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Qué es investigar y qué no es investigar?

Se ha dicho que la investigación es la sistematización de la curiosidad. El investigar, por


tanto, podría consistir en identificar y definir un problema, plantearse una pregunta,
pensar en la manera de responderla, reunir los resultados necesarios para ello,
analizarlos e interpretarlos. En salud, a ello se debería añadir que las respuestas que se
generen supongan una diferencia sustancial para los pacientes o población a la que va
dirigida. La investigación científica debería ser un acto de rebeldía intelectual contra lo
que se da por sentado sin respaldo claro y también debería estar incentivada por lo que
no se sabe o no se domina cabalmente. Un investigador es, por tanto, quien se hace
preguntas inteligentes e intenta responderlas metódicamente y debería mostrar cierta
rebeldía o disconformidad con lo comúnmente aceptado. Un pensamiento
verdaderamente crítico.

Si una pregunta ya ha sido contestada con rigor metodológico y comunicada en una


fuente de información solvente (libro, artículo, Internet…), no merece volver a ser
investigada. Sería un derroche de recursos, incluido, entre otros, el tiempo del
investigador, excepto si se tiene un objetivo concreto como puede ser el replicarla en
otro entorno o hacer alguna aportación sustancial al planteamiento inicial. Pero
repetirla, sin más, o para salir del apuro de tener unos datos que llevar a una reunión
profesional no tiene ningún sentido. El primer paso previo a cualquier planteamiento de
investigación es explorar concienzudamente lo que ya se sabe sobre el tema y, por tanto,
también lo que se ignora.

Investigar es tratar de ampliar los límites del conocimiento. Las fuentes del
conocimiento humano clásicamente han sido: la tradición, la autoridad, la experiencia y
el tanteo, el razonamiento lógico y el método científico. Lo han sido y aún lo siguen
siendo actualmente, pues todavía se escucha “utilizo tal producto porque me va bien”,
“interpreto así tal situación clínica o vital porque se lo he visto hacer al Dr. X”. Hay que
reconocer que la práctica nos inunda de incertidumbres que hay que despejar y que no
siempre cada uno de nuestros actos profesionales va a poder basarse en investigaciones
rigurosas (en evidencias de alta calidad), aunque sería lo deseable. Y ése es uno de los
márgenes donde las preguntas esperan a ser formuladas por los nuevos investigadores.

Una meta de toda profesión debiera ser incrementar su cuerpo teórico-científico,


mejorar la práctica de sus miembros, de modo que los servicios brindados a los
ciudadanos se basen en fundamentos rigurosamente sostenibles, en la actualmente
llamada práctica basada en la evidencia y, por tanto que sus intervenciones tengan la
mayor pertinencia, efectividad, eficiencia y seguridad.

Investigar no sólo aporta beneficios a los sujetos a quien va dirigida la práctica


profesional (ciudadanos, sociedad, sistema sanitario), sino que también el profesional
clínico que investiga se ve beneficiado, fundamentalmente porque investigar debe
suponer trabajar con rigor y motivación. También, estimula a incrementar la formación
tanto clínica como metodológica, evita la apatía y el acomodamiento, potencia el
espíritu crítico respecto a la información sesgada o contaminada con la que en muchas
ocasiones se trata de manipular al profesional y consolida su propio campo de
actuación. Evidentemente, todo ello corresponde al concepto de motivación intrínseca.
La extrínseca en nuestro sistema sanitario todavía es deficiente, aunque en la actualidad
cada vez toma más preponderancia la valoración del currículum investigador como
mérito y algunas veces como requisito en diversos concursos y promociones, incluido el
acceso a plazas laborales o la carrera profesional. Ya hay propuestas, más o menos
concretas y acertadas, sobre cómo valorar los méritos en investigación, tanto en distintas
comunidades autónomas como por diversas sociedades científicas, considerando no sólo
la cantidad, sino también los criterios de calidad actualmente existentes en el medio en
que se publica (nacional o internacional, factor de impacto, etc.) y en las propias
publicaciones, aunque estos criterios aún no sean excesivamente ajustados y reciban
críticas y matizaciones.

Nuestra sociedad demanda urgentemente que la producción de conocimiento le sea


transferida lo más directamente posible y que los recursos sanitarios sean utilizados de
la manera más eficiente para permitir la optimización, la sostenibilidad y,
fundamentalmente, la equidad en el sistema nacional de salud. Más allá de los
relativamente estériles debates sobre el nivel adecuado de gasto del sistema sanitario,
resulta cada vez más claro que un nivel de producción y de gestión adecuada del
conocimiento científico (evidencia) es una condición necesaria para la sostenibilidad y
eficiencia de los sistemas sanitarios. Eso conlleva una necesidad perentoria de evaluar
con rigor tanto los modelos de atención como nuestras actuaciones profesionales, para
que los responsables sanitarios tengan evidencias sobre los que apoyar sus decisiones.
La gestión basada en la evidencia comienza a percibirse como una necesidad, aunque
probablemente aún lejana.

¿Y qué no es investigar? Se podría elaborar un extenso listado, pero básicamente se


puede decir que existe un importante número de trabajos, entre los publicados en
revistas no excesivamente rigurosas e incluso en algunas que pretenden serlo, que no
cumplen con los criterios para ser considerados investigaciones, de mayor o menor
calado, pero en esencia investigaciones. Entre otros se pueden señalar dos prototipos:

Uno de ellos lo suponen aquellos trabajos que carecen de pregunta. Son aquéllos
realizados

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