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c) Sentido espiritual:
asimismo, ruah tiene una
acepció n anímica o
espiritual. Indica cierta
contraposició n entre
materia y espíritu. En este
sentido, significa el elemento
vital del hombre, o sea, el
alma.
Aquí nos interesa este último sentido, el referido al ser de Dios; es decir, ruah como espíritu de
Dios. La Biblia se abre con la afirmación de que, antes de la creación, «el espíritu de Dios
(ruah Elohim) aleteaba sobre las aguas» (Gn 1,2). A partir de este primer dato, el «espíritu de
Dios» permanece en el hombre, aun cuando este se separe de Él (Gn 6,3), porque fue
«modelado por Dios» y «le infundió un espíritu vivificante» (Is 15, 11). El «espíritu de Dios»
se hace presente en momentos decisivos de la historia de Israel, por ejemplo, en la designación
de José como administrador en Egipto con vistas al papel que ha de desempeñar para que el
pueblo de Israel se establezca en Egipto (Gn 41,38).
Pero se violentan los textos si, dentro de esa pluralidad de significaciones, se intenta
personificar ese espíritu y más aún si se pretende identificarlo con la tercera Persona de la
Trinidad. Ese «espíritu» es «espíritu de Dios» o «espíritu de Yahvé», por lo tanto, se identifica
con Dios; es su fuerza divina que da aliento y vida, que ilumina y fortalece a los profetas en su
misión, pero no es «una persona»: es más bien la potencia de Dios que se manifiesta y
acompaña la vida de los hombres (proceso de personalización progresiva)
EN EL NUEVO TESTAMENTO
b) La revelación del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento
Pero incluso Dios-espíritu recibe en el NT diversas calificaciones, tales como «espíritu del
Padre», «espíritu de la verdad», «espíritu de su Hijo», «espíritu del Señor», «Espíritu Santo»
(con o sin mayúscula) y otros calificativos, como «Paracletos» o, simplemente, «el Espíritu».
Paracletos: La palabra “Paráclito” es una palabra de la
literatura joánica. Designa, no la naturaleza, sino la
función de alguien: el que es “llamado al lado de” (para-
kaleo; ad-vocatus) desempeña el papel activo de asistente,
de abogado, de apoyo (el sentido de “consolador” deriva
de una falsa etimología y no está atestiguado en el NT).
Esta función corresponde a Jesucristo, que en el cielo es
“nuestro abogado cerca del Padre”, intercediendo por los
pecadores (1Jn 2,1), y acá en la tierra al Espíritu Santo que
actualiza la presencia de Jesús, siendo para los creyentes el
revelador y el defensor de Jesús (Jn 14, 16s.26s; 15,26s;
16,7-11.13ss).
No obstante, a lo largo del NT se encuentran textos en los que claramente se hace referencia a
la persona del Espíritu Santo, distinta del Padre y del Hijo. He aquí algunos testimonios más
significativos:
a) Textos que contraponen claramente las tres divinas personas: son los cuatro testimonios que
afirman la Trinidad de modo más expreso: • La teofanía en el Jordán con ocasión del
Bautismo de Jesús (cf. Mt 3,16-17 y par.). • La transfiguración en el monte Tabor (cf. Mt
17,1-8 y par.). • El mandato del envío hecho por Jesús a los Apóstoles después de su
resurrección (cf. Mt 28,19-20).
b) O La despedida final de la segunda carta de san Pablo a los Corintios (cf. 2Co 13, 13). b)
Testimonios en los que expresamente se menciona al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
separadamente: en este segundo grupo de testimonios cabe citar el amplio saludo de san
Pablo en la primera carta a los Tesalonicenses (1Ts 1,1-6) y el relato del hecho de la
Encarnación en la carta a los Gálatas (Ga 4,4-6). También los textos en los que el Apóstol
menciona funciones diversas de las tres divinas personas (Ef 3,1-12; 1Co 12,3-18; Rm 1,1-
14; Tt 3,3-14).
c) Testimonios que nombran a Jesús y al Espíritu Santo distinguiéndolos entre sí: es el
caso, por ejemplo, de la Anunciación (Lc 1,35) o cuando se habla del Mesías "nacido de
mujer" (Ga 4,4-6) o cuando se afirma que el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos
(Rm 8,10-11), etc. A este respecto, se han de tomar en consideración los diversos
testimonios históricos en los que se narra que los creyentes, después de la aceptación de
Cristo por el Bautismo, recibían el Espíritu Santo (Hch 2,38; 8,17-18.38-39; 11,15; 19,1-7,
etc.).
d) El Espíritu Santo es una Persona distinta del Padre y del Hijo: el carácter personal del
Espíritu Santo viene señalado porque "es el Espíritu de la verdad que procede del Padre" (Jn
15,26); es el Espíritu que "el Padre enviará en mi nombre" (Jn 14,26); es el Espíritu que "yo
pediré al Padre y os enviará otro Paráclito" (Jn 14,16); es decir, otro distinto a Jesús, que
permanecerá con ellos para siempre. Estos y otros textos señalan la diferencia de las tres
divinas Personas, pues el Espíritu Santo "procede del Padre" y "será enviado" por el Hijo
(Jn 16,7); pero también se dice que será enviado tanto por el Padre en nombre del Hijo (Jn
14,26) como por el Hijo, una vez que Jesús haya retornado al Padre (Jn 15,26). Sobre todo,
hay que destacar las afirmaciones de la personalidad del Espíritu Santo: es preciso hacer
mención de aquellos testimonios en los que Jesús habla del Espíritu Santo adoptando
frecuentemente el pronombre personal él: "El dará testimonio de mí" (Jn 15,26); "Él me
glorificará" (Jn 16,14)…
e) La divinidad del Espíritu Santo: hay textos en los que Jesús afirma la divinidad del
Espíritu Santo, pues completará su misión y lo señala como una prolongación de su obra
redentora. A este respecto, conviene citar la recomendación que Jesús hace a los Apóstoles
de que, cuando tengan que confesar su nombre ante los tribunales, "el Espíritu Santo os
enseñará lo que habéis de decir" (Lc 12,11-12), o cuando les asegura que es conveniente
que Él se vaya, "porque si no me fuera, el Abogado no vendrá a vosotros" (Jn 16,7-8), y
sobre todo la pluralidad de acciones divinas que llevará a cabo para completar su obra y que
recogemos más abajo.
Por otro lado, es muy importante comprender la estrechísima unión que se da entre el Hijo y el
Espíritu, tal y como nos lo manifiesta el NT. Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que
él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a
poco, incluso en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será alimento para la
vida del mundo (cf. Jn 6, 27. 51.62-63). Lo sugiere también a Nicodemo (cf. Jn 3, 5-8), a la
Samaritana (cf. Jn 4, 10. 14. 23-24) y a los que participan en la fiesta de los Tabernáculos (cf. Jn 7,
37-39). A sus discípulos les habla de él abiertamente a propósito de la oración (cf. Lc 11, 13) y del
testimonio que tendrán que dar (cf. Mt 10, 19-20).
f) Asimismo, se descubre que la misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia,
Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a
los fieles de Cristo en su Comunión con el Padre en el Espíritu Santo: El Espíritu Santo
prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les
manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su
Muerte y su Resurrección. Les hace presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la
Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la Comunión con Dios, para que den
"mucho fruto" (Jn 15, 5. 8. 16). Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del
Espíritu Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido
enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la
Comunión de la Santísima Trinidad.