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La traducción de este libro es un proyecto de E r o t i c B y

P o r n L o v e . No es, ni pretende ser o sustituir al original y no tiene


ninguna relación con la editorial oficial, por lo que puede contener
errores.

El presente libro llega a ti gracias a l e s f u e r z o d e s i n t e r e s a d o


d e l e c t o r e s c o m o t ú , quienes han traducido este libro para que
puedas disfrutar de él, por ende, n o s u b a s c a p t u r a s d e p a n t a l l a
a l a s r e d e s s o c i a l e s . Te animamos a apoyar al autor@ comprando
su libro cuanto esté disponible en tu país si tienes la posibilidad.
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Ningún colaborador: T r a d u c t o r , C o r r e c t o r , R e c o p i l a d o r ,
D i s e ñ a d o r , ha recibido r e t r i b u c i ó n a l g u n a p o r s u t r a b a j o .
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producciones y s e p r o h í b e e s t r i c t a m e n t e a todo usuario el uso de
dichas producciones c o n f i n e s l u c r a t i v o s .

Erotic By PornLove realiza estas traducciones, porque


determinados libros no salen en español y quiere incentivar a los lectores
a leer libros que las editoriales no han publicado. Aun así, impulsa a
dichos lectores a adquirir los libros una vez que las editoriales los han
publicado. En ningún momento se intenta entorpecer el trabajo de la
editorial, sino que el trabajo se realiza de fans a fans, pura y
exclusivamente por amor a la lectura.
Erotic By PornLove al traducir ambientamos la historia
dependiendo del país donde se desarrolla, por eso el vocabulario y
expresiones léxicas cambian y se adaptan.
Aunque Butcher & Blackbird es una oscura comedia romántica
y espero que te haga reír en medio de la locura, ¡sigue siendo
oscura! Por favor, lee con responsabilidad. Si tienes alguna
pregunta sobre esta lista, no dudes en ponerte en contacto conmigo
en brynneweaverbooks.com o en alguna de mis redes sociales (soy
más activa en Instagram y TikTok).
-Sacar ojos y cuencas de ojos

-Cirug ía de aficionados

-Adornos de piel

-Motosierras, hachas, cuchillos, bisturíes... muchos


objetos afilados.

-Canibalismo accidental

-Canibalismo no tan accidental

-Uso cuestionable de un cadáver momificado

-Hombre lobotomizado sirv iente

-Uso impruden te de utensilios de cocina

-Siento lo del helado de galletas y nata (en realidad no


lo siento)

-Escenas de sexo detalladas que incluyen (sin límites )


calentar pollas, sexo duro, rogar, anal, juguetes para
adultos, asfixia, escupir, inter acciones dom/sumisa ,
piercings de genitales...

-Referencias a la negligencia parental y al maltrato


infantil

-Referencias a agresiones sexuales a menores (no en


detalle)

-Es un libro sobre asesinos en serie, así que en general


hay asesinatos y caos...
Para aquellos que leyeron las advertencias y
dijeron "¡¿Canibalismo accidental?! ¡Cuenta
conmigo!"
Esto es para ti.
"Esa lección sugiere que, al final, sólo
podemos encontrar la paz en nuestras vidas
humanas aceptando la voluntad del universo".
-Stephen King, Pet Sematary
La lista de reproducción por capítulos aún está en construcción,
pero la lista en sí se puede encontrar aquí. Todavía estoy añadiendo
cosas y cambiando la secuencia de las canciones, ¡así que tengan
en cuenta que se actualizará a diario hasta que se termine la
trilogía!
Apple Music - Butcher & Blackbird Playlist
Todo asesino en serie necesita un amigo.
Cada partido debe tener un ganador.
Cuando un encuentro fortuito da lugar a un vínculo improbable
entre los asesinos rivales Sloane y Rowan, los dos encuentran algo
difícil de alcanzar: la amistad de un alma negra afín. Desde la
pequeña ciudad de West Virginia hasta la lujosa California, desde
el centro de Boston hasta un lugar rural de Texas, los dos cazadores
chocan en un juego anual de sangre y sufrimiento, que los enfrenta
a los monstruos más peligrosos del país.
Pero a medida que su amistad se convierte en algo más, los
inquietos fantasmas que dejan a su paso están sólo unos pasos por
detrás, dispuestos a reclamar algo más que su recién descubierto
amor.
¿Podrán Rowan y Sloane salir de la ruleta de la
muerte?

¿O han encontrado por fin a su pareja?

Butcher & Blackbird es el primer libro de la trilogía Ruinous


Love Dark Romance de novelas independientes interconectadas.
Esta novela con el punto de vista de cada protagonista termina en
un final feliz.

***Butcher & blackbird es un ROMANCE OSCURO destinado


a un público adulto. Por favor, consulte el sitio web de Brynne
para una lista completa de CWs***.
Trilogía Ruinous Love #1
ACLARACIÓN DEL STAFF : ............................................................................ 4

BUTCHER & BLACKBIRD .......................................................................... 5

CONTENIDO Y ADVERTEN CIAS ...................................................................... 6

DEDICACIÓN .................................................................................................. 7

PLAYLIST ........................................................................................................ 8

SINOPSIS ........................................................................................................ 9

ÍNDICE .......................................................................................................... 10

PRÓLOGO ...................................................................................................... 12

1 .................................................................................................................... 13

2 ................................................................................................................... 20

3 ................................................................................................................... 32

4 ................................................................................................................... 4 1

5 ................................................................................................................... 48

6 ................................................................................................................... 58

7 ................................................................................................................... 68

8 ................................................................................................................... 7 9

9 ................................................................................................................... 95

10 ................................................................................................................ 105

1 1 ................................................................................................................. 1 1 7

12 ................................................................................................................. 139

13 ................................................................................................................. 157
14 ................................................................................................................. 166

15 ............................................................................................................... 1 7 9

16 ................................................................................................................. 19 7

1 7 ................................................................................................................. 2 1 1

18 ................................................................................................................ 220

19 ................................................................................................................ 235

20 ............................................................................................................... 252

2 1 ................................................................................................................ 265

22 ................................................................................................................ 276

23 ............................................................................................................... 290

EPÍLOGO .................................................................................................... 298

LEATHER & LARK ................................................................................... 300

AGRADECIM IENTOS .................................................................................. 303


Carnicero y Mirlo
Enfrentamiento anual de agosto
7 días
Empate
Piedra, papel o tijera,
El mejor de cinco
el ganador se lleva el Forest Phantom
Ser un asesino en serie que mata asesinos en serie es un gran
pasatiempo...
Hasta que te encuentras encerrado en una jaula.
Durante tres días.
Con un cadáver.
En el verano de Luisiana.
Sin aire acondicionado.
Miro fijamente el cadáver plagado de moscas que yace tras la
puerta cerrada de mi jaula. Los botones de la camisa de Albert
Briscoe se tensan contra la hinchazón de su estómago distendido,
de color gris verdoso. Su estómago en movimiento, la fina piel
ondulando sobre los gases y gusanos que mastican la carne que
hay debajo. El hedor de la putrefacción, el zumbido de los insectos,
el olor a mierda y orina que han desalojado su cuerpo, es
jodidamente repugnante. Y no soy aprensivo. Pero tengo normas.
Prefiero mis cadáveres frescos. Sólo quiero tomar mis trofeos y
montar mi escena e irme, no quedarme mirando cómo se licúan.
Como si fuera el momento justo, se oye un desgarro silencioso,
como papel mojado que se rompe.
—No...
Casi puedo oír a Albert desde el más allá: Sí.
—Oh no no no...
Está pasando. Esto es por matarme, maldita perra.
La piel se abre y sale una masa blanca de gusanos, como
pequeñas pastas de orzo. Excepto que un número significativo de
esas pastas se arrastran hacia mí a un ritmo glacial, buscando un
lugar tranquilo para completar la siguiente etapa de su ciclo de vida
de gusanos.
—Jesucristo, joder. —Me escabullo sobre el mugriento suelo de
piedra de mi jaula para hacerme un ovillo. Me aprieto la frente
contra las rodillas hasta que me duele el cerebro. Empiezo a
tararear con la esperanza de ahogar los sonidos que de repente son
demasiado fuertes a mi alrededor. Mi melodía se hace cada vez más
fuerte, hasta que mis labios agrietados empiezan a formar alguna
que otra palabra. Aquí nadie puede quererme ni entenderme... Mirlo,
adiós, adiós... Tarareo y canto hasta que las palabras se
desvanecen, y la melodía también.
—Renuncio a mis malos caminos —digo después que la canción
se desintegre entre las motas de polvo y el zumbido de las alas
opalescentes de los insectos.
—Es una pena. Apuesto a que me gustaría tu maldad.
Me sobresalto al oír la voz profunda y suave de un hombre, la
cadencia de un tenue acento irlandés que calienta cada nota. Mis
maldiciones cortan el aire húmedo cuando mi cabeza se estrella
contra un travesaño de hierro de mi pequeña celda al escabullirme
fuera del alcance del hombre que se adentra en el delgado hilo de
luz de la estrecha ventana, el cristal opaco por la mierda de mosca.
—Parece que estás en un aprieto —dice. Una sonrisa ladeada se
dibuja en su rostro, el resto de sus rasgos envueltos en sombras.
Se adentra unos pasos en la habitación para contemplar el cadáver
y se inclina para verlo más de cerca—. ¿Cómo te llamas?
Estoy en el tercer día sin café. Sin comida. Mi estómago
probablemente ha implosionado y ha succionado otros órganos al
vacío. Un coro de monólogos internos desesperadamente
hambrientos trata de convencerme que esas son, de hecho,
pequeñas pastas de orzo que marchan hacia mí, y que podrían ser
comestibles.
No puedo con esta mierda.
—No creo que él vaya a responderte —le digo.
El hombre se ríe.
—No me digas. De todas formas ya sé quién es. Albert Briscoe,
la Bestia del Bayou. —La mirada del hombre se detiene en el
cadáver durante un largo momento antes de cambiar su atención
hacia mí—. ¿Pero quién eres tú?
No contesto y permanezco inmóvil mientras el hombre da pasos
cuidadosos y medidos por la esquina de la jaula para verme mejor,
donde estoy acurrucada en las sombras. Cuando está tan cerca
como le permiten los barrotes, se agacha. Trato de esconderme bajo
mi cabello enmarañado y mis extremidades dobladas, para no
dejarle ver más que mis ojos.
Y como mi suerte es la peor, él, por supuesto, es guapísimo.
Cabello castaño corto, artísticamente despeinado. Rasgos
fuertes, pero no severos. Una sonrisa coqueta con dientes perfectos
y una cicatriz recta que le atraviesa el labio superior, unos labios
demasiado apetecibles dado mi actual estado de cautiverio, el
inferior un poco más grueso que el superior. No debería estar
pensando en cómo me gustaría morderlo. En absoluto.
Pero sí lo hago.
Y por mi parte, soy un puto asco.
Cabello anudado. Ropa manchada y ensangrentada. El peor
aliento jamás respirado en la historia de la respiración.
—No eres el tipo habitual de Albert —dice.
—¿Qué sabes de su tipo habitual?
—Que eres demasiado mayor para ser su tipo.
Tiene razón. No es que sea una vieja, con sólo veintitrés años.
Pero este hombre lo sabe tanto como yo, que soy demasiado mayor
para los gustos de Albert.
—¿Y cómo lo sabes, exactamente?
La mirada del hombre se desliza hacia el cadáver mientras una
leve expresión de disgusto recorre sus rasgos ensombrecidos.
—Porque me propuse saberlo. —Me mira una vez más y sonríe—
. Supongo que tú también lo has hecho, a juzgar por la calidad del
cuchillo de caza clavado en su garganta. Acero de Damasco hecho
a mano. ¿Dónde lo conseguiste?
Suspiro. Mi mirada se detiene en el cuerpo y en mi cuchillo
favorito antes de apretar las mejillas contra mis rodillas estiradas.
—Etsy1.
El tipo se ríe entre dientes y yo recojo una piedrecita de mi
recinto sólo para dejarla caer al suelo.
—Soy Rowan —dice mientras extiende una mano hacia la jaula.
Lo miro y tiro otra piedrecita, y aunque no hago ningún movimiento
para aceptar su gesto, él sigue con la mano extendida hacia mí—.
Quizá me conozcas como el Carnicero de Boston.
Sacudo la cabeza.
—¿La Masacre de Mass...?
Vuelvo a sacudir la cabeza.
—¿El Fantasma de la Costa Este...?
Suspiro.
Me suenan todos esos nombres, aunque no se lo voy a decir.
Pero por dentro, el corazón me martillea la sangre por las venas.
Me alegro que no pueda verlo encender mis mejillas con una llama
carmesí. Sé exactamente los nombres por los que lo llaman y que
no es tan diferente de mí: un cazador que prefiere lo peor que la
sociedad puede sacar de las fosas del infierno.
Rowan retira por fin la mano de mi jaula, su sonrisa adquiere
un cariz abatido.
—Qué pena, pensé que reconocerías mis pequeños apodos. —Se
lleva las manos a las rodillas y se levanta—. Bueno, será mejor que

1
Etsy, Inc. es una empresa estadounidense de comercio electrónico centrada en
artículos hechos a mano o antiguos y material para manualidades. Estos artículos
pertenecen a una amplia gama de categorías, como joyería, bolsos, ropa, decoración del
hogar y muebles, juguetes, arte, así como materiales y herramientas para
manualidades. Los artículos descritos como antiguos deben tener al menos 20 años.
me vaya. Un placer casi conocerte, cautiva sin nombre. Mucha
suerte.
Con una última y fugaz sonrisa, Rowan se da la vuelta y camina
hacia la puerta.
—¡Espera! Espera. Por favor. —Me pongo en pie para agarrarme
a los fríos barrotes justo cuando él llega al umbral—. Sloane. Mi
nombre es Sloane. La Tejedora de Orbes.
Hay un momento de quietud entre nosotros. El único sonido que
llena el espacio es el zumbido de las moscas y el trabajo constante
de los gusanos al consumir carne en descomposición.
Rowan gira la cabeza y mira por encima del hombro.
Y en un abrir y cerrar de ojos está allí, justo delante de mí, su
movimiento es tan rápido que me sobresalta, pero no antes de
agarrarme la mano y estrechármela enérgicamente.
—Dios mío. Lo sabía. Sabía que se habían equivocado. Tenía que
ser una mujer. ¡La Tejedora de Orbes! Un nombre tan original. La
intrincada línea de pesca, los malditos globos oculares. Increíble.
Soy un gran fan.
—Uhh... —Rowan sigue dándome la mano a pesar de mi
esfuerzo por apartarla—. Gracias... supongo...
—¿A ti se te ocurrió ese nombre? ¿El Tejedor de Orbes?
—Sí... —Me suelto la mano para poder alejarme de este irlandés
extrañamente entusiasta. Me sonríe como asombrado y, si no
llevara sesenta capas de mugre en la piel, estoy segura que sería
capaz de ver la llama del rubor en mis mejillas por segunda vez—.
¿No te parece una tontería?
—No, es estupendo. La Masacre de la Masa es tonta. El Tejedor
de Orbes es bastante genial.
Me encojo de hombros.
—Me parece un superhéroe poco convincente.
—Mejor eso que las autoridades inventando algo para ti. Confía
en mí. —La mirada de Rowan se desplaza hacia el cadáver y vuelve
a mirar hacia atrás, ladeando la cabeza mientras me observa.
Inclina la cabeza una vez en dirección a Albert—. Debe haber estado
actuando como un gusano. ¿Entiendes?
Hay una larga pausa, el silencio entre nosotros es interrumpido
por el zumbido de las alas de los insectos.
—No. No lo hago.
Rowan agita una mano.
—Dicho irlandés, que significa que estaba tramando una
travesura. Pero fue una broma bastante ingeniosa, dadas las
circunstancias —dice, con el pecho hinchado de orgullo mientras
señala el cadáver con el pulgar—. Sin embargo, cabe preguntarse
cómo acabaste en la jaula mientras él estaba muerto con tu cuchillo
ahí fuera. ¿Lo acuchillaste a través de los barrotes?
Miro mi camisa, antes blanca, y la sucia huella de bota que se
esconde bajo la salpicadura de sangre.
—Podría decirse que fue un momento inoportuno.
—Hmm —dice Rowan con un sabio movimiento de cabeza—.
Puede que yo mismo haya tenido uno o dos de esos en el pasado.
—¿Quieres decir que te han encerrado en una jaula con un
cadáver y una infantería de pastas orzo marchando a tu paso?
Rowan mira hacia abajo a través del espacio que nos rodea y
frunce el ceño.
—No. No puedo decir que lo haya hecho.
—No lo creo —murmuro con un suspiro cansado. Me quito el
polvo de las manos en mis mugrientos jeans y doy un último paso
hacia atrás mientras muevo la cadera. Empieza a molestarme este
intruso que parece no hacer más que retrasar mi lenta muerte por
inanición. Estoy segura que está un poco loco y no me da la
impresión que tenga muchas ganas de dejarme salir de aquí.
Será mejor que nos pongamos manos a la obra.
—¿Y bien...?
—Los pequeños orzos avanzan a buen ritmo —dice Rowan, más
para sí mismo que para mí, mientras su mirada sigue atrapada en
el rastro de pequeños gusanos blancos que se dirigen hacia mí.
Cuando levanta los ojos del suelo, se encuentran con los míos con
una sonrisa ansiosa—. ¿Quieres ir a comer?
Dirijo a este desconocido una mirada fulminante mientras
señalo mi camisa sucia y manchada de sangre.
—A menos que quieras enviarnos a los dos a la cárcel
inmediatamente... no...
—De acuerdo —dice frunciendo el ceño antes de acercarse al
cadáver de Albert. Rebusca en los bolsillos, pero no encuentra nada.
Cuando levanta la vista hacia el cuello hinchado, suelta un pequeño
sonido de triunfo y le saca el cuchillo antes de tirar de una cadena
de plata, cuyos eslabones se rompen con el rápido asalto de su
fuerte agarre. Me sonríe mientras se levanta, y sus dedos se
despliegan alrededor de la llave que descansa en su palma.
—Date una ducha. Te buscaré algo de ropa. Luego quemaremos
la casa.
Rowan desbloquea la puerta y extiende una mano hacia las
sombras de mi jaula.
—Vamos, Mirlo. Tengo ganas de barbacoa. ¿Qué me dices?
La Tejedora de Orbes.
Estoy sentado al otro lado de la mesa de la maldita Tejedor de
Orbes.
Y es jodidamente hermosa.
Cabello negro. Cálidos ojos color avellana. Un ramillete de pecas
en las mejillas y una naricilla un poco roja. Se aclara la garganta,
da un largo sorbo a su cerveza y frunce el ceño, con los ojos fijos en
su vaso mientras lo aparta.
—Estás enferma —le digo.
Los ojos de Sloane se cruzan con los míos con una mirada
cautelosa antes que su atención se desplace hacia la cafetería. Su
aguda mirada se posa en una mesa de clientes sólo un instante
antes de flotar hacia la siguiente. Sloane está nerviosa.
Probablemente justificado, todo por lo que ha pasado.
—Tres días en ese infierno tenía que pasar factura. Menos mal
que tenía agua. —Busca el lugar de las servilletas y toma una para
sonarse la nariz. Su mirada vuelve a encontrar la mía, pero no se
queda mucho tiempo—. Gracias por dejarme salir.
Me encojo de hombros y doy un sorbo a mi cerveza, y observo
en silencio cómo su mirada se desvía hacia una camarera que sale
de la cocina con el pedido de otra mesa. Sloane pidió un reservado
a mitad de la ventana, señalando exactamente el que quería cuando
la camarera nos condujo a la sala. Ahora entiendo por qué. Está
equidistante entre la entrada principal, la salida de emergencia
junto a los baños y la cocina.
¿Siempre es así de huidiza, o su estancia en la jaula de Albert
la ha asustado? ¿O soy yo?
Hace bien en desconfiar.
Mis ojos permanecen fijos en ella, y aprovecho la oportunidad
para evaluar abiertamente a mi compañera de cena mientras
inspecciona la cafetería. Sloane se enrosca el cabello húmedo sobre
el hombro y mi mirada desciende hasta su pecho, como cada dos
minutos desde que salió del baño de Albert Briscoe con una
camiseta de Pink Floyd y sin sujetador.
Sin sujetador.
El pensamiento resuena en mi cerebro como las campanas de
una iglesia en una luminosa mañana de domingo.
Su cuerpo, curvilíneo y fuerte, hace algún tipo de brujería con
la ropa robada, que deberían parecer cualquier cosa menos sexy,
dado que proceden del armario de Briscoe. Incluso hace que los
jeans le queden bien, con los dobladillos de las largas perneras
enrollados hasta los tobillos y la cintura holgada ceñida con dos
pañuelos rojos atados para formar un cinturón improvisado. Ha
anudado la parte inferior de la camiseta para que se ciña a su
cintura, mostrando un trozo de piel tentadora y su ombligo
perforado cuando se reclina contra la cabina con un suspiro de
agotamiento.
Sin sujetador.
Tengo que ponerme las pilas. Es la Tejedora de Orbes, por el
amor de Dios. Si me atrapa mirando, podría sacarme los ojos de la
cabeza y atarme con hilo de pescar antes que diga "sin sujetador".
Sloane gira un hombro, lo que no ayuda mucho a mi misión de
abandonar mi mantra de no llevar sujetador. Sus dedos tocan la
articulación y una pequeña mueca de dolor dibuja sus facciones.
Frunce el ceño cuando sus ojos se cruzan con los míos.
—Me dio una patada —explica, su tacto se detiene en la parte
superior de su hombro con su respuesta a mi pregunta no
formulada—. Mi hombro golpeó el borde de la jaula cuando caí
dentro.
Mis manos se cierran en puños apretados bajo la mesa mientras
la rabia arde en mis venas.
—Cabrón.
—Bueno, lo apuñalé en el cuello, así que supongo que estaba
justificado. —La palma de la mano de Sloane se desliza por su brazo
y ella inhala, arrugando la nariz. Jodidamente adorable—. Se las
arregló para encerrarme antes de caer. Incluso se rio.
La camarera se acerca con dos platos de costillas y uno de papas
fritas, ganándose una mirada voraz de Sloane. Cuando le ponen el
plato delante, sonríe y se le dibuja un pequeño hoyuelo junto al
labio.
Le damos las gracias a la camarera, que se queda un momento
en la periferia antes que Sloane confirme que tenemos todo lo que
necesitamos. Cuando la mujer se marcha, Sloane hace una mueca
con el hoyuelo.
—No me digas que te lo dicen tan a menudo que ni siquiera se
te pasa por la cabeza. Eso es deprimente.
—¿Decirme qué...?
Sloane dirige su mirada a la camarera y yo la sigo hasta la mujer
que sonríe a nuestra mesa por encima del hombro.
—Oh Dios mío, realmente no se da cuenta. En absoluto. —Sloane
sacude la cabeza y arranca una costilla de la rejilla humeante de su
plato—. Bueno, prepárate, niño bonito. Mi estómago ha estado
comiendo cerca de órganos durante los últimos tres días y voy a
devorar estas putas costillas de la manera menos femenina posible.
No digo nada, clavado en la visión de sus dientes perfectos
mientras desgarra la carne humeante que se desliza por el hueso
gris. Una gota de salsa barbacoa se acumula en la comisura de sus
labios y su lengua sale a buscarla, y me muero de ganas.
—Entonces... —Me aclaro la garganta con la esperanza que no
se me quiebre la voz. Sloane frunce el ceño mientras le da otro
mordisco a la carne—. ¿Por qué no Mirlo?
—¿Eh? —Se mete el extremo de la costilla en la boca y chupa la
carne directamente del hueso para pasársela por los labios con los
dedos manchados de salsa. Mi polla se tensa contra mi cremallera
solo de ver cómo se ahuecan sus mejillas.
Imagina lo que podría hacer con esa puta boca.
Tomo un sorbo de cerveza y miro el plato.
—Tu nombre —respondo antes de empezar con una costilla,
puramente para distraer ciertas partes del cuerpo que se están
volviendo bastante insistentes sobre lo que quieren—. ¿Cómo es
que no elegiste un nombre como Mirlo? Pelo de cuervo, la
naturaleza huidiza, la canción... Voy a arriesgarme a adivinar que
es de tu infancia, ¿verdad? Te oí cantarla en la jaula.
Sloane deja de masticar un momento y me mira pensativa
pasándose el pulgar por el labio inferior. Es la primera vez que su
mirada se posa en mí, y se clava en mi cabeza.
—Eso es para mí —dice—. Tejedor de Orbes es para ellos.
Los ojos de Sloane se han oscurecido y, en un abrir y cerrar de
ojos, ha pasado de ser una belleza sexy, de nariz respingona y voraz
a una asesina malvada, sin remordimientos y con una voluntad de
hierro.
Asiento con la cabeza.
—Entiendo.
Puede que sea la única persona que lo hace.
Sloane mantiene su inquebrantable mirada clavada en mí.
—¿Cuál es tu trato, niño bonito?
—¿Mi trato?
—Ya me has oído. Te presentas en casa del cabrón, me dejas
salir de su jaula, quemas su casa y me traes a comer costillas y
cerveza. Sin embargo, no sé básicamente nada de ti. Entonces,
¿cuál es tu problema? ¿Por qué estabas en casa de Briscoe?
Me encojo de hombros.
—Vine a cortarle los miembros y a disfrutar de su agonizante y
lenta muerte.
—¿Por qué él? Estamos un poco lejos de Boston. Estoy segura
que hay un montón de traficantes de drogas de baja vida para el
entretenimiento hasta allí que no es necesario venir tan lejos por
un solo hombre.
Un pesado silencio espesa el aire, ambos en pausa con las
costillas dirigiéndose a nuestras bocas. Una sonrisa socarrona se
dibuja en mis labios cuando Sloane decae.
—Sabes perfectamente quién soy.
—Oh, Dios mío.
—Lo sabes. Ya sabes lo que me gusta cazar en mi tierra. ¿Desde
cuándo eres aficionado?
—Dios mío, para.
Me río mientras Sloane deja caer la frente sobre el dorso de sus
muñecas dobladas, con una costilla aún aferrada entre sus dedos
pegajosos.
—¿Cuál fue tu favorito? —pregunto—. ¿El tipo que desollé y
colgué de la proa de aquel barco en Griffin's Warf? ¿O el que colgué
de la grúa? Ese parecía popular.
—Ya puedo decir que eres lo peor. —Sloane mantiene las manos
en alto en un esfuerzo inútil por cubrir el ardiente rubor que
enciende sus mejillas. Sus ojos color avellana bailan a pesar de la
mirada que intenta lanzar hacia mí—. Envíame de vuelta a la celda
de Briscoe.
—Tus deseos son órdenes.
Miro hacia el mostrador de servicio y levanto la mano hacia la
camarera, que tarda un segundo en verme y se dirige hacia nosotros
con una sonrisa creciente.
—¿Rowan...?
—¿Qué? Dijiste que querías volver a casa de Briscoe, así que
volveremos.
—Estaba bromeando, psicópata...
—No te preocupes, Mirlo. Te llevaré de vuelta a tu apestosa
jaulita. Seguro que sigue en pie a pesar del incendio. ¿Crees que
algún gusano sobrevivió? Puedes picotearlos de las cenizas si es así.
—Rowan... —La mano de Sloane sale disparada y me rodea la
muñeca, dejando huellas pegajosas en mi piel. Una descarga de
electricidad recorre mi piel al contacto con ella. Apenas puedo
contener el pánico en sus ojos.
—¿Pasa algo, Mirlo?
La camarera se detiene junto a nuestra mesa con una sonrisa
radiante.
—¿Puedo traerles algo?
Mantengo mis ojos en Sloane, levantando las cejas cuando su
mirada salvaje pasa entre mí y las salidas.
—Dos cervezas más, por favor —digo. Sloane me fulmina con la
mirada, sus ojos se entrecierran hasta convertirse en finas rendijas.
—Enseguida.
—Como he dicho —refunfuña Sloane mientras despliega sus
dedos de mi pulso—. Lo peor.
Le dedico una sonrisa ladeada. Sloane capta mi sonrisa y su
mirada se suaviza, aunque me doy cuenta que no quiere.
—Algún día me querrás —ronroneo, sin apartar sus ojos de los
míos. Mi lengua pasa lentamente sobre la salsa que ha dejado en
mi piel. Los ojos de Sloane brillan en la cálida luz de la tarde que se
filtra a través de las ventanas de la cafetería, ese hoyuelo junto a su
labio es una sombra de la diversión que no puede contener.
—No lo creo, Carnicero.
Ya veremos, dice mi sonrisa.
Las cejas oscuras de Sloane se mueven como si estuviera
lanzando un desafío, luego cambia su atención a su comida.
—Todavía no has respondido realmente a mi pregunta sobre
Briscoe.
—Sí, lo hice. Cortando miembros. Disfrutando de la agonía.
—Pero, ¿por qué él?
Me encojo de hombros.
—La misma razón por la que lo elegiste, supongo. Era un pedazo
de mierda.
—¿Cómo sabes que lo elegí por eso? —Sloane pregunta.
—¿Por qué no iba a serlo? —respondo mientras apoyo los
antebrazos en la mesa de aluminio. Sloane levanta la barbilla, con
expresión indignada.
—Tal vez tenía lindos ojos.
Una carcajada brota de mi pecho mientras tomo otra costilla.
Dejo que el silencio se prolongue y pruebo un bocado antes de
responder:
—No es por eso por lo que les sacas los ojos de los cráneo.
Sloane ladea la cabeza, sus ojos brillan mientras me evalúa.
—¿No?
—No. Definitivamente no.
—Entonces, ¿por qué iba a hacerlo?
Me encojo de hombros, no dispuesto a encontrarme con su
mirada a pesar de cómo me atrae.
—Los ojos son las ventanas del alma, supongo.
Sloane se burla y yo levanto la vista para ver cómo sacude la
cabeza.
—Más bien "cría cuervos y te sacará los ojos a picotazos".
Mi cabeza se ladea mientras intento descifrar lo que quiere decir.
Se sabe muy poco sobre Sloane, o al menos muy poco llega a la
prensa. Se especializa en otros asesinos en serie y deja una
intrincada escena del crimen. Eso es todo. Cualquier otra teoría que
el FBI pueda tener sobre el Tejedor de Orbes está a medias. Por lo
que he leído, la idea que el escurridizo justiciero sea una mujer ni
siquiera se les ha pasado por la cabeza. Sea cual sea su pasado y
sus motivaciones, sea lo que sea lo que quiere decir con su
comentario, todo sigue bajo llave.
Desde el momento en que nos conocimos, despertó mi
curiosidad, avivando brasas hasta convertirlas en carbones
encendidos, y ahora ha encendido el primer hilo de llama.
Quiero saber. Quiero la verdad.
Y tal vez quiero que ella sienta la misma curiosidad por mí.
—¿Sabías que fui yo quien mató a Tony Watson, el Degollador
del Puerto? —pregunto.
Baja el vaso de cerveza de sus labios, su movimiento es lento,
sus ojos clavados en los míos.
—¿Fuiste tú?
Asiento con la cabeza.
—Pensé que se había metido en una pelea con alguien a quien
intentaba matar.
—Esa parte de la historia no está mal, supongo. Se metió en una
pelea y definitivamente intentó matarme, pero no lo consiguió. —
Ese pedazo de mierda de Watson. Le golpeé hasta que se le partió
el cráneo y su cuerpo se paralizó, y luego vi como un último suspiro
sangriento y gorgoteante pasaba entre sus dientes rotos y sus labios
partidos. Cuando su cuerpo quedó inmóvil, lo dejé en el callejón
para que las ratas lo devoraran.
No fue una muerte bonita. No fue elegante. No hubo nada
escenificado o inteligente al respecto. Fue visceral y crudo.
Y disfruté cada puto segundo.
—Watson no era tan estúpido como pensaba. Me atrapó
siguiéndolo. Intentó tenderme una emboscada.
Un pensativo hmm pasa de los labios fruncidos de Sloane.
—Estoy triste.
—¿Triste por qué, porque no me mató primero? Duro, Mirlo.
Estoy herido.
—No —dice entre carcajadas—. Es que tenía un plan genial para
él. Los cuerpos de sus últimos cinco asesinatos ya estaban trazados
en mi web —dice. Sus dedos pegajosos bailan en mi dirección como
si trazaran un patrón en el aire. Ni siquiera levanta la vista. Es como
si no se tratara de una gran revelación que acaba de dejar caer
sobre la mesa entre nosotros.
Un mapa. En la web.
—No es que hubiera importado, supongo. No es que los
imbéciles del FBI se hayan dado cuenta todavía. Pero aun así... tú
fuiste y la cagaste —continúa Sloane, sin levantar la vista del
siguiente hueso que arranca de la carcasa que tiene delante. Un
suspiro pesado se derrama sobre la carne que se lleva a los labios—
. Supongo que debería estar agradecida. Quizá yo también
subestimé a Watson. Teniendo en cuenta que Briscoe me metió en
su jaula con tanta facilidad y que era un hijo de puta perezoso, no
estoy segura de haber podido luchar contra Watson tan bien como
tú. —Sus ojos brillantes e inusuales encuentran los míos a través
de los mechones de cabello negro que han caído sobre su frente
mientras una mirada encantadora fulmina mi alma ennegrecida—.
Me duele físicamente admitirlo, por cierto. Pero que no se te suba a
la cabeza, bonito.
Una sonrisa de satisfacción se dibuja en mis labios.
—Crees que soy bonito.
—Literalmente acabo de decir que no dejes que se te suba a la
cabeza lo de Watson. También se aplica a tu guapura —dice Sloane
con un épico giro de ojos, uno de sus párpados se crispa—. Además,
ya lo sabes.
Mi sonrisa se ensancha un poco más antes de ocultarla tras el
borde de mi vaso. Nuestras miradas permanecen fijas hasta que
Sloane finalmente rompe el trance y aparta la vista, con un toque
de color en sus mejillas pecosas.
—Bueno, tú llegaste a Bill Fairbanks antes que yo —digo—. Así
que creo que estamos en paz.
Los ojos de Sloane se abren de par en par y sus gruesas
pestañas oscuras se dirigen hacia sus cejas.
—¿Ibas tras él? —me pregunta cuando asiento con la cabeza y
alzo un hombro. Antes me fastidiaba haber perdido a Fairbanks,
aunque fuera a manos de la Tejedora de Orbes, a quien he
considerado una especie de ídolo. ¿Y ahora? ¿Conocer a la mujer
detrás de la telaraña? Perdería contra ella otra vez para ver cómo
ilumina sus ojos de orgullo. Quizá incluso más de una vez.
El borde del labio inferior de Sloane se pliega entre sus dientes
mientras intenta anclar su sonrisa malvada contra sus bordes
afilados.
—No tenía ni idea que estabas cazando a Fairbanks.
—Le estuve siguiendo la pista durante dos años.
—¿En serio?
—Planeé llevármelo el año antes que lo tomaras, pero era astuto
y se mudó antes que tuviera la oportunidad. Tardé unos meses en
volver a encontrarlo. Entonces, mira por dónde, trozos de su cuerpo
estaban ensartados en hilo de pescar con los globos oculares
arrancados.
Sloane resopla, pero puedo ver la chispa que destella en sus ojos
cansados. Se sienta un poco más recta y se remueve en el asiento.
—Yo no los arranqué, Carnicero. Los saqué. Con delicadeza.
Como una dama. —Sloane se mete el dedo en la boca,
presionándolo contra la mejilla mientras lo rodea con los labios para
sacarlo con un chasquido—. Justo así.
Resoplo una carcajada y Sloane me regala una sonrisa radiante.
—Culpa mía.
Sloane vuelve la sonrisa hacia la mesa antes que los nervios
parezcan apoderarse de ella, y su mirada revolotea por la sala. Toma
unas cuantas papas fritas, con los ojos fijos en los clientes y las
salidas, antes de empujar su plato de costillas hacia el borde de la
mesa.
Se va a ir.
Y si lo hace, nunca la volveré a ver. Ella se asegurará de eso.
Me aclaro la garganta:
—¿Has oído hablar de una serie de asesinatos en los parques
nacionales de Oregón y Washington?
Sloane vuelve a centrar su atención en mí con los ojos
entrecerrados. Una leve arruga aparece entre sus cejas oscuras. La
única respuesta que da es un pequeño movimiento de cabeza.
—El asesino es un fantasma. Uno prolífico. Exigente y muy, muy
cuidadoso —continúo—. Prefiere a los excursionistas. Campistas.
Nómadas con pocos contactos en su zona de caza. Los tortura antes
de colocar cada cuerpo mirando al Este en zonas muy boscosas,
ungido en la frente con una cruz.
La fina máscara de Sloane vacila. Es toda una depredadora,
olfateando un rastro. Casi puedo ver sus pensamientos en espiral
en los confines de su mente.
Estos detalles son pistas que cualquier cazador con talento
puede seguir.
—¿Cuántas muertes hasta ahora?
—Doce, aunque podría haber más. Pero se ha mantenido
bastante en secreto.
Sloane frunce el ceño. Hay una chispa en las profundidades
verdes y doradas de sus ojos color avellana.
—¿Por qué? ¿Por miedo a asustar al asesino?
—Probablemente.
—¿Y cómo lo sabes?
—De la misma manera que sabías quién era la Bestia del Bayou.
Me ocupo de saberlo. —Le guiño un ojo. La mirada de Sloane se fija
en mis labios para posarse en mi cicatriz antes de arrastrarse de
nuevo hasta mis ojos. Apoyo los antebrazos en la mesa y me inclino
hacia ella—. ¿Qué te parecería una amistosa? El primero que gane
se lo queda.
Apoya la espalda en el cojín de vinilo de la cabina mientras
Sloane tamborilea con su manicura desconchada y roja como la
sangre sobre la mesa. Se muerde el labio inferior agrietado durante
un largo momento de silencio mientras deja que su atención fluya
por mis rasgos. Lo siento en la piel. Toca mi piel. Enciende una
sensación que siempre persigo pero que nunca soy capaz de captar.
Nunca hay suficiente riesgo para asustarme. Nunca hay
suficiente recompensa para saciarme.
Hasta ahora.
El tamborileo de sus dedos se detiene.
—¿Qué tipo de competencia? —Sloane pregunta.
Llamo a la camarera y le pido la cuenta cuando capto su
atención.
—Sólo un pequeño juego. Vamos por un helado y lo hablamos.
Cuando vuelvo a mirar a Sloane, mi sonrisa es conspirativa.
Malvada y necesitada.
Astuta...
—Ya sabes lo que dicen, Mirlo. "Todo es diversión y juegos hasta
que alguien pierde un ojo" —susurro—. Y entonces es cuando
empieza la verdadera diversión.
La necesidad.
Empieza como un picor. Irritación bajo mi piel. Nada de lo que
hago libera su susurro constante en mi piel. Se mete en mi mente
y no la suelta.
Se convierte en dolor.
Cuanto más lo niego, más me arrastra al abismo.
Debo detenerlo. Haré lo que sea.
Y sólo hay una cosa que funciona.
Matar.
—Tengo que ponerme las pilas —murmuro mientras miro el
teléfono por quincuagésima vez en el día. Mi pulgar se desliza sobre
el cristal liso mientras recorro mi breve intercambio de mensajes
con el único contacto.
Carnicero, dice debajo de la foto que elegí para el perfil de
Rowan: una salchicha humeante en el extremo de un tenedor de
barbacoa.
Decido no desgranar las diversas razones por las que elegí esa
foto y, en su lugar, recurro a visualizarme apuñalándolo en la polla
con el tenedor.
Apuesto a que es una polla muy bonita también. Igual que el resto
de él.
—Jesucristo. Necesito ayuda —siseo.
El hombre que hay sobre mi mesa de acero inoxidable
interrumpe mi ocupada mente mientras lucha contra las ataduras
que le sujetan las muñecas y los tobillos, la cabeza y el torso, los
muslos y los brazos. Una mordaza apretada atrapa sus súplicas en
su boca abierta como la de un pez. Tal vez sea exagerado atarlo tan
minuciosamente. No es que vaya a ir a ninguna parte. Pero el
golpeteo de la carne contra el acero me irrita, avivando el picor
hasta convertirlo en un tormento mordaz como garras que raspan
mi materia gris.
Me doy la vuelta, con el teléfono en la mano, mientras repaso el
puñado de mensajes que Rowan y yo hemos intercambiado en el
último año, desde el día en que nos conocimos y acordamos
participar en esta competencia ciertamente alocada. ¿Quizá haya
algo que me haya perdido en nuestras escasas conversaciones de
los últimos doce meses? ¿Hay algún indicio de cómo se supone que
va a desarrollarse este juego? ¿Alguna forma de estar mejor
preparado? No tengo ni puta idea, pero me está dando un dolor de
cabeza épico.
Me dirijo al fregadero, tomo un bote de ibuprofeno de la
estantería y dejo el teléfono sobre la encimera mientras pongo dos
pastillas en la mano enguantada, repasando nuestros mensajes de
texto de principios de semana, aunque probablemente podría
recitarlos de memoria.
Carnicero: Te enviaré los detalles el sábado
Yo: ¿Cómo sé que no vas a sacar ventaja para ganar esta ronda?
Carnicero: Supongo que tendrás que confiar en mí...
Yo: Eso suena tonto.
Carnicero: ¡Y divertido! *Jadeo* Sabes cómo divertirte,
¿verdad...?
Yo: Cierra la boca.
Carnicero: ¿Te refieres a mi guapa cara?
Yo: �
Carnicero: ¡Sábado! ¡Ten tu teléfono a mano!
Y he hecho exactamente eso. Llevo casi todo el día con el teléfono
en la mano y ahora son las O8:12. El tictac del enorme reloj de
pared, que a decir verdad sólo está montado en la pared frente a la
mesa para torturar aún más a mis víctimas, me está torturando
ahora a mí. Cada tic vibra en mi cráneo. Cada segundo abrasa mis
venas con un pulso de necesidad.
No me di cuenta de lo mucho que esperaba este partido hasta
que la expectación arraigó en mis pensamientos.
El hombre de mi mesa se sobresalta cuando abro el grifo y el
agua salpica el fregadero de acero inoxidable.
—Cálmate, bebé —le digo por encima del hombro mientras lleno
un vaso—. Aún no hemos llegado a la parte divertida.
Gemidos y quejidos, súplicas ahogadas. Su miedo y sus súplicas
me excitan y me frustran a la vez mientras me trago el ibuprofeno
y bajo el vaso de agua para depositar el recipiente vacío sobre la
encimera con un sonoro golpe.
Vuelvo a comprobar mi teléfono desechable. 8:13pm.
—Joder.
Mi teléfono personal zumba en mi bolsillo y lo saco para leer la
notificación. Lark. Su mensaje es solo un emoji de un cuchillo y un
signo de interrogación. En lugar de contestarle, saco los AirPods del
bolsillo y la llamo, dejando las manos libres para trabajar.
—Hola, nena —dice, contestando al primer timbrazo—. ¿Algo del
carnicero ya?
Me deleito en la voz del sol de verano de Lark durante un
instante antes de dejar que el peso de un suspiro abandone mis
pulmones. Aparte del malvado trabajo de mis manos, Lark
Montague es lo único en este mundo que me aporta claridad cuando
mi mente desciende a otra dimensión de oscuridad.
—Nada todavía.
Lark tararea pensativa.
—¿Cómo te sientes?
—Ansiosa. —Un pequeño sonido de reflexión pasa por la línea,
pero Lark se limita a esperar. No presiona ni da su opinión sobre lo
que debo o no debo hacer. Ella escucha. Escucha como nadie más
puede hacerlo—. No sé si es una idea épicamente estúpida, ¿sabes?
No es como si conociera a Rowan. Podría ser algo imprudente e
impulsivo.
—¿Qué hay de malo en ser impulsivo?
—Es peligroso.
—Pero también es divertido, ¿no?
Un fino hilo de aliento pasa por mis labios fruncidos.
—¿Quizás...?
La risa alegre de Lark llena mis oídos mientras me dirijo a las
hileras de utensilios pulidos que bordean el mostrador, los cuchillos
y escalpelos y tornillos y sierras que brillan bajo las luces
fluorescentes.
—Tu idea actual de... diversión... —Lark dice, su voz se
interrumpe como si pudiera ver el bisturí que recojo y examino—.
¿Sigue siendo lo suficientemente divertido para ti?
—Supongo —digo encogiéndome de hombros. Dejo el cuchillo en
el atril junto a unas tijeras quirúrgicas, un paquete de gasas y un
kit de sutura—. Pero siento que falta algo, ¿sabes?
—¿Es porque el FBI no está descubriendo las pistas que dejas
en el sedal?
—No, al final lo conseguirán, y si no lo hacen, enviaré una carta
anónima. ''Comprueben las webs, malditos idiotas''.
Lark suelta una risita.
—Los archivos están en el ordenador —dice, citando a
Zoolander. Nunca falla a la hora de decir una frase al azar, pero
relevante, de una película.
Suelto una risita mientras Lark se ríe de su chiste; el brillo de
su luz penetra en los fríos confines de mi contenedor de
almacenamiento modificado como si se hubiera conectado ella
misma a los circuitos eléctricos. La frivolidad entre nosotras se
desvanece cuando agarro los bordes de la bandeja y la conduzco
hacia mi cautivo.
—Hay algo en esta competencia que me parece... inspirador,
supongo. Como una aventura. Hacía mucho tiempo que nada me
entusiasmaba tanto. Y creo -o espero- que Rowan ya habría
intentado matarme si hubiera querido. No sé por qué, y esta es
quizá la parte más imprudente e impulsiva de toda esta idea, pero
creo que él se siente como yo, como si buscara algo para aliviar un
picor que cada vez es más difícil de rascar.
Lark vuelve a tararear, pero esta vez el sonido es más profundo,
más oscuro. Ya he hablado con ella de esto antes. Sabe dónde me
encuentro. El alivio es más difícil de encontrar con cada muerte. No
dura tanto. Falta algo.
Precisamente por eso tengo a este pedazo de pedófilo de mierda
en mi mesa.
—¿Qué hay de ese escurridizo asesino de la costa oeste del que
te habló Rowan? ¿Has encontrado algún detalle sobre él?
Frunzo el ceño, con el dolor de cabeza aguijoneándome los ojos.
—La verdad es que no. Leí sobre un asesinato que creo que
podría ser suyo, de hace dos meses, en Oregón. Un excursionista
fue asesinado en el parque Ainsworth. Pero no había detalles sobre
la unción como los que describió Rowan. Quizá tenga razón, quizá
las autoridades estén callando las cosas para no asustar al asesino.
—El hombre de la mesa suelta un gemido agudo alrededor de la
mordaza y golpeo la bandeja con la palma de la mano, haciendo
sonar los instrumentos—. Hombre, cállate. Lloriquear no va a servir
de nada.
—Seguro que estás de un humor picante hoy, Sloaney. ¿Segura
que no estás...?
—No. —Sé lo que Lark quiere preguntar, pero no estoy en
espiral. No estoy involucionando. No estoy fuera de control—. Una
vez que esta competencia comience oficialmente, estaré bien. Sólo
quiero saber los detalles del primer objetivo, ¿sabes? No llevo bien
las esperas. Necesito relajarme, eso es todo.
—Mientras tengas cuidado.
—Por supuesto. Siempre —digo mientras dirijo la máquina de
succión hacia el hombre, que intenta liberarse de las implacables
correas de cuero. Pulso el interruptor y lo enciendo mientras los
gemidos desesperados del hombre suben de tono. Una fina capa de
sudor cubre su piel. Sus ojos desorbitados derraman lágrimas por
las comisuras arrugadas mientras intenta sacudir la cabeza con la
lengua contra la mordaza de bola que lleva en la boca. Entrecierro
los ojos al contemplar sus rasgos tensos, su desesperación
filtrándose por sus poros como almizcle.
—Tienes un invitado digno hoy, ¿eh? —Lark pregunta mientras
el pánico del hombre se filtra a través de la conexión.
—Claro que sí. —El mango metálico de mi bisturí Swann-Morton
favorito me refresca las yemas de los dedos a través de los guantes
de látex, un beso reconfortante contra mi piel acalorada. Mi
concentración reduce mi voz a un hilo mientras me concentro en
colocar el filo del cuchillo bajo la nuez de Adán del hombre—. Es un
completo saco de mierda.
Guío la punta afilada de la hoja a través de la piel del hombre,
manteniendo una línea recta mientras presiono y la paso a través
de su carne. Grita dentro de la esfera de silicona atrapada en su
boca.
—Esto se llama las consecuencias de tus actos, Michael. —
Limpio la sangre que corre por la incisión—. ¿Quieres hablar con
menores por internet? ¿Enseñarles fotos de tu polla arrugada?
¿Atraer a los niños del barrio con promesas de perritos y caramelos?
Como te gusta tanto hablar, primero voy a quitarte la voz —digo
mientras presiono con el bisturí en el vacío de carne partida de la
garganta de Michael Northman para hacer un segundo corte, más
profundo, que me permita acceder a sus cuerdas vocales y
ventriculares. La máquina de succión gorgotea mientras aspira su
sangre a través de la válvula de control que sujeto con mi mano
libre—. Y luego tomaré tus dedos por cada asqueroso mensaje de
texto y amenaza que hayas enviado, y te los meteré por el puto culo.
Si tienes suerte, me aburriré y te mataré antes de llegar a los dedos
de los pies.
—Jesús, Sloane —dice Lark, su risita oscura burbujeando a
través de la línea—. Sí, ¿sabes qué? Creo que deberías competir con
el Carnicero. Necesitas desahogarte, señorita.
Sí, no podría estar más de acuerdo.
Los últimos gritos de Michael Northman inundan mi sala de
muerte mientras me despido de mi mejor amiga y desconecto tanto
la llamada como las cuerdas vocales de mi presa. Una vez finalizada
la intervención quirúrgica, suturo la herida sin otro motivo que
darle una falsa esperanza de supervivencia, ordenando a Michael
que no pierda de vista el reloj antes de dirigirme a mi bandeja de
utensilios para tomar mis pinzas de corte óseo Liston. Puede que
no escuche mis órdenes, pero he aprendido lo suficiente sobre la
frágil mente humana en esta sala como para saber que querrá algo
en lo que concentrarse en las próximas horas, y no hay nada más
tentador e implacable que ver cómo el tiempo avanza lentamente
hacia tu perdición.
Estoy a punto de volver con el hombre atado a mi mesa cuando
mi teléfono prepago zumba en mi bolsillo:
Carnicero: Mi hermano Lachlan dibujará un mapa. Nos enviará
un mensaje a ambos con la ubicación. Tan pronto como lo haga, el
juego comienza. El primero en matar gana. Si ninguno de nosotros
encuentra el objetivo en siete días, es un empate. Entonces supongo
que tendremos que jugar piedra-papel-tijeras que perra
Una fuerte sacudida me golpea las costillas mientras mi ritmo
cardíaco se dispara.
Yo: Tienes una ventaja ridícula
Veo parpadear los puntos de nuestra conversación mientras
Rowan teclea su respuesta a mi mensaje.
Carnicero: Créeme cuando digo que Lachlan quiere que ganes
tú, no yo. No tengo ninguna ventaja aquí. No me ha dicho una mierda
Mi sonrisa se extiende. Las sacudidas desesperadas y la
respiración acelerada de Michael Northman se convierten en un
nebuloso telón de fondo mientras golpeo mi respuesta.
Yo: No te conozco lo suficiente como para confiar en ti. Y si
descubro que te está dando información, te patearé el culo. Sólo lo
digo ahora para que estemos en la misma página, ¿sabes?
El aire frío parece más pesado en el recipiente de
almacenamiento cuando veo los círculos grises pulsar en la esquina
inferior izquierda de la pantalla.
Carnicero: Creo que ahora yo también quiero que ganes, así que
me parece bien �.
Yo: Eres el peor
Carnicero: Quizás... pero al menos piensas que soy guapo �
Yo: Jesucristo
Sé que estoy sonriendo al aparato que tengo en las manos.
Debería sentirme estúpida. Debería parecerme tan peligroso como
es. Pero lo único que percibo es un alivio que se instala en mi
médula, una excitación que carga las cavidades de mi corazón. Es
una corriente que empapa de luz cada célula.
Estoy a punto de guardar el teléfono y centrarme en mi cautivo
cuando zumba en mi mano un Remitente Desconocido.
Ivydale, Virginia Occidental
Y buena suerte, señorita ojos de araña, o como demonios te
llames. Piensa, hermanito, que tu título de perdedor está a punto de
ser oficial.
Mi sonrisa se ensancha. Un mensaje de Carnicero llega justo
después del de Lachlan.
Carnicero: ¿Lo ves? Te lo dije. Nos vemos en Virginia Occidental,
Mirlo.
Dejo las pinzas a cambio del bisturí ensangrentado.
Cuando me vuelvo hacia el hombre atado a mi mesa, sus ojos
se abren de par en par con el tipo de miedo que me da paz. Su rostro
está pálido por el estrés y el dolor. Sangre y saliva resbalan por la
comisura de sus labios. Intenta sacudir la cabeza mientras giro el
bisturí bajo la luz artificial.
—Tengo sitios a los que ir, así que supongo que tendremos que
acortar esto, si me disculpas el juego de palabras —digo antes de
clavarle el cuchillo bajo la oreja. La sangre cae sobre la mesa en un
torrente carmesí.
—Es noche de juegos.
—¿Qué haces? —pregunta Fionn al entrar en mi habitación, con
una zanahoria chasqueando en el agarre de sus muelas—. ¿Te vas
de viaje?
Pongo los ojos en blanco y señalo la zanahoria.
—¿Pero qué mierda. ¿Es esta una nueva fase en tu
adoctrinamiento Crossfit, andar por ahí con tubérculos crudos?
—Beta caroteno. Hijo de puta. Antioxidantes. Estoy ayudando a
mi cuerpo a eliminar los radicales libres.
—Tómate una vitamina. Pareces un imbécil.
—Para responder a su pregunta, Dr. Kane, Rowan se va a una
pequeña expedición de caza con un alma afín —comenta Lachlan
mientras se deja caer en uno de los sillones de cuero de la esquina
de la habitación—. Pero al más puro estilo Rowan, ha decidido
convertirlo en una competencia. Me ha convencido para que
encuentre una presa adecuada que sea una sorpresa para los dos.
Así que, esencialmente, él va a tener su culo entregado a él como la
pequeña perra masoquista que es.
Lanzo a Lachlan una mirada fulminante, pero él se limita a
sonreír por encima del borde de su vaso, dando un largo sorbo de
bourbon mientras golpea el borde de cristal con un anillo de plata.
—¿Dónde? —Fionn pregunta.
—Virginia Occidental.
—¿Por qué?
Lachlan suelta una carcajada.
—Yo diría que porque está tratando de salir de la zona de
amigos, pero no creo que ni siquiera esté en una zona a este paso.
Fionn da otro mordisco crujiente a su zanahoria, llenándose la
boca mientras suelta una risita bobalicona como un puto niño
tonto.
Así que hago lo que cualquier hombre maduro y razonable haría
con su hermano pequeño.
Le quito la zanahoria de la mano y se la lanzo a Lachlan,
golpeándole en la frente.
Mis hermanos protestan al unísono y sonrío hacia mi equipaje
mientras meto otro par de jeans en el equipaje de mano.
—No creo que hayas hecho tanto esfuerzo por una mujer
desde... nunca. No la has visto en cuánto, ¿un año? —Lachlan
pregunta, sin perder el ritmo.
El sonido de la tos ahogada de Fionn llena la habitación.
Lachlan y yo observamos cómo atrapa motas de naranja en su puño
apretado.
—¿Qué? ¿Un puto año? ¿Por qué me entero de esto ahora?
—Has tenido la cabeza metida en el culo en la puta nada
jugando al médico del pueblo, por eso. —Se ríe Lachlan—. Vuelve a
Boston, Fionn. Deja de revolcarte como un Hombre Triste de
Película Hallmark Cinderwhatever y ven a casa a practicar medicina
de verdad.
—Imbécil —decimos Fionn y yo al unísono.
Lachlan sonríe, deja el vaso sobre la mesa auxiliar y se saca del
bolsillo un cuchillo con mango de perla, antes de inclinarse hacia
atrás para desabrochar la tira de cuero gastado del cinturón que
lleva en la cintura. Se pasa la anilla metálica del extremo suelto del
cinturón alrededor del dedo corazón, estira el cuero y empieza a
afilar la hoja en el borde áspero de la piel. Es algo que ha hecho
desde que éramos niños, algo que lo tranquiliza. Puede que Lachlan
disfrute haciéndonos bromas a Fionn y a mí, pero sé que está
estresado porque nuestro hermano pequeño ya no vive en la misma
ciudad que nosotros, y ahora porque me voy a ir a jugar a un loco
juego mortal con una asesina en serie a la que apenas conozco.
—No me equivoco —dice tras unas cuantas pasadas de la
cuchilla sobre la piel—. Nebraska está demasiado lejos, hermano.
Además, está claro que te estás perdiendo todos los buenos detalles
de la inexistente y cómicamente triste vida amorosa de Rowan
estando ahí fuera.
—Cierto —admite Fionn. Su mirada pensativa se posa en la
madera mientras cruza los brazos y se apoya en la cómoda.
Probablemente está asignando valores numéricos al hecho de
conocer los chisme frente al de estar fuera de onda, y está sopesando
la probabilidad estadística de su felicidad dividida por pi.
Maldito nerd.
—¿La has visto? —pregunta Fionn al salir de su neblina
analítica, mirando directamente a Lachlan como si yo no estuviera
aquí.
—Sólo en algunas fotos. —Lachlan da un sorbo a su bebida
mientras sonríe ante mi mirada letal—. Está jodidamente buena.
Definitivamente tiene un lado oscuro: le gusta quitarles los globos
oculares a sus víctimas cuando aún están vivas. Los federales la
llaman El Tejedor de Orbes no saben que es una mujer. Su nombre
real es Sloane Sutherland.
—Mantén su puto nombre fuera de tu boca —gruño.
La estruendosa carcajada de Lachlan llena la habitación.
Levanta la mano que empuña el cuchillo hacia la boca mientras el
sonido de su diversión inunda el espacio que nos separa. Sin duda,
el listillo me está recordando que, de los dos, él es el que tiene un
arma preparada.
Si no tuviera la hoja afilada en la mano, le estaría dando un
puñetazo en la cara.
—Digamos que te las arreglas para arañar tu camino en la zona
de amigos, y luego por algún puto milagro consigues ir más allá y
entrar en los buenos modales de la dama araña sin perder un ojo,
¿cómo te gustaría que me refiriera a ella?
—No sé, imbécil. ¿Qué tal Reina? O, Su Alteza. Vete a la mierda.
Gimo mientras la risa de Lachlan vuelve a envolvernos, aún más
fuerte que antes.
—Vete a la mierda será. ''Encantado de conocerte, Vete a la
mierda. Soy tu cuñado, bienvenido a la familia, Vete a la mierda''.
Estoy a punto de lanzarme sobre Lachlan cuando suena mi
teléfono prepago en el bolsillo.
Mirlo: Aprovechar al máximo
Hay una foto de los delicados dedos de Sloane envolviendo una
copa de champán en primera clase de un avión, con su manicura
roja como la sangre brillando bajo la luz artificial de la cabina.
Mi corazón golpea contra mis costillas.
Casi puedo sentir esas uñas rozándome el pecho y los
abdominales, envolviéndome la polla con una fuerza engañosa.
Imagino el calor de esos ojos color avellana clavados en los míos, su
aliento calentándome el cuello mientras me susurra al oído.
Lachlan se ríe como si pudiera leer todos mis pensamientos y
me aclaro la garganta.
Yo: Veo que ya estás en el avión. Eso es... genial...
Mirlo: En efecto, lo estoy. Y tú claramente no. ¡Veré si finalmente
te pones al día! Aunque no aguantaré la respiración �
Mis mejillas se sonrojan mientras mis pulgares se ciernen sobre
el teclado.
Yo: ¿Es demasiado tarde para volver a empezar?
La respuesta de Sloane es inmediata.
Mirlo: Absolutamente.
Un gruñido vibra en mi pecho mientras redoblo mis esfuerzos
por hacer la maleta, aunque sé que eso no me hará tomar un avión
más rápido.
—¿Estás bien ahí, hermanito? ¿O Vete a la mierda ya ha matado
a tu objetivo?
Me planteo arrojar mi equipaje a medio hacer al rostro sonriente
de Lachlan cuando suena su teléfono. Cualquier rastro de humor
se desintegra de sus facciones como la ceniza que cae de un tronco
carbonizado, dejando tras de sí solo carbón resquebrajado.
—Soy Lachlan —dice. Su voz es ronca y responde a la llamada
con un "sí" y un "no" entrecortados. Me retuerzo la camisa que estoy
enrollando hasta que me blanquean los nudillos. Tengo los ojos
clavados en mi hermano mayor, pero él no levanta la vista del
cuchillo que gira en su mano—. Estaré allí. Dame treinta minutos.
Cuando me mira a los ojos, la breve sonrisa de Lachlan es
sombría.
—¿Turno de noche? —pregunto.
—Turno de noche —responde.
De día, Lachlan dirige el Atelier Kane, su estudio especializado
en marroquinería, donde crea belleza a partir de la piel de la muerte.
Pero por la noche, cada vez que Leander Mayes le llama, mi
hermano se convierte en la despiadada herramienta del diablo.
Personalmente, disfruto quitando la vida a cualquier escoria que
se cruce en mi camino a través de la sopa infernal de la sociedad
moderna.
¿Lachlan...? No sé si disfruta mucho de algo en estos días. Mata
con un propósito, pero se envuelve en un frío distanciamiento. A
menos que esté tallando piel con sus manos o tomándonos el pelo
a Fionn y a mí, no creo que la vida le importe en absoluto.
Siento una punzada en el pecho cuando Lachlan se levanta de
la silla, se guarda el cuchillo en el bolsillo y se cruje el cuello
mientras vuelve a ponerse el cinturón. Un leve rastro de su sonrisa
regresa cuando se posa en mí.
—Cuídate, imbécil —dice.
—Tú también, hijo de puta.
Lachlan hace una mueca de desprecio, pero al pasar me da una
cálida palmada en el hombro. Aprieta su cabeza contra la mía para
respirar y luego se va, dirigiéndose hacia la puerta para hacer lo
mismo con Fionn. A nuestro hermano pequeño nunca se le ha dado
bien ocultar sus preocupaciones. Fionn muestra todos los matices
de tristeza y preocupación en sus ojos azul claro, y observa a
Lachlan alejarse a grandes zancadas con una dolorosa
preocupación dibujada en sus rasgos infantiles.
—Hasta luego, chicos —dice Lachlan mientras cruza el umbral
a grandes zancadas y desaparece por el pasillo poco iluminado—. Y
muévete a casa, Fionn.
—Paso difícil —responde Fionn, y una risita responde desde la
oscuridad antes que la pesada puerta de mi apartamento se cierre
con un golpe reverberante. Fionn se vuelve hacia mí, con esa
ansiedad aún grabada como una arruga en el entrecejo—. ¿Estás
seguro que este viaje tuyo es una buena idea? Quiero decir, ¿hasta
qué punto conoces a esa Sloane?
Dejo de mirar a Fionn y sonrío mientras cierro la cremallera y
me la cuelgo al hombro.
—No muy bien. Sólo la he visto una vez.
El trago nervioso de Fionn es casi audible.
—¿Una vez? ¿Cómo se conocieron?
—Realmente no quieres saberlo.
—Esto suena un poco impulsivo, Rowan, incluso para ti. Sé que
tienes todo eso del hijo mediano —dice, agitando una mano en mi
dirección de la forma en que él y Lachlan siempre lo hacen para
explicar mi comportamiento salvaje y mis decisiones imprudentes—
. Quedar con una asesina en serie con la que sólo has hablado una
vez hace un año... no es normal.
Mi risa parece hacer poco por tranquilizarlo.
—Nada de lo nuestro es normal, pero estaré bien. Tengo un
instinto visceral sobre ella.
Suena el teléfono desechable en mi bolsillo.
Miro: Estoy a punto de despegar. Si esto fuera una carrera, ya
estarías detrás
Yo: Oh, espera... ¡ES una carrera! Mira esto. Espero que les
gusten los globos oculares desarticulados porque me voy a cargar
esta mierda, valga el juego de palabras. Buen viaje y que se jodan �
—Sí, Fionn —digo con una sonrisa radiante mientras vuelvo a
deslizar el teléfono en el bolsillo y me dirijo hacia la puerta—. Creo
que estaré bien.
Esto es absurdo. Yo soy absurda.
Estoy sentada en el vestíbulo del Cunningham Inn, intentando
concentrarme en la misma página de mi kindle en la que llevo
atascada los últimos cinco minutos mientras delibero entre salir
corriendo o quedarme.
¿Qué mierda estoy haciendo con mi vida?
Esto es peligroso.
Y estúpido.
Absurdo.
Pero parece que no puedo obligarme a irme.
Mis pulmones se llenan de olor a Pine-Sol y a malas decisiones
mientras un profundo y nervioso suspiro sale de mis labios.
Abandono el libro y me siento a contemplar el silencioso vestíbulo,
donde mi única compañía es un gato gris que me mira desde un
sillón de cuero junto a la chimenea apagada. La habitación es
anticuada pero es cómoda, con paneles de roble oscuro y una
antigua alfombra estampada que una vez fue burdeos. Los muebles
antiguos no combinan entre sí, pero están pulidos y relucientes. Un
par de búhos taxidermizados en pleno vuelo hacen guardia sobre
las reproducciones de cuadros de Rodin descoloridas por el sol y las
reliquias de herramientas ferroviarias y mineras esparcidas por las
paredes.
Vuelvo a suspirar y miro el reloj. Son casi las dos de la
madrugada y debería estar cansada, pero no lo estoy. Ha habido
muchas prisas esta noche, entre trocear el cuerpo de Michael
Northman y meterlo en mi congelador mientras reservaba un vuelo
para salir de Raleigh, hacer la maleta en un tiempo récord de treinta
minutos, alquilar un auto para mi llegada a Virginia Occidental
mientras Lark me llevaba al aeropuerto. Cuando me lamenté que
toda esta escapada fuera una idea estúpida, su respuesta fue:
—Puede, pero necesitas salir y hacer más amigos.
—Tengo una amiga —le había dicho—. Tú.
—Necesitas más de uno, Sloane.
—¿Pero este amigo en particular? ¿Este tal Rowan? ...¿En serio?
Aún puedo oír la cadencia de la risita de Lark mientras observa
mi confusión con una sonrisa amable.
—Tener otra amiga que te entienda, a tu verdadero yo, quizá no
sea malo —dijo encogiéndose de hombros, con una sonrisa que no
se vio empañada por el escrutinio de mi inquebrantable mirada—.
No has saltado del vehículo en marcha. Aún nos dirigimos al
aeropuerto. Así que sí, supongo que ese tal Rowan es tu amigo
ahora.
Tal vez debería haber saltado del auto.
Gimo mientras me hundo aún más en el fondo de la silla.
—Su razonamiento ni siquiera tenía sentido —le digo al gato
mientras repito la conversación con Lark, y el felino me devuelve la
mirada con una furia hirviente y sentenciosa.
—¿Tratando de consumir su alma, Mirlo?
Dejo caer el kindle al sobresaltarme y me vuelvo hacia la fuente
del sutil acento irlandés con una mano aferrada al corazón.
—Por Dios —siseo cuando Rowan sale de entre las sombras
junto a la puerta con una sonrisa burlona. Se me corta la
respiración cuando me doy cuenta que está aquí, realmente aquí.
Rowan tiene exactamente el mismo aspecto que hace un año. Puede
que tenga un aspecto un poco mejor que en nuestro primer
encuentro, al no haber pasado los últimos días en una jaula
repugnante mientras un cuerpo se putrefactaba a pocos metros. No
estoy segura de sí le importaría tanto mi falta de maquillaje o mi
cabello anudado o mis labios agrietados, teniendo en cuenta que
pasó tanto tiempo mirándome las tetas. El recuerdo me hace
sonrojar, y no por vergüenza.
Me trago un repentino ataque de nervios.
—Quizá debería consumir el alma del gato. La mía acaba de
abandonar mi cuerpo.
—Me imaginé que así fue como adquiriste tus pecas. Robando
almas.
—Veo que eres tan gracioso como la primera vez que nos vimos.
—Pongo los ojos en blanco y voy a tomar mi kindle, pero Rowan lo
toma primero—. Pásamelo, guapo —le digo mientras me dedica una
sonrisa magnética que llena mis sentidos y empapa mis
preocupaciones con otro tipo de ansiedad. La cicatriz que le
atraviesa el labio parece iluminarse cuando su sonrisa se vuelve
pícara.
—Me pregunto qué le gustará leer a mi pequeña y nerviosa Mirlo
—bromea mientras me agita el aparato.
Un resoplido desdeñoso sale de mis labios, aunque sus palabras
me recorren las venas y me inyectan un calor carmesí en las
mejillas.
—Porno de monstruos, está claro —respondo. Rowan se ríe y
consigo arrebatarle el aparato de las manos, lo que sólo hace que
se ría más—. El hombre dragón tiene dos pollas y sabe cómo
usarlas. También tiene una lengua bífida. Y una cola con mucho
talento. Así que no te burles.
—Devuélveme eso. Mi televisor está roto en mi habitación y ese
es el tipo de entretenimiento que necesito en mi vida.
—Que te den, carnicero. —Deslizo el kindle bajo mi culo y dirijo
a Rowan una mirada letal—. Espera un momento. ¿Tu televisor está
roto? ¿Cuándo has llegado?
Se encoge de hombros y deja caer la mochila al suelo con un
ruido sordo mientras me dedica una sonrisa coqueta y se acomoda
en la silla contigua a la mía.
—Hace unos cuarenta y cinco minutos. Debías de estar en tu
habitación. Salí de la mía en busca de alcohol. Por cierto, soy tu
vecino de al lado.
—Fantástico —digo con una mirada de soslayo, lo que le hace
sonreír.
Rowan abre la bolsa lo suficiente para mostrar la botella de vino
tinto que contiene.
—Son las dos de la mañana. ¿No están todas las tiendas
cerradas?
—La cocina no.
—La cocina también está cerrada.
—¿Es...? Culpa mía. —Rowan saca la botella de su bolso y
rompe la tapa de rosca, su mirada se funde con la mía mientras
bebe un largo sorbo. Mis ojos se entrecierran cuando me guiña un
ojo—. No me digas que estás enfadada por un robo insignificante.
—No —me burlo. Se me pone la piel de gallina en el brazo en el
breve instante en que nuestros dedos se entrelazan alrededor del
vaso frío mientras le quito la botella de la mano—. Me molesta que
tardes demasiado en pasarme la botella. Y la estás manchando con
tus gérmenes de chico. Seguro que intentas infectarme para que me
ponga enferma en mi habitación con tu viruela mientras tú vas a
ganar nuestra pequeña competición.
—Manpox. —Rowan resopla mientras doy un largo sorbo y le
devuelvo la botella. No me quita la mirada de encima mientras bebe
un trago, la sonrisa de su expresión sigue brillando en sus ojos—.
Bueno —dice, presentando la botella con una floritura mientras me
la da—. Ahora tengo tus bichos de chica, así que estamos en paz.
Intento no sonreír, pero ocurre de todos modos, y en cuanto esa
sonrisa se cuela en mis labios, ilumina los ojos de Rowan como si
me reflejara mi diversión. No solo eso, sino que la amplifica.
Mientras vuelvo a acomodarme en mi asiento, me doy cuenta
que es como si nos hubiéramos visto ayer. Es tan fácil estar con él,
incluso cuando no quiero, como cuando nos sentamos en la
cafetería hace un año. A pesar de lo mucho que había intentado
forzar mi atención en otra parte, seguía volviendo a él. Y ahora no
es diferente. Él me atrae, un punto de luz constante en la oscuridad
estática.
—¿Alguna idea de para quién estamos aquí? —pregunta Rowan,
sacándome de mis pensamientos. Bebo un sorbo de vino y le miro
con recelo.
—Seguro.
—Por ''seguro'', quieres decir ''en absoluto'', ¿verdad?
—Más o menos. ¿Y tú?
—No.
—¿Cómo se le ocurrió a Lachlan esta ubicación, de todos
modos? ¿Y cómo sé que no te va a dar información para ayudarte a
ganar?
Rowan suelta una carcajada burlona y me quita la botella de los
dedos, dando un largo trago antes de responder:
—Porque, como ya he dicho, a mi hermano no le interesa verme
triunfar. Si pierdo, podrá restregármelo en la cara durante un año,
y disfrutará cada segundo. —Cuando Rowan me devuelve la botella,
echa un vistazo a la habitación, su mirada recorre cuidadosamente
los rasgos como si buscara cámaras ocultas o invitados de los que
no se hubiera percatado. Ya sé que somos los únicos registrados.
Aparte del propietario, un tipo llamado Francis que vive en una casa
bien cuidada de estilo Segundo Imperio que domina la posada,
somos los únicos en la propiedad. Seguro que Rowan también lo
sabe, pero hace bien en ser precavido—. En cuanto a cómo llegó a
Virginia Occidental, bueno... digamos que tiene conexiones con
ciertas personas que pueden acceder a ciertos archivos de ciertas
agencias gubernamentales, y algunos asociados que pueden llenar
los vacíos.
—Eso suena ciertamente dudoso —digo, sonriendo cuando
Rowan pone los ojos en blanco ante mi burla—. ¿En qué trabaja tu
hermano?
Rowan se echa hacia atrás en su silla y golpea el reposabrazos
mientras sus ojos siguen las curvas y los ángulos de mi rostro. Su
caricia azul marino hace que me ruborice. Me mira de una forma
que nadie más lo hace, como si no solo intentara descifrar mis
pensamientos y motivaciones. Es como si intentara memorizar los
más pequeños detalles de mi piel, descubrir cada secreto atrapado
tras mi piel.
—Nuestro pasatiempo —dice cuando parece darse cuenta que
puede compartir esta respuesta—. Para Lachlan, no es un
pasatiempo. Es una profesión.
Asiento con la cabeza. Ahora entiendo cómo puede tener acceso
a información sobre investigaciones criminales. O trabaja para los
militares, o para individuos peligrosos y bien conectados.
—Así que es seguro que no te va a ayudar a hacer trampas —le
digo.
—En todo caso, encontraría la manera de ayudarte a hacer
trampa.
—Ya me gusta. —Mi sonrisa se ilumina cuando Rowan me lanza
una mirada maliciosa. Bebo un sorbo de la botella y se la paso a
Rowan—. ¿Y a ti? ¿Te gusta el negocio gastronómico?
Rowan me dirige una sonrisa socarrona.
—¿Me has estado investigando, Mirlo?
—Como si tú no hubieras hecho lo mismo conmigo —replico.
—Culpable de los cargos. —Rowan bebe un largo trago de vino
y equilibra la botella sobre su rodilla. Me observa un momento antes
de asentir, con una sonrisa un poco melancólica—. Sí, me gusta.
Me encanta llevar mi propia cocina. Me gusta el ritmo. Puede ser
frenético, pero me gusta. Me va bien un poco de caos. Quizá por eso
me gustas —dice guiñando un ojo.
Resoplo una carcajada y pongo los ojos en blanco. Este hombre.
Puede hacer que cualquier cosa parezca coqueteo.
—¿A qué viene ese nombre? —pregunto, y aunque eludo su
comentario, no parece molestarle lo más mínimo—. ¿Por qué
elegiste tres en vagón?
—Mis hermanos —dice Rowan, y su sonrisa vuelve a ser
nostálgica mientras mira la botella que tiene en la mano—. Éramos
adolescentes cuando dejamos Sligo y vinimos a América. Recuerdo
a Lachlan comprando los billetes. Tres en vagón Fue el comienzo de
otra vida para nosotros.
—Igual que en el restaurante —digo, terminando el hilo de
pensamiento que me ha dejado. Sus ojos se iluminan cuando
asiente—. Eso me gusta.
Rowan me pasa la botella. Nuestros dedos se rozan alrededor de
vidrio frío. Nuestro contacto se prolonga más de lo debido, pero por
alguna razón me parece menos tiempo del que me gustaría.
Esto es absurdo, me recuerdo. No conoces a este hombre.
Reafirmo mi postura, desplazo mi línea de visión hacia el
mostrador para observar a Rowan sólo por el rabillo del ojo cuando
bebo de la botella. Las paredes son buenas. Los límites son
necesarios. Él es el tipo de hombre que los traspasará si bajan la
guardia. Y esto sigue siendo una competición, después de todo. Sólo
debería buscar información que me ayude a ganar.
En mi periferia, veo la mano de Rowan acercarse sigilosamente
a mi silla y me giro para clavarle la mirada. El cabrón descarado me
pone su máscara más inocente.
—¿Qué demonios estás haciendo?
—Voy a robar tu kindle. Quiero leer sobre el hombre dragón de
dos pollas.
—Estoy sentada encima. Tócame el culo y te rompo la mano —
le digo, sin poder contener una carcajada mientras me pincha
rítmicamente el brazo.
—No lo haré. Te empujaré y lo agarraré, luego río maníacamente
mientras corro a mi habitación triunfante.
—Bájate la aplicación como una persona normal y léelo en tu
celular, rarito.
—Piedra, papel o tijera.
—De ninguna manera.
—Vamos, Mirlo. Necesito un poco de dragonman DP.
Me da otro codazo en el bíceps y suelto una risita cuando un
sonido extraño entra en nuestro dominio. De repente parece como
si estuviéramos en una burbuja que acaba de estallar. No es normal
para mí, y la aparición de Francis en la recepción es un shock para
mi sistema. Normalmente soy muy consciente de lo que me rodea.
Pero Rowan me tenía encerrada en otro reino, como si no existiera
nada más que nosotros. Y por alguna razón, eso me parece un
alivio, un descanso de la presión constante de buscar el peligro que
acecha en las sombras.
—Oye, amigo. Espero que no hayamos desvelado a nadie —dice
Rowan. Ni siquiera intenta ocultar la botella de vino que tiene sobre
la rodilla, con la otra mano agarrada al reposabrazos de mi silla.
Los ojos de Francis pasan del vino a Rowan, con los labios
apretados en una sonrisa tensa.
—No, en absoluto. Son los únicos invitados. Sólo venía a recoger
a Winston por esta noche —responde mientras señala con la cabeza
al gato que sigue acurrucado en la silla junto a la chimenea. Francis
desliza la mano por su corbata rosa y sus ojos rebotan entre
nosotros—. No tenemos demasiado tráfico por aquí, no con algunos
de los nuevos lugares que están apareciendo en la zona. Todo el
mundo tiene un AirBnB ahora, tratando de hacer un dinero extra.
Hago un gesto hacia el vestíbulo.
—Me gusta esto. Tiene encanto. Aunque Winston parece que
podría arañarme la cara si me acerco demasiado.
—No, es inofensivo. —Francis se pasa una mano por su melena
oscura y se acerca al gato, que lo mira mal y sisea antes de dirigirme
sus ojos amarillos de felino. No estoy segura de si quiere la salvación
de Francis o sólo quiere seguir mirándome mal, pero sus gruñidos
se pierden cuando Francis levanta su cuerpo gris en sus brazos—.
¿Están visitando a alguien de la zona? ¿O sólo de paso?
—Es nuestra excursión anual —me ofrezco voluntaria—. Cada
año elegimos un lugar nuevo, normalmente algún sitio un poco
"fuera de los caminos trillados", por así decirlo.
Francis asiente, acariciando la cabeza del gato.
—Hay algunos senderos locales estupendos. Elk River es un
buen lugar para empezar. The Bridges es una ruta panorámica.
Sólo tengan cuidado si se dirigen hacia Davis Creek. Es fácil de
caer. Un excursionista desapareció por allí el año pasado y nunca
lo encontraron. Tampoco sería la primera vez.
—Gracias, amigo. Nos aseguraremos de tener cuidado —dice
Rowan en un tono que educadamente dice: "Por favor, vete a la
mierda ahora". Francis capta la indirecta y asiente con la cabeza.
—Pasen una buena noche, amigos. No duden en llamarnos si
necesitan algo —dice, y luego se despide con la pata de Winston
antes de marcharse.
Nuestras palabras de agradecimiento lo siguen mientras
desaparece por un pasillo a la derecha del vestíbulo. Un momento
después, oímos el ruido de una puerta que se cierra.
—Parece que debería estar intentando ligar con un avatar tonto
del culo que no se parece en nada a él mientras hace streaming en
Twitch o algo así, no dirigiendo un hotel en ninguna parte de
Virginia Occidental —refunfuña Rowan. Mantiene la mirada
clavada en el pasillo mientras tira del reposabrazos de mi silla en
un intento de acercarla.
—¿Cuál es tu problema? —pregunto entre risas mientras me
acerca—. ¿Estás celoso de su corbata rosa o algo así?
Rowan se burla y desplaza esa dura mirada hacia mí mientras
vuelve a tirar de mi silla.
—No. Cristo. Ahora dame esa polla de dragón, Mirlo.
—De ninguna manera. —Consigo escabullirme de la silla con el
kindle antes que pueda agarrarme, agitándolo hacia él en señal de
burla mientras retrocedo hacia nuestras habitaciones—. Buenas
noches, rarito. Me voy a la cama. A quien madruga Dios le ayuda.
Podría planear una excursión en solitario a Davis Creek. No se
permiten chicos a no ser que tengan escamas y una manía
reproductora.
—De todas las veces que se me ha olvidado el mono de
dinosaurio en casa. —Rowan suspira, inclina la botella hacia mí y
vuelve a sentarse en su silla. Su sonrisa es cálida y sus ojos brillan
a pesar de lo tarde que es—. Hasta mañana, Mirlo.
Con un último gesto de la mano, me doy la vuelta y me dirijo a
mi habitación.
Estoy tumbada en la cama, mirando al techo, cuando mi
teléfono zumba con un mensaje de texto.
Carnicero: Buenas noches. Que no te piquen las chinches.
Carnicero: Estoy bastante seguro que hay chinches.
Sonrío en la oscuridad. Y luego me duermo.
En el lado negativo, todavía no he descubierto a quién demonios
perseguimos.
En el lado positivo, tampoco Sloane.
Doble ventaja: odia que se lo diga.
Llamo a la puerta de Sloane y meto las manos en los bolsillos,
intentando parecer indiferente a pesar de la tormenta de excitación
que me invade el pecho. Cuando abre la puerta, su ceño se frunce
de inmediato.
—¿Esperando a alguien más? —pregunto con una sonrisa
burlona.
—No —resopla, como si fuera la idea más ridícula del mundo
que otro hombre le tocara la puerta un jueves por la noche a las
nueve. Supongo que las opciones son escasas en el pueblo de
Ivydale—. Sólo sé que estás aquí para regodearte.
Dejo escapar un jadeo teatral.
—Nunca lo haría. —Mi sonrisa se extiende y la mirada de Sloane
baja hasta mis labios. Le gusta fingir que en realidad no quiere
conocerme, pero cada vez que sus ojos se funden con mi cicatriz,
una pequeña arruga parpadea entre sus cejas—. Si me dejas entrar,
te contaré cómo me hice esa cicatriz que no puedes dejar de mirar.
La mirada que me dirige es de puro horror. El rubor le sube por
el cuello y le ilumina las mejillas.
—Yo no... yo no... —resopla y levanta la barbilla—. Eres lo peor.
Toda esa furia combinada con toda esa timidez, toda su
habilidad letal cubierto en un envoltorio fácil de enloquecer. Es tan
jodidamente adorable. Me cuesta todo lo que hay en mí no reírme,
y ella lo nota.
Sloane se inclina sobre el umbral, con los dedos agarrados al
borde de la puerta mientras intenta impedirme ver el interior de su
habitación. Su mirada furiosa me recorre el rostro .
—Soy una asesina en serie, ¿sabes? —sisea—. Podría entrar en
tu habitación mientras duermes y sacarte los ojos de la cabeza con
la aspiradora industrial que Francis utiliza para limpiar los pelos
de gato de la horrible alfombra del vestíbulo.
—Seguro que sí, Mirlo. Sin duda. —Mi sonrisa se extiende y
levanto las manos en señal de tregua, aunque Sloane no parece
convencida—. Entonces, ¿vas a invitarme a pasar o qué?
—No, en realidad. —Sloane saca la tarjeta-llave del soporte junto
a la puerta y se la mete en el bolsillo trasero de los jeans mientras
me empuja. La puerta se cierra tras ella con un sonoro clic—. Tengo
que ir a un sitio.
Mis pies parecen pegados al suelo mientras veo a Sloane avanzar
a zancadas por el pasillo, pasándose la correa del bolso por el
cuerpo mientras avanza.
—Tiene que ser... ¿qué? —Corro tras ella e igualo su zancada,
examinando su perfil mientras avanza por el pasillo con una sonrisa
comemierda—. ¿Estar en algún sitio? ¿Dónde?
—En algún sitio, Rowan. ¿O has olvidado que esto es una
competencia? —pregunta. Intenta ocultar su creciente sonrisa, pero
no puede.
El corazón me golpea la pared torácica al darme cuenta que va
un poco más arreglada de lo habitual. Un jersey blanco de
cachemira. Su maquillaje es el mismo que ha llevado los tres
últimos días desde que llegamos, con los ojos delineados, máscara
de pestañas negra y pintalabios rojo mate, pero ha cambiado sus
múltiples pendientes por otro juego de piezas doradas, algunas con
piedras que brillan bajo sus oscuros mechones.
Se me seca la boca.
—¿Tienes una cita? —pregunto mientras doblamos una esquina
y nos dirigimos a la amplia escalera que lleva al vestíbulo.
Sloane suspira.
—Yo no lo llamaría una cita, per se2...
—Entonces, ¿a dónde vas? Ya sabes, por... seguridad y todo
eso...
Sloane resopla.
—¿Crees que necesito tu protección, niño bonito?
No. Pero también sí.
—Debería ir contigo, por si acaso. No querría que volviera a
ocurrir algo como lo de Briscoe —digo mientras entramos en el
vestíbulo. Sloane se detiene y se vuelve hacia mí.
—No, Rowan, no puedes venir. ¿Y si es una cita? Sería muy
incómodo. —Me da una palmadita en el pecho y sonríe—. No te
preocupes, te contaré todos los detalles más tarde.
Con un último golpecito en el pecho que en realidad es más bien
una bofetada, se da la vuelta y se aleja a grandes zancadas.
—Pero... se suponía que era yo quien tenía que regodearse. —La
persigo cuando llega a la salida del vestíbulo.
—Lo siento, no lo siento —me dice. Me hace una seña antes de
salir por la puerta, dejando tras de sí un ruido sordo.
Me paro a su paso, aturdido. Una oleada de confusión,
preocupación y celos me atraviesa el pecho. De un solo golpe, se me
ha llenado un puto océano de ellos.
¿Qué mierda?
—Sloane —grito tras ella, marchando hacia la puerta. La abro
de un empujón con más fuerza de la necesaria y dejo que golpee el

2
"Per se" es un término latino que significa literalmente "por sí mismo", "en sí mismo" o
"de sí mismo". Significa que estás sacando algo de su contexto para describirlo por sí
mismo.
tope de la puerta con un satisfactorio ruido sordo de madera contra
el metal recubierto de goma—. Sloane, maldita sea...
Miro a la izquierda y la derecha. Contengo la respiración y
escucho.
Nada.
Me paso la mano por el cabello. No sé si me irrita más estar en
el lado perdedor de nuestro primer partido o que Sloane esté en una
posible cita con un hijo de puta de ninguna puta parte.
Me esfuerzo por oír algo más que grillos, pero aún no hay
señales de Sloane.
—Mierda.
Me dirijo hacia la puerta del vestíbulo y la abro de un tirón con
más fuerza de la necesaria para entrar en el hotel y dirigirme a mi
habitación. Me quedo allí un rato pensando en mis opciones. Quizá
debería salir a buscar el bar local y emborracharme. Pero, ¿y si se
topa con alguien como Briscoe o Watson? Briscoe debió de dar un
golpe de suerte: el tipo era tan sedentario como una puta roca. Pero
Watson era un bastardo astuto. ¿Y si se ve acorralada por alguien
así? ¿Y si está atrapada y no puedo encontrarla? ¿Y si pide ayuda
y yo estoy borracho en la taberna cantando Country Roads?
Nunca imaginé que me pasearía por mi habitación estresado por
el paradero de la maldita Tejedora de Orbes, con el corazón
acelerado y las palmas de las manos sudorosas, preocupado por si
podría resultar herida.
El sonido de un mensaje de texto entrante es lo único que me
impide hacer un agujero en el suelo:
Mirlo: Estoy bien.
Resoplo.
Yo: No estaba preocupado.
Una completa mentira, obviamente. Me siento en el borde de la
cama mientras intento resistir el impulso de reanudar mi camino
por la habitación, con la rodilla rebotando.
Mirlo: Oh, bien.
Mirlo: En ese caso, no me esperes �.
—Qué mierda...
Apenas puedo contener las ganas de estampar el celular contra
la pared, pero prefiero agarrarlo con fuerza y pegarle un puñetazo
al colchón. Por cierto, golpear un puto colchón es tremendamente
insatisfactorio.
Así que reanudo el paso.
Al cabo de un rato, dejo de caminar y trato de investigar sobre
la zona, pero no encuentro casi nada, como en todos mis esfuerzos
de los últimos tres días. Lo único importante que he encontrado son
un puñado de artículos de prensa. Historias al azar, nada que
vincule las piezas a un sospechoso. Un excursionista desaparecido,
como dijo Francis. Otro cadáver en un barranco. Un auto con
matrícula de Nueva York sacado del río Kanawha. Cómo carajo
Lachlan juntó que hay un asesino serial en el área, no tengo idea.
De hecho, estoy empezando a pensar que nos envió aquí como un
engaño.
Me rindo y me tumbo en la cama a mirar el techo.
Han pasado tres horas cuando por fin oigo el silencioso
chasquido de la puerta de Sloane al cerrarse y entrar en la
habitación contigua a la mía.
Tres putas horas.
Además que podría haber ganado nuestro partido en ese tiempo,
también podría haber hecho muchas otras cosas. Haber estado en
una cita, por ejemplo. Tal vez cenó en otro lugar que no fuera este
hotel con guisantes congelados de Francis y chuletas de cerdo sin
sazonar y demasiado cocidas que probablemente me romperán un
diente antes que acabe la semana.
Tal vez ella se acostó con algún tipo.
Un gemido retumba en mi garganta y me doy la vuelta para
sofocarme en el estampado floral del edredón de poliéster barato.
—Rowan, maldito imbécil —gruño en el colchón indiferente—.
Este juego ya te está explotando en la cara y es el segundo día.
El sonido de la música llega de la puerta de al lado.
El volumen es bajo, pero puedo distinguir algunas letras a
través de las paredes delgadas como el papel, y luego el sonido de
la voz de Sloane mientras canta junto con los compases ocasionales
de la canción.
Aunque me alivia que haya vuelto de una pieza, me tapo la
cabeza con la almohada y trato de amortiguar el sonido, sobre todo
para no ir hacia allí a exigirle que me cuente lo que ha estado
haciendo, aunque no sea asunto mío y no quiera saberlo.
La almohada no funciona, por supuesto. Y no sólo porque sea
tan fina como un puto pañuelo de papel. Probablemente sea porque
me esfuerzo en escuchar aunque finjo que no lo hago.
La canción cambia y la voz tranquila de Sloane desaparece.
La ausencia de su presencia se prolonga, arañándome el cráneo.
En contra de mi buen juicio, ruedo fuera de la cama y me dirijo a
la pared que nos separa antes de inclinarme hacia delante para
pegar la oreja al papel pintado de damasco descolorido.
La música es un poco más clara, el volumen aún bajo. Oigo
crujir su colchón. Y luego un suave zumbido.
—Jesús, María y José —susurro, arrastrando las manos por la
cara. Lo que no daría por estar en esa habitación ahora mismo. El
gemido áspero de Sloane hace arder mi sangre. Mi polla ya está
dura como una roca.
Estoy a punto de apartarme del muro. De verdad. Empiezo a
alejarme cuando oigo una sola palabra pasar por sus labios.
Rowan.
O tal vez Sewin. O Cohen. O Samoan. No puedo estar seguro.
Me quedo con Rowan.
Mi sangre es jodidamente volcánica. Mi corazón truena. Cada
célula de mi cuerpo grita de necesidad. Necesito todo lo que hay en
mí para empezar a alejarme de nuevo, pero entonces oigo algo
extraño que viene de más abajo de la pared.
Un gemido silencioso.
Me arrastro hacia la fuente del sonido.
Otro gemido. Un susurro confuso. Cuando acerco el oído a la
superficie, todavía capto el débil zumbido del juguete de Sloane.
Pero mucho más cerca está el sonido distintivo de alguien
masturbándose.
Me alejo de la pared y observo la estructura. Unos dos tercios
más abajo, hacia donde se une con el fondo de la habitación, hay
un ángulo recto en el que la pared se adentra más en el espacio
vital. Así que me dirijo hacia allí, cada paso con cuidado y en
silencio.
Camino lentamente.
Me detengo en el saliente de la pared y aprieto el oído junto al
marco de latón de un cuadro retrato.
El susurro de un hombre me encuentra por encima del sonido
rítmico de una mano bombeando una erección.
—Sí, nena... así...
La rabia inunda mis venas.
Doy un paso atrás y escudriño la habitación en busca de algo
que pueda utilizar para destruir la maldita pared antes de tener que
recurrir a utilizar mis propias manos. Mi mirada se posa en la
mesilla de noche y se queda allí. Si los objetos inanimados tuvieran
sentimientos, la lámpara de latón que hay junto a la cama se estaría
cagando encima.
Marcho hacia ahí y lo arranco del tapón, agarrando su largo
cuerpo como si fuera un bate de béisbol mientras me giro hacia la
sección de la pared donde está escondido el pervertido. Estoy a
punto de dar el primer golpe cuando los ojos del cuadro se abren
de golpe. Unos auténticos ojos humanos me miran fijamente y se
agrandan alarmados.
—Oh, mierda —susurra la voz de un hombre.
Mi instante de shock se disuelve en furia cuando los ojos
desaparecen, dejando tras de sí agujeros oscuros y vacíos.
—Hijo de puta.
Me abalanzo sobre la pared y rompo el cuadro con mi arma,
tambaleándome a medio camino dentro de la diminuta y oculta
habitación cuando el fino lienzo cede sin que haya nada detrás. Ni
siquiera veo al otro hombre, solo oigo cómo se escabulle como la
maldita rata que es.
El grito de Sloane se eleva por encima del caos de la habitación
de al lado, su cadena de improperios se funden en una cascada de
vitriolo.
—Rowan Kane maldito irlandés pervertido rarito QUE MIERDA
ESTAS HACIENDO TE VOY A JODER...
—No, no, no —protesto, aunque ella no me oye por encima de la
continua retahíla de palabrotas y ahora de estruendos. Debe de
estar lanzando sus pertenencias contra la pared. Mi imaginación
me lleva de inmediato al vibrador que acaba de usar cuando un
fuerte golpe se estrella contra la pared. Doy un traspié hacia mi
habitación y salgo al pasillo, con la lámpara aún en la mano,
mientras corro hacia su habitación y aporreo la puerta. La puerta
se abre antes que termine de dar el tercer golpe.
Sloane está echando humo.
—Había un hombre en la pared —suelto.
—Lo sé —gruñe mientras me empuja con ambas manos—. Se
llama Rowan Kane y no tiene putos límites porque es un puto rarito
pervertido...
—No, lo juro...
—¿Estabas espiándome mientras me masturbaba?
—No —protesto, pero me mira como si no estuviera convencida
que estoy diciendo la verdad. No me ayuda el hecho que lleve un
minúsculo pantalón corto de dormir y una camiseta de tirantes, y
probablemente sea capaz de oír la alarma que no llevo sujetador
repitiéndose en mi cabeza—. De acuerdo, te he oído, pero me he
apartado de la pared...
—Rowan...
—Y entonces oí algo más —digo, agarrándola de la muñeca con
la mano libre. La arrastro detrás de mí. Se retuerce y protesta, pero
me niego a soltarla—. Tienes razón, había alguien observándote en
la pared. Y se largó antes que pudiera verle la cara, y mucho menos
darle con una lámpara.
Nos detenemos ante el enorme agujero donde cuelga el cuadro
en ruinas y suelto la muñeca de Sloane para que pueda asomarse
a la estrecha habitación. Se inclina hacia dentro, girando para
evaluar el punto de salida a un pasillo oculto en la pared del fondo.
—Hijo de puta —susurra.
—¿Verdad? Eso es lo que he dicho.
Sloane se vuelve hacia mí, con los brazos cruzados sobre el
pecho. Espero ver ira persistente o desconfianza, no sus ojos
bailando en la penumbra y la sonrisa asesina que se dibuja en sus
labios.
—Lo sabía, joder.
Un latido más tarde, Sloane está pasando junto a mí.
—Espera... ¿qué pasa? —Sigo su estela y me detengo ante su
puerta mientras se pone una camisa de cuadros, sin molestarse en
abrocharse los botones. Se calza las zapatillas, levanta del suelo su
cuchillo de caza envainado y vuelve a pasar a mi lado para alejarse
por el pasillo hacia la escalera. Lanzo la lámpara a su habitación
con un estruendo de cristales rotos y corro tras ella, alcanzándola
mientras baja las escaleras a toda prisa.
—¿Qué estás haciendo?
—Tengo tetas, Rowan. ¿Qué te parece?
—¿Estás... qué?
—Persiguiendo a ese hijo de puta, eso .
—¿Quién?
—Francis —dice mientras irrumpe en el vestíbulo—. Francis
Ross.
Todas las piezas encajan en su sitio y la imagen se hace visible.
El auto en el río. La matrícula de Nueva York. Cuando las víctimas
correctas tomaban las decisiones equivocadas y terminaban en el
Cunningham Inn, él las vigilaba. Y a veces las mataba.
Observó a Sloane. Tal vez él también habría tratado de matarla.
La rabia tiñe de rojo mi visión mientras salimos del vestíbulo y
nos adentramos en la noche.
La idea que podría haberle hecho daño choca con otra idea y me
detiene en seco en el aparcamiento, mientras Sloane avanza a toda
velocidad por un camino asfaltado que rodea el hotel y conduce a
la casa del conserje.
—¿Ese aspirante a emo con corbata rosa es el asesino? ¿Y tú
tuviste una cita con ese hijo de puta?
Sloane suelta una carcajada pero no se detiene.
—Qué asco.
—Sloane...
—Es una competencia, carnicero —dice al llegar a la esquina del
hotel. Ni siquiera mira por encima del hombro cuando me hace un
gesto con el dedo y me deja con dos palabras de despedida—: Que
te jodan.
Sloane dobla la esquina con una carcajada diabólica, sus pasos
corriendo consumidos por la sombra.
—Como el infierno —siseo.
Y entonces salgo tras ella hacia la noche.
La figura de Sloane es poco más que una silueta mientras corre
colina arriba hacia una vieja casa negra, los empinados picos del
tejado sobresaliendo hacia la luna como jabalinas. Cuñas de luz
amarilla se derraman por las ventanas, por el empinado jardín y
por el sendero que lo atraviesa, dándome la iluminación suficiente
para divisar a mi presa.
Mi sonrisa es salvaje mientras devoro la distancia que nos
separa.
Corro con todas mis fuerzas hacia Sloane y la derribo en un
placaje de rugby. Nos retorcemos en el aire, así que yo sufro la peor
parte del golpe. La hierba y la grava me aplastan los antebrazos
mientras me deslizo hasta detenerme y nos hago rodar para
inmovilizarla debajo de mí.
La respiración agitada de Sloane inunda mis sentidos de
jengibre y vainilla. Se aparta un mechón de cabello de los ojos y me
mira antes de retorcerse bajo mi peso.
—Vete a la mierda. Es mío.
—No puedo hacerlo, Melocotón.
—Vuelve a llamarme así y juro por Dios que te corto las pelotas.
—Lo que tú digas, Mirlo. —Sonrío y le doy un rápido beso en la
mejilla, la sensación de su piel suave y dócil se graba en la memoria
en cuanto mis labios tocan su piel—. Nos vemos.
Me alejo y corro, el delicioso sonido de su frustrada protesta, es
la melodía más hermosa detrás de mí.
El corazón me retumba y las piernas me arden mientras subo a
toda velocidad la empinada cuesta. Casi he llegado a la valla de
hierro forjado que rodea la casa cuando el sonido de un motor
atraviesa la noche.
Francis está corriendo.
Doy un rodeo y sigo la línea de la valla hacia el camino de
entrada, donde la luz del vehículo que está en el garaje cae sobre el
asfalto. Llego al borde de la acera y recojo una piedra del borde justo
cuando se abre la puerta del garaje y el auto sale disparado del
edificio.
Así que hago lo que haría cualquier persona cuerda.
Salto sobre el maldito capó.
Sloane grita mi nombre. Chirrían los neumáticos. Miro fijamente
al conductor mientras su pánico choca con mi determinación.
Con el cuerpo pegado al capó, me agarro al borde con una mano
y golpeo el parabrisas con la otra. No me detengo, ni cuando
cogemos velocidad, ni siquiera cuando el auto se desvía y el
conductor intenta esquivarme. Doy un golpe tras otro. El cristal se
desmorona con mis repetidos golpes. Me corta los nudillos. Se
desliza por mi piel cuando atravieso el otro lado y suelto la piedra
para alcanzar el volante.
Un grito de pánico se eleva por encima del caos.
—¡Rowan, árbol!
Tiro del brazo para liberarme del parabrisas y suelto el capó para
deslizarme fuera del vehículo y aterrizar de costado. Mi gruñido de
dolor es tragado por una sinfonía de metal cuando el parachoques
delantero se dobla alrededor de un roble.
Me pongo en pie en un instante. Una respiración agitada me
desgarra el pecho. La rabia desciende como una cortina roja
mientras observo el lento y dificultoso movimiento del desorientado
conductor dentro del humeante trozo de metal.
—Jesucristo, Rowan, estás...
La preocupación de Sloane se interrumpe cuando giro sobre ella
para agarrarle el cuello con mi mano pegajosa. Me abalanzo sobre
ella, la empujo hacia atrás a cada paso mientras en sus ojos se
agitan la alarma y el desafío. Me agarra el brazo con ambas manos,
pero no intenta resistirse mientras la alejo del auto. Solo me
detengo cuando está fuera de la calzada y protegida por las
profundas sombras de un roble. Pero no la suelto.
Una percusión retumba detrás de mí, un golpe metronómico
ahogado por el velo de los latidos de mi corazón resonando en mis
oídos mientras miro fijamente los ojos vidriosos de Sloane. La
delicada piel de su garganta se mueve bajo mi palma
ensangrentada.
—Rowan —susurra.
—Es mío.
Sus ojos brillan a la luz de la luna.
—De acuerdo. —Ella asiente en mi agarre—. Es tuyo.
La atraigo hacia mí y clavo mi mirada en el abismo tenebroso de
su miedo y su fortaleza, sin detenerme hasta que sus cálidas
exhalaciones se abren en abanico sobre mi cara. Las rodajas que
recubren mi antebrazo arden cuando su pecho roza la carne
arruinada con cada respiración.
—Sloane...
Un gemido de metal deformado y una retahíla de maldiciones
ponen fin al golpeteo a mis espaldas.
—Quédate aquí —le digo, y con un dedo cada vez, la suelto de
mi agarre.
Le echo una última mirada, mi sangre es poco más que una
mancha negra sobre su piel, antes de girar sobre mis talones y
alejarme.
Mi paso se acelera cuando veo a mi presa salir cojeando del
vehículo. Tiene un pie detrás y un brazo roto pegado al pecho. Se
vuelve cuando mis pasos se acercan y sus ojos se abren de par en
par al ver mi sonrisa perversa.
—Me va a encantar cada puto segundo de esto —digo.
Francis ya está pidiendo clemencia cuando lo agarro por detrás
de la camisa. Aprieto su horrible corbata rosa con el puño para
estrangularlo con ella, pero se le suelta del cuello.
Miro la tela que tengo en el puño. Luego a Francis. Luego vuelvo
a mirarlo.
—¿Es puto enganchable? ¿Cuántos años tienes, doce?
—Por favor, déjame ir —me suplica. Se le llenan los ojos de
lágrimas cuando tiro la corbata a la calzada y lo agarro con las dos
manos.
La rabia me quema la garganta, pero me la trago.
—Dime qué estabas haciendo en la pared.
Sus ojos miran a nuestro alrededor, tal vez buscando a Sloane,
tal vez buscando un salvador.
—No iba a hacerle daño —dice cuando su atención se posa en
mí—. Sólo estaba observando.
Su miedo es como una droga que invade cada célula de mi
cuerpo, cada deseo recorre mis venas. Una lenta sonrisa se dibuja
en mis labios mientras él forcejea cuando cambio mi agarre y le
atrapo la garganta.
—Dos cosas. Primero, no te creo una mierda. Creo que ibas a
vigilarla y luego tu plan era matarla. No sería la primera vez,
¿verdad, Francis?
—No, lo juro...
—Segundo, y esta es la parte más importante, así que escucha,
hijo de puta. —Levanto su cuerpo tembloroso del asfalto hasta que
su oreja está junto a mis labios—: ¿Esa mujer que estabas
mirando...?
Mis dedos le aprietan la garganta mientras asiente desesperado.
—Ella es mía.
Estoy seguro que suplica. Pero no escucho sus súplicas. Son
palabras inútiles que no lo salvarán ahora.
Dejo caer a Francis en la acera y caigo tras él hacia la locura.
Mi primer golpe le da en la mandíbula. El siguiente en la sien.
Un puño tras otro. Mandíbula. Sien. Mandíbula. Sien. No acierto y
le rompo la nariz con un crujido satisfactorio y él gime. La sangre
brota de sus fosas nasales y cubre mis nudillos. Su mandíbula se
rompe con un estallido. Los dientes rotos le cortan los labios y caen
a la calzada como trozos de porcelana. Como recuerdos que quiero
olvidar. Así que lucho contra ellos. Aprieto los dientes y golpeo con
más fuerza.
El olor a sangre, orina y asfalto. El gorgoteo de respiraciones
ahogadas. El deslizamiento de su carne partida contra mis puños.
Es combustible, joder. Pienso en él mirándola. Pienso en su cara. Y
sigo golpeando. Incluso cuando se paraliza. Incluso cuando pierde
sangre.
Incluso cuando muere.
Estoy golpeando un trozo de carne en ruinas cuando por fin me
detengo. Mis pulmones respiran entrecortadamente mientras pongo
una mano sobre el asfalto caliente y me miro los nudillos, donde el
dolor palpita con cada latido. Es una sensación bienvenida. No
porque me lo merezca, sino porque él lo hizo, y yo lo devolví.
Destrucción con mis propias manos. Sufrimiento donde debía ser
causado.
Ahora es cuando una pizca de miedo se adentra en mi pecho.
—Sloane —llamo a las sombras.
Sólo encuentro silencio.
—Sloane.
Nada.
Mierda.
Mierda, mierda, mierda.
Una nueva oleada de adrenalina inunda las cavidades de mi
corazón mientras me reclino sobre los talones y escudriño cada
sombra de oscuridad que me rodea. La emoción de la matanza se
desvanece a medida que me invade una oleada de pánico.
La he asustado.
Probablemente corrió de vuelta al hotel para tomar sus
pertenencias y salir de aquí. El chirrido de los neumáticos de un
auto será probablemente lo siguiente que oiga cuando se marche
sin mirar atrás.
¿Y puedo culparla?
Los dos somos monstruos, después de todo.
Monstruos diferentes, empujados juntos en la jaula que he
creado.
Sloane es calculadora, metódica. Espera, teje una red y atrapa
a su presa. Y aunque me gusta montar una escena de vez en
cuando, para mostrar algo de teatralidad, ¿esta matanza de aquí?
¿Este lío de carne desgarrada y huesos expuestos? Esto está en mi
alma. Soy jodidamente salvaje en el fondo.
Quizá sea mejor que se aleje de mí todo lo que pueda.
Aun así, me quema en el pecho, una aguja caliente que se ha
deslizado entre mis costillas para alojarse en el centro mismo de mi
corazón. Es un lugar en el que nunca pensé que pudiera sentir dolor
o anhelo. Pero así es.
Me paso una mano pegajosa por el cabello mientras se me caen
los hombros.
—Maldita sea, Rowan, maldito idiota. —Mis ojos se cierran a
presión—. Sloane...
—Estoy aquí.
Mi mirada se encuentra con las sombras mientras Sloane
emerge de sus garras. Al respirar siento lo mismo que después de
sumergirte demasiado, sin saber si llegarás a tiempo a la superficie.
El alivio es celular cuando el aire llega a mis pulmones.
No me muevo mientras ella se acerca, sus pasos tentativos, su
cuerpo iluminado por la tenue luz que se derrama desde el auto en
ruinas, su garganta todavía manchada con mi sangre. Su mirada
se fija en cada detalle, desde la película de sudor de mi cara hasta
la carne hinchada de mis manos. Sólo cuando me ha evaluado y se
ha detenido a mi lado, su atención se centra en el cuerpo que se
enfría en la calzada.
—¿Estás bien? —me pregunta. Me mira con una arruga entre
las cejas.
Quiero alcanzarla, sentir el consuelo de su tacto desconocido.
Pero no lo hago. Me limito a mirar.
—Parece un Picasso —continúa mientras señala con la cabeza
el rostro destrozado de Francis. Su mano fluye en su dirección con
la gracia de un pájaro—. Ojos por aquí, nariz por allá. Muy artístico,
carnicero. Abrazando tu época cubista. Genial.
Sigo sin contestar. No sé qué decir. Tal vez sea el creciente dolor
físico. O podría ser la adrenalina menguante. Pero creo que es
Sloane. El eco de su pérdida y el alivio de su presencia.
Sloane me dedica una leve sonrisa ladeada y se pone a mi altura,
con los ojos clavados en los míos. Su sonrisa no dura. Su voz es
tranquila, casi un susurro cuando dice:
—¿Te comió la lengua el gato, guapo? No creí que llegaría el día.
Un suspiro se agita entre mis labios mientras una gota de sudor
cae de mi cabello para deslizarse por mi mejilla como una lágrima.
—¿Estás bien?
Sloane suelta una carcajada y le sale un hoyuelo junto al labio.
—Sí, claro. ¿Por qué no iba a estarlo? —Sus palabras quedan
suspendidas en el aire mientras mi mirada se posa en el cuerpo. La
sorpresa se enciende en mi pecho cuando sus delicados dedos se
posan en el dorso de mi mano, su tacto ligero como una pluma
mientras traza un reguero de sangre que gotea de una herida en mi
nudillo—. Eso debería preguntártelo yo.
—Estoy bien —digo sacudiendo la cabeza. Los dos sabemos que
es mentira, igual que sabemos que sus palabras también lo eran.
Iba a marcharse. No tengo ninguna duda.
Pero no lo hizo. Ella todavía está aquí. Tal vez no por mucho
tiempo, pero al menos por ahora.
—Esto va a tardar un rato en limpiarse —dice Sloane cuando su
mano abandona la mía y se levanta. Su mirada recorre el cadáver
que tenemos al lado antes de dirigirse al maltrecho auto—. Menos
mal que aún tengo unos días libres. Probablemente los vamos a
necesitar.
Sloane extiende la mano y me quedo mirando las líneas que
cruzan su palma. Vida y muerte. Amor, pérdida y destino.
—¿Nosotros? —pregunto.
—Sí, nosotros —dice. Su sonrisa es suave. Acerca la mano y
extiende los dedos—. Pero será mejor que empecemos contigo
primero.
Deslizo mi mano entre las suyas y me levanto del camino oscuro.
Dejamos a Francis en la entrada y nos dirigimos a su casa en
silencio. Vive solo, pero aun así vamos con cuidado. Nos separamos
y recorremos la casa para reunirnos de nuevo en el salón cuando
estamos seguros que está despejado.
—¿Es aquí donde estuviste esta noche? —pregunto mientras
echo un vistazo a la habitación. Está decorada de forma muy
parecida a la del hotel, con antigüedades y cuadros descoloridos,
muebles con tapicerías desgastadas pero brillantes armazones de
madera, los detalles pulidos. Sloane asiente cuando mi mirada se
posa en ella—. No parece realmente su estilo.
—Sí, pensé lo mismo. Habló un poco de su familia. Dijo que
llevaban aquí varias generaciones. Suena como si estuviera
atrapado por los fantasmas del pasado de otra persona —dice
mientras se detiene junto a la repisa de la chimenea y se inclina
hacia un viejo farol de agujas de ferrocarril.
—Es el tipo de casa adecuada para fantasmas, supongo.
Sloane se vuelve hacia mí y me dedica una leve sonrisa antes de
señalar con la cabeza un pasillo.
—Ven aquí. Vamos a curarte.
La sigo como un espectro que le pisa los talones. Nos detenemos
en el cuarto de baño, donde me hace señas para que me siente en
el borde de la bañera mientras ella recoge material del botiquín.
Desempaqueta un rollo de gasa y prepara vendas con crema
antibiótica. Cuando todo está listo, empapa una compresa estéril
con alcohol isopropílico y se arrodilla frente a mí para limpiarme la
piel de los nudillos.
—Vas a acabar con algunas cicatrices —dice mientras frota la
herida más profunda, dejando tras de sí un incómodo escozor.
—Ya tengo algunas.
Sloane levanta la vista de su trabajo. Su mirada se posa en mi
labio antes de volver a mi mano, su tacto tan suave a pesar del
sufrimiento que sé que podría infligirme si quisiera.
Observo en silencio cómo toma la primera venda del mostrador
y la coloca sobre la carne desgarrada antes de preparar otra gasa y
volver a empezar el proceso con el siguiente corte.
—Me la dio mi padre —le digo. Sloane me mira con una pregunta
en los ojos—. La cicatriz de mi labio. La que no dejas de mirar
porque es muy sexy.
Sloane suelta una carcajada. Su cabello le oculta la mayor parte
de la cara mientras mantiene su atención en mi mano, pero aún
puedo ver el rubor a través de los espacios entre sus mechones.
—Creí haberte dicho una vez que no dejaras que tu belleza se te
subiera a la cabeza —dice.
—Sólo tenía que comprobar que sigues pensando que soy
guapo.
Sloane mantiene la cabeza gacha, pero me dedica un destello de
sus ojos cuando se ponen en blanco. Sonrío cuando se fijan en mí
con una mirada despiadada.
—También te dije que eres lo peor, y sigue siendo cierto.
—Qué cruel, Mirlo. Vuelves a herirme —digo mientras me llevo
la mano libre al corazón. Esto me gana una sonrisa antes que ella
esconda la cara. Sloane me pone la siguiente venda en los nudillos
y no tengo valor para decirle que probablemente se me caerán en la
ducha que pienso darme esta noche para aliviarme los hombros
doloridos. Decido robar el paquete de vendas restantes cuando nos
vayamos para que no se entere.
—¿Todavía está por aquí? ¿Tu padre? —me pregunta para
apartarme de mis pensamientos sobre qué más podría haber aquí
que mereciera la pena llevarse, algún pequeño recuerdo de nuestra
primera partida, quizás.
—No. —Trago saliva. Los secretos que nunca comparto suplican
ser liberados cada vez que ella está cerca, y no es diferente con
este—. Lachlan y yo lo matamos. Fue la misma noche que me hizo
esta cicatriz. Me rompió la cara con un plato roto.
El movimiento de su mano se ralentiza mientras Sloane me
observa.
—¿Y tu madre?
—Murió dando a luz a Fionn.
Los hombros de Sloane suben y bajan con una respiración
profunda y pesada. Su labio inferior se pliega entre los dientes
mientras me mira a los ojos.
—Lo siento.
—No lo sientas. No habría acabado aquí si todo no hubiera
ocurrido como ocurrió —le digo. Le recojo un mechón de cabello
detrás de la oreja para que pueda ver sus pecas—. No me arrepiento
de dónde estoy.
Y ahí está. Ese colorete. Un rosa tan adictivo que me persigue.
Quiero atesorar estas imágenes de Sloane, su cara sonrojada, sus
ojos bailando, su sonrisa desesperada por liberarse.
—Eres lo peor. Lo sabes, ¿verdad?
—Técnicamente, soy el mejor. Porque acabo de ganar.
Sloane podría gemir, pero no puede evitar soltar una carcajada
también.
—Y estoy segura que me lo vas a recordar regularmente.
—Probablemente.
—Sabes, aunque no gané, lo cual, por cierto, es una mierda —
dice, deteniéndose para entrecerrar los ojos antes que su expresión
se suavice en una leve sonrisa—. Me divertí. Me siento... bien.
Mejor. Como si esto fuera lo que necesitaba. Así que... gracias,
Rowan.
Alisa el adhesivo de la última venda sobre mi piel con una lenta
pasada de su pulgar y luego deja de tocarme. Luego se levanta y
retrocede hasta detenerse en el umbral de la puerta, con la mano
enroscada alrededor del brazo.
—Voy a empezar por la entrada —dice Sloane, y con un último
destello de sonrisa insegura, desaparece.
Espero un largo momento. Sus pasos silenciosos se dirigen a la
puerta principal y entonces todo el sonido de la casa se apaga.
Podría huir en la noche. Dejar todo esto atrás. Hacer lo que fuera
para que nunca la encontrara.
Pero durante los tres días siguientes, cada vez que pienso que
puede desaparecer, me demuestra lo contrario.
Carnicero: ¿Sabes lo que hice esta mañana?
Yo: *suspiro profundo*
Carnicero: Decoré con mi toaster strudel3
Yo: Fascinante. Estoy fascinada.
Carnicero: Además, ¿toaster strudel? ¿No está hecho para
adolescentes hormonales que necesitan grandes cantidades de
azúcar procesada para funcionar por la mañana? Pensé que eras un
hombre adulto
Yo: Un hombre que aprecia la masa hojaldrada producida en
masa y el glaseado que se puede utilizar para deletrear "GANADOR"
en glaseado de vainilla.
Yo: Estoy 100% segura que te odio
Carnicero: Y estoy 100% seguro que algún día me amarás...
Han pasado seis meses.
Seis meses desde la última vez que lo vi. Seis meses de mensajes
diarios. Seis meses de Rowan contándome cómo está celebrando su
victoria. Seis meses de memes, bromas, mensajes y a veces
llamadas, sólo para saludar. Y cada día lo espero con ilusión. Cada

3
El acto sexual de hacer un diseño con su semen en su pareja (por lo general durante
la eyaculación), al igual que haría un diseño con el glaseado von semen...
día, me calienta, iluminando lugares que siempre han estado
oscuros.
Y cada noche, cuando cierro los ojos, sigo imaginándomelo en
aquel resquicio de luz de luna en el camino de entrada de Virginia
Occidental, doblado sobre una rodilla, como si estuviera a punto de
hacer un juramento. Un caballero envuelto en plata y sombra.
''Creo que ibas a vigilarla y luego tu plan era matarla'', había
dicho. Francis suplicó clemencia en el agarre de la mano de Rowan.
Y lo que Rowan dijo a continuación fue sólo un susurro, pero esas
palabras desataron el demonio en su corazón. No había nada entre
él y la rabia que le quemaba por dentro. No quedaba máscara tras
la que esconderse.
—Le ha dado una buena paliza —le digo a Lark mientras echo
un último vistazo a nuestro último intercambio de mensajes antes
de dejar el celular a un lado. Coloco un bol de palomitas entre
nosotras y tomo a Winston para dejar al felino, siempre disgustado,
sobre mi regazo. También hace seis meses que no veo a Lark. Como
es habitual en ella, le ofrecieron una oportunidad de última hora
para salir de gira con un grupo indie, la aprovechó y ha estado
dando tumbos de un pueblo a otro y de una ciudad hipster a otra.
Y parece feliz por eso. Brillante.
—¿Hacía calor? —pregunta mientras amontona sus largas
ondas doradas en un moño desordenado en lo alto de la cabeza. De
alguna manera, siempre sale perfectamente desordenado—. Suena
un poco caliente.
—Bastante caliente, sí. Aunque por un momento me preocupó.
Estoy acostumbrada a... control. Y esto fue crudo. Definitivamente
la antítesis del control. —Mi mirada se posa en la colcha de
ganchillo que tengo bajo las piernas, una que me hizo la tía de Lark
el año que dejamos el Instituto Universitario Ashborne, cuando la
familia de Lark me acogió y saldó una deuda que nunca tuvo. Meto
los dedos en los agujeritos que hay entre los bucles de hilo y,
cuando vuelvo a levantar la vista, Lark me observa con sus ojos
azules y claros fijos en los contornos de mi cara—. Casi lo dejo ahí.
Lark ladea la cabeza.
—¿Y te sientes mal por eso?
—Sí.
—¿Por qué?
—No creo que me hubiera dejado si la situación fuera al revés.
—Pero no te fuiste.
Sacudo la cabeza.
—¿Por qué no?
Me duele el pecho. Me duele cada vez que recuerdo cómo
pronunció mi nombre como una plegaria rota. La caída derrotada
de sus hombros es una imagen vívida en mi mente, incluso ahora.
—Parecía tan vulnerable, a pesar de lo que acababa de hacer.
No podía dejarlo así.
El labio de Lark se tuerce como si estuviera conteniendo una
sonrisa.
—Qué bien. —Se mordisquea la comisura del labio inferior y yo
pongo los ojos en blanco—. Es un detalle. Te has quedado. Has
hecho otro amigo.
—Cállate.
—Tal vez un futuro novio.
Lanzo una carcajada incrédula.
—No.
—Tal vez un alma gemela.
—Eres mi alma gemela.
—Entonces un mejor amigo. Con beneficios.
—Por favor, para.
—Ahora lo veo —dice Lark, con los ojos brillantes, más erguida,
con una mano en alto. Se aclara la garganta—. Él puede mostrarte
el mundo... —canta—. Brillando algo brillante... ''Creo que nuestro
amor puede hacer todo lo que queramos''.
—No acabas de mezclar una versión destrozada de Aladino con
El diario de Noa. Tienes la voz de un ángel, Lark Montague, pero eso
es atroz.
Lark suelta una risita y se acomoda en el sofá mientras suena
Constantine en mi televisor, un telón de fondo familiar en nuestra
limitada lista de películas reconfortantes. Miramos un momento en
silencio cómo Keanu atrapa una araña bajo un cristal.
—Podría venir a mi casa a atrapar arañas cualquier día —dice
mientras mueve los dedos hacia la pantalla—. ¿Oscuro, melancólico
y gruñón? Apúntame.
—Estoy bastante segura que has dicho eso cada una de las
doscientas veces que hemos visto esto.
—Es el pico Keanu. No puedes culparme. —Lark suspira y toma
un puñado de palomitas del bol—. Estoy de sequía. Se podría
pensar que hay algún músico sexy en la carretera, pero todos son
demasiado emo. Sólo quiero que me zarandeen un poco. Que me
manoseen, ¿sabes? Llámame sucia y lo acepto. Estos tipos que
lloran ante el micrófono no me van.
Resoplo una carcajada y lanzo un trozo de palomitas al aire en
un intento fallido de atraparlo con la boca.
—No me hables de periodos de sequía. Voy a necesitar un
superordenador para calcular mis días de celibato a este paso.
—Y escúchame —me dice Lark dándome una palmada en el
brazo cuando me quejo—. Podrías hacer un viajecito a Boston para
visitar a tu carnicero y ver cómo acabas con esa sequía. Llena ese
pozo, hermana.
—Qué asco.
—Llénalo hasta que salga a borbotones. Que rebose.
—Eres inquietante.
—Apuesto a que estaría encantado.
—Literalmente acabamos de pasar por esto. Somos amigos.
—Y podrían ser amigos con beneficios adicionales. No hay
ninguna regla que diga que no puedes follarte a un amigo y seguir
siendo amigo —dice Lark. Intento ignorarla y mantener los ojos en
la pantalla, aunque su mirada pesa como un velo caliente sobre mi
mejilla. Cuando por fin la miro, su sonrisa burlona se ha
desvanecido en una sonrisa de complicidad—. Pero tienes miedo.
Vuelvo a apartar la mirada y trago saliva.
—Lo entiendo —dice. Su mano se pliega sobre mi muñeca y
aprieta hasta que la miro. La sonrisa de Lark es como el sol, y
siempre está dispuesta a compartir su brillante luz—. Tienes razón.
Mi ceño se frunce.
—¿Sobre qué?
—Que probablemente nunca volverás a conocer a alguien como
él. Que probablemente sea el único ahí fuera como tú. Que podrías
estropearlo. O que él podría decepcionarte. O que quizá su amistad
podría arder en llamas. Tienes razón sobre todas esas
preocupaciones que dan vueltas en tu cabeza. Quizá todas sean
ciertas. Pero quizá no debería importar, porque todo el mundo mete
la pata. Todos nos decepcionamos de vez en cuando. Y a veces las
mejores cosas salen del fuego.
Mi voz es suave cuando le digo una verdad sencilla:
—Nunca me has defraudado.
—¿Y si un día lo hago? ¿De verdad crees que no me darías la
gracia de corregir mi error?
—Por supuesto que lo haría, Lark. Te quiero.
—Entonces dale a Rowan un poco de gracia también.
Mi suspiro conflictivo no sirve para limpiar una repentina oleada
de nervios en mi pecho. Lark me empuja la muñeca hasta que
pongo los ojos en blanco.
—De acuerdo, de acuerdo. Si tengo una reunión en Boston,
quizá le escriba a ver si está libre para quedar.
—No tienes que tener ninguna excusa. Apuesto a que le
encantaría verte. Simplemente ve. Aunque sólo sea para ser amigos
en persona más de una vez al año. Lo extrañas, ¿verdad?
Dios, sí que lo extraño. Extraño su ligero acento, su gran
sonrisa, sus bromas siempre presentes. Extraño sus bromas, su
calidez y lo fácil que es ser yo misma a su lado, lo agradable que es
dejar la máscara a un lado. Extraño el modo en que me hace sentir
que no soy una aberración, sino única.
—Sí —susurro—. Sí, quiero.
—Pues vete —dice Lark mientras se acurruca bajo la manta y
sonríe a Keanu—. Ve y diviértete. Puedes hacerlo más de una vez al
año, ya sabes.
Nos quedamos en silencio mientras pienso en ello.
Y sigo pensando en ello.
Durante tres meses más.
Y ahora permanezco acurrucada en la entrada de unos grandes
almacenes frente a 3 In Coach más tiempo del que probablemente
lo haría cualquier persona en su sano juicio, observando a los
camareros y a los clientes mientras el ajetreo de la hora de la comida
se reduce a un zumbido más tranquilo de actividad. Como una
auténtica acosadora, he buscado todos los artículos sobre el
restaurante desde su inauguración hace siete años. Cada fotografía,
hasta el final de los resultados de búsqueda de Google. Cientos de
reseñas. Incluso he encontrado los planos del permiso de obras.
Probablemente podría recorrer el local con los ojos vendados y ni
siquiera he entrado nunca.
Quizá sea hora de cambiar eso.
Mi labio inferior se desliza entre los dientes mientras meto las
manos en los bolsillos de mi gabardina de lana y me adentro en la
amarga mordedura de un viento primaveral inusualmente frío.
Al entrar en el restaurante, me recibe una música moderna pero
sin alma y una anfitriona rubia de sonrisa radiante.
—Bienvenida a 3 In Coach. ¿Tiene una reserva con nosotros
hoy?
Una punzada de nervios recorre mi estómago mientras miro
hacia la extensión abierta de mesas de madera oscura y ladrillo
visto.
—No, lo siento.
—No hay problema. ¿Para cuántos?
—Sólo yo.
La mirada de la mujer recorre mi cabello, que está sobre mi
hombro, antes de encontrarse con mis ojos con una sonrisa
contrariada, como si la hubieran atrapado haciendo algo que no
debía.
—Claro. Por aquí.
Sigo a la anfitriona hasta el comedor y, antes que pueda pedir
un sitio concreto, me lleva a un reservado semicircular que hay
junto a la pared del fondo, en lugar de a una de las mesas pequeñas
del centro de la sala. Retira los tres cubiertos innecesarios y
empieza a dirigirse a la cocina, pero entra un grupo numeroso, así
que cambia de rumbo y los saluda a ellos.
La enormidad de lo estúpido que es esto empieza a filtrarse en
mis venas como gusanos retorciéndose. He dejado que estas
emociones desconocidas se apoderen de mí. Cosas como la
nostalgia. Y la soledad. Es como si me hubieran arrojado al océano,
ahogándome en el oleaje, y de repente me doy cuenta que podría
haber bajado los pies todo el tiempo. Podría haberme puesto de pie
y mantenerme orientada. Todo eran imaginaciones mías.
Debería irme. Esto es tonto. Tonto y tan acosador. Tampoco en
plan acosador sexy. Más bien como una extraña y espeluznante
asesina en serie acosadora, que rastrea. Así que tengo que irme,
antes de...
—Hola, me llamo Jenna y seré su mesera esta tarde. ¿Puedo
traerte algo de beber?
Vuelvo a sentarme, fingiendo que no estoy llegando al final de la
mesa, y miro a Jenna. Está aún más guapa que la anfitriona, con
la cara iluminada por una amplia y genuina sonrisa y el espeso
cabello castaño recogido en una coleta perfecta.
¿Por qué me hago esto?
—Alcohol... —le digo.
Jenna sonríe, percibiendo mi ansiedad. Es algo que siempre ha
jugado a mi favor. Una mujer como Jenna, que despliega la carta
de cócteles y sugiere algunas de sus bebidas favoritas, nunca
sospecharía que soy capaz de asesinar a nadie.
Lo único que ve es a una científica de datos nerviosa, extrañada
por la mujer guapa, simpática y extrovertida que acaba de
ordenarme una margarita de pepino helado, que insiste en que es
su favorita. Es cierto, estoy nerviosa y extrañada, no sólo por la
opción de bebida que aparentemente acabo de pedir, sino por todo
este escenario de ser una intrusa en un espacio que se siente
demasiado sagrado para plegarse a mis obsesiones.
Tal vez necesito engrandecerme. Pensamientos positivos,
recordar mis puntos fuertes y toda esa mierda. Porque por mucho
que pueda parecer tranquila y asustada por fuera, también soy una
asesina en serie a la que le gusta la vivisección y un poco de
cartografía.
Y también disfruto de un concurso anual de asesinatos.
Y puede que me sienta cada vez más atraída por otro asesino en
serie y ahora no estoy tan segura de sí tal vez Lark tenía razón el
año pasado, que estoy perdiendo mi mierda.
Intento aferrarme a los pensamientos racionales que aún nadan
en la sopa de ansiedad de mi cabeza como moscas ahogadas. Puede
que Rowan ni siquiera esté aquí hoy. De acuerdo, es mentira, he
pirateado el horario del restaurante y se ha apuntado a estar en el
horario de la cocina. ¿Y qué si está aquí? Rowan está en la cocina.
Si me levantara para irme ahora mismo, ni siquiera sabría que estuve
aquí.
Me arrastro desde el borde del cojín hasta el centro de la cabina,
donde me cobija el alto y curvado respaldo. Tardo un minuto en
concentrarme lo suficiente para leer el menú, aunque es corto y está
bien estructurado, pero cuando Jenna vuelve con mi bebida verde
brillante, ya estoy lista para pedir.
Y luego reflexionar en silencio.
Y beber en silencio.
Y comer en más silencio.
Saco mi teléfono prepago y me planteo mandar un mensaje a
Rowan, pero acabo guardándolo porque la presión sólo hace que me
ponga más nerviosa. En lugar de eso, opto por un bolígrafo y mi
cuaderno, y lo abro en una hoja limpia.
Me concentro en plasmar la imagen de mi mente en tinta. El
universo entero puede colapsar en una sola página. Las
distracciones disminuyen y mis pensamientos siguen las líneas de
tinta negra, ideas y conversaciones que existen en trazos de
oscuridad dibujados por mi mano. Incluso cuando Jenna trae las
coles de Bruselas carbonizadas, la sopa de curry y coco, apenas me
doy cuenta, ajena al mundo que me rodea.
Al menos, hasta que se abre la puerta y un bullicioso grupo de
siete personas entra en el restaurante. Levanto la vista y me
encuentro con un hombre al que nunca he visto, pero cuyos rasgos
me resultan inconfundiblemente familiares.
Cabello oscuro. Labios carnosos con una sonrisa de
satisfacción. Tatuajes que le trepan por el cuello desde debajo de la
camisa. Tiene el brazo sobre los hombros de una mujer morena y
los anillos de sus nudillos tatuados brillan bajo sus olas perfectas.
Es alto y de constitución fuerte. Incluso con su cazadora de cuero
y su grueso jersey, me doy cuenta que es un muro de músculos. Y
con esos ojos oscuros y depredadores que se afilan como una
cuchilla dispuesta a cortarme, sé que es problemático.
Un gran puto problema llamado Lachlan Kane.
Aparto la mirada cuando Jenna vuelve a mi mesa con mi postre,
un Napoleón de filo de higo.
—Lo siento mucho, pero ¿puedo pedir una caja para esto y la
cuenta, por favor? Ha surgido algo y tengo que irme.
La sonrisa de Jenna no vacila.
—Por supuesto, no hay problema. Enseguida vuelvo.
—Gracias.
Cuando vuelvo a mirar a Lachlan, su atención se centra en una
larga mesa en el centro de la sala, donde sus amigos están
buscando sitio, algunos ya sentados, otros charlando mientras se
quitan los abrigos. Pero en cuanto acerco la chaqueta al asiento
para ponérmela, sus ojos vuelven a clavarse en los míos, y la
diversión tiñe sus oscuros matices con una luz que me pone los
pelos de punta.
Dejo de concentrarme en mi boceto y me obligo a no levantar la
vista mientras me pongo la chaqueta sobre los hombros y me
abrocho los botones con un ligero temblor en los dedos. Jenna llega
con el postre en caja y le doy dinero más que suficiente para cubrir
la cuenta antes que se dirija a la mesa de Lachlan para recoger los
pedidos de bebidas. Cuando oigo un acento irlandés entre las voces,
aprovecho para salir corriendo, pero no sin antes arrancar el dibujo
de un cuervo del cuaderno. Una parte de mí sólo quiere dejar atrás
un trocito de mí misma, existir en un lugar que signifique algo para
Rowan, aunque sólo sea por un momento. Tal vez Jenna lo tire. O
tal vez lo colgará en algún lugar de la cocina. Tal vez permanezca
aquí mucho después que yo haya encontrado un agujero donde
meterme para morir.
En cuanto la hoja se desgarra, salgo de la cabina.
Llego a mitad de camino hacia la puerta con pasos apresurados
antes que una sola palabra me detenga en seco:
—Mirlo.
La voz se oye en todo el restaurante y estoy segura que todo el
mundo me está mirando.
Susurro una maldición, respirando hondo hasta el fondo de los
pulmones en un vano intento de librar mis mejillas de una llama
carmesí. Cuando giro lentamente sobre mis talones, mis ojos se
posan primero en Lachlan, cuya sonrisa es poco menos que
diabólica.
Y entonces mi mirada choca con la de Rowan.
Las mangas de su bata de chef están remangadas hasta los
codos, y unas cuantas motas naranjas salpican la tela blanca, por
lo demás impoluta. Las manchas son del mismo color que mi sopa
y, por alguna razón, eso hace que el rubor arda aún más en mis
mejillas. Sus pantalones negros holgados son increíblemente sexys
y adorables al mismo tiempo. Pero es su expresión la que me hace
un nudo en la garganta. Está llena de asombro, confusión,
excitación y algo caliente, algo que me quema por dentro. La
combinación cortocircuita mi cerebro hasta que todo lo que sale de
mi boca es una sola palabra entrecortada:
—Hola.
Rowan casi sonríe.
Casi.
—Meg —ladra, desviando su atención hacia la puerta principal
mientras hace un gesto hacia mí—. ¿Qué mierda?
Meg, la anfitriona, se queda inmóvil, con el rostro sin color,
como si le hubieran chupado la sangre con una pajita.
—Dios mío, lo siento mucho, Chef. Quería ir a decírtelo pero me
despisté.
La mirada de Rowan se dirige exactamente a la cabina en la que
estaba sentada y luego a Jenna, que se acerca con un pulverizador
y un trapo. La hoja de papel que he dejado es una prueba irrefutable
sobre la mesa, cruda y evidente contra la superficie negra y
brillante.
—No toques esa jodida mesa —suelta Rowan.
Los ojos de Jenna se abren de par en par y sus labios se pliegan
entre los dientes para esbozar una sonrisa, mientras gira sobre sus
talones y se dirige a la barra. Rowan la observa un momento y
frunce el ceño cuando ella le sonríe por encima del hombro.
Su mirada se posa en ese maldito dibujo.
Y entonces se fija en mí.
—Sloane... —dice, dando unos pasos cautelosos más cerca
como si tratara de no provocar a un animal salvaje—. ¿Qué estás
haciendo aquí?
Sufriendo una agonizante y lenta muerte de mortificación,
claramente.
—Umm... ¿comiendo?
Los ojos azul marino de Rowan brillan, una chispa fugaz se
enciende en sus profundidades.
—En Boston, Mirlo. ¿Qué estás haciendo en Boston?
—Yo... estoy aquí por trabajo. Reunión. Una reunión de trabajo.
No como, aquí en el restaurante, obviamente. En la ciudad. Ciudad.
Ciudad de Boston. —Dios mío, haz que pare. Estoy ardiendo de
calor, mi chaqueta de lana atrapa mi calor corporal y lo amplifica
hasta que estoy segura que mi sangre se ha convertido en lava. El
sudor me pica entre los omóplatos e intento no inquietarme,
optando por retroceder un paso hacia la puerta en lugar de
despojarme de la chaqueta para rascarme la piel.
La mirada de Rowan se desvía hacia mis pies y detiene su
intento de avanzar un poco, con una arruga entre las cejas en forma
de ceño fruncido.
—Quédate —dice, con voz baja y tranquila—. Podemos
sentarnos en la cabina.
Una risa nerviosa sale de mis labios, con el color oscurecido por
mis pensamientos de autodesprecio. El último lugar del mundo al
que quiero volver es a esa cabina en la que dejé un dibujo como una
tímida y patética estudiante de secundaria, confusa y enamorada
de su primer flechazo.
Así que hago lo que haría cualquier patético estudiante de
secundaria. Doy otro paso atrás hacia la puerta y miento con cara
dura.
—Tengo que irme, en realidad. Pero ha sido genial verte.
Le dirijo a Rowan una sonrisa de disculpa y me doy la vuelta
para dirigirme a la salida, pero Lachlan me detiene en seco y se
interpone como un centinela entre la salida y yo. Se lleva un vaso
de whisky a los labios y bebe un sorbo con una sonrisa diabólica.
Estaba tan absorta viendo a Rowan y luchando contra mis
emociones que ni siquiera me di cuenta que recibió su bebida, ni
que se levantó de la mesa, ni que me bloqueaba el acceso a la
puerta.
Mierda.
—Vaya, vaya —dice Lachlan con su sonrisa de comemierda—.
Vete a la mierda.
Rowan gruñe detrás de mí.
—Lachlan...
—Pero si es la escurridiza Sloane Sutherland —continúa
Lachlan, removiendo el hielo de su vaso—. Empezaba a pensar que
eras producto de la imaginación hiperactiva de mi hermano.
—Siéntate, Lachlan —dice Rowan. Miro por encima del hombro
y veo que está rígido a poca distancia detrás de mí, con las manos
cerradas en apretados puños.
—Lo que tú digas, hermanito.
Lachlan levanta su trago en un brindis simulado antes de
alejarse en dirección a mi cabina.
—Toca esa puta mesa y te arrancaré las malditas manos y las
usaré para limpiarme el culo hasta el día de mi muerte —gruñe
Rowan.
Lachlan se detiene, se gira lentamente y le dedica a su hermano
una sonrisa ladina antes de encogerse de hombros y volver a su
mesa, pasando lo bastante cerca del chef para darle una palmada
en el hombro y susurrarle algo al oído. Los ojos de Rowan se
oscurecen, pero no se apartan de los míos. Incluso cuando mi
mirada se desvía, cada vez que se posa en él, está ahí, esperando.
—Sloane...
Una ráfaga de animada conversación entra en el restaurante con
la fresca corriente de aire de la puerta abierta.
—¡Rowan! ¿Has terminado por hoy?
Me giro y veo entrar en el restaurante a una rubia guapísima
con dos amigas igual de guapas pisándole los talones, ambas
enzarzadas en una animada conversación llena de risas y
confidencias. La rubia se dirige directamente hacia Rowan. Nunca
vacila sobre los tacones de aguja que acentúan sus piernas
desnudas y bronceadas, su piel resplandeciente como si acabara de
regresar de unas costosas vacaciones en un balneario. Lanza a
Rowan una amplia sonrisa, ajena a la tensión que acaba de romper
en la habitación, cuyos fragmentos me llegan al corazón.
—Hola, Anna —dice. Esas dos palabras parecen llenas de
resignación cuando la mujer le rodea el hombro con un brazo en un
abrazo que él no devuelve, aunque ella no parece darse cuenta.
Cuando lo suelta, se gira y me ve por primera vez.
—Oh, lo siento, he interrumpido, ¿no? —me ofrece lo que parece
una genuina sonrisa de disculpa. Me doy cuenta que está tratando
de determinar si soy una cliente descontenta, un crítico
gastronómico o una vendedora de carne o verduras, aunque mi
aspecto no es el de un jardinero.
No, Anna. Claramente estoy aquí para morir de vergüenza.
—Anna, ella es Sloane. —Rowan hace una pausa como si
estuviera considerando cómo debería explicar cómo me conoce,
pero no dice nada—. Sloane, esta es mi amiga Anna.
—Hola, encantada de conocerte —dice, y su sonrisa experta
pasa de ser de disculpa a ser de bienvenida—. ¿Vas a unirte a
nosotros?
Tengo la garganta irritada. Mi voz suena áspera, chirriante
comparada con el tono suave y brillante de Anna.
—No, pero gracias por la oferta. Tengo que irme.
—Sloane...
—Me alegro de verte, Rowan. Gracias por la comida, ha estado
deliciosa —digo, sacudiendo la caja de Napoleón de higo que tengo
ganas de tirar al contenedor en llamas más cercano, donde
pertenece el resto de mi vida.
Miro a Rowan sólo un instante y me arrepiento en cuanto lo
hago. La resignación que había en su voz hace un momento se ha
trasladado a sus ojos, que se arremolinan con desesperación y
consternación. Es una combinación terrible que convierte el dolor
de mi corazón en un dolor agudo y punzante.
Le dirijo una última y fugaz sonrisa, sin esperar a ver qué efecto
puede tener. Las ganas de correr son tan fuertes que tengo que
pensar cada paso apresurado que doy hacia la puerta.
Probablemente no me quede mucha dignidad que salvar, pero al
menos puedo obligarme a caminar.
Así que eso es lo que hago. Me voy. Salgo por la puerta principal.
Por la calle. Sin saber adónde voy. Sin recordar cuándo tiro la caja
de postres. Sin darme cuenta de cuándo cae por mi mejilla la
primera lágrima caliente de vergüenza.
Sigo adelante, hasta Castle Island, donde me detengo en la orilla
y miro el agua oscura. Y me quedo allí mucho tiempo. Lo suficiente
para que el camino de vuelta al hotel me parezca una caminata
interminable, como si hubiera gastado toda mi energía.
Nada más cruzar la puerta, enciendo el portátil el tiempo
suficiente para cambiar la reserva de mis vuelos a la salida más
temprana de la mañana siguiente, luego me deslizo en la cama y
caigo en un sueño intranquilo.
Carnicero: ¿Podemos hablar?
Yo: Estoy subiendo al avión. ¿Quizás cuando llegue a casa?
Carnicero: Sí, por supuesto, házmelo saber. Buen viaje.
Carnicero: ¿Llegaste bien a casa el otro día?
Yo: Sí, lo siento. Ha sido un caos. El trabajo está a tope. Estoy en
reuniones todo el día, pero te enviaré un mensaje cuando pueda.
Yo: Lo siento, mi semana se descontroló un poco.
Yo: Y siento haberme presentado en tu restaurante y no haberme
puesto en contacto contigo antes. Eso fue raro de mi parte.
Cada uno de los últimos diez días desde que volví de Boston ha
pasado como una bruma, y cada vez que mi teléfono ha sonado con
un mensaje, mi corazón se ha alborotado con una explosión de
nervios. He estado trabajando para llegar a este momento, pero
mientras pulso enviar en mi mensaje más reciente y coloco mi
teléfono desechable boca abajo sobre mi regazo, ya me estoy
preguntando si debería intentar recordar el texto antes que Rowan
tenga la oportunidad de leerlo. Sigo mirando la alfombra, sumida
en una profunda indecisión, cuando el teléfono zumba en mi regazo.
Carnicero: No fue raro. Ojalá hubiera sabido que estabas allí.
Ojalá te hubieras quedado.
Apago el teléfono y lo dejo sobre la mesita, luego dejo caer la
cabeza sobre las palmas de las manos y espero que puedan
absorberme en otro mundo.
Una en la que no tenga que sentir nada.
Porque la venganza es fácil.
Pero todo lo demás es difícil.
Miro desde detrás del olmo de enfrente cómo el chico al que he
pagado llama a la puerta amarilla del 154 de Jasmine Street. La
puerta se abre un momento después y allí está ella, con la confusión
grabada en su hermoso rostro mientras mira la bolsa de papel que
el chico le tiende. No puedo distinguir la pregunta que le hace, pero
capto su pequeño encogimiento de hombros antes de esconderme
detrás del árbol para evitar la mirada de Sloane mientras recorre el
vecindario. Mi sonrisa se extiende mientras escucho atentamente el
sonido de la puerta al cerrarse y los pasos arrastrados del chico al
salir de la casa para acercarse a mi escondite.
—Todo listo, señor —dice mientras toma su bicicleta donde la
dejó apoyada en el árbol.
—¿Preguntó de quién era?
—Sí.
—¿Le has dicho algo?
—No.
—Buen chico. —Le doy cincuenta dólares y se los mete en el
bolsillo trasero de los jeans—. Mañana a la misma hora. Nos
encontraremos en el buzón, calle abajo, ¿sí?
—Genial. Nos vemos.
El chico se va en su BMX, con cien dólares más para gastar en
caramelos, videojuegos o lo que sea que compren los niños de doce
años hoy en día. Se lo va a pasar como un demonio si se atiene a
nuestro acuerdo.
Dale la bolsa. Cíñete al guion. Cincuenta por la entrega, cincuenta
cuando esté hecho.
Saco mi teléfono desechable, mostrando mi intercambio de
mensajes más reciente con Sloane.
Ojalá te hubieras quedado, decía mi último mensaje. Y ella no
contestó.
Eso fue hace más de una semana. Han pasado casi tres
semanas desde que ella estaba de pie en 3 In Coach con una mirada
de mortificación absoluta en sus ojos, como si hubiera volcado su
corazón en el suelo sólo para tenerlo pisoteado. Me quemó de una
manera que no esperaba. Pensé que podría convencerla para que
se quedara y habláramos, pero el momento no podría haber sido
peor, ya que nuestros amigos llegaban para comida de cumpleaños
de Lachlan. A la manera típica de Sloane, su primer instinto fue
largarse, como una pluma en el viento del norte.
No puedo dejar que se aleje más, o se me escapará de las manos
y nunca la recuperaré.
Estoy mirando alrededor del tronco del árbol en dirección a la
casa cuando el teléfono vibra en mi mano.
Mirlo: ¿Orzo...?
Me apoyo en la corteza y miro el celular.
Yo: ???
Mirlo: ¿Repartiste pasta orzo en mi casa?
Yo: No tengo ni idea de lo que estás hablando.
Yo: Pero... ya que está ahí, más vale cocinar.
Yo: Y si hay parmesano en la bolsa, probablemente deberías
empezar a rallarlo.
Yo: Ah, y pica también un poco de ajo, si hay.
Yo: ¿Hay hongos? Tal vez lavar esos.
Yo: Los espárragos van bien como guarnición. ¿Hay espárragos?
Suena el teléfono y me obligo a esperar un momento antes de
aceptar la llamada.
—¿Puedo ayudarte, Mirlo?
—¿Qué haces? —Su voz es cautelosa, pero aún detecto un leve
rastro de diversión bajo su inquietud.
—No estoy seguro de lo que quieres decir.
—¿Entregaste comida en mi casa? —Hay una pausa. Imagino
que estará mirando por las ventanas, buscando alguna señal mía—
. Tengo comida, Rowan.
—Me alegro por ti. Creo que eso te califica como un adulto hecho
y derecho.
Casi puedo ver los ojos de Sloane en blanco, casi puedo sentir
el calor del rubor deslizándose por sus mejillas, si pudiera tocar esa
espolvoreada de pecas que motea su piel.
Su larga y constante exhalación es el único sonido entre
nosotros. La voz de Sloane es melancólica y tranquila cuando
pregunta:
—¿Qué haces?
—Lo que debería haber hecho el otro día. Voy a cocinar contigo
—digo—. Lo vamos a hacer juntos. Pon el teléfono en altavoz y
empieza a rallar el parmesano.
Otra pausa tensa el hilo entre nosotros hasta que parece que se
va a romper.
Mi voz es baja, la diversión se desvanece cuando digo:
—Ojalá te hubieras quedado, Mirlo. Te habría llevado a la
cocina. Podríamos haber hecho algo juntos.
—Estabas ocupado. Estaba... molestando.
—Habría hecho tiempo para ti. Eres... —Trago saliva antes de
decir más de lo que debería—. Eres mi amiga. Quizás algún día mi
mejor amiga.
El silencio se alarga tanto que me quito el teléfono de la oreja
para comprobar si la llamada se ha desconectado. Cuando la voz
de Sloane llega a través de la línea, es poco más que un susurro,
pero aun así corta más fuerte que un grito.
—Apenas me conoces —dice.
—¿En serio? Porque apuesto a que conozco las partes más
oscuras de ti mejor que nadie. Igual que tú conoces las partes más
oscuras de mí. Y a pesar de eso, sigues queriendo salir conmigo. La
mayor parte del tiempo. —Sonrío cuando el aliento de Sloane de
una risa suave viaja a través de la línea—. Así que creo que eso te
convierte en mi amiga, te guste o no.
Hay un largo silencio, y luego el sonido de un cajón abriéndose,
con los cubiertos crujiendo en su interior.
—¿Se supone que tengo que rallar todo este bloque de queso?
Es del tamaño de un bebé pequeño.
Sé que debo parecer ridículo, sonriendo como un puto lunático
junto a un árbol, pero me importa una mierda.
—¿Cuánto te gusta el queso?
—Mucho.
—Suficientemente rallado para hacer una cabeza de bebé.
—¿Hablas en serio?
—Dijiste que te gustaba el queso. Ponte a trabajar, Mirlo.
Un "okaaaay" inseguro se filtra por la línea, aunque estoy seguro
que está hablando consigo misma y no conmigo. El sonido
metronómico del parmesano duro contra los dientes metálicos del
rallador marca una suave percusión en mis pensamientos mientras
intento imaginarme cómo sería su cocina, Sloane de pie frente a la
encimera con el cabello negro recogido en un moño desordenado y
una camiseta vieja muy chula atada a la cintura. Yo podría estar
allí con ella, acercándome por detrás, aprisionándola contra la
encimera, con la polla pegada a ese culo redondo que sólo quiero
morder, y entonces...
—Después de rallar una cabeza de queso de bebé, ¿qué hago a
continuación? —pregunta Sloane mientras el sonido del rallador
continúa de fondo. Por un segundo me pregunto si habré gemido
en voz alta.
Me aclaro la garganta, de repente me olvido de los ingredientes
que puse en la bolsa para ella.
—Uhh, lava los espárragos y recorta la punta de los tallos.
—De acuerdo.
El rallador continúa con un ritmo constante. Me paso la mano
por el cabello y decido recomponerme.
—Dijiste que estabas en Boston por trabajo. ¿Una reunión?
—Umm... sí.
—¿Qué tipo de reunión?
—Reunión de investigadores.
—Eso suena... aterrador.
Sloane suelta una carcajada.
—Sí y no. No son investigadores como los de la policía. Es lo que
llamamos médicos de estudio que dirigen nuestros ensayos en sus
clínicas. Una Reunión de Investigadores es donde les formamos a
ellos y a su personal sobre el estudio. Las reuniones sólo dan un
poco de miedo si tienes que hacer una presentación. Estar en el
escenario delante de un grupo de médicos puede ser un poco
intimidante. Puede haber cincuenta personas entre el público o
trescientas. He hecho muchas, pero a veces me sigo poniendo
nerviosa cuando los técnicos me ponen el micrófono.
—¿Un micro? ¿Como el de Madonna, Britney Spears?
Sloane suelta una risita.
—A veces.
Demasiado para decidirme a poner las cosas en orden.
Pensar en la profesional Sloane con una puta falda lápiz ceñida
a las curvas y un micrófono de Madonna, de pie en el escenario
mientras da órdenes a un grupo de médicos con su voz áspera de
cantante de salón es la fantasía que nunca supe que necesitaba.
Estoy perdido.
—Divertido, divertido... —digo, cambiando de postura mientras
mi polla prácticamente me suplica que camine hasta su puerta y
me la folle sobre la encimera de la cocina—. ¿Puedo ir a mirar?
Sloane se ríe.
—¿No...?
—¿Por favor?
—No, bicho raro. No puedes venir a mirar.
—¿Por qué no? Suena caliente y educativo.
Su risa ronca me calienta el pecho.
—Porque todo es confidencial, para empezar. Y por dos, me
distraerías.
Mi corazón se ilumina con fuegos artificiales.
—¿Con mi cara bonita?
—Pfft. No. —Ese "no" es totalmente un "sí". Prácticamente puedo
ver el ardor de su rubor a través de la línea telefónica. Me gustaría
poder hacerle FaceTime, pero Sloane sabría dónde estoy, de pie al
otro lado de la calle como un maldito tonto enamorado, demasiado
nervioso para asustarla o ir realmente a su puerta, pero demasiado
desesperado por estar cerca de ella para que realmente me
importe—. Tengo una cabeza de queso de bebé. Ahora estoy
haciendo los espárragos —dice, con voz suave.
—Cuando hayas hecho eso, pon agua con sal a hervir.
—De acuerdo.
El picado comienza de fondo, llegando a través de la ausencia
de la voz de Sloane. Cierro los ojos y apoyo la cabeza en el árbol
mientras intento imaginarme a Sloane con la mano expertamente
enroscada en el mango de un cuchillo. No sé por qué es tan
jodidamente sexy, pero lo es. Igual que pensar en ella en el
escenario con su pequeño micrófono de Madonna. Igual que la
imagen de Sloane en la cabina de mi restaurante, inclinada sobre
un boceto.
—¿Por qué trabajas allí? —pregunto bruscamente.
—¿En Viamax?
—Sí. ¿Por qué no vivir del arte?
Hay una pausa antes que resople. El rubor en su garganta y en
su pecho debe ser absolutamente carmesí.
—No voy a ganar dinero vendiendo bocetos de pájaros, Rowan.
Me sorprende que fuera allí, después de la forma en que miró
hacia la cabina en 3 In Coach como si quisiera tomar un
lanzallamas para ese dibujo que dejó atrás, y probablemente todo
el puto restaurante. Pero por mucho que vaya directamente a este
momento que claramente la avergonzó, sigue siendo un desvío.
—Pero podrías. Podrías hacer otro arte, si es lo que quieres.
—No lo es. —palabras firmes resuenan entre nosotros como si
esperara a que se asentaran en mi cabeza—. Me gusta lo que hago.
Es diferente de la carrera que imaginaba para mí cuando era joven.
A quién le gusta, ¿verdad? No muchos acabamos siendo
entrenadores de delfines o lo que sea. —Se ríe entre dientes y vuelve
a hacer una pausa, pero esta vez no la presiono—. A veces el arte
me trae malos recuerdos. A mí me encantaba pintar. Me pasaba
horas pintando. También empecé a experimentar con la escultura.
Pero las cosas... cambiaron. Los bocetos son como los cimientos. Es
todo lo que quedó cuando el resto se quemó, lo único que aún
disfruto. Bueno, eso y mis telarañas, que me parecen arte.
Puede que sólo sean pequeños trozos de Sloane, pero aun así
los conservaré. Mi arte nunca estuvo tan empañado que no pudiera
soportar crearlo. Me hace preguntarme qué despojaría al arte de
Sloane tan profundamente que ya no pueda pintar o esculpir,
reducida a la monocromía.
—Siempre quise ser chef —ofrezco—. Incluso cuando era joven.
—¿En serio?
—Sí. —Miro mis zapatos mientras recuerdo la cocina de la casa
de mi infancia en Sligo, comiendo alrededor de la pequeña mesa
con mis hermanos, los tres normalmente solos en la oscura y poco
acogedora casa—. Lachlan encontraba la manera de traer comida a
casa. Yo la cocinaba. Y nuestro hermano pequeño era un
quisquilloso a esa edad, así que me volví bastante bueno creando
sabores decentes a partir de recursos limitados. Cocinar se
convirtió en una especie de escape. Un lugar seguro para que mi
mente corriera libre y explorara.
—Arte culinario. Literalmente.
—Exacto. Y mi habilidad para cocinar probablemente hizo que
los tiempos difíciles en casa fueran un poco más fáciles. —Al menos
los ataques de ira de mi padre, borracho o drogado, no empeoraban
por el hambre. Algunas veces se controlaba lo suficiente como para
empujarme a la cocina y exigirme la cena en lugar de golpearme.
Cocinar se convirtió en una especie de armadura. No a prueba de
tontos, pero al menos una barrera. Algo para suavizar el golpe—.
Tuve suerte, supongo. Sobreviví. Con el tiempo, se convirtió en otro
mecanismo para mí y mis hermanos para construir una vida mejor.
Sloane hace una pausa, su voz melancólica cuando dice:
—Siento que tú y tus hermanos pasaran por eso. Pero me alegro
por ti que tu arte sobreviviera.
—Y siento que ya no disfrutes de tu arte.
—A mí también. Pero gracias por enseñarme el tuyo. Puede que
sólo haya rallado el queso, pero... —Hace una pausa para respirar
hondo, como armándose de valor—. Me divierto.
Jadeo teatralmente.
—No, no puedes, eso no era parte de mi plan.
Sloane suelta una risita y sonrío durante el resto de la
preparación del plato. Nos quedamos en la cola mientras ella come
e insiste en que busque algo para picar para no cenar sola. Todo lo
que tengo es una barrita de cereales que estaba aplastada en mi
equipaje de mano, pero me la como de todos modos mientras
hablamos de cosas al azar. Raleigh. Boston. De comida. De bebidas.
De todo. Nada.
Me voy cuando ha terminado de comer, sólo salgo de mi
escondite cuando sé que está ocupada en el fregadero.
Al día siguiente, vuelvo. Espero detrás del árbol mientras el
chico entrega la bolsa de la compra. Gana otros cien dólares. Sloane
me llama y hacemos camarones asados con feta y polenta. Traigo
una ensalada ya hecha para poder comer con ella. Hablamos de
trabajo. Sobre diversión. Un poco sobre Albert Briscoe y las
secuelas de nuestra visita fortuita a su casa. Se le atribuyen varios
asesinatos, y Sloane parece complacida. Puede que haya empujado
a la policía en la dirección correcta, pero no se lo digo.
Al tercer día, me escondo detrás de otro árbol, un poco más
cerca de la casa, donde puedo oírla cuando abre la puerta. Sloane
acribilla al chico a preguntas, pero él resiste. Hay que reconocer que
es bastante fiable. Cuando me asomo por detrás del maletero, veo
su frustración, pero está claro que tampoco quiere asustar al chico.
Mientras recoge su bicicleta, le pregunto qué va a hacer con todo
ese dinero, y me dice que está ahorrando para comprarse una
PlayStation. Antes que se vaya, le doy doscientos dólares más.
Sloane hace filete, un hermoso filet mignon de Wagyu, con coles
de Bruselas carbonizadas al lado. Ella es la más nerviosa acerca de
este. Sé que no quiere embarrarla. Pero no lo hace. Sale un perfecto
medio raro. Tararea cada bocado. Hablamos de nuestras familias.
Bueno, yo hablo de mis hermanos. Ella no tiene mucho que decir
sobre la suya. No tiene hermanos. Ni primos cercanos. Sus padres
se mantienen en contacto en su cumpleaños y en Navidad, pero eso
es todo. Están demasiado inmersos en sus propias vidas y no tengo
la sensación que ella quiera compartir. Tal vez no haya mucho que
recordar de ellos. Y lo entiendo, mejor que la mayoría.
Al día siguiente, me escondo detrás del árbol durante un buen
rato y vigilo su casa. En un momento dado, abre la puerta y sale
unos pasos. Mira hacia la calle, con el ceño fruncido. La pierdo de
vista cuando su mirada se dirige hacia mí mientras evalúa el otro
extremo de la calle. Pero no hay ningún chico. No hay comida.
Vuelve a entrar y cierra la puerta. Las cortinas se apartan de la
ventana y vuelven a caer.
Tras unos minutos más, me voy. Estoy en mi auto de alquiler,
conduciendo ya hacia el aeropuerto, cuando un mensaje de texto
zumba en mi grabadora. Pero me obligo a no leerlo. No hasta que
estoy de vuelta en mi apartamento de Boston.
Porque sé que si lo hago, existe la posibilidad que arranque la
puta puerta del avión para volver a Jasmine Street.
Unas horas más tarde, tengo el teléfono apretado en la mano
cuando me sirvo un generoso trago de whisky sobre los cubitos de
hielo que se resquebrajan. Hasta que no me acomodo en mi sillón
de cuero favorito, sin zapatos y con los pies en alto, no miro la
pantalla.
Obligarme a esperar es un tormento delicioso. El alcohol me
quema la garganta mientras abro el mensaje sin leer de Sloane.
Mirlo: Hoy te extraño.
Mirlo: También me di cuenta que no puedo cocinar una mierda
sin ti. Creo que no soy una adulta hecha y derecha después de todo.
Sonrío y doy un largo sorbo a mi bebida antes de dejarla a un
lado y responder con un golpecito.
Yo: Yo también te extraño. La próxima vez que vuelvas a Boston
para otra de esas reuniones haremos Napoleón de filo de higo en el
restaurante.
Al principio no estoy seguro que responda, dada la hora que es
y el tiempo que he dejado para enviar una respuesta. Pero casi de
inmediato veo parpadear esos tres puntos, y entonces:
Mirlo: Me gustaría.
Cierro los ojos y apoyo la cabeza en el cuero. Sonrío al pensar
en su cara de hoy cuando estaba en el porche y miraba en ambas
direcciones esperando la entrega que no llegaba. La decepción
nunca había sido tan dulce.
Mi teléfono zumba en mi mano.
Mirlo: Nos vemos en unas semanas para el partido. Amigos o no,
todavía voy a patearte el culo. Sólo para que lo sepas...
Sonrío en la penumbra.
Yo: Cuento con ello.
Hay un arte en acorralar a un hombre como Thorsten Harris.
El primer truco es acercarse a él en un lugar en el que se sienta
seguro, un lugar en el que crea que es el depredador supremo en
su pequeño estanque porque ya ha cazado con éxito allí antes.
Como este lugar, Orion Bar, una coctelería de lujo dentro de lo que
ya sé que es la zona preferida de Thorsten. Está lo suficientemente
lejos de su casa para que sienta que es una aventura, lo
suficientemente cerca de su casa para que atraer a su presa allí sea
viable.
El segundo paso del proceso es saber qué le gusta. Lo que le
excita. Lo que detesta. En el caso de Thorsten, le gusta el vino tinto,
la cocina impecable y las cosas caras. No siempre cosas bonitas, de
hecho suelen ser llamativas y pretenciosas, pero caras al fin y al
cabo. ¿Qué odia? Los malos modales. Y los boniatos, por lo visto.
Entonces toma todo ese conocimiento y empieza a construir una
relación con él.
Y el último paso es la parte complicada: tienes que hacerle creer
que eres lo bastante lista como para ser una conquista interesante;
puede que seas una presa, pero merece la pena correr el riesgo de
llevarte un trofeo. Pero también tienes que parecer lo
suficientemente tonta como para aceptar de buen grado su
invitación a cenar en su casa mañana por la noche, aunque sea
básicamente un desconocido.
O, puedes tirar todo eso por la ventana y simplemente ser
Rowan Kane.
Un casco de moto cae sobre el espacio vacío a mi lado en el sofá
de cuero blanco.
Instantáneamente, mi sangre se vuelve volcánica.
—Me alegro de verte por aquí —dice Rowan mientras se sienta
a su lado con una sonrisa devoradora de mierda.
Le lanzo una mirada fulminante.
Mi ferocidad sólo me hace ganar un guiño antes que se incline
hacia delante con el brazo extendido sobre la mesa de café hacia el
hombre sentado frente a mí.
—Hola, un placer conocerte. Soy Rowan.
—Thorsten Harris, el placer es mío —dice mi bien vestido y
mayor compañero mientras acepta el apretón de manos. Me he
pasado los últimos cuatro días intentando evitar exactamente este
escenario en mis intentos de acorralar a Thorsten, de quien Rowan
sabe ahora que es nuestro objetivo anual, aunque no parece saber
por qué.
Pensé que por fin había escapado de Rowan cuando salí del
hotel y su auto de alquiler seguía en el aparcamiento.
Claramente, lo juzgué mal.
Y está jodidamente eufórico por ello.
—Siento interrumpir —continúa Rowan, dispuesto a encender
la mecha de todos los cañones de su arsenal de encanto. Apunta su
jodidamente impecable sonrisa a mi presa, su piel brillante y
sonrojada, probablemente por la excitación de perseguirme con
éxito—. Vi el auto de mi amiga cuando pasaba por aquí y ha pasado
tanto tiempo que pensé que debía pasarme y saludarla
rápidamente.
Y entonces me ataca con toda la fuerza de su encanto.
—Hola, amiga.
—Qué profunda alegría es verte aquí, Rowan. Estoy encantada.
—Doy un largo sorbo a mi vino antes de dedicarle una apretada
sonrisa. El silencio entre nosotros se alarga. Thorsten se remueve
en su asiento y reprimo un gemido, consciente que ya estoy
sobrepasando los límites de los modales de Thorsten—. ¿Te apetece
unirte a nosotros? —le pregunto con voz inexpresiva. Mi sonrisa
tiene un tono despiadado que dice claramente: Vete a la mierda.
Y Rowan dice:
—Estaría encantado.
En menos de un minuto, Thorsten le ha servido una generosa
copa de caro Chianti.
En menos de cinco minutos, Rowan le hace reír a carcajadas y
aplaudir.
En menos de diez minutos, Thorsten está casi a punto de
tropezar para invitar a Rowan a la cena de mañana por la noche en
su casa, algo que he pasado toda la tarde orquestando en solitario.
Dos horas más tarde, salimos del elegante bar codo con codo
tras la estela de Thorsten, con los planes de la cena de mañana
grabados en piedra.
Y estoy furiosa.
—Tengo que reconocerlo —susurro mientras Thorsten entra en
su auto y le hacemos señas para que se vaya—. Tu truco de entregar
la compra en mi casa fue muy bonito. Casi me engañas con eso de
cocinar juntos.
—¿Engañada? —Los ojos de Rowan me miran, brillantes e
irónicos—. No estoy seguro de lo que quieres decir, Mirlo.
—Me engañaste haciéndome creer que no te darías la vuelta y
te convertirías en un grano en el culo monumental a la primera
oportunidad que se te presentara en el partido de esta temporada
—le digo. Él suelta una carcajada y yo cruzo los brazos sobre el
pecho mientras lo fulmino con la mirada—. Eres un tramposo.
—No lo soy.
—Me has estado siguiendo sin descanso para averiguar a quién
perseguimos en lugar de buscar por tu cuenta.
—No está en el reglamento que no pueda.
—No tenemos un puto libro de reglas. Pero deberíamos. Regla
número uno: haz tu propia puta investigación.
—¿Por qué, cuando puedo divertirme tanto siguiéndote? —La
sonrisa de Rowan sólo se vuelve más amplia cuando gruño en mi
más fiel imitación de Winston—. Entonces... ¿quién es ese tipo?
Resoplo y pongo los ojos en blanco antes de girar sobre mis
talones y caminar hacia el auto de alquiler.
—Eres lo peor —siseo mientras Rowan me abre la puerta del
conductor—. Tú y tu... —Le hago un gesto con la mano mientras
me siento—. Skullduggery4.
Rowan resopla mientras se inclina hacia mi vehículo, con la cara
tan cerca de la mía que siento cada uno de sus alientos en mi
mejilla. Intento ignorar la forma en que me retuerce el vientre con
otro tipo de furia.
—Skullduggery. ¿Debo tomar esto como una señal que has
pasado de la pornografía de dragones al porno de piratas?
—Puede que sí.
—Sabes, eres adorable cuando te indignas.
—Y tú sigues siendo el peor —gruño mientras tiro de mi puerta
para liberarme de su agarre.
Consigue moverse antes que se la aplaste en la mano, pero aun
así capto su risa burlona y sus palabras de despedida:
—Algún día me querrás.
El día siguiente no es ese día.
No, no cuando Rowan se invita a mi desayuno solo en el
restaurante del hotel. Ni cuando aparece en el centro comercial
mientras compro ropa, aunque me lleve las bolsas y me ayude a
elegir un bonito vestido de estilo retro. Al fin y al cabo, es sólo una
estratagema para ganar ventaja. Maldito astuto. Y algún día
definitivamente no es hoy, cuando aparco en la gran casa aislada
de Thorsten en Calabasas y la moto alquilada de Rowan ya está allí.

4
Skulduggery Pleasant es una serie de novelas de fantasía oscura escritas por el autor
irlandés Derek Landy.
Está apoyado en ella, caliente como el pecado con una chaqueta de
cuero negro, su mirada rastrillando desde los dedos de mis pies
hasta mis ojos con una mirada que me enciende, y él lo sabe.
—Buenas noches, Mirlo —dice mientras se baja del lado de la
moto.
—Carnicero.
Rowan se detiene delante de mí mientras cruzo los brazos y
levanto la cadera.
—Es un vestido muy bonito. ¿Alguien te ayudó a elegirlo? Sea
quien sea, está claro que tiene un gusto impecable.
—Gran gusto. Absolutamente cero límites.
Sonríe.
—Estoy tan feliz que estemos en la misma página.
Le pongo los ojos en blanco y estoy a punto de abalanzarme
sobre él cuando se abre la puerta y Thorsten se planta en el umbral
con los brazos abiertos en señal de saludo.
—Bienvenidos, mis jóvenes amigos —dice, con aspecto de recibir
a ilustres invitados. Lleva el cabello blanco perfectamente peinado.
Su smoking de jacquard burdeos brilla con el sol poniente. La
sonrisa que nos muestra tiene un filo oculto—. Por favor, pasen.
Se aparta y nos hace un gesto para que entremos en la casa
palaciega.
Empezamos con un cóctel en el salón, donde nos rodean libros
de primera edición, figuras de cerámica, cuadros, y me tomo mi
tiempo para apreciar el arte mientras Thorsten nos hace un
recorrido por su colección, con sus posesiones más preciadas
cuidadosamente etiquetadas. Incluso después que se haya
marchado, me quedo mirando durante un buen rato una punta
seca firmada y un grabado de Edward Hopper titulado Night
Shadows (Sombras nocturnas). El boceto muestra a un hombre
desde arriba caminando solo por una calle de la ciudad, con la luz
de la lámpara proyectando profundas sombras a su alrededor. Algo
en él parece ominoso, premonitorio. Podría estar acechando. Podría
estar cazando. Y cuando miro a izquierda y derecha, veo surgir la
narración del arte que me envuelve.
A mi izquierda, una fotografía en blanco y negro de Andrew
Prokos llamada Fulton Oculus #2. La imagen evoca la sensación de
un ojo ominoso de acero y cristal que todo lo ve.
A mi derecha, un cuadro de John Singer Sargent de una mujer
sentada a la mesa. Está de cara al espectador, con la mano
alrededor de una copa de vino tinto. Un hombre se sienta a su lado,
en el extremo derecho de la imagen. Pero no mira al espectador. La
mira a ella.
Más allá, un grabado de El vals, de Félix Vallotton. Representa
a parejas bailando, pero parecen casi fantasmales. La mujer de la
esquina inferior derecha parece dormida.
Después de eso...
Miro a Rowan, coloco mi cóctel en un posavasos y lo dejo en la
mesa auxiliar, sin tocar. Está inmerso en la conversación con
nuestro anfitrión y no repara en mí.
Pero Thorsten sí.
—¿La bebida no es de tu gusto, querida? —pregunta Thorsten
con una sonrisa tensa.
—Está deliciosa, gracias. Solo me reservo para tu maravillosa
colección de vinos —respondo inclinando la cabeza.
Su sonrisa parece más relajada cuando deja su propia bebida y
declara que es hora de pasar al acto principal.
—No sabe lo feliz que estoy de tener a un chef profesional en mi
mesa esta noche —dice Thorsten, mientras nos conduce al
comedor, donde suena música clásica a bajo volumen y las velas
parpadean entre las flores oscuras de un elaborado centro de mesa.
Me señala una silla de caoba cubierta de lujoso terciopelo rojo, la
aparta de la mesa y la empuja hacia dentro mientras me siento—.
Y su encantadora acompañante también, por supuesto.
—Gracias —digo, dirigiendo una sonrisa recatada a mi cubierto.
No sé nada de porcelana antigua, pero apuesto a que a Thorsten le
daría un ataque si se rompiera algo.
Archivaré ese pensamiento para más adelante.
—Y hacen una pareja encantadora. ¿Cómo se conocieron?
—Oh, sólo somos amigos —digo al mismo tiempo que Rowan
dice—: Una expedición en el pantano.
Nos miramos de reojo mientras Thorsten se ríe.
—Parece que tienen opiniones diferentes sobre el tema de su
relación.
—Bueno, es difícil competir con el despampanante personal de
sala y los adorables clientes habituales de Rowan —digo con una
sonrisa enfermizamente dulce.
—Nadie compite con Sloane. —Los ojos de Rowan se anclan en
los míos, arrastrándome a las profundidades de un mar naval—.
Sólo que ella aún no se ha dado cuenta.
Nuestras miradas permanecen fijas durante un latido que me
pesa demasiado en el pecho. Pero el momento de suspensión se
interrumpe cuando Thorsten suelta una risita, el chasquido de un
corcho de vino rompe la conexión entre nosotros.
—Quizá esta noche sí. Inspirémonos en el arte de la cocina.
Porque, como dijo Longfellow: "El arte es largo y el tiempo fugaz, y
nuestros corazones, aunque grandes y valientes, siguen, como
tambores apagados, tocando marchas fúnebres hacia la tumba".
Rowan y yo intercambiamos una mirada mientras Thorsten se
concentra en servir su vino, y consigo poner los ojos en blanco y
captar su fugaz sonrisa en respuesta antes que nuestro anfitrión
pueda mirar hacia nosotros.
Cuando mi vino se ha decantado en una copa de cristal grabado
y Thorsten se ha acomodado en su silla, levanta su copa para
brindar.
—Por los nuevos amigos. Y por algunos de nosotros, quizá algún
día más que amigos.
—Por los nuevos amigos —nos hacemos eco, y una pizca de
decepción inesperada se abre paso bajo mi piel cuando me doy
cuenta que esperaba que Rowan repitiera la última línea del brindis
en su lugar.
Nuestro anfitrión da un sorbo a su vino y yo hago lo mismo,
pensando que debe de ser seguro beberlo si él da un largo trago.
Levanta la copa y sonríe ante el vino rojo.
—Tenuta Tignanello 2015, "Marchese Antinori" Reserva. Me
encanta un buen Chianti —dice. Da otro sorbo, cierra los ojos y
respira hondo antes de abrir los párpados—. Empecemos.
Thorsten toma una campanilla junto a su cubierto y su
tintineante melodía inunda el comedor. Un momento después, un
hombre entra con pasos lentos y cuidadosos, empujando un carrito
de servir de plata hacia la mesa. Parece tener unos treinta años,
alto, atlético, con hombros anchos que se encorvan como si los
músculos hubieran olvidado hace poco que tienen un trabajo que
hacer. Los restos amarillentos de los moretones que se han curado
rodean sus ojos vacíos.
—Este es David —dice Thorsten mientras David coloca un plato
de aperitivos delante de mí. David no levanta la vista, se dirige al
carrito y trae un plato para Rowan—. El señor Miller no puede
hablar. Tuvo un terrible accidente hace poco, así que lo he
contratado.
—Oh, qué amable eres —digo. Se me revuelve el estómago de
malestar. Me imaginaba que Rowan se habría dado cuenta de con
quién estamos tratando desde ayer, pero cuando levanto la vista
hacia él, los primeros indicios de arrepentimiento empiezan a
filtrarse bajo mi piel. Levanto las cejas cuando me mira a los ojos.
¿Todavía no te has dado cuenta, guapo? intento decir con los ojos
muy abiertos.
Ladea la cabeza y me dedica una expresión fugaz e inquisitiva,
una respuesta que simplemente dice: ¿Eh?
No. Definitivamente no se ha dado cuenta.
Esa punzada de arrepentimiento empieza a arder.
Cuando Thorsten deja su plato, David se va.
—Crostini de queso de cabra con tapenade de aceitunas —
declara Thorsten—. Provecho.
Intento que mi suspiro de alivio no parezca demasiado obvio
mientras empezamos el primer plato. Está bastante bueno, quizá
un poco salado, pero al menos es un buen comienzo. Rowan seduce
a Thorsten con cumplidos que parecen sinceros, y los dos hablan
de posibles mejoras que elevarían el plato. Rowan sugiere higos
para equilibrar la dulzura, y yo mantengo mi atención en nuestro
anfitrión para escapar de su pesada mirada. Se posa en mi mejilla,
abrasando mi piel como una marca cuando menciona el Napoleón
de filo de higo del menú de postres de 3 In Coach.
Sigo el hilo de la conversación, asiento con la cabeza y me río en
todos los lugares adecuados, pero en realidad no presto demasiada
atención: estoy demasiada preocupada por cómo voy a comunicarle
algo a Rowan sólo con el poder de mis expresiones faciales.
Cuando termina el recorrido, Thorsten vuelve a llamar a David
con la campana y éste recoge nuestros platos para volver con sopa
de gazpacho. Esta ronda está bien, nada especial, pero Rowan
parece satisfecho, y los dos hablan de las variedades de tomate que
Thorsten cultiva en la propiedad.
—Me encantaría ver tu huerto —dice Rowan después que
Thorsten detalle las otras hierbas y productos que cultiva en el patio
trasero.
La agradable máscara de Thorsten se desliza, un brillo feroz se
enciende en sus ojos antes que un parpadeo se lo lleve.
—Oh, estoy seguro que se puede arreglar.
Rowan sonríe, pero es su sonrisa de los secretos, y es una que
conozco bien. Al menos es consciente que estamos en presencia de
otro asesino, así que supongo que eso es una ventaja. Por un
momento tengo la esperanza de que, después de todo, Rowan sepa
quién es Thorsten y lo haya ocultado con la esperanza de ganar esta
ronda de nuestra competencia.
Pero cuando Thorsten descorcha una nueva botella de vino,
llena nuestras copas pero no la suya y observa con interés
depredador cómo Rowan bebe un largo sorbo, sé que mis
esperanzas se han desvanecido.
Supongo que debería estar contenta. Esto se perfila como una
victoria fácil. En realidad, sin embargo, mi ansiedad me hace sentir
en el pecho como si me hubieran enchufado a una red eléctrica.
Agradezco el mantel horriblemente adornado que protege mis
piernas temblorosas de la vista.
Rowan bebe otro sorbo generoso de vino mientras prosigue la
discusión culinaria. Thorsten le pide a David que vuelva por los
platos de sopa vacíos y le da instrucciones explícitas para que traiga
la ensalada de un estante específico de la cocina. Está repitiendo
los pasos a David por tercera vez cuando Rowan me mira por
encima del borde de su copa de vino con un parpadeo interrogante
en las cejas, como si se preguntara qué mierda está pasando.
—Lobotomía —le digo con la boca, intentando que parezca que
me rasco la frente cuando me la golpeo y asiento hacia David.
Rowan ladea la cabeza y yo pongo los ojos en blanco, apretando los
dientes. Lo-bo-to-mía.
Rowan inclina la cabeza hacia el otro lado, con el ceño fruncido,
pero con una sonrisa en los labios. Me señala sutilmente y luego se
señala a sí mismo.
—¿Me quieres? —dice.
Me golpeo la cabeza.
—¿Todo bien, cariño? —pregunta Thorsten mientras David se
dirige a la cocina.
—Oh, sí, por supuesto. Acabo de recordar algo que olvidé hacer
en el trabajo antes de irme. Pero no pasa nada, lo haré por la
mañana. —Thorsten sonríe ante mi excusa, pero es frágil en los
bordes, la incertidumbre sangra en su máscara—. Por la mañana a
estas horas. Este vino está buenísimo —añado con una sonrisa
encantadora. Me observa mientras me llevo la copa a los labios y
trago, aunque no dejo que el líquido entre en mi boca. El engaño
parece calmarlo, dejo la copa en la mesa y cruzo las manos sobre el
regazo.
Thorsten no puede contenerse cuando el carrito chirría en el
pasillo, y una sonrisa radiante y voraz se dibuja en sus facciones al
tiempo que se desprende de su refinada máscara. Pero Rowan no
se da cuenta. Se limita a sonreírme, balanceándose ligeramente en
su silla, con los ojos entornados cubiertos de un brillo.
—Estás muy guapa, Mirlo —dice cuando David entra en la
habitación con tres platos cubiertos en el carrito.
El rubor arde en mis mejillas.
—Gracias.
—Siempre estás guapa. Cuando viniste al restaurante, dije... —
Rowan tiene dos hipos y ahoga el siguiente con un trago de vino—:
Dije: "Sloane es la chica más guapa del mundo". Y luego mi hermano
me llamó "maldito imbécil" porque podría tener todos los coños que
quisiera en Boston, pero en lugar de eso he hecho voto de
obstinación...
—Abstinencia.
—Abstinencia sobre una chica que no me quiere.
Estoy segura que el rubor ha prendido fuego a mi piel y la fuente
de la llama es mi corazón incinerado.
Thorsten sonríe en mi periferia, claramente entretenido con
nuestra conversación durante la cena. Separo los labios, con la
respiración contenida ardiendo en mi pecho. Todo lo que consigo
decir es una sola palabra:
—Rowan...
Pero su atención se ha desviado hacia el plato que tiene delante.
—Carne a la Niçoise —dice Rowan con una sonrisa encantada
mientras toma el cuchillo y el tenedor. Miro a Thorsten, que observa
a Rowan absorto—. Me encanta la ternera niçoise.
—Sí —dice nuestro anfitrión mientras le pone en la lengua un
trozo doblado de carne poco hecha y fina como el papel—. Niçoise.
—Rowan...
—Tengo mucha curiosidad por conocer su opinión, chef —
continúa Thorsten—. Esta es mi versión especial de la versión
tradicional.
—Rowan... —siseo, pero es demasiado tarde. Rowan ya se ha
metido en la boca un bocado de ensalada, con los ojos cerrados
mientras saborea la lechuga picada, las judías verdes, los tomates
cherry y... la ternera.
—Esto es fantástico —dice arrastrando las palabras. Con una
mano insegura, ensarta otro tenedor de ensalada y se lo mete en la
boca ya llena—. ¿Aliño de dijon casero?
Thorsten sonríe por el cumplido.
—Sí, he puesto media cucharadita más de azúcar moreno
porque la carne es de caza.
—Tan bueno.
Me paso una mano por la cara mientras Rowan consigue
meterse un bocado más en la boca antes de desmayarse boca abajo
sobre el plato.
Se hace el silencio. Thorsten y yo nos quedamos mirando al
hombre que duerme sobre un lecho de ensalada con un filete
humano poco hecho cortado en finas lonchas colgando de la boca.
Cuando Thorsten me mira a los ojos, es como si saliera de una
nube de euforia.
Pensó que me estaba bebiendo el vino. Cuando no estaba lo
suficientemente borracha, probablemente pensó que podría
someterme fácilmente.
Pensó mal.
Sostengo la mirada confusa de Thorsten mientras empujo la
base de mi copa de vino y la vuelco sobre el plato. El cristal se hace
añicos, rompiendo la porcelana e inundando la ensalada con vino
de color sangre.
—Bueno —digo, mientras me vuelvo a sentar en la silla,
apoyando la mano en la superficie de la mesa con la hoja de acero
regado agarrada en la palma—. Supongo que ahora sólo quedamos
tú y yo.
Mi primer pensamiento consciente es una sola palabra, que se
desliza por mis labios como si estuviera atascada en un jarabe
viscoso.
—Sloane.
Mi segundo pensamiento es la conciencia del ritmo constante de
la música. Al principio, estaba convencido que eran los latidos de
mi corazón, pero me equivoqué. La voz angelical de un hombre flota
sobre una batería ligera y una melodía de guitarra de ensueño que
me recuerda al desierto al atardecer.
Sloane tararea con la música que gira a mi alrededor. Mientras
canta sobre cocinar a alguien y aplastarle la cabeza, me doy cuenta
que reconozco la melodía. Knives Out. Radiohead. La voz ronca y
rica de Sloane me llena el pecho de alivio. Sé que está bien, gracias
a Dios. Porque yo no estoy bien.
Los gritos llenan la habitación y abro los ojos. Veo un candelabro
que me resulta vagamente familiar, cargado de llamativos cristales.
Intento concentrarme en ellos mientras el resto de la mesa se
arremolina en los bordes de mi visión.
—Solo... quédate... quieto... —Sloane dice, gritando cada
palabra por encima de los gritos confusos del hombre—. Diría que
te dolerá menos si dejas de forcejear, pero eso es una mentira total.
El hombre vuelve a gritar y giro la cabeza hacia el sonido. Puede
que sea lo más jodidamente difícil que he hecho nunca. Siento que
la cabeza me pesa cien kilos.
El chillido alcanza un tono febril. Sloane me está dando la
espalda. Está a horcajadas sobre el hombre aterrorizado sentado en
la silla de la cabecera de la mesa, protegiéndolo de la vista. Algo de
la noche llega nadando a través de la sopa de vino y sedantes que
nubla mis pensamientos. Thorsten. El hombre es Thorsten. Y me ha
jodido.
—Sólo un pequeño recorte. Ya está.
Los gritos cesan bruscamente y los hombros de Sloane se
hunden con decepción.
—Cobarde.
Sin darse la vuelta, mete la mano por detrás, con el puño
enguantado cubierto de sangre, y deja caer un globo ocular
cercenado junto a otro que ya descansa en el plato de pan junto a
mi cabeza.
Tengo arcadas.
Sloane se da la vuelta al oírlo.
—En el cuenco, Rowan. Por Dios. —Se arranca los guantes
mientras se baja del hombre y levanta mi torso para que pueda
vomitar en un cuenco de acero inoxidable junto a mi cara. Sus
manos se aferran a mis hombros mientras el vino tinto y la cena
desalojan mi estómago—. Mejor afuera que adentro. Créeme —
refunfuña, con tono sombrío.
—El cabrón me ha drogado —consigo gritar cuando por fin se
detiene el jadeo y me limpio la boca con una servilleta, con la mano
húmeda y temblorosa.
—Claro que sí.
—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
—Un par de horas —responde. Con una mano me pasa una
botella de agua sin abrir y con la otra arrastra el cuenco. Sloane
mira hacia la puerta del pasillo, dudando—. Necesito deshacerme
de esto, pero David me está volviendo loca.
—¿Te ha amenazado? Si te ha amenazado, juro por Dios...
—No, en absoluto —dice Sloane, empujándome de nuevo sobre
la silla cuando intento ponerme de pie. Mi cuerpo se inclina hacia
un lado. Intenta sonreír, creo, pero le sale como una mueca—.
Parece bastante inofensivo.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Está comiendo. En la cocina —dice. Sacudo la cabeza, sin
seguir lo que dice—. Los próximos platos. La... comida.
—Eso es lo que come la mayoría de la gente. Comida.
El color se ha drenado de la cara de Sloane.
—Sí... la mayoría...
—No lo entiendo...
—Te has comido a una puta persona —suelta.
Parpadeo a Sloane una vez antes de tirar del cuenco hacia atrás
para volver a vomitar.
—Dios mío, Rowan, fue realmente asqueroso. Te lo metiste
dentro. No podía tener suficiente.
Tengo arcadas.
—Te desmayaste mientras masticabas. Tuve que rasparlo de tu
lengua para que no te ahogaras.
La miro con ojos llorosos antes de volver a vomitar, aunque por
suerte no queda mucho de lo que deshacerme.
—¿Sabías que era un asado de cuadril? Torturé a Thorsten
hasta que me lo dijo. Tuve que sacarte el culo humano de la boca.
—Al menos no te lo tragaste, Sloane. ¿Por qué mierda no me
detuviste?
—Lo intenté, pero fuiste por ello. ¿No te acuerdas?
Mierda. Lo recuerdo.
Recuerdo mucho más que eso.
Sloane me observa con demasiada atención. No es tan apática
como intenta aparentar. Cuanto más la miro, más se desmorona su
máscara de indiferencia y un leve rubor aparece bajo las pecas que
espolvorean sus mejillas y su nariz.
Esta maldita chica. Entrando en pánico porque le di una idea de
cómo me siento. Claramente nerviosa por una conversación que
está desesperada por no tener. Lista para volar.
Y yo haría cualquier cosa para mantenerla cerca, incluso si eso
significa tomar un martillo a mi propio corazón.
—No. —Sacudo la cabeza mientras mi mirada se desvía hacia el
centro de mesa—. Lo último que recuerdo es a David entrando por
la puerta con el carrito. No recuerdo nada después de eso.
Cuando levanto la vista, Sloane mueve los labios. Es casi una
sonrisa. Sus ojos son un poco más suaves.
Mierda.
Tal como sospechaba. Está jodidamente aliviada.
Absorberé el veneno de este ardiente aguijón. Dejo caer la
cabeza entre las manos. Ella nunca sabrá que recuerdo cada
segundo de mi vergonzosa confesión no correspondida. Nunca
olvidaré la forma en que su piel se sonrojó de un bonito tono rosa
cuando dije que era guapa. Me habría arrastrado por la mesa para
besar esos labios carnosos cuando se fruncieron al soltar mis
secretos entre nosotros.
Tengo que metérmelo en la puta cabeza. Ella nunca querrá más
que esto. Pero me niego a perderla. Sloane es la única persona en
el mundo que puede mirar a mi monstruo y encontrar un amigo. Y
sé que ella necesita un amigo tanto como yo. Tal vez más.
—¿Estás bien? —pregunta, su voz apenas es más que un
susurro.
—Sí. Son sólo las drogas —miento de nuevo. Juro en este
instante que será la última mentira que le diga a Sloane
Sutherland—. Me siento como una mierda.
La verdad.
—Imagino que sí. Sé cómo va —dice. Retira el cuenco cuando
parece razonablemente segura que he terminado—. Bueno, no la
parte de comerse a la gente. Eso no lo sé.
Le dirijo una mirada poco entusiasta que solo sirve para
iluminar su sonrisa antes que se dé la vuelta y se lleve el cuenco
para dejarlo en el pasillo, murmurando para sí misma que se
ocupará de él más tarde. Se oye un gemido de dolor en el extremo
de la mesa y agradezco un poco tener algo más en lo que
concentrarme aparte del ardor en la garganta.
Miro hacia Thorsten. Y por primera vez, me centro realmente en
la escena que me rodea.
—Tejedora de orbes —susurro, con la respiración entrecortada
en el pecho ante el hermoso horror de una intrincada telaraña que
brilla a la luz de las velas—. Sloane... ¿cómo?
Su sonrisa es tímida mientras se aparta de la mesa
encogiéndose de hombros.
—Tenía tiempo que matar.
Sloane camina hacia Thorsten. Su cabeza cuelga contra su
pecho mientras la sangre gotea por su cara desde las cavernas sin
luz donde una vez estuvieron sus ojos. Se remueve un poco y gime
antes de volver a caer inconsciente.
—Ya casi está —le dice, dándole una palmada en el hombro
mientras se detiene a examinar el patrón de sedal que hay detrás
de él y que se extiende desde el suelo hasta el techo.
Algunas líneas se cruzan, otras se superponen. Algunas son
más gruesas que otras, las más finas están atadas con delicados
nudos para sujetar el hilo más grueso en ángulos específicos o
aproximaciones de curvas. En distintos puntos y profundidades
hay finos trozos de carne colgando de la tela.
Sloane saca un par de guantes de látex de una caja que hay
sobre la mesa, luego una cinta métrica y dos trozos de hilo de pescar
pre-cortado de calibre más fino. Tararea la música que suena de su
propia lista de reproducción a través de un altavoz portátil mientras
ata el primero de los dos hilos en la red por encima de la cabeza de
Thorsten, utilizando la cinta métrica para distanciarse un metro del
primer hilo para colocar el segundo. Una vez tomadas las medidas,
vuelve a la mesa y me mira embelesada con una sonrisa ladina.
—Puede que quieras mirar hacia otro lado, niño bonito —dice,
pellizcando el borde del plato de pan para deslizar los globos
oculares más cerca de su extremo de la mesa.
—Vete a la mierda. No soy remilgado.
—¿Seguro?
Mi estómago no está seguro.
—Normalmente no soy aprensivo. Estaré bien.
Sloane se encoge de hombros y arranca uno de los ojos del plato
con dedos cuidadosos y delicados.
—¿Cien por cien positivo?
—Prefiero verte hacer adornos para la piel y para los ojos que ir
a la cocina a ver a David Lobotomía. Vamos con eso.
—Me parece justo.
Sloane se dirige de nuevo a la telaraña, enrollando
cuidadosamente el primero de los dos hilos medidos alrededor del
ojo para atraparlo en el filamento transparente.
—¿De verdad hiciste todo esto en un par de horas? —le
pregunto. El dobladillo de su vestido sube por la parte trasera de
sus muslos mientras se afana en hacer nudos con el cordel. Se me
endurece la polla sólo de imaginarme cómo sentiría la curva de su
culo en mis manos, la suavidad de su carne en mis palmas.
—Primero hago cada capa en el hotel. Es más fácil pegarlas en
hojas desplegables y luego enrollarlas para poder despegarlas al
llegar aquí —responde mientras señala con la cabeza varios trozos
de plástico fino como el papel arrugado en el suelo, junto a la
pared—. Sabía que quería ponerlo en escena en el comedor, así que
encontré las medidas en los registros de la inmobiliaria.
Sloane se acerca a recoger el otro ojo y me dedica otra tímida
sonrisa antes de volver a la red con su premio. Al igual que hizo con
el primer ojo, enrolla el fino hilo de pescar alrededor del orbe y lo
ata a su obra maestra antes de retroceder para examinar su trabajo.
—¡Voilà5! —exclama al oído de Thorsten, pero él no se despierta.
Lo observa un momento, dándole un codazo en el brazo
ensangrentado que tiene atado a la silla. Cuando sigue
inconsciente, suspira y se vuelve hacia mí—. Este no es muy fuerte.
Es la quinta vez que se me desmaya.
—Para ser justos, le sacaste...
—Arrancar, Rowan. Le arranqué los ojos.
—Le sacaste los ojos. Aunque no sé, Mirlo... ese agujero del ojo
de la izquierda parece un poco excavado.
Se inclina hacia Thorsten con el ceño fruncido, escrutando las
cuencas vacías de los ojos mientras yo muerdo una sonrisa.
—¿Su izquierda? ¿O mi izquierda?
—Su izquierda.
—No me jodas, no tiene pinta de gubia —me dice. Su duda se
convierte en ceño fruncido cuando mira hacia atrás por encima del
hombro y capta la diversión en mis ojos—. Imbécil.
Me río e intento esquivar la cinta métrica cuando me la lanza a
la cabeza, aunque todavía estoy demasiado borracho y drogado
para evitar que me golpee en el brazo. Cuando la miro a los ojos,
intenta parecer enfadada, pero no lo está.
—Dijiste antes que era un mapa —digo mientras me froto el
antebrazo. Ella asiente—. ¿Cómo?
Sloane sonríe, se acerca y se quita los guantes mientras me mira
con sus brillantes ojos color avellana. Ese hoyuelo asoma junto a la
comisura de sus labios mientras extiende una palma hacia arriba.
—Te enseñaré, si crees que puedes mantenerte erguido sin
vomitarme encima.
Le doy una palmada y ella se ríe, pero me la tiende de nuevo y
esta vez la tomo. La habitación se arremolina mientras me pongo
de pie. No estoy muy convencido de poder mantener la compostura,
pero Sloane espera, paciente y firme. Su agarre es un ancla. Cuando

5
Ahí está; ahí estás.
dejo de balancearme, ella sigue ahí, asegurándose que cada paso
que doy sea firme mientras me conduce a su obra de arte.
—Esta es la escala —me dice mientras señala los ojos situados
a un metro de distancia por encima de la cabeza inconsciente de
Thorsten—. Un metro equivale a diez kilómetros en este mapa.
Sloane me acerca más. El calor irradia de su cuerpo para
calentar su aroma a jengibre y vainilla. Me lleva hasta el borde de
la primera capa de sedal y me suelta la mano para ponerse detrás
de mí. Me rodea los brazos con los dedos y se pone de puntillas para
mirarme por encima del hombro.
—Es difícil, pero intenta imaginarlo en tres dimensiones. Una
capa es para las calles. Otra es para los humedales. Otra es para
los suelos —me dice. Me pone una mano delicada a cada lado de la
cabeza y me desplaza para que pueda ver las capas en ángulo,
donde la carne cortada está cuidadosamente atada en puntos
específicos de la red—. Si esos investigadores idiotas tomaran cada
sección del diseño y la pusieran por capas en el software ArcGIS,
tendrían suficiente para hacer un mapa topográfico. —La pieza de
su pecho en el centro de la red es esta casa. Cada trocito de
Thorsten representa el último paradero conocido de las personas
desaparecidas que ha secuestrado o asesinado. —El brazo de
Sloane se apoya en mi hombro mientras señala un trozo de piel
enrollado en hilo de pescar. Su aliento calienta mi oreja, provocando
la subida de la piel de gallina en mi cuello—. Es para un hombre
llamado Bennett al que mató hace dos meses. Lo tomé del bíceps
de Thorsten. B de Bennett.
Miro a Thorsten, que empieza a agitarse de nuevo. Le ha cortado
la manga y tiene un trozo de carne en carne viva donde le han
arrancado la piel.
—Esto es mucho trabajo —digo cuando Sloane me quita las
manos de la cabeza y se pone a mi lado.
Me mira, con un tono rosado en las mejillas, antes de sonreír y
poner los ojos en blanco.
—Seguro que piensas que debería dedicarme al ganchillo, tener
doce gatos y empezar a gritar a los niños del vecindario para que se
vayan de mi jardín.
—Nunca. —Me giro hacia ella y la miro con recelo—. Bueno,
quizá lo de gritar a los niños del barrio. Siempre aprobaré eso. ¿Pero
esto, Mirlo? Esto es arte.
Los ojos de Sloane se suavizan. Una leve sonrisa asoma por una
comisura de sus labios. Podría inclinarme fácilmente e inhalar su
aroma. Podría besarla. Pasar mi mano por su cabello negro. Decirle
que me parece brillante, astuta y jodidamente hermosa. Que me
divierto con ella. Que aunque me siento como una completa mierda
ahora mismo, me decepciona que el juego de este año esté a punto
de terminar, porque odio verla alejarse. ¿Lo que tenemos ahora? No
es suficiente. Quiero más.
Pero me temo que intentar presionarla sólo conseguirá alejarla.
Con el modo en que se marchó del restaurante y lo que tardé en
convencerla que volviera, es un riesgo que no estoy dispuesto a
correr.
Doy un paso atrás y oculto mis pensamientos tras una sonrisa
arrogante.
—Me sorprende que no tengas ya doce gatos. Me pareces de los
que acaparan gatos.
Sloane me golpea el brazo y me río.
—Vete a la mierda, niño bonito.
—Podrías ganar mucho dinero como influencer de arena para
gatos en Instagram.
—Iba a dejar que hicieras los honores y mataras a este
pretencioso imbécil, pero me retracto totalmente. —Con una última
mirada que no tiene ningún veneno detrás, Sloane se da la vuelta y
se dirige de nuevo a la mesa para ponerse otro par de guantes de
látex antes de tomar un bisturí. Thorsten se agita y gime, pero no
está totalmente consciente hasta que ella gira el tapón de un frasco
de sales aromáticas y se lo pone bajo la nariz.
—Por favor, por favor para...
—¿Sabes qué, Thorsten... o es Jeremy? Ese es tu verdadero
nombre, ¿verdad? ¿Jeremy Carmichael? —Sloane se detiene junto
a su hombro y mira a su web, alcanzando a tocar uno de los ojos
que mira a través de la habitación—. Me recuerdas a alguien que
conocí una vez.
Los gritos de Thorsten se vuelven más frenéticos cuando Sloane
le pasa la punta del cuchillo por el cuello. Un leve rasguño recorre
su piel y sonrío mientras se agita. Conozco su proceso habitual y
sus próximos movimientos. Le hará un corte preciso en la yugular
de un solo golpe y lo dejará desangrándose en su silla.
El último toque de color en su lienzo perfecto.
—Este hombre atrajo a la gente con promesas de seguridad y
atención, para luego hacer todo lo contrario —dice mientras mira
con desdén el cuerpo tembloroso de Thorsten—. Muy parecido a ti,
en realidad. Nos atrajiste con la promesa de una comida y una
buena compañía para luego drogarnos y engañarnos. No funcionó
del todo como esperabas, ¿verdad?
—Te lo ruego, lo siento, de verdad, yo...
—¿Te suplicó David que pararas cuando decidiste jugar a la
Barbie Lobotomía con su cara? Apuesto a que te suplicó, y a ti te
encantó el sonido. Pero lo curioso es, Sr. Carmichael, que usted y
yo tenemos algo en común. Le contaré un pequeño secreto —dice.
Una sonrisa devastadoramente bella se dibuja en sus labios
mientras se acerca a su oído—. A mí también me encanta el sonido
cuando mis víctimas suplican.
—No, no, no lo entiendes... ¡David! ¡David, ayúdame!
Sus súplicas de ayuda quedan sin respuesta cuando Sloane
retrocede y regresa a la mesa para cambiar su bisturí por su hoja
de Damasco. La cabeza de Thorsten oscila de un lado a otro
mientras pierde la pista de su paradero bajo sus gritos
desesperados y balbuceantes. Pero Sloane no hace ruido mientras
se acerca sigilosamente a su presa. Se mueve como un búho en
vuelo, fluida, silenciosa y grácil. Depredadora y poderosa.
—El hombre al que me recuerdas, presentaba al mundo una
máscara tan civilizada, pero por debajo, era un demonio. Prometió
la mejor educación. Las mejores oportunidades para los estudiantes
dotados en las artes. Prometió un lugar seguro para aprender y la
mejor oportunidad de entrar en las universidades más exclusivas
para aquellos de nosotros cuyos padres eran lo suficientemente
ricos como para pagar el precio. Y como los míos nunca estaban,
no se dieron cuenta del precio que realmente pagué.
Por todas las veces que he pensado que mi alma era poco más
que una puta piedra, Sloane Sutherland me demuestra lo contrario.
Sus palabras resuenan en mi cabeza hasta que mi imaginación
me lleva a todas las posibilidades oscuras y terribles. Mi corazón
golpea cada hueso en su camino hacia el suelo. Todo lo que queda
detrás es un espacio negro que arde más con cada latido hueco.
—Podría soportarlo —dice—. Podía sobrellevarlo. Tenía un final
a la vista. Y, en cierto modo, estaba aprendiendo. Estaba
aprendiendo a mantener mi rabia y mi oscuridad bajo una máscara
para poder seguir en el mundo. Así que mantuve la boca cerrada
mientras regalaba pedazos de mí. Pero ¿sabes cuál es el precio que
no pude pagar? —pregunta mientras se detiene detrás de Thorsten.
Su sonrisa ha desaparecido. Mira fijamente hacia delante, con los
ojos casi negros en la penumbra. Su voz es grave y destila amenaza
cuando dice—: El precio que nunca pude pagar fue Lark.
El hielo infunde mis venas. Un escalofrío se extiende por mis
brazos. Me recorre la columna vertebral.
—Era la única persona que me importaba. Cuando descubrí lo
que le estaba haciendo, lo que había estado ocultando, yo también
me escondí. Esa misma noche en que me confesó los pecados de
otra persona, esperé en las sombras. Hice un voto en la oscuridad.
Que acabaría con todos los que pudiera encontrar como él. Que no
pararía hasta encontrar a los peores, los más oscuros, los más
depravados, y los borraría del mundo, uno a uno. Y me prometí a
mí misma que nunca dejaría que nadie volviera a hacer daño a
alguien que me importara.
Los brazos de Sloane se alzan a ambos lados de la cabeza de
Thorsten, el mango del cuchillo agarrado con ambas manos, su piel
blanqueada sobre los nudillos.
—Así cumplo mi promesa —dice.
La música resuena por los altavoces. Es una maldita virtuosa,
rodeada de su obra maestra. Espera una sola palabra del hombre
que tiene debajo, esperando la nota perfecta.
—Por favor...
Sloane hunde la hoja en el estómago de Thorsten.
—Ya que lo has pedido tan amablemente, derramemos juntos la
inmundicia de tus entrañas —ella grita, arrastrando el afilado acero
hacia arriba a través de su abdomen con la melodía de su grito
abrasador.
Sangre y vísceras inundan la línea recta tallada en la carne de
Thorsten. Una respiración agitada brota del pecho de Sloane, que
libera el cuchillo y mancha de carmesí la alfombra con el giro de su
mano. El lamento de Thorsten se ralentiza hasta que se queda en
silencio bajo la mirada amenazadora y vigilante de Sloane, y con
unas últimas respiraciones entrecortadas, muere atado a su silla
ornamentada.
Una carga eléctrica nos rodea. El aroma de la sangre caliente
perfuma el aire. La luz de las velas parpadea en la red. Cada detalle
se agudiza, como si el universo se hubiera reducido a esta única
habitación.
Y Sloane la diosa del caos en el corazón de todo.
Hay un escalofrío en su cuchillo. Mi mirada recorre lentamente
la longitud de su brazo. Sus hombros tiemblan, su atención
agudizada en algún recuerdo lejano traído demasiado cerca de una
superficie turbia de otro lugar en el tiempo. Lo sé porque a veces yo
también lo siento, como lo siento ahora en ella. Se refleja en sus
ojos sin luz.
No debemos confiar en ninguno de los dos. Podría volverse
contra mí mientras está atrapada en esta niebla letal. Pero cuando
veo el primer temblor de sus labios mientras una lágrima se desliza
por su mejilla pecosa, sé que correría cualquier riesgo por Sloane.
Me acerco con pasos cuidadosos y medidos. No se mueve
cuando le rodeo la muñeca con la mano y le arranco el mango del
cuchillo. Lo dejo sobre el regazo ensangrentado de Thorsten y ella
ni siquiera se mueve, con la mirada atrapada en otro momento del
tiempo.
—Tú estás bien. Lark está bien —susurro mientras deslizo un
brazo por su espalda. Como Sloane no reacciona, la rodeo también
con el otro brazo, hasta que queda enjaulada en mi abrazo—. Lo
has hecho bien.
No hay ningún cambio en ella, ni siquiera cuando aprieto los
brazos o apoyo la cabeza en su hombro.
—Yo también estoy bien —continúo—. Aunque puede que
necesite algún antiácido. Hay algo en ese aliño casero que no me
siento del todo bien. No sé qué puede ser.
Sloane suelta una carcajada y apoya parte de su peso en mi
pecho. Dondequiera que haya ido, en este momento sé que puedo
traerla de vuelta.
—David podría tener algunos consejos para mí. Parece que no
tiene problemas con la cena.
—Está muy mal, Rowan —dice en mi camisa, con la voz
apagada—. Cuando fui a la cocina por el cuenco, tenía medio
eslabón de salchicha colgando de la boca.
—Eso no suena tan mal...
—Estaba crudo.
—De acuerdo, sí. Eso está bastante mal. —Me trago las
incómodas protestas de mi estómago y limpio las imágenes de mi
mente con una profunda bocanada del aroma a jengibre de Sloane.
No quiero soltarla, pero el tiempo siempre juega en mi contra
cuando se trata de ella.
Trabaja en mi contra casi tanto como ella.
Sloane se tensa en mi abrazo y la suelto antes que pueda
separarse.
—Probablemente deberíamos ir a ver cómo está —le digo,
desviando mi atención cuando me mira con una pregunta en el ceño
fruncido.
—Sí, supongo que probablemente deberíamos.
Sloane se mueve a mi alrededor, con la mirada baja, mientras
me guía fuera del comedor. Cuando me ofrezco a llevarme el cuenco
de metal, se niega, alegando que podría derramarlo por las paredes
y darle el doble de trabajo de limpieza, pero no creo que esa sea
toda la razón. Quizá se sienta culpable por no haberme hablado
antes de Thorsten. Tal vez necesita otra cosa en la que
concentrarse. O tal vez, sólo tal vez, es porque quería decir lo que
dijo. Que le importo.
Reflexiono sobre su razonamiento mientras sigo a Sloane por el
pasillo, con el cuenco tan lejos de su cara como puede sin riesgo de
derramarlo. Sus pasos se ralentizan hasta que se detiene justo
antes del umbral de la cocina. Cuando me detengo a su lado, me
mira con una mueca, la nariz arrugada, una pequeña salpicadura
de sangre rocía la mejilla como un eco carmesí de sus pecas
naturales. Si pudiera, se la tatuaría en la piel.
Jodidamente adorable.
—Está demasiado tranquilo —susurra—. No me gusta.
—Tal vez se alejó.
—O tal vez está en coma de carne humana.
—Cristo. Demasiado pronto.
Nos inclinamos hacia delante y miramos a través de la puerta.
David está sentado en la encimera, con las piernas
balanceándose y la mirada perdida mientras se lleva a la boca con
una cuchara lo que parece ser helado de galletas y nata
directamente de la tarrina.
—Es un alivio —digo mientras suelto un suspiro contenido.
—Está viviendo su mejor vida. —Sloane baja los hombros y
observa a David por un momento antes de dirigirse a la habitación
con pasos cuidadosos como para no asustarlo. Él sigue sus
movimientos cuando ella se detiene en el fregadero para tirar el
contenido del bol antes de rociarlo todo con lejía, pero él no se
mueve, solo sigue hurgando lentamente en el helado.
Me apoyo en el marco de la puerta y cruzo los brazos mientras
miro a Sloane trabajar en el fregadero.
—¿Cuándo descubriste quién era Thorsten?
—Más o menos enseguida. —Se encoge de hombros, con la
atención aún puesta en sus manos mientras lava el cuenco más a
fondo de lo que probablemente requiere—. Oí hablar de un asesino
caníbal en el Reino Unido de hace unos años que no había
aparecido últimamente. Cuando Lachlan nos dio la localización e
investigué las desapariciones cercanas, encajaban con el mismo
perfil que las víctimas de su anterior localización. Después de eso,
revisé las compras inmobiliarias locales de los últimos años y bingo,
lo encontré.
—¿Consideraste en algún momento que podrías querer darme
una pista sobre un caníbal que nos invita a cenar? —le pregunto.
Sloane se encoge de hombros, su atención aún no se desplaza
hacia mí.
—Tal vez. Sobre todo cuando estaba raspando carne humana de
tu lengua. Hasta entonces, no, no puedo decir que lo hiciera.
Insististe en colarte en mi invitación a cenar, después de todo.
—Cristo.
Suelta una risita, claramente encantada consigo misma. Sus
ojos brillan de diversión cuando se vuelve hacia mí mientras se seca
las manos con una toalla de papel.
—Al final salió bastante bien, ¿no crees?
—La verdad es que no.
Sloane sonríe mientras se dirige hacia David, cuya atención está
consumida por el helado que tiene entre las manos. Me lanza una
mirada insegura antes de detenerse junto a sus piernas oscilantes.
—Hola, David. Soy Sloane —dice. Él no reconoce sus palabras,
sólo la mira mientras se lleva una cucharada de helado a la boca—
. Tal vez deberíamos tomar un descanso de la comida, ¿qué dices?
La sonrisa de Sloane es dulce, sus movimientos fluidos y
elegantes cuando agarra el helado con una mano y la cuchara con
la otra, y luego se las quita suavemente a David. Él no protesta y
cede ambos objetos a petición de ella.
Su hoyuelo es una sombra de diversión contenida mientras
mantiene la mirada fija en el simple recipiente blanco que tiene en
la mano. Sigue leyendo la etiqueta casera cuando se detiene frente
a mí.
—Puede que nunca vuelva a ver el helado de la misma manera.
—No quiero saberlo.
—Ingredientes: crema...
—Sloane...
—Sugar...
—Te lo suplico —digo, pero en cuanto -te lo suplico- sale de mis
labios, la sonrisa de Sloane se enciende. Se me revuelve el estómago
de la forma más incómoda.
Sloane se aclara la garganta.
—Semen, ordeñado del diez al trece de abril. Es un interesante
sustituto de la sal...
La empujo y vomito en el lavabo al son de su risa traidora. Dios,
creía que ya no quedaba nada, pero me equivoqué. Tardo un buen
rato en recuperarme antes de enjuagarme la boca y en el lavabo,
con la respiración y el equilibrio agitados.
—Por Dios. Qué puto bicho raro —digo mientras me limpio una
fina capa de sudor de la frente y me giro para mirar a Sloane, que
está de pie junto a David con los brazos cruzados y una sonrisa de
comemierda en los labios.
—Sí, era un tipo extraño.
—Todavía no estoy seguro de si estoy hablando de Thorsten o
de ti.
Sloane suelta una risita y se encoge de hombros.
—Tal vez sea divertido ver al perfecto niño bonito un poco
desordenado para variar.
Mi mirada oscura sólo parece divertirla aún más.
—Creo que eso ya lo has visto muchas veces —respondo
mientras los recuerdos del partido del año pasado afloran a la
superficie. Aún recuerdo el tacto de Sloane cuando me vendó los
nudillos ensangrentados, aún siento el calor de sus dedos sobre mi
piel.
—Eso era diferente —dice—. Ese eras tú en tu elemento natural.
Esto... definitivamente no es eso.
Resoplo en señal de acuerdo, pero no digo nada más.
—Pero, como que me debes un extra por la victoria de este año
—dice Sloane mientras se acerca.
Le dirijo una mirada suspicaz mientras me apoyo en el fregadero
de acero inoxidable.
—¿Cómo lo sabes?
—Salvarte de la asfixia, para empezar. Pensé que eso era obvio
—responde encogiéndose de hombros. Se detiene justo fuera del
alcance mientras muerde el borde de su labio inferior—. Creo que
tengo que hacer una reclamación.
—¿Una reclamación?
—Un reclamo de victoria.
—Espera —digo, sacudiendo la cabeza—. No hice un reclamo de
victoria el año pasado cuando le di una paliza a ese pedazo de
mierda por espiarte.
—Para ser justos, también me espiaste un poco.
Me burlo, pero suena forzado.
—No lo hice.
—¿No? Por lo que recuerdo, estabas casi en la pared, así de
fuerte escuchabas cómo me corría.
—Estaba escuchando a ese hijo de puta de corbata rosa
excitándose contigo. Así que, no.
—Claro —dice con una mirada rotunda. Se vuelve hacia David
y lo observa durante un largo rato antes de girar sobre sus talones
y mirarme con ferocidad en sus ojos verdes y dorados—. David.
Mi mirada se desplaza hacia la expresión vacía del hombre que
está sentado en la mesa de preparación, con las piernas aun
balanceándose en círculos.
—¿Qué pasa con él?
—Dale un trabajo.
Resoplo una carcajada.
—Un trabajo. —Otra sonora carcajada sale de mi pecho antes
que asimile la realidad. Lo dice muy en serio—. ¿Qué mierda?
—Ya me has oído. Un trabajo. —Los ojos de Sloane se
entrecierran cuando niego con la cabeza. Se acerca un paso y me
clava una mirada asesina—. No podemos dejarlo así.
—Claro que podemos. Debería alegrarse de no haber sido
devorado. Está a salvo. Esquivó una bala. O un tenedor —le digo.
—Y ahora no tiene nada. Podrías darle un lugar donde trabajar.
Un propósito.
—¿Te has dado cuenta que estamos en la jodida California? Yo
vivo en Boston, Sloane. ¿Cómo demonios voy a llevarlo de aquí para
allá sin levantar sospechas?
—No sé —dice encogiéndose de hombros, con expresión
indiferente ante el dilema que me ha planteado—. Si nadie ha
denunciado su desaparición, podrías... llevártelo.
—No es como Winston. No puedo meterlo en un transportín y
traerlo conmigo.
Sloane suspira y trata de contener una mirada que está
desesperada por soltar.
—En mi investigación no encontré nada sobre una persona
desaparecida que coincidiera con su descripción en la zona. Si
Thorsten quería un sirviente a largo plazo, probablemente se llevó
a alguien cuya ausencia nadie echaría de menos. Podrías decir que
es tu hermano. No es como si fuera a decirles algo diferente.
—Esta es una idea épicamente mala, Mirlo.
—Entonces déjalo en el hospital y vete. Si su reaparición llega a
las noticias, podrías acercarte y ofrecerle una cita. Sólo di que te
conmovió su historia o algo así.
—Yo no. —Miro a David, que me observa sin chispa de interés o
conciencia—. No te ofendas, colega.
No responde.
Me arrastro una mano por la cara y la clavo en ella una mirada
suplicante.
—Mira, Mirlo, es muy dulce lo que intentas hacer por él. De
verdad. Pero es mucho pedir, y podría estar mejor aquí. Seguro que
tiene familia en alguna parte, gente que necesita saber dónde está
y que querrá cuidar de él. Ni siquiera sabemos lo que puede y no
puede hacer ahora, gracias a ese cabrón de Thorsten.
—Apuesto a que podría lavar platos. —Sin inmutarse, Sloane se
aleja de mí y se acerca a David. Su mano se pliega alrededor de su
muñeca y él mira hacia abajo a su toque—. Ven conmigo, ¿de
acuerdo?
Con unos suaves tirones, David se desliza fuera de la mesa y
sigue a Sloane. Les hago sitio para que se detengan junto al
lavavajillas comercial. Ella toma unos cuantos platos y se los
entrega a David antes de guiarlo hasta la rejilla, con su sonrisa
alentadora, ese maldito hoyuelo que me llena de calidez y
consternación a partes iguales.
—¿Puedes ayudarme con los platos, David? Sólo tienes que
ponerlos en la rejilla y luego abrirla así. —Ella le muestra cómo
abrir y cerrar el lavavajillas independiente antes de guiarle para que
llene el cesto, lo que hace un poco más rápido de lo que esperaba.
Con su ayuda, supera con éxito todos los pasos siguientes y,
cuando termina el ciclo, saca la vajilla limpia y la deja enfriar en la
encimera—. Ha sido increíble. ¿Ves, Rowan? Lo ha conseguido sin
problemas.
Resisto el impulso de gemir cuando la brillante sonrisa de
Sloane se posa en mí.
—Por el amor de Dios. Pareces un niño pidiendo caramelos.
—¿Por favor? Súper por favor. Con cerezas por encima —dice
cuando se detiene frente a mí. Sus delicadas manos se enroscan
alrededor de mis bíceps en un toque inusualmente atrevido, sus
uñas rojas como garras contra mi piel—. Incluso te daré una
victoria para compensarte por lo del año pasado. Lo que tú quieras.
Trago saliva y resisto el impulso de atacarla o salir corriendo.
Mantengo los pies en el suelo y entrecierro los ojos con
escepticismo.
—¿Lo que yo quiera?
Ella asiente, pero frunce el ceño como si estuviera empezando a
darse cuenta de en qué se ha metido.
Mi lenta sonrisa es perversa.
—Estás cien por cien segura de esto.
Su cara se contrae. Mi sonrisa se estira.
David eructa.
Y así, sin más, mi sonrisa desaparece.
—Joder. Me voy a arrepentir de esto, ¿no?
Sloane rebota en su sitio.
—Voy a cobrar —advierto.
—Lo sé.
—Y tú me ayudas a limpiar.
—Pensé que eso era obvio, ya que acabo de lavar tu tazón de
vómito.
Suelto un suspiro pesado y prolongado.
—Bien —digo con un gemido, y Sloane resplandece. Rebota en
su sitio. Puede que incluso chille. Creo que nunca la había visto
saltar o chillar, y no estoy seguro que sea tanto por David como por
convencerme de algo que ella realmente quiere.
—Gracias —chilla.
De un salto, me besa en la mejilla.
Y entonces desaparece, el eco de su contacto se desvanece como
si nunca hubiera sido real, sólo imaginado. Pero creo que capto un
hilo de rubor en su mejilla cuando se da la vuelta. Creo que me lo
oculta mientras recoge provisiones para empezar a limpiar. De
hecho, lo sé. Está en la tímida sonrisa que esboza en mi dirección
antes de bajar la cabeza y marcharse al comedor.
Hacen falta unas cuantas horas de limpieza para borrar nuestra
presencia de la casa de Thorsten. Cuando terminamos, mantengo a
David ocupado en la cocina cargando los mismos tres estantes de
platos una y otra vez, y luego acompaño a Sloane fuera.
Permanecemos en silencio, ambos mirando las pocas estrellas
cuya luz penetra la contaminación de la ciudad que se extiende más
allá de las oscuras colinas. Hace sólo unas horas sentíamos como
si el universo se hubiera derrumbado sobre nosotros. Todo su poder
estaba afilado en una sola hoja. Y ahora somos un soplo fugaz de
tiempo bajo la luz de las estrellas.
Es la voz de Sloane la que rompe la noche.
—Creo que ahora somos oficialmente mejores amigos —dice.
—¿Ah, sí? ¿Quieres ir a hacer karate en el garaje?
Sloane sonríe a sus pies. Su hoyuelo es una sombra a la luz del
porche. Mi corazón sigue dando vueltas cuando su sonrisa se
desvanece.
—Mentí, por cierto —dice.
Ojalá me devolviera la mirada, pero no lo hace. No se atreve. Así
que me tomo un segundo para memorizar los detalles de su perfil,
porque sé que lo más difícil está por llegar, igual que el año pasado,
igual que en el restaurante.
—¿Mentiste sobre qué? —pregunto.
La delicada columna de su garganta se desplaza al tragar.
Y entonces gira la cabeza, lo justo para dejarme ver sus ojos y
una sonrisa melancólica que inclina una comisura de sus labios y
deja entrever el leve rastro de su hoyuelo.
—Boston. No estaba allí para una reunión.
Sus palabras resuenan en mi cabeza y, antes que pueda
asimilarlas o preguntarle qué quiere decir, se sube el bolso al
hombro y se marcha.
No sólo odio esta parte. La detesto.
—Nos vemos el año que viene, carnicero —dice, se mete en el
auto y desaparece en la noche.
Yo también mentí, quiero decir. Pero no tengo la oportunidad.
—Más tetas.
—¿En serio?
—Más. Tetas.
Miro mi vestido negro y vuelvo a la pantalla del portátil, donde
Lark tiene las manos bajo los pechos, empujándolos hacia arriba.
Un profundo suspiro sale de mis labios. El corazón me late con
fuerza desde hace una hora.
¡Y piensa! Sólo falta una hora.
Mi ritmo cardíaco se duplica.
—¡Ve a lo grande o vete a casa, Sloaney! —Lark repica a través
del altavoz del portátil—. ¡Tetas!
Un gemido conflictivo retumba en mi pecho.
—De acuerdo...
—¡Ese es el espíritu!
Resoplo una risa inestable y me dirijo a mi equipaje para tomar
lo que Lark llama el "vestido de emergencia". Es un vestido de cóctel
de terciopelo burdeos de inspiración vintage, ceñido a las curvas,
con detalles de encaje negro festoneado que bordean el escote. Me
queda como una segunda piel. Me quito el vestido a la vista de Lark
y me calzo unos sencillos tacones negros mientras me miro en el
espejo de pie que hay junto al televisor. Me siento como la chica de
una película retro. Respiro hondo y deslizo las manos por las ondas
de la suave tela para ponerme a la vista de la cámara.
—Ese es —dice Lark con palmadas de felicidad mientras rebota
en el borde de su cama de vuelta a Raleigh—. Cien por cien. Cabello
suelto. Hazte unas ondas al estilo del viejo Hollywood. Estrella de
oro. Dos estrellas de oro. Una para cada teta.
Si estuviera aquí, me pondría una estrella dorada en las tetas.
Siempre lleva consigo pegatinas con estrellas doradas, sobre todo
para los niños con los que trabaja como musicoterapeuta cuando
no está de gira actuando, pero no tiene miedo de sacarlas también
para los adultos.
—¿Estás nerviosa? —me pregunta mientras recojo el portátil y
me lo llevo al baño para empezar a peinarme.
—No, por supuesto que no —digo sin palabras mientras Lark
levanta una ceja escéptica en la pantalla—. Estoy jodidamente
aterrorizada.
Y emocionada. Y nerviosa. Y un poco nauseabunda.
Hace casi ocho meses que no veo a Rowan en persona. Durante
los primeros seis meses, hablamos casi todos los días, de una forma
u otra. A veces sólo textos cortos. A veces sólo un meme, o un
artículo que la otra persona disfrutaría, o un vídeo divertido. A
veces, eran largas videollamadas. Pero últimamente, desde que está
trabajando en la apertura de un segundo restaurante, ha
disminuido. Aunque respondo enseguida a sus mensajes, a veces
tarda una semana en contestar.
Superficialmente, parece la situación ideal para mí. Hay menos
presión. No estoy acostumbrada a tener gente alrededor. Incluso
cuando Lark y yo nos hicimos íntimas en el internado, me llevó
mucho tiempo sentirme cómoda con ella. Es como Rowan en el
sentido que me ha agotado, abriéndose camino a través de las
defensas que he mantenido en torno a mi naturaleza solitaria. Su
luz es imparable. Atraviesa todas las grietas. Y ahora, después de
los años que han pasado desde que nos conocimos, la extraño cada
vez que se va.
Como lo extraño a él.
—Se va a quedar boquiabierto con esas tetas —dice Lark.
Resoplo una carcajada.
—No sería la primera vez. —Mi sonrisa se desvanece
rápidamente mientras enchufo el rizador y me paso un poco de
crema de peinar por el cabello con los dedos—. Necesito algo más
que tetas.
—Tú también tienes asesinato, a él le gusta eso.
Pongo los ojos en blanco y la miro fijamente a través de la
pantalla.
—Tetas más asesinato no es igual a una relación, Lark. Esas
matemáticas no son matemáticas.
Nos quedamos en silencio mientras empiezo con los primeros
rizos. Está bromeando sobre la parte del asesinato, por supuesto.
Eso ya lo sé. Y sé lo que siento por Rowan. Cuanto más hablamos,
más nos reímos y jugamos, más me cuesta imaginar mi vida sin él.
Pero tengo mucho miedo. Más miedo de querer algo más que una
amistad con Rowan que de cualquier otra cosa que haya hecho en
mi extraña y poco convencional vida.
Realmente no hay mucho que me asuste, como si esa sensación
se hubiera embotado. Entonces, ¿por qué esto? ¿Por qué esto me
calienta la piel y me resbala las palmas de las manos y me carga el
corazón de latidos galopantes?
Ya sé por qué.
Porque aparte de Lark, nadie se ha quedado por aquí. Ni siquiera
mis padres.
¿Y si no merece la pena conservarme?
—Hola —dice Lark, su suave voz es un salvavidas en la resaca
de pensamientos oscuros—. Esto va a ser genial.
Asiento con la cabeza. Mis ojos permanecen fijos en mi reflejo
mientras enrosco otro rizo alrededor del metal caliente.
¿Y si lo he entendido todo mal? ¿Y si todo lo que siento está en mi
cabeza? ¿Y si me ha estado evitando? ¿Y si no me quiere? ¿Y si me
pasa algo que no se puede arreglar? ¿Y si intento algo más con
Rowan y la cago? ¿Y si no quiere volver a verme? Podría irme ahora.
¿Y si lo hago? ¿Y si...? ¿Y si...? ¿Y si...?
—Sloane. Sal de tu cabeza y habla conmigo.
Las lágrimas cristalizan mis ojos cuando los vuelvo hacia la
pantalla. Me trago el dolor de garganta.
—Tiene una gran vida, Lark. Muchos amigos. Tiene otro
restaurante que está casi listo para abrir. Tiene a sus hermanos. Yo
sólo... —Me encojo de hombros y me paso un pulgar por debajo de
las pestañas—. No sé si lo que tengo que ofrecer se compara con
todo eso, ¿sabes?
—Oh, Sloaney. —Lark se lleva una mano al corazón. Le tiembla
el labio, pero pone una expresión decidida mientras agarra el
portátil y acerca la cámara a su cara—. Escúchame. Eres increíble,
Sloane Sutherland. Eres brillante, tan valiente, leal hasta el fin del
mundo. Te propones algo y lo consigues, joder. Trabajas duro. Eres
divertida. Me haces reír cuando creo que no puedo. Por no
mencionar que estás buenísima. Una cara preciosa. Tetas de
estrella dorada.
Mi risa sale estrangulada. Dejo el rizador y me agarro al borde
de la encimera mientras sacudo la cabeza e intento respirar sin
sentir el escozor en la nariz.
—Has tenido que encontrar consuelo en estar sola porque no te
ha quedado más remedio. Pero por mucho que te guste, también te
sientes sola —continúa Lark—. Sé que tienes miedo, pero te
mereces ser feliz. Así que pon un poco de esa valentía al servicio de
ti misma, para variar. Rowan sería muy afortunado de tenerte.
Me muerdo el labio y me miro los nudillos blanqueados.
Lark suspira.
—Sé lo que estás pensando, cariño —dice—. Lo llevas escrito en
la cara. Pero no eres indeseable, Sloane. Porque yo te amo. Y él
también podría, si le das la oportunidad. Le dijo esas cosas dulces
sobre ti al tipo caníbal, ¿verdad?
—Sí, pero estaba borracho y no estaba en su mejor momento,
¿sabes? Además, fue hace un año. Ni siquiera recuerda que dijo
esas cosas.
—Puede ser, pero te pidió que fueras hasta allí para verlo, ¿no?
—Le debía una victoria. Además, dentro de dos días es su
cumpleaños, no podía negarme.
—Cariño —dice sacudiendo la cabeza—. Rowan podría haber
pedido a otra persona que lo acompañara si hubiera querido. Te lo
pidió a ti.
Tiene razón, podría habérselo pedido a otra. Cuando llamó el
mes pasado para reclamar la victoria que le debía desde Virginia
Occidental, había dicho que quería divertirse en la gala anual de
Best of Boston para variar.
—Eres la única persona con la que puedo divertirme de verdad —
me dijo cuando me envió la petición por FaceTime.
Podría haberme echado atrás. No es el momento ideal: mañana
a primera hora tengo una reunión en Madrid. Pero no me opuse.
Sinceramente, me sentí aliviada al oír su voz después de semanas
de casi nada. Le dije que cumpliría mi parte del trato y luego cambié
mis vuelos para ir a la reunión desde Boston en lugar de Raleigh.
Y ahora estoy aquí, preparándome para pasar la noche con
Rowan, sin saber qué esperar.
Respiro hondo y suelto mi agarre del borde del mostrador.
—Tienes razón.
—Lo sé. Suelo hacerlo —dice. Encuentro la mirada de Lark a
través de la pantalla y me guiña un ojo—. Ahora péinate, maquíllate
y ve a divertirte. Te lo mereces.
Le lanzo un beso a Lark, que se lo aprieta en la mejilla antes de
devolvérmelo. Me regala una sonrisa brillante y desconecta la
videollamada. Cuando se va, pongo música, una lista de canciones
de Lark mezcladas con otras que me recuerdan a ella. Y pienso en
ella. En todo lo que dijo. En lo intensa que ha sido mi vida desde
que ella forma parte.
Estoy lista para irme, sentada en el borde de la cama con la
rodilla rebotando, cuando Rowan me manda un mensaje para
decirme que está abajo, en el vestíbulo.
Me miro por última vez en el espejo y salgo por la puerta con el
embrague en la mano. El trayecto en ascensor es el más largo de
mi vida. Cuando por fin se abre la puerta, lo primero que veo en el
vestíbulo del hotel es a él, con la espalda ancha hacia mí y la cabeza
inclinada.
Mi teléfono zumba en mi bolso. Lo saco y leo el mensaje.
Carnicero: Seré el niño bonito con traje negro.
Yo: Ya lo veo. Pero no estoy segura de cómo voy a evitar que se
te suba a la cabeza si te ves tan bien.
Rowan levanta la cabeza y se vuelve hacia mí. Es tan guapo que
me deja sin aliento. Lleva el cabello peinado hacia atrás, el traje
perfectamente entallado, los zapatos lustrados y una sonrisa
radiante eclipsa su momentánea sorpresa. Se guarda el teléfono en
el bolsillo y cruza el vestíbulo sin apartar los ojos de mí.
Cuando se detiene a mi alcance, sus ojos recorren cada
centímetro de mi cuerpo, absorbiéndome sin pudor. Siento su
mirada por todas partes. Mis labios, rojo carmesí. Mi cabello, con
las ondas sujetas a un lado por un brillante pasador de estrellas.
Mi cuello, rociado con perfume Serge Lutens Five O'Clock Gingembre
y adornado con un sencillo collar de oro. Mis pechos, como era de
esperar, y su atención se detiene ahí un momento antes de bajar
hasta los dedos de los pies y volver a subir.
—Pareces... —Sacude la cabeza. Traga saliva. Se recompone—.
Estás preciosa, Mirlo. Estoy tan feliz que estés aquí.
Acorta la distancia que nos separa y me abraza, y le devuelvo el
abrazo, con los ojos cerrados mientras respiro profundamente su
aroma, cálido aroma a salvia y limón con un toque de especias. Por
primera vez en las últimas horas, mi corazón se ralentiza, aunque
sigue latiendo con fuerza. Hay algo en todo esto que me resulta
extraño y, a la vez, adecuado.
Rowan me libera de su abrazo, pero me sujeta los brazos con
sus cálidas palmas. Y entonces sus labios se posan en mi cuello,
donde me tiembla el pulso. Se me corta la respiración y el beso dura
un instante, lo suficiente para grabarse en mi memoria para la
eternidad.
Hay una carga eléctrica en el aire entre nosotros cuando se
aparta para mirarme con una sonrisa ladeada. No tengo ni puta
idea de cómo un hombre puede parecer tan engreído y sonrojarse
al mismo tiempo, pero es embriagador.
—Te habría besado la mejilla —me dice mientras me recorre con
los dedos la piel donde ha apretado los labios—. Pero no quería
estropearte el maquillaje.
Aprieto los labios en torno a una sonrisa que pide ser liberada.
Sé que puede ver cómo mis ojos bailan de sorpresa y diversión. Él
traga.
—¿Cuál es tu punto de vista, niño bonito?
—Para sonrojarte, claro. —Me guiña un ojo y me toma la mano,
aparentemente ajeno a la cacofonía de pensamientos que se agitan
en mi cabeza con el simple contacto de su palma con la mía—.
Vamos. El auto está esperando. Vamos a pasar una noche divertida,
Mirlo. Garantizado.
Rowan me guía hasta las puertas del vestíbulo y el camino de
entrada circular, donde hay aparcado un Escalade negro, con un
conductor esperando junto a la puerta trasera del pasajero, que
abre cuando nos acercamos. Rowan me toma de la mano mientras
subo al vehículo y luego camina hacia el otro lado para dirigirnos al
Hotel Omni Boston, en el Seaport, donde se celebrará la gala.
—Esto es muy elegante, Carnicero —digo mientras paso la mano
por el asiento de cuero—. Pudimos haber tomado un Uber, ya sabes.
Rowan me toma la mano y la sujeta en el asiento vacío que hay
entre nosotros mientras intento que la sorpresa no me recorra la
cara.
—No voy a llevar a la chica más guapa de la noche al evento
social del año en un puto Honda Accord.
—¿Qué tiene de malo un Honda Accord? —pregunto mientras
una ráfaga de mariposas baila por mi caja torácica—. Yo conduzco
uno.
Rowan se burla y pone los ojos en blanco.
—No, no lo haces. Conduces un BMW serie 3 plateado.
—Acosador.
—Por cierto, te falta un cambio de aceite.
—No lo hace.
—Mentirosa. El auto lleva literalmente tres semanas diciéndote
"cámbiame el puto aceite, maldita".
Suelto una carcajada y golpeo a Rowan en el brazo.
—¿Cómo lo sabes?
Sonríe y se encoge de hombros.
—Tengo mis maneras. —Su teléfono suena en la chaqueta y me
suelta la mano para leer el mensaje con el ceño fruncido—. De todos
modos, pensé que estaría bien darme un capricho para variar. Me
siento como si hubiera estado con la cabeza agachada, lidiando con
un problema tras otro entre los dos restaurantes. Me vendría bien
una noche divertida con mi mejor amiga.
El corazón me da un vuelco en el pecho, como si de repente
estuviera al revés. Como si todo lo estuviera. El apretón de manos.
El beso en mi pulso. Tal vez leo demasiado en estos pequeños
gestos.
¿Y si todo lo que siento está en mi cabeza?
Me aclaro la garganta y enderezo la columna, cruzando ambas
manos sobre el reluciente clutch que descansa en mi regazo.
—¿Cómo te va con el nuevo lugar?
Rowan ladea la cabeza y se concentra en la pantalla del teléfono
mientras teclea una respuesta.
—No está mal. Mucho trabajo. Todavía estamos en camino de
lanzar en octubre, pero las actualizaciones eléctricas han sido una
perra.
—¿Cómo está David? ¿Sigue bien?
Al oír esto, suelta una carcajada y bloquea la pantalla antes de
guardarse el celular en el bolsillo.
—Genial, la verdad. Le he pedido a Lachlan que vuelva a buscar
informes de personas desaparecidas que se ajusten a su
descripción, pero aún no hay nada. Y David ha sido un buen
ayudante. Es constante con los platos. Fiable. Desde la última vez
que hablamos, está en un nuevo hogar de acogida, que lo lleva y lo
recoge en cada turno cuando uno de los empleados de cocina no
puede llevarlo. Funciona muy bien.
—Me alegro —digo con una sonrisa mientras me quito las ondas
del hombro, un movimiento que Rowan sigue con gran interés antes
de dirigir su mirada a las calles de la ciudad que pasan junto a su
ventana.
—A mí también. Al menos una cosa va bien en 3 In Coach.
Parece que todo lo demás ha sido un maldito circo en los últimos
meses. Sé que forma parte de la naturaleza del negocio: las cosas
se rompen y hay que arreglarlas. Las cosas inevitablemente van
mal. Pero últimamente... parece que es mucho.
Pongo una mano en la muñeca de Rowan y él baja la mirada
hacia el punto de contacto antes de encontrarse con mis ojos con el
ceño fruncido.
—Oye, al menos tienes este premio esta noche. Tercer año
consecutivo, ¿no? Sé que ha sido una mierda gestionarlo, pero
sigues haciéndolo bien.
La expresión de Rowan se suaviza y, por primera vez, noto los
sutiles indicios de estrés en su rostro, la insinuación de ojeras bajo
sus ojos.
—Y si algo se tuerce, sé lo que puede ayudar —le digo con un
movimiento de cabeza. Sus ojos se clavan en mi hoyuelo y se
entrecierran—. Ensalada Niçoise de ternera.
Rowan gime.
—Con aderezo casero de Dijon.
—Mirlo...
—Y tal vez algunos...
—No lo digas...
—-Galletas y helado de crema para el postre.
Me pincha en las costillas y chillo con un sonido que nunca
antes había emitido.
—¿Sabes que no he podido comer helado desde entonces? —me
pregunta mientras yo suelto una risita ante la avalancha de
pinchazos—. Me encantaban los helados, gracias.
—No es culpa mía —resoplo cuando por fin me suelta—. Solo
me aseguraba que estuvieras informado de los ingredientes, por si
querías algo dulce para seguir tu experiencia gastronómica única.
—Claro. Muy creíble.
El vehículo aminora la marcha y gira hacia la entrada del
recinto, deteniéndose frente al edificio de cristal donde llegan otros
asistentes a la gala con sus brillantes vestidos y elegantes trajes.
Tiro del dobladillo del vestido, que me llega justo por debajo de la
rodilla, como si eso fuera a alargarlo por arte de magia. El conductor
tiene la puerta abierta, esperando a que acepte su mano y salga del
vehículo, pero no lo hago.
—No es de etiqueta —dice Rowan mientras su mano se desliza
entre mi espalda y el asiento para indicarme que me acerque a la
puerta—. Y te garantizo que podrías llevar un saco de papas y seguir
siendo la mujer más guapa de aquí. El vestido es impresionante,
Mirlo. Perfectamente tú.
Con una última mirada insegura a Rowan, tomo la mano del
conductor y salgo al aire fresco, con el aroma del mar impregnado
en la brisa primaveral. La mano de Rowan se posa en la parte baja
de mi espalda en cuanto salimos del vehículo, y el corazón me salta
a la garganta y se me clava allí a cada paso que damos.
El salón de baile está decorado con mantelería blanca y centros
de flores tropicales de vivos colores, y nos sentamos en el centro de
la segunda fila del escenario, enmarcado por luces de color rosa y
azul intenso. Varias barras preparan bebidas y grupos de personas
ríen y charlan cerca de sus mesas mientras suena música de fondo
a través de los altavoces situados en el perímetro de la sala. Un
grupo de música prepara sus instrumentos en un escenario inferior
situado en el extremo opuesto, donde una pista de baile brilla bajo
las tenues luces del techo.
Tomamos unas copas y nos mezclamos entre la creciente
multitud que serpentea entre las mesas. Me presentan a los amigos
y conocidos de Rowan. Restauradores, abogados, atletas
profesionales. Clientes habituales. Aficionados esporádicos. Rowan
está en su elemento, resplandeciente, brillando más que las
salpicaduras de color que se desplazan sobre su cabeza. Su sonrisa
es fácil, su risa cálida. Su energía es contagiosa. Aunque es capaz
de matar a cualquiera sin remordimientos, sigue tranquilizando a
la gente, su máscara es infalible.
Puede que sea el elemento de Rowan, pero definitivamente no es
el mío.
Las conversaciones triviales suelen resultarme más fáciles
cuando estoy de caza, porque tengo un propósito, un plan para
atraer a alguien. Me cuesta relacionarme con la gente cuando sé
que no son unos mierdas que merecen que les quiten los ojos de
encima. Pero con Rowan, es más fácil. Él me ayuda a hacer las
primeras conexiones con otras personas. A encontrar un terreno
común. Tu nuevo álbum va muy bien, ¿sabías que Sloane es amiga
íntima de Lark Montague? O, Sloane va a Madrid por la mañana para
una reunión, ¿no estuviste allí el año pasado? Y entonces me pongo
en marcha, integrándome como si fuera algo más que una simple
acompañante. Me ayuda a traspasar los límites de mi zona de
confort sin empujarme al precipicio.
Y todo el tiempo, su suave tacto es un ancla. La parte baja de
mi espalda cuando estamos de pie. Mi codo o mi mano cuando nos
movemos. Y a lo largo de la cena, sigue comprobando mi presencia
aunque estemos sentados uno al lado del otro, con una sonrisa o
una mirada o un solo dedo que se desliza por el interior de mi
muñeca. Cuando lo nombran, sube al escenario y recoge su trofeo
de lágrima de cristal al Mejor Restaurante durante la ceremonia de
entrega de premios, e incluso entonces me encuentra con un guiño
y una sonrisa ladeada.
Y el dolor enterrado en lo más profundo de mi pecho arde más
con cada momento que pasa.
Cuando termina la cena, empieza la banda. Algunas personas
se dirigen a la pista de baile, otras se quedan charlando en las
mesas. Rowan se dirige a la barra para traernos otra ronda de
bebidas y se enzarza en una conversación por el camino. Yo
también me dejo llevar por las historias y anécdotas de nuestros
compañeros de mesa que se han quedado.
Pero mis ojos se desvían hacia el hombre alto y hermoso que
succiona todo el aire de la habitación como un infierno.
Conoce mis secretos más oscuros. Yo conozco los suyos.
Podemos ser monstruos, y quizá no merezcamos las mismas cosas
que los demás. Felicidad. Afecto. Amor. Pero parece que no puedo
detener lo que siento cuando miro cada faceta de Rowan, desde su
luz más brillante hasta su oscuridad más profunda y peligrosa. Tal
vez no lo merezca por las cosas que he hecho. Pero lo quiero. Quiero
más con él de lo que tengo.
De repente, me levanto de la mesa y me dirijo hacia él antes de
saber lo que voy a hacer. Está de espaldas a mí, con mi copa de
champán en una mano y un vaso de whisky con hielo en la otra.
Está hablando con una pareja y otro hombre, uno que me presentó
como agente de inversiones. Me detengo justo detrás de él y, cuando
se produce una pausa en la conversación, apoyo una mano en la
manga de Rowan, mi mente parece dividida en dos, como si me
observara a mí misma desde fuera de mi cuerpo.
—Oye, lo siento —dice con una sonrisa tímida mientras me pasa
la bebida—. Nos pusimos a charlar de negocios.
—Por supuesto, no quería interrumpir. —Empiezo a retroceder
pero Rowan me agarra la muñeca. Dice algo que no es una
interrupción, pero yo sólo absorbo una o dos palabras clave más
allá de la música y la ensordecedora percusión de mi corazón. Trago
saliva, mis ojos se clavan en sus labios antes que por fin consiga
levantarlos y encontrarme con su mirada—. ¿Te gustaría bailar?
¿Conmigo?
La sorpresa momentánea de Rowan se evapora cuando su
atención se desvía hacia la pista de baile, una chispa se enciende
en sus ojos mientras sus labios levantan una comisura. Me
recuerda a la sonrisa diabólica que esbozó en casa de Thorsten
cuando el caníbal le propuso visitar el huerto de tomates. Cuando
los ojos de Rowan vuelven a encontrarse con los míos, brillan.
—Por supuesto —dice. Me quita la copa de la mano y deposita
nuestras bebidas en una mesa cercana antes de guiarnos entre la
multitud.
A medida que nos acercamos a la pista de baile, el grupo termina
una canción y empieza otra, con un ritmo más lento pero lo
bastante enérgico como para ser algo más que un baile arrastrando
los pies, y un tono romántico. Algunas personas se marchan a
buscar más bebidas. Otros se emparejan. Por un momento pienso
que Rowan podría desviarse hacia la mesa o darse la vuelta para
ver mi reacción, pero no lo hace. Sigue adelante con mi mano entre
las suyas hasta que estamos en la pista, entre las parejas, uno
frente al otro.
—Probablemente vas a ser irritantemente bueno en esto,
¿verdad? —digo mientras su mano derecha se desliza por mi
cadera, la izquierda sujeta mi mano derecha en alto, su agarre
cálido y firme.
Rowan me sonríe y empieza a guiarnos en el movimiento. Nada
elegante, nada llamativo. Sólo sincronía, como si encajáramos el
uno con el otro, con la música.
—Y seguirás siendo mejor que yo, ¿verdad?
Sonrío y la sonrisa de Rowan se acentúa. Entonces levanto las
manos unidas en señal que me entiende. Me guía en un pequeño
giro, me suelta y me vuelve a acercar con una risita.
—Tal vez. O puede que seamos iguales —digo, y le sostengo la
mirada todo lo que puedo antes de desviarla por encima de su
hombro.
La canción sigue sonando y siento cada pequeño cambio de
movimiento y carga en el aire. Rowan me abraza por la espalda. Mi
mano en su brazo pasa a engancharse en su hombro. Su pecho roza
el mío con cada inhalación. Cuando su aliento me calienta el cuello,
donde mis ondas se echan hacia atrás, mis ojos se cierran. Inclino
la cabeza. Quiero otro beso allí, justo donde me tiembla el pulso,
para saber que no es solo un momento del pasado, una anomalía.
—Sloane... —dice cerca de mi oído mientras hacemos un giro
gradual.
—Sí —susurro, esa simple palabra inestable en una respiración
entrecortada.
—¿Estás lista para divertirte de verdad?
Se me abren los ojos. La voz de Rowan es firme y clara. Desviada.
No como la mía, entrecortada por la necesidad y los deseos
desenfrenados.
No digo nada mientras me alejo lo suficiente como para
mostrarle la confusión y las preguntas alojadas en mi ceño
fruncido. Esa sonrisa diabólica vuelve a asomar en sus labios. Una
sonrisa de secretos.
—El calvo con gafas y corbata roja. Deberías poder verlo al otro
lado de mi hombro —dice.
Mi mirada recorre la pista de baile y se posa en un hombre
delgado de unos cincuenta años con un traje de diseño a la medida.
Baila con una mujer más o menos de su edad, con el cabello rubio
recogido en un elegante peinado.
Asiento con la cabeza.
—Se llama Dr. Stephan Rostis. —Los labios de Rowan rozan mi
oreja mientras susurra—: Y es un asesino en serie. Ha matado al
menos a seis de sus pacientes durante sus quince años en Boston.
Quizá más cuando vivía en Florida. Y podemos acabar con él juntos.
Esta noche.
Mis pasos se vuelven de madera y pequeños. Las piezas que
había juntado en mi cabeza se separan de repente y se reorganizan
en otra imagen. Lo había entendido todo mal. Sólo estaba en mi
cabeza.
Me equivoqué en todo.
Nuestros pasos se ralentizan y se detienen. Rowan se aparta y
me mira, con la emoción aún radiante en sus ojos.
—Tengo un gran plan. Nunca se queda hasta tarde en estas
cosas. Podemos tomarlo y volver aquí sin que se note nuestra
ausencia. La coartada perfecta.
—Yo... um... —Los pensamientos mueren antes de aterrizar en
mi lengua y me aclaro la garganta para intentarlo de nuevo,
esperando poder infundir a mi voz una fuerza que no acaba de
llegar—. No estoy vestida para la ocasión —digo, mirando el
terciopelo rojo que brilla en el destello de las luces.
—Yo haré todo el desorden.
Es la primera vez que no me emociona la perspectiva de matar
a otro asesino. No es lo que esperaba, supongo. No es hacia donde
quería que fuera esta noche.
—Oye, ¿estás bien? —pregunta Rowan—. Creía que el color de
tu vestido era una broma interna -ya sabes, rojo sangre y todo eso-
, pero me aseguraré que no se estropee, por supuesto.
Mi corazón se arruga como papel aplastado en un puño.
—Pero si no quieres... —continúa, y su voz se va apagando a
medida que la preocupación y tal vez la decepción se apoderan de
cada nota. Parece darse cuenta que no nos hemos puesto de
acuerdo cuando dice—: Creí que cuando dije que podríamos
divertirnos de verdad sabías a qué me refería.
—No, en realidad no entendí eso. Pero ahora lo veo.
La pausa entre nosotros parece milenaria. El pulgar de Rowan
me levanta la barbilla y sigo concentrada en el vestido hasta que
me veo obligada a mirarlo a los ojos.
La confusión se dibuja en su entrecejo. Me mira a la cara, con
las mejillas sonrojadas, los ojos vidriosos y los labios tensos.
—¿No... no sabías que me refería a eso? —pregunta.
—Sorprendentemente, "Quiero divertirme de verdad" no se
transfiere de forma fiable a "Quiero que asesinemos a alguien
juntos", a menos que me haya perdido algo en Google Translate.
—¿Y aun así viniste?
Trago saliva e intento apartar la mirada, pero él no me deja. Está
ocupando todo el espacio de cada uno de mis sentidos, y por mucho
que quiera ser absorbida por el vacío, Rowan me ancla aquí mismo.
Claridad e incredulidad se entrelazan en su expresión
cambiante. Intenta recomponer su propio rompecabezas roto, una
nueva imagen que emerge.
—Mierda... —Sus palabras susurradas apenas se oyen por
encima de las voces y la música que nos rodean, pero las siento,
como si fueran espinas clavadas en mi piel. Su agarre en mi barbilla
se reafirma y se acerca, asomándose sobre mí, sus ojos rebotando
entre los míos—. Sloane —susurra—. Estás aquí de verdad.
No estoy segura de lo que se supone que significa. Pero no
pregunto. No cuando su mirada se detiene en mis labios, que se
separan al exhalar temblorosamente. Ni cuando levanta lentamente
la otra mano para apartar las ondas de mi hombro, las yemas de
sus dedos son un murmullo eléctrico en mi piel cuando recorren la
pendiente de mi cuello.
Se inclina más hacia mí. Sus ojos no se apartan de los míos.
Sus labios están a un hilo de distancia...
Y entonces suena su teléfono con el sonido de una sirena.
—Joder —sisea, su maldición se derrama por mis labios. Se
aparta y el beso se pierde en otra dimensión, otro Carnicero y Mirlo
que finalmente chocan.
Pero en este reino, la mano de Rowan se aparta de mi cara
mientras sus ojos se cierran. Retira el teléfono y acepta la llamada.
—¿Qué pasa? —dice mientras intenta contener su suspiro
frustrado ante la llamada—. ¿Qué quieres decir con ''explotó''...?
Jesucristo. ¿Están todos bien...? —Rowan se pasa una mano por el
cabello, ahora despeinado. Sus ojos se posan en mí con una
intensidad oscura y concentrada—. Voy para allá. Haz las comidas
que tengas que hacer.
—Eso no ha sonado bien —digo con una sonrisa agridulce
cuando desconecta la llamada.
—Tengo que irme. Ahora mismo. Lo siento.
—Puedo ir y ayudar...
—No —dice, con una voz inesperadamente firme. Su mano
encuentra mi brazo y me sujeta, una disculpa por su tono
cortante—. La cocina de la sección de repostería acaba de explotar
literalmente. Menos mal que no hay heridos. No quiero que te
acerques a eso. No puedo, Sloane.
Asiento e intento sonreír.
—Siento que tu noche haya dado un giro.
—Yo también. Lo siento mucho, maldición —dice con una
profunda arruga entre las cejas mientras sacude la cabeza—.
Quédate y diviértete. Tomaré un Uber hasta el restaurante y te
enviaré los datos del conductor para que puedas volver al hotel
cuando estés lista.
Me pasa la mano por la nuca y me besa en la frente. La caricia
resuena mucho después que sus labios desaparezcan.
Me duele el pecho cuando da un paso atrás y deja caer la mano
a un lado. La sonrisa de Rowan es débil, su ceño está fruncido.
—Adiós, Mirlo.
—Adiós, Carnicero.
Observo cómo retrocede, casi chocando con las parejas de la
pista de baile, sus ojos se clavan en los míos hasta que se obliga a
girarse. Y sigo mirándolo, con los pies clavados en el suelo y las
manos juntas, como una estatua entre las luces y el movimiento
que se arremolinan a mi alrededor.
Justo cuando llega a las puertas, Rowan se gira. Sus ojos
encuentran los míos. Le dedico una sonrisa fugaz. Se pasa una
mano por el rostro y deja a su paso una expresión feroz y decidida.
Da dos pasos en mi dirección pero se detiene bruscamente, sus
hombros caen mientras saca el teléfono del bolsillo de su chaqueta.
Con una última mirada de derrota en mi dirección, acepta otra
llamada y se aleja a grandes zancadas.
Cinco minutos más tarde, me llega un mensaje de texto con los
datos de contacto del conductor.
Me voy en cuanto llega.
Cuando vuelvo al hotel, repaso mi rutina nocturna y me deslizo
entre las crujientes sábanas, quedándome dormida casi al instante,
como si mi cabeza y mi corazón hubieran corrido una maratón. Me
levanto justo antes que suene el despertador, salgo a los cuarenta
y cinco minutos de levantarme y me dirijo al paseo cubierto entre
el hotel Hilton y el aeropuerto Logan cuando mi teléfono suena en
mi mano.
Carnicero: Ya te extraño.
La emoción me obstruye la garganta. Me quedo mirando la
pantalla durante un buen rato antes de responder:
Yo: Yo también te extraño.
Yo: ¿Sigue en pie lo de agosto? No hay presión si no puedes, de
verdad. Sé que tienes mucho en tu plato.
Espero que no lo consiga. ¿Quién podría? Con un nuevo
restaurante en construcción y uno popular que parece estar
cayéndose a pedazos, sería razonable esperar que quisiera un año
de prórroga. ¿Estaría destrozada? Claro. ¿Pero lo entendería? Sí,
claro.
Carnicero: Mirlo...
Los puntos de su respuesta me mantienen inmóvil.
Carnicero: Volaré este restaurante yo mismo antes de
perdérmelo. Nos vemos en agosto.
Carnicero: ¡Y cambia el aceite, maldita vaga!
Me guardo el celular en el bolsillo y me trago el ardor que me
recorre la garganta, y luego sigo adelante, dispuesta a superar estos
próximos meses. Tal vez dispuesta a intentarlo de nuevo.
¿Y si lo vuelvo a intentar?
¿Y si lo hago?
—Maldita sea. ¿Llego demasiado tarde? ¿Ganaste?
Rowan me lanza una mirada fugaz cuando me acerco por el
desgastado camino, con el polvo cubriendo mis zapatillas de una
película de color ruano. Tiene los brazos cruzados sobre el pecho y
las mangas de la camiseta le aprietan los tensos bíceps. Hay un
destello de inquietud en sus ojos, su escrutinio cataloga los detalles
de mi rostro antes que vuelva a centrar su atención en lo que hay
más allá de las ondulantes colinas de hierba de la pradera.
—No. No gané.
—¿Qué estás haciendo?
—Tratando de mentalizarme.
Ladeo la cabeza con una pregunta, pero Rowan no me mira. Sigo
su línea de visión cuando me detengo a su lado.
—Wow... Eso es sólo... Yikes.
Observo la destartalada granja tejana de dos plantas situada
más allá de la suave elevación de las colinas, dejando que mi mirada
recorra la maltrecha y blanqueada madera del revestimiento, las
ventanas destrozadas y entabladas del segundo piso. Un agujero en
el lado derecho del tejado se abre hacia el cielo como unas garras
rugientes que llaman a la tormenta que oscurece el horizonte. En el
patio cubierto hay un montón de basura: sillas y cajas rotas,
bidones de gasóleo y herramientas, todo esparcido a ambos lados
del camino que conduce a la puerta principal con mosquitera.
—Bueno... es un lugar hogareño —digo.
Rowan tararea una nota baja y pensativa.
—Si por hogareño quieres decir pesadillesco, estoy de acuerdo.
—¿Estás seguro que está ahí?
Una risa maníaca y el grito desgarrador de un hombre preceden
al gruñido de una motosierra que se pone en marcha en el interior
de la casa.
—Bastante seguro, sí.
Los gritos, las risas desquiciadas y el rugido de la motosierra
rompen el aire que, de repente, parece demasiado pesado,
demasiado caliente. Mi ritmo cardíaco se acelera. La sangre zumba
en mis oídos, una percusión constante en la sinfonía de la locura.
—Podríamos ir a tomar unas cervezas —dice Rowan por encima
del caos que emana de la casa—. Eso es lo que hace la gente normal,
¿no? ¿Ir a tomar unas cervezas?
—Si...
Una parte de mí piensa que es una idea inteligente, pero no
puedo negar la excitación que inunda de adrenalina las cavidades
de mi corazón. Harvey Mead es un bruto enorme, una bestia de
hombre, y quiero acabar con él. Quiero clavarlo a las tablas del
suelo de su casa del terror y arrancarle los ojos, sabiendo que soy
yo quien ha impedido que vuelva a segar otra vida. Quiero que
sienta lo que sintieron sus víctimas.
Quiero hacerlo sufrir.
Rowan suelta un fuerte suspiro y me mira por encima del
hombro.
—No vamos por cervezas, ¿verdad?
—Claro que sí. Pero después.
Otro grito desesperado atraviesa el aire, despertando a un grupo
de cuervos y a un buitre solitario del bosquecillo de árboles a la
izquierda del camino. No van muy lejos, probablemente ya son
conscientes que los ruidos en la casa son señal de una próxima
comida.
El tono de la motosierra aumenta y el grito se debilita. La
angustia tiene algo de nebuloso. Una desesperanza. No es un grito
que pida clemencia. Es sólo dolor, poco más que un reflejo. La
humanidad erosionada, despojada, reducida a un animal atrapado
en las garras de la angustia.
La risa maníaca de Harvey Mead se apaga. Los gritos de su
víctima se van apagando hasta desaparecer. La motosierra
continúa, con su tono subiendo y bajando a medida que trabaja,
hasta que finalmente termina también, cubriéndonos en un silencio
absoluto.
—Nueva regla —digo mientras me aclaro la garganta y me giro
para mirar a Rowan. Me mira fijamente, con las mejillas sonrojadas
y los ojos azul marino ardiendo como el núcleo de una llama de
alcano. Aunque asiente con la cabeza, no encuentro emoción en su
expresión, sus labios se perfilan en una línea sombría mientras una
arruga se hace más profunda entre sus cejas—. Si lo atrapas
primero, podré llevarme algo.
Rowan asiente de nuevo, sólo una vez. Su presencia penetra en
mi espacio. Su calor. Su aroma. La salvia, la pimienta y el limón me
envuelven.
—Sólo uno —me dice, con palabras crudas como si les hubieran
quitado el filo. Se me corta la respiración cuando me lleva una mano
doblada al pómulo y me pasa el pulgar por las pestañas mientras
cierro los ojos. Todo parece más vibrante en la oscuridad
momentánea: el silencio de la granja, el aroma de la piel de Rowan.
Su suave tacto. El latido de mi corazón—. Sólo uno —vuelve a decir
Rowan mientras retira la mano. Cuando abro los ojos, su mirada
está atrapada en mis labios.
Mi voz es un fino susurro:
—¿Sólo un qué?
—Sólo un ojo. —Rowan aparta su dura mirada de mi rostro
mientras se vuelve hacia la granja en descomposición—. Quiero que
sufra. Pero quiero que vea cada momento.
Asiento con la cabeza. Un relámpago ilumina el negro telón de
fondo de una tormenta que se avecina, seguido un suspiro después
por el estallido de un trueno.
—Gane quien gane, nos aseguraremos de ello.
Saco mi cuchillo de acero de Damasco del cinturón y me giro
para acercarme a la casa, pero las yemas de los dedos de Rowan
rozan mi antebrazo y su ligero contacto enciende una corriente en
mi piel que me detiene bruscamente. Nuestras miradas chocan y
mi corazón se repliega sobre sí mismo. Nunca nadie me había
mirado así, con tanta preocupación y miedo enjaulados. Y por
primera vez, no es miedo a mí.
Miedo por mí.
—Ten cuidado, Mirlo. Yo sólo... —Los pensamientos de Rowan
se desvanecen con la repentina brisa mientras mira hacia la casa.
Sacude la cabeza, deja caer su atención en mis zapatillas sucias
antes de volver a mirarme—. Es un tipo grande. Probablemente esté
nervioso. No te arriesgues.
Una media sonrisa tensa una comisura de mis labios, pero no
cambia nada en la severa expresión de Rowan.
Una mirada larga. Una respiración contenida. Un puñado de
latidos y un relámpago.
Luego me alejo, los pasos de Rowan me siguen mientras nos
dirigimos a casa de Harvey Mead.
El camino serpentea entre dos colinas bajas, abriéndose a un
patio de matorrales que rodea los edificios. A la derecha de la casa,
el terreno desciende hasta un barranco poco profundo de arbustos
y lo que debe ser un pequeño arroyo que probablemente no sea
mucho más que un hilo de agua bajo el sol de agosto. Entre la casa
y el barranco hay un pequeño jardín rodeado de alambradas de
gallinero y tintineantes amuletos de cristales rotos para ahuyentar
a los pájaros. En la parte trasera izquierda de la casa hay
dependencias. Un gallinero. Un viejo taller con tejado bajo y plano.
Un granero que se yergue como una fortaleza premonitoria entre la
casa y la tormenta que rueda hacia nosotros. Los restos
esqueléticos de autos deformados y oxidados sobresalen entre los
troncos de fresnos de Texas y sauces del desierto.
Me detengo al borde del patio. Rowan se detiene a mi lado.
—Gran atractivo —susurro.
—Mucho mejor de cerca. La cabeza de la muñeca le da carácter
—susurra, señalando la cabeza decapitada de una muñeca Chatty
Cathy de los años 50 que nos mira desde el porche con ojos negros
sin alma.
—Lo tomaré si él tira... —Me inclino hacia delante y entrecierro
los ojos ante un trozo de pelaje gris atascado bajo una mecedora
destrozada—. ¿La... zarigüeya?
—Iba a decir "gato", pero claro.
Me enderezo y me vuelvo hacia Rowan con el puño entre los dos.
—Sloane...
—Piedra, papel o tijera. El que pierda toma la puerta principal
—digo con una sonrisa sombría.
Rowan me mira durante un largo instante antes de sacudir la
cabeza con un suspiro resignado. Su puño se encuentra por fin con
el mío.
A la cuenta de tres, elegimos. Mis tijeras pierden frente a la
piedra de Rowan. Él frunce el ceño.
—Dos de tres —sisea, agarrándome de la muñeca cuando me
dirijo hacia los escalones.
—¿Por perder? De ninguna manera. Vete a la puerta de atrás y
disfruta de tu ventaja, rarito. —Sonrío y arrugo la nariz como si no
fuera para tanto, aunque Rowan puede sentir cómo me sube el
pulso bajo su palma hasta que me libero.
No miro atrás y me concentro en subir viva la escalinata. Me
arde el pecho por volverme hacia Rowan, por quedarme con él y
cazar a su lado, pero no lo hago.
Cuando apoyo un tacón en los tablones agrietados de la
escalera, veo a Rowan en la periferia mientras finalmente acecha
hacia la parte trasera de la casa.
A cada paso silencioso que doy, observo mi caótico entorno, con
cuidado de no perder el equilibrio o golpear algo. No se oye nada en
la casa, no hay movimiento más allá de la puerta mosquitera, ni
sombras amenazadoras iluminadas por un relámpago. Las
primeras gotas de lluvia golpean el porche cubierto justo cuando
llego a la puerta, rebotando en latas y escombros en una melodía
metálica.
Abro la puerta mosquitera lo justo para deslizarme dentro, el
silencioso chirrido de las bisagras oxidadas absorbido por un
trueno que sacude las paredes.
El olor a comida, podredumbre y moho se mezcla en un remolino
nauseabundo cuando empiezo a recorrer un estrecho pasillo. A la
izquierda hay un salón con muebles viejos y elementos originales
cubiertos de una capa de polvo. El papel pintado floreado se
desprende de las paredes y se agita con la brisa de la tormenta
mientras se abre paso a través de puertas abiertas y ventanas rotas.
Hay un cuerpo parcialmente momificado sentado en un sillón junto
a la chimenea, con las piernas cubiertas por una manta de ganchillo
y una Biblia abierta entre sus manos esqueléticas. Su cabello largo
y blanco se levanta de sus hombros, un par de dentaduras postizas
aún se aferran a sus mandíbulas flojas.
—La vieja mamá Mead, supongo —le susurro mientras doy unos
pasos cautelosos hacia la habitación hasta situarme frente a ella—
. Apuesto a que eras una zorra, ¿verdad?
Saber que Harvey Mead sigue el mismo camino que muchos
otros asesinos en serie, con una fijación por una madre
controladora, dominante y probablemente maltratadora, no lo hace
menos peligroso.
Pero ciertamente me da algunas ideas...
Me inclino hacia ella y sonrío ante la piel curtida y los ojos
hundidos de la mujer del sillón.
—Hasta pronto, mamá Mead.
Con un guiño, agarro con fuerza mi cuchillo y salgo de la
habitación, dirigiéndome al otro lado del pasillo, hacia la escalera
que lleva al segundo piso.
El crujido de los pasos queda amortiguado por los truenos y la
lluvia. Parece imposible que la casa esté tan desprovista de sonidos
humanos después de la brutal matanza que acaba de tener lugar,
pero lo único que oigo es mi corazón y la tormenta.
Cuando llego al rellano del segundo piso, la lluvia es cada vez
más fuerte y su aroma disipa el hedor del piso principal. Espero un
momento, observando, escuchando. Pero no llega nada. No surge
ninguna pista sobre el paradero de Harvey cuando me detengo ante
la boca de un pasillo.
Empiezo a avanzar.
Primero, llego a un dormitorio lleno de cajas. Revistas.
Periódicos. Manuales amarillentos de autos y tractores. Doy una
vuelta por la habitación y no encuentro nada que merezca la pena.
Vuelvo a entrar en el pasillo y me dirijo a la siguiente habitación,
un cuarto de baño con un lavabo de pedestal agrietado y una
cortina de ducha pegada al interior de una bañera con patas, cuyo
plástico, antes blanco, está moteado de negro. No hay sangre en el
suelo. Ni huellas. Ni olores ni sonidos extraños.
La siguiente habitación en la que entro es el dormitorio
principal. De todas las habitaciones que he visto, ésta es la más
limpia, aunque sería exagerado decir que está impecable. La
ventana está llena de polvo y suciedad, pero no está rota. La cama
es una sencilla estructura de hierro forjado, las sábanas están
arrugadas y hay ropa esparcida por la superficie y el suelo. Reviso
la habitación, pero no hay ningún Harvey Mead, así que no me
entretengo y decido buscar entre sus escasas pertenencias cuando
esté muerto.
Salgo de la habitación.
La habitación de al lado está al otro lado del pasillo. El ruido de
la lluvia al golpear los recipientes metálicos amortigua mis pasos
cuando entro en la pequeña habitación. Un agujero en el techo se
abre hacia el cielo, atravesando las vigas destrozadas del ático. Un
relámpago ilumina el cielo. La lluvia cae dentro de la casa y llena
una serie de macetas de metal y recipientes de cerámica apiñados
unos contra otros sobre una lámina de plástico transparente que
cubre el suelo. Rodeando el borde del agujero hay huesos que
cuelgan de cuerdas de hilo mojado como campanillas de viento. Las
vértebras se retuercen y golpean entre sí con la brisa, y de sus
cuerpos y alas blanqueados brotan riachuelos de agua.
Observo durante un momento, reflexionando sobre la psicopatía
del hombre que los ha ensartado aquí, antes de salir de la
habitación para dirigirme a la última puerta, en el lado opuesto de
la sala, al final del pasillo.
Esta puerta está cerrada. Permanezco junto a ella un largo rato
con la oreja pegada a la madera y el cuchillo apretado en la mano.
No se oye nada desde dentro. Tampoco llega ningún sonido del piso
de abajo, aunque no estoy segura de poder oír nada desde el piso
inferior a menos que se trate de un enfrentamiento. Los truenos son
más seguidos. La lluvia golpea el tejado en cortinas vacilantes.
Una punzada de preocupación me llena el pecho por Rowan. Tal
vez sea mejor que no lo haya oído, pero tampoco he oído sonidos
del sufrimiento de Harvey, y eso se aloja como una espina en lo más
profundo de mi piel. A este paso, no me importa quién gane. Sólo
quiero a Harvey muerto.
Sacudo las muñecas para que la excitación, la tensión y el miedo
se desprendan de mis miembros, agarro el pomo de la puerta y la
empujo para abrirla.
—Qué mierda...
Esto no es lo que esperaba.
Tres monitores sobre un escritorio lleno de papeles y lápices.
Las pantallas muestran las imágenes de dieciocho cámaras. El
granero. El taller. La puerta trasera. La cocina. Una habitación
oscura en la que no se distingue nada. Una habitación muy
iluminada donde un cuerpo desmembrado yace apilado sobre una
mesa cubierta de plástico, con sangre y carne goteando sobre el
suelo de baldosas.
Veo a Rowan, entrando en el salón.
Y entonces veo a Harvey, acechando por el pasillo hacia él.
La sangre se drena de mis miembros. El hielo infunde mi piel.
—Rowan —susurro.
Grito su nombre mientras salgo corriendo de la habitación...
Y soy cazada por Harvey Mead.
El agua salpica mi rostro palpitante. Las náuseas se
arremolinan en mi estómago. La sangre me cubre la lengua. El
mundo gira a mi alrededor. Ruedo. Estoy rodando colina abajo.
Rodando y cayendo.
Aterrizo con un crujido estremecedor sobre mi hombro
izquierdo, el viento desaloja mis pulmones a través de un grito
silencioso. Jadeo en busca de un aire que no llega. Se me agarrota
el pecho. La lluvia y los destellos de luz me ciegan mientras
parpadeo hacia el cielo, las primeras bocanadas de aire entrando
por fin en mis pulmones presos del pánico.
Unas botas aterrizan cerca con un fuerte golpe y se acercan
hasta detenerse junto a mi cabeza. La lluvia lava la sangre
congelada del cuero negro. Abro la boca para gemir el nombre de
Rowan cuando una mano se enrosca en mi cabello y me arranca del
reconfortante aroma a tierra y hierba mojada.
Me encuentro cara a cara con Harvey Mead.
Remolinos de agua caen en cascada desde su cabeza calva hasta
gotear de su frente y caer sobre su rostro inexpresivo. Me mira
fijamente. Le devuelvo la mirada en el abismo de sus ojos oscuros.
Y entonces le escupo en su jodida cara.
Harvey no se limpia la saliva. Me sujeta con firmeza, dejando
que la lluvia arrastre las rayas ensangrentadas por su piel picada
de viruelas. Una mueca lenta hace que sus labios se retraigan para
mostrar unos dientes cariados en una sonrisa desconectada del
resto de su apática máscara.
Me suelta, pero sigue sujetándome el cabello mientras arrastra
mi cuerpo debilitado por el lateral de la casa. Mi cabeza palpita. Me
palpita la cara. Las lágrimas me escuecen en los ojos con cada tirón
del cabello, y el dolor del hombro me sube por el cuello hasta el
brazo inerte. Mis pies arañan la hierba, el barro y los escombros,
pero no consigo hacer pie con su forma de mantenerme agachada.
Lo araño y le golpeo la pierna con la mano buena, pero es
demasiado grande para sentir el impacto de mi inútil lucha.
Nos detenemos ante las puertas de un sótano. Harvey abre un
candado oxidado y pasa la cadena por las manillas antes de abrir
una puerta y meterme dentro.
Golpeo el suelo con un gruñido, mi primer aliento se llenó de
olor a mierda, orina y miedo.
El contenido de mi estómago se derrama por el suelo.
Hasta que no dejo de tener arcadas no me doy cuenta que no
estoy sola. Alguien está sollozando en la oscuridad.
—Adán —dice una mujer entre gritos desolados—. Él mató a
Adam. Lo oí. Lo m-mató.
Se mantiene a distancia, repitiendo sus palabras en un canto
desesperado que se filtra por cada grieta y hendidura de mi pecho.
Hermano, amante o amigo, fuera quien fuera Adam, ella lo quería.
Y sé lo que es ser testigo del sufrimiento de alguien a quien amas.
Comprendo su dolor y su impotencia mejor que la mayoría.
—Sí. Mató a Adam —respondo entre jadeos mientras saco el
teléfono del bolsillo trasero. Zumba en mi mano con un mensaje,
pero antes enciendo la linterna y la dirijo hacia el suelo, entre la
mujer desnuda agachada contra la pared y yo, mientras ella
retrocede ante la luz—. Y te prometo que Adam será la última
persona a la que Harvey Mead mate.
No sé si eso la tranquiliza o la cierra. Quizá algún día lo haga,
pero ahora mismo su pérdida está demasiado reciente y la herida
es demasiado profunda. Sus sollozos continúan mientras vuelvo mi
atención a la pantalla cuando recibo un mensaje de texto.
Carnicero: Sloane
Carnicero: SLOANE
Carnicero: RESPONDE
Carnicero: DÓNDE ESTÁS
Los puntos de otro mensaje entrante empiezan a parpadear
mientras escribo una respuesta.
Yo: Estoy bien. Encerrada en el sótano. Lado derecho de la casa
La respuesta de Rowan es inmediata:
Carnicero: Agárrate fuerte, amor. Ya voy.
Leo su mensaje dos veces antes de bloquear la pantalla y
morderme el labio. Me pica la nariz. Me arde un dolor en el pecho.
Tal vez sea solo una expresión irlandesa, pero sigo oyéndola una y
otra vez en la voz de Rowan, como si estuviera aquí mismo, en mi
cabeza.
Agárrate fuerte, amor.
—¿Cómo te llamas? exclamo mientras dirijo mi atención a la
mujer que llora acurrucada contra la pared de ladrillo. Tiene más o
menos mi edad, es delgada y su cuerpo desnudo está cubierto de
suciedad.
—Soy Autumn.
—De acuerdo, Autumn. —Dejo el teléfono para que la linterna
apunte hacia el techo y empiezo a desabrocharme la camisa—. Voy
a darte esto pero necesito tu ayuda para quitármela.
Autumn duda un momento antes de acercarse con pasos
vacilantes. No hablamos mientras me ayuda a pasar la tela por
encima de mi hombro dislocado y, aunque retrocede
momentáneamente cuando suelto un grito de dolor, persevera para
liberar la camisa de mi cuerpo. La tela está empapada y embarrada,
y puede que no la mantenga caliente en el frío sótano, pero al menos
estará cubierta.
Está apretando el último botón cuando un hacha atraviesa las
puertas del sótano.
—Sloane —grita la voz desesperada de Rowan, por encima del
grito aterrorizado de Autumn, del viento y de la lluvia torrencial—.
¡Sloane!
Un dolor agudo se apodera de mi garganta. Se me llenan los ojos
de lágrimas, tomo el teléfono y me acerco a las puertas.
—Estoy aquí, Rowan...
—Atrás. —Con unos cuantos golpes más, las puertas se astillan
y caen en la oscuridad con el candado y la cadena. La mano de
Rowan aparece en la tenue luz.
—Toma mi mano, amor.
Antes debía de haber escaleras, pero las han quitado, y tengo
que saltar para agarrarme a la palma de la mano de Rowan,
resbalando en el primer intento con la lluvia y el sudor en nuestra
piel. Rowan se tumba sobre el vientre y se adentra aún más en la
oscuridad.
—Las dos manos —exige, ofreciéndome las palmas.
—No puedo.
Un relámpago ilumina el rostro de Rowan, grabándolo en mi
memoria para siempre. Tiene los labios entreabiertos y casi puedo
oír su aguda respiración cuando su mirada se clava en mi hombro
deforme y la camisa que me falta. Sus rasgos son angustia y furia
pintadas con luz y lluvia. Hermoso, inquietante y aterrador.
Rowan no dice nada y se acerca a mí. Cuando salto, me agarra
la mano con fuerza y me levanta lo suficiente para agarrarme el
codo y sacarme del sótano.
En cuanto estoy en el suelo, me aplasto en su abrazo, tiemblo
entre sus brazos. Aprieto su camisa empapada. Su olor me envuelve
y quiero aferrarme a este momento de consuelo, pero nos separa a
la fuerza para mirarme a los ojos.
—¿Puedes correr? —me pregunta, observando mi rostro. Sus
ojos no se detienen cuando asiento, recorriendo mi expresión como
si buscara la verdad—. ¿Confías en mí?
—Sí —digo, con la voz entrecortada pero segura.
—Voy a mantenerte a salvo. ¿Entiendes?
—Sí, Rowan.
Nos miramos un último instante antes que él recoja el hacha y
me agarre de la mano. Vuelve a mirar hacia el sótano y parece que
solo ahora se da cuenta que había alguien más ahí abajo conmigo,
a pesar de los continuos gritos y súplicas de Autumn para que la
liberara.
—Quédate aquí —dice bajando a la fosa, sin admitir discusión
a pesar de sus elevadas súplicas—. Si te quedas quieta y escondida,
pensará que ya has huido y dejará la bodega en paz. Volveremos
por ti en cuanto esté hecho.
—Por favor, por favor no me dejes...
—Quédate aquí de una puta vez y cállate —ladra Rowan, y me
arrastra sin otra mirada al sótano, ignorando los gritos
desesperados que siguen mientras corremos hacia la parte trasera
de la casa.
Nos detenemos en la esquina y hacemos una pausa mientras
Rowan se inclina hacia delante para explorar el camino hacia el
granero. Cuando parece satisfecho, me aprieta la mano y se gira lo
suficiente para mirarme por encima del hombro. Asiente una vez
con la cabeza y apenas le devuelvo el gesto cuando ya nos está
guiando por el patio trasero, plagado de escombros, hasta el
decadente granero. Primero entra en la estructura vacía por la
puerta abierta, con el hacha en alto, pero el edificio está vacío,
aparte de las herramientas, las palomas y un antiguo tractor John
Deere. Sólo cuando está convencido que es seguro, Rowan tira de
mí hacia el interior para que me detenga contra la pared, en un
punto equidistante entre las salidas delantera y trasera.
Los truenos hacen sonar las ventanas y las herramientas que
cuelgan de las paredes entabladas. Rowan deja caer su hacha al
polvo con un ruido sordo. Hay un suspiro de tiempo entre nosotros
en el que sólo nos miramos, ambos empapados y cubiertos de barro
y hierba.
Y entonces sus manos están en mis mejillas para mantenerme
firme, su aliento caliente en mi piel mientras sus ojos recorren los
detalles de mi cara.
Un pulgar me pasa por la frente y hago una mueca de dolor. Un
dedo sigue la pendiente de mi nariz. Me roza el labio superior y
resoplo, con el sabor de la sangre en el fondo de la garganta.
—Sloane —susurra. No es para que lo reconozca. Es la
confirmación de que estoy aquí, y soy real, pero estoy herida. Rowan
me mantiene pegada a la pared, protegiéndome con su cuerpo, sus
manos bajando por mi cuello, levantándome la barbilla para
comprobar si tengo heridas en cada centímetro de la garganta
mientras tiemblo en la oscuridad.
—Tu camisa...
—Se la di a la chica. No me tocó de esa manera.
Los ojos de Rowan brillan cuando se cruzan con los míos. No
dice nada en respuesta, solo deja caer su atención en mi hombro
herido, donde un moretón furioso tiñe ya la articulación con las
primeras vetas de púrpura. Con una cálida palma sobre mi hombro
sano, me gira para que me ponga de cara a la pared. Evalúa la
herida con un toque cuidadoso. Aunque intento permanecer en
silencio, se me escapa un grito ahogado cuando me mueve el brazo
de donde lo tengo apoyado contra el costado.
—¿Puedes volver a ponerlo en su sitio? —susurro cuando me
gira para mirarlo una vez más.
—Podría estar roto, amor. Necesitas un médico.
Parpadeo para que no se me llenen los ojos de lágrimas cuando
Rowan se arrodilla y me examina las costillas. Están doloridas por
la caída, pero no rotas. Rowan se limita a ignorarme cuando intento
decírselo, como si no estuviera satisfecho hasta que me revisa cada
una de ellas pasando las yemas de los dedos por el hueso. Cuando
termina, sus manos se posan en mis caderas, una respiración larga
y tensa me cubre el vientre de un calor que siento hasta lo más
profundo.
—Lo siento —susurra. Me apoya la frente en el vientre y me
rodea las piernas con los brazos para abrazarme.
Por un momento, no sé qué hacer. Estoy inmovilizado por la
repentina corriente que se dispara a través de mi piel temblorosa.
Cada exhalación contra mi piel hace que mi corazón lata más rápido
hasta ser un martillo contra mis huesos. Y entonces levanto la
mano, mi cuerpo toma el control sin que mi mente sepa algo que yo
ignoro: que es lo más natural del mundo que mis dedos se deslicen
por su cabello. Mis uñas recorren el cuero cabelludo de Rowan y él
suspira, apretando con más fuerza la frente contra mi estómago
mientras lo hago de nuevo y me pierdo en la cadencia de un simple
roce repetido.
El calor de su aliento sube desde mi ombligo, entre mis pechos,
sobre mi corazón, siguiendo mi pulso acelerado mientras Rowan se
levanta lentamente de su rodilla doblada. No me atrevo a dejar de
tocarlo. Mis dedos se deslizan desde su cabello húmedo hasta que
mi palma se posa en su mejilla y en la barba incipiente que roza mi
piel. Rowan se inclina hacia mí. Pone su mano sobre la mía como
si fuera a desvanecerme si me suelta.
—Sloane —dice, con los ojos clavados en mis labios. Mi nombre
es un susurro de salvación y sufrimiento cuando lo repite. Un trago
espeso se desplaza en la columna de la garganta de Rowan—. No
puedo perderte.
—Entonces será mejor que me beses —le susurro.
Rowan me mira a los ojos. Sus manos me calientan las mejillas.
Estamos a un suspiro de distancia el uno del otro, y sé que todo
cambiará en cuanto sus labios toquen los míos.
Y es verdad.
Todo se transforma con un beso.
Los labios de Rowan son suaves, pero el beso es firme, como si
no hubiera lugar en su mente para la duda o la incertidumbre. Sabe
lo que quiere. Quizá lo ha querido siempre. Quizá sea la única que
necesitaba tiempo para darse cuenta.
El calor entre nosotros aumenta con cada roce. Abro la boca
cuando su lengua rastrea el borde de mis labios y, con la primera
caricia de la lengua de Rowan sobre la mía, todo hilo de contención
entre nosotros se deshace.
Me pierdo en el deseo. Se estrella contra mí, como si siempre se
hubiera escondido tras un muro que se derrumba.
Y una vez que se desata, me consume.
La urgencia se apodera de mí. La mano de Rowan se enreda en
mi cabello y me aprieta contra él. Gimo cuando me mete el labio
inferior en la boca. Le agarro la nuca con la mano y le clavo las uñas
hasta que gruñe y me mete la lengua hasta el fondo de la boca,
exigiendo más de un beso que ya ha desatado un infierno de anhelo
en mis venas.
Me olvido de quiénes somos. Dónde estamos.
Por qué estamos aquí.
Un grito repentino nos separa al instante para mirarnos con los
ojos muy abiertos y la respiración entrecortada. Las aterrorizadas
súplicas de auxilio quedan ahogadas por el sonido de una
motosierra que cobra vida.
Salimos de las sombras lo suficiente para ver a Autumn correr
a toda velocidad por el lateral de la casa, dirigiéndose directamente
hacia el granero. Un segundo después, aparece Harvey,
persiguiéndola con la motosierra agarrada con ambas manos. A
pesar de su corpulencia, le va ganando terreno mientras ella
tropieza con los escombros con los pies descalzos y las piernas
desnudas.
Nos perdemos de vista y Rowan me dedica una sonrisa
devastadora y salvaje.
—Vuelvo enseguida, Mirlo.
Me rodea la nuca con una mano y aprieta sus labios contra los
míos en un último y rápido beso, y luego me suelta para recoger su
hacha del suelo.
—¿Qué haces? —siseo.
Rowan apoya el mango del hacha contra su hombro y resopla
antes de hacerme un guiño.
—Vengándome por haber herido a mi chica, claro.
Las duras aristas de mi corazón se derriten un poco con esas
palabras, y Rowan sonríe como si pudiera verlo. Sin decir nada más,
se da la vuelta y se acerca a la puerta para agazaparse detrás de un
conjunto de cajas metálicas de herramientas mientras yo retrocedo
hasta quedar al abrigo del motor del tractor.
Un segundo después, Autumn entra corriendo en el granero, se
dirige a la puerta trasera y a cada paso emite un gemido de pánico.
Harvey Mead entra corriendo en la habitación tras ella. Y todo
lo que ocurre a continuación es a cámara lenta, una hermosa
coreografía de venganza.
Rowan avanza. Balancea el hacha hacia arriba en un arco que
barre tan bajo el suelo que levanta el polvo. La hoja conecta con la
motosierra en un golpe brutal. La cadena se desprende de la barra
guía. Late contra la cara de Harvey, que suelta un rugido furioso.
La máquina chisporrotea, Harvey la suelta y se detiene
desorientado. Se lleva una mano al rostro ensangrentado en un acto
reflejo, sin darse cuenta que Rowan ya lo está acorralando para
asestarle otro golpe.
El hacha le parte la rótula con un crujido húmedo. Harvey grita
de dolor y cae sobre la otra rodilla mientras Rowan arranca la hoja
del hueso.
—Vamos a ver cuánto disfrutas con esto cuando eres tú el que
lo recibe —dice Rowan, y antes que Harvey pueda caer de lado,
Rowan le da una patada en la cara, con un fuerte golpe que impacta
justo en el entrecejo de Harvey.
Harvey cae de espaldas, aturdido y gimiendo, apenas
consciente. Su cabeza ensangrentada se tambalea de un lado a otro
en medio de una nube de polvo. Rowan se coloca junto a él y aprieta
con fuerza el mango del hacha. La rabia y la concentración afilan
los rasgos de su bello rostro. La malicia relampaguea en sus ojos
mientras mira a su enemigo.
—Esto va a ser jodidamente satisfactorio —dice, cerniéndose
sobre Harvey con una sonrisa letal. Levanta el hacha.
—Espera... —digo mientras me alejo de la seguridad del tractor.
Rowan se detiene al instante, aunque parece que le cuesta todo lo
que lleva dentro—. No lo mates todavía. Me prometiste un turno.
Una sonrisa sombría se dibuja en mi rostro mientras me acerco.
Rowan observa mi expresión con un parpadeo en el entrecejo, y
entre nosotros se cruza una pregunta no formulada a la que
respondo con una sonrisa más amplia.
—Pero siéntete libre de mantenerlo ocupado —digo, y luego me
dirijo hacia la casa.
Los gritos de Autumn han enmudecido benditamente en el
torrente de la tormenta que sigue cayendo sobre nosotros. Será
lento para ella ir a pie sin zapatos, pero al final encontrará ayuda
si sigue el arroyo o retrocede hasta la parte delantera de la casa
para tomar el camino que lleva a la carretera de grava. Los vecinos
más cercanos están bastante lejos y la carretera no tiene mucho
tráfico, pero no podemos confiar en que la lejanía nos favorezca. Sé
que no podemos quedarnos mucho tiempo.
El tiempo suficiente para divertirse un poco.
No me entretengo en la casa, trabajo rápidamente para recoger
lo que necesito antes de volver al granero.
Una retahíla de improperios me saluda al acercarme al viejo
edificio. A Rowan parece divertirle el colorido vitriolo mientras clava
un pincho metálico en la mano de Harvey para mantenerlo atrapado
contra el suelo; un instrumento similar ya le está atravesando la
otra palma. Rowan está tan absorto en su trabajo que no repara en
mí hasta que estoy en la puerta.
Tarda un segundo en procesar lo que está viendo antes de ladrar
una carcajada incrédula.
Dejo caer lo que llevo con el brazo bueno y me llevo un dedo a
los labios en medio de un ataque de risa. Las lágrimas se aferran a
mis pestañas mientras la histeria amenaza con consumirme. Debo
admitir que estoy bastante satisfecha conmigo misma. Puede que
sea una de las mejores ideas que he tenido en mucho tiempo. Y
quiero aprovechar al máximo el impacto, así que con unos
movimientos entrecortados de la mano consigo comunicarle que
quiero que Rowan me bloquee de la vista de Harvey. Él asiente y se
interpone entre nosotros mientras yo maniobro entre las sombras,
acercándome sigilosamente con mi codiciado premio.
Cuando llego a los pies de Harvey, pongo mi regalito en sus
tobillos y empiezo a deslizarlo por sus piernas.
Harvey gime cuando le rozo la rodilla herida. Mira a lo largo de
su cuerpo y se encuentra con los ojos vacíos de su madre.
Harvey Mead deja escapar un grito que hiela la sangre.
—Has sido un niño terriblemente malo, Harvey —digo con mi
mejor imitación de la voz de una anciana mientras sigo deslizando
el cadáver hacia la cara de Harvey. Harvey forcejea e intenta
quitárselo de encima, pero Rowan interviene y le sujeta la pierna
buena.
—Los niños buenos no cortan a la gente con motosierras.
Otro grito desesperado. Está perdiendo la cabeza y no puede
hacer nada al respecto.
Me tomo mi dulce, dulce tiempo. Disfruto cada segundo de la
tortura de Harvey, arrastrando lentamente a Mama Mead por su
torso mientras respiraciones agitadas brotan de su pecho. Su pulso
late con fuerza en su grueso cuello. El sudor le recorre la frente
arrugada y le gotea por las sienes mientras sacude la cabeza.
Mamá Mead y Harvey finalmente se encuentran cara a cara.
—Creo que mereces ser castigado.
—Esto está muy oscuro —dice Rowan detrás de mí, aunque no
parece que se esté quejando.
—Cállate. Mamá Mead tiene algunas cosas que decir. —Empujo
la cabeza del cadáver mientras Harvey grita y se retuerce. La
dentadura postiza se le cae de la boca para aterrizar en su cara y
entra en otra dimensión del miedo—. Uy, culpa mía.
Dejo a Mama Mead sobre su pecho para poder agarrarle la
muñeca quebrada, apartando mi brazo herido mientras Harvey
intenta quitársela de encima. Sus dedos curvados le acarician la
cara antes que yo los enganche en la comisura de sus labios.
—Aguanta, hijo. Sólo quiero entrar y echar un vistazo.
Harvey suelta un gemido agudo.
Y entonces jadea, traga aire como si no fuera a entrar, su cara
es una mueca contorsionada.
—Uhh...
Las venas de las sienes de Harvey sobresalen. Su carne se
enrojece y luego pierde rápidamente el color. Sus labios se vuelven
azules.
—Pero qué...
Una respiración agitada abandona su pecho. Sus ojos se
oscurecen. Sus pupilas se fijan en el techo y se dilatan.
—¿Acaba de tener un ataque al corazón? —pregunta Rowan. Se
detiene junto a la cabeza inmóvil de Harvey para mirarle la cara
ensangrentada.
Mis hombros caen con decepción.
—Esto no es nada divertido, Harvey.
—Literalmente le diste un susto de muerte. Deberías estar
orgullosa.
—Tenía mucho más en mí. —Le doy un empujón petulante a
Mamá Mead y ella rueda fuera del pecho inmóvil de Harvey—.
¿Crees que deberíamos darle RCP?
—Si quieres, pero pido no hacer el boca a boca.
—Maldita sea.
Rowan sonríe cuando levanto la vista. Rodea la cabeza de
Harvey y se detiene a mi lado con la mano extendida.
—Vamos, Mirlo. Pronto se te pasará la adrenalina y ese hombro
empezará a dolerte de verdad. Será mejor que quememos el lugar y
nos pongamos en marcha antes que ese pájaro encuentre la forma
de ayudarnos. Luego arreglaré nuestras cosas en el motel y nos
pondremos en camino.
Pongo la mano en la de Rowan y él me levanta. La cicatriz de su
labio se aclara un poco cuando me sonríe. Mi mirada recorre su
rostro y quiero recordar cada detalle, desde sus cejas oscuras hasta
sus ojos azul marino y las tenues líneas de sus bordes, pasando por
el pequeño lunar de su pómulo y el brillo de su cabello mojado.
Sobre todo, quiero recordar la calidez de su beso cuando aprieta
sus labios contra los míos.
Demasiado pronto, se aleja, pero no sin agarrarme de la mano
mientras nos lleva hacia la casa.
—A la carretera —digo, sus palabras finalmente emergen de la
bruma de adrenalina—. ¿De camino a dónde?
—Nebraska. Para ver al Dr. Fionn Kane —dice—. Mi hermano.
Sloane duerme a mi lado en el asiento del copiloto, con una
manta que robé del hotel cubriéndole el cuerpo y el cabello negro
recogido sobre el hombro hinchado. El tirante de su sujetador
sostiene una bolsa de hielo sobre la articulación y, aunque sé que
probablemente se ha derretido hace una hora, no me he atrevido a
cambiarlo por si la despierto.
Cuando la miro, parece que no puedo separar una emoción de
las demás. Todas se entrelazan cuando pienso en Sloane
Sutherland. El miedo se funde con la esperanza. El cuidado con el
control, con la envidia, con la tristeza. Es todo, todo a la vez. Incluso
el deseo de apagar este sentimiento se traba con la necesidad de
alimentarlo. La totalidad me devora.
Y sólo crece con cada momento que pasa. Sloane sangra en cada
pensamiento. Cuando estamos separados, su ausencia es una
entidad. Me preocupo por ella. Sueño con ella. Y ayer, casi la pierdo.
Matar nos unió, y es una compulsión sin la que ninguno de los dos
puede vivir. Esta necesidad, y ahora este juego entre nosotros, me
consume tanto como a ella.
Mis obsesiones me empujan a un precipicio por el que estoy
abocado a caer, y puede que la caída no tenga fin una vez que lo
haga.
Sloane se revuelve y gime, y mi puto corazón empieza a
desbocarse. Puede que no haya parado desde aquel primer día en
el pantano, cuando salió del baño de Briscoe, con el cabello mojado,
la piel sonrojada, pecosa y aquella camiseta de Pink Floyd atada a
la cintura. Cada vez que pienso en ella, mi corazón me recuerda
que, después de todo, no estoy tan muerto por dentro como creía.
—Tranquila, Mirlo —le digo cuando vuelve a gemir, esta vez más
un quejido que me araña las tripas. Apoyo una mano en el muslo
de Sloane, quizá para tranquilizarme a mí mismo tanto como a
ella—. Sólo unas horas más.
Se mueve, y cada movimiento doloroso le marca una arruga en
la piel hasta que cierra los ojos. La manta le cae hasta la cintura
cuando por fin consigue enderezarse, pero no parece darse cuenta
y, cuando se la vuelvo a levantar, me regala una leve sonrisa de
agradecimiento. Le paso una botella de agua y un puñado de
analgésicos antes que pueda pedírmelos.
—Me siento fatal —dice, y vuelve a cerrar los ojos mientras se
traga las pastillas. Cuando sólo respondo con un hmm pensativo,
me mira de reojo—. Puedes decirlo.
—¿Decir qué?
—Que yo también me veo fatal.
Suelto una risita y ella entrecierra los ojos.
—No voy a decir eso. Como el infierno. —Vuelvo la vista a la
carretera, viendo a una urraca que vuela por encima, tratando de
mantener mi atención en el horizonte a pesar que el peso de la
mirada penetrante de Sloane en el lado de mi cara es como una
marca caliente en mi piel—. ¿Qué? Creo que eres hermosa. Como
una especie de diosa feroz y aguerrida de la venganza.
Sloane resopla:
—Diosa de la venganza, una mierda. —Miro a tiempo para
captar uno de sus épicos ojos en blanco. Antes que pueda detenerla,
se baja la visera y levanta la tapa del espejo.
Un chillido llena el pequeño utilitario.
—Rowan...
—No es tan malo, una vez que te acostumbras.
—¿Acostumbrarse? Tengo una puta huella de bota en la cara. —
Se inclina más cerca del pequeño espejo, girando la cabeza de lado
a lado mientras inspecciona los moretones de claras marcas de
pisadas en su frente y dos semicírculos negros bajo sus pestañas
inferiores. Cuando Sloane se vuelve hacia mí, tiene los ojos
vidriosos por las lágrimas no derramadas.
—Mirlo...
— No lo hagas. Ese hijo de puta me ha estampado un puto sello
en la frente. Incluso puedo ver el logotipo de Carhartt en ella —me
dice, con la voz quebrada mientras se acerca al espejo antes de
volverse hacia mí, con una lágrima derramándose sobre sus
pestañas mientras se inclina sobre la consola central y señala el
círculo en el centro de su frente—. ¿Ves? Justo ahí. Carhartt. ¿Por
qué no podía haberme dado un puñetazo en la cara como una
persona normal?
—Probablemente porque no era una persona normal, amor.
Pensé que la motosierra era una gran pista. —Le limpio una lágrima
con el pulgar. Le tiembla el labio y me dan ganas de reír y de quemar
el mundo al mismo tiempo hasta que encuentre la forma de
resucitar a ese hijo de puta para que pueda volver a matarlo—. No
estará ahí para siempre.
—Pero tengo que ir al baño —dice Sloane, logrando controlar su
voz a pesar que su cara sigue siendo la imagen de la angustia—.
¿Cómo se supone que voy a ir a ninguna parte sin llamar la
atención?
No me atrevo a ofrecerle la opción de encontrar un arbusto
privado al lado de la carretera para acuclillarse detrás. Está claro
que ha llegado al límite de su estrés y no me apetece que me
apuñalen mientras conduzco.
—Hay una parada de descanso en diez millas. Te arreglaré.
Sloane me observa durante un largo momento y, aunque su
expresión sigue siendo cansada y dolorida, se suaviza un poco
antes de volver a acomodarse en su asiento.
—De acuerdo.
Me duele el pecho. Ella confía en mí.
Trago saliva y vuelvo a centrar mi atención en la carretera.
—De acuerdo.
Se hace el silencio mientras Sloane se muerde el labio inferior,
mirando por la ventana cómo pasan los campos de cultivo. Ahora
que está despierta, subo el volumen de la música con la esperanza
que la calme cuando perciba la tensión que desprende su cuerpo
inmóvil. A veces, cuando está conmigo, me siento como si la tuviera
en mis manos. Es como su apodo, lista para despegar con la
primera ráfaga de viento. Nunca quise ganarme la confianza antes
de Sloane. Nunca me había preocupado por mantenerla a nivel
personal, no para nadie más que para mis hermanos. Y de repente,
la confianza de Sloane es una de las cosas más importantes del
mundo para mí. Sé que si la pierdo, nunca la recuperaré.
Y eso me da mucho miedo.
—¿Y si necesito cirugía? —susurra Sloane. Le ofrezco una
sonrisa, pero no parece tranquilizarla.
—Entonces te operarán.
—La gente hará preguntas.
—Mi hermano se encargará de eso. Pero ni siquiera sabemos si
es necesario. Veamos qué dice Fionn cuando te revise.
Sloane suspira, y yo vuelvo a apoyar la mano en la manta que
cubre su muslo, inseguro de si esto es demasiado cuando no sé a
qué atenerme. Pero su mano buena se desliza hacia la mía y el
corazón me salta a la garganta con un fuerte latido.
No tan muerto por dentro después de todo.
—¿Fionn también lo sabe? —pregunta, con la mirada desviada
hacia el cielo y la tierra.
—¿Sobre nuestras... aficiones? ¿Nuestro juego? —Ella asiente,
y le doy un ligero apretón en la mano—. Sí, lo sabe.
—Pero es médico. Nuestra idea de diversión es la antítesis del
trabajo de su vida.
Me encojo de hombros antes de hacer un gesto con la cabeza
hacia la señal de la próxima salida. La tensión en su mano se alivia.
—Digamos que mis hermanos y yo no tuvimos la educación más
convencional, incluso después de salir de la casa de mierda de mi
padre. Entre la crueldad de Lachlan y mi temeridad, Fionn no tiene
reproches cuando se trata de los matices más oscuros de la vida.
Ha elegido su propio camino, como siempre esperamos que hiciera.
Pero acepta en lo que nos hemos convertido Lachlan y yo, igual que
nosotros lo aceptamos a él.
—Tu camino —dice Sloane—. ¿Cómo lo encontraste?
—¿Te refieres al restaurante? —pregunto, pero cuando miro a
Sloane niega con la cabeza, con la mirada clavada en mi rostro como
si estuviera absorbiendo cada matiz—. Después que mi padre nos
atacara por última vez, cuando Lachlan y yo lo matamos, me di
cuenta que no sentía lo que probablemente debería por hacer algo
así. La mayoría de la gente sentiría culpa. Pero sentí un torrente de
emoción cuando estaba sucediendo. Realización cuando había
terminado. Sentí paz al saber que nunca volvería. Y cuando poco
después conocí a otra persona que me recordaba a él, me di cuenta
que nada me impedía volver a hacerlo. Siempre había una próxima
persona. Alguien peor. Con el tiempo, se convirtió en una especie
de deporte, encontrar a la peor persona que pudiera y borrarla del
planeta para siempre.
Sloane tararea una nota pensativa y desvía la mirada hacia la
gasolinera que tiene delante. Quiero saber el mismo tipo de cosas
sobre ella. ¿Cómo llegó a esto? ¿Qué pasó antes y después de su
primer asesinato? ¿Realmente no tiene a nadie más que a Lark?
Pero con Sloane, ya sé que comparte cuando está preparada, no
cuando se lo piden. Sólo puedo esperar que ahora esté un poco más
preparada.
Entramos en la gasolinera, aparco lejos del edificio, donde es
menos probable que la vean, y apago el motor antes de dirigirme a
ella.
—Te dejo las llaves, por si acaso.
La mirada de Sloane se desvía hacia el salpicadero y vuelve a
mí. Algo se suaviza en el dolor aún rampante en sus ojos inyectados
en sangre.
—De acuerdo.
—Vuelvo enseguida.
Ella asiente, y yo asiento a su vez.
Intento pasar el menor tiempo posible en la gasolinera,
recogiendo agua y refrescos y un surtido de tentempiés, junto con
algunas cosas que espero que hagan que Sloane esté más cómoda.
Me sorprendo gratamente cuando el vehículo está donde lo dejé,
Sloane observando cada paso que doy desde detrás del parabrisas.
Su respiración profunda y un destello de sonrisa no pasan
desapercibidos cuando abro la puerta del acompañante.
—Pensé que esto era adecuado —le digo. Rompo la etiqueta de
una gorra de camionero gris desgastada antes de dársela. Me parece
una estupideces, dice la letra cursiva en la parte delantera.
—Exacto —responde, centrándolo en su cabeza antes de tomar
los lentes de sol baratos que le paso a continuación, aferrándolas
con su mano buena.
—La siguiente parte probablemente va a doler como la mierda.
—Saco una camisa abotonada de mi bolso y ella suelta un suspiro
pesado, frunciendo el ceño ante la tela arrugada—. La cortaremos
cuando lleguemos a casa de Fionn.
Sloane no discute, sólo mira su brazo herido que yace inerte e
inútil sobre la manta antes de asentir.
Primero le quito la bolsa de hielo derretido debajo del tirante del
sujetador y veo cómo se le cierran los ojos y se le desliza el labio
inferior entre los dientes. Cuando le tomo la mano herida y le paso
la manga por la muñeca, suelta un gemido de dolor y el rubor le
sube por el cuello hasta las mejillas. Sigo adelante, aunque sé que
soy yo quien la hace sufrir solo por ayudarla a ponerse una puta
camisa. Intento alejar el pensamiento que todo esto es por mi culpa,
todo este estúpido juego, su hombro roto, su cara maltrecha. Pero
reprimo esos pensamientos porque me necesita y lo único que
importa ahora es conseguirle ayuda.
Una vez que deslizo la camisa sobre su hombro malo, la tarea
resulta más fácil. Es capaz de girar el cuerpo lo suficiente para
meter el otro brazo sin demasiados problemas, y entonces me pongo
en cuclillas para abrocharle los botones.
—Gracias —susurra entre jadeos mientras le abro el primer
botón. La miro a la cara, un bonito rubor ilumina sus mejillas bajo
una fina capa de sudor—. Ha sido un asco.
—Lo has hecho bien —le digo. Mis dedos rozan su vientre, cerca
de su ombligo perforado, mientras paso el siguiente botón por el
agujero. No era mi intención tocarla, pero no me arrepiento en
absoluto, sobre todo cuando responde con un pequeño escalofrío.
Su piel expuesta se estremece, y cuando levanto la vista, los ojos
color avellana de Sloane están clavados en los míos, su pulso
zumba en su cuello mientras mi mirada se posa en su garganta.
Soy ligeramente consciente que mis dedos se mueven lentamente
alrededor del tercer botón, la necesidad de tocar y saborear su piel
opaca cualquier otro pensamiento tras una brumosa película de
deseo. Mi polla se tensa contra la cremallera y dejo que mi mirada
recorra la pendiente de su clavícula, posándose en la suave piel de
su pecho, que sube y baja con la respiración acelerada. Sigo la línea
de su sujetador hasta que el borde de la camisa se abre, dejando al
descubierto el satén blanco manchado.
Y entonces me detengo en seco, todo el mundo estrechándose
hasta la punta de su pezón.
Su pezón perforado.
Puedo distinguir claramente la forma de un corazón alrededor
del pico firme y una bolita a cada lado.
Eso no estaba allí la primera vez que nos vimos. Y lo sé. Lo sé
porque mi monólogo interno estuvo marcado por las palabras "sin
sujetador" cada dos minutos desde el momento en que ella salió del
baño de Albert Briscoe.
Creo que mis manos han dejado de moverse. No estoy seguro.
Me quedo mirando ese corazoncito mientras se me seca la boca y la
polla se me pone dura como la puta piedra.
Un repentino parpadeo de movimiento rompe el hechizo cuando
Sloane despliega las gafas de sol con un chasquido de muñeca.
—¿Te ha llamado algo la atención, guapo? —pregunta.
Esos labios. Ese hoyuelo. Esa puta sonrisa. Se pone las gafas de
sol con un guiño antes que sus ojos color avellana desaparezcan
tras los cristales de espejo, y entonces se desliza a mi lado, toda
curvas y descaro mientras se baja la camisa lo suficiente para
cubrirse el sujetador antes de alejarse hacia la gasolinera.
Maldita sea.
Me voy a divertir mucho castigándola.
Han pasado diez minutos cuando vuelve al portón trasero y yo
sigo sentado con una erección furiosa, inmerso en fantasías sobre
cómo voy a torturarla para que me cuente todo sobre esos piercings
en los pezones. Mi polla no tiene ninguna esperanza de calmarse
con esa leve sonrisa todavía en su cara.
—¿Estás bien? —me pregunta cuando se quita las gafas de sol
y se sienta en el asiento del copiloto. Me mira mientras se pasa el
cinturón de seguridad por el cuerpo.
—Genial. Sí. Simplemente genial.
—¿Seguro? ¿Quieres que conduzca un rato? Pareces un poco...
distraído. No querría que algo brillante llamara tu atención y nos
sacaras de la carretera.
La fulmino con la mirada mientras arranco el motor y nos pongo
en marcha.
—Cristo. Déjame sobrevivir las próximas dos horas y luego
hablaremos.
Y siento que eso es lo que apenas logro hacer. Sobrevivir.
En cuanto llegamos a casa de Fionn, me apetece un buen trago.
Apenas es mediodía. Le envío un mensaje a mi hermano en cuanto
aparcamos, pero no contesta, así que asumo que está inmerso en
alguna de sus mierdas de entrenamiento y me dirijo al lateral del
vehículo para recoger a Sloane. Sus moretones se han oscurecido y
parece agotada, lo cual supongo que no es sorprendente, pero
reprime cualquier queja mientras la ayudo a salir del auto y a subir
los escalones de la casa blanca y roja de Fionn en Cape Cod.
Llamo al timbre.
Esperamos.
Golpeo tres veces la puerta.
Esperamos más.
—Maldito Fionn —siseo—. Probablemente esté tocando
Metallica a todo volumen en sus auriculares mientras hace ocho
mil abdominales, la pequeña mierda...
Sloane levanta la vista hacia mí, su dolor ahora impregnado de
preocupación. Le dirijo mi mejor intento de sonrisa tranquilizadora
antes de darle un beso en la sien.
—Sabe que veníamos. Todo irá bien. No nos defraudará —digo
mientras envuelvo el pomo de la puerta con una mano.
Desbloqueado.
Pongo los ojos en blanco: Fionn Kane debería saberlo mejor que
nadie.
—Para ser tan listo, a veces es un puto imbécil.
La casa está en silencio cuando entramos. Es pintoresca como
la mierda. Definitivamente Fionn en su pico ''Hallmark Hombre
Triste Cinderwhatever'' era, al igual que Lachlan dijo. Incluso hay
una blonda de encaje en la mesita.
Me dirijo hacia la cocina, donde veo una puerta trasera que da
al patio trasero.
—Cabeza de chorlito —llamo a la silenciosa casa—. Deja de
hacer el tonto.
Algo me atraviesa el cráneo. Estrellas explotan dentro de mi
visión.
—¡Comete una polla, hijo de puta!
Un chillido de mujer precede a un segundo golpe que me azota
la mano donde la aferro a la llaga de la parte superior de la cabeza.
Consigo agarrar el arma y arrancársela de las manos. Sloane grita
detrás de mí, una serie de "wow, wow, wow", mientras blando el
garrote con una mano e intento mantener a Sloane detrás de mí con
la otra. Excepto que el garrote no es realmente un garrote, sino...
¿una muleta?
—¿Quién carajo eres tú? —me grita una chaparrita de
veintitantos años y cabello oscuro que entra cojeando en mi campo
de visión mientras me golpea con la muleta que le queda. Se la quito
de las manos de un golpe y la muleta se desplaza en espiral por la
madera, pero la pequeña demonio consigue mantenerse en pie.
Estoy a punto de clavarle la muleta en el pecho para empujarla
cuando saca un cuchillo de caza de su espalda, casi tan largo como
su brazo—. He dicho que quién mierda eres.
—¿Yo? ¿Quién mierda eres...?
—¿Le has hecho eso en su rostro? —gruñe. Apunta con la punta
de su cuchillo entre Sloane y yo, que ahora está a mi lado con la
mano buena levantada en un gesto apaciguador—. ¿Tú le has hecho
eso?
—No, Jesús...
—Te cortaré...
—¿Qué tal si todos se calman? Creo que todo esto es un simple
malentendido —dice Sloane mientras se acerca con cuidado a la
pequeña banshee6—. ¿Cómo te llamas?
Los ojos oscuros de la banshee se dirigen a Sloane y se quedan
allí.
—Rose.
—Rose. Bien, de acuerdo. Bien. Soy Sloane.
—Parece como si una de las tías de Bally te hubiera dado una
patada en la cara en el callejón de los payasos —dice Rose.
Sloane parpadea. Su boca se abre, se cierra y vuelve a abrirse.
—Yo... sinceramente no tengo ni idea de lo que eso significa.
Pero él no lo hizo, lo juro.
—Claro, seguro. —Rose se burla y pone los ojos en blanco casi
tanto como Sloane. Se acerca cojeando, pero la escayola golpea el
suelo y ella hace una mueca—. Acaba de darte un codazo con el pie,
¿verdad? ¿Sólo un golpecito de amor? No necesitas proteger a este

6
Una banshee es un espíritu femenino del folclore irlandés que anuncia la muerte de
un miembro de la familia, normalmente gritando, lamentándose, chillando o aullando.
Su nombre está relacionado con los túmulos o "montículos" mitológicamente
importantes que salpican la campiña irlandesa, conocidos como síde en irlandés
antiguo.
pedazo de mierda, cariño. Le voy a cortar las pelotas —gruñe,
apuntándome con la punta del cuchillo. Intento golpearla con el
extremo de su muleta, pero ella esquiva mi golpe antes que Sloane
se interponga entre nosotros.
—No, en serio. ¿Ves? El logotipo de Carhartt. Justo ahí —dice
Sloane, levantando el ala de su gorra para señalar el círculo
estampado en su frente. Agita la mano detrás de ella, cerca de mis
pies—. Él es más de Converse.
—¿Dónde está el hijo de puta que te hizo eso en la cara?
—Está muerto.
—Entonces, ¿quién putas es este saco de pulgas roba muletas?
—Es Rowan —dice Sloane, señalándome de nuevo. Rose
entrecierra los ojos como si esa información fuera insuficiente—. Él
es mi n-nov... amigo. Amigo. Un hombre-amigo. Con el que estoy...
Aquí.
Resoplo una carcajada mientras Rose frunce el ceño.
—Hombre-amigo —me hago eco—. Muy suave, Mirlo.
—Cállate —sisea Sloane mientras me mira por encima del
hombro como si no estuviera segura de sí debería soltarle los
detalles que Fionn es mi hermano. Levanto las cejas y cierro los
labios—. ¿Un poco de ayuda antes que me acuchillen?
Sacudo la cabeza.
—El hombre se calla, como pedí.
Sloane gime y pone los ojos en blanco. Juro que sus ojos incluso
van en diferentes direcciones antes de volver a la mujer con una
cuchilla en la cara.
—Mira, necesito ayuda médica, obviamente. Fionn es médico,
¿verdad? También resulta ser el hermano de este saco de pulgas
ladrón de muletas.
La mirada suspicaz de Rose se interpone entre nosotros.
Delibera durante un largo rato antes de sacar un teléfono del
bolsillo, con el cuchillo todavía apuntando en nuestra dirección y
apartando los ojos de nosotros solo el tiempo suficiente para
seleccionar un contacto al que llamar. Oigo el débil timbre cuando
se acerca el teléfono a la oreja y luego el saludo amortiguado de mi
hermano.
—Hay una chica golpeada aquí con un tipo alto que dice ser tu
hermano. Me ha robado la puta muleta —suelta Rose. Se calla
cuando Fionn dice algo en el fondo y sus ojos se clavan en mí como
láseres. Mueve la barbilla una vez en mi dirección—. Me pide que
confirme tu apodo de la infancia.
La sangre se escurre de mis extremidades mientras mi mirada
se dirige a Sloane. Sacudo la cabeza.
—No.
Eso parece encantar al gato infernal: la sonrisa de Rose es
jodidamente salvaje.
—Genial. Entonces te acuchillo en las pelotas.
—¿Sí? Cojea hasta aquí y pruébalo —gruño. Intento pincharla
con el extremo de goma de la muleta, pero Sloane lo aparta de un
manotazo.
—Por el amor de Dios, ustedes dos. Tengo un brazo estropeado.
Necesito un médico —dice Sloane, moviéndose de lado a lado para
dar una demostración de su dolor. Se gira lo suficiente como para
mirarme con tristeza. Cuanto más tiempo me mira, más se
desmorona mi determinación. Su labio inferior hace un puchero y,
aunque sea falso, sé que estoy perdido—. Ayúdame, hombre.
Un largo gemido retumba en mi pecho mientras me paso una
mano por la cara.
—Mierda. De acuerdo. —Las dos mujeres me miran con fijeza
inquebrantable, con las cejas levantadas en señal de expectación—
. Shitflicker7.
Se miran la una la otra. Hay un momento de bendito silencio.
Y luego un ataque de risa.

7
Shitflickers son repugnantemente trollopy zapatos que un skank usaría normaly un
pequeño niño pobre, a menudo son demasiado grandes y parecen viejos
Rose transmite mi respuesta a Fionn y lo oigo reír por la línea
antes que le dé unas instrucciones cortantes y desconecte la
llamada. Guarda el teléfono en el bolsillo y enfunda el cuchillo
mientras Sloane me quita la muleta de las manos y se la pasa.
Genial. Estas dos van a ser las mejores amigas ahora. Justo lo
que necesito.
—De acuerdo, Shitflicker. Supongo que has pasado la prueba.
Fionn estará en casa en quince minutos para arreglarte.
—Espera un momento. No nos has dicho por qué mierda estás
aquí —digo mientras Rose esboza una sonrisa burlona en mi cara.
—Tal vez soy la chica de Fionn, Sr. Flick-a-shit8.
Sloane suelta una carcajada. Le tomo el codo bueno y la guío
hasta el sofá mientras mantengo la mirada clavada en Rose.
—Que Dios nos ayude a todos.
Rose se aleja cojeando con sus muletas, murmurando algo sobre
"peor que el circo", signifique lo que signifique. La observo mientras
se dirige a la mesa del comedor y, cuando me convenzo que no nos
perseguirá con una muleta y un cuchillo del tamaño de un machete,
vuelvo a centrarme en Sloane. La ayudo a arrastrar unas
almohadas bajo el costado izquierdo para que pueda encontrar una
posición cómoda en el sofá acolchado, pero sé lo que es estar tan
agotado que estás desesperado por descansar, pero tan dolorido
que parece una realidad lejana. Cuando parece estar lo más cómoda
posible, me arrodillo frente a ella y le retiro el cabello negro de la
cara.
—¿Quieres una copa? —pregunto, y ella asiente con la cabeza,
con los ojos apretados por el dolor que se instala a medida que
disminuye su adrenalina—. ¿Qué quieres?
El espacio entre sus cejas se arruga mientras sus bonitos ojos
color avellana sostienen los míos, su dolor me oprime el pecho.
—Quiero... —Se interrumpe mientras sus ojos se desvían y
vuelven. Entonces aparece su hoyuelo. Esa maldita cosa es como

8
Juego de palabras que significa una mierda
un faro de travesura. Apenas consigo reprimir un gemido—. Quiero
saber cómo surgió el nombre Shitflicker.
—Sloane —advierto.
—¿Era tu propia mierda la que tirabas, o la de otro? ¿Con
regularidad? Y como... ¿por qué?
Su máscara diabólica vacila cuando me inclino hacia delante y
apoyo una mano a cada lado de sus rodillas.
—Tienes suerte de estar herida.
Sloane me dedica una sonrisita de suficiencia. Maldición, deseo
tanto tener esa boca inteligente y esos labios carnosos alrededor de
mi polla que me duele.
—¿Ah, sí? —gruñe—. ¿Y eso por qué?
Me acerco aún más. Me meto en su espacio. Ella resiste el
impulso de hundirse más en los cojines mientras su respiración se
entrecorta. Le rodeo la garganta con la mano, presionando su piel
con un dedo cada vez, su pulso como música bajo mi palma. Se
estremece cuando mis labios rozan su oreja.
—Porque te pondría sobre mis rodillas y te azotaría ese culo
perfecto hasta que brillara. Y luego, ¿quieres saber lo que haría?
Asiente temblorosa. Tres respiraciones irregulares.
—Sí —susurra.
—Te enseñaría una lección sobre el deseo. Sobre querer correrte
tanto que tienes que rogar por ello. —Mi polla se endurece mientras
la sangre de Sloane se agita contra mis dedos—. Y una vez que
estuviera seguro que habías aprendido esa lección, te enseñaría
sobre querer dejar de correrte tanto que suplicaras por eso también.
Su débil aroma a jengibre se ve empañado por el sudor, la
sangre y su miedo persistente. Me pregunto si se da cuenta de lo
fácil que podría aplastar su delicada tráquea. Me pregunto si piensa
en que está atrapada en las garras de un asesino tan letal como
ella.
—Estás temblando, pajarito.
En un abrir y cerrar de ojos, la suelto y me elevo sobre ella. Mi
polla suplica alivio al ver sus mejillas sonrojadas y su respiración
acelerada. Sus dedos rozan su cuello, un leve trazo de movimiento
sobre su carne sonrosada, como si echara de menos mi contacto.
Cuando sus ojos se cruzan con los míos, le dedico una sonrisa
oscura, llena de confianza. Llena de promesas.
—Tal vez deberías empezar a practicar tu mendicidad, amor.
Podría no traerte la bebida de otro modo.
El resoplido de Sloane al exhalar un suspiro es respondido por
mi guiño antes de darme la vuelta y alejarme a grandes zancadas.
Es difícil no mirar atrás. Puede que Sloane, sonrojada y nerviosa,
sea mi versión favorita de ella.
Por supuesto, miro hacia atrás, porque no puedo evitarlo. Sólo
una mirada. Una sonrisa coqueta que lanzo por encima del hombro,
y grabo a fuego en mi memoria la imagen de su deseo indisimulado.
Cuando llego a la cocina, me tomo mi tiempo para rebuscar
entre las opciones de bebida, y me decido por la botella de bourbon
Weller Antique Reserve, no porque sea lo que realmente quiero, sino
porque es la botella de alcohol más cara de la casa y ese mierdecilla
de Fionn se merece que le roben su caro licor después del fiasco del
apodo. Rose está sentada a la mesa del comedor, con las luces
tenues y una hilera de cartas ante ella.
—No te creía del tipo solitaria —digo mientras dejo los vasos en
la encimera y sirvo la primera copa. Su mirada es fugaz.
—Tarot.
—Claramente —digo sin rodeos. Vuelve a mirarme y una leve
sonrisa asoma por una comisura de sus labios, como disculpándose
por no haber entendido el chiste.
—¿Quieres una lectura?
—Paso difícil. No me gusta tentar fantasmas o alguna mierda.
No necesito más mala suerte.
Rose se encoge de hombros, voltea una carta de su baraja.
—Como quieras.
Examina las cartas. Una arruga se hace más profunda en su
entrecejo cuando sus ojos pasan de una a otra. Le da la vuelta a
otra carta con la punta de los dedos y guarda silencio mientras
evalúa su significado oculto.
—Entonces... —digo, y ella no levanta la vista mientras gira otra
carta—. ¿Te quedas con mi hermano? ¿Cuánto tiempo llevan
saliendo?
—No lo estamos.
—Pensé que habías dicho..
—-¿Que "tal vez soy su joven mujer"? —Rose no levanta la vista
mientras suelta una carcajada—. Sí, ''Hombre-chica'' tampoco
sonaba muy sólido. No te ofendas.
Miro hacia donde Sloane está sentada en el salón, con el hombro
izquierdo caído y la mirada fija en el teléfono que tiene apoyado en
la rodilla derecha.
—No hay problema —murmuro.
—¿Cuánto tiempo has estado...? —Sus ojos se despegan de las
cartas y me miran, y luego—. Suspirando...?
Me arrastro la mano por la cara mientras gimo. Algo me dice que
no se puede engañar a Rose.
—Mucho tiempo.
Rose mira sus cartas y asiente sabiamente.
—Sí. Eso pensaba. Bueno, de nada, en ese caso.
—¿Por qué?
—Mi presencia fortuita en esta encantadora morada —dice,
dirigiendo una mano hacia el salón—. Fionn tiene el dormitorio
principal. Yo tengo el primer dormitorio de invitados. Eso significa
que tú, amigo mío, puedes compartir la cama con tu chica de allí.
Una explosión de emoción y nervios inunda las cavidades de mi
corazón. Me paso una mano por el cabello y miro a Sloane mientras
consulta su teléfono. No estoy seguro de sí querrá eso. O si debería
quedarme en el sofá. O si puedo obligarme a tomar el sofá. O tal vez
debería dormir en el suelo. Pero tampoco soy un santo, así que
como el infierno voy a hacer eso.
—Mierda —susurro.
Rose resopla.
—Exactamente. Dispara tu tiro, hermano.
Sacudo la cabeza y resoplo una carcajada ante la pequeña
diablesa, pero su atención está absorbida por las cartas extendidas
ante ella en forma de cruz a la izquierda, de línea a la derecha.
Ladea la cabeza. Arruga la frente. Sus dedos bailan sobre la hilera
de imágenes, cuyo significado desconozco.
—Entonces, ¿la metiste en esta jodida situación del hombro y la
cara con huellas de botas?
—Yo... supongo. Sí.
—¿Algún tipo de... juego... que salió mal?
La botella casi se me resbala de la mano. La dejo junto a los
vasos y doy un paso hacia la mesa.
—¿Qué?
—Un juego —repite sin levantar la vista. Señala la carta de un
hombre que lleva una corona y monta a caballo, con otra corona
rodeando el palo que tiene en las manos. Su mirada recorre el resto
de las cartas—. Un juego de vida o muerte. Hay sufrimiento.
Secretos y engaños. Ilusiones —dice, con voz grave, mientras su
pulgar toca el borde de una carta cuyo título en la parte inferior
dice: La Luna.
—Creía que había aprobado una lectura —digo con voz
cautelosa que es poco más que un susurro.
—Así fue. Las cartas no estaban de acuerdo. —Rose se encoge
de hombros—. Ellas hacen eso.
Me encuentro en el extremo opuesto de la mesa, con los ojos
clavados en Rose mientras da golpecitos con un dedo junto a la
carta superior de la fila de la derecha, un tictac metronómico del
tiempo.
—La Torre —dice. Su dedo se posa sobre el relámpago de oro
descolorido que golpea una torre de piedra—. Destrucción. O
liberación. ¿Qué significa para ti?
Sus ojos son casi negros en la penumbra cuando se posan en
mí. Mi mente se tambalea y mi única respuesta es un movimiento
de cabeza.
—Una torre de piedra —dice, sin apartar la mirada de mí
mientras da un golpecito en la carta—. Debería ser fuerte. Pero
construida sobre cimientos inestables, basta un rayo para
derribarla. El caos. El cambio. El dolor. Y cuando tu mundo se
desmorona a tu alrededor, se revela la verdad.
—¿Y qué... crees que lo que le ha pasado es la caída de un rayo?
Rose desvía la mirada hacia Sloane, un ceño fruncido pasa por
su expresión antes de volver su atención a mí.
—No sé. Tal vez lo sea. O quizá ese golpe esté aún por llegar.
Y aunque su mirada se desvía cuando Fionn entra por la puerta,
las palabras de Rose permanecen como anzuelos de púas clavados
en lo más profundo de mis pensamientos. Se niegan a soltarme.
Hago las presentaciones. Explico lo sucedido, respondo a todas
las preguntas de mi hermano mientras examina el hombro de
Sloane. No nos quedamos en la casa, y en veinte minutos estoy
recogiéndola para llevarla a la oficina de Fionn. Pero cuando miro a
Sloane, son las preguntas de Rose las que siguen ahí. Quizá
siempre estuvieron ahí.
¿Alguna vez la liberé de verdad?
¿O seré yo su destrucción?
Apoyo la cabeza en el regazo de Lark y sus dedos me acarician
el cabello. Se mece al compás de la melodía de su voz inestable.
Nadie aquí puede amarme o comprenderme... canta. Su voz se va
apagando hasta convertirse en un zumbido tembloroso.
Sé que he hecho algo de lo que nunca podré retractarme. Algo
que nunca querría, aunque la mayoría de la gente sentiría
arrepentimiento. Pero yo no. Me siento aliviada. Por fin he abierto
la puerta donde un monstruo yacía agitando sus barrotes al otro
lado, suplicando ser liberado. Ahora que está fuera, no hay forma
de volver a encerrarlo.
Y no quiero hacerlo.
—Mis padres lo arreglarán —susurra Lark mientras me da un
beso en el cabello—. Les contaré lo que hiciste por mí. Nos
ayudarán. Puedes venir a casa conmigo.
Tengo las manos mojadas. Pegajosas. Las levanto a la luz de la
luna que entra por la ventana. Están cubiertas de sangre.
Cuando bajo las manos, veo el cuerpo en el suelo. El Director
Artístico de Ashborne Collegiate Institute.
Y mi único deseo es que resucite del más allá para poder hacerlo
todo de nuevo.
''Llegaré tarde esta noche...'' canta Lark, ''Mirlo, adiós, adiós''.
—Mirlo —dice una voz diferente pero familiar. Salgo de la
oscuridad de los recuerdos y los sueños que nunca me abandonan.
Cuando abro los ojos, Rowan está allí, sentado en el borde de la
cama. Su mano me aparta el cabello de la cara—. Solo ha sido una
pesadilla.
Parpadeo y me fijo en lo que me rodea. La luz sale del cuarto de
baño e ilumina una parte de la habitación de invitados, decorada
en tonos grises oscuros y blancos con toques amarillos que pierden
su alegre brillo en la sombra. La bruma de los analgésicos fuertes
me trae recuerdos. Recuerdos de la agonía mientras Fionn me
giraba el brazo. El dolor en los ojos de Rowan mientras me tomaba
la mano y me recordaba que respirara. El alivio que el hueso
volviera a su sitio. La forma en que Rowan apoyó la cabeza junto a
la mía cuando todo terminó, como si cada momento le hubiera
causado un profundo corte en el corazón. Cuando se levantó y me
miró, había angustia y arrepentimiento en sus ojos, y no sabría
decir cuál era peor.
E incluso ahora, aún permanecen en sus ojos.
—¿Qué hora es? —pregunto mientras me incorporo un poco con
un gemido. Me duele el hombro, pero me reconforta tener el brazo
atado al cuerpo en el cabestrillo.
—Once y media.
—Me siento asquerosa —digo mientras miro mis leggings y la
camisa de franela abotonada con la que he dormido las últimas
horas. Llevo más de un día sin ducharme, desde la mañana de la
casa de los horrores de Harvey. Es como si me persiguiera a través
de la película que recubre mi piel.
—Vamos. —Rowan me ofrece una mano para ayudarme a
sentarme—. Te prepararé un baño. Podría ayudarte con el dolor.
Me deja al borde de la cama y se dirige a la rendija de luz, como
si supiera que necesito un minuto para orientarme. Oigo el chorro
del grifo y el agua que cae en la bañera. Durante un largo momento,
me quedo en la habitación poco iluminada hasta que controlo mi
ansiedad y me uno a Rowan en el baño.
No digo nada mientras me detengo en el tocador para
contemplar mi reflejo e intento ahuyentar las lágrimas a pesar del
escozor de mis ojos y el nudo en la garganta. Moretones de color
púrpura intenso siguen la curva de mis ojos, la huella de la bota de
Harvey Mead aún más vibrante en mi piel que cuando la vi por
primera vez en el auto. Todavía tengo sangre seca en los bordes de
las fosas nasales. Tengo la nariz dolorida e hinchada. Pero,
afortunadamente, sigue en su sitio. Lo cual es bueno, porque ya
parezco un puto basurero y no necesito una nariz rota que añadir
a la mierda actual.
—Listo —dice Rowan mientras cierra el grifo de la bañera. Como
no respondo, se acerca y su reflejo se detiene en la periferia. No
aparto los ojos de mi cara arruinada—. Le diré a Rose que te ayude.
—No —susurro. Las lágrimas se me acumulan en las pestañas
a pesar de mis esfuerzos por mantenerlas a raya—. Tú.
Rowan no se mueve durante un momento que me parece muy
largo. Cuando se acerca, se detiene detrás de mí, la carga de su
mirada tan pesada en mi reflejo que puedo sentirlo a través del
cristal.
—Preciosa.
Una risa incrédula que suena más como un sollozo escapa de
mis labios.
—Parezco una mierda —digo mientras cae la primera lágrima.
Sé que no debería importarme tanto como lo hago. Es sólo temporal.
En unas semanas, esto no será más que un recuerdo,
probablemente incluso divertido. Pero el problema es que me
importa, por mucho que intente no hacerlo. Tal vez sólo estoy
cansada del dolor, el estrés y las horas en la carretera. O tal vez es
difícil ver que mi vulnerabilidad no sólo está atrapada en el interior.
Está mirando al mundo a todo color. Lo está mirando a él.
—Para mí eres preciosa —dice Rowan. Desde detrás de mí, me
quita la lágrima de la piel con el pulgar. La siguiente pasada de su
caricia sigue la caída del moretón que tengo bajo el ojo—. Ese color
de ahí, ¿cuántas cosas se te ocurren que tengan ese color? Es raro.
Vuelve a rozarme el moretón, su tacto es tan suave que no siento
dolor. Me tiembla el labio en el espejo. Se me llenan los ojos de
lágrimas.
—Berenjena —digo, con voz trémula—. Es la peor verdura.
La carcajada de Rowan me calienta el cuello y me recorre la piel.
—No lo es. El apio es la peor verdura.
—Pero la berenjena es blanda.
—No cuando yo la cocino. Te prometo que te gustará.
—Tengo cara de berenjena. Eso es básicamente una cara de
polla. Una cara de polla blanda con el logo de Carhartt.
Rowan me aparta el cabello del hombro y me besa suavemente
la mejilla. No tengo que ver su reflejo para sentir su sonrisa
mientras sus labios se posan en mi piel.
—Esto no está teniendo el efecto deseado. Déjame intentarlo de
nuevo —dice, con una cálida sonrisa en la voz. Me rodea con el otro
brazo para desabrocharme la primera de las dos hebillas del
cabestrillo. Mi gesto de dolor es correspondido con otro beso—. Ese
color no me recuerda a la berenjena. Me recuerda a las moras. La
mejor baya, en mi opinión. Me recuerda a los lirios. Tienen el mejor
aroma de todas las flores. Me recuerda a la noche, justo antes del
amanecer. El mejor momento del día. —La otra hebilla se suelta y
cierro los ojos para no sentir dolor mientras Rowan me quita el
cabestrillo del brazo.
—Pero...
—Eres todo lo mejor para mí, Sloane. No importa cuántos
moretones haya en tu corazón o en tu piel.
Cuando abro los ojos, no son mis marcas lo que veo. No es la
hinchazón, ni los arañazos, ni la sangre. Es Rowan, con sus ojos
azul marino clavados en los míos, su brazo rodeando mi cintura
mientras su otra mano traza lentos dibujos en mi piel.
Coloco mi mano buena sobre la suya y le rodeo los nudillos con
los dedos, donde las cicatrices se entrecruzan sobre el hueso.
Levanto la mano y absorbo cada matiz de su expresión con mi
mirada atenta. Guío sus dedos hasta el botón superior de mi camisa
y dejo que mi mano descanse sobre el tenso músculo de su
antebrazo.
No compartimos ninguna palabra. Sólo la conexión de nuestros
ojos en el espejo, una que no vacila.
Rowan libera el primer botón. El segundo. El tercero. El cuarto
está bajo mi esternón. El quinto revela la parte superior de mi
abdomen. El sexto la barra enjoyada en mi ombligo. No me quita
los ojos de encima mientras desabrocha el séptimo y el octavo
botón. Un trozo de piel en el centro de mi cuerpo brilla a la luz que
nos baña desde el espejo.
Me late el pulso. Podría verlo en mi cuello si estuviera dispuesta
a apartar la mirada. Pero no lo hago. Sigo aguantando mientras los
dedos de Rowan se enroscan en uno de los bordes de mi camisa.
Lo abre, dejando mi pecho al aire. Luego hace lo mismo con el
otro lado. Y nuestras miradas permanecen fijas. No es hasta que
trago saliva y enarco las cejas cuando por fin deja que sus ojos se
posen en mi cuerpo.
—Jesús... —susurra—. Sloane...
Mi piel es un amasijo de arañazos y moretones, todas las marcas
más oscuras y evidentes que hace unas horas. Su mirada recorre
cada centímetro de mi piel expuesta como si yo fuera algo precioso
pero dañado, una revelación rota. Puede que no sea como él
esperaba, pero sé que me ha imaginado así antes, desnuda y
vulnerable a su mirada, a su tacto. Igual que yo lo he imaginado a
él. Pero es diferente sentirlo en el pesado silencio que se extiende
entre nosotros. No podría haber esperado la forma en que mi sangre
se calienta a través de mi piel, o la forma en que el mundo entero
se encogería a este punto, este momento en un espejo.
La mirada de Rowan se posa en mi garganta, sus ojos azul
marino casi negros, sus pupilas consumiendo el color hasta que
sólo queda una fina franja de azul. Traza una línea por el centro de
mi cuerpo, su atención tan lenta y deliberada que parece un roce
contra mi piel. Fluye sobre las crestas de mi esternón. Se desvía
hacia la izquierda y se detiene sobre mi corazón. Recorre el piercing
de oro rosa que rodea mi pezón. Se me pone la carne de gallina en
los brazos y me estremezco cuando su mirada me recorre el pecho
hasta el otro lado y el piercing a juego del pecho derecho.
—¿Algo te llamó la atención, niño bonito? —susurro.
—Sí —dice, con voz dolorida—. Dios, sí, Sloane. Todos ustedes.
Rowan arrastra primero la camisa por el brazo que no está
herido y luego se toma su tiempo para quitármela del hombro
hinchado, sin apartar los ojos del reflejo de mi cuerpo. La tela cae
y se acumula a mis pies. Respira hondo antes de enganchar los
pulgares en la cintura de mis leggings y pasármelos por las caderas.
Me rodea el tobillo con los dedos para levantarme el pie de la fría
baldosa y tira de la tela para sacarme una pierna y luego la
siguiente. Cuando se pone a mi altura, detrás de mí, puedo ver cada
respiración agitada de su pecho, cada latido de su corazón cuando
el pulso se le acelera en el cuello.
—Tengo que recomponerme —murmura, con voz grave y áspera,
las palabras no van dirigidas a mí. Me tiende la mano y la tomo—.
Vamos. Al baño antes que me muera.
Arrastro los pies mientras me empuja hacia la nube de burbujas
blancas que brilla en la bañera.
—¿Significaría eso que tendría una ganancia extra?
—Estoy a punto de renunciar a todos los partidos, Mirlo —
refunfuña—. No creo que tengamos que llegar al extremo de
matarme todavía.
Nos detenemos en el borde de la bañera. Rowan me agarra la
mano buena mientras meto un dedo del pie en el agua caliente.
Cuando doy el primer paso, levanto la vista, esperando encontrarlo
concentrado en los detalles de mi cuerpo. Pero no es así. Sus ojos
están clavados en los míos, con una arruga entre las cejas, como si
toda esta experiencia fuera insoportable.
—¿Estás bien? —le pregunto mientras me apoyo en su mano y
meto el otro pie en el agua para permanecer de pie en la pequeña
bañera, mi leve sonrisa sólo sirve para ahondar su ceño fruncido.
—La verdad es que no.
—Lo estás haciendo muy bien.
—¿No debería decírtelo yo?
—Probablemente.
—Sólo entra, por el amor de Dios.
—Me apunto.
Rowan se pasa la mano libre por el rostro.
—¿Cómo es que todavía tienes la energía para tomarme el pelo?
—Siempre tengo energía para eso. Tu sufrimiento es mi
prioridad número uno. —Mi sonrisa empieza brillante, pero flaquea
cuando la mirada de Rowan pasa de mí a la esquina de la
habitación, como si no pudiera soportar mantener su atención en
mi rostro un momento más—. ¿Qué pasa? ¿Rowan...?
—He estado sufriendo durante cuatro años, Sloane. Te lo ruego.
Métete en la puta bañera.
Mis ojos no se apartan de su perfil mientras desciendo
lentamente hacia el agua. A cada centímetro que caigo, espero que
me mire a los ojos, pero no lo hace, como si de repente no pudiera.
Como si se hubiera metido en una caja que hace un momento no
existía.
Me sumerjo hasta que las burbujas me consumen el pecho; sólo
veo los hombros y la parte superior de la espalda por encima de su
abrazo diáfano mientras me enrosco hacia delante y me abrazo a
las rodillas. La larga exhalación de Rowan es inestable por encima
de mí. Pasa un momento antes que se ponga en cuclillas a mi
altura. Mi mirada sigue clavada en él, y él sigue evitándola.
Rowan toma una toallita de donde la había dejado al borde de
la bañera para empaparla en el agua. Tiene cuidado de no tocarme
debajo de la superficie. Retira el paño y lo desliza por mi hombro
ileso para limpiarme la suciedad de la piel con movimientos lentos,
y aunque permanezco perfectamente inmóvil por fuera, mis
pensamientos se agitan con la fuerza de un huracán.
Trago saliva, incapaz de apartar la mirada de Rowan. Mi voz
suena pequeña cuando digo:
—¿Cuatro años?
Los ojos de Rowan se oscurecen y se centran en el movimiento
de su mano al pasar el paño por mi piel. No me roza con las yemas
de los dedos, ni una sola vez, a pesar de repetir el movimiento del
paño hasta que se enfría el agua que contiene.
—Ya lo sabes. Te lo dije en casa de Thorsten.
El corazón me da un vuelco. Rowan sumerge el paño entre la
nube de burbujas y en el agua, esta vez rozándome la cadera en un
roce fugaz que podría haber sido intencionado. Antes que pueda
estar segura, el paño está fuera del agua y se desliza sobre mi
columna.
—¿Te... te acuerdas de eso?
Rowan no contesta. No creo que lo haga. Así que cuando
sumerge el paño en el agua por tercera vez, le agarro la muñeca por
debajo de la superficie y, por fin, sus ojos se encuentran con los
míos.
—Hola —le digo, con voz suave—. Estoy aquí mismo.
—Sloane... —Rowan cierra los ojos y respira hondo, como si
quisiera borrar el dolor. Cuando se encuentra con mi mirada,
parece tan agonizante como hace un momento—. Si te vuelvo a
tocar... —Sacude la cabeza—. He necesitado todo lo que hay en mí
para desnudarte sin inclinarte sobre la encimera del baño y follarte
hasta que me supliques que pare.
Mis mejillas se sonrojan, pero intento esbozar una sonrisa
arrogante, una que sólo oscurece la agonía en los ojos de Rowan.
—No estoy segura de ver el problema con esa idea en este
momento.
—Estás herida.
—Sólo mi hombro. Y mi cara. De acuerdo, también me duelen
un poco las costillas, pero estoy bien, de verdad. Peligros del
trabajo, ¿verdad?
—Necesito cuidarte. Es mi culpa que estés así. El juego fue mi
estúpida idea.
—Oye, no le hagas sombra al juego. Es lo más divertido que he
tenido desde... quizás nunca. Desde que tengo memoria. Es lo que
más espero todos los años —digo, y la diversión se desvanece de mi
voz a medida que la verdad sale a la superficie—. Tú eres lo que más
espero, Rowan.
Traga saliva, su expresión es un fino velo sobre cualquier
conflicto que lo esté comiendo por dentro. Cuando sacude la cabeza,
el escozor de unas lágrimas súbitas y contenidas me arde en la
nariz. Puede que su sufrimiento no sea lo que yo quería, por muy
divertido que me pareciera hace unos instantes.
—Quería jugar —continúo, con la voz aún segura aunque no
creo que sea por mucho tiempo—. Tenía miedo cuando empezamos,
miedo de estar cometiendo un gran error. Pero, ¿encontrar a alguien
que pudiera entenderme por todos los pedazos destrozados que hay
bajo la máscara? Lo necesitaba. Antes que llegaras, me faltaba algo.
Tú, Rowan. Faltabas tú. Hiciste que me sintiera segura. Segura para
jugar en nuestros términos. A salvo para divertirnos, aunque
nuestra diversión no sea la idea que todos tienen de un buen
momento.
Su mandíbula se aprieta, como si fuera una lucha para no
morder sus siguientes palabras.
—Ese es el problema, Sloane. No es seguro. Es lo más alejado
de eso. —Cuando abro la boca para discutir, Rowan me agarra la
barbilla con la mano para atraparme con su mirada severa—. Casi
te pierdo —dice, cada palabra puntuada por una pausa, como si
intentara meterme cada una en la cabeza.
—Estoy aquí —respondo con la misma cadencia. Mis dedos se
pliegan en torno a los suyos y llevan su palma hasta mi corazón
para que se apoye en el latido—. Aquí mismo.
—Sloane...
Ya estoy harta de palabras.
Cierro el espacio que nos separa y aprieto mis labios contra los
suyos. Se paraliza de la impresión y aprieto su mano donde aún
está húmeda y caliente sobre mi pecho, mi lengua una exigencia
contra sus labios. Déjame entrar. En ese momento me doy cuenta
que siempre he estado dentro, en los pensamientos de Rowan, en
sus planes, puede que incluso en su corazón, y ahora me aterra que
de repente pueda dejarme fuera.
Me devuelve el beso, pero lo hace tímidamente, como si intentara
alejarme aunque no quiera.
Arrastro su mano por mi piel. Su respiración se agita cuando
me detengo en mi pecho, el piercing de mi pezón descansando en el
centro de su palma. Un gemido contradictorio se escapa del control
de Rowan. Su mano presiona con más fuerza mi piel. Pero el beso
sigue sin ser el mismo que en el granero, no cuando parecía que
habíamos escapado de un destino para caer en otro mejor.
Así que muevo su mano. La acerco a mi esternón. La deslizo por
mi piel. Dejo que su mano se deslice en el agua, lenta y suavemente
sobre mi ombligo. Sé que a él también le gusta ese piercing. Pude
verlo en sus ojos cuando me miró en el espejo.
Nuestro beso se rompe cuando sigo bajando. Su aliento inunda
mis sentidos, el aroma del bourbon es un fantasma entre nosotros.
Inhalo el aroma y lo atrapo en mis pulmones mientras mi pulso
zumba en mis oídos.
Presiono la palma de la mano de Rowan contra el vértice de mis
muslos y la mantengo ahí.
Aspira entrecortadamente.
—Sloane... es que...
Mi mano se aleja y lo dejo explorar. Sus dedos encuentran mi
clítoris y el piercing triangular que hay allí, y me muerdo el labio
inferior ante la explosión de sensaciones. Luego baja hasta los
piercings simétricos de los labios exteriores, donde las barras de
cada lado están cubiertas con pequeñas bolas de titanio. Cuando
llega al piercing fourchette9, casi vibra de tensión.
—Fuera de la puta bañera —gruñe mientras me agarra del brazo
bueno y me levanta. Una ola de agua salpica el borde de la bañera
y empapa los bajos de sus jeans, pero él no parece darse cuenta.
—Pero acabo de entrar, según las instrucciones, debo añadir.
—No, me importa una mierda.
Le doy una sonrisa inocente, una que me gana una mirada
aguda y acalorada.
—Creí que habías dicho que tenías que cuidarme.
—Y eso es exactamente lo que voy a hacer.

9
El piercing de la fourchette es un piercing genital femenino. Se trata de un piercing
realizado en el borde posterior de la vulva, en la zona del frenillo de los labios menores.
En el momento en que mi segundo pie sale de la bañera y toca
la alfombrilla, me levanta en brazos. No me da una toalla, no me
envuelve en nada más que su abrazo. Gotas de espuma resbalan
por mi cuerpo y caen al suelo mientras empapo su camisa.
Rowan abre la puerta de un tirón con más fuerza de la necesaria
y marcha hacia la cama.
—Pero no soy un maldito ángel, Sloane.
Me deja en el borde de la cama y se aleja. Su pecho se tensa
contra la camisa mojada con cada respiración. Me mira con los
brazos cruzados, con las piernas cruzadas y el brazo bueno pegado
al cuerpo mientras el agua me enfría la piel.
—Muéstrame —exige.
Mis cejas se alzan mientras mi corazón intenta clavarse contra
mis costillas.
—¿Mostrarte?
—Ya me has oído. Sube a esa cama y abre las piernas y
muéstrame.
—La mojaré...
No llego a pronunciar la última palabra y ya lo tengo delante, a
un soplo de distancia, con las manos a ambos lados de mis caderas.
—¿Te parece que me importa una mierda? ¿De verdad crees que
me importa? —Me hormiguea la piel como si suplicara su caricia,
pero estoy segura que él lo sabe, que lo percibe en cada respiración
entrecortada que pasa por mis labios. Tiene cuidado de no tocarme
con nada que no sea el fuego que arde en sus ojos—. He terminado
de darle vueltas a esto, Sloane. Te he deseado durante cuatro años.
Y vas a mostrarme lo que me he estado perdiendo.
Rowan no se mueve mientras yo descruzo lentamente las
piernas y suelto el agarre de mi cuerpo para sujetarme con la mano
derecha. Me deslizo más arriba en la cama y él se cierne sobre mí,
con los puños apoyados en el borde del colchón y los ojos clavados
en los míos hasta que parece satisfecho que haya llegado lo
bastante lejos. Cuando me detengo en el centro de la cama, Rowan
se endereza y cruza los brazos una vez más, con la mandíbula
apretada.
—Abre las piernas, Sloane.
Sus ojos permanecen fijos en los míos mientras suelto un
suspiro inseguro. Mi talón izquierdo se desliza por el colchón, luego
el derecho, con las rodillas aún flexionadas y la parte superior del
cuerpo apoyada en el codo. Los ojos de Rowan siguen sin apartarse
de los míos a pesar que estoy desnuda ante él, como si se estuviera
torturando, negándose a él mismo su deseo de mirar hacia abajo.
—Más abiertas.
El calor me recorre por dentro y separo un poco más las piernas.
Un dolor se apodera de mis huesos, un vacío que pide ser llenado.
Cada petición de Rowan es combustible, cada palabra incendiaria.
—Más abiertas, Sloane. Deja de intentar esconderte de mí
porque te prometo que no va a funcionar.
Trago saliva. Mis piernas se abren hasta la incomodidad.
Pasa un instante antes que la mirada de Rowan se separe de la
mía y recorra mi cuerpo. Lo siento en cada centímetro de piel, el
peso de su deseo al recorrerme, su delgada contención como fuego
bajo mi piel. Su atención se posa en el vértice de mis muslos
mientras los músculos de sus antebrazos se tensan.
—El piercing del clítoris. Dímelo.
No levanta la vista cuando hago una pausa. Se limita a esperar,
a observar.
—Tenía dieciocho años —le digo—. Era mi segundo piercing,
después del del ombligo. Me dolió, claro, pero no tanto como
pensaba. Una vez curado, me ayudó, creo. Con los orgasmos.
—¿No podías tener un orgasmo antes?
—No lo sé. No tenía la... situación... adecuada hasta ese
momento. Pero sentí que me daba el control. —Permanezco inmóvil
mientras el músculo de la mandíbula de Rowan salta. Sus ojos son
oscuros, atormentados. Sabe lo suficiente sobre mi pasado como
para rellenar las lagunas de su conocimiento con su propia
imaginación—. Los piercings de los labios me los hice cuando tenía
veinte años. Me gustaba su aspecto. Sé que son pequeños, pero de
algún modo me recuerdan a una armadura. Quizá no tenga sentido.
—Así es —dice mientras sus ojos se clavan en los míos.
Le dedico una leve sonrisa que se desvanece en un santiamén.
—El último, el fourchette, me lo hice unos meses antes de
conocerte. Me hacía sentir más segura. Y pensé que a un
compañero también podría gustarle.
Los ojos de Rowan son un vacío sin luz, su voz una ronca y grave
cuando dice:
—¿Lo hicieron?
Mi mirada recorre la habitación hasta posarse en las sombras.
No lo miro cuando niego con la cabeza.
—No lo sé. No he estado con nadie desde que te conocí.
Esas palabras son recibidas con silencio. Quedan suspendidas
en el aire. Consumen el oxígeno de la habitación. Cuando mi mirada
se levanta de las sombras, choca con la de Rowan y lo veo, el
momento exacto en que su contención detona.
—¿Por qué no? —exige.
Vuelvo a sacudir la cabeza.
—Ya te lo he dicho. Deja de esconderte. No va a funcionar
conmigo, ya no. ¿Quieres esto? ¿Me quieres a mí? Entonces dímelo,
Sloane. —Los brazos de Rowan caen de su pecho. Sus manos se
apoyan en mis rodillas, firmes en el temblor de mis huesos para
captar el cambio tectónico que me está destrozando—. Dímelo,
joder, para que sepas que cuando te arruine para todos los demás
hombres, es lo que pediste. Dime...
—Tú —digo. Cada respiración se estremece a través de mis
pulmones—. Te conocí. No quería a nadie más. Sólo a ti. Sólo te
quiero a ti.
No hay diversión ni alivio en sus ojos, sólo intensidad
depredadora. Me mira como un tigre a un cordero.
Una comida para devorar.
El colchón se hunde cuando él sube una de sus piernas a la
cama y luego la otra para arrodillarse entre mis pantorrillas
abiertas.
—Recuerda lo que acabas de decir cuando pienses que es
imposible que vuelvas. Porque lo harás. Tenemos cuatro putos años
que recuperar. —Rowan se hunde entre mis muslos, sus callosas
palmas envuelven mi tierna carne para mantenerme bien abierta.
Cada exhalación calienta la humedad acumulada en mi entrada.
Sus ojos siguen clavados en los míos a lo largo de todo mi cuerpo,
una atracción gravitatoria de la que no puedo escapar—. Elige una
palabra de seguridad. Hazlo ahora.
Trago. Duro.
—Motosierra.
Suelta una carcajada, un estallido de calor en mi interior.
—Qué apropiado, mi amor. Ahora sé una buena chica y
encuentra algo a lo que agarrarte —dice, y luego me da una larga y
lenta lamida en el centro—. Porque estoy a punto de destruirte.
Le dije que no soy un ángel.
No creo que me creyera.
Pero está a punto de descubrir que soy el demonio que nunca
supo que necesitaba.
Paso la lengua por la barra metálica curvada justo debajo de su
clítoris mientras mi pulgar recorre sus sensibles nervios con la
presión justa para dejarla con ganas de más. Sloane se levanta del
colchón y jadea cuando me meto el piercing en la boca. El aroma de
su excitación se mezcla con el persistente jabón de su piel. Ya estoy
casi loco por la necesidad de hundirme en su apretado calor.
—Rowan —susurra. Mi mano libre se desliza por su cuerpo para
juguetear con el corazón que rodea su pezón en punta. Trazo las
curvas y las bolitas de cada extremo de la barra antes de darle un
suave tirón que provoca un estremecimiento. Su reacción me hace
sonreír, pero su contención tiene que desaparecer.
—No he entendido bien, mi amor. —Me aferro a su clítoris y paso
la lengua por el capullo y la barra de metal hasta que un fuerte
gemido sale de sus labios—. Así está mejor —digo cuando la libero
de mi boca.
—Nos oirán —susurra—. Fionn y Rose.
—Bien. Les mostraremos cómo se hace. Dale a Fionn algo en
que pensar. Tal vez pone su mierda junta y hace un movimiento
con Rose.
Sloane suelta una carcajada que se convierte en un grito de
placer cuando hundo la lengua en su coño para saborear su dulce
y caliente excitación, dejando que cubra mis sentidos y arda en mi
memoria. Mis dedos rastrean las hileras simétricas de bolas y
barras de titanio que enmarcan su entrada y ella se retuerce antes
que arrastre la lengua por sus labios y vuelva a su clítoris para
hundir un dedo en su coño. Tiene los ojos cerrados y la cabeza
apoyada en la almohada. Su mano buena se agarra a un peldaño
de hierro del cabecero mientras se muerde el labio.
Mi dedo se enrosca para recorrer un lento camino sobre sus
paredes internas. Ella se retuerce y hunde los dientes en su carne.
Definitivamente, eso no va a funcionar. Le doy dos suaves palmadas
seguidas en el pecho y ella suelta inmediatamente el labio para
aspirar con necesidad.
—Sigo sin oírte.
—Rowan —gime.
Sloane se retuerce cuando le doy otra pequeña bofetada. Su
coño empapa mi mano mientras bombeo mi dedo con movimientos
lentos.
—¿Querías algo, Mirlo? Vas a tener que hablar.
—Más —dice, esta vez más alto—. Necesito más.
Añado otro dedo y un gemido más fuerte se escapa de sus labios.
Pero sigue conteniéndose.
—Vas a tener que hacerlo mejor si quieres correrte.
Un escalofrío recorre su cuerpo cuando soplo una fina corriente
de aire sobre su carne expuesta.
—Por favor, Rowan. Por favor —gruñe.
—Te diré una cosa —le digo. Ella se encuentra con mi mirada
expectante, sus ojos oscuros de lujuria—. Ya que me lo has pedido
tan amablemente, te daré este y dejaré que te corras. Pero será
mejor que encuentres rápido tu voz, pajarito. Porque no hemos
hecho más que empezar, y seguiré con esto todo el tiempo que haga
falta hasta que me convenza que no te escondes de mí. Al final de
esto, gritarás. Es una jodida promesa.
Un gemido tenso se libera del pecho de Sloane.
Deslizo mi brazo libre por debajo de sus caderas y levanto su
culo del colchón.
Y luego la devoro.
Muevo los dedos y los enrosco para acariciar la carne más
sensible de su canal. Mi lengua baila sobre su clítoris hasta que
tomo su piercing entre mis labios y le doy un suave tirón. Se agita,
gime y lloriquea, pero Sloane no va a ninguna parte, sólo al límite.
Y la mantengo donde quiero todo el tiempo que quiero. Le meto los
dedos hasta el fondo y los mantengo firmes, negándole el orgasmo
que está creciendo en su interior.
—Una cosa más, amor —le digo mientras suelta un quejido
petulante—. No me quites los ojos de encima.
Las pupilas dilatadas de Sloane se fijan en mi cara y sonrío.
—Qué buena chica.
Sin pestañear, me meto su clítoris en la boca, aprieto los labios
contra su carne, presiono para que se deshaga. Grita y se agarra
con fuerza a la barra de hierro del cabecero. Su coño se retuerce
alrededor de mis dedos y sonrío contra su clítoris.
Se lo niego de nuevo.
—Ah, y otra cosa...
—Rowan —ladra, y suelto una risita oscura contra su piel. La
miro a los ojos mientras acaricio lánguidamente con la lengua el
triángulo perforado, provocándole un escalofrío de necesidad—. Por
el amor de Dios, por favor, deja que me corra. No más ''otras cosas''.
No más paradas.
—No te detengas —repito. El brillo diabólico de mis ojos se
encuentra con un destello de cautela en los suyos—. Como quieras,
Mirlo. Me aseguraré de no detenerme, como me pediste.
Por última vez, cierro la boca en torno a ella, lamiéndola,
chupándola y mordisqueándola hasta que se retuerce entre mis
manos, con su excitación untada en mi cara y en el interior de sus
muslos. Su coño palpita alrededor de mis dedos y ella se separa con
un gemido estrangulado, con la espalda encorvada por las sábanas
húmedas. Sigo presionando hasta que estoy seguro que ha agotado
cada segundo de placer, hasta que se queda flácida y sin aliento.
Deslizo el brazo desde debajo de ella para posar la palma en la
suave piel de su vientre mientras retiro los dedos de su coño y me
pongo de rodillas. Puede que aún no se dé cuenta de cuánto tiempo
va a estar a mi merced, pero al menos sabe que no he terminado.
Me cierno sobre ella. Sus ojos permanecen fijos en mí mientras
trazo la punta de mi dedo brillante sobre sus labios.
—Abre —le ordeno. Lo hace, con la lengua pegada al labio
inferior, esperando. Pongo los dedos sobre el calor resbaladizo y ella
los rodea con los labios, llevándome directamente a algo que ya he
imaginado muchas veces: la fantasía de su boca caliente y húmeda
alrededor de mi polla—. Chúpamela.
Sloane cierra los ojos con un gemido que vibra en mis dedos
mientras tira con fuerza de la carne. Su lengua se arremolina sobre
mi piel. Un escalofrío me recorre y sus ojos se abren de golpe, se
entrecierran y una sutil sonrisa llena sus mejillas.
—Sabes lo que me haces, ¿verdad? Quieres torturarme tanto
como yo a ti —digo mientras libero mis dedos contra la succión de
su boca.
—Tal vez —respira.
—Este es un juego que no ganarás, Mirlo. —Le dirijo una sonrisa
sombría mientras me muevo hacia atrás de la cama.
Con una mano detrás de los hombros, me quito la camisa y la
tiro al suelo. Los ojos de Sloane recorren mi cuerpo para mirarme.
Y la dejo. Lo agradezco, joder. Le gusta recordarme que no deje que
mi belleza se me suba a la cabeza, pero sé lo que soy y el efecto que
puedo tener. Soy músculo y cicatrices mezclados con guiones y
remolinos de tinta negra. Del mismo modo que yo la miro y
encuentro belleza en las marcas que sólo son temporales, ella me
mira y sé que siente lo mismo. Hay arte en nuestras cicatrices. Hay
maravilla en la forma en que podemos sanar.
—¿Algo te ha llamado la atención, hermosa?
La columna de su garganta se mueve mientras traga. Su mirada
sube por mi cuerpo hasta chocar con la mía.
—Sí. Todos ustedes.
—Bien —digo mientras me desabrocho el cinturón y me bajo los
jeans y el bóxer, dejando libre mi erección. Sus ojos se posan en mi
polla mientras la rodeo con la palma de la mano y la acaricio
lentamente. Se relame los labios. Veo cómo le late el pulso en el
cuello, incluso en la penumbra—. No quisiera decepcionarte.
Sloane resopla una risa incrédula.
—Imposible. —Y entonces me mira a los ojos, con expresión
seria—. Eres hermoso, Rowan.
Esta vez, me toca a mí sonrojarme.
Estoy seguro que ella lo ve. Está en la forma en que su amable
sonrisa parpadea y se desvanece. Pero si cree que una sonrisa y un
cumplido van a dulcificar las cosas, no va a funcionar.
Le rodeo el tobillo con una mano y la abro más hacia mí
mientras vuelvo a subir a la cama.
—¿Tomas anticonceptivos?
—Sí —responde mientras un profundo rubor recorre su pecho—
. Tengo un DIU.
—Bien. —Acerco la cabeza de mi polla a su entrada, la hago
rodar por el piercing de la fourchette. Maldito infierno. Voy a sentir
el cielo, como siempre supe que sentiría—. Porque voy a llenarte
hasta que reboses de mi semen.
Cierro los ojos mientras paso la punta de mi erección por los
piercings de sus labios, subiendo por un lado y bajando por el otro.
Una respiración profunda e inestable llena mis pulmones mientras
me niego a mí mismo un momento más. Quiero saborear la
anticipación.
La mano de Sloane encuentra mi muñeca y sus uñas se clavan
en mi piel. Cuando abro los ojos, la desesperación me mira
fijamente. Ella no sólo quiere esto tanto como yo. Lo necesita, joder.
—Fóllame, Rowan, por favor. Destrúyeme.
Mi moderación se rompe.
—Entonces mira hacia abajo. Mira lo bien que me tomas.
Empujo dentro de su calor apretado, lo suficiente para que la
corona quede envuelta por su calor. Me observa cómo le pedí, con
la respiración entrecortada. Un gemido sale de sus labios cuando
permanezco quieto, toda mi atención centrada en la forma en que
su cuerpo se ajusta al mío, los piercings brillando tan
hermosamente en la tenue luz.
Deslizo mi polla un poco más adentro y luego me retiro sólo un
centímetro, su coño apretado a mi alrededor.
—Maldita sea, Sloane. Mira lo desesperado que está tu coño por
ser arruinado. Tan jodidamente apretado que no quiere dejarme ir.
Con cada embestida superficial, empujo más profundo,
haciendo una pausa cada vez que Sloane intenta echar la cabeza
hacia atrás con un gemido. Quiero que mire. Que nunca olvide este
puto momento. Así que espero. Cada vez que intenta apartar la
mirada, cada vez que el placer la aparta de mí, espero mi momento
hasta que su atención vuelve a estar donde yo quiero. En mí. En
nosotros. Y cuando por fin se queda clavada en el lugar donde se
unen nuestros cuerpos, abro más sus piernas y empujo más hondo
hasta que por fin toco fondo, con las caderas a ras de su carne.
Permanezco allí, con las manos aferradas a su cintura,
recorriendo con la mirada su hermoso y magullado cuerpo desde
donde estoy enterrado hasta el fondo de su coño. Me concentro en
su rostro y capto cada cambio en su expresión mientras saco la
punta de mi erección para penetrarla hasta al fondo. Sloane
responde con un gemido fuerte y desesperado. Se agarra al cabecero
y vuelvo a hacerlo. Esta vez es aún más fuerte.
—Esa es mi chica —le digo, encontrándome con su mirada
oscura y llena de lujuria con una sonrisa pícara mientras me inclino
hacia delante. Le rodeo el cuello con la mano—. Haz todo el ruido
que quieras. Todo el maldito vecindario podría oírte y me importaría
una mierda.
Me abalanzo sobre ella con golpes largos y potentes, mi polla
rodando sobre ese piercing con cada pasada, volviéndome salvaje
de deseo. Estoy inundado de ella. Su aroma y sus gemidos ásperos.
Su pulso al chocar contra mi palma. La visión de su cuerpo bajo el
mío. La sensación de su coño apretado contra mi polla. Está en
todas partes, en cada gota de mi sangre, en cada chispa de
pensamiento, y quiero destruirla por ello. Destrozarla como ella me
ha destrozado a mí. Porque me pone de rodillas. Quiero arruinarla
para que sea mía, mi hermoso desastre. Mi criatura salvaje. Mi
diosa del caos.
Y me la follo como si eso fuera exactamente lo que voy a hacer.
Me meto dentro de ella. Fuerte. Profundo. Implacable y
despiadado. Se resiste a que la agarre por la garganta, las venas le
salen en forma de líneas por el cuello. Le cuento todas las formas
en que voy a penetrarla. En su boca. En su coño perfecto. En su
culito apretado. Voy a llenarla hasta que esté en todas partes dentro
de ella. Al igual que ella está en todas partes en mí.
Y le encanta.
Su excitación perfuma el aire. Pide más. Me suplica que no pare.
Y no lo hago, ni por un segundo. Con una mano la agarro por la
garganta, con la otra presiono su clítoris en círculos y la penetro
una y otra vez hasta que grita mi nombre y se aprieta alrededor de
mi erección mientras se corre. Y yo detrás de ella. Una corriente
eléctrica recorre mi espina dorsal, mis pelotas se tensan y me
derramo dentro de ella, temblando, con el corazón atronando mis
oídos. Empujo hasta el fondo y saboreo el aleteo de su coño
mientras ordeña cada gota de semen.
Quiero quedarme aquí enterrado, atraerla y apretar su cuerpo
bañado en sudor de Sloane contra el mío mientras me duermo con
su coño envuelto alrededor de mi polla.
Y lo haré.
Más tarde.
Salgo despacio, centímetro a centímetro, fascinado por la visión
de nuestra excitación brillando mientras cubre mi polla. Sloane se
tapa los ojos con el brazo mientras intenta recuperar el aliento. Es
adorable, de verdad. Probablemente ya piensa que la he destruido.
Se equivoca.
Me inclino y cierro la boca sobre su coño. Mis dedos trabajan su
clítoris hinchado. Cuando meto la lengua en su palpitante canal,
me recompensa con un grito de sorpresa.
—Rowan...
Sus músculos se contraen y nuestros orgasmos inunda mi boca.
Sonrío contra su carne mientras recojo nuestros orgasmos en mi
lengua.
Luego merodeo a lo largo de su cuerpo.
Los ojos avellana de Sloane brillan, los moretones resaltan los
tonos verdes de sus iris mientras bailan entre los míos. Creo que
por fin me doy cuenta. Esto ni siquiera está cerca de terminar.
Esto no ha hecho más que empezar.
Me apoyo en los antebrazos y me cierno sobre ella. Le pongo un
dedo en los labios.
Golpeo, golpeo, golpeo. Abre bien.
Los labios de Sloane se separan. Escupo el semen en su boca.
—Traga.
Lo hace, sus ojos no se apartan de los míos, no hasta que
aplasto mis labios contra los suyos.
Este beso es crudo. Ya no hay barrera entre nosotros. Es Sloane
desnudada a poco más que deseo carnal. Es como me he sentido
tantas veces cuando he estado con ella. Como si estuviera hecho de
nada más que una necesidad desesperada. Nuestros dientes
chocan. Me muerde el labio inferior y un sabor a hierro se funde
con los sabores de la dulzura y la sal.
—¿Lo has probado, Mirlo? —pregunto cuando me alejo lo
suficiente como para ocupar todo el espacio de su campo de visión.
—Sí —susurra.
—¿Sabes lo que es eso?
Tiene la sensatez de sacudir la cabeza. Yo sonrío.
—Un aperitivo. Y ahora es el momento de un maldito festín.
Vuelvo a deslizarme por su cuerpo para acomodarme entre sus
muslos temblorosos mientras deslizo una mano por debajo de su
espalda para acercar su coño a mi boca.
Y tal como prometí, antes que acabe la noche, ella grita.
No puedo dormir, aunque mi mente está más relajada que
nunca y mi cuerpo está agotado.
Puede que tenga algo que ver con la polla enterrada en mi coño.
Creo que podría dormirme así, envuelta en los brazos de Rowan.
Nunca ha habido un lugar más seguro. Y me encanta la idea de
quedarme dormida así, todavía conectada de una forma que no
quiero estar con nadie más.
Pero no puedo. Porque a pesar de lo cansada que estoy, lo quiero.
Desató algo en mí, abriéndome para revelar capas que no sabía
que existían. No es que no haya tenido buen sexo antes, pero nada
parecido a lo que fue con Rowan. Toma de una manera que da.
Parece saber exactamente cuándo presionar y hasta dónde. Y al
final, es ferviente. Desinhibido.
Y ya lo deseo otra vez, aunque nuestros anfitriones
probablemente nos odiarían por ello.
Cada vez que pienso en enfrentarme a Rose y Fionn mañana por
la mañana, me arden las mejillas de calor. Fui tan ruidosa. Los dos.
Grité el nombre de Rowan más de una vez. Él rugió el mío mientras
se corría en mi boca, con mi cabello enroscado en su puño.
Cuando por fin le supliqué que dejara de hacerme correr, me
abrazó con su cuerpo flácido y agotado, amontonó almohadas
alrededor de mi brazo herido y volvió a deslizarse dentro de mi coño
con el sonido de mi jadeo. Sentí la sonrisa de sus labios contra mi
cuello cuando susurré una maldición incrédula.
—Duérmete, Mirlo —me dijo, y luego me dio un beso en el cuello
antes de apoyar la cabeza en la almohada—. O no, depende de ti.
Pero yo voy a dormir como una puta roca con mi polla enterrada
profundamente en tu coño perfecto.
¿Cómo carajo iba a dormir después que dijera eso?
Y ahora estoy aquí, desesperada por el movimiento, por la
fricción, y sin querer despertar al hombre cuya polla está metida
hasta las pelotas en mi coño.
—Jesús —susurro.
Al principio pensé que se ablandaría y se saldría, pero no ha
sido así. No estoy segura de cuánto tiempo ha pasado, quizá veinte
minutos, pero me parece una puta eternidad. Si tan sólo pudiera
moverme, aliviar un poco esta dolorosa necesidad entre mis
muslos...
Voy a estar despierta toda la noche a este paso.
No. Eso sería una tortura. Que probablemente le encantaría.
Una fina y decidida bocanada de aire pasa por mis labios.
Meneo el brazo izquierdo por el nido de almohadas hasta que
puedo apretar los dedos contra el clítoris con un suspiro de alivio.
Me duele demasiado el hombro para moverlo con facilidad, pero no
hace falta que sea perfecto, no con la polla de Rowan llenándome el
coño. Ya estoy a mitad de camino, solo necesito un poco de presión.
Empiezo a deslizar los dedos por el delicado manojo de nervios,
rodando mi tacto sobre el piercing mientras me muerdo el labio
inferior. Un gemido me pide que me libere. La humedad moja mis
dedos. Mientras me toco, pienso en todas las fantasías que Rowan
me susurraba mientras me follaba: en follarme en un lugar público,
en abrirme en canal sobre la mesa del restaurante y devorarme, en
masturbarme con un juguete mi coño mientras me llena el culo de
semen.
Se me escapa un pequeño gemido.
Me quedo quieta. Aguanto la respiración. Nada cambia en la
postura de Rowan ni en la cadencia de sus exhalaciones. No hay
indicios que lo haya molestado.
Cuando estoy segura que nada ha cambiado, reanudo los
círculos lentos.
—Sloane.
Me quedo completamente quieta, con un suspiro atrapado en
los pulmones, los dedos aún apretados contra mi clítoris y
perforándome.
—Parece que estás tramando algo. ¿Quieres contármelo?
—Umm...
Rowan se apoya en un codo para poder mirarme a un lado de la
cara.
—Creía que habíamos hablado de no escondernos. —Me pasa el
otro brazo por la cintura y me apoya la palma en el codo. Me
estremezco cuando sus labios rozan la punta de mi oreja. No
necesito verlo para saber que su cara está iluminada por esa
sonrisa burlona que suele esbozar cuando estamos juntos. Siempre
intenta meterse en mi piel. Como ahora. Probablemente este era su
plan desde el principio.
Resoplo, contrariada.
Se ríe.
—Tengo algunas ideas. Deja que te dé mis teorías.
Su palma se desliza por mi antebrazo, sobre mi muñeca, sobre
mi mano. Me aprieta los dedos contra el clítoris y cierro los ojos
cuando me invade una oleada de sensaciones.
—Creo que no podías dormirte. Pensabas en lo bien que te siente
que te follara como te merecías. Hay que admitir que probablemente
fue un poco difícil conciliar el sueño con mi polla alojada
profundamente en tu coño codicioso, ¿no?
Rowan sale despacio y vuelve a entrar hasta que sus caderas
tocan mi culo. Ya estoy temblando. Lo hace otra vez y luego me
muerde el lóbulo de la oreja, no tan fuerte como para hacerme daño,
pero con la fuerza suficiente para hacerme jadear.
—Sólo te hice una pregunta, amor.
—S-sí —digo, y soy recompensada con un beso y una presión
más fuerte de sus dedos contra mi clítoris palpitante—. No podía
dormir.
—¿Era tan difícil?
Sacudo la cabeza, aunque sea mentira. Si lo sabe, no me lo dice.
—Creo que no has podido sacarte de la cabeza todas las cosas
que te dije que te iba a hacer. Te has estado preguntando si eran
sólo fantasías, o promesas. Y cuando no pudiste parar, todas esas
ideas corriendo por tu cabeza se convirtieron en necesidad.
Necesitas que te folle, aunque estés tan jodidamente cansada. Y
necesitas saber qué es real.
Está en mi cabeza. Es aterrador y estimulante. He estado sola
tanto tiempo. Y ahora él está en cada pensamiento como si siempre
hubiera estado aquí.
Tenía razón cuando dijo que ya no hay forma de esconderse de
él. No solo abrió mi jaula, la hizo añicos, y las primeras bocanadas
de libertad arden en mis pulmones.
—Sí —admito, esta vez con más confianza—. Todo es verdad.
La larga exhalación de Rowan recorre mi hombro y me pone la
piel de gallina. Sé sin preguntar que se siente aliviado por no tener
que darme una respuesta, que por mucho que le confíe mi cuerpo,
también le confío mis pensamientos, esperanzas y miedos.
—Quédate aquí —exige apretando su mano contra la mía para
pedirme que continúe.
Se desliza fuera de mí y el colchón se hunde mientras él se
aparta. Me retuerzo lo suficiente para ver lo que hace mientras se
dirige hacia nuestro equipaje. Es la primera vez que le veo la
espalda, e incluso a la tenue luz del baño puedo ver que tiene varias
cicatrices anchas y largas, pero algo más se extiende por sus
hombros.
El corazón se me sube a la garganta y amenaza con tirarse sobre
la cama.
—Rowan...
Se detiene, gira la cabeza para mirar por encima del hombro
mientras yo me incorporo y observo más de cerca la tinta negra que
fluye sobre los gruesos músculos que recubren su columna
vertebral. Gira todo lo que le permite el cuello para seguir mi línea
de visión, pero solo puede ver la punta de un ala.
—¿Eso es...? ¿Has...?
—¿Me tatué en la espalda el cuervo que dejaste sobre la mesa?
—Su sonrisa es burlona, pero hay una pizca de timidez en ella
cuando termina mi pensamiento—. Sí. Parece que sí.
Me trago el tornillo de banco que amenaza con ahogarme.
—¿Por qué?
Su sonrisa se ensancha y se encoge de hombros antes de darse
la vuelta para rebuscar en una de las bolsas. Mi bolsa.
—Por un lado, no podría llevarme el original conmigo. Podría
estropearse. —Suelta un sonidito de triunfo y me mira. Sigo con la
boca abierta por la revelación cuando veo lo que lleva en la mano:
el consolador en una mano y el bote de lubricante en la otra—.
Parece que aún tengo que aclararte algunas cosas.
Rowan merodea hacia la cama. Mi corazón rebota contra mis
costillas como un pinball.
—Date la vuelta. De rodillas.
Trago saliva.
—Eres muy exigente.
Rowan sonríe satisfecho. Le dirijo una última y acalorada
mirada antes de hacer lo que me dice y darle la espalda.
—Ni siquiera finjas que no lo disfrutas —me dice mientras se
acerca por detrás a la cama. Me toma la mano buena y la dobla
alrededor de uno de los travesaños del cabecero, luego coloca mis
caderas donde él quiere y me abre las rodillas con una de sus
musculosas piernas—. Tu coño te delata. Está goteando por mí,
Sloane.
—Tenías razón. No eres un puto ángel.
Desliza el juguete por mis labios y lo presiona contra mi entrada.
—Maldita sea. Y tú tampoco. —Me lo introduce en el coño y lo
vuelve a sacar con varios movimientos superficiales antes de
encender la vibración—. Te dije que iba a follarte la boca y lo hice.
Te dije que iba a comerte el coño en el restaurante como si fuera la
mejor maldita comida de mi vida, y lo haré. Y te dije que te iba a
llenar el culo de semen mientras te follaba con un juguete. ¿Y sabes
lo que pasó cuando dije eso?
—No —digo entre jadeos mientras él empuja el juguete con más
fuerza.
—Tu coño apretó tanto mi polla que pensé que iba a explotar.
Estabas empapada. Goteando por tus muslos. —El tapón de la
botella se abre. El lubricante gotea por mi culo y sobre el agujero
plisado—. ¿Has hecho esto antes?
—Más o menos... era al revés. —Me presiona el agujero con el
pulgar, masajeando el borde mientras sigue con el ritmo del
juguete.
—Y te encantó.
Vuelvo a asentir.
—Sí.
—Bien —es todo lo que dice, su tono definitivo mientras me mete
el pulgar en el culo con el sonido de mi jadeo.
Afloja mi apretado anillo muscular, me relaja en la sensación
hasta que empujo contra él en una silenciosa petición de más. Y
entonces su pulgar desaparece, sustituido por la cabeza lubricada
de su polla mientras la desliza por el apretado agujero,
presionándola contra mí hasta que se desliza por la resistencia.
Hace una pausa mientras respiro por la extraña sensación de
plenitud y luego empieza a empujar lenta y superficialmente, cada
vez un poco más profundo por la vibración del juguete.
—Ahora que hemos establecido que todo lo que te dije es una
jodida promesa —gruñe mientras intensifica el ritmo de sus
embestidas—. Probablemente deberíamos aclarar tu otra pregunta.
Estoy temblando, sudando, perdida en una dimensión sin
sentido en la que lo único que conozco es la sensación de un placer
intenso unido a una pizca de incomodidad, pero que agradezco
porque no hace más que aumentar la neblina eufórica que me
consume. Rowan ha adquirido una cadencia ininterrumpida de
embestidas profundas y creo que ni siquiera puedo recordar mi
propio nombre, por no hablar de algo que he dicho hace unos
minutos.
—¿Pregunta... era...?
Oigo la sonrisa burlona en su carcajada. Jesucristo. Soy incapaz
de hilvanar una simple frase y este hombre me folla sin descanso
mientras probablemente sea capaz de recitarme la historia
completa, año por año, de las guerras napoleónicas.
Rowan se inclina más hacia mí, ralentiza sus embestidas y me
cubre la espalda con el calor de su cuerpo. Una de sus manos
encuentra mi pecho y hace rodar el pezón entre sus dedos mientras
me sopla una fina corriente de aire frío por el cuello que me hace
estremecer.
—Sobre el tatuaje, Sloane —dice, con voz burlona—. Me
preguntaste por qué me lo hice.
Gimo mientras una profunda embestida me acerca a un intenso
orgasmo casi al alcance de la mano.
—Bien... uhh...
—¿Alguna suposición?
Mi frente se aprieta contra mi brazo mientras suelto un grito
estrangulado.
—¿Te gusto...?
—¿Porque ''me gustas''...? —Rowan suelta una carcajada
incrédula—. Como. Tú. ¿En serio...? Cristo, Sloane. Eres
jodidamente brillante, pero también la persona más
voluntariamente inconsciente que he conocido nunca. ¿De verdad
crees que me gustas cuando enmarqué un dibujo que me dejaste en
un trozo de papel que arrancaste de un cuaderno? ¿Que lo colgué
en la cocina para mirarlo todos los días y pensar en ti? ¿Crees que
sólo me gustas cuando me lo tatúo en la piel? Juego a este puto
juego cada año y me desgarro el corazón viéndote marchar, sólo
para volver a hacerlo, ¿y me gustas? ¿Crees que sólo me gustas
cuando te follo así?
El ritmo se acelera. La palma caliente de Rowan acaricia mi
pecho. Me penetra con fuerza. Grito su nombre y me folla con más
fuerza.
—Mataría por ti, y lo he hecho. Lo haría de nuevo, cada maldito
día. Me volvería del revés por ti. Moriría por ti. No sólo me gustas,
Sloane, y lo sabes, joder.
Empujones despiadados me lanzan al abismo. Mi vista se llena
de estrellas. Cuando el orgasmo me destroza, mis labios emiten un
sonido que nunca había emitido.
No me deshago. Detono.
El brazo de Rowan me rodea la cintura y me estrecha mientras
se corre, con mi nombre apagado por mi corazón mientras retumba
en mis oídos.
Su respiración sigue entrecortada, su pecho se estremece
cuando apaga el juguete y susurra contra mi cuello:
—No sólo ''me gustas'', ¿entiendes?
Asiento con la cabeza.
Los dedos de Rowan recorren mi mandíbula, suaves y lentos, un
roce en el que me inclino cuando su palma se detiene para apoyarse
en mi mejilla.
—Y a ti tampoco solo "te gusto", ¿verdad?
No es una pregunta. Ni siquiera es una demanda. Es una
necesidad de ser liberado de un lugar donde cree que ha estado
solo.
La llave se desliza en la cerradura mientras las palabras de Lark
resuenan en mi mente por encima del alboroto de los latidos del
corazón.
Pon algo de esa valentía al servicio de ti misma, para variar.
Dejé de lado todos los "y si"... Todos excepto uno.
—No —susurro—. Me gustas más de lo que tú lo haces, Rowan.
Pienso en ti todo el tiempo. Te extraño todos los días. Apareciste en
un momento y nada ha sido igual desde entonces. Y eso me asusta.
Mucho.
Rowan me da un beso en el hombro mientras su pulgar se
desliza por mi mejilla.
—Lo sé.
—Eres más valiente que yo.
—No, Sloane —dice riendo por lo bajo mientras se aparta—.
Simplemente soy más imprudente, con menos sentido de la
autoconservación. También tengo miedo.
Observo cómo se levanta de la cama y se dirige al baño para
volver con la toallita y los pañuelos. Se toma su tiempo para
limpiarme la piel con suaves caricias, con la atención puesta en el
movimiento de su mano y el ceño fruncido mientras parece sumido
en sus pensamientos.
—¿De qué tienes miedo? —pregunto cuando el silencio se alarga
tanto que parece que me está dando un tirón en los huesos.
Rowan se encoge de hombros, sin levantar la vista cuando dice:
—No sé. Que me succionen los globos oculares con una
aspiradora industrial es una pesadilla recurrente. No estoy seguro
de cómo se me ocurrió. —Cuando le doy una palmada en el brazo,
la máscara estoica de Rowan se quiebra y esboza una leve sonrisa.
Pero se desvanece lentamente y no contesta hasta que desaparece—
. Tengo miedo que me destruyas. Que yo te destruya a ti.
Exhalo un suspiro dramático.
—Yendo directo a la destrucción, ¿eh? No las cosas fáciles de las
que aterrorizarse, como el hecho que vivamos en estados diferentes,
o que ambos estemos locamente ocupados en el trabajo, o como que
yo tengo una amiga y tú aparentemente salgas con toda la ciudad
de Boston. Nop. Directo a destruir.
Vuelve a sonreír, pero aún puedo verlo en sus ojos, cómo el
miedo se aferra a sus pensamientos, abriéndose paso también en
los míos.
—Nada de eso es insuperable. Sólo tenemos que hacer lo que
hace la gente normal. Hablar y esas cosas.
—No tenemos un buen historial de cosas de gente normal. —
Señalo mi cara—. Prueba A. Podríamos haber ido a tomar unas
cervezas.
—Entonces se nos dará bien. Sólo tenemos que practicar.
Parece bastante sencillo, ¿verdad? Practicar. Mejorar un poco
cada día. Un poco más fuerte. Es difícil imaginar cómo superar
estos obstáculos que parecen montañas cuando estás a su sombra.
Pero nunca escalaré si sigo parado. Y Lark tenía razón, he estado
solo parado en las sombras.
Así que sigo haciéndome la misma pregunta: ¿Y si lo intento?
No dejo que mi mente divague hacia una respuesta. Porque la
verdadera respuesta es, no lo sé. Nunca lo he intentado y ni querido
decir antes, no de esta manera.
No respondas a la pregunta. Inténtalo.
Eso es lo que pienso cuando miro mi reflejo en el espejo del
baño. Es lo que pienso cuando vuelvo a la cama y Rowan me ayuda
a ponerme una camiseta sin mangas antes de volver a ponerme el
cabestrillo. Es lo que pienso cuando me tumbo a su lado. Me mira
abiertamente y le devuelvo la mirada. Sus párpados están pesados,
como los míos, pero se niega a apartar la mirada. Y sigo pensando:
Inténtalo.
Sacudo el brazo derecho debajo de mí y levanto un puño entre
los dos.
—Piedra-papel-tijeras.
—¿Para qué?
—Sólo hazlo, niño bonito.
Me sonríe con desconfianza y luego cruza mi puño con el suyo.
A la de tres, hacemos nuestra selección. Rowan elige piedra. Yo elijo
las tijeras.
Ya sé que la piedra se elige la mayoría de las veces en los juegos
de piedra, papel o tijera. Lo busqué después de la primera vez que
conocí a Rowan y me lo sugirió en caso de desempate. Y ya sé que
Rowan casi siempre elige piedra.
—¿Qué acabo de ganar? —dice.
—Puedes preguntarme lo que quieras y te responderé con
sinceridad.
Sus ojos brillan en la penumbra.
—¿En serio?
—Sí. Adelante. Cualquier cosa.
Rowan se muerde el labio mientras delibera. Tarda un buen rato
en decidirse por una pregunta.
—Ibas a irte cuando estábamos en Virginia Occidental y maté a
Francis. ¿Por qué no lo hiciste?
La imagen de Rowan arrodillado en la carretera irrumpe en mi
mente. He pensado en ello tantas veces, en la forma en que
descargaba implacables golpes sobre el hombre atenazado por su
locura. Lo había observado desde las sombras, y cuando Rowan
aminoró la marcha y se detuvo, retrocedí. Irme era lo más
inteligente. Estaba claramente trastornado. Peligroso. Me había
agarrado por el cuello momentos antes y, aunque tenía miedo,
seguía confiando en él. Una parte de mí sabía que me apartó de
Francis y del auto para ocultarme en las sombras. Y cuando todo
terminó, mi mente me gritó que huyera, pero mi corazón vio a un
hombre destrozado en la carretera, luchando por encontrarse a sí
mismo en la bruma de la rabia.
Y la primera palabra que salió de sus labios fue mi nombre.
No había dado más de dos pasos hacia atrás. Ni siquiera me di
la vuelta.
—Me llamaste. Sonaba a pérdida. Yo... —Trago saliva, y su tacto
me encuentra desde las sombras, un rastro de calor hormigueante
que sube por mi brazo y vuelve a bajar—. Sabía que no sólo querías
que me quedara. Me necesitabas. Hacía mucho tiempo que no me
necesitaban así.
Su suave caricia encuentra mi mejilla, un contraste con la
violencia que grabó cicatrices en sus nudillos aquella noche.
—Probablemente ya sea bastante obvio, pero me alegro que te
quedaras.
—Yo también. Me acerco más y aprieto mis labios contra los
suyos, saboreando su aroma familiar y el confort de su presencia.
Cuando me separo, digo:
—¿Puedo hacerte una pregunta, aunque acabo de perder piedra,
papel o tijera?
La risa de Rowan precede a un beso en mi sien.
—Creo que puedo darte un regalo. Aunque sólo uno.
—Recuerdo que le susurraste a Francis antes de golpearlo. ¿Qué
le dijiste?
La pausa de silencio entre nosotros se alarga, y por un momento
pienso que no va a responder. Rowan desliza la mano por debajo de
mi almohada y me acerca hasta que mi cabeza descansa sobre su
pecho; los latidos de su corazón me reconfortan en la oscuridad.
—Dije lo mismo que te dije a ti justo antes de matarlo —dice
finalmente—. Que eres mía.
Cuando esa pieza del rompecabezas encaja en su sitio, me duele
un poco, como si mi corazón tuviera que resquebrajarse para
hacerle sitio. No parece que pueda ser verdad, pero quizá Rowan ha
estado realmente seguro de nosotros todo el tiempo, de lo que
podíamos ser y de lo que quería. Estaba esperando pacientemente
a que me pusiera al día.
Aprieto un beso en su pecho y poso mi mejilla sobre su corazón.
—Sí. Supongo que sí.
Cierro los ojos y, cuando los abro, la habitación está bañada por
la luz del amanecer que se cuela por las persianas.
Sigo abrazada a Rowan, con sus piernas entrelazadas con las
mías y su brazo sobre mi cintura. Está profundamente dormido. Me
tomo un momento para observar el movimiento de sus párpados y
la constante subida y bajada de su pecho, y luego me desenredo de
sus extremidades y me alejo. Cuando termino en el baño, aún no
se ha movido, así que me visto en silencio y lo dejo dormir.
El aroma a café y masa azucarada me arrastra por el pasillo.
Cuando llego al comedor, Rose ya está allí, con el cabello oscuro
recogido sobre el hombro en una trenza suelta y un plato de gofres
delante. Levanta la vista cuando me acerco y me sonríe con sus
grandes ojos marrones.
—Buenos días —dice—. Hay más en la cocina. Sírvete.
—Gracias. Y lo siento mucho.
—¿Porqué? —dice Rose con la boca llena de gofres. Me mira y
entrecierra los ojos como si intentara averiguar si le he robado algo
por la noche.
—Por ser... ruidosa.
Rose se encoge de hombros y deja de prestar atención a su plato
de comida.
—Cariño, he vivido en un circo literal desde que tenía quince
años. Podría dormir en el Tilt-a-Whirl si tuviera que hacerlo.
Resoplo una carcajada y me dirijo a la cocina, sacando dos tazas
de la estantería para llenarlas de café.
—Lo del callejón de los payasos de ayer tiene más sentido ahora.
—Bueno, pasara lo que pasara —dice con un guiño bobalicón y
exagerado mientras la miro a los ojos desde el otro lado de la isla
de la cocina—. No he oído nada. Pero él, en cambio... parece un
poco desmejorado.
Me giro cuando Fionn entra en el comedor en pijama,
despeinado y con los ojos entornados. Se dirige directamente a la
nevera y saca un frasco de probióticos de una fila de la puerta.
Cuando miro a Rose, su sonrisa es perversa.
—¿Durmió bien, doctor? —pregunta—. Dormí como una roca.
Aunque no estoy segura de Sloane y Rowan.
Fionn le dirige una mirada sombría. Pero también hay calor en
ella.
—Lo siento —digo, con las mejillas ardiendo bajo mi piel—. Has
sido muy amable al aceptarnos sin avisar. No queríamos
entretenerte con todas estas cosas.
—No te preocupes, Mirlo. Estará bien. El Doctor Blueballs sólo
está un poco celoso.
Rowan se acerca con un par de pantalones de chándal bajos y
nada por encima, salvo un delicioso despliegue de músculos y tinta.
Me ruborizo por segunda vez cuando se detiene a mi lado y me besa
en la sien.
—Ponte una camiseta, perdedor —refunfuña Fionn cuando
Rowan le da una palmada en la espalda y lo empuja para tomar la
leche.
—¿Por qué? Supongo que es bueno recordarte periódicamente
que, aunque pases horas al día haciendo burpees, aún puedo
patearte el culo.
Fionn parece querer discutir ese punto, pero su mirada recorre
el cuerpo musculoso y lleno de cicatrices de su hermano mayor
antes que parezca replantearse esa idea.
—Creí haber dicho algo sobre tomárselo con calma —argumenta
en su lugar—. Descansar. Nada de deportes... bruscos.
La sonrisa de Rowan es poco menos que diabólica.
—No estábamos haciendo deporte. Estábamos teniendo sexo.
Rose carcajea en la mesa y se mete otro bocado de gofre en la
boca.
—Increíble. Me encantan estos dos. ¿Pueden quedarse?
—No. —Fionn mira fijamente a Rose y luego a Rowan antes de
cambiar su atención hacia mí, su expresión adquiere una cualidad
de disculpa—. Lo siento. En circunstancias normales, sí. Pero ese
imbécil de ahí —dice, señalando con el pulgar a Rowan—. Me va a
hacer la vida imposible por lo del apodo hasta que se le pase.
Necesito dormir por las noches. Y tú también. De hecho,
probablemente deberías tomarte un par de semanas de baja hasta
que dejes el cabestrillo.
—Aún me queda otra semana de vacaciones —respondo—. No
he tomado un día por enfermedad en casi dos años, así que no
debería ser un problema.
—Voy a escribirte una nota del médico de todos modos, por si
acaso. Quiero que lleves el cabestrillo todo lo que puedas. Y
programa una cita con un fisioterapeuta. Nada de levantar objetos
pesados ni de hacer deporte —dice mientras dirige una mirada
mordaz a Rowan. Cuando Fionn vuelve a mirarme, frunce el ceño
con preocupación—. ¿Tienes a alguien que pueda ayudarte en casa
si lo necesitas?
—Me tiene —responde Rowan antes que tenga oportunidad de
mencionar siquiera el nombre de Lark—. Ella me tiene.
Mi mirada rebota entre Rowan y su hermano. La incredulidad,
los nervios y la excitación se enroscan como una cuerda en mi
pecho.
—¿Vienes a Raleigh?
Rowan deja el café sobre la encimera. Sus ojos azules se clavan
en los míos, la sombra del mar profundo bajo el sol. No hay ninguna
sonrisa burlona que ilumine su piel, ninguna mueca divertida que
baile por sus labios cuando se acerca y se detiene frente a mí.
Observa el movimiento de sus dedos al trazar el contorno de mi
mejilla.
El resto del mundo desaparece.
—No, Sloane —dice—. Te voy a llevar a casa. A Boston.
—Dios mío. Eres tú.
Miro a mi derecha, donde Lark está de pie a mi lado, esperando
que esto sea probablemente un momento de fangirl. Puede que Lark
haya firmado con una discográfica independiente más pequeña,
pero sigue teniendo muchos seguidores y no sería la primera vez
que la reconocen mientras salimos juntas.
Pero cuando vuelvo la mirada a Meg, la azafata, me está mirando
fijamente.
Las llamas envuelven mis mejillas.
—Umm... ¿hola...?
—Lo siento mucho. Cuando viniste la última vez, me despisté y
olvidé decírselo a Rowan. —Los bonitos ojos azules de Meg se abren
de par en par mientras sacude la cabeza—. Todavía me siento fatal.
—Bueno, no había hecho reserva, así que no tienes nada de qué
disculparte.
—Pero tienes una reserva en 3 In Coach —me dice Meg con una
sonrisa dulce y cómplice. Saca una tachuela de su podio y me pasa
una hoja de papel.
La mesa doce está RESERVADA PERMANENTEMENTE para:
-Cualquier reserva bajo el nombre de Sloane Sutherland
-Una mujer hermosa, de cabello negro, ojos color avellana y
pecas, 1,70m, probablemente sola, tímida, probablemente parece
que quiere huir
Informar inmediatamente a Rowan de cualquier reserva con este
nombre o de cualquier huésped que se ajuste a esta descripción.
Y luego, en texto rojo, como si se hubiera añadido
posteriormente:
INMEDIATAMENTE. NO ESTOY BROMEANDO.
La palabra "INMEDIATAMENTE" aparece subrayada seis veces.
—Qué bonito —dice Lark mientras apoya la barbilla en mi
hombro y lee la nota, señalando el texto en rojo—. Parece que va a
cortar a la gente por ti. Eso es tan Keanu-mantico.
Resoplo una carcajada mientras le devuelvo el papel a Meg.
—En primer lugar, Keanu-mantic no es una palabra. En
segundo lugar, Keanu no corta a la gente de forma romántica.
—Lo hace en John Wick.
—Claro. Para un perro. Yo no llamaría a eso romance, Lark.
Lark se encoge de hombros antes de sonreír a Meg.
—Mesa para dos, por favor, para Sloane Sutherland, pelinegra,
pecosa, belleza de 1,70 que parece que quiere huir.
Meg toma dos menús de su podio y sonríe mientras nos hace
señas para que avancemos.
—Síganme. Le haré saber al Chef que están aquí tan pronto
como estén sentadas.
Lark chilla y me agarra la muñeca mientras seguimos a Meg
hasta la cabina en la que me senté la última vez que estuve aquí,
hace más de un año. Probablemente puede sentir mi pulso
martilleando en su mano. Me quedé con Rowan dos semanas
después de alargar mis vacaciones como me había recomendado
Fionn. Y esas dos semanas con Rowan no fueron suficientes.
Todavía tenía el cuerpo magullado y dolorido cuando me fui a
Raleigh a recoger mis cosas y alquilar mi casa amueblada. Hice
arreglos en el trabajo para trabajar desde casa, y me pasé las tardes
y los fines de semana desmantelando mi cuarto de matanza de
contenedores de almacenamiento que apenas he usado desde que
empezamos este juego. Han pasado tres semanas desde que vi a
Rowan, y mi corazón está casi a punto de estallar a través de mi
pecho a medida que los segundos avanzan hacia el final de nuestra
separación.
No sé si esto va a funcionar: vivir con él, trabajar desde casa
todos los días, estar en una ciudad nueva, intentar convertir esta
base que hemos creado en algo más. Pero voy a intentarlo.
—Estás muy emocionada —le digo a Lark, intentando desviar la
atención de mi propia expectación a medida que avanzamos por el
concurrido restaurante. La hora punta del almuerzo ya ha pasado,
pero sigue habiendo más mesas llenas que vacías, aunque muchos
de los clientes ya han terminado los platos principales y han pasado
a los postres.
—Por supuesto que sí. Mi mejor amiga está e-n-a-m-o-r-a-d-a y
voy a conocer a su hombre por primera vez.
Resoplo.
—Nunca dije nada de amor.
—¿No instalaste a escondidas una cámara de seguridad en la
cocina?
—Eso es acoso, no amor.
—Él lo sabe, yo lo sé y tú lo sabes. Y está claro que él también
te adora. Él conoce a mi niña —dice, señalando hacia el reservado
mientras Meg deja los menús sobre la mesa—. Una elección perfecta
para Sloaney. Resguardada y equidistante entre las salidas.
Dios mío. Tiene razón.
Lark se desliza en el asiento acolchado y Meg desaparece para
buscar a Rowan en la cocina, y yo sigo de pie a un lado como una
tonta, mirando la mesa como si nunca hubiera visto una.
Reserva permanentemente el reservado que sabe que querrías en
su popular restaurante. Le da una paliza a un emo pervertido por
verte masturbarte. Hace que un chico cualquiera del barrio te lleve la
compra.
¿A quién carajo quieres engañar? Este hombre no solo te ''gusta
más de lo normal.''
La cabeza de Lark se inclina y una arruga aparece entre sus
cejas mientras su mirada recorre mi rostro.
—¿Estás bien, Sloaney? Te ves asustada.
Estoy a punto de decir algo. Abro la boca y comienzo
tartamudeando una frase que nunca llega a materializarse. Se me
muere en la lengua cuando oigo el sutil acento irlandés que se eleva
por encima de las conversaciones de los comensales y el tintineo de
los cubiertos sobre los platos y los vasos sobre las mesas.
—Mirlo —dice lo bastante alto como para que se oiga el ruido.
Cuando miro, está pasando entre las mesas, con el mismo aspecto
que la última vez que vine a 3 In Coach, con la bata de chef
arremangada hasta los codos y un delantal blanco atado a la
cintura. Pero esta vez no tiene cara de asombro, sino una cálida
sonrisa y los brazos abiertos—. Ven aquí.
Miro a Lark y su sonrisa es resplandeciente, sus ojos bailan.
Mueve la cabeza en su dirección y, aunque sé que probablemente
parezco una adolescente enamorada, no puedo evitarlo. El corazón
se me sube a la garganta. Si fuera por él, ya estaría corriendo en su
dirección.
Puede que no corra, pero camino. Rápido.
Cuando nos encontramos en medio del restaurante, Rowan me
toma el rostro entre las manos y se toma un momento para absorber
los detalles de mi rostro, como si estuviera saboreando cada matiz.
Está radiante, claramente en su elemento en este espacio, sus ojos
brillantes y arrugados en las esquinas con la amplitud de su sonrisa
y la profundidad de su alivio.
El beso que compartimos no perdura. Pero sí su calor, que
infunde en cada célula tanto consuelo como la necesidad de más de
lo que podemos soportar en este momento.
—Tienes mucho mejor aspecto —dice cuando se aparta.
Me encojo de hombros.
—Todavía un poco dolorida, pero estoy mejorando.
—¿Trip estaba bien?
—Winston odió cada momento del viaje desde Raleigh. Creo que
voy a oír sus gruñidos en sueños durante una semana, pero se ha
calmado ahora que está en tu casa. Parece un poco raro, pero estoy
segura que se adaptará en uno o dos días. Dejé mis cosas en el
suelo del salón, así que estoy segura al noventa por ciento que mi
gato habrá destrozado todo el equipaje en venganza para cuando
volvamos.
—Nuestra casa —corrige Rowan, y me pasa un brazo por encima
del hombro para guiarnos de vuelta a la cabina—. Nuestro gato.
Estoy deseando que seamos influencers de la arena para gatos, qué
gran negocio. Vamos a ser ricos.
Resoplo una carcajada y pongo los ojos en blanco.
—Eres lo peor.
—Algún día me amarás.
Uno de mis pasos vacila.
Hoy es ese día.
Quizá ayer también. Y anteayer. Tal vez por un tiempo, de
hecho.
No puedo decir exactamente cuándo empezó, pero no creo que
se detenga nunca.
Tomo la mano de Rowan que descansa sobre mi hombro
convaleciente, la articulación todavía un poco sensible pero cada
día mejor. Cuando lo miro, intento reprimir una sonrisa, pero no lo
consigo.
—Sí. Tal vez.
Rowan no dice nada, no me pide más, pero sé que puede verlo
en mí como si estuviera escrito en la constelación de puntos de mi
piel, incluso cuando intento apartar la mirada.
—Te lo dije —susurra mientras me besa en la sien.
Lark sale del reservado y abraza a Rowan como si lo conociera
desde hace años, y ambos entablan una conversación fluida desde
el momento en que nos sentamos. Y aunque finjo estar concentrada
en el menú, no lo estoy. Estoy observando a Lark y Rowan con el
corazón más lleno de lo que jamás hubiera imaginado. Las dos
únicas personas a las que quiero en este mundo están sentadas
una al lado de la otra, forjando los primeros momentos de una
amistad, unos cimientos que espero que sólo crezcan con el tiempo.
Puede que no tenga a mucha gente, pero tengo a Lark y a Rowan,
y eso es suficiente.
Compartimos una comida juntos. Una botella de vino.
Compartimos el napoleón de higos filo de postre y nos sentamos
con nuestros cafés hasta que los últimos comensales se han
marchado y el restaurante se cierra para preparar el turno de la
cena. La conversación no se detiene. No faltan las risas. Y cuando
llega la hora de marcharnos, hacemos planes para volver a
reunirnos en los próximos días mientras Lark esté en la ciudad:
música en directo, cenas fuera, tal vez un paseo en velero por el
puerto. Mientras nos dirigimos a la salida, Rowan me guiña un ojo,
como si todo esto formara parte de su gran plan para atraer a Lark
hasta aquí.
Nos despedimos de ella con un abrazo en la puerta y Rowan
acaba con una pegatina de una estrella dorada en la mejilla antes
que Lark se marche bailando.
—Vamos, necesito tu ayuda —dice, tomándome de la mano
cuando Lark dobla una esquina dos manzanas más abajo, en
dirección a su hotel. Rowan me arrastra en dirección contraria—.
Un trabajo muy importante, Mirlo.
—¿Qué trabajo?
—Ya verás.
—¿Vas a dejarte esa pegatina en la cara?
Rowan se burla.
—Por supuesto. Me hace más guapo.
Cuatro manzanas y una vuelta más tarde, Rowan se detiene.
Aunque le pregunto qué está haciendo y dónde estamos, elude mis
preguntas. En lugar de responder, se coloca detrás de mí y me tapa
los ojos con las palmas de las manos antes de empujarme hacia
delante. Estoy a punto de decirle que no voy a cruzar toda la ciudad
de Boston con los ojos vendados cuando nos guía hasta que nos
detenemos y giramos a la izquierda.
—¿Lista? —pregunta.
Asiento con la cabeza.
Me quita las manos de los ojos.
Ante mí está la fachada de un edificio de ladrillo donde un nuevo
toldo negro con luces de globo se extiende sobre una zona de
asientos al aire libre que aún no tiene sillas en la cubierta recién
pintada. El interior está acabado, los lujosos detalles del mobiliario
y las mesas de madera oscura se mezclan con el ladrillo visto y los
inesperados toques de decoración en azul cerceta. Enormes
helechos ondean suavemente con la brisa del sistema de aire
acondicionado oculto entre la red industrial de vigas y conductos
de acero negro del techo. Es bonito y elegante, pero cómodo.
Y en toda la fachada del restaurante, por encima de la puerta y
el toldo, un enorme cartel en letras mayúsculas.
Carnicero & Mirlo.
—Rowan... —Me acerca un paso, mirando fijamente el letrero y
el cuervo de hierro forjado estilizado y la cuchilla de carne
incorporados detrás de las primeras letras—. ¿Lo dices en serio?
—¿Te gusta?
—Es increíble. Me encanta.
—Bueno, eso es un alivio teniendo en cuenta que estamos a dos
semanas de la apertura. Las reservas están llenas hasta después
de Navidad. Habría sido muy incómodo cancelarlas. —Con una
sonrisa de oreja a oreja, me toma de la mano y me lleva hacia la
puerta, donde hay un gran cartel con la gran inauguración y los
datos de contacto. Abre el cerrojo y me sostiene la puerta para que
entre; el olor a pintura fresca y muebles nuevos nos recibe—. Aun
así, necesito tu ayuda.
Mientras nos dirigimos a la cocina, Rowan señala detalles,
decoraciones que reflejan la influencia de sus hermanos, como la
selección de bourbon Weller's detrás de la barra para cuando Fionn
venga a la inauguración, o los posavasos de cuero con la marca que
hizo Lachlan. Pero yo también estoy en todas partes. En la enorme
ala de cuero negro, las intrincadas plumas esparcidas por una
pared sobre las cabinas, el lugar exacto donde me gustaría
sentarme. En los cuadros en blanco y negro de cuervos pintados
por artistas locales, con un cuchillo de carnicero o una hacha de
carnicero en cada uno de ellos.
No soy sólo yo. Somos nosotros.
Tiro de Rowan hasta que se detiene en el centro de la habitación.
Sus ojos recorren mi cara y bajan hasta mi cuello mientras un
ardiente trago se agita en mi garganta.
—Tú... —es todo lo que consigo decir. Hago un gesto entre
nosotros y luego hacia la habitación—. ¿Esto...?
Rowan intenta contener una carcajada mientras una sonrisa
cómplice se dibuja en sus labios.
—Elocuente. ¿Se trata de otra situación "hombre-tipo"? No
puedo esperar a oír lo que se te ocurre, Mirl...
—Te amo, Rowan —le suelto. Solo tardo un momento en notar
la sorpresa en la expresión de Rowan antes de lanzarme hacia él,
envolviendo su sólido cuerpo en mi abrazo. Su corazón martillea
bajo mi oreja mientras aprieto la cara contra su pecho.
Sus brazos me rodean, una mano se enreda en mi cabello y me
besa en la coronilla.
—Yo también te amo, Sloane. Muchísimo. Pero el restaurante
fue probablemente una gran pista.
Me río contra su pecho y muevo una mano entre nosotros para
atrapar una lágrima antes que caiga.
—Tuve esa sensación. No estoy segura de qué me lo dijo. Puede
que fuera el cartel de la entrada.
Rowan se aparta y me rodea los hombros con sus cálidas manos.
Cuando me mira fijamente, veo todo lo que siento reflejado en su
débil sonrisa y sus ojos suaves. Es un alivio saber que puedo amar
y ser amada, después de años preguntándome si estaba tan
destrozada que en mi corazón sólo había lugar para la venganza y
la soledad. Y creo que también veo la liberación de esa carga
reflejada en los ojos de Rowan.
—Vamos —me dice después de darme un beso rápido en los
labios—. Sigo necesitando tu ayuda.
Rowan nos guía hasta la cocina, donde los nuevos
electrodomésticos comerciales y las encimeras de acero inoxidable
brillan bajo las luces empotradas en el techo recién pintado. Se
dirige primero a una hilera de ganchos donde cuelgan delantales y
me tiende uno antes de desaparecer en el frigorífico.
—¿Qué estamos haciendo? —le pregunto cuando vuelve con los
ingredientes apilados en una bandeja que coloca en la encimera a
mi lado.
—Construyendo una nave espacial. —Sonríe cuando le fulmino
con la mirada—. Cocinando, claramente. Todavía estoy elaborando
el menú del almuerzo para la semana de apertura. Necesito tu
ayuda para ajustarlo.
—Pensé que ya habíamos establecido que cocinar no es mi
fuerte.
—No, hemos establecido que cocinas perfectamente bien, sólo
tenemos que hacerlo juntos.
Y lo hacemos.
Empezamos con cosas más sencillas, como hacer una vinagreta
de vino tinto para una de las ensaladas y preparar verduras para
una sopa. Luego pasamos a cosas más difíciles: lomo de cerdo con
aros de chalota, un filete de salmón con salsa de nata. Y ver a
Rowan compartir su arte con tanta pasión y confianza es como
inyectarme un afrodisíaco directamente en las venas. Mi deseo por
él aumenta con cada momento que pasa, y él está tan inmerso en
lo que hace que no parece darse cuenta de ninguna de las señales.
Sólo hace que lo desee mucho más.
Degustamos los platos que creamos juntos y Rowan presiona la
estrella dorada de su mejilla contra la parte superior de una página
nueva de un cuaderno manchado y con las páginas manchadas,
donde anota ideas y comentarios sobre todo lo que hacemos. Y
luego dice que es hora del postre, el plato en el que más ayuda
necesita. Cuando intento protestar diciendo que estoy llena, se ríe
de mí.
—Sé que puedes aguantar más —dice con una sonrisa burlona,
y se aleja a grandes zancadas en dirección a la nevera.
Vuelve con otra bandeja de ingredientes, pero esta vez la
pavlova, la crème brûlée y la tarta de chocolate ya están hechas.
Sólo hay que montarlas con su presentación y sus salsas, cosa que
Rowan hace con rapidez y precisión antes de colocarlos frente a mí
en el mostrador. Luego da un paso atrás y deja que su mirada fluya
a lo largo de mí. Lo siento en el centro de mi cuerpo, como si tirara
de una cuerda invisible que tensara mi núcleo hasta hacerme doler.
—Ponte de cara al mostrador y súbete el vestido, Sloane.
Mis bragas se humedecen al instante, incluso antes que mi
cerebro haya procesado completamente sus palabras, como si mi
cuerpo supiera lo que está a punto de ocurrir antes que mi mente.
Respiro con dificultad y abro la boca, pero no sé qué decir.
Rowan levanta las cejas y desvía la mirada hacia el mostrador.
—¿Crees que no me di cuenta de cómo te bajaste el vestido antes
de inclinarte para enseñarme las tetas cuando estábamos haciendo
esa salsa de vino blanco? Siempre me fijo en ti, Sloane. Ahora haz
lo que te digo.
Me estremezco al contener el aliento, me agarro el dobladillo del
vestido y me lo subo por los muslos mientras me doy la vuelta y
miro el mostrador de acero inoxidable, su borde pulido frío contra
mi piel acalorada. El calor de Rowan me envuelve la espalda cuando
se coloca detrás de mí para pasarme una palma callosa por la
pierna y por el culo.
Me aparta las bragas, pone su polla en mi entrada y se desliza
dentro de mí de un solo golpe con el sonido de mi grito ahogado.
Y luego se queda ahí, inmóvil, alojado hasta el fondo en mi coño.
Un gemido se me atrapa en el fondo de la garganta. Mi clítoris
palpita, suplicando fricción, mi coño desesperado por moverse.
Intento moverme hacia delante y hacia atrás, pero no hay sitio
adónde ir entre la fuerza inflexible de Rowan y el borde afilado del
mostrador contra mis caderas.
—No —me ordena cuando vuelvo a intentarlo—. Relájate,
Sloane.
Un gemido estrangulado sale de mis labios.
—¿Cómo carajo se supone que voy a hacer eso?
Rowan se ríe, sin inmutarse por el hecho que el deseo me esté
abrasando, cada célula abrasada por la necesidad de más de lo que
él me va a dar.
—Inténtalo. A ver adónde te lleva.
Mi pulso tamborilea a un ritmo galopante, mi respiración es
agitada e irregular. Cuando dejo de intentar moverme, Rowan apoya
la barbilla en mi hombro y toma una cuchara de postre.
—Eres una chica muy buena, Mirlo —me arrulla al oído
mientras desliza la cuchara por la crème brûlée y me la acerca a los
labios separados—. Y las chicas buenas tienen recompensa.
El postre cremoso y la cobertura de bayas ácidas aterrizan en
mi lengua con una explosión de sabor. Rowan se queda quieto
mientras yo saboreo el gusto.
—¿Te ha gustado? —pregunta.
—S-sí.
—¿Falta algo?—
—Yo... —Maldición, no lo sé. No puedo pensar con claridad con
su polla gruesa y dura en mi coño, mi excitación resbalando en mi
entrada, mi clítoris exigiendo alivio. Cuando niego con la cabeza,
parece entender que no quiero decir "no", pero que no estoy segura.
—Cierra los ojos. Inténtalo de nuevo.
Hago lo que me pide Rowan y cierro los ojos. Los olores del
azúcar y las bayas frescas inundan mis fosas nasales, aromas que
no percibí realmente la última vez. Rowan me pasa el borde de la
cuchara por los labios para pintarme la piel rosada de sabor antes
que los abra para él.
—¿A qué sabe? —Rowan susurra contra mi oreja.
—Crema. Vainilla. Azúcar caramelizada. Fresas y frambuesas —
respondo con los ojos aún cerrados. Tengo la sensación de estar
flotando, no fuera de mi cuerpo, sino en lugares de su interior que
nunca antes había visto o sentido. Hay otro reino en mi interior que
ni siquiera sabía que existía. Es como si estuviera desconectada del
resto del mundo, pero más presente que nunca. Todas las
sensaciones se vuelven más claras en ausencia de ruidos extraños.
—¿Qué falta? —Rowan lo intenta de nuevo.
—Nada. Pero... —Sacudo la cabeza. La mano de Rowan se
desliza por mi brazo en señal de seguridad, que este lugar y mis
palabras están a salvo con él—. Pero no es único.
—Tienes razón —responde. Me da un beso indulgente en el
cuello mientras su polla se retuerce dentro de mí. Me fijo en cada
movimiento que hace, desde la forma en que sus labios se despegan
de mi piel hasta la subida y bajada de su pecho contra mi espalda—
. No es único. Es como cualquier otra crème brûlée de la ciudad.
Necesita algo diferente. Algo nuevo.
—Thorsten Harris probablemente sugeriría...
—Mirlo —dice Rowan, puntuando su advertencia con un
mordisco en el lóbulo de mi oreja—. Ni se te ocurra terminar esa
frase o te las verás conmigo.
Mis ojos permanecen cerrados mientras sonrío.
—Me gusta tu versión del infierno.
—Eso dices ahora. Pero podría quedarme horas en este coñito
tuyo, y creo que te sentirías diferente si me pasara todo ese tiempo
sin dejarte correrte. —Rowan mueve las caderas, un leve
movimiento que enciende mi desesperación por más—. Ahora sé mi
pajarito bueno y nómbrame la fruta más aleatoria que se te ocurra.
Lo primero que se te ocurra.
Ni siquiera pienso en ello. Sólo hablo.
—Caqui.
Se hace un silencio. Rowan se relaja detrás de mí, como si la
tensión contenida en su pecho se hubiera esfumado.
—Sí. Caqui. Es una idea excelente, amor.
Y luego se desliza fuera de mí.
Abro los ojos y me doy la vuelta mientras él da un paso atrás y
se mete la erección en el boxér antes de subirse los pantalones.
Respiro entrecortadamente mientras lo asimilo. Hay calor y deseo
en sus ojos, pero los mantiene cerrados. No como yo. Sé que mi
desesperada necesidad de más está escrita en mi rostro.
—Creía que habías dicho que las chicas buenas tienen
recompensa —digo, con la voz baja y ronca.
Una lenta sonrisa asoma por la comisura de los labios de
Rowan, donde su cicatriz brilla en una línea recta a través de su
piel.
—Tienes razón. Eso he dicho. Sal al restaurante y siéntate en tu
mesa.
—¿Cuál es la mía?
—Ya lo sabrás.
Me lanza un guiño y empieza a recoger los ingredientes que no
ha utilizado en la bandeja. Lo observo un momento antes que me
haga un gesto con la cabeza hacia la puerta y me diga que estará
allí en cuanto termine.
Salgo a la penumbra y me dirijo hacia las cabinas situadas bajo
el ala negra montada en la pared. Cuando miro entre la entrada
principal y la señal de la salida de emergencia junto a los baños y
la puerta de la cocina, es obvio cuál elegiría: la cabina que se
encuentra justo debajo del vértice del ala extendida.
Cuando me deslizo sobre el asiento, hay una línea de texto en
letra cursiva grabada en la superficie de la madera. Dice: "Cabina
de Mirlo".
Mi dedo recorre cada letra mientras contemplo el espacio y capto
cada detalle desde esta atalaya. Todavía estoy absorbiendo el calor
que me recorre las venas cuando oigo el ruido de la puerta de la
cocina.
—Creía que te había dicho que te subieras a la mesa —dice
Rowan mientras camina hacia mí. Miro de él a las ventanas de la
parte delantera del restaurante y viceversa. La anticipación corre
por mis venas en un torrente de adrenalina.
—Pero...
—Súbete, Sloane. Ahora.
El fuego me recorre la piel mientras hago un gesto hacia la
entrada del restaurante. Rowan se detiene junto a la mesa con una
expresión severa que indica que no está dispuesto a escuchar
ninguna protesta que yo vaya a hacer, aunque eso no me impedirá
seguir discutiendo.
—Acabo de ver pasar a una mujer con la compra —le digo—.
Ella no quiere ver eso. Nadie quiere.
—Por supuesto que sí. E incluso si no lo hicieran, hay un detalle
importante que podrías estar pasando por alto: Yo no. Maldición.
me importa. Entonces, ¿estás usando tu palabra de seguridad?
—No.
Las manos de Rowan se apoyan en la superficie mientras se
inclina, clavándome una mirada inquebrantable.
—Entonces súbete a la puta mesa, Sloane.
Subo a la superficie de espaldas a la fila de ventanas mientras
los latidos de mi corazón zumban bajo mi piel, sin dejar de mirarlo.
Cuando me acomodo, Rowan se desliza sobre el banco acolchado
hasta situarse frente a mí. Mi mirada queda atrapada en la suya,
nuestra conexión ininterrumpida, ninguno de los dos se mueve.
Parece disfrutar que espere sus instrucciones tanto como yo
disfruto obedeciéndolas.
—Súbete el vestido hasta la cintura —me dice, con los ojos
oscuros y desbordantes de lujuria. Hago lo que me dice, pero me
tomo mi tiempo, arrastrando el dobladillo por mi piel—. Abre bien
las piernas.
La mirada de Rowan permanece clavada en mis bragas húmedas
y en el contorno de mis piercings bajo la tela mientras abro los
muslos todo lo que me permiten mis caderas. Me agarra de las
rodillas y me acerca un poco más al centro de la mesa.
—¿Recuerdas lo que te dije? —pregunta sin apartar los ojos del
vértice de mis muslos.
Asiento con la cabeza.
—Que ibas a devorarme en una mesa del restaurante.
—Maldita sea, Mirlo. Y esta es una comida por la que me moría
de ganas.
Rowan estira mis bragas a un lado, baja la cabeza y se da un
festín.
No mentía. Podría haber gente caminando. Podrían estar
mirando por la ventana. Podrían estar en la mesa de al lado y a él
no le importa una mierda. Me devora el coño como si fuera su
última comida. Pródiga cada piercing con atención y chupa mi
clítoris. Me mete la lengua en el coño y gime. Aprieta sus dedos
contra mis muslos con un agarre que no hace más que aumentar
mi deseo.
Y si alguien está mirando, tampoco me importa.
Agarro el cabello de Rowan con fuerza y lo aprieto contra mí para
apretar mi coño contra su cara. Me recompensa con un gruñido
gutural y dos dedos hundidos en mi coño; el ritmo inmediato y su
tacto experto me empujan más cerca de deshacerme. Mi culo chirría
contra la madera mientras él avanza y me consume en cuerpo y
alma.
Me corro gritando el nombre de Rowan, empapando sus dedos
y cubriéndole la cara. Y no me da tiempo para recuperarme del
intenso orgasmo antes de bajarme las bragas por las piernas y
tirarlas al suelo. En cuanto me las quita, se baja los pantalones y
el bóxer y se desliza dentro de mí.
—Joder, Sloane —grita con la primera embestida. Ya puedo
decir que no pasará mucho tiempo antes que me desgarre por
segunda vez—. Te he extrañado tanto, joder. Ha sido un infierno
aquí sin ti.
—Estoy aquí —susurro. Le acaricio el cabello con una mano y,
con la otra, deslizo mi tacto por debajo de su chaqueta de chef para
trazar los músculos de su espalda. Se aparta lo suficiente como
para taparse la cabeza con la gruesa tela y yo rozo cada músculo
tenso y cada cicatriz dentada.
Rowan me cruza un brazo por la espalda y me levanta de la
mesa, sin romper nunca nuestra conexión mientras me tira hacia
abajo para que me siente a horcajadas sobre él en el banco.
—Vas a tomarme la polla tan profundo como puedas. Vas a
cabalgarla como quieras hasta que te corras encima. Y estas tetas
—me dice mientras me desabrocha la cremallera de la espalda y me
baja el escote y las copas del sujetador—. Vas a hacer rebotar estas
putas tetas en mi cara.
Me agarro con una mano a la parte superior de la cabina y con
la otra me inclino para acercar mi pecho a su boca. Me chupa el
pezón y pasa la lengua por el piercing; su gemido vibra en mi piel
mientras pellizca el otro hasta que están duros y firme.
Me deslizo sobre su erección, llenándome de su longitud. Quiero
que este placer dure. Quiero saborear cada largo golpe de su polla,
cada roce de mi clítoris contra su carne mientras me lo meto hasta
el fondo, cada roce de mis piercings contra nervios sensibles. Pero
me lleva al límite con sus besos en los pechos y sus sucias
exigencias cada vez que sale a la superficie de mi piel. Eso es, amor,
llévame hasta el fondo de ese pequeño y apretado coño. Vas a estar
goteando mi semen por esos bonitos muslos hasta llegar a casa.
Mi orgasmo me destroza la vista con un estallido de estrellas,
cierro los ojos y grito. Me separo cuando Rowan empuja hacia
arriba, golpeando aún más profundo mientras se derrama dentro
de mí, con sus manos agarradas con fuerza a mis caderas mientras
me sujeta sobre su polla palpitante. Nuestras frentes están juntas,
nuestras respiraciones compartidas, nuestras miradas fundidas.
Cuando por fin salimos de la niebla eufórica, sonrío y rozo las
mejillas de Rowan con las yemas de los dedos.
—Yo también te extrañé.
Rowan suspira y me doy cuenta que es la primera vez que lo veo
realmente relajado desde que volví. Me da un beso en la punta de
la nariz.
—Vayamos a casa y hagamos esto otra vez. Y otra vez, y otra, y
otra. —Guía mis caderas hacia arriba hasta que se libera, con su
semen goteando por mi entrada.
—¿Servilleta? —pregunto mientras me miro las piernas.
Rowan traza una línea en la cara interna de mi muslo. Dos
dedos recogen el lechoso riachuelo y se deslizan hasta mi coño, con
los ojos oscuros de deseo al ver mi reacción.
—Joder, no —gruñe mientras mete su semen con los dedos con
lentas embestidas. Me estremezco y gimo, mi piel sensible ya está
desesperada por más—. Lo he dicho en serio. Volverás a casa con
ese desastre en los muslos, pajarito.
Tras una última y profunda embestida y una pasada de su
pulgar por mi clítoris que me hace jadear y agarrarme a su hombro,
retira sus dedos y los lleva a mis labios para chuparlos. Cuando
está satisfecho, me guía suavemente hasta el final de la cabina y se
vuelve a poner la ropa antes de seguirme.
Nos quedamos un momento de pie, agarrados de la mano,
mirando el espacio, las ventanas donde por suerte nadie se ha
parado a observarnos en nuestro santuario, el que siempre parece
rodearnos cuando estoy a solas con Rowan. Dejo que mis ojos
recorran el espacio, y cuando mi atención fluye en su dirección,
siento la mirada de Rowan presionando mi rostro como una suave
caricia.
—Me alegro mucho que hayas vuelto, Mirlo —me dice mientras
me atrae hacia él y me rodea la espalda con los brazos.
Cierro los ojos. Nos agitamos en nuestro abrazo, moviéndonos
juntos como dos criaturas oscuras entrelazadas, fluyendo con la
corriente del mundo que nos rodea.
—No voy a ninguna parte —susurro—. Sólo a casa contigo.
Parece como si hubiera atravesado el infierno las dos últimas
semanas para llegar a este momento exacto: la noche de la
inauguración de Carnicero & Mirlo.
Hemos tenido los problemas normales previos al lanzamiento.
Problemas con el sistema PTV10. Problemas con los proveedores. Lo
normal, pero nada importante, sólo un montón de mierda que se va
acumulando. Pero 3 In Coach ha sido una bestia completamente
distinta. Roturas de equipos. Problemas eléctricos. Aparatos
defectuosos. Es como un grano en el culo sin fin, cuando debería
funcionar sin problemas. He intentado olvidarme de muchos de los
problemas para mantener la concentración, pero el estrés sigue ahí,
y ni siquiera he tenido tiempo de desahogarme como haría
normalmente el Carnicero de Boston. Si pudiera elegir un blanco
fácil, como un traficante de mierda, sé que me sentiría mucho más
tranquilo. Simplemente no hay tiempo.
Pero gracias a Dios, la única luz brillante es Sloane.
Si le molestan mis largas horas de trabajo, mi agotamiento y
estrés, no lo dice. Sé que está preocupada por mí, pero no se irrita
ni me exige más atención y presencia de la que puedo darle en este
momento. De hecho parece estar progresando, aunque me cueste
creerlo.
—Me siento fatal, te mudaste hasta aquí, cambiando tu vida y
yo apenas estoy aquí —dije mientras miraba el techo en la

10
Un sistema de punto de venta (TPV) es el hardware y el software que le permite realizar
ventas, aceptar pagos y cobrar a los clientes.
oscuridad cuando nos acostamos hace dos noches. Pero lo que no
dije fue lo preocupado que me siento constantemente que esto no
esté saliendo como lo había imaginado. Llevo años queriendo a
Sloane, y ahora que por fin está aquí, me corroe la idea que quizá
no le esté dando lo que necesita. ¿Y si sólo estoy viniendo a casa
cada noche para quitarme el estrés suficiente como para poder
dormirme, pero sin proporcionarle nada tangible a cambio? ¿Es eso
lo que estoy haciendo?
—Soy feliz. —Había respondido ella simplemente, como si
debiera ser obvio—. Me gusta la soledad, Rowan. Me siento segura
cuando estoy sola. Quizá no siempre con ese pelmazo de ahí con
cara de querer arrancarme la cara —había dicho mientras agitaba
una mano hacia la puerta del dormitorio—. Pero Winston aparte,
esto es bueno para mí. No me siento sola. De hecho, es la primera
vez en mucho tiempo que no lo hago.
Me había dado un beso en la mejilla como para puntualizar lo
que quería decir y luego se quedó dormida donde siempre, apoyada
en mi corazón. Pero yo permanecí despierto mucho tiempo después,
con una sola pregunta rondando mi mente:
¿Y si miente?
Respiro hondo y vuelvo a concentrarme en la tarea que tengo
entre manos, a saber, no quemar el foie gras frito para los aperitivos
mientras Ryan, el maître, entra en la cocina para comprobar el
tiempo de los aperitivos. Dos minutos. Dos minutos y los primeros
invitados estarán comiendo en Carnicero & Mirlo. Dos minutos
hasta que el siguiente paso en mi carrera se haga realidad.
Coloco el foie gras en el brioche tostado preparado por la sous-
chef, Mia. Aderezamos cada plato, cinco en total, y los colocamos
en el pase para la mesera que ya está esperando, e inmediatamente
pasamos a emplatar los siguientes pedidos que ya se están
cocinando.
Entonces, empezamos a correr.
Sopas. Aperitivos. Ensaladas. Rápido y ágil. Plato tras plato.
Vigilo los números de las mesas, pero no hay nadie en la diecisiete,
y esa mesa está permanentemente reservada para Sloane.
Miro el reloj de pared.
Siete cuarenta y dos.
Una punzada de preocupación me golpea las costillas y me
retuerce las tripas. Llega cuarenta y dos minutos tarde.
—¿Está Sloane aquí? —pregunto cuando Ryan entra en la
cocina con una de las meseras.
—Todavía no, Chef.
—Maldita sea —siseo.
Mia se ríe a mi lado en la línea.
—Deja el acento irlandés, chef. Sólo llega tarde.
—Nunca llega tarde —ladro furioso.
—Ella estará aquí, no te preocupes.
Quiero llamarla, pero no puedo parar, ni siquiera para mirar el
celular. Estoy en medio de la primera ronda de platos principales,
con más aperitivos entrando a medida que el restaurante se llena
hasta los topes.
El corazón me atraviesa el pecho y me ahoga la garganta.
Ella no es así.
Estaba mintiendo. Ella es jodidamente miserable aquí.
Se ha ido.
Ha ocurrido algo. Ha tenido un accidente. Ella está herida o
lastimada o mierda, arrestada. Se apagará en un lugar como la
cárcel. Eso sería peor que la muerte para una mujer como Sloane.
¿Puedes imaginarlo? ¿La tímida y dura Sloane Sutherland, rodeada
de gente las veinticuatro horas del día, sin poder encontrar nunca un
espacio seguro donde esconderse?
—Hola Chef. Sloane está aquí —dice despreocupadamente una
de las meseras mientras toma dos platos principales del pase. Se
aleja con los platos antes que pueda soltar mi aluvión de preguntas
en el aliento que he estado conteniendo.
Pero es suficiente alivio para revitalizar mis esfuerzos y recargar
mi espiral de concentración.
El equipo y yo nos afanamos en el servicio y presto especial
atención a la mesa diecisiete, sin saber cuál de los seis pedidos de
esa mesa es el suyo. Y entonces la avalancha disminuye
gradualmente, y cuando por fin pasamos a los postres, me quito el
delantal de la cintura, doy las gracias a mi esforzado personal de
cocina y me dirijo a la recepción.
Sonrisas, aplausos, caras medio borrachas y saciadas me
reciben al entrar en el comedor, pero mis ojos encuentran
enseguida a Sloane donde está sentada rodeada de mis hermanos,
Lark, Rose y mi amiga Anna, con la que parece acercarse cada vez
más. Ryan me pasa una copa de champán mientras las meseras
flotan de mesa en mesa, entregando copas de cortesía a los clientes.
—Muchas gracias por venir esta noche —digo mientras alzo mi
copa en un brindis. Mi mirada recorre la sala y se fija en el Dr.
Stephan Rostis, sentado a la mesa con su mujer, antes de obligarme
a apartar la vista. Mierda, eso sí que me alegraría la noche
desmembrar a ese hijo de puta. Se me ilumina la sonrisa al
pensarlo—. Sin su apoyo a 3 In Coach, esta próxima aventura de
Carnicero & Mirlo no habría sido posible. También quiero dar las
gracias a mi trabajador y dedicado personal, que ha hecho un
trabajo increíble no sólo esta noche, sino en el período previo a la
apertura.
Los aplausos aumentan a mi alrededor cuando desvío mi
atención hacia la mesa de Sloane. Está sentada entre Rose y Lark,
que han hecho el viaje para la noche de la inauguración, y mis
hermanos a ambos lados del banco de curvo.
—Gracias a mis hermanos, Lachlan y Fionn, sin los cuales sé
que no estaría aquí. Puede que nos echemos mierda el uno al otro,
pero siempre me han cubierto las espaldas. Saben que los amos,
hermanos.
Rose se inclina hacia Fionn y le susurra algo al oído. Él sonríe
mientras hace un movimiento con el dedo y el pulgar.
—Bueno, en cierto modo te quiero. En realidad sólo los tolero la
mayor parte del tiempo. Sobre todo a ti, Fionn —aclaro al son de
una carcajada.
Luego dirijo mi atención a Sloane.
Está jodidamente guapa con ese vestido que llevó la noche de la
gala Best of Boston, con el cabello oscuro recogido sobre un hombro
en ondas brillantes. La luz de la vela baila en sus ojos color avellana
mientras sonríe. Nadie me había mirado nunca como ella, con una
embriagadora mezcla de orgullo y secretos que sólo nosotros
compartimos. El resto de la habitación desaparece y me quedo
absorto en ella por un momento.
Cuando hablo, es sólo con ella:
—Para mí hermosa novia Sloane —digo mientras levanto mi
copa en su dirección—. Gracias por poner tu confianza en mí. Por
aguantar mi mierda. Por aguantar la mierda de mis hermanos. —El
público se ríe y la sonrisa de Sloane se ensancha mientras el rubor
le sube por el cuello—. Cuando era joven, coleccionaba todos los
amuletos de la suerte que podía encontrar. Llevaba una pata de
conejo a todas partes. No le preguntes a Fionn de dónde la saqué,
nunca se callará —digo, y las risas vuelven a rodearnos. Pero Sloane
no se ríe, solo esboza una sonrisa melancólica mientras sigue
enganchada al pasado bajo mis palabras—. No podía entender por
qué esos talismanes nunca cambiaban mi suerte, así que dejé de
creer. Pero ahora lo sé. Lo estaba guardando todo para conocerte,
Mirlo.
Le brillan los ojos mientras aprieta un beso en la punta de los
dedos y lo ofrece al espacio que nos separa en una palma levantada.
—Por Carnicero & Mirlo —digo alzando mi copa. El público se
hace eco de mi brindis y bebemos. La ronda de aplausos que sigue
alivia mis reprimidas preocupaciones por nuestro éxito.
Dedico tiempo a comprobar cómo están los clientes, la mayoría
de los cuales son habituales de 3 In Coach y tienen preferencia en
la limitada lista de reservas de la noche de apertura. El entusiasmo
me sigue de mesa en mesa. Están entusiasmados con todo, desde
el diseño interior hasta los cócteles y el menú de la cena. Sé que
vamos a triunfar. Lo noto en los huesos.
Y puede que toda esta locura de los últimos meses merezca la
pena.
La última mesa en la que me detengo es la cabina situada bajo
el centro del ala del cuervo.
—Estoy orgulloso de ti, mierdecilla —dice Lachlan mientras
dobla una mano tatuada sobre mi nuca y presiona su frente contra
la mía, como hemos hecho desde que éramos niños—. Lo has hecho
bien.
—Sí, no eres tan malo. Supongo que nos quedaremos contigo —
dice Fionn mientras me da una palmada en el hombro más fuerte
de lo necesario. Rose sigue sentada con la pierna escayolada, así
que me inclino para darle un beso en cada mejilla. Anna me dedica
una sonrisa radiante y un breve abrazo antes de retomar su
conversación con Rose, la pequeña banshee que entretiene a la
mesa con sus interminables historias de la vida circense. Lark me
abraza con fuerza y me dedica una retahíla de efervescentes
cumplidos mientras Lachlan la observa con cara de disgusto.
Cuando por fin llego a Sloane y me deslizo a su lado en la cabina
acolchada, una combinación de alivio y agotamiento atraviesa la
máscara que siento que llevo puesta desde hace demasiado tiempo.
Me rodea con los brazos, apoyo la barbilla en su hombro y paso una
mano por el suave terciopelo que cubre su espalda.
—No eres sólo una cara bonita —dice Sloane mientras resoplo
una carcajada en sus brazos—. Es increíble, Carnicero. Es perfecto.
Y siento que hayamos llegado tarde. —Acerca sus labios a mi oído
y susurra—: Fue culpa de Lachlan y Lark. Creo que se enrollaron,
pero estoy confusa, porque parece que se odian, carajo.
—De algún modo, nada de eso me sorprende, ya que Lachlan
está implicado —respondo antes de besarle el cuello y apartarme lo
suficiente para verla a los ojos. Sonríe cuando le paso los dedos por
el cabello—. Debería estar diciendo ''salgamos de fiesta cuando se
hayan ido todos y podamos hacer apuestas sobre si volverán a
enrollarse o no'', pero en realidad solo quiero robarte el kindle y
acurrucarme en la cama con algo de porno pirata y luego quedarme
dormido durante mil años.
Sloane pone los ojos en blanco y mira hacia otro lado mientras
yo sonrío.
—Tienes que ponerte al día. Ahora estoy con la obscenidad de
un hitchhiker smut11.

11
Hitchhiker - Sexo inesperado... Tirones de pelo - Sexo a cambio de favores -
Hitchhiking - Gratuitous Smut
—Entonces préstame tu kindle.
—Que te jodan —dice, y presiona sus labios contra mi mejilla
antes de meterse debajo de mi brazo y enhebrar sus dedos entre los
míos—. De forma cariñosa, por supuesto.
Me quedo el tiempo suficiente para sentir la calma de su tacto y
la compañía de la familia y los amigos antes de volver a la cocina,
ayudando a Mia y al equipo a preparar la cena para compartir con
el personal. Y entonces el torbellino de caos que ansío y en el que
crezco se desvanece, dejando paz a su paso.
Es más de medianoche cuando Sloane y yo llegamos a casa, y
parece que apenas me he metido en la cama antes de dormirme.
A la mañana siguiente es domingo, técnicamente mi día libre,
aunque suelo acabar trabajando de alguna manera. Sloane ya está
despierta, con el café preparado, el portátil abierto y los ojos fijos
en la pantalla mientras se mete Froot Loops en la boca. Winston
está sentado en el extremo opuesto de la mesa, mirándola fijamente
como si intentara comunicarle telepáticamente sus juicios a fuego
lento. Lo tomo al pasar y gruñe cuando lo dejo en el suelo.
—¿Qué mierda estás comiendo? —pregunto mientras trazo un
toque sobre su pulso mientras continúo mi camino hacia la bendita
máquina de café.
—Cheerios teñidas individualmente, claramente. Me llevó toda
la mañana —se burla.
Sonrío, aunque ella no lo ve.
—Esa boca inteligente se va a poner a buen uso tan pronto como
esté con cafeína.
—¿Me estás amenazando con pasar un buen rato?
—Más bien prometedor. Y hablando de buen rato —digo
vertiendo el resto del café en la taza más grande que tengo antes de
empezar una nueva cafetera—. ¿Viste al Dr. Rostis allí anoche?
—Ooh, lo hice, sí. No tuve oportunidad de hablar con él. Tal vez
deberíamos incluirlo en el juego del próximo año en lugar de
reclutar a Lachlan para identificar un objetivo.
Una punzada de preocupación me recorre el cuerpo con un
escalofrío. Sigo viendo a Sloane atrapada en el sótano de la casa de
Harvey Mead, con la huella de su bota marcándole la cara, y la
sangre goteándole por la nariz bajo la lluvia. El relámpago sobre su
hombro deforme sigue vivo en mi mente. Sueño con ese momento
demasiado a menudo. Me persigue.
—O tal vez en lugar de un juego competitivo este año, podemos
jugar juntos. Podríamos cazarlo como un equipo.
Sloane suelta una carcajada burlona.
—¿Tienes miedo de perder otra vez, niño bonito?
—Tengo miedo de perderte.
Sloane se vuelve entonces hacia mí, con ojos escrutadores
recorriendo mi rostro. Su mirada se suaviza hasta convertirse en
algo parecido a la compasión. Probablemente se deba a mis ojeras,
a mi cabello desordenado y a mi barba más larga de lo habitual.
Analiza cada detalle antes de sentarse de nuevo en su silla.
—Rowan, estaré bien. Esto es lo que hacemos. Lo que pasó con
Harvey fue un error mío por descuido.
—¿Por qué lo hiciste? —presiono. Ya sé la respuesta. Ella sabe
que la sé.
Sloane traga saliva.
—Porque pensé que iba por ti.
Me dirijo hacia la mesa y ella abre un brazo hacia mí,
envolviendo mi cintura en su calor y recostando su cabeza contra
mi costado cuando me detengo a su lado.
—No quiero parar —le digo—. Pero hay mucho más riesgo
cuando trabajamos el uno contra el otro en lugar de juntos.
—Cierto, pero también es muy divertido cuando te pateo el culo
.
Un suspiro sale de mis pulmones, una pizca de frustración en
una bocanada de aire.
—Sloane, no puedo soportar preocuparme por ti ahora mismo.
No creo que pueda soportar ese estrés a parte de todo lo demás.
Apenas puedo mantener una vida cotidiana y normal contigo, y
mucho menos eso.
Sloane se pone rígida contra mí. Me doy cuenta que ha sonado
duro cuando no era mi intención. Es que estoy tan cansado, maldita
sea, y la preocupación constante por estropear esta nueva vida está
manifestando exactamente lo que no quiero que ocurra: estropearla
de una puta vez.
—Lo siento, amor. No quise decir eso de la forma en que salió.
—No pasa nada —dice, pero el brillo de su tono resulta forzado.
—No, hablo en serio. No eres una carga, si eso es lo que piensas.
—No pasa nada —vuelve a decir mientras me dedica una breve
sonrisa antes de volver a centrar su atención en el portátil—. Lo
entiendo. Pero todo tu esfuerzo ha merecido la pena. Las primeras
críticas de la noche de la inauguración son estupendas.
Acerca el ordenador para que pueda ver las reseñas que ha
estado leyendo. Pero tardo un momento en fijarme en lo que intenta
mostrarme. No sé si insistirle en este evidente desvío o si hacerlo la
hará retroceder aún más. Al final, pienso que lo más probable es
que empeore las cosas si abro mi boca descafeinada sobre el tema,
así que le aprieto el brazo y leo las críticas por encima de su
hombro. Puede que sean prematuras y un poco parciales, ya que la
mayoría proceden de clientes habituales fieles, pero por los detalles
y el entusiasmo me doy cuenta que hemos empezado con buen pie.
Y cuando Sloane señala pasajes y comentarios concretos, sé que
ella también está orgullosa, aunque mis palabras acaben de causar
un escozor que no era mi intención.
—¿Qué tienes planeado para esta mañana? —le pregunto
cuando hemos leído juntos algunas reseñas.
—Creo que quedaré con las chicas para tomar un café. Estaría
bien verlas un par de veces más antes que se vayan de la ciudad —
responde Sloane, pero algo en la forma en que lo dice me hace
pensar que se trata de un plan improvisado que se le acaba de
ocurrir para salir del apartamento—. Después de eso, tal vez haga
algunos recados, no estoy segura. ¿Y tú?
—Tengo que ir a 3 In Coach cuando termine el desayuno tardío.
Jenna envió un mensaje de texto que han tenido algunos problemas
con una de las campanas de escape. —Dejo que mis dedos se
deslicen a través del cabello de Sloane, las ondas todavía débiles de
la noche anterior—. ¿Qué tal si nos vemos allí a las cuatro? Entra
por detrás, por la cocina. Podemos ir a algún sitio y tomar algo.
—Sí. Suena bien. —Sloane se levanta y me da una breve sonrisa
cuando se vuelve hacia mí, pero hay una tirantez en ella antes de
depositar un beso en mi mejilla y llevar su tazón vacío a la cocina—
. Será mejor que me prepare.
Con un último destello de sonrisa, Sloane toma a Winston y
desaparece por el pasillo con el gato gruñendo en sus brazos.
Me planteo seguirla hasta la ducha. Tal vez debería apretarla
contra los fríos azulejos y enterrarme en su apretado calor y besar
cada gota de agua de su cara hasta que sepa sin duda que no es
una carga. Pero no lo hago. Me preocupa que cuando necesite o
quiera espacio, no lo pida y la presione demasiado. La apartaré.
Apoyo la frente en las manos y me quedo así un buen rato,
pensando en todo lo que deberíamos hablar esta noche, cuando
podamos relajarnos con un par de copas. Buscaremos una mesa
privada en un bar tranquilo y hablaremos de todo como acordamos
en casa de Fionn. Y luego volveremos a nuestra casa y la
conversación de esta mañana no será más que otro ladrillo en los
cimientos de una vida que estamos construyendo juntos.
Cuando Sloane aparece por el pasillo con la piel enrojecida por
el calor de la ducha y el cabello húmedo, yo sigo en la mesa, con la
segunda taza de café casi terminada.
—A las cuatro en el restaurante, ¿no? —pregunto mientras me
levanto de la silla.
Ella asiente, su sonrisa brillante, pero la tirantez que no puede
ocultarme permanece.
—Allí estaré.
Y aunque me da un beso de despedida, y me dice que me ama,
y me lanza una sonrisa por encima del hombro mientras se va, esa
fina máscara sigue siguiéndola hasta la puerta.
—Maldito imbécil —me digo mientras me paso una mano por el
cabello y me dejo caer en el sofá.
Me inventé este puto juego por capricho sólo para tenerla cerca,
y ahora le doy la impresión que pienso que todo esto no es más que
un enorme grano en el culo. Y lo que es peor, hago como que tenerla
en mi vida es una puta carga.
No lo es. Es lo más alejado de eso. Simplemente no puedo
soportar la idea de perderla, que es exactamente lo que va a pasar
si no me pongo las pilas y hablamos de esto.
Así que eso es lo que me propongo hacer.
Levanto el culo y me voy al gimnasio, al final de la calle, y luego
vuelvo para ducharme. Dedico un rato a buscar ideas para el menú
de Nochevieja, para el que aún faltan unos meses, pero que sé que
llegará pronto. Winston vigila mientras hago algunas tareas y
preparo el almuerzo y le doy una loncha de bacon que no se ha
ganado, porque es un poco malhumorado. Luego me dirijo a 3 In
Coach, dándome el tiempo justo para llegar allí después que todo el
personal se haya ido para poder ver si este ventilador es algo que
pueda arreglar yo mismo antes que llegue Sloane.
Entro por la puerta trasera, desactivo la alarma y me dirijo a la
cocina por un pasillo oscuro y sin ventanas.
Todo está relucientemente limpio, todos los utensilios, ollas y
sartenes donde deben estar para el almuerzo del martes, cuando el
restaurante volverá a estar abierto. Mientras examino la zona de
preparación, mi mirada se fija en el boceto enmarcado que cuelga
de la pared, el que Sloane me dejó aquel primer día que vino. Una
leve sonrisa se dibuja en mis labios al recordar el rubor en su piel
y el pánico en sus bonitos ojos. Fue la primera vez que realmente
me permití creer que ella podría querer algo más que amistad, pero
no sabía cómo hacerlo realidad.
Un ruido repentino procedente de un rincón oscuro me
sobresalta y me doy la vuelta para ver a David sentado en la silla
de acero que le hemos preparado junto al lavavajillas.
—Jesucristo —siseo mientras me doblo por la cintura y me
golpeo el corazón con una mano mientras sus cavidades se inundan
de adrenalina—. ¿Qué demonios haces aquí todavía?
David no me contesta, por supuesto. No ha pronunciado una
sola palabra desde que lo encontramos en la mansión de Thorsten.
Su mirada vacía se clava en el suelo mientras se mece a un ritmo
lento en su silla, algo que parece hacer en las raras ocasiones en
que está agitado.
Me acerco a él y me inclino lo suficiente para escrutar su rostro
inexpresivo. Parece calmarse un poco cuando le pongo una mano
en el hombro caído. No parece haber nada raro en él.
—Gracias a Dios que vine, amigo. Odio la idea que pases la
noche aquí.
Lo dejo para que mire el horario de los turnos en la pizarra. Hay
una nota para que el chef Jake lleve a David a casa después del
almuerzo tardío. Jake es el miembro más nuevo de la plantilla, se
trasladó desde Seattle hace seis meses y hasta ahora sólo ha sido
de fiar, así que este nivel de cagada es inusual y sin duda algo por
lo que le echaré la bronca el martes.
Cuando David se acomoda con un vaso de agua, me concentro
en la tarea que tengo entre manos: accionar el interruptor de los
ventiladores. Uno de ellos no se enciende. No hay mucho que pueda
ver con el filtro que oculta el mecanismo, así que recojo mis
herramientas del despacho y me dirijo al panel de control eléctrico
para cortar la corriente de esa parte de la cocina. Una vez
desmontada la carcasa, no tardo en encontrar el origen del
problema: un cable desconectado. Hay que juguetear un poco para
volver a montarlo todo, pero es un trabajo bastante sencillo y
termino unos minutos antes de las cuatro.
—Ahora vuelvo, David —le digo, con el ceño fruncido mientras
su suave y metronómico balanceo se reanuda—. Voy a encender el
interruptor, y en cuanto llegue Sloane, te llevaremos a casa, ¿de
acuerdo?
No sé cuánto comprende. Nada cambia en su comportamiento.
Sacudiendo la cabeza, me doy la vuelta y recojo mis
herramientas para guardarlas en el despacho. Acciono el
interruptor de la cocina en la caja de fusibles y vuelvo a encender
los ventiladores.
Cuando vuelvo a la cocina y rodeo los fogones, me detengo en
seco.
El frío cañón de una pistola me presiona en el centro de la frente.
Una risita profunda y la voz suave y desconocida del hombre
que sostiene la Glock chocan con el pánico que inunda mis venas.
—Vaya, vaya —dice—. El Carnicero de Boston.
Levanto las manos mientras el arma me aprieta más la cara en
señal de advertencia.
—Y tu pequeña Tejedora de Orbes también llegará en cualquier
momento. Por muy tentadora que parezca esa fiesta de tres, me
gustaría pasar un buen rato juntos, solos tú y yo. Así que vas a
hacer que se vaya.
Una llave se desliza en la cerradura de la puerta trasera
mientras el clic del seguro se libera en la pistola que me apunta a
la cara.
—Si no lo haces, la mataré —susurra, dando un paso atrás
hacia las sombras que envuelven la esquina de la habitación.
Desplaza el arma, apuntándola hacia la puerta del pasillo, la que
Sloane atravesará en cualquier momento—. Y disfrutaré cada
segundo haciéndote mirar.
Introduzco mi llave en la cerradura de la entrada de servicio de
3 In Coach y empujo la pesada puerta de acero hacia las sombras
del pasillo. Cuando la meto en el bolsillo, mantengo la mano
alrededor del frío metal. Aparte de la del apartamento de Lark,
nunca había tenido la llave de otra persona. Sabiendo lo mucho que
el restaurante significa para Rowan y sus hermanos, el metal
estriado me parece sagrado. Me gusta sostenerla contra la palma
de la mano, para saber que yo también significo algo para Rowan,
lo suficiente como para que quiera que comparta este lugar con él.
Sé que Rowan ha estado increíblemente estresado con todo lo
que está pasando. Lo he sentido cerrarse de vez en cuando, y
siempre que le he preguntado por ello, me ha dicho que sólo quería
dejar los problemas en el trabajo y olvidarse de ellos durante un
tiempo. Eso tenía sentido, y he intentado crear para él el mismo
lugar seguro que él siempre ha creado para mí. Nuestro propio
pequeño reino donde el mundo exterior desaparece por un rato.
Pero esta mañana ha sido la primera vez que he sentido que el
panorama cambiaba de una forma que me ha revuelto las tripas y
me ha puesto el corazón en un puño. Hasta ahora, no me había
preguntado si la carga que le pesa soy yo.
Tengo que recordarme una y otra vez que debo creer en su
palabra, que no lo dijo en ese sentido, aunque mis inseguridades
siguen revoloteando en mi cabeza como insectos que repiquetean
contra un cristal. Si ha dicho que no soy una carga, entonces está
siendo sincero... ¿no? Todos decimos cosas que no pensamos. Sólo
me llevará un día o dos sacármelo de la mente, y las cosas
mejorarán una vez que Carnicero & Mirlo esté completamente en
marcha.
Aprieto la llave con más fuerza en la palma de la mano. Es una
prueba. Él y yo no somos temporales. Nuestras circunstancias lo
son, y pasarán con el tiempo.
—Rowan —llamo mientras me acerco a la cocina—. Encontré
este lugar en línea que parece bastante fresco, con un patio en la
azotea. Tal vez podríamos...
Mi voz se entrecorta cuando entro en la habitación.
Rowan está de pie, con las manos apoyadas en el borde del
mostrador de acero inoxidable, los hombros tensos y la cabeza
agachada. Cuando su mirada se cruza con la mía, está llena de
oscuridad y derrota.
—¿Qué pasa...? —pregunto mientras me detengo y lo asimilo.
Mi corazón se agita de preocupación. Cada chispa de intuición me
dice que todo esto está muy mal—. ¿Ha pasado algo con el
restaurante? ¿Estás bien?
Empiezo a acercarme a él, con la mano levantada para tocarle
el brazo, pero se endereza bruscamente y retrocede fuera de mi
alcance. Mis pies se detienen al instante. Mi ritmo cardíaco se
duplica.
—¿Estás bien? —vuelvo a preguntar.
Su voz no contiene amabilidad, ni calidez, ni siquiera
familiaridad cuando dice:
—No, Sloane. No estoy bien.
Mi garganta se colapsa alrededor de las palabras que quiero
decir. El calor estalla bajo mi piel, quemándome por dentro y por
fuera. Mi mirada salta entre los confines de la mirada oscura y
afilada de Rowan, sus bordes rozan lo letal.
—¿Qué está pasando?
—Lo que pasa es que tienes que irte a casa.
—De acuerdo... tomaré un Uber...
—No. A Raleigh. Tienes que volver a donde perteneces.
—Yo no... —Un repentino estallido de emoción me ahoga la
garganta. Me arde la nariz. Un escozor inunda mis ojos—. No lo
entiendo.
Rowan se pasa una mano por el cabello y aparta la mirada antes
de dar otro paso hacia atrás, claramente molesto por mi presencia.
Estoy desesperada por dar un paso más, por tocarlo y hacer que
todo esto termine antes que se desintegre en mis manos como un
castillo de arena arrastrado mar adentro.
—¿He hecho algo? Si hice algo, tienes que decírmelo. Podemos
hablarlo.
Se pellizca el puente de la nariz mientras un suspiro frustrado
sale de sus pulmones.
—No has hecho nada Sloane, esto no está funcionando, joder. Y
necesito que te vayas.
—Pero... pensé que habías dicho que haríamos lo que hace la
gente normal. Hablar entre nosotros. Hacer que funcione.
—No somos "gente normal", Sloane. No podemos fingir ser algo
que no somos. Ya no. Te lo dije en abril, el día diez. Dije que nunca
quise ser como los demás.
Sacudo la cabeza, intentando abrirme paso entre la confusión y
mis recuerdos.
—No recuerdo...
—El diez o el trece. Como quieras. Es solo como te dije en el auto
camino a la gala. Ya te dije entonces que el restaurante era lo único
que tenía sentido en mi vida. Pero no importa. Lo que importa es
que hay cosas que nunca podremos tener. Yo nunca podré tener
una vida normal. Tú tampoco. Somos monstruos en este mundo.
Sé que no soy una persona normal, pero no me siento como un
monstruo. Me siento como un arma. La justicia final en nombre de
aquellos que no pueden hablar, entregando castigo a aquellos que
no merecen clemencia. Pero tal vez Rowan tenga razón. Tal vez me
he estado engañando a mí misma sobre mi reino de venganza, y soy
tan monstruo como la presa que cazamos.
Estoy atrapada en estas preguntas cuando Rowan suelta un
suspiro frustrado, como si esto le estuviera quitando demasiado
tiempo. Me duele y me arde en el pecho.
—Mis restaurantes son lo único que realmente importa —dice,
señalando hacia el comedor antes de presionar con el dedo el
mostrador de acero inoxidable—. Tengo que centrarme en esto.
Tratar de tener estos dos lugares y una relación no es factible para
mí. Así que tienes que irte. Vete a casa.
La dura mirada de Rowan no se detiene. Me taladra hasta el
fondo. No vacila cuando la primera lágrima cae de mis pestañas y
dibuja una línea caliente en mi mejilla. Ni siquiera pestañea cuando
le siguen las siguientes.
—Pero... te amo, Rowan —susurro.
Rowan no es cálido, ni amable, ni nada que no sea frío y clínico
cuando dice:
—Crees que sí, pero no es así. Porque no puedes.
Mi mente da vueltas. Mi corazón se deshace en cenizas. Una
parte de mí quiere huir tanto como él quiere que lo haga. Correr y
correr hasta que ya no sepa ni dónde estoy. Hasta que no pueda
sentir este dolor.
Pero planto los pies.
—Me iré, si eso es lo que quieres —digo, con la voz apretada y
pequeña—. Pero necesito que me digas algo antes, por favor.
—Qué.
—Necesito saber por qué no me aman.
Es la primera vez que veo el más mínimo atisbo de vacilación en
Rowan desde que entré en esta cocina. Pero en un instante, se lo
traga. Y no sale nada más.
Mi ira se ampolla bajo el peso de esta pérdida implosiva.
—Dímelo.
Sólo veo una mirada oscura y sin luz. Las lágrimas inundan mi
visión hasta que apenas puedo ver a Rowan a través del velo
acuoso.
—Sé sincero conmigo. ¿Por qué no puedes amarme? ¿Qué me
pasa? Dime...
—Porque eres una maldita psicópata, por eso.
Las palabras de Rowan me golpean como una bofetada. Las
lágrimas se detienen. Mi respiración se detiene. Mi corazón
destrozado. Incluso el tiempo. El momento de silencio entre
nosotros parece eterno, un dolor que se ha grabado en lo que queda
de mi alma, sus palabras grabadas allí para siempre. Sé que en un
instante me seguirán, un fantasma que nunca me abandonará.
Rowan cierra las manos en puños apretados y se inclina un poco
más hacia mí, como si intentara meterme la revelación por los ojos
y en el cerebro.
—Matas a la gente, les cortas trozos y montas un elaborado
espectáculo montando un loco mapa que nadie más que tú puede
descifrar. Luego les sacas los putos ojos y los conviertes en adornos.
Sé que no soy un maldito santo, pero esa mierda es una locura de
nivel superior. Eso es lo que te pasa, Sloane. Estás desquiciada. Vas
a estrellarte y arder. Me llevarás contigo si dejo que esto siga. Así
que tienes que irte, maldita sea.
Doy un paso insegura hacia atrás, luego otro, y otro. Por primera
vez siento malestar en la mano y me doy cuenta que he estado
agarrando la llave del restaurante con tanta fuerza que me ha
mordido la piel. La saco del bolsillo y miro fijamente la plata que
descansa sobre las marcas rojas de mi palma.
Mi mirada no se dirige a Rowan, sino al boceto que dibujé el año
pasado. Está enmarcado cerca de la puerta principal del
restaurante, justo donde Rowan puede verlo mientras trabaja,
donde está a salvo del calor y la humedad de la cocina. Igual que
yo pensaba que estaba a salvo en su piel. Como yo estaba a salvo
en su corazón.
Pero no lo estoy.
Cuando mi atención se centra en Rowan, lo miro a los ojos por
última vez.
Me doy sólo un momento para recordar cada detalle de su
hermoso rostro. Sus labios carnosos. Esa cicatriz que desearía
poder besar. Sus ojos azul marino, aunque su mirada me atraviese.
En el siguiente suspiro, giro la mano y dejo que la llave resbale
de mi piel y caiga al suelo.
No digo nada más mientras giro sobre mis talones y dejo a 3 In
Coach.
Corro todo el camino de vuelta a su apartamento. Doce
manzanas. Tres tramos de escaleras. Sólo cuando saco del bolsillo
el juego de llaves de la casa e irrumpo en el salón hecha un amasijo
de sudor y respiraciones irregulares, me permito volver a llorar.
Soy una maldita psicópata.
Pensé que era como yo. Pensé que éramos iguales. Podría haber
comenzado con un juego, pero incluso desde el principio, se sentía
como mucho más. Como si finalmente hubiera encontrado un alma
gemela. Todos estos años, estas experiencias locas, la nostalgia y la
soledad del medio, pensé que se sumaban a algo más brillante en
nuestro horizonte. Nos estábamos acercando, ¿no?
Es lo que me permito creer.
¿Cómo he podido estar tan equivocada todo este tiempo?
Amo a Rowan. Hasta la puta médula. Amo el futuro que vi con
él, y ahora me lo ha arrancado de las manos.
¿Y si esto es siempre lo que esperaba al otro lado de la montaña?
¿Sólo un precipicio escarpado por el que caer?
Tardo un buen rato en darme cuenta que me he movido del
centro de la habitación al sofá de Rowan. No sé cuánto tiempo llevo
sentada. Ni siquiera sé cuánto tiempo ha pasado desde que llegué.
Siento como si tuviera la cabeza rellena de algodón, una barrera
difusa entre mis pensamientos y el mundo.
Parpadeo y miro a Winston, que está sentado frente a mí en la
silla favorita de Rowan, con los ojos amarillos en su pelaje gris
afelpado.
—Probablemente eres aún más psicópata que yo. Te llamas
como un puto gato no muerto —le digo al felino mientras me sube
por la garganta otro torrente de lágrimas. Hago un gesto de derrota
en dirección a Winston antes de dejar caer la cabeza entre las
manos y sollozar—. Así que sí, como que te entiendo perfectamente
con toda esa mirada de muerte que tienes, pero aun así te vas a
subir a un puto avión y te vas a venir conmigo porque que me parta
un rayo si vuelvo a Raleigh sola.
Lloro una avalancha de lágrimas que parece no tener fin hasta
que algo suave me roza la mano. Mis palmas húmedas se deslizan
por mi cara y Winston me mira fijamente, su suave ronroneo es un
rumor de consuelo. Cuando levanto el brazo, se sube a mi regazo y
se tumba.
—¿Así que admito que soy una psicópata y ahora quieres que
seamos amigos? Supongo que eso encaja.
Nos sentamos así hasta que mis lágrimas terminan de caer,
solos el gato, yo y la vibración de su ronroneo contra mis muslos. Y
después de un largo rato, cuando la certeza que Rowan podría
volver en cualquier momento corroe mis pensamientos lo suficiente
como para dominarlos, dejo al gato a un lado y me levanto.
—Si vamos a subirnos a un avión, vamos a hacerlo con un
aspecto sexy. Y no me refiero a una especie de hoguera —le digo a
Winston mientras me mira fijamente, aparentemente disgustado
porque su cálida cama humana se ha movido.
Me dirijo a la ducha, la subo hasta que está hirviendo. Cada uno
de los productos de Rowan se va por el desagüe, porque mi maldita
energía psico es real en los momentos en que no soy un desastre
mocoso y sollozante. Luego me seco el cabello, me maquillo, me
prometo a mí misma que no volveré a llorar para no estropear el
mejor trabajo de delineador que me he hecho en mucho tiempo.
Incluso me pongo pestañas postizas, porque joder. Si voy a ser una
psicópata, voy a ser la psicópata más sexy que el Aeropuerto
Internacional Logan haya visto jamás.
Por supuesto, parte de esa perseverancia se desvanece cuando
reservo el próximo vuelo fuera de la ciudad y recojo mis cosas.
Para cuando llamo a Lark, mi determinación casi ha
desaparecido.
—Hola, Tetas Estrella Dorada, ¿cómo estás? —pregunta con voz
de campanilla.
Una respiración profunda sale por mi nariz.
—Um. He estado mejor.
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
—Rowan —digo, parpadeando las lágrimas—. Rompió conmigo.
—¿Qué? —Hay un largo rato de silencio. Asiento con la cabeza,
aunque sé que Lark no puede verme—. No...
—Sí.
Un sonido de angustia se cuela en la línea desde el extremo de
la llamada de Lark. El pegamento que mantiene unido mi corazón
para que siga latiendo se ablanda con el sonido de la angustia que
Lark siente por mí. Dentelladas de dolor me atraviesan por dentro
y por fuera, marcando músculos y huesos.
—Él no pudo... No puedes estar hablando en serio... —susurra
Lark.
—Muy en serio, por desgracia —respondo, poniendo el teléfono
en altavoz mientras me siento en el sofá y tiro de Winston hacia mi
regazo—. Acabo de reservar un vuelo a Raleigh. Quiero salir de
Boston enseguida. ¿Puedo quedarme en tu casa un rato hasta que
se me ocurra qué mierda hacer con los inquilinos de mi casa?
—Por supuesto. Siempre. Todo el tiempo que quieras. Mándame
un mensaje con los detalles de tu vuelo y cambiaré mi vuelo para
que podamos irnos juntas. —Lark suelta una retahíla de palabrotas
e incredulidad cuando le envío el número de mi vuelo. Cuando
recibe los detalles, repite la información antes de soltar un largo
suspiro—. Cariño, tiene que haber algún error. Ese hombre te ama.
Mi risa resopla amarga y sardónica.
—Eso pensaba yo también. Pero me ha dejado muy claro que
no. Por lo visto, soy una maldita psicópata y, por lo tanto, no puedo
amar ni ser amada. Supongo que eso no es noticia. Resulta que soy
demasiado psicópata incluso para él.
—¿Eso es lo que te dijo? ¿Y no le arrancaste los ojos y los tiraste
por el retrete?
Una leve sonrisa pasa por mis labios y se desvanece tan rápido
como aparece.
—Probablemente debería haberlo hecho.
—¿Qué más dijo?
—No sé, algunas cosas raras —respondo, tratando de recordar
los detalles recientes que ya parecen nebulosos bajo el dolor—. Me
dijo que tenía que irme a casa, y al principio pensé que se refería
aquí, al apartamento. Pero luego dijo ''no, a Raleigh''. Cuando le
pregunté por qué, al principio no me dio ninguna razón, sólo que lo
nuestro no funcionaba y que los restaurantes tenían prioridad.
—Pero pensé que estaba funcionando.
—Yo también —gruño en el pelo de Winston, repitiendo cada
palabra de nuestra ruptura, aunque daría cualquier cosa por
olvidarlas todas—. Le pedí que lo habláramos. Eso fue algo que dijo
en casa de Fionn, que hablaríamos de cosas como hace la gente
normal.
—Eso me parece razonable y bastante poco psicológico.
—Sí. Lo mismo. Luego dijo algo un poco extraño. —Frunzo el
ceño mientras abro la función de búsqueda de mi pantalla de inicio
y escribo la palabra "lobby". Aparece un mensaje de Rowan como
una de las opciones, y pulso sobre él para abrir su texto—. Dijo que
''nunca quiso ser como los demás''. Afirmó concretamente que me
lo había dicho de camino a la gala Best of Boston del diez de abril.
—De acuerdo... ¿qué tiene eso de raro?
—No recuerdo que dijera eso. Nunca. Y la gala no fue el día diez.
Lark hace una pausa. Probablemente está pensando que he
perdido la cabeza, y puede que tenga razón.
—¿Quizás se equivocó de fecha?
—Pero la gala fue dos días antes de su cumpleaños, el
veintisiete. ¿No te parece extraño que no se acordara de eso?
—Cariño, no lo sé. Si está en medio de una ruptura y obviamente
estresado por la mierda del restaurante, puede que se haya
equivocado con las fechas.
—Supongo, pero luego se corrigió y dijo el trece. Es la forma en
que lo dijo, la forma en que lo puso todo junto. Fue extrañamente
específico —le contesto, recorriendo los mensajes que él y yo
compartimos en torno a esas fechas—. Dijo algo más sobre nuestra
conversación en el auto de camino al evento, que ''el restaurante
era lo único que tenía sentido en su vida''. Pero estoy segura que
nunca dijo eso.
—Hun, Sloane, te amo. Te amo más que a nadie, pero cariño él
puede que no recuerde del todo todos los detalles. Quiero decir, está
claramente jodido de la cabeza si va a dejarte, así que quién sabe lo
que está pasando ahí, ¿sabes?
Lark sigue hablando, explicando todas las teorías razonables de
por qué pudo decir lo que dijo.
Pero no oigo ni una palabra mientras empujo al gato de mi
regazo y me pongo en pie.
Porque estoy mirando un mensaje que le envié a finales de
marzo, el mismo día que me llamó para pedirme que fuera su cita
para los premios.
¿Crees que esta gala tendrá un buffet de helados? Si es así,
probablemente debería hacerles saber que sólo acepta semen recién
ordeñado
Mi sangre se convierte en fragmentos de hielo en mis venas.
Recuerdo tener ese helado blanco en mis manos en la cocina de
Thorston mientras le leía la etiqueta casera a Rowan.
Del diez al trece de abril.
Sé lo que dijo de camino a la gala. Lo recuerdo tan claramente
como recuerdo el calor del beso que me dio en el cuello en el
vestíbulo, el cosquilleo de electricidad en mi piel cuando me tomó
de la mano por el asiento de cuero durante el trayecto. Al menos
una cosa va bien en el 3 In Coach, me dijo. Es inevitable que las
cosas salgan mal. Últimamente... parece que son muchas.
Lark sigue hablando cuando le digo:
—Tengo que irme. —Y desconecto la llamada.
Tengo los dedos fríos y entumecidos cuando abro la aplicación
de la cámara que instalé en la cocina del restaurante.
La sangre fluye por mis extremidades. Se me revuelve el
estómago al ver los detalles en la pantalla.
—No... —Las lágrimas inundan mi visión—. No, no, no...
Me aferro al corazón, que se hace añicos por segunda vez. Los
bordes de mi visión se oscurecen y cierro los ojos con fuerza. Un
sonido de angustia sale de mis labios mientras mis rodillas se
doblan y el teléfono se me cae de la mano. Sé que el horror que
acabo de ver es real. Pero no hay tiempo para derrumbarse.
¿Y si no eres lo bastante rápida?
No respondo a esa pregunta. No puedo. Lo único que puedo
hacer ahora es intentarlo.
Me trago la lanza de dolor y me estabilizo para dar una vuelta
en medio de la habitación. Mi mirada se posa en mi estuche de
cuero donde guardo el bisturí entre lápices y gomas de borrar.
Con las manos temblorosas, descuelgo el teléfono y marco a un
contacto cuyo nombre nunca introduje en mi teléfono. Contesta al
segundo timbrazo.
—Dama Araña —dice Lachlan—. ¿Qué se celebra?
—Necesito un favor. Urgentemente —respondo mientras tomo
mi maletín de la mesa auxiliar y me dirijo a la puerta—. Tienes el
tiempo que tarde en correr doce manzanas.
—Suena divertido. Me gustan los retos. ¿Qué necesitas?
—Te voy a decir lo que sé —digo, bajando las escaleras de dos
en dos—. Y tú me vas a dar todo lo que encuentres sobre David
Miller.
El borde afilado de la mandolina se apoya en la parte interior de
mi antebrazo, entre las cuerdas que me atan a la silla. Aprieto los
puños con las palmas de las manos hacia arriba, las uñas cortas se
clavan en la carne mientras me preparo para el dolor que ya he
soportado y el que está por venir. Respiro entrecortadamente y
aprieto los dientes. Sé lo que está a punto de ocurrir. La sangre ya
mana de otras dos heridas, y él está decidido a conseguir esta vez
el corte perfecto.
El cuchillo se clava en mi piel y la despega de la carne que hay
debajo.
Me trago un grito cuando David empuja hacia abajo para resistir
mi inútil lucha y desliza la mandolina hacia mi codo hasta cortarme
una fina tira de piel. Arroja la herramienta ensangrentada sobre la
encimera, donde se detiene junto a su pistola.
Luego me arranca la piel del brazo de un tirón despiadado
mientras el sonido de mi grito de angustia llena la habitación.
—Sabes, le tome el gusto a esto en Thorsten —dice David
mientras se acerca hasta ocupar todo el espacio de mi campo visual.
Me agarra del cabello con una mano y me echa la cabeza hacia atrás
para sonreírme. Sus ojos, antes vacíos, ya no lo están. Son voraces.
Y están clavados en mí—. ¿Tú también has desarrollado el gusto?
Sus dedos gotean sangre de la piel rebanada entre ellos. Me
agito en la silla, pero no puedo escapar de su agarre.
—Sólo una probadita —dice.
Aprieto los labios con fuerza. Un gruñido ahogado de protesta
vibra en mi garganta cuando me unta los labios con mi piel
ensangrentada.
—¿No?
Su falso mohín se convierte en una sonrisa reptiliana.
La lengua de David se desliza entre sus dientes y extiende la piel
sobre ella como un velo, mostrándola para que yo la vea. Cierra los
labios en torno a ella y la deja contonearse contra su sonrisa
triunfal.
Luego se la mete en la boca.
Con los ojos cerrados, sus mandíbulas trabajan lentamente,
como si saboreara cada bocado mientras lo hace rodar entre los
dientes.
Su audible trago me revuelve el estómago.
—Una delicia. Tan poco común. —Se vuelve hacia la mesa y
arrastra una botella de Pont Neuf por el mostrador de acero
inoxidable—. ¿Sabes qué más es raro?
Mi respuesta es sólo respiraciones entrecortadas.
—Una mujer como Sloane —dice David.
Voy a estar jodidamente enfermo.
Nunca, nunca me he sentido así. Como si hubiera un pozo vacío
en mi estómago. Como si estuviera cayendo en él de adentro hacia
afuera. Tan indefenso. Tan jodidamente desesperado. Esa mirada
en sus ojos cuando le dije que no la amaba, me persigue cada vez
que respiro. Esas malditas lágrimas me destrozan.
—No mucha gente haría lo que ella hizo por mí —dice David
mientras hace girar el sacacorchos dentro de la botella. Chirría con
cada giro metronómico de su mano—. Pero así es ella, ¿no? Igual
que protegió a esa amiga suya, la chica Montague. Qué extraño que
esa profesora desapareciera de repente de su internado, ¿no crees?
La gente tiene una curiosa forma de desaparecer convenientemente
cerca de los Montesco.
—Déjala en paz —grito.
—Aunque cuando escarbé, escarbé y escarbé en busca de
respuestas, parecía que ya corrían rumores sobre las cosas que les
hizo a las chicas de allí. Cosas terribles. Cosas depravadas. Cosas
desviadas. Pero al menos hizo algo bueno: creó la Tejedora de Orbes.
Un hermoso monstruo.
El corcho sale de la botella.
Su voz gotea inocencia fingida cuando David dice:
—¿Crees que ella querría hacer esas cosas desviadas y
depravadas conmigo?
Mi vista se enrojece de rabia mientras me revuelvo en la silla.
—Déjala en paz, maldita sea —gruño.
David suspira mientras se sirve un vaso de vino.
—Creo que ella tampoco quiere. Pero la obligaré.
Estallo dentro de mis ataduras, desquiciado. Salvaje. Loco.
Pero no voy a ninguna parte.
—Quizá me tome mi tiempo —continúa mientras desenrolla el
corcho de la espiral metálica—. Hacer que confíe en mí. Quizá
incluso logre una semirrecuperación milagrosa. Ya sabes, no tanto
como para no seguir tocándole la fibra sensible, pero lo suficiente
como para que pueda convencerse a ella misma que se folla a un
hombre lobotomizado. O tal vez ya he agotado toda mi paciencia.
He estado esperando este momento durante tanto tiempo, ya sabes.
Tal vez la siga hasta el 154 de Jasmine Street. Podría entrar en su
casa y llevarle una bolsa para perros. Darle de comer trocitos de ti
y luego follármela hasta destrozarla, hasta que no sea más que otro
trozo de carne sangrienta y pulverizada destinada a la basura.
Se acerca hasta quedar frente a mí, con la mirada clavada en su
vino, que agita en la copa y luego bebe un sorbo.
—De cualquier forma —dice mientras una sonrisa se dibuja en
sus labios—. El sonido de su suplica será una hermosa sinfonía.
Una obra maestra.
Se me obstruye la garganta. Me escuecen los ojos.
Sé que no se puede razonar con él. No hay trato. No tengo nada
que ofrecer. Pero lo intento de todos modos.
Por ella.
—Por favor, por favor, déjala en paz. Si quieres que suplique,
suplicaré, mierda. Si quieres dinero puedes quedarte con todo lo
que tengo. Si quieres cortarme en mil pedazos, puedes. Haz lo que
quieras conmigo. Pero, por favor, déjala en paz. Por favor.
David se inclina hacia mí. Sus ojos recorren cada centímetro de
mi cara.
—¿Por qué haría eso, cuando puedo tenerlos a los dos?
Un destello de movimiento. Plata en la penumbra.
El dolor estalla en mi muñeca y la agonía brota de mis labios.
Miro hacia abajo, donde el sacacorchos se entierra en mi piel,
crispándose con cada latido de mi corazón.
—El Pont Neuf —dice David mientras sostiene su copa bajo mi
brazo atado. La sangre gotea en el vino—. Está bueno, pero un poco
soso para mi gusto. Me gusta algo con cuerpo.
Deja el sacacorchos en mi brazo mientras bebe un largo sorbo.
Cuando sus ojos se fijan en los míos, están nublados,
entrecerrados. Su lenta sonrisa es exultante.
—Mucho mejor —susurra, y mezcla el vino y la sangre antes de
beber más—. Ese toque de hierro añade otra dimensión a la mezcla.
A pesar de lo insoportable que era ese viejo charlatán pretencioso,
debo admitir que Thorsten tenía algo entre manos. ¿Y todo esto de
hablar? Bueno... me ha dado hambre. Apuesto a que tú también
estás hambriento.
David se vuelve hacia la encimera, donde la mandolina yace
manchada de sangre sobre el acero inoxidable.
Es la cara de Sloane la que veo cuando dejo caer la barbilla sobre
el pecho y cierro los ojos. Son sus lágrimas las que siento cuando
el sudor resbala por mi cara hasta caer sobre mi regazo. Pienso en
lo jodidamente hermosa que estaba cuando le dije que no la quería,
su piel radiante por el dolor de mis palabras. Vi cómo se destrozaba
su corazón y retorcí ese cuchillo para nada. Porque nunca podré
salvarla. No de esto. Ni de él.
Sólo puedo esperar que desaparezca como sé que puede hacerlo.
Como debería haber hecho, desde el primer momento en que la dejé
salir de esa jaula.
Estoy pensando en aquel primer momento en que la conocí en
el pantano cuando noto que David se queda quieto en la periferia.
Cuando aparto la mirada de mi regazo, sigue de pie junto a la
mesa donde está la mandolina, pero su postura es diferente. Rígido.
Tenso. Da un lento giro de espaldas a mí, con la cabeza inclinada
hacia la mesa de preparación a su izquierda y el mostrador a su
derecha.
—¿Buscas algo? —dice una voz desde las sombras.
Conmoción y confusión. Desesperación y miedo. Todo se estrella
en mi pecho cuando Sloane sale a la luz, con la pistola de David en
la mano.
Es tan jodidamente hermosa. Tan valiente. La pistola no vacila
en su mano mientras la mantiene apuntándolo y avanza hasta
detenerse lo bastante a un lado como para que pueda verla con
claridad. Su piel brilla con una ligera capa de sudor. Sus ojos color
avellana delineados con negro y sus gruesas pestañas me miran.
Su rostro está inexpresivo mientras observa mi brazo
ensangrentado y el sacacorchos incrustado en mi muñeca.
Mira a David. Una lenta sonrisa se dibuja en sus labios.
—Hola, David. Me alegro mucho que por fin podamos hablar —
dice.
Y entonces baja el arma.
—Me preguntaba cuando finalmente harías tu movimiento.
Su sonrisa adquiere un borde oscuro. Un borde afilado. Uno que
se desliza justo entre mis costillas.
Sloane no me mira. Ni siquiera una mirada en mi dirección.
Mantiene toda su atención en David, calidez y asombro en sus ojos,
ese maldito hoyuelo una sombra junto a sus labios.
Quiero arrancarle la puta piel.
—Admiro tu trabajo —dice—. El Degollador de South Bay.
Supongo que te hiciste amigo de Thorsten mientras estabas en
Torrance, ¿tengo razón?
David sonríe antes de llevarse la copa a los labios y beber un
largo sorbo de vino, luego la deja sobre la encimera junto a la
mandolina y se cruza de brazos.
—Así que me has estado acosando. No puedo decir que me
sorprenda del todo.
Sloane se encoge de hombros.
—Me gusta saber quién anda por ahí.
—Lo sé. He estado acechando por mi cuenta. Soy consciente del
calibre de la presa que cazas. Estás aquí para matarme.
—Si lo estuviera —dice mientras levanta la pistola y examina el
cañón—. Ya lo habría hecho.
David sonríe mientras recorre con la mirada el cuerpo de Sloane.
Hay un destello en sus ojos, un parpadeo de todas las cosas que
quiere hacerle, todos sus deseos depravados.
—Estuve viendo tu pequeño momento especial con este hijo de
puta hace un par de horas, no lo olvides. Reconozco el dolor cuando
lo veo. Se podría decir que es mi especialidad.
—Y fue una actuación muy convincente, ¿verdad? —Sloane se
encoge de hombros y mantiene el dedo en el gatillo mientras apoya
el codo en la cadera y apunta la pistola hacia el techo—. Yo también
te he estado observando.
—Las pequeñas mentiras te atraparán en una telaraña, Tejedora
de Orbes. Deberías saberlo mejor que nadie —dice David a través
de la oscura sonrisa depredadora que se dibuja en sus labios—. He
apagado las cámaras de seguridad.
Aunque David se acerca un poco más a ella, Sloane permanece
relajada. Nada cambia en su postura cuando dice:
—Tsk, tsk, David. No has debido de tener en cuenta todas las
cámaras de seguridad —dice mientras apunta con la Glock a una
cámara en la esquina de la habitación que apunta hacia nosotros,
con la luz roja aún encendida—. Esa es la mía. He estado vigilando
todo el tiempo.
La sonrisa de David decae al darse cuenta que tiene razón.
La sonrisa de Sloane es triunfante mientras le guiña un ojo.
—Como he dicho. Si quisiera, lo haría.
En un abrir y cerrar de ojos, apunta a David con la pistola y le
apunta a la frente. Él se pone rígido y baja los brazos.
—Pum, pum, pum —dice con un ritmo entrecortado. Su sonrisa
se extiende antes de bajar el arma a su lado—. Es broma.
Sólo puedo ver el perfil de David, pero él no puede ocultar ese
brillo en sus ojos.
Está jodidamente embelesado.
Sloane lo devora y su rostro esboza una sonrisa indulgente.
—¿Te hiciste amigo de Thorsten para encontrarme? —pregunta
con una coqueta inclinación de cabeza.
—Más bien para defenderme. Tenía la idea que podrías venir por
mí algún día. Pensé que si me hacía amigo de alguien como
nosotros, podría tener un amortiguador cada agosto, cuando la
gente de nuestra... naturaleza... tiende a acabar muerta. Por
supuesto, Thorsten no sabía que estaba siendo cazado, así que le
sugerí que podría fingir ser su jodido sirviente durante la noche
mientras él se rascaba el picor con la aparición fortuita de dos
víctimas aparentemente perfectas. —David toma un trago y la
estudia antes de apoyarse en el mostrador—. Ya sabes lo que dicen:
el trabajo en equipo hace que el sueño funcione.
Sloane sonríe.
—Así es. Pero a veces cuesta encontrar el equipo adecuado.
David inclina su vaso en su dirección.
—Muy cierto.
—Mirlo... —le digo.
Suspira y me clava una mirada apagada.
—Para ya con el ''Mirlo''.
—Sloane, amor, por favor...
—¿Amor? —Sloane ladea la cabeza. Sus ojos son negros en la
tenue luz—. ¿Amor...? ¿De verdad pensabas que era eso? Tú mismo
lo dijiste, soy una maldita psicópata, ¿recuerdas? Un monstruo.
Esto no es amor. Es aburrimiento. Es competencia. Y por lo que
parece —dice mientras deja que su mirada pase del sacacorchos al
goteo constante que fluye hasta el charco de sangre en el suelo—.
Ya he ganado.
Sacudo la cabeza. Mi voz es solo un susurro estrangulado
cuando digo:
—Te va a hacer cosas brutales, Sloane.
—Oh, ¿quieres decir que tal vez se ponga poético mientras me
penetra el culo hasta las pelotas? ¿Es ese el tipo de cosa que estás
pensando? —Sloane pone los ojos en blanco—. Creo que he
demostrado que puedo manejar eso.
Cada dolor de mi cuerpo es eclipsado por el de mi pecho
mientras mi corazón se incinera. Ella observa lo que ocurre, igual
que yo hice con ella. Pero no percibo ni la más mínima pizca de
remordimiento o arrepentimiento, solo asco en la forma en que
curva los labios antes de apartar la mirada.
La expresión de Sloane se suaviza cuando mira a David.
—Sabes, me apetece mucho destrozar la ciudad, si me entiendes
—le dice guiñándole un ojo.
Su sonrisa de vuelta es voraz.
Suplico, pero es como si no me oyeran. Me revuelvo en la silla,
pero no me ven.
Las lágrimas queman mis ojos. Sé lo que le hará, a mi hermosa
Sloane. La destruirá. Arrancará pedazos de ella. Se los comerá
delante de ella, como ha hecho conmigo. Y tantas otras cosas
horribles, espantosas, jodidamente monstruosas que no soporto
imaginar, pero las imagino de todos modos.
Aunque la deje salir viva de esta habitación, no sobrevivirá a la
noche.
—¿Qué tienes en mente? —pregunta David.
—¿Qué tal si terminamos aquí y vamos a divertirnos? Tengo
algunas ideas. Tal vez Kane Atelier sería un buen lugar para
empezar.
La bilis se revuelve en mi estómago cuando David sonríe y
levanta su copa.
—Por una noche en la ciudad. —Se bebe de un trago el resto del
vino ensangrentado y deja la copa vacía sobre la mesa.
—Toma, toma esto. —La mano de Sloane se levanta como si
estuviera atrapada en cámara lenta, su palma abierta y la Glock
descansando en ella como una ofrenda—. Realmente no me gustan
las armas.
Los ojos de David brillan de expectación cuando toma el arma,
con la mirada fija en el premio mortal.
En el momento en que sus dedos rozan la empuñadura de la
pistola, el otro brazo de Sloane se mueve en un tajo hacia arriba.
Hay un destello de plata, algo oculto en su mano.
David retrocede por reflejo. La sangre salpica la Glock al caer al
suelo. Se lanza por ella con la otra mano, pero Sloane es demasiado
rápida. Su golpe descendente le corta la otra muñeca. David ruge
de frustración, pero el gruñido se convierte en un gemido de dolor
cuando ella le da una patada en la pierna y lo hace caer de rodillas.
Mientras cae, su bisturí está esperando.
Se desliza en la muesca de la garganta, con el filo hacia arriba.
El peso de David parte la carne en dos a lo largo de su garganta
mientras Sloane mantiene la hoja firme entre sus manos.
Se detiene contra la punta de su barbilla, profundamente contra
el hueso.
David tose, gorgoteando, desesperado, a través de la rendija
abierta. Un chorro de sangre salpica la cara de Sloane. Ella no
parpadea mientras deja que su mirada recorra cada detalle de su
dolor y su furia, su sonrisa oscura y triunfante mientras los ojos
oscurecidos de él le devuelven la mirada.
—No me gustan las armas —dice y le agarra el cabello con
fuerza. Con la otra mano tira de la hoja—. Demasiado ruidosa. Sin
delicadeza.
Le clava el bisturí en el ojo. El grito de David no es más que un
chisporroteo de rocío carmesí.
Luego lo deja caer al suelo.
La sangre se extiende en un charco espeso sobre las baldosas.
Sloane permanece de espaldas a mí mientras observa los
movimientos desesperados de David, lentos y quietos, e incluso
cuando se detienen, permanece allí, mirándolo fijamente como si
necesitara estar segura que no volverá a levantarse.
—¿Estás bien? —pregunta sin volverse, con voz ronca.
Examino mi brazo sangrante, donde la piel se ha desprendido
de la carne palpitante que hay debajo. Me palpitan la mejilla y las
costillas donde he recibido sus primeros golpes. El sacacorchos
sigue latiendo con el acelerado latido de mi corazón, pero
probablemente parezca peor de lo que es.
—No me importaría levantarme de esta silla, pero sí. Estaré
bien.
Sloane asiente y se queda en silencio, con la mirada clavada en
el cuerpo del suelo.
—Sloane...
No se mueve.
—Sloane, amor...
—No.
—Um... ¿Mirlo?
Todavía nada.
—¿Melocotón?
Ladea la cabeza y me mira por encima del hombro. Pero allí
también hay lágrimas, que salpican la sangre que salpica sus
mejillas.
—Te dije que te cortaría si volvías a llamarme así.
—Mirlo será. —Le doy una débil sonrisa. Hay preocupación en
sus ojos mientras me mira, pero también dolor, y eso me consume
el alma—. Amor, yo...
—Cállate —suelta, y saca el teléfono del bolsillo. Un latido
después, el sonido de su timbre precede a la voz de mi hermano.
—Bien hecho. Mi amigo Conor está afuera. ¿Quieres que entre?
—pregunta Lachlan.
—No. Pero gracias por enviar refuerzos.
—¿Estás bien?
—Claro. —Sloane me mira por encima del hombro. Todavía tiene
lágrimas en los ojos, aunque la mirada que me lanza es jodidamente
letal—. El hijo de puta de tu hermano necesita... piel... A mí también
me vendría bien ayuda con la limpieza.
Lachlan se ríe entre dientes.
—Fionn ya está en camino. Conozco gente para la limpieza;
dame una hora para eso. Conor vigilará la puerta hasta que lleguen.
—Hay una pausa, y cuando Lachlan vuelve a hablar, su voz es
suave y seria—. Gracias por cuidar de mi hermano, Sloane.
—Desconéctate de la cámara. No quiero que veas en caso que
cambie de opinión y lo mate yo misma.
—Hazme un favor y dale un gran beso —dice Lachlan.
Responde con un gruñido de agravio y desconecta la llamada
antes de arrojar el teléfono sobre la mesa de preparación con un
ruido seco.
Entonces se vuelve hacia mí, con los ojos brillantes y los brazos
cruzados.
—Cuento esto como una victoria.
—Es justo.
—Son tres para mí. Al mejor de cinco.
—Merecido. Totalmente.
—Y todavía estoy muy enfadada contigo.
—Lo entiendo, amor.
—Quiero apuñalarte.
—Sí, eso tiene sentido. Pero por favor, no mi polla. O mis pelotas.
O mi cara bonita.
Los labios de Sloane tiemblan. Su dura expresión se desmorona
y recupera una máscara estoica, sólo para caer una segunda vez.
Las salpicaduras rojas y las rayas en su cara son tan dolorosamente
hermosas, sus lágrimas tan jodidamente agonizantes.
—Me rompiste el corazón.
—Lo sé, amor. Lo siento mucho. Lo siento mucho, maldita sea.
Sabes que sólo lo hice para alejarte de él, ¿verdad? Tenía que
sacarte de aquí o él iba a matarte.
Las lágrimas en los ojos de Sloane se mueven y brillan mientras
se acumulan en la línea de sus pestañas.
—No soy imposible de amar. —Me señala con su dedo
ensangrentado, acentuando cada palabra—. Soy jodidamente
adorable.
Estoy desesperado por tocarla, aunque sea un momento, como
si ver que está bien no fuera suficiente.
—Amor... por favor... déjame levantarme de esta silla para que
podamos hablar como es debido. —La frente de Sloane se arruga
mientras trata de aferrarse a su ferocidad y falla. Cuando le doy
una pequeña sonrisa, no puede evitarlo: su mirada cae a mi cicatriz
y se queda allí—. Vamos, Mirlo. Libérame para que pueda
demostrarte que te amo con locura. Quizá también tome el botiquín
de la puerta, si no te importa.
Su mirada feroz vuelve.
—O me desangraré en el suelo, eso está bien... pero levantarme
de la silla seguiría siendo bueno. Preferiblemente sin ser apuñalado.
Tras otro largo momento de vacilación, se acerca y empieza a
deshacer los nudos, primero los que atan la silla al poste de apoyo
del mostrador y luego los que rodean mis extremidades. La última
cuerda que cae al suelo es la que ata mi muñeca empalada al
reposabrazos.
Me levanto de la silla en cuanto estoy libre.
El dolor se ve opacado por la necesidad cuando suelto el
implemento y agarro a Sloane cuando retrocede, estrechándola
contra mí en un abrazo desesperado. Y doy gracias a todos los
dioses a los que nunca rezo cuando ella envuelve mi cuerpo con sus
brazos. Entierra la cara en mi pecho y humedece mi camisa con
todos los miedos que ha mantenido enterrados.
—Pensé que era demasiado tarde —dice una y otra vez—. Lo
siento mucho, Rowan. Tardé demasiado en descubrir tus pistas.
Tomo su cara entre las palmas de mis manos y miro fijamente
sus grandes ojos color avellana. Un dolor se me atraganta en la
garganta mientras saboreo este momento para mirarla, para sentir
su calor contra mi piel. He estado a punto de perderlo todo. Pero
ella está aquí, con su aroma a jengibre y su delineador de ojos negro
corrido por la piel, sus pecas salpicadas de motas de sangre. Las
arrugas marcan su frente y su ceño fruncido mientras su mirada
se cruza con la mía.
Nunca ha estado más guapa.
—No demasiado tarde, Mirlo. Justo a tiempo.
Intenta sonreír, pero no lo consigue. Su hoyuelo es sólo una
débil depresión en su piel. Y sé que las mentiras que le dije son las
más peligrosas, porque utilicé como arma sus verdaderas
inseguridades. Aunque sólo las dijera para salvarla, cortes como
esos son profundos y se curan lentamente.
Bajo la cabeza y le sostengo la mirada, manteniendo su rostro
firme entre mis manos.
—Nunca has dejado de ser adorable. Sólo estabas esperando a
alguien que te quisiera por lo que eres, no por lo que quiere que
seas. Yo puedo hacerlo, si me dejas. —Aprieto los labios contra los
suyos y siento el sabor de la sal y la sangre, pero me alejo antes que
el beso se haga más profundo—. Te adoro, Sloane Sutherland. Te
deseé desde aquel primer día en Briscoe. Te he amado durante
años. No voy a parar. Nunca.
Sloane me mira a los labios y se queda ahí. Asiente con la
cabeza.
—Puede que seas una psicópata —le digo con una sonrisa
mientras sus ojos se entrecierran—. Pero tú eres mi psicópata y yo
soy el tuyo. ¿Entendido?
Cuando levanta los ojos de mis labios, por fin sonríe.
—Sigues siendo de lo peor.
—Y aún me amas.
—Sí —dice ella—. Sí, quiero.
Sloane se pone de puntillas y me rodea la nuca con las manos,
acercándome hasta que su frente presiona la mía y su aliento es
una caricia dulcemente perfumada en mis labios.
—De verdad, maldición —susurra—. Y vas a tener que esforzarte
más para librarte de mí, porque no voy a ir a ninguna parte.
—Yo tampoco, Sloane.
Cuando Sloane atrae mis labios hacia los suyos, lo sé. Lo siento
en cada latido que palpita en mi piel cruda y sangrante. Que el
mundo podría girar en todas direcciones y destrozar todas las
realidades, pero que no hay más vida que la que elegimos construir.
—Vamos a llegar tarde —dice Rowan. Pero no le importa. La
verdad es que no.
Porque tiene las manos enredadas en mi cabello y la cabeza
echada hacia atrás mientras me trago su polla.
—Jesús, Sloane. ¿Cómo eres tan jodidamente buena en esto?
Tarareo mi satisfacción en su carne y le acaricio los huevos con
la mano libre mientras me meto los dedos en el coño con la otra.
Cuando vuelvo a gemir, baja la mirada para observarme, con los
ojos ennegrecidos por el deseo.
—Joder, me encanta ver cómo te tocas —sisea. Se me cierran
los ojos mientras acaricio mi clítoris. El prepucio se desliza por mi
lengua—. Será mejor que te corras, porque estoy al puto borde y
tenemos que irnos.
Ralentizo el movimiento de mis dedos, deslizo los labios hasta la
coronilla de su erección y sonrío.
Mi insolencia es recibida con un gruñido. La mano de Rowan se
dirige a mi garganta y atrapa la risita que pide ser liberada.
—¿Te estás portando como una mocosa? —me pregunta
mientras recorro con la lengua la parte inferior de su erección y le
clavo mis ojos más inocentes. Su mano se tensa—. ¿Has olvidado
la última vez que fuiste una mocosa?
Me encojo de hombros, aunque no lo he olvidado. Hace unas
semanas, cuando decidí apretarle las clavijas y hacer caso omiso de
la mayoría de sus órdenes mientras le montaba la polla, me
secuestró cuando volvía a casa después de tomar unas copas con
Anna, me vendó los ojos y me ató a una mesa del restaurante para
que comiera toda una serie de manjares sobre mi cuerpo desnudo.
Me manoseó durante horas, rociándome los pezones con salsa de
caramelo para chupármela mientras me follaba, goteando nata
montada fría sobre mis piercings genitales antes de lamérmelos
hasta dejarlos limpios. Cada vez que pedía clemencia, se reía.
—Las chicas buenas tienen recompensa —dijo mientras bajaba
la vibración del juguete anal que me había introducido en el culo
después de atarme. Ralentizó el ritmo de sus caricias mientras me
penetraba, apartándome del borde del orgasmo—. Las mocosas
reciben su castigo.
Se había deslizado dentro de mí, se había masturbado hasta
rociarme el pecho con chorros calientes de semen y había vuelto a
empezar.
Probablemente tuvo el efecto contrario al que él pretendía,
porque aquella noche me lo pasé como nunca.
—¿Esa es tu respuesta? —dice ahora, sus ojos letales y
oscuros—. ¿Sólo un encogimiento de hombros? Eso me parece
bastante malcriado.
Suspiro y vuelvo a lamer su erección mientras le acaricio los
huevos.
—Puede que haya mentido sobre la hora de la cita —respondo
mientras acaricio la longitud de su polla y le prodigo un lametón en
la punta—. Tenemos una hora más.
Mis ojos permanecen fijos en el rostro de Rowan mientras esta
información se asienta en su cerebro inundado de endorfinas.
—Oh, gracias, maldición —dice finalmente, y se sumerge en el
calor de mi boca—. Haz que te corras o juro por Dios que voy a
llevarte a una cabaña remota y castigarte durante tres días.
Rowan Kane, siempre amenazándome con pasar un buen rato.
Me suelta la garganta, pero me mantiene firme mientras me
arrodillo ante él y me meto la polla hasta el fondo. Me la mete hasta
el fondo de la garganta y mis sonidos entrecortados y ahogados
estimulan el ritmo de sus embestidas. Con la otra mano, me meto
los dedos en el coño hasta que se cubren de mi excitación y del
semen que él ya había derramado dentro de mí.
Mis dedos resbaladizos se retiran, y entonces muevo mi tacto
hacia Rowan, encontrando el borde plisado de su culo. Se estremece
cuando masajeo el apretado anillo, y luego introduzco un dedo en
su interior.
—Oh, mierda, Sloane...
—¿Estás usando tu palabra de seguridad?
—Maldita sea, no.
Sonrío y añado un segundo dedo, acariciando suavemente hasta
encontrar el tacto que lo hace temblar.
—Qué buen chico —arrullo, con tono sacarino—. Y los buenos
chicos tienen recompensa.
Mis labios se cierran alrededor de su polla y chupo.
Un desinhibido sonido de placer retumba en el pecho de Rowan
mientras lo follo con los dedos y me trago su erección. Con la otra
mano, rodeo mi clítoris, acercándome al orgasmo que sé que me va
a exigir. Y cuando siento que su cuerpo se tensa, eso es
exactamente lo que hace. Exige.
—Mirlo, será mejor que te corras ahora mismo porque me estás
matando y juro por Dios...
Me derrumbo con su polla hundida hasta el fondo de mi
garganta, mi gemido quejumbroso es una vibración que rodea su
longitud.
Sus palabras me excitan cada vez.
Un suspiro después, Rowan gruñe y su esperma caliente inunda
mi boca. Me trago hasta la última gota y extiendo su placer hasta
que estoy segura que está agotado, con una fina capa de sudor
brillando en su pecho desnudo al respirar entrecortadamente.
—Tenemos que irnos —digo con una sonrisa ladina mientras
retiro mis dedos de su culo—. Vamos a llegar tarde.
Rowan me fulmina con la mirada y me da un beso en la frente
antes de asearnos, vestirnos y salir corriendo.
Cada paso que damos bajo el cálido sol de junio me hace palpitar
el corazón, no de ansiedad, sino de emoción. Si Rowan está
nervioso, no lo demuestra. Mientras caminamos por las calles de la
ciudad, con los dedos entrelazados y la otra mano sujeta alrededor
de la cicatriz más grande de la cara interna de su antebrazo, me
cuenta una animada historia sobre Lachlan de cuando eran
adolescentes. La noche que ocurrió, Fionn había tratado
meticulosamente la herida y utilizado Dermagraft para sustituir el
tejido que faltaba, y Rowan se ocupó diligentemente de cuidarlo
desde aquella noche. Y pronto, la cicatriz se transformará en algo
hermoso.
Le encantará. Sé que le encantará.
Paramos en Kane Atelier de camino a nuestra cita y entramos
en la tienda con el aroma del cuero y el sonido de la música indie.
Contengo una sonrisa mientras me pregunto si Lachlan escucha
alguna vez la música de Lark, y cuando miro a Rowan a mi lado,
pienso que él podría estar preguntándose lo mismo.
—Viejo imbécil. ¿En qué estás trabajando? —dice Rowan
mientras Lachlan aparta su desgastada silla giratoria de su
escritorio y tira lo que parecen unas gafas de lectura junto a la piel
que está tallando.
—Alforjas personalizadas para la Harley de un motero. Si no
pudiera patearte el culo yo mismo, él lo haría encantado por mí —
responde Lachlan—. Y sólo soy dos años mayor que tú, hijo de puta.
—Entonces, ¿por qué llevas gafas de viejo? Parece como si
estuvieras a punto de hacer un crucigrama y quedarte dormido en
tu sillón reclinable La-Z-boy —dice Rowan guiñándome un ojo.
—Vete a la mierda. ¿Qué quieres, maldito imbécil?
—En realidad soy yo, tengo una pequeña petición —digo
mientras doy un paso más cerca del descarado hermano mayor de
Rowan.
—Ah, la señorita araña, que viene a pedirme un favor —dice
Lachlan con una sonrisa ladina mientras se reclina en su silla.
—En realidad, estoy pidiendo un favor.
—¿Ah, sí? Qué favor es ese.
—Salvar a tu hermano pequeño.
—Si no recuerdo mal —dice Lachlan, dándose golpecitos en la
barbilla con uno de sus dedos anillados—. Ayudé a limpiar tu
desordenada escena del crimen antes de borrar cualquier rastro de
la existencia de un tal David Miller de los libros de la historia de los
asesinos en serie. Así que yo diría que estamos en paz. De nada.
Pongo los ojos en blanco y Rowan sonríe a mi lado.
—Bien. Un favor para Lark Montague en ese caso.
Hay un momento de duda antes que Lachlan diga
rotundamente:
—Mierda, no.
—Vamos —digo, con la voz ronca en una súplica llorona
mientras doy otro paso para acercarme—. Lark se muda a Boston
la misma semana que vamos a estar fuera. Ayúdala a llevar sus
cosas a su nuevo apartamento, por favor. No tiene mucho.
—¿Por qué no tiene mucho? —pregunta Lachlan, con el ceño
fruncido y voz severa. Rowan y yo intercambiamos una mirada
fugaz y confusa antes de volver a centrarme en Lachlan.
—Um, ella viaja ligera, supongo...
La mirada de Lachlan se ensombrece como si esta información
fuera insuficiente antes de suavizar su reacción bajo una máscara
apática.
—De acuerdo. Pero no esperes que me quede cuando termine.
—Por supuesto que no.
—Y no voy a enseñarle la ciudad o alguna mierda.
—Absolutamente no.
—No somos como, amigos. Ella no puede llamarme para... leche.
—De acuerdo... le haré saber que no te llame para pedir leche.
Hecho.
Lachlan gruñe. Yo sonrío.
—Gracias —digo mientras me acerco y le doy un abrazo que ya
sé que no me devolverá—. No te arrepentirás.
—Sí, lo haré.
—De acuerdo entonces.
Le doy un beso en la mejilla cubierta de una barba corta al son
del encantado bufido de Rowan y me alejo.
—Gracias por eso, campanilla. Tenemos que irnos —dice Rowan
con una sonrisa burlona que Lachlan devuelve con una mirada
fulminante, pero aun así se levanta de la silla. Nos acompaña fuera
del estudio hasta la calle y hacemos planes para cenar juntos la
semana que viene antes que apriete la frente contra la de Rowan,
como hace siempre. Y entonces nos ponemos en marcha, yendo a
nuestra cita de la mano, tomándonos nuestro tiempo para disfrutar
de nuestra sencilla compañía y de nuestra creciente excitación por
lo que está por venir a medida que avanzamos hacia nuestro
destino.
La pequeña campana de latón suena en lo alto de la puerta
cuando entramos en Prism Tattoo Parlor.
Laura, la dueña de la tienda, nos saluda cordialmente y le da a
Rowan un formulario de consentimiento para que lo rellene
mientras ella y yo ultimamos los detalles del diseño que le di,
nuestras voces en voz baja para que Rowan no pueda oír los
detalles. Cuando todo está firmado y el diseño está impreso en el
papel transfer, Rowan se sienta en la silla de Laura.
—Lo siento, carnicero, pero no me fío de ti ni un pelo —le digo
mientras me coloco detrás de él para taparle los ojos. Laura sonríe
mientras prepara el brazo de Rowan y transfiere la plantilla a su
cicatriz.
—Me hieres —dice.
—Claro —resoplo—. ¿Me seguiste o no durante tres días en
California sólo para poder hacer trampas y ganar un partido?
—No hice trampas. Y además, perdí. Miserablemente, debo
añadir. Todavía no puedo comer helado.
Sonrío y tomo asiento a su lado para poder ver cómo Laura
empieza a trazar las primeras líneas negras en su piel.
—Quizá empecemos un programa de desensibilización para ti.
Tengo algunas ideas.
—Ahora sí.
Tardamos unas horas, pero la imagen cobra vida en el brazo de
Rowan, un diseño que yo misma hice y que trabajé con Laura para
perfeccionar, de modo que cubriera sus cicatrices y se adaptara a
los contornos de su brazo. Y en poco tiempo, ella está limpiando el
tatuaje fresco, quitando el exceso de tinta y los puntos de sangre
para revelar la imagen final. Compartimos una sonrisa brillante
sobre el cuerpo de Rowan, de un artista a otro, mientras nos
acribilla a preguntas que no respondemos.
—De acuerdo, bonito. Es hora de comprobarlo —digo mientras
Laura toma uno de los bíceps de Rowan y yo agarro el otro. Lo
guiamos hasta un espejo de cuerpo entero. Me pongo a su lado
mientras Laura le quita la venda de los ojos y Rowan ve por primera
vez el tatuaje que ocupa todo su antebrazo.
—Mierda —dice, sin apartar los ojos del diseño mientras se
acerca al espejo y gira el brazo de un lado a otro. Absorbe cada
detalle, tanto en el espejo como en su brazo directamente, su aguda
mirada rebota hacia mí cada pocos segundos—. Es increíble, Mirlo.
Las plumas negras del cuervo brillan con toques de añil, su ojo
es de otro mundo y opalescente cuando mira a lo lejos. Agarra un
cuchillo de chef pulido, en cuya hoja se refleja la luz. Detrás del ave
y su afilada percha hay un fondo de salpicaduras como de graffiti
en estallidos de colores vibrantes.
—Los colores son épicos, Laura —dice, mirándola con una
sonrisa apreciativa.
Sonríe.
—Gracias, pero se le ocurrió a tu chica. Yo sólo di vida a su
diseño.
Laura le entrega el dibujo de referencia en su iPad, el original
que le envié hace dos meses, cuando Rowan sugirió por primera vez
un encubrimiento para las cicatrices. Se queda mirando la imagen
y traga saliva. Tarda un buen rato en volver la mirada hacia mí.
—¿Color? —pregunta. Señala la imagen sin apartar sus ojos de
los míos—. ¿Tú hiciste esto?
Me encojo de hombros, el comienzo de un dolor formándose en
mi garganta cuando percibo un destello vidrioso en sus ojos.
—Sí, supongo que sí.
Rowan le devuelve el iPad a Laura y me abraza con fuerza, con
la cara pegada a mi cuello. No dice nada durante un buen rato. Se
limita a abrazarme.
—Hiciste color —susurra, pero sigue sin soltarme.
Sonrío en los brazos de Rowan.
—Qué puedo decir, Carnicero. Supongo que lo has sacado de
mí.
La ciudad me da asco.
El olor del mar contaminado. El escape de un autobús que pasa.
El aliento de la gente que vierte sus pútridos pensamientos en el
aire pesado. La ciudad es un pozo negro de podredumbre.
Ahora bien, los hombres de Sodoma eran malvados en extremo y
pecadores contra el Señor.
Me trago el disgusto por este entorno que me ha invadido
durante la última semana. Mi mirada va de un extremo a otro de la
calle, pero siempre vuelve a la puerta de enfrente y a la curva de
letras doradas en el cristal.
Suena la alarma de mi reloj. Las doce del mediodía.
Señor, te pido que tus bendiciones se derramen sobre mí, tu
humilde siervo. Levanta mi mano contra mis adversarios. Devuelve
sobre ellos toda maldad e injusticia que han desatado sobre mí, tu
fiel discípulo.
Amén.
Abro los ojos y reanudo mi vigilia desde el patio del café. Mi té
se ha enfriado, el libro que tengo delante sigue sin leer. Mis dedos
repican al ritmo de la música que resuena en mi cabeza. Un himno,
uno que solía cantar mi madre.
Deja que los pecadores sigan su curso,
Y elige el camino de la muerte
La puerta se abre al otro lado de la calle. Un hombre alto y
atlético abre la puerta a una mujer de cabello negro. Ella mira a su
alrededor. The Killers, dice su camiseta negra.
Se me calienta la sangre.
Pero yo, con todas mis preocupaciones,
Se apoyará en el Señor;
Echaré mis cargas sobre su brazo,
Y descansa en su palabra
Al subir a la acera, la pareja se vuelve para hablar con otro
hombre que se queda en el umbral de la puerta. Tatuajes negros
cubren sus manos y sus musculosos brazos. No es tan alto como el
primero, pero sí más poderoso. El protector. El luchador. Me doy
cuenta: la forma en que está de pie, la manera en que sonríe, la
disposición enroscada en cada movimiento. Una serpiente, siempre
lista para atacar.
Intercambian palabras que no oigo, sonrisas que no siento. El
segundo pone la mano sobre el hombro del primero. Sus frentes se
presionan antes de separarse. El primer hombre se aleja de la mano
de la mujer. Le da un beso en la sien y ella sonríe. Los veo pasear
por la calle y doblar la esquina. Durante un largo instante, mi
mirada permanece allí, atrapada en su ausencia, como si
persiguiera sus pasos, un fantasma acechando entre sus sombras.
Me acomodo más en mi silla. Vuelvo a centrar mi atención donde
debe estar.
En Kane Atelier.
Busco Su bendición cada mediodía,
Y pagar mis votos por la noche.
Rowan Kane se llevó a mi hermano.
Y yo juro tomar el suyo.
Este es el primer avance de la historia de Lachlan y Lark: ¡una
comedia romántica oscura de odio y amor, un matrimonio de
conveniencia! Teaser sujeto a cambios. Fecha de publicación por
confirmar.
LACHLAN
Lark y Sloane intercambian algún tipo de conversación
silenciosa.
Sloane levanta una ceja.
Los ojos de Lark se entrecierran.
Sloane suspira y se encoge de hombros.
Y entonces Lark empuja su asiento hacia atrás. Se levanta y se
sube al hombro su ridícula bolsa.
—Tengo que irme —dice mientras dirige una sonrisa brillante
como un maldito láser a Sloane y Rowan. Cuando se posa en mí,
siento que esa sonrisa podría abrirme la piel de un tajo—. Nos
vemos en casa.
Y entonces sale a grandes zancadas de Carnicero & Mirlo,
arrastrando su energía como un cometa.
Rowan se ríe y sacude la cabeza antes de dar un sorbo a su
bebida.
—A menos que quieras pagar la fianza para sacarla de la cárcel,
será mejor que vayas a buscar a tu mujer.
Me reclino en la silla y golpeo el vaso con el anillo del dedo índice
mientras intento no mirar hacia la puerta. Mi atención se centra en
Sloane, que enmascara su sonrisa con un bocado de comida.
Una sensación de hundimiento me invade el pecho.
—¿De qué estás hablando?
—Ve por ella antes que acuchille a Claire, imbécil —dice.
—No... ella... —Miro hacia la puerta y luego a Sloane, con los
ojos llenos de chispas—. ¿Qué...?
—Escucha —dice, apoyando la palma de la mano en la mesa y
mirándome por fin a los ojos. Ese maldito hoyuelo parpadea junto
a su labio. Es como su batseñal de travesura—. Lark Montague
puede ser bonita, toda una animadora ra-ra de arco iris feliz y
brillante, pero es una maldita psicópata disfrazada. La amo hasta
la muerte y más allá, pero psicópata.
Sigo sin poder conciliar sus palabras con la mujer que creo
conocer.
—¿Esa Lark... musicoterapeuta, cantautora, feliz-alegre-alegre
Lark...? ¿Me estás diciendo que tiene una vena psicópata...?
Ambos se ríen. Maldita risa.
—Lachlan —dice Sloane, sacudiendo la cabeza—. Ella no sólo
tiene una vena. Ella tiene un desfile de brillo completo de psicópata.
Rowan apunta su tenedor hacia ella.
—Una vez preparó una bomba de purpurina en mi auto por la
vez que hice llorar a Sloane y le dije que se fuera a casa. Me gasté
mil dólares arreglando el auto y todavía encuentro purpurina a
diario.
—Cuando estábamos en el internado, una chica llamada Macie
Roberts llamó a una de las amigas de Lark ''tonta, cubo de semen''.
Así que Lark se metió en la habitación de Macie y se pasó toda una
noche escribiendo ''Soy una tonta cubo de semen'' con pintura para
tela en, literalmente, todas las prendas de Macie, incluso en su ropa
interior.
—Háblale de las lentejuelas.
—¿Lentejuelas? —pregunto mientras los dos se ríen.
Las cejas de Sloane se alzan mientras empuja un poco de
comida alrededor de su plato.
—Hace unos años, Lark vivía con su novio del aquel entonces,
un chico llamado Andrew. Un fin de semana, mientras Lark estaba
fuera de la ciudad, él y su amiga común Savannah se enrollaron en
el apartamento de Lark y Andrew —dice mientras una oleada
irracional de ira me recorre y me vuelve a recorrer—. Un par de
semanas después, Lark entró en casa de Savannah mientras
dormía y le escribió "zorra infiel" en la cara con pegamento Gorilla
y lentejuelas. Robó el bote de quitaesmalte de Savannah y su
teléfono y ordenador, así que no tuvo más remedio que salir a
comprar más para quitar el pegamento. Incluso una vez que las
lentejuelas se habían ido, todavía se podían ver las marcas. Fue
bastante impresionante.
No puedo negar que me encanta la osadía de ese plan. Casi
sonrío, pero entonces capto el intercambio de una mirada oscura
entre Sloane y Rowan.
—¿Qué pasa?
—Bueno... Lark no confirmará ni negará su implicación, pero
dos meses después, Andrew murió en un extraño accidente
pirotécnico.
—¿Lark... mató a alguien...? ¿Esa Lark?
Sloane se encoge de hombros.
—No sé por qué sigues aquí sentado cuando probablemente le
esté cortando la cara a Claire para hacer un cometa, pero es el
dinero de tu fianza, supongo —dice Rowan, y en un santiamén estoy
a medio camino de la puerta, con mi silla sonando detrás de mí al
volcarse por la fuerza de mi urgencia.
El sonido de las risas de Rowan y Sloane me siguen hasta la
calle.
Muchísimas gracias a ustedes, los increíbles lectores de Butcher
& Blackbird, por tomarse el tiempo de acompañar a Rowan y Sloane
en este viaje. Significa mucho para mí que quieran participar y
formar parte de la vida de esta historia a medida que se abre
camino. Realmente no tenía ni idea de dónde acabaría esto y ha
sido una alegría. Espero que hayan disfrutado del viaje.
Un agradecimiento muy especial a Arley, a quien siempre
recurro para compartir los primeros capítulos, y cuyos comentarios
han hecho de Butcher & Blackbird una historia mejor. Arley, me
has ayudado mucho a encontrar el equilibrio que esperaba, ¡y te
doy las gracias!
Gracias también a Trisha, que nunca ha dejado de animarme.
Significa mucho para mí. Sus disposición a compartir sus consejos
y su orientación me han ayudado a seguir adelante, incluso al
principio, cuando me preguntaba qué mierda era esta historia.
Muchas gracias. Si aún no lo has hecho, hazte un favor y echa un
vistazo a las obras de Trisha (te recomiendo que empieces por Lovely
Bad Things).
A Jess, por ser una de las primeras defensoras de Rowan y
Sloane, y por estar siempre pendiente de mí. Parece que siempre
apareces cuando más necesito tu pequeño rayo de sol. Jess, tu
energía tranquilizadora y tu apoyo inquebrantable significan mucho
para mí.
Y a mi amiga Lauren, que me ayudó a sacarle el máximo partido
a David. Cuando yo estaba como, ''¿es este tipo lobotomizado un
paso demasiado lejos?'' Lauren fue como ''ABSOLUTAMENTE NO''
jajaja. Esta pinta de galletas y crema es para ti, perra caliente. Por
favor, echa un vistazo a los romances oscuros de autoestopista de
Lauren - ¡empieza con Hitched! Y Lauren, ¿dónde demonios está mi
hombre vagón?
Por último, pero no por ello menos importante, a mis increíbles
hijos, mi marido Daniel y mi hijo Hayden, que me ayudan a sacar
tiempo para que pueda escribir, que me traen café y batidos y que
me dan los mejores abrazos. Los amo, chicos (Hayden, no te atrevas
a leer esto, estoy hablando con el universo).

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