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Bloque V - EL Sexenio Democrático (1868-1874) Economía Y


Sociedad Española Siglo XIX
Historia de España (Bachillerato (España))

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BLOQUE V: EL SEXENIO DEMOCRÁTICO (1869-1874) ECONOMÍA Y SOCIEDAD ESPAÑOLA DEL SIGLO XIX

LA EVOLUCIÓN POLÍTICA DEL SEXENIO DEMOCRÁTICO (1868 – 1874).

1. La Revolución de 1868: causas y desarrollo


2. Regencia de Serrano y Constitución de 1869
3. Reinado de Amadeo de Saboya
4. La Primera Republica
5. Fin de la República y Restauración borbónica

1. LA REVOLUCIÓN DE 1868: CAUSAS Y DESARROLLO

1.1. CAUSAS POLÍTICAS


Desde 1856 hasta 1868 el gobierno de España está marcado por el conservadurismo
debido a la alternancia en el poder del Partido Moderado y la Unión Liberal, que cuentan
con el favoritismo de la Corona y en muchas ocasiones forman gobiernos sin el respaldo
de las Cortes. Mientras tanto, los Progresistas, que son dirigidos por Juan Prim desde la
retirada de Espartero, se encuentran totalmente apartados del poder por el sistema de
elecciones existente, por lo que optarán por la vía de la conspiración y el
pronunciamiento:
- Pronunciamiento fracasado de Prim en Villarejo de Salvanés (1866).
- Pronunciamiento también fracasado de los sargentos de artillería del
cuartel de San Gil (1866).
Esta situación lleva a la firma del Pacto de Ostende (agosto de 1866) entre Progresistas y
Demócratas con un programa mínimo para acabar con el régimen y con la monarquía de
Isabel II. Tras la muerte de O´Donnell en 1867, la Unión Liberal, dirigida ahora por el
general Serrano, se unirá al pacto.

1.2. CAUSAS ECONÓMICAS


Paralelamente a estos acontecimientos políticos se desarrolla una grave crisis económica
que tiene una doble naturaleza: por un lado es una crisis de subsistencias característica
del Antiguo Régimen, provocada por las malas cosechas de 1867–1868 y el consecuente
aumento del precio del trigo; y, por otro lado, es una de las primeras crisis que se dan
España característica del mundo desarrollado, una crisis industrial con quiebra de
compañías ferroviarias, hundimiento de la industria siderúrgica, quiebra de la industria
textil catalana, etc., y una crisis financiera con una gran caída de la bolsa, quiebras
bancarias, cierres de empresas y aparición del paro.

1.3. DESARROLLO DE “LA GLORIOSA”


La Revolución de 1868 comenzó como un clásico pronunciamiento: el 18 de septiembre
de 1868 se sublevaba la armada anclada en Cádiz bajo el mando del almirante Topete, en

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una acción dirigida por los generales Serrano y Dulce del partido unionista, y por el
general Prim del progresista. En los días siguientes la revolución se extiende por la
península y surgen Juntas Revolucionarias en las principales capitales de provincia, que
asumen el poder y demandan reformas políticas y sociales (sufragio universal, libertad de
expresión, culto y asociación, etc.).

El día 28 de septiembre tiene lugar la Batalla de Alcolea (Córdoba) entre las tropas
gubernamentales y las sublevadas; el triunfo claro de Serrano provoca la salida de Isabel II
de España. A continuación, el gobierno provisional formado por Prim y Serrano decretaba
la disolución de las Juntas, para evitar el peligro de una dualidad de poder en la nación, y
convocaba elecciones a Cortes Constituyentes, en las cuales se decidiría la forma del
futuro gobierno de España.

2. REGENCIA DE SERRANO Y CONSTITUCIÓN DE 1869

Las elecciones de 1869 son las primeras celebradas por sufragio universal masculino para
mayores de 25 años. Dieron la mayoría a los partidos de la coalición antiborbónica:
unionistas, progresistas y demócratas, todos ellos partidarios de una monarquía
democrática (236 escaños). Quedaron fuera del poder el nuevo Partido Republicano (85
escaños), que se escinde del demócrata, y los carlistas (20 escaños). La unión de la
colación victoriosa se desintegraría rápidamente tras la aprobación de la Constitución de
1869 debido a sus diferencias en la mayor o menor dosis de liberalismo y sobre quien
debía ser el próximo rey.

Una vez elegidas las Cortes Constituyentes, estas elaboraron el nuevo texto constitucional
que fue aprobado el 6 de junio de 1869. Se trata de la primera Constitución democrática
española y sus principales características son:

1. Soberanía Nacional y la Monarquía Parlamentaria como forma de gobierno.


2. Cortes integradas por dos cámaras colegisladoras –Senado y Congreso de los
Diputados– elegidas por sufragio universal.
3. Separación de Poderes:
a. Ejecutivo: a diferencia de las anteriores constituciones en las que el poder ejecutivo
residía en el monarca, ahora recae sobre el gobierno, sobre los ministros responsables
ante las Cortes. El monarca, a partir de ahora, reina pero no gobierna.
b. Legislativo: recae íntegramente sobre las Cortes, que asumen totalmente la aprobación
de las leyes, facultad que antes residía en el monarca.
c. Judicial: recae sobre los tribunales, cuya independencia se asegura sustituyendo el
nombramiento gubernamental por un sistema de oposiciones. Además, se introdujo el
jurado y la acción pública contra los jueces por delitos cometidos en el ejercicio de su
cargo.

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4. El Título I de la Constitución dedica 31 artículos a los derechos del


ciudadano, ampliándolos enormemente: libertad de expresión, de reunión y de
asociación, inviolabilidad del domicilio y de la correspondencia, etc.
5. Confesionalidad del Estado: por primera vez se establece la libertad de
culto y su ejercicio tanto público como privado, aunque el estado sigue manteniendo el
culto y el clero católicos.
6. Asimismo, se establece la elección democrática (descentralización) de los
Ayuntamientos y Diputaciones.

Una vez aprobada la Constitución y elegida la Monarquía Parlamentaria como forma de


gobierno, las Cortes eligieron al general Serrano como Regente (15 de junio) hasta hallar a
un candidato que ocupase el trono vacante. Prim, nombrado Jefe de Gobierno, será el
encargado de esta difícil tarea.

3. REINADO DE AMADEO I DE SABOYA

La elección de un monarca era un problema de difícil solución que agudizó los ya graves
conflictos internos. Las diferentes corrientes políticas y de opinión presentaban en la
prensa y los debates a sus candidatos para ocupar el trono vacante: Serrano, Espartero, el
príncipe Alfonso (hijo y heredero de Isabel II), aristócratas y miembros de dinastías
europeas como el duque de Montpensier, Leopoldo de Hohenzollern, Francisco de
Portugal, Amadeo de Saboya, tuvieron sus partidarios. Sin olvidar, por supuesto, al
pretendiente carlistas, don Carlos VII, que vio una nueva oportunidad de hacer valer sus
derechos a la Corona.

A finales de octubre de 1870 se solucionó la cuestión del rey, hecho que era vital para
garantizar la estabilidad interna. Gracias a las buenas gestiones de Prim, Amadeo de
Saboya, duque de Aosta, aceptó el cargo y, tras recabar el consentimiento de las
potencias europeos, finalmente fue elegido rey por las cortes a mediados de noviembre
con 191 votos a favor y 100 en contra, claro indicador de la débil base con que nacía la
monarquía democrática. Además, el asesinato de Prim el 27 de diciembre dejaba a
Amadeo sin su principal respaldo.

En el año y poco que duró el reinado de Amadeo I los problemas fueron cada vez más
numerosos. Por un lado, estaban aquellos ya existentes a su llegada: la crisis económica,
la conflictividad social, el auge de los movimientos obreros, la expansión cada vez mayor
de la ideología republicana y, sobre todo, el problema colonial con la Guerra de los Diez
Años en Cuba (1868–1878) y la 3ª Guerra Carlista (1872– 1876), que reclamaba los
derechos a la Corona de su rey, don Carlos, nieto de Carlos María Isidro. Por otro lado, se
sumaban los nuevos problemas generados con su llegada y la aprobación de la
constitución de 1869. En primer lugar, la Iglesia, que no aceptaba la libertad de culto
establecida por la Constitución ni la tendencia cada vez más evidente a la separación
entre Iglesia y Estado. En segundo lugar, la nobleza, que además de haber apoyado

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siempre la candidatura alfonsina, temía que el nuevo régimen no respetara la propiedad


privada y que terminara perdiendo sus tierras. Y finalmente, parte de la burguesía
financiera e industrial ligada a los intereses españoles en Cuba, y sobre todo los grandes
hacendados de las colonias, por el proyecto de abolición de la esclavitud.

Como consecuencia de esta inestabilidad, y después de repetidas elecciones generales y


crisis de Gobierno que nada solucionaron, don Amadeo entregó su carta de abdicación el
11 de febrero de 1873. Inmediatamente, el Congreso y el Senado, constituidos en una
sola Asamblea Nacional, dispusieron, de forma ordenada y pacífica, la proclamación de la
República.

4. LA PRIMERA REPÚBLICA
La llegada de la República en febrero de 1873 no supuso un cambio sustancial en el
transcurrir del sexenio democrático, fue la salida lógica de un proceso democrático que se
encontraba ante un callejón sin salida. Había más de continuismo que de ruptura, más de
solución de urgencia que de proyecto alternativo global. Los Republicanos tenían la
oportunidad de democratizar totalmente la sociedad española, pero, además de los
graves problemas que sufría el país, tuvieron que enfrentarse a su propia división.

1. Primer Gobierno, febrero–junio de 1873 – La Asamblea Nacional forma


un primer gobierno con Estanislao Figueras como presidente de una república unitaria,
pero inmediatamente chocó con los republicanos federales. Su principal cometido era
convocar unas Cortes Constituyentes para promulgar una nueva Constitución que se
adecuara a la nueva realidad política del país. Pero la República unitaria carecía de
masas y de defensores cualificados, de modo que el resultado de las elecciones a
Cortes dio el triunfo a los republicanos federales.

2. Segundo Gobierno, junio–julio de 1873 – Las elecciones a Cortes


Constituyentes dan la mayoría a los republicanos federales, pero debe tenerse en
cuenta que varios partidos no participaron en ellas y el nivel de abstención alcanzó el
60%. El régimen queda definido como República Federal, Pi y Margall es nombrado
presidente de gobierno y se pone en marcha un proyecto para redactar una nueva
Constitución según el ideario federalista. En este texto, que nunca llegó a aprobarse, se
acababa con la centralización. España quedaba configurada 17 Estados (en los que se
incluían Cuba y Puerto Rico) con derecho a elaborar su propia Constitución.

La caída de este gobierno estuvo muy relacionada con la insurrección cantonal, que
comenzó en Cartagena y luego se extendió por las ciudades del sur y el levante. Esta
revolución estaba promovida por republicanos intransigentes y pretendía formar un
Estado federal no de arriba abajo, sino de abajo arriba, es decir, a partir de pequeñas
unidades independientes (cantones) que establecerían acuerdos entre sí hasta formar
el conjunto del Estado.

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Pi i Margall, al no poder alcanzar la aprobación del proyecto de Constitución y viéndose


desbordado por la revolución de los cantones, dimitió el 18 de julio y le sucedió Nicolás
Salmerón.

3. Tercer Gobierno, julio–septiembre de 1873 – El nombramiento de


Salmerón como nuevo presidente supondría un giro de la República hacia la derecha y
hacia medidas conservadoras que acabaran con la radicalización. Entre sus primeras
medidas, que el ejército pusiera fin al cantonalismo, sin embargo Salmerón dimitió por
problemas de conciencia al no querer firmar unas penas de muerte contra los
revolucionarios.

4. Cuarto Gobierno, septiembre–enero de 1874 – Tras la dimisión de


Salmerón, el 6 de septiembre, las Cortes eligieron al catedrático de la Universidad
Central Emilio Castelar como presidente, que acentuará aún más el giro conservador.
Sin embargo, se avecinaban unas nuevas elecciones y los republicanos federales, con
Figueras y Pi y Margall unidos, estaban decididos a hacer caer a Castelar. El ejército,
que temía esta derrota, da un golpe de Estado: el 3 de enero de 1874, el general Pavía,
invade el Congreso con fuerzas de la Guardia Civil y disuelve la Asamblea. Con este
golpe de Estado, la primera experiencia republicana en España quedaba herida de
muerte.

Tras el golpe del general Pavía, el general Serrano encabezó un nuevo Gobierno (enero–
diciembre de 1874) y dedicó todos sus esfuerzos a restablecer el orden público con mano
dura (limitación del derecho de asociación, cierre de la prensa republicana, etc.) y poner
término a la guerra carlista. Se completaba así el giro conservador iniciado con Salmerón.

5. FIN DE LA REPÚBLICA Y RESTAURACIÓN BORBÓNICA


Dada la situación a que había llegado la República, en los últimos meses de 1874 no
parecía existir otra opción política que no fuera la Restauración. Cánovas del Castillo se
encargó de preparar un estado de opinión favorable con la redacción, en diciembre de
1874, del manifiesto de Sandhurst (academia militar en Reino Unido), firmado por
Alfonso de Borbón. En él, el futuro rey prometía su total respeto al régimen
constitucional. Para entonces el ejército era el dueño de la situación, y optó por una
salida rápida. El general Martínez Campos se pronunciaba el 29 de diciembre de 1874 en
Sagunto, proclamando a Alfonso XII rey de España. La Restauración puso fin a la etapa
democrática, del sexenio, retornándose a la monarquía borbónica constitucional de signo
conservador.

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LA ECONOMÍA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XIX: AGRICULTURA, INDUSTRIA Y TRANSPORTES

Durante el siglo XIX, en España se produjo la transformación de las estructuras


económicas y sociales propias del Antiguo Régimen en una economía y sociedad
industrializadas. Esta transformación se produjo con retraso respecto al resto de Europa y
muchos autores coinciden en hablar de fracaso de la revolución industrial. El origen
habría que buscarlo ya en la mala situación heredada del siglo anterior, a lo que se
añadirían diferentes aspectos como:
 La situación bélica continuada: guerras de finales del s. XVIII, Guerra de
Independencia, Guerras Carlistas, Independencia de las colonias, etc.
 La inestabilidad política de todo el siglo.
 La escasa disponibilidad de fuentes de energía: la 1ª revolución
industrial se llevó a cabo sobre la base del carbón mineral y el coque, y en España los
yacimientos asturianos proporcionaban recursos limitados tanto en cantidad como en
calidad.
 La escasez de capitales para ser invertidos en Industria.
 O la propia estructura orográfica española, que crea graves obstáculos a
las comunicaciones y transportes interiores.

1 Lento crecimiento de la población


2 Modesto crecimiento de la Agricultura
a. La desamortización del suelo
b. Evolución del sector agrario
3 Atraso de la Industria
c. Industria textil
d. Fuentes de energía y la minería
e. Industria siderúrgica
4 Transportes
5 Desarrollo del sector financiero

1. LENTO CRECIMIENTO DE LA POBLACIÓN

A lo largo del s. XIX la población española pasó de 10,5 a 18,6 millones, un crecimiento
muy bajo si lo comparamos con el resto de los países europeos. Las consecuencias para la
economía fueron muy negativas: falta de mano de obra para la industria, ausencia de un
mercado nacional y escasa demanda de productos tanto agrícolas como manufacturados.

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Mientras que los países más desarrollados de Europa (Inglaterra, Francia, Alemania, etc.)
habían entrado de pleno en la transición demográfica –rápido y acusado descenso de la
TBM, mantenimiento de una TBN muy elevada, y por tanto C.V. muy alto–, España lo hace
de forma muy lenta e imperfecta. Su TBN es moderada, en torno al 34 %o, y su TBM
demasiado alta, en torno al 29%o, debido a las continuas crisis de subsistencias, las
guerras, las pésimas condiciones higiénicas y sanitarias, las enfermedades, etc. A esto se
une emigración continuada de españoles que buscan mejor situación económica en el
extranjero. Destacan como destinos Argelia y el Norte de África entre 1830 y 1880, y
sobre todo América Latina, donde se calcula que emigró más de un millón de personas
entre 1880 y 1900. Por todo ello, el CV tan elevado en Europa que hace hablar de la
“explosión blanca”, fue en España muy moderado y ello repercutió negativamente en la
economía.

2. MODESTO CRECIMIENTO DE LA AGRICULTURA

La agricultura fue durante el s. XIX la principal actividad económica del país. Aún en 1900
ocupaba a dos tercios de la población, proporcionaba más de la mitad de la renta
nacional y tenía un peso decisivo en las exportaciones.

Fuente: Vicente Pérez Moreda, <<Evolución de la


La población ocupada en España
AñoSector Primario Sector población
Sector SecundarioTerciario española desde finales del Antiguo
1877 64.1% 15.3% 20.6% Régimen>>, en Papeles de Economía Española, nº
1887 64.7% 17.1% 18.2% 20, editorial C.E. de Cajas de Ahorro, Madrid,
1900 64.8% 17.4% 17.8% 1984, p.31.

2.1 LA DESAMORTIZACIÓN DEL SUELO


La plena entrada de España en el liberalismo permitió la puesta en marcha de una
“reforma agraria” que terminara con las formas de propiedad feudal propias del Antiguo
Régimen y estableciera un sistema de propiedad característica del capitalismo liberal.

Las medidas reformistas se iniciaron ya en las Cortes de Cádiz, pero, siguiendo los
altibajos propios del liberalismo español, no se consolidaron hasta las etapas del régimen
isabelino protagonizadas por gobiernos más progresistas (1836–1840 y 1854–1856). Estas
medidas fueron:

 La desvinculación de los mayorazgos. Prohibía la vinculación de las tierras y


autorizaba a sus propietarios a venderlas, comprarlas y arrendarlas según su libre
decisión.
 La disolución del régimen señorial. La abolición de los señoríos jurisdiccionales,
decretada ya por la Cortes de Cádiz en 1811, suponía para la nobleza la pérdida de sus

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derechos feudales de administrar justicia, nombrar autoridades locales o cobrar ciertos


impuestos en sus tierras. Estos derechos pasaron a ser jurisdicción del Estado, como
correspondía a un régimen liberal.
 La desamortización de bienes eclesiásticos y comunales. Cabe destacar la llevada
a cabo por el ministro Mendizábal en 1836, que afectó sólo a los bienes eclesiásticos, y
posteriormente, la emprendida por Pascual Madoz en 1855, mucho más amplia, que
afectó a los bienes de los municipios (propios y comunes de los pueblos). Los bienes
inmuebles desamortizados eran incautados por el Estado y convertidos en bienes
nacionales, posteriormente se ponían a la venta mediante subasta pública

El objetivo de esta “reforma agraria liberal” era, al tiempo que obtener beneficios
económicos para una Hacienda pública empobrecida, crear una clase de medios y
pequeños propietarios que impulsaran el desarrollo de la agricultura, base a su vez de
toda revolución industrial. Sin embargo, el resultado no fue el esperado, ya que los
campesinos no pudieron acceder a la propiedad de las tierras por falta de poder
adquisitivo; lo hicieron la burguesía, que invertía capitales procedentes de la industria
para convertirse en arrendatarios, y la propia nobleza.

Así pues, en la mitad sur peninsular se mantuvo e incluso se acentuó el latifundismo,


caracterizado por el absentismo de los grandes propietarios, la escasa inversión en
adelantos técnicos, y la proletarización de un campesinado muy empobrecido (jornaleros,
braceros, etc.), mientras que en la España septentrional se perpetuó el minifundio.

2.1 EVOLUCIÓN DEL SECTOR AGRARIO


La producción agraria del s. XIX experimentó un cierto crecimiento que permitió
alimentar a una población creciente, sin embargo, este incremento se debió a un
aumento de la superficie cultivable y no a la introducción de innovaciones técnicas. Aún
así, España pudo limitar las importaciones de productos agrarios a momentos de crisis
muy puntuales, e incluso aumentar sus exportaciones, sobre todo de vino y aceite.

En la España seca (90% del territorio peninsular) se mantuvo la preponderancia de la


trilogía mediterránea: cereal, olivar y viñedo. Su sistema de cultivo característico era el
bienal o trienal con barbecho, lo que suponía dejar un alto porcentaje de tierra
improductiva cada año, y solo muy progresivamente se fueron implantando formas
intensivas de cultivo. En cuanto a los medios técnicos, seguía utilizándose el arado
romano y los aperos tradicionales de labranza: siembra a brazo, siega con hoz y trilla
mediante mayal o trillo.
Las únicas innovaciones se realizaron en el regadío, que alrededor de 1850 ocupaba tan
solo el 5% de la tierra cultivada. El litoral valenciano desarrolló cultivos especializados
hortícolas y frutícolas, mientras que los regadíos del interior se centraron en el cultivo de
la remolacha, que sustituyó a la caña azucarera importada de Cuba hasta 1898.

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La época de mayor expansión de la agricultura se produjo entre 1840 y 1880, pero a partir
de esta fecha se vio afectada por una crisis agraria que afectó a toda Europa, provocada
por la irrupción en los mercados de países como Estados Unidos, Canadá, Australia o
Argentina. Las mejoras en los medios de transportes permitían a estos países llevar a los
mercados europeos cereales y carnes muy baratos que competían con los productos de
países menos desarrollados como España. Esta crisis, sin embargo, tendría como aspectos
positivos estimular la utilización de innovaciones técnicas y la implantación progresiva de
la agricultura intensiva.

3. DE LA INDUSTRIA
3.1 SECTOR TEXTIL
Centrado en torno a Cataluña, el textil era uno de los sectores con más tradición en
España desde la Edad Moderna, pero vio como se retrasaba su modernización respecto al
resto de Europa por la Guerra de Independencia, primero, y la pérdida de los mercados
americanos (1808–1824), después. Salvado este importante bache, los empresarios
catalanes se lanzaron a un proceso de mecanización con la sustitución de los telares
manuales por telares mecánicos y la importación de máquinas de vapor. La fábrica
Bonaplata en Barcelona es uno de los mejores ejemplos de este proceso. Suelen
distinguirse dos etapas en el proceso industrializador:

1ª. Así, desde 1830 se experimenta una fase expansiva del sector que provoca
una concentración geográfica y financiera, debido a que las nuevas técnicas exigen
importantes inversiones de capital y los capitales familiares no son suficientes. La primera
industrial textil organizada como Sociedad Anónima fue La España Industrial, S.A., de
1847. Esta fase terminaría con la Guerra de Secesión de Estados Unidos entre 1861–
1865, que redujo la importación de materia prima, y la crisis económica de 1866–1877.

2ª. Una nueva fase de expansión se abre desde 1870, pero en este caso mucho
más limitada debido a la saturación del mercado interior, formado mayoritariamente por
campesinos con escaso poder adquisitivo. La situación se mantendrá durante un tiempo
con la exclusividad en los mercados de Cuba y Puerto Rico. Su independencia en 1898
provocará el estancamiento de la producción hasta las primeras décadas del siglo XX.

3.2 FUENTES DE ENERGÍA Y MINERÍA


El carbón fue la fuente de energía básica en la 1ª Revolución Industrial. En España, los
yacimientos de carbón, ubicados en el Norte (Asturias y León) y en el Sur (Ciudad Real y
Córdoba), presentan graves problemas que dificultaron la industrialización:
- Irregularidad y delgadez de las capas carboníferas, lo que dificulta que se
mecanice su extracción.
- Reservas escasas y de mala calidad.
- Malas condiciones para el transportes y limitaciones de la demanda.

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Por el contrario, España dispone de grandes recursos mineros (hierro, cobre, plomo,
mercurio y cinc). Las zonas más importantes desde el punto de vista minero eran las
sierras del sureste de la península (Málaga, Almería y Murcia), Sierra Morena (Huelva,
Córdoba y Jaén), las Cordillera Cantábrica y los Montes Vascos (Asturias, Santander y
Vizcaya. Pero su explotación permaneció estancada hasta finales del s. XIX por falta de
capital, de demanda y de conocimientos técnicos. Además, la legislación vigente –Ley de
Minas de 1825– que establecía el dominio de la Corona sobre estos recursos, desalentó la
iniciativa privada.

La Ley de Bases sobre Minas de 1868 pondría en marcha una explotación intensiva que,
vistas las condiciones en que fue realizada, ha sido calificada por muchos autores como
expoliación. Tras la revolución de 1868, el Estado español se enfrentó al déficit financiero
recurriendo a una vieja solución: la venta a particulares de las últimas propiedades
públicas (montes, patrimonios de la Corona y minas). Las minas eran propiedad del
Estado desde el s. XVI. Las más productivas eran explotadas por el Estado –minas
reservadas–, mientras que el resto eran cedidas a particulares por un periodo
determinado de tiempo. Los políticos progresistas consideraron este sistema arcaico y
emprendieron la venta de las “minas no reservadas” a particulares que se convertían así
en propietarios a perpetuidad de los yacimientos. También fueron vendidas algunas de
las “minas reservadas” más productivas, como las minas de Riotinto (100 millones de
pesetas). Las compras y arriendos se realizaron la mayor parte por grandes empresas
extranjeras –británicas, francesas y alemanas, principalmente– que aportaron el capital y
la técnica de que carecía España.

Fue especialmente significativa la venta por el Estado, en 1870, de la mina de piritas de


cobre más rica de Europa –Riotinto– a una compañía inglesa. Esta mina fue convertida
por sus nuevos propietarios en la más importante del mundo y proporcionó en 1912 el
44% del total de mineral de cobre extraído en el mundo.

En Vizcaya existían unos yacimientos cuyo mineral de hierro era muy adecuado para ser
elaborado por el convertidor Bessemer. Fueron explotados de forma intensiva entre 1870
y 1908, destinado en un 90% a la exportación. El principal comprador fue el mercado
inglés, lo que explica que las empresas británicas participaran activamente en la
explotación de las minas vizcaínas. Ahora bien, en el caso de Vizcaya una parte del capital
de las empresas mineras pertenecía a empresarios bilbaínos, lo que permitió que una
parte de los beneficios se reinvirtiera en la industria y en la banca.

A partir de 1910 aproximadamente, los mejores filones españoles empezaban a estar


agotados, y las grandes empresas metalúrgicas mundiales pusieron en explotación los
grandes yacimientos de América, África y Asia, a la vez que se desinteresaban por las
minas europeas ya más agotadas. Al mismo tiempo la minería española fue recuperada
lentamente por las empresas del país.

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3.3 INDUSTRIA SIDERÚRGICA


La modernización del sector siderúrgico estuvo limitada por la escasa demanda, en un
país subequipado mecánicamente hasta el último tercio del siglo XIX, y por la escasez de
carbón de calidad. Pero la abundancia de mineral de hierro dio lugar a tres importantes
centros siderúrgicos.

El primer intento de instalar una moderna siderurgia en España surgió en Málaga con el
fin de explotar los yacimientos ferrosos de Marbella y Ojén. En 1832 funcionaron los
primeros Altos Hornos en las factorías de La Concepción en Marbella y La Constancia en
Málaga. Pero la dificultad más grave era la inexistencia de coque. Hacia los años 1860
decayó esta fase de hegemonía de la siderurgia andaluza, debido a que su fundición con
carbón vegetal no podía competir con la de los altos hornos con carbón mineral.

Asturias, por el contrario, cuenta con las cuencas carboníferas de Mieres y Langreo. En
1848 se fundó un Alto Horno en Mieres y en 1857 la Sociedad Metalúrgica Duro y Cía. en
La Felguera. La siderurgia asturiana provocó un desplazamiento geográfico de la
siderurgia española hacia el norte que se completaría en los años 1880 con el desarrollo
de la siderurgia vasca.

Vizcaya se convirtió el tercer centro siderúrgico que destacó fundamentalmente en las


últimas décadas del siglo XIX. Gracias a la abundancia de mineral de hierro, la
disponibilidad de coque inglés a buen precio y el capital acumulado por los empresarios
vascos, a comienzos del siglo XX el 62% del hierro y acero español era fabricado en esta
zona
4. TRASPORTE Y COMERCIO

La necesidad de crear un mercado interior provocó que, a partir de la década de 1840, se


intentase mejorar la red de comunicaciones peninsulares. Inicialmente se puso en marcha
un notable programa de construcción de carreteras, muy necesaria en un país donde el
transporte fluvial es casi inexistente dada la naturaleza de los ríos, pero la revolución de
los transportes se dio con la construcción de la red ferroviaria. La construcción del
ferrocarril se retrasó en España unos treinta años respecto a los países europeos más
desarrollados, como Gran Bretaña o Francia. Atraso debido tanto a la desidia
gubernamental como al escaso desarrollo económico y social, la falta de capital y de
técnica así como de iniciativa empresarial.

Con la primera Ley de 1844 tan sólo se construyeron unas pocas líneas (Barcelona–
Mataró, Madrid–Aranjuez, Valencia–Játiva)1. Así, antes de 1855 sólo se habían construido
475 km. El impulso vino con la Ley General de Ferrocarriles, de 1855 aprobada por los
progresistas. Por esta ley el Estado otorgaba una serie de ventajas económicas a las
1 Además, se cometió un grave error técnico que se arrastraría hasta nuestros días: el ancho de vía
establecido de 1,67 m, 15 cm mayor que la norma europea.

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empresas constructoras: facilitaba la creación de sociedades anónimas, garantizaba una


rentabilidad mínima del 6% y la libre importación de material para el ferrocarril. Además,
se completaba con la Ley Bancaria de 1856 que permitió la rápida formación de un
sistema bancario para, entre otras cosas, financiar la construcción de la red ferroviaria.
Todo esto permitió la inversión de capitales nacionales (básicamente catalanes, vascos y
valencianos), pero, sobre todo, extranjeros, en especial franceses. Entre 1856 y 1900 la
red de ferrocarriles alcanzó los 14.245 km. La red se planteó con un criticado trazado
radial, con centro en Madrid, que dejaba mal comunicadas entre sí las áreas periféricas,
que eran las más desarrolladas del país.

5. DESARROLLO DEL SECTOR FIANANCIERO

A lo largo del siglo XIX, se transformó el sistema bancario español, aunque se considera
que el punto de partida de su modernización fue la promulgación, en 1856, de la Ley de
Bancos de Emisión y Sociedades de Crédito, que permitía a la iniciativa privada la
constitución de entidades bancarias.

También se modernizó el sistema monetario tras la reforma de 1868 por la que se


estableció una nueva unidad monetaria, la peseta, dividida en 100 céntimos, que
sustituyó al antiguo real.

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LA SOCIEDAD ESPAÑOLA EN EL SIGLO XIX: DEL ESTAMENTALISMO A LA SOCIEDAD DE


CLASES.

El paso de la sociedad estamental propia del Antiguo Régimen a la sociedad de clases


característica del Estado liberal burgués se produjo en España a lo largo del siglo XIX,
fundamentalmente a partir de la muerte de Fernando VII (1833) y el reinado de Isabel II
(1833–1868).

1. De la sociedad estamental a la sociedad de clases


2. Los nuevos grupos dirigentes
a. Pervivencia de la nobleza
b. Los grupos burgueses
c. Las clases medias
d. Mantenimiento del clero
3. Las clases populares
a. Artesanos y grupos urbanos
b. Evolución del campesinado
c. Aparición del proletariado
4. El movimiento obrero
a. Primeros pasos: ludismo y asociacionismo
b. El movimiento internacionalista
c. Partidos obreros y agitación social

1. DE LA SOCIEDAD ESTAMENTAL A LA SOCIEDAD DE CLASES

En España, los estamentos dejaron de existir con la configuración del Estado liberal en el
siglo XIX, cuando las nuevas leyes impusieron la igualdad jurídica de todos los
ciudadanos, que ponía fin a los privilegios otorgados por el nacimiento, los títulos o la
pertenencia al clero. En el nuevo sistema liberal todos los grupos sociales pagaban
impuestos, eran juzgados por las mismas leyes y tribunales y gozaban, teóricamente, de
iguales derechos políticos.

De este modo, el conjunto de la población constituía una sola categoría jurídica, la de


ciudadanos, aunque el liberalismo censitario limitaba el derecho al sufragio y a la
participación política. Las diferencias sociales se establecieron en función de la riqueza y
no de la situación legal, y los ciudadanos quedaron definidos por su pertenencia a una
determinada clase social, que venía condicionada por su nivel económico.

2. LOS NUEVOS GRUPOS DIRIGENTES


Aristócratas de linaje y nuevos terratenientes, fabricantes vascos y catalanes, banqueros,
grandes comerciantes, constructores de ferrocarriles o explotadores de minas formaban
la nueva clase dominante. Junto a ellos, la élite del ejército y la jerarquía de la Iglesia
configuraban el grupo de poder en España.

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2.1 PERVIVENCIA DE LA NOBLEZA


Con el advenimiento de la nueva sociedad liberal, y a diferencia de otros países de
Europa, la alta nobleza española, constituida por un pequeño número de familias (1323
en el año 1797), no sólo no redujo su poder económico, sino que lo incrementó.
Conservó la mayoría de las tierras, convertidas entonces en propiedad privada, e incluso
adquirió nuevas propiedades provenientes de la desamortización. A mediados del siglo
XIX, España continuaba siendo un país agrario y la nobleza era la mayor poseedora de
tierras; por ello, un porcentaje considerable de la renta agraria y, en consecuencia, de la
riqueza nacional, acababa en sus manos. Hasta 1860, ningún patrimonio burgués se
acercaba en sus dimensiones al de cualquier miembro de la alta nobleza.

El destino de la pequeña nobleza fue, sin embargo, bien distinto. Los hidalgos perdieron
su principal privilegio, el derecho a no pagar impuestos, y dado que sus tierras les
proporcionaban rentas escasas, pasaron a ejercer actividades muy diversas y se fueron
diluyendo entre el grupo de medianos propietarios agrarios.

Por otro lado, el poder de la nobleza no provenía sólo de su riqueza, sino también de su
influencia política. Durante el reinado isabelino constituyó el grupo de mayor influencia
en la corte, conseguía altos cargos políticos y militares y se beneficiaba de unas amplias
relaciones sociales. En 1849, el Senado estaba formado por 43% de nobles, y en 1868,
por un 48%.

La nobleza aceptó el liberalismo como un mal necesario, y el reparto de influencia con la


alta burguesía, como una necesidad, pero mantuvo su preeminencia social y hasta
consiguió que una parte de esa burguesía tratara de imitarla y deseara ennoblecerse,
emparentándose con nobles aun cuando estuvieran arruinados, o recurriendo a la
compra directa de títulos mediante el pago de sustanciosas sumas de dinero.

No será hasta el último cuarto del siglo XIX, cuando la nobleza empezará a perder parte
de su poder económico y su influencia política debido a la depreciación de sus
patrimonios agrarios. Por ello, en la Restauración, una parte de la nobleza emprendió
negocios y emparentó con una burguesía que, para entonces, ya poseía fortunas muy
superiores a las nobiliarias.

2.2 LOS GRUPOS BURGUESES


Los procesos de revolución liberal e industrial fueron conformando en España una nueva
burguesía ligada a los negocios, el comercio y la banca. Esta burguesía contaba con
orígenes regionales diversos (Asturias, Cantabria, País Vasco, Cataluña, Valencia, Sevilla,
Cádiz, Madrid, etc.), aunque un grupo importante lo constituye la burguesía
propiamente industrial, restringida básicamente a Cataluña y posteriormente al País
Vasco.

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Como hemos visto en el punto anterior, esta burguesía no solo no desplazó a la


aristocracia como clase dominante, sino que se identificó con ella y aspiraba a adquirir
su rango y prerrogativas. Era una burguesía aristocratizante, que, por la vía del
matrimonio o la concesión de nuevos títulos, pretendía ennoblecerse.

2.3 LAS CLASES MEDIAS


Las clases medias constituían una franja intermedia entre los poderosos y los
asalariados. Agrupaban a medianos propietarios de tierras, comerciantes, pequeños
fabricantes, profesionales liberales y empleados públicos. El desarrollo de las clases
medias fue ligado al crecimiento urbano y a la expansión de la Administración y los
servicios. Su riqueza era menor que la de las clases dirigentes y sus ingresos eran
desiguales y dependían de la marcha de sus negocios.

Las clases medias compartían con los grupos poderosos un estilo de vida (formas de
ocio, educación, etc.), aunque su capacidad económica era más limitada. Aunque
poseían más riqueza que los campesinos o los obreros, debían llevar una vida austera y
pasar estrecheces para poder mantener un cierto estatus social y proporcionar estudios
a sus hijos.

2.4 MATENIMIENTO DEL CLERO


Con respecto al clero, el proceso de desamortización tuvo un gran efecto sobre el poder
de la Iglesia, al privarla de muchas de sus propiedades. Con la pérdida de parte de su
poder económico, el clero disminuyó de manera considerable a mediados del siglo XIX.
A pesar de ellos, la Iglesia católica mantuvo en España buena parte de su poder e
influencia social. La alta jerarquía eclesiástica (arzobispos y obispos) siguió ejerciendo
un gran influjo político. En el reinado de Isabel II, su presencia en la camarilla real y su
peso en la corte fue notable, y sus más altos representantes formaban parte del Senado.
Además, se mantuvo un fuero eclesiástico que les otorgaba algunos privilegios como la
imposibilidad de ser recluidos en cárceles comunes y la exención de obligaciones
militares.

3. LAS CLASES POPULARES


Las clases populares constituían la inmensa mayoría de la población y agrupaban el
amplio abanico de sectores sociales que en el proceso de revolución liberal pasaron a
configurar el grupo social desfavorecido: antiguos artesanos, campesinos pobres,
jornaleros sin tierra y el nuevo proletariado industrial.

3.1 ARTESANOS Y GRUPOS URBANOS


La pervivencia del mundo artesano y tradicional continuó siendo muy importante en la
España del siglo XIX, aunque los privilegios gremiales desaparecieron en la década de
1830. En gran parte del país, tanto en las zonas rurales como, sobre todo en las
ciudades, se mantenía un fuerte sector artesanal, que elaboraba la mayoría de los

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productos manufacturados, puesto que la producción fabril continuaba siendo


minoritaria. El censo de 1860 agrupaba acerca de 666.000 individuos en oficios
artesanales (carpinteros, herreros, zapateros, etc.), y otras 556.000 personas más
trabajaban como ayudantes o aprendices en sus talleres.

El crecimiento urbano y la nueva estructura del Estado liberal comportaron la


concentración en las ciudades de una serie de trabajadores de servicios: los
relacionados con la infraestructura urbana (empleados de limpieza, de alumbrado, etc.),
pequeños funcionarios, empleados de banca, dependientes de comercio, etc. Este
conjunto de trabajadores bordeaba el límite entre las clases medias y las clases
populares.

Entre las clases más humildes, predominaban las mujeres empleadas en el trabajo
doméstico, seguidas de los mozos de comercio y los pequeños vendedores autónomos
(en puestos de mercado y similares). La mayor parte de las muchachas de servicio
habían abandonado su pueblo natal para trasladarse a vivir a la ciudad, donde
desarrollaban largas jornadas laborales y percibían bajos salarios. Otras mujeres
trabajaban de lavanderas, planchadoras, costureras o amas de cría.

3.2 EVOLUCIÓN DEL CAMPESINADO


La reforma agraria liberal no tuvo los resultados esperados y terminó concentrando la
propiedad de la tierra aún más que durante el Antiguo Régimen. Por otro lado, al no
existir un proceso de industrialización profundo, no hubo emigración a las ciudades y la
población campesina española permaneció en el campo, al contrario que en otros países
del occidente europeo. Aumentó, por tanto, la figura del campesino sin tierras:
jornaleros, braceros y arrendatarios. Existían, eso sí, grandes diferencias regionales. En
Castilla–La Mancha, Andalucía y Extremadura, los antiguos señores conservaron sus
tierras y, además, con la eliminación de los mayorazgos, ahora se les reconocía la plena
propiedad, mientras que Cataluña y Valencia fueron las regiones donde más
arrendatarios accedieron a la propiedad, estructurándose un grupo de pequeños y
medianos propietarios.

Pero a pesar de la desaparición de la servidumbre jurídica del Antiguo Régimen, los


campesinos siguieron sujetos a relaciones de tipo clientelar. El poder y la influencia del
propietario, del noble y del cacique eran enormes y a ellos había que someterse a
cambio de una mínima protección, en forma de trabajo asalariado, de arriendo de
tierras o de gestiones administrativas. Más comprensible si añadimos que esa población
campesina era mayoritariamente analfabeta.

En definitiva, en el siglo XIX, la mayoría de los campesinos vio frustradas sus aspiraciones
de que el proceso de reforma liberal les permitiese el acceso a la propiedad y, en
consecuencia, el “hambre de tierras” se mantuvo en gran parte de la España agraria.

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3.3 APARICIÓN DEL PROLETARIADO


La aparición de la industria moderna comportó una organización de trabajo diferente a
la del antiguo sistema gremial, que se caracterizó por la utilización de mano de obra
asalariada. El número de obreros era todavía muy reducido en la España de la primera
mitad del siglo XIX, y la mayoría de ellos trabajaba en la industria textil catalana. Con el
avance del siglo, los obreros fabriles aumentaron el Asturias y el País Vasco, a
consecuencia del crecimiento de la industria siderúrgica y metalúrgica. Aún así, en el
censo de 1860, los obreros industriales en España eran alrededor de 485.000, y los
mineros, 23.000.

Las reglas que regulaban este nuevo tipo de trabajo eran muy similares en todas partes.
El patrón, propietario del establecimiento industrial, empleaba a los obreros a cambio
de un salario, normalmente muy bajo puesto que se regulaba por la ley de la oferta y la
demanda, sin salario mínimo fijado por el Estado, y la oferta de mano de obra entre los
campesinos emigrados a las ciudades era muy abundante. La jornada laboral tampoco
estaba regulada era de 12 a 14 horas diarias durante seis días a la semana, y se cobraba
por día trabajado. Las mujeres y los niños a partir de siete años también trabajaban en
las fábricas, con salarios muy inferiores a los de los hombres. Una férrea disciplina
laboral impedía la más mínima protesta, que conllevaba de forma automática el
despido, y no existía ninguna protección en caso de paro, enfermedad, accidente o
vejez.

Los salarios de los obreros apenas daban para comer. Las casas eran pequeñas,
miserables y situadas en barios que carecían de servicio de alumbrado, agua corriente,
alcantarillado, etc. Las enfermedades infeccionas como la tuberculosis se propagaban
rápidamente, afectando a una población muy vulnerable por la mala alimentación y el
trabajo agotador.

4. LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS SOCILAES

4.1 PRIMEROS PASOS: LUDISMO Y ASOCIACIONISMO


La primitiva legislación liberal prohibía explícitamente la asociación obrera, por lo que
las primeras manifestaciones de protesta contra el sistema industrial adquirieron un
carácter violento y clandestino.

En la década de 1820, el ludismo fue la primera expresión de rebeldía obrera contra las
máquinas a las que se responsabilizaba de la pérdida de puestos de trabajo. El incidente
más relevante fue el incendio, en agosto de 1835, de la fábrica de Bonaplata de
Barcelona. Sin embargo, muy pronto los trabajadores comprendieron que el origen de
sus problemas no estaba en las máquinas, sino en las condiciones de trabajo que
imponían sus propietarios. Por tanto, el eje de la protesta obrera se centró en el derecho
de asociación y la mejora de las condiciones de trabajo. Surgieron así, en la década de

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1830, las primeras Sociedades de Socorros Mutuos o Sociedades Mutualistas, a las que
los obreros entregaban una pequeña cuota para asegurarse una ayuda en caso de
desempleo, enfermedad o muerte. No se trataba todavía de verdaderos sindicatos, pues
su función era sobre todo de protección ante la adversidad y carecía de un programa
reivindicativo propio.

Las huelgas, aunque estaban prohibidas, fueron un instrumento usado cada vez con
mayor frecuencia para presionar ante los patronos. Por ello, las sociedades obreras
crearon un fondo para ayudar a los obreros en huelga, las llamadas cajas de resistencia.
La primera huelga general declarada en España tuvo su origen en Barcelona en el año
1855.

4.2 EL MOVIMIENTO INTERNACIONALISTA


Durante el sexenio democrático, se produjo el máximo apogeo del movimiento obrero.
La legalización de las organizaciones obreras en este periodo progresista permitió el
contacto con las asociaciones europeas, que en 1864 habían fundado la Asociación
Internacional de Trabajadores (AIT), conocida como la I Internacional. En 1870, en el
Congreso Obrero que se celebró en Barcelona, se creó la Federación Regional Española
(FRE) de la AIT.
La división entre las dos corrientes de la Internacional, la anarquista y la socialista,
pronto tuvo su correlato en la FRE, que contrariamente a lo que pasó en el ámbito
internacional, adoptó de forma mayoritaria las tesis anarquistas, opuestas a la
participación política. Así, en el congreso de Zaragoza de 1872, la mayor parte de los
congresistas optó por la línea anarquista. En ello tuvo mucho que ver la visita a nuestro
país de Giuseppe Fanelli, discípulo de Bakunin, y la situación política del momento, en la
que las promesas de mejoras sociales hechas en la Revolución de 1868 se veían
incumplidas.

Con la Restauración borbónica en 1874 se ilegalizaron nuevamente las asociaciones


obreras, hasta que, con el acceso de los liberales de Sagasta al poder, en 1881, se
introdujo cierta permisividad.

La tendencia socialista derivó en la fundación del Partido Socialista Obrero Español


(PSOE) por Pablo Iglesias en 1879. Su aire era netamente marxista y resaltaba la
necesidad de la participación política de la clase trabajadora, de la formación de un
partido obrero capaz de enfrentarse con el régimen político y con el sistema económico
vigente. En el I Congreso del partido celebrado en 1888 en Barcelona, se fundó la Unión
General de Trabajadores (UGT), un sindicato vinculado al partido socialista. A pesar de
ellos, la implantación del socialismo en España quedó reducida a los núcleos de Madrid,
Asturias y Vizcaya.

La tendencia anarquista, que en 1881 organizaba la Federación de Trabajadores de la


Región Española (FTRE), defendió la separación del mundo obrero de la política oficial.

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La violencia y el terrorismo protagonizaron la década de los ochenta y, sobre todo, la de


los noventa, sobre todo en Andalucía y Cataluña, regiones en las que el anarquismo
tenía gran número de seguidores. Destacan los atentados contra las propiedades y las
cosechas en Andalucía, de los que se culpaba a sociedades secretas como La Mano
Negra; atentados contra el general Martínez–Campos y el lanzamiento de dos bombas
en el teatro del Liceo, símbolo de la burguesía industrial; y el asesinato de Cánovas del
Castillo, presidente del gobierno en 1897.

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