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Fragmento de: Salinas, F. (2022).

Ser Persona, Ser Pareja, Ser Familia: Manual


práctico de psicología aplicada a la vida diaria. Clínica para la Familia.

CAPÍTULO 5
SER VERDADERAMENTE LIBRE

La libertad se entiende como “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una
manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos” (RAE,
2019), por lo que ser libre implica tener la capacidad de hacer lo que decidimos
sobre nosotros mismos, sin ataduras de ningún tipo. Lamentablemente en
ocasiones se percibe la libertad como “dejarnos llevar por lo que queremos en el
momento, hacer lo que deseamos para perseguir el placer inmediato sin
restricciones”. Sin embargo, actuar de esta manera termina atentando en contra
de nuestra verdadera libertad, ya que terminamos siendo esclavos de nuestras
emociones e instintos desde las respuestas primitivas de huir del dolor y perseguir
el placer. Esto nos haría fácilmente domesticables o dependientes de nuestro
entorno, al estilo del burro detrás de la zanahoria, lo cual es una representación
opuesta a la libertad.

La verdadera libertad consiste en decidir sobre nuestra conducta, incluso si eso


implica pasar por encima de lo que sentimos en el momento, poder actuar de
acuerdo a nuestras prioridades, valores personales y convicciones sin
traicionarnos a nosotros mismos. Una habilidad que nos acerca a esta libertad
verdadera es la inteligencia emocional que se ha descrito anteriormente en este
libro. Sin embargo, además de la gestión de nuestras emociones, la presencia o
ausencia de libertad también la podemos evidenciar en la forma de vivir nuestras
relaciones y vínculos.
Todos los seres humanos tenemos tres necesidades profundas que, a pesar de
que podemos suplirlas individualmente, muchas veces las buscamos llenar con
otras personas, lo que nos lleva a satisfacer estas necesidades de manera
incompleta, experimentando más dependencia que amor en libertad. ¿Cuáles son
estas necesidades?
1. No sentirnos solos.
2. Ser felices.
3. Tener una vida con sentido.
Si buscas a otras personas para no sentir soledad, para que te hagan feliz o para
que le den sentido a tu vida, no estás amando sino dependiendo. Es importante
primero suplir tus necesidades individuales para poder amar y relacionarte con los
demás de forma libre y sana. A continuación, te voy a contar en qué consiste cada
una de estas necesidades y cómo se podrían suplir de manera individual.

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Sentirnos solos no depende de alguien más
Existen diferentes maneras de ver la soledad. Tal vez la más intuitiva es la
soledad exterior, objetiva o social, que se refiere simplemente a la ausencia de
compañía o el “estar solo”, sin embargo, muchas veces el problema no es estar
solo sino sentirse solo, donde aun con personas alrededor nuestro, sentimos una
sensación de vacío y el deseo de compartir con alguien especial para nosotros. A
este sentimiento en psicología le llamamos soledad interior, subjetiva, emocional o
la verdadera soledad (Cardona Jiménez, Villamil Gallego, Henao Villa y Quintero
Echeverri, 2013).
Este sentimiento puede surgir en situaciones donde percibimos que las relaciones
que tenemos con los demás no son tan profundas como quisiéramos, o tenemos
la sensación de que contamos con poco apoyo económico, afectivo o de ayuda
directa (Salazar Villanea y Castro Gómez, 2019). Es decir, el sentimiento de la
soledad NO depende de si tenemos o no relaciones sociales, sino de si esas
relaciones son profundas, cercanas y significativas frente a las cuales nos
sentimos seguros (Fernández, Muratori y Zubieta, 2013).
Por lo tanto, la soledad tiene que ver más con lo que sentimos dentro que con
quien se nos acerca desde afuera, lo que nos lleva a cuestionarnos por un lado en
qué tan satisfechos nos sentimos con las relaciones sociales que tenemos
actualmente y, por otro lado, qué tan cómodos o incómodos nos sentimos con
nosotros mismos. A continuación, te quiero compartir una serie de
recomendaciones para que te puedas hacer cargo del sentimiento de soledad de
la manera más sana posible:
1. Analiza qué te puede estar informando tu soledad
Sentirnos solos también puede ser un signo de alarma, donde
nuestras emociones nos informan la necesidad de fortalecer las
relaciones sociales, ya sea en cantidad o calidad (Montero, López, y
Sánchez-Sosa, 2001). Así como un automóvil enciende una señal
cuando le falta una acción de mantenimiento, la soledad como
sentimiento puede ser un indicador que nos dice: “no descuides tus
amistades” o “ten relaciones más profundas y menos superficiales”.

2. Diferencia entre amor y dependencia


En ocasiones el sentimiento de soledad no se debe a la ausencia de
relaciones sociales profundas sino a la forma en que nos
relacionamos con las personas y establecemos relaciones cercanas.
Es decir, a veces la soledad más intensa la podemos experimentar
cuando nos entregamos tanto a una relación que termina
generando más angustia cuando esa persona se aleja o no
responde a nuestras expectativas.

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En ese caso, nos estamos relacionando más desde la dependencia
que desde el amor. Por eso, es importante que puedas cuestionarte
sobre qué tanto estás apoyándote en los demás para considerarte
una persona valiosa, importante, digna de amor o suficiente.

Eso no quiere decir que optemos por conclusiones como “no me


tiene que importar o afectar lo que digan los demás”, como seres
humanos somos una especie gregaria (conformamos familias, grupos
y comunidades) y es normal e incluso sano que tengamos en cuenta
a los demás, pero también es importante que de la misma manera
nos consideremos a nosotros mismos. Busca que el amar y compartir
con otros sea una cuestión de disfrutar de compañía y no de exigirle
a los demás que te hagan sentir bien. En la sección de “ser pareja”,
profundizaremos más sobre el amor y su diferencia con la
dependencia.

3. Encuentra y disfruta el equilibrio


Si bien el sentimiento de soledad nos puede avisar cuando
realmente tenemos descuidadas nuestras relaciones sociales,
también si nos llenamos de interacciones sociales y anulamos los
espacios privados o personales terminamos generando malestar en
nosotros. Son importantes las relaciones, pero también son
importantes los espacios para actividades personales. La soledad
también puede ser fuente de creatividad, fortaleza y
autoconocimiento (Cardona Jiménez, Villamil Gallego, Henao Villa y
Quintero Echeverri, 2013). Procura tener un tiempo para estar contigo
mismo y disfrutar de tu soledad, sin caer en extremos.

4. Fortalece tus habilidades sociales


En ocasiones, terminamos aislándonos socialmente porque las
interacciones sociales pueden llegar a ser una actividad agotadora,
y aunque a muchas personas les sea fácil socializar o incluso pueda
ser una actividad relajante, para otras personas puede significar una
carga o un riesgo inminente de generar conflicto o una mala
impresión. En este caso, conviene entrenar nuestras habilidades
sociales, es decir, fortalecer nuestra destreza para iniciar, mantener y
cerrar conversaciones, además de saber participar en
conversaciones tanto superficiales como profundas. Entre más hábil

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seas para socializar, más se va a convertir en una actividad relajante
en lugar de una carga exigente.

En el sentimiento de soledad también influye lo que personalmente pensamos y


sentimos sobre nosotros mismos, por eso es importante fortalecer nuestra
autoestima. No es extraño que en los medios escuchemos la importancia de la
autoestima para nuestro desarrollo y estabilidad en la vida diaria, donde los
psicólogos y otros profesionales nos recomiendan promoverla. Sin embargo, a
veces pareciera que fortalecer la autoestima fuera una invitación a evadir la
realidad y decir que “todo está bien”, aunque esté mal.

¿Autoestima o autoengaño?
Ya hemos mencionado que en realidad la autoestima se refiere a lo que
pensamos, sentimos y creemos de nosotros mismos, donde estas creencias
pueden ser positivas o negativas. Cuando son positivas, se dice que tenemos una
autoestima alta y, por el contrario, cuando estas creencias son negativas se refiere
a una autoestima baja (Panesso Giraldo y Arango Holguín, 2017). Pero eso nos
puede llevar a creer que podemos aumentar nuestra autoestima solamente con
decir o pensar frases como “yo puedo”, “todo me va a salir bien”, “soy muy
valioso”, “soy atractivo”, “soy un triunfador”, entre otras, lo cual no es que esté mal,
pero dependiendo de la situación no está del todo bien. Esto es debido a que se
puede caer en promover el autoengaño y no la autoestima. A continuación, vamos
a ver varias diferencias entre estos dos términos:

1. El autoengaño es fantasioso, la autoestima es realista


El autoengaño es cuando sustituimos en la mente aspectos de la
realidad por otros imaginarios (RAE, 2019). Esto nos puede llevar a la
creencia de que solamente con declarar lo que se desea, se hace
realidad. Y aunque lo que decimos o pensamos sí puede llegar a
influir en las situaciones que vivimos (lo que llamamos los psicólogos
“profecías autorrealizadas”), dichas “frases positivas” deben sí o sí
sustentarse en la realidad, a partir de la evidencia y que la realidad
sea coherente con lo que percibimos o sentimos. Por ejemplo, una
persona que no estudió y tiene serias dificultades en una materia,
con decir antes del examen “yo sé que me va a ir muy bien y voy a
sacar excelente”, muy probablemente no va a alcanzar un
excelente resultado, simplemente se está autoengañando. Aceptar
que es probable que nos vaya mal no es falta de autoestima, incluso
nos lleva a prepararnos mejor.

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2. El autoengaño ignora los defectos, la autoestima los acepta
Algo particular del autoengaño es que percibe los defectos o
resultados negativos como inaceptables: “siempre se deben decir y
vivir cosas positivas”. Si se cae en un error o algo desagradable está
pasando, la opción desde el autoengaño es hacer de cuenta que
no está sucediendo y decir o pensar “me va a ir bien”. Por otro lado,
desde la autoestima se aceptan los defectos, las limitaciones y
errores propios como esperables y normales sin autoexigirse una vida
perfecta (Ellis y Mc. Kay, 2018), teniendo claro que un fracaso o error
no nos hace menos persona que los demás y, en cambio, es una
oportunidad para aprender y crecer.

3. El autoengaño inventa cualidades que no se tienen, la autoestima


valora lo bueno entre lo malo
Desde el autoengaño, se tiende a decir cualidades y virtudes que
quisiera la persona, pero en realidad no tiene, en cambio desde la
autoestima, además de aceptar los errores y limitaciones, no se cae
en el error de verlo todo bueno o todo malo, sino se asume el reto de
valorar las cualidades sin dejar de aceptar las limitaciones (Palermo,
2016). Por ejemplo, si eres gordito o gordita, y al mirarte al espejo te
dices que tienes un cuerpo escultural, eso no va a hacer que
“mágicamente” tengas un cuerpo escultural. En cambio, desde la
autoestima puedes llegar a decir de manera realista lo bonito que
ves en ti a pesar de que no te agrade el ser gordito o gordita.

4. El autoengaño toma una actitud pasiva mientras que la autoestima


nos lleva a la acción
Algo típico del autoengaño, es que le gusta la opción de la “fórmula
mágica”, de conseguir las cosas con el menor esfuerzo. Desde ese
punto de partida es más fácil irse por ofertas como algunas cirugías
estéticas, cremas para adelgazar, fajas milagrosas, jabones que
traen suerte, entre muchas otras. Así mismo, la opción de repetir
“frases positivas” y negar defectos es mucho más fácil y requiere
menos esfuerzo que aceptar aquellas cosas que no se pueden
cambiar e identificar las cosas que pueden mejorar con esfuerzo y
disciplina. Por ejemplo, una persona para mejorar su autoimagen, en
vez de limitarse a repetirse frente al espejo “soy hermoso” y ya,
podría ser más activo en su autocuidado e higiene personal:

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arreglarse, hacer ejercicio, entre otros. En este punto, la autoestima
se trata de trabajar activamente en lo que no nos gusta, reconocer
lo que sí nos gusta y aceptar lo que no podemos cambiar, sabiendo
que eso no nos quita valor.

5. El autoengaño se basa en lo que esperan los demás, la autoestima


es propia
Algo curioso de la autoestima es su etimología (autos: por sí mismo +
estima: evaluar, valorar, tasar) (RAE, 2019). Y aunque parece obvio, a
veces nos venden la idea de “hetero-estima”, (hetero: otro,
diferente), la cual se reduce en que para aumentar la autoestima se
debe buscar a alguien que nos diga nuestras cualidades y cuán
valiosos somos. Lamentablemente, no todos van a decir lo mismo de
nosotros y, suponiendo que llegue a pasar, a veces no funciona.
Existen personas que están rodeadas de otras personas que les dicen
continuamente que valen mucho y tienen una autoestima baja y
viceversa. La autoestima es propia, y de nosotros es el papel de
valorar lo bueno y aceptar lo malo (de forma realista), sin sentirnos
menos.
La autoestima actualmente es un concepto muy nombrado, pero es importante
alejarnos de la idea que nuestro valor como seres humanos dependa
exclusivamente de la aceptación de los demás. Eso no quiere decir que no se
deba tener en cuenta a los demás (somos una especie social), sino que podamos
darnos la oportunidad de construir nuestros propios juicios sobre nosotros mismos,
no para creernos más o menos que los demás, sino para ser los arquitectos de
nuestras propias convicciones. Es decir, una sana autoestima no se trata de
forzarnos a percibirnos como alguien maravilloso, hermoso y sin defectos, sino de
aceptarnos como alguien valioso, digno de amor y respeto, desde la normalidad
de percibir aspectos que nos gustan y no nos gustan.

¿Qué es la felicidad? Sin romanticismos


La felicidad es, tal vez, uno de los temas más trillados actualmente. Desde los
cuentos infantiles, discursos motivacionales, películas y frases reflexivas en redes
sociales, hasta disertaciones filosóficas e investigaciones psicológicas. Sin
embargo, la información disponible es tan diversa que más que aclarar, termina
confundiéndonos para responder qué es. A continuación, te quiero compartir la
respuesta a esta pregunta de una manera práctica y realista.
El primer inconveniente para comprender la felicidad de una manera realista es,
lamentablemente, una de las definiciones más difundidas: “estado de grata
satisfacción espiritual y física”, “ausencia de inconvenientes o tropiezos” (RAE,

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2019). Estas expresiones, si bien son ciertas, son insuficientes para explicar con
más profundidad y de manera satisfactoria cómo “ser feliz”.
Si la felicidad es la ausencia de inconvenientes, humanamente no es
posible
Una felicidad realista, debe ser coherente con la naturaleza de la misma vida, ya
que vivir implica enfrentar momentos agradables y desagradables; incluso, la
naturaleza de las emociones humanas sanas implica tanto emociones placenteras
como displacenteras. Hasta ahora, no se sabe con certeza de ninguna persona
que haya vivido sin dificultades, tristezas o miedos, así como ninguna persona que
haya vivido sin relaciones valiosas ni alegrías. La vida en realidad no es ni amarga
ni dulce, sino agridulce, y la felicidad, también.
Pero si todos nosotros nos enfrentamos a una vida “agridulce”, ¿cuál
sería la diferencia entre una persona “feliz” y una “infeliz”?
Una persona feliz, no es aquella que tiene una vida “perfecta”, sino aquella que le
saca el mayor provecho tanto a los momentos agradables como a los
desagradables de la vida (Gilbert, 2017). Por otra parte, una persona infeliz, más
que ser aquella que está llena de “males”, es aquella que no aprovecha los
momentos agradables y mucho menos los desagradables de la vida. Por ende, es
importante preguntarnos: ¿cómo sacar provecho de lo agradable y desagradable
de la vida de forma práctica, sin caer en elaboraciones de pensamientos
“positivos” o autoengaños? Desde la psicología, podemos responder esta
pregunta por medio de las estrategias principales de las personas felices y su
contraposición en las personas infelices.

¿Cómo aprovechan lo agradable las personas felices?


La herramienta psicológica que usan las personas felices para sacar provecho a lo
agradable de la vida es la gratitud, que llevándolo a la práctica es simplemente
darse el permiso de disfrutar lo que sí se puede disfrutar en el aquí y en el ahora
(Shankland, 2017). La gratitud se puede practicar en la cotidianidad y en
momentos muy significativos, desde disfrutar nuestra comida favorita hasta un
gran logro como graduarse de una universidad o compartir con seres queridos
momentos importantes. Cuando somos conscientes de lo que sí tenemos y nos
permitimos disfrutarlo, estamos aprovechando el lado “bueno” de la vida.

¿Cómo desaprovechan lo agradable las personas infelices?


Aunque tengamos la oportunidad de practicar la gratitud durante toda nuestra vida,
muchas veces desperdiciamos esas oportunidades sin tener la intención de ser
infelices. Y esto sucede gracias a reproches de nuestro propio pensamiento. No es
extraño que al momento que tengamos la oportunidad de disfrutar algo de la vida,
no nos demos ese permiso porque, supuestamente, eso quiere decir que somos
creídos, si se trata de sentirnos orgullosos por un logro, o inmaduros cuando son
cosas superficiales, pero divertidas; también, puede que simultáneamente
estemos pasando por algún problema que aún no se ha resuelto. Es cuando

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podemos optar por negarnos a disfrutar, porque si lo hacemos, asumimos que es
un signo de que no nos importa el problema o incluso que estamos siendo
irresponsables o despreocupados. La verdad es que darte permiso de disfrutar las
cosas agradables de la vida no te quita la responsabilidad de enfrentar los
problemas, además, no disfrutar tampoco los soluciona.

¿Cómo aprovechar los momentos desagradables de la vida?


Esta pregunta puede parecer contradictoria: ¿cómo sacar provecho a los
momentos dolorosos e injustos de nuestra vida? La estrategia psicológica que nos
permite hacer algo tan aparentemente complejo, además del perdón, es la
resignificación (Arriagada, Vallejos, Quezada, Montecino y Torres, 2016), de la
cual se han realizado bastantes investigaciones, escrito libros, y también ha sido el
tema central de numerosas charlas motivacionales, pero para ilustrarla de forma
práctica, podemos decir que consiste en tres habilidades:

1. Aceptar lo que ya es
Aceptar también los momentos desagradables de nuestra vida
como parte de nuestra historia, más que resignación, es decidir dejar
de perpetuar el desgaste de negar lo que sí pasó. No se trata de
aprobar lo sucedido sino de aceptarlo para hacerle frente.

2. Retroalimentar al presente
Una de las habilidades más útiles para resignificar un evento
desagradable, es analizar lo sucedido para mejorar del presente en
adelante, sin juzgar o condenar el pasado. Es decir, convertir el dolor
o ira en aprendizajes para la vida que ayuden a prevenir
repeticiones y solucionar conflictos similares.

3. Edificar en sí mismo un mejor ser humano


Además de desarrollar aprendizajes para la vida, la persona que
resignifica se puede fortalecer a nivel emocional y moral a partir de
lo sucedido, permitiéndose ser más empático y comprensivo con el
dolor ajeno, además de tomar un rol activo en su madurez propia.

¿Cómo desaprovechar los momentos desagradables de la vida?


Lo contrario a la resignificación, es la victimización, ya que victimizarse permite
que los dolores emocionales sean más intensos de lo necesario, se demore más
en elaborarlos o superarlos, y nos aleja de lo que queremos conseguir en la vida.
Así como la resignificación se resume de manera práctica en tres habilidades, la
victimización se resume también en tres reacciones a lo doloroso o injusto:

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1. Quejarse de lo que pasó
La queja es la forma más común de resistirse a las situaciones
desagradables de la vida, lo que no cambia el hecho de que sí pasó
y permite que la angustia sea mayor de lo necesario. Esto no quiere
decir que no tengamos derecho a quejarnos, es sano también
sentirnos mal, pero a veces nos apoyamos en la queja para no
aceptar la realidad.

2. Culpar o culparse
La culpa es cuando desde el presente miramos hacia el pasado, e
identificamos que hicimos algo reprochable o cometimos algún error
y sentimos remordimiento (RAE, 2019). No obstante, nuestro
pensamiento nos puede ofrecer una propuesta que aparentemente
parece justa y coherente, pero en realidad termina siendo un
engaño. Comenzamos por decirnos que ese error que cometimos en
el pasado quedó impune, y necesitamos algún tipo de castigo para
pagar por ese error, por eso la alternativa es tratarnos mal y
regañarnos de forma cruel para, así, equilibrar la balanza. ¿Dónde
está el engaño? Te quiero compartir algunas inconsistencias de esta
estrategia:

• Masoquismo inútil. Tratarnos de manera cruel no cambia el


hecho del error que podamos haber cometido y tampoco
repara las consecuencias del error, simplemente estamos
malgastando el presente sintiéndonos mal con nosotros
mismos.

• Aumentamos la injusticia. Es importante tener en cuenta que


nuestro yo del pasado no tenía la misma información, recursos
personales ni madurez del yo presente, por lo que reclamarle a
nuestro yo del pasado por no utilizar información o recursos
que no tiene, es una acusación injusta. En cada momento de
la vida, tendemos a hacer lo mejor que podemos con lo que
tenemos.

Condenarse o buscar los culpables de un momento desagradable


repetidas veces en nuestra cabeza, nos lleva a distraernos del

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presente y malgastarlo cuestionando el pasado. Bajo la ilusión de
que, si nos tratamos mal, o nos desquitamos con otra persona, va a
servir para algo.

3. Edificar en sí mismo un peor ser humano


Muchas veces, en ocasiones sin ser conscientes, desarrollamos en
nosotros características que consideramos “malas”,
responsabilizando a ese pasado doloroso, lo que nos permite tener
un rol pasivo frente a lo que queremos de nosotros mismos, donde
podemos pensar o decir cosas como “yo era buena persona, pero la
gente o la vida me volvió mala”.

Conducta prosocial: el tercer elemento de la felicidad


Además de la gratitud y la resignificación, cerebralmente los seres humanos
contamos con la capacidad de empatía, la cual hace que nos angustiemos cuando
otra persona está sufriendo, pero también la misma empatía nos permite, por
medio de la compasión, ayudar a otros, lo cual además de generar bienestar en
los demás también permite que nosotros mismos lo experimentemos a nivel
cerebral (Pfaff, 2017). Hace varias décadas, cuando no teníamos métodos de
neuroimagen, desde el psicoanálisis se pensaba que el pensamiento egoísta era
la clave para la felicidad (Freud, 2017). Hoy, gracias a las neurociencias, sabemos
que es lo contrario. Cuando ayudas a los demás, sin dejar de cuidar de tu
bienestar, logras un mejor estado de ánimo y un mejor concepto de ti mismo.
En resumen, por naturaleza vamos a vivir momentos agradables y desagradables
durante toda nuestra vida, frente a la cual tenemos la oportunidad de ser felices
desde ahora, dándonos permiso de disfrutar lo que sí tenemos por medio de la
gratitud, así como crecer y edificar en nosotros una mejor persona, a partir de los
momentos difíciles por medio de la resignificación, teniendo claro que quejarnos,
buscar culpables y justificarnos en los demás nos lleva a ser infelices.

El sentido de vida no es un proyecto de vida


Otro aspecto para ser verdaderamente libres es construir o descubrir de manera
personal un sentido de vida propio, en lugar de atribuirle la responsabilidad a otra
persona de darle sentido a nuestra vida. Cuando se aborda este tema, podemos
pensar en la frase “ser feliz y exitoso”, donde la primera idea que se nos puede
ocurrir es la de cumplir metas, tener estabilidad económica y dependiendo del
contexto cultural, ser padre de familia. A partir de dicha idea de éxito y felicidad, se
comienza a fomentar desde la niñez el famoso “proyecto de vida”, el cual
normalmente se nutre de las demandas sociales del contexto. Actualmente se
podría plantear la siguiente lista que nos propone el entorno para “ser pleno y
feliz”:

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1. Ser bachiller.
2. Estudiar una carrera universitaria.
3. Estudiar una especialización, maestría o doctorado (o postdoctorado).
4. Tener un buen trabajo o montar una empresa exitosa.
5. Independencia y estabilidad económica.
6. Formar una familia con casa, finca para vacacionar y mascota.

Si se llegan a lograr esos 6 puntos, desde el entorno se podría afirmar que se


tiene “una vida exitosa y feliz”. No obstante, existe la posibilidad de que en
cualquiera de los 6 puntos nos lleguemos a preguntar: ¿y ahora qué hago?, ¿nací
yo para lo que estoy haciendo en este momento? ¿La vida se trata solamente de
esos 6 puntos, y nada más?
Es posible que la gran mayoría de nosotros se realice esas preguntas, yendo más
allá de un proyecto de vida, y se comience a inquietar acerca de su sentido de
vida. En consecuencia, se nos ocurre una de las preguntas más trilladas por los
medios, que inevitablemente sigue tocando nuestras fibras: ¿qué sentido tiene la
vida? A continuación, encontrarás una alternativa para responder a tan famosa
pregunta.

Todo comienza con un sueño


Todos los seres humanos tenemos una historia de vida, personalidad y forma de
ser diferentes y, por ende, los sueños y anhelos que tenemos también son únicos.
Sin embargo, los sueños o anhelos que tenemos no siempre tienen que ver con
nuestro sentido de vida, ya que también se puede soñar con tener una moto,
comer una comida en especial, conocer un lugar turístico, casarse, entre otros.
Por otra parte, cuando nuestros sueños van más allá, estamos hablando del
PROPÓSITO que podamos descubrir de nuestra vida. Para saber reconocer si
nuestros sueños o anhelos están involucrados con el propósito de vida, es
necesario diferenciar entre META, OBJETIVO y PROPÓSITO.

1. Meta (del lat. meta) f. Fin a que se dirigen las acciones o deseos de
alguien
Las metas las podemos definir como deseos concretos que se
pueden llegar a conseguir si encaminamos nuestra conducta (RAE,
2019). Por ejemplo, comprarse una moto o un carro, conocer un sitio
turístico, sacar 10 en un examen, entre otros. Para conseguir
cualquiera de estas metas, se debe realizar un esfuerzo específico
(ahorrar, estudiar, entrenar, entre otros), y como fruto del esfuerzo
conseguiremos la meta que nos propongamos. Sin embargo,
cuando se consigue la meta, nos terminamos preguntando: ¿y ahora
qué hago?

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2. Objeto (del lat. obiectus) m. Fin o intento a que se dirige o encamina
una acción u operación
El objetivo es un deseo mucho más ambicioso que una meta, es
más, para llegar a un objetivo, debo plantearme qué metas debo
alcanzar para conseguirlo. Por ejemplo, para graduarse de la
universidad, o montar una empresa exitosa, se deben cumplir metas
que me acerquen a ello.
No obstante, los objetivos van encaminados a conseguir un medio
para mantener estabilidad económica, laboral y familiar, aspectos
que a pesar de que son muy importantes, a veces no responden
satisfactoriamente a nuestro sentido de vida. Esto explica por qué en
países desarrollados, tales como Rusia, Japón o Suiza, donde las
personas pueden tener más fácilmente calidad de vida, los índices
de suicidio son de los más altos del mundo. Bajo una vida basada en
objetivos nos podemos llegar a preguntar: ¿nací yo para lo que estoy
haciendo en este momento?

3. Propósito (del lat. proposĭtum) m. Ánimo o intención de hacer o de


no hacer algo. Objeto, mira, cosa que se pretende conseguir
El propósito es el sentido que tiene la vida. ¿Quién soy? ¿De dónde
vengo? ¿Para qué estoy aquí? ¿Hacia dónde voy? Esta búsqueda
evidentemente es más ambiciosa que los objetivos y en ocasiones
está en contravía de conseguir calidad de vida. Aunque pueda
sonar como un concepto no muy explorado, podemos encontrar
numerosos ejemplos en los personajes que marcaron la historia y
aparecen en enciclopedias y libros de biografías. Muchas de estas
personas se caracterizaron no precisamente por buscar estabilidad
económica, laboral y familiar, sino por ir más allá y perseguir sus
ideales, anhelos, convicciones e impactar su mundo en lo que
consideraron valioso. Por ejemplo, Nelson Mandela, Galileo Galilei y
Juana de Arco, fueron personas que encaminaron su vida mucho
más allá de alcanzar calidad de vida y abundancia económica.
Teniendo en cuenta la diferencia entre meta, objetivo y propósito, puede llegar a
ser más fácil identificar cuáles sueños o anhelos tienen que ver con el sentido de
la vida y cuáles no. Ahora bien, inquietarse por el propósito de la vida no quiere
decir que se dejen de lado las metas y los objetivos, debido a que estas pueden
también alimentar y encaminar el sentido de la vida.

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Sin embargo, existen aspectos que pueden alejarnos o mantenernos alejados de
descubrir nuestro sentido de vida. En esta oportunidad, vamos a describir algunos
de estos aspectos.

1. Basar la vida solamente en metas y objetivos


El aspecto que supongo que podría ser la barrera más común para
conocer el propósito de vida es basar nuestra vida en algo menos
ambicioso. Cuando la vida está basada en metas, la conclusión a la
que llega la persona es que la vida no tiene sentido, ya que las
metas tienden a ser las más superficiales de las ambiciones. Cuando
se basa en objetivos, el sentido de la vida se confunde con el éxito
financiero y a nivel trascendental también pierde su sentido. De
acuerdo a lo anterior, surgen historias como la de Sileno, de la
mitología griega, en la que le contesta al rey Midas: “Lo que debes
preferir a todo es, para ti, lo imposible: es no haber nacido, no ser, ser
la nada. Pero después de esto, lo mejor que puedes desear es morir
pronto” (Nietzsche, 2007). Si el sentido de nuestra vida gira
únicamente en torno a poseer cosas materiales o buscar libertad
financiera, el riesgo es que cuando lo logremos nos sigamos
preguntando: ¿nací yo para esto?

2. El entretenimiento como escape y no como entretenimiento


Entretenimiento significa “divertir, recrear el ánimo de alguien”, pero
también significa “distraer a alguien impidiéndole hacer algo” (RAE,
2019). Los diferentes medios de entretenimiento (películas,
programas de televisión, videojuegos, entre otros) no son malos ni
buenos, depende del uso que se les dé. Ahora bien, ¿qué tiene que
ver el entretenimiento con el propósito de vida? Todo, es decir, si
vemos la historia de cualquier película, programa de televisión o
videojuego, comúnmente se trata de personas que persiguen sus
ideales, anhelos o convicciones, que son más ambiciosos que una
meta o un objetivo. No es casualidad que nos llamen la atención las
grandes aventuras, las personas que hacen la diferencia o luchan
contra la corriente. Desde rescatar a la princesa, hasta salvar al
mundo son historias que mueven nuestras fibras. El riesgo es perder
todo el tiempo y energías en aventuras ficticias cuando podemos
tener una propia y verdadera.

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¿Entonces los medios de entretenimiento no se deben usar? Sí se
pueden usar, si se utilizan en espacios de tiempo destinados a eso, a
descansar, a hacer pereza, a entretenerse (sí, también es necesario),
sin reemplazar el tiempo que se puede usar descubriendo el
propósito de vida propio.

3. Cuando el propósito de vida se vuelca en otra u otras personas


Otro obstáculo muy común para descubrir el propósito de vida es
cuando el sentido de nuestra existencia gira alrededor de otra u
otras personas de forma exclusiva. Existen numerosos ejemplos en los
poemas y canciones románticas que dicen frases como: “no puedo
vivir sin ti”, “eres como el aire que respiro”, “mi vida no tiene sentido si
no estás conmigo”.
Aunque no solamente pasa con la pareja, también puede pasar con
los hijos e incluso alguien famoso que se vuelva nuestro ídolo. Pero si
nos llegamos a sentir identificados podríamos preguntarnos: ¿qué
tiene de malo amar a alguien de tal manera? Precisamente, lo
“malo” es que no se estaría hablando de amor sino de
dependencia, que son muy diferentes, siendo la dependencia de las
características más frecuentes en las relaciones conflictivas.
El amor, por otra parte, es cuando compartimos con el otro por
elección y no por necesidad, es decir, en libertad, y eso permite que
ni la felicidad ni el sentido de vida dependan de alguien más, sino
de ti. Lo que curiosamente hace más atractivas a las personas de
manera afectiva es la seguridad que reflejan y la ausencia de
dependencia.
En el caso de los hijos, un ejemplo es el famoso “síndrome del nido
vacío”, que se refiere al proceso de duelo de los padres cuando los
hijos se independizan y dejan la casa paterna. Uno de los riesgos de
volcar el sentido de vida en otra persona, es que estamos hablando
de una persona diferente a nosotros, quien no va a responder
siempre a nuestras expectativas y, cuando nos enfrentemos a un
conflicto, no vamos a tener solamente el malestar de las
expectativas frustradas sino también va a tambalear nuestro sentido
de vida volcado en esa persona. Tú y las demás personas podemos
tener nuestro propio sentido de vida, para que así nos relacionemos
de manera más sana.

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El sentido de la vida depende de qué tan profundo nos permitamos explorar en
nuestros anhelos, convicciones y motivaciones, desde los aspectos que nos hacen
únicos como seres humanos. Dependiendo del nivel de profundidad, podemos
llegar a concluir que la vida no tiene sentido, que se trata de buscar a alguien que
le dé sentido a nuestra vida o que tiene todo el sentido y además explica por qué
somos como somos (Martínez, 2020).
Frente a esto, existen también aspectos que nos pueden ayudar a acercarnos a
descubrir cuál puede ser nuestro sentido de vida, algunos de los cuales te
describo a continuación:

Una fuerte identidad: ¿quién soy yo?


Un ejercicio con el que algunos psicólogos podemos llegar a exasperar a muchas
personas es con la pregunta “¿quién es usted?”, ya que al mejor estilo de la
película Locos de ira, casi ninguna respuesta nos sirve. “Yo no le pregunte su
nombre, sino ¿quién es usted?”, y de la misma manera podemos aplicar la misma
pregunta a cualidades y defectos, género, especie, profesión, entre otras.
Sin embargo, el objetivo de ser tan desesperantes con esta pregunta es resaltar la
importancia de cuestionarse de manera crítica sobre nuestra identidad (Morales,
2017), ya que es el punto de partida para saber qué camino me sirve. Debo saber
mínimo dos cosas: para dónde voy y de dónde vengo o, en otras palabras, para
entrar a conocer mi propósito de vida debo partir de mi identidad.
Cuando una persona tiene una identidad débilmente definida, su seguridad y valor
como persona va a depender de su trabajo (“soy abogado”), desempeño (“soy el
mejor en…”), o cualidades que no son permanentes (“soy amable, cariñoso,
etcétera”), lo que hace que el valor como persona se pierda y, con él, el sentido de
la vida cuando no haya trabajo, los logros no sean los esperados o lleguen
momentos en que no seamos tan amables ni virtuosos (Frankl, 2015).
En cambio, cuando una persona tiene una identidad fuertemente definida, su
seguridad y valor como persona va a estar fundamentada en algo que sí sea
permanente, donde la valía no dependa de lo que hace o tenga sino de lo que es.
Por ejemplo, una persona desde su desarrollo espiritual puede definirse como “un
hijo de Dios”, “un espíritu que tiene un alma y habita en un cuerpo” o “un ser que
fue pensado y soñado por Dios desde antes de la fundación del mundo con un
propósito eterno”. Y por más que pierda el trabajo, le vaya mal en lo que hace o
tenga momentos de descontrol, no va a estar en riesgo su valor como persona ni
su valía. Es importante decir que el desarrollo espiritual no es el único camino para
definir de manera fuerte la identidad, aunque sí es de las áreas más prácticas para
hacerlo.
Nosotros no somos solamente nuestros nombres, apellidos, profesión, imagen o
físico. El mismo Víctor Frankl (2015) propone una alternativa para una identidad
fuertemente definida:

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Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las
libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de
circunstancias— para decidir su propio camino.
A partir de lo conscientes que estemos de la formación de nuestra identidad,
vamos a poder encontrar una respuesta a la famosa pregunta “¿quién es usted?”.
Teniendo claro nuestro punto de partida, es más fácil encontrar un propósito.

¿Qué puedo hacer para descubrir o construir mi propósito?


El propósito no es necesariamente complicado. Que sea más ambicioso que una
meta o un objetivo, no quiere decir que tenga que ser complejo. Muchas personas
identificaron su propósito de vida a partir de las actividades que los apasionaban,
sus talentos o sus anhelos más grandes. Simplemente respondiendo a las
preguntas:
• ¿Qué estarías dispuesto a hacer así no te pagaran?
• ¿Cuál es tu más grande sueño? (más allá de metas y objetivos)
• ¿Qué es eso que tú y otros reconocen en ti como un talento?
• ¿Cómo puede esa pasión o talento ayudar a alguien más?
• ¿Qué te saca de quicio del mundo o sociedad? (tanto que sientas
que necesitas hacer algo al respecto para “curar” al mundo de lo
que lo está afectando)

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Algo importante para identificar lo que nos apasiona, es darnos el permiso de
sentir y emocionarnos enfrentando el miedo a ser vulnerables, poder permitirnos
involucrarnos de manera profunda con personas, creencias, ideales,
circunstancias y objetos de tal manera que los consideremos valiosos e
importantes (Martínez, 2020). El primer paso para tener una vida con sentido es
acercarnos a ella enfrentando el temor de decepcionarnos.
Como lo hemos comentado antes, involucrarnos de manera profunda desde la
dependencia contribuye a nuestro malestar, mientras que, si lo hacemos desde la
libertad, se fortalece nuestro bienestar. No se trata de optar por la superficialidad
para no sufrir, sino de meternos de lleno con lo que cada uno consideremos
valioso en lugar de huir del temor a salir lastimados (Martínez, 2009). Y como
estamos hablando de la vida misma, es importante “no meter todos los huevos en
la misma canasta” e involucrarnos con múltiples cosas valiosas, ya sean acciones,
personas, situaciones, creencias, ideales y sueños. Recuerda que vivir de una
manera intencionada no es excluyente.
También es importante priorizar aquellas cosas valiosas que vivimos en libertad y
comprometernos con ellas, incluso si eso implica ir en contravía de estar cómodos
en el momento. Un propósito de vida no se trata de hacer lo que nos haga sentir
bien temporalmente sino de hacer lo que estamos de acuerdo hacer. La ventaja de
los seres humanos es que no dependemos de lo que sentimos sino de lo que
decidimos y hacemos, lo valioso nos ayuda a elegir nuestro camino y no
distraernos de lo verdaderamente importante (Harris, 2016).
En el momento en que identifiquemos eso que nos apasiona, en lo cual somos
talentosos, que por medio de esa pasión ayudemos a alguien más y que ese sea
nuestro trabajo, se puede decir que estamos viviendo una vida con propósito,
partiendo desde nuestra identidad, que nos ayuda a conectarnos con lo valioso. El
descubrimiento del propósito o sentido de vida es un continuo que dura toda la
vida, y responde el para qué estoy aquí. Llegar a la respuesta a veces no es
rápido, pero entre más pronto empecemos, más pronto lo descubriremos. Es
cuestión de decidir ser feliz, conocerse a sí mismo y pensar en los demás.

“La libertad no es más que la oportunidad de ser mejor”


Albert Camus

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