerdas de nosotros? ¿Recuerdas quién te llevó de regreso a


casa?— Observé el movimiento de su pequeña lengua rosada a lo largo de su
labio inferior. —Te hemos estado observando, Goldie. Te hemos estado
protegiendo, asegurándonos de que estuvieras a salvo—

Pude ver cómo su respiración cambiaba, acelerándose un poco. La verdad


de mis palabras no pasó desapercibida para ella. Sabía quiénes éramos. Sentía esa
conexión instantánea, la había sentido durante todo el tiempo que habíamos
estado observándola.

Pero fuimos pacientes, dolorosamente pacientes. Esperamos... figurada y


literalmente.

Los tres dimos un paso atrás, esperando a que se sintiera lo suficientemente


cómoda como para acercarse. Finalmente, respiró hondo y se acercó
sigilosamente.
Quería gruñir de placer, dejar que me oyera ronronear de satisfacción. Pero
me contuve, sabiendo que el ruido podría hacer que el muro volviera a su sitio.

Se detuvo varias veces, mirándonos a nosotros y luego a la comida. Su


vientre rugió en respuesta a los dulces olores y a la vista de la cena caliente.

Aunque intenté mantener mi deseo oculto, no pude evitar excitarme al tener


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a Goldie cerca. Estaba completamente erecto, con la polla palpitante y el semen


Página

goteando de la punta hasta caer al suelo de madera, a la altura de mis pies.


No tuve que ver si mis hermanos estaban duros para saber que estaban en
la misma situación de placer que yo.

Y cada vez que Goldie miraba hacia abajo, donde nuestras erecciones
brotaban del grueso parche de pelaje oscuro en nuestras ingles, sentía palpitar mi
longitud y derramar más semen.

Gruñí por lo bajo en señal de advertencia y lancé una mirada irritada a mis
hermanos, que se comunicaban sin palabras para escudarse y hacerla sentir más
cómoda.
Emitieron sus propios sonidos de fastidio, pero deslizaron sus enormes
patas hasta las ingles, cubriéndose las duras pollas. Podía oler nuestro semen
impregnando el aire y oírlo gotear en el suelo.

Volvió a lamerse esos labios deliciosos y luego se acercó, asegurándose de


que no nos miraba. Si hubiera podido sonreír, lo habría hecho en ese momento.
Nuestra pequeña hembra era demasiado linda.

Enseguida se fijó en el libro y pasó los dedos por la tapa de cuero y luego
por las costuras del lomo. — ¿De dónde lo has sacado? — susurró, y me pregunté
si nos hablaba a nosotros o a sí misma.

—Me arrastré por la noche, escondiéndome en las sombras mientras


entraba en el pueblo — Mi voz era baja, ronca por mi excitación. —Lo robé, junto
con otros, solo para ti— Me miró, separando sus labios rojos.
—Queríamos darte las cosas que te gustan, que te dan placer— Señalé con
una garra la cesta que había sobre la mesa. —Recogí todas las bayas rosas que
pude, sabiendo que te gustan—

Bruin se acercó. —Pesqué los peces que te gustan, guardando solo los
mejores para tus comidas—
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Página

Ursid fue el siguiente, empujando el cuenco de porridge hacia delante, su


pata empequeñeciendo el recipiente de cerámica. —Sé cuánto te gusta un tazón
de porridge caliente. Incluso le he añadido miel fresca, porque eres muy golosa—
Hizo un sonido suave, mirándonos a todos, luego sacudió la cabeza y cerró
los ojos. —No entiendo nada de lo que está pasando— Se sentó como si le fallaran
las piernas, su voz no era más que un susurro.

Cómo deseaba tocarla, acariciar sus exuberantes curvas y las gruesas ondas
doradas que le caían sobre los hombros.

Afuera seguía haciendo mal tiempo y las ventanas temblaban. El fuego


estaba encendido y ardiente, manteniendo el interior caliente.

—Te queremos— dije con toda naturalidad.

—Te queremos como nuestra. — añadió Bruin.

—Como nuestra hembra. — dijo Ursid. —Solo nuestra, dulce, pequeña


Goldie—

Hizo un suave sonido de sorpresa, mirando entre nosotros, con los ojos más
abiertos y brillantes que el sol en pleno mediodía.

—La madre de nuestros cachorros. La compañera perfecta. — Debería


haberme guardado eso para mí, pero las palabras fueron un gruñido fuera de mí
antes de que pudiera detenerlas.

—Esto es una locura— dijo finalmente. —No pueden llevarse a alguien y


mantenerla aquí — El viento golpeaba en la cabaña, las puertas traqueteaban. El
aroma de la atmósfera, la nieve y la lluvia torrencial corrigió sus palabras,
afirmando que ella no era una prisionera de nuestras manos. La naturaleza había
decretado que se quedara aquí con nosotros.
34

Para ser nuestra.


Página
—No hay prisa. — dijo Bruin, regalándole palabras que calmarían su
ansiedad. —Nunca te forzaríamos. Nunca te obligaríamos a hacer nada que no
quisieras—

—Solo queremos tu felicidad y tu placer— Extendí la mano y dejé que una


de mis garras se enredara en un suave rizo de pelo dorado que caía sobre su
hombro. —Come, pequeña. — Me acerqué un paso.

Echó la cabeza hacia atrás y me miró a la cara, con las pupilas dilatadas y
los pezones duros bajo la blusa. Quería arrancar la tela y darme un festín con
aquellos brotes apretados, arrastrar la lengua por los picos hasta que se corriera
para mí.

Quería que su humedad empapara mi piel mientras empujaba mi polla


dentro de su pequeño y apretado cuerpo. Yo era grande, todos lo éramos, pero
Goldie aguantaría cada centímetro que le diéramos. Le dolería. Tendría que estar
empapada y preparada para que su coñito aguantara el tipo de follada animal que
le daríamos, pero estaba hecha para nosotros.

Y cuando estuviera saciada de sus muchos orgasmos y cubierta de nuestro


semen, volveríamos a aparearnos con ella hasta dejarla preñada de nuestros
cachorros.
—Necesitarás toda la fuerza que puedas conseguir para lo que tus tres
compañeros han planeado—
35
Página
“Necesitarás toda la fuerza que puedas conseguir para lo que tus tres
compañeros han planeado”

Las palabras de la criatura más grande se repitieron en mi cabeza y, aunque


debería haberme aterrorizado, sentí una oleada tras otra de calidez.

Decir que era incómodo comer delante de tres bestias enormes que solo se
centraban en mí era quedarse corto. Sentí como si los consumiera la idea de que
me alimentara lo suficiente. Asegurándose de que masticaba y tragaba cada
bocado, ofreciéndome segundas y terceras raciones.

Llegó un punto en el que mi frustración fue en aumento y tuve que sacudir


la cabeza con firmeza mientras miraba fijamente a cada uno de sus ojos brillantes
para dar a conocer mi punto de vista. Juraría haber oído risitas ásperas, pero
parecían fuera de lugar, dado que no eran humanos en ningún sentido de la
palabra.

Y de eso hacía ya horas. Después de eso, me condujeron frente al fuego,


colocaron una piel más y me indicaron suavemente que me sentara.
36

Aprendí sus nombres, sus voces ásperas y extrañamente acentuadas. Bear


Página

era el más grande. Bruin el mediano. Y el “más pequeño” si se podía llamar así a
una bestia de casi dos metros, se llamaba Ursid.
Bear me había dado varios libros y yo fingía leer, aunque escuchaba
atentamente su conversación. En realidad, no hablaban como los humanos. Daban
respuestas ásperas de dos o tres palabras, gruñidos y retumbos que no tenían
sentido para mí, pero que se entendían claramente entre ellos.

Era fascinante y peculiar. Y la parte lógica de mí me decía que debía


intentar escapar. No importaba que hacerlo fuera una maldita tontería por culpa
del tiempo.
La tormenta se volvía más feroz a cada segundo. Debería haber estado
dispuesta a arriesgar lo que fuera para escapar de unas criaturas que podían
partirme el cuerpo por la mitad con un solo apretón de sus mandíbulas y afilados
dientes. O abrirme desde el vientre hasta el esternón con aquellas afiladas y largas
garras negras.

Pero me han cuidado y atendido.

Si no supiera que son las mismas criaturas que me salvaron hace tanto
tiempo, las mismas que sentí que me vigilaban a lo largo de los años, habría
temido por mi vida. Pero sabía que era diferente. Me sentía diferente.
Aunque permanecieron ocultos, me demostraron su valía.

Podrían haberme matado en cualquier momento. En cambio, parecían muy


obsesionados con cuidar de mí. Y yo no había tenido eso en tanto tiempo que era
un concepto extraño.

Eso era lo que más me asustaba.


Porque me gustaba.
Lo anhelaba.
Y me sentía bien.

Cerré el libro y me quedé sentada un momento, mirando el fuego, sintiendo


37

su calor. Miré por la ventana, la noche lo oscurecía todo y no podía ver nada
Página

detrás del cristal, pero oía el tiempo que hacía afuera.

No había indicios de que fuera a amainar pronto.


Sentí el roce del aire detrás de mí y me di la vuelta, soltando un grito
ahogado cuando vi a Ursid ahí de pie. Su pata era tan grande que las vendas que
sostenía parecían un minúsculo trozo de papel de seda.

No me moví mientras se agachaba frente a mí, sintiendo el calor de su


cuerpo y respirando el aroma de la naturaleza que lo rodeaba.

Mi cuerpo se relajó aún más mientras inhalaba profundamente. Podía sentir


que Bear y Bruin nos observaban, pero mi atención se centraba en Ursid mientras
estiraba la mano lentamente, casi con vacilación, hacia mi tobillo.

Cuando me desperté antes, noté los vendajes alrededor de mis tobillos y


muñecas, no me había molestado en quitármelos para ver si había algún daño
real. Aunque me dolían, era capaz de moverlos con facilidad, lo que me decía que
los vendajes eran probablemente más para mantener las cosas estables, para que
no se produjeran más lesiones.

Como no me inmuté cuando me rodeó la pierna con su enorme pata, sentí


cómo me pasaba un dedo por la piel desnuda. Se me puso la piel de gallina en los
brazos y las piernas, y me estremecí. Mantuvimos el contacto visual durante unos
instantes, sentí que el sudor me recorría la frente y entre los pechos. Mi calor
corporal aumentó hasta que empecé a jadear.

No tenía nada que ver con el fuego a mis espaldas y sí con los tres osos-
bestia que me rodeaban.

Se puso a trabajar meticulosamente para desenvolver las vendas y luego


me palpó suavemente los dedos, el talón y el arco del pie antes de llegar al tobillo.
Me tocó con ternura, pero no reaccioné mientras lo miraba a la cara. Estas
criaturas eran extrañas, pero muy hermosas. Su pelaje oscuro era exuberante y
sedoso. Y su olor era lo más excitante que había sentido nunca.
38
Página

Era almizclado, un poco salvaje, como si hubieran viajado de noche,


recogiendo el viento y el aroma de las agujas de pino en su pelaje.
Vi cómo sus orejas redondeadas se movían de un lado a otro, como si
captaran todos los sonidos de la cabaña. Su nariz se movía, redonda y oscura,
como la de un oso. De hecho, se parecían tanto a esas criaturas que resultaba casi
sorprendente.

Eran tan grandes, caminaban a dos patas, sus cuerpos tenían una forma
similar a la de los machos humanos en estructura y estatura, pero más salvaje.

Antes de que pudiera detenerme, alargué la mano y hundí los dedos en la


piel de su pecho. Sentí cómo se flexionaban sus músculos pectorales y jadeé un
poco por lo placentera que era aquella sensación.

Las garras de Ursid se enroscaron ligeramente en mi tobillo y su cuerpo se


tensó bajo mi mano. Estaba claro que lo había tomado desprevenido al tocarlo.
Levantó aquellos ojos dorados hacia mí, con otro ronroneo retumbando en su
pecho. Sentí las vibraciones recorrerme el brazo, deslizarse por la palma de la
mano y posarse justo en mis pechos, tensándome los pezones.
Levantó la cabeza y nos miramos. Soltó otro ronroneo, más fuerte que el
anterior. Sentí que me pasaba el pulgar por el tobillo.

Hacia delante y hacia atrás.


Con suavidad.

Y entonces me di cuenta de que Bear y Bruin hacían ruidos profundos.

Retiré la mano y, más rápido de lo que esperaba, Ursid utilizó su otra pata
para agarrarme la muñeca, tirando suavemente de ella hacia su pecho y
colocándola justo sobre su corazón.

—Sé nuestra buena chica y no luches—


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Durante largos momentos, nos quedamos así, mirándonos fijamente a los


Página

ojos. El hecho de que no fueran humanos me había quedado muy claro, pero a
medida que pasaba el tiempo, me resultaba menos inusual y más fascinante.
Sentía su corazón latir sin cesar bajo mi palma y yo intentaba seguirle el
ritmo. Pero él era mucho más grande y su corazón latía más despacio.

Al cabo de un momento, empezó a trabajar en mi tobillo, quitándome el


vendaje y poniéndome uno nuevo. También lo hizo con la muñeca. Su tacto era
tan suave que contrastaba con la fuerza que desprendía.
Me relajé, hundiéndome más en las pieles que tenía debajo y dejando que
su tacto se abriera paso a través de mí. Antes de que supiera lo que estaba
haciendo, mis ojos se cerraron y un suave suspiro me dejó mientras la piel de
gallina cubría mis brazos y piernas.

Fui vagamente consciente del cambio en el aire y, un momento después,


sentí un ligero roce en el hombro, luego un dedo peludo se deslizó por mi mejilla.

Abrí los ojos y vi que tanto Bear como Bruin me tocaban; las tres criaturas
estaban conectadas físicamente conmigo al mismo tiempo.

Me sentí... bien.

—Tan suave— dijo Bear.

—Tan linda. — gruñó Bruin.

Otro sonido suave me abandonó, y me relajé aún más mientras Ursid


terminaba de vendarme. —Nuestra dulce hembra— dijo y se inclinó hacia mí.

Contuve la respiración mientras lo miraba con ojos que me parecían


desorbitados. Sabía lo que iba a hacer antes de que lo hiciera, pero no encontré
ninguna necesidad de detenerlo. No quería hacerlo.

Y cuando Ursid arrastró aquella lengua larga y rosada por mi boca,


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zumbando de placer, sentí que mi cuerpo se encendía, humedeciéndose en los


Página

lugares más íntimos.

Un escalofrío silencioso me recorrió y gemí, incapaz de contener el sonido.


Dios, esto no está bien... ¿verdad?

Sentir estas cosas no debería haberme impactado tanto.


No debería tener los pezones duros y el coño húmedo. Pero mientras Ursid
seguía lamiéndome los labios, dejé que las sensaciones me consumieran. Y
entonces Bruin arrastró aquella lengua ligeramente rugosa por el lateral de mi
cuello.

Me estremecí cuando Bear enredó su enorme pata en mi pelo e inclinó mi


cabeza hacia un lado, dando mejor acceso a su hermano, que ahora me lamía la
nuca.
Con los muslos apretados, los pezones rozándome el corpiño de la blusa y
todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo en estado de alerta, lo único que
deseaba era rendirme.

Pero la realidad me golpeó lentamente como una suave ola en la orilla.


Hice otro ruido, que hizo que los tres osos gruñeran de placer.

Con la mano aún en el pecho de Ursid, lo empujé suavemente hacia atrás.


Sorprendentemente, retrocedió al instante. Luego Bruin y Bear siguieron su
ejemplo.
Me quedé ahí sentada boqueando, intentando recuperar el aliento pero
sintiendo que no podía recobrar la compostura.

Cuando me levanté y retrocedí a trompicones, me agarré al borde de la silla


para estabilizarme, con la respiración tan errática de repente, los pezones duros y
la parte más íntima de mí tan mojada que me resbalaba en el interior de los
muslos.

—Ne-necesito tiempo para mí—Mis palabras fueron un desastre cuando


41

me di la vuelta y me dirigí a la última habitación. Parecía lo más lógico en ese


Página

momento. Como si unos metros fueran a impedir que mi excitación aumentara...


o a mantenerlos alejados.
Cuando estuve en la habitación con la puerta cerrada, me apoyé en ella y
aspiré una gran bocanada de aire. Tenía los ojos cerrados, pero flashes de lo que
acababa de ocurrir momentos antes se reproducían frente a mí. No sirvió de nada
para aliviar mi necesidad. Apreté los muslos con fuerza mientras una nueva
oleada de humedad abandonaba mi coño.

—Hembra— La voz grave llegó desde el otro lado de la puerta, y ya


reconocí que era la de Bruin. —Ábrenos—
Me mordí el labio para contener el gemido y sacudí la cabeza, aunque nadie
podía verme.

—Ya nos conoces — dijo Bear.

—Tengo que irme a casa. — Mis palabras fueron suaves, tal vez demasiado
suaves para que las oyeran.

—Este es tu hogar ahora. — Ursid fue el último en hablar. —Pero solo


queremos que seas feliz, así que si quieres volver, volveremos todos. Estaremos
todos juntos—

Me giré y miré hacia la puerta aún cerrada, con el corazón acelerado


mientras cogía el picaporte.

— ¿Y sabes por qué estaremos todos juntos? — Bear estaba girando el


picaporte y empujando la puerta para abrirla antes de que pudiera responder.
Retrocedí un paso cuando los tres osos se abrieron paso a través de la enorme
puerta y entraron en la habitación. —Estaremos todos juntos — gruñó— no
importa dónde estés—

Se acercaron.
42

—Porque eres nuestra y no te dejaremos marchar.


Página
Su aprensión no debería haberme hecho palpitar la polla, pero mi miembro
se endurecía a cada segundo que pasaba mientras ella nos miraba con sus
hermosos ojos azules.

Me agaché, agarrando la enorme circunferencia, mi polla desbordando mi


pata. La acaricié desde la raíz hasta la punta, expulsando más semen hasta que, al
llegar a la coronilla, cayó al suelo de madera.

No tuve que mirar a mis hermanos para saber que ahora estaban haciendo
lo mismo.

—Nunca te forzaríamos— susurré, casi con ternura para no darle más


aprensión. —Pero tampoco te dejaremos marchar. Eres nuestra. Nosotros somos
tuyos. Es un hecho innegable que está arraigado en nosotros— Dije estas
palabras, que consideré del lado dulce mientras me masturbaba.

Debería haber sido un acto obsceno, pero quería que ella viera todas
nuestras facetas, quería que supiera que éramos fieros pero que también podíamos
ser tiernos.
—Pero cuanto antes te des cuenta de que esto es lo que tiene que pasar,
43

antes podremos empezar nuestra vida juntos—


Página

Sacudió la cabeza, pero no percibí ninguna negación por su parte. Estaba


confusa, como era de esperar.
Me quedé atrás con mis hermanos, dándole un momento para procesar.
Quería conquistarla ahora mismo, despojarla de las capas que componían su
vestido, arrojarla al centro de la cama y darme un festín entre sus muslos
exuberantes y gruesos.

Quería frotar mi nariz por su raja, lamiendo la humedad que brotaba de


ella. Sabía que tenía la miel más dulce que jamás hubiera probado. Mi polla
palpitaba y goteaba aún más semen.

Era obsceno, pero mi cuerpo sabía lo que quería, lo que siempre había
deseado. Y eso era la hembra que teníamos delante.

Se lamió los labios y se pasó las manos por el corpiño. La noté nerviosa.
El lado fuerte, protector y territorial de mí se levantó, aunque lo provocáramos
nosotros.

—Estoy cansada. —Su voz era suave como la mantequilla.

Acababa de darme cuenta de que la tormenta seguía arreciando afuera. Me


había centrado únicamente en Goldie y en mis necesidades y deseos. Y aunque
esto último era primordial en mí, su placer y comodidad eran lo primero.

Miré a mis hermanos, que sintieron mi mirada y apartaron el foco de


nuestra hembra para mirarme a mí. Nos comunicamos en silencio, todos sabíamos
que necesitaba espacio. Necesitaba asimilarlo todo.
Sabíamos que reclamarla no ocurriría esta noche, pero alejarse de ella
parecía antinatural.

Ursid fue el primero en caminar hacia ella. Se mantuvo firme, nuestra


pequeña fiera, inclinó la cabeza hacia atrás y se encontró con su mirada. Le pasó
la enorme pata por el pelo, enredando las garras en las hebras color miel. Luego
44

se inclinó hacia ella y le pasó la lengua por la cara.


Página

Ella dio un grito ahogado y retrocedió un paso, pero él apretó el agarre con
la pata, manteniéndola en su sitio para poder sentir su sabor.
Bruin fue el siguiente, haciendo más o menos lo mismo, pero fue más
abajo, lamiéndole el punto del pulso.
Noté los sutiles cambios en ella. La forma en que aumentaba su respiración,
cómo se dilataban sus pupilas. El hecho de que sus pequeños pezones se
asomaban a través de su corpiño.

Y entonces fue mi turno.

Esperé a que mis hermanos se marcharan y me acerqué a ella, apiñándola,


obligándola a retroceder hasta que pude ponerla de espaldas a la pared.

Me quedé mirándola fijamente durante largos momentos, apreciando cada


centímetro de sus curvas.

Tenía la cara bonita y llena, los pechos grandes y se le movían con cada
respiración fuerte. Su vientre tenía unos rollitos preciosos que podía distinguir
bajo el vestido, y sus caderas eran acampanadas.

Sabía por haberla visto bañarse cómo era desnuda, con esos hermosos y
gruesos muslos que imaginé extendiéndose mientras nos turnábamos para pasar
nuestros hocicos y lenguas por su centro.

Estaba hecha para llevar a nuestros cachorros. Estaba hecha para nosotros.

—Sé lo que complacerá a nuestra hembra— gruñí y me incliné para


arrastrar la lengua por la turgencia de sus pechos.

Jadeó, pero no me apartó.

—Sumergirte en lo que los humanos llaman un baño— respiré


45

profundamente su escote. — ¿Le gustaría a nuestra compañera?— emitió un


Página

suave sonido que parecía de satisfacción, y ronroneé de placer. —Creo que sí—
Mordisqueé el desbordante escote, con la polla tan dura que me dolía, el
pelaje de mis muslos cubierto de semen.

—Sal pronto. Te lo prepararemos. Te daremos tiempo... espacio— Me


aparté y la miré fijamente a los ojos azules. —Y entonces serás nuestra, dulce
cosita—

Agarré suavemente su barbilla con la pata, consciente de lo fácil que sería


cortarla con mis garras. No podía negar que la idea de derramar un poco de sangre
me excitaba enormemente.

No dije nada más mientras me agachaba, retiraba la piel sobrante que


cubría mi polla y pasaba una almohadilla por la punta resbaladiza.

Levanté la pata y mirándola fijamente a los ojos, le unté los labios con la
almohadilla, hasta que se volvieron opalescentes y olió a mí.

—Lámete los labios— gruñí.

Por un momento, creí que no obedecería. Se quedó mirándome con sus ojos
grandes y sorprendidos, con mi semen brillando en sus labios rojos y carnosos.
Yo jadeaba y mi cuerpo estaba casi pegado al suyo. Aunque tenía curvas y
era gruesa, era diminuta comparada conmigo y mis hermanos... una cosita con la
que tendríamos que ser muy delicados.

—Sé una buena chica y lame mi semilla.

—Quiero irme a casa— susurró.

Miré sus pechos llenos y pesados, sus pezones duros presionados contra su
corpiño. Sin pensarlo, corté una garra por el centro, rasgando el cordón para que
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las dos mitades del material se separaran, revelando sus grandes montículos.
Página
—Mentirosa — gruñí y me incliné hacia ella, arrastrando la lengua por el
borde de un pecho cremoso y suave como la seda. —Puedo oler la humedad entre
tus muslos. Sé que esa rajita está empapada para nosotros—

Me aparté y me quedé mirándole los pechos. Sus pezones eran grandes y


de un intenso tono marrón rosado. Se me hizo agua la boca, me dolían los caninos
y mi polla palpitaba al compás de los latidos de mi corazón.

Sentí el cambio en el aire y giré la cabeza hacia un lado, viendo a Ursid y


Bruin agolpados en la puerta, observando lo que le hacía a nuestra Goldie.

Los dos jadeaban mientras se agarraban las pollas y se acariciaban,


deslizando su atención hacia el pecho de ella.

Entonces miré fijamente los ojos azules de Goldie, gruñí por lo bajo en
advertencia posesiva, y finalmente arrastró esa pequeña y rosada lengua a lo largo
de su labio inferior primero, y luego hizo lo mismo con el superior.
Sus pupilas se dilataron aún más, emitió un suave gemido y no pude
contenerme para inclinarme una vez más y lamer su firme pezón. Arrastré mis
caninos por el carnoso montículo, arañándola hasta que brotó una ligera gota de
sangre. Ronroneé y lamí el sabor cobrizo, queriendo más... necesitándolo.

Pero me obligué a retroceder y moverme hacia donde estaban mis


hermanos. Los tres jadeábamos como si hubiéramos perseguido a un ciervo por
el bosque. En lugar de eso, estábamos duros por nuestra hembra.
—Te prepararemos un baño. Cuando estés lista, sal, pequeña—

Y luego nos fuimos, la testosterona derramándose de nosotros, la agresión


por ser el primero en reclamar a Goldie corriendo ferozmente en cada uno de
nosotros y más fuerte que cualquier otra cosa.
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Pero yo sería el primero en sentir su apretado, caliente y húmedo coño.


Página

Luego vería como mis hermanos la volvían a follar con mi semen.


Salí de la palangana, con el vapor saliendo de la gran bañera de metal,
aunque había pasado tanto tiempo en remojo que se me habían arrugado las
puntas de los dedos.

No pregunté de dónde habían sacado las criaturas la bañera, ni cómo habían


calentado tanta agua en tan poco tiempo. Me limité a disfrutar del agua, el calor
y a sentirme limpia y relajada después de un día muy estresante.

Había una tira de tela gruesa sobre la bañera y la cogí para secarme y
envolver la larga caída de mis mechones rubios.

Y luego me quedé ahí de pie.

Los tres machos habían cumplido su promesa de dejarme espacio. No los


había visto desde que salí de la habitación y me refugié aquí para bañarme.

Recogí el camisón que había sido colocado sobre una silla de madera en la
esquina. Sentía una enorme confusión ante el hecho de que estas criaturas tan
primitivas y salvajes fueran también tan reflexivas. Era como si pensaran en cada
pequeña comodidad que yo pudiera necesitar o desear. Nadie había pensado tanto
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en mis necesidades, ni siquiera mis padres. Ellos se habían limitado a sobrevivir


Página

cada día. Y yo había sido igual.

Por eso, que alguien se preocupara tanto me dejó sin palabras.


Apreté los ojos y me quedé ahí de pie durante largos momentos. Después
de vestirme, me recordé a mí misma que no podía conectar con esas criaturas. No
debería querer hacerlo.

Me sacaron de mi hogar. Pero tras ese pensamiento, me dije que era


mentira. Afuera la tormenta era violenta. Si no me hubieran traído aquí, mi
destino habría sido mucho peor que cualquier cosa que hubiera podido imaginar.

Ellos me salvaron. Me protegieron. Me vistieron y alimentaron.

Y me excitaron como nunca antes lo había hecho. Nada que hubiera


soñado antes.

Había estado sola demasiado tiempo, incluso antes de que mis padres
fallecieran. Y mi primer instinto fue aferrarme a esos sentimientos y sensaciones,
aceptar sin más esas emociones que se estaban gestando -creciendo, filtrándose,
burbujeando, palpitando- dentro de mi mente y mí cuerpo sin cuestionar nada.
No importaba que estos osos-bestias no fueran humanos. Lo único que
importaba era explorar qué significaba todo aquello.

Porque, ¿qué había de malo en rendirse?


¿Qué pensaría la gente? ¿Qué dirían?

Pero sacudí la cabeza, alejando esos pensamientos. No me importaba nada


de eso, si era sincera.

Mi familia nunca se había relacionado con el pueblo. Nos consideraban


marginados por una historia escabrosa que se había pintado sobre mis padres años
atrás.
Eran demasiado jóvenes cuando iniciaron su relación. Mi padre tenía una
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posición social más alta que mamá, lo que significaba que tenían prohibido estar
Página

juntos. Pero a ellos no les había importado, habían rechazado las normas y leyes
establecidas por personas a las que no les importaba lo que les hacía felices, y el
resto era historia. Y supe, antes de que fallecieran, que se amaban más cada día
que pasaba.

Y eso era lo que yo quería. Quería esa felicidad. Quería esa sensación de
ser especial para alguien... o en plural, como era el caso ahora mismo.

Me tomé un poco más de tiempo y me trencé el pelo, luego me quedé


mirando la puerta cerrada, sabiendo que los osos estaban justo al otro lado.

Estaba nerviosa, pero me anticipaba a explorar esta nueva fuerza que


encontraba en lo desconocido.
Aunque solo fuera por un momento, si realmente cumplían su palabra y me
llevaban de regreso a casa, quería ver adónde me llevaban los sentimientos.

Ignoré su afirmación de que yo era suya y que nunca me dejarían marchar,


aunque me llevaran a casa, aunque se quedaran en mi cabaña.

Así que salí de la sala de baño, oyendo el crepitar del fuego en la zona
principal de la cabaña.

Me temblaban las manos cuando llegué al final del pasillo y vi a los tres
osos sentados a la mesa de madera de la cocina. Sus cuerpos colosales
empequeñecían los pequeños muebles.

Y los tres me miraban con sus ojos brillantes. Un escalofrío involuntario


me recorrió al ver lo intensos que eran sus enfoques.

Tuve la poderosa sensación de que ésa era la posición en la que habían


estado todo el tiempo... esperando a que acabara para no poder hacer otra cosa
que mirarme.
Apreté los muslos mientras me recorría una oleada de deseo instantáneo.
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Página

Vi a Bear enroscar sus garras en la parte superior de la mesa. Vi cómo


Bruin inhalaba profundamente, cómo su nariz de bestia se agitaba al respirar
cualquier aroma que llenara el aire. Y luego estaba Ursid, que se inclinó hacia
delante, abrió la boca y emitió un ronroneo grave.

—Tan hermosa, Goldie. — gruñó Ursid, todo dientes blancos y afilados,


sus caninos más largos que el resto.
Sentí que todo mi cuerpo se calentaba por el cumplido.
Bruin se levantó lentamente, y la minúscula silla en la que había estado
sentado chocó contra el suelo cuando alcanzó sus impresionantes dos metros de
altura.
—Acércate—

Di un paso adelante, lo que hizo que Bear gruñera. Luego se puso de pie,
al igual que Ursid, los tres observándome como depredadores a punto de devorar
a su presa.

Juraría que podía sentir su excitación por mí... prácticamente podía oír sus
corazones latiendo más rápido cada segundo que pasaba. ¿Y qué espesaba el aire?
Su necesidad de mí.

—La forma en que nos miras— gimió Bruin.

—La forma en que puedo oler tu coño mojado. — dijo Ursid


obscenamente.

—Y el hecho de que sabemos que quieres que te follemos, que te


reclamemos... recubre el aire, dulce hembra—

Me lamí los labios y vi cómo sus tres miradas se clavaban en mi boca para
contemplar el acto.

—Todas esas cosas hacen que sea imposible controlarnos— Bear se hizo a
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un lado y se acercó a mí alrededor de la mesa. —Estás sacando a relucir nuestras


Página

partes más primitivas, Goldie—


Su voz era como un barítono profunda y áspera. Me acariciaba como quería
que sus enormes garras lo hicieran por todo mi cuerpo.

Incluso con su sutil advertencia, no podía romper el hipnotizante control


que parecían tener sobre mí.
Los hermanos tenían la misma expresión.
Una necesidad abrasadora de poseerme como les pareciera.

No sabía cómo estaba tan segura de ello, pero lo tenía tan claro como el
hecho de que estaba ante ellos.
La humedad seguía brotando de entre mis muslos, una sensación
incómoda, pero también una que me hacía sentir aún más desesperada por ver
adónde conducía todo aquello.

Un ruido sordo llenó la habitación cuando los tres hombres se acercaron.


Sentí que los ojos se me abrían de par en par y, aunque no sentía miedo... sentía
algo parecido a la anticipación y la supervivencia.
Y aun así, se acercaron.

—Corre, Goldie. Corre para nosotros— La voz de Bear era tan baja y
áspera de lujuria que fue un chorro de calor directo a mi coño. Los ronroneos de
Bruin y Ursid eran casi tangibles. Era como si los tres estuvieran lamiendo cada
centímetro de mi cuerpo.

—Vamos— se burló Ursid.

—Deja que te persigamos—

Miré fijamente a Bruin a los ojos después de que hablara, tragué saliva
bruscamente y supe lo que tenía que hacer. Sabía lo que quería.
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A ellos.
Página

Así que eché a correr.


Giré sobre mis talones y corrí por el pasillo, pero me maldije, porque no
habría forma de “escapar”.
Pero no se trataba de intentar evadirlos.

Era un instinto salvaje, casi feroz, que me decía que tenía que hacerlo.
Tenía que correr, darles que me persiguieran, para que me cazaran.

La energía que me recorría, la anticipación, la emoción y la excitación no


se parecían a nada que hubiera experimentado antes. Me daba la sensación de
estar flotando o tal vez cayendo hacia mi muerte.

Pero me atraparían. De eso estaba segura.


Yo era de ellos, porque no tenía intención de negarme a ninguno de ellos.

Ya podrían haberme atrapado fácilmente, pero aún no los había oído seguir.
Me dieron ventaja, no querían que esto fuera demasiado fácil... que terminara
demasiado rápido. Y eso me excitó tanto que gemí en voz alta.
Mi pecho subía y bajaba con tanta fuerza que me mareaba, pero ya no tenía
control sobre nada y, sinceramente, solo quería dejarme llevar, ceder a mis deseos
y entregar mi cuerpo a su dominio animal.
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Página

Y entonces los oí atravesar la cabaña detrás de mí. Casi no había visto la


pequeña y anodina puerta del pasillo trasero.
No estaba tallada con tanto detalle como el resto, así que debería haberme
alejado de ella, pero me dirigí hacia ella porque sabía que era mi única salida.
Una vez atravesada, la cerré de golpe, tomando nota rápidamente de que
acababa de encontrarme en una cueva. A ambos lados del camino de tierra había
pequeñas hogueras que iluminaban mínimamente.
Solo me tomé un segundo para mirar hacia delante. A pesar de los fuegos,
solo podía distinguir seis metros delante de mí; el resto era un abismo oscuro y
sin fondo.
Salí de mi asombro y me adentré en la caverna hasta que ésta se abrió a
una gran superficie. Me detuve, con la trenza deshecha y el pelo aún húmedo
enroscado alrededor de la cara.

Jadeé y miré a mi alrededor solo unos segundos, pero el tiempo parecía


haberse detenido mientras lo asimilaba todo. Había un manantial natural en la
esquina, una ligera cascada que caía de la pared rocosa a la piscina.
Al otro lado de la caverna había cestos toscamente confeccionados, junto
con gruesas pieles que formaban lo que eran claramente jergones para dormir. En
el centro había una hoguera, junto con un respiradero tallado en lo alto del techo
de la cueva para dejar salir el humo. Aún podía oler el aroma a pino y ceniza,
incluso podía sentir el calor de cuando se había encendido no hacía mucho.

—Goldie…—

Uno de ellos me llamó por mi nombre, burlándose de mí de la forma más


animal.

Giré la cabeza a la izquierda, luego a la derecha, para ver si había algún


lugar adonde ir, pero estaba atrapada... o tan atrapada como podía estarlo una
“víctima” dispuesta cuando anticipaba que la atraparían.

El sonido de sus pesadas pisadas se acercaba cada vez más, y corrí hacia la
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pared del fondo, escondiéndome detrás del gran saliente junto al charco de agua.
Página

Mi corazón retumbaba, mi coño estaba húmedo y solo podía sentir la sangre


bombeando por mis venas con tanta violencia que juraba que serían capaces de
oírla.
Atravesaron la abertura de la cueva y contuve la respiración mientras
contemplaba a aquellas tres magníficas bestias. Sus pechos bombeaban
furiosamente mientras escudriñaban el interior de la cueva, buscándome.

—Sal, sal, dulce Ricitos de Oro— gruñó Bear, con una voz mucho más
feroz de lo que había oído hasta entonces.

Ursid inhaló profundamente y yo puse una mano sobre mi palpitante


corazón. Esperaba que el goteo del agua fresca ahogara el sonido de mi pulso
acelerado y ocultara mi creciente excitación.

No quería que me descubrieran... todavía no. Eso pondría fin a este juego
demasiado pronto.

Bruin emitió un sonido grave y peligroso, su cabeza grande y cuadrada giró


en mi dirección y sus ojos brillaron con más fiereza.

—Ahí está— ronroneó y sonrió, o todo lo que una criatura como él podía.

—Ven a nosotros— exigió Bear con una voz grave y profunda que se
dirigió directamente a mi clítoris.
Estaba empapada, con el coño tan húmedo que me goteaba por el interior
de los muslos. Me planteé quedarme escondida, fingiendo que no podían verme,
pero me puse de pie lentamente y me enfrenté a ellos. Sentí que la piel se me
electrizaba, como si un relámpago surcara el cielo justo encima de mí, burlándose
de mi carne y erizándome el vello de los brazos.

Durante unos largos instantes, los cuatro permanecimos ahí de pie, sin
hablar, pero sentí que la forma en que me observaban era como si pudieran ver a
través de mi ropa.
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Y entonces actué, el instinto me decía que corriera, que dejara que me


Página

persiguieran más tiempo... que prolongara el juego.


Salí hacia la izquierda, sorteando los gruesos palés. Me persiguieron al
unísono y, aunque sabía que podrían haberme atrapado fácilmente, siguieron el
juego y me dejaron escapar.

El aire detrás de mí se agitó cuando Bear avanzó. Gruñó y me agarró el


corpiño, arrancándomelo del pecho para que mis pechos quedaran libres. Ursid
fue el siguiente, deslizando su garra por el cordón de la parte trasera de mi vestido
y cortándolo con facilidad, de modo que colgaba en dos gruesas tiras, dejando mi
espalda al descubierto.

Grité y me di la vuelta, apretándome contra la pared rocosa, atrapada,


acorralada mientras se acercaban.
—Dinos que quieres esto. Que te entregas a nosotros voluntariamente—

Contuve la respiración mientras avanzaban a toda velocidad, sujetando las


dos mitades de mi vestido juntas, mis pechos sobresaliendo por los lados del
material desgarrado, mis pezones duros y doloridos.
Más rápido de lo que esperaba, Bruin estaba delante de mí arrancándome
el resto del vestido, dejándome desnuda y preparada para ellos.

—Podemos oler lo húmedo y dulce que está tu coño. Apuesto a que sería
aún más dulce con un poco de miel untada por todas partes— Ursid se acercó. —
¿Me dejarías lamer la miel de tu raja? ¿Me dejarías chupar ese clítoris tan duro
mientras te abro de piernas y dejo que mis hermanos observen cómo me doy un
festín contigo?

Un sonido irregular me dejó, y agarré mi vestido, la necesidad de


arrancarme el material se apoderó de mí. No... Quería que me lo arrancaran en un
acto salvaje y frenético de su peligroso deseo por mí.

—Usa tus palabras, Goldie. — gruñó Bruin.


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Bajé la mirada para contemplar sus pollas duras, muy poco humanas. Dios,
me excitaba ver lo gruesas y grandes que eran, ver cómo producían tanto semen.
Y todo por mi culpa.
—Quiero esto — dije finalmente. — Quiero todo de ustedes—

Los tres rugieron bajo y largo, fuerte y dominantemente.


Sabía que nada sería igual después de esto.

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Nuestra perfecta compañerita sonaba drogada, embriagada y muy
preparada para lo que teníamos que darle.

Di un paso adelante y me agarré la polla, apartando la piel de la base y


apretando con fuerza. Sentí un profundo estruendo. Era un espectáculo para la
vista, con su cuerpo grueso y curvilíneo que podía soportar el tipo de follada que
habíamos planeado.
Sus pechos eran enormes y redondos, los pezones de un rojo intenso que
me hacían agua la boca y la lengua gruesa.

Su vientre era redondo y suave, y sabía que podría agarrarlo bien mientras
me deslizaba dentro de ella y tomar lo que era mío por derecho: lo nuestro.

—Seré el primero— le dije, tal vez incluso le advertí. —Y mientras te


devoro de la mejor manera y siento tu pequeño coño apretado, sin usar, apretando
alrededor de mi monstruosa polla, mis hermanos observarán y esperarán su
turno—

Podía oler lo caliente que estaba para los tres. Lo mojada que estaba entre
sus muslos.
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—Ursid —gruñí esa única palabra pero mantuve mi atención en Goldie—


Trae la miel— Ursid tarareó de placer y lo oí dirigirse al rincón donde
guardábamos los tarros de miel.
Me acerqué a Goldie y deslicé mis patas por sus brazos y luego por detrás
de ella para enroscar las almohadillas alrededor de la plenitud de su culo. Jadeó
por lo bajo, su cálido aliento recorrió el pelaje de mi pecho. Su cabecita apenas
me llegaba al esternón y su estatura humana me parecía tan frágil y excitante.

Al apretar los suaves y flexibles montículos de su culo, mi polla se puso


aún más dura, rozando ahora su cálida carne. Mi semen se esparció por su cuerpo
y emití un leve rugido de satisfacción al sentir que mi olor la cubría.
Nadie dijo nada, pero oí nuestra respiración tan agitada que era
ensordecedora en la caverna.

Presionando mis caderas hacia adelante, aplasté mi polla en su suavidad,


necesitando la enorme longitud enterrada profundamente dentro de su pequeño
cuerpo apretado y caliente. Me incliné hacia ella y le pasé la lengua por los labios,
saboreándola, obligándola a abrirse para mí, a dejarme entrar.

Goldie emitió un gemido de aprobación y separó los labios.

—Voy a probar todos tus agujeros. Y los que no use, dejaré que mis
hermanos los tomen como suyos—

Se hundió contra mí, cerrando los ojos mientras le metía la lengua en la


boca. Lamí cada parte del interior, memorizando su sabor y aroma.

—Ahora no hay lugar donde puedas esconderte sin que te encontremos—


tarareé contra sus labios mientras me retiraba y un hilo de saliva nos unía durante
un segundo antes de romperse.

Su respiración se entrecortó y mi polla lanzó un chorro de semen en


respuesta.
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Pasé las garras por el pliegue de su culo, rocé con una garra el centro antes
de separar los montículos y dejar al descubierto su apretado culito. La giré para
que diera la espalda a mis hermanos.
— ¿La ven, hermanos?

Gruñeron en respuesta y se acercaron, masturbándose mientras miraban lo


que les mostraba.

—Díganme cómo se ve— Me incliné y mordí suavemente su cuello,


deseando hundir mis caninos en ella.

—Está tan mojada— gimió Bruin.

—Su coño es tan rosado, su culo apretado— Ursid se acarició más rápido.
—Quiero enterrar mi hocico entre sus nalgas y meter mi lengua en ese apretado
agujerito.

—Pues hazlo. — Me apoyé contra la pared rocosa y pateé sus piernas,


abriéndolas de par en par, inclinándola hacia adelante para que su trasero
sobresaliera. Mantuve el culo abierto y vi cómo Ursid se ponía en cuclillas frente
a su culo, apartaba mis manos y agarraba él mismo las nalgas.

—Voy a follarme este culito para que mis hermanos vean primero lo que
me he ganado— Y entonces Ursid estaba lamiendo y chupando todo lo que podía
alcanzar, gruñendo y tarareando mientras se la comía. La saliva goteaba de su
mandíbula, ensuciando su pelaje, y parecía ponerlo aún más frenético.

Empecé a empujar mi polla contra ella, sujetándola mientras veía a mi


hermano devorar su ano.
Ursid hizo un desastre en el suelo, una combinación de saliva y semen, sus
bolas pesadas balanceándose hacia adelante y hacia atrás mientras follaba el aire.

Apreté los dientes y cerré los ojos, sabiendo que podría llegar al orgasmo
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con esto, pero diciéndome a mí mismo que la primera vez que me correría esta
Página

noche sería cuando estuviera enterrado en su apretado coño.

—Tan dulce. — gimió Ursid.


Abrí los ojos justo a tiempo para ver cómo mi hermano cogía el tarro de
miel y vertía el dorado líquido por la parte superior de su raja, observando con
ojos brillantes cómo cubría su agujero.

Luego volvió a lamerla.

Bruin gruñó y apartó a Ursid, claramente impaciente por su turno con


nuestra hembra. La mantuvo abierta mientras aplastaba la lengua y la lamía desde
el agujero del coño hasta el culo, y luego le introdujo el grueso músculo hasta el
fondo del trasero.

Goldie gemía y se retorcía, gritaba y gemía. Pero todos eran sonidos de


placer, todos nos decían que siguiéramos.

Los pensamientos de cómo se sentiría me rodeaban, ordeñando mi polla


hasta que me corriera tan jodidamente fuerte que la llené y me aseguré de que
quedara preñada de mi cachorro, consumiendo todo mi ser.

—Goldie.—

Inclinó la cabeza hacia atrás para mirarme y le agarré la cara por los dos
lados, lamiendo cada centímetro de su piel color melocotón hasta que su carne se
humedeció y me arañó pidiendo más.

—Ya basta— le gruñí a Bruin, y retrocedió con un gruñido posesivo en mi


dirección.

Bajé una pata para acariciar su coño caliente y húmedo. Se estremeció


contra mí y bajé la vista para mirar a Goldie a los ojos. Moví una almohadilla
alrededor de su humedad, untándola.
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Se mordió el labio inferior con tanta fuerza que vi una gota de sangre
carmesí brotar de la carne roja y flexible. Gemí y pasé la lengua por la leve herida,
gruñendo ante el sabor ácido y metálico que me excitaba aún más.
—Nos vas a tomar a todos, ¿verdad, Goldie? — Asintió antes de que
pudiera pronunciar todas las palabras. —En el culo, en el coño y una polla en la
boca como nuestra buena chica, ¿no es así?—

Un pequeño maullido salió de ella, pero le di una palmada en el coño en


señal de aprobación por lo bien que se estaba sometiendo a nosotros.

—Mírame — le exigí con la voz más temible que pude reunir. Abrió los
ojos y vi cómo se le dilataban las pupilas y se le entreabrían los labios. Echó la
cabeza hacia atrás y ataqué su garganta con labios y dientes con tanta suavidad
como pude para no hacerle daño.

La respiración agitada de mis hermanos justo delante de mí indicaba que


no durarían mucho más.

—Estamos a punto de hacerte nuestra, dulce Goldie — dije contra su


garganta, sin querer separarme de su carne ni siquiera el momento que tardé en
hablar. —Y cuando todo esté dicho y hecho, uno de nosotros te dejará
embarazada—

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Sabía que no duraría mucho, así que al instante la agarré por la cintura, me
la eché al hombro y le di con la pata en el carnoso montículo de la nalga mientras
salía de la cueva.

La carne se sacudió, ella chilló y sentí cómo apretaba los muslos. ¿No sabía
que podía oler lo mojada que estaba para nosotros? No pude evitar deslizar un
dedo entre sus muslos y embadurnar su agujerito con el fluido que la rodeaba.

Quería que su miel cubriera mi hocico, saturando mi pelaje después de que


se viniera por nosotros. Salí de la cueva, sabiendo que quería follarla por primera
vez en mi cama.

Los sonidos primitivos me abandonaron cuando entré en la cabaña y fui


directo a mi habitación. La tumbé en la cama un poco agresivamente, con mi lado
animal en primer plano. Mi excitación por ella era demasiado fuerte para
permitirme ser tan suave como debería con nuestra hembra.

Rodó sobre su espalda y apoyó los pies en las pieles mientras nos miraba a
cada uno con sus cristalinos ojos azules. El olor de su coño era fuerte, un aroma
dulce que se introdujo en mi cuerpo y se instaló ahí. Nunca olvidaría su olor y
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ahora siempre podría encontrarla.


Página

Mis hermanos se colocaron a ambos lados de mí, los tres mirando a nuestra
perfecta compañera. Respiraba con dificultad y sus tetas se agitaban por la fuerza.
Me pasé la lengua por los caninos, deseando clavar el músculo dentro de ella con
un deseo feroz que rivalizaba con cualquier otra cosa que hubiera experimentado
jamás.

Agarrando la dura raíz de mi polla, la acaricié hacia arriba, expulsando


semen. Le di una sacudida a la circunferencia, que hizo que mi semilla salpicara
sus piernas por la fuerza. Jadeó y miró hacia abajo, viendo esas rayas blancas que
la cubrían. Marcándola.
Enroscó sus dedos en mis costados, y un siseo me abandonó cuando sus
pequeñas uñas humanas se clavaron en mí, causándome un inmenso placer.

—Eso es, nuestra pequeña hembra. Dame un poco de dolor— me incliné


hacia ella y olfateé su cuello, ronroneando mientras mi polla daba una fuerte
sacudida.
Enrosqué mi pata en su nuca e incliné su cabeza para poder lamer y chupar
su garganta antes de raspar con mis caninos la suave carne.

No había parte de su cuello que no tocara con la lengua y los dientes, y su


embriagador sabor y aroma llenaban cada parte de mí.

Lanzó un gemido de lo más excitante y tiró de mí para acercarme.


Necesitaba más. Todos lo necesitábamos.
Fui implacable mientras movía mi lengua por cada centímetro de piel suave
que podía alcanzar. Sentí que mis hermanos se acercaban, oí sus patas
moviéndose sobre sus pollas tiesas mientras se masturbaban, viéndome prodigar
atenciones a nuestra hembra.
Bruin se inclinó y le pasó la lengua por el hombro desnudo, y luego dijo
con su voz gruesa: —Tan suave— Arrastró sus alargados incisivos por la tierna
carne de su hombro, y ella se estremeció suavemente, gimiendo en respuesta.

—No voy a esperar ni un puto segundo más— gruñó Ursid y me agarró del
hombro.
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Eché la cabeza hacia atrás y enseñé los dientes antes de ponerme en pie y
apretar mi pecho contra el suyo, aceptando mi dominio.
Quería compartir a Goldie con mis hermanos, pero mi lado animal no podía
evitar desafiar al macho que pensaba alejarme de lo que era mío.

—Cuidado — advirtió Bruin. —Se trata de reclamar a nuestra hembra—

Inhalé bruscamente, cerré los ojos y asentí. —Tiene razón— dije y volví a
mirar a Goldie, concentrándome en ella. —Se trata de nuestra compañera y de
hacerla finalmente nuestra—

Los tres dimos un sonoro gruñido de aprobación mientras mirábamos a


nuestra curvilínea chica.

—Ábrete bien, hembra— dije en voz baja y profunda, con mi voz cargada
de necesidad contenida. —Veamos lo húmedo y rosado que está ese dulce coño—

Enroscó las manos en el cobertor que tenía debajo. Y al cabo de un


segundo, apoyó los pies sobre las pieles.

—Danos más. — gruñí.

Goldie movió los pies hacia atrás para que sus talones tocaran su culo
regordete. Mi excitación aumentó, se me hizo agua la boca y mi necesidad se
apoderó de mí.
Puse las manos en sus rodillas y le abrí los muslos de un tirón. Inhaló con
fuerza y el olor de su coño húmedo me llenó la nariz.

Los tres gruñimos en lo más profundo de nuestras gargantas cuando el coño


de nuestra hembra quedó expuesto y sus labios obscenamente abiertos.
Y en cuestión de segundos, todos estábamos de pie frente a ella, con las
pollas en la mano y nuestra semilla goteando de las puntas.
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—Miren su coño, hermanos— Ursid fue el que habló, y cuando miré a mi


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hermano menor, vi que su mirada estaba en su raja expuesta. Deslizó la pata hasta
la raíz de su polla, luego la movió arriba y abajo por toda su longitud. Un
escalofrío visible recorrió su enorme cuerpo, y el estruendo que salió de él fue de
necesidad dominante.

—Tan rosada y húmeda, hinchada y preparada para ser follada por nosotros
— gruñó Bruin, y Ursid y yo emitimos un gruñido de aprobación.

— ¿No es cierto, dulce Goldie?— Sentí el calor de su cuerpo clavarse en


mí.

Asintió sin vacilar.

Y entonces Bruin se arrodilló entre sus piernas con una enorme pata en
cada uno de sus muslos internos, obligándolos a permanecer abiertos.

Me masturbé mientras veía a Bruin inclinarse y arrastrar aquella lengua


gruesa y roja por su coño. Había una ligera aspereza en nuestras lenguas, y pude
ver cuánto le gustaba la sensación a nuestra hembra.

—Está más dulce que la miel, y tan jodidamente húmeda— Bruin sonaba
como la puta bestia que era en ese momento. —Mi cara está cubierta de sus
jugos—

—Oh Dios. — gimió ella.

Bruin se la comió durante largos momentos mientras Ursid y yo mirábamos


y acariciábamos nuestras pollas. Se separó, con el hocico brillante de su coño, y
alargó la mano para enredarle un mechón de pelo, echándole la cabeza hacia atrás
y dejando al descubierto su garganta. Todos lanzamos un sonoro gruñido de
aprobación al ver toda aquella piel cremosa al descubierto.

Bruin le pasó la nariz por el cuello, le dio un pequeño mordisco hasta que
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chilló, luego se echó hacia atrás para arrodillarse a su lado y ofrecerle su polla
Página

chorreante de semen.
Ella se movió para sentarse sobre las pieles y luego volvió a colocarse de
rodillas frente a Bruin.

—Vamos, hembra. Pruébalo — dijo Ursid en voz baja y peligrosamente.

Negó y nosotros emitimos un sonido de advertencia.


—Quieres esto. — gruñó Bruin y le pasó la corona bulbosa por los labios,
untándole la boca con su semilla. —Ahora abre, relaja la mandíbula y la garganta,
y toma tanto de su polla como puedas—

Nos miró a los tres y luego se centró en la polla que tenía delante. Con un
suspiro de claro placer, enroscó los dedos alrededor de su lado tenso y peludo,
abrió la boca e inclinó ligeramente la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara.

—Sé buena y abre la boca—

Sus labios se entreabrieron, sus pupilas se dilataron, y vi cómo un reguero


de jugo de coño se deslizaba por el interior de su muslo.

—Miren, hermanos. Miren como le follo la boca a nuestra dulce hembra—


Le pasó repetidamente la corona por los labios y, cuando ella se abrió del todo,
se la metió hasta el fondo, hasta que tuvo una arcada.

Todos gemimos ante la visión y el sonido.

La folló lentamente entre los labios, con la mandíbula desencajada y los


ojos encendidos al ver cómo la profanaba. Las lágrimas rodaron por sus mejillas
mientras trataba de tomar la mayor cantidad posible de su enorme eje, no me
detuve de inclinarme y lamer esa humedad salada.

—Acuéstala, Bruin— exigió Ursid, y nuestro hermano sacó su polla e hizo


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exactamente eso, sabiendo exactamente lo que nuestro hermano menor quería.


Página

Ajustó a Goldie, de modo que estaba boca arriba, y su cabeza colgaba


ligeramente sobre el borde. Y entonces volvió a follarla con la boca, empujando
profundamente hasta que pude ver que estaba en su garganta y ella luchaba por
respirar.

Se apartó, dándole un respiro, y volvió a follarla.


Por el momento me contenté con ver a Bruin con nuestra hembra. Ursid se
movió hacia el otro lado de la mujer y empujó su polla erecta contra el pecho de
ella, esparciendo su semen por su piel de melocotón. Me acaricié con más fuerza
y rapidez.

—Pruébame, hembra— La voz de Ursid era dura y exigente cuando ordenó


a Goldie que cumpliera sus órdenes.

Con un gruñido, Bruin se sacó la polla, la dura y gruesa longitud palpitando


y derramando semen cuando estuvo libre de la apretada succión.

Giró la cabeza y vio que Ursid le tendía la polla para que también la tomara.

—No me digas que no. No me digas que no puedes tomar esta polla— dijo
Ursid y se inclinó hacia ella, enseñando los dientes en un puro acto de agresión
sexual masculina.

Mientras le sostenía la mirada, buscó la polla de Bruin y empezó a


acariciarla, arrancándole una respiración entrecortada. Y entonces se abrió de par
en par para Ursid.

—Estás hecha para nosotros, dulce chica. Mira con qué facilidad te
sometes, cumples con nuestras exigencias sexuales y te entregas con tanta
facilidad — Me moví entre sus muslos abiertos, su coño goteando para nosotros.

Puse una pata a cada lado de su cintura, clavando mis garras en su carne
hasta que jadeó y vi que le había roto la piel.
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Página

—Voy a follarte mientras tienes la boca llena con la polla de Ursid y


masturbas a Bruin — Agarré mi polla y la pasé por los labios de su coño. —Y
luego voy a ver a mis hermanos hacer lo mismo—
Bajé mi pata sobre su clítoris, azotándola y gimiendo ante el sonido de mis
dedos golpeando la carne empapada.

—Voy a follarte tan fuerte y a fondo que te llevarás toda mi semilla y te


hincharas con mi cachorro—

Engendrar. Compañera.

Esas dos palabras se repetían una y otra vez en mi cabeza.

Goldie empezó a acariciar a Bruin al mismo tiempo que se relajaba para


dejar que Ursid tomara el control de su boca.

Chorros de semen salieron disparados de mi polla, bañando su coño y


lubricándola aún más para mí. Gimió cuando introduje la gruesa cabeza en su
agujero, su pecho subía y bajaba mientras respiraba aún más fuerte.

—Relájate, hembra. Estás hecha para recibir todo de mí—

Quería follarla duro y primitivo, dejar que mi lado animal tomara el


control. Pero para esta primera vez, tenía que ser suave, para trabajar en esto,
domarla.

Apoyé las patas en el interior de sus muslos y empujé hacia dentro,


abriendo el agujero de su coño para recibirme.

Sus ojos se abrieron de par en par y Ursid le dio un respiro, sacando la polla
para que pudiera jadear y mirar a lo largo de su cuerpo para ver cómo la penetraba.
Sonidos ásperos salieron de mis hermanos y de mí mientras empujaba
centímetro tras centímetro en el coño resbaladizo de nuestra compañera,
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obligándola a tomarlo todo y sin darle la oportunidad de detenerme.


Página

—Buena chica. Mira lo estirado que está tu pequeño coño alrededor de mi


polla — Mis peludas bolas se apretaron contra su culo lleno, y el calor de su
cuerpo me abrasó de la mejor manera. —Aprieta ese coño a mi alrededor, dulce
chica—

Cuando sentí que sus músculos internos se aferraban a mí con fuerza, todo
lo demás se desvaneció en la distancia.

Sentí que se me rompía esa delgada cuerda de control cuando agarré la


parte posterior de sus muslos y llevé sus rodillas hacia su pecho. Deslicé otro
centímetro dentro de ella.

Bruin dijo algo ininteligible, ronco y Ursid se masturbaba y dejaba que su


semen le goteara en la cara.

—Eso es, Goldie. Relájate y deja que te folle—


Salí de ella hasta que solo la cabeza quedó alojada en su coño, y luego volví
a empujar con suficiente fuerza como para que ella arqueara el cuello y gritara.
Su coño se apretó a mi alrededor repetidamente, hasta que me corrí a
chorros, dejándola sucia, jugosa y preparada para mí.

Gruñí mientras la mantenía abierta y la follaba, incapaz de ir despacio,


incapaz de ser gentil.

Bruin y Ursid se turnaban para frotarle la polla por la boca, pintándole los
labios con su semen. Empezó a suplicar, tal vez que parara, tal vez que siguiera.
Pero estaba demasiado absorto en el placer como para oír algo más que el torrente
de sangre por mis oídos.
Lancé un rugido y me abalancé sobre ella, empujándola hacia las pieles, de
modo que mis hermanos tuvieron que agarrarla por los hombros para mantenerla
en su sitio.

— ¿Estás lista, dulzura?


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No habló, pero asintió enérgicamente, sabiendo exactamente lo que le


estaba pidiendo.
—Entonces danos lo que queremos. Abre ese coño y correte para mí—

Con los ojos desorbitados y la boca entreabierta mientras un grito


silencioso la desgarraba, sentí cómo la humedad estallaba en su interior mientras
llegaba al orgasmo.

La follé como un loco, gruñendo y arañándola, dejándole moretones. Me


incliné hacia delante y le mordí el cuello, dejando que mis caninos se hundieran
profundamente mientras la marcaba. Su sangre cubrió mi lengua y gruñí cuando
por fin me corrí y la llené.

Y cuando mi placer alcanzó su punto álgido, sentí que el nudo del centro
de mi polla se hacía más grueso y me encerraba dentro de ella, asegurándome de
que se quedaba todo el semen posible.

Gritó al sentirlo y sus manitos se dirigieron a mi pecho para empujarme.

—Relájate. — gruñí. —Si luchas contra el nudo, solo será más


incómodo—

Le saltaron las lágrimas y respiró entrecortadamente.


Apoyé el pulgar en su clítoris y gemí mientras un chorro tras otro de semen
salía de mí y bañaba su vientre.

—Es demasiado. — jadeó. —Te siento demasiado grande para mí. Me


parto en dos—

Le froté el clítoris, arrancándole otro gemido y un grito. Seguí haciéndolo


y sentí que empezaba a relajarse y a entregarse al placer.

—Eso es. Buena chica— No paré hasta que se corrió de nuevo, sus ojos se
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cerraron, su boca se entreabrió cuando encontró su segunda liberación.


Página

—Pon tu polla en su boca, Ursid—


Mi hermano menor lo hizo, deslizándose para que ella la chupara como si
necesitara su semen para sobrevivir.

—Ahora tú, Bruin—

Ursid tiró de su polla y ella giró la cabeza, llevándose la erección de Bruin


a la boca, lamiéndolo y chupándolo.
Hizo esto el tiempo suficiente para que mi nudo disminuyera de tamaño, lo
que me permitió finalmente salir de ella. Agarrando sus rodillas, las empujé hacia
su pecho, inclinando sus caderas hacia arriba para asegurarme de que cada gota
de mí permaneciera en lo más profundo de su cuerpo.

Tras un largo rato manteniéndola en esa posición, finalmente dejé que sus
piernas se relajaran sobre las pieles, pero las mantuve abiertas para poder ver
cómo mi semilla se deslizaba fuera de ella.

—Miren, hermanos. Miren a nuestra hembra y el jodido y delicioso


desastre que está haciendo—

Ursid me apartó y colocó el pulgar en su clítoris, y lo frotó hacia delante y


hacia atrás mientras un río blanco de semen seguía goteando de su agujero.

Bruin gruñó y empujó a Ursid, agarró a Goldie por la cintura y la volteó


para ponerla de rodillas.

Le dio un zarpazo en el culo, la carne se sacudió y se puso roja de inmediato


por la fuerza de la bofetada.
—Perfecto. — gruñó y marcó la corona de su erección en su abertura.

Y sin más, se me puso dura de nuevo mientras miraba.


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Página
Me quedé mirando a mi hembra mientras la ponía de rodillas. Le golpeé el
culo una y otra vez, observando cómo se agitaba por la fuerza. Tarareé de placer,
queriendo prolongar esto, pero estaba demasiado jodidamente ido en mi
necesidad de finalmente reclamar a Goldie.

Sabía que no duraría mucho una vez que tuviera mi polla dentro de ella,
forzándola a tomar mi tamaño.
Tenía muchas ganas de correrme dentro de ella, pero habíamos acordado
que solo Bear se correría dentro de ella hasta que estuviera embarazada de él.

Pero independientemente de que la llenara, la marcaría, para cubrir su


cuerpo con mi semilla, para asegurarme de que no quedara ningún centímetro de
ella que no oliera a nosotros.

Le di una palmada en las nalgas y las abrí, dejando al descubierto su


estrecho culo. Su culo era tentador, pero esta noche no se trataba de eso. Una vez
que la hubiéramos domado y acostumbrado al tipo de sexo duro que le dábamos,
acostumbraríamos su culo a nuestras pollas.

Deslicé un dedo por la raja de su coño hasta llegar a su ano, untando el


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fluido y dejándolo jugoso. No penetré su culo, no cuando mis garras eran


Página

demasiado largas. Pero pronto... pronto lo haría, y todo quedaría resuelto.


Goldie miró por encima de su hombro, y me pregunté si se daba cuenta de
que se empujaba contra mí, como si necesitara que le llenara el culo. La expresión
de deseo de su cara me decía que nuestra compañera me necesitaba tanto como
yo a ella.

Me incliné sobre ella para que mi pecho peludo cubriera su espalda y le


pasé la lengua por la boca, besándola como lo hacían los de mi especie.

Cuando me aparté, fue para ver cómo Ursid y Bear se acercaban a su cara.
Se pasaban las manos por las pollas y observaban cómo sus pechos se agitaban
de un lado a otro mientras yo le azotaba el coño.

—Fóllala, hermano— jadeó Ursid. —Fóllala, así tendré mi turno—

Agarrando mi polla, miré su coño expuesto y luego coloqué la cabeza de


mi polla en su entrada.

—Mmmm. — ronroneé. —Caliente y húmedo— Le metí solo la punta, la


agarré por las caderas y, sin esperar, la metí hasta el fondo.

Eché la cabeza hacia atrás y rugí al ver lo apretada que estaba, cómo sus
músculos internos se apretaban a mi alrededor por la intrusión. Gritó, pero Ursid
le metió la polla en la boca, obligándola a guardar silencio.

—Esto es lo que significa estar con nuestra especie, Goldie— Su cuerpo


tomó mi polla tan perfectamente. —Aparearse con nuestra hembra, marcarla de
todas las formas posibles para que no haya duda de a quién perteneces—

Salí de su coño y empujé de nuevo. Lo hice cada vez con más fuerza,
agarrando su cintura, sabiendo que estaba dejando moretones.
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Pero me perdí en la sensación de mi hembra y de que era mía. Nuestra.


Página
— ¿Vas a darme lo que le diste a Bear?— Me incliné y clavé mis dientes
en su nuca, follándola mientras la mantenía en su sitio. —Dámelo— gemí contra
su piel, con palabras ásperas y confusas porque me negaba a soltarla.

Moví las caderas de un lado a otro. Sus gritos murmuraron alrededor de la


polla de Ursid. Mi hermano la sacó de su boca y ella respiró, maullando y
diciéndome que iba demasiado fuerte, demasiado rápido.

Con una palmada firme en su culo, sentí las ondulaciones de su orgasmo


moviéndose a lo largo de mi polla. Tuve que obligarme a romper la succión que
tenía sobre ella, sacar mi polla justo cuando mi nudo se hinchaba y apuntar a su
espalda.

Con un rugido, me agarré la polla y me acaricié justo cuando me corrí. Mi


nudo se hizo grueso y duro bajo mi palma, y un chorro tras otro de semen lechoso
salpicó su espalda y su culo, pintándola de blanco.

No pude contenerme. Empecé a azotarla repetidamente, y me encantó ver


cómo su culo se enrojecía y temblaba por la fuerza.

Pasaron largos minutos antes de que pudiera pensar con claridad y se me


bajara el nudo. Me incliné y lamí el centro de su espalda húmeda, saboreando mi
semilla mientras subía por su espalda. Pasé mis incisivos por la tierna carne de su
cuello y sin previo aviso, la atravesé, dejando mi marca en ella como había hecho
Bear.

El sabor metálico de su sangre cubrió mi lengua.


Jadeaba, pero nuestra chica seguía hambrienta. Podía verlo en la forma en
que miraba a Ursid, sabiendo que nuestro hermano menor tendría ahora su turno.

—Díselo, Goldie — le dije y le di una palmada en el culo.


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Página

Enroscó las manos en las pieles y, sin dejar de mirar a Ursid, susurró: —
Fóllame. Reclámame como tu compañera—
Por fin era mi puto turno y estaba impaciente por meterle la polla a Goldie
y sentir por fin lo apretada y caliente que estaba.

Sabía que estaría empapada porque Bear la había llenado, y por mucho que
quisiera correrme dentro de ella, la idea de rociar mi carga sobre sus pechos y su
cara era demasiado tentadora como para dejarla pasar.
Bruin se hizo a un lado, mi hermano actuando como si acabara de tragarse
un galón de aguamiel por lo inestable que estaba.

Le di la vuelta, deseando ver su hermoso rostro. Una vez boca arriba, sus
pechos temblaron por el movimiento y sus piernas se abrieron. Su coño estaba
rojo e hinchado por haber sido follado por Bear y Bruin.

Ver a mis hermanos reclamar a nuestra hembra era tan jodidamente


excitante, y oír los pequeños sonidos que salían de ella mientras se corría para
ellos casi me hizo correrme antes incluso de haber sentido lo apretada y caliente
que estaba.

—No puedo hacerlo despacio— La miré fijamente a los ojos y le pasé la


yema del pulgar por la mejilla. —Te necesito demasiado—
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Me acaricié de la raíz a la punta y, cuando ya no pude aguantar más, me


acerqué a su coño y la penetré.
Sujeté sus caderas para mantenerla en su sitio y entré y salí. Estaba tan
apretada que supe que tenía que ser doloroso para ella, que tenía que estar
dolorida.

Yo gruñía, se me hacía agua la boca y la saliva goteaba sobre su vientre.


La follé largo y tendido, entrando y saliendo de ella y gruñendo tanto como mis
hermanos.
Bear estaba a su lado, acariciándole el pelo con la pata mientras se
masturbaba con la otra. Nuestro hermano mayor volvió a correrse.

—Nuestra— gruñó Bruin, y se corrió, eyaculando a chorros cuando


encontró su placer y cubrió el brazo de ella con su corrida.

El líquido lechoso goteó por sus muslos peludos. Clavó los dedos de sus
garras en el suelo, haciendo marcas con las mortíferas garras.

Y entonces enredé mi pata en su pelo para obligarla a mirarme. Nos


miramos fijamente a los ojos mientras ella dejaba que los tres la cubriéramos de
semen.

Mantuve sus piernas abiertas mientras miraba fijamente el lugar donde


estábamos unidos. No podía pensar con claridad mientras me veía entrar y salir
de ella. Podía ver lo tensa que estaba en torno a mi grosor.

Cerré los ojos y enseñé los dientes, follándola tan fuerte y rápido que oí a
Bear gruñir en señal de advertencia. Mi nudo empezó a endurecerse, pero con
otro sonido de advertencia de Bear, abrí los ojos de golpe y miré fijamente a mi
hermano.

—Jodidamente sácala—
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Estaba jadeando, sabiendo que habíamos acordado que Bear sería el único
Página

que la llenaría, pero Goldie se sentía demasiado bien.

—Ahora— rugió Bear y se inclinó hacia mí.


Maldije internamente mientras me forzaba a salir justo antes de que mi
nudo estuviera demasiado hinchado y me quedara encerrado dentro de ella.

Y en el momento en que lo saqué, mi nudo se hinchó del todo y me corrí,


salpicando de semen su coño, su vientre y por último, sus pechos cuando dirigí
mi polla hacia ahí.
Goldie jadeó y se retorció. La habitación se llenó del aroma de su dulce
coño y de las copiosas cantidades de nuestro semen.

Solo después de largos momentos en los que pude respirar y pensar con
claridad, puse mis zarpas a ambos lados de su cabeza y mis hermanos
retrocedieron para dejarme espacio. Le aparté el pelo del cuello, la olfateé y luego
hundí mis caninos profundamente, marcándola.
Me separé y murmuré: —Tan buena chica. — Giró la cabeza y le pasé la
lengua por los labios.

—Ahora, sé nuestra linda y buena chica y limpia el semen de nuestras


pollas para que podamos follarte de nuevo después de que te dejemos dormir—

Y así lo hizo.

Cuando hubo limpiado todas nuestras pollas, se hundió aún más en las
pieles, con los ojos cerrados y una sonrisita en los labios. Bear se sentó a su lado
y Bruin se puso al otro lado. La colocamos de modo que yo pudiera tumbarme
sobre las pieles encima de ella, los tres envolviendo a nuestra compañera.

Los tres nos aseguramos de tocarla, necesitábamos ese contacto, porque


por fin habíamos conseguido lo único que siempre habíamos querido.

Goldie.
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Los tres pusimos una pata sobre su vientre, su cuerpo tan pequeño que la
cubrimos por completo.
La anticipación de todas las cosas que nos deparaba el futuro era una de las
cosas más fuertes que había experimentado nunca. Y sabía que nada ni nadie nos
lo quitaría jamás.

Nunca lo permitiríamos. Ella era nuestra, y destruiríamos cualquier cosa


que pensara cambiarlo.

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En cuanto me desperté, supe que estaba sola. También supe que la tormenta
se había calmado.

Había una calma en el aire, una quietud que solo se producía después de
que el cielo se abriera y derramara toda su frustración y miseria.

Me levanté sobre las pieles, la suave tela que me cubría el pecho se me


acumuló en la cintura. Me dolían todos mis lugares íntimos, me sentía pegajosa
entre los muslos y en los pechos. Y al mirar mi cuerpo, comprendí por qué. Tanto
semen seco me pintaba de la forma más erótica y obscena.

Y me excitaba.

También distinguí marcas de garras en mis piernas y cintura, no unas que


rompieran la piel pero lo suficientemente poderosas como para dejar ronchas
rojas de propiedad y posesión de mis osos.

Mis osos.

¿Por qué sonaba tan perfecto?


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Tenía moretones en la cara interna de los muslos y recordaba con


asombrosa claridad cómo me los habían hecho, cómo me habían abierto mientras
me reclamaban.
Sentía el hormigueo de las marcas de mordiscos en el cuello. Y a pesar de
la incomodidad que me producían aquellas marcas posesivas, nunca me había
sentido tan contenta, satisfecha o complacida en toda mi existencia.
Agarré la manta y tiré de ella hacia arriba, cubriéndome los pechos
mientras miraba alrededor de la gran habitación. Las pieles eran un desorden a
mi alrededor, y cuando alisé los dedos sobre el suave material a ambos lados de
mí, el algodón estaba frío, como si los hermanos no hubieran dormido a mi lado
desde hacía tiempo.

Me levanté de la cama y volví a ponerme la bata instantes después; la


habitación estaba calido por el fuego que seguía ardiendo lentamente en la
chimenea frente a la cama. Sin embargo, sentí escalofríos. La sensación de estar
sola no era algo inusual en mí, pero ahora era como si nunca la hubiera
experimentado.

Era como si este gusto de ser consumida, de ser el centro de todo el mundo
de alguien, me hubiera retorcido por dentro. No sabía si me gustaba la sensación
que esos hermanos encendían en mí, como si una criatura dormida hubiera estado
latente todo este tiempo, esperando esa primera brasa para tomar vida.

Bear, Bruin y Ursid fueron el inicio de ese fuego en mí.


Salí de la habitación, pero sabía que estaba completamente sola en la
cabaña. Incluso entré en la caverna, esperando que los osos estuvieran ahí,
preguntándome si esto era otro juego del gato cazando al ratón.

Una oleada de excitación me invadió al pensarlo.


Salí de la cueva vacía y volví a la cabaña.

Había un fuego encendido en la chimenea del salón, y en la cocina, unos


cuantos peces recién pescados colgados de la pila. En la mesa había un cuenco
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con bayas frescas, frutos secos y flores comestibles.


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Me envolví en mis brazos y me estremecí, permaneciendo ahí durante


largos momentos, preguntándome cuál iba a ser exactamente mi siguiente paso.
Podía quedarme. O podía irme. Ahora mismo. Los osos no estaban aquí.
No podían detenerme. La tormenta había terminado, y aunque no sabía
exactamente dónde estaba, conocía lo suficiente del bosque circundante como
para estar bastante segura de que podría encontrar el camino de regreso a casa.

A casa.

¿Por qué esa palabra me resultaba tan extraña cuando pensaba en el único
lugar que había conocido, el único en el que me había sentido segura y cómoda?

El corazón me retumbaba mientras me dirigía a la puerta principal. Vi mis


zapatos en el suelo a mi izquierda. Me los puse y me até los cordones, agarre un
grueso chal que colgaba del respaldo de la silla y abrí la puerta.

Me envolví el pecho con el chal y me preparé para otra ráfaga. El sol


brillaba; el sonido del agua que goteaba de los árboles y el canto de los pájaros
interpretaban una sinfonía a mí alrededor.

La tierra estaba empapada por la tormenta, y el aroma de la lluvia fresca


llenaba el aire mientras inhalaba profundamente.

Di un paso hacia el exterior y escudriñé los alrededores, pero no vi a los


osos ni ninguna señal de que estuvieran cerca. Escuché, esperé y cuando todo lo
que oí fue el sonido del bosque despertándose para un nuevo día, me alejé de la
cabaña.

No me di cuenta de adónde iba hasta que me adentré en el bosque, y cuanto


más me alejaba de la cabaña, más inquietante y equivocado me parecía todo.

Me detuve, cerré los ojos, respiré y giré la cabeza hacia atrás. Quería estar
con los osos. Quería que me tocaran, que me abrazaran... simplemente que me
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miraran.
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Así que empecé a caminar de regreso. Me detuve, di la vuelta otra vez y


me dije que tenía que volver a mi cabaña, a mis animales y a todas mis cosas.
Tenía que resolver esto sin la excitación y el calor que los hermanos oso
conjuraban en mí.

Llevaba un rato caminando cuando, de repente, los pájaros dejaron de


cantar y se fueron volando, graznando como si algo los hubiera asustado.

Me quedé quieta, mirando hacia arriba y observando cómo la masa de


pájaros negros desaparecía antes de que aquel silencio duro se instalara a mi
alrededor. Sentí un hormigueo en la nuca y se me erizaron los pelos de los brazos.

Sabía que no estaba sola.

Cerrando los ojos y respirando, me di cuenta en ese momento de que los


osos estaban cerca, de que me observaban -probablemente lo habían hecho todo
este tiempo- y eso me hizo sentir un placer que me calaba el alma en lo más
profundo de los huesos.

—Están aquí— susurré más para mí que para ellos. El sonido de las ramas
crujiendo estaba cerca, y un segundo después, sentí su calor rodearme.

— ¿Crees que te dejaríamos aventurarte sin protegerte?— La voz de Bear


estaba justo detrás de mí, su cálido aliento agitando mi pelo.

— ¿Crees que no sabemos dónde estás en todo momento? — incitó Ursid


y me pasó el hocico por un lado del cuello.

Yo seguía con los ojos cerrados mientras la piel de gallina me cubría las
extremidades.

—Sabíamos que querrías irte. Esperábamos que fuera más pronto que
tarde.
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Abrí los ojos cuando Bruin habló e incliné la cabeza hacia atrás para
mirarlo.
— ¿Por qué?— susurré.

Se inclinó hacia mí y me pasó la lengua por los labios, besándome como lo


hacían los de su especie.

—Porque cuanto antes te des cuenta de que eres nuestra y de que tu lugar
está con nosotros, antes podremos empezar de verdad nuestra vida juntos, dulce
Goldie— Bruin extendió su pata, y yo inmediatamente deslicé mi mano en su
ofrenda.

Un gran pelaje me cubrió los hombros, dándome calor al instante.

No dijimos nada mientras me llevaban hacia delante, con la mano en la


pata de Bruin todo el tiempo, Bear a mi otro lado y Ursid detrás de mí.

Me mantenían resguardada, siempre protegiéndome.


Caminamos durante tanto tiempo que estuve a punto de preguntar a dónde
íbamos, cuando de repente reconocí lo que me rodeaba.

Me llevaban a casa... o al hogar al que yo creía que quería pertenecer.

—E-Espera. — dije y me detuve. Vinieron a pararse frente a mí, sus ojos


siempre brillando dorados mientras me observaban. — ¿Qué está pasando?— No
sabía por qué sentía pánico al pensar que me habían traído aquí.
¿No me querían?

—Nuestra dulce chica. — gruñó Ursid y se acercó, ahuecando mis mejillas


en sus enormes zarpas. —Venías aquí por una razón—

No podía recuperar el aliento cuando nos detuvimos en el claro, el mismo


en el que los había visto hacía tanto tiempo cuando me guiaron hasta aquí y me
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observaron desde lejos.


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Podía oír a los animales haciendo ruidos más adelante y olía el frescor de
la tormenta que aún persistía en el aire. Cuando abrí los ojos, contemplé el único
lugar que conocía desde hacía tanto tiempo. Todo me resultaba tan familiar y sin
embargo, ahora me parecía... extraño.

Vi a Lorna salir de la cabaña, con el chal colgado sobre los hombros y la


mochila en la mano, como si hubiera estado esperando a que yo llegara para
marcharse.
Miró a los osos y sorprendentemente, no había miedo ni sorpresa en su
rostro mientras los observaba, y luego posó su mirada en mí. Y cuando me dedicó
una pequeña sonrisa y asintió, exhalé un suspiro que no sabía que había estado
conteniendo.

—Por fin te has dado cuenta de lo que te faltaba— murmuró, girándose


para cacarear a las gallinas. Luego empezó a canturrear mientras se alejaba,
presumiblemente hacia su cabaña.

Los osos se agolparon a mí alrededor, cada uno poniendo una pata sobre
mí como si necesitaran el contacto tanto como yo.

—No lo entiendo— murmuré mientras la miraba fijamente hasta que


desapareció.

—Sí, lo entiendes— gruñeron al unísono. —Has sabido que había algo más
en este mundo para lo que estabas destinada — Bruin arrastró su lengua por mi
boca repetidas veces hasta que me relajé.

—Has sentido que te observábamos... te has deleitado con ello, dulce


Goldie— retumbó Bear con placer.
—Estas hecha para nosotros, y nosotros para ti—

Cerré los ojos y sacudí la cabeza, pero no negaba lo que decían. —Me
siento así. Que Dios me ayude... también lo siento así—
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Me abrazaron, y sentí que no había nada más en este mundo que me hiciera
sentir así de bien.
No tenía sentido. Me confundía, me asustaba un poco, pero la abrumadora
necesidad de explorar lo que todo esto significaba era más fuerte que cualquier
cosa que pudiera retenerme.

—Llévenme a casa... los tres— Me eché hacia atrás e hice contacto visual
con cada uno, haciendo saber a mis osos que lo decía en serio. Que lo quería.
Y eso es exactamente lo que hicieron.

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Nunca me imaginé teniendo hijos. Ni siquiera sabía si eso estaba en mis
planes.

Pero la vida te puede dar las sorpresas más gloriosas y maravillosas, y te


hace darte cuenta de lo afortunada que eres.

Y ahí es donde estaba yo ahora. Ahí es donde he estado. Tan afortunada


que casi no parecía real.
Llevaba años viviendo con los osos, reclamada por ellos de la misma forma
que ellos habían sido reclamados por mí. Desarraigamos la casa en la que había
crecido, nos llevamos a los animales con nosotros y construimos una pequeña
granja donde cultivábamos nuestra propia comida y cuidábamos de nuestros
animales.

Me senté frente al fuego, con el nuevo miembro de la familia en brazos.


Hildie era una cosa tan pequeña, con pelaje rubio cubriendo su cuerpo.

Tenía el mismo color dorado que mi pelo y unos ojos azules vibrantes que
parecían antinaturales de la forma más fantástica.
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Era tan pequeñita, la más pequeña de todos mis hijos hasta el momento.
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Los chicos, Sonny y Gus, habían sido cachorros enormes cuando llegaron a este
mundo, y ahora, cuatro años después, estaba claro que se habían parecido a sus
padres en tamaño.
Pero la pequeña Hildie... Sabía que se parecería a mí, mi lado humano
dominante por primera vez.

Pasé mis dedos por su carita, notando que, aunque se parecía a mí en color
y tamaño, todavía era un poco híbrida.

Tenía los rasgos faciales de su padre, parecidos a los de un oso, pero la


boca era más humana, con los labios más carnosos y la mandíbula más pequeña.
Tenía manos humanas, pero sus uñas eran unas adorables garritas negras.

Me asombraba lo hermosos que eran mis hijos, lo extrañamente singular


que podía parecer su aspecto a los demás, pero para mí y para sus padres eran
perfectos.

Oí a Gus chillar de alegría cuando Bear lo levantó y colocó a nuestro hijo


sobre su hombro, haciéndole cosquillas en la barriguita. Ursid hizo lo mismo con
Sonny, le dio la vuelta y volvió a tumbarlo, para repetir el proceso cuando Sonny
gritó pidiendo más.

Bruin se acercó y se agachó a mi lado, mirando cariñosamente a su hija.


Aunque sabíamos quién era el padre de cada cachorro y su olor era inconfundible
cuando se pegaba a nuestros hijos, los tres hermanos los reclamaban como suyos.

Trataban a nuestros hijos como si fueran el padre biológico de todos ellos.

Nuestra familia no era convencional, pero funcionaba para nosotros. Y era


perfecta.

—Mis chicas — gruñó Bruin con claro placer y se inclinó para arrastrar su
hocico suavemente sobre la pequeña mejilla peluda de nuestra niña.
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La miró fijamente con tanta benevolencia y amor que se me atragantó,


apretando un puño alrededor de mi corazón hasta que sentí que se me aguaban
los ojos.
Era un espectáculo hermoso... ver a esas criaturas gigantescas que parecían
tan temibles, que eran muy peligrosas y primitivas, actuar con tanta delicadeza
con quienes les importaban.

Aunque nos protegían a mí y a nuestros hijos con cada fibra de su ser,


nunca había conocido tanto amor o un toque tan tierno en mi vida.

Yo era su reina, y la única fuerza motriz que tenían era asegurarse de que
sus hijos y yo estuviéramos siempre protegidos y cuidados.

Levanté la mano y la pasé por el espeso pelaje de Bruin, rozando su oreja


con la mano y sintiendo cómo se estremecía en respuesta.

Inclinó la cabeza hacia mí y sonreí, sintiendo que se me hinchaba el


corazón. Un segundo después, Bear y Ursid vinieron a sentarse a nuestro lado,
abrazando a nuestros hijos.

Nos sentamos alrededor de la chimenea en silencio hasta que los niños se


durmieron.

Pero yo sabía que la noche no había terminado. Porque en cuanto


acostáramos a nuestros hijos en sus camas, mis tres osos iban a demostrarme
exactamente cuánto me deseaban... y estábamos listos para el bebé número
cuatro.
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Una de la autora más vendida de USA Today y ha sido
escritora publicada desde 2009.
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