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En 1967 y 1973, la multinacional IBM propuso dos encuestas a

sus empleados, distribuidos en 72 países. Ambas encuestas


produjeron 116,000 cuestionarios. Los resultados demostraron
que las respuestas variaban de país a país, condicionadas por la
cultura de cada uno. Geert Hofstede parte de esos datos y luego
de cruzarlos con una buena cantidad de otras informaciones,
elabora una teoría sobre las consecuencias de la cultura en la
formación de una nación. Como entre los 72 países se incluye a
Guatemala, veamos cuál es el retrato del país que emerge del
estudio.
El placer de la lectura está en perderse en un agradable laberinto de libros. Un
libro indica a otro, diciendo su nombre o evocándolo, y este a otros más, y no tiene
uno vida para poder seguir caminando en esta suerte de bosque ilustrado. Así, al
leer Outliers  de Gladwell, conocemos que existe otro libro, en el cual Gladwell se
basa, llamado Consecuencias culturales (Geert Hofstede, Cultures consequences,
Thousands Oaks, Ca., Sage Publications, 2000). Conocemos, también, que en ese
libro hay una interesante referencia a Guatemala. Guiados por esa curiosidad,
vamos a hojear el libro de Hofstede.

En 1967 y 1973, la multinacional IBM propuso dos encuestas a sus empleados,


distribuidos en 72 países. Ambas encuestas produjeron 116,000 cuestionarios. Los
resultados demostraron que las respuestas variaban de país a país, condicionadas
por la cultura de cada uno. Hofstede parte de esos datos y luego de cruzarlos con
una buena cantidad de otras informaciones y estudios históricos y filosóficos,
elabora una teoría sobre las consecuencias de la cultura en la formación de una
nación. Como entre los 72 países se incluye a Guatemala, veamos cuál es el
retrato del país que emerge del estudio.
La distancia del poder
Hofstede sostiene haber encontrado cinco rasgos culturales fundamentales que
distinguen a los miembros de cada nación. Ellos son: la distancia del poder, el
control de la incertidumbre, el individualismo (opuesto al colectivismo), la
masculinidad (opuesta a la femineidad) y la orientación (largo plazo vs. corto
plazo). Solo podremos ocuparnos de los cuatro primeros.

Con ese estilo entre didáctico y perogrullesco de algunos sociólogos, el científico


danés define el primer parámetro, la “distancia del poder”: “La distancia de poder
entre un jefe J y un subordinado S, en una jerarquía, es la diferencia entre la
medida con que J puede determinar la conducta de S y la medida con que S puede
determinar la conducta de J”. Lo más importante de esa definición está en que la
“distancia del poder” se encuentra determinada y condicionada por la cultura. ¿En
qué lugar se encuentra Guatemala en este cuadro?

En el segundo lugar, después de Malasia y a la par de Panamá. En el mundo


occidental, según el análisis de Hofstede, somos la segunda comunidad más
jerarquizada. Y en el mundo, más que la India, que es una sociedad de castas,
más que los países árabes, más que los países africanos. Más que Hong Kong,
más que Pakistán. En Centroamérica, dejamos muy atrás a El Salvador, y
hacemos parecer a Costa Rica el país de la anarquía.

Creo que ningún guatemalteco se sorprendería del resultado, si sustituimos la J de


“jefe” y la S de “subordinado” por las siguientes parejas: patrón/ peón; general
/soldado raso; gerente/ empleado; ama de casa / sirvienta; cliente /camarero;
marido /mujer. En Guatemala, país donde reina la ley de hierro de las oligarquías,
el patrón, el general, el gerente, el ama de casa, el cliente y el marido tienen un
poder casi infinito en relación con sus correspondientes parejas.

Las obscenas relaciones feudales que se observan entre los patrones de fincas y
sus trabajadores encuentran su fiel reflejo en las relaciones entre las amas de casa
y sus sirvientas. A quien no está acostumbrado, causa pena y estupor ver la
nulidad en que se convierte una persona delante del patrón o la patrona. Y causa
indignación la actitud arrogante, siniestra y prepotente de patrones y patronas.

El patrón puede ser refinado, saber de vinos franceses, celebrar con champán y
ostras en sus mansiones estrepitosas. El peón se desnutre con frijoles y tortillas, y
en las fiestas, aguardiente y caldo de gallina, si mucho. La patrona dirige la cocina,
ordena picar, cortar, guisar una comida que la sirvienta prepara, pero a la que
tendrá acceso en calidad de sobras, y no será admitida en el comedor de la casa,
sino tendrá su silla de soledad en la cocina.
Eventos inesperados
El segundo parámetro, el “control de la incertidumbre”, es la forma que tiene una
sociedad de proveer a sus miembros de reacciones adecuadas delante de eventos
inesperados. Este rasgo está fuertemente relacionado con el autoritarismo y con la
“intolerancia de la ambigüedad”. Una sociedad autoritaria no tiene “eventos
inesperados”, excepto las catástrofes naturales. Una sociedad autoritaria se basa
en la “intolerancia de la ambigüedad”: prejuicio, rigidez, dogmatismo,
tradicionalismo, superstición, racismo y etnocentrismo.

En el cuadro resultante de las encuestas, Guatemala ocupa el tercer lugar,


después de Grecia y Portugal (en 1973, ambas agobiadas por dictaduras
militares). Más conservadora que Turquía, más que los países árabes. Guatemala
se demuestra un país fuertemente autoritario y con gran intolerancia de la
ambigüedad.

Somos hijos de nuestra historia. La más antigua y la más reciente. El ultraje que
está en la base del nacimiento de la nación guatemalteca es la violencia de la
conquista española. Esa violencia se perpetuó en las reglas de dominación de los
españoles sobre los indígenas, y de los descendientes de los españoles sobre
toda la población a su servicio. La violencia, como eje de la cultura guatemalteca,
regula las relaciones entre quien tiene y quien no tiene. Entre quien tiene todo y
quien no tiene nada. Entre quien tiene algo y quien no tiene nada. Por oleadas, la
violencia ha sido el instrumento de confrontación entre los grupos sociales, y como
un derivado, el instrumento de confrontación entre los individuos. No fue violenta la
independencia de España porque no fue independencia. Los criollos siguieron
siendo los patrones, y los siervos siguieron siendo semiesclavos.

La Revolución Liberal instauró una mano de hierro contra los campesinos, al


expropiarlos de sus tierras comunales, y al dar una vuelta de tuerca hacia una
sociedad más rígida y disciplinada. Liberales fueron los dictadores que iniciaron el
siglo. Liberal fue Ubico. El paréntesis de la Revolución del 44 apenas si fue una
ventana entreabierta hacia la democracia, pronto sustituida por una dictadura
militar cuyas características autoritarias responden perfectamente al modelo de
Hofstede. 

Lo que el danés llama “intolerancia de la ambigüedad” casa como un traje a la


medida con los rasgos culturales guatemaltecos. “Rigidez, dogmatismo,
intolerancia a las opiniones ajenas, tradicionalismo, superstición, racismo y
etnocentrismo” son el pan cotidiano en nuestro país. Bastaría con leer las
columnas de opinión de algunos periódicos.
Bastaría, también,  con leer las opiniones de los lectores a esas columnas. Pocas
veces he encontrado una furia dogmática, reaccionaria y violenta como en las
palabras de tales lectores. Parecen escritas a propósito para hacer la caricatura de
la intolerancia y el racismo. 

Bastaría con asistir a las prédicas evangélicas de los domingos, en algunas de las
iglesias en donde un exaltado pastor arrastra a sus fieles a una concepción de la fe
que deja espantado a un observador externo. No tanto por la degeneración de la fe
en la magia y la superstición, sino por la necesidad de la gente de tener una
autoridad a la cual aferrarse. Esa “lujuria de servilismo” que se observa en los
trances hipnóticos de los secuaces de los vendedores de la baratija espiritual.
Esa ansia de autoritarismo, esa puericia del alma, esa minoría de edad de la
voluntad, ese deseo de entregar las propias decisiones a otro, ese espantoso
miedo a la libertad.
El individuo y la colectividad
Las otras dos características interesantes son el “individualismo” y la
“masculinidad”. El individualismo, según Hofstede, “describe la relación dominante,
en una cultura, entre el individuo y la colectividad”. Los resultados de la encuesta
colocan en el primer lugar a los Estados Unidos, seguidos de Australia, Gran
Bretaña, Canadá y Holanda. ¿Y Guatemala? En el último lugar. 

Si pensamos en los sistemas de relación en Guatemala, podríamos suponer que


también aquí puede aplicarse el concepto de “familia alargada”. Cada uno de
nosotros es un individuo, cierto, pero que no se puede imaginar sin la red de
relaciones que comienza con su familia nuclear (padres y hermanos) que se va
extendiendo a través de un compleja parentela de abuelos, tíos, tías, primos, y que
culmina en un telaraña muy extensa de amigos. Cuando necesitamos un médico,
un abogado, un consejero, no usamos la guía telefónica o la sección de anuncios
del periódico. Llamamos a un pariente o a un amigo para que nos recomiende a
alguien.

¿Quiénes tienen el poder real en Guatemala? La oligarquía no es más que una red
de familias que colectivamente se distribuyen la riqueza en Guatemala. Y, en el
fondo de la pirámide, son las comunidades indígenas las que están en la base de
la sociedad. ¿Qué responden los mareros cuando les preguntan el motivo de su
adhesión a la mara? “Porque me hacía falta una familia. La Mara es mi familia,
todos son mis hermanos”. 

Aunque no sea exacto el último lugar en individualismo, no es desacertado partir


del hecho cultural de un colectivismo fundador como eje de la cultura de la nación.
Debemos a los estudios de Marta Elena Casaus  (Guatemala: linaje y racismo,
FyG ed.) una descripción exacta y de primera mano de las redes familiares que
han monopolizado el poder en Guatemala. No se trata tanto de individuos como de
familias. Recuerdo a Manuel José Arce, en una conversación de sobremesa,
cuando reconstruía el árbol genealógico de una familia notable en Guatemala,
desde el siglo XIX hasta nuestros días. No será una casualidad que una de las
ramas más florecientes de la historia de Guatemala es la genealogía.
índice de masculinidad
Por último, la masculinidad. Guatemala aparece en la parte baja del cuadro, entre
los países con un bajo índice de masculinidad. Para ser exactos, en el puesto
número 43, entre Uruguay y Tailandia. Entre los países hispanos, tienen un índice
de masculinidad mayor España, Perú y Salvador. Menos, solo Chile y Costa Rica.
Ello implica que Guatemala es un país cuya cultura muestra un alto grado de
femineidad. 

Generalmente, pensamos en los guatemaltecos como hombres machistas. No creo


que sea equivocado. Se ve todos los días ese esfuerzo de afirmar una virilidad en
desequilibrio. Sin embargo, si reflexionamos en la definición de “índice de
masculinidad” como “la satisfacción del ego a través de la carrera y el dinero”,
podemos preguntarnos: ¿cuántos connacionales están en las condiciones
materiales de cumplir con ese requisito? En verdad, la cultura dominante, aquella
impuesta desde lo alto, ha sido elaborada por hombres que sí pueden satisfacer su
ego con dinero y carrera. 

En la experiencia cotidiana, la mayor parte de los guatemaltecos no está en


condiciones ni siquiera de imaginar una empresa de ese tipo. No podemos ignorar
el peso de las clases sociales en este razonamiento. Es obvio que los ricos, que
viven en una dimensión galáctica, en otro universo, tienen un sistema de vida en
donde el machismo puede imponerse. Sus imitadores, los miembros de la clase
media, hacen lo que pueden para remedar el estilo de vida de los ricos. Pero el
resto de la población, que son los más, simplemente no se lo pueden permitir.
¿Significa que se orientan hacia un principio de femineidad? No lo sabría decir. Es
muy probable que la organización maya, todavía vigente en el territorio nacional,
tenga esa característica, pero no conozco estudios al respecto. 

Que Guatemala sea un país con una muy marcada “distancia del poder”; que sea
un país cuya cultura mantiene un fuerte “control de la incertidumbre”; que
prevalezca, en la cultura, lo colectivo sobre lo individual y lo femenino sobre lo
masculino son datos no sólo interesantes, sino interrelacionados. Un rasgo existe
porque existen los demás, y todo forma una suerte de constelación lógica bastante
aceptable. 

Una futura planificación sobre cualquier actividad en Guatemala no puede


abstenerse de tomar en cuenta determinados rasgos culturales, o, al menos, la
discusión de esos rasgos. Aquellos que tildan de “brutos” a quienes no se dejan
imponer determinados postulados culturales extranjeros debido a las condiciones
generales de la cultura autóctona, ¿no serán ellos los verdaderos “brutos” de la
situación? 

*Los subtitulares 
son de la redacción de este documento.

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