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Los que tenemos muy clara la idea de la esperanza debemos tomar iniciativas y no limitarnos a
seguir a otros, podemos trabajar por los demás movidos por un deseo interior de solidaridad y no
sólo por la necesidad material, podemos respetar los derechos de nuestros semejantes sin
necesidad de doblegarnos ante ninguno de ellos. Porque la fuerza de una sociedad reside en su
capacidad de adoptar la ruta de un desarrollo humanista que, en muchas sociedades, está al
servicio de los pueblos que viven comprometidos con los ideales de la libertad, la justicia y el
progreso humanos.
Dicho lo anterior creo que una la sociedad de la esperanza, es una forma de subjetividad social en
donde a partir de la libertad individual, podemos sentar las bases de una estrategia
transformadora. Respetar a los demás, sin distinciones de raza, religión, sexo o filiación política y
filosófica, para que expresen libremente sus opiniones, sin que sean perseguidos o marginados por
ello. Romper las cadenas de la subordinación y el miedo. Razonar y defender nuestras ideas
apegados a la verdad, la sinceridad y la honestidad. Denunciar abiertamente cualquier intento por
disminuir o restringir nuestras libertades. Rechazar la idea de un orden social, económico y político
impuesto o heredado, sustituyéndolo por un orden donde las mayorías ejerzan su libertad de
pensar, crear y participar en el diseño de una sociedad, más justa, humana y solidaria.
Para ello necesitamos promover un agresivo cambio en la educación para la libertad, capaz de
asegurar las condiciones para modificar conductas e ideas que desconocen la dignidad humana.
Puesto que solo propiciando la acción creativa e imaginativa de los todos los seres humanos, es
posible asegurar los cambios que el tiempo y la historia le imponen a nuestra sociedad. Una nueva
pedagogía de las ciencias sociales en la que debemos trabajar, tiene la oportunidad de estar
dirigida a apoyar el significado y el ejercicio de la libertad humana, y puede modificar radicalmente
las condiciones actuales de nuestra acción social, haciéndola más amplia, más ambiciosa y más
segura. La libertad no se decreta, ni se nos otorga, la libertad es parte de nosotros, la sentimos o
no, la ejercemos o no, la desarrollamos o no, de nosotros depende su desarrollo. Es nuestra
esencia, solo la disfrutamos en la medida en que la vivimos. Los medios espirituales y materiales
para desarrollarla son la justicia social, el humanismo y la solidaridad. Cuando estos se encuentran
limitados o restringidos, o cuando estos no se ajustan a la realidad, entonces no hay libertad
plena.
Vivimos una época maravillosa, en la que zozobran las viejas verdades y se desploman las nuevas
mentiras. Este es un tiempo difícil, pero necesario. Difícil porque hay mucha confusión, necesario,
porque tenemos una nueva oportunidad para identificar lo que es la verdad. Los hombres y
mujeres de hoy, no estamos conformes con las apariencias o los convencionalismos, porque es
evidente que la humanidad se ha lanzado con fuerza a la creación y el desarrollo de una idea
común: Vivir de otra manera.
Hay que ser muy ingenuo o corto de vista para no reconocer que nuestra época debe ser
interpretada no tanto por lo que es, como por lo que puede ser. Únicamente los débiles de
espíritu y los pusilánimes pueden lamentar vivir en una época en la que hay tantos caminos
abiertos y en donde nuestras carencias son similares a nuestras existencias. Eliminar lo superfluo,
concentrarnos en lo que es esencial, es la única forma de enfrentar el tamaño y la complejidad de
los problemas modernos. Como parte de un país pequeño cuya experiencia histórica es envidiable,
debemos ser conscientes de los límites, pero también de las posibilidades de transformación que
están a nuestro alcance.
Resulta paradójico, que no estemos atendiendo al ritmo y la evolución científica y tecnológica que
modifica lo que somos como nación, la necesidad de trabajar en un nuevo liderazgo que logre
conciliar ideales y realidades, respondiendo al reto de integrar a todas y todos al progreso social y
económico de nuestro tiempo, que demanda comprender que no podemos eludir el hecho de que
no tenemos y no disponemos de las condiciones para integrar a las nuevas formas de producción
el talento, el conocimiento y la fuerza intelectual que tanta falta le hacen a humanidad.
Si el carácter ideal de la vida no guarda relación con el del mundo no habrá garantía alguna de que
alcanzar la vida ideal suponga alcanzar el mundo ideal. ¿Cómo podemos concebir una vida ideal
sin considerarla un objetivo alcanzable? Según Aristóteles, los hombres definen lo que es una vida
ideal en función de la consecución de la felicidad, que puede alcanzarse explotando al máximo las
posibilidades vitales, en una sociedad que mantenga un equilibrio entre excelencia moral y
rectitud. Siguiendo a Aristóteles, podríamos decir que la vida será ideal cuando la persona sea
capaz de vivirla de manera ideal, es decir, hallando un equilibrio entre la excelencia moral y la
rectitud.
De este modo, en todos los seres humanos podrá detectarse la búsqueda de la vida ideal, ya sea
por medios placenteros o dolorosos, siempre que la vida se sitúe en un equilibrio de excelencia
moral guiado por la propia virtud y sin respetar necesariamente las normas. Siguiendo la lógica
aristotélica, la felicidad procedería de una vida virtuosa, definida fundamentalmente por la
consecución de un equilibrio en la vida y las actividades del sujeto.
Pero, ¿acaso podemos decir que en una vida ideal no hay necesidad de acciones moralmente
virtuosas? Sigue siendo cuestionable que una vida de opciones y compromisos equilibrados
reporte necesariamente a todo el mundo una vida ideal. En consecuencia, una vida equilibrada no
es ni una utopía ni una concepción sistemática de una vida mucho mejor alcanzada mediante la
inteligencia y la voluntad humanas.