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Hugo Nava Fuentes

18 de mayo de 2023
Cartografía Queer
Era del año la estación florida, cuando aquel mancebito vagaba hambreado, naufrago y
desdeñado sobre ausente. El mancebito buscaba saciarse en el útero, soñaba que los dulces
gemidos del orgasmo le sanarían el pecho, lo acompañarían en dulces querellas y las
relegarían a la condena del olvido. El mancebito llevaba por nombre Coridón y peregrinaba
en busca del sexo absoluto: en la mañana conduce entre pastores ovejas del monte al llano,
y cabras del llano al monte, en la tarde busca en los senos montañeses la llave. En los
formidables labios de la vulva no hallaba más que un espejo de su agonía, en el clítoris
conoció la furia y en la larga cabellera que émula al oro reconoció su deseo por ser
penetrado.
Coridón acudió con su pesar a los sabios en busca de alguna palabra de socorro o,
tal vez, de aliento: su orgullo pierde y su memoria esconde. Los sabios le exigieron
silencio; a cada jadeo que Coridón exhalaba en busca de la compañía de sus amigos
pastores le tocaban azotes, tantos azotes que el cuerpo entero fue aprendiendo a descansar
en el látigo, tantos azotes que la piel se iba reconociendo y sanándose a sí misma con el
contacto con el cuero. Coridón aprendió a caminar con sus ovejas al ritmo de la mano del
perpetuador. Los sabios no habían podido curarlo y el deseo de Coridón únicamente crecía
y crecía. En una noche oscura con ansias en amores inflamada ¡o dichosa ventura! salí sin
ser notada estando ya mi casa sosegada. En la noche dichosa en secreto que nadie me veía
ni yo miraba cosa sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía. Coridón fue a las
tierras del pastor Alexis, el que ministrar podía la copa mejor que el garzón de Ida.
Coridón entregó su cuerpo hambreado al deseo de Alexis: lo penetro hasta que le sangrara
el ano; Alexis golpeó, ahorcó y azotó a Coridón con la mano de un sacerdote que inicia el
ritual de adoración y sacrificio.
En poco tiempo Alexis fue cambiando su forma, su tierra, su edad, su lengua y su
hermosura. Lo que en un primer momento fue una caverna mística, ¡Oh bienaventurado
albergue, a cualquier hora!, podía tomar distintas formas: el vagón del metro, el baño
público de la glorieta de insurgentes, el Sanborns de Chilpancingo, las regaderas del
gimnasio. En cada uno de estos lugares Coridón sigue cantando: Ven, Himeneo, ven; ven,
Himeneo, mientras sigue en busca de su querido Alexis. Alexis y la cueva se dinamitan, se
transforman y cambian; lo único eterno es el amor de Coridón y los latigazos que éste
recibe en su búsqueda y en su encuentro. Coridón con ayuda de Venus bien previno la hija
de la espuma a batallas de amor campo de plumas.
Hacer una cartografía queer no es más que seguir los pasos de Coridón y de Alexis:
encontrarlos; reconocer a los sabios y sus látigos; reconocer en los suspiros la nota que
denote la voz de Coridón; hallar en Coridón las heridas del látigo; reconocer el ritmo del
látigo en el pastar de las ovejas; escuchar la historia de las heridas de Coridón; entender la
llama que habita en el pecho, en el sexo y en el ano de Coridón; aprender a reconocer el
incendio de la llama de Coridón; reconocer a Alexis a través de su mirada; entender la furia
y el placer que Alexis experimenta al empotrar a Coridón sin conocer su nombre; aprender
a golpear como Alexis; aprender a recibir el golpe como Coridón; reconocer que cada calle
puede ser la cueva mítica. Hacer una cartografía queer es localizar las yagas en el cuerpo
propio y en el ajeno; es ponerle nombre a la cueva mítica; es aprender a reconocernos en
Coridón y en Alexis. Hacer una cartografía queer es imaginar donde están los pastores que
cantan al amor entre los propios pastores; hacer una cartografía queer es emprender los
pasos del dolor y del placer, los pasos de la realidad y del deseo.

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