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El Vocabulario antropológico

bíblico
La Antropología del AT
La Escritura tiene así una concepción muy unitaria del hombre.
Basar:

designa al hombre entero, en tanto que pertenece al mundo animal.

Pero también nos lo representa en cuanto que es un ser social: parentesco


(hombre mujer: Gn 2,23-24), familia (hermanos Gn 37,27),

incluso todo hombre (Is 58,7); hasta toda carne (kol basar) i.e. todos los individuos
de la raza humana (Is 40,5; 49,26; Jr 25,31; Jb 12,10; Sal 145,21).

Designa la debilidad, tanto física como moral. Gn 6,12 (la carne se asocia a una
conducta pecaminosa); Is 40,6, la carne es tan efímera como la hierba campestre.
No se atribuye aquí mal a la carne, sino debilidad propia de su constitución
biológica o ética. La que oposición no es espíritu materia, sino Creador creatura.

El basar bíblico, no se identifica estrictamente con cuerpo.


Nefes:

centro vital inmanente al ser humano, es la


persona concreta animada por su dinamismo y
dotada de sus rasgos distintivos. Se puede
identificar con la personalidad.

En los LXX se ha traducido por la psyché que


se puede confundir por el alma platónica.

No es la traducción más correcta; al igual que basar, nefes identificará al


hombre entero, incluso su corporalidad.

Cuando el hombre siente hambre su nefes está vacía (Is 29,8);

el pueblo hambriento en el desierto dice tener la nefes seca (Nm 11,6).

Del mismo modo que se dice kol basar, se dice kol nefes (Gn 12,10,
12.15.16.17).
Ruah: es la dimensión trascendente del hombre.

Distinto al nefes, principio vital inmanente, es el espíritu de una


fuerza creadora o de un don divino específico: Jb 33,4; 34,14-15;
Sal 33,6; 51,12-13; 104,29-30; Is 31,3 (se ve aquí el paralelismo
humano-carne, divino-espíritu); Ez 11,19; 36, 26-27.

Estamos ante un concepto teo-antropológico con el que se expresa


una nueva dimensión del hombre: la de su apertura a Dios: Is 11,2;
1S 10,10; 16,13; Nm 24,2.

En esta línea, los profetas pueden ser llamados “los hombres del
espíritu” en cuanto poseedores de un carisma distintivo: Nm 27,18;
Os 9,7.
Vemos entonces que el hombre es concebido
como una unidad,

cuya condición creatural lo hace basar y


nefes,

y aquel ruah que se le otorga lo abre a la


comunicación con Dios.
El vocabulario de los Sinópticos

La visión unitaria del hombre se mantiene en el NT.


En general los diversos términos aluden al hombre en su
integridad pero desde perspectivas distintas.

Kardía (leb), ofrece una especial dificultad. Lo traducimos por


corazón, y se usa para expresar el origen de la decisiones
profundas de los hombres.

Lc 6,45; 8,12; Mt 6,21, Lc 12,34: “donde esté vuestro tesoro allí


estará corazón”.

El corazón del hombre, su interior, se abre a Dios o por el contrario


puede endurecerse (Cf. Mt 13,15; Mc 3,5; Jn 12,40; Ef 4,18).
Psyché es un término de mayor significación.
Aparece 37 veces en los sinópticos. El sentido
más frecuente del término es su referente
hebreo ‘vida’, es decir, nefes.

Sôma que es cuerpo también apunta a la unidad del hombre y


no pretende marca una oposición entre alma y cuerpo.

El texto más ilustrativo, de varios que utiliza es el de la Última


Cena en que Jesús al hablar de su Cuerpo, habla de su persona
integra. Se habría elegido este vocablo y no sarx, pues sôma se
atribuye al hombre en trance de morir.
Antropología paulina

En las cartas de Pablo encontramos los términos antropológicos ya mencionados:


psyché, sôma, y también sarx, pneuma.

Psyché responde a los siguientes significados :

Persona: “Todos (phasa psyché) deben someterse a las autoridades


constituidas, porque no hay autoridad que no provenga de Dios y las que
existen han sido establecidas por él” (Rm 13,1; 2,9: 16,4; 1Ts 2,8).

Pronombre personal: “En consecuencia, de buena gana entregaré lo que


tengo y hasta me entregaré a mí mismo, para el bien de ustedes (de la psyché
de ustedes)” (2 Co 12,15).

Lo interior del hombre, la sede de la libertad: “no con una obediencia


fingida que trata de agradar a los hombres, sino como servidores de Cristo,
cumpliendo de todo corazón (desde la psyché) la voluntad de Dios” (Ef 6,6).
Se descarta un excesiva influencia helénica.

Por ejemplo, omite la palabra psyché donde podría ser útil.

Esto especialmente en 1Co 15, 29-32. Aquí el apóstol formula la


alternativa muerte o resurrección, sin dejar espacio a la alternativa de la
supervivencia de un alma inmortal.

Más adelante, cuando habla de la dialéctica


continuidad-ruptura entre el hombre de la
existencia temporal y el de la existencia
resucitada, se menciona la psyché (psiquico) en
oposición a pneuma (1Co 15, 45, ver nota BJ).

El primer hombre, Adán, fue hecho alma


viviente; el último Adán, espíritu que da vida.
También tiene relevancia teológica la noción de cuerpo (sôma). No es
frecuente.

A veces equivale a carne y adquiere un valor negativo (Comprendámoslo:


nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este
cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado, Rm 6,6; 7,24; 8,10)

Pero puede también utilizarse en sentido positivo, por ejemplo cuando se


habla de la Iglesia como el Cuerpo de Cristo (Rm 12,4s; 1Co 12,12 ss.27) o
del cuerpo de la Eucaristía (1Co 11, 24.27.29).

En general va a designar al hombre como totalidad o como individuo, pero


con el matiz del sôma-persona como el sujeto de una variada gama de
relaciones: consigo mismo, con los otros, con el mundo ambiente, y con
Dios.

Más que un principio de individuación es un principio de solidaridad


Los conceptos antropológico-paulinos más ricos y teológicamente más
significativos son “carne” y “espíritu”. Aparecen muchas veces
contrapuestos.

“Carne”, salvo contadas excepciones en que tiene sentido neutro (Rm 1,3: nacido
de la estirpe de David según la carne; 9,3): designa la naturaleza humana, el
hombre en su condición nativa, la esfera de lo constitutivamente débil y
caducable (“según la carne” Rm 1,3; Fíjense en el Israel según la carne, 1Co 10,18;
aquí la Biblia de Jerusalén habla de ‘naturaleza’, pero el texto griego de carne, Ga
4,23.29).

Pero san Pablo también imprime en él un matiz de debilidad moral de modo


que significa el hombre en cuanto sometido a la fuerza del pecado y, por
consiguiente, apartado de Dios (Rm 6,19; 7,18.25; 8,3-9.12s; 1Co 1,26; Ga
5,13.16s).

Esta distinción se hace evidente en la expresión “vivimos en la carne, pero no


según la carne” (2Co 10,3); la vida en la carne es la vida perecedera; la vida
según la carne dice relación con una vida vivida en el pecado.

Esto no significa que la carne sea mala en sí (como para griegos y gnósticos), sino
que deviene mala. Expresa la opción del hombre de alejarse de Dios.
Espíritu.

Ante todo debemos notar que con este término se designa la fuerza de Dios, el
Espíritu Santo, Espíritu de Dios y de Jesús, don del Señor resucitado.

No es para nosotros el principal, pero no podemos prescindir de él para entender


el sentido antropológico del término, ya que el “espíritu” en cuanto se opone a la
“carne” es este mismo Espíritu de Dios comunicado al hombre, que es principio
de vida del creyente en Jesús (Si viven según el Espíritu no darán satisfacción a
las apetencias de la carne, Ga 5, 16-18.22.25; Rm 8, 2.4-6).

Otras veces el “espíritu” es lo opuesto al cuerpo, designa el aspecto interior del


hombre frente a lo exterior y perecedero (sea entregado ese individuo a Satanás
para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu se salve el día del Señor, 1Co
5,5; 7,34; 2Co 7,1). Tiene la dimensión de trascendencia.

También es la actitud del hombre, inspirada o no por el Espíritu de Dios (Rm


8,15); es también el hombre en cuanto movido por este Espíritu divino (Rm
8,10.16); es por otra parte el hombre en cuanto unido a Cristo (1Co 6,17).
Es difícil en muchos de estos casos saber si se habla del Espíritu de Dios,
del hombre movido por su influjo o de la relación entre ambos;
precisamente en esta dificultad radica la riqueza del término.

El “espíritu” ha sido definido como “la facultad de lo divino, es decir, la


dimensión esencial del hombre en virtud de la cual está en relación con
Dios”.

Conclusión
Basándonos en los antecedentes que hemos presentado, podemos decir que la
nociones antropológicas remiten siempre al hombre concebido como totalidad
indivisible. El yo del hombre es un yo encarnado, unitario, es un ser
relacional, que se logra o se malogra en su encuentro con el prójimo y con
Dios.

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