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251. La Eucaristía es el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo.
Con este Sacramento Jesús nos atrae hacia sí y nos hace entrar en su dinamismo hacia
Dios y hacia el prójimo. Hay un estrecho vínculo entre las tres dimensiones de la
vocación cristiana: creer, celebrar y vivir el misterio de Jesucristo, de tal modo, que la
existencia cristiana adquiera verdaderamente una forma eucarística.
252. Se entiende así la gran importancia del precepto dominical, del “vivir según el
domingo”, como una necesidad interior del creyente, de la familia cristiana, de la
comunidad parroquial.
Sin una participación activa en la celebración eucarística dominical y en las fiestas de
precepto no habrá un discípulo misionero maduro. Cada gran reforma en la Iglesia está
vinculada al redescubrimiento de la fe en la Eucaristía. Es importante por esto promover
la “pastoral del domingo” y darle “prioridad en los programas pastorales” para un nuevo
impulso en la evangelización del pueblo de Dios en el Continente latinoamericano.
253. A las miles de comunidades con sus millones de miembros que no tienen la
oportunidad de participar de la Eucaristía dominical, queremos decirles con profundo
afecto pastoral que también ellas pueden y deben vivir “según el domingo”. Ellas
pueden alimentar su ya admirable espíritu misionero participando de la “celebración
dominical de la Palabra”, que hace presente el Misterio Pascual en el amor que
congrega (cf. 1Jn 3, 14), en la Palabra acogida (cf. Jn 5, 24-25) y en la oración
comunitaria (cf. Mt 18, 20). Sin duda los fieles deben anhelar la participación plena en
la Eucaristía dominical, por lo cual también los alentamos a orar por las vocaciones
sacerdotales.
Jesucristo Dios Padre acoge a todos sus hijos adoptivos por medio del Bautismo a
participar de su cuerpo y sangre en la Misa, momento culmen de la vida de todo
cristiano.
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también la actitud espiritual con la que se deben acercar al Señor para participar del
sacrificio: limpios de pecado.
Para explicar el sentido de este encuentro cercano con el misterio, el Papa Francisco
recordó que el Señor habló a su pueblo no sólo con palabras. «Los profetas referían
las palabras del Señor. Los profetas anunciaban. El gran profeta Moisés dio los
mandamientos, que son palabra del Señor. Y muchos otros profetas decían al
pueblo aquello que quería el Señor». Sin embargo, «el Señor habló también de otra
manera y de otra forma a su pueblo: con las teofanías. Cuando Él se acerca al
pueblo y se hace sentir, hace sentir su presencia precisamente en medio del
pueblo». Y recordó, además del episodio propuesto por la primera lectura (1Re 8,
1-7.9-13), algunos pasajes referidos a otros profetas.
Nueva evangelización
El debilitamiento de la iniciación cristiana, de la comprensión de los signos
sagrados y de la propia liturgia en su conjunto (curiosamente, cuando se ha
traducido para favorecer la participación, nos encontramos con una mayor
incomprensión y un paulatino abandono) y, concretamente, de la participación en la
Misa.
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Nos movemos en un ambiente desacralizado y secularizador... ¿pero es eso el
causante de todo? Saint-Exupéry1 recuerda la necesidad que tenemos de los ritos:
“es lo que hace que un día sea diferente de los otros días; una hora de las otras
horas”. Y esto, aplicado al domingo y a la Eucaristía, adquiere connotaciones
fundamentales para el cristiano.
El cristiano debe vivir con toda intensidad su existencia cristiana para que el
proyecto de Cristo y de la Iglesia se pueda llevar adelante. De ahí la necesidad de
vivir el domingo como una novedad, como un día distinto en el que entramos en
comunión con Dios, creador y redentor, y esto hace posible la convivencia
auténtica. Es necesaria una adhesión viva a lo que la Iglesia transmite, para
descubrir y transmitir la presencia de Cristo resucitado.
¡Que en nosotros la santa misa no caiga en una rutina superficial! ¡Que alcancemos
cada vez más su profundidad! Es precisamente ella la que nos introduce en la
inmensa obra de salvación de Cristo, la que afina nuestra vida espiritual para
alcanzar su amor: su «profecía en acto» con la cual, en el Cenáculo dio inicio al don
de Sí mismo en la cruz; su victoria irrevocable sobre el pecado y sobre la muerte,
que anunciamos con orgullo y de un modo alegre.
1
SAINT-EXUPÉRY, Antoine de. El Principito, Barcelona, Salamandra, 2008, pp. 69-70.