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La Constitución de 1979 fue sobreabundante en esta materia: elevó a rango constitucional, en forma
abierta y desprolija, algunas cuestiones de indudable importancia como la estabilidad laboral o la
participación- al lado de conceptos pobres e insuficientes, como el derecho a gratificaciones,
bonificaciones y otros beneficios legales o convencionales, materia esta última que ciertamente no
merecía un reconocimiento a ese nivel, o trajo innovaciones injustificables como la de la extensión de la
prescripción de derechos a los quince años, por no hablar del banco de los trabajadores, engendro que
felizmente nunca se concretó.
La Carta de 1979 fue, pues, pródiga en lo cuantitativo, pero muy dispareja en lo cualitativo. Aparecen
mencionados o expresamente contemplados, entre otros, los derechos individuales siguientes: