Está en la página 1de 3

1

HOMILÍA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DEL SEÑOR - 2023

Es la fiesta del Cuerpo y Sangre del Señor, del Corpus Christi, de la Eucaristía.
El Papa Benedicto XVI la definía con profundidad al decir: “ Sacramento de la caridad, la
Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por
cada hombre. En este admirable Sacramento se manifiesta el amor “más grande”, aquél que impulsa a
“dar la vida por los propios amigos” (cf. Jn 15,13). En efecto, Jesús “los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).
Con esta expresión, el evangelista presenta el gesto de infinita humildad de Jesús: antes de morir por
nosotros en la cruz, ciñéndose una toalla, lava los pies a sus discípulos. Del mismo modo, en el
Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos “hasta el extremo”, hasta el don de su cuerpo y de su
sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor
durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio
eucarístico!” (Sacramentum Caritatis, 1).

Es muy importante comprender que la Eucaristía es el DON, LA ENTREGA


QUE JESÚS HACE DE SÍ MISMO, por eso es SACRAMENTO DE LA CARIDAD,
signo y expresión del amor extremo de Jesús por todos los hombres. Y que en cada
Eucaristía JESÚS SE SIGUE DONANDO A SÍ MISMO POR NOSOTROS, nos sigue
amando y manifestando su amor extremo. Por tanto, la Eucaristía es algo dinámico, es
un acto eterno de amor divino celebrado en el tiempo.
Y siguiendo la Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis del Papa
Benedicto XVI, podemos decir que la Eucaristía es un misterio que se ha de creer, un
misterio que se ha de celebrar y un misterio que se ha de vivir.
Misterio que se ha de creer. “La Eucaristía es «misterio de la fe» por excelencia: «es el
compendio y la suma de nuestra fe»” (SC 6), por eso al confesar nuestra fe en la Eucaristía
profesamos al mismo tiempo la esencia de nuestra fe cristiana: el Amor Trinitario; la
muerte y resurrección del Señor hasta que vuelva; la Iglesia como Esposa y Cuerpo de
Cristo; y todos los demás sacramentos que en cierto modo están unidos a la Eucaristía y
a ella se ordenan.
Pidamos al Señor que nos aumente la fe para creer firmemente en su presencia
real en la Eucaristía y para creer en su amor extremo por nosotros. Es por nosotros y
para nosotros que el Señor se ha hecho Eucaristía.
Misterio que se ha de celebrar. La Eucaristía no es el recuerdo de un hecho
pasado sino la actualización del misterio de nuestra salvación. Dado que “ en el
Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos “hasta el extremo”, hasta el don de su cuerpo y de su
sangre”, es un misterio que tenemos que celebrar. El amor provoca gozo y alegría; y
mueve a festejar, a celebrar.
Nos dice el Papa Benedicto XVI que “La relación entre el misterio creído y celebrado se
manifiesta de modo peculiar en el valor teológico y litúrgico de la belleza ” (SC 35). Celebramos al
amor hermoso y, por eso, nuestras litúrgicas tienen que ser bellas porque son expresión
de aquella “belleza que salva al mundo”, que es la del amor que ha vencido la muerte.
El amor de Aquél que da la vida por sus amigos es lo más bello que conoce el mundo.
La belleza que salva, que salva de verdad, es la del amor que llega al extremo del
sacrificio redentor. Por eso, la belleza que salvará el mundo es Cristo. Dios se hizo
2

hombre para salvarnos, murió para darnos vida y ofrecernos la resurrección. La belleza
de este amor es lo que celebramos, bellamente, en nuestras liturgias eucarísticas.
También, enseña el Papa Benedicto XVI siguiendo a los Santos Padres y a san
Juan Pablo II (cf. Encíclica Ecclesia De Eucharistia, 2003), hay una estrecha y vital
“correlación entre la Eucaristía que edifica la Iglesia y la Iglesia que hace a su vez la Eucaristía ” (SC
14). Por eso la Iglesia regula cuidadosamente la celebración de la Eucaristía, pidiendo a
sacerdotes y fieles que respeten las normas litúrgicas emanadas de la Santa Sede con las
adaptaciones propias confiadas a las conferencias episcopales de cada país. Además,
dado que las celebraciones litúrgicas son expresión de la fe y de la misma Iglesia, el
Concilio Vaticano II “puso un énfasis particular en la participación activa, plena y fructuosa de todo
el Pueblo de Dios en la celebración eucarística ” (SC 52) y nosotros debemos continuar por este
mismo camino aplicando estos criterios fundamentales de la liturgia.
Por último, pero no en último lugar, la Eucaristía es un misterio que hay que
vivir y transmitir. Se trata del PAN DE VIDA ETERNA, alimento para la vida eterna,
pero teniendo en cuenta que esta “vida eterna” se inicia en nosotros ya en este tiempo
por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: “ El que come vivirá por mí” (Jn 6,57).
Estas palabras de Jesús nos permiten comprender cómo el misterio “creído” y “celebrado” contiene en sí
un dinamismo que hace de él principio de vida nueva en nosotros y forma de la existencia cristiana ” SC
70). La Eucaristía, por tanto, es algo vital, que nos cambia el modo de vivir al punto que
la existencia cristiana tiene una forma eucarística de vivirse.
Este año nuestra celebración del Corpus Christi tiene lugar en el marco del Año
Diocesano Vocacional, por eso el lema de “Eucaristía: vocación, comunión y
misión”. Es, por tanto, una especial oportunidad para que todos meditemos sobre la
estrecha relación que existe entre la Eucaristía y la vocación a la que Dios nos llama en
la Iglesia para vivir en comunión y entregarnos a la misión.
¿Dónde se da el nexo, la conexión más profunda entre Eucaristía y vocación
cristiana? Hemos visto que para la enseñanza de la Iglesia la Eucaristía es el Sacramento
de la Caridad, del Amor. Pues bien, también la Iglesia nos enseña que la vocación
fundamental del hombre es el amor. Todo hombre y cada hombre, toda mujer y cada
mujer están llamados por Dios al amor, a amar.
De modo particular quien ha enseñado con fuerza que la vocación primaria del
ser humano es el amor ha sido el Papa san Juan Pablo II en su primera carta encíclica
Redemptor Hominis, escrita en 1979. Allí decía: “El hombre no puede vivir sin amor. Él
permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el
amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él
vivamente… El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo - no solamente según
criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes - debe,
con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte,
acercarse a Cristo.”

Y más adelante, en su Encíclica Familiaris consortio, n. 11 escribía: "Dios ha


creado el hombre a su imagen y semejanza (cfr. Gn 1, 26 ss.); llamándolo a la existencia por amor, lo ha
llamado, al mismo tiempo, al amor. Dios es amor (1 Jn 4, 8), y vive en Sí mismo un misterio de comunión
personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la
humanidad del hombre y de la mujer la vocación y, consiguientemente, la capacidad y la responsabilidad
3

del amor y de la comunión (Gaudium et spes, 12). El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata
de todo ser humano".

En definitiva, podemos concluir que la vocación fundamental del hombre es


amar como Dios ama. Luego vendrán las distintas vocaciones en la Iglesia que son
caminos, distintos y complementarios, para realizarse en el amor y por el amor; pero
todas se alimentan de esta fuente común que es el Amor de Dios.
Y el amor, como la Eucaristía, generan comunión, son una fuerza unitiva. Lo
dice con gran claridad el Apóstol san Pablo en la segunda lectura de hoy: “ Ya que hay un
solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese
único pan” (1Cor 10,17). La Eucaristía constituye una real comunión con el Cuerpo y la
Sangre de Cristo; la cual, a su vez, genera la comunión en la comunidad eclesial. La
comida del único pan que es el Cuerpo Eucarístico de Cristo es comunión en el solo
Cuerpo que es el Cuerpo eclesial del Resucitado al cual se unen todos los miembros.
Y también es una constante enseñanza de la Iglesia en los últimos decenios que
la vocación y la comunión se orientan a la misión.
La Eucaristía celebrada en la verdadera fe de la Iglesia nos abre a la comunión y
la solidaridad con los demás como nos dice el Papa Benedicto XVI en Sacramentun
Caritatis n° 89: “«la "mística'' del Sacramento tiene un carácter social». En efecto, « la unión con
Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que Él se entrega. No puedo tener a Cristo
sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán ». A este
respecto, hay que explicitar la relación entre Misterio eucarístico y compromiso social”.

Igualmente, la Eucaristía nos mueve a la misión ya que “no podemos guardar para
nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a
todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por eso la
Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión: «Una Iglesia
auténticamente eucarística es una Iglesia misionera»” (SC 84).

En síntesis: CREAMOS en la Eucaristía; CELEBREMOS con fe viva


participando de modo pleno, activo y fructuoso de la Eucaristía; VIVAMOS Y
TRANSMITAMOS el Amor de Jesús sacramentalmente presente en la Eucaristía.
Si, con la ayuda de Dios, podemos vivir esto, experimentaremos el gozo del
Amor, vocación primaria de todo hombre y toda mujer. Y la Eucaristía nos moverá a
responder con generosidad al llamado o vocación que cada uno de nosotros ha recibido
personalmente de parte del Señor Jesús. Y el mismo Jesús, presente en cada Eucaristía,
nos hará vivir con alegría nuestra vocación en comunión con toda la Iglesia y siendo
una misión para el mundo. Amén.

También podría gustarte