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Es la fiesta del Cuerpo y Sangre del Señor, del Corpus Christi, de la Eucaristía.
El Papa Benedicto XVI la definía con profundidad al decir: “ Sacramento de la caridad, la
Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por
cada hombre. En este admirable Sacramento se manifiesta el amor “más grande”, aquél que impulsa a
“dar la vida por los propios amigos” (cf. Jn 15,13). En efecto, Jesús “los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).
Con esta expresión, el evangelista presenta el gesto de infinita humildad de Jesús: antes de morir por
nosotros en la cruz, ciñéndose una toalla, lava los pies a sus discípulos. Del mismo modo, en el
Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos “hasta el extremo”, hasta el don de su cuerpo y de su
sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor
durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio
eucarístico!” (Sacramentum Caritatis, 1).
hombre para salvarnos, murió para darnos vida y ofrecernos la resurrección. La belleza
de este amor es lo que celebramos, bellamente, en nuestras liturgias eucarísticas.
También, enseña el Papa Benedicto XVI siguiendo a los Santos Padres y a san
Juan Pablo II (cf. Encíclica Ecclesia De Eucharistia, 2003), hay una estrecha y vital
“correlación entre la Eucaristía que edifica la Iglesia y la Iglesia que hace a su vez la Eucaristía ” (SC
14). Por eso la Iglesia regula cuidadosamente la celebración de la Eucaristía, pidiendo a
sacerdotes y fieles que respeten las normas litúrgicas emanadas de la Santa Sede con las
adaptaciones propias confiadas a las conferencias episcopales de cada país. Además,
dado que las celebraciones litúrgicas son expresión de la fe y de la misma Iglesia, el
Concilio Vaticano II “puso un énfasis particular en la participación activa, plena y fructuosa de todo
el Pueblo de Dios en la celebración eucarística ” (SC 52) y nosotros debemos continuar por este
mismo camino aplicando estos criterios fundamentales de la liturgia.
Por último, pero no en último lugar, la Eucaristía es un misterio que hay que
vivir y transmitir. Se trata del PAN DE VIDA ETERNA, alimento para la vida eterna,
pero teniendo en cuenta que esta “vida eterna” se inicia en nosotros ya en este tiempo
por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: “ El que come vivirá por mí” (Jn 6,57).
Estas palabras de Jesús nos permiten comprender cómo el misterio “creído” y “celebrado” contiene en sí
un dinamismo que hace de él principio de vida nueva en nosotros y forma de la existencia cristiana ” SC
70). La Eucaristía, por tanto, es algo vital, que nos cambia el modo de vivir al punto que
la existencia cristiana tiene una forma eucarística de vivirse.
Este año nuestra celebración del Corpus Christi tiene lugar en el marco del Año
Diocesano Vocacional, por eso el lema de “Eucaristía: vocación, comunión y
misión”. Es, por tanto, una especial oportunidad para que todos meditemos sobre la
estrecha relación que existe entre la Eucaristía y la vocación a la que Dios nos llama en
la Iglesia para vivir en comunión y entregarnos a la misión.
¿Dónde se da el nexo, la conexión más profunda entre Eucaristía y vocación
cristiana? Hemos visto que para la enseñanza de la Iglesia la Eucaristía es el Sacramento
de la Caridad, del Amor. Pues bien, también la Iglesia nos enseña que la vocación
fundamental del hombre es el amor. Todo hombre y cada hombre, toda mujer y cada
mujer están llamados por Dios al amor, a amar.
De modo particular quien ha enseñado con fuerza que la vocación primaria del
ser humano es el amor ha sido el Papa san Juan Pablo II en su primera carta encíclica
Redemptor Hominis, escrita en 1979. Allí decía: “El hombre no puede vivir sin amor. Él
permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el
amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él
vivamente… El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo - no solamente según
criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes - debe,
con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte,
acercarse a Cristo.”
del amor y de la comunión (Gaudium et spes, 12). El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata
de todo ser humano".
Igualmente, la Eucaristía nos mueve a la misión ya que “no podemos guardar para
nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a
todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por eso la
Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión: «Una Iglesia
auténticamente eucarística es una Iglesia misionera»” (SC 84).