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El parque quedó solo

Inicio

María, Paula y Julia eran tres amigas de doce años cada una. Vivían en un tranquilo pueblo
cerca de una pradera. Allí tenían de todo, su escuela, su cine, su biblioteca, sus tiendas para
comprar víveres y ropa, y, lo mejor de todo, un hermoso parque donde se reunían día a día
a jugar desde que se conocieron a los 7 años.

El parque quedaba a la misma distancia de la casa de cada una, por la que todas caminaban
los mismos cien metros para reunirse allí a divertirse en la rueda, en el columpio, en el sube
y baja, o simplemente jugar con sus muñecas en el césped.

Nudo

Todo había transcurrido bien durante esos años de amistad. La hora del parque era la más
deseada por ellas. Sin embargo, como todo en la vida, ese año ellas entraron en secundaria,
y como cada una se había decidido por estudios distintos, sus horarios cambiaron y no
pudieron coincidir como antes en su lugar especial.

Con el tiempo pasaron de verse solo tres veces a la semana cuando antes eran siete; luego
solo dos veces, y al final ni se veían. Hubo mucha tristeza en sus corazones a raíz de ese
alejamiento, pero las nuevas cosas que sucedían en sus vidas hacían que el pesar no fuera
tan hondo. Fue así como en un año el parque quedó solo.

Desenlace

El tiempo, sin que las chicas se fijaran, pasó volando. Por cosas de la vida se mudaron del
pueblo a estudiar en las distintas universidades que escogieron. Sin embargo, cuando las
cosas son muy buenas, se repiten.

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Veinte años después de sus juegos y diversiones, María, Paula y Julia volvieron a su
pueblo, ya casadas y con una hija cada una.

Sus hijas se llamaban como ellas, cada una tenía siete años y, tal y como ocurrió en el
pasado con sus madres, se hicieron muy amigas en ese parque que les esperaba.

Todo era idéntico, solo que ahora, además de las pequeñas, también estaban sus madres
acompañándolas para hablar de todo aquello que vivieron mientras estuvieron alejadas.

Fin.
– El niño que remó contra la corriente

Inicio

José Manuel era un niño de casi siete años que vivía en un pueblo costero a orillas del mar
Caribe. El lugar era hermoso, tenía uveros por montones y también palmeras, y muchos
barcos en la playa, pues era una villa dedicada desde hacía muchos años a la pesca.

El padre de José se llamaba Pedro, y era pescador, al igual que su abuelo, su bisabuelo, y
una larga lista de ancestros antes que él. Su familia era una de las más distinguidas por toda
la región por ser los encargados de pescar al tiburón cazón, una de las especies más ricas y
solicitadas por los compradores que se acercaban y los habitantes del mismo pueblo.

Nudo

Todo iba bien hasta el día del cumpleaños de José Manuel, un 5 de diciembre de 1989.
Resulta que en el pueblo donde vivían, como era costumbre, a los 7 años se iniciaba al niño
en las labores de pesca. Luego de cantar el cumpleaños, el papá del niño lo llevó a un barco
y le dijo: “Hoy comenzarás la tradición familiar, empezarás en tu oficio”.

Después de eso pasó lo inesperado, algo que conmocionó a todos. José Manuel, al instante
y sin pensarlo, dijo: “No, papá, no lo haré, seré escritor y no pescador”. El papá del niño se
puso pálido, no podía creer lo que escuchaba. Años y años, y generación tras generación de
tradiciones echadas a un lado en un momento.

Sí, José remó contra la corriente, pero esto no era tan raro como parece, ya que la abuela
del niño, doña Onorina, era amante de la literatura, y desde que el pequeño era un bebé, la
viejecita le leía historias y cuentos. Ella misma le enseñó a leer y a escribir, mientras su
padre iba a pescar y su madre hacía las labores del hogar.

Desenlace

Pese a lo difícil que fue para gran parte de la familia aceptar la decisión de José Manuel, la
respetaron. Si bien el niño era muy pequeño, tenía una convicción increíble.
Lo cierto es que con el pasar de los días a José lo inscribieron en una escuela de un pueblo
vecino, a la cual se iba día tras día acompañado de su amada abuela Onorina.

Años después la decisión que tomó José sirvió para que su familia fuera recordada, así
como sus tradiciones. Él se volvió cronista y escritor, describió cada detalle de sus
costumbres e inmortalizó las historias de su pueblo y su gente.

Fin.

– Daniel y el lago

Inicio

Cuando Daniel se levantó esa mañana no imaginó que sería un día que guardaría en
su memoria para siempre.

Parecía un día miércoles normal. Era el último mes de vacaciones y Daniel ya había
cumplido los 8 años, lo que quería decir que a partir de este año empezaría a ir solo a su
colegio. Estaba aterrado.

Desde su casa a su colegio solo había unas pocas manzanas de distancia, pero a mitad de
camino había un lago de color negro que lo aterraba.

Su hermano mayor, Sebastián, que ahora iba a la universidad, le había dicho que en ese
lago vivía un monstruo enorme con ojos en todo su cuerpo y una gran boca que se abría del
tamaño de su cabeza. Ese monstruo se llamaba Hugo y se alimentaba de niños estudiosos.

Nudo

Daniel había pensado que tal vez podría decirle a su madre qué no quería ir a la escuela
solo, pero temía que se burlaran de él. Ser el más pequeño era complicado, todos se reían
cuando tenía miedo.
A medida que se acababa las vacaciones Daniel pensaba más y más en el lago y en Hugo.
Cuando llegó el día de ir a clases, él no podía con los nervios. Desde el primer paso que dio
fuera de casa sintió que las piernas le temblaban como gelatina.

Desenlace

Vio el lago desde la distancia y comenzó a sudar. Y entonces notó que tres niños jugaban
tranquilamente en la orilla, eran compañeros de clase. Daniel se acercó paso a paso, con
temor, prestando atención a todo. Se ocultó detrás de un árbol a ver a sus amigos jugar,
ellos también tenían buenas calificaciones, Hugo aparecería en cualquier momento.

Pero pasaban los minutos y Hugo no aparecía. Finalmente, Daniel se acercó al grupo y
compartió los minutos que quedaban antes de tener que emprender el camino a clases.
Daniel siempre pensó en ese día como el día en que aprendió a no creer en monstruos.

Fin.

Martha y la torta

Inicio

Vivir sola era una tarea más difícil de lo que imaginaba. Cada mañana tenía que levantarse
muy temprano para que le diera tiempo de preparar su almuerzo, desayunar algo y correr a
clases. Extrañaba un poco vivir en casa.

19 años había cumplido hacía unos meses, y al mismo tiempo había logrado entrar a la
UCV, Universidad Central de Venezuela. Ella era de San Fernando de Apure, por lo que
tenía que irse a vivir sola en una residencia. Por primera vez no contaría con la ayuda de
mamá.

Apenas llevaba dos meses en la capital y ya había dañado un vestido, arruinado una olla y
manchado una alfombra. No era tonta, ella sabía eso, pero no tenía ni idea de hacer
absolutamente nada y no podía estar llamando a mamá cada 10 minutos, tenía que aprender
a hacer sus cosas.

Nudo

Decidió que cocinar era esencial para sobrevivir sola, así que se enfrentaría a esa tarea con
total dedicación.

Comenzó por buscar recetas en los libros que compraba por montones. Les pedía a sus
amigas consejos y estudiaba las revistas. Finalmente se decidió a hacer una torta de
chocolate. Entre todas las recetas que había leído y estudiado esa era la que se le hacía más
atractiva.

Desenlace

Hizo una lista de compras muy cuidadosa, harina, mantequilla (no margarina) huevos,
leche, chocolate, chispas de chocolate y un molde. Aprovechó y compró un batidor manual
para no mezclar con tenedor, era una de las cosas que le habían dicho.

Al llegar a casa midió todo con cuidado, enharinó el molde y metió la torta al horno.
Martha estaba muy emocionada con su torta y decidió que le daría tiempo de darse un baño,
pues en la receta decía que con cocinar por 45 minutos a 180º era suficiente, ella lo pondría
en 120º, ya que no había 90º y podría demorarse hora y cuarto antes de abrir el horno.

Al salir del baño encontró la casa llena de humo. Corrió apresurada a revisar su torta y al
abrir el horno estaba negra. Llamó a su madre para saber qué había pasado, y entonces
entendió que la matemática repostera no funcionaba así.

Fin
Artesanías de Quetzaltenango, Guatemala
Hierba mora hierba blanca

Chipilín bledo

Pepita

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