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Fragmento de: Salinas, F. (2023).

Ser Persona, Ser Pareja, Ser Familia: Manual


práctico de psicología aplicada a la vida diaria. Medellín: Clínica para la
Familia.

CAPÍTULO 14
HABILIDADES PARA MEJORAR LA RELACIÓN DE PAREJA

Existe una realidad que nos aplica a todos los seres humanos, en donde
cualquier tipo de relación va a traer por naturaleza momentos de conflicto
o dificultades en algún momento, así como también cada relación tiene
momentos agradables y placenteros. Algo que tienen en común las
relaciones de pareja funcionales y sanas con las relaciones de pareja
disfuncionales y de bajo pronóstico, es que las dos viven durante todas sus
etapas momentos tanto placenteros como desagradables. Por sana que
sea la relación, van a existir momentos de conflicto, y de la misma manera,
por disfuncional que sea una relación, van a existir momentos placenteros.

Una relación sana se diferencia de una relación disfuncional, no por la


ausencia o presencia de conflictos, sino por la manera en que la pareja los
enfrenta. Y ya que no existe técnica o psicoterapia que haga desaparecer
los conflictos de una relación, es importante identificar y fortalecer aquellas
habilidades que nos ayuden a enfrentar los mismos conflictos, pero de una
manera que le permita a la pareja crecer y cada vez amarse mejor.

¿Por qué se mantienen los problemas de pareja?

Dentro de los diferentes conflictos de pareja que pueden existir, hay unos
que se tienden a repetir y mantener en el tiempo, y por más que queramos
junto a nuestra pareja solucionarlos, siguen ahí. A veces son tan presentes y
repetitivos que podemos percibir que tenemos los mismos diálogos con
nuestra pareja una y otra vez, durante meses o años. Esto puede causar
una sensación de cansancio o impotencia, no tanto por los problemas en
sí mismos, sino por llevar tanto tiempo lidiando con ellos.

Frente a esto, existe una dinámica en las relaciones de pareja que incluso
hacemos de manera inconsciente, que permite no solamente que los
problemas se mantengan en el tiempo, sino también que se incrementen.
La psicología ha encontrado que los conflictos interpersonales (entre
personas), normalmente se generan gracias a la participación de las
partes involucradas, es decir, no se ha encontrado, o por lo menos no

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conozco, un problema interpersonal que haya sido 100% responsabilidad
de una sola de las partes. Normalmente lo que se encuentra es que cada
persona contribuye en algo, consciente o inconscientemente, para que un
conflicto se dé y se mantenga en el tiempo (Vargas y Ibáñez, 2006). A
veces cada uno aporta sus propios errores o fallas, otras veces uno aporta
sus errores y el otro termina aportando estrategias de afrontamiento
ineficaces frente a esos errores. En otras palabras, cada uno aporta lo suyo
al problema.

Ya que, en la mayoría de los conflictos, cada persona tiene un grado de


responsabilidad, una predisposición peligrosa que tenemos como seres
humanos es que tendemos a prestarle atención y especializarnos en los
errores y respuestas del otro en lugar de atender nuestros propios errores y
dar respuestas (Palermo, 2016). Esto lo hacemos casi en automático: los
ojos miran para afuera y no para adentro, por lo que es más fácil identificar
errores en los demás que en nosotros mismos. Algo que nos tiende a pasar
con frecuencia en la Clínica para la Familia en los procesos de terapia de
pareja, es que en las sesiones que se realizan, ya sea de manera individual
o de pareja, en el discurso de él se puede encontrar de manera detallada
qué necesita modificar y mejorar ella y viceversa. Nos volvemos expertos
en los errores del otro, aunque no lo hagamos de manera malintencionada
sino de manera casi automática. El inconveniente con esto, es que la
única persona que puede decidir sobre los errores de alguien es ella
misma, ya que como seres humanos no tenemos la capacidad de pensar,
sentir o hacer por el otro.

Que seamos expertos en lo que no podemos controlar, contribuye a que


nos desgastemos con el otro, obteniendo que el otro no cambie, pero sí
terminemos frustrados o desgastados. Esta dinámica en psicología se llama
locus de control externo, donde analizamos tanto los problemas como las
soluciones en términos de lo que le corresponde al otro e ignoramos lo que
nos corresponde a nosotros mismos, llegando a veces a pensar que el
problema depende exclusivamente del otro, cuando en realidad a cada
uno nos corresponde una parte (Padilla Bautista, Díaz Loving, Reyes
Lagunes, Cruz Torres y Padilla Gámez, 2018).

En mi práctica clínica, he notado dos estrategias que lamentablemente


promueven el desgaste con el otro, que son la cantaleta y aguantar.

La cantaleta es cuando pretendemos que el otro cambie simplemente


diciéndole varias veces qué debe pensar, qué debe cambiar, qué debe

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hacer y cómo hacerlo. Lamentablemente o afortunadamente, los seres
humanos no cambiamos inmediatamente porque alguien nos diga. Incluso
la cantaleta puede llegar a ser el primer obstáculo para que la persona
llegue a sus propias conclusiones sobre la conveniencia de un cambio
específico.

Aguantar, por su parte, se podría decir que es la alternativa ante la


cantaleta, pero lamentablemente tampoco funciona, ya que, si bien
dejamos de insistir en tratar de cambiar al otro, el problema es que
optamos por esperar en silencio a que el otro cambie. De esta forma,
tampoco estamos identificando ni trabajando en nuestros propios errores
sino terminamos en una posición contemplativa y pasiva. Esto lleva a que
ninguno de los dos cambie, sigamos siendo expertos en lo ajeno y se
aumente la frustración o desesperanza. ¿Qué podemos hacer?

Primera habilidad para mejorar tu relación: autoconfrontación

Si la dinámica causada por el locus de control externo lleva a que se


mantengan los problemas en el tiempo, una de las mejores herramientas
para cambiar esto es el locus de control interno, o también llamado
autoconfrontación.

Ya que, en un conflicto, la tendencia del locus de control externo hace


que tratemos de identificar y corregir errores ajenos, la autoconfrontación
consiste en enfocarnos en identificar y corregir nuestros propios errores, así
como ocuparnos de mejorar nuestras propias estrategias ante los errores
del otro (Palermo, 2016). En otras palabras, dejar de desgastarnos en lo que
no depende de nosotros y trabajar en lo que sí nos corresponde y
podemos hacer algo al respecto.

Si tan solo una sola de las partes comienza a enfrentar los conflictos desde
la autoconfrontación, las probabilidades de solución se multiplican, y aún
más cuando los dos lo hacen. Aunque esto pueda parecer claro, en este
punto podemos llegar a confundir autoconfrontación con respuestas que
no tienen que ver con esta habilidad. Te quiero compartir las confusiones
más comunes que he encontrado a la hora de tratar de ponerla en
práctica.

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Autoconfrontación NO es culparse de todo el problema

Que destinemos nuestra atención en identificar y trabajar en nuestros


propios errores y habilidades, no quiere decir que el otro no tenga errores o
que no sean reales. Las equivocaciones del otro siguen ahí y también
contribuyen al problema, pero es el otro quien tiene la responsabilidad de
reconocerlos y trabajarlos, además, recordemos que decirle al otro qué
errores tiene que reconocer no ayuda a que los reconozca. En lugar de
tratar de torcer la interpretación del problema para concluir “todo es mi
culpa”, es más funcional enfocarnos en corregir y mejorar nuestra parte.

Autoconfrontación NO es justificar al otro

Si bien autoconfrontarse implica dejar de condenar al otro por sus errores,


esto no quiere decir que adicionalmente debamos justificarlo. No es
necesario ni condenar ni justificar los errores ajenos, y sí puede ser
desgastante. Más que justificar al otro, la autoconfrontación se trata de,
como la palabra lo indica, confrontarse a uno mismo sobre los errores
propios, sin dejar de reconocer que el otro también tendrá sus errores.

Autoconfrontación SÍ es mejorarse continuamente a uno mismo

Otra forma de describir la autoconfrontación es decidir estar en una


auditoría interna continua, buscando constantemente ser mejor que antes,
donde la tarea constante es identificar y corregir los propios errores. En este
caso, los errores no se perciben como algo que no puede pasar o una
mala noticia, sino como un recurso para mejorar. Una analogía que me ha
servido mucho en este punto es el escenario donde contratan a alguien
para mejorar los procesos de una empresa.

La persona lo primero que necesita hacer para mejorar las cosas es


evaluar, buscando errores o cosas que se puedan hacer mejor. Si la
persona, tras la evaluación, encuentra que todo se está haciendo bien y
no encuentra errores, más que un alivio, termina siendo una mala noticia,
porque, por un lado, la empresa se queda estancada en su estado actual
de crecimiento sin posibilidad de mejorar y, por otro lado, la persona que
contratan para mejorar las cosas perdería su trabajo. De la misma manera
ocurre con nosotros mismos, cuando alguien o nosotros mismos
identificamos errores que hemos cometido.

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Lamentablemente, a nivel social y cultural, se nos ha vendido la idea de
que cuando nosotros o alguien descubre un error, es algo terrible, que nos
pone en una posición de vulnerabilidad, y que lo mejor que nos puede
pasar es nunca encontrar, ni nosotros ni otras personas, errores en nosotros
mismos.

Sin embargo, si tenemos el interés de ser mejores y no quedarnos igual, este


escenario de “cero errores” es precisamente el peor escenario posible.
Siguiendo el ejemplo de la persona que contratan para mejorar los
procesos de una empresa, encontrar un error es una noticia maravillosa, ya
que esa falla se convierte en material para trabajar y mejorarnos a nosotros
mismos.

Al entrenar la autoconfrontación, necesariamente cambia la manera en


que percibimos los errores, de tal manera que luego de una exposición en
un entorno académico, nosotros mismos somos los que buscamos al
profesor y le preguntamos: “¿qué le pareció la exposición?, ¿usted tiene
alguna recomendación para que pueda mejorar mis exposiciones?”. Y si el
profesor nos contesta: “Todo muy bien, excelente”, pasamos de pensar
“que bien, me salvé”, a pensar “¿en serio?, debe haber algo que me
pueda decir, no me deje igual por favor”.

La autoconfrontación permite que encontrar errores o recibir críticas deje


de ser algo angustiante y comience a ser algo emocionante, que nos da la
oportunidad de pulirnos a nosotros mismos.

Para poner en práctica este recurso psicológico, te recomiendo lo


siguiente:

1. Practica la sinceridad radical contigo mismo. El primer paso es


reconocer honesta y sinceramente tus errores. Mantente alerta en no
caer en justificaciones de tus actos. Pensamientos como: “pero es
que el otro comenzó”, “no es tan grave como otras cosas que
hacen otras personas”, “es malo, pero es la única manera”, “fue el
otro quien me provocó”, “el otro saca lo peor de mí”, “no es pegar
sino corregir”, “no es gritar sino alzar la voz”, “es que todos los
hombres/mujeres somos así”, “es que yo soy así”, entre otras.
Independientemente de la explicación, razones o justificaciones que
tengamos, los errores siguen siendo errores, y aceptarlos te permite
verlos claramente para corregirlos.

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2. Ante la crítica, pregúntate: ¿qué de esto realmente me aplica o tiene
que ver conmigo? Uno de los errores más comunes ante las críticas
que recibimos es que las afrontamos como si se tratara de un todo o
nada, donde rechazamos todo o aceptamos todo. Sin embargo, en
la gran mayoría de ocasiones, las críticas que recibimos contienen
información que realmente tiene que ver con errores nuestros, pero
también tienen información que se puede referir a
malinterpretaciones o suposiciones desacertadas de la otra persona,
por lo que conviene separar lo uno de lo otro. Por ejemplo, si nuestra
pareja nos dice literalmente: “quedamos de vernos a la 1:00 p.m. y
me prometiste que ibas a llegar a tiempo, pero llegaste a las 2:00
p.m., tú siempre mientes y lo haces para hacerme sentir mal”, nos
preguntamos qué de esto me aplica. Podríamos concluir que nos
aplica el error de faltar a nuestra palabra y llegar tarde, pero no nos
aplica el “siempre mientes” ni la intención de “hacer sentir mal”.
Tener esta claridad, nos permite enfocarnos en cumplir nuestra
palabra y aumentar nuestra puntualidad, sin necesidad de
responsabilizarnos de las suposiciones de la otra persona.

3. No confundas error con mala intención. Tal vez, uno de los más
grandes obstáculos para implementar la autoconfrontación en
nuestras vidas y relaciones de pareja, es esta confusión, y en este
punto es muy importante diferenciar error de intención. Por un lado,
error significa “concepto equivocado o juicio falso”, “acción
desacertada o equivocada” o “diferencia entre el valor medido o
calculado y el real” (RAE, 2019), es decir, para considerar que algo
es un error, es cuando se quiere una cosa, pero el resultado obtenido
es otro, mientras que intención significa “determinación de la
voluntad en orden a un fin” (RAE, 2019), es decir, para considerar
que algo es una intención, es cuando se quiere una cosa y se
obtiene lo que se quiere.

Cuando encontramos un error propio o alguien resalta un error que


cometimos, podemos caer en comenzar a defender que no
teníamos malas intenciones. Por eso, es muy importante tener en
cuenta que aceptar un error no significa aceptar que tenemos
malas intenciones, porque error e intención son excluyentes.

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Normalmente, los errores se cometen con buenas intenciones. Tener
claridad en esto nos da la libertad de reconocer y corregir nuestros
errores sin necesidad de percibirnos como “malos”.

4. Especifica con palabras concretas tanto el error como la mejoría.


Otro impedimento que puede surgir a la hora de “encargarnos de
nuestra parte”, es no delimitar en qué consiste nuestro error, además
de tampoco delimitar cómo implementaríamos la mejoría. Siguiendo
el ejemplo de la exposición académica, si el profesor nos llega a
decir algo como: “no me gustó la forma en que te expresaste”, la
observación es tan general que necesitamos especificarlo para
identificar concretamente dónde estuvo la falla, en ese caso
podríamos preguntar: “¿qué comportamiento o palabras usted
considera que afectaron mi forma de expresarme?”. De la misma
manera, cuando definimos cómo implementamos la mejoría es
importante avanzar de un “voy a exponer mejor la próxima vez” o un
“debo ser más amable” a un “voy a aumentar la emoción en mi
tono de voz” o un “voy a incluir un buenos días y gracias en mis
interacciones sociales”.

5. Retroalimenta tus mejorías con tu pareja o la otra persona. Una


recomendación que puede ayudar a potencializar el proceso de
mejora continua en nosotros mismos es no solamente buscar errores,
sino indagar y evaluar con nuestra pareja o la otra persona nuestras
acciones de cambio, por un lado, para verificar lo que se está
haciendo bien, pero sobre todo para corregir en la práctica aquellas
cosas que se notan solamente cuando intentamos cambiar y
mejorar. Cuando hacemos partícipe a un testigo en nuestro proceso
de cambio y mejoramiento, es más difícil caer en la tentación de
justificarnos, rendirnos o aplazar nuestras acciones.

La autoconfrontación es una habilidad que nos permite romper el ciclo de


los conflictos recurrentes en la relación de pareja (y otras relaciones) que
nos terminan desgastando y generando desesperanza.
Sin embargo, requiere dejar de ver los errores como algo prohibido y
comenzar a verlos como lo que en realidad son: materia prima para ser
mejores. De esta manera, pasamos de evitar a buscar y aprovechar las
críticas de nuestra pareja.

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Segunda habilidad para mejorar tu relación: empatía

En ocasiones, cuando tenemos un conflicto o diferencia con otra persona,


podemos llegar a tener la sensación de que, sin importar lo que digamos,
la otra persona no se va a calmar, no va a entendernos, no va a
reconocer su error ni su exageración. En otras ocasiones, simplemente no
entendemos por qué está molesta, y esto nos lleva a preguntarnos: ¿cómo
abordar a una persona cuando está “en caliente”? A continuación,
describiremos cómo hacerlo.

Nos pasa tanto a hombres como a mujeres, pero la fama la tienen las
mujeres

La sensación de no saber qué hacer o no reconocer qué le pasa a la otra


persona, en muchos casos se vive en las relaciones de pareja, donde la
incertidumbre viene del hombre y la molestia viene de la mujer. Y al
contrario de lo que se piensa en general, esta situación no se debe a la
“locura” de las mujeres, sino a la falta de empatía de los hombres (Gray,
2010). Además, también esta combinación de incertidumbre ante la
explosividad puede ocurrir entre padres e hijos, profesores y alumnos, jefes
y empleados, vendedores y clientes o entre amigos. En cualquier caso,
podemos sentir la frustración de ver como únicas salidas: quedarnos
callados, darle la razón (aunque no la tenga) o responder de forma
agresiva, lo que en ningún caso sirve y, por el contrario, el problema se
mantiene o se incrementa.

Cuando alguien está en caliente, lo que menos importa es el problema

Cuando surge un conflicto o una discusión, en realidad lo que tiene más


urgencia de atender es la emoción, y luego, en segundo lugar, es más
efectivo encargarse del problema (Gray, 2010), simplemente porque
cuando estamos “en caliente”, no escuchamos, ya que primero
necesitamos “enfriarnos”. Entonces, en ese momento, NO necesitamos
hablar del problema ni de soluciones o explicaciones, sino encargarnos de
la emoción que mantiene la cabeza “caliente”, pero ¿cómo calmar o
ayudar a “enfriar” a alguien de manera efectiva sin mantener ni agrandar
el problema? Existen dos estrategias que tienden a ser efectivas para
ayudar a “bajarle los humos” a alguien: tiempo fuera y contención
emocional.

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Tiempo fuera, la estrategia favorita de la mayoría de los hombres

Aunque esta no sea una preferencia de todos los hombres, se podría decir
que es la elección de la mayoría. “Tiempo fuera” es pedirle a la otra
persona en ese momento de molestia que nos dejen solos para que
nosotros aparte por nuestra cuenta “exorcicemos nuestros demonios” y ya
cuando estemos tranquilos poder hablar del problema (Gray, 2010). No
obstante, para que sea efectivo, se necesitan tres condiciones:

1. Pedir el tiempo fuera. Es mucho más efectivo decir: “estoy muy


molesto, deme un tiempo solo, me calmo y ahí sí seguimos
hablando”, que simplemente ofuscarse, dar la espalda e irse sin
decir nada.

2. Permitir el tiempo fuera. A veces, aunque la otra persona nos pide el


tiempo fuera, no lo permitimos por la sensación de que estamos
siendo ignorados o la otra persona está evadiendo el problema. Sin
embargo, es mucho más efectivo permitir que la otra persona se
ocupe de sus emociones y luego “en frío”, abordar el problema.

3. Volver a enfrentar el problema. Uno de los grandes retos cuando se


pide y se permite un tiempo fuera, es volver y tener la iniciativa de
hablar del problema. Ya que cuando la emoción se calma,
podemos llegar a pensar que hablar del problema es una forma de
“dañar el ambiente”, por lo que lamentablemente decidimos
quedarnos callados y pensamos que ignorar el problema es igual a
solucionarlo. En realidad, abordar el problema “en frío” aumenta las
probabilidades de llegar a una solución, mientras que ignorarlo hace
que el problema se mantenga en el tiempo. Darle la espalda a un
tigre, no hace que el tigre desaparezca. Pasa lo mismo con los
problemas.

Contención emocional, la estrategia favorita de la mayoría de las


mujeres

Así como lo mejor que se puede hacer con la mayoría de los hombres
cuando están molestos es dejarlos solos, en el caso de la gran mayoría de
las mujeres es todo lo contrario. La peor idea es dejarlas solas, porque más
que un tiempo fuera, necesitan una contención emocional. Esto se refiere

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a la habilidad de comprender y acompañar a otra persona cuando está
sintiendo con gran intensidad una emoción desagradable como la ira, la
tristeza o el miedo (Gray, 2010). ¿De qué se trata? La contención
emocional efectiva también tiene tres condiciones principales:

1. La cuestión no es “qué está diciendo”, sino “qué está sintiendo”


Cuando estamos “en caliente” habla más la emoción que la
persona, y cuando es así, no es extraño que se digan exageraciones
o afirmaciones injustas, a pesar de que racionalmente sabemos que
no es cierto, por lo que engancharse en una discusión basados en lo
que literalmente dice la persona alterada, es en realidad una mala
idea. Esto se debe a un sesgo de percepción que consiste en que
cuando nos sentimos mal, las soluciones o consejos los percibimos
como críticas y regaños, así como las explicaciones y argumentos las
percibimos como justificaciones. Recuerda, en el momento de la
emoción, lo que más importa es la emoción. Entonces, enfócate en
“qué está sintiendo”, ya que luego “en frío” puedes hablar
realmente con la persona.

2. Identifica qué le está diciendo su emoción. Como ya lo hemos dicho,


cuando la otra persona está “en caliente” la emoción tiende a decir
cosas que no son ciertas, pero son ideas o pensamientos que le
duelen a esa persona que está alterada. Es decir, la discusión en
realidad no es en contra tuya, sino que tú estás siendo testigo de las
cosas crueles que le dice la emoción a esa persona. Por eso
identifica “con qué frases la emoción ataca a esa persona”, para así
poder responder efectivamente. Por ejemplo, si tu pareja, luego de
que se siente ignorada porque estás viendo el celular mientras te
habla, te dice en caliente: “A ti no te importa lo que yo siento”, en
realidad la emoción le está diciendo a ella: “Tú no eres importante
para tu pareja”. Recuerda, no es contigo, no necesitas defenderte,
necesitas comprender.

3. Respóndele a la emoción y no al problema. No se trata de corregir la


exageración ni de decir la mejor solución al problema (eso es en frío,
no en caliente). Responder a la emoción es decir todo lo contrario a
lo que su emoción le está diciendo, eso lo puedes hacer con
palabras o con hechos. Siguiendo con el ejemplo anterior, si tu

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pareja te dice en caliente: “A ti no te importa lo que yo siento”, una
respuesta empática es responder: “Tú eres importante para mí,
discúlpame si sentiste que no lo eres”, lo cual puede ser más efectivo
que decir: “¿Ahora yo qué hice?”, “No es para tanto” o “Pero si yo te
estoy escuchando”. Recuerda, apúntale a debilitar lo que le dice su
emoción.

Algo importante sobre la práctica de la empatía

Si haces parte de la mayoría de los hombres que no sabes qué hacer con
la emocionalidad de ella o perteneces a la mayoría de las mujeres que se
desespera cuando, en lugar de comprensión, obtienes críticas o silencio
por parte de él, y vas a poner estas estrategias en práctica, es muy
importante comprender que cada uno está comenzando a desarrollar una
habilidad que no maneja aún muy bien, por lo que no es raro que, en los
primeros intentos, se sienta falso o la ejecución no sea muy buena.

Antes de mandar al otro a volar o rendirte, conviene que retroalimentes a


tu pareja. Nadie mejor para capacitar a tu pareja en lo que puede
mejorar de su respuesta empática contigo que tú, así cada intento que se
sienta “falso” será una oportunidad de crecimiento para la pareja, en lugar
de una excusa para volver a lo mismo.

Por ejemplo, si él en sus primeros intentos de respuesta empática te dice


algo como: “entiendo tu dolor”, con cara de incertidumbre o
incomodidad, es mucho más efectivo que decidas en el momento no
mandarlo a volar, y cuando estés “en frío” le digas algo como: “Gracias
por intentar ser empático, pero me gustaría que en un momento así me
dijeras algo como ‘la verdad no sé qué decirte para que te puedas sentir
bien, pero sí quiero decirte que cuentas conmigo’ o ‘¿Quieres quejarte de
la situación conmigo?, yo te escucho’”.

Aunque el tiempo fuera es la preferencia de la mayoría de los hombres y la


contención emocional es la necesidad de la mayoría de las mujeres, a
veces las mujeres necesitan un tiempo fuera y los hombres una respuesta
empática. La cuestión es que podamos estar de acuerdo con la otra
persona, sea pareja, familiar o amigo, de decir abiertamente cuál de las
dos necesitamos y así “enfriar” efectivamente las cosas para hablar del
problema.

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Tercera habilidad para mejorar tu relación: asertividad

En ciertos momentos de nuestra vida, nos encontramos en medio de


situaciones que nos parecen injustas o que simplemente nos molestan, sin
embargo, comúnmente terminamos en el frecuente dilema donde si
optamos por ser sinceros, y decir lo que pensamos, nos tildan de groseros o
imprudentes. Pero, por otro lado, si decidimos ser educados, nosotros
mismos nos reprochamos por ser hipócritas o falsos.

Es importante aclarar que cuando nos enfrentamos a situaciones que nos


parecen injustas o que simplemente nos molestan, experimentamos ira, en
la cual existen dos tendencias y todos los seres humanos estamos en
alguna de esas dos:

1. Explosiva. Las personas explosivas son aquellas que les parece muy
difícil quedarse calladas cuando algo las molesta, y a pesar de que
pueden sentir orgullo por ser sinceros, generan una imagen de
problemáticos, malgeniados u odiosos (Goleman, 2010). Además,
pueden llegar a decir o hacer algo en el momento de ira de lo cual
terminan pidiendo disculpas o sintiéndose mal.

2. Pasivo–agresiva. Las personas pasivo-agresivas, por otro lado,


parecen personas tranquilas, poco problemáticas, y no se les
dificulta quedarse calladas cuando les molesta algo. Sin embargo,
ese precisamente es el mayor problema; al “aguantarse” las cosas,
permiten que eso que les parece molesto siga pasando o empeore,
hasta que llega un punto en donde estallan por TODAS las
situaciones en las que se quedaron calladas, lo cual es una
respuesta mucho más problemática que la de la persona explosiva
común (Goleman, 2010).
Las dos tendencias generan problemas. Sin embargo, la más peligrosa de
las dos es la pasivo-agresiva, ya que, acudiendo a un ejemplo extremo
pero posible, un estudiante explosivo en un colegio puede que lo lleven a
coordinación durante todo el año escolar y bajará su promedio por
disciplina o lo expulsarán, mientras que un estudiante pasivo-agresivo
después de tres años de “buen comportamiento”, traerá un arma al
colegio y le disparará tanto a los compañeros que lo molestaron como a
los profesores que no lo defendieron, terminando ese estudiante en un

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“reformatorio”, o bien cometiendo suicidio. Lo peor que se puede hacer
con una emoción, es comérsela.

Si nos identificamos más con la tendencia pasivo-agresiva, irónicamente el


primer paso es volverse una persona explosiva, y una vez que hayamos
decidido renunciar a quedarnos callados ante las cosas que nos molesten,
el segundo paso es “explotar”, pero de una manera que nos genere
soluciones en lugar de problemas.

¿Cómo explotar sin que esto nos genere problemas?

Para explotar sin que esto nos genere problemas (o no más de los
necesarios), es importante utilizar una habilidad social llamada asertividad,
entendida como la habilidad de expresar lo que se siente y piensa, sin
llegar a ser agresivo (Caballo, 2007). Pero, lamentablemente, la asertividad
ha sido uno de los conceptos que más se ha malentendido, incluso por los
psicólogos, quienes acaban confundiéndolo, en varias ocasiones, con la
hipocresía. A continuación, les presento las diferencias más importantes
entre asertividad e hipocresía:

1. El hipócrita aparenta estar bien, el asertivo muestra su molestia

Desde la hipocresía, cuando se escucha un comentario de mal


gusto, la mejor opción es sonreír o incluso fingir la risa, aparentando
que le parece gracioso, mientras que desde la asertividad no se
sonríe y de forma seria, pero no descontrolada, se exige respeto.

2. El hipócrita contempla dos opciones, el asertivo, tres

Cuando nos enfrentamos a situaciones que nos incomodan o nos


parecen injustas, de forma inmediata percibimos que solamente
tenemos dos opciones:

• Ser agresivo y sincero al costo de caer mal


• Caer bien al costo de ser pasivo e hipócrita
Sin embargo, si bien esas dos alternativas son reales y podríamos
optar por cualquiera de ellas, en realidad existe una tercera
alternativa de la que no nos percatamos normalmente en el
momento:

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• Ser sincero sin ser agresivo, no para caer mal o bien, sino para
hacerse entender

3. El objetivo del hipócrita es caer bien, el del asertivo es prevenir que


lo que le molesta vuelva a pasar

Mientras que el panorama para la hipocresía es “si quieres caer bien,


debes callar y aguantar” para la asertividad es “si quieres que esto
no vuelva a pasar, ¡habla!, pero de una forma que te entiendan en
lugar de tomárselo personal”. La hipocresía se utiliza para los demás,
mientras que la asertividad es principalmente para uno mismo.

¿Qué se necesita para ser asertivo?


Todos hablamos del “diálogo”, pero lo que no se sabe es que este tiene
tres condiciones para que funcione. Si falta alguna de las tres, el intento
para ser asertivo fracasa. Estas tres condiciones son:

1. Palabras precisas. Existen palabras adecuadas para todo, así como


un mismo mensaje puede decirse con diferentes palabras. Es
diferente decir: “esa es mi responsabilidad” a “no sea metido”. Tiene
una eficacia diferente, aunque se quiera decir lo mismo. Si evitamos
las etiquetas y juicios de valor, es más fácil encontrar las palabras
adecuadas. El truco en cuanto a las palabras es referirnos más a la
situación y a las acciones que a las personas.

2. Forma precisa. De nada sirve tener las palabras adecuadas, si las


decimos gritando, o siendo agresivos con nuestro lenguaje no verbal,
no porque quedemos mal, sino porque esto no permite que las otras
personas entiendan el mensaje o nuestros argumentos.

3. Momento preciso. Es identificar el momento preciso para hablar de


la molestia. Como hay palabras adecuadas para todo, también hay
un momento adecuado para todo. Algunas características del
momento adecuado son:

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• Si la otra persona está molesta, es probable que no le preste
atención al mensaje, funciona más hablarle cuando la veamos
calmada

• Habla con la otra persona cuando no tengan personas


conocidas alrededor. Hablar con más personas involucradas
en el diálogo, dificulta que se acepten errores o se llegue a
soluciones

• Espera a que la otra persona termine de hablar. Cuando dos


personas hablan al mismo tiempo, ninguna escucha a la otra y
se pierde el mensaje
La asertividad, sin embargo, no se trata de un punto medio entre la
pasividad y la agresividad, sino de un intervalo, donde dependiendo de la
situación, conviene usar una respuesta u otra. Las condiciones generales
son solamente dos:

1. No quedarse callado
2. No ser agresivo con la otra persona

Por ejemplo, si un compañero del colegio o trabajo nos molesta, una


respuesta asertiva puede ser: “No moleste, respete”, mientras que, cuando
la situación se trata de un jefe, profesor, pareja o suegra(o), la respuesta
conviene que sea con más cuidado, pero sin dejar de ser sincero. La
psicología ha encontrado en estos casos un orden para la respuesta que
tiende a ser más efectivo (Cabra y Sarasibar, 1995):

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1. Descripción de los hechos. Comenzar con la descripción de los
hechos tal cual pasaron, sin opiniones, permite entablar el diálogo
con aquella información en la que las dos partes están de acuerdo,
lo que garantiza más la escucha y apertura por parte de la otra
persona y evita que se cierre.

2. Autorrevelación. Es decir sinceramente lo que se piensa y se siente al


respecto de los hechos, no como un reclamo al otro sino como el
derecho a comunicar cómo de manera personal se están
interpretando esos hechos y cómo nos sentimos al respecto.

3. Compromiso viable. Para que no quede la sensación de “queja”,


proponer una alternativa para que no vuelva a pasar una situación
específica o para prevenir problemas, permite que la otra persona
no interprete el diálogo como un reclamo sino como un acuerdo
para mejorar la convivencia o solucionar el incidente.
Un ejemplo de una respuesta asertiva aplicando este orden podría ser:
“Jefe, en la reunión que acabamos de tener usted me llamó la atención
por no tener el informe a tiempo (hechos), y tiene toda la razón en que
debo ser más responsable. Sin embargo, considero que los gritos y palabras
como “bruto” o “inepto” son innecesarias y ofensivas (autorrevelación), por
lo que le pido el favor de hablarme con el mismo respeto que yo me dirijo
a usted. Le pido excusas nuevamente por lo del informe y me comprometo
a tener todos mis informes a tiempo” (compromiso viable).

La asertividad no se trata de falsedad o hipocresía con la excusa de


querer ser educado, la asertividad se trata de ser sinceros en todo
momento, pero de una manera inteligente y clara, que nos funcione para
evitar y solucionar problemas.

¿Qué hacemos cuando nos insisten o presionan a hacer algo que no


queremos? Estrategias asertivas ante la presión

Además de la asertividad y sus características generales, existen


estrategias específicas que sirven para responder a la presión social, ya
que, en ocasiones, la presión para quedarnos callados o terminar siendo
agresivos no viene necesariamente de pensamientos internos solamente
sino también de presiones externas. En este apartado te quiero compartir

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cuatro estrategias asertivas que nos pueden ayudar a responder a la
presión, sin terminar cediendo sin razón suficiente o siendo agresivos.

1. Disco rayado
Esta estrategia se usa cuando la presión a la que nos estamos
enfrentando es repetitiva, pero sin argumentos, y consiste en repetir
nuestro argumento o punto de vista ante cada insistencia de la
misma manera que la primera vez, sin ceder y tampoco ser agresivo
(Cabra y Sarasibar, 1995). Un ejemplo de esta estrategia es cuando
estamos en una reunión social donde particularmente ese día no
queremos tomar, y llega alguien a ofrecernos “un trago”, a lo que
respondemos “no, gracias, hoy no quiero tomar”, pero la persona
comienza a insistir de manera repetitiva: “tómese uno, tómese uno”,
frente a lo cual simplemente respondemos de la misma manera: “no,
gracias, hoy no quiero tomar”, y si llega a volver a insistir, repetimos la
misma respuesta en el mismo tono. No necesitamos ni pelear con la
persona ni tampoco tomarnos un trago que no queremos tomarnos.
Normalmente, a la tercera o cuarta vez, la persona deja de insistir.

2. Banco de niebla
Esta estrategia se usa cuando la presión, además de insistir, viene
acompañada de argumentos para que cedamos, pero estos
argumentos tienen la característica de ser verdaderos aunque
insuficientes para que cambiemos de opinión. Banco de niebla
consiste en primero resaltar la parte verdadera del argumento del
otro y luego reafirmar la propia posición (Cabra y Sarasibar, 1995).
Siguiendo el ejemplo de la reunión, la persona que presiona puede
decir algo como: “pero usted sí toma alcohol y además no está
tomando medicamentos que se lo impidan”. Una respuesta asertiva
usando banco de niebla puede ser: “tienes razón, yo sí tomo y no
estoy tomando medicamentos, pero hoy no quiero tomar”.

Pero ¿qué pasa cuando el argumento sí es suficiente para que


cambiemos de opinión? En ese caso, simplemente nos damos el
permiso de cambiar de opinión, no dejarse presionar no quiere decir
que seamos obstinados o tercos. El problema con ceder a la presión
no es cambiar de opinión sino el hacerlo por razones que nosotros
consideremos insuficientes o en contra de nuestra voluntad.

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3. Aserción negativa
Esta estrategia se usa cuando la presión, además de insistir, en lugar
de argumentos viene acompañada de exponer conductas
reprochables o errores que hemos cometido. En Colombia decimos
“nos sacan los trapitos al sol”, también con la característica de ser
cierto pero insuficiente para cambiar de opinión. La aserción
negativa consiste en reconocer abiertamente los errores que hemos
cometido, pero después reafirmar nuestra posición (Cabra y
Sarasibar, 1995).

Continuando con el ejemplo de la reunión, la persona que presiona


puede decir algo como: “Pero la vez pasada que estábamos en una
reunión fue usted quien me insistió que tomara y a pesar de que le
dije que no, no me dejó en paz y me presionó hasta que terminé
tomando”. Frente a esto, una respuesta, usando la aserción
negativa, puede ser: “Tiene razón, yo le insistí y lo presioné para que
tomara y usted no quería tomar, eso estuvo mal de mi parte, no debí
hacer eso, pero eso no cambia el hecho de que yo hoy no quiera
tomar”.

4. Interrogación negativa
Esta estrategia es útil cuando la persona que presiona ante la
negativa de nosotros se molesta. Interrogación negativa consiste en
preguntar abiertamente sobre la razón de la molestia (Cabra y
Sarasibar, 1995), ya que normalmente las personas que se llegan a
molestar no tienen presente de manera clara por qué. En el ejemplo
de la reunión, la persona que presiona si se molesta, puede llegar a
decir algo como: “¡Pero qué rogadera para que tome, me está
despreciando, se lo toma o se lo riego encima!”. Ante este tipo de
presión, una respuesta usando interrogación negativa puede ser:
“¿Por qué le molesta que yo no quiera tomar?”. Ante este tipo de
preguntas, normalmente, la persona que presiona por medio de su
molestia deja de insistir y se aleja.
Usar estas cuatro estrategias nos puede ayudar a ser fieles a nosotros
mismos, y permitirnos cambiar de opinión o ceder ante las propuestas de
los demás, pero solamente cuando consideremos que tienen razones

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suficientes, pero, sobre todo, evitar terminar haciendo lo que no queremos
simplemente por presión.

Cuarta habilidad para mejorar tu relación: estrategias de comunicación y


resolución de conflictos

Además de la autoconfrontación, empatía y asertividad, es importante y


conveniente que fortalezcamos las estrategias eficaces para potencializar
nuestra comunicación, que nos acerquen más rápido a la solución de los
conflictos o diferencias con nuestra pareja, pero también con otro tipo de
relaciones. A pesar de que podemos encontrar diversas estrategias, en
este apartado te quiero compartir tres que considero que son muy útiles y
efectivas desde lo visto en mi experiencia profesional y personal.

1. Saber cómo decir lo bueno y lo malo. No es extraño que


conozcamos chistes o hayamos vivido momentos donde nos dicen:
“Le tengo una noticia buena y otra mala ¿Cuál quiere primero?”.
Frente a esta pregunta unos pueden contestar: “deme primero la
mala para luego contentarme con la buena”, pero otros también
pueden decir: “deme primero la buena para recibir con mejor
actitud la mala”. ¿Qué conviene más?

La psicología ha encontrado que, solamente cuando la mala noticia


es igual o menos relevante que la buena noticia, genera mayor
bienestar primero decir la mala. Un ejemplo es cuando primero
vemos una película de terror y luego una de comedia para dormir
más tranquilos. Sin embargo, cuando la mala noticia es más
relevante que la buena, ya deja de ser una cuestión del orden en
que recibimos la noticia sino de cómo enfrentamos esa mala noticia,
donde es más efectivo el apoyo social para superar la emoción, que
buscar soluciones a la situación (Sul, Kim y Choi, 2013).

Es decir, cuando la buena y la mala noticia son igual de grandes,


conviene primero recibir la mala noticia, pero cuando la mala
noticia es más grande que la buena noticia, es conveniente primero
encargarnos de la emoción con apoyo social, y luego encargarnos
de solucionar la situación o el problema.

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Otra recomendación de comunicación frente a las buenas y malas
noticias, además de cómo recibirlas, también es cómo las damos al
otro. En este caso, es recomendable referirnos al ser cuando
hablamos de lo positivo y referirnos al hacer cuando hablamos de lo
negativo. Te lo explico con un ejemplo en cada caso:

• Referirnos al ser al decir lo positivo (Recomendado):


“Amor, hoy estás hermosa”.

• Referirnos al hacer al decir lo positivo (No recomendado):


“Amor, esa blusa que tienes puesta está hermosa”.

• Referirnos al ser al decir lo negativo (No recomendado):


“No me gusta que seas un mentiroso”.

• Referirnos al hacer al decir lo negativo (Recomendado):


“No me gusta que hayas dicho mentiras”.

Dicho de otra manera, cuando al hablar de lo positivo nos referimos


a la persona, tiende a generar un mejor impacto, mientras que
cuando al hablar de lo negativo nos referimos a la conducta, tiende
a generar mayor escucha y aceptación.

2. Estrategia gana-gana para llegar a acuerdos. Tal vez un tipo de


situación que pueden llegar a ser conflictos y que no hemos
abordado directamente hasta ahora, son aquellas que no parten de
un posible error de alguien sino de diferencias entre gustos o
preferencias que son válidos pero diferentes. Por ejemplo, cuando un
miembro de la pareja quiere comprar leche de una marca y el otro
prefiere otra marca, o cuando uno quiere pasar el tiempo libre de
una manera y al otro le gustan otro tipo de actividades.

En estos casos, conviene usar un estilo de negociación llamado


distributivo o gana-gana (Parrado, Cabezas Rodríguez y Calderón
Saray, 2018). Esta estrategia se trata de manera práctica de tres
momentos.

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1) Cada parte define su escenario ideal. En este primer momento
cada uno define de manera explícita cómo sería el escenario
si exclusivamente se tuvieran en cuenta los gustos y
preferencias propias o responder a la pregunta: ¿cómo te
gustarían que fueran las cosas, si no debieras tener en cuenta
al otro?

2) Cada parte renuncia a una parte de su escenario ideal. Luego


de tener “sobre la mesa” el escenario ideal de cada uno, pero
ya tomando en cuenta las preferencias del otro, se comparte
con la pareja la respuesta a la pregunta: ¿qué parte
sacrificarías de tu escenario ideal?

3) Las dos partes definen un acuerdo agridulce. Con base al


sacrificio de cada uno, se define de manera conjunta un
acuerdo donde las dos partes ganen algo y también pierdan
algo, dejando un sabor agridulce en cada uno.

Un ejemplo de la implementación de la estrategia gana-gana en


una situación de preferencias diferentes al interior de una relación de
pareja, puede ser el siguiente:

Pasos gana- Él Ella


gana
Escenario ideal “Para mí, mi escenario “Para mí, mi escenario ideal
ideal es que no visitemos es que visitemos a mi mamá
nunca a tu mamá”. todos los domingos”.
Renuncia “Aunque me gustaría que “Aunque me gustaría que
no tengamos que ir visitemos a mi mamá todos
nunca, estoy dispuesto a los domingos, estoy
que vayamos donde tu dispuesta a que vayamos
mamá una vez al mes”. cada 15 días”.
Acuerdo Partiendo diferencias, decidimos y llegamos al acuerdo
agridulce de visitar a la mamá (de ella) cada 20 días.

La estrategia gana-gana permite que las diferencias no terminen


convirtiéndose en guerras de poder donde las parejas puedan
contemplar otra alternativa diferente a imponer o subyugarse.

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“Cuando se hace lo que tú quieras es imposición, cuando
se hace lo que yo quiero, también; pero cuando los dos
ganamos una parte y perdemos otra, es justicia”.

No obstante, aunque la estrategia gana-gana pueda ser una buena


idea para llegar a acuerdos en algunas diferencias, también es
importante resaltar que termina siendo insuficiente cuando las
diferencias de gustos o preferencias contienen una percepción
personal de que las preferencias del otro están equivocadas y las
propias son las correctas. En este caso, conviene buscar un criterio
de realidad.

3. Buscar un criterio de realidad. Como lo vimos en el apartado de “ser


persona”, creer que algo es verdad, no necesariamente quiere decir
que sea verdad, por lo que la mejor opción es confrontar con la
realidad nuestros juicios. A esto se le llama realismo, una posición que
está en el medio entre el relativismo y el dogmatismo (Ayala-Fuentes,
2008), lo que también nos puede servir como una estrategia para
llegar a acuerdos. ¿Cómo sería eso? Un ejemplo del realismo como
estrategia para llegar a acuerdos puede ser el de una pareja que
discute porque su hijo ve un programa de televisión que al papá le
parece inadecuado para su edad, pero a la mamá le parece
inofensivo.

Esta situación se puede prestar para que la pareja se involucre en


una discusión eterna donde cada uno para sí mismo tiene la razón y
el otro está equivocado. Buscar un criterio de realidad en este caso
es dejar esa guerra de opiniones y buscar, entre los dos, formalmente
cómo está clasificado el programa en cuestión y de manera
técnica, si el contenido es apto para personas de qué edad. De esa
manera, confrontan las opiniones de cada uno con la realidad y
descubren con un criterio externo qué opinión es más coherente con
esta.

Algo importante alrededor de la utilización de las habilidades aquí


descritas, tiene que ver con la dinámica misma de una relación de pareja,
donde muchas veces no nos percatamos de que los conflictos no afectan

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solamente a uno de los miembros de la pareja sino a los dos. En una pelea
de pareja ninguno de los dos se siente bien y los dos experimentan
malestar, por lo que no se trata de uno en contra del otro, sino de los dos
contra el problema. En la Clínica para la Familia, al referirnos a esto
decimos: “Mi guerra es contigo, no contra ti”. Son miembros del mismo
equipo, y tanto el bienestar como el malestar de cada uno se va a reflejar
en el otro.

“No se trata de llevarse el punto, se trata de crecer


como pareja”
Elízabeth Guerra Gómez

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