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Equipo

El colibrí
Cuando los dioses crearon el mundo, asignaron una tarea a todo lo que lo habitaba. Piedras, árboles y animales tenían, cada uno, una misión. Pero al terminar de
crear el universo, se dieron cuenta de que habían olvidado algo imprescindible: un ser que tuviera la tarea de llevar de un lado a otro sus deseos y pensamientos,
un mensajero. Los dioses entonces se dieron cuenta de que ya no tenían maíz ni barro, materiales con los que habían creado a todos los demás seres. Fue
entonces cuando encontraron un pedazo de jade y lo tallaron en forma de una pequeña flecha. Luego soplaron sobre ella, y esta salió volando a toda velocidad.
El pequeño trozo de jade era un colibrí (x ts’unu’um, en lengua maya). La leyenda cuenta que la delicadeza de este ser le permitía acercarse a las flores sin mover
uno solo de sus pétalos, y que todos los colores del arcoíris brillaban en su plumaje. Además de ser los mensajeros de los dioses, los colibríes también se
volvieron los portadores de los pensamientos y deseos humanos. Incluyendo los mensajes de los muertos. Los hombres, entonces, intentaron capturar al ave y
adornarse con sus plumas. Pero los dioses se enojaron y lo prohibieron, diciéndoles que cualquier hombre que capturara a un colibrí sería castigado. Es por eso
que los colibríes nunca han sido aves cautivas por el hombre. Desde entonces, se dice que la cercanía de un colibrí es de buena suerte. Pero no solo eso, su
presencia también indica que alguien te ha deseado el bien, y que el ave llevará tus pensamientos y deseos, tan ligeros como el, de un lugar a otro.

La paloma torcaz.
Existía una vez un guerrero valiente y muy apuesto, le gustaba la caza, con frecuencia iba por los bosques persiguiendo a los animales. En una de sus aventuras
de cacería llego hasta un lago donde vio a una mujer muy bella en una canoa. El guerrero cayo enamorado al instante, tanto que muchas veces volvía al lugar
solo para verla, pero fue inútil pues no la encontraba Acudió a una hechicera para pedirle un consejo quien le dijo que no la volvería a ver a menos que aceptara
convertirse en un palomo y que si lo hacía no recuperaría su forma humana nunca. Sus ganas de volver a verla eran tantas que hizo que la hechicera le clavara
una espina en el cuello que lo transformaría en palomo, lo primero que hizo fue volar hasta el lago y posarse en una rama, al poco rato llego la mujer,
emocionado se echó a sus pies y le hizo mil arrumacos. La mujer lo tomo entre sus manos y al acariciarlo le quito la espina que tenía en el cuello, al instante el
guerrero cayó muerto. Al ver esto, la mujer desesperada se clavó la misma espina y se convirtió en paloma. Desde entonces llora la muerte de su bello palomo.

El hombre que vendió su alma.


Cierta vez, un hombre bueno, pero infeliz, decidió salir de apuros vendiendo su alma al diablo. Invocó a Kizín, y cuando lo tuvo delante, le dijo lo que quería. A
Kizín, le agradó la idea de llevarse el alma de un hombre bueno. A cambio de su alma, el hombre pidió siete deseos: uno para cada día.
Para el primer día, quiso dinero, y en seguida, se vio con los bolsillos llenos de oro. Para el segundo, salud, y la tuvo perfecta. Para el tercero, comida, y comió
hasta reventar. Para el cuarto, mujeres, y lo rodearon las más hermosas. Para el quinto, poder, y vivió como un cacique. Para el sexto, viajar, y en un abrir y
cerrar de ojos, estuvo en mil lugares.
Kizín le dijo entonces:
—Ahora, ¿qué quieres? Piensa en que es el último día.
—Ahora, sólo quiero satisfacer un capricho.
—Dímelo, y te lo concederé.
—Quiero que laves estos frijolitos negros que tengo, hasta que se vuelvan blancos.
—Eso es fácil— dijo Kizín.
Y se puso a lavarlos, pero como no se blanqueaban, pensó: “Este hombre me ha engañado, y perdí un alma. Para que esto no me vuelva a suceder, de hoy en
adelante, habrá frijoles negros, blancos, amarillos y rojos”.

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