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AUTOBIOGRAFÍA

María Teresa Fruet Cardozo

Mi nombre resalta en el encabezado, porque lo amo. Nací en


Asunción, un lunes, 22 de junio del año 1959. Tengo cumplidos 64
años. Mis padres fueron Juan Pablo Rafael Fruet Marín y Nimia
Concepción Cardozo de Fruet. Soy la hija “sándwich”, la del medio,
entre Juan Vicente (Tito) y María Angélica Concepción (Manchi).

Tengo 4 bendiciones, las mayores de mi vida, que son la razón de


mi existir; Nimia María Jesús, Augusto Andrés Manuel (no es el
favorito), Edgar Matías Enmanuel y mi Dulce María Joaquina (a
quien no le gusta sus nombres).

Mis 5 nietos son los que alegran mi vida: Josías Vicente Enmanuel,
Carlos Manuel, Mayra Jazmín (la unigénita), Ángelo Juan Pablo y
Maximiliano Enmanuel. Además, tengo una nieta del corazón,
Mirtha Ayelen.

Dios me regaló 2 nueras, que para mí son mis hijas: Lourdes Elena
y Jazmín del Carmen.

Un poco de historia

Los recuerdos sobre mis primeros años, no los tengo como para
narrar. Viví de muy chiquita en la ciudad, en la que resido hasta la
actualidad, Capiatá. El terreno donde actualmente está asentada
la ANDE, era de mi familia. Nuestra casa daba con el predio de la
casa parroquial.

Un evento que sí lo recuerdo es la fundación de Canal 9 TV Cerro


Corá, corría el año 1965. Fue una novedad muy grande y nosotros,

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tuvimos la bendición de que los abuelos paternos fueron los
primeros en tener el aparato televisivo. Cada fin de semana nos
íbamos y disfrutábamos de los programas sentados uno al lado del
otro, y a través de la ventana, muchos niños buscaban ver
también.

Mis años escolares

Tengo memoria clara recién a partir de los 5 años, que entré al


primer grado, en la Escuela N° 88 Enrique Soler, turno mañana, y
mi maestra fue la Srta. Presentación Gaona. Corría el año 1965. La
escuela era la más grande de mi ciudad. La limpieza del aula,
recuerdo, se hacía en compañía de la maestra. Una mañana, todos
estaban ayudando, menos yo, porque era la más pequeña y la
señorita conocía muy bien a mi madre, quien me enviaba muy
pulcra, guardapolvo bien blanco y championes con medias,
también blancos. No pude quedarme sentada y me acerqué donde
estaban con el agua y la escoba. Por supuesto que me enchastré.
¿Y se imaginan cómo fui recibida en casa? Antes de recibir el
“saludo de una zapatilla”, mi defensa fue una mentira: “La señorita
nos obligó a limpiar el aula”. Así como estaba, mi madre, llegó
hasta la casa de la maestra, que distaba a unos pasos de la nuestra.

He sufrido la mayor vergüenza, ¿se imaginan? Mi madre acusando


a la pobre maestra de que cometió un atropello, que me expuso a
una posible enfermedad (porque me mojé completita) y otras
cosas más. La prudencia de nuestra señorita Presentación era
única, solamente se dirigió a mí y me preguntó: ¿cómo fue lo de
hoy Tere? Y por supuesto, no iba a mentir delante de ella, dije la
verdad y ahí el castigo fue doble, primeramente, por haber hecho
pasar vergüenza a mamá y segundo por mentir. Fue el episodio
que marcó, diría para bien, mi vida, porque, seguro que pensaba
muy bien antes de decir otra mentira.

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Luego, al siguiente año, entré en el segundo grado (1966), en la
STICA, que funcionaba en donde, después con los años, se
convirtió en el Colegio Nacional de Capiatá. Desconozco porqué
fui a esa institución, ya que mis hermanos continuaron en la
anterior. Mi maestra fue Blanca Lila Vargas. Ella me malcrió,
escribía si quería, en una palabra, hacía solamente lo que me
gustaba hacer, jugar.

El tercer grado (1967) volví a la Escuela Enrique Soler, tampoco sé


los motivos. Mi maestra fue la señorita Blanca López. Con ella
retomé la caligrafía iniciada en el primer grado y “perdida en el
segundo”. Con paciencia y esmero, me tomaba de la mano,
incluso, para “llenar los renglones”, y considero que mi caligrafía
actual la conseguí con ella.

Como vivíamos al costado de la Iglesia “Virgen de la Candelaria”,


se veía que empezaba, allá por el año 1965, la construcción de una
escuela dentro del predio parroquial. Hacia finales del año 1967,
se veía una escuela nueva, moderna, hermosa, y que llegaban los
mobiliarios muy novedosos para nosotros, ya que, en nuestra
escuela, los muebles eran los bancos grandes antiguos, mesas y
sillas gastadas, también antiguas.

Recuerdo que le pregunté a mi madre, si nosotros entraríamos en


esa escuela el año próximo, y la respuesta fue que no sabía, que
dependía de los requisitos.

El caso es que fuimos inscriptos en la escuela “chuchi”, hermosa.


Era un sueño. Yo con 8 años, inscripta en el cuarto grado (1968).
Mi maestra era la Tía Yiya (Beatriz Rachit Fiandro). Estuvo con
nosotros solamente unos meses. Cuando ella nos dijo, un día, “yo
ya no voy a ser la maestra de ustedes porque voy a ser la
Directora” yo me puse a llorar, y me dijo, “bueno, vamos a llevar
tu mesa y tu silla a la dirección”. Eso me tranquilizó y estaba

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convencida de que eso iba a ocurrir. Al día siguiente, mi querida
Tía Yiya entró con una señorita, muy hermosa, por cierto, con un
guardapolvo blanco, y nos presentó como la Srta. Olga Ocampos.
Desde el primer día, le tomé cariño porque era muy dulce, muy
tierna, y enseguida ya pasó a formar parte de las clientas de mi
madre, que era la modista de alta costura de la ciudad, por lo que,
era una más, ella y su madre (mi hada madrina), doña Petrona
Martínez de Ocampos.

En el año 1969, estuve inscripta en el quinto grado, con la Prof.


Amalia Sánchez, en ese grado fue la primera vez que saqué un 6
en Aritmética, fue un trauma muy grande, ya que me caracterizaba
por los 9 y 10.

Este tiempo fue cuando conocí a las Hermanas Hijas de San José,
quienes habían llegado por primera vez a Paraguay con el objeto
de trabajar en nuestra ciudad, Las primeras fueron las Hnas. Ma.
Dolores Alegría, Micaela Navarro, Mirian Gómez Carrero, Patricia
y Gloria De Souza. Desde que las conocí empecé a frecuentar con
ellas. Prácticamente vivía con ellas. Salía de la escuela y ya llegaba
a la casa. Fue un tiempo maravilloso. Cuando cumplí 15 años, mi
intención era entrar definitivamente en la Congregación, pero la
Superiora de ese entonces, la Hna. Ma. Dolores, me sugirió que
esperara cumplir los 18 años para luego entrar. Muchas veces me
pregunté, ya después del paso del tiempo, que si me hubiesen
aconsejado a tener un director espiritual (que no tenía idea de
eso) para que acompañe mi discernimiento, quizás iba
permanecer con la idea. Aunque, hasta hoy sigue en mi cabeza, y
sueño que mis días los terminaré en una casa de Religiosas.

En el año 1970, entré en el último grado de la etapa Primaria, con


11 años, cumplidos en junio de ese año. Mi profesor fue Carlos
Cabrera, con el que se inició la Educación Sexual, que causó

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revuelo entre los padres de familia, en especial en mi madre.,
quien fue a la institución a “pedir explicaciones sobre el tema”.

En todo este relato, no mencioné una característica muy peculiar


de nuestra ciudad, cuando eso era pueblo. No se contaba con luz
eléctrica permanente. Solo había de 09:00 a 22:00 horas. En
algunas casas (gracias a Dios en la mía sí había, porque el trabajo
de mi madre era delicado) se tenían esas lámparas Petromax. En
otras, los famosos “lampium” que eran lamparillas o faroles a
querosén.

Mi vida de “colegiala” y primeros amores

Con este contexto inicio el primer curso de la etapa Secundaria


(1971), en el Colegio Nacional de Capiatá, turno noche (17:00 a
21:30 horas). Era un edificio viejo, con el techo bajito. Recuerdo
que el director, el tío Neneco (Carlos Alberto Rachit Fiandro),
apenas entraba en las aulas, porque tenía estatura alta y las
puertas eran bajas, por lo tanto, debía agacharse para ingresar.

De esta época juvenil, no tengo muchos recuerdos. Pero quiero


destacar que fue la más hermosa, cultivé amistades y momentos
trascendentes. El compartir por 6 años con personas con las que
estoy conectada, de alguna forma, hasta la actualidad.

El paso de la primaria a la secundaria sí fue una transición difícil.


Por ejemplo, como anécdota, en los recesos, aún jugábamos como
en la primaria. Llevábamos la famosa goma y, entre las más
pequeñas (Celsa Trinidad, Ma. Luisa Cantero, y otras)
competíamos, ante la atenta mirada de los alumnos de cursos
superiores.

Otro dato que me marcó de ese tiempo fue la llegada del PRIMER
AMOR. Estando en el cuarto curso, con 15 años, conocí a un
príncipe azul, el más bello de todos, del que bastó una mirada y

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un saludo suyo para hacerme sentir el cosquilleo más hermoso en
el alma, tenía un nombre, José Ramón Morínigo Wilkinson del
sexto curso. Lo conocí en setiembre del año 1974. Solamente eran
intercambio de miradas y saludos gestuales al cruzarnos, pero que
para mí bastaban. En octubre de ese año, mi prima-hermana,
Teresita Rachit cumplió 15 años y lo invité. Esa noche, mi madre lo
conoció, le presenté y ella se quedó “encantada” con él. Aceptó
que llegue a mi casa como novio, desde finales de noviembre.
Increíblemente, el hecho de “oficializarse” de cierta manera,
rompió en mí el “enamoramiento”. Ya no quise seguir, y el
romance duró hasta finales de enero, él iba ingresar en la
Universidad, en la carrera de Agronomía, entonces fue un pretexto
perfecto para mí, al decirle que debe dedicarse a su estudio y que
“después” seguiríamos. Él, que ya era mayor, insistió en que podía
llevar lo nuestro y su estudio. Pero, como yo (por mi inmadurez)
ya no quise seguir.

Mi vida de colegiala siguió sin ningún otro “encuentro romántico”.


Eran días hermosos, algarabía saludable entre los compañeros. Yo
era muy dedicada, me gustaba estudiar. El 6° curso terminé con
muy buenas calificaciones, el mejor egresado fue Julio César
Sobrino Irala (QEPD) quien me pasó por 3 puntos, ya que en el 4°
curso tuve un 7 (en Geografía) con un profesor muy especial, a
quien llamábamos DUNG, y no existía para él otra calificación
mayor “para las mujeres”. Pero nunca se sintió en el ambiente del
curso espíritu de competencia ni mucho menos disgusto, éramos
tan fraternales que disfrutábamos de la alegría del otro.

Cuando estábamos terminando el año escolar, conocí a Hugo


Gerardo Llanes Villalba, una buenísima persona, quien fue mi
segundo novio. Duró 6 meses, hermoso tiempo, porque noviazgo
era el de esa época. Ansiábamos que llegue el “día de visita”
(sábado de 19 a 21 horas y domingo de 17 a 17 hs). Como él ya era

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todo un profesional, me pidió casarnos, yo también quería. Me
propuso hablar con mamá (ya que ella era la que tomaba las
riendas de la casa). Un sábado, al siguiente que me planteó a mí,
él se acercó a ella para hablar (que siempre estaba en su máquina
de coser) y él le habló. No escuché la conversación, porque yo no
me animé a estar presente. Luego, me cuenta que mamá se
sorprendió y le dijo que era muy pronto y que yo era muy joven,
pero que le va a dar respuesta al día siguiente. Se fue, e
inmediatamente “a mí me dio la respuesta”. Directamente me dijo
que rompa con Hugo porque ni pensar aun en casamiento, y si eso
quería “ya nomás”, que se retire. Al día siguiente hablé con él, le
di la respuesta que me “exigió” mi madre. Yo era muy sumisa,
nunca peleé por lo que quería. Se fue muy triste, intentó algunas
veces más, pero después se cansó, y en poco tiempo, antes de un
año, ya supe que se casó.

Inicio de mi vida como ADULTA

Al terminar mi secundaria. En el año 1977, ingresé en el Centro


Regional de Educación “Saturio Ríos” para estudiar y ser Maestra,
porque amaba serlo. Me puse muy feliz porque me encontré con
mi excompañera Ma. Luisa Cantero. Fueron meses de mucho
esfuerzo. Cada vez con más cantidad de trabajos, y todos
manuales, no existía la tecnología. Eran largas trasnochadas,
siempre en compañía de mi hermana Manchi quien me ayudaba.
Terminé el primer curso exitosamente. Empecé el segundo, muy a
pesar de mi hermano, a quien no le gustaba la profesión porque,
en ese tiempo, los docentes cobraban un sueldo ínfimo´, y él era
el que me proporcionaba para mis gastos. Proseguí hasta julio. Ya
no volví en la segunda y última etapa. Una vez más cedí al deseo
de mi familia. Recuerdo que mis profesores, en especial dos de
ellos, llegaron a casa para cerciorarse del motivo por el cual dejé
de asistir. Les había dicho que tenía problemas de salud y que iba

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a dejar para continuar el año próximo. Por supuesto que fue una
vil excusa.

Mi hermano me consiguió un trabajo, en la ANNP y me pagó un


cursillo para ingresar en Economía. Así empezó mi vida de
ADULTEZ (lo laboral y de estudio). De mi trabajo disfrutaba,
empecé ganando 650 guaraníes (1978), y tenía un cargo delicado,
de mi firma dependía de que las mercaderías que llegaban a los
depósitos portuarios pudieran ser retiradas por sus dueños, a
través de los despachantes. Tenía que corroborar las fechas y hora
exacta de acuerdo a las documentaciones presentadas. Era un
puesto “clave”. Estuve hasta el 27 de febrero de 1984, día del
Funcionario Público, donde me hicieron entrega de un
Reconocimiento por buen desempeño. En casi 8 años llegué a
ganar 4150 guaraníes. Tuve muchísimas “ofertas de ingresos
extras”, porque al cambiar, mínimamente el horario de las
entradas, podían ganar miles de miles los propietarios. Las ofertas
la hacían los despachantes, y yo, muy orgullosa con mi negatividad
y rechazo, demostrando la honestidad que me fuera inculcada
desde siempre en mi casa, y creyendo que se respetaba y que con
eso se daba mayor ingreso a las arcas de la institución. Luego de
salir, me enteré de que igual conseguían cambiar los datos con las
demás personas de más alto rango, quienes sí entraban en la rosca
corrupta que para mí era impensable. Bueno, hasta aquí esta
primera experiencia laboral.

Me retiré porque me había puesto de novia con un compañero de


trabajo (que fue el padre de mi primera hija), y la condición de mi
familia para que continúe con él, era que renunciara al trabajo. Lo
hice, y enseguida, me propuso casamiento. Una vez más me
negaron, y ante esto, yo decidí irme a la casa de él. Y bueno,
ocurrió la “primera vez” de la que no tengo ningún buen recuerdo,
ya que, no era lo que teníamos planeado. No fueron más de 2

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encuentros y ya quedé embarazada. Lo llevé en secreto. Yo ya
estaba trabajando como Maestra de Jardín en el Apostólico San
José, turno mañana, a la tarde en la Facultad, donde cursaba el
tercer año, y por la noche estudiaba en el ISE, para culminar mi
Formación Docente, que era mi mayor deseo.

Inicio de fuertes y dolorosas sensaciones

Le conté de mi situación a mi novio, de quien me alejé, por temor


a mi familia. Le llamé una noche, estando en el ISE y le dije que me
busque. Le extrañó, porque eso para mí era imposible en la
normalidad. Me subo en el vehículo y le digo lo que pasa, y que
teníamos que casarnos en las vacaciones de julio, exactamente el
21, ya que se volvía al Colegio en el siguiente lunes 23. Su
respuesta fue áspera y nada “romántica”. Me aclaró que él no
buscó eso, pero que aceptaba casarse, pero que yo no me haga
ilusiones de que él va a dejar sus salidas y encuentros con
“amigos”, total, “yo busqué esa situación”. Vivía destrozada, él
llegaba a casa y se quedaba media hora, a lo máximo, y me decía
que “tenía que despedir su soltería”. En mi casa no sabían
absolutamente nada, ya que mi plan era casarme en la Capilla del
Colegio, sin invitado familiar alguno, solamente con mis
compañeros de trabajo. El Provincial de los Betharramitas (a
quienes pertenecía el Colegio) era mi tío, primo-hermano de mi
mamá (que era mi ángel y sigue siendo hasta ahora), el primer día
de vacaciones llegué junto a él, se sorprendió, y recuerdo que me
dijo en forma jocosa: “mi niña, hoy ya no hay clases, amas tanto
el colegio?”. Me eché a llorar, y me descargué con él. Le dije que
tenía que casarme el 21 de julio, en la Capillita, porque estaba
embarazada. ¿Sólo por eso? Me respondió, le dije que sí, y me
preguntó: ¿Nimia ya sabe? Por supuesto que no, le contesté. ¿Pero
se aman ustedes, quieren casarse? Volvió a preguntarme. Le conté
cómo pasó y me dijo que le “libere” a ese hombre de semejante

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compromiso, ya que era evidente que no iba durar, y que era
mejor tener un hijo, sin necesidad de sufrir un suplicio en un
matrimonio no deseado. Y que él se encargaría de contarle a mi
mamá. Ese día planeó cómo sacarme de casa, y que después de
salir, inmediatamente tenía que confesarse (sic). Me acercó a casa
y se bajó, le dijo a mamá que tendríamos un retiro en Lambaré, y
que él mismo me llevaría. Por supuesto, cargué una mochila con
lo esencial y salimos. Se despidió, no sin antes decirle a mamá que
tenía algo importante que hablar con ella, que volvería a la tarde.
Salimos y me llevó a la casa de una tía, donde iba quedarme hasta
“que las aguas se calmen”. Me quedé 4 meses y medio, fui tratada
de la mejor manera, pero me sentía “muy sola”. Nunca recibí visita
de mi familia, me acercaba noticias mi tío. Me contó que habló con
mi “exnovio”, que respete la decisión tomada, ya que él “de verdad
no quería casarse”. También me contó que mi mamá, al escucharle
hablar a él de la situación, lloró, pero se tranquilizó. Yo me pasaba
llorando, realmente mi sensibilidad aumentó al máximo.

Una tardecita calurosa de los primeros días de noviembre de 1984,


llegan a la casa de la tía donde yo estaba, mi madre con mi
hermano. Mi sorpresa fue tan grande que mi corazón latía tan
fuerte que casi me desmayé. Solamente saludaron, y ni siquiera se
sentaron, me dijo mi hermano: “venimos a llevarte, pero con una
condición, te olvidas totalmente de “ese hombre”, y nosotros nos
encargaremos de esa criatura”. Y como yo ya no estaba en
comunicación alguna con mi exnovio, y tampoco nos despedimos
bien, entonces acepté y con gusto, porque extrañaba mi hogar.

Ya en casa, necesitaba salir para ir a mi control a Asunción. Desde


la primera vez que salí, con mi madre, por supuesto, noté la
mirada acusatoria de las personas. Yo estaba feliz con mi
embarazo, ya me sentía fortalecida con el apoyo de mi familia.
Pero sí era doloroso que, ni las “amigas” se me acercaron.

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Solamente una, quizás de la que menos esperaba, llegó a mi casa
con un presente, un álbum de fotos precioso, con una dedicatoria
que me llenó de alegría, esa amiga fue Claudia Isabel Céspedes.
Eternamente agradecida con ella. Me emociono al recordar.

Transcurrieron los días normalmente. Compartía mucho con mi


querida hermana Manchi, se convirtió en mi sostén.
Pertenecíamos al grupo GEN, de los Focolarinos. Ella era muy
activa, participaba de todas las actividades del grupo. Alrededor
de la quincena de noviembre, mi madre sufre un accidente casero,
se cae en el baño y se fractura. Fue sometida a una intervención
quirúrgica y salió enyesada ambas piernas. Su cuidado era muy
complicado. Yo, prácticamente en los últimos días de embarazo, la
que hacía de enfermera era mi hermana. Con toda esa situación,
un día, ya a finales de noviembre, mi hermana nos da una noticia:
se va a O’Higgins, Argentina, a hacer “la experiencia GEN”. Para el
raciocinio humano no cuadraba, no era comprensible, era lo peor,
cómo dejarnos en esas circunstancias en las que estábamos
pasando. Recuerdo tan bien que su respuesta, ante nuestro
reclamo fue: El Señor me llama ahora, y su Tiempo es Perfecto.
Nos quedamos solas ya que mi papá y mi hermano no contaban
para nada de cuidados porque estaban fuera todo el día.
Realmente fue un tiempo muy pero muy difícil.

Llegó el gran día, se adelantó el parto, porque estaba previsto para


la última semana de diciembre. La princesa llegó el martes 11 de
diciembre de 1984, mediante un parto normal, a las 09:50 horas,
con un peso de 3.340 kgr. En el Sanatorio San Roque. Era la
personita más bella, cuando me trajeron de la nursery,
experimenté la sensación que jamás la he sentido, me convertí en
madre, a los 25 años. Tantas emociones juntas que todas fueron
contenidas por mi familia.

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Otras situaciones con aventuras que demostraron mi fortaleza

Pasaron los días y meses. En abril del año 1985, 4 meses de mi


princesa, mi hermana Manchi, desde la Argentina, vio con gente
del Movimiento de los Focolares, para que me emplearan. Así, los
dueños de la Casa de Electrodomésticos “José A. Carrón”, que eran
del Movimiento, me contrataron como Encargada de Créditos. Fue
la primera separación con mi niña, y ya mi madre se hizo cargo de
su cuidado, ella sola, sin siquiera aceptar la presencia de otra
persona como para ayudarla. A los 2 años de permanecer en la
empresa, me contratan en una Financiera, también para el área
crediticia. En el mes de junio del año 1989, el Gerente me informa
que tendría que entrevistar a una persona con la que iba trabajar
para recuperación de clientes morosos. Y el 28 de ese mes, se
presenta a mi oficina un señor, elegante, bien puesto, con el que
tuve una conversación muy amena. Le informo de la situación de
la empresa, en relación a la gran cantidad de morosos que se tenía
en ese entonces. Él me expuso su sistema de trabajo y desde ahí
comenzó una amistad. Él era chileno, que trabajaba con el
Comandante de Policía de ese entonces. En su país era carabinero.
Trabajábamos de 8 a 11, luego se retiraba y volvía para las 15 horas
con los resultados obtenidos. Ha sido muy buena su gestión, y en
medio del trabajo, conversábamos, hasta el punto de contarnos
toda nuestra historia de vida. Era muy respetuoso, caballero,
diferente al paraguayo común (que por tener una hija ya te
proponía una intimidad). Él me acompañaba, en colectivo (ya que
no quería subirme al auto) hasta mi casa. Recuerdo que el viernes
28 de julio, me preguntó si aceptaba ser su novia, pero para
casarnos enseguida. No dudé en decirle que sí, ya que, con 30
años, en mi casa, mi madre, aún me trataba como a una niña, y la
única forma de salir de mi casa, era casándome. Pero yo estaba
muy enamorada de este señor, que me trataba como una princesa,
ni siquiera me tomaba fuerte de la mano, me sentía protegida por
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él, muy segura. En mi casa, nadie le aceptó como “novio”. Pero,
fue la primera vez que “me rebelé”. Nos casamos el 11 de agosto
de 1989, en el Registro Civil N° 1. Solamente fueron los
compañeros de trabajo, ya que mi mamá y mi hija, llegaron al
terminar la ceremonia. Durante el mismo evento, él le reconoció
a mi hija como suya, porque su parecer era, que, como al año
siguiente empezaba la escuela, debía ser inscripta con “doble
apellido”, ya que la sociedad de ese tiempo era muy especial. Al
término del brindis, viajamos al Brasil. Y el trato al que yo llegué
con mi mamá fue que, al volver del viaje, le recogeríamos a mi hija
para llevarla a nuestra casa. No se cumplió el trato, ya que, al
llegar, encuentro a mamá, rodeada de las vecinas, con un supuesto
preinfarto “que yo le ocasioné” según me vociferaban. No tuve
alternativa que salir corriendo, caso contrario iba ser atacada
físicamente. Ahí comenzó mi vía crucis. Lloraba todo el día, mi
esposo no sabía qué hacer, él no era recibido en mi casa, yo
entraba sola y estaba con mi niña, que también lloraba por mí,
pero mi debilidad ante mi mamá era mayor, que no quería que se
pusiera mal de salud. La llevaba con nosotros los fines de semana,
eso me era permitido. En octubre, 2 meses después del
matrimonio, quedo embarazada. Mi esposo ya no quiso que
trabaje, y me retiré de la empresa. Me trataba como una reina, no
permitía que viaje en colectivo cuando él estaba fuera de la
ciudad. Vivíamos en una constante “luna de miel”. Cuando iba
comenzar el siguiente año, nos mudamos a Capiatá, para estar
cerca de mi hija y ver lo de su escuela y todo lo que hacía su
desarrollo. Todo continuaba igual, mi embarazo muy feliz, yo
como ama de casa totalmente, con una persona que estaba
conmigo todo el día, ya que mi esposo trabajaba en Asunción,
viajaba al interior, y por eso siempre tenía que estar con esta
persona de confianza. Los lunes me encargaba de llevar a mi hija
a la escuela porque los fines de semana estaba con nosotros. Llegó

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el momento del parto, fuimos hasta Fernando de la Mora, porque
ahí estaba la clínica de mi ginecólogo. Mi primogénito varón nació
el 10 de julio de 1990. Vino a través de una cesárea. Fue la noche
más fría de ese año. Gracias a Dios todo bien, después de una gran
preocupación, ya que yo no dilataba y ya pasaron 42 semanas de
gestación. Volvimos a casa el 12 de julio. Yo sin dolor alguno,
siempre agradecida con mi Señor. Llegó el primer aniversario de
nuestro casamiento, y nuestro niño cumplía su primer mes de
vida. El papá de la casa estaba de viaje (que eran ya muy
frecuentes). Esa tarde del 11 de agosto de 1990, llega un camión
enorme y se queda frente a mi casa. Llega él y bajan muebles de
todo tipo y electrodomésticos. Me dijo que era por nuestro
aniversario y se cambió todo el mobiliario y se equipó la casa,
quedó todo como un ensueño. Él llegó sin el auto y me contó la
historia del robo del vehículo (el segundo desde que nos casamos).
En ese tiempo ya empecé a ver las cosas de otra manera, es como
que terminó el “enamoramiento” y empecé a ver la realidad de la
situación. Jamás hubo un cruce de palabras en tono alto, ni malas
miradas, nada de eso. Pero sí me extrañaban sus ausencias, el
robo nuevamente del vehículo, apenas me daba para los gastos, y
supuestamente él seguía trabajando con la misma persona (el
Comisario Calderini). Como la casa donde alquilábamos quedaba
un poco retirada del centro (y en esa época no había tanta
población como ahora), él me propuso buscar un departamento
más céntrico. Hablé con la Prof. Nena Aid (QEPD), y tenía un
departamento libre. Me di cuenta de que todas las cosas que
teníamos en la casa no iban a caber en el departamento que
queríamos alquilar. Durante el proceso de decidir qué hacer, las
cosas iban “desapareciendo”; el televisor, el equipo de sonido, el
juego de living y otros artículos (todos en mi ausencia), la
explicación que me daba era que “alguien” controlaba mis salidas
y aprovechaba para llevarlas. Desde ahí, tomé las riendas (antes

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de que sea demasiado tarde), firmé yo misma el contrato de
alquiler y estudié detenidamente cómo lo iba ambientar. Nos
mudamos inmediatamente, y todo lo que sobró los tuve que
vender ya que en casa de mis padres no me permitieron guardar.
Pero por lo menos con el importe de la venta (que todo lo compró
la “tía Nena” misma), quedó pagado el alquiler por 3 meses. Una
vez acomodados, contraté una niñera para que le cuide a mi niño
y que yo pudiera trabajar por lo menos mediodía, así me sentía
más segura económicamente. El señor continuaba con su trabajo,
pero ya no le permitía que él decidiera todas las cosas. Al principio
se disgustó porque empecé a trabajar, pero tampoco fue motivo
de malos tratos ni nada de eso. Siempre se mantuvo la calma y el
buen trato.

Pasó el tiempo, 6 meses exactamente de nuestra mudanza. Él


supuestamente tuvo un traslado laboral a Ciudad del Este. Me dijo
que le salía vivienda totalmente amoblada y un mejor salario.
¿Cómo lo haremos? Fue mi consulta, y su respuesta fue que
vendiéramos todo (que solamente conserve lo que me ataba
sentimentalmente, como el juego de dormitorio de mi hijo y los
obsequios del casamiento que aún lo tenía en cajas, sin usarlos) y
con una buena parte del importe, él llevaría para los detalles que,
según le dijeron, le faltaba a la casa, como una buena pintura,
iluminación, etc. Nosotros, mi hijo y la niñera nos iríamos cuando
todo estuviera listo. Otra vez, tía Nena se quedó con todo el
departamento equipado. El total de la venta fue por un valor de
casi 2 millones (para la época era buena plata, ya que mi salario
era de 150 mil en el Colegio San José del Prof. Carlos Cabrera). Le
entregué 1.300.000. Se fue y después de dos semanas me avisa
que ya podíamos viajar. Me indicó cómo hacer el viaje, o sea el
medio por el cual podía llevar las cosas. Recuerdo que subimos a
las 23 horas en un colectivo muy confortable. Llegamos al
amanecer, y él nos estaba esperando en la terminal de ómnibus.
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Tenía la cara desfigurada, con la barba larga, fue muy corto su
saludo, se encargó de que las cosas fueran resguardadas en un
depósito, y le dijo al dueño que durante la mañana iría a buscarlas.
Tomó al niño en sus brazos y nos dijo que le siguiéramos. Pensé
que sería hasta el auto, pero siguió caminando por delante, no me
dijo ni una palabra. Llegamos a un hotel, pero no de 5 estrellas, de
esos cercanos a la terminal. Nos puso en 2 habitaciones, una para
mi hijo y para mí y la otra, más pequeñita, para la niñera. La única
explicación que me dio fue que TODO GASTO está cubierto, hasta
tanto él vuelva. Tampoco me dio explicación alguna, le pregunté
qué pasaba, me miró y se fue.

Permanecimos una semana en el hotel, sin tener ninguna


respuesta. Al día siguiente de completar la semana, decidí llegar
hasta la terminal para comprar pasajes y ver mis cosas. Iba ser el
primer cumpleaños de mi niño y no quería pasar como estábamos.
Mi hermana ya llegó de Buenos Aires (cada cumpleaños de mis
hijos ella estaba presente) y ella me dio el valor para volver. Mi
sorpresa fue tan grande al llegar a la terminal, que el dueño del
lugar donde quedaron resguardadas mis pertenencias se
encontraba de viaje y nadie podía devolvérmelas. Las di por
perdidas y compré pasajes de vuelta a Capiatá. Tuve que
quedarme en casa de mis padres si no tenía otro lugar. Mientras
estaba mi hermana todo muy bien. Apenas ella viajó, después de
una semana, empezó de vuelta mi calvario. Sin saber nada de mi
esposo, y a mi mamá ya no le gustaba nuestra estancia en la casa.
La chica que le cuidaba a mi hijo nos consiguió una casita que
lindaba con su casa, entonces iba ser más fácil, y si volvía el
“desaparecido” no nos iba a encontrar, que era mi deseo. Nos
instalamos con las cositas que yo tenía en casa de mi época de
soltera. Una cama, una mesita, un ventilador de pie y algunos
utensilios de cocina, más nada. Mis días transcurrieron tranquilos,
le llevaba a mi niño en su carrito hasta el colegio y ahí lo tenía
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conmigo, ya que no podía pagar más a la niñera. Mis alumnos lo
querían y lo mimaban. El director, el Prof. Carlos, permitió que así
hiciera.

Un día, la mamá de una de mis alumnas me propuso cuidar de mi


hijo, ya que se encariñó mucho con él, era vecina de la casa donde
vivíamos, la TÍA ADE, la que luego se convirtió en un verdadero
“ángel de la guarda”, tanto para mí como para mi hijo.

Han pasado 2 meses, fines de setiembre, y una noche, ya tarde, se


golpea mi puerta. Pregunto quién era y escucho la voz del
“desaparecido”. ¡¡Cómo dio con nosotros!! me dio un vuelco en el
estómago, pero le abrí la puerta. Muchas explicaciones no me los
dio, sólo me dijo que todo lo perdió en juego, lo de Ciudad del
Este, mis cosas que llevé. Se declaró totalmente culpable, y que
necesitaba mi ayuda. En esos días, entre lástima y nostalgia, quedé
embarazada de mi segundo varón. Al mes de estarlo ya me di
cuenta y le dije que no quería tener otro hijo suyo, porque lo
nuestro ya estaba irremediablemente roto. Ya no había nada qué
hacer, ya no le creía absolutamente nada, y en la casita él
realmente no cabía, ni para dormir no tenía. Así que,
prácticamente sólo estaba una horas cuando yo volvía del trabajo,
y después se retiraba. No sé a dónde iba, pero no me importaba.
Tenía mucho resentimiento con todo cuanto me ha fallado, “su
sinceridad” no sirvió para nada positivo. Mejor hubiera sido
quedarme con la incógnita que conocer semejante verdad. Era un
jugador empedernido. Lastimosamente, un hombre que creí
conocer de una manera tan diferente (realmente lo conocí
después de un año de casados) antes era todo superficial (si en
menos de 2 meses acepté casarme con él) porque me mantenía
“enamorada” y ciega. Pero todo terminó, de verdad TERMINÓ, no
quedó un ápice de sentimiento hacia él.

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A fines de noviembre le conté a mi hermana que quedé
embarazada, pero que me resultaba muy difícil aceptar. Ella me
dijo que se venía a Paraguay en unos días más y que hablaríamos.

Él iba y venía a la casa, y ya me resultaba muy incómoda su


presencia. Como para ese tiempo yo hablaba con total
familiaridad con la tía Ade, le pregunté qué hacer, y me dijo: Mirá
profe, yo te ofrezco mi casa, si querés mudarte, con mucho gusto
hacemos espacio y se quedan, vos y Augustito con nosotros. Eso
nunca escuché de mis padres, a quienes también les dije que
quería salir de ese lugar porque él seguía frecuentándonos. Tanto
mi papá, que tenía una casa-negocio enorme, y la casa paterna,
que también era bastante amplia, ninguno de los dos me aceptó
vivir con ellos. A mi papá le entendí, porque me fue bien sincero.
Pero a mi mamá no la comprendí.

El 8 de diciembre de 1991, feriado, día de la Virgen de Caacupé,


tuve el coraje de alzar mis pocas pertenencias, vaciar la casita e
irme donde me recibirían con los brazos abiertos. Muy temprano,
a la mañana, fuimos y fue una gran alegría para esa familia
(Garcete-Figueredo) de que estuviéramos con ellos. Tanto la tía
Ade como el resto de la familia, hacían todo lo posible por
brindarnos lo mejor. La chica, que era la niñera de mi niño, como
vivía pegada a la casa que dejamos, nos contó que el “señor”
volvió a la hora de siempre, y que hizo destrozos de puertas y
ventanas por la rabia de no encontrarnos y no había señal de
dónde estábamos. Esa familia se mantuvo callada, a pesar de que
les amenazó incluso, pero no le dijeron dónde fuimos, y
estábamos a 3 cuadras nomás de ese lugar. Luego, se lo vio
recorrer por el barrio en distintos vehículos, pero sin logar saber
nuestro paradero.

Llegó Navidad, fue la primera vez que pasamos con gente extraña,
estuve un poco triste pero la fecha especial no ameritaba esa
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sensación. Luego, el 27 de diciembre fuimos a casa de mis padres,
para visitarlos, y más por mi hija, a quien extrañaba muchísimo.
Esa tarde, cuando ya íbamos a volver, llega Olga Ocampos, mi
hermana del alma, y le cuento, a grandes rasgos por lo que pasé,
y que estamos viviendo en tal casa. Ahí ella me dijo: Tere, vos
sabés que mamá prácticamente está sola, y te quiere muchísimo,
y todos te queremos, ¿por qué no vas a pasar con nosotros el Año
Nuevo? Vamos a divertirnos y a reírnos mucho. Me puse feliz, ya
que esa era mi familia y me estaba invitando. Al llegar le cuento a
tía Ade lo que aconteció, y me dijo que yo era libre de decidir qué
hacer, dónde pasar, y que siempre su casa era la mía también. A
esta gente no terminaría jamás de agradecer. Como la familia
Ocampos-Martínez ya era muy cara a mis afectos, decidí aceptar
la sugerencia de Olga y fui a lo de su mamá junto con mi niño.
Desde el día en que llegamos, esta santa mujer, Doña Petronita
(como se la conocía en la comunidad), nos recibió con los brazos
abiertos. Nos pusimos a hablar en ese hermoso y paradisiaco
lugar. Luego de nuestra charla, me indica que dormiríamos en su
propio dormitorio, y ella pasaría a compartir el de su hija Nancy.
Llegó el 31 de diciembre, sus hijos, que vivían en Asunción,
llegaban con toda la familia. Ajetreo en la cocina, bromas, risas y
por, sobre todo, una armonía total. Nos sentamos en la parte de
atrás de la casa, hermoso lugar con pasto verde, plantas bellas,
una mesa larga (éramos muchos), bien decorada. Fue la mejor
noche vieja aguardando el Nuevo Año 1992.

Lo que iba ser unos días de visita, nada más, se convirtieron en 5


hermosos años. Repito, fueron los mejores de mi vida y la de mis
niños. Mi segundo varón, Edgar Matías, nació el 8 de julio de 1992,
dos días antes del segundo cumpleaños de su hermanito. Mi vida
giró en torno a las personas más extraordinarias (dentro de lo
ordinario) que se encargaron de darnos un calor de hogar, de
parientes verdaderos, de manera incondicional.
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Mi hada madrina (así la llamaba a la “abuela Petrona”), porque
realmente ella fue LA ABUELA verdadera de mis niños, cuando
pasaron dos años de estar con ellos, me aconseja comprar un
terreno, ya que trabajaba bien (en el Colegio Apostólico San José).
Me puse en campaña, y conseguí un buen lugar. A una cuadra de
Álamo, una propiedad que me encantó desde el primer momento,
lo adquirí el 4 de octubre de 1994, en el Día de San Francisco.
Ladrillo por ladrillo fue construida la casita de mis sueños, la que
sí iba ser mía, obtenida con esfuerzo y mucho amor. Después de
tres años, pude conseguir que se terminara, sin los detalles, pero
por lo menos, ya con techo, piso y aberturas. Y nuevamente, el 4
de octubre de 1996, nos mudamos y empezamos a ambientar
“nuestro palacio”. A mis niños les costó muchísimo, el dejar la casa
de LA ABUELA, sus mimos, sus cuidados…pero les consolaba saber
que ya vivirían en SU CASA PROPIA. Desde el primer día, mi hija
mayor, por disposición de mi hermana Manchi, vivió con nosotros.
Ya que mi madre empezaba a presentar síntomas de su
enfermedad.

Pasó el tiempo, entre idas y venidas a la casa de LA ABUELA


PETRONA y en un tiempo corto, nos llega la terrible noticia que se
nos fue. Así como ella siempre quiso, sin molestar a nadie, con un
dolor muy fuerte, pero que duró poco. Estoy segura de que sigue
cuidándonos desde el cielo, porque ella vivió y sembró fielmente,
la entrada directa, ya que su vida fue AMAR sin condiciones y sin
mirar a quién. Todos los pobladores la lloraron, con justa razón.

Remontando al pasado, aclaro que mi exmarido, nunca más


apareció, desde aquel 8 de diciembre de 1991. Me contaron que
volvió a Chile, su país natal, y que entró a trabajar en un buque de
ultramar, y que fue lo último que se supo de él. Ya le dieron por
muerto, pues desapareció.

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Nuevos tiempos, mayores alegrías

Transcurrieron los días, meses y años. Mis 3 hijos crecían sanos y


saludables. Yo continuaba trabajando. En el año 2000, empecé a
entablar una amistad con una persona muy especial. Él era el
chofer de confianza de directivos y docentes de mi Colegio. Hacía
los trabajos de mayor confianza, y, cuando me tocaba trabajar
hasta tarde, él me acercaba a mi casa. Así comenzó una historia de
afecto que poco a poco se iban transformando en ALGO MÁS. Me
enamoré de él, qué exactamente hizo que eso ocurriera, no lo sé,
porque éramos tan distintos, en todo. Pero surgió, se dio y
prosperó, que de esa relación nació la niña más preciosa, la que
cambió nuestro mundo, el mayor milagro y demostración de amor
de Dios, fue el 3 de octubre de 2002. Yo tenía 43 años, todos me
decían que era muy arriesgado el embarazo, pero yo siempre
confié, y nunca sentí temor alguno. El hombre de mis “4 décadas”
se ganó el cariño y respeto de mis hijos. Era “PA” para ellos, sin
que yo les pidiera ni mucho menos, esa expresión coloquial nació
de ellos. Vivimos juntos hasta el 6 de enero de 2007, día en que él
viajó a España, con la promesa de volver, pero eso no ocurrió.
Nuestra niña adorada tenía 4 años. Para ella significó una situación
traumatizante, que lo viene arrastrando hasta ahora. Él se quedó
allá y formó nueva familia.

Años de lucha, de partidas y de dolor

En abril del 2007, a mi hermana le diagnosticaron “cáncer de


mama”. Fue un choque muy grande, más para mí. Recuerdo tan
bien el día de su primera consulta con el Dr. Alló, que duró más de
2 horas. Al salir, yo estaba sentada, súper ansiosa, y ella me miró,
con su acostumbrada sonrisa y me dijo: dale chermána, cáncer es,
pero hay que seguir adelante, ¡dale, arriba!

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En todos los viajes, siempre estuvimos acompañados por el gran
amigo Marcos Ayala, como taxista. Subimos al auto, yo estaba
muda, solamente quería llorar. Él le preguntó qué tal, y ella le dijo
lo mismo que a mí, que era cáncer pero que hay que luchar.
Empezó su tratamiento, rayos, quimios, de todo, ya que, su médico
decía que lo suyo era muy agresivo. Puedo afirmar con
satisfacción, que la acompañé en todo el proceso (a pesar de
trabajar, pero mis jefes me otorgaban el permiso que solicitaba,
gracias a Dios) desde el inicio hasta lo último de su enfermedad;
cirugías, internaciones, radiaciones, quimioterapias…y para
despedirla, en paliativos del INCAN.

El 14 de marzo de 2008, fallece mi madre, después de 11 largos


años de permanecer en cama. Esto fue devastador para mi
hermana, ya que ella había dejado su congregación religiosa para
cuidar a nuestros padres. Se fue mamá y ella sintió que también
ya podía partir. Pero la ´presencia de papá, que también
necesitaba cuidados, hizo que continuara su tratamiento, cada vez
más duro. Nunca descansó del proceso. Pero siempre el doctor se
asombraba por la agresividad de su enfermedad. Mi hermano, que
no podía estar físicamente con nosotros, y el tratamiento requería
de muchos gastos, sostenía económicamente. Cuando nos dimos
cuenta de que, en IPS, en una de las últimas sesiones de quimio,
no le administraron todos los medicamentos, yo le comenté a él,
e inmediatamente contactó, con un amigo oncólogo que tenía una
clínica privada. Le pidió especialmente que atiendan a su hermana
de la mejor manera, que se haría cargo de todo. El médico, al ver
sus estudios, le mencionó a mi hermano, como amigo, que
máximo duraría 6 meses, era agosto del 2009. Igual empezó un
tratamiento, muy diferente al que venía recibiendo. Pero ya era
muy tarde. Cada vez la veíamos más debilitada. Dejó de asistir al
colegio todos los días, iba una o dos veces, nada más.

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Su último cumpleaños, 22 de enero de 2010, pasó rodeada de
muchísima gente, compañeros del Parroquial (donde dio parte de
su vida más importante, creo yo), alumnos y amigos. Ella
sonriente, como siempre fue caracterizada. También fue el último
día que pudo sentarse a la mesa con nosotros. Después, ya no
logró.

Mi papá nunca supo de la enfermedad de mi hermana. Los últimos


tiempos, sospechaba algo, más, desde el día que no se sentó ya a
la mesa, pero ella no quería, por nada del mundo que se lo
contáramos, y eso, él nunca perdonó. Aquel 29 de enero de 2010,
yo le dije que la llevaría para un control, porque no se sentía bien,
y la sacaron en camilla de ambulancia, ya que no se podía
movilizar. Ella se despidió de papá con un gesto de manos y le dijo:
chau papito. Y él, sorprendido, por verla en la camilla, sólo le
levantó la mano. Fuimos a cuidados paliativos del INCAN. Fueron
los días más duros para la familia, y después de largos 9 días, el
domingo 7 de febrero de 2010, siendo las 00:40 minutos, partió
rodeada de sus sobrinos, familiares y algunos amigos. Esa partida
fue muy dolorosa, mucho más que la partida de mamá, pero, a
pesar del dolor e impotencia, el cuarto se llenó de paz, y mi hijo
Augusto me hizo entender QUE LLEGÓ JUNTO AL ESPOSO.

Otro tiempo con otras circunstancias, no menos dolorosas

Luego, fue lidiar con papá. Él se mantuvo en total silencio, sólo


hablaba con mi hermano, quien vino y nos acompañó unos días.
Durante su permanencia, se vieron todos los detalles respecto a la
casa, la administración, ya que, el eje principal era mi hermana y
los últimos tiempos depositó su total confianza en la persona que
cuidaba a mamá, a papá y a ella. Yo no era parte de “ese núcleo”.
A pesar de que, desde el mes de setiembre de 2009, como el
tratamiento de mi hermana ya era más complicado,
prácticamente, me mudé con ella, dejando a mis hijos en la casa
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donde vivíamos. Ellos entendían que todo era por la tía adorada y
comprendían perfectamente mi ausencia. La que no veía con
buenos ojos mi presencia, era la cuidadora, que estaba con su hija,
y prácticamente, se sentían dueñas de todo y yo la “arrimada”.
Ellas decidían cada detalle, a mí no me escuchaban en lo referente
al cuidado de papá, por ejemplo. Me hacía sentir que yo no sabía
nada.

Con esta situación, mi hermano, antes de regresar, dejó en claro


que yo me quedaba como “administradora”, de ahí en más,
situación que le disgustó muchísimo a la señora. Pero también dio
instrucciones de que, en la casa, siga estando, durante el día, la
señora, y yo vendría por las noches a estar con papá. Esto me
causó molestia, porque, dejar otra vez a mis hijos por las noches
me pareció injusto. Además, dijo que, Manchi tenía el deseo de
que la casa se convierta en un Hogar de Mujeres maltratadas, y
que se iba a cumplir lo dispuesto por ella. Yo no tuve ningún
problema. Sólo que, el último día del novenario, ya no estaba mi
hermano, una persona de mi absoluto respeto y consideración,
era como una madre (doña Beba de Aid) me dijo: Teresa, tienes
que mudarte aquí con tus hijos, así vas a estar con tu papá y los
chicos le van a servir de compañía. También es tu casa. Le comenté
lo dispuesto por mi hermano y que yo estaba decidida a acatar.
Me recriminó y me dijo: No podés dejarte humillar de esa forma,
como si fueras una extraña, hasta esos verdaderos extraños que
“vivieron de Manchi” tienen más derecho. Me extraña la actitud
de Tito. Eso me hizo recapacitar y me dio coraje, y el siguiente fin
de semana, aproveché a mudarme. Mis hijos no estaban de
acuerdo, en lo más mínimo, pero siempre respetando lo que
decidía, aceptaron.

La señora se encargó de contarle a mi hermano que nos mudamos,


e inmediatamente, él me llamó. Recuerdo tan bien sus palabras,

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que hasta de “usurpadora” me trató. Pasó el tiempo, era
incómoda la situación, ya que, también tuve que traer a la persona
que ayudaba en las tareas de mi casa, porque a mí ni a mis hijos
no se nos tenía en cuenta para nada. Se cocinaba solamente para
Estela (es la cuidadora), su hija y papá. Para mis hijos (que todavía
eran menores) los tenía que preparar, en el patio, “con nuestros
enseres” la comida. Así vivimos 3 meses, toda una eternidad, Mi
papá seguía “enojado” conmigo, yo llegaba de mi trabajo y me
encontraba con la tristeza de mis hijos, no se sentían en “su casa”.
La persona que nos acompañaba me dice un día que ya no quería
venir porque Estela le hacía sentir mal. Eso me hizo reaccionar, le
tomé y, por primera vez, le mostré quién era, le aclaré que “yo era
la patrona”, que a pesar de que su deseo era quedarse con todo lo
que me correspondía, de ahora en más, o aceptaba lo que le
proponía, o salía por el portón que ya conocía. Y como no le
gustaba tampoco que estuviera otra persona en la casa, le propuse
que, iba pagarle lo que le correspondía a nuestra secretaria, y que
se encargue de cocinar, atender las cosas nuestras (que todas
estaban separadas) y tratar bien a mis hijos.

Desde ese día, cambió la situación, se notaba más armonía,


hablábamos más, yo siempre le agradecía por todo lo que hizo por
mi familia (años de cuidados a mamá, mi hermana y cuando eso,
a papá). Se nota que le cegaron los celos hacia mí, creyó que iba a
tener “derechos”. Le hablaba siempre con sinceridad, y ella
empezó a mostrarse también sincera y al final, me eligió como
madrina de sus dos hijos menores (prueba fehaciente de su
arrepentimiento).

El distanciamiento con mi hermano continuó el resto del año. La


Navidad del 2010, recibo una llamada suya, donde me saluda y
felicita por las fiestas. Fue el inicio de un nuevo camino.

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Papá se encuentra ya más familiarizado con sus nietos mayores
(mis hijos), quienes lo acompañaban y compartían los programas
televisivos que a él le gustaba. Conversaban y pasaban buenos
momentos. Todos los días recibía su tratamiento de fisioterapia, y
lográbamos que saliera a la vereda, donde escuchaba su radio y
hablaba con la gente que pasaba. ¡¡Todos lo conocían, y era
escuchar siempre DON COCO!! Así seguimos hasta abril, más o
menos, porque cuando empezó a refrescar, ya se quedaba en la
sala, a leer su periódico y escuchar su radio. Hasta que llegaban
los chicos del colegio, que ya entraban al dormitorio a ver
televisión. Desde mayo-junio, cuando el frío era un poco más
fuerte, ya no salía de su dormitorio. Solamente se levantaba para
su baño, y todo lo demás lo hacía sentado en su sillón, pero
aparentemente, no le aquejaba nada, aparte del dolor de rodillas.

El 13 de julio del 2011, cuando llego del trabajo, me cuenta que


papá estuvo con mucha diarrea durante todo el día. Entonces,
cuando ya me quedo con él, le pregunto si quería comer un arroz
con queso, no me aceptó, solamente un jugo de manzana. Mi hija
mayor, Nimia María se encargaba de su cuidado nocturno, como
enfermera, conocía todo respecto a su tratamiento, que no era
nada complejo. Esa noche, ya muy tarde, escucho su llamada muy
fuerte, que hasta hoy retumba en mi oído, ¡TERESA! Salto de mi
cama, mi dormitorio estaba pegado al suyo, y llego junto a él. No
le llamó a mi hija que estaba más cerca de él. Le digo: ¿qué querés
papito?, me mira y me muestra una heridita que tenía en su brazo,
por la piel muy sensible, y estaba con una vendita. Me dice:
cambiáme esto. En eso ya está también mi hija, le cambia, tanto
lo que pidió y también el pañal, porque seguía con su disentería.
Se durmió enseguida de vuelta. Mi hija y yo nos levantábamos a
las 5 de la mañana, para prepararnos e irnos al trabajo. Me
extrañó escuchar su radio muy fuerte y con música paraguaya,
porque no era habitual en él. Más bien, su audición constante era
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de noticias. Pensé, que, como se despertó por esa molestia a la
noche, no cambió de emisora. Lo miré, y estaba muy dormido. Yo
esperaba que llegara Estela. Apenas llegó, le conté que continuó
con su disentería. Alrededor de las 10 de la mañana, recibo la
llamada de Estela, y me dice que papá no estaba nada bien. Tomé
un taxi y le dije al conductor que “volara hasta Capiatá”. Llego y
me recibe mi hijo Matías llorando, entro y ya mi papá se había
marchado. Hacía minutos nada más. Vieron su partir sus nietos.
Era el 14 de julio del 2011, a las 11 de la mañana. Solamente
soportó la ausencia de su amada hija, 1 año y 5 meses.

Mis 3 seres queridos se me fueron en 3 años. Realmente me sentí


“huérfana, desolada”.

Era preparar todo lo referente al velatorio, al sepelio y a todo lo


concerniente a estos momentos. Le comunicamos a mi hermano
(que estaba en El Salvador). Fue mucho más difícil para él,
encontrar la forma de llegar. No había vuelo directo, creo que hizo
tres escalas hasta llegar a Asunción.

Terminó todo el sepelio, era seguir sin mi papá, que fue una figura
importante para sus nietos. Dejó el legado más importante; el de
la honestidad. Nos decía, “mejor ser pobres que ricos con plata mal
habida”.

La quinta y sexta década de mi vida

Hasta aquí, mi vida en 52 años. Con aciertos y desaciertos, luces y


sombras, altas y bajas. Pero siempre, en todo momento
agradeciendo a Dios, porque nunca me ha dejado sola. Él y su
Madre Santísima vivieron conmigo, paso a paso. Yo, muchas veces
olvidándome de Ellos, pero ahí siguieron, firmes y cuidando de mí
y de los míos. ¡Cómo no vivir agradecida y enamorada de Ellos! Mi
lema, y ahora el de mis hijos siempre fue: Dios provee y proveerá.

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Mi vida siguió, y por la gracia divina, laboralmente estaba en el
mejor lugar, en el Seminario Metropolitano perteneciente al
Arzobispado de Asunción. 20 años de mi vida trabajé, con amor y
pasión por la Educación Católica.

Gracias al DAEC (Departamento Arquidiocesano de Educación


Católica) conocí por primera vez Europa. Participé de un Congreso
Internacional de Educación Católica, en el año 2015, en Roma,
Italia. Estuve frente al Papa Francisco, que, como siempre, a los
paraguayos nos saludó como habitualmente los hace.

También, durante 8 años, hemos organizado y participado de


Jornadas espirituales con directivos, técnicos y docentes de
instituciones educativas católicas de la Arquidiócesis. Experiencias
maravillosas que sirvieron para ir cultivando “mi interior, mi
espiritualidad”, de las que también estoy sumamente agradecida.

Todos los años que me cupo estar en el departamento, trabajé con


gente maravillosa, cultivé buenísimas amistades; me sentí útil a
muchas personas quienes hasta hoy están en comunión conmigo.

En el año 2021, hubo cambio de jefatura. Sacaron a la persona que


también dio parte de su vida en bien de la Educación, una
profesional excelente, con carisma, actitud y aptitud al servicio de
los demás. La reemplazaron por una “antítesis”, una persona
(religiosa, salesiana) que, desde el primer día, “disfrutó” del cargo
con ansias de poder, obstaculizando y criticando en todo
momento, el trabajo del “equipo anterior”, escudriñando archivos,
documentos, tratando de encontrar defectos. Se encargó que me
sacaran del cargo que yo mantuve por 18 años, el de Asesora
Pedagógica. Primeramente, me hizo pasar un “vía crucis”
constante. Me veía como a su sombra. Era una persona muy
soberbia, que pensaba que, al preguntar lo que no sabía, “se ponía

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por debajo”, su poca seguridad y desconocimiento total sobre el
cargo, la convertía en una líder muy negativa.

Este año, en marzo del 2023, me jubilé, dignamente. Una vez más,
el Señor ha demostrado que siempre estuvo conmigo, y los
momentos de tormento que padecí durante casi 2 años, se vieron
glorificados con el reconocimiento del mismísimo Cardenal, Mons.
Adalberto Martínez Flores, quien, me dio unas palabras de
agradecimiento que a todo el grupo de compañeros, entre los
cuales estaban los jefes (sacerdotes) que en su momento se
unieron a la religiosa para hacerme pasar verdaderos malos ratos,
se sorprendieron, y tuvieron que saludarme y agradecerme
también.

Un momento muy importante y de mucha satisfacción personal,


fue el viaje que realicé en noviembre del año pasado, 2022. Mi
hermano y su señora (mi querida Paqui) me regalaron para ser
madrina de su boda religiosa, en Córdoba, España. Fueron días
maravillosos.

Actualmente estoy viviendo la vida feliz de una jubilada, no por lo


económico, sino por la paz y la armonía que siento con mi familia.
Le pido al Señor que me dé la vida que a Él le parezca necesaria.
Estoy en sus manos, y mi día a día lo paso disfrutando del
amanecer, del atardecer, de mis plantas, de “mis pajaritos”, de mi
estar en mi mundo íntimo, rodeada de mis ángeles, a quienes los
siento mucho más ahora.

Seguiré hasta que el Señor me llame a Su presencia. Sólo le pido


que me encuentre en Su Gracia y pueda llevarme donde ya no hay
final, a la verdadera vida, la ETERNA.

Antes, mi Padre Bueno ha de concederme cumplir el sueño de


toda mi vida: Conocer Tierra Santa. Ahí estaré próximamente, y
seguiremos juntos en este relato.
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