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7.1.

La evolución política del Sexenio Democrático


(1868-1874)
La Revolución de 1868 fue el punto culminante de la impopularidad del Isabel
II, que se había identificado con el moderantismo, todo agravado por la fuerte crisis
económica del capitalismo español que se inicia hacia 1864.

La crisis económica fue, en primer lugar, una crisis financiera; las inversiones
ferroviarias no resultaban rentables, lo que afecta a los bancos que habían prestado
el dinero. En segundo lugar, fue una crisis industrial; la subida del precio del
algodón por la Guerra de Secesión norteamericana (1861-65) y la caída de la demanda
de productos textiles, llevó al cierre de muchas fábricas en Cataluña e hizo aumentar
el paro. Por último, fue una crisis de subsistencia; desde 1866, malas cosechas de
trigo provocan escasez y la subida de los precios. En Madrid, el pan llegó a aumentar
su precio un 100%.

Progresistas, demócratas y ciertos sectores republicanos habían firmado el Pacto


de Ostende (1866) para destronar a Isabel II. Al pacto se adhirieron los unionistas
tras la muerte de O’Donnell en 1867, aportando al pacto gran parte de los altos
mandos del ejército.

En septiembre de 1868, la escuadra concentrada en Cádiz se sublevó. Al


levantamiento se sumaron generales como Topete, Prim y Serrano, que publican el
manifiesto España con honra. Desde Cádiz la sublevación se extendió con gran
rapidez. Se constituyeron Juntas revolucionarias que organizaron la rebelión. Es la
llamada Revolución Gloriosa o Septembrina. Serrano derrotó al ejército isabelino
en la batalla de Alcolea, lo que obligó al gobierno a dimitir y a Isabel II a exiliarse a
Francia.

El Gobierno provisional (1868-1870) estuvo constituido por los firmantes


del Pacto de Ostende. Unionistas y progresistas controlaron dicho gobierno presidido
por el general Serrano, nombrado regente, y con Prim como hombre fuerte. Las
aspiraciones de demócratas, republicanos y clases populares quedarán frustradas.

El gobierno provisional pone en marcha una serie de reformas políticas: libertad


de imprenta, reunión y asociación; sufragio universal masculino para mayores de 25

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años; democratización de ayuntamientos y diputaciones, y emancipación de los hijos
de los esclavos coloniales.

En las elecciones a Cortes Constituyentes obtiene la mayoría una coalición


presidida por Prim, formada por progresistas, unionistas y un sector de los
demócratas. El otro sector demócrata se escindió para formar el Partido Republicano
Democrático, que obtuvo buenos resultados y cuyos líderes eran Pi y Margall,
Estanislao Figueras y Emilio Castelar. También tuvieron presencia en las Cortes una
minoría de carlistas (con apoyo en Vascongadas y Navarra) y los moderados, que
reclamaban la vuelta de Isabel II y cuyo líder será Cánovas del Castillo. Los debates
de las Cortes giraron en torno a la forma de Estado que se iba a implantar: monarquía
o república.

Las Cortes Constituyentes elaboraron la Constitución de 1869, la primera


propiamente democrática de la historia de España. Los principios de dicha
constitución eran: monarquía parlamentaria, soberanía nacional, sufragio universal
masculino, amplia declaración de derechos (derecho al voto, libertad de residencia,
de expresión, de reunión, de asociación, etc.), estricta separación de poderes (el
legislativo reside en las Cortes; el ejecutivo reside en el Rey, que no tiene poder
legislativo; el judicial en los tribunales, y los jueces accederán a la carrera judicial por
oposición), y libertad de culto, aunque con mantenimiento del clero católico por parte
del Estado.

El gobierno de Prim tomó también medidas de carácter liberal: supresión del


impuesto de consumos, reforma monetaria (fijando la peseta como unidad),
liberalización de las importaciones, etc.

Muchos grupos políticos y sociales quedaron descontentos. Los republicanos


tendieron a la radicalización buscando vías de actuación distintas a los cauces
políticos. La llegada a España de las ideas de la Primera Internacional, sobre todo el
anarquismo, hace que el proletariado industrial y el campesinado españoles se
organicen.

La principal tarea de Prim fue encontrar un nuevo rey para España que
sustituyese a los Borbones. Tras varias propuestas y gestiones diplomáticas, la corona
recayó en Amadeo de Saboya, duque de Aosta, segundo hijo del rey de Italia Víctor
Manuel II. Las Cortes eligieron a Amadeo como rey de España en noviembre de 1870.

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El reinado de Amadeo I (1870-1873). Amadeo de Saboya parecía reunir las
mejores condiciones para ser aceptado por el pueblo español; era un príncipe católico,
pero a la vez progresista, y provenía de una de las casas reales más antiguas de
Europa; pero esta visión no se correspondía con la realidad. Amadeo fue identificado
con la democracia, el desorden social y con una dinastía que, en Italia, mantenía
prisionero al papa. Cuando el general Prim fue asesinado tres días antes de su llegada
a España, Amadeo perdió a su principal valedor. Nobleza y burguesía le hicieron el
vacío en la Corte y le aislaron. Además, contó con la oposición de moderados,
republicanos y carlistas.

El reinado de Amadeo discurre con dificultades constantes. Los carlistas


vuelven a levantarse en 1872. En Cuba, la Guerra de los Diez Años (1868-78) se
recrudeció, y se sucedieron sublevaciones republicanas de carácter federalista. La
inestabilidad política fue constante. En algo más de dos años de reinado hubo seis
gobiernos distintos. La desintegración de la coalición de gobierno formada por
unionistas, progresistas y demócratas a comienzos de 1873, dejó al monarca sin el
apoyo necesario para hacer frente a los problemas del país. Tras una nueva crisis de
gobierno en febrero de 1873 entre Ruiz Zorrilla (presidente del Consejo de ministros)
y el Cuerpo de Artilleros del ejército, Amadeo I abdica y regresa a Italia.

Las Cortes proclamaron la I República (1873) y se eligió a Estanislao


Figueras como jefe de un gobierno formado solo por republicanos. La República
nacía de forma irregular (incumpliendo el procedimiento establecido por la
Constitución) y sin apoyos suficientes en el exterior. En el interior, los sectores
conservadores rechazaban la república por considerarla revolucionaria. Los carlistas
recrudecieron la guerra en el norte, mientras los alfonsinos comienzan a recibir
apoyos cada vez más amplios de clases medias y altas.

Los propios republicanos estuvieron enfrentados entre sí desde el principio.


Surgen dos tendencias políticas republicanas.

Por un lado, los federalistas se organizan en el Partido Demócrata Republicano


Federal, dirigido por Pi y Margall; son partidarios de un Estado federal configurado
mediante pactos libremente establecidos entre las distintas regiones de España;
también proponen el laicismo del Estado, la ampliación de derechos democráticos y
el antimilitarismo. Dentro de este partido se subdividieron en benévolos (contrarios

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a insurrecciones armadas) e intransigentes (la insurrección como única vía para
alcanzar los objetivos).

Por otro lado, los unitarios, con Emilio Castelar al frente, defendían un Estado
centralista fuerte, con una visión de las reformas más conservadora.

En los primeros días de la I República se produjeron levantamientos campesinos


en Andalucía, con ocupación de tierras y linchamientos de capataces y terratenientes
que fueron reprimidos por el gobierno. También surgieron los primeros intentos
federalistas, como la proclamación del Estado catalán dentro de la República federal.

Se convocan elecciones a Cortes Constituyentes, en las que triunfó la opción


republicana, pero con un 60% de abstención, reflejo del escaso apoyo que tenía la
República. Tras la dimisión de Figueras, en junio se convierte en presidente Pi y
Margall, cuyo objetivo es instaurar el Estado federal.

Las Cortes redactan la Constitución de 1873, que establece una República


federal compuesta por 17 Estados, incluidos Cuba y Puerto Rico. El poder se reparte
entre las instituciones autónomas. Se procede a la abolición de la esclavitud y de las
quintas. Se establece una legislación de protección laboral. Influido por la
constitución estadounidense, daba grandes competencias al presidente. Se declaró el
Estado laico, lo que indignó a la Iglesia. Esta constitución no llegó a aplicarse.

La I República se encontró con varios problemas. En primer lugar, la


intensificación de la Tercera Guerra Carlista, iniciada por partidarios de
Carlos VII (nieto de Carlos María Isidro). La guerra se desarrolló en las provincias
vascas, Navarra y Cataluña; los guerrilleros carlistas recurrieron al bandolerismo ante
el escaso apoyo popular; el movimiento resistió hasta la llegada de Alfonso XII.

En segundo lugar, la Guerra de los Diez Años en Cuba, que había surgido con
la aparición de una conciencia nacionalista cubana. Los hacendados contaron
enseguida con el apoyo popular al prometer el fin de la esclavitud; los intentos del
gobierno de aplicar reformas y abolir la esclavitud toparon con la negativa de los
sectores económicos con intereses en la isla, lo que frustró la posibilidad de solucionar
el conflicto de forma pacífica.

En julio de 1873 se desencadenó el levantamiento cantonalista, entrando el


país en un proceso revolucionario que acabó por hundir la República. Los

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intransigentes pasaron a la acción ante la tardanza en la aprobación de la
Constitución federal. Estalló una huelga general en Alcoy (Alicante), sofocada por el
ejército. A los pocos días se sublevan en Cartagena proclamando el cantón (entidad
territorial independiente similar al municipio), cuyo gobierno se hizo con el control
de la flota y el arsenal. Rápidamente la proclamación de cantones y juntas
revolucionarias se extiende por numerosas ciudades de Levante, Andalucía y Castilla:
Sevilla, Cádiz, Torrevieja, Almansa, Granada, Algeciras, etc. Los protagonistas serán
pequeños comerciantes y obreros. El cantonalismo pretendía llevar la
descentralización del Estado a una federación de cantones independientes.

Mientras, los carlistas aprovechan el caos y avanzan desde Cataluña hasta Teruel,
Cuenca y Albacete. Ante el desgobierno general, Pi y Margall dimite. En julio es
nombrado presidente Nicolás Salmerón, que dio plenos poderes al ejército, con
generales monárquicos como Martínez Campos y Pavía, que sofocaron a carlistas y
cantonalistas; el cantón de Cartagena declara la guerra a Madrid, y cantonalistas de
toda España son sentenciados a muerte; Salmerón dimite para no tener que firmar
estas sentencias.

El nuevo presidente Emilio Castellar acentúa el carácter autoritario del


gobierno; en el apoyo de los militares obtuvo de las Cortes poderes extraordinarios;
suspendió sesiones parlamentarias, algunos derechos constitucionales, y sofocó la
revuelta definitivamente (Cartagena resistió hasta enero de 1874).

Cuando Castelar se presentó ante las Cortes, de mayoría federalista, para rendir
cuentas de su actuación, fue derrotado en una moción de confianza; ante la
posibilidad de un gobierno de izquierdas, el general Pavía da un golpe de Estado
y disuelve las Cortes (3 de enero de 1874), sin apenas resistencia, lo que demuestra la
debilidad de la República. El poder pasó a manos del general Serrano que intentó
en su año de gobierno estabilizar la situación con un carácter dictatorial, hasta que,
en diciembre de 1874, el pronunciamiento del general Martínez Campos en
Sagunto proclamaba rey de España al hijo de Isabel II, Alfonso XII.

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