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RESUMEN CRÍTICO 1

Resumen crítico del libro Teoría de la interpretación: Discurso y excedente de sentido del

filósofo francés Paul Ricoeur

William Granados García

Maestría en Exégesis Bíblica

Curso: Hermenéutica Avanzada

Prof. Sadrac Meza

Seminario Esepa, I Cuatrimestre 2020


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El libro Teoría de la interpretación: Discurso y excedente de sentido del filósofo francés

Paul Ricoeur, versa sobre el lenguaje, el lenguaje como discurso, como intención de un

hablante o escritor de comunicar algo a un oyente o lector, estableciendo una zona en común

mediante la creación de un mundo que el discurso en su referencia ofrece. Para esto Ricoeur

presenta cuatro ensayos interrelacionados, siendo el primero de ellos el establecimiento del

lenguaje como discurso.

En este primer ensayo Ricoeur se opone a la teoría saussuriana del análisis estructural del

lenguaje que considera a este como autónomo y que en sus partes componentes (signos,

códigos lingüísticos) cree que hay ya una expresión completa del lenguaje. Estos fonemas,

morfemas, lexemas, etc., son, para Ricoeur, la condición de posibilidad del lenguaje, en tanto

que dan la apertura a la función del lenguaje. Por sí solos no nos dicen nada, son códigos. Es

en la unión intencional de estos que se establece la función del lenguaje como comunicación

externa o interna. Por este motivo es que la oración es la unidad fundamental del lenguaje. La

función del lenguaje no está en las palabras o cosas sino en la oración y de acá es donde surge

el discurso, el lenguaje como discurso.

Pero el discurso es un acontecimiento (o evento) y un sentido, a esta relación Ricoeur la

denomina dialéctica. Por evento entendemos que es espacial y temporal, es decir, tiene

principio y fin (es en la escritura que el discurso se trasciende, tema del segundo ensayo). Por

sentido se entiende entonces el mensaje, o sea, lo que se quiere decir a alguien. El discurso

como evento no se escribe, sino que se escribe el sentido.


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La relación del hablante con el discurso radica en que el discurso es de un autor, de un

agente; el discurso no surge de un montón de palabras acomodadas por casualidad. El

discurso nace de una persona que utiliza el lenguaje en su sentido de códigos, signos y

actualiza ese lenguaje para transmitir un mensaje. Por lo tanto, hay un autor para el discurso.

Pero ¿cuál es la razón de que Ricoeur repare en esto? Se debe a que será una piedra de

entronque para seguir explicando su teoría, según la cual, cuando se escribe hay un

distanciamiento entre el escritor y el lector y esto requerirá de una dialéctica entre la

distanciación y la apropiación, que se sirve de la dialéctica entre la comprensión y la

explicación. En síntesis, la primera manera como funciona el lenguaje es en el discurso, es

decir alguien que quiere transmitirle algo a alguien. El lenguaje, según la visión ricoeuriana,

es el uso intencionado que hace un hablante o escritor de los códigos lingüísticos para

transmitir algo.

Esto lleva al tema del segundo ensayo que trata del habla y la escritura, específicamente

de lo que implica llegar a esta última desde la primera. Ricoeur entiende que gracias a que el

discurso es temporal y presente puede fluir como habla o ser fijado como escritura. La visión

superficial es que en la fijación del habla en la escritura se ve afectada solo la relación entre

el mensaje y el canal, pero observando con mayor precisión se encuentra que afecta todos los

factores (hablante, oyente, medio o canal, código, situación, mensaje) y funciones (emotiva,

conativa, fática, metalingüística, referencial y poética) del discurso comunicativo.

De esta manera Ricoeur sostiene que, debido a que el acontecimiento (o evento, primera

instancia de la dialéctica que estructura el discurso) aparece y desaparece por su cualidad

temporal, este no puede ser fijado en la escritura. Lo que se fija en la escritura será el discurso
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como sentido, la significación, ya que el discurso como acontecimiento desaparece. En

términos husserlianos Ricoeur afirma que lo que inscribimos es el noema del acto de hablar,

es decir, el sentido del acontecimiento del habla, no el acontecimiento como tal.

Ahora bien, el escribir no es simplemente un cambio de medio en que la voz humana, el

rostro, y los gestos son reemplazados por señales materiales distintas a las del propio cuerpo

del interlocutor. Esto se debe a que la escritura es mucho más que una fijación material de los

actos del habla (locutivo, ilocutivo, perlocutivo). El discurso no está meramente preservado

de la destrucción al quedar fijado en la escritura, sino que está profundamente afectado en su

función comunicativa. Además, la escritura plantea otro problema, el cual consiste en que el

escribir no siempre sucede como un acto posterior al habla, sino que puede ser un discurso

escrito en primera instancia y en este sentido la escritura es la exteriorización del

pensamiento humano que toma el lugar del habla.

Sin embargo, con el discurso escrito la intención del autor y el sentido del texto dejan de

coincidir. Esta disociación del sentido verbal del texto y la intención mental del autor le da al

concepto de inscripción su sentido decisivo, más allá de la mera fijación del discurso previo.

En este momento es que Ricoeur introduce la expresión “autonomía semántica del texto” que

surge como la desconexión entre la intención del autor y el sentido verbal del texto. El autor

muere con su obra. De manera directa Ricoeur afirma: “La trayectoria del texto escapa al

horizonte finito vivido por su autor. Lo que el texto significa ahora importa más que lo que el

autor quiso decir cuando lo escribió” (p. 43).


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El asunto de la fijación del discurso escrito implica entonces entablar la relación del

mensaje con la manera en que se transmite y para quien se transmite el mismo, tales como el

mensaje y el lector, el mensaje y el código, el mensaje y la referencia. La autonomía

semántica del texto permite que este esté dirigido a cualquiera que sepa leer, y por lo tanto

engendra múltiples interpretaciones. Pero el texto quiere decir algo y como existen distintas

formas de decir las cosas el autor utiliza cierta manera para comunicarse, por lo cual la

función de los géneros literarios es imprescindible en la hermenéutica, ya que, en términos de

Ricoeur, estos son las reglas productivas de la composición literaria. Así el texto apunta hacia

algo y no se queda en los límites de la referencia situacional, sino que trasciende y llega hasta

nosotros ampliándonos la realidad, el mundo, que para Ricoeur es el conjunto de referencias

abiertas por los textos. Este ya no consiste en imaginarse la situación autoral sino establecer

las referencias situacionales exhibidas por los relatos que describen la realidad.

Entonces, y dando paso al tercer ensayo, la desaparición de esta referencia situacional

libera el poder de referencia del texto a aspectos de nuestro ser en el mundo, aspectos que no

pueden ser dichos de una manera descriptiva directa, sino mediante alusiones, gracias al valor

referencial de expresiones metafóricas y simbólicas. Acá radica la importancia del tercer

ensayo, pues quiere mostrarnos que no debemos conformarnos con la referencia de la

descripción ostensible (clara, evidente) sino extendernos hacia la no ostensible y no

descriptiva como lo es la dicción poética.

Es en la metáfora y el símbolo que Ricoeur ve como mejor ejemplo el excedente de

sentido que, por decirlo de alguna manera, desborda la interpretación literal, clara y

ostensible. Estableciendo su teoría de la metáfora en contraste con los postulados derivados


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de la tradición afirmará (siendo concisos) que la metáfora debe ser comprendida no en las

palabras, sino en la oración, en la expresión metafórica. Esto implica ver el funcionamiento

de la operación predicativa en el nivel de la oración y no ver primeramente una desviación

del sentido literal, aunque si bien es cierto, la interpretación literal sirve de paso a la

interpretación metafórica, a esto Ricoeur lo denomina el “giro metafórico”. La metáfora no es

un tropo ni tiene una función meramente estilística o retórica, sino que muestra algo que la

visión ordinaria no ve, es un “error calculado”. Esta tensión de la metáfora viva entre lo

literal y lo metafórico suscita una verdadera creación de sentido, nos dice algo nuevo sobre la

realidad.

Esta teoría de la metáfora será el recurso que Ricoeur usará para explicar el símbolo. Sin

embargo, afirmará que el símbolo es más amplio que la metáfora en tanto que posee un

momento no semántico que se debe a la conmoción de una experiencia que no nos permite

inscribirla completamente dentro de las categorías del logos o la proclamación.

No obstante, lo principal en esta sección al recurrir a la metáfora y el símbolo es que

ambas sirven como modelo para su teoría del excedente del sentido que se da por medio de la

fijación del lenguaje en la escritura, es decir el discurso escrito, bajo las reglas productivas de

la composición literaria al funcionar esta fijación como la transición entre la intención del

autor y la autonomía semántica del texto.

Finalmente Ricoeur se enfoca en el receptor, en el lector de la obra literaria y ya no en

quien la compone. En este último ensayo presentará una dialéctica que se sirve de las

precedentes, la cual es la dialéctica entre explicación y comprensión. En este punto se opone


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decididamente a la dicotomía interpuesta por la hermenéutica decimonónica entre estos

términos. Para ellos esta dicotomía se debe a la distinción que se había establecido entre las

ciencias naturales (naturwissenschaften) y las ciencias del espíritu, sociales o humanas

(geisteswissenschaften). El método de proceder en cada una de ellas exigía ser distinto; en las

primeras se buscaba dar explicaciones de las cosas (Erklären), en las segundas se buscaba

comprender o entender (Verstehen). Entonces la interpretación era un caso particular de la

comprensión y no de la explicación, pues esta se pretendía objetiva.

Pero para Ricoeur la interpretación puede ser aplicada al proceso completo que engloba la

explicación y la comprensión al ser una dialéctica. Esta funciona de la siguiente manera: en la

primera etapa la comprensión (llamémosla en primer grado), funciona como una conjetura,

es una ingenua captación del sentido del texto en su totalidad. Tenemos que hacer una

conjetura sobre el sentido del texto porque las intenciones del autor están más allá de nuestro

alcance. Luego esta conjetura es “zarandeada” por medio de la validación (explicación) que

consiste en analizar la probabilidad de la misma y no su verificación empírica. La conjetura

es una primera interpretación pero debe ser más probable que cualquier otra de estas para ser

aceptada, validada. No todas las interpretaciones son válidas.

En este punto de la validación el análisis estructural del texto es sumamente beneficioso

como un medio (y no un fin) para captar el sentido del texto de una manera más profunda, así

tal conjetura será más probable que otra si tiene validez por medio del análisis de las

relaciones internas del texto en su composición lingüística, entre otras cosas.


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Este proceso dirige hacia una nueva comprensión, una comprensión más profunda, más

intensa. Será un modo más complejo de comprensión que satisface el concepto de

apropiación. De esta manera entonces es posible ubicar la explicación y la comprensión en

dos diferentes etapas de un único arco hermenéutico.

Esta semántica profunda nos permite regresar al problema de la referencia no ostensible

del texto, es el tipo de mundo que se abre gracias a la profundidad semántica del texto, y esto

tiene implicaciones para lo que usualmente llamamos significado del texto. Para Ricoeur este

significado no está detrás del texto sino delante de él, ahora es algo develado. Lo que tiene

que ser entendido no es la situación inicial del discurso, sino lo que apunta hacia un mundo

posible, gracias a la referencia no aparente del texto. Por lo cual entender un texto es seguir

sus movimientos desde el significado a la referencia: de lo que dice a aquello de lo que habla.

De este modo culmina el filósofo su obra afirmando que de lo que nos apropiamos es del

sentido del texto y la interpretación es el proceso por el cual la revelación de nuevos modos

de ser da al sujeto una nueva capacidad para conocerse a sí mismo.

Lo expuesto en todo lo anterior me parece sumamente valioso para la hermenéutica

bíblica. En la dialéctica establecida en su último ensayo entre la explicación y comprensión

supera una dicotomía que había presentado una visión miope de la interpretación, me refiero

a la teoría hermenéutica romántica. Era un sesgo en la teoría hermenéutica que llevaba a

sesgos en la interpretación.

Afirmo que era un sesgo porque se presentaba bajo la falacia del falso dilema (o esto o lo

otro) como si fueran modos de ser en el mundo totalmente contrarios. No obstante, entiendo
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que en estas épocas eso era una respuesta ante las pretensiones de los teólogos liberales de

captar por medio de la explicación (Erklären) el significado de los relatos bíblicos. Así,

mediante el método histórico crítico y sus acercamientos a la situación que originó el texto

pretendían comprenderlo. Pero esto era incompleto, le faltaban más detalles. Por esta

vertiente se decantaron estos hermeneutas para rescatar la intención del autor en la

composición de su texto y que por medio de este podíamos llegar a conocer al autor mejor de

lo que él mismo se conoció.

Desde esta postura la interpretación se quedaba prácticamente en la búsqueda del

entendimiento de la situación del autor (o intención del autor), lo que llaman el “detrás del

texto”. Esto implicaba que la referencia era precisamente para los lectores u oyentes

originales, debido a que la intención del autor era dirigida hacia ellos. Lo cual cerraba un

círculo oscuro porque la mente del autor era lo que se pretendía conocer pero esto es

claramente imposible; de modo que al no conocer la mente del autor no podemos conocer su

intención, y si no conocemos su intención entonces el texto pierde todo sentido.

No obstante, la crítica efectuada por Ricoeur y otros, es bastante reconfortante. La

intención del autor no la podemos conocer porque esta se pierde en la fijación del discurso en

la escritura. De este modo el autor muere con la creación de su obra. Lo que tenemos es el

texto no al autor. El acontecimiento no se logra escribir sino que se escribe el sentido de

acuerdo con los usos de las reglas productivas de composición literaria y, de esta forma, el

texto genera su autonomía semántica.


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Por eso es que nos resulta necesario hacer conjeturas sobre el texto ya que el autor no

existe. De manera que conjeturamos los textos como una totalidad, como una totalidad única

dentro de los esquemas de los géneros literarios y como una totalidad única que entraña

horizontes potenciales de sentido que pueden ser actualizados de diversas formas. Y en esto

podemos mencionar la fusión de horizontes de la que habla Gadamer y que cita Ricoeur, pues

en esta el horizonte del texto se fusiona con el horizonte del lector y hay una nueva creación

de sentido.

Así la referencia expresa la exteriorización cabal del discurso en la medida en que el sentido

no sólo es el objeto ideal pensado por el hablante, sino una verdadera realidad hacia la que

apunta la elocución. La función referencial trasciende la situacionalidad originaria del texto y

se explaya hasta cualquier lector dándole un sentido, estableciendo un nuevo modo de ver las

cosas, un nuevo modo de ser en el mundo, una ampliación de la realidad.

Referencia bibliográfica

Ricoeur, P. (2006). Teoría de la interpretación: Discurso y excedente de sentido. (trad.

Monges, G.) México: Siglo xxi editores, s.a. de c.v.

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