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AMOR
Celebramos este domingo la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, más
conocida como Corpus Christi. Fue instituida por el Papa Urbano IV, en el siglo
XIII, con la finalidad de destacar de modo festivo el sacramento de la Eucaristía,
gran don que Jesucristo nos dejó como memorial perpetuo de su muerte y
resurrección, misterio pascual en el que selló con nosotros la alianza nueva y
eterna de su amor incondicional y se nos entregó como alimento imperecedero.
Como escribió el mismo Papa, quiso Jesús que, mediante la Eucaristía, “de la
misma forma que el hombre fue sepultado en la ruina por el alimento prohibido,
volviera a vivir por un alimento bendito; cayó el hombre por el fruto de un árbol
de muerte, resucita por un pan de vida…aquel fruto trajo el mal, éste la
curación” (Bula, 11.VIII.1264). En efecto, así como, refiriéndose al fruto
prohibido, Dios dijo a Adán y Eva: “si comen de él, morirán” (Gen 2,17),
refiriéndose a su cuerpo Jesús dijo “el que coma de este pan vivirá para
siempre” (Jn 6,51). Cada vez que comulgamos en la Misa, recibimos a Cristo
vivo, real y totalmente presente en la hostia consagrada: su cuerpo y su sangre,
su alma y su divinidad. Recibirlo nos hace semejantes a Él.
La celebración del Corpus Christi nos recuerda que el Señor está siempre con su
Iglesia (Mt 28,20) y que la Eucaristía es, por excelencia, el “sacramento de la
caridad” porque en ella se manifiesta el amor infinito de Dios que llevó a Jesús a
dar su vida por nosotros (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 1). La
Eucaristía es sacramento de amor recibido, pero no recibido en soledad ni para
acapararlo y retenerlo cada uno para sí, sino amor recibido en comunidad y para
ser donado a los demás. En este sentido, es también “sacramento de unidad”
que nos hace presente que la Iglesia no es una suma de individuos, ni mucho
menos individuos aislados, sino que como el pan que recibimos es uno,
“nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo ya que todos comemos del
mismo pan” (1Co 10,17). Celebrar la Eucaristía hace posible que se dé la
comunión al interior de la Iglesia e impulsa a sus miembros a dar la vida por los
demás anunciando el Evangelio, ayudando a quien lo necesita y compartiendo
nuestros bienes con los más desafortunados. Como dijo el Papa Benedicto XVI:
“Al tomar a Cristo como alimento en la Eucaristía y acogiendo en nuestro
corazón su Espíritu Santo, nos transformamos realmente en el Cuerpo de Cristo
que hemos recibido, estamos verdaderamente en comunión con Él y entre
nosotros, y nos transformamos en verdaderos instrumentos suyos, dando
testimonio de Él en el mundo” (Homilía, 6.VI.2010).