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CAPÍTULO VIII

EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

I. LA SANTÍSIMA ECUARISTÍA Y EL MISTERIO DE LA IGLESIA

La genuina naturaleza de la Iglesia se manifiesta de modo excelso en el «divino


sacrificio de la Eucaristía» (SC, 2) que es «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (LG,
11). De la liturgia, sobre todo de la Eucaristía, «mana hacia nosotros la gracia como de su
fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y
aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin»
(SC, 10).

En efecto, «los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y
obras de apostolado, están profundamente vinculados a la Eucaristía y a ella se ordenan. Y
la razón es que en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a
saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne…» (PO, 5). La edificación del
Cuerpo (místico) alcanza su plenitud mediante el Sacrificio eucarístico (LG, 17). Por eso,
«ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la
santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación en el
espíritu de comunidad» (PO, 6). Y es que los fieles, «confortados con el Cuerpo de Cristo
en la sagrada liturgia eucarística, muestran de modo concreto la unidad del Pueblo de Dios,
significada con propiedad y maravillosamente realizada por este augustísimo sacramento»
(LG, 11).

Esta doctrina conciliar muestra cómo la Iglesia es en lo más profundo de su misterio


comunidad eucarística. La Eucaristía es la razón de su existencia, el centro, cima y culmen
de toda su actividad. La Eucaristía es el sacramento de la unidad de la Iglesia: en su
celebración se significa y realiza la plenitud de la comunión eclesial.

El profundo nexo entre Eucaristía e Iglesia ha sido expresado también


reiteradamente por el magisterio pontificio: «Es verdad esencial, no sólo doctrinal sino
también existencial, que la Eucaristía construye la Iglesia, y la construye como auténtica
comunidad del Pueblo de Dios, como asamblea de los fieles, marcada por el mismo carácter
de unidad del cual participaron los Apóstoles y los primeros discípulos del Señor. La
Eucaristía la construye y la regenera a base del sacrificio de Cristo mismo, porque
conmemora su muerte en la Cruz (…). La Iglesia vive de la Eucaristía, vive de la plenitud
de ese sacramento»1.

Fue mérito de H. de Lubac haber sintetizado en una fórmula, ese profundo nexo
entre Eucaristía e Iglesia; fórmula hoy familiar a la teología contemporánea. «Es la Iglesia
—dijo— la que hace la Eucaristía, pero es también la Eucaristía la que hace la Iglesia». La
Iglesia hace la Eucaristía puesto que la consagra por medio de sus ministros, pero téngase
presente que éstos existen en función de la Eucaristía, y no a la inversa: existe en la Iglesia
el poder de consagrar fundado en el sacramento del orden, pero «no es la Eucaristía la que

1
JUAN PABLO II, Enc. Redemptor Hominis, 20.

1
procede del orden, sino que es el orden el que “nace” de la Eucaristía y tiene toda la razón
de ser en la Eucaristía misma, la cual, así, aparece efectivamente como el origen, fuente y
cima de la vida de la Iglesia entera, incluidos los ministros».

El Magisterio reciente sobre la Eucaristía, tanto la Carta Encíclica de Juan Pablo II,
como la Exh. Ap. de Benedicto XVI, pone el acento en ese profundo nexo entre la
Eucaristía y la Iglesia. Así comienza la Enc. Ecclesia de Eucharistia: La Iglesia vive de la
Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que
encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia».

El c. 897 es el marco doctrinal en que se inscribe la disciplina eucarística, y


representa por ello una síntesis perfecta de los aspectos esenciales de la fe católica acerca
del misterio eucarístico en su esencia y en su relación con la Iglesia. Se puede desglosar así
su contenido:

a) La santísima Eucaristía es el sacramento más augusto pues en él se contiene


(presencia real), se ofrece (sacrificio) y se recibe (comunión) al mismo Cristo Nuestro
Señor.

b) Por la santísima Eucaristía la Iglesia vive y crece continuamente.

c) En el Sacrificio eucarístico, memorial de la muerte y resurrección del Señor, se


perpetúa a lo largo de los siglos el Sacrificio de la Cruz.

d) El Sacrificio eucarístico es culmen y fuente de todo el culto y de toda la vida


cristiana. Con él están estrechamente unidos y a él se ordenan los demás sacramentos y
todas las otras obras eclesiásticas de apostolado.

e) Por medio del Sacrificio eucarístico se significa y realiza la unidad del Pueblo de
Dios y se lleva a plenitud la edificación del Cuerpo de Cristo.

Siendo esto así, no cabe edificar ninguna comunidad cristiana si no tiene su raíz y
quicio en la santísima Eucaristía. Y así lo deja subrayado expresamente el propio Código,
en varios de sus preceptos. Por ejemplo, al definir la diócesis (c. 369); o cuando determina
como un deber primordial del párroco el esfuerzo por hacer que la santísima Eucaristía sea
el centro de la comunidad parroquial (c. 528 § 2); o cuando establece que la celebración
eucarística sea el centro de toda la vida del seminario (c. 246 § 1); o cuando preceptúa,
finalmente, que en toda casa religiosa haya al menos un oratorio, en el que se celebre y esté
reservada la Eucaristía a fin de que sea verdaderamente el centro de la comunidad (c. 608).

II. LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA Y MODOS DE PARTICIPACIÓN

La celebración eucarística, aun cuando no pudiera tenerse con asistencia de fieles (c.
904), es siempre una acción de Cristo y de la Iglesia (cfr. c. 899).

Es una acción de Cristo, porque Cristo está real y operativamente presente, bien en
la persona del ministro que actúa in persona Christi; bien sobre todo bajo las especies
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eucarísticas o en el propio Sacrificio ofrecido al Padre, que es el mismo Sacrificio de Cristo
en la Cruz. Pero es a la vez una acción de la Iglesia porque Cristo actúa por su mediación,
especialmente por el ministerio del sacerdote, y porque en dicha celebración está implicada
la Iglesia entera: la peregrina y la celestial; al celebrar el Sacrificio eucarístico, dijo el
Concilio, «es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia celestial» (LG, 50) entrando
en verdadera comunión con los Santos.

La celebración eucarística es al mismo tiempo sacrificio y comunión. En ella, Cristo


nuestro Señor substancialmente presente bajo las especies del pan y del vino, por medio del
sacerdote que actúa personificando a Cristo, se ofrece a sí mismo a Dios Padre,
perpetuando de este modo el Sacrificio de la Cruz, y se da como alimento espiritual a los
fieles asociados a su oblación (c. 899). La doctrina católica sobre la Eucaristía abarca estas
varias dimensiones esenciales del sacramento, de modo que «no es lícito ni en el
pensamiento ni en la vida, ni en la acción, quitar a este sacramento, verdaderamente
santísimo, su dimensión plena y su significado esencial. Es al mismo tiempo sacramento-
sacrificio, sacramento-comunión, sacramento-presencia. Y aunque es verdad que la
Eucaristía fue siempre y debe ser ahora la más profunda revelación y celebración de la
fraternidad humana de los discípulos y confesores de Cristo, no puede ser tratada sólo como
ocasión para manifestar esta fraternidad. Al celebrar el sacramento del Cuerpo y la Sangre
del Señor, es necesario respetar la plena dimensión del misterio divino, el sentido pleno de
este signo sacramental»2.

En conformidad con esta doctrina católica, la obligación que los fieles tienen de
tributar la máxima veneración a la santísima Eucaristía se concreta de tres modos: a)
tomando parte activa en la celebración del Sacrificio augustísimo; b) comulgando
frecuentemente y con mucha devoción; c) dándole culto con suma adoración (c. 898).

Como ya se señaló más arriba, toda acción litúrgico-sacramental es una acción del
entero Pueblo de Dios en su condición de Pueblo sacerdotal y a la vez jerárquicamente
estructurado. Esto mismo se verifica de modo eminente en la celebración eucarística; se
actúa en ella el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial, pero la participación de uno y
otro es esencialmente diversa: los sacerdotes, consagrados por el sacramento del orden,
actúan impersonando a Cristo; los restantes fieles asistentes, tanto clérigos como laicos,
concurren tomando parte activa, cada uno según su modo propio, de acuerdo con la
diversidad de órdenes y de funciones litúrgicas (c. 899 § 2). No debe olvidarse que la
Eucaristía es por encima de todo un sacrificio: sacrificio de la redención y al mismo tiempo
sacrificio de la nueva alianza. Se sigue de aquí «que el celebrante en cuanto ministro del
sacrificio es el auténtico sacerdote que lleva a cabo —en virtud del poder específico de la
sagrada ordenación— el verdadero acto sacrificial que conduce de nuevo los seres a Dios.
En cambio, todos aquellos que participan en la Eucaristía, sin sacrificar como él, ofrecen
con él, en virtud del sacerdocio común sus propios sacrificios espirituales representados en
el pan y en el vino, desde el momento de su presentación en el altar»3.

2
JUAN PABLO II, Enc. Redemptor Hominis, 20, en AAS 71, 1979, pp. 257-324.
3
JUAN PABLO II, Carta Dominicae Cenae, 9, en AAS 72, 1980, 115-134.

3
El art. 6 de la Instrucción Ecclesiae de Mysterio establece lo siguiente acerca de las
celebraciones litúrgicas:

«§ 1. Las acciones litúrgicas deben manifestar con claridad la unidad ordenada del
Pueblo de Dios en su condición de comunión orgánica y, por tanto, la íntima conexión que
media entre la acción litúrgica y la manifestación de la naturaleza orgánicamente
estructurada de la Iglesia.

Esto se da cuando todos los participantes desarrollan con fe y devoción la función


propia de cada uno.

§ 2. Para que también en este campo sea salvaguardada la identidad eclesial de cada
uno, se deben abandonar los abusos de distinto tipo que son contrarios a cuanto prevé el c.
907, según el cual en la celebración eucarística, a los diáconos y a los fieles no ordenados,
no les es consentido pronunciar las oraciones y cualquier parte reservada al sacerdote
celebrante —sobre todo la oración eucarística con la doxología conclusiva— o asumir
acciones o gestos que son propios del mismo celebrante. Es también grave abuso el que un
fiel no ordenado ejercite, de hecho, una casi «presidencia» de la Eucaristía, dejando al
sacerdote sólo el mínimo para garantizar la validez. En la misma línea resulta evidente la
ilicitud de usar, en las ceremonias litúrgicas, por parte de quien no ha sido ordenado,
ornamentos reservados a los sacerdotes o a los diáconos (estola, casulla, dalmática).

Se debe tratar cuidadosamente de evitar hasta la misma apariencia de confusión que


puede surgir de comportamientos litúrgicamente anómalos. Como los ministros ordenados
son llamados a la obligación de vestir todos los sagrados ornamentos, así los fieles no
ordenados no pueden asumir cuanto no es propio de ellos.

Para evitar confusiones entre la liturgia sacramental presidida por un clérigo o un


diácono con otros actos animados o guiados por fieles no ordenados, es necesario que para
estos últimos se adopten formulaciones claramente diferentes».

III. LOS RITOS SACRAMENTALES: ASPECTOS DISCIPLINARES MÁS


IMPORTANTES

1. La materia del Sacrificio eucarístico


El pan y el vino constituyen la materia necesaria e indispensable —por institución
divina— para la confección del sacramento de la Eucaristía. Es requisito de licitud, según la
antigua tradición de la Iglesia latina, que el sacerdote, donde quiera que celebre la Misa, lo
haga empleando pan ázimo (c. 926). Es asimismo obligatorio añadir al vino unas gotas de
agua, según la disposición del Concilio de Trento (Sess. XXII, cc. 7 y 9) que recoge el c.
924 § 1.

Es importante resaltar que el pan ha de ser exclusivamente de trigo, y ha de


conservar intactas todas sus propiedades naturales. Por eso, ha de estar hecho recientemente

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de manera que no haya ningún peligro de corrupción. Son pocas todas las cautelas que se
tomen en este sentido, porque un pan corrompido dejaría de ser materia válida del
sacramento, y unas especies sacramentales que perdieran su condición de pan verdadero
dejarían de ser las especies sacramentales en las que Cristo está realmente presente.

Respecto al vino, cabe hacer las mismas observaciones: debe ser natural, fruto de la
vid, y no corrompido (c. 924 § 3). Como veremos más adelante, es materia válida el fruto
de la vid, aunque éste no haya fermentado, es decir, el mosto.

En relación con la materia de la Santísima Eucaristía, la Instr. Redemptionis


Sacramentum (25-III-2004) precisa que es un abuso grave introducir, en la fabricación del
pan para la Eucaristía, otras sustancias como frutas, azúcares o miel. Respecto al vino, fruto
de la vid, puro y sin corromper, el Documento declara que está totalmente prohibido utilizar
un vino del que se tiene duda en cuanto a su carácter genuino o a su procedencia, pues la
iglesia exige certeza sobre las condiciones necesarias para la validez de los sacramentos.
No se debe admitir bajo ningún pretexto otras bebidas de cualquier género, que no
constituyen materia válida. (vid. nn. 48-50).

A la vista de estos datos doctrinales y disciplinares, la Cong. para la Doctrina de la


Fe ha dado unas respuestas claras a los problemas que plantean ciertas enfermedades, como
el alcoholismo y la enfermedad celíaca, a la hora de participar en la Mesa eucarística.

Lo más destacado de estas respuestas es lo siguiente:

a) El Ordinario del lugar puede permitir que un sacerdote que padezca del
alcoholismo y celebra él sólo la Misa, comulgue per intinctionem, con tal que el fiel que
asiste a la Misa consuma el cáliz.

b) El Ordinario del lugar puede permitir la comunión bajo la sola especie de vino a
aquellos fieles que padecen la enfermedad celíaca cuyo modo de curarse exige que el
enfermo se abstenga del gluten presente en la harina de trigo, y por tanto también en el Pan
eucarístico. Sería éste un caso de necesidad a que se refiere el c. 925.

c) El Ordinario del lugar, en cambio, en ningún caso puede permitir que el sacerdote
consagre hostias especiales, desprovistas de gluten, para que puedan comulgar los
mencionados enfermos celíacos. La razón de esta absoluta prohibición reside en que la
eliminación del gluten desnaturaliza la harina de trigo, de modo que el pan ázimo o
fermentado confeccionado con harina sin gluten, no sería pan de trigo, ni consecuentemente
materia válida para la Eucaristía, como no lo sería el vino del que se eliminara el alcohol.

Más recientemente, la Santa Sede ha dado nuevas normas al respecto. Por estar
implicadas cuestiones doctrinales, ha sido la Cong. para la Doctrina de la Fe quien ha
dictado dichas normas, puestas en conocimiento de las Conferencias Episcopales en la
Carta de 19 de junio de 1995.

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Uso de pan con poca cantidad de gluten

— La licencia para el uso de este tipo de pan puede ser concedida por el Ordinario a
los sacerdotes y laicos afectados de celiaca4, previa presentación del correspondiente
certificado médico.

— Las condiciones para la validez de la materia son:

a) Las hostias «quibus glutinum ablatum est» son materia inválida para el
sacramento.

b) Dichas hostias, en cambio, son materia válida si en ellas permanece la cantidad


de gluten suficiente para obtener la panificación, si no se han añadido materias extrañas, y
si el procedimiento usado para su confección no desnaturaliza la substancia del pan.

Uso del mosto

— La solución preferible sigue siendo la comunión por intinción, o bien, en la


concelebración, la comunión bajo la sola especie de pan.

— La licencia para el uso del mosto puede ser concedida por el Ordinario a los
sacerdotes afectados de alcoholismo o de otra enfermedad que le impida tomar alcohol
incluso en mínima cantidad, previa presentación del correspondiente certificado médico.

— Por mosto se entiende el jugo de uva fresco o conservado, suspendiendo la


fermentación mediante congelamiento u otro método que no altere su naturaleza.

— Quien goce de esa licencia le está impedido en principio presidir la santa Misa
concelebrada. En casos excepcionales, como el de un Obispo o Superior general, u otros
supuestos con permiso del Ordinario, quien preside podrá usar la especie de mosto, pero los
demás concelebrantes deberán usar la especie de vino normal.

— Para el rarísimo caso en que pida un laico el uso del mosto se deberá recurrir a la
Santa Sede.

4
Reacción inmunológica ante la ingesta de gluten, una proteína presente en el trigo, la cebada y el centeno. Con el
tiempo, la reacción inmunológica al ingerir gluten genera una inflamación que daña el revestimiento del intestino
delgado y produce complicaciones médicas. También dificulta la absorción de algunos nutrientes (malabsorción). El
síntoma típico es la diarrea. Otros síntomas incluyen distensión abdominal, fatiga, niveles bajos de hemoglobina
(anemia) y osteoporosis. Muchas personas no presentan síntomas. El tratamiento principal consiste en una dieta estricta
libre de gluten que pueda controlar los síntomas y promover la curación del intestino.

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Aparte de estas normas concretas, la Carta establece una serie de disposiciones
comunes, tales como el deber del Ordinario de verificar si el producto usado es conforme a
las mencionadas exigencias. Entre ellas, destaca la siguiente:

«Los aspirantes al sacerdocio afectados de celíaca, alcoholismo o enfermedades


análogas, dada la centralidad de la celebración eucarística en la vida sacerdotal, no pueden
ser admitidos a las órdenes sagradas».

2. La Consagración bajo las dos especies

«Está terminantemente prohibido, aun en caso de extrema necesidad, consagrar una


materia sin la otra, o ambas fuera de la celebración eucarística» (c. 927).

Esta prohibición está formulada de tal modo que jamás cabe excepción ni dispensa,
ni siquiera por parte del Romano Pontífice, puesto que en ella están implicados aspectos
dogmáticos acerca del Sacrificio eucarístico, que sólo se consuma cuando se consagra el
pan y el vino.

Téngase en cuenta además que, a tenor de lo establecido por el M.Pr. de Juan Pablo
II Sacramentorum Sanctitatis tutela (30 de abril de 2001), la consagración con fin sacrílego
de una especie eucarística sin la otra o de ambas fuera de la celebración eucarística,
constituye uno de los delicta graviora, reservado a la competencia exclusiva ratione
materiae de la Congregación para la Doctrina de la Fe (vid. Art. 2, § 2).

3. La comunión bajo las dos especies


El Concilio Vaticano II permitió que en casos determinados se pudiera distribuir la
comunión bajo las dos especies, «manteniendo firmes los principios dogmáticos declarados
por el Concilio de Trento» (SC, 55). Según estos principios dogmáticos a que se refiere la
Constitución conciliar, en la comunión bajo cualquiera de las dos especies se recibe a
Cristo total e íntegro y el verdadero sacramento. No hay, en consecuencia, una mayor
plenitud de participación cuando se recibe el Cuerpo de Cristo bajo las dos especies. Tan
sólo adquiere una forma más plena por razón del signo. Y esto es lo que ha justificado esas
mayores facultades para comulgar bajo las especies de pan y vino.

La disciplina codicial al respecto asume la ya implantada a raíz del Concilio en


varios documentos. La regla general es que se distribuye la sagrada comunión bajo la sola
especie del pan. Excepcionalmente, en caso de necesidad, estaría también permitido
distribuirla bajo la sola especie del vino, como es el caso antes mencionado de los enfermos
celíacos. De acuerdo con las leyes litúrgicas, también está permitido hacerlo bajo las dos
especies. Pero, así como en otras materias —por ejemplo, la comunión dos veces en el
mismo día— la disciplina codicial abandona el criterio casuístico implantado tras el
Concilio, para la comunión bajo las dos especies se mantiene el criterio restrictivo: es
preciso atenerse al elenco de supuestos establecido en el Misal Romano (n. 242) y a los
otros que pueda establecer la Conferencia Episcopal, evitándose en todo caso, como criterio
general, ese modo de comulgar cuando sea grande el número de comulgantes.

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4. Tiempo y lugar de la celebración eucarística
La renovación litúrgica propiciada por el Concilio Vaticano II afectó de manera
muy importante a la celebración eucarística, como lo demuestran las numerosas normas
postconciliares que regulan aspectos concretos del misterio eucarístico. Muchas de esas
normas fueron reordenadas ex integro por el CIC 83 por lo que es a esta fuente legal a la
que hay que recurrir para conocer la disciplina vigente. Ello no es óbice para que aquellas
fuentes posconciliares puedan seguir siendo útiles como criterio interpretativo. Nos estamos
refiriendo en concreto a la reordenación de la disciplina sobre el tiempo y lugar de la
celebración eucarística.

Respecto al tiempo, el c. 931 sienta una norma general amplia: «la celebración y
administración de la Eucaristía puede hacerse todos los días y a cualquier hora». Esto es
aplicable tanto a la celebración de la Santa Misa, como a la administración de la sagrada
comunión.

Las excepciones a esta norma general vienen establecidas en las normas litúrgicas.
Y así, el Jueves Santo, la Misa crismal que se celebra por la mañana normalmente en la
Catedral, es única en toda la diócesis. Por razones pastorales se puede celebrar con
anterioridad al Jueves Santo. Por la tarde se celebra la Misa in Cena Domini, pudiendo
permitir el Ordinario del lugar que se celebre otra Misa vespertina, tanto en Iglesias como
en oratorios para aquellas personas que no podrán participar en la Misa in Cena Domini. La
comunión sólo se puede administrar dentro de algunas de las Misas, salvo a los enfermos a
quienes se les puede administrar a cualquier hora.

El Viernes Santo no se celebra la Eucaristía. La comunión sólo se administra dentro


de los oficios vespertinos, con excepción de los enfermos.

El Sabado Santo tampoco está permitido celebrar la Santa Misa hasta la hora de la
Vigilia Pascual, generalmente por la noche, aunque por razones pastorales puede
anticiparse al atardecer. Antes de la Vigilia Pascual, sólo se puede recibir la comunión en
forma de Viático.

Por lo que se refiere al lugar de la celebración, la norma general es que sea un lugar
sagrado (c. 932), es decir, que esté destinado al culto divino mediante la dedicación o
bendición prescrita por los libros litúrgicos (c. 1205). Lugares sagrados son, en este sentido,
las iglesias (c. 1214), los oratorios (c. 1223), las capillas privadas (c. 1226), las capillas
privadas de los obispos (c. 1227) y los santuarios (c. 1230).

Excepcionalmente, cuando en un caso particular la necesidad lo exija, puede


celebrarse en otro lugar con tal de que sea un lugar digno como corresponde a la alta
dignidad de la celebración eucarística. A tenor del c. 932 § 1, es claro que no se requiere
licencia del Ordinario del lugar para celebrar fuera del lugar sagrado en un caso particular.

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Ello no impide que el derecho particular pueda establecer normas al respecto, entre las que
podría estar el requisito de la licencia para casos particulares o para casos generales, así
como los criterios para determinar la necesidad, o las condiciones de decoro y dignidad que
debe reunir el lugar no sagrado, elegido para la celebración eucarística.

La vía de la legislación particular puede ser el mejor instrumento canónico para


acercar esta disciplina a la realidad de cada Iglesia particular. Tal vez por eso, la ley
codicial es deliberadamente genérica, sin descender al casuismo de la legislación
posconciliar en la que se señalaban expresamente algunos lugares como no aptos —dignos
— para la celebración eucarística. Entre ellos, el dormitorio, el comedor y la mesa
destinada a comer. Nos parece que aquella legislación está hoy derogada. Cosa distinta es
que los criterios que sirvieron de base a aquellas normas prohibitivas puedan seguir siendo
orientativos en la elaboración de leyes particulares. Por principio, ni el dormitorio ni el
comedor son lugares excluidos. El dormitorio tal vez sea el único lugar posible para que un
enfermo reciba el Viático dentro de la Misa 5. El comedor puede ser asimismo, el lugar más
digno para que un sacerdote enfermo o de edad avanzada pueda celebrar la Misa todos los
días en su casa6.

En relación con el altar en el que se debe celebrar el sacrificio eucarístico, la norma


es paralela a la anterior: de modo ordinario el Sacrificio eucarístico se realiza en un altar
dedicado o bendecido de acuerdo con los cc. 1235-1239. Cuando excepcionalmente se
celebre la Misa fuera del lugar sagrado, se puede emplear una mesa apropiada, utilizando
siempre el mantel y el corporal (c. 932 § 2).

La comunicación o uso común de lugares sagrados entre la Iglesia católica e Iglesias


o comunidades eclesiales no católicas, es una manifestación de la llamada genéricamente
communicatio in sacris. El c. 933 establece, en este sentido, que un sacerdote católico
puede celebrar la Eucaristía en el templo de una Iglesia o comunidad eclesial no católica,
siempre que se cumplan estos requisitos: que haya justa causa, que medie la licencia
expresa del Ordinario y que se evite el escándalo. El CIC no contempla la situación inversa,
por lo que hay que acudir a otras fuentes normativas, en concreto, a lo dispuesto en el
nuevo Directorio ecuménico. A todo ello ya nos hemos referido en la Parte primera, cap.
IV.

5
Cfr. Ordo Unctionis infirmorum, 7 de diciembre de 1972.
6
Cfr. M. Pr. Pastorale munus, 7, de 30 de noviembre de 1963, en AAS 56, 1964, pp. 5-12.

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