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Mis 5 nietos son los que alegran mi vida: Josías Vicente Enmanuel,
Carlos Manuel, Mayra Jazmín (la unigénita), Ángelo Juan Pablo y
Maximiliano Enmanuel. Además, tengo una nieta del corazón,
Mirtha Ayelen.
Dios me regaló 2 nueras, que para mí son mis hijas: Lourdes Elena
y Jazmín del Carmen.
Un poco de historia
Los recuerdos sobre mis primeros años, no los tengo como para
narrar. Viví de muy chiquita en la ciudad, en la que resido hasta la
actualidad, Capiatá. El terreno donde actualmente está asentada
la ANDE, era de mi familia. Nuestra casa daba con el predio de la
casa parroquial.
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tuvimos la bendición de que los abuelos paternos fueron los
primeros en tener el aparato televisivo. Cada fin de semana nos
íbamos y disfrutábamos de los programas sentados uno al lado del
otro, y a través de la ventana, muchos niños buscaban ver
también.
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Luego, al siguiente año, entré en el segundo grado (1966), en la
STICA, que funcionaba en donde, después con los años, se
convirtió en el Colegio Nacional de Capiatá. Desconozco porqué
fui a esa institución, ya que mis hermanos continuaron en la
anterior. Mi maestra fue Blanca Lila Vargas. Ella me malcrió,
escribía si quería, en una palabra, hacía solamente lo que me
gustaba hacer, jugar.
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convencida de que eso iba a ocurrir. Al día siguiente, mi querida
Tía Yiya entró con una señorita, muy hermosa, por cierto, con un
guardapolvo blanco, y nos presentó como la Srta. Olga Ocampos.
Desde el primer día, le tomé cariño porque era muy dulce, muy
tierna, y enseguida ya pasó a formar parte de las clientas de mi
madre, que era la modista de alta costura de la ciudad, por lo que,
era una más, ella y su madre (mi hada madrina), doña Petrona
Martínez de Ocampos.
Este tiempo fue cuando conocí a las Hermanas Hijas de San José,
quienes habían llegado por primera vez a Paraguay con el objeto
de trabajar en nuestra ciudad, Las primeras fueron las Hnas. Ma.
Dolores Alegría, Micaela Navarro, Mirian Gómez Carrero, Patricia
y Gloria De Souza. Desde que las conocí empecé a frecuentar con
ellas. Prácticamente vivía con ellas. Salía de la escuela y ya llegaba
a la casa. Fue un tiempo maravilloso. Cuando cumplí 15 años, mi
intención era entrar definitivamente en la Congregación, pero la
Superiora de ese entonces, la Hna. Ma. Dolores, me sugirió que
esperara cumplir los 18 años para luego entrar. Muchas veces me
pregunté, ya después del paso del tiempo, que si me hubiesen
aconsejado a tener un director espiritual (que no tenía idea de
eso) para que acompañe mi discernimiento, quizás iba
permanecer con la idea. Aunque, hasta hoy sigue en mi cabeza, y
sueño que mis días los terminaré en una casa de Religiosas.
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revuelo entre los padres de familia, en especial en mi madre.,
quien fue a la institución a “pedir explicaciones sobre el tema”.
Otro dato que me marcó de ese tiempo fue la llegada del PRIMER
AMOR. Estando en el cuarto curso, con 15 años, conocí a un
príncipe azul, el más bello de todos, del que bastó una mirada y
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un saludo suyo para hacerme sentir el cosquilleo más hermoso en
el alma, tenía un nombre, José Ramón Morínigo Wilkinson del
sexto curso. Lo conocí en setiembre del año 1974. Solamente eran
intercambio de miradas y saludos gestuales al cruzarnos, pero que
para mí bastaban. En octubre de ese año, mi prima-hermana,
Teresita Rachit cumplió 15 años y lo invité. Esa noche, mi madre lo
conoció, le presenté y ella se quedó “encantada” con él. Aceptó
que llegue a mi casa como novio, desde finales de noviembre.
Increíblemente, el hecho de “oficializarse” de cierta manera,
rompió en mí el “enamoramiento”. Ya no quise seguir, y el
romance duró hasta finales de enero, él iba ingresar en la
Universidad, en la carrera de Agronomía, entonces fue un pretexto
perfecto para mí, al decirle que debe dedicarse a su estudio y que
“después” seguiríamos. Él, que ya era mayor, insistió en que podía
llevar lo nuestro y su estudio. Pero, como yo (por mi inmadurez)
ya no quise seguir.
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todo un profesional, me pidió casarnos, yo también quería. Me
propuso hablar con mamá (ya que ella era la que tomaba las
riendas de la casa). Un sábado, al siguiente que me planteó a mí,
él se acercó a ella para hablar (que siempre estaba en su máquina
de coser) y él le habló. No escuché la conversación, porque yo no
me animé a estar presente. Luego, me cuenta que mamá se
sorprendió y le dijo que era muy pronto y que yo era muy joven,
pero que le va a dar respuesta al día siguiente. Se fue, e
inmediatamente “a mí me dio la respuesta”. Directamente me dijo
que rompa con Hugo porque ni pensar aun en casamiento, y si eso
quería “ya nomás”, que se retire. Al día siguiente hablé con él, le
di la respuesta que me “exigió” mi madre. Yo era muy sumisa,
nunca peleé por lo que quería. Se fue muy triste, intentó algunas
veces más, pero después se cansó, y en poco tiempo, antes de un
año, ya supe que se casó.
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a dejar para continuar el año próximo. Por supuesto que fue una
vil excusa.
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encuentros y ya quedé embarazada. Lo llevé en secreto. Yo ya
estaba trabajando como Maestra de Jardín en el Apostólico San
José, turno mañana, a la tarde en la Facultad, donde cursaba el
tercer año, y por la noche estudiaba en el ISE, para culminar mi
Formación Docente, que era mi mayor deseo.
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compromiso, ya que era evidente que no iba durar, y que era
mejor tener un hijo, sin necesidad de sufrir un suplicio en un
matrimonio no deseado. Y que él se encargaría de contarle a mi
mamá. Ese día planeó cómo sacarme de casa, y que después de
salir, inmediatamente tenía que confesarse (sic). Me acercó a casa
y se bajó, le dijo a mamá que tendríamos un retiro en Lambaré, y
que él mismo me llevaría. Por supuesto, cargué una mochila con
lo esencial y salimos. Se despidió, no sin antes decirle a mamá que
tenía algo importante que hablar con ella, que volvería a la tarde.
Salimos y me llevó a la casa de una tía, donde iba quedarme hasta
“que las aguas se calmen”. Me quedé 4 meses y medio, fui tratada
de la mejor manera, pero me sentía “muy sola”. Nunca recibí visita
de mi familia, me acercaba noticias mi tío. Me contó que habló con
mi “exnovio”, que respete la decisión tomada, ya que él “de verdad
no quería casarse”. También me contó que mi mamá, al escucharle
hablar a él de la situación, lloró, pero se tranquilizó. Yo me pasaba
llorando, realmente mi sensibilidad aumentó al máximo.
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Solamente una, quizás de la que menos esperaba, llegó a mi casa
con un presente, un álbum de fotos precioso, con una dedicatoria
que me llenó de alegría, esa amiga fue Claudia Isabel Céspedes.
Eternamente agradecida con ella. Me emociono al recordar.
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Otras situaciones con aventuras que demostraron mi fortaleza
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el momento del parto, fuimos hasta Fernando de la Mora, porque
ahí estaba la clínica de mi ginecólogo. Mi primogénito varón nació
el 10 de julio de 1990. Vino a través de una cesárea. Fue la noche
más fría de ese año. Gracias a Dios todo bien, después de una gran
preocupación, ya que yo no dilataba y ya pasaron 42 semanas de
gestación. Volvimos a casa el 12 de julio. Yo sin dolor alguno,
siempre agradecida con mi Señor. Llegó el primer aniversario de
nuestro casamiento, y nuestro niño cumplía su primer mes de
vida. El papá de la casa estaba de viaje (que eran ya muy
frecuentes). Esa tarde del 11 de agosto de 1990, llega un camión
enorme y se queda frente a mi casa. Llega él y bajan muebles de
todo tipo y electrodomésticos. Me dijo que era por nuestro
aniversario y se cambió todo el mobiliario y se equipó la casa,
quedó todo como un ensueño. Él llegó sin el auto y me contó la
historia del robo del vehículo (el segundo desde que nos casamos).
En ese tiempo ya empecé a ver las cosas de otra manera, es como
que terminó el “enamoramiento” y empecé a ver la realidad de la
situación. Jamás hubo un cruce de palabras en tono alto, ni malas
miradas, nada de eso. Pero sí me extrañaban sus ausencias, el
robo nuevamente del vehículo, apenas me daba para los gastos, y
supuestamente él seguía trabajando con la misma persona (el
Comisario Calderini). Como la casa donde alquilábamos quedaba
un poco retirada del centro (y en esa época no había tanta
población como ahora), él me propuso buscar un departamento
más céntrico. Hablé con la Prof. Nena Aid (QEPD), y tenía un
departamento libre. Me di cuenta de que todas las cosas que
teníamos en la casa no iban a caber en el departamento que
queríamos alquilar. Durante el proceso de decidir qué hacer, las
cosas iban “desapareciendo”; el televisor, el equipo de sonido, el
juego de living y otros artículos (todos en mi ausencia), la
explicación que me daba era que “alguien” controlaba mis salidas
y aprovechaba para llevarlas. Desde ahí, tomé las riendas (antes
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de que sea demasiado tarde), firmé yo misma el contrato de
alquiler y estudié detenidamente cómo lo iba ambientar. Nos
mudamos inmediatamente, y todo lo que sobró los tuve que
vender ya que en casa de mis padres no me permitieron guardar.
Pero por lo menos con el importe de la venta (que todo lo compró
la “tía Nena” misma), quedó pagado el alquiler por 3 meses. Una
vez acomodados, contraté una niñera para que le cuide a mi niño
y que yo pudiera trabajar por lo menos mediodía, así me sentía
más segura económicamente. El señor continuaba con su trabajo,
pero ya no le permitía que él decidiera todas las cosas. Al principio
se disgustó porque empecé a trabajar, pero tampoco fue motivo
de malos tratos ni nada de eso. Siempre se mantuvo la calma y el
buen trato.
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A fines de noviembre le conté a mi hermana que quedé
embarazada, pero que me resultaba muy difícil aceptar. Ella me
dijo que se venía a Paraguay en unos días más y que hablaríamos.
Llegó Navidad, fue la primera vez que pasamos con gente extraña,
estuve un poco triste pero la fecha especial no ameritaba esa
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sensación. Luego, el 27 de diciembre fuimos a casa de mis padres,
para visitarlos, y más por mi hija, a quien extrañaba muchísimo.
Esa tarde, cuando ya íbamos a volver, llega Olga Ocampos, mi
hermana del alma, y le cuento, a grandes rasgos por lo que pasé,
y que estamos viviendo en tal casa. Ahí ella me dijo: Tere, vos
sabés que mamá prácticamente está sola, y te quiere muchísimo,
y todos te queremos, ¿por qué no vas a pasar con nosotros el Año
Nuevo? Vamos a divertirnos y a reírnos mucho. Me puse feliz, ya
que esa era mi familia y me estaba invitando. Al llegar le cuento a
tía Ade lo que aconteció, y me dijo que yo era libre de decidir qué
hacer, dónde pasar, y que siempre su casa era la mía también. A
esta gente no terminaría jamás de agradecer. Como la familia
Ocampos-Martínez ya era muy cara a mis afectos, decidí aceptar
la sugerencia de Olga y fui a lo de su mamá junto con mi niño.
Desde el día en que llegamos, esta santa mujer, Doña Petronita
(como se la conocía en la comunidad), nos recibió con los brazos
abiertos. Nos pusimos a hablar en ese hermoso y paradisiaco
lugar. Luego de nuestra charla, me indica que dormiríamos en su
propio dormitorio, y ella pasaría a compartir el de su hija Nancy.
Llegó el 31 de diciembre, sus hijos, que vivían en Asunción,
llegaban con toda la familia. Ajetreo en la cocina, bromas, risas y
por, sobre todo, una armonía total. Nos sentamos en la parte de
atrás de la casa, hermoso lugar con pasto verde, plantas bellas,
una mesa larga (éramos muchos), bien decorada. Fue la mejor
noche vieja aguardando el Nuevo Año 1992.
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Nuevos tiempos, mayores alegrías
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En todos los viajes, siempre estuvimos acompañados por el gran
amigo Marcos Ayala, como taxista. Subimos al auto, yo estaba
muda, solamente quería llorar. Él le preguntó qué tal, y ella le dijo
lo mismo que a mí, que era cáncer pero que hay que luchar.
Empezó su tratamiento, rayos, quimios, de todo, ya que, su médico
decía que lo suyo era muy agresivo. Puedo afirmar con
satisfacción, que la acompañé en todo el proceso (a pesar de
trabajar, pero mis jefes me otorgaban el permiso que solicitaba,
gracias a Dios) desde el inicio hasta lo último de su enfermedad;
cirugías, internaciones, radiaciones, quimioterapias…y para
despedirla, en paliativos del INCAN.
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Su último cumpleaños, 22 de enero de 2010, pasó rodeada de
muchísima gente, compañeros del Parroquial (donde dio parte de
su vida más importante, creo yo), alumnos y amigos. Ella
sonriente, como siempre fue caracterizada. También fue el último
día que pudo sentarse a la mesa con nosotros. Después, ya no
logró.
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que hasta de “usurpadora” me trató. Pasó el tiempo, era
incómoda la situación, ya que, también tuve que traer a la persona
que ayudaba en las tareas de mi casa, porque a mí ni a mis hijos
no se nos tenía en cuenta para nada. Se cocinaba solamente para
Estela (es la cuidadora), su hija y papá. Para mis hijos (que todavía
eran menores) los tenía que preparar, en el patio, “con nuestros
enseres” la comida. Así vivimos 3 meses, toda una eternidad, Mi
papá seguía “enojado” conmigo, yo llegaba de mi trabajo y me
encontraba con la tristeza de mis hijos, no se sentían en “su casa”.
La persona que nos acompañaba me dice un día que ya no quería
venir porque Estela le hacía sentir mal. Eso me hizo reaccionar, le
tomé y, por primera vez, le mostré quién era, le aclaré que “yo era
la patrona”, que a pesar de que su deseo era quedarse con todo lo
que me correspondía, de ahora en más, o aceptaba lo que le
proponía, o salía por el portón que ya conocía. Y como no le
gustaba tampoco que estuviera otra persona en la casa, le propuse
que, iba pagarle lo que le correspondía a nuestra secretaria, y que
se encargue de cocinar, atender las cosas nuestras (que todas
estaban separadas) y tratar bien a mis hijos.
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Papá se encuentra ya más familiarizado con sus nietos mayores
(mis hijos), quienes lo acompañaban y compartían los programas
televisivos que a él le gustaba. Conversaban y pasaban buenos
momentos. Todos los días recibía su tratamiento de fisioterapia, y
lográbamos que saliera a la vereda, donde escuchaba su radio y
hablaba con la gente que pasaba. ¡¡Todos lo conocían, y era
escuchar siempre DON COCO!! Así seguimos hasta abril, más o
menos, porque cuando empezó a refrescar, ya se quedaba en la
sala, a leer su periódico y escuchar su radio. Hasta que llegaban
los chicos del colegio, que ya entraban al dormitorio a ver
televisión. Desde mayo-junio, cuando el frío era un poco más
fuerte, ya no salía de su dormitorio. Solamente se levantaba para
su baño, y todo lo demás lo hacía sentado en su sillón, pero
aparentemente, no le aquejaba nada, aparte del dolor de rodillas.
Terminó todo el sepelio, era seguir sin mi papá, que fue una figura
importante para sus nietos. Dejó el legado más importante; el de
la honestidad. Nos decía, “mejor ser pobres que ricos con plata mal
habida”.
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Mi vida siguió, y por la gracia divina, laboralmente estaba en el
mejor lugar, en el Seminario Metropolitano perteneciente al
Arzobispado de Asunción. 20 años de mi vida trabajé, con amor y
pasión por la Educación Católica.
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por debajo”, su poca seguridad y desconocimiento total sobre el
cargo, la convertía en una líder muy negativa.
Este año, en marzo del 2023, me jubilé, dignamente. Una vez más,
el Señor ha demostrado que siempre estuvo conmigo, y los
momentos de tormento que padecí durante casi 2 años, se vieron
glorificados con el reconocimiento del mismísimo Cardenal, Mons.
Adalberto Martínez Flores, quien, me dio unas palabras de
agradecimiento que a todo el grupo de compañeros, entre los
cuales estaban los jefes (sacerdotes) que en su momento se
unieron a la religiosa para hacerme pasar verdaderos malos ratos,
se sorprendieron, y tuvieron que saludarme y agradecerme
también.