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PRESENTADO POR:
OSCAR YOBANY MATA
¿Qué es la ética?
La ética es un conocimiento fundamental que debería interpelarnos todos los días respecto
de qué hacemos y por qué lo hacemos de ese modo, por un lado, y cuáles son las
consecuencias para nosotros, para nuestras familias y para la sociedad que integramos de
eso que hacemos. Y también cuál es nuestro aporte a la construcción de la sociedad en la
que vivimos, qué hacemos nosotros para que vivir en sociedad sea algo mejor para todos
cada día.
Sucede que, de un modo u otro, llamándole así, ética, o con otra acepción, la reflexión ética
existe desde siempre. Hubo a lo largo de la historia importantísimos pensadores que fueron
aportando diferentes ideas que, con el paso del tiempo, conformaron una suerte de
compendio respecto de cuál es el comportamiento humano más beneficioso, tanto
individual como colectivamente. Es decir, en tanto integrantes individuales de una sociedad
y al mismo tiempo para la sociedad en su conjunto.
Justamente de esto es de lo que hablamos cuando hablamos de ética. Y esto con la
particularidad de que por el hecho de ser humanos somos únicos e irrepetibles, pensamos y
sentimos diferente (parecido, muchas veces, pero diferente de todos modos), y a diferencia
del resto de las criaturas que habitan este planeta, desarrollamos una inteligencia que nos
permite elegir.
¿Tiene alguna utilidad ponerse a reflexionar sobre eso? ¿Y para qué sirve?
Se consolidó la creencia de que la reflexión moral o ética, y la reflexión respecto de uno
mismo incluso, “no es para cualquiera”. Que la reflexión, el análisis es para los estudiosos o
los filósofos. Que tenemos que usar nuestra inteligencia para “ser más productivos”, para
“ganar más plata” y así ser “exitosos”.
Lamentablemente, escaparle al análisis de las decisiones que uno toma y de lo que uno
hace, desde el punto de vista de la ética, parece ser que no es lo mejor a pesar de la prédica
contraria reinante. Sin embargo, introducirnos en los conceptos de lo bueno y lo malo, lo
correcto y lo incorrecto con pretensiones universales tampoco es tarea sencilla;
fundamentalmente porque no sabemos o, como mínimo, no estamos de acuerdo en “para
qué sirven los seres humanos”.
Algunos se posicionarán desde un punto de vista religioso, otros desde uno agnóstico o
directamente ateo, algunos desde una perspectiva ideológica o política y otros desde una
profundamente nihilista e incrédula, pero todos, sí, todos, sin certezas al respecto, lo que
dificulta el proceso.
Lo cierto es que, nos guste o no, permanentemente tenemos que elegir. Decidir qué hacer y
cómo hacerlo. Y elegir es optar por una de las opciones y, al mismo tiempo, desechar otras.
Y siempre, siempre, hay consecuencias. Como dijo Sartre, “estamos condenados a la
libertad”. Vamos armando la persona que somos y cargando de contenido el rol que
cumplimos, la clase de padre o madre que somos, de hijo o hija, de amigo o amiga, y
también la clase de profesional que somos. Y desde ahí, cuál es nuestro aporte a nosotros
mismos, a la sociedad que nos cobija y a la profesión que ejercemos.
Como veremos, son muchos los autores que, desde distintas perspectivas, reflexionaron en
torno a la ética a lo largo de la historia. Aristóteles, Séneca, Spinoza, Kant, Nietzsche,
Hume, Tomás Moro, Erich Fromm, entre muchísimos otros igual o más importantes que
estos.
2.1 Aristóteles
La ética es, indudablemente, uno de esos temas. En torno a este, Aristóteles publicó tres
escritos: Gran Ética, la Ética Eudemia y la Ética Nicomáquea (o Ética para Nicómaco).
En Ética para Nicómaco Aristóteles establece como objeto de su estudio el establecimiento
de lo que significa una buena vida; es decir, una vida que esté orientada hacia un horizonte
de realización humana plena. Una vida que permita decir, al momento de su conclusión,
que ha valido la pena vivirla tal y como fue vivida. O sea, una reflexión profunda respecto
de cuál es la mejor forma de vivir la vida desde la condición humana.
Por eso, para Aristóteles, el bien último al que aspira la vida humana, no como instrumento
para obtener otros bienes, sino el bien en sí mismo, el bien más perfecto de todos al que
debe aspirar todo ser humano, es la felicidad. Para Aristóteles toda vida humana está
orientada a la felicidad.
En su Ética Nicomáquea señala una serie de virtudes que es necesario poner en práctica si
se desea alcanzar la felicidad. Así, habla de la valentía, la moderación (en relación con el
placer), de la liberalidad y la magnificencia (en relación con el dinero), de la
magnanimidad, la mansedumbre, la amabilidad, la veracidad (en el sentido de la sinceridad)
y la jovialidad como principios que deben regir nuestras relaciones entre humanos. A escala
social agrega, además, fundamentalmente la justicia.
Cuando se pregunta acerca de cómo debemos vivir para vivir bien, responde que si la ética
nos proporciona una respuesta individual a esta pregunta, la política pone el foco en el
conjunto de la comunidad cívica. Individuo y sociedad son dos caras de una misma
moneda, ya que el hombre es por naturaleza un ser social. Y al mismo tiempo que es el
conjunto de las decisiones que fue tomando y de los actos que lo construyeron exactamente
del modo en que en ese momento es, de esa misma forma cada individuo, con su
comportamiento, hace su aporte a la construcción cotidiana de la sociedad de la que forma
parte y de la que recibe estímulos permanentemente.
Y en tanto ubica a Freud en esa corriente, y aun cuando le reconoce su valor fundamental,
se anima a criticarle el relativismo ético como herramienta para arribar a la cura. Con la
existencia del inconsciente Freud demostró que buena parte del comportamiento humano
no era estrictamente “racional” ni “voluntario”. Esto habilitó todo un campo de estudio
gigantesco para la ética. Pero, al mismo tiempo, se apartó de la idea de verdad, de la idea de
bien y mal, para optar por un relativismo donde bueno será aquello que le haga bien al
paciente de acuerdo a su historia y sus creencias, entre otras cosas.
Fromm dirá que no hay cura sin ética y que el tratamiento radica justamente en la remoción
de los obstáculos que impiden la realización ética del ser humano, que es la que consagra la
felicidad.
Al mismo tiempo, ética, moral y derecho no son otra cosa que las etapas del proceso de
transición entre la ética y la política.
Así la moral, fundamentalmente, se convirtió en campo de batalla simbólico respecto de su
contenido, lo que la inhabilita para ser considerada una fuente genuina de derecho desde el
punto de vista de la superación ética y de su ascenso a un nivel colectivo.
Este proceso se suma a la crisis de valores ya referida. Sin embargo, no interesa aquí volver
sobre eso sino más bien referir que tanto la ética como la moral y también el derecho de
algún modo nos otorgan las reglas de convivencia, el establecimiento de los
comportamientos de lo que socialmente está permitido y lo que no.
Es preciso aclarar aquí que no existe, desde nuestro punto de vista, divorcio posible entre la
clase de persona que uno es cuando ejerce su profesión y la que es cuando no está oficiando
como profesional. Aquí, desde el punto de vista de la ética, se nos presenta una situación
similar al del justo medio aristotélico respecto de la justicia: o uno se comporta éticamente
en su vida y en su profesión o no lo hace.
No se puede ser un poco ético o ético cuando uno está con su familia, pero no durante el
ejercicio de la profesión. La profesión de abogado otorga una oportunidad inmejorable para
desplegar el modelo ético en toda su extensión.
La abogacía es una profesión que, desde la ética, nos pone en un lugar privilegiado para la
persecución de la justicia y la vigencia de los derechos humanos. Además, nos enfrenta al
privilegio de poder asistir a alguien de forma sustancial para su existencia y poder poner en
palabras sus sentimientos, deseos y anhelos. Pero al igual que ocurre con la ética, no existe
una sola forma de ejercer la abogacía. Aunque para la abogacía sí existe una sola forma de
hacerlo correctamente.
4. Deontología Profesional
La deontología y la ética trabajan con el mismo campo de actuación, precisamente por ello,
es común que en el lenguaje cotidiano no encuentren diferencias. Entonces, la deontología
profesional se materializa a través del establecimiento de un código de ética, que es un
compendio de reglas de conducta en materia profesional, que se diferencia de la ética o la
moral por encontrarse organizadas sistemáticamente y sancionadas normativamente de
acuerdo a las facultades del colegio de profesionales respectivo, en este caso, el de los
abogados.
En el caso que nos ocupa, resulta necesario conocer cuál es el contenido de los deberes,
obligaciones y alcance del ejercicio del abogado. Ya que la deontología en el ámbito
profesional tiene como objetivo declarado el establecimiento de reglas que si bien
pertenecen al ámbito moral o ético en sentido estricto, no es menos cierto que su carácter
imperativo las posiciona en auténticas normas de obligado cumplimiento.
Los códigos de ética, entonces, son el compendio de lo que, de algún modo, la sociedad
espera de los abogados. Pero ellos, como sostienen los autores citados, se establecen “no
solo en aras de lograr eficiencia en el ejercicio de la profesión, sino que tienen en
consideración, antes que nada, para exigir el cumplimiento de las conductas normadas, el
destacado lugar que la abogacía ocupa como servicio público esencial que brinda al
colectivo social”.
CONCLUSIONES
Toda ética digna de ese nombre parte de la vida y se propone reforzarla, hacerla más
rica, que vivir no es una ciencia dura, como la física, sino un arte, como la música, y,
finalmente, que el modo que cada uno de nosotros elige para ejercer su profesión habla
mucho de cada uno de nosotros y en buena medida define todo lo que vamos a
construir a nivel individual, familiar y como integrante de la sociedad.
La ética en la pos verdad exige la consolidación de nuevos consensos, que aun sin el
valor de verdad en el sentido absoluto que antes tuvieron, cuenten con una solidez
suficiente que nos permita encauzar nuestras elecciones, nuestros actos y los de la
mayor cantidad de personas, para avanzar en un proyecto ético que nos mejore como
personas y como comunidad.