Explora Libros electrónicos
Categorías
Explora Audiolibros
Categorías
Explora Revistas
Categorías
Explora Documentos
Categorías
♥
Índice
Sinopsis
ebería ir a recibirles.
O enviar a Cavon y a los Ojos del Blanco a cortar todas sus
cabezas.
Por desgracia, no hago nada.
Les dejo venir.
Dejo que él venga.
Cuando padre y Plyrienne fueron asesinados en sus viajes por nómadas, nuestro
reino fue un objetivo inmediato. En cuanto llegó la noticia de sus muertes, fui coronada
rápidamente y en silencio. De la noche a la mañana pasé de niña asustada a reina
gobernante. Ya no era una hermana para la pequeña Yanna; en su lugar, me convertí en
madre. E igual que las osas blancas del norte, llegué a ser muy protectora con mi
hermana. Garras que no sabía que existían crecieron y las utilicé. A los quince años,
envié a nuestro ejército tras aquellos nómadas para matarlos. Hice que mis historiadores
trazaran sus linajes y sacrificasen a cada miembro de las familias de esos nómadas.
Generaciones y generaciones fueron eliminadas en cuestión de días.
Cuando maté a los que hicieron daño a mi familia, maté a la chica dentro de mí.
No había espacio para ella y para una reina.
Me siento ante la ventana, alta en mi torre, y observo a los Volcs mientras
marchan sin esfuerzo por la nieve. Líneas negras cortando a través de las llanuras
blancas. Cuanto más me mantengo en este frío castillo, más anhelo las delicias visuales.
Me preocupa estar perdiendo mi mente a la locura como los condenados, porque mi
corazón late más fuerte y más rápido en mi pecho sabiendo que están llegando. Han
pasado a mi ejército y no han derramado sangre, lo cual significa que vienen a hablar
conmigo, no a empezar una guerra.
Dando golpecitos con mis dedos en la repisa de piedra, me deleito con el sonido.
Tap. Tap. Tap. Tap. Y tap.
Mi golpeteo constante mantiene el flujo de sangre en mis dedos. Muy a menudo
están entumecidos y de un horrible color azul. Anhelo usar guantes, pero Yanna dice
que solo va a empeorar mi condición. Si no dejo que mis dedos se muevan, se congelarán
y se caerán.
¿Me convertiré en una de ellos?
No.
Soy “La Castigadora de los Condenados”.
No soy una de ellos.
Tap. Tap. Tap. Tap. Y tap.
Centrándome en el corte perfecto en V en la nieve, me pregunto de qué viene a
hablar el rey Bloodsun. Su reino, los Volcanes de Souta, es cálido y vasto. El poder de
Souta rivaliza con el de mi propio reino.
¿Por qué estás aquí, rey Bloodsun?
Sus ocho caballos negros tiran de su carruaje, con antorchas encendidas, sin
esfuerzo a través de la nieve. A medida que se acercan, capto un vistazo del mismo
hombre. El rey. Lleva una capa de color negro que se mueve con el viento tras él y
restalla un látigo, manteniendo la velocidad de vértigo de sus caballos de carga.
Tap. Tap. Tap. Tap. Y tap.
Una calidez ahuyenta el constante frío cuando Yanna se para detrás de mí. Sus
dedos se deslizan por mi cabello de una manera cariñosa mientras mira por la ventana.
—El rey Bloodsun —dice sin aliento—. ¿Viene para hacernos daño?
Me vuelvo, tomando su cálida mano en las mías frías y dándole un apretón
tranquilizador.
—Sabes que nunca dejaré que nadie te haga daño, dulce hermana.
Me besa la mejilla antes de alejarse.
—¿Has comido algo hoy?
Volviendo a mi posición, sigo golpeteando.
Tap. Tap. Tap. Tap. Y tap.
—Tu falta de contestación me dice que la respuesta es no. ¿Por qué tienes que
morirte de hambre? —reprende—. Juro que, si no fuera por mí, te marchitarías y
morirías.
La culpa se hincha dentro de mí.
—He perdido la noción del tiempo. —He estado observando durante horas
mientras los Volcs aparecían al alcance de lo que el ojo podía ver. He observado cada
uno de sus movimientos de avance hacia nosotros.
Yanna sale de la habitación y vuelve con una bandeja llena de pastas y té. El vapor
procedente de la taza de té blanco atrae mi atención y la mantiene. A pesar de los Volcs
marchando furiosamente hacia nosotros, el té farsop me llama. Amargo, pero caliente.
Yanna lo endulza para mí, sin embargo. Siempre se asegura de que me cuido. Me
parezco demasiado a mi padre. Obsesionada con el fin de quienes tienen la intención de
hacernos daño. Hasta el punto de que consume cada uno de mis pensamientos.
Mi hermana dispone los artículos en la bandeja de la manera que me agrada.
Tengo obsesiones particulares. Una siendo que los elementos deben ser colocados de una
manera determinada. Me gusta el orden, la rutina y la pulcritud. Alinea las cuatro pastas
en una sola fila al lado del té farsop. Hay una ramita de jazzyroot junto a la taza de té.
También recta.
—Necesitas algo en el estómago antes de reunirte con ese hombre miserable —se
queja mientras coloca la bandeja en la repisa frente a mí.
—¿Cómo sabes que es miserable? —pregunto con una ceja levantada.
Pone una expresión tonta, haciéndome sonreír. Sus labios son llenos y rojos a
diferencia de los míos azul pálido. De alguna manera, su piel continúa siendo morena
pese a no ver nunca el sol. La mía es tan blanca como la nieve y teñida de azul. Y su
cabello es oscuro, sedoso y vibrante. Mi cabello es de color blanco plateado con mechas
azules que a menudo trato de ocultar frotando ceniza gris sobre los mechones.
Somos dos opuestos.
Soy frío y ella es calor.
Pero somos hermanas. Unidas por la sangre, el amor y la amistad.
—Asumo que es miserable porque todo el mundo excepto nosotras lo es. —Me
sonríe—. Te reto a discutir.
Una pequeña risa se me escapa mientras tomo el té caliente en mis manos. Hace
que mis dedos piquen mientras se empiezan a descongelar.
—Supongo que tienes razón. Todos son miserables. Sin embargo, todavía daremos
la bienvenida al rey. Ver para qué ha venido hasta aquí.
Su nariz se arruga de una manera linda que me recuerda a cuando tenía solo ocho.
Ahora tiene dieciocho y ha crecido.
—Estoy preocupada —dice Yanna, con el ceño fruncido—. Estábamos bien sin él
apareciendo. ¿Qué podría querer?
—Mi cabeza —bromeo.
Su boca se abre por el horror y me siento reprendida.
—¡Elzira!
—No sé lo que quiere —admito—. Pero no tiene sentido preocuparse por ello. —
Tomo un sorbo de mi té y hago una mueca de dolor. Siempre tan amargo.
Me sonríe mientras toma la ramita de jazzyroot. Con cuidado, agita el té,
oscureciéndolo con la ramita. Cuando me lo llevo a los labios, su sabor es dulce. Baja
mucho más fácilmente esta vez.
Un golpe en la puerta me hace enderezar la columna vertebral y depositar mi taza
de té. Me levanto con las piernas temblorosas, en busca de mi corona. Un mareo hace
que mi cabeza dé vueltas, la oscuridad socavando mi visión, pero parpadeo para alejarla.
Yanna se preocupa porque muestro signos de empeoramiento. Me niego a preocuparla
cuando tenemos al rey de los Volcanes de Souta cargando hacia nuestra puerta.
Una de mis muchas coronas está cerca del corazón de mi chimenea. Ha pasado
tiempo desde que ha sido desprovista del fuego. En el interior, sin importar cuántas
veces hago que alguien de mi personal entre en la chimenea para limpiarla, las esporas
de sichee siguen creciendo. Las esporas, cuando son tocadas por el fuego, hacen
eclosionar los huevos y salen orugas sichee. Mi hermana es mortalmente alérgica a las
orugas sichee. El fuego está prohibido en el castillo por esta razón. Los que preparan las
comidas cocinan muy por debajo del castillo para que mi hermana no entre en contacto
con las orugas sichee.
Tomo mi corona y me pregunto si se ve lo suficientemente seria. Es alta y
puntiaguda. Desearía poder hacer que sea más impresionante. Añadir más piezas. Antes
de que mi enfermedad comenzara a drenarme la vida, descubrí mi don. Padre tenía
razón. Tenía que confiar en él. Lamentablemente, se fue tan rápidamente como vino.
Otro golpe urgente en la puerta me hace fruncir el ceño. No estoy para ser
molestada. Todo el mundo sabe esto. Coloco la corona en mi cabeza y me aseguro de que
está bien asentada antes de gritar:
—Entra —ordeno.
La puerta se abre y una figura vestida de blanco entra. Su espada de diamante
reluce peligrosamente en su mano. Este hombre se ve como cualquier otro soldado de
los Ojos del Blanco. Son sus ojos tras la máscara los que lo delatan, sin embargo.
Verde brillante.
Cavon.
—Mi reina —dice en saludo—. Princesa. —Asiente hacia las dos respectivamente.
—¿Qué pasa? —exijo.
—Los Volcs están sobre nosotros. Denos la orden y los mataremos, su alteza.
Estrechando mis ojos hacia él, niego.
—Si el rey Bloodsun deseara hacernos daño, habría sangre en nuestra tierra. Viene
en son de paz. Voy a hablar con él.
Los ojos de Cavon se estrechan detrás de su máscara blanca.
—Por supuesto, mi reina.
Yanna se precipita hacia él y agarra su brazo.
—¿Cuánto tiempo queda?
El miedo en su voz casi me hace dar la orden de matarlos a todos. Con dificultad,
me contengo.
—Minutos ahora, princesa —dice Cavon, su voz ronca.
Le hago un gesto desdeñoso.
—Prepara el comedor. Ven a buscarme cuando estén instalados.
Cavon permanece durante un largo segundo antes de darme un asentimiento
breve y salir corriendo de la habitación. Yanna me frunce el ceño.
—No me gusta esto —sisea—. Invitarlos a nuestra casa.
—Anotado, hermana. Ahora ayúdame a vestirme para que pueda recibir al rey
correctamente.
Dos
dio el frío.
Odio las Tierras Heladas de Norta.
Odio el hecho de que he marchado días y días para reunirme
con la reina Whitestone.
Y realmente odio lo que voy a tener que hacer.
Pero no hay otra manera. Es el reino más poderoso, además del mío, debido a su
despiadada reina. Con un pacto establecido, podríamos eliminar al rey Parsoni de los
Canales de Easta y al rey Tai de las Tierras de Arena de Westa. Ninguno de los dos es lo
suficientemente fuerte para enfrentarse tanto al rey de los Volcanes de Souta como a la
reina de las Tierras Heladas de Norta.
Sin embargo, convencer a la reina helada será un desafío.
He escuchado suficientes historias sobre su padre y luego sobre ella. Cruel. Odiosa.
Asesina. Enojada. Mi asesor, Danser Mahl, originalmente sugirió que me casara con la
reina de corazón helado. Sobre mi cadáver. La reina me cortaría el cuello en mi sueño.
No llegué tan lejos para ser destronado y decapitado por una creadora del clima con
cabello blanco. He pasado décadas perfeccionando mi propio poder y su frío intolerable
no es rival contra el fuego que puedo crear con un simple movimiento de mis dedos. Por
desgracia, no estoy aquí para quemar a la reina hasta los cimientos. Estoy aquí para
ofrecerle un incremento de poder. Nuestros reinos, juntos, podrían gobernar sobre el
resto durante los eones por venir.
—Todavía tenemos nuestras cabezas —gruñe Danser cerca de mí sobre su caballo.
Tiro de las riendas.
—Alto. —Los ocho corceles se detienen, resoplando. Claramente, están tan
agitados por el frío como Danser y yo—. Tenemos nuestras cabezas. Por ahora —le digo
a Danser—. Espero que todavía las tengamos al amanecer.
Me sonríe mientras se baja de su caballo. Danser es casi tan alto como yo y
delgado. Pero a pesar de su falta de músculo y las dos décadas de edad que tiene sobre
mí, es rápido, inteligente y sagaz. Y como lo conozco desde que solo era príncipe, he
crecido confiando en él. Nuestras mentes son tan buenas como si estuvieran cosidas
juntas, porque a menudo pensamos como uno solo. No hay nadie en quien confíe más
que en Danser.
Me bajo del carruaje, hundiéndome hasta las rodillas en la nieve. Agarrando mi
látigo con fuerza en mi mano, me preparo para lastimar a cualquiera que intente atentar
contra mi vida. No es que Danser permitiera que eso suceda, o los veinte mil soldados
Volc a mi espalda. Mi corona de hierro negro descansa pesadamente sobre mi cabeza. El
frío hace que parezca que el metal está apretando mi cráneo. Sé que la reina tiene
poderes climáticos, y me pregunto si puede controlar la temperatura para que mi corona
se congele y se rompa sobre mi cabeza.
—Es más grande que el suyo —dice Danser, haciendo un gesto hacia el enorme
castillo. Está cubierto de hielo y brilla como si hubieran rociado diamantes en las
paredes.
—El tamaño no siempre es una determinación de calidad —mascullo.
Se ríe.
—Siga diciéndose eso, señor.
Estoy pensando en darle con mi látigo, pero las puertas comienzan a abrirse,
deteniendo nuestras bromas.
Uno de los Ojos del Blanco, con brillantes ojos verdes y una espada de diamante en
su mano, se reúne con nosotros.
—Indique la naturaleza de sus asuntos —dice con brusquedad.
—Estoy aquí por la reina —replico en tono petulante.
Su postura es rígida y se endurece imposiblemente más ante mi elección de
palabras.
—Ella le invita a cenar.
—¿Y la princesa?
Levanta su espada, la ira brilla en sus ojos verdes.
—Los Ojos del Blanco no solo se paran ante usted y en cada rincón de este castillo,
sino que están detrás de usted y a su lado. Están en todos lados. Vive para respirar a las
puertas del castillo de la reina porque ella lo permite. Le sugiero que recuerde en qué
reino se halla.
Suelto una risa oscura.
—Ahh, protector. Estoy seguro de que a la reina le encanta eso de ti. Ahora dime,
Verde, ¿de cuál estás calentando la cama cada noche? ¿La reina? ¿La princesa? ¿Ambas?
Gruñe y se lanza en mi dirección. Danser le cortaría la garganta en un instante si
se lo permitiera. Afortunadamente para Verde, estoy de buen humor. Cuando sus ojos
verdes y furiosos están a centímetros de los míos, escupe sus palabras.
—Su flagrante falta de respeto es impropia. Mi reina tiene poca paciencia para los
juegos o las burlas. Le sugiero que entre, declare sus asuntos, respete a su alteza y luego
se vaya. —Sus ojos verdes se entrecierran—. Es decir, si quiere irse con su cálido
corazón todavía latiendo.
Ignorando al humilde soldado, lo empujo, golpeando mi hombro contra el suyo.
Me acerco al castillo, sabiendo que si Verde intenta atacarme, Danser lo destruirá.
—Sugiero que espere afuera, joven señor —le dice Danser a Verde detrás de mí—.
Deje que los hombres hagan negocios y no habrá derramamiento de sangre.
Verde hará lo que le dicen porque eso es lo que hacen los soldados como él.
Obedecen. Y si su reina me quisiera muerto, me habrían atacado a kilómetros de
distancia. Nunca habría entrado en este castillo y lo sabe.
El castillo es diferente al mío, me doy cuenta mientras camino por él. Este carece
de calidez, tanto literal como figurativamente. Las paredes son de color blanco sólido,
pintadas de esa manera o formadas de hielo, por lo que sé. Los suelos son blancos. Los
techos son blancos. Tanto blanco. Mientras camino por el pasillo, paso las yemas de los
dedos por la pared, convocando mis fuegos en el camino. Se escuchan siseos cuando mi
calor derrite las paredes congeladas en el camino que han recorrido mis dedos.
Llego a una apertura en una gran sala. Una pintura cuelga sobre una chimenea
apagada. Davven Whitestone. El antiguo rey y padre de la reina. Se ve regio en la
pintura. La realeza no gana guerras. La realeza no te asegura pasar más allá de Norta
Layke hacia las Tierras Ocultas donde espera la legendaria Guerra Moral. La realeza no
te mantiene vivo. Davven, de todas las personas, aprendió por las malas.
Olvidó su poder.
Olvidó que era un rey.
Bajó la guardia.
Nunca olvidaré. El fuego arde por mis venas, caliente y furioso. Hombres han
caído a mis pies, ardiendo de adentro hacia afuera por ofensas menores que la de
Remilgado Verde. Mi temperamento permanece controlado, pero si siguen
presionándome, no puedo hacer ninguna promesa de que seguirá siendo así.
Al no encontrar a nadie en la gran sala, pruebo con otro pasillo largo, pasando
algunos Ojos del Blanco por el camino. Sabiamente, no intentan hacerme daño ni
detenerme.
Se pueden escuchar voces, femeninas y susurradas, cerca. Sigo el encantador
sonido por una puerta, hacia lo que parece ser el comedor. Antes de que me dé cuenta,
me tomo un momento para estudiar a las mujeres.
Yanna.
Cabello oscuro. Piel dorada. Labios carnosos y rojos.
Luce como una Volc. Como si el fuego potencialmente ardiera por sus venas. Sin
duda, esta joven Yanna es hermosa. Las pieles grises, como las que provienen de los
lobos de hielo, son gruesas y se envuelven alrededor de su cuerpo, ocultando lo que hay
debajo. Habla en voz baja a la reina. Cuando sus ojos azules como los de su padre se
encuentran con los míos, Yanna respira temerosa y agarra el brazo de su hermana.
La reina Whitestone endereza su columna vertebral. Desde atrás, miro su cabello
blanco sedoso que está veteado de gris y azul. Enredaderas negras se trenzan en su
cabello que cuelga hasta la mitad de su espalda. Su vestido es blanco e incrustado con
diamantes, arrastrándose por el suelo detrás de ella. A diferencia de su hermana, no
lleva nada que le cubra los brazos. Son muy pálidos y azulados. La necesidad de
quitarme la capa y envolverla a su alrededor me apuñala de repente, sorprendiéndome
por un momento.
Es una excelente creadora del clima.
No puedes calentar lo que no quiere ser más que frío.
La reina se gira lentamente, recompensándome con una vista impresionante de su
perfil. Cuello largo y delgado. Su clavícula sobresale y su mandíbula es afilada. La mujer
está más que delgada, pero sus senos son llenos, casi derramándose desde la parte
superior de su vestido escotado. De su delicado cuello cuelgan piedras azules que brillan
bajo la luz natural que entra por las ventanas.
Bruscamente, gira su cabeza hacia mí, sus brillantes ojos azules se entrecierran
sobre mí. Sus fosas nasales se dilatan como si mi presencia la repugnara. No parece estar
bien. Las sombras oscuras y hundidas bajo sus ojos, muy pintados con kohl, lo
atestiguan. El azul en sus labios no es algo que haya agregado. Es natural y poco
saludable. Noto que sus labios son más llenos que los de su hermana. ¿Son tan fríos como
parecen? La reina toca distraídamente su corona. Está hecha de hojas de diamante: alta,
brillante, afilada. Una de las piezas afiladas se destaca del resto. Es una reminiscencia de
la espada de diamante de Verde.
Ahhh.
Reina, muestras tus cartas con demasiada facilidad.
Estás enferma. Eres vulnerable. Te estás muriendo. Estás asustada.
Pensé que esto sería más difícil de lo que imaginaba. Pero ahora, con la frágil reina
y su asustada hermana a la vista, veo que me equivoqué. Puede comandar a los Ojos del
Blanco y ser “La Castigadora de los Condenados”, pero soy el “Buscador de la Verdad”.
Tengo la vista de lo que no se debe ver. Además de mi don de fuego, también tengo una
de las mentes.
Te veo, reina helada.
Te escondes en tu castillo y ellos hacen tu voluntad, pero tu tiempo es limitado.
Estás esperando que alguien como yo te destrone y termine tu miserable existencia. Tu
deseo es mi orden, su helada majestad.
Como si pudiera sentir mis pensamientos, sus ojos azules brillan con intensidad.
—¿Qué es lo que quieres, Volc?
Mis labios se curvan ante su flagrante falta de respeto. Soy un rey y debe dirigirse
a mí como uno.
—Vine a proponerte algo, copo de nieve —espeto mis propias palabras amargas.
La puerta se cierra silenciosamente detrás de mí y siento la presencia de Danser a
mi espalda.
Yanna se tensa detrás de su hermana. Espero que la reina de hielo explote de furia.
Que intente congelarme en una estatua o alguna otra cosa horrible que se rumorea que
ha hecho. En cambio, se acerca a mí, el odio brilla en sus ojos. Noto el ligero bamboleo
de su paso.
Cuidado, reina, caerás la próxima vez que una ráfaga de viento cruce tu castillo
con corrientes de aire.
—Estás perdiendo el tiempo —se burla.
¿Por qué? ¿Porque te estás muriendo?
Sonrío y doy un paso más cerca de ella. Varios Ojos del Blanco a lo largo de las
paredes se tensan. Nadie hace un movimiento contra mí.
—Tu reino y el mío son dos de los más crueles. Dos de los más poderosos. —
Todavía no intenta hacer que me maten, así que continúo—: Quiero acceder a Norta
Layke. La Guerra Moral espera.
Gruñe.
—La Guerra Moral no es más que un cuento para antes de acostarse que los
hombres cuentan a sus niños pequeños con la esperanza de que crezcan para ser nobles
y valientes.
—Quizás. Pero siempre ha sido mi deseo invadir las Tierras Ocultas, guerra moral
o no. Nadie, ni siquiera mi despiadado padre, ha pisado esas tierras.
—Mi padre sí —dice fríamente, con un brillo de satisfacción en sus ojos azules.
No la insultaré. No la insultaré. No la insultaré.
—No comparemos a los padres —gruño, incapaz de controlar mi ira—. El mío
luchó una vez contra cincuenta mil de los condenados. Y dime dónde estaba “El
Castigador de Los Condenados” cuando eso sucedió. Ahh, es cierto, fue asesinado por
humildes nómadas. —No menciono cómo fue asesinado mi padre.
Presiona sus labios carnosos, pero por lo demás, permanece sin emociones.
¿Está congelado tu corazón, cruel?
—Como sabes, más allá de Norta Layke en las Tierras Ocultas, hay territorios
inexplorados. Quiero explorar esos territorios. Quiero ser dueño de esa tierra. Si hay una
guerra moral, quiero pelear en ella. Y quiero esta unión de nuestros reinos —termino
con una sonrisa siniestra—. Por eso, propongo que un Whitestone se case con un
Bloodsun.
—Soy una reina. Una gobernante despiadada. ¿Crees que me inclinaría ante ti,
Volc? —dice con desprecio—. Hiciste tu odiosa propuesta y ahora es tiempo de que te
vayas. —Sus ojos azules brillan con diversión malvada.
—En realidad —gruño, acercándome y pasando la punta de mi dedo a lo largo de
su clavícula fría—. Tuve una idea mejor, Castigadora.
Puedo escuchar sus dientes apretarse con furia. Reírse de ella la enfurecería. Puedo
contener mi alegría, pero una sonrisa se escapa.
—Me casaré con la joven Yanna ahora que es mayor de edad —le digo a la reina
simplemente. Yanna es doce años menor que yo, pero no me importa la diferencia de
edad. Una esposa más joven significa que será más fácil romperla.
Los labios de la reina Whitestone se curvan en una amplia sonrisa. Y luego se ríe.
Qué hermoso sonido de una mujer tan malvada. Sus risitas casi dulces resuenan en el
comedor. Luego, como si todo el humor se desvaneciera en un instante, se acerca,
llevando su afilada y puntiaguda uña a mi garganta.
Huele a decadencia. Demasiado bien de hecho. Mi polla sufre una sacudida
inapropiada en mis pantalones. Estoy agradecido de que mi capa oculte el movimiento.
—Escucha, Volc. —Suspira, su aliento frío contra mi rostro—. Has desperdiciado
tanto mi tiempo como el tuyo. Vete.
Cuando abro la boca para hablar, baja su mano tan rápido que me sorprende. El
dolor me recorre el cuello. Presiono una mano enguantada contra mi garganta.
¡Esta zorra cruel me cortó!
Yanna me sonríe mientras la reina Whitestone me mira con furia.
—Oh, copo de nieve, has elegido incorrectamente —digo, atrapando la mirada de
Danser escondido en la esquina. Con un chasquido de mi látigo en el suelo a nuestros
pies, le indico a mi asesor que haga lo que mejor sabe hacer.
Es hora de agregar algo de color a este reino.
El rojo siempre ha sido uno de mis favoritos.
Tres
emblores.
Me despierto con temblores.
No míos, sino de la reina helada. Todavía no ha amanecido y el
fuego se ha extinguido. Agarro su brazo desnudo e invoco mi fuego.
Lentamente, guío mi palma por la longitud de su brazo delgado hacia donde mi látigo la
tiene atada por detrás. Sus dedos están aún más fríos debido a la falta de circulación.
No la desates.
No lo hagas.
Ignorando mis propios pensamientos cuerdos, aflojo el látigo para poder liberar sus
manos. Luego, muevo ambas extremidades hasta que se acurrucan delante de ella entre
nosotros. Poniendo mi mano sobre sus brazos, aumento el nivel de calor, esperando
calentar sus brazos helados.
Pero, ¿por qué?
Porque necesitamos negociar y no puedo hacerlo con una reina muerta.
Sin embargo, si está muerta, las negociaciones son un punto discutible. Puedo
tomar lo que quiera.
No se supone que sea tan fácil. El hambre por la verdad se convierte en una bestia
voraz dentro de mí. ¿Por qué está tan débil? ¿Por qué no convoca sus habilidades para
manipular el clima? ¿Por qué se está muriendo la reina de corazón helado?
Fue hace solo unos años que supe de la castigadora cuando aniquiló a los
condenados. Los testigos se presentaron, siempre recompensados generosamente por sus
verdades, para dar testimonio de su grandeza. Cuchillos y lanzas hechos de hielo se
disparaban de sus manos, matando a los condenados como si no fueran nada. Los testigos
dijeron que era aterradoramente hermosa. Más poderosa y malvada que su padre.
¿Qué pasó?
Cuando llegué a las Tierras Heladas de Norta para reunirme con la reina
Whitestone, investigué todo lo que había que saber sobre ella. Su madre y su muerte
prematura. Su padre y su madrastra. Su hermana. Su ejército de Ojos del Blanco. Y ella.
En ninguna parte de mi búsqueda de la verdad encontré algo que indicara que era débil,
incapaz de usar su habilidad y moribunda.
No me debería importar.
Es un obstáculo en mi camino.
Ahora, puedo saltar fácilmente sobre ella en mi último viaje a las Tierras Ocultas.
Algo siniestro acecha más allá de las historias y los secretos. Los susurros de los
monstruos que se alimentan de carne humana me hacen mucho más ansioso por buscar
esta guerra moral y matar a los que están en el lado equivocado. No me gustaría nada
más que pasar por alto esta terrible experiencia con Elzira, ignorándola como si fuera
insignificante.
Pero ese no es quien soy. No dejo piedras sin remover. No sería el poderoso rey
buscador de la verdad que soy hoy si lo hiciera. Soy meticuloso cuando se trata de
conocer a mi oponente. Con la reina que se desvanece, siento que no sé nada.
Eso va a cambiar.
Comenzando ahora.
Me levanto de la cama, asegurándome de meter las pieles alrededor de Elzira antes
de vestirme. Me pongo la capa, enrollo mi látigo y lo engancho a mi cinturón, y luego
coloco mi corona sobre mi cabeza. Ahora que nos hemos apoderado del castillo, tendré
que reunirme con mis hombres. Los Ojos del Blanco siguen el estricto mandato de su
reina. Es decir, no derramarán sangre a menos que ella les indique que lo hagan.
Caminando hacia la ventana, confirmo mis pensamientos. Mi ejército de veinte mil
Volcs cubre la nieve virgen con carpas negras y hogueras mientras acampan. Los Ojos
del Blanco deben mantener su posición. Tendré que asegurarme de que mis hombres
sepan permanecer firmes mientras continúo con mi visita a la reina.
Al escabullirme de las habitaciones de la reina, me complace encontrar a dos Volcs
que protegen mi puerta. Fayden y Jorshi. Dos de mis mejores.
Cierro la puerta y asiento a Fayden.
—El castillo está asegurado, señor —afirma Fayden—. Los Ojos del Blanco no
están contentos, especialmente su líder, Cavon, pero se mantienen firmes.
—¿Y la princesa? —pregunto con una ceja levantada.
Jorshi habla:
—Me he reunido con Danser esta mañana. Está alterada. Preocupada hasta la
muerte por su hermana. Exigiendo hablar con ella. Danser la tiene recluida. No
escapará, pero no la ha dañado.
—¿Dónde está Yashka? —Mi atención está de vuelta en Fayden.
Se abstiene de poner los ojos en blanco.
—Yashka está haciendo un berrinche que enorgullecería a los pequeños en casa.
Arqueo una ceja.
—¿Y por qué es eso?
—Porque no puede trabajar en estas condiciones —imita Fayden en un tono
suave.
—¿Debo recordarle para quién trabaja, su alteza? —gruñe Jorshi, siempre ansioso
por castigar.
Se me escapa una risa. Mi chef personal es toda una princesa. Siendo un rey, nunca
puedes ser demasiado cuidadoso. Confío en el hombre corpulento que siempre se queja
tanto como confío en Danser. Si alguna vez hubiera deseado hacerme daño, lo habría
hecho hace mucho tiempo. Yashka, a pesar de ser quisquilloso, hará su trabajo. Se
enorgullece de hacer las mejores comidas sin importar las circunstancias. Incluso en el
campo de batalla me sirven deliciosas comidas para mantenerme fuerte.
—Yashka lo resolverá —le aseguro a Jorshi—. Una vez lo haga, tráeme algo de
comer esta mañana. Suficiente para la reina también.
—Todavía viva, ¿sí? —pregunta Fayden—. Se rumoreaba que apenas estaba en pie
ayer.
Su comentario me irrita.
—Informa a Cavon de que está viva y bien. Y quien está comenzando rumores está
jugando con fuego —gruño, mis ojos se entrecierran en él—. Silencia los rumores. La
reina está bien y estamos haciendo un trato para casarme con la princesa. ¿Entendido?
Fayden asiente rápidamente, reprendido.
—Por supuesto, señor. ¿Algo más?
—Después veré a Danser. Asegúrate de que la princesa permanezca segura.
Necesito hablar con él sobre algo bastante importante.
Despido a los dos hombres con un gesto de mi mano y luego vuelvo a entrar en la
habitación. La reina ha rodado sobre la cama, ahora frente a la puerta. Sus ojos azules
están fijos en mí. No intenta atacarme o escapar. No estoy seguro de que tenga la fuerza
para intentarlo.
—¿Mi hermana?
—A salvo. La están cuidando. En todo caso, está volviendo loco a Danser con todas
sus quejas sobre protegerte.
Una sonrisa toca sus labios.
—Me cuida.
Me acerco a la cama y me siento al final, cerca de sus pies.
—Las reinas no suelen necesitar cuidados. ¿Por qué tú sí?
Junta sus labios carnosos y azulados.
—Nada de tu incumbencia.
—Por supuesto que sí —digo con un resoplido—. Soy el “Buscador de la Verdad”.
Todo es de mi incumbencia. Igual que cortar a los condenados es tu preocupación. A
pesar de que…
Sus ojos se estrechan hacia mí.
—¿A pesar de qué? Escúpelo, Volc.
Esta débil y moribunda reina es tan ardiente.
Me dan ganas de avivar ese fuego interior.
Mi polla se sacude en respuesta a las imágenes que inundan mi mente.
—Si estás sentada en tu torre, muriendo de frío, ¿quién elimina a los condenados,
Castigadora? ¿Envías a tus muchachos a matarlos en tu nombre? ¿Cuántos mueren
protegiéndote, mmm?
Sus fosas nasales se dilatan.
—Los Ojos del Blanco están bien entrenados. Destruirían a tus Volcs inútiles con
el chasquido de mis dedos. Nunca me insultes ni a mi ejército. El hecho que no esté allí
con ellos no significa que no estén ganando la guerra continua que tenemos con los
condenados. —Me menosprecia—. Durante siglos hemos limpiado los desastres de los
Volcs. Maldicen esas almas y las expulsan de sus tierras. Justo a las nuestras. Y tenemos
que eliminarlos. Dime dónde está el poder, Ryke.
Mi nombre en sus labios me tiene haciendo una pausa por un momento. Desearía
que lo dijera de nuevo.
—Tal vez hemos estado esperando secretamente que los condenados los alcancen a
todos. Que, en algún momento, todos ustedes se volverían locos como ellos. Entonces,
sería mi ejército el que lograra vencer al final. Algunos movimientos son tan estratégicos
que tardan siglos en realizarse.
—¿Siempre eres así de arrogante y repugnante? —espeta, sus ojos azules parecen
brillar más.
—Mis consortes en casa no creen que sea repugnante en absoluto. —Le guiño un
ojo—. Ahora concéntrate, tu frialdad. Quiero la verdadera historia. ¿Qué te ha pasado?
¿Por qué estás en esta torre sintiendo pena por ti misma?
Se lanza de la cama para clavarme las uñas en el rostro. Siseo por el dolor frío
cuando mi carne se abre bajo su ataque. Su furia es de corta duración, ya que fácilmente
sujeto su cuerpo sobre la cama debajo del mío más fuerte.
—¿No aprendiste la primera vez, reina? —gruño, sujetando sus muñecas con mi
gran mano—. No puedes lastimarme.
Lucha y me maldice, pero no va a ninguna parte.
—Suéltame —chilla—. ¡Ahora!
Ignorándola, levanto mi mano delante de ella. Mientras convoco mi fuego, miro
sus ojos. Sus ojos azules brillan cuando se queda paralizada por la forma en que mis
dedos relucen en un rojo anaranjado. Lentamente, los arrastro a lo largo de mis
rasguños, sellando las heridas.
Se le contrae la nariz.
—Hueles a cerdo asado.
—Y te ves hambrienta —me burlo, lamiéndome los labios mientras froto mi
erección contra su cuerpo blando.
Me encanta la forma en que su boca se abre y sus pestañas se agitan.
¿Por qué?
¿Por qué te encanta, Buscador de la Verdad?
Porque, ¿quién quiere una princesa cuando podría tener una reina?
Esa es mi verdad.
Deja escapar un suspiro que es tan frío que me duele la nariz. Ah, sí. Necesito a la
princesa porque la reina se desvanece ante mis propios ojos. Necesito fuerza. Necesito
poder. Necesito acceso a las Tierras Ocultas. La guerra moral es real, lo sé. Esta reina de
hielo es solo un trampolín para llegar allí. No se supone que le dé la vuelta y vea lo que
se esconde debajo. Se supone que debo usarla.
—Cuando cumplí dieciocho años, comenzó —murmura Elzira, sus ojos cada vez
más tormentosos.
Aflojo mi agarre sobre sus manos y la dejo ir para pasar mi palma por su brazo y
calentarla una vez más. Cuando llego al hueco debajo de sus brazos, me quedo allí antes
de pasar mi mano sobre su pecho lleno. Jadea, lo que no hace nada para ayudar al estado
de mi polla. A regañadientes, muevo mi palma hacia sus costillas y la mantengo allí, con
la esperanza de aumentar la temperatura de su cuerpo.
¿Por qué?
¿Por qué hacerla sentir cómoda?
Porque puedo.
Simple como eso.
—Continúa —insto, mi pulgar rozando un diamante cosido a su vestido.
—Estaba enojada —susurra—. Recibimos visitantes de la patria de mi madrastra.
Una prima y su esposo. Eran tan… felices. Cinco niños. Todos estaban sonriendo y
corriendo por el palacio sin preocuparse por el mundo. Eran buenos padres que
realmente se amaban. Se notaba en sus sonrisas y la forma en que se tocaban entre sí. —
Aprieta los labios—. Tenía a Yanna. No era hija mía, pero era responsable de todos
modos. Amo a mi hermana, pero en ese momento, la resentí. Algún día tendría la vida
de su prima. Todo porque yo lo haría posible para ella. —Traga saliva y la culpa brilla en
sus ojos—. Pero, ¿quién lo haría por mí? Nadie. Me resigné al hecho de que nunca
tendría normalidad.
—Eres una reina —le recuerdo—. Mejor de lo normal.
Una pequeña sonrisa curva sus labios cuando sus ojos azules encuentran los míos.
Mi corazón se tensa en mi pecho. Entonces, cambia su expresión mientras continúa:
—La ira ardía dentro de mí. Quería hacer algo. Destruir algo. Herir a alguien. No
puedo explicar la ira. Era como una bestia viva dentro de mí.
No muy diferente a como convoco mi fuego.
Interesante.
Tenía casi dieciocho años, con resentimiento después de que mi madre hubiera
muerto. La emoción extrema saca a relucir las habilidades. Una vez aprendí el
sentimiento, pude manipularlo fácilmente para mi ventaja. Se convirtió en una segunda
naturaleza. Tan fácil como respirar.
—¿Entonces qué?
—Nunca me había encontrado con los condenados antes. Solo había escuchado las
historias que contaba mi padre. Los había visto desde lejos. —Sus ojos atormentados se
clavan en los míos—. El miedo siempre había sido el impulso motivador en todo lo que
hacía. Pero esta vez, la ira me acompañó por nuestras tierras hasta un nido de ellos.
Frunzo el ceño ante la imagen de una joven Elzira caminando sola por las tierras
cubiertas de nieve, enojada y secretamente asustada. Justo hacia un nido de los
condenados. Suicidio. Un nido generalmente contiene cientos, si no miles de ellos.
—Duermen, sabes —susurra—. Acurrucados juntos por calor. Así recuerdan a las
personas que eran antes.
Cuando habían asesinado, robado, violado o cualquier otro delito que los
desterraría. Los condenados no eran buenas personas. Son monstruos que son castigados
siendo forzados a la locura y luego conducidos a sus muertes heladas. Mi gente, y lo
mismo con la de Easta y la de Westa, los llevan a Equatoria. Páramos baldíos. Nada vive
aparte de los árboles de kimilla, repletos de frutas jugosas, suplicando ser mordidas. No
importa cuán fuertes sean esas personas o que sepan lo que la fruta les hace, siempre
sucumben. El hambre y la sed harán que los hombres más fuertes se marchiten y cedan
ante la tentación. Pero el fruto es el principio del fin para ellos. Estropea sus mentes y
destruye su cordura. Y cuando los páramos se llenan demasiado, los Volcs los matan,
pero no sin antes perseguir a un buen número de ellos directamente hacia las Tierras
Heladas de Norta.
—Estaba tan enojada por ser débil. Enojada por no tener un futuro de mi propia
elección. Enojada con los que eran felices. Enojada por no tener los dones que tenía mi
padre. —Una lágrima se desliza por su sien—. Quería morir.
La furia burbujea dentro de mí. Es una reina. Las reinas no se rinden porque las
cosas no van a su manera. Grita debilidad. No es de extrañar que se esté desvaneciendo.
Elzira no es digna de ser reina. Su corazón no está en ello.
—Me paré ante ellos —susurra—. Esperé. Y luego me olieron. Solo uno al
principio. Levantó la cabeza y sus ojos sin alma encontraron los míos. Famélico. Comen
carne humana, sabes.
Sí, lo sé.
He visto a muchos de mis hombres con la garganta arrancada por estos salvajes
descerebrados.
—Emitió un grito de algún tipo que alertó al resto. Entonces, todos sus ojos negros
estaban sobre mí. Incluso los pequeños.
Los condenados pueden perderse en la locura, pero tienen una necesidad
inherente de reproducirse. Pero crían más monstruos. Los niños son lo peor. La mayoría
no vive más allá de la infancia porque sus padres son negligentes, pero algunos sí. Y a
medida que crecen, son más salvajes que los demás. No hay recuerdos de lo que se siente
ser humano. Pequeñas criaturas horribles.
—Me atacaron. —Respira, sus ojos azules brillando más—. Corrí. Tan rápido.
Quería morir, pero no lo hice. Simple como eso. El miedo ahuyentó mi ira y corrí por
mi vida. Cuando imaginé cómo se sentiría ser comida por esas cosas, exploté de
emoción. La bestia que asumí era la ira que vivía dentro de mí rugió, Ryke. Se liberó y
salió. —Levanta una mano entre nosotros—. La bestia vino a través de mis manos. Fría y
malévola. Necesitaba escapar. Entonces, apunté a la bestia hacia ellos. Hacia las cosas. —
Parpadea varias veces antes de que una siniestra sonrisa aparezca en su rostro—. La
bestia era mi don. Frío. Hojas de diamante. Armas hechas de hielo. Iluminé el cielo
nocturno con una luz azul brillante mientras los destruía. Todos ellos. Incluso los
pequeños. En cuestión de minutos, había acabado con todo el nido.
—Encontraste tu don, Castigadora —digo, satisfecho con el giro en la historia—.
Ahora dime cómo lo perdiste.
Cinco
Después de nuestros besos y la cena, Elzira tomó una siesta. Su cuerpo se está
regenerando, así que la dejé dormir en lugar de hacerla cumplir su parte del trato.
Mientras dormía, verifiqué con mis hombres el estado de la horda de las Tierras Ocultas.
Progresando lentamente, gracias a una repentina ventisca. Había encontrado a Verde, o
Cavon como lo llaman, y quise meter mi mano ardiente en su pecho para extraer todos
sus órganos uno por uno. Qué clase de consejero era. Ni siquiera podía encontrarle un
médico de verdad. Cualquier médico podría curarla si lo intentaran. Me enfurece saber
que nadie lo intentó.
Una vez termino de ver a mis hombres, llamo a sus sirvientas, dos mujeres
corpulentas con ojos brillantes.
—Preparen un baño —indico.
—¿Lo de siempre, señor? —pregunta la más pequeña.
—¿Qué es lo habitual?
—Las hierbas y pétalos perfumados —responde.
—No —espeto, haciéndola sobresaltar—. Agua. Solo agua. —Entonces,
entrecierro mis ojos, moviendo mi mirada entre las dos—. Probarán el agua después de
haberla llenado.
Asiente, aunque su irritación es evidente.
—Por supuesto, su alteza.
Por un tiempo, las observo mientras traen balde tras balde de agua para llenar la
bañera. Una vez que está llena, no dejo que se vayan.
—Pruébenla —espeto.
Las mujeres intercambian miradas, pero luego se arrodillan para recoger el agua.
Después de beber un poco, me miran confundidas. Como no se han derrumbado, les doy
un pequeño asentimiento. Meto mis dedos en el agua para asegurarme de que no está
muy caliente y saco mi mano bruscamente.
—¿Qué es esto? —rujo, mi pecho agitándose con furia.
La más pequeña me frunce el ceño.
—Agua, señor.
—Debería arrancarte la lengua de tu garganta por eso —espeto—. No me faltes al
respeto, mujer. Quiero saber si te bañas en agua helada.
—Así es como siempre se nos ha ordenado hacerlo, señor.
La otra mujer interviene:
—No se permite el fuego, alteza. Extraemos el agua de los pozos subterráneos para
la reina.
—Salgan de mi vista antes de que las convierta a ambas en cenizas —gruño.
Se escabullen de la habitación. Estoy más que enojado. Estoy a segundos de llamar
a todos los sirvientes de este horrible castillo y decapitarlos. Elzira es una buena reina
atrapada en una jaula llena de monstruos. No se saldrán con la suya.
Exhalando mi furia, entro en la habitación donde duerme. Retiro las pieles y luego
levanto su cuerpo ligero en mis brazos. Sus ojos se abren con confusión, pero luego una
pequeña sonrisa tira de sus labios. Tan hermosa.
—Hora de bañarte —le recuerdo mientras camino hacia la otra habitación. La dejo
de pie. Echa un vistazo al baño y hace una mueca. Yo también lo haría si tomara baños
helados. Estoy furioso de nuevo por ella.
Me agacho y sumerjo mi mano en el agua. Invocando mis fuegos, giro mi mano,
calentando el agua hasta el punto de vapor. Cuando saco mi mano y miro a Elzira, está
asombrada.
—Nunca más tendrás que tomar baños fríos —prometo, tragando mi ira.
Sus ojos azules se clavan en los míos.
—Actúas como si fueras a conservarme.
Pasa un momento sin que ninguno de los dos hable, dejando que su declaración
cuelgue en el aire.
—¿Cómo te sientes? —exijo finalmente, ignorando sus palabras.
—Lo suficientemente bien para hacer esto —responde, apuntando algo frío y
afilado debajo de mi barbilla, lo bastante fuerte para ser amenazante pero no para que
corte la piel. Una sonrisa diabólica baila en su rostro, haciendo que sus ojos azules
brillen.
Agarro la hoja afilada en mi palma, deleitándome con la picadura. Nuestros ojos
están cerrados mientras derrito su hoja y cae al suelo. Antes de que pueda curar mi
herida, agarra mi muñeca, acercándola hacia ella. La punta de su dedo golpea la carne,
fría y dolorosa, mientras lo arrastra a lo largo de mi corte. Se ilumina en azul cuando lo
cierra herméticamente.
—Gracias por el baño caliente. —Su rostro brilla de felicidad. Alegría. Esperanza.
Vida. Cómo se atreven aquellos que alguna vez trataron de mantener a esta poderosa
reina débil y de rodillas. Estaba destinada a estar por encima de todos los hombres,
incluyéndome.
Tiro de las ataduras a ambos lados de sus costillas. Afloja su vestido lo suficiente
para que pueda alejarlo un poco de su cuerpo. Con mis ojos en los de ella, engancho mi
dedo en la parte superior del material y convoco mis fuegos. Mientras arrastro mi dedo
hacia abajo, rasgo la tela y la quemo. Su vestido cae, revelando a una reina desnuda ante
mí. Mis palmas encuentran sus costillas desnudas y reprimo un gruñido. Sus costillas
sobresalen de manera enfermiza.
Tan cerca de la muerte, mi reina.
Simplemente necesitabas un rey oscuro para devolverte la vida.
Apartando mi mirada de la de ella, vuelvo a admirar su cuerpo. Sus senos son más
que un buen puñado. Con duros pezones rozados pidiendo ser mordidos y chupados.
Especialmente salivo sobre su pálida piel blanca. Quiero chupar cada centímetro de ella
hasta que esté rosada, roja y púrpura por todas partes, un testimonio de que la sangre
aún fluye a través de esta deslumbrante mujer. Entre sus delgados muslos hay una mata
de vello rubio, tan claro que es casi opaco.
Mi polla se tensa en mis pantalones. Quiero hacerle tantas cosas malvadas. A un
hombre no se le puede dar un lienzo perfecto y esperar que no salpique color sobre él.
Ofreciéndole mi brazo, la ayudo a meterse en la bañera. En el momento en que su pie se
hunde en las cálidas aguas, deja escapar una ráfaga de aire.
—¿Demasiado caliente? —pregunto, frunciendo el ceño.
Sus ojos azules encuentran los míos, parpadeando con una emoción oculta.
—Perfecta.
Mete su otro pie en la bañera y se aleja de mí. Mi mirada se desliza por los huesos
de su columna vertebral que son visibles por la agradable hinchazón de su culo. Es como
si estuviera hecha de porcelana. Exquisita, pero frágil.
No por mucho tiempo.
La reina está volviendo a la vida.
Me ocuparé de que sea tan poderosa como nació para ser.
¿Por qué?
Porque soy un rey y no me asocio con los débiles.
Se sienta en el agua y deja escapar un suave gemido de placer. Mi polla se sacude,
recordándome nuestro trato. La llevaré con su hermana mañana, pero mientras tanto,
puedo complacer a esta mujer.
No estoy seguro de por qué la gente siempre asume que hacer un trato con el
diablo es algo malo. Este demonio hace buenos tratos. Ofertas donde ambas partes
involucradas salen ganando.
Me acerco a una cesta en la esquina de la habitación que está llena de jabones.
Después de inspeccionarlos todos, encuentro uno que huele y parece familiar. Cuando
Elzira lo ve, arruga la nariz con desagrado.
—Hay otros que huelen mejor —me dice con sorna, como si fuera su sirviente.
—Tal vez —digo mientras me arrodillo al lado de la bañera—, pero este es el
único con el que estoy familiarizado. Quiero asegurarme de lavarte con algo seguro.
Una sonrisa curva sus labios.
—Para un rey loco y mandón, a veces eres dulce.
—Y para una reina de corazón frío, eres terriblemente ardiente.
Su risa es angelical. Los sonidos son como espadas de diamante para mi corazón,
cada uno penetrante y mortal. Esta mujer tiene poder sobre mí, un poder que ni siquiera
sabía que existía en este mundo. Hacer que un hombre poderoso como yo se sienta
impotente es un movimiento muy peligroso.
Sumerjo el jabón en el agua y luego lo paso por su muslo. Sus ojos se encuentran
con los míos, ardiendo con lujuria. Gimo por la forma en que mi polla se tensa por ser
liberada. En cambio, me concentro en lavarla lentamente de una manera provocadora
que la hace retorcerse y salpicar agua tibia por los lados.
—Ryke —susurra.
Deliberadamente, rozo su coño con mi nudillo. Grita y ya no puedo mover mi
brazo.
Una ráfaga de aire frío me sube por el brazo y me enfría. Reprimo una risa. En su
excitación, congeló el agua. Sus brillantes ojos azules casi resplandecen mientras me
mira boquiabierta.
Con una sonrisa maliciosa, invoco mis fuegos y derrito el hielo hasta que el vapor
vuelve a nublar el aire que nos rodea.
—No has usado tu don en algún tiempo. Querrás controlarlo. —Le sonrío—. Esta
noche, planeo hacer mucho más que rozarte el coño con el dedo. No puedo dejar que
me conviertas en un bloque de hielo en el momento en que te corras gritando mi
nombre.
—Insufrible. —Exhala, sus labios temblando con diversión—. Vuelve a tu palacio,
Volc.
—Pero entonces, ¿quién haría que los dedos de tus pies se curvaran, reina helada?
Ciertamente no Verde. Aunque puedo apostar que desearía tener tales habilidades.
—¿Verde?
—Tu inútil líder de los Ojos del Blanco.
—Cavon —dice con el ceño fruncido.
No me gusta su nombre en sus labios. Él no me gusta. No me gusta ninguna de las
personas que están aquí para protegerla y cuidarla.
—Vamos a lavarte el cabello ahora —gruño.
Frunce los labios.
—No lo necesito.
—Hay ceniza en tu cabello. Por supuesto que lo necesitas.
Sus mejillas arden carmesí. Cuán encantador es ver color en su hermoso rostro.
—No quiero ver los mechones azules.
Aprieto la mandíbula. Después de hablar con Mazon, sé por qué son causadas las
hebras azules. La furia burbujea dentro de mí.
—Me permitirás lavarte el cabello y luego mostrarás con orgullo el azul en tu
cabello. ¿Quieres saber por qué, Elzira?
Me fulmina con la mirada.
—Ilumíname.
Paso mi pulgar a lo largo de su mandíbula, dejando un rastro de humedad en el
camino.
—Es una prueba de que eres una superviviente.
Su ira se disipa cuando me mira.
—Apenas.
—Es suficiente. Más que suficiente. Ahora que has sobrevivido, es hora de
empezar a vivir.
—Actúas como si estuviera curada. —Exhala, poco convencida.
Todo lo que puedo hacer es sonreírle.
Mientras me encuentre aquí, está curada.
Y cuando se recupere por completo, las Tierras Heladas de Norta serán salpicadas
de rojo por su reina.
Finalmente la liberaré de su jaula.
Nueve
Uno al lado del otro, Elzira y yo montamos en dos de mis caballos negros. Nuestros
hombres, tanto en negro como en blanco, son un frente unido detrás de nosotros. Todos
y cada uno de nosotros somos letales. El rugido de los condenados se puede escuchar
más allá de Norta Layke. Tendrán que rodear el cuerpo de agua para alcanzarnos,
dividiendo su ejército de inmediato. Hombres con flechas, esperando ser prendidas y
lanzadas, esperan en la cubierta de los árboles. Hombres vestidos de blanco se camuflan
en el paisaje cubierto de nieve. Y hombres con antorchas se paran detrás de mí,
atrayendo a los locos hacia nosotros.
El tiempo pasa lentamente mientras los esperamos. Un enorme ejército silencioso,
pacientemente parado mientras monstruos despiadados y descerebrados corren hacia
nosotros. El fuego en mis venas se calienta a temperaturas increíbles, esperando ser
desatado.
Dejo de mirar al blanco más allá donde los gritos se hacen más fuertes, y miro a
Elzira. Su corona de hoja de diamante se asienta orgullosamente en su cabeza y su capa
negra ondea detrás de ella. Es poderosa y más fuerte que cualquier otra persona que
haya conocido.
¿Cómo se atreven a insultarla?
¿Cómo se atreven a tratar de mantenerla encerrada en una torre, malnutrida y
peor?
Todos pagarán con sus cabezas al final.
Debe sentir mis ojos en ella porque ladea su cabeza ligeramente, moviendo sus ojos
azul helado en mi camino. Una sonrisa juega en sus labios carmesí.
—Ya vienen —advierte, su voz dura y sin miedo—. ¿Estás listo, creador de fuego?
—Los condenados son lo único que se interpone entre las Tierras Ocultas y yo.
Nací listo, reina cruel. —Le sonrío—. La Guerra Moral me espera. El final está cerca.
Frunce los labios.
—Todavía me interpongo en tu camino. Cuando todos estén muertos y sus
cadáveres inunden mi tierra, seré yo quien se interponga en tu camino. ¿Crees que te
permitiré casarte con mi hermana ahora?
El caballo en el que se encuentra resopla y sacude la cabeza. Pasa su palma por el
costado de su cabeza para calmarlo.
—¿Estás celosa, Castigadora?
—Soy inteligente, Volc. Y dejarte escapar con mi hermana no lo es.
—Tu hermana siempre iba a ser una transacción comercial. Nada más.
—¿Y yo?
—Se suponía que morirías —le digo con suavidad, ganándome una mirada de odio
de Cavon a su lado—. Pero no moriste, ¿verdad? ¿Y ahora qué, reina Whitestone?
—No te dejaré ir —dice.
¿A las Tierras Ocultas?
¿O en general?
—Lo bueno es que no me inclino ante nadie, ni siquiera ante ti —me burlo,
amando la forma en que sus labios se curvan en un lado—. Tengo otros planes.
—No me matarás —dice con descaro, levantando la barbilla de esa manera tan real
que me dan ganas de besarla.
—No, reina helada —digo con una sonrisa malvada—. Todavía no he terminado
de follarte.
Cavon gruñe a su lado y luego señala.
—Están aquí.
Al principio, es solo un ligero borrón gris. Luego, bastante rápido, el borrón
emerge de la fuerte nevada que cae y pinta la distancia de negro. Los rugidos son
sobrenaturales e inhumanos. La locura alimenta a estos monstruos. No habrá
negociaciones y no tomaremos prisioneros. Han venido a morir.
Justo cuando alcanzan el lado norte de Norta Layke, un resplandor de color rojo
anaranjado brota a través de los árboles hacia la horda. Una flecha ardiente no matará a
veinte mil condenados. Pero los cientos de flechas que siguen, que iluminan el cielo
blanco con fuego, ciertamente los afectarán.
Los gritos se hacen más fuertes cuando la mayoría de las flechas dan en el blanco,
haciendo que cientos de personas se desplomen mientras caminan. Los condenados
cargan justo sobre los que han caído, una fuerza imparable dirigida hacia nosotros.
Mientras otros cientos de flechas vuelan hacia ellos, miro a Elzira.
Resplandece.
Brillante. Azul. Una reina a punto de aniquilar a quienes amenazan su reino.
Alejando mi mirada de la bella, veo a la horda dividirse en dos alrededor de los
lados exteriores de Norta Layke. Esta vez, se pueden escuchar gritos de nuestro lado
como un mar de cargas blancas y negras. Los hombres con espadas actúan como una
barrera entre los locos y su rey y reina.
Los minutos pasan mientras nuestros hombres rodean el cuerpo de agua en ambos
lados. Y luego un fuerte choque de espadas que se encuentran con carne y gritos
enloquecidos resuena en el aire.
—¡Adelante! —grita Elzira, pateando su caballo a la acción.
Su capa ondea detrás de ella debajo de un desorden de cabello blanco mientras
cabalga a toda velocidad hacia la más grande de las dos hordas que se acercan a un lado.
Pongo mi propio caballo en acción y galopo tras ella. Los gránulos de hielo me golpean
en el rostro, pero se derriten rápidamente mientras mis fuegos me consumen.
Un destello azul explota frente a mí y quedo brevemente aturdido por la magia. La
castigadora aprovecha su bestia interior y se convierte en el arma. Afilada como una
espada. Letal como una serpiente. Más fuerte que una gran tormenta de nieve. Sus
brazos se alzan frente a ella, tornándose azul brillante mientras convoca su hielo, y
luego lanza sus manos hacia adelante, disparando docenas de hojas de diamante hacia
sus enemigos. Atraviesan el aire helado y alcanzan su objetivo, haciendo caer a muchos
de los condenados a la vez.
Es “La Castigadora de los Condenados” y no decepciona.
Me adelanto a ella, convocando mis fuegos mientras agarro la empuñadura de mi
espada. Desenvainándola, dejo que el fuego caliente el metal y lo prenda en llamas.
Los condenados se encontrarán con su creador este día.
Todos ellos. Uno a uno. Los eliminaremos.
Corto el cráneo de uno de los enloquecidos, arrojando un trozo de cuero cabelludo
fibroso a la nieve. Antes de que este pueda caer, expirado, otro lo atropella en su camino
hacia mí.
Corte. Corte. Corte.
Uno carga hacia mí con una hoja de diamante que sobresale de su ojo. Antes de
que pueda usar mi espada, varias hojas de diamante lo atraviesan y lo derriban. Muevo la
cabeza hacia la derecha justo a tiempo para ver la sonrisa presumida de Elzira antes de
que vuelva a lanzar más hojas.
Reina valiente.
Mi hermosa, ardiente y feroz amante.
Podría mirarla para siempre.
Desafortunadamente, tengo una masacre que liderar.
Apenas he eliminado seis más antes de que algo atraviese mi estómago. Gimo de
dolor, bajando la mirada para ver una espada de diamante saliendo de mi estómago. Mi
instinto es mirar a Elzira.
Sus ojos están iluminados con más odio del que jamás he visto.
Aún ardiente.
Aún feroz.
Aún hermosa.
Pero también malévola, malvada y perversa.
Y cruel.
Me deslizo de mi caballo, aterrizando de rodillas en la nieve mientras el dolor me
inmoviliza. Si puedo quitar la espada…
Alguien me la arranca y luego me la vuelve a clavar por la espalda.
El blanco se confunde con el negro.
Parpadeando para alejar el aturdimiento, clavo los ojos en mi reina.
Un rey siempre se arrodilla ante su reina.
Es mía.
Desde el momento en que la vi, supe que era mía. Nunca planeé tomar a su
hermana o dejarla. No, iba a hacerla mi reina de todas las maneras posibles.
Y esa es mi verdad.
Lástima que nunca llegue a oírlo.
Mis ojos se oscurecen y, esta vez, no se abren.
Trece
o odio.
Cruel y despreciable bastardo.
El amor es para los débiles. Al menos, eso es lo que mi padre
siempre me decía. Y cuando mi madre fue atrapada con otro hombre,
desesperada por el amor y afecto que mi padre nunca le dio, fue expulsada de nuestras
tierras. Ni siquiera fue lo suficientemente hombre para hacerlo él mismo. Sus hombres
simplemente la sacaron de su cama una mañana, la llevaron a Equatoria y la forzaron a
la locura junto con los demás que lo habían perjudicado de alguna manera. Cuando me
lo dijo, casi me volví loco. Pasé semanas luchando contra los condenados en busca de
ella. Tal vez había sobrevivido. Tal vez no había sucumbido como el resto de ellos. Pero
entonces la vi. Su cabello castaño suave y sedoso que una vez me había enseñado a
trenzar era fibroso. Sus ojos amorosos estaban vacíos. Y tenía hambre. En un día cálido
con el corazón roto, había matado a mi madre porque mi padre era demasiado débil para
hacerlo.
Misericordia.
Le mostré la misericordia que él debería haber tenido.
Con su sangre en mis manos, irrumpí en el castillo en busca de mi padre.
Todos y cada uno de los hombres a sus órdenes asintieron hacia mí mientras
pasaba en mi búsqueda para verlo. Vieron la mirada en mis ojos. La furia. El odio. La sed
de venganza. Y me dejaron pasar porque también amaban a mi madre. Era la dulzura, el
amor y la amabilidad de la que nuestro reino siempre careció. Sin ella, éramos solo otro
reino bajo el gobierno de un tirano cruel.
No más.
Mientras miro su forma dormida, sé que debe acabar. Termina con él. Prometo ser
como mi madre, eligiendo más que solo matar fríamente. Un “Buscador de la Verdad”
exige respuestas, no sangre. Siempre exigiré respuestas. Desenvaino mi espada que hasta
hace poco era demasiado pesada. Soy casi un hombre ahora, apenas unos meses antes de
cumplir dieciocho años, y finalmente he aprovechado mi don. Sin embargo, mi edad es
irrelevante. Soy el heredero del trono sin importar mi edad, y con mis poderes recién
descubiertos, soy una fuerza a tener en cuenta. Invoco mis fuegos, más calientes ahora
debido a mi ira, y prendo mi espada en llamas. Padre se agita y presiono la punta de mi
espada sobre la piel desnuda sobre su corazón.
—¿Por qué? —exijo, despertando al hombre que robó mi único atisbo de
felicidad—. ¿Por qué la enviaste a Equatoria?
Verdad, no sangre.
Ese es mi último anhelo.
Sus ojos ámbar se abren y se encuentran con los míos.
—Siempre supe que con el tiempo esto llegaría. Estás intentando tomar mi trono.
Presiono la punta de la espada contra su piel, deleitándome en la forma en que la
sangre se filtra de la nueva herida que he creado. El pánico parpadea brevemente en la
mirada feroz de mi padre.
—Responde la pregunta —gruño. Mi don es una bestia furiosa dentro de mí, una
bestia con la que solo he tratado con moderación, pero que ahora libero
voluntariamente de su jaula.
—Era una puta, muchacho —se burla mi padre—. Y embarazada del bebé de otro
hombre.
El dolor me recorre.
—¿Y la enviaste a su muerte? ¿Sabiendo que llevaba a mí hermano? ¡Podría haber
sido tuyo!
—Un rey solo necesita un heredero —responde—. Y el mío me amenaza con una
espada. Imagina si hubiera más. Caos.
—Me quitaste lo único que amé. ¿Por qué?
—No se trataba de ti, Ryke. Esto era sobre traición. Y recibió lo que merecía.
Mi ira me consume mientras empujo hacia abajo. El sonido húmedo de mi espada
atravesando su músculo hasta su corazón es algo que nunca olvidaré. Un creador de
fuego puede curarse a sí mismo, pero una espada en el corazón lo matará. Mi espada da
en el blanco porque sus ojos parpadean cuando la vida literalmente sangra de él.
—También me traicionaste, padre —le digo con voz fría—. Y también recibiste lo
que te merecías.
Tomo su corona de la mesa y robo su espada que es más afilada y mejor que la mía.
Al salir, encuentro a su hombre de más confianza. Sus ojos están húmedos con lágrimas,
el dolor lo abruma.
—Podrías haberme detenido —desafío, levantando mi espada.
Este hombre podría haberlo hecho. Fácilmente. Es el luchador más fuerte y rápido
del ejército Volc.
—Noni no hubiera querido que lo hiciera. —Sus ojos arden en los míos,
destellando con amor mientras habla de ella—. Siempre supo que usted era un buen
hombre.
—Estaba embarazada —murmuro—. Tu hijo, ¿mmm?
Cálidas lágrimas bajan por sus mejillas mientras asiente.
Agarro su hombro.
—La encontré. La saqué de su miseria.
El alivio lo hace desplomarse.
—Gracias.
Cae de rodillas e inclina la cabeza.
—Le prometo mi lealtad, mi rey. Su madre lo hubiera querido así.
—Toma la cabeza de mi padre y quema su cuerpo —le ordeno—. Esta noche,
tendremos una fiesta de coronación. Asegúrate de que todos lo sepan.
—Sí, mi rey. —Se pone de pie—. ¿Algo más, su alteza?
—No soy como él, Danser —le aseguro al hombre—. No soy como él.
—No, tu madre se aseguró de eso.
a cabalgada pasando por Norta Layke y por el pasaje de montaña hacia las
Tierras Ocultas es tranquila. Ryke es decidido, consciente y feroz como
siempre. A pesar de haber ganado un marido de todo esto, no puedo
evitar sentir la dolorosa pérdida dentro de mí.
Mi hermana.
Cavon.
Las dos personas a las que más quería en este mundo me traicionaron.
No es algo que simplemente se supere. Solo el tiempo curará esas heridas. Hasta
que llegue ese momento, seguiré adelante con mi rey. Como si estuviera dentro de mi
cabeza, gira la cabeza hacia mí de golpe y sus ojos ámbar brillan con preocupación.
Antes de que pueda hablar, Jorshi galopa hacia nosotros desde el frente.
—Hubo unos pocos rezagados de los condenados, pero ese no es nuestro problema.
Ryke desenrolla su látigo de su cadera y trota hacia Jorshi.
—¿Cuál es nuestro problema?
—Parias. Intocables. Perdidos. No tienen la locura, pero son igual de indómitos y
salvajes —explica Jorshi.
—Pensé que podríamos encontrarnos con estos grupos —refunfuña Ryke—.
¿Cuántos?
—Están en grupos —explica Jorshi—. Pequeños. Pero no podemos simplemente
ma…
Despego a todo galope, con el sonido de mi caballo agitándose en la nieve
silenciando el resto de sus palabras. Si estos perdidos necesitan ser destruidos, se
encontrarán con “La Castigadora”.
Ryke me grita, pero me inclino más cerca del caballo e inspecciono los árboles
delante de mí. Un hombre sale de la línea de árboles y sostiene un arco, apuntándome.
Se prende fuego antes de que pueda disparar y Ryke pasa de largo. Varios hombres más
emergen de los árboles y Ryke los ataca con su poderoso látigo, derribándolos lo
suficiente para que yo les dispare hojas de diamante a través de sus corazones. Cuando
escucho sonidos que vienen de más allá de la línea de árboles, guío a mi caballo hacia
allí.
—¡Mamá! —grita una pequeña voz.
Me acerco al trote, mirando con horror a la gente enjaulada en las cárceles de
madera. Todas mujeres y niños pequeños. Me miran como si estuviera aquí para
salvarlos.
—¡Agarren a la perra de cabello blanco! —grita un hombre corpulento detrás de
mí.
Su cabeza sale volando de sus hombros y rueda hacia una de las jaulas. Mi mirada
se encuentra con la de la Danser y asiente mientras limpia la sangre de su espada.
Danser y Ryke despegan, persiguiendo a un grupo de hombres con armas. Me bajo de mi
caballo y me acerco a la jaula donde una mujer cercana a mi edad me mira con recelo.
—¿Eres su prisionera? —exijo.
Asiente.
—Injustamente.
—¿Cuál fue tu crimen?
—Ser mujer. Los intocables ven a las mujeres como moneda. —Mira por encima
del hombro a un niño pequeño que gime en la esquina—. Los niños están peor.
—¿Son usados como moneda? ¿Qué pasa cuando son intercambiados?
La mujer se frota el estómago.
—Y los niños están peor, ¿por qué? —susurro.
—Los hombres disfrutan la carne fresca y los condenados limpiaron la mayor parte
de las tierras de caza —dice con dureza, y su voz se quiebra ligeramente—. Estoy
cultivando comida para los monstruos.
Mi estómago se tensa violentamente.
Los intocables se comen a los suyos.
Se comen a los niños.
No.
No. No. No. No.
Estos son los legendarios "monstruos" de la Guerra Moral.
Cuando era niña, pregunté por las Tierras Ocultas. Padre dijo que fue invadida por
los condenados, pero que estaban atrapados allí. Que la Guerra Moral no era real. Nunca
me dijo que la gente que vivía allí era peor que los condenados.
Me siento engañada.
Gente, a solo un par de días de viaje, es cautiva de monstruos. Los alimentan. Y
son peores que las bestias porque son humanos.
—¿Siempre has vivido aquí? ¿Atrapada con ellos? —pregunto, y la nieve se espesa
a mi alrededor por mi propia voluntad.
—No siempre. Mis padres me mantuvieron a salvo, en lo profundo del bosque,
hasta que un grupo nos encontró. Masacraron a mi padre y luego… a mi madre… —Su
barbilla tiembla—. No quieres saber lo que le hicieron a mi madre. En cuanto a mí,
bueno, puedes ver lo que me hicieron. —Se frota el estómago y, aunque no puedo
notarlo, está indicando su embarazo.
La rabia me quema por dentro. Tantos niños pequeños y mujeres encerrados
dentro de estas jaulas. Empiezo a avanzar, lista para destruir la cerradura, cuando la
mujer grita.
—¡Cuidado!
Miro detrás de mí mientras un hombre se acerca sigilosamente. Con un rugido de
furia, lanzo casi una docena de hojas de diamante que le atraviesan el corazón. Cae con
un golpe sordo en la nieve.
Cuando me doy la vuelta, la mujer está arrodillada y la esperanza brilla en sus ojos
marrones.
—Eres una reina, ¿sí? Salva a esta gente y tendrás nuestra lealtad eterna.
Necesitamos protección, la cual puedes ofrecer. Y necesitas información, la cual
podemos ofrecer. Por favor. Te lo ruego.
Todas las demás mujeres y los niños mayores asienten rápidamente.
—¿Puedes luchar? —pregunto, rompiendo una hoja de diamante de mi corona y
ofreciéndosela.
Sus ojos marrones brillan con violencia mientras la toma.
—Puedo, su alteza. —Con esas palabras, me lanza la hoja directamente a mí. Pasa
silbando a mi lado y apuñala la garganta de uno de sus captores.
Ya me gusta.
Invocando mi hielo, creo una larga hoja con el puño y luego sierro la cuerda que
mantiene la jaula cerrada. Tan pronto como se libera, abro la puerta. La mujer ayuda a
todos a salir y sale la última. Le agarro el brazo antes de que pueda llegar lejos.
—¿Cómo te llamas?
—Valari.
Resuenan cascos estruendosos y luego una ola de calor me inunda. Ryke se baja de
su caballo y avanza hacia mí, su rostro transformado con ira.
—La zona está despejada. —Su mirada se posa en Valari antes de levantar las cejas
inquisitivamente.
—Cautivos. ¿Y los intocables?
Gruñe.
—Los matamos a todos.
—Los que están en este grupo, su alteza, pero muchos están en estos bosques entre
aquí y el castillo Highland. —Valari apunta hacia una montaña en la distancia.
—¿Y qué hay en el castillo? —pregunto—. ¿Más de ellos?
—Los intocables, sí —espeta—. Reinan aquí.
Ryke y yo compartimos una mirada oscura.
—Ya no —le digo a Valari.
Ryke sonríe y me toma de la mano.
—Ahora reinamos nosotros.
Durante meses, hemos estado viajando al castillo Highland. Los grupos, aunque no
están organizados, son abundantes. Rescatar a las mujeres y los niños es un esfuerzo que
consume mucho tiempo. Pero nunca me he sentido tan viva. Tan llena de propósito.
Los Ojos del Blanco han llegado a confiar en el ejército Volc. Ambos lados se han
aclimatado el uno al otro. Se han forjado amistades. La confianza fortalece al ejército
como uno solo. Ryke ha empezado a llamarlos los Bloodstone. Cuando fusionó nuestros
nombres, al principio pensé que era una tontería. Y estaba un poco enfadada. Yo era una
Whitestone. Él era un Bloodsun. ¿Por qué arruinar cientos de años mezclando nuestros
nombres? Pero me recordó amablemente que somos mejores que los anteriores. Como
Bloodstone, somos algo nuevo y más poderoso. Reinaremos juntos como iguales sobre
todas las tierras que elijamos reclamar como nuestras.
—Su alteza —dice Valari, emergiendo de un bosquecillo de árboles, arrastrando
un ciervo detrás de ella.
—Ahh, alguien ha estado cazando. —Me rio cuando deja caer la cosa muerta a mis
pies—. ¿Mejor que la hora de la siesta para los niños?
Pone una expresión amarga.
—Estaba destinada a estar ahí afuera, no atada a los pequeños.
Me acerco y le toco el estómago, que se ha hecho más grande. A veces se puede
sentir el movimiento del bebé.
—¿Y este pequeño?
—Pertenece a la naturaleza.
Danser sale de los árboles con una mirada furiosa que transforma sus rasgos,
normalmente impasibles.
—Te dije que me esperaras, mujer. No me diste ni un minuto para bajar del
maldito árbol. No deberías estar arrastrando ese pesado cadáver tú sola.
—Debes ser más rápido que eso, viejo —replica ella, lanzándole una sonrisa
engreída antes de alejarse.
Sus ojos se estrechan.
—Me vuelve loco.
—Te gusta —me burlo—. Quieres hacerla tuya.
Se acerca a mí.
—Si fuera mía, estaría en una tienda de campaña descansando mientras se vuelve
más grande por su embarazo.
El calor de Ryke me envuelve por detrás y me besa la cabeza. El calor viaja a mi
estómago, donde toca a nuestro pequeño, que está creciendo dentro.
—Imagina si le hubiera dicho a mi reina que tenía que quedarse encerrada en un
castillo mientras yo hacía todo por ella.
Danser gime.
—Valari no es mi reina. No es nada para mí.
—Es tu compañera en el ejército Bloodstone —le recuerdo, me encanta la forma
en que pone los ojos en blanco de una manera descaradamente irrespetuosa. Si algo
aprendí de Ryke es que me encanta un desafío de aquellos más cercanos a mí. Hace las
cosas más interesantes. Entretenidas.
—Solo soy soldado porque usted lo ordenó. —La voz de Danser gotea sarcasmo—.
Mi reina.
Ryke se ríe y luego le prende fuego a las botas de Danser. Este frunce el ceño
mientras apaga el fuego en la nieve.
—Un par de niños —refunfuña Danser mientras se aleja—. Sirvo a un par de
niños.
Tan pronto como se ha ido, miro a través de los árboles al castillo Highland. Otro
día de viaje y estaremos allí.
—¿Estarán seguros aquí mientras seguimos adelante? —pregunto, girando para
mirar a Ryke.
—Tendrán que estarlo. No podemos asaltar un castillo lleno de intocables con un
puñado de niños quisquillosos. Ya he instruido a algunos de los hombres mayores para
que se queden atrás y los cuiden. Necesitaremos a los más jóvenes y fuertes. —Sus ojos
caen sobre mi estómago y la preocupación nubla sus ojos ámbar.
—¿Vas a pedirme que me quede atrás? —desafío, levantando la barbilla.
Sus labios se levantan por una comisura de una manera diabólicamente hermosa.
—Ni se me ocurriría, Castigadora.
Dieciocho
uestro plan es uno de sorpresa. Tienen que saber que estamos yendo,
pero están esperando un ataque extravagante. Arrasar la puerta
frontal. No están esperando que subamos por las ventanas y los
asesinemos mientras duermen. Miro hacia Elzira, que está de pie
junto a una ventana. La luz de la luna brilla sobre ella y me tomo un momento para
admirar su belleza.
Durante un tiempo, sus ojos estuvieron hundidos y sus huesos sobresalían. Sus
labios, dedos y piel eran azules. Incluso su cabello se había vuelto azul. Mi reina cruel
estaba muriendo a manos de otros. Ahora, es fuerte y su cuerpo se ha llenado,
especialmente desde que lleva a nuestro hijo. Su cabello, una vez blanco hielo con
mechones azules, ha cambiado. Oscuros mechones negros están mezclados con los
rubios. Al principio, me preocupaba que algo terrible le estuviese sucediendo, pero
Mazon me aseguró que es porque el fuego cursa por sus venas. Nuestro hijo es un
creador de fuego.
Me dirijo hacia mi esposa y la beso lo bastante fuerte para robarle el aliento.
Entrelaza los dedos en mi cabello, dándome una suave imagen de lo que normalmente
está reservado para mí cuando estamos solos y tengo sus muslos envueltos alrededor de
mi cabeza.
—¿Qué pasa? —susurra.
—Si muero hoy —gruño—. Que sepas que cada segundo contigo fue un gran
regalo.
—Quien te mate tendrá que conocer mi ira. —Curva sus labios llenos en una
sonrisa—. Morir por decapitación parece demasiado fácil. Quizás esta vez los congelaré
de dentro hacia fuera.
Mordisqueo su labio carnoso.
—Me pone duro cuando me dices cómo llevarás a cabo tu venganza por mi
muerte, Castigadora.
—Siempre fuiste retorcido —bromea, luego su expresión se ensombrece—. ¿Y qué
hay de mí? ¿Qué harás a quien mate a tu reina y tu hijo no nato?
El calor me invade, mis ojos ardiendo en los suyos.
—Quemaré todo el maldito mundo hasta los cimientos. Si no puedes existir en mi
mundo, entonces a nadie se le permite hacerlo.
Mi reina cruel sonríe.
—Nuestro amor es destructivo.
—Solo para aquellos que intentan interponerse.
Estoy a punto de lanzar al viento la responsabilidad y tomar a mi reina ahora
mismo, pero Danser me sisea que debemos hacer nuestro movimiento ahora. Alzo a
Elzira y la empujo por la ventana, antes de seguirla silenciosamente. La base del castillo
está vacía. La habitación está en silencio salvo por un incinerador en la esquina que
brilla en rojo desde el cuadro abierto. Solo será cuestión de tiempo hasta que el hombre
del incinerador regrese.
Cuando me giro, veinte hombres, incluidos Danser y Valari, se han deslizado en la
habitación con nosotros. Valari camina hacia mí y señala una pila de escombros. Sigo la
mirada hacia los huesos. Muy pequeños. ¿De un zorro, tal vez? Una mirada a los labios
apretados de Valari y lo sé.
Niños.
Elzira se tensa. La calma antes de la tormenta.
Su rabia la consume hasta el punto de que la nieve comienza a caer intensamente
en la habitación. Le toco el hombro en un gesto calmante.
Cálmate hasta que acabemos con cada uno de ellos, mi reina.
No podemos dejarles saber que estamos aquí, y que pierda su frialdad —
literalmente—, es la peor idea de todas.
Me dirijo a la escalera y todos me siguen. Más hombres hacen fila detrás de
nosotros. Subimos las escaleras que finalmente llevan a la gran habitación donde todavía
arde un fuego. El hedor a carne cocinada hace que se me revuelva el estómago. Varios
hombres gordos están roncando fuertemente, desmayados sobre la mesa. Valari y
Danser hacen un trabajo rápido apuñalándolos en la base del cráneo. Rápido, violento,
silencioso.
—Sepárense —ordeno—. Recuerden el plan.
Valari y algunos otros han estado dentro del castillo antes. Una vez establecido
donde estaban los intocables, decidimos la mejor forma posible de matarlos sin herir a
mujeres ni niños.
Por mucho que me desagrade el plan, Valari y Elzira van a buscar el nido de
inocentes mientras los hombres matan a los monstruos. Sé que ella quería la satisfacción
de derramar su sangre, pero hay más en ser una reina que solo castigar a los malos.
Salvar a los buenos es igual de importante.
—Por aquí —apremia Valari, adelantándose silenciosamente. Elzira la sigue con
cinco Bloodstone tras ella. Desaparecen por la esquina.
Todo en mí suplica ir con ellas, pero el castillo es demasiado grande. Elzira y
Valari son capaces. Danser y yo tenemos nuestras propias batallas que luchar.
Subimos otro tramo de escaleras. Arriba, arriba y arriba. No necesitaba que Valari
me dijese que los que lideran a los intocables viven en la cima, a salvo en su torre.
Danser y yo nos movemos silenciosamente por las escaleras y pasillos, cortando las
gargantas de los hombres a lo largo del camino.
Cuando alcanzamos lo que parece la habitación real y matamos a dos guardas, me
adentro suavemente por la puerta. Un fuego brilla en la chimenea. En la cama, un
hombre con una gran barriga folla a una pequeña mujer que está ahí tumbada y no hace
nada. Él está perdido en sus envites de placer, inconsciente de que dos hombres letales
han entrado en su espacio. Mientras me acerco, noto que la mujer tiene marcas de
mordeduras por todo su cuerpo y su estómago está hinchado con un hijo. Ha perdido
varios dedos de las manos y los pies. Lo peor es que le han sacado los ojos de las cuencas.
—Sí —gruñe el hombre, mostrando sus dientes que están cubiertos de sangre.
Me acerco y le golpeo con el látigo, satisfecho con la forma en que se abre su
estómago. Se ahoga de dolor antes de tambalearse hacia atrás, sosteniéndose el abdomen.
Lo azoto de nuevo, arrancando su polla húmeda de su patético cuerpo. Justo he alzado el
látigo cuando el hombre gimotea una confusa súplica.
Un destello de cabello negro pasa junto a mí y la chica se lanza por la ventana.
Danser no logra llegar a la ventana a tiempo. El enfermizo golpe seco puede escucharse
unos momentos después cuando golpea el suelo.
—Mi reina. —El hombre solloza—. La dejaron ir.
Al menos la pobre mujer ha encontrado la paz.
—No eres un rey, cerdo. Los reyes tienen pollas.
El hombre lloriquea mientras se agarra donde solía estar su polla. Danser se
adelanta y clava la espada en el estómago del hombre antes de arrastrarla hacia arriba
con fuerza. El estómago del hombre se abre y todo su interior se extiende por el suelo
con un fuerte golpe. Cae con un ruido sordo.
Invocando mi fuego, quemo al cerdo muerto y todas sus partes corporales. El olor
a carne humana no es algo que disfrute, pero mirar a la pobre excusa de humano arder
es satisfactorio. Inhalo su dulce olor a muerte. Una vez está carbonizado, salgo para
asistir al resto de mis hombres en apoderarse del castillo Highland.
Cuando logro abrir los ojos pestañeando, me doy cuenta de que tengo los brazos
atados a mi espalda. Miro a Valari al otro lado de la habitación. La han desnudado y
atado sus muñecas a las cuerdas colgando del techo. Sus cortas piernas hacen que se
balancee sobre los dedos de sus pies. La forma en que su barriga embarazada sobresale
hace que la preocupación se alce dentro de mí. Es muy vulnerable a esos monstruos.
—Ah, así que la reina está despierta —declara el que asesinó a cinco de mis
hombres, revelando su sonrisa sin dientes hacia mí—. Eres una reina, ¿verdad? —Alza
los trozos de mi corona rota he inspecciona los pedazos—. No pareces tan regia sin tu
corona. De hecho, pareces otra zorra incubando mi comida.
Mi bestia dentro de mí está en silencio.
Nada de hielo.
Vacío, frialdad.
El miedo aferra mi corazón. He confiado tanto en mi don que sin él me siento tan
vulnerable como Valari.
—Déjanos ir —exijo—. Déjanos ir y tu muerte será rápida e indolora.
El hombre resopla, ganándose algunas risas de sus cuatro hombres.
—No las vamos a soltar. Ahora vamos a tomarnos turnos con sus apretados coños
antes de darnos un pequeño aperitivo de medianoche. —Se acerca a Valari y clava la
punta del cuchillo en su barriga—. Apuesto que este sabe dulce. Siempre saben más
dulces cuando están frescos y todavía pataleando.
La furia surge dentro de mí.
Ardiente, blanca, violenta.
Una rabia como nunca he conocido estalla a través de mí como un fuego salvaje en
un bosque denso. Consume todos mis pensamientos. La habitación se calienta varios
grados.
¡Ryke!
La emoción amenaza con sobrepasarme, pero permanezco fuerte. Aprovecho mi
furia. Atrayendo a la bestia desde su lugar escondido.
Ryke nunca aparece.
Siseo. Estallido.
Mis manos están liberadas y las llevo frente a mí con confusión. Brillan en rojo.
Fuego. Quema a través de mis venas como si fuese mi propio don. Se siente nuevo,
indómito e innato. Salvaje, libre e incontrolable. Valari abre los ojos con sorpresa. Los
cinco hombres dan un paso atrás cuando me pongo en pie.
—No se queden ahí —grita el líder—. ¡Maten a la zorra!
Uno de los cinco hombres gordos carga en mi dirección. Lo azoto con un látigo de
fuego cortando al hombre limpiamente en dos. Cada una de sus dos mitades se separa y
golpea el suelo con un sonido pegajoso. El más pequeño de los hombres sale corriendo
hacia la puerta. Valari salta y lo agarra por la cabeza, envolviendo sus muslos desnudos a
su alrededor en un intento de ahogarlo.
Envío dos bolas ardientes de furia a través del pecho de dos hombres
permaneciendo a cada lado de su líder. Gritan, aferrándose el pecho antes de caer al
suelo. Luego doy un paso hacia el hombre a cargo. Desenvaina la espada, ganándose una
carcajada por mi parte.
—¿Qué planeas hacer con ese gran cuchillo, monstruo? —me burlo—. ¿Cortarme
como hiciste con esos pobres niños inocentes?
Mi dolor de cabeza comienza a desaparecer mientras mi propia bestia se adelanta.
En lugar de alejarse del fuego, mi bestia lo usa. Cierro la mano en un puño y me
maravillo por la forma en que una hoja de diamante se forma como una larga espada,
llamas azules en su interior.
—Qué dem… —El hombre deja la frase a medias, horrorizado por mis poderes.
Con un rápido gesto del brazo en un movimiento giratorio, veo a través del cuello
del hombre. Su cabeza cae al suelo de piedra a mis pies. La aparto de mi camino de una
patada y luego empujo el cuerpo quieto de pie antes de dirigirme hacia Valari. Golpeo
sobre ella, cortando la cuerda con mi hoja de diamante sangrante. En cuanto sus manos
están libres, tira del cabello del tipo. Me agacho y deslizo la hoja sobre sus pantorrillas,
cortando sus piernas en dos. Su grito es de otro mundo justo cuando la puerta se abre. Se
tambalea en sus piernas cercenadas. Con ligero movimiento, su cuerpo se separará por
debajo de sus rodillas. Es inevitable.
Danser se lanza hacia nosotras con alarmante velocidad, apartando a Valari de la
cabeza del hombre. Uso el momento para patear al hombre al suelo y luego me cierno
sobre él con mi fiera hoja de diamante azul sobre su garganta. La parte baja de sus
piernas yace a su lado mientras la sangre sale a borbotones de sus extremidades. Solloza
audiblemente, así que empujo la espada entre sus labios, haciendo que la hoja de fuego
azulado brille más. Su rostro estalla en fuego y se quema, sacándolo de su miseria
demasiado pronto. Una vez está muerto y ya no se mueve, alzo la mirada para encontrar
a Ryke observándome con una intensa mirada desde la puerta.
Doy un tembloroso paso en su dirección y recorre el resto del camino hacia mí.
Me toma en sus brazos, apretándome con fuerza contra él.
—No sé qué sucedió —susurro—. Pensé que estabas aquí, pero era yo, Ryke. Tenía
fuego. De algún modo tenía fuego.
Lleva su mano a mi estómago.
—Parece que tuviste un poco de ayuda de nuestro creador de fuego.
Jadeo mientras aferro mi barriga. Mi bebé. Mi bebé me protegió cuando más lo
necesitaba. Cálidas lágrimas llenan mis ojos.
—Eran hombres malos —susurro, encontrando los labios de Ryke con los míos.
—Ahora todos han desaparecido.
Jorshi entra en la habitación y admira la escena a nuestro alrededor.
—Todos han desaparecido, mi reina y mi rey. —Posa la mirada en las dos mujeres
acobardadas en la esquina—. ¿Qué hay de ellas?
—Las llevaré al campamento y las acomodaré —comenta Valari, tirando de los
restos de su ropa—. Ahora están a salvo con nosotros —asegura a las mujeres—. Cuando
sirven a los Bloodstone, están a salvo y protegidas.
Cuando las mujeres parecen inseguras, Valari se ríe entre dientes.
—¿Creen que los intocables o los condenados son rival contra una reina que es
hielo y fuego? —inquiere Valari.
Las mujeres me sonríen con esperanza en sus ojos.
—Están a salvo —confirmo—. Danser, Jorshi, acompañen a Valari y cualquier
inocente que encuentren.
En cuanto se han ido, Ryke me sonríe.
—Así que, ¿supongo que solo soy leña? ¿Algo para mantener caliente a la toda
poderosa reina por la noche?
Beso su hermosa boca.
—Todo el mundo tiene su labor. Me alegra que descubrieses cuál es la tuya.
Sonríe.
—Eres una reina cruel.
—Me elegiste —replico con descaro.
Pasa el pulgar sobre mi labio.
—Te elegiría una y otra vez. Te amo, Elzira.
—También te amo, Volc.
Epílogo
K. Webster es una de las autoras mejor vendidas de USA Today. Sus títulos han
reclamado muchas etiquetas de mejor vendidos en numerosas categorías, son traducidos
a varios idiomas y han sido adaptados en audiolibros. Vive en “Tornado Alley” con su
marido, sus dos hijos y su perrito Blue. Cuando no está escribiendo, está leyendo,
bebiendo copiosas cantidades de café y buscando alienígenas.