Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Introducción
2. Teología y filosofía
Santo Tomás hacía una clara distinción entre la teología dogmática y la filosofía.
Mientras que esta última, al igual que el resto de ciencias humanas, se funda en la razón
y en el razonamiento a partir de principios conocidos por esta, la teología, sin embargo,
acepta sus principios de la fe, de la autoridad, es decir, los toma como revelados. Por
ejemplo, los principios de la fe como el misterio de la Trinidad o la Encarnación solo
pueden ser alcanzados mediante la revelación, y de ellos nada sabe la filosofía, aunque
eso no obsta para que posteriormente la teología proceda racionalmente a partir de esos
principios revelados. Asimismo, el camino que siguen ambas disciplinas para alcanzar
el conocimiento es diferente, pues mientras que la filosofía parte del mundo de la
experiencia para remontarse racionalmente hasta Dios, el teólogo parte de Dios para
pasar a las criaturas del mundo. Por tanto, la diferencia fundamental entre ambas no se
debe a la naturaleza de sus objetos, pues vemos que tanto la filosofía como la teología
pretenden conocer lo mismo (salvo algunas verdades solo conocibles por la fe), sino a
que conocen de distinto modo: una por fe y otra solo por la razón.
Para santo Tomás, el ser humano fue creado por Dios para un fin sobrenatural, a
saber, la felicidad o beatitud perfecta, que solo es alcanzable en la vida futura y en la
visión de Dios. Pero el ser humano no puede alcanzar este fin por medio de sus solas
fuerzas naturales. Solo puede alcanzar una felicidad imperfecta mediante el ejercicio de
sus capacidades naturales y el conocimiento filosófico, que le permite conocer cómo ser
feliz en esta vida, que existe Dios y otras verdades racionales. El fin de la felicidad
perfecta solo lo alcanza por medio de la gracia y de su tratamiento solo puede ocuparse
el teólogo.
Por tanto, santo Tomás sí considera que el filósofo pueda ser capaz de elaborar un
sistema metafísico verdadero. Es cierto que este sería necesariamente imperfecto e
incompleto, pues nada diría del fin sobrenatural del ser humano y de los medios para
alcanzarlo, es decir, de todo aquello de lo que se ocupa la fe. Pero, aun así, en lo que sí
dice, sería verdadero. Esta es, de hecho, la consideración que tiene acerca de Aristóteles,
quien en su opinión había sido el culmen de la razón humana en la medida en que no
dispone de la fe. Al mismo tiempo, santo Tomás también piensa que tal meta de una
filosofía verdadera era rara vez alcanzada puesto que en el razonamiento humano
habitualmente se entremezcla la verdad con la falsedad. Por eso, la mayoría de las
personas tendría en la fe la fuente de las verdades necesarias para su vida, aun cuando
muchas de esas verdades, como la de que Dios existe, pudieran ser alcanzadas por la
razón.
3. La metafísica
Como hemos dicho, en casi todo lo que sigue, santo Tomás hereda sus
concepciones metafísicas de Aristóteles. En el mundo hay multitud de sustancias y la
mente humana conoce a través de la experiencia sensible en primer lugar los objetos
materiales. Ahora bien, la reflexión sobre estos objetos lleva a la mente a reconocer una
primera distinción, la que se da entre la sustancia y los accidentes. Pues, en todo lo que
llamamos cambio accidental, vemos cómo algo cambia sin dejar de ser ello mismo. Así,
por ejemplo, un árbol puede ser muy distinto si lo volvemos a ver diez años después.
Pero además, también se da otro tipo de cambio, el cambio sustancial. Por ejemplo, la
hierba que come la vaca, primero es hierba, pero más tarde se convierte en la propia
carne de la vaca. Para que esto suceda, es necesario que haya dos elementos, uno común
a las dos sustancias, en este caso, la hierba y la carne, que permita el cambio, y otro que
confiera a cada una su determinación como tal o cual sustancia. El primer elemento es la
materia prima, sustrato indiferenciado que no recibe el nombre de ninguna sustancia
determinada. El segundo elemento es la forma sustancial, aquella que hace a la
sustancia lo que es. Toda sustancia material está, así, compuesta de materia y forma.
Ahora bien, la composición hilemórfica solo vale para las sustancias materiales,
no para los seres incorpóreos de la creación. Estos son los ángeles, cuya existencia santo
Tomás creía poder demostrar. Pues en el mundo los seres están ordenados en rangos
jerárquicos según su forma y así podemos distinguir las sustancias inorgánicas, las
formas vegetativas, las sensitivas irracionales de los animales, el alma racional del
hombre y Dios, acto puro e infinito. Pero entre el ser humano y Dios hay una laguna,
pues podemos pensar en formas espirituales que, sin embargo, no sean infinitas como
Dios sino finitas y creadas, pero, a la vez, sin cuerpo. Por tanto, existen los ángeles. Y
estos, aun cuando no estén compuestos de materia, son susceptibles de cambio, por
ejemplo, un cambio de entendimiento o de voluntad. En otras palabras, aunque no
tengan materia, también son en potencia. Por eso, la distinción entre acto y potencia
resulta ser más profunda que la distinción entre forma y materia, pues esta última solo
alcanza a la creación corpórea.
Y es más, todavía podemos encontrar una distinción más profunda, aquella que se
da entre la existencia y la esencia. La esencia de un ser corpóreo es la sustancia
compuesta de materia y forma, mientras que la de un ser inmaterial es la forma sola.
Pero aquello por lo cual una sustancia, sea material o inmaterial, es un ser real, es decir,
aquello por lo que es, es su existencia. La esencia está con la existencia en la misma
relación que la potencia con el acto. Sin la existencia, es decir, sin el acto, la esencia no
sería nada, o solo sería potencia. Pues bien, para santo Tomás ningún ser finito existe
necesariamente, sino que su existencia procede de Dios, que es la causa de la existencia,
y es distinta de su esencia. En cambio, en Dios, y solo en él, esencia y existencia
coinciden, puesto que es el único ser que existe necesariamente. Por último, cabe añadir
que no se ha de pensar que la esencia fuese antes de la existencia: ambas son juntas y no
hay esencia sin existencia ni existencia sin esencia.
4. La teología natural
Las vías que ofrece santo Tomás son todas a posteriori, es decir, parten de la
naturaleza de los seres que conocemos en el mundo sensible creado para llegar luego a
Dios. Se diferencia así de la prueba a priori u ontológica que ofrecía san Anselmo.
Santo Tomás critica la demostración que ofrecía este último sobre la base de que no
todo el mundo entiende por Dios «aquello mayor de lo cual nada puede ser pensado» y,
además, que el argumento de san Anselmo hace una transición ilícita entre el orden
ideal de lo pensado y el orden real, puesto que si bien puede concederse que Dios sea
concebido como tal ser perfecto, no se sigue de ello que tal ser exista. Por tanto, todas
las pruebas de santo Tomás parten de los efectos para llegar a su causa. Esta es una
consecuencia necesaria de su propia teoría del conocimiento, la cual recalca que el
entendimiento humano, por el hecho de estar encarnado, tiene como su objeto de
conocimiento propio y natural las cosas corpóreas. No obstante, esto no obstruye la
orientación primaria del entendimiento al ser en general, a aquello que trasciende a los
objetos. Veamos ahora las cinco vías.
La tercera vía es quizá la más importante de todas. Podemos observar que algunos
seres empiezan a existir y perecen, es decir, que en algunos momentos son y en otros no
son. Esto quiere decir que son contingentes y no necesarios, pues si fueran necesarios
habrían existido siempre. De ahí se deduce que debe existir un ser necesario, el cual
sería la razón de que los seres contingentes lleguen a existir. Sin él, no habría nada en
absoluto, y este ser es Dios.
Llegado este punto, merece la pena señalar que cuando santo Tomás afirma la
imposibilidad de una serie infinita de seres, no se está refiriendo a una serie extendida
en el tiempo, es decir, horizontal, sino a una serie vertical, es decir, en el orden de la
dependencia ontológica. Pues si un ser depende de otro y este a su vez de otro distinto, y
pretendemos seguir así una serie infinita sin llegar nunca a un término de la serie, no
podremos dar cuenta de la existencia misma de las cosas. Que esta sea la interpretación
que le daba santo Tomás a sus argumentos se desprende, además, del hecho de que no
consideraba posible demostrar racionalmente que el mundo fuera temporalmente finito.
Si esto había que creerlo, solo podía ser por medio de la fe.
Siguiendo con las pruebas, la cuarta vía también está sugerida en Aristóteles, y se
basa en los grados de perfección, bondad, belleza, verdad, ser, etc. Dice que si las cosas
de este mundo nos permiten formular juicios comparativos como «esto es más bello que
aquello», y suponiendo que tienen un fundamento objetivo, ello implica que debe existir
un grado óptimo de perfección, bondad, etc., el cual es un ser supremo. Y a partir de
esto, demuestra santo Tomás, por un lado, que ese ser supremo, por ejemplo, en bondad
ha de ser la causa de la bondad de todas las cosas, y por otro lado, que, dado que la
bondad, la verdad y el ser son convertibles entre sí, el ser supremo y causa de estos es el
mismo, a saber, Dios.
La creación del mundo por parte de Dios debe ser a partir de la nada. Pues si
hubiera un material preexistente, este o sería Dios o sería algo distinto de Dios. Pero,
por un lado, no puede ser Dios, porque Dios es espiritual y simple, y por tanto no
material, y por otro lado, tampoco puede ser algo distinto de Dios porque entonces sería
independiente de la causa primera que es Dios. Por tanto la creación es ex nihilo. Esto
no significa que la nada se considere causa eficiente o causa material, puesto que no se
habla de la creación como un cambio en sentido propio. No hay un paso de un estado a
otro. Asimismo, por medio de la creación, las criaturas tienen una relación real con
Dios, como principio de ser suyo, como aquel que les da la existencia. Pero Dios no
tiene relación real con ellas, puesto que estas no pueden ser sus accidentes, ya que Dios
no tiene accidentes, ni pueden formar parte de sus sustancia, pues entonces Dios
dependería de sus criaturas, además de que no se podría explicar que Dios fuera eterno y
su creación no lo fuera.
Dios no crea forzado por una necesidad de su propia naturaleza, sino que actúa
libremente. Y un ser sumamente inteligente ha de actuar con pleno conocimiento, es
decir, con vistas a un fin o bien. Dios se ama necesariamente, puesto que él es el bien
infinito pero los objetos distintos de él mismo no le son necesarios, puesto que él es
autosuficiente. Por tanto, actúa libremente con el fin de difundir su bondad. Esta bondad
se manifiesta en todas sus criaturas, pero especialmente en los seres racionales, que
tienen a Dios como su fin propio consciente. Por otro lado, como ya dijimos, santo
Tomás cree que no se puede demostrar ni que el mundo fuese creado desde la eternidad,
como decían los averroístas, ni que no lo fuese, como mantenía san Buenaventura y san
Alberto Magno. El hecho de que, en realidad, no fuera creado desde siempre es
solamente una verdad de fe, no de la razón.
También cabe señalar que la omnipotencia divina no significa que Dios pudiera
haber creado lo imposible, aquello que implica contradicción. Por ejemplo, Dios no
podría haber determinado que un ser humano fuese un caballo, puesto que uno es
irracional y el otro racional. Lo cual no significa que el principio de no contradicción
esté por encima de Dios, sino que este solo quiere crear algo semejante a sí mismo, es
decir, algo que pueda participar del ser. Santo Tomás tampoco pensaba que Dios
hubiera creado necesariamente el mejor de los mundos posibles, puesto que si su poder
es infinito podría haber creado infinitos mundos, y en tal caso, siempre habría un mundo
más perfecto que el creado. Pero cuando nos referimos a este mundo concreto que Dios
ha creado, hemos de suponer que no puede querer otro mundo y que tampoco podría
haber creado uno mejor por cuanto a su sustancia, porque entonces estaría creando un
mundo distinto a este, pero sí que podría haber creado uno mejor en cuanto a sus
accidentes. Los males que existen en el mundo no son fruto de la creación de Dios, es
decir, algo positivo, sino algo negativo, una privación de su bondad. Dios no los quiso,
pero sí los previó. El mal físico lo permitió porque la propia naturaleza humana implica
la capacidad de sentir dolor, al igual que la de sentir placer. No podía haber creado seres
humanos sin dolor. Y el mal moral lo permitió porque quería que los seres humanos
fueran libres y sin libertad los seres humanos no serían semejantes a Dios.
Los objetos corpóreos actúan sobre los órganos de los sentidos, por lo que la
sensación es un acto tanto del alma como del cuerpo, y no solo del alma. Los sentidos
están determinados a la aprehensión de realidades particulares, no pueden aprehender
universales. Los animales, que son irracionales, tienen sensaciones pero no captan ideas
generales. Sin embargo, el conocimiento humano sí es conocimiento de lo universal. No
ha de confundirse la idea universal de algo, por ejemplo, de un hombre, con alguna
imagen de este. La imagen o fantasma siempre será particular, aun cuando se componga
de partes de distintos hombres, nunca podrá representar una totalidad, como sí lo hace la
idea de hombre. Estos universales son abstraídos a partir de las imágenes de las
sensaciones por una actividad del alma, actividad que recibe el nombre de
entendimiento activo. Este hace visible el aspecto inteligible del fantasma. Pero como el
entendimiento activo es solo acto no puede imprimir en sí mismo el universal. Lo hace
en el entendimiento pasivo o posible, que tiene la labor de determinar el universal en un
concepto en sentido pleno.
Para santo Tomás, la mente humana no tiene ninguna idea innata; solo conoce por
medio de sus actos, los cuales no se dan sin la presencia de fantasmas o imágenes. Por
eso, la mente humana no puede, en esta vida, alcanzar un conocimiento directo de las
sustancias inmateriales, las cuales no pueden ser objeto de los sentidos. Sin embargo, no
hay que perder de vista que, si bien a causa de su estado encarnado el entendimiento
humano tiene al objeto sensible como su objeto natural y propio, es decir, un ser
sensible particular, esto no elimina la orientación principal del entendimiento hacia el
ser en general. Por eso, puede ir más allá de los sentidos, aunque solo sea en la medida
en que los objetos inmateriales se manifiestan en y a través del mundo sensible. Es así,
por ejemplo, como el entendimiento puede conocer que Dios existe.
Los actos del ser humano que caen dentro del campo de la moral son los actos
libres. Estos proceden de la voluntad, y el objeto de la voluntad es el bien. Ahora bien,
cualquier fin o bien particular no puede perfeccionar ni satisfacer la voluntad humana,
orientada al bien universal. ¿Cuál es este? Para Aristóteles el fin del ser humano era la
vida contemplativa, pero para santo Tomás este tipo de felicidad solo puede ser
imperfecta, según puede obtenerse en esta vida. La perfecta felicidad no ha de buscarse
en ninguna cosa creada, sino solamente en Dios, el Bien supremo e infinito. Solo en la
vida futura puede conocer el ser humano a Dios como es en sí mismo. En virtud de esto,
todo acto humano deliberado puede estar de acuerdo con el orden de la razón, de tal
modo que su fin inmediato está en armonía con el fin último que es Dios, o en
desacuerdo con él. Las virtudes morales son hábitos buenos, por los cuales el ser
humano vive rectamente. Esto significa que tales virtudes se forman mediante actos
buenos, los cuales facilitan a su ves la ejecución de los actos subsiguientes en el mismo
sentido. La virtud moral consiste en un término medio, evitando los extremos del exceso
y del defecto.
La ley moral no es impuesta por la razón como una obligación. El ser humano, al
igual que todos los demás seres de la creación, tiene una inclinación natural a la
preservación de su ser y a tender hacia su bien. Por eso la ley moral es una ley natural.
Esta ley no puede ser cambiada ni alterada y sus preceptos son inmutables puesto que se
fundamentan en la naturaleza humana. La ley natural a su vez se fundamenta en la ley
eterna de Dios.
El Estado es para santo Tomás, como para Aristóteles, una institución natural
fundamentada en la naturaleza del ser humano. Este no puede alcanzar su propio fin
estando aislado, sino que es, por naturaleza, un ser social o político, nacido para vivir en
comunidad con otros como él. Pero si la sociedad es natural al ser humano, también lo
es el gobierno. Sin este, la sociedad tendería a disgregarse, buscando cada individuo sus
fines particulares, y dejándose de lado el bien común. Como tanto el Estado como el
gobierno tienen su justificación en la naturaleza humana, y por tanto en Dios, se sigue
que santo Tomás no creía de ningún modo que el Estado tuviera que subordinarse a la
Iglesia. Aunque el fin de esta última sea superior, por cuanto se refiere al fin
sobrenatural del ser humano, ello no niega la autonomía del Estado para garantizar el
bien común de la sociedad. El fin último de la sociedad es la vida buena, es decir, la
vida virtuosa.
8. Conclusión
(Se puede hacer referencia aquí a las partes de su filosofía que no se hayan
incluido)