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Introducción
En tercer lugar, tenemos los modos, la pluralidad infinita de los seres del mundo,
modificaciones o determinaciones de los atributos de la sustancia. Hay modos infinitos
como el movimiento y reposo, modo infinito de la extensión, o el entendimiento, modo
infinito del pensamiento, y modos finitos. Estos modos finitos se constituyen en dos
series: la de los cuerpos y la de las ideas. Los modos son causados necesariamente por
Dios y por tanto están determinados, no dejan nada a la contingencia. Así, por ejemplo,
un cuerpo concreto tiene como causa otro cuerpo, y este otro, y así sucesivamente hasta
el infinito. Dios no actúa como causa trascendente de esta serie, sino que esta serie
causal es la causalidad divina, es decir, Dios mismo en tanto que Natura naturata.
3. La relación mente-cuerpo
El sistema infinito de los modos es un solo sistema, no hay dos sistemas, uno de
las ideas o mentes y otro de los cuerpos. Pero este sistema se puede considerar desde
dos puntos de vista, a saber, según el atributo del pensamiento o según el atributo de la
extensión. De este forma, a cada uno de los modos considerados según un atributo le
corresponde otro modo según el otro, de modo que a cada cuerpo o cosa extensa le
corresponde una idea. Los cuerpos se derivan ordenadamente tanto lógica como
causalmente según la serie de los cuerpos y las ideas según la serie de las ideas. Pero
esto no significa que haya dos órdenes distintos, sino que más bien hay que
considerarlos como el mismo orden, aunque desde dos puntos de vista.
Para Spinoza, la mente es la idea del cuerpo. Y dado que el cuerpo está compuesto
de muchas partes distintas, también la mente o la idea del cuerpo está formada por
muchas ideas distintas. Esta teoría le permite a Spinoza explicar la percepción, ya que
cuando el cuerpo es afectado por un cuerpo externo, la idea de la modificación del
cuerpo es la misma idea del cuerpo externo, de tal forma que la mente puede percibir
tanto la naturaleza de su cuerpo como la de los demás cuerpos. De igual forma, la
memoria es la percepción de dos cuerpos simultáneamente, de forma que cuando
posteriormente solo aparezca uno, para la mente aparecerán las ideas de ambos. Por otro
lado, la autoconciencia es la idea de la mente, es decir, una idea de una idea.
Spinoza también se propone explicar las acciones, deseos y pasiones humanas del
mismo modo deductivo y geométrico con el que ha investigado todos los demás temas.
Estas no son contempladas desde una perspectiva moralista como debidas a la debilidad
humanas, sino que más bien expresan, como los demás seres del mundo, la potencia de
la naturaleza. Además, como vimos antes, su solución al problema cartesiano de la
interacción entre la mente y el cuerpo era negar el problema mismo: la mente no actúa
sobre el cuerpo como si fuera una causa externa, sino que es el mismo cuerpo desde una
luz distinta. De ahí que sea imposible imaginar que haya decisiones libres que no
puedan explicarse mediante causas eficientes, como si la mente pudiera tomar
decisiones libres aparte del cuerpo. Aun así, como veremos, Spinoza quiere mostrar
cómo se sigue pudiendo lograr una especie de libertad respecto de la servidumbre de las
pasiones.
Para Spinoza, toda cosa individual, sea la que sea, se esfuerza en persistir en su
propio ser. Esto es lo que llama el conatus. La esencia de algo determina su actividad y
la determina a conservarse también a sí misma y a incrementar su poder y actividad. A
partir del conatus como principio básico de la conducta, edifica Spinoza el resto de su
teoría. De este modo, cuando esta tendencia es solo de la mente, se llama «voluntad»;
cuando se refiere a la mente y al cuerpo, «apetito». El deseo es este mismo apetito
cuando se hace consciente. Por otro lado, cuando se pasa a un estado mayor de
perfección, la conciencia refleja esto como placer; y cuando se pasa a un estado de
menor perfección, como tristeza. Y así todo: cuando el placer va acompañado por la
idea de una causa externa, es amor, y cuando es la tristeza la que va acompañada por
una idea así, es odio.
Pues bien, para Spinoza aquella persona que no es capaz de moderar y hacer
frente a sus emociones vive en servidumbre, ya que está en manos de la fortuna y del
destino, y no tiene poder para guiar su vida como desearía. Ahora bien, quizá aquí se
podría objetar que si se ha definido lo bueno en función de lo que a cada uno en
concreto le permite aumentar su poder de acción, su perfección y su placer, todos
deberíamos perseguir continuamente aquello que es bueno para nosotros, de modo que
no importaría en absoluto que fueran las emociones pasivas las que nos empujaran a
ello. Sin embargo, según Spinoza también nos podemos formar, y de hecho lo hacemos
así, una idea general de ser humano, que va acompañada por un ideal de ser humano. Y
así, acabamos llamando «bueno» a aquello que sabemos ciertamente que es un medio
para alcanzar tal ideal y «malo» a aquello que sabemos ciertamente que no. Por eso, los
seres humanos podemos saber lo que es bueno para nosotros, y sin embargo actuar de
forma contraria guiados por emociones pasivas, las cuales son por lo general más
fuertes que los deseos originados en nuestro conocimiento.
Así, por ejemplo, Spinoza habla del derecho natural de los individuos (al igual
que de los animales y, de hecho, de todas las cosas) como aquello que determina que
alguien actúe de una determinada manera. El ser humano está determinado por estas
leyes naturales a actuar según su naturaleza, y de hecho a actuar y a hacer todo aquello
que está en su poder. Spinoza llega a decir que los derechos de cualquier individuo
solamente están limitados por los límites de su poder. Tanto una persona sabia como
una ignorante se guían por esta ley natural, aun cuando sea distinta en cada caso pues el
primero se guiará por la razón mientras que el segundo lo hará por las pasiones; pero en
ambos casos tienen un derecho soberano a tomar para sí lo útil y placentero sin importar
cómo. La naturaleza solo impide aquello que no deseamos o no tenemos poder para
hacer.
En este estado de naturaleza las personas tratan como enemigos a todos aquellos
que obstaculicen su acción, imperando por tanto el odio, la ira y la envidia. Y la justicia
solamente se refiere a que cada uno tome para sí lo que crea útil. Sin embargo, como
todo el mundo desea vivir en la medida de lo posible seguro y sin miedo, los individuos
han necesariamente de llegar a un acuerdo para vivir juntos, y esto solo es posible si la
razón gobierna a las pasiones. De hecho, como en el estado de naturaleza el propio
poder y el derecho natural están en constante peligro por los demás, ellos mismos
apuntan a la formación de una sociedad organizada. En esta, la ayuda mutua permite a
los seres humanos soportar la vida y cultivar la mente. Por tanto, para Spinoza el pacto
social descansa en el interés ilustrado de los propios individuos para obtener un bien
más grande del que tenían antes, de tal modo que, si el pacto se muestra inútil o poco
provechoso, pierde su validez. Las necesarias restricciones a la libertad individual solo
tienen sentido si benefician más que perjudican.
Para acabar, merece la pena subrayar que una de las características principales de
una sociedad racionalmente organizada era la tolerancia religiosa. Para él, el lenguaje
religioso no se había de medir igual que el lenguaje filosófico o científico, pues no tenía
como fin describir la realidad sino alentar determinadas formas de conducta en las
personas. Por eso, mientras que el mensaje de una religión concreta no amenazara al
bien social, no habría razón alguna para perseguirla o denostarla. De hecho, más
ampliamente, un Estado democrático habría de cuidar de forma especial que no se
privara o atentara contra el derecho natural del individuo sobre sus propios juicios,
sentimientos y creencias. El Estado más racional y libre sería el más tolerante, en el que
cada uno pudiera elegir cómo quiere vivir, y también, aquel en el que las ciencias y las
artes progresarían.
7. Conclusión
Sin embargo, hoy en día a este autor no se le lee principalmente por su método ni
por su concepto de sustancia, sino por algo que se podría llamar una filosofía de la
inmanencia, por ejemplo en Deleuze. A esto lo acompaña una idea del cuerpo, de su
relación con la mente, y en general, de su potencia que es muy interesante para la
revalorización que el cuerpo tiene en la filosofía contemporánea, ejemplificado en la
famosa frase de la Ética de «nadie sabe lo que puede un cuerpo». Aquí nos hemos
interesado por su ética y su filosofía política, y cómo estas permiten esbozar una noción
de sujeto muy original en la filosofía moderna.