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1.

Introducción

El período de la revolución científica se acostumbra a determinar


aproximadamente entre la fecha de publicación del De Revolutionibus de Copérnico, en
1543, hasta la fecha de publicación de los Principia Mathematica de Newton, en 1687.
Es, desde luego, una mera convención el que se fije en estas fechas y no más adelante o
más atrás. Se debe entender además que numerosos acontecimientos en la historia de la
filosofía y de la ciencia prepararon el camino para dicha revolución. Por ejemplo, se
pueden mencionar las investigaciones naturalistas de los últimos escolásticos, cuyo
interés se orientaba a la naturaleza y no al mundo sobrenatural; el aristotelismo del
Renacimiento, que había elaborado el concepto del orden necesario de la naturaleza; el
platonismo antiguo y nuevo que había insistido en la estructura matemática de la
naturaleza; o la magia que había tratado de las operaciones dirigidas a subordinar la
naturaleza al hombre. También destacan autores como Telesio, Bruno, Campanella o da
Vinci, a quienes no llamaríamos estrictamente «científicos».

Al mismo tiempo, podemos observar que en nuestra datación de la revolución


científica ponemos el énfasis en una revolución particular, a saber, aquella que tuvo
lugar en el campo de la astronomía y, por extensión, de la física. Pero debe quedar claro
que los avances científicos se dieron también en matemáticas, biología y anatomía y
química. En el desarrollo de este tema, sin embargo, nos centraremos en el caso
particular que nos ofrece la astronomía, con las figuras de Copérnico, Brahe, Kepler y,
especialmente, Galileo y Newton.

Para la elaboración de este tema, me he valido principalmente del tomo segundo


de la Historia del pensamiento filosófico y científico de Reale y Antiseri. Otras obras
interesantes podría ser La revolución copernicana de Kuhn o Del mundo cerrado al
universo infinito de Koyré.

2. Consideraciones generales
Antes de que pasemos a relatar cómo la revolución científica modificó la imagen
del mundo deberemos atender a ciertas consideraciones generales sobre los cambios que
esta revolución trajo consigo e instauró en la ciencia misma.

Es más, en primer lugar, la principal consecuencia que la revolución trajo consigo


fue la instauración del campo de la ciencia como campo autónomo del saber. El
científico es un sabio muy distinto del filósofo medieval, el humanista, el mago, el
astrólogo o el artesano del Renacimiento. La ciencia pretende investigar el mundo
natural y las causas de sus fenómenos, pero no lo hace a la manera de los magos o
místicos, quienes se basaban en una especie de intuición privilegiada, ni a la manera de
un comentario a las grandes obras de los filósofos antiguos, especialmente de
Aristóteles. Tampoco es dependiente de las proposiciones de fe y de lo que está escrito
en la Biblia. Ahora bien este cambio no surge de golpe sino que se va dando
gradualmente. ¿Cuáles son los cambios necesarios para que la ciencia gane dicha
autonomía?

En segundo lugar, entonces, hemos de mencionar que la ciencia se presenta como


un saber idealmente público. Los distintos científicos publican sus resultados y
hallazgos, abriéndose a las críticas de sus colegas. No se pretende cultivar ningún tipo
de sectarismo ni dogmatismo. Y esta apertura al público demanda a su vez nuevas
instituciones: academias, laboratorios, contactos internacionales, revistas, etc., las cuales
muchas veces funcionan en contra de las viejas instituciones, como la universidad.

No obstante, las nuevas instituciones son más bien algo externo a esa autonomía
de la que hablábamos. El principio interno de este cambio es el descubrimiento del
llamado método científico. Este consiste en una consideración particular de la
naturaleza y del «diálogo» que el científico debe establecer con ella, así como un tipo
particular de construcción de la teoría. En efecto, ya desde finales de la Edad Media se
extiende la idea de que la filosofía natural ha de atenerse exclusivamente a las
experiencias sensibles antes que tratar de hacer encajar el comportamiento observado de
la naturaleza en el marco de teorías y creencias a priori. Su máxima culminación será la
proliferación de los experimentos. Estos tratan de verificar ciertas hipótesis mediante la
actuación, en ambientes controlados y con mínimas variables, sobre ciertos objetos a
partir de operaciones manuales e instrumentales. La importancia de este hecho lo
transmite Kant en su primera Crítica cuando menciona que los científicos han aprendido
a interrogar a la naturaleza con sus propias preguntas, en vez de pretender avanzar
ciegamente. Por otro lado, las teorías científicas solo pueden construirse sobre la base
de razonamientos rigurosos, deductivos o inductivos. Galileo dirá que la ciencia avanza
basándose en «experiencias sensatas» y «necesarias demostraciones», y para la
consolidación de esta idea trabajarán también las ideas de Bacon y Descartes.

Si la experiencia del científico consiste en el experimento (aunque haya pocos


ejemplos todavía de estos), esto supone en el oficio de aquel un acercamiento entre la
teoría y la práctica. Desparece por tanto la identificación de las artes mecánicas como
bajas y serviles, en oposición a las liberales. El papel de los artesanos y la cercanía de
los científicos al mundo de aquellos es una pieza esencial para entender la revolución
científica. Esta no habría sido posible sin una base tecnológica, una serie de máquinas e
instrumentos que constituían para ella una especie de base empírica para la prueba, que
ofrecían técnicas de comprobación y que en ocasiones planteaban nuevos y fecundos
problemas. Como demuestran los casos del telescopio, el microscopio, el termómetro, el
barómetro, el prisma o el péndulo, los propios instrumentos se encuentran dentro de la
teoría misma, en parte integrante del saber científico. No solo funcionan potenciando los
sentidos, sino que también ayudan a correlacionar magnitudes distintas, como el espacio
y el tiempo en los experimentos de Galileo.

En quinto lugar, hemos de mencionar la diversa relación que tiene este nuevo
saber científico con la filosofía y demás saberes antiguos, y que es condición de
posibilidad de los cambios que hemos venido mencionando. Por un lado, la nueva
ciencia se alza principalmente contra algunos de las figuras más destacadas de la
filosofía y de la ciencia. Así, en el terreno de la física, esta tratará de desembarazarse de
diversas concepciones heredadas del aristotelismo, como el cambio de énfasis de las
esencias o las causas finales hacia aquellas cualidades de las cosas que sean objetivas,
controlables y cuantificables, y su resultado último será el rechazo de la cosmología
aristotélica que había dominado durante siglos. Por otro lado, no deja de ser cierto que
la revolución científica se apoya sobre determinados supuestos filosóficos. Así por
ejemplo, durante toda esta época tendrá mucha vigencia la creencia de origen
neoplatónico de que el lenguaje de la naturaleza es de orden matemático, que el
científico sería capaz de desvelar. Esta creencia funciona como supuesto, explícito o
implícito, para Copérnico, Kepler y Galileo.

Siguiendo con este tema, podemos hacer notar que también las fuentes de la
tradición mágica y hermética, así como de la alquimia o la astrología, son visibles tras
las teorías de muchos de nuestros autores, aun cuando estos se vayan deshaciendo
gradualmente de estas influencias. La astronomía, por ejemplo, estaba en aquella época
fuertemente impregnada por la astrología, la creencia que los asuntos de la tierra estaban
influenciados por los asuntos del cielo. Así, los astrónomos de los que hablaremos
muchas veces dedicaban su labor a compilar efemérides, es decir, tablas de las
posiciones de los astros cada día para poder interpretar la vida y asuntos terrenales. Otra
disciplina íntimamente relacionada con la ciencia en esta época es la magia, la ciencia
de la intervención sobre los seres humanos, las cosas y los acontecimientos, con el
objetivo de dominar, dirigir y transformar la realidad. Esta idea de la magia se apoya en
la tradición hermética que entiende que hay una simpatía cósmica que vincula a todos
los seres y al universo en su totalidad, y la podemos hallar tras el nacimiento de la
ciencia técnica-operatoria. También la alquimia de Paracelso, la ciencia de la
transformación de los metales groseros en productos acabados útiles para la humanidad
influenció mucho en la química de la época, así como su idea de que las enfermedades
eran específicas, y por lo tanto también sus remedios, fomentó mucho el desarrollo de la
medicina.

3. La revolución científica en la astronomía: Copérnico, Brahe y Kepler

Podemos pasar ahora a tratar a los científicos que establecieron el cambio de


paradigma en la astronomía. Pero antes podemos hacer una breve descripción de la
teoría astronómica con la que se enfrentaron nuestros autores. En la época de
Copérnico, la astronomía se exponía en las universidades europeas mediante dos tipos
de enseñanza, el de los cosmólogos físicos (los naturales) y el de los astrónomos
interesados en el cálculo de las posiciones de los cuerpos celestes y las previsiones de
estas (los mathematici). Los primeros se inspiraban fielmente en el sistema de
Aristóteles de las esferas homocéntricas. En este, la octava esfera, la de las estrellas
fijas, giraba cada día de este a oeste en su propio eje, mientras que el resto de las
esferas, las del Sol y de los demás planteas, tenían un movimiento propio que sin
embargo venía afectado por las esferas extrínsecas a cada una, resultando en
movimientos complejos e irregulares. Los segundos se basaban en el sistema de los
excéntricos y de los epiciclos de Ptolomeo, según el cual cada planeta se movía sobre
una circunferencia, llamada «epiciclo», cuyo centro se movía a su vez por otra
circunferencia alrededor de la Tierra, llamada «excéntrica». Este segundo sistema tenía
como objetivo ser más fiel a los hechos, aun cuando lo pagara con una teoría mucho
menos simple, y, de hecho, construida ad hoc para tratar de salvar las apariencias, ya
que a lo largo de los siglos se habían venido introduciendo numerosas modificaciones,
como nuevos epiciclos, al sistema original. Por otro lado, el sistema aristotélico tenía
también el inconveniente de que no podía explicar que los planetas estuvieran
alternativamente más cerca y más lejos de la Tierra a lo largo de su órbita. A pesar de
todo ello, ambos sistemas coincidían en ciertos supuestos básicos, a saber, que la Tierra
se hallaba en el centro del universo y que el movimiento de los astros es circular
uniforme.

3.1. Nicolás Copérnico

Nicolás Copérnico (Niklas Koppernigk, en polaco) (1473-1543) fue un


matemático, astrónomo, jurista, físico, clérigo, gobernador y diplomático polaco que
desarrolló el modelo heliocéntrico. La obra en la que exponía su sistema es el De
Revolutionibus, Sobre las revoluciones de los cuerpos celestes, publicada el año de su
muerte. En ella explica que, descontento con las diversas teorías de los astrónomos de la
época y la incapacidad de estas de representar con exactitud los movimientos aparentes
y permanecer fieles al principio del movimiento circular uniforme de los astros (como
en la práctica sucedía con el sistema ptolemaico), se había decidido a buscar en otros
autores opiniones distintas a las comunes. Y así, descubriendo que numerosos autores
antiguos habían mantenido que la Tierra giraba sobre su eje, aun cuando no la situaran
en el centro, se había aventurado a proponer su sistema.

Este es como sigue. La Tierra se mueve y orbita alrededor del Sol de igual manera
que el resto de los astros. Su movimiento se compone de un movimiento orbital (el año),
uno diurno y uno tercero que mantiene la inclinación de su eje con respecto al Sol. La
órbita de los planetas, incluida la Tierra, sigue un movimiento circular uniforme, cuyo
centro no coincide con el Sol pero está cercano a él. Las estrellas, a diferencia del
modelo geocéntrico, son objetos distantes que permanecen fijos. Sin embargo, el
universo sigue siendo cerrado, aun cuando sus dimensiones sean mucho más vastas de
lo que se sostenía.
Cabe mencionar aquí dos ideas que sirven de trasfondo de la teoría copernicana.
Por un lado, Copérnico se basa en cierta medida en el culto solar, de origen
neoplatónico, que identifica a Dios con el Sol. Por otro lado, sus ideas están
explícitamente influenciadas por la doctrina platónica y neoplatónica de que las
propiedades matemáticas constituyen los rasgos verdaderos e inmutables de las cosas
reales: Dios es un geómetra.

Por último, merece la pena mencionar que, aunque Copérnico siempre consideró
su teoría como una fiel descripción de la realidad, en el momento de publicación de su
obra, esta apareció prologada por un texto de su editor, Andreas Osiander. Este defendía
en el prólogo una interpretación no realista, sino instrumental, de la teoría de Copérnico,
según la cual esta funcionaría como mera hipótesis para permitir calcular con mayor
exactitud la posición de los planetas, pero sin necesidad de que fuera verdadera. La
controversia sobre si la teoría heliocéntrica se ha de interpretar realista o
instrumentalmente aparecerá nuevamente en el proceso a Galileo.

3.2. Tycho Brahe

Tycho Brahe (1546-1601) fue un astrónomo danés. Destacó, aparte de su papel en


la revolución científica, en el campo de la observación astronómica: transformó las
técnicas de observación y de medida, como la técnica de observar los planetas a lo largo
de su movimiento en el cielo, y construyó nuevos y mejores instrumentos. Sus precisas
observaciones, que luego completaría su ayudante Kepler, eliminaros toda una serie de
problemas basados en las erróneas observaciones del pasado, y sirvieron como material
para los investigadores a lo largo de siglos.

Basándose en sus observaciones, Brahe hizo numerosos descubrimientos. Así, el


estudio del movimiento de un cometa le permitió descubrir que este orbitaba
atravesando las órbitas de los planetas, y no entre la Tierra y la Luna como se suponía.
Este hecho tenía dos consecuencias importantes, pues, por un lado, desbancaba la idea
aristotélica, todavía sostenida por Copérnico, de que las órbitas de los cuerpos celestes
consistían en esferas materiales, compuestas de éter, que trasladaban a los planetas en
sus movimientos. A partir de entonces, estas esferas serían sustituidas por las órbitas.
Por otro lado, ponía en crisis la idea de la naturalidad de los movimientos circulares en
el cielo. Brahe también pudo observar la aparición de una supernova, rebatiendo la idea
tradicional de la inmutabilidad del cielo.

El sistema del universo propuesto por Brahe se encuentra a medio camino del
sistema ptolemaico y el copernicano. Era consciente de los problemas del modelo
tradicional pero no podía aceptar el movimiento de la Tierra, pues, además de
contradecir la Biblia, contradecía la experiencia cotidiana de que un proyectil disparado
hacia el oeste no alcanzaría más distancia que uno disparado hacia el este. Por tanto, en
su sistema Brahe mantiene a la Tierra en el centro, alrededor de la cual orbitan el Sol, la
Luna y las estrellas fijas. Sin embargo, el resto de planetas tienen como centro de su
órbita al Sol. Aunque este sistema funcionara como una suerte de compromiso para los
astrónomos entre la corrección copernicana y la teología, su evidente falta de simetría
no podía convencer a su ayudante Kepler o a Galileo.

3.3. Johannes Kepler

Johannes Kepler (1571-1630) fue un astrónomo y matemático alemán. Sus


contribuciones a la historia de la ciencia son numerosas: definió la naturaleza de la luz,
sentando los fundamentos de la óptica, estudió exhaustivamente las posiciones de
Marte, completó los registros de observaciones de Brahe y analizó teóricamente la
introducción del telescopio en la astronomía de la mano de Galileo, entre otras cosas.

Aun así, sus contribuciones más importantes a la astronomía las encontramos en


la matematización que introdujo en esta, permitiéndole describir sus famosas tres leyes
y descubrir la trayectoria elíptica de las órbitas. Su convicción neoplatónica de que el
mundo posee una estructura matemática y armoniosa se deja ver en su teoría de que las
órbitas de los cinco planetas se hallan inscritas en las figuras de los cinco sólidos
regulares. A pesar de que hoy pueda parecer evidentemente falsa, esta teoría iniciaba ya
una búsqueda de formas geométricas más allá de la tradicional forma circular, que
permitiese explicar el movimiento aparente de los planetas. En efecto, Kepler pasó
muchos años probando con distintas formas, ya fueran combinaciones de círculos u
óvalos, hasta que encontró en las elipses la figura que permitía reconciliar la teoría con
las observaciones.
Las leyes de Kepler son, pues, las siguientes. La primera ley enuncia que las
órbitas de los planetas forman elipses, encontrándose en uno de los focos de esta el Sol.
La segunda ley, por su parte, describe cómo la velocidad orbital de cada planeta varía en
relación con su distancia al Sol, de tal forma que cada uno cubre, en intervalos de
tiempo iguales, una superficie de la elipse igual. Esta superficie se constituye por la
posición del planeta en dos puntos distintos de su órbita y el Sol. Por último, la tercera
ley de Kepler enuncia que los cuadrados de los períodos de revolución de los planetas se
hallan en la misma relación que los cubos de sus respectivas distancias al Sol. Esta
última ley certifica por fin la visión científica de que el comportamiento de la naturaleza
se rige por relaciones matemáticas racionales.

4. Galileo Galilei

Galileo Galilei (1564-1642) fue un astrónomo, ingeniero, matemático y físico


italiano. Sus contribuciones científicas son numerosas, como la construcción de la
balanza hidrostática, el desarrollo del pulsómetro, para medir el tiempo, y del
termoscopio, para medir la temperatura, o el descubrimiento de la ley del movimiento
uniformemente acelerado. Sin embargo, sus aportaciones más significativas a la historia
de la ciencia están relacionadas con la revolución astronómica.

A pesar de ser un convencido copernicano, Galileo nunca se atrevió a defender


públicamente la teoría heliocéntrica hasta después de su construcción del telescopio. En
1609, recibió noticia de la fabricación de este aparato por parte de un fabricante de
lentes flamenco. Enseguida se pone a fabricar el suyo propio, una versión mejorada
tanto en su capacidad de ampliación como en que evitaba la deformación y la inversión
de los objetos vistos. No obstante, lo verdaderamente revolucionario no es esta
fabricación, sino el hecho de que Galileo haya introducido este aparato en la ciencia,
apuntándolo hacia el cielo. Concebirlo como una legítima potenciación de nuestros
sentidos y no como un mero juego o algo que nos engañaba era rompedor. Galileo
demuestra la veracidad del telescopio en la observación de incontables estrellas. Y una
vez hecho esto puede utilizarlo como un arma decisiva en la lucha entre el sistema
ptolemaico y el copernicano.
Las observaciones que el telescopio le brindó a Galileo son numerosas. En primer
lugar, este permite observar innumerables estrellas nunca antes vistas, con lo que hace
aumentar las dimensiones del universo. En segundo lugar, al apuntar con el telescopio
hacia la Luna, Galileo puede comprobar que esta no es una esfera lisa como suponía el
aristotelismo, sino que estaba repleta de montañas y valles, del mismo modo que la
Tierra. Esto tenía una importancia que no se puede menospreciar pues significaba que la
tradicional distinción aristotélica entre el mundo sublunar y el mundo supralunar, el cual
se suponía inmutable y regular, ya no se podía sostener. En tercer lugar, puede también
descubrir que la naturaleza de la galaxia es una acumulación de estrellas por doquier,
observando la Vía Láctea, los cúmulos de estrellas, los anillos de Saturno o los satélites
de Júpiter. Estos últimos tienen gran importancia porque muestran un modelo a escala
reducida del sistema solar y refutan la idea de que todos los cuerpos celestes han de
girar en torno a la Tierra. En cuarto lugar, descubre las manchas solares, otra prueba
contra la supuesta inmutabilidad del cielo. En quinto lugar, también observa las fases de
Venus, fenómeno difícilmente explicable el sistema ptolemaico y que, en cambio,
aparece comprensible a la luz del modelo heliocéntrico. En 1610 Galileo publica el
Sidereus Nuncius (El mensajero de las estrellas) en donde expone muchas de estas
observaciones hechas posibles gracias al telescopio.

Con esta obra, Galileo alcanzó un gran renombre. No obstante, aunque los
astrónomos de la Iglesia católica en un principio confirmaron muchos de sus
descubrimientos, finalmente acabaron oponiéndose a cualquier tipo de innovación que
pusiera en peligro el sistema ptolemaico-aristotélico. En particular, en esos años la
Iglesia empezó a atacar duramente a los copernicanos, ataque que también afectó a
Galileo. La acusación contra Galileo se basaba en algunas afirmaciones que esta había
hecho en cartas dirigidas a algunos discípulos y amigos. En estas, hablaba sobre la
relación entre la fe y la ciencia, separando completamente los objetivos de ambas:
mientras que la primera nos enseña cómo se va al cielo, la segunda nos enseña cómo va
el cielo. Los pasajes de las Escrituras no han de tomarse como una autoridad para
encontrar respuestas a las problemas naturales. Galileo reclama entonces una autonomía
de la ciencia con respecto a la fe. Podemos observar entonces la base de las acusaciones
contra Galileo. El 1616, el primer proceso contra Galileo concluye con la orden de que
Galileo abandone las ideas copernicanas, las cuales son absurdas y heréticas, y con la
prohibición de que las enseñe o defienda de ningún modo.
Cuando en 1623, es elegido como nuevo papa un amigo suyo, Galileo se siente
más seguro y reemprende la defensa del heliocentrismo, por ejemplo, mediante su teoría
de las mareas. Sin embargo, es su obra Diálogos sobre los dos máximos sistemas del
mundo de 1632 la que más merece nuestra atención. Aun cuando del objetivo declarado
de esta obra sea exponer la razón de la condena católica del copernicanismo, lo cierto es
que el diálogo pretende reabrir el debate y mostrar los argumentos contra el sistema
ptolemaico-aristotélico. Entre otras cosas, rebate los argumentos tradicionales contra el
movimiento de la Tierra, que mantenían, por ejemplo, que un proyectil disparado hacia
el oeste debería llegar más lejos que uno hacia el este, dada la rotación de la Tierra, lo
cual obviamente no sucede. Contra estos argumentos Galileo establece el principio de
relatividad de los movimientos según el cual no podemos determinar si un sistema está
en reposo o en movimiento rectilíneo uniforme si nos basamos solo un observaciones
realizadas en el interior de ese mismo sistema. Así, al igual que en un barco que se
mueve, si lanzamos una flecha hacia proa y otra hacia popa, ambas alcanzarán la misma
distancia, también estando en la Tierra, no podemos decir que esta se esté moviendo o
no basándonos en las observaciones de los cuerpos que están en ella. Este principio
significa de hecho que el movimiento (o el reposo) no es atribuible a un cuerpo en sí
mismo sino a una relación entre varios cuerpos, lo cual supone la negación tanto de la
teoría aristotélica así como de la teoría medieval del impetus.

Ahora bien, esta obra también llama la atención de la Iglesia y al año siguiente, en
1633, se le condena y Galileo acaba abjurando de sus creencias, a pesar de lo cual se le
obliga a permanecer confinado el resto de su vida. Aún así, consigue publicar todavía
otra obra importante, los Discursos sobre dos nuevas ciencias, donde sienta las bases de
la mecánica. Aquí rebate todavía algunas ideas de Aristóteles mediante su defensa del
atomismo y del vacío, así como expone las leyes clásicas sobre el movimiento
uniformemente acelerado. Para esto último se apoya en el experimento mental de los
planos inclinados, que muestra que los cuerpos en caída recorren una distancia que
aumenta con el cuadrado del tiempo transcurrido. De esta manera, se prepara el camino
para los hallazgos de Newton.

5. Isaac Newton
Isaac Newton (1642-1727) fue un físico, matemático, alquimista y teólogo inglés,
que llevó a su culminación la revolución científica mediante el establecimiento de las
bases de lo que sería la física clásica. Además de lo que trataremos, a Newton se le debe
el desarrollo del cálculo infinitesimal, sus investigaciones sobre la naturaleza de la luz
(como el descubrimiento del espectro de color o la teoría corpuscular de la luz) o el
teorema del binomio. En 1687 apareció sus Philosophiae naturalis principia
mathematica (o Principia), la cual puede con justicia ser considerada como la obra más
importante de la historia de la ciencia.

Los Principia, divididos en tres libros, están dedicados principalmente a la


mecánica, la ciencia que estudia el movimiento de los cuerpos. Comienza con una serie
de definiciones y unos axiomas. Estos axiomas son las tres famosas leyes del
movimiento de Newton. La primera ley de la ley de la inercia, sobre la que ya había
trabajado Galileo. Enuncia que todo cuerpo persevera en su estado de reposo o de
movimiento rectilíneo uniforme, a menos que se apliquen sobre él fuerzas que le
obliguen a cambiar ese estado. La segunda ley, también formulada por Galileo, dice que
el cambio de movimiento es proporcional a la fuerza motriz que se aplica, y se hace en
la dirección de la línea recta en la que se imprime esa fuerza. La tercera ley afirma que a
toda acción se opone siempre una reacción opuesta e igual. Aunque Newton afirma
estas leyes se les deben a otros matemáticos (como Galileo), lo cierto es que tomadas en
conjunto sientan por sí mismas los principios de la mecánica clásica. Newton también
introduce aquí las nociones de tiempo absoluto y espacio absoluto, los cuales generarán
una gran polémica.

Los dos primeros libros de los Principia tratan principalmente sobre el


movimiento de los cuerpos, tanto sin resistencia como con ella, y aquí trata temas muy
diversos, como la prueba de la segunda ley de Kepler o la refutación de la teoría de los
vértices de Descartes. Pero será en el libro tercero en el que aplique todo lo analizado
hasta el momento al problema del movimiento de los cuerpos celestes y la organización
del universo. En este libro expone la ley de la gravitación universal, la cual señala que la
fuerza de gravitación con la que dos cuerpos se atraen es directamente proporcional al
producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de su distancia. Esta ley
permite a Newton dar cuenta de una infinidad de fenómenos, ya sea la caída de una
manzana como el movimiento de la Tierra en torno al Sol. En particular, aplicada al
sistema solar, la ley de la gravitación permite explicar a Newton el movimiento de los
planetas, de los satélites, de los cometas, el movimiento de precesión de la Tierra o las
mareas. Caía definitivamente así la pretendida diferencia esencial que se establecía entre
el cielo y la tierra. Y se culminaba el desarrollo de la revolución astronómica con la
prueba del modelo heliocéntrico, así como la del movimiento elíptico de los planetas.

En otro orden de cosas, podemos mencionar también las conocidas «reglas del
filosofar» o metodológicas que Newton establece al comienzo del libro tercero. La
primera regla dice que no debemos admitir más causas de las cosas naturales que
aquellas que sean al mismo tiempo verdaderas y suficientes para explicar sus
apariencias. Es decir, que nuestras teorías han de ser simples. Newton se basa para
afirmar tal regla en la suposición ontológica de que la naturaleza ama las cosas simples
y no se excede en causas superfluas. La segunda regla enuncia que, partiendo de esto, a
los mismos efectos debemos asignar las mismas causas. Por ejemplo, a la respiración en
el ser humano y en el animal o a la caída de una piedra aquí y en otro planeta. En
definitiva, Newton parte de que la naturaleza es uniforme. La regla tercera, por su parte,
siguiendo con la cuestión de la uniformidad de la naturaleza, afirma que las cualidades
de los cuerpos que se encuentran en todos los cuerpos que observamos deben ser
consideradas como cualidades universales de todos los cuerpos. Por tanto, no hemos de
abandonarnos a especulaciones sobre la forma de la naturaleza que no llegamos a
percibir. A partir de esta regla, Newton establece algunas cualidades fundamentales de
los cuerpos, como la extensión, la dureza o el movimiento, apoyándose en una teoría
corpularista de la materia, así como la gravedad de los cuerpos. Finalmente, la cuarta
regla establece que es el método inductivo el apropiado para la ciencia, pues esta
mantendrá como verdaderas o como próximas a la verdad a aquellas proposiciones
inferidas por inducción desde los fenómenos que nos sea hayan refutado por la
experiencia.

Por último, podemos aquí repetir la famosa expresión que Newton utilizó cuando
se preguntó por la causa o la razón de la fuerza de gravitación universal: hypotheses non
fingo, es decir, «no invento hipótesis». Newton se negaba a darse a la especulación en
aquellas cuestiones de filosofía natural que estaban claramente más allá de la
experiencia y las posibilidades de la inducción. Es, desde luego, un lema que puede
resumir en gran medida el nuevo espíritu de la revolución científica.
6. Conclusión

Como hemos visto, la revolución científica trastocó muchas de las ideas


tradicionales en torno al conocimiento humano, la relación entre la ciencia y la fe, el
método de investigación, las ideas acerca de la naturaleza y nuestra relación con la
tradición. Sin embargo, no hemos todavía mencionado aquí la que quizá sea la más
importante consecuencia de esta revolución. Y es que el sistema heliocéntrico, al
desplazar a la Tierra de ser el centro del universo a ser uno más de los planetas que
orbitan en torno a nuestra estrella local, cambió radicalmente el lugar que el ser humano
creía que ocupaba en la totalidad del mundo. El ser humano ya no era el centro del
universo, la criatura para cuya contemplación todo el orden del mundo se había creado,
sino que era uno más de los seres que lo poblaban. Desde luego, esta idea no se
derrumbó completamente en estos siglos, y podemos mencionar dos episodios ulteriores
que pretendieron seguir todavía este camino: la teoría de la evolución de Darwin y la
teoría del inconsciente de Freud. Puede ser, de hecho, que todavía no nos hayamos
librado enteramente de esta idea, pero es seguro que el estudio de estos autores y de este
momento trascendental de la historia del pensamiento nos obligue a plantearnos en clase
cuál es el lugar que ocupamos y cómo pensar en general nuestras vidas.

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