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John Locke, el pensador pragmático

John Locke es el padre de la filosofía anglosajona moderna. Fue


amigo de nobles y consejero de importantes personas que lo
escuchaban con atención. También mostró interés por la educación.
Fue uno de los primeros pensadores que, con gran clarividencia, se
ocupó del tema y algunas de sus reflexiones tuvieron una enorme
influencia en el planteamiento político de su tiempo.
Locke escribió en el siglo xvn —ya terminado el Renacimiento—,
al inicio de un turbulento período de guerras religiosas y comerciales,
antes de que se produjeran las grandes transformaciones de la
modernidad que comenzaron, en el siglo XVIII, con las revoluciones
americana y francesa. La obra de Locke se estableció en ese momento
crucial. Como casi todos los filósofos anglosajones —como ya he
tenido oportunidad de señalar—, su obra está muy orientada a la
práctica. Se basa en la teoría, es verdad, ocupándose de poner en claro
nociones básicas como espacio, duración, infinitud, relación, sustancia
y otras, pero está orientada a obtener conclusiones prácticas, a influir
en las conductas políticas, científicas, sociales y educativas. En otras
palabras, Locke desarrolló su actividad en muchos campos, siempre
con el objetivo puesto en los logros prácticos de la reflexión.

EXILIOS, REYES Y POLÍTICA

John Locke nació en 1632 enWrington, cerca de Bristol,


Inglaterra. Durante su niñez le tocó vivir la guerra civil que se desató
en 1642
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y que culminó con la decapitación del rey Carlos I. Su padre era


funcionario judicial y el joven Locke estudió en Westminster1 y en
Oxford. Se dedicó a las ciencias físicas y químicas y a la filosofía,
además de obtener una licencia para ejercer la medicina. Se ganó la
vida como médico práctico y también como diplomático, y a partir de
1666 entró al servicio de lord Ashley, primer conde de Shaftesbury, de
quien fue secretario particular.2 Shaftesbury representaba al Partido
Puritano, que proponía, entre otras cosas, la separación de la Iglesia
del Estado. En 1672 llegó a presidir el gobierno británico y nombró a
Locke secretario de Agricultura. Al caer el gobierno, Locke huyó a
Francia, donde residió hasta 1679, año en que Shaftesbury recuperó el
poder. Entonces volvió a Londres y desarrolló su actividad como
profesor en Oxford. Pero, al caer por segunda vez su protector, en
1683, tuvo que retomar el exilio, yendo a residir a Holanda bajo un
nombre falso. Allí, en 1685, redactó su Carta sobre la tolerancia, que
publicó anónimamente poco después, y que señalaba la diferencia de
las competencias entre la esfera religiosa y la política. Para Locke, la
salvación de las almas no compete a la autoridad política, sino a las
iglesias, y la pertenencia de alguien a una determinada Iglesia es un
asunto de su libre decisión. En 1688, al ser la situación política bri-
tánica favorable a su postura, regresó a Inglaterra, y fue recibido como
un exiliado de la causa revolucionaria. En esa época la vida política —
más allá de las diferencias entre protestantes y católicos— se
polarizaba entre monárquicos absolutistas y parlamentarios. Los
protestantes eran partidarios de la monarquía parlamentaria y los ca-
tólicos de la absoluta. Locke era un representante destacado de la
monarquía parlamentaria, que terminó de imponerse con Guillermo de
Orange,3 pero también del movimiento whig, relacionado con los
pequeños propietarios. En los años que siguieron a su regreso a In-
glaterra publicó sus obras fundamentales: Ensayos sobre el gobierno
civil, en los que sienta las bases del liberalismo político, y el Ensayo
sobre el entendimiento humano, en el que inaugura la tradición
empirista de la filosofía inglesa.
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NADA VIENE CON UNO, TODO VIENE DESPUÉS

Hablando en términos muy generales, en el siglo xvn el debate fi-


losófico pasaba por actitudes diferentes frente al conocimiento. Por
una parte, el empirismo británico, y por otra, el racionalismo, repre-
sentado por Descartes, quien consideraba que hay ideas innatas en los
seres humanos. Como recordaremos, Descartes en su duda abandona
todo aquello que proporcionan los sentidos y se centra en la propia
existencia de un Yo, de un cogito, de un pensar que se reconoce a sí
mismo como tal y que tiene una serie de ideas innatas, claras,
distintas, respecto de la divinidad y del reconocimiento de la verdad.
Todo esto Locke lo deja de lado con un gesto. Para él no existe otra
fuente de conocimiento que la que se origina a partir de nuestros
sentidos y la experiencia. En la cuestión de las fuentes del conoci-
miento, se dividen dos grandes caminos: por un lado, el racionalismo
continental, que va a tener su desarrollo en Descartes, Spinoza y
Leibniz; y por otro lado, el empirismo británico, de corte francamente
contrario a toda la postulación de ideas innatas. Locke parte de que
todo lo que conocemos se debe a los sentidos. Ahora bien, es verdad
que no todas las propiedades de los objetos que conocemos son del
mismo tipo. Existen las propiedades primarias. De hecho, todos los
objetos tienen, por ejemplo, forma y tamaño. En cambio, hay otras
propiedades, secundarias, que de alguna forma surgen de la relación
entre el objeto y nosotros. Por ejemplo, su sabor o su olor.Un objeto
puede tener sabor y olor, pero, de hecho, si no hay nadie para
saborearlo o para olfatearlo, no tiene esas particularidades. En cambio,
la cualidad de tener una forma o un tamaño es imprescindible para la
existencia misma del objeto.
Locke estaba influido en esta concepción de las cualidades o pro-
piedades primarias y secundarias por la teoría atomista que había co-
nocido a través de su amigo el físico Robert Boyle.4 Según ésta, las
cosas están compuestas de corpúsculos que impresionan nuestros sen-
tidos de modo que nos hacemos una idea de ellas. Por ejemplo, la rosa
no es en sí roja —de hecho, a oscuras, deja de parecemos roja—, sino
que es de tal modo que produce en nosotros la idea de rojo, median-
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te la acción de partículas imperceptibles, que vienen de ella, sobre


nuestros ojos. Hoy diríamos que la rosa tiene una composición tal que
refleja la luz de manera que nuestros ojos la ven roja. Así, cuando per-
cibo una cosa, en realidad se trata sólo de ciertas cualidades de la cosa.
Según Locke, las cualidades objetivas primarias son la forma, la
extensión, la figura y la solidez. La realidad misma se compone de
pequeños corpúsculos, definidos por esas cualidades primarias. Éstas
se combinan entre sí y dan lugar a cualidades secundarias, que tienen
efecto sobre nosotros, causando a través de nuestros sentidos
cualidades subjetivas como el olor, el sabor, el color, etcétera. Se
forman así en nuestra mente ideas simples. Luego, la mente actúa
sobre estas ideas simples, comparando, distinguiendo, combinando y
abstrayendo. Así surgen las ideas complejas. Una idea compleja, por
ejemplo, es la de «manzana», que se produce a partir de la
combinación de ideas simples de color rojo, de textura, de cierta
forma y de un aroma específico.
El propósito de Locke en el Ensayo sobre el entendimiento
humano es probar, lisa y llanamente, que todas las ideas, simples y
complejas, provienen de la experiencia. Para ello es necesario
desechar la creencia de que hay ideas innatas que están impresas en
nosotros cuando nacemos. Así, explica que no hay asentimiento
universal a ninguna proposición, que las verdades de la matemática no
las conocen ni los niños, ni los idiotas, ni los salvajes, ni los iletrados.
Según su análisis, ideas como la de número o la de Dios no son
innatas sino que, por el contrario, son aprendidas o construidas a partir
de la experiencia y a través de los años. Es evidente que esta crítica
del innatismo estaba profundamente conectada con la eliminación de
elementos políticos autoritarios, ocultos bajo las tesis innatistas. El
innatismo era relacionado por algunos teóricos con la existencia de un
orden natural del mundo que se extendía al ámbito social y político.
En cambio, los que negaban el innatismo no buscaban un orden fijo e
inmutable, sino que se inclinaban a pensar que todo orden era
construido y consensuado. Para ellos, la pretensión de un orden
legítimo en sí era cuestionable.
Ante el análisis de Locke, todo orden se revela convencional,
histórico y, en definitiva, fruto de una construcción.Y la idea surge a
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partir de la experiencia. Sus argumentos no son estrafalarios. La mente


recibe pasivamente el material que le proveen los cinco sentidos
externos (las sensaciones), así como el sentido interno (la reflexión).
Y de esta manera se forman las ideas simples como cualidades
subjetivas que se corresponden con las cualidades objetivas que hay
en las cosas mismas. Dicho de otro modo: las cualidades objetivas de
las diferentes cosas son percibidas por mis sentidos y producen cua-
lidades subjetivas, es decir, ideas simples, en mi entendimiento.
Todas estas ideas simples se reúnen mediante la suposición de
que pertenecen a una cierta realidad sustancial. La sustancia ha sido,
desde Aristóteles, un concepto central en la metafísica occidental.
Pero Locke señala que no hay nunca experiencia de una sustancia,
sino sólo de diversas cualidades sensibles reunidas según un orden.
Nosotros formamos la noción de sustancia sólo para dar cuenta de ese
orden de combinaciones. En rigor, nada nos lleva a sostener que el
mundo esté efectivamente constituido por multitud de sustancias. De
esta manera, todo el edificio teórico-especulativo de la metafísica
perdía, ante la crítica de Locke, solidez. La metafísica escolástica
consideraba, en cambio, que el mundo estaba constituido de sustancias
y que cada cosa era una sustancia que sostenía, por así decirlo, di-
versos accidentes. Cuestionar la noción de sustancia era, por lo tanto,
quitar la base a todo el edificio de la metafísica. Lo cual no es poca
cosa.
Pero la crítica de Locke no se detuvo ahí, sino que también al-
canzó a los principios morales, de los cuales consideraba que tampoco
podía afirmarse que eran innatos. Si fuera así, no sería posible ningún
desacuerdo al respecto. Locke opina que varían según la sociedad y la
época. Son, pues, convencionales. Por otra parte, Locke desarrolla lo
que podríamos llamar una psicología moral. Al estudiar los motivos
de la conducta humana, para comprender el origen de los principios
morales, el pensador inglés explica que si bien la búsqueda de placer
mueve al hombre, mucho más importante, para entender la conducta
humana, es la búsqueda del impedimento del dolor y la inquietud. Este
juego que se da entre el placer y el dolor en la motivación de la
conducta depende de la voluntad, que es esencial-
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mente libre. Por ello, el hombre siempre puede obedecer a una ley o
violarla. Siempre es libre para decidir su curso de acción, lo cual está
íntimamente relacionado con su propuesta del liberalismo político.

HOBBES ESTABA EQUIVOCADO

Locke se opuso a la teoría de Thomas Hobbes, según la cual


nuestro origen prehistórico y natural condiciona la larga cadena de
terribles enfrentamientos que nos caracterizan y justifica que al entrar
en el Estado, en la sociedad, deba haber un orden autoritario, rígido,
fuerte. Para Locke, ese mundo excesivamente autoritario e impuesto
de Hobbes no se ajusta a la realidad. Para él, los seres humanos
naturalmente se saben libres e iguales. No son simplemente enemigos,
sino todo lo contrario, reconocen su libertad, y saben que han nacido
todos iguales y que tienen una serie de derechos elementales
otorgados por la propia naturaleza, por la existencia, como, por
ejemplo, la propiedad, que para Locke es un elemento básico para
entender la creación de la sociedad. Porque esos seres que viven en la
naturaleza, cada uno consigo y en libertad y en igualdad y con sus
propiedades, no pueden garantizar la conservación de su propiedad.
De tal manera, la finalidad por la cual los hombres crean una
asociación política es la de garantizar ciertos derechos personales que
ya existían en el estado de naturaleza pero que no pueden ser
suficientemente defendidos en ese estado. Locke dice que en el estado
de naturaleza hay una ley natural por la cual el hombre está dotado de
ciertos derechos fundamentales a la vida, a la libertad y a la propiedad,
y que la finalidad del Estado es garantizar a las personas el disfrute de
esos derechos, que son inalienables. Si el soberano no los respetase, el
pueblo podrá legítimamente rebelarse y, como dice el pensador,
«clamar al cielo». Para Locke, el derecho a la propiedad se funda en el
trabajo. Así, cuando trabajamos, añadimos algo a las cosas y de ese
modo nos transformamos en sus propietarios. Por ejemplo, alguien
que recoge manzanas de un árbol puede ser el propietario de ellas
porque ha
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puesto su esfuerzo, es decir, su trabajo. Esto también supone un límite


a la propiedad, puesto que nadie podrá tener legítimamente más
tierras, por ejemplo, de las que pueda cultivar.
La propiedad está constantemente amenazada de ser destruida o
robada por malhechores y afectada por las catástrofes naturales. Los
seres humanos se alian, se juntan, no sólo para escapar del miedo de la
agresiones mutuas, sino para conservar y aumentar sus propiedades,
que es el eje de la colaboración que tendrán los seres humanos entre
sí. De ahí surge la necesidad de un Estado, pero no necesariamente
tiene que ser el patriarcal y absoluto de Hobbes, sino un Estado que
hoy entenderíamos como democrático. Es decir, en el que todos los
seres iguales participen, colaboren, y en el que los poderes del rey —
en aquel entonces estaba muy lejos la posibilidad de una república en
Europa— estén limitados por los derechos naturales de cada uno de
los seres humanos a su propia libertad y su propia dignidad. Es el
embrión y el comienzo de lo que luego serán las declaraciones de los
derechos humanos en Estados Unidos, en Francia, hasta llegar a la
modernidad.
Como en el estado de naturaleza, según Locke, los hombres son
iguales, si uno intenta someter a otro, se pone en guerra con él. Esas
transgresiones deben ser definidas, y también es necesario que haya
reglas fijas o leyes para castigarlas y decidir asimismo quién está auto-
rizado para castigar esas violaciones. Así, se pasa del estado de natu-
raleza a la sociedad civil, al Estado. En otras palabras, los hombres se
ponen de acuerdo y crean un poder legislativo, que es el fundamental,
porque es el que hace las leyes. Representa a la mayoría, que es la que
debe gobernar. El ejecutivo, que puede ser ejercido por una sola
persona o por varias, sólo hará que se ejecuten esas leyes, pero no de-
berá asumir sobre sí mismo otro poder.

LA TOLERANCIA Y LOS NIÑOS

Locke fue el iniciador de una tradición filosófica que luego


siguieron David Hume y Bertrand Russell. Sus ideas políticas
recogidas en
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esos tratados —que son iniciales— resultan más importantes que co-
nocidas.Y, sin embargo, forman la base de los temas que hoy tanto
nos interesan: los derechos humanos y la tolerancia. Locke escribió
una carta sobre esta cuestión fundamental, que tuvo gran influencia
sobre Voltaire,5 y a través de él influyó prácticamente sobre toda
Europa. La tolerancia promueve la idea de que deben convivir ideo-
logías diferentes en un mismo país. Entre 1690 y 1704, mientras de-
sarrollaba su actividad en diferentes funciones gubernamentales,
Locke publicó tres Cartas adicionales a su texto sobre la tolerancia,
así como sus Pensamientos sobre la educación, un estudio sobre la
racionalidad del cristianismo, un tratado titulado Dirección del
entendimiento y otras ediciones consecutivas de su Ensayo sobre el
entendimiento humano, con importantes ampliaciones.
Precisamente en Pensamientos sobre la educación volvió a
mostrar su gran preocupación sobre el tema: «Quizá pueda asombrar
que recomiende razonar con los niños y, sin embargo, no puedo dejar
de pensar que es la verdadera manera en que hay que comportarse con
ellos. Entienden las razones desde que saben hablar y, si no me equi-
voco, gustan de ser tratados como criaturas razonables desde mucho
antes de lo que suele imaginarse. Se trata de una especie de orgullo
que hay que desarrollar en ellos y del que hay que servirse tanto como
sea posible, a modo de poderoso instrumento para conducirles».
Según Locke: «Cuando hablo de razonamientos entiendo sola-
mente los que se refieren a la inteligencia y están al alcance del espí-
ritu del niño. Nadie supone que un niño de tres o de siete años puede
argumentar como un hombre maduro. Los largos discursos y los
razonamientos filosóficos asombran todo lo más y confunden el es-
píritu del niño, pero no lo instruyen. Cuando digo que hay que tra-
tarlos como a criaturas razonables, entiendo, pues, que debéis hacerles
comprender, por la suavidad de vuestros modales y por el aire
tranquilo que conservaréis hasta en vuestras reprimendas, que lo que
hacéis es razonable en sí mismo, al mismo tiempo que útil y necesario
para ellos; que no es por capricho, por pasión o por fantasía por lo que
les ordenáis o les prohibís esto o aquello. Eso están perfecta-
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mente capacitados para comprenderlo y no hay virtud ni vicio de los


que no puedan entender por qué la una se les recomienda y el otro se
les prohibe: lo único que hace falta es elegir las razones apropiadas
para su edad y para su inteligencia, y exponérselas siempre claramente
y con pocas palabras. Los principios sobre los que reposan la mayoría
de los deberes y las fuentes del bien y del mal del que brotan tales
principios no siempre es fácil de explicarlos ni siquiera a hombres
hechos y derechos, cuando no están acostumbrados a abstraer sus
pensamientos de las opiniones comúnmente recibidas. Con mayor
razón todavía, los niños son incapaces de razonar sobre principios un
poco elevados. No sienten la fuerza de una larga deducción. Las
razones que les convencen son razones familiares, al nivel de sus
pensamientos, razones sensibles y palpables, si puedo expresarme así.
Pero si se tiene en consideración su edad, su temperamento y sus
gustos, nunca se dejará de encontrar motivos de ese tipo que puedan
persuadirles.Y si no se encontrase otra razón más pertinente, lo que
siempre comprenderían y bastará para apartarles de una falta de las
que pueden cometer es que esa falta les desacredita y les deshonra,
que os disgusta».

EL PIONERO DE LOS DERECHOS HUMANOS UNIVERSALES

En aquella época las ideologías se basaban en la religión. Debían


coexistir distintas facetas de la doctrina religiosa, en especial los di-
versos protestantismos. A los católicos, Locke los ponía al margen
porque veía que dependían del poder extranjero del Papa. Por lo tanto,
ya no era un tema religioso sino la cuestión de dependencia de un
monarca extranjero. Pero dentro de las diversas formas de religión que
convivían en Inglaterra, proponía que coexistieran y no se hostilizaran
unas a otras. Existían varios protestantismos: anglicanos, calvinistas,
puritanos, bautistas, cuáqueros, metodistas, luteranos, entre otros. La
Iglesia oficial era la anglicana, también llamada episcopaliana.
Excepto ésta, el protestantismo ha mostrado una marcada tendencia a
la dispersión y fragmentación. Así, por ejemplo, el purita-
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nismo fue una separación del anglicanismo, y dentro de los puritanos


pronto se produjo una nueva división, de la que surgieron los puri-
tanos congregacionalistas. Por otra parte, en el anglicanismo pronto
fueron también reconocibles los erastianos, los evangélicos, los mo-
dernistas y los anglo-católicos. De todas formas, tienen gran impor-
tancia las múltiples iglesias cristianas independientes.
En otras palabras, por primera vez se proponía la idea de que un
país no debe ser homogéneo intelectual y moralmente, sino que puede
tener formas distintas de enfocar cuestiones trascendentes para el ser
humano. Es curioso recordar que en la idea de tolerancia de Locke los
únicos que no tenían derecho a pronunciarse eran los ateos, porque se
les consideraba incapaces de poder jurar sobre una Biblia de manera
fiable. Entonces la fe en Dios se tomaba como la base de la fe en los
hombres entre unos y otros. Pero en cualquier caso, a pesar de estos
desajustes que con el tiempo la historia ha ido corrigiendo, la
aportación de Locke en cuanto a establecer unos .derechos humanos e
incluso el deber de los individuos a no renunciar a alguno de sus
derechos, lo convierte en un precursor de la sensibilidad actual.
Asimismo, la idea de tolerancia que tan importante se ha revelado a lo
largo de los siglos y que tan necesaria es todavía en nuestra época son
aportaciones que hacen memorable a este pensador, que murió
apaciblemente a la edad de setenta y dos años, cuidado por una familia
amiga.

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