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El capítulo 58 de Isaías puede datarse a finales del siglo VI a. C., a la vuelta del exilio, época
en la que adquiere especial auge la práctica del ayuno, conocida antes del destierro, pero que ahora
se celebra en fechas fijas como ser en el aniversario del asedio de Jerusalén, del día de la caída de la
capital, del incendio de la ciudad y del templo, del asesinato del gobernador Godolías. Se trata de un
día de humillación y mortificación para conseguir el favor divino (Is 58,1-6). Pero el autor de este
texto piensa que más que el camino para obtener la salvación pasa no tanto por el ayuno sino por
la justicia y el amor al prójimo. En efecto, después de "mofarse" de los ritos que acompañan al
ayuno (mover la cabeza, acostarse sobre estera y ceniza), indica los verdaderos ritos que deben
constituir el ayuno, y que están orientados en beneficio de los oprimidos, hambrientos, pobres sin
techo y desnudos. Compartir con ellos pan, casa y vestido es lo que Dios espera de su pueblo. Es
decir, al mejor estilo profético se critica el ritualismo exterior sin el compromiso del corazón, de la
interioridad; se critica la búsqueda interesada e individualista del favor divino sin la práctica de la
compasión y de la caridad para con el prójimo necesitado. " Sólo quien sabe asumir el sufrimiento y las
limitaciones del otro, quien sabe comprometerse luchando contra cualquier tipo de injusticia, sin hacer distinción de
personas, descubrirá la verdadera luz de Dios y se convertirá en un manantial perenne "1.Ya desde Amós el
mensaje de los profetas es que la religión no es auténtica sin la justicia y el culto sin compromiso
social es incompleto.
Cuando el pueblo adopte la postura correcta que le pide Dios a través del profeta, cambiará su
situación y podrá gozar con la alegría de la salvación de Dios que se presenta con el símbolo de la
luz que ahuyenta las tinieblas y la oscuridad.
Esta perícopa hace de transición entre las bienaventuranzas que la preceden (5,3-12) y las
“antítesis” que le siguen (5,17-48). Se vincula con lo anterior porque se dirige a los mismos
discípulos ("Ustedes son…") que sufren persecución para exhortarlos a perseverar en la vida cristiana
pues tienen una misión irrenunciable de cara a ese mundo que los rechaza, expresada con las
imágenes de la sal y la luz. Y se continúa con la sección siguiente por cuanto las buenas obras que
deben irradiar los discípulos serán explicitadas allí; por eso la función de prólogo o exordio que
atribuimos a esta perícopa en la estructura general del Sermón del Monte. En efecto, no se dice aquí
cómo el discípulo puede llegar a ser sal y luz; sólo que tiene que serlo. Justamente el cómo llegar a
serlo lo desarrolla la sección siguiente del Sermón con todas las normas concretas para vincularse
1
G. Zevini – P. G. Cabra (eds.), Lectio Divina para cada día del año. Vol. 13, Verbo Divino, Estella, 2005, 46.
2
correctamente con el hermano en el Reinado de Dios inaugurado por Jesús. Es decir, quienes viven
estas enseñanzas del Sermón del Monte, quienes las practiquen, serán sal y luz.
La metáfora de la sal remite a un elemento necesario e insustituible en la alimentación
cotidiana (Mc 9,50; Lc 14,34). Esta función de la sal deriva de su propia virtualidad de salar, de dar
sabor y conservar los alimentos; si llegase a faltarle esta propiedad, se volvería inútil. Si la sal se
desvirtúa, pierde su función de salar, ya no sirve y se la tira. El verbo griego moraino que se traduce
por "perder el sabor", "desvirtuarse"; significa también volverse necio, loco (cf. Rom 1,22; 1Cor
1,20). El adjetivo derivado del mismo (morós) se aplica al hombre necio o insensato que construye
su casa sobre arena de Mt 7,26 y a las vírgenes necias de Mt 25,1-21. Los términos ser "tirado
fuera" y "pisoteado" remiten al juicio de Dios (cf. Mt 3,10; 7,19; 13,42); por tanto, un discípulo que
no viva como tal y que no ejerza alguna influencia en su ambiente, será rechazado por Dios.
El valor simbólico de la sal en la antigüedad y en la misma Biblia es amplio y variado; con
especial acento en su propiedad de salar y de conservar los alimentos. Davies-Allison 2, por ejemplo,
enumeran once sentidos simbólicos posibles para la sal que consideran pertinentes; pero invitan a
no querer elegir uno sino más bien a mantener un sentido amplio y a leerlo dentro del contexto
mayor del Sermón de Monte, en particular las enseñanzas que siguen y que definen cómo ser sal y
luz. También invitan a vincularlo con la metáfora que sigue – luz del mundo – que sí viene luego
especificada como "las buenas obras" de los discípulos. Su interpretación conclusiva es que los
discípulos, como la sal, tienen determinadas cualidades propias que, si las perdiesen, se volverían
inútiles. De modo semejante L. H. Rivas dice que " la sal es condimento, transmite su sabor a las sustancias
en las que es colocada. El discípulo está puesto en el mundo para transmitir a otros su «sabor», lo que tiene de propio
por ser cristiano"3. L. Sánchez Navarro precisa más sosteniendo que "la sal simboliza al discípulo con fe viva
y el desvirtuarse equivale a la pérdida de la fe"4
En fin, el sentido de la metáfora es claro: los discípulos tienen en el mundo una misión única
y necesaria que cumplirán sólo en la medida que vivan conforme a las enseñanzas de Cristo.
Algunas reflexiones:
La fiesta de la Presentación del Señor estaba centrada en Cristo, " luz para iluminar a las naciones
paganas y gloria de su pueblo Israel "; y se nos presentaba a Cristo como Luz del mundo; donde la luz se
asocia a la salvación de Dios. Y hace dos domingos atrás escuchamos que Jesús anunciaba la
llegada del Reino de Dios, de su soberanía. Es decir, en la Persona de Jesús, Dios se acerca a los
hombres y les pide que lo reciban, que lo acepten como Señor. Ahora, en el evangelio de hoy Jesús
2
Cf. W. D. Davies – D. C. Allison, The Gospel according to Saint Mathew. Vol I., Clark, Edinburgh 1988, 472-473.
3
Diccionario de símbolos y figuras de la Biblia, Amico, Buenos Aires, 2012, 169.
4
L. Sánchez Navarro, La Enseñanza de la Montaña. Comentario contextual a Mateo 5-7, Verbo Divino; Estella, 2005,
55.
5
U. Luz, El evangelio según San Mateo. Vol. I (Sígueme; Salamanca 1993) 317.
3
insiste en que este Reinado de Dios, con su novedad de vida y de valores, es para vivirlo y
transmitirlo. Vale decir que al aceptar el Reino de Dios que se hace presente en Jesús nos volvemos
sus discípulos. Y Jesús no quiere que sus discípulos se encierren en un disfrute narcisista de este
“Bien Inmenso” que es el Reino de Dios, que nos instalemos en nuestra zona de confort y nos
olvidemos de los demás. Al contrario, somos llamados a testimoniar nuestra fe con la nuestra vida
y, sobre todo, con nuestras buenas acciones.
Teniendo en cuenta el sentido de las dos metáforas elegidas por Jesús, la sal y la luz, no
caben dudas que lo central del evangelio de este domingo es la "esencia" misionera de la
vocación cristiana. El discípulo se vuelve sal para salar la tierra y luz para iluminar al mundo.
Sería un contrasentido y un absurdo que la sal no sazone y que la luz se esconda para no iluminar.
Pero importa respetar los pasos del anuncio de Jesús para no caer en un mero "funcionalismo" de la
vida cristiana. Se trata de SER cristianos de verdad, de tener identidad. Si SOMOS cristianos
seremos también sal y luz del mundo. Desde el SER cristianos OBRAMOS como cristianos y
DAMOS TESTIMONIO ante el mundo de lo que SOMOS para GLORIA del PADRE.
Y también es bueno aclarar, como hace R. Cantalamessa6, que el cristiana es luz y alumbra
no por la brillantez de sus ideas o pensamientos; sino por el amor manifestado en sus acciones.
La realidad de que toda vocación, toda elección de Dios es para la misión, es una constante
en la Sagrada Escritura. Recordemos, por ejemplo, la vocación de Abraham (Gn 12,1-5), la de
Moisés (Ex 3) y la del mismo pueblo de Israel, nación elegida entre las naciones para dar testimonio
del Dios vivo. Y como no siempre se vivió así, los profetas recordaron que la elección no es un
privilegio ni un refugio sino una responsabilidad y que si no se cumple se puede perder (cf. Am
3,2). Y lo mismo vale para los apóstoles: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres" (Mt 4,19).
Ahora bien, que la vocación es para la misión pasa a ser una de las estructuras básicas del
cristiano nos lo explica muy bien J. Ratzinger 7: "La fe cristiana solicita al individuo, pero no para sí mismo,
sino para el todo; por eso la palabra "para" es la auténtica ley fundamental de la existencia cristiana […] Ser cristiano
significa esencialmente pasar del ser para sí mismo al ser para los demás. Esto explica también el concepto de
elección, a menudo tan extraño para nosotros. Elección no significa preferir a un individuo y separarlo de los demás...
Por eso la decisión cristiana fundamental – aceptar ser cristiano – supone no girar ya en torno a sí mismo, en torno al
propio yo, sino unirse a la existencia de Jesucristo consagrado al todo. El seguimiento de la cruz no es una devoción
privada, sino que está subordinada a la idea de que el hombre, dejando atrás la cerrazón y tranquilidad de su yo, sale
de sí mismo para seguir las huellas del crucificado y para existir para los demás, mediante la crucifixión del propio yo
[…] Digamos, por último, que no basta que el hombre salga de sí mismo. Quien sólo quiere dar, quien no está dispuesto
a recibir, quien sólo quiere ser para los demás y no está dispuesto a reconocer que él vive del inesperado e inmotivado
don-del-para de los demás, ignora la forma fundamental del ser humano y destruye así el verdadero sentido del para-
los-demás. Cuando el hombre sale de sí mismo, para que esta salida sea provechosa, necesita recibir algo de los
demás y, a fin de cuentas, de aquel que es en verdad el otro de toda la humanidad y que, a un tiempo, es uno con ella:
Jesucristo, Dios-hombre".
Esta es claramente la propuesta de Jesús, aunque vaya a contramano de la cultura actual,
como señala el Documento de Aparecida nº 110: "Ante el subjetivismo hedonista, Jesús propone entregar la
vida para ganarla, porque “quien aprecie su vida terrena, la perderá” (Jn 12, 25). Es propio del discípulo de Cristo gastar
su vida como sal de la tierra y luz del mundo". Frente a esto tenemos también el diagnóstico que hace
Aparecida: "Tenemos un alto porcentaje de católicos sin conciencia de su misión de ser sal y fermento en el mundo,
con una identidad cristiana débil y vulnerable" (nº 286). De aquí surge el desafío de recuperar la auténtica
identidad cristiana de ser discípulos y misioneros del Señor de la vida.
Con su lenguaje tan personal predicaba el Papa Francisco sobre esto: "¿Qué es la sal en la vida
de un cristiano, y qué sal nos ha dado Jesús? La sal que nos da el Señor es la sal de la fe, de la esperanza y de la
caridad. La sal tiene sentido cuando se da para dar sabor a las cosas. También pienso que la sal conservada en un
frasco, con la humedad, pierde fuerza y no sirve. La sal que nosotros hemos recibido es para darla, es para dar sabor,
es para ofrecerla. De lo contrario se vuelve insípida y no sirve. Debemos pedir al Señor que no nos convirtamos en
cristianos con la sal insípida, con la sal cerrada en el frasco. Pero la sal también tiene una característica: cuando se la
usa bien, no se siente el gusto de la sal, el sabor de la sal… ¡No se siente! Se siente el sabor de cada comida: la sal
ayuda a que el sabor de esa comida sea mejor, se conserve más, sea más sabrosa. ¡Esta es la originalidad cristiana!
6
Cf. Echad las redes. Reflexiones sobre los Evangelios. Ciclo A (EDICEP; Valencia 2003) 198.
7
Introducción al cristianismo (Sígueme; Salamanca 1982) 217-220.
4
¡La originalidad cristiana no es una uniformidad! Toma a cada uno como es, con su personalidad, con sus
características, con su cultura y lo deja con todo ello, porque es una riqueza. Pero le da algo más: ¡le da el sabor! Esta
originalidad cristiana es tan bella, porque cuando queremos hacer una uniformidad - todos somos salados del mismo
modo - las cosas serán como cuando la mujer echa demasiada sal y se siente sólo el gusto de la sal y no el gusto de
esa comida sabrosa con la sal. La originalidad cristiana es precisamente esto: cada uno es como es, con los dones que
el Señor le ha dado…Y para que la sal no se eche a perder hay dos métodos a seguir, que deben ir juntos. Primero de
todo darla, al servicio de las comidas, al servicio de los demás, al servicio de las personas. Se trata de la sal de la fe, de
la esperanza y de la caridad: ¡darla, darla, darla! El otro método implica la trascendencia, es decir la tensión hacia el
autor de la sal, el Creador, quien hace la sal. La sal no se conserva sólo dándola en la predicación. Necesita también de
la otra trascendencia, de la oración, de la adoración. Y así la sal se conserva, no pierde su sabor. Con la adoración al
Señor, trasciendo de mí mismo al Señor; y con el anuncio evangélico salgo fuera de mí mismo para dar el mensaje.
Pero si nosotros no hacemos esto - estas dos cosas, estas dos trascendencias para dar la sal - la sal permanecerá en
el frasco y nosotros nos convertiremos en cristianos de museo” (Homilía del 23 de mayo de 2013).