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La diferencia que hay entre ambas categorías es que una sanción disciplinaria
tiene por objeto penalizar las transgresiones que un empleado público pudo
haber realizado en el cumplimiento de sus deberes dentro de la órbita de la
Administración Pública; en cambio las sanciones administrativas son penas
previstas para quienes cometen una falta administrativa, refieren a las relaciones
externas de la Administración respecto a terceros administrados.
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El poder de regulación del Estado -podría interpretarse en sentido amplio como
poder de policía- es una atribución propia del Poder Legislativo. El Poder
Ejecutivo tiene la obligación de cumplir y hacer cumplir las limitaciones o
restricciones que ordene el Legislativo. En efecto, ningún derecho es absoluto y
el Estado tiene el deber de limitar su ejercicio por medio de mandatos
restrictivos emanados por el poder legislativo, de conformidad con los artículos
14 y 18 de la CN.
Los antecedentes que fueron motivo al dictado del acto fueron las reiteradas
sanciones aplicadas a la empresa prestataria por diferentes faltas administrativas
(contravenciones), las cuales fueron debidamente sancionadas por el Estado, es
decir, respetando las garantías del debido proceso. Al respecto sostiene Balbín
que los “actos o comportamientos estatales que deben cumplir con las
disposiciones de la ley (LPA y otras más específicas) […] en particular, los actos
sancionadores están gobernados por los principios propios y específicos del
Derecho Penal y Procesal Penal.” (Balbín, 2015, 245). Este criterio es
compartido por Avalos, Buteler y Massimino, para quienes el poder sancionador
se encuentra sujeto a determinadas reglas, “la mayoría de las cuales comparte su
génesis con el proceso penal, aunque con las particularidades de la disciplina
administrativa” (Avalos, et al. 2014: 322).
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En efecto, el proceso administrativo sancionador se rige, al igual que el penal,
por los principios de legalidad e irretroactividad y por las garantías
constitucionales de defensa en juicio. En este sentido el imputado se presume
inocente, tiene derecho a ser oído, a ofrecer y producir pruebas; y a una decisión
fundada, la cual podrá ser recurrida en sede administrativa y en una etapa
ulterior revisada judicialmente.
La actividad declarada como servicio público tiene una finalidad pública que
fundamenta los medios exorbitantes de derecho común, es decir: “un régimen de
derecho público que asegure la generalidad, uniformidad, regularidad y
continuidad del servicio” (Avalos, et al, 2014: 261). En este sentido los
caracteres del servicio público son la continuidad, la regularidad, la generalidad,
la igualdad y la obligatoriedad.
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Por ello quien presta un servicio público se debe abstener de realizar todo tipo de
actos que puedan llegar a atentar o afectar la continuidad, la falta de la misma
constituirá una falta al sistema de prestación que puede recaer en una sanción.
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Ahora bien, respecto de la situación jurídica del usuario existen diferentes
posiciones al respecto en caso de que el servicio lo preste la administración
pública o, indirectamente, un particular.
Ante las características propias de los servicios públicos, nos dice Mosset
Iturraspte que con la aplicación del derecho público en el marco de las
relaciones jurídicas entre el titular del servicio (Estado) y los usuarios es
“proteger a una de las partes restableciendo el equilibrio contractual, habida
cuenta de una “falla estructural en el mercado”, atendiendo a las situaciones de
poder; se busca asegurar una “igualdad de oportunidades”. “No es una
intervención que distorsiona la autonomía, sino que la mejora permitiendo que
los contratantes se expresen en un pie de igualdad”. (Mosset Iturraspe, 2008:
229)
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BIBLIOGRAFÍA
- Mosset Iturraspe, Jorge (2008) “El orden público y la tutela del consumidor y
usuario”. Revista Latinoamericana de derecho. Año V, núm. 9-10, enero-
diciembre de 2008.
http://ebookcentral.proquest.com/lib/biblioues21sp/detail.action?
docID=3224862.