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intervención de apertura en el debate sobre teoría del valor con Juan Carlos
Cachanosky (ver aquí), quien adscribe a la corriente de economistas
conocida como “austriaca”, esto es, ubicada en la tradición de Menger,
Böhm Bawerk, Wieser, von Mises y Hayek.
http://puntodevistaeconomico.wordpress.com/2014/03/10/cambio-de-
preferencias-sin-cambios-en-los-precios-relativos/.
Una ventaja que tiene el polemizar con los economistas austriacos es que
éstos, a diferencia de los neoclásicos modernos, sostienen que es necesaria
una teoría del valor, y que además, las cuestiones fundamentales no se
resuelven apelando a formulismos matemáticos, como se estila en los
manuales de microeconomía usuales. Por eso, la polémica gira en torno a
los principios conceptuales, a los fundamentos.
La idea primordial de los austriacos es que el valor deriva de la utilidad que
el consumidor asigna al bien que compra. Por eso, el énfasis está puesto en
la relación del individuo con sus necesidades y el bien. “El valor de los
bienes se fundamenta en la relación de los bienes con nuestras necesidades,
no en los bienes mismos”, escribe Menger (p. 108). En consecuencia, el
valor “es la significación que unos bienes concretos o cantidades parciales
de bienes adquieren para nosotros, cuando somos conscientes de que
dependemos de ellos para la satisfacción de nuestras necesidades” (pp. 102-
3). La valuación que realiza el consumidor consiste en preferir un
incremento particular de una cosa sobre incrementos de cosas alternativas
(una forma de evitar la objeción conocida como “la paradoja del diamante
y el agua”, ver más abajo). El individuo establece una escala o ranking de
preferencias, y los precios constituyen el reflejo de esa escala.
Pues bien, Rothbard afirma que, según Marx, en la sociedad capitalista los
precios son proporcionales a los tiempos de trabajo empleados en la
producción. Sin embargo, Marx dice explícitamente que no son
proporcionales. Rothbard también sostiene que Marx no solucionó la
cuestión planteada por el hecho de que, según la teoría del valor, el trabajo
es la fuente de la plusvalía, las composiciones orgánicas entre ramas
difieren, y las tasas de ganancia tienden a igualarse. Falso de nuevo, Marx
dejó una solución al problema. A Rothbard puede no gustarle, pero no
puede negar que está presentada la solución a un problema en el que se
había trabado Ricardo. En otras notas, además, he demostrado que el
llamado problema de la transformación no presenta ninguna dificultad
particular (aquí y aquí). Rothbard también afirma que a causa de las
contradicciones que enfrentaba en su teoría, Marx “muy pronto dejó de
trabajar en El Capital” (447). Pero éste es otro disparate: Marx trabajó en
esa obra hasta poco antes de morir; de hecho, le dedicó 38 años de su vida.
Voy ahora al segundo cargo austriaco, que dice que Marx incurrió en
contradicción lógica al afirmar la existencia de los dos tipos de precios.
Para sostener esta acusación, y teniendo en cuenta el principio aristotélico
de no contradicción, habría que demostrar que Marx afirma que un mismo
sujeto (en este caso, el modo de producción capitalista) tiene, bajo el
mismo respecto y contemporáneamente, dos determinaciones opuestas
(precios directamente proporcionales a los tiempos de trabajo y precios
determinados por la igualación de la tasa de ganancia). Por supuesto, los
economistas austriacos no tienen manera de demostrarlo, porque Marx dice
precisamente lo opuesto. Sin embargo, insisten con la cantinela de la
“contradicción”.
Por último, tenemos la crítica que dice que la distinción entre los dos tipos
de precios de Marx es un agregado ad hoc, para “salvar” afirmaciones
anteriores, y por eso conforma una teoría demasiado complicada. Un
argumento que ha repetido Juan Carlos Cachanosky en el debate, y no sólo
en lo referido a los precios de producción. Así, aplicó esta crítica a las
distinciones entre valores y precios, entre valor de la fuerza de trabajo y
trabajo, y entre tierra y capital. Se trataría de soluciones propuestas por
Marx a problemas específicos, no generalizables, y concebidas para salvar
el núcleo central de su teoría de supuestas anomalías (es lo que se entiende
en filosofía por explicaciones ad hoc).
Ante esto, sólo quedaría como recurso a los críticos afirmar que la teoría
de Marx debe de estar equivocada porque los conceptos en sí son
complicados (fue insinuado en el debate). Con lo cual tendríamos como
bonita conclusión que la validez científica de una teoría estaría
condicionada a la simpleza de sus afirmaciones. Algo así como “cuanto
más simplota una teoría, tanto mejor”. Pero este criterio llevaría al desastre
a cualquier ciencia. ¿Qué diríamos del físico que rechazara la teoría de la
relatividad, o la mecánica cuántica, por ser “demasiado complicadas”? En
particular, las relaciones sociales son complejas, y por eso no siempre se
dejan captar con las nociones simples, que son las que generalmente
expresan los fenómenos de «superficie» de la sociedad.
Señalemos también que la teoría del valor trabajo de Marx se aplica a los
bienes que son reproducibles, de manera que supone que hay competencia
por el lado de la oferta. Si alguien es propietario de una damajuana de agua
en el desierto, y está frente a una persona que desfallece de sed, podrá
vender el agua según la desesperación y recursos que tenga la persona
sedienta (y según la codicia del vendedor). Casos como éste hacen las
delicias de los austriacos. Pero aquí el marxismo sostiene que no hay ley
que rija el precio; éste depende del capricho y de la intensidad del deseo de
compra. El economista austriaco dice lo mismo, pero agrega que esa
declaración constituye una “teoría del valor”. Un marxista dice, en cambio,
que esa afirmación no encierra teoría alguna (porque es imposible
establecer vinculaciones sistemáticas entre variables que determinen el
precio). Y agrega que sólo hay teoría cuando hay ley económica, y que esta
última opera sólo si hay competencia por el lado de la oferta. En términos
modernos, si la curva de oferta es horizontal (competencia por el lado de la
oferta y suponemos rendimientos constantes) la curva de demanda sólo
determina la cantidad transaccionada, no el precio. Y en este caso, dice
Marx, hace falta una teoría que dé cuenta de una ley económica.
En cuanto a los casos del tipo “desierto y soy el único que ofrece agua a
caminantes sedientos”, si bien no están sometidos a ley económica alguna,
no son importantes para entender el funcionamiento del capitalismo. Es que
el modo de producción capitalista no se distingue por la escasez de la
oferta, sino por la capacidad de reproducir, y en escala ampliada, la oferta
(¿alguien oyó hablar de la producción en masa?). Por eso Marx (también
Ricardo) distingue entre el escenario de monopolio y el escenario de la
libre competencia: en el primero no hay ley económica que explique los
precios. El economista austriaco volverá a decir que es más sencillo
explicar que el precio depende de la significación que el consumidor da al
objeto, sea bajo monopolio (desierto, sed, único poseedor de agua) o libre
competencia (supermercado con muchas botellitas de agua de varias
empresas y consumidores comparando precios). A esto le llamará una
“teoría general del valor”. Desde el enfoque marxista, se trata de una
generalidad vacía: cuando el universal pasa por alto la riqueza de lo
particular, es abstracto y deja de explicar. Casos particulares esencialmente
distintos no se pueden subsumir bajo el mismo universal sin deslizarse a la
vaciedad.
Una tesis clave de Marx, y relacionada con este debate, dice que al
introducir los precios de producción como los centros de gravitación en
torno a los cuales giran los precios del mercado, la ley del valor trabajo
sigue rigiendo los precios. Esto sucede por dos razones. La primera, porque
la ganancia es valor generado por el trabajo humano. Esto significa que la
masa de ganancia que se apropia el capital de conjunto no es arbitraria, y
por lo tanto, tampoco lo es la tasa media de ganancia.
La segunda forma en que se evidencia que la ley del valor gobierna los
precios de producción es por los cambios en la productividad, y sus efectos
en los precios. En palabras de Marx: “La ley del valor rige su movimiento
(de los precios de producción) al hacer que la disminución o el aumento del
tiempo de trabajo requerido por la producción haga aumentar o disminuir
los precios de producción” (p. 227, t. 3). Esto significa que, según esta
teoría, los precios de los productos de las ramas en que haya mayor
aumento relativo de productividad (o sea, reducción de tiempo de trabajo
por unidad de producto) caerán, en promedio; y lo inverso sucederá con los
productos de las ramas con menores ganancias de productividad.
Vayamos a otro ejemplo, ahora más general. Según datos del Bureau of
Labor Statistics los sectores con ganancias más altas en productividad por
hora de trabajo entre 2000 y 2010 fueron equipos de telecomunicaciones
sin cable (16,5% anual); manufactura de computadoras y equipo periférico
(9,5%), equipos electrónicos; otras industrias, como producción de
vehículos (5,4%), también tuvieron aumentos significativos de
productividad. Para el promedio de la economía no agrícola la
productividad aumentó al 2,4% anual, y en extracción de gas y petróleo
descendió el 2,5% anual.
Luego el BLS constata que en las industrias en las que cayeron los precios
estuvieron asociadas generalmente con aumentos de productividad: equipos
de telecomunicación sin cable, manufactura de computadoras y equipos
periféricos, electrónica, manufactura de semiconductores y otros
componentes, tuvieron fuertes aumentos de productividad y esos productos
experimentaron sustanciales caídas de precios entre 2000 y 2010. En
contraste, minería de carbón, acero, tapicería y reparación de muebles,
mostraron caídas de productividad y aumentos de precios. De manera que
la evidencia recogida por el BLS parece de nuevo explicarse bastante bien
con la teoría del valor trabajo de Marx. Pero el economista austriaco
volverá a protestar: los precios relativos de los bienes informáticos y
telecomunicaciones bajaron y los de minería subieron porque así lo
quisieron los consumidores.
Conceptos elementales
Valor de uso
Empecemos señalando que el valor de uso, en Marx, es una condición
necesaria para que haya valores de cambio y valores. Si una mercancía no
tiene valor de uso para alguien, o para algunos, no se la demanda, y por lo
tanto no tiene valor (su precio es cero). De manera que no es cierto, como
sostienen los economistas austriacos, que según Marx el valor de uso no
tiene importancia. El concepto incluso es clave para entender la noción de
trabajo productivo de Marx: si un trabajo no afecta al valor de uso, no
genera valor, y por lo tanto es improductivo. Por ejemplo, el trabajo
implicado en los actos de compra y venta -que afectan sólo al cambio de
forma social, de dinero a mercancía o viceversa- es improductivo, aunque
necesario para la sociedad productora de mercancías.
Eñ valor de cambio es objetivo, esto es, se trata de una propiedad del objeto
y constatable por cualquiera que participe en el mercado. Precisemos que
objetivo no significa natural; como ya dijimos, el precio es una propiedad
social objetivada en bienes. Además, y a diferencia de lo que ocurre con el
valor de uso, por vía de la competencia se impone una convergencia hacia
un único precio del bien en un mercado determinado. Por caso, si el
productor A quiere vender X a $120 y en el mercado se vende a $100, A
deberá resignarse a venderlo a $100, con independenca de la valoración
que tenga acerca de las virtudes de X (la alternativa es no vender, con lo
que puede conservar un bien que tiene poco o ningún valor de uso para él).
En base a lo desarrollado hasta aquí puede entenderse por qué valor de uso
y valor de cambio son fenómenos de distinto orden. El valor de uso entra
en el ámbito de lo subjetivo, el valor de cambio en la esfera de lo objetivo.
Las utilidades son distintas para cada interviniente en el mercado, y no hay
fuerza que las haga converger. Los precios (o valores de cambio) son
iguales para todos los que intervienen en un mercado, en un momento
determinado. La utilidad no tiene una determinación cuantitativa precisa
(aunque hasta cierto punto se pueden ordenar las utilidades, razonando en
el margen, o dada una restricción presupuestaria). El precio no puede no
estar definido cuantitativamente.
Sin embargo, desde el punto de vista del valor, ninguno ha ganado. A, que
poseía X, valuado en $100, luego del intercambio posee Y, también
valuado en $100. Lo mismo sucede con B. Ambos ganaron en utilidad,
pero no en valor. Pero si esto es así, la utilidad no puede ser valor. Y aquí
es donde a Rothbard, y al resto de los teóricos del valor utilidad, se les
presenta un problema insoluble, porque deben demostrar que la utilidad es
valor. Este sencillísimo ejemplo desbarata el intento. Las ganancias en
utilidad de A y B no dicen nada acerca del valor de X e Y. Por eso, no hay
forma de establecer relación cuantitativa alguna entre utilidad y precio.
Los precios de X e Y permanecen invariables, a pesar de las ganancias en
utilidad, que además son disímiles, y apenas comparables (Robbins diría
que incomparables). ¿Cómo puede ser que las utilidades expliquen
entonces la determinación cuantitativa que se expresa en el intercambio,
esto es, los precios? ¿Cómo pueden explicar las utilidades el hecho de que
X e Y se hayan intercambiado en la proporción exacta de 1:1? Ésta es una
pregunta clave que el teórico de la utilidad no puede responder.
La pregunta por esta ley parte de una constatación empírica: las mercancías
tienden a intercambiarse en determinadas proporciones cuantitativas, al
margen de oscilaciones más o menos aleatorias. Esto es, los precios
observados oscilan en torno a “centros de gravitación” o “atractores”, que
se hacen visibles cuando los intercambios son repetidos y muchos
productores producen para el mercado. Aparece entonces la determinación
estadística, o de los grandes números. Si volvemos al ejemplo del vendedor
monopólico de botellas de agua en el desierto, allí no es posible detectar los
“centros de gravitación”; no hay atractor del precio del mercado porque
éste depende totalmente del capricho o intensidad del deseo. Lo mismo
sucede si la producción es ocasional. En cambio, si los intercambios son
repetidos por muchos compradores y vendedores, aparecen los “centros de
gravitación” de los precios de mercado, centros que se imponen a los
productores “como si fuera una ley natural reguladora” (Marx). Aquí el
adjetivo “natural” no quiere significar que se trate de una ley de la
naturaleza, sino de una ley objetiva, que los productores no dominan. Esa
ley debe explicar por qué los precios de mercado (esto es, agitados por las
oscilaciones de la oferta y la demanda) se mueven como si fueran atraídos,
durante períodos más o menos largos de tiempo, hacia relaciones
cuantitativas determinadas.
Ahora bien, “si ponemos a un lado el valor de uso del cuerpo de las
mercancías, únicamente les restará una propiedad: ser productos del
trabajo” (Marx, 1999, p. 46, t. 1). Sin embargo, no puede tratarse de los
trabajos en tanto creadores de valores de uso, dado que los mismos son
idiosincŕaticos, y por lo tanto no son comparables. No tiene sentido
comparar cuantitativamente el trabajo de un tornero con el de un tapicero
en lo que respecta a sus especificidades; a igual que sucede con las
características físicas de los bienes, no hay forma de reducirlas a unidad
común. Pero sí tiene sentido comparar los trabajos invertidos haciendo
abstracción de sus formas concretas, ya que entonces “dejan de
distinguirse, reduciéndose en su totalidad a trabajo humano indiferenciado,
a trabajo abstractamente humano” (idem, p. 47). Esto es, a gasto humano
de energía. Ésta es la base material, fisiológica, de todo trabajo, concebido
como actividad destinada a la reproducción de los seres humanos.
Marx afirma que el trabajo, como generador de valor, debe ser socialmente
necesario. Por socialmente hace referencia a la necesidad de trabajar, por lo
menos, con la tecnología y la intensidad promedio imperantes en la rama.
Rothbard sostiene que esto es incomprensible, y cree refutar la teoría de
Marx comparando el trabajo invertido en un libro escrito a mano con el
trabajo invertido en un libro producido con métodos modernos. Por
supuesto, esta “refutación” de la teoría de Marx sólo puede apoyarse en
declarar “incomprensible” un hecho que es perfectamente comprensible
para cualquiera que conozca un poco siquiera cómo funcionan las empresas
capitalistas y la competencia. Cualquier capitalista sabe que tiene que
trabajar con una productividad media, por lo menos, si quiere sobrevivir
(los editores saben que no pueden competir produciendo libros escritos a
mano).
Todo esto es muy sencillo y lógico, pero es clave en la polémica con los
economistas austriacos. Tengamos presente que durante el debate
Cachanosky sostuvo que cuando la mercancía llega al mercado, para el
empresario “el costo es historia” porque sólo le interesa estimar la demanda
futura. De esta manera, se quita relevancia a los cálculos de productividad,
que realiza cualquier management empresario, y se corta el vínculo entre el
precio y la producción. Sin embargo, en la vida real la productividad, lejos
de ser cosa “del pasado”, está en el primer plano. Las empresas siempre
están atentas a la productividad media imperante en la rama, y la
productividad social media se impone en cada rama por la competencia.
Por ejemplo, si una acerera calcula que para producir 1000 toneladas en
lingotes de acero por mes requiere 1710 horas de trabajo del departamento
de fundición y 4320 horas de trabajo del departamento de vaciado y
modelado, totalizando 6030 horas de insumo laboral, y resultando en una
productividad de 0,1658 toneladas de lingote por hora hombre, en
promedio (las cifras están tomadas de un estudio real), compara este
promedio con la productividad de otras empresas, a través del mercado y la
competencia de precios. Por eso el costo no es historia.
Todo esto parece elemental, pero los defensores de la teoría del valor
utilidad se empeñan en negarlo. ¿Por qué? ¿Por qué esa idea tan irrealista
de “llegado al mercado el costo es historia”? Pues porque el escenario es de
agentes que llegan al mercado con bienes (caídos como maná del cielo) y
todo se reduce a la cuestión de cómo se asignan de manera óptima esos
bienes (son “bienes” no mercancías) a fin de satisfacer los deseos y
necesidades de los individuos. Es la visión opuesta a la del proceso
económico en forma de círculo, de los clásicos o Marx. Ahora la metáfora
es “la manta corta”, ya que si se asignan bienes a satisfacer una necesidad,
se le quitan a la satisfacción de otra. En este enfoque, la hipótesis de
rendimientos constantes a escala es inadmisible, la curva de oferta “debe”
tener una pendiente positiva y los precios solo son indicadores de la
escasez relativa de los bienes, y de las preferencias. La condición sine qua
non del esquema es que no se preste atención a la reproducción del
proceso productivo. Para ver por qué, examinemos un momento la cuestión
de la escasez en relación a la producción y la demanda.
Para ver entonces qué puede explicar la escasez relativa, supongamos que
se produce un cambio en los gustos y preferencias, de manera que aumenta
la demanda de X y baja la de Y. Dada la producción, hay una escasez
relativa de X paralela a una abundancia relativa de Y. En consecuencia,
aumenta el precio de X a $110 y baja el precio de Y a $90. Se puede decir
que la alteración de $10 en los precios relativos se explica por el cambio en
las preferencias, que deriva en una escasez relativa de X y una abundancia
relativa de Y. La escasez no explica, por supuesto, el precio base del que
partió el cambio. Pero además, dado que la producción de X e Y se
reproduce, y dado que con 10 horas de trabajo los productores A obtienen
$20 más que los productores B, habrá productores B que pasarán a ser
productores A de X. De manera que las ofertas se adecuan a la nueva
estructura de demanda, y la relación de cambio entre X e Y vuelve a ser
1:1. La escasez, de nuevo, no explica esta relación; como tampoco los
cambios en los gustos y preferencias. Estos últimos han explicado un
cambio en la demanda, que explicó un cambio en la escasez relativa de uno
de los bienes (escasez relativa a la oferta dada), que tuvo como
contrapartida la abundancia relativa de otro (abundancia relativa a la oferta
dada), situación que explica el cambio en las escalas de producción en la
siguiente ronda. Puede verse aquí la importancia que tiene para el teórico
de la utilidad decir que al llegar al mercado “la producción es cosa del
pasado”. Además, una vez que se efectuó el cambio en las escalas de
producción, no hay escasez relativa de X, ni abundancia relativa de Y.
Respondemos ahora una crítica que han realizado los austriacos, que se
refiere a la heterogeneidad en la calificación de los tipos de trabajos. En
palabras de Böhm Bawerk, la objeción es cómo se puede relacionar
cuantitativamente el trabajo de un artista talentoso y el de un pintor de
brocha gorda. Recordemos que en El Capital Marx sostiene que el trabajo
complejo es igual a ciertas unidades de trabajo simple, siendo este último el
gasto de fuerza de trabajo simple “que, término medio, todo hombre
común, sin necesidad de un desarrollo especial, posee en su organismo
corporal” (p. 54). Y agrega un poco más adelante que “las diversas
proporciones en que los distintos tipos de trabajo simple son reducidos al
trabajo simple como su unidad de medida, se establecen a través de un
proceso social que se desenvuelve a espaldas de los productores, y que por
eso a éstos les parece resultado de la tradición” (p. 55). En la
Contribución… define el trabajo simple como aquél “para el cual puede
adiestrarse a cualquier individuo medio, y que éste deberá efectuar de una u
otra forma” (p. 13). También explica que “el trabajo simple constituye, con
mucho, la mayor parte de todo el trabajo de la sociedad burguesa, como es
posible persuadirse a partir de cualquier estadística” (ídem). Y todavía unas
líneas más abajo se refiere a “la simplicidad indiferenciada del trabajo” (p.
14) como una característica o determinación social del trabajo.
En términos modernos, el trabajo simple es aquél que demanda una
competencia adquirida a través de la educación obligatoria y que se pueden
ejecutar luego de un corto período de entrenamiento. Trabajadores de este
tipo son, por ejemplo, operarios de máquinas o en líneas de montaje, que
realizan tareas simples, operarios de limpieza, y similares. Por encima de
este tipo de trabajos se ubicarían los que requieren, además de una
educación básica obligatoria, períodos más largos de entrenamiento y
experiencia; incluye operaciones de máquinas, conductores, venta, trabajos
administrativos y de oficina. Luego tendríamos el escalón medio alto, con
capacidades adquiridas más allá de la educación básica obligatoria, pero sin
llegar a la universidad. Aquí entrarían los oficios como electricistas y
plomeros, enfermeras, y otros oficios calificados. Y por encima tendríamos
profesionales, técnicos especializados con alto entrenamiento, y similares.
Por otra parte, y de forma creciente, los diversos tipos de fuerza de trabajo
calificada son reproducidos por el modo de producción capitalista, a través
de un sistema educativo estandarizado; y esto se combina con los avances
en la división del trabajo y la especialización unilateral (que lleva a la
descalificación de la mano de obra). Por eso, constantemente se asiste a un
proceso de recalificación (tecnologías que requieren trabajo más complejo)
y descalificación (producción “en serie” de egresados con estudios
secundarios o terciarios más parcelización de tareas), lo que hace que, en
promedio, los trabajos más calificados, aplicados a la producción, sean
reducibles a cierta ciertas cantidades de trabajos simples. Y cuando la
generación de fuerza de trabajo se estandariza, los diferenciales de salarios
pueden considerarse ponderaciones adecuadas de las calificaciones
laborales. Es de notar que el mismo mercado opera esta reducción, de
forma más o menos permanente (por caso, un empresario cotiza la hora del
tornero especializado 2,5 veces la hora de trabajo del operario simple). Por
eso, aunque no es comparable el tiempo de trabajo de un Picasso con el de
un pintor de brocha gorda, sí es comparable el tiempo de trabajo de un
pintor de brocha gorda con el de otros trabajadores medianamente
calificados, y el de éstos con el de un operario simple.
La incapacidad de la teoría del valor utilidad para explicar los precios que
actúan como centros de gravitación de los precios de mercado se pone en
evidencia en los problemas lógicos en que incurre el razonamiento de
Menger cuando intentar explicar el intercambio. Es que Menger distingue
entre el fundamento del valor y el precio, pero fracasa en establecer la
conexión entre ambos. Para ver por qué, examinemos el razonamiento que
presenta en los Principios de la economía política.
Pues bien, aquí viene el paso clave que demanda la teoría: establecer
alguna relación sistemática (o ley) entre las valoraciones subjetivas y los
precios. Pero dado su punto de partida, ese paso debe respetar una
condición: que no haya equivalencia alguna en el intercambio de las dos
mercancías, X e Y, ya que si admite que hay equivalencia se deslizaría
hacia una teoría objetiva del valor. Por eso, cuando X e Y se intercambian,
según Menger, no puede haber equivalencia alguna. Escribe: “Si los bienes
intercambiados han pasado a ser equivalentes, en el sentido objetivo de la
palabra, a través de la mencionada operación de intercambio, o lo eran ya
incluso antes de la operación, no se ve por qué ambos negociadores (A y B
de nuestro ejemplo) no habrían estado dispuestos a deshacer
inmediatamente el cambio. Pero la experiencia nos enseña que en este caso,
de ordinario, ninguno de los dos daría su asentimiento a tal arreglo” (pp.
171-2). Con un razonamiento similar, Rothbard critica a Marx. X e Y no
pueden ser equivalentes en ningún sentido en tanto valores. La idea es que
si X e Y valen lo mismo, ¿para qué el intercambio? Por eso Menger afirma
que “no existen equivalentes en el sentido objetivo de la palabra” (p. 172).
Sin embargo, la realidad es que los X e Y de nuestro ejemplo teórico son,
dada determinada proporción cuantitaitiva, equivalentes; por eso hemos
dicho que los productores A y B no ganan en cuanto valores, aunque sí
ganan en tanto valores de uso. Y este aunto tan sencillo es el que no puede
ser admitido por Menger, ni por los austriacos. Pero por eso mismo Menger
no puede establecer una conexión lógica entre valor subjetivo y precio. El
precio de X = Y = $100, en nuestro ejemplo (o sea, hay equivalencia desde
el punto de vista del valor) en tanto los valores de uso son distintos.