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Instituto de Educación Superior Nº 1 “Dra.

Alicia Moreau de Justo”

Seminario 2021: “Hacia una pedagogía de la resistencia y la decolonialidad: otra


manera de pensar Nuestra América”

Clase 3 – José Martí: creación, identidad y liberación.

El cubano José Julián Martí Pérez (1853-1895), apodado tiempo después estudió en una
pequeña escuela de barrio de La Habana, y sus progresos en el estudio motivaron a los padres a
enviarlo a los diez años a otra escuela para estudiar inglés y contabilidad. Pero poco después el
niño fue requerido para trabajar en el campo y aportar a la economía familiar. Sin embargo, un
padrino logró enviarlo a la Escuela Superior Municipal de Varones, donde el joven Martí se
adentró en la poesía, la literatura y otras lecturas que ya no abandonaría. Incluso inició allí su
labor docente, ocupándose de la escuela durante las ausencias del director.
Cuba por entonces seguía bajo dominio colonial español, con su sistema de castas según
un ordenamiento racial. El azúcar era el cultivo de mayor desarrollo, y numerosos empresarios y
comerciantes norteamericanos veían ganando terreno en el rubro, tejiendo alianzas con los
hacendados y comerciantes locales que impulsaban la anexión de la isla a EEUU. Por su parte, de
los sectores populares surgía un grupo que impulsaba la independencia de la isla.
El joven Martí, aún estudiante, se vinculó tempranamente a la lucha independentista.
Durante la Primera Guerra de Independencia (1868-1878, iniciada con el Grito de Yara), Martí fue
apresado y condenado a seis años de prisión (tenía 16 años) por acusar de traidor a un
compañero que se había alistado en las milicias españolas para reprimir a los patriotas. Luego fue
deportado a España. Sufrió allí prisión pero también completó estudios de bachiller y continuó con
la universidad. A los 18 años se ganaba la vida como maestro particular.
En 1875-1881 continúa su exilio en México, Guatemala y Venezuela. Y es en Guatemala
donde sus escritos apuntaron a la pregunta sobre el sujeto americano. Allí tenemos su primer uso
de la expresión “nuestra América” y una mirada positiva sobre la sociedad indígena como
elemento auténtico de libertad, es decir, que la libertad no era mero reflejo de las ideas ilustradas
de Europa. En el revés de trama, Europa es vista como la barbarie que destruye la civilización
americana. También hay un rescate de lo mestizo.
La denominación “nuestra América” le permite no quedar preso de las trampas etimológicas
sobre la región del continente, ya que incluye pueblos no solo de filiación latina, sino otros, como
los antillanos de lengua inglesa y holandesa, los afrodescendientes de todo el continente y, por
supuesto, los pueblos indígenas.
La apelación al elemento indígena le permite a Martí oponer una concepción distinta a la de
los norteamericanos, que derraman en masa la sangre de los indios, llevándolos a perder sus
rasgos autóctonos. Así, el sujeto identitario asociado al criollo -que vemos en los movimientos
independentistas de la primera mitad del siglo XIX- se amplía en Martí tanto en lo étnico como en
lo geográfico: Hispanoamérica, el Caribe, Brasil, los criollos, los mestizos, los indígenas y los
negros; todo eso conforma el universo martiano de nuestra América.
En 1881 se radica en Nueva York y trabaja como corresponsal de La Nación (Buenos Aires)
y otros periódicos hispanoamericanos, lo que lo lleva a examinar con detalle la sociedad
norteamericana. Pero también retomó la docencia, enseñando castellano en la Central High
School, y se vinculó a la Liga de la Instrucción de Nueva York, destinada a obreros negros.
En 1889 se aboca a una publicación destinada a los niños de nuestra América: La edad de
oro, que buscaba incitar en la infancia los valores de la búsqueda del conocimiento, el amor y la
justicia, y el amor por la patria latinoamericana. Logró publicar cuatro números de la revista en ese
año, dado que el editor pretendía que la revista inculcara el “temor de Dios”, lo que era
inaceptable para Martí ya que era “enemigo de toda clausura de la mente”.
La literatura infantil de la época era pensada para distraer al niño, pero no apuntaba a
estimular sus capacidades intelectuales, ni acompañar la adquisición de experiencias vitales o de
proceso cognitivos, ni desarrollar una imaginación que aliente la creatividad sembrando
inquietudes. Era una literatura que adormecía las mentes y orientaba la imaginación a la esfera de
lo irreal. En cambio, Martí partía de la idea que los niños saben más de lo que parece, y con esta
revista buscaba fomentar la pasión por el conocimiento y “fantasías concretas”, de modo
“que los niños americanos sepan cómo se vivía y cómo se vive hoy en América
y en las demás tierras; y cómo se hacen tantas cosas de cristal y de hierro, y las
máquinas de vapor y los puentes colgantes y la luz eléctrica (…). Les
hablaremos de todo lo que se hace en los talleres donde suceden cosas más
raras e interesantes que en los cuentos de magia y son magia de verdad”. (Martí,
Obras completas, II, 1207-1208)
En Nueva York continúa la lucha por la independencia de su patria, que le llevará a fundar el
Partido Revolucionario Cubano (1892), a fortalecer lazos con otros pensadores y militantes
antillanos (como el puertorriqueño Ramón Emeterio Betances y el haitiano Anténor Firmin) y
organizar el desembarco con el que se retoma la guerra de independencia, encontrando la muerte
en dichas acciones.
Las elaboraciones teóricas de esa labor política se expresan en su ensayo de mayor
renombre: «Nuestra América», publicado el 1º enero 1891 en la Revista Ilustrada de Nueva York,
dirigida por un venezolano. La obra se enmarca en el contexto de la ofensiva de la prensa
norteamericana dentro de la política expansionista del “panamericanismo” que impulsa EEUU.
Mesianismo y racismo son ingredientes de ese anexionismo estadounidense, y contra ellos se
mueve la pluma de Martí.
Recurre a imágenes de la literatura infantil para expresar la lucha entre el arrollador avance
del capitalismo norteamericano sobre Nuestra América y la necesidad de cerrar filas ante el
enemigo, que no solo ataca desde fuera sino que tiene firmes aliados dentro mismo de nuestras
sociedades. Esta necesidad de unidad pone en el centro la cuestión del racismo (elaboración
teórica para la que se nutre de los trabajos del haitiano Firmin): “No hay odio de razas, porque no
hay razas. (…) Peca contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las
razas”. (Martí, Nuestra América); y también pone en el centro la necesidad de una educación que
esté a la altura del “aquí y ahora” de las sociedades americanas, revalorizando los saberes
propios.
La idea nuestramericana de Martí da cuenta de un paso de una concepción espacial
geográfica a una concepción territorial, es decir, construida a partir del despliegue de relaciones
sociales en el espacio. Por lo tanto, nuestra América no solo incluye la defensa frente a un
enemigo externo, sino también la apropiación de una historia común, de relaciones sociales. El
término martiano esboza un programa político con un sujeto histórico concreto. Vuelve a poner
sobre el tapete la función utópica.
Respecto a sus ideas pedagógicas, Martí distingue entre educación (que refiere al
sentimiento) e instrucción (relativa al pensamiento), pero sostiene que no hay buena educación sin
instrucción, ve la educación como el intento de “depositar en el hombre toda la obra humana”,
como una recapitulación que no es posible sino por la instrucción.
Podemos ver que establece un estrecho vínculo entre la educación y la vida, algo ajeno a la
pedagogía de antaño. Es la “preparación del hombre para la vida”, que atiende tanto los aspectos
prácticos para ganarse el sustento como los aspectos espirituales que sostienen las ideas de
independencia, amor y justicia. Una educación situada, que apunta a la “conformación del hombre
a su tiempo”, ya que “es criminal el divorcio entre la educación que se recibe en una época y la
época misma” (II, 507). La nueva realidad latinoamericana necesitaba de nuevas instituciones
educativas ajustadas a su tiempo: “Al mundo nuevo, corresponde la universidad nueva” (II, 507).
Para Martí, la educación no debía perturbar el desarrollo del niño sino acompañarlo de
manera juiciosa para habituar al niño a desplegar su propio pensamiento. Ve la educación como
un proceso de crecimiento: “La educación es el estudio que el hombre pone en guiar sus propias
fuerzas” (II, 737) que “empieza con la vida y no acaba sino con la muerte” (II, 1261). Pero este
proceso no es solo individual, tiene una dimensión social y política: “Educación popular no quiere
decir exclusivamente educación de la clase pobre, sino que todas las clases de la Nación, que es
lo mismo que el pueblo, sean bien educadas” (I, 853). Por eso se inclinaba por la enseñanza
obligatoria, es decir una educación entendida como un ejercicio democrático en amplios sentidos,
que también apunta a fomentar el sentido de la solidaridad.
Y esa educación no debía ser mero ornamento cultural o retórica, sino firmemente asentada
en el estudio de la naturaleza, derivando de ello el desarrollo de la ciencia acorde a las
necesidades de la época.
La experimentación concreta es en Martí fundamental para lo que hoy podemos llamar una
“educación descolonizada”, donde el necesario vínculo con la naturaleza tiene un carácter
formativo de los “hombres naturales” que son el sujeto revolucionario martiano. Así, se propone
contribuir
“a llenar nuestras tierras de hombres originales, criados para ser felices en la
tierra en que viven, y vivir conforme a ella, sin divorciarse de ella, ni vivir
infecundamente en ella, como ciudadanos retóricos, o extranjeros desdeñosos
nacidos por castigo en esta otra parte del mundo. El abono se puede traer de
otras partes; pero el cultivo se ha de hacer conforme al suelo. A nuestros niños
los hemos de criar para hombres de su tiempo, y hombres de América.” (Martí,
2010: 7-8)
Por eso aconseja “enseñar al niño, a la vez que el abecedario de las palabras, el abecedario
de la naturaleza” (Martí, 2011: 16). De ahí su entusiasmo en los artículos donde relata la apertura
de diversas escuelas técnicas o agrícolas en EEUU y Centroamérica. Pero advierte que la relación
con la tierra debe estar presente en la escuela misma,
“Pero no en escuelas técnicas, sino en estaciones de cultivo; donde no se
describan las partes del arado sino delante de él y manejándolo; y no se explique
en fórmulas sobre la pizarra la composición de los terrenos, sino en las capas
mismas de tierra” (Martí, 2011: 57).
En aquellos tiempos (y aun hoy) lo campesino e indígena –íntimamente ligado a la
naturaleza- era sinónimo de atraso. Las ciudades son consideradas lugares privilegiados del
Progreso, en oposición al campo y la vida campesina. Martí rechaza que se enseñe
“exclusivamente a los hombres para la vida urbana, y no se los prepare para la vida campesina”,
siendo que la primera “solo existe a expensas y por virtud de la campestre, y de traficar en sus
productos”. Esto genera, para el Apóstol de la independencia cubana, un monstruo con “una
cabeza de gigante a un cuerpo de hormiga” (Martí, 2011: 52), alimentando una masa de
desocupados y desarraigo. Y remata: “por las tardes en la escuela, pero por la mañana la azada”
(Martí, 2011: 62).
Y de estas reflexiones sobre la escuela, la naturaleza y la vida campesina pasa a una crítica
profunda sobre el nocivo binomio sarmientino de civilización o barbarie: “No hay batalla entre la
civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”.
Martí propone maestros ambulantes que caminen los campos y comunidades rurales, una
educación trashumante que no lleve
“sólo explicaciones agrícolas e instrumentos mecánicos, sino la ternura que hace
tanta falta y tanto bien a los hombres. El campesino no puede dejar su trabajo
para ir sendas millas a ver figuras geométricas incomprensibles, y aprender los
cabos y los ríos de las penínsulas del África y proveerse de vacíos términos
didácticos. (…) Y los campesinos, sin embargo, son la mejor masa nacional, y la
más sana y jugosa, porque recibe de cerca y de llano los efluvios y a la amable
correspondencia de la tierra en cuyo trato viven. Las ciudades son la mente de
las naciones, pero su corazón, donde se agolpa, y de donde se reparte la
sangre, está en los campos” (Martí, 2011: 52-53).
Martí postula un sujeto nuestramericano conforme a la naturaleza, un sujeto que para
realizarse debe ser creativo en vez de copiar los moldes europeos. Pero para ser creativos hay
que corregir los errores formativos de las nuevas repúblicas americanas: “Conocer los elementos
naturales de los pueblos de América (…) estudiar los factores reales del país. Resolver los
problemas, después de conocer sus elementos” (Martí, 1891: 482).
Los conocimientos europeos y clásicos grecolatinos tienen importancia –Martí no los
rechaza- pero solo como un complemento de lo sustancial, que es conocimiento surgido de los
pueblos de Nuestra América, tan antiguos como los europeos. Es esa premisa, que remite al
plano educativo pero tiene profundo significado político, es la que permite un nuevo horizonte para
el gobierno de nuestros pueblos:
Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de
librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana.
La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se
enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que
no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a
los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha
de ser el de nuestras repúblicas. (José Martí, Nuestra América)

Los invitamos a leer el ensayo “Nuestra América” y una selección de tres notas de José
Martí, y acompañarla de un artículo de Diego Giller sobre la filosofía pedagógica del Martí.

Abrazos.
Daniela García y Esteban Chiaradía, octubre de 2021.

Bibliografía:

GILLER, Diego Martín. “La filosofía pedagógica de José Martí. Esbozos sencillos para transpensar
en clave nuestroamericana”. En: Diego Guiller ... [et al.], El maestro ambulante : José Martí y
las pedagogías nuestroamericanas. Buenos Aires: IDELCOOP/ Centro Cultural de la
Cooperación Floreal Gorini, 2016, pp. 35-59.

MARTÍ, José. “Nuestra América”. En: Revista Ilustrada, Nueva York, 1891.


MARTÍ, José. Selección de artículos.

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