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Algunas preguntas para una lectura atenta
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Todos tenemos experiencia de la sed y de la necesidad del agua. En general la
presencia fácil de agua hace que no nos demos cuenta de su valor esencial para la
vida; pero en muchas regiones de la tierra escasea y allí saben lo que es la sed y la
necesidad vital del agua. Pues bien, esta experiencia humana tiene su correlato a
nivel espiritual porque en el fondo tenemos sed de Dios. En particular en los
momentos difíciles, de pérdida o de renuncia a valores humanos, buscamos
desesperadamente la Presencia del Señor y no siempre la sentimos. Es la crisis de la
Esperanza, del que camina sin ver aún la meta, del ya pero todavía no.
Tenemos que aceptar esto como algo propio de nuestra condición cristiana,
inevitable para el que camina en la fe, y de lo cual la cuaresma nos debe ayudar a
tomar más conciencia. En efecto, "la sed sirve para sacarnos de nuestra inmovilidad
conformista y lanzarnos al camino en búsqueda de la fuente. Luis Rosales lo reflejó
acertadamente en este hermoso verso: “De noche iremos, de noche, / sin luna
iremos, sin luna, / que para encontrar la fuente, / sólo la sed nos alumbra” (Miguel
Márquez).
Nuestra insatisfacción radical ante todo lo caduco y pasajero golpea con
fuerza, como el cayado de Moisés, en la roca de nuestra vida hasta hacer brotar esa
corriente de agua viva que es la presencia de Dios.
La invitación de este domingo es, entonces, a volver a la fuente, volver a
centrarse en Dios, darle el primer lugar en nuestra vida.
El evangelio nos descubre en la persona de Jesús al agua viva de la cual todos
tenemos sed. Jesús, y sólo Jesús, pude revelarnos al Padre, comunicarnos el
conocimiento del verdadero Dios; puede darnos el Espíritu Santo que nos lleva a la
comunión con Dios. Y habiendo encontrado la fuente y habiendo apagado nuestra
sed, nos volvemos apóstoles del “agua viva”. Al respecto decía el Papa Francisco en
su homilía del 15 de marzo de 2020: “Este don es también la fuente del testimonio.
Como la samaritana, quien encuentra a Jesús vivo siente la necesidad de decírselo a
los demás, para que todos lleguen a confesar que Jesús «es verdaderamente el
salvador del mundo» (Juan 4, 42), como dijeron más tarde los paisanos de esa mujer.
También nosotros, engendrados a una nueva vida a través del Bautismo, estamos
llamados a dar testimonio de la vida y la esperanza que hay en nosotros. Si nuestra
búsqueda y nuestra sed encuentran en Cristo la satisfacción plena, manifestaremos
que la salvación no está en las “cosas” de este mundo, que al final llevan a la sequía,
sino en Aquél que nos ha amado y nos ama siempre: Jesús nuestro Salvador, en el
agua viva que Él nos ofrece”.
Para terminar no olvidemos la iniciativa del Señor, quien tiene sed de nosotros,
cómo bien explica J. Tolentino Mendonça: “Es el Señor quien toma la iniciativa de
venir a nuestro encuentro: es él quien llega antes al pozo. Cuando nosotros llegamos,
él ya estaba allí esperándonos. Cuando la mujer samaritana entra en escena, Jesús
ya está sentado. Por eso es muy cierto que, por muy grande que sea nuestro deseo,
mayor aún es el deseo de Dios. Y también por eso le oímos decir: «Si conocieras el
don de Dios y quién es el que te dice: “dame de beber”, tú le habrías pedido a él, y él
te habría dado agua viva» (Jn 4,10). El encuentro con Jesús no es ningún ajuste de
cuentas, ni el viene a revelarnos a un Dios justiciero”.
1. ¿He sentido profunda sed de Dios, como la tierra seca y sin lluvia?
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2. ¿De qué otras cosas tengo sed, esto es, un deseo vivo y ardiente?
3. ¿Puedo testimoniar que al encontrarme con Jesús se apagó mi sed de conocer a
Dios?
4. ¿Qué medios utilizo para encontrarme cara a cara con Jesús al costado del pozo?
5. ¿Pido al Espíritu Santo que haga brotar una fuente de agua viva en mi interior
para comunicarla a los demás?
Durante esta semana me propongo identificar los pozos de agua que no me sacian. Se
los entregaré al Señor y le pediré de corazón volverme a Él.