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Informe de lectura del texto Teoría de la interpretación de Paul Ricoeur

Paul Ricoeur en el primer ensayo, denominado “El lenguaje como discurso”,


pretende reivindicar el discurso y su estructura, a saber, la oración, pues aquel fue
postergado por la lingüística del código, en la medida en que ésta percibía al
mensaje como una entidad irracional desprovista de estructura, principalmente
debido a la dimensión temporal del mensaje, condicionada por el tiempo sucesivo,
la cual le otorgaba un carácter evanescente. En esto estribaba la supuesta
dificultad epistemológica para desarrollar una lingüística del discurso. Para llevar a
cabo su propósito de reivindicar una lingüística de esta índole, Ricoeur comenzará
estableciendo como clave metodológica la distinción entre semántica y semiótica,
ciencias encargadas respectivamente tanto del estudio de los dos tipos de
unidades características del lenguaje, la oración y el signo, como de las dos
operaciones que lo fundamentan: los procesos de integración de sentido y los de
disociación de las partes constitutivas del lenguaje. Inmediatamente después,
Ricoeur buscará los criterios para desarrollar tal distinción entre semántica y
semiótica, determinando que el discurso, asociado a la semántica, depende de
una totalidad concreta integrada por la unidad dialéctica del acontecimiento y el
sentido. El discurso es real en la medida en que es un mensaje particular
producido por un hablante particular con base en el código y, a su vez, acontece
en la sucesión temporal del tiempo, en oposición al código, que está al margen del
tiempo sucesivo, lo cual le otorga una existencia virtual; esto significaría que el
discurso tiene tanto una prioridad ontológica con respecto al código, debido a su
realidad efectiva, y le confiere realidad al código, a causa de la facultad del
discurso de actualizar la existencia virtual de este a través del acontecimiento del
habla o acto verbal. No obstante, el discurso está constituido por el otro elemento
de la polaridad dialéctica, el sentido, que hace alusión al contenido proposicional o
sentido “objetivo”; tal contenido proposicional depende de dos elementos, el sujeto
lógico y el predicado, que respectivamente ejercen una función: la función de
identificación singular y la función de predicación de un rasgo universal del sujeto.
Esta polaridad cimenta el contenido proposicional, en virtud del entrelazamiento y
desarrollo recíproco de sus funciones en una y la misma oración. Para articular los
dos elementos de la polaridad basal del discurso, Ricoeur formula el axioma de
que si todo discurso se actualiza como acontecimiento (acto de habla), todo
discurso es comprendido como sentido (contenido proposicional). Pero debido a la
intencionalidad del lenguaje se da la supresión del acontecimiento como algo
temporal y es a la vez retenido como sentido, pues la superación del
acontecimiento a través del sentido, es una característica del discurso.

El autor también hablará del carácter autorreferencial del discurso, puesto que
afirma que el sentido mental del emisor se encuentra en el sentido de lo
expresado, en la medida en que la oración remite al emisor a partir de su
estructura interna mediante procedimientos gramaticales denominados
“traslativos”, cuya función consiste en atribuir la oración al sujeto del
acontecimiento verbal, haciendo evidente así su intención o el sentido “subjetivo”,
contenido en el sentido “objetivo”.

Para concretar la dialéctica del acontecimiento y el sentido, Ricoeur hablará


acerca del acto interlocutivo, considerando que, puesto que todo discurso, en tanto
acontecimiento del habla, está dirigido a un destinatario, el diálogo es una
estructura esencial del discurso, asumiendo el modelo de comunicación de Roman
Jakobson. El diálogo permite superar la no comunicabilidad de la experiencia en
su integridad, puesto que el sentido de esta es susceptible de hacerse público.
Demostrará que el acto locutivo (lo que dice el hablante) y el acto ilocutivo (lo que
hace el hablante al decir, evidente a través de marcas gramatical en la estructura
interna de la oración), son acontecimientos, en la medida en que la intención que
albergan consiste en ser reconocido por otro lo que expresan. A esta intención la
llamará criterio noético, elemento fundamental del acontecer del diálogo, y que,
con el acto ilocutivo y la autorreferencia del discurso, también pertenece al sentido
“subjetivo” del acontecimiento del habla, contenido en sentido “objetivo”. El acto
perlocutivo consistiría en el reconocimiento de la intención y el sentido de lo
expresado por el emisor, y el efecto que ello tiene en el oyente. El acontecimiento
del diálogo dependerá de la concurrencia de estos actos de habla, con el propósito
de hacer público el sentido de la experiencia privada.
Finalmente, en este ensayo se establece que el sentido “objetivo” alberga otra
polaridad, la del significado y la referencia; el significado es el contenido
proposicional, la referencia alude al contenido extralingüístico al que
intencionalmente propende el lenguaje, debido a la condición ontológica del ser en
el mundo, por la cual el lenguaje se dirige a entidades extralingüísticas, y el emisor
trae su experiencia al lenguaje. El discurso es fundamentalmente referencial, pues
no sólo se refiere al hablante, sino también al mundo; lo cual permite establecer
que la semiótica aparecería como una abstracción de la semántica, y esta se
definiría como la teoría que relaciona la constitución interna del significado con la
intención externa de la referencia.

En el ensayo siguiente denominado “Del habla a la escritura”, Ricoeur aspira


realizar la transición del habla al texto a partir de la dialéctica central del discurso
(la dialéctica del acontecimiento y el sentido), que se manifiesta de manera plena
en la escritura, y establecer el contacto entre la exterioridad intencional de la
escritura con la distanciación relativa a la hermenéutica.

Para el primer propósito mencionado, Ricoeur asumirá el modelo comunicativo de


Jakobson, captando las modificaciones en cada uno de los seis factores que lo
constituyen y las alteraciones de sus respectivas funciones. La modificación
central y a partir de la cual se producen las demás, es la alteración de la relación
entre el mensaje y el canal. Pues la transición del habla a la escritura conlleva un
cambio en la naturaleza del medio de comunicación, el cual deja de ser un factor
humano, como en el caso del acontecimiento del habla, la voz, para convertirse en
un portador externo, una superficie en la cual es posible realizar la inscripción. La
escritura sobre un portador externo implica la fijación del sentido del
acontecimiento del habla, en tanto acto de habla en su carácter multidimensional
(acto locutivo, acto ilocutivo y acto perlocutivo, pese a que este sea el menos
comunicable a través de la escritura). Por tal motivo, se menciona que la escritura
salva al discurso, pues a través de la fijación del sentido del acontecimiento del
habla en un portador externo es remediado el carácter evanescente del discurso.
No obstante, la transición del habla a la escritura entraña una serie modificaciones
en las funciones comunicativas del discurso hablado, pues el pensamiento
humano para ser escrito no está obligado a cruzar la etapa intermedia del lenguaje
hablado; es decir, la escritura puede sustituir al lenguaje hablado.

La siguiente modificación atañe al mensaje en relación con el hablante, pues la


autorreferencia del discurso es modificada al desaparecer la inmediatez propia de
la situación dialógica que mezcla el sentido del lenguaje hablado con la intención
del emisor. El texto está provisto de autonomía semántica disociada de la
intención del autor, pero esta se convertirá en la contraparte dialéctica de aquella
para evitar incurrir en la falacia del texto absoluto al realizar un ejercicio
hermenéutico.

Simétricamente la relación entre el mensaje y el oyente también es alterada,


porque el texto no tiene un destinatario previamente determinado a causa de la
situación dialógica, sino un destinatario desconocido y potencialmente todo aquel
con la facultad de leer. En consecuencia, hace parte del sentido de un texto, al ser
objeto de múltiples lectores, el hecho de ser susceptible a múltiples
interpretaciones. La autonomía semántica del texto genera su público específico; y
el público es quien determina el grado de importancia del texto.

La posterior relación señada, la del mensaje y el código, es alterada, en la medida


en que se asume que los códigos literarios pueden ser de manera indirecta
mecanismos generativos del discurso escrito, pues aportan reglas compositivas de
un oficio artístico para la producción del discurso a través de la escritura como
obra.

La última modificación está asociada a la relación entre el mensaje y la referencia.


En el discurso hablado la referencia tiene un carácter ostensible en la medida en
que es percibida por los interlocutores de la situación dialógica a causa de su
aspecto situacional (el aquí y ahora). No obstante, en particular los textos
descriptivos, apelan a la dialéctica del significado y la referencia para lograr la
exteriorización intencional, pero sin adquirir la referencia -en este caso- un aspecto
situacional, sino sólo de descripción directa no situacional. La literatura de ficción,
en específico los géneros poéticos, la lírica y la narración, tendrán la posibilidad de
prescindir de las tipologías de referencia antedichas sin abolir la referencia como
tal, puesto que aluden a una referencia de otra índole, la cual está fracturada y no
tiene una circunstancia situacional ni descriptiva. Esta referencia fracturada da a
conocer aspectos de la condición ontológica del ser en el mundo y se hace
evidente a través de los recursos expresivos del lenguaje simbólico. Concluirá
Ricoeur que “el mundo” es el conjunto de referencias abiertas por un texto y que,
por lo tanto, un discurso es la pro-yección de un mundo; es decir, el esquema de
una nueva modalidad de ser en el mundo.

En la segunda parte del ensayo, Ricoeur se preguntará si acaso la exteriorización


intencional, movimiento a través del cual el leguaje trasciende su sentido
inmanente o contenido proposicional para conducir el pensamiento hacia
entidades extralingüísticas y que se presenta de manera plena a través de la
escritura, conduce a la enajenación. Primero refiere la crítica a la escritura que
arguye platón como fuente de un saber aparente y dudoso acerca de la realidad,
esgrimiendo que el principio del discurso correcto que entraña la sabiduría está en
el alma de quien tiene un saber auténtico.

Ricoeur se opondrá a esta afirmación a partir de concebir la escritura como un


capítulo o apartado de la teoría general de la iconicidad, la cual plantea que,
mediante un alfabeto fonético como sistema de notación que permite la
transposición de las propiedades temporales de la voz a las propiedades
espaciales de la inscripción, se desarrolla un re-escritura de la realidad que, a la
vez, es una metamorfosis de la misma. Para zanjar la cuestión acerca de la
exteriorización intencional de la escritura, Ricoeur recurrirá a la distanciación como
concepto relativo de la hermenéutica, asumiendo que la escritura adquiere la
investidura de problema hermenéutico cuando se la refiere a la lectura, puesto que
implica la dialéctica de la distanciación y la apropiación; la distanciación es la
separación cultural que establece la otredad (herencia cultural del pasado) debido
al alejamiento espacio-temporal que media entre ella y quien pretende rescatar su
sentido superándola a través del proceso de apropiación. La lectura se erige aquí
como un medio para rescatar el sentido de los textos de la herencia cultural del
pasado, colocándolo en un lugar próximo que suprime y conserva a esta. La
dialéctica de la distanciación y la apropiación sería la dialéctica de la tradición y la
interpretación filosófica; es decir, la dialéctica del esfuerzo incesante por la
recepción del sentido de la tradición cultural transmitida históricamente pese a su
separación espacio-temporal. En suma, la interpretación intentará dilucidar cuál es
“el mundo” que abre la herencia cultural del pasado.

Santiago Montoya Córdoba

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