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1589-1644
La naturaleza
y las causas
Introducción y traducción de
Juan Cruz Cruz
PROYECTO ATENEA
PAMPLONA
JUAN DE SANTO TOMÁS
1589-1644
Introducción y traducción de
Juan Cruz Cruz
PROYECTO ATENEA
PAMPLONA
2017
© Copyright.- La naturaleza y las causas, de Juan de Santo Tomás (Poinsot).
Traducción de Juan Cruz Cruz, Profesor Honorario de la Universidad de Nava-
rra.
Proyecto Atenea
Pamplona, 2017
PRIMERA PARTE
LO NATURAL, LO ARTIFICIAL, LO VIOLENTO
(Philosophia Naturalis, I, In II Phys., q. IX)
SEGUNDA PARTE
LA CAUSA EN GENERAL
(Philosophia Naturalis, I, In II Phys., q. X)
TERCERA PARTE
LA CAUSA MATERIAL, FORMAL Y EJEMPLAR
(Philosophia Naturalis, I, In II Phys., q. XI)
CUARTA PARTE
LA CAUSA EFICIENTE
(Philosophia Naturalis, I, In II Phys., q. XII)
QUINTA PARTE
EL FIN Y SU MANERA DE CAUSAR
(Philosophia Naturalis, I, In II Phys., q. XIII)
1
Cfr. Gernot Böhme / Gregor Schiemann: Phänomenologie der Natur, Frankfurt am Main,
1997. R. G Collingwood.: Idea de la Naturaleza, México, 1950. N. Hartmann: Filosofía de la
Naturaleza, México, 1960. R. Lenoble: Esquisse d'une histoire de l'idée de nature, Paris, 1969. J.
Maritain: La Filosofía de la Naturaleza, Buenos Aires, 1945. E. May: Filosofía Natural, México,
1954. Hans-Dieter Mutschler: Naturphilosophie, Stuttgart, 2002. Robert Spaemann: Das Natürli-
che und das Vernünftige, en O. Schwemmer (Ed.): Über Natur. Philosophische Beiträge zum
Naturverständnis, Frankfurt am Main, 1987, pp. 149-164. R. Paniker: El concepto de Naturaleza,
Madrid, 1951. Gregor Schiemann, (Ed.): Was ist Natur? Klassische Texte zur Naturphilosophie,
München, 1996. Dieter Wandschneider: Naturphilosophie, Bamberg, 2009. C. F. von Weizsäc-
ker: Historia de la Naturaleza, Madrid, 1962. A. N. Whitehead: The Concept of Nature, Cam-
bridge, 1920. X. Zubiri: Naturaleza, Historia, Dios, Madrid, 1944.
16 Juan Cruz Cruz
das del interior de un ser; sobrevive al devenir como elemento permanente que
asegura la unidad del ser. Es la auténtica realidad de las cosas. Este principio
tiene que ser único e indestructible, por ser causa de la variación2. Algunos pre-
socráticos buscan este principio entre los datos de la experiencia: agua (Tales),
aire (Anaxímenes), fuego (Heráclito), tierra (Jenófanes), fuego y tierra (Parmé-
nides), los cuatro elementos a la vez (Empédocles), las homeomerías o semillas
de las cosas (Anaxágoras), los átomos (Demócrito). Otros consideran que este
principio transciende todo lo sensible: el ápeiron o lo indeterminado (Anaxi-
mandro), los números (Pitágoras). Con estos principios se da también una ley
universal que rige todas las mutaciones. En este sentido figura el logos de Herá-
clito, el amor y el odio de Empédocles, el nous o mente de Anaxágoras, etc. En
definitiva, la naturaleza es el sustrato permanente y lo que hace inteligible el
cambio.
Sofistas
Los sofistas, más centrados en el obrar humano, contraponen lo que es «por
naturaleza» a lo que es «por convención», en el ámbito de lo moral. A la inmu-
table base de las variaciones, a la physis, se agrega ahora todo lo que se entendía
por nómos (convención, norma que el hombre observa): historia, cultura, edu-
cación. Dentro del ámbito de la physis no ha intervenido la mente humana,
mientras que el orbe del nómos es obra exclusiva de ésta. Cabía incluso la posi-
bilidad de que la acción repetida, fruto del nómos, se convirtiera en natural. En
definitiva, una convención humana podía pasar a formar parte de la propia natu-
raleza.
Sócrates
Con Sócrates, sobre todo, pasa el hombre a ser centro del interés filosófico.
Pero dadas las encontradas opiniones sobre el hombre, busca Sócrates una cons-
tancia, una physis, lo inmutable, en el orden ético, al igual que los presocráticos
la buscaron en lo material. Utiliza como instrumento el orden lógico, es decir,
el concepto, que representa algo permanente, la physis lógica inconmovible
frente a las diversas opiniones. La naturaleza nos viene dada en el concepto,
como principio lógico inmutable y esencial de las cosas. La virtud sólo podrá
lograrse siguiendo la naturaleza de las cosas, adaptándonos a su concepto.
Platón
El pensamiento de Platón recoge la problemática de Sócrates: si la virtud es
adaptación al concepto de las cosas, entonces no habrá virtud sin ciencia. La
virtud es un saber acerca de la realidad verdadera de las cosas, de su naturaleza
o su ser. Esta naturaleza profunda está cerrada a los sentidos, mas no al enten-
dimiento. Se trata de las «ideas», que son las verdaderas naturalezas o princi-
pios de las cosas, su auténtica physis. Las «ideas» son lo inmutable del cambio,
2
Pierluigi Pavone: Arché: il principio, il mondo, la rivelazione, Roma, 2011.
17 ¿Qué es la naturaleza? Introducción general
el objeto del saber y de la virtud. Platón unifica así la naturaleza física, la natu-
raleza ética y la naturaleza lógica en un solo momento: las «ideas», que serían
las naturalezas engendradoras de las cosas y los principios germinales del cam-
bio. A veces se refiere Platón al concepto de naturaleza como totalidad de las
cosas corpóreas. Pero, en definitiva, la naturaleza de la cosa se fundamenta en
su esencia ideal, en su modelo inmutable, que es el verdadero objeto de la cien-
cia. Hay así en Platón una profunda intuición de cómo las naturalezas de las
cosas son reflejo de las ideas ejemplares divinas; pero al no llegar a descubrir la
realidad de la creación, el pensamiento platónico es de tendencia emanatista: las
naturalezas de las cosas vienen a ser manifestación o copia emanada necesaria-
mente de las ideas divinas. En este sentido emanatista se desarrollará más tarde
el pensamiento de los neoplatónicos que identifican así la naturaleza con Dios;
por ejemplo, distinguen la naturaleza naturante de la naturaleza naturada, pero
esta última sería algo degradado en el proceso emanatista.
Aristóteles
Dentro del pensamiento griego, será Aristóteles el que realice un estudio
cosmológico y metafísico más riguroso del concepto de naturaleza. En general,
para los griegos la physis y la tékne (arte o técnica) son dos principios de las
cosas: la physis es principio intrínseco; la tékne, principio extrínseco, pues se
halla en la inteligencia o imaginación del hombre. En el primer caso hablamos
de nacimiento; en el segundo, de producción. Esta dualidad de principios con-
duce en Aristóteles a una dualidad de entidades: sólo los entes naturales tienen
esencia; los entes artificiales no son propiamente entes, ni tienen esencia. Una
cama de castaño no es un ente, pues si la planto no brotan camas, sino castaños.
Lo verdaderamente entitativo es la naturaleza3.
Y si para Platón, lo «universal» y abstracto (lo general e inmutable) estaba ‒
en un orbe celeste‒ separado de lo particular y concreto, Aristóteles ve que no
es así, que lo universal está fundido en lo concreto; y que, a su vez, lo concreto
existe porque realiza una esencia abstracta. No existen dos mundos ontológica-
mente separados. Los conceptos universales no tienen realidad ontológica, sino
lógica, pues son formados por abstracción. La única realidad ontológica es la de
las sustancias individuales, en cualesquiera de sus variedades. Así pues, la natu-
raleza es lo universal existente en lo particular, la íntima realidad que hace que
las cosas sean lo que son, es lo inmutable que actúa como ley constante del
cambio.
La naturaleza es principio intrínseco del movimiento y de las operaciones de
cada ser. Principio es aquello de lo que algo procede. Hay principios reales (de
la cosa) e ideales (del conocimiento). Los primeros pueden ser extrínsecos o
intrínsecos. A su vez, unos principios intrínsecos son metafísicos (potencia-
3
Zev Bechler: Aristoteles: theory of actuality, Albany, 1995.
18 Juan Cruz Cruz
acto), otros son físicos. Entre estos últimos hay unos principios intrínsecos físi-
cos del ser (principios de composición: materia y forma) y otros del devenir
(principios de generación: materia, forma y privación, cuya explicación poste-
rior se llamó hilemorfismo). El conjunto de los principios físicos es la naturale-
za. Por eso, la naturaleza es principio de movimiento (cambio) y de reposo
(continuidad) o primer principio intrínseco de toda mutación o movimiento. La
naturaleza es «principio y causa del movimiento y del reposo en todo aquello en
lo está primariamente por sí mismo y no de modo accidental» (II Phys. 1, 192 b
20). Reposo es lo mismo que la recepción de una forma, en virtud de la aptitud
intrínseca que un ser tiene para recibirla y retenerla; no es el mero cesar de una
acción, sino la conservación del término o la permanencia en el estado adquiri-
do por el movimiento o la acción. El existir «por sí mismo y no de modo acci-
dental» significa que aquel principio no debe ser un accidente –común o pro-
pio– de la cosa que se mueve, sino la sustancia misma de esa cosa.
4
S. Gaukroger: Descartes' system of natural philosophy, Cambridge, 2002.
20 Juan Cruz Cruz
necesario y actual. Para explicar este paso, Spinoza supone que el orden lógico
responde exactamente al orden ontológico. Los infinitos modos de las cosas
surgirían de Dios siguiendo la necesidad con que brota la conclusión de las
premisas de un silogismo. El método geométrico, que procede por axiomas y
corolarios, reproduciría adecuadamente la concatenación férrea del despliegue o
«explicación» divina, de la que resulta la naturaleza naturada (cosas particulares
del mundo). Es decir, para Spinoza, en concordancia con su ambigua concep-
ción de la unidad de la naturaleza, la naturaleza naturada no es creada libremen-
te, sino emanada necesariamente: esta es la clave de su panteísmo.
El término naturaleza naturada es anterior a Spinoza; aparece ya en Ave-
rroes y se encuentra también en San Buenaventura, Vicente de Beauvais,
Eckhart y Ockham. Ahora bien, debe advertirse que en los autores cristianos y
en la Metafísica cristiana, la expresión «naturaleza naturante» aplicada a Dios
implica el concepto de creación, pues Dios comunica la naturaleza como parti-
cipación de su misma naturaleza. El acto participante es naturante, por cuanto
procede de una naturaleza, y acaba en la constitución de una naturaleza llamada,
así, naturada. Más que naturaleza, Dios es naturante, pues hace nacer, sin haber
nacido; la criatura, en cambio, es naturada o nacida.
Leibniz
El pensamiento de Leibniz considera que la naturaleza creada (material y es-
piritual) está formada de mónadas, seres simples e indivisibles que constituyen
en sí mismos una imagen esencial del universo. Las mónadas, pues, son sim-
ples, inextensas, indivisibles e inmateriales; es decir, la naturaleza, incluso la
corpórea, es un conjunto de elementos vivos o elementos de pensamiento. De
ahí la continuidad de la naturaleza: natura non facit saltus (la naturaleza no da
saltos). El mecanicismo natural, en la concepción de Leibniz, está siempre
subordinado al finalismo trascendente. Al monismo de Spinoza opone, pues, un
pluralismo; y al mecanicismo cartesiano un finalismo en la naturaleza.
Ilustración
Frente a esta visión «espiritualista» de la naturaleza, se levanta otro monis-
mo: la concepción materialista de la Ilustración francesa. Holbach, p. ej., define
a la naturaleza por los elementos que según él componen el ser: la materia, que
ni se crea ni se destruye; y el movimiento, que se produce y aumenta sin inter-
vención de agentes externos. Es otro tipo de mecanicismo universal, el del ma-
terialismo contrapuesto al «espiritualismo» monista.
Kant
Siguiendo el viraje –iniciado por Descartes– hacia la prioridad del pensa-
miento, Kant trata de fundamentar gnoseológicamente la naturaleza. Desde un
punto de vista material, la naturaleza sería «el conjunto de todas las cosas que
pueden ser objeto de nuestros sentidos y, por tanto, de la experiencia», es decir,
21 ¿Qué es la naturaleza? Introducción general
la totalidad de los fenómenos del mundo sensible, con exclusión de los objetos
no sensibles. La forma, o lo que da conexión a tales datos de experiencia, no la
reciben los sentidos, sino que, según Kant, la pone el entendimiento; por eso,
formalmente, la naturaleza, como conjunto de leyes, no es objeto del sentido,
sino una construcción del entendimiento; éste sería el gran «legislador» de la
naturaleza, pues da las reglas con las que se sintetizan los múltiples datos empí-
ricos en la unidad de objetos naturales. Por tanto, las categorías que, según él,
conforman la estructura del entendimiento constituyen también las estructuras
de la naturaleza: la misma naturaleza resulta así para Kant una ficción de nues-
tra mente.
Idealismo
En el idealismo posterior se llegará a objetivar este concepto «gnoseológico»
de naturaleza, hasta pretender darle una consistencia omnicomprensiva: princi-
pio absoluto del que provendrían todas las cosas. Con Schelling la naturaleza
será el sistema objetivo de la razón, el yo en cuanto deviene. Para Hegel la
naturaleza es la exterioridad de la idea, la extrañación del espíritu. La naturaleza
es el total extrañamiento. Es el extravío y la enajenación de la idea, la cual, en
esta su alienación, se presente en lo mecánico (exterioridad), después pasa a lo
físico (individualidad), para saltar finalmente a lo físico-orgánico (naturaleza
geológica, vegetal y animal). Sólo cuando la idea se repliega sobre sí misma y
se despega de la naturaleza (o exterioridad), se convierte en espíritu. Hegel
contrapone crudamente la naturaleza al espíritu; hasta sucumbir aquélla en aras
de éste.
c) Naturaleza y espíritu
Esa contraposición hegeliana vino ya en cierto modo preparada por Descar-
tes, al escindir el mundo en «sustancia pensante» y «sustancia extensa», como
atributos irreductibles. De ahí, en parte, surge la dualidad posterior «naturaleza-
espíritu», como si fueran opuestos. La contraposición «naturaleza-espíritu» es
crucial en la obra de Dilthey y sus discípulos: Spranger, Rothacker, Freyer, etc.
El objeto propio de las Ciencias del espíritu es el sentido finalista; el de las
Ciencias de la naturaleza, la causa. La dirección del conocimiento en las Cien-
cias de la naturaleza es hacia fuera: su método es la explicación (Erklären). La
dirección del conocimiento en las ciencias del espíritu es hacia dentro; intenta
internarse en la propia conciencia y su método es la comprensión (Verstehen).
La vida es captada desde dentro por la vivencia y la comprensión. En las Cien-
cias de la naturaleza no se pueden conocer bien los fenómenos si previamente
no se conocen las causas. En las Ciencias del espíritu no es así: estas últimas se
fundamentan en la vida misma. El mundo físico es algo muerto, sin vida. Tales
Ciencias del espíritu se han creado por el desarrollo mismo de la vida en su
22 Juan Cruz Cruz
5
Cfr. A. Bartels: Grundprobleme der modernen Naturphilosophie, UTB, 1996. M. Drieschner:
Moderne Naturphilosophie, Paderborn, 2002. A. S. Eddington: La Naturaleza del mundo físico,
Buenos Aires, 1952. M. Esfeld: Einführung in die Naturphilosophie, Darmstadt, 2002. R. Hai-
nard: Naturaleza y mecanismo, Buenos Aires, 1948. S. Heiland,: Naturverständnis, Darmstadt,
1992. W. Heisenberg: La imagen de la Naturaleza en la Física actual, Barcelona, 1957. C.
Kummer (Ed.): Was ist Naturphilosophie und was kann sie leisten?, Freiburg, 2009. D. Papp:
Filosofía de las leyes naturales, Buenos Aires, 1951. K.-D. Sedlacek: Kleines Wörterbuch der
Natur-Philosophie. 1200 Begriffe, die man kennen sollte, kurz und prägnant. 2ª Ed. Norderstedt,
2016.
6
S. Gaukroger: Descartes' system of natural philosophy, Cambridge, 2002.
23 ¿Qué es la naturaleza? Introducción general
compatible con una concepción filosófica de la misma, pues son dos modos de
acceder a ella7.
e) Apunte final sobre el realismo clásico
Desde la metafísica clásica se consideró que el racionalismo estableció la ra-
zón como medida de todas las cosas, sin tener en cuenta que la razón humana
está a su vez medida, limitada, por su propia naturaleza. El objeto de la razón
humana es ciertamente el ser, pero éste trasciende a la razón y la mide 8. La
realidad exterior, la objetividad de la naturaleza, no es fruto del pensamiento
humano, sino que éste es fruto de la realidad, de la naturaleza de las cosas y de
la capacidad cognoscitiva humana 9 . El racionalismo (p. ej., de Descartes y
Kant) conduce fácilmente al idealismo, a la identificación del ser con el pensar,
del objeto con el sujeto. Se trata de un monismo que puede tomar dos direccio-
nes: o bien todo es idea, espíritu, sin realidad objetiva exterior (Hegel), o bien
todo es materia, puro objeto externo, sin realidad espiritual, sin verdadero sujeto
cognoscente (Marx). En ambos casos hay como una «evaporación» de la perso-
na, del sujeto humano inteligente, libre y responsable, al que se pretende hacer
desaparecer como en un juego de palabras.
También con un enfoque crítico visualiza la metafísica realista el irraciona-
lismo de aquellos autores y corrientes de pensamiento que, al poner al descu-
bierto el fracaso de la «razón» (de la razón racionalista), quieren encontrar en
los factores irracionales el absoluto que la «razón» no pudo llegar a ser. Con
ello se cae en el relativismo: el recurso a lo irracional conduce a prescindir de
cualquier interpretación racional, quedando un fluir sin soporte. La naturaleza
será entonces un puro devenir, un impulso ciego. En esta línea pueden colocar-
se autores tales como E. von Hartmann, Schopenhauer y, en parte, el último
Scheler.
7
G. Vollmer: Die Erkenntnis der Natur. Beiträge zur modernen Naturphilosophie, 3ª Ed.
Stuttgart, 2003.
8
G. A. Seeck (ed.): Die Naturphilosophie des Aristoteles, Darmstadt, 1975. N. Naeve, Natur-
teleologie bei Aristoteles, Leibniz, Kant und Hegel : Eine historisch-systematische Untersuchung,
Freiburg im Breisgau, 2013.
9
Cfr. M. Artigas, Filosofía de la naturaleza, Pamplona, 2008. J. Maritain: Filosofía de la
naturaleza: ensayo crítico acerca de sus límites y su objeto, Buenos Aires, 1967. J. M. Aubert:
Filosofía de la naturaleza: propedéutica para una visión cristiana del mundo, Barcelona, 1987. J.
M. Petit Sullá: Filosofía de la naturaleza: su configuración a través de sus textos, Sevilla, 2004.
24 Juan Cruz Cruz
10
R. Spaemann: Chasser le naturel?, Paris, 2015. R. P. Phillips: Modern Thomistic Philosophy:
an explanation for students. 1, The philosophy of nature, Heusenstamm, 2013.
25 ¿Qué es la naturaleza? Introducción general
Por tanto, se llama “natural” aquello que le conviene a una cosa desde el na-
cimiento o desde el comienzo11, sin que esto signifique que tenga en su misma
esencia su razón suficiente.
Siendo la naturaleza principio interno de movimiento o de generación, puede
referirse o bien a los principios intrínsecos de la generación: la materia y la
forma, o bien al término o fin de la generación: la esencia.
11
A. Bird: Nature's metaphysics: laws and properties, Oxford, 2007.
26 Juan Cruz Cruz
i) Naturaleza e individuo
Toda sustancia que existe en sí misma perfectamente individualizada, es de-
cir, todo individuo actualmente existente, es un sujeto o supuesto, un «distinc-
tum subsistens in aliqua natura» (lo distinto que subsiste en una naturaleza). El
sujeto o supuesto tiene una naturaleza, es de tal naturaleza; pero el supuesto no
puede ser atribuido a nada: es principio ya constituido; la naturaleza es principio
constituyente. Las acciones no son de la naturaleza (como universal), sino del
supuesto individual, que, si es de naturaleza inteligente, se llama persona. (De
este modo, la Teología explica que en la Santísima Trinidad las tres Personas
poseen idéntica naturaleza, aunque haya tres supuestos o personas distintas).
3. Naturaleza y creación
respondían a una cosa natural. Esto debe ser entendido de toda la naturaleza
corporal tomada simultáneamente. En tal sentido se utilizaban expresiones muy
gráficas: “algo existe en la naturaleza real”; o “algo es imposible en la naturale-
za”; o “algo cumple el orden natural”; o “hay agentes contrarios en la naturale-
za”; o “existe un autor que creó la naturaleza”.
Ya desde la Edad Media comenzó a emplearse un concepto limitado, pero no
falso, de “naturaleza” para significar una realidad distinta de la “cultura”: la
“naturaleza” rodea al hombre, lo incluye en sus ciclos, produce nuevas formas y
las destruye a continuación. Se mueve, con fluir incesante, para expresar algo
así como una idea interna, ordenada a la realización de lo individual con leyes
inmutables. Pero su espectáculo es siempre nuevo. Viene a ser un todo que se
castiga y se premia a sí mismo. En este concepto de “naturaleza” móvil se in-
cluían también presupuestos de la vida humana, independientes del hombre y no
creados por él.
Dada la actual contraposición que muchos filósofos mantienen entre “espíri-
tu” y “naturaleza” tiene la anterior indicación una gran importancia. Porque
Santo Tomás dice alguna vez que la voluntad se contrapone a la naturaleza co-
mo una causa frente a otra: voluntas dividitur contra naturam sicut una causa
contra aliam (STh I-II, 10).
Y no sólo la voluntad: también la razón se divide o contrapone a la naturale-
za: ratio contra naturam dividitur (STh I-II, 30, 3). La razón tiene como objeto
las cosas universales, mientras que los sentidos se refieren a las cosas particula-
res: ratio est universalium, sensus vero particularium (STh I, 14, 11).
Habla incluso de gérmenes naturales, naturae semina (De Pot., 6, 3); o de la
ciencia que trata de la naturaleza (scientia, quae est de natura (In I de Caelo, 1),
o sea, lo que se llamó “Física” o “Filosofía natural”.
Pero en un sentido original y amplio, también el “espíritu” es naturaleza:
pues tanto los objetos de las “ciencias del espíritu” como los objetos de las
“ciencias de la naturaleza” son naturaleza.
De modo que “naturaleza”, en sentido original y amplio, es no sólo la totali-
dad del mundo, sino también el individuo. En este sentido original debe enten-
derse la esencia de una sustancia en cuanto que es el fundamento y la ley es-
tructurante de las propiedades y actividades de un individuo determinado. La
“cultura”, en cambio, es lo que hace el hombre en tanto se sirve del material de
la naturaleza.
En realidad, cuando los medievales utilizaban el término “naturalis” se refe-
rían sencillamente al filósofo, al physicus, sinónimo del aristotélico φυσικός (II
Phys. 2, 193 b 23).
Incluyendo tanto el sentido amplio como el reductivo, Aristóteles habla con
frecuencia de cosas que proceden “conforme a la naturaleza”, κατὰ φύσιν (II
35 ¿Qué es la naturaleza? Introducción general
2. Los teólogos tuvieron más tarde que introducir la expresión “extra natu-
ram” o “praeter naturam”, lo extranatural o no natural, es decir, o bien aquello
que está situado fuera de la naturaleza de una cosa individual, o bien aquello
que está fuera del orden natural de todas las cosas. En ambos casos se incluye
lo que está contra la naturaleza o lo que está sobre la naturaleza. Praeter natu-
ram se toma entonces de la manera más común, significando lo que no es con-
forme a la naturaleza, “non secundum naturam”; e incluye lo que es “contra
naturam” y lo que es “supra naturam”.
También tiene linaje teológico la expresión “supra naturam”, lo que es so-
brenatural: tanto lo que está por encima de la naturaleza de una cosa individual
y de sus fuerzas naturales, como lo que está por encima del orden universal y
del curso ordinario de las cosas en general. Incluso se habló de cosas o propie-
dades “puramente naturales” (pura naturalia) para indicar todo lo que en un ser
creado no era sobrenatural (STh I-II, 109, 4).
En fin, y por lo que respecta al problema naturaleza-gracia, Santo Tomás
afirma que «la gracia presupone, preserva y perfecciona la naturaleza». La gra-
cia como principio del orden sobrenatural no aniquila a la naturaleza, sino que
la perfecciona.
Erróneamente, la teología dialéctica de ciertos sectores protestantes llega a
separar taxativamente ambos órdenes, de tal forma que unas veces es negada la
naturaleza y otras la gracia.
También Aristóteles había dicho que la naturaleza hace siempre lo mejor po-
sible, ἡ φύσις ἀεὶ ποιεῖ τῶν ἐνδεχομένων τὸ βέλτιστον (II De caelo 5, 288 a 2-
3); lo cual no significa que la naturaleza haga siempre lo mejor en sentido abso-
luto (simpliciter), sino lo mejor para cada sustancia en particular, pues de otro
modo daría a cualquier animal un alma racional, la cual es mejor que un alma
irracional.
Y en ese sentido deben ser interpretadas las palabras de Santo Tomás: Inter
ea, quae contingit fieri, natura semper facit id, quod est optimum (II Cael. 7),
natura semper facit id, quod melius est (Pot. 3. 6 ad 26).
Además, la naturaleza no hace siempre lo que es mejor para la parte, sino pa-
ra el todo. Y consigue su efecto o bien siempre o bien en la mayoría de los ca-
sos (natura consequitur suum effectum vel semper vel ut in pluribus (STh I 63,
9), de modo que sólo falla en pocos casos (natura non deficit nisi in pauciori-
bus, CG III, 85)12.
12
Para los conceptos modernos y contemporáneos sobre filosofía de la naturaleza es muy útil el
pequeño diccionario de Klaus-Dieter Sedlacek: Kleines Wörterbuch der Natur-Philosophie. 1200
Begriffe, die man kennen sollte, kurz und prägnant. 2ª Ed. Norderstedt, 2016.
II. LA FORMA COMO PRINCIPIO
1
A. Farges: Matière et forme en présence des sciences modernes, París, 1900. E. Tugendhat:
Tí kata tinós. Eine Untersuchung zu Struktur und Ursprung aristotelischer Grundbegriffe, Frei-
burg i. Br.-München, 1958, 5ª Edic., 2003.
J. Bobik: Aquinas on matter and form and the elements: a translation and interpretation of the
De principiis, Notre Dame, Ind., 1998.
2
E. Gilson, Pintura y Realidad, Madrid 1961 (cap. IV y V); A. Lobato, La forma sustancial y
la unidad del compuesto, 6 (1957) 333-338; L.F. Yyons, Material and formal causality in the
38 Juan Cruz Cruz
philosophy of Aristotle and St. Thomas, Washington 1958. J. Zaragüeta, A. González Alvarez y
otros, La Forma, Madrid 1959.
39 ¿Qué es la naturaleza? Introducción general
una materia; aunque es claro que la síntesis que surge no es ontológica, sino
verdaderamente lógica. Como conclusión, la forma que da estructura necesaria
y universal a la materia amorfa es un efecto universal y necesario producido por
el entendimiento humano; la filosofía, como ciencia de las formas de lo real, es
imposible para Kant.
Con Hegel, el pensamiento es ya la forma pura que produce el propio conteni-
do y se produce dialécticamente en ese contenido suyo. Si para Kant el dato de la
experiencia tiene que ser elaborado a través de una forma, sin embargo, en Hegel,
el dato de la experiencia es ya forma, producto del pensamiento. La forma absor-
be al fenómeno, llegando así a un formalismo absoluto. Las tres ideas kantianas
quedan unificadas en la Idea absoluta que es formalmente pensamiento puro.
3
G. Fonsegrive: La causalité efficiente, París, 1891.
42 Juan Cruz Cruz
nobleza jerárquica del ser depende de la nobleza jerárquica de la forma. Por otra
parte, y en su momento negativo, el ser es recibido en una forma, enmarcándose
en un determinado grado de perfección, según el principio de la limitación del
acto por la potencia. Por tanto, la determinación de la forma no es positividad
pura o negatividad pura, sino una tangencia dialéctica de lo positivo y de lo
negativo.
Por este carácter dialéctico, la forma se distingue del ser (De Hebd., I, 2).
Pero, a su vez, la forma queda doblemente limitada: «En primer lugar, en cuan-
to que la forma específica queda limitada a un individuo, y tal limitación de la
forma ocurre por la materia. En segundo lugar, en cuanto que la forma genérica
queda limitada a la naturaleza específica; tal limitación de la forma no proviene
de la materia, sino de una forma más determinada, o sea de la diferencia: la
diferencia que se añade al género contrae a éste en la especie» (De Spirit.
Creat., 1). La forma, en cuanto que es principio de determinación del ser mis-
mo, no depende necesariamente de la materia; se encuentran formas que sólo
pueden existir en la materia, y esto sucede en virtud de su distancia del primer
principio, que es acto primero y puro (De Ente et Essentia, IV).
c) Función especificante.- Lo que hace que el sujeto sea, hace también que
sea lo que es. Lo que da el ser, da también una especie de ser; nada puede ser
constituido en el ser finito sin estar constituido en una especie de ser. La forma
hace que el sujeto como potencia sea sujeto como acto: le da ser a este ser. To-
do compuesto es por la forma y, además, es esta especie de ser. La forma es,
así, especificante: es la razón de la quididad o esencia. La quididad es aquello
por lo que un ser está en este género y en esta especie de seres: responde a la
pregunta por la forma sustancial: una planta, por ejemplo, está en el género de
las plantas y en la especie del olivo. Es decir, la forma no sólo da el ser, sino
también la diferencia. Dado que la forma tiene como misión propia especificar
al ser, es también el principio por el que una cosa se conoce y se define.
Decir que la forma da toda la determinación formal al compuesto no equiva-
le a afirmar que la esencia de éste únicamente esté constituida por la forma. La
forma es la parte determinante de la esencia, por la cual el compuesto es de esta
o aquella especie, mientras que la materia es completamente indeterminada en
el orden sustancial y, por tanto, sólo multiplica numéricamente. Si la forma es
razón de la determinación y de la distinción, es también la que otorga la opera-
ción: «Todo lo que obra, sólo obra mientras es acto; porque lo que sólo es po-
tencia y no acto es incapaz de una acción cualquiera. Por la forma, el ser como
potencia se convierte en ser como acto; luego la forma lo pone en estado de
obrar. Así, el principio por el cual empieza todo ser a obrar es la forma» (STh I,
76, 1). De este modo, la forma no sólo sustancializa, sino que también especifi-
ca estática y dinámicamente al compuesto natural.
43 ¿Qué es la naturaleza? Introducción general
4
Cfr. F. C. Copleston, De unicitate formae substantialis, 37 (1934) 582-593. P. Hoenen, De
origine formae materialis textus veteres et recentiores, Roma 1932. A. Maier: An der Grenze von
Scholastik und Naturwissenschaft: die Struktur der materiellen Substanz. Das Problem der Gravi-
tation. Die Mathematik der Formlatituden, Roma, 1952. R. Zavalloni, Ricardo de Mediavilla et la
controverse sur la pluralité des formes, Lovaina 1951.
44 Juan Cruz Cruz
que hay tantas formas en el compuesto cuantos son los elementos de que cons-
ta; con ellas hay una superior que subordina a sí misma los fines de todas las
demás. También Duns Scoto admite que la materia está en acto de corporeidad
incluso antes de ser informada; en ese estado no es todavía una sustancia de-
terminada y concreta. La sustancialidad y la concreción, haecceitas o individua-
lidad, le vienen por determinaciones sucesivas o formas que se conectarían en-
tre sí hasta dar lugar a una sustancia concreta; es decir, una forma da el ser ge-
nérico y otra el ser específico. En cambio, considerando que la forma da el ser
al cuerpo, determinando su naturaleza específica, Santo Tomás concluye que
cada cuerpo tiene sólo una especie, con lo cual únicamente puede haber una
forma sustancial para cada cuerpo.
Esta problemática tuvo también su eco en la cuestión de los cuerpos llama-
dos mixtos o combinaciones. El mixto no es un agregado, ni una simple mezcla
o solución química, donde los componentes mantienen sólo relaciones externas.
El mixto resulta de la unión de diversas sustancias completas formando un todo
natural; es lo que la química llama combinación, donde existen relaciones inter-
nas y totalizantes; tal es el caso del átomo de la molécula y del cristal.
Una primera teoría sobre la naturaleza de los mixtos afirma que los elemen-
tos permanecen en el mixto de un modo formal, es decir, cada uno con su forma
propia, pero produciendo una nueva y englobante forma sustancial, la cual diri-
ge la pluralidad de los demás; tal es la postura de San Alberto Magno, San Bue-
naventura, R. de Mediavilla, Lugo.
Una segunda teoría sostiene que los elementos permanecen formalmente en
el mixto, pero no producen una forma sustancial nueva, no surgiendo con ello
una unicidad entitativa y esencial; los elementos se combinan sólo en razón de
leyes químicas, sin el recurso de una forma sustancial nueva; esta teoría fue
mantenida por Schaaf, Palmieri, Descoqs, Hellín.
Finalmente, una tercera teoría, quizá la más tradicional, sostiene que los
elementos no están en el compuesto de un modo formal, sino virtual; al produ-
cirse la nueva forma del todo, desaparecen las formas de los elementos, conser-
vando éstos únicamente cierta actividad propia y sus propiedades o virtualida-
des. Hay, pues, una sola forma en el mixto, porque es unidad específica y esen-
cial. Los elementos no se encuentran en pura potencia, ‒puesto que conservan
sus cualidades particulares y surgen en su primitiva forma tan pronto como
adviene la corrupción del mixto‒, ni en acto, porque entonces existiría una mez-
cla o amalgama y no una verdadera combinación. La forma única del mixto
reduce a su ley los elementos que conservan en el compuesto cierta autonomía;
tal es la idea de virtualidad, a medio camino de la total actualidad y de la pura
potencialidad. Fue defendida por Santo Tomás, Scoto, Suárez, Nys, Urráburu; y
cuenta después con la aprobación de Hönen, Maquart, Masi, Selvaggi.
III. LA MATERIA COMO PRINCIPIO
1. Perspectiva general
1
J. Balta: “Estudio físico de la materia y de sus transmutaciones”, Ciencia Tomista, 60(1941),
191-228. L. Cencillo, Hyle, La materia en el Corpus Aristotelicum, Madrid 1958. L. De Broglie,
Materia y Luz, Madrid 1945. V. García Rodríguez, Hombre, materia, evolución y vida, Barcelona
1969. H. Happ, Hyle, Berlín 1971. E. Hengstenberg, Mensch und Materie, Stuttgart 1965. P.
Hoenen, Filosofía della natura inorgánica, Roma 1949.; E. Schrödinger, La mente y la materia,
Madrid 1958; G. Manser, La esencia del tomismo, 2 ed. Madrid 1953. R. Masi, Struttura della
materia: essenza metafísica e costituzione física, Brescia 1957; Id, Cosmología, Roma 1961. I.
Puig, Materia y energía, Buenos Aires 1942. Ph. Selvaggi, Cosmología, 2 ed. Roma 1961. F.
Renoirte, Elementos de Crítica de las ciencias y Cosmología, Madrid 1968. A. Wenzl, Materie
und Leben als Problem in der Natur- philosophie, Stuttgart 1949.
48 Juan Cruz Cruz
ción real y adecuada. De aquí deducen que la materia, al tener su esencia propia,
debe tener su propia existencia; de otro modo, según ellos, no sería nada, ya que
al suprimirle su propia existencia desaparecería toda realidad.
Los tomistas, en cambio, niegan que la materia tenga acto formal o acto en-
titativo. La materia primera no se ordena inmediatamente a la existencia. Sólo
se ordena mediante la forma, que recibe antes de la existencia, y hay que subra-
yar que el antes se ha de entender no como prioridad de tiempo, sino de natura-
leza. En todo compuesto solamente hay un esse existencial, por razón del cual
existen, en común vínculo, la materia y la forma. La materia está inmediata-
mente ordenada a la forma, recibiendo la existencia cuando recibe la forma. La
relación a la existencia se fundamenta en la relación a la forma, y no al revés.
Sin embargo, debemos aclarar que, en el párrafo inmediatamente citado, se
hace una consideración estrictamente metafísica sobre la materia llamada mate-
ria primera, que no debe confundirse con la materia física propiamente dicha2.
Tampoco es necesario entender la potencialidad de la materia primera como
pura pasividad (las propiedades de la misma, que se acaban de reseñar en el
apartado anterior, ya lo sugieren).
Tras lo dicho se comprende que la física moderna no tematice una «materia
primera» potencial. Con los métodos de la física cuántica se llega a una estruc-
tura del mundo material que comienza con «acciones», múltiplos de la constan-
te h de Planck. En el nivel de la física cuántica no hay primariamente masa o
energía, sino acciones 3 . Una acción es la energía efectuada en la unidad de
tiempo; de modo que el tiempo es un constitutivo de la energía; se trata aquí de
un producto de energía y tiempo = acciones como unidades. No hay primaria-
mente «algo material o hylético» acabado, al que además le ocurre algo en el
tiempo; sino algo para el que el tiempo es constitutivo; es justamente un «algo
de tiempo», es decir, la acción.
Tampoco hay primariamente, en la Física moderna, algo acabado e hilético
que «además» llene un espacio, sino algo para lo que el espacio es constitutivo,
algo «de espacio»; o sea, de nuevo una «acción». También la acción puede de-
finirse como el producto del impulso. Lo cual significa que «algo de tiempo» es
temporización; «algo de espacio» es espacialización. Ambos aspectos expresan
la ensambladura «espacio-tiempo-energía». La acción más pequeña es la cons-
tante h de Planck (= 6,621 x 10‾27).
Según podemos apreciar, y en este nivel físico, el cuanto de acción no tiene
que ver con la pura potencia, ya que no es indeterminado, sino profundamente
2
F. Budde: “Physikalisches und philosophisches Denken”, Divus Thomas Frib, 30 (1952), 51-
72.
3
B. Kanitscheider: Im Innern der Natur: Philosophie und moderne Physik, Darmstadt, 1996.
51 ¿Qué es naturaleza? Introducción general
hay, espíritu y materia, es ser, se desprende que el ser tiene una función media-
dora de índole dinámica: en el ser puede la materia transcenderse a espirituali-
dad, y el espíritu (limitándose y viniendo hacia sí mismo) condensarse y conge-
larse en materia Lo cual da pie a un extraño espiritualismo evolucionista con
dos direcciones. Muy próxima a esta doctrina está la posición de K. Rahner.
IV. COPRINCIPIALIDAD DE MATERIA Y FORMA
1. El llamado “hilemorfismo”
1
B. Bavink: Ergebnisse und Probleme der Naturwissenschaften, Leipzig, 1941. J. Bellido, Los
cambios sustanciales y la ciencia moderna, «Salmanticensis» 3 (1956) 90-136. Z. Bucher: Die
Innenwelt der Atome, Donauwörth, 1949. J. Daujat, Physique moderne et philosophie traditio-
nelle, París 1958; P. Descoqs, Essai critique sur l'hylémorphisme, París 1924. D. Dubarle, L'idée
hylémorphique d'Aristote et la compréhension de l'univers, «Rev. des sciences philosophiques et
théologiques» 36 (1952) 3-20, 205-230. J. Echarri, Autocrítica histórica del hilemorfismo, «Pen-
samiento» 8 (1952) 147-186. M. Fatta: “Ilemorfismo e física contemporánea”, Divus Thomas
Piac, 38 (1935) 523-536; 39 (1936) 143-152; 229-242. G. Fraile: “En torno al problema de la
materia”, Ciencia Tomista, 61(1941), 245-272; 62(1942), 232-258; 63(1942), 312-328. J. Hellín,
Sistema hilemórfico y ciencias modernas, «Pensamiento» 12 (1956) 53-64; H. Margenau, Thomas
and the Physics of 1958, Wisconsin 1958. R. Masi, Le prove dell'ilemorfismo ed il loro significa-
to metafísico, «Aquinas» 2 (1959) 60-94; Id., Struttura della materia, essenza metafisica e costi-
tuzione fisica, Brescia 1957; J. M. Marling, “Hylemorphism an the Conversion of Mass in to
Energy”, New Scholasticism 10(1936), 311-323. P. Mielle: De substantiae corporalis vi et ratione
secundum Aristotelis doctorumque scholasticorum sententiam, Lingonis, 1894. F. Renoirte, Ele-
mentos de crítica de las ciencias y cosmología, Madrid 1956; Ph. Selvaggi, Cosmología, 2ª ed.
Roma 1962. H. Straubingern, “Quantenphysik und Metaphysik”, Philosophisches Jahrbuch,
60(1950), 306-322.
54 Juan Cruz Cruz
permanencia monolítica del ser: todo es y nada cambia. Heráclito sostenía que
la unidad y la permanencia bajo las distintas mutaciones son algo ilusorio, por
lo que sólo admitía la pluralidad y la mutabilidad: todo pasa, todo es puro deve-
nir. Pero Aristóteles comprende que no se puede negar la mutabilidad del ente,
y que hay que hacerla compatible en el cambio con la entidad; y esto es posible
porque las cosas constan de acto y potencia. Hay potencia porque se da un suje-
to capaz de múltiples mutaciones, permaneciendo siempre el mismo; hay acto,
porque la capacidad de determinación está realizada por algo distinto de la po-
tencia, por lo actualizante de la potencia. Así quedan superadas las aporías ante-
riores, pues se le da su realidad correspondiente a la pluralidad y a la unidad.
Aplicando estos principios a la realidad física, Aristóteles llega a explicar
cómo los cuerpos constan de materia prima y forma sustancial. La materia pri-
ma es una sustancia incompleta que, como parte determinable, constituye el
compuesto sustancial material. No es un principio ya “determinado” (quod),
sino un principio determinante (quo), parte constitutiva de la sustancia; no es
una sustancia completa, porque de suyo es siempre parte de una sustancia, de-
terminable, indiferente a cualquier forma, ya que no da la determinación y la
especificación del cuerpo; no es cuerpo, sino constitutivo del cuerpo, como su
parte potencial y determinable. La forma sustancial es, entonces, la realidad que
determina la indiferencia y potencialidad de la materia, actuando intrínsecamen-
te sobre ella; es lo que actualiza o realiza la posiblidad de la materia en el orden
sustancial; por tanto, es una sustancia simple e incompleta que, como acto de la
materia, constituye con ella a la sustancia completa. La materia segunda es un
cuerpo que está ya constituido en su propia especie y que está todavía en poten-
cia de recibir otras determinaciones accidentales.
nuo, entonces tiene que haber un vínculo cohesivo, distinto realmente del prin-
cipio de divisibilidad, para que el ente no se disperse.
La principal dificultad que se opone a este argumento viene de los aspectos
de divisibilidad y de cohesión, de pasividad y de actividad. Sin embargo, ha de
considerarse que la distinción real entre dos principios puede ser física o metafí-
sica; en el primer caso, los principios son separables físicamente; en el segundo,
aunque los principios se distingan realmente, no son físicamente separables, lo
que sería en el caso de la materia y de la forma.
El “fin” traduce el griego télos (de aquí, teleología; v.) y el latín finis (teleo-
logía y finalidad son equivalentes). Ambos vocablos expresaban la idea de lími-
te, término o cumplimiento. Por tanto, el fin es, en su raíz etimológica, tanto la
delimitación de algo o lo que termina algo, como su horizonte o a lo que se
dirige un dinamismo para completarse o terminarse. Así, en su sentido tempo-
ral, es el «momento final»; en sentido espacial, es «límite» o determinación; en
sentido intencional, es el cumplimiento de un propósito u objetivo.
1
Paul Janet: Les causes finales, París, 1876. Sully Prudhmme / Charles Richet: Le problème
des causes finales, París, 1903.
2
R. Garrigou-Lagrange, El realismo del principio de finalidad, Buenos Aires 1949; Th. von
Uexküll, El hombre y la naturaleza, Barcelona 1961; P. Leonardi, La evolución biológica, Madrid
62 Juan Cruz Cruz
Esto ocurre de dos modos: 1º. El fin no existe y entonces hay que efectuarlo
(la pintura representada en la mente del artista mueve a que éste la reproduzca);
2º. El fin existe y entonces hay que lograrlo (la pintura de una exposición incita
a que su admirador la adquiera). En el primer caso, algo que no existe sustan-
cialmente es determinado a existir; en el segundo, algo cuya adquisición aún no
tiene existencia es determinado a tenerla. Así, pues, hay un fin intencional, co-
mo meta (hay que producirlo o conseguirlo) y un fin actual, como término (ya
producido y conseguido). El primero es el fin (según la sustancia o según su
logro) aún inexistente que precede a la causa eficiente, la mueve y la atrae; a su
vez, y por influjo de esta atracción, la causa eficiente lo apetece y a él se dirige.
El segundo es el fin ya existente y sigue a la causa eficiente; ésta lo produce por
influjo del fin como meta. Así, pues, por relación a la causa eficiente, uno es
causa, otro causado. El fin causante es la causa final. El fin causado sólo se
llama fin, porque es determinado por el fin causante. La finalidad es, así, el
orden a un fin, y hace que las cosas se dirijan a la producción o al logro del fin.
Teóricamente, esto puede ocurrir de dos maneras: 1ª. La finalidad es subjeti-
va o consciente si la causa eficiente es un sujeto inteligente y libre, que conoce
y apetece el fin bueno. 2ª. La finalidad es objetiva o inconsciente si la causa
eficiente se dirige al fin bueno sin conocimiento y además lo realiza. Esta fina-
lidad es natural si se encuentra en la misma esencia, es decir, especificada por
la misma naturaleza (dinamismo vital de las plantas, etcétera); si es especificada
por la mente humana, que la ha puesto en algo, se dirá finalidad artificial (como
la de la máquina). El problema que hoy se discute es si la finalidad objetiva
necesariamente tiene que fundarse en una finalidad subjetiva, o lo que es lo
mismo: si procede de una causa inteligente. El aspecto material de la finalidad
objetiva se distingue de su aspecto formal. La finalidad material es sólo la es-
tructura final dada en la experiencia, y, por tanto, no se considera que tenga su
origen en la intención consciente. La finalidad formal se considera como deri-
vada de la intención consciente del fin, intención consciente que puede ser o
bien del mismo agente humano, o bien de la causa que imprime la estructura al
agente (Dios).
Por lo que llevamos dicho, el fin adquiere dos sentidos netamente diferen-
ciables: 1º. Como aptitud, preordenación natural, entre una actividad y su tér-
mino; 2º. Como conexión prevista por el entendimiento y querida por la volun-
tad. El verdadero problema de la finalidad se plantea en el primer sentido; mu-
chas veces no se hace esta distinción debida y se pasa al segundo aspecto sin
195.; R. Martínez del Campo, ¿Determinismo o finalismo?, México 1934; J. Roig Gironella, Los
magnos problemas de la finalidad, «Pensamiento» 2 (1946) 295-321; Id., El principio metafísico
de finalidad a través de las obras de S. Tomás, «Pensamiento» 16 (1960) 289-316. L. de Guz-
mán Vicente Burgoa, El problema del finalismo en la naturaleza, Burgos,1979. Id. La finalidad
en la naturaleza : un debate con Nicolas Hartmann, Salamanca, 1986.
63 ¿Qué es naturaleza? Introducción general
probar antes que existe una finalidad natural. En el presente artículo no vamos a
subrayar demasiado esta segunda dimensión, consciente y libre, de la finalidad,
sino que insistiremos especialmente en la finalidad natural.
objeto de la ética. Mas por lo que respecta a la finalidad natural, sólo se pueden
dar tres formas fundamentales de respuestas, según él todas inválidas: 1ª. Como
teleología de los procesos, en cuanto responde a un «para qué» supuestamente
conectado con la esencia; 2ª Como teleología de las formas orgánicas o inorgá-
nicas, en cuanto se hace cuestión de una supuesta jerarquía de formas, unas
superiores a otras; 3ª Como teleología del todo, en cuanto que concibe al mundo
como una absoluta unidad informante o principal.
3. El finalismo criticista admite una finalidad, pero ésta figura como algo
puramente subjetivo, determinada aprióricamente por el sujeto; carece, por tan-
to, de una significación trascendentalmente objetiva.
Explica Kant que el juicio es una facultad de encontrar lo universal que hace
referencia a los objetos individuales y concretos de la experiencia. El juicio
debe abrazar en unidad o en un cierto universal las leyes empíricas individuales,
para lo cual parte de un principio puesto por él «a priori»: la finalidad. El fin no
es abstraído del orden objetivo, sino que es un principio regulador del juicio.
Consideramos a los organismos como si obraran conforme a determinados fi-
nes. Se trata aquí de una finalidad intrínseca, pues las partes del organismo son
determinadas por el todo. Pero el fin no explica nada, pues no determina nada.
Las causas mecánicas son las que en verdad determinan y, por tanto, a partir de
ellas se logra una explicación científica. Mientras el «principio mecánico» per-
tenece al «juicio determinante» (de explicación científica), el «principio teleo-
lógico» pertenece al «juicio reflexionante» (norma metódico-heurística, inter-
pretación de la naturaleza). La consideración teleológica, según Kant, es necesa-
ria para que nosotros podamos pensar los objetos, pero no es requerida por los
objetos mismos.
Parejo planteamiento se encuentra en J. Lachelier y otros criticistas.
a) Finalismo inmanente. Para Aristóteles el fin es, junto con la causa eficien-
te, una causa extrínseca, por contraposición a las dos intrínsecas: material y
formal. Pero el fin es la primera causa, pues influye sobre el agente determinan-
do el sentido de la acción. Cuando el fin es conocido como tal por el agente,
ejerce un influjo (causalidad final) mediante ese conocimiento. Mas cuando este
fin no se da como conocido (y es lo que ocurre en la naturaleza) entonces la
finalidad reside en la misma naturaleza tomada como forma, pues la forma de-
termina y dirige la actividad del agente natural, de modo que la actividad alcan-
za siempre, en circunstancias normales, lo que es su fin o su bien. Todo movi-
miento se hace en vistas a un fin. Mas como el movimiento es el paso de una
forma a otra, la forma que se trata de adquirir ejerce ya una influencia sobre el
agente, determinando y especificando su acción. Por lo cual, aunque es verdad
que rechaza el determinismo mecanicista o fatalista, incurre en cierto modo en
un determinismo finalista. La naturaleza siempre actúa por un fin y este fin es la
misma naturaleza. El dominio de la finalidad se frustra sólo accidentalmente,
por la ciega necesidad de la materia. Ahora bien, esta materia, según algunos,
no es contingente, ni ha sido creada eficientemente: es ingenerable e incorrupti-
ble. Esto obliga a Aristóteles a identificar el fin con la forma (esencia o noción)
que, a su vez, determina a la causa eficiente. Con lo cual se pierde la determina-
ción finalista en provecho de la esencial o formal.
Muy próximo a esta postura queda el finalismo del élan vital bergsoniano.
En verdad, rechaza Bergson tanto el mecanicismo como el finalismo, pues am-
bos conciben a la realidad como algo enteramente dado (cfr. La evolución crea-
dora). El mecanicismo afirma: todo está dado por el pasado: el finalismo, en
cambio: todo está dado por el futuro. El finalismo así entendido no es más que
un mecanicismo al revés: se inspira en el mismo postulado que él, sustituyendo
la impulsión del pasado por la atracción del porvenir; pero el finalismo, a dife-
rencia del mecanicismo, puede ser corregido, ya que no es una doctrina rígida.
En verdad, el azar no explica el hecho de la vida y sus direcciones. La vida no
toma una dirección debido a simples acciones mecánicas, sino a impulsos inter-
nos. La misma adaptación no es una imposición externa de formas, sino la
adopción que la vida hace de las formas más aptas frente a los obstáculos exter-
nos. Pero la coordinación no es fruto de la finalidad, puesto que la vida es im-
previsible, abierta. El «impulso vital» es único y ciego. No hay un «principio
vital» en cada viviente que dependa de una Inteligencia creadora. Tanto en la
perspectiva de Aristóteles, como después en la de Bergson y Le Roy, se afirma
expresamente una teleología, pero tiene un carácter totalmente inmanente, por
lo que no implica una inteligencia consciente y distinta del orden. Con lo cual
se aproximan bastante al fatalismo.
67 ¿Qué es naturaleza? Introducción general
3
W. Baumann, Das Problem der Finalität im Organischen bei N. Hartmann, Meisenheim
1955. L. Cuénot, Invention et finalité en biologie, París, 1951. R. Ruyer, Néofinalisme, París
1952; Para el tema del fin último del hombre, pueden verse: D. Desjardins, Dieu et l'obligation
morde, Brujas 1943. S. Ramírez, De hominibus beautitudine, 3 vol. Madrid 1943, 1947 y 1952; P.
Lumbreras, De fine ultimo hominis, Madrid-Buenos Aires 1954;
VI. EL EJEMPLAR COMO PRINCIPIO
1. Una forma es determinada por otra mediante un influjo que, desde anti-
guo, fue llamado causalidad formal externa o ejemplar o “idea”. La ejemplari-
dad fue en realidad, entre los autores del Siglo de Oro, la causalidad fundamen-
tal; y ella es supuesta por los demás tipos de causalidad, especialmente la efi-
ciente. Ciertamente la causa ejemplar no puede ejercer su influjo actual sin la
causa eficiente. De modo que ésta es el complemento necesario de aquélla. Es-
tas dos causalidades dependen entre sí y se preceden, la una a la otra, en dos
distintas líneas intencionales: la causa ejemplar es anterior en la línea de la con-
formación; mientras que la eficiente es primera en la línea de la realización1.
Pero como la conformación funda la realización, puede decirse que la causa
ejemplar es la primera o anterior en sentido absoluto.
El Siglo de Oro recibe de la antigüedad la doctrina de que la “idea”, en sen-
tido propio, es la forma que una cosa imita. El problema que surge de esta defi-
nición es que hay dos modos en que una cosa puede imitar alguna forma, a sa-
ber, directamente –intencionadamente– e indirectamente –accidentalmente–.
“Una cosa puede imitar alguna forma según la intención del agente, como
cuando un pintor produce intencionadamente alguna imagen de otro hombre
cuyo retrato pinta. Pero dicha imitación puede ocurrir accidentalmente, sin in-
tención y por casualidad; y así frecuentemente ocurre que los pintores producen
la figura de algún sujeto sin intención determinada y como por casualidad. Lo
que casualmente imita alguna forma no se dice formado conforme a ella; porque
esta palabra «conforme», parece envolver orden y relación al fin; por cuya ra-
zón, siendo la forma ejemplar –o la idea– una razón conforme a la cual se forma
alguna cosa, es necesario que ésta imite la causa ejemplar o idea por su misma
naturaleza y no accidentalmente”2.
Idea ejemplar es, pues, una forma que intencionadamente es imitada; mas
¿por «algo» o por «alguien»? Viene esta pregunta a propósito de que hay dos
maneras en que puede obrar una causa por algún fin. “Primera: cuando el mis-
mo agente se determina y se prescribe a sí mismo el fin, como sucede en todos
1
G. Girardi: Metafisica della causa esemplare in san Tommaso d’Aquin, Torino, 1954. C.
Fabro: Partecipazione e causalitá secondo s. Tommaso d’Aquino, Torino, 1960. T. M. Schmaltz,
Efficient causation: the history , New York –Oxford, 2014.
2
Thomas de Aquino, De Ver., q. 3, a, 1.
70 Juan Cruz Cruz
los que obran por medio de la inteligencia. Segunda: cuando el agente que obra
–o se mueve– tiene ya un fin determinado previamente por otro agente princi-
pal, como se ve en el movimiento de la flecha, la cual es movida a un fin con-
creto, pero este fin le es determinado por el que la arroja; y del mismo modo, las
operaciones de la naturaleza que se dirigen a un fin determinado presuponen
algún entendimiento que predetermina y señala algún fin a esta naturaleza, or-
denándola y dirigiéndola a él; y bajo este concepto, toda operación y efecto de
la naturaleza puede decirse que es obra de inteligencia”3.
2. Santo Tomás advierte que si una forma es imitada por un mero ‘algo’ no
es propiamente ‘idea ejemplar’. Lo es cuando es imitada por ‘alguien’, o sea por
un sujeto que pone en obra su inteligencia, determinándose a sí mismo los fines.
Por eso, la causa ejemplar puede decirse que es la más subjetual de las causas.
“Pues si alguna cosa es hecha a imitación de otra por un agente que no se de-
termina a sí mismo algún fin, no por esto la forma imitada tendrá razón de
ejemplar o idea; pues no decimos que la forma del hombre que engendra otro
hombre sea idea o ejemplar del sujeto engendrado, sino que solamente decimos
esto cuando el que obra por algún fin se determina a sí mismo este fin, ya sea
que aquella forma que sirve de tipo ejemplar se halle dentro del agente, o que
exista fuera de él; así decimos que la forma artística que existe en el artífice es
el ejemplar del artefacto, y también puede convenir esto a alguna forma existen-
te fuera del artífice, y según cuya imitación produce alguna cosa. Esta, pues,
parece ser la verdadera noción de la idea, una forma por cuya imitación se pro-
duce alguna cosa según la intención de un agente que se determina a sí mismo
un fin al obrar”4.
3. Una vez que Santo Tomás muestra que la idea o causa ejemplar es la más
subjetual de las causas, hace observar que precisamente para los partidarios del
azar y para los emanatistas –que rechazaban el concepto de una creación libre-
mente puesta por Dios– estaba de más el considerar filosóficamente la «idea».
“Los que suponían que todas las cosas se realizan fortuitamente, no podían ad-
mitir en realidad, y procediendo lógicamente, la existencia de la idea. Del mis-
mo modo, según los que establecían que las cosas todas proceden de Dios por
necesidad de naturaleza y no según el libre albedrío de la voluntad, no se puede
admitir ideas en Dios; porque los agentes que obran necesariamente no se pre-
determinan o proponen a sí mismos un fin. Pero esto no puede ser: porque todo
el que obra en orden a un fin, si no se determina y propone a sí mismo este fin,
será preciso que le sea determinado por algún agente superior, y así habrá algu-
3
Thomas de Aquino, De Ver., q. 3, a. 1.
4
De Ver., q. 3, a. 1.
71 ¿Qué es naturaleza? Introducción general
na cosa superior a él, lo cual es absurdo; porque todos los que hablan y nombran
a Dios, entienden que él es la causa primera de los entes. De modo que la forma
ejemplar, o sea la idea, tiene en cierto modo razón de fin, y de ella recibe el
artífice la forma mediante la cual obra, cuando este tipo-forma existe fuera de
él. Pero no debe admitirse que Dios obra por algún fin que no sea el mismo
Dios, ni que recibe algo de otro ser distinto de él, que le haga capaz para obrar,
y por eso no podemos ni debemos absolutamente admitir que las ideas existen
fuera de Dios, sino solamente en la inteligencia divina”5.
5
De Ver q. 3, a. 1.
72 Juan Cruz Cruz
6
H. Rüssimann, Zur Ideenlehre der Hochscholastik, Freiburg-im-Breisgau, 1938. E. C. Fonta-
na, Metafisica della partecipazione : genesi e significato della scoperta fabriana, Roma, 2011.
7
N. Hartmann, “Zum Lehre von Eidos bei Platon und Aristoteles” (1941), en Kleinere Schrift-
en, II, Berlín 1957, 129-164. R. V. Goldschmidt: Le paradigme dans la dialectique platonicien-
ne, París, 1985.
8
E. R. Ross, Plato’s Theory of Ideas, Oxford, 1951 y 1961.
9
Sobre esta doble en función en el neoplatónico Proclo, cfr. E. R. Dodds, Proclus. The Ele-
ments of Theology, Oxford, 1933, p. 215.
73 ¿Qué es naturaleza? Introducción general
10
E. Gilson, L’esprit de la philosophie médiévale, París, 1948, p. 159, nota 2.
11
In I Sent d35 q1 a1 ad3 y 4.
12
Louis-Bertrand Geiger, “Les idées divines dans l’oeuvre de saint Thomas”, en Penser avec
Thomas d'Aquin: etudes thomistes, Fribourg, Editions Universitaires, 2000, p. 75.
74 Juan Cruz Cruz
TÉCNICA Y NATURALEZA
1
El núcleo argumentativo del presente apartado se inspira en el libro de H. J. Meyer, Die Tech-
nisierung der Welt. Herkunft, Wesen und Gefahren, Max Niemeyer Verlag, Tübingen, 1961;
aunque no se debe a dicho autor lo que aquí entiendo por “objetivación tecnológica”.
2
Naturaleza equivalía a “nacimiento”, a espontaneidad germinativa; arte, en cambio, era todo
lo que no reaparece por generación. “No es naturaleza la forma de la cama, sino la madera. Por-
que si la madera germina no se hace una cama, sino un árbol [quoniam si lignum germinet, non
fiet lectus, sed lignum]. Esta forma que no reaparece por germinación no es naturaleza, sino arte
[haec forma quae non redit per germinationem, non est natura sed ars]. Pero la forma que reapa-
rece por germinación es naturaleza”; Tomás de Aquino, In Physicam, II, lect. 2, n.3.
3
La proposición de que “el arte imita a la naturaleza” era entendida en un sentido muy preciso.
Ya Aristóteles, en Metaphysica (VI), había advertido que hay dos tipos de “tékhne” o arte: uno,
en cuya materia no existe un principio eficiente para producir el efecto, por ejemplo en el arte
edificatoria, pues no hay ni en la madera ni en la piedra una fuerza activa que mueva a construir la
76 Juan Cruz Cruz
esfuerzo imitativo el arte tan sólo alcanzaba a realizar objetos de una esfera muy
limitada. No obstante, existía la convicción de que el arte humano fabrica algu-
nas cosas que la naturaleza no puede elaborar por sí sola4. Pero lo vinculante era
lo que existía ya desde siempre por obra de la naturaleza, lo envidiablemente
imitable5, lo susceptible de mímesis. La naturaleza era una entidad independien-
te, a la que el hombre obedece en gran medida, no sólo para obtener los frutos
de su subsistencia, sino para lograr el ejemplar de las cosas factibles. Dicho de
otro modo, el objeto factible nunca era completamente técnico, pues había mu-
cho comportamiento natural en su seno6. Uno no puede por menos de sonreír
casa. Pero hay otro tipo de arte, en cuya materia hay un principio activo que mueve a producir el
efecto, como ocurre en el arte médico: pues en el cuerpo enfermo hay un principio activo de la
salud. Así, en el primer caso, el efecto nunca es producido por la naturaleza, sino que siempre es
hecho por el arte: como se muestra en la casa. Pero en el segundo caso, ocurre que el efecto es
producido por el arte ciertamente, pero también por la naturaleza sin el arte: pues muchos hom-
bres sanan por obra de la naturaleza sola. Por tanto, en las cosas que pueden hacerse por el arte y
por la naturaleza, el arte imita a la naturaleza: pues si un sujeto enferma por causa de un elemen-
to frío, la naturaleza lo sana calentándolo; y por tanto, también el médico, si lo ha de curar, lo
sanará calentándolo; Tomás de Aquino, Contra Gentes, II, c. 1.
4
Aunque para un antiguo el arte “imita a la naturaleza”, también es cierto que hace algo –como
una casa– que la naturaleza no puede; por tanto, suple algunos defectos de la naturaleza misma:
“Ars imitatur naturam, et supplet defectum naturae in illis in quibus natura deficit”; Tomás de
Aquino, In IV Sententiarum, d. 42, q. 2, a.1. Esta última afirmación es repetida por el Aquinate en
otros sitios: “Producere autem aliquem effectum quem vel natura producere non potest, vel non
ita convenienter, mediante actione principiorum naturalium, artis est”; De potentia, q. 6, a. 3. Pero
esa “deficiencia en la naturaleza” es relativa, porque en sentido absoluto es el arte lo ontológica-
mente deficiente respecto a la operación de la naturaleza [deficit ab operatione naturae]: ésta
otorga la forma sustancial, cosa que no puede hacer el arte, porque todas las formas artificiales
son accidentales; a lo sumo el arte aplica un agente estricto natural a la materia misma natural,
como el fuego al combustible (Summa Theologiae, III, q. 66, a. 4). Por lo que el principio de
imitación tiene un sentido ontológico ambiguo: pues al fin y al cabo el técnico antiguo obra por la
virtud de una naturaleza ajena, a la que usa como instrumento: así, el alfarero utiliza el fuego para
cocer los ladrillos, “sicut figulus igne ad coquendum laterem”; De potentia, q. 7, a. 1. El arte sólo
opera sobre lo que ya está constituido naturalmente en su ser completo: “Ars enim non operatur
nisi supra id quod iam constitutum est in esse perfecto a natura”; De principiis naturae, c. 1.
5
H. Blumenberg, “Nachahmung der Natur. Zur Vorgeschichte des schöpferischen Menschen”,
en Studium Generale, 1957 (5), p. 644.
6
Lo cual significa que el arte es imitación cuando es capaz de repristinar en su propia opera-
ción los modos de la naturaleza misma. Como en una nota anterior ha quedado dicho, entre los
efectos que provienen de un principio externo, hay algunos producidos solamente por el principio
exterior, como la “forma” de la casa es causada en la materia sólo por el arte; pero hay otros
efectos que unas veces son producidos por un principio exterior y otras veces por un principio
interior: como la salud es causada en el enfermo a veces por un principio exterior –por el arte
médico– y otras veces por un principio interior –por virtud de la naturaleza–. En tales efectos
deben ser atendidos dos aspectos. En primer lugar, que en su propia operación el arte imite a la
naturaleza al igual que la naturaleza sana al enfermo haciendo que la materia que causa la enfer-
medad sea alterada, absorbida y expulsada. En segundo lugar, que el principio exterior –el arte–
no obre como un agente principal, sino como un elemento secundario que ayuda al agente princi-
pal –que es un principio interior–, confortándolo y suministrándole los instrumentos y auxilios
necesarios para producir el efecto; y así el médico conforta a la naturaleza y le da alimentos y
77 ¿Qué es naturaleza? Introducción general
cuando los medievales ponían como ejemplo de artes –hábitos de la razón prác-
tico-técnica– la venatoria, la edificatoria, la estrategia, la culinaria, el arte de
correr, el de jugar… El hombre antiguo está integrado en la naturaleza, la cual
era algo previamente dado, repleto de cosas que el hombre no podía fabricar ni
producir. Todo lo que el hombre podía variar, cultivar o criar se circunscribía a
límites concretos, sin posibilidad de emanciparse de lo previamente dado7.
medicinas necesarias para conseguir el fin pretendido; Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I,
q. 117, a. 1.
7
Esto no quiere decir que para el hombre antiguo sólo hubiera un principio, el natural, al que
debiera “reducirse” lo artificial. Como estas dos cosas, por sus diversos principios, están en “di-
versos géneros”, tal reducción no era posible. Aunque en otro aspecto no carecía de sentido afir-
mar que lo artificial se reduce a lo natural cuando el arte utiliza instrumentos naturales para com-
pletar su obra artificial: “Artificialia non reducuntur in naturalia ita quod natura sit eorum primum
et principale principium, sed inquantum ars utitur naturalibus organis ad complementum artificii”;
Tomás de Aquino, In III Sentententiarum, d. 37, a. 3, ad. 2. También este segundo supuesto re-
ductivo es superado por la moderna objetivación tecnológica: lo artificial usa y se nutre ahora de
lo artificial.
8
M. Heidegger, “Die Frage nach der Technik”, en Vorträge und Aufsätze, Neske, Pfullingen,
1954, pp. 13-44. No hay que olvidar que, para un hombre antiguo, el arte siempre presupone a la
naturaleza: “En la operación del arte obra la naturaleza; pues sin la operación de la naturaleza no
se produce la operación del arte: al igual que por el fuego se ablanda el hierro y luego, por la
percusión del martillo, el herrero lo estira”; Tomás de Aquino, De potentia, q. 3, a. 7. Hoy no
calificaríamos de ingenua la taxativa afirmación del Aquinate: la naturaleza puede hacer oro de la
tierra, si en ello se mezclan otros elementos, cosa que el arte no puede hacer (“natura potest ex
terra facere aurum aliis elementis commixtis, quod ars facere non potest”; De potentia, q. 6, a. 1,
ad 18.
78 Juan Cruz Cruz
9
H. J. Meyer, Die Technisierung der Welt, cap. VI, § 3.
79 ¿Qué es naturaleza? Introducción general
10
H. Freyer, Theorie des gegenwärtigen Zeitalters, Deutsche Verlagsanstalt, Stuttgart, 1955, pp.
15-20.
11
La objetivación tecnológica podría compararse, en términos medievales, con una operación
divina. En virtud de que la ciencia divina es causa de las cosas, viene a ser como la ciencia que un
artífice plasma en sus artefactos. “Pero el artífice conoce el artefacto mediante la forma del arte,
forma que tiene en su misma mente en tanto que él la produce: ahora bien, el artífice solamente
produce la forma, porque la naturaleza es la que prepara aquella materia que entra en los artefac-
tos. Y por eso, mediante su arte conoce el artífice los artefactos solamente en razón de la forma. Y
como toda forma es universal de suyo, resulta que el edificador conoce ciertamente por medio de
su arte la casa en universal, pero no ésta o aquella casa, salvo que por los sentidos obtenga alguna
noticia de ella. Mas si la forma del arte fuese productora de la materia, como lo es también de la
forma, conocería por medio de ella el artefacto no sólo en razón de la forma, sino también en
razón de la materia. Ahora bien, la materia es el principio de individuación, por lo que no sólo lo
conocería en su naturaleza universal, sino también en cuanto es un singular. Por tanto, como el
arte divino es productor no sólo de la forma, sino también de la materia, en su arte no sólo existe
la semejanza de la forma, sino también la de la materia: conoce las cosas en cuanto a su forma y a
su materia: no sólo lo universal, sino también lo singular”; Tomás de Aquino, De veritate, q. 2, a
5.
80 Juan Cruz Cruz
12
M. Heidegger, “…dichterisch wohnet der Mensch”, en Vorträge und Aufsätze, Neske, Pfull-
ingen, 1954, pp. 187-204.
13
San Agustín, De natura et gratia, c67; ML 44, 287.
JUAN DE SANTO TOMÁS
11
Physica II (192 b). En el capítulo primero, Aristóteles pregunta qué es la naturaleza. Y res-
ponde indicando las cosas que son por naturaleza y las cosas que son por arte y por azar. Son por
naturaleza los animales, las plantas y los cuerpos simples. Son por el arte los vestidos, los mue-
bles y cosas semejantes. Las que son por naturaleza tienen esencialmente en sí mismas el princi-
pio de cualquier movimiento; las que son por arte no tienen esencialmente en sí mismas el princi-
pio del movimiento, salvo de modo accidental, en cuanto entran en su estructura cosas naturales,
tales como la madera, el mármol o el hierro. De esta aclaración saca Aristóteles una definición:
“naturaleza es el principio de movimiento y de reposo de aquello en lo que está de modo primor-
dial y esencial y no de modo accidental”. Y por tanto, las cosas que se llaman conforme a natura-
leza son aquellas cuyo ser viene de la naturaleza y, por tanto, también son conforme a naturaleza
los accidentes y propiedades que convienen a esas cosas.
ARTÍCULO PRIMERO
EXPLICACIÓN DE LA DEFINICIÓN DE NATURALEZA
1º Como nacimiento;
2º Como principio de movimiento o de generación;
3º Como materia o como forma;
4º Como esencia.
1
Metaphysica, V, cap. 4 (1014 b 16).
2
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 29, a.1, ad4.
3
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 1, a. 2; q. 6, a. 1, ad 3.
86 Juan de Santo Tomás
Y suele ser denominada por otros con la dura expresión “natura naturans”, esto
es, el que ordena la naturaleza.
Ahora bien, aquí habla Aristóteles de la naturaleza en su segunda acepción,
esto es, como principio intrínseco del movimiento, según advierte Santo Tomás
en el pasaje citado y en el libro segundo de la Física4.
Lo que se compone de estos principios es más bien principiado que princi-
pio. Y si preguntamos: ¿por qué Aristóteles trató de los principios de la realidad
natural en el libro primero, y de nuevo en el libro segundo trata de la naturaleza
entre los principios de la realidad natural? La respuesta es que, como Santo
Tomás advierte a propósito de este libro segundo de Física, si se define la natu-
raleza referencialmente, esto es, por su relación al movimiento, no había incon-
veniente en tratar de los principios de la realidad natural en el libro primero,
puesto que de ellos consta el ente natural tanto “en su proceso de formación” (in
fieri) como “en su formación constituida” (in facto esse).
Aristóteles trata aquí de los principios de la realidad natural, o de la natura-
leza, en relación al movimiento y respecto a él. De este modo, pues, tiene el
papel de naturaleza en cuanto que es principio de movimiento de manera activa
o pasiva; y, así, en el libro primero son considerados los principios como consti-
tutivos del ente natural tanto “en su proceso de formación” como “en su forma-
ción constituida”, sin que sea considerado el principio propiamente bajo su as-
pecto de activo o pasivo, sino bajo su aspecto de material y formal. En cambio,
ahora son tomados los principios no en cuanto constitutivos del ente natural,
sino en cuanto principian el movimiento, y así es considerado el principio como
activo o pasivo. Hechas estas aclaraciones, la definición de naturaleza es esta:
1. Principio y causa
En la definición de naturaleza se ponen primeramente las palabras “principio
y causa”. Y muchos preguntan por qué Aristóteles ha puesto esos dos términos.
Dan muchas respuestas. Algunos dicen: para ofrecer una mejor explicación;
otros: para excluir la privación, que es principio de movimiento y no es natura-
leza, al no ser causa. Santo Tomás: para indicar que en algunas cosas la natura-
4
Thomas de Aquino, In II Physicorum, II, 56, n. 5.
5
La naturaleza es principio y causa de movimiento y de reposo para la cosa en la que reside
inmediatamente y a título de atributo esencial, y no accidental, de esta cosa.
87 Lo natural, lo artificial, lo violento
leza es principio pasivo, en otras, principio activo, y éste se señala con el tér-
mino de causa.
También podemos añadir que, al pretender Aristóteles definir la naturaleza
sustancial, como se explicita en la cuarta partícula, fue conveniente significar
que era principio de movimiento, no de un modo cualquiera, sino como princi-
pio primordial o radical y ordenado positivamente al movimiento; y no puso
sólo principio, precisamente porque éste también le conviene a la privación; ni
puso sólo causa, porque ésta también conviene a la virtud o facultad motriz, que
es accidente; sino que unió ambos términos para que se entendiese que debe ser
principio positivo causante del movimiento, no como potencia o instrumento
[medio] de operar, que es virtud o facultad, sino, como un principio que es raíz.
2. De movimiento y reposo
La segunda parte de la definición es principio “de movimiento y reposo”.
Con el nombre de movimiento se entiende no sólo el movimiento local, sino
cualquier movimiento físico y corpóreo, sea local o de alteración, etc. La con-
junción “y” que une los términos mencionados, no ha de ser entendida copulati-
vamente –de modo que, para que una cosa sea naturaleza, se requiera que sea
principio de ambos–; sino que se entiende distributivamente, con distribución
apropiada.
En algunas cosas, pues, la naturaleza es principio de movimiento; en otras,
de reposo; y en otras de ambos.
Es principio de solo el movimiento como acaece en los vivientes: en estos, si
cesa todo movimiento, cesa la vida.
Es principio del solo reposo como acaece en el cielo empíreo y en todo el
globo terráqueo que reposa de modo perpetuo6.
Es principio de ambos, como sucede en los cuerpos graves y leves, que unas
veces guardan reposo, otras veces se mueven, puesto que el uno está ordenado
al otro, es decir, el movimiento se ordena al reposo. Por lo tanto, en general la
naturaleza entera es principio de movimiento y de reposo distributivamente.
Por otro lado, no se pone disyuntivamente “del movimiento o del reposo”,
para no dar a entender que uno de los dos le sería suficiente a la naturaleza en
general o a todo el conjunto de la naturaleza, a saber, el solo reposo o el solo
movimiento.
En tanto que ambos términos se entiendan distributivamente, se significa que
todas las cosas se encuentran en el conjunto entero de la naturaleza. Y es habi-
6
Este supuesto responde a la física antigua y medieval; y carece actualmente de interés, salvo
el histórico. Hoy no se podría decir que el mundo en general o la tierra están en reposo. Pero la
definición de “naturaleza” sigue siendo válida para todo ser que se mueva.
88 Juan de Santo Tomás
tual dar las definiciones de este modo, como cuando Aristóteles define el alma
diciendo: el alma es aquello por lo que vivimos, sentimos, cambiamos de lugar
y conocemos. No quiere decir que a cada alma en singular le competan todas
estas propiedades; sino que a cada alma le conviene alguna de ellas, y a un alma
sola le convienen todas ellas, como al alma racional.
Con el nombre de “reposo” no se entiende la pura carencia de movimiento,
sino la carencia de movimiento con posesión del término. En efecto, la natura-
leza es principio real de este reposo posesivo; en cambio, no hay un principio
real en la carencia, puesto que ésta es nada.
Se podría objetar que el calor del fuego, incluso en cuanto que es acción, es
natural; pues no es libre, ni artificial, ni violento. Luego, procede de la naturale-
za en cuanto es naturaleza. Y podría decirse lo mismo de la generación, que es
una acción procedente de la naturaleza, en cuanto que es naturaleza.
Se responde que dichas acciones se llaman naturales, no porque la naturaleza
quede constituida en función de ellas o en orden a ellas, sino porque siguen y
acompañan a la naturaleza y proceden de su inclinación o están ordenadas a
7
La doctrina que vale para los ejemplos aducidos –referentes a los antiguos “cuatro” elementos
o constitutivos del mundo físico, como agua, fuego, aire, tierra– podría reabsorberse en los ejem-
plos de las “partículas elementales”, o en los “átomos”, según son explicados en la física moder-
na.
89 Lo natural, lo artificial, lo violento
Acerca de las cosas a las que les conviene el concepto de naturaleza surgen
algunas dificultades.
1
Los medievales utilizaron normalmente el término suppositum (de sub-ponere) para indicar el
sujeto cierto, constituido, o supuesto que “está debajo de las propiedades que se le atribuyen”.
Después modernamente se utilizó “supuesto” con el sentido de fingido, falso. La “suposición”
vino a ser una hipótesis, algo condicional. Ahora bien, sigue utilizándose la expresión “por su-
puesto” en el sentido fuertemente afirmativo de “claro que sí, cierto”. Parae los antiguos, el su-
puesto o sujeto, “suppositum”, se distingue de la “natura”. Aristóteles, Physica II, c. 1 (193 b 3).
92 Juan de Santo Tomás
Por otra parte, parece que la forma total sustancial se excluye de la noción
de naturaleza. Pues aunque la humanidad es principio originante [quo] de mo-
vimiento y reposo, sin embargo, no es primer principio pura y simplemente y
como elemento primordial de donde se produce la generación, puesto que es
principio, pero de modo que también es “principiado” de los dos primeros: la
materia y la forma. Por lo tanto, la forma total sustancial no está incluida en la
noción dada –la naturaleza es principio de movimiento y reposo de manera pri-
mordial y esencial–; ahora bien, la humanidad no es principio primero, sino
principio que consta o está constituido por los primeros principios.
2
Joannes a Sancto Thoma, Philosophia naturalis, I, q. 7, a. 2.
3
Aristóteles, Metaphysica, V, cap. 1 (1013 a 20).
4
Aristóteles, Metaphysica, V, c. 4 (1014 b 17). Se dice “in-existente”, no por carecer de exis-
tencia, sino por estar primordialmente en la cosa real.
93 Lo natural, lo artificial, lo violento
una parte componente de la humanidad. Pero esta opinión no niega que la hu-
manidad o la forma total sea naturaleza, si se toma la naturaleza como esencia
en cuanto que se opone a sujeto [suppositum]; pero que no es naturaleza según
es designada en la definición de Aristóteles, la cual sólo incluye los primeros
principios del movimiento y reposo, no los principios que brotan de estos.
Esta dificultad no tiene tanta importancia como le dan algunos, que se incli-
nan abusivamente a favor de la última opinión. No obstante es evidente que la
primera opinión es más conforme con el pensamiento de Santo Tomás. Éste,
comentando la Metafísica de Aristóteles, dice que “la naturaleza es la forma
como sustancia”5; y la entiende de la forma total, aclarando que “no sólo la
forma de una [mera] parte es naturaleza, sino también lo es la especie, que es la
forma del todo; como si dijéramos que la naturaleza del hombre no sólo es el
alma, sino también la humanidad y la sustancia, significadas por la definición”.
Ahora bien, dado que en aquel pasaje Aristóteles trata de la naturaleza tal como
la definió en este libro segundo de la Física –puesto que precisamente en dicho
pasaje los autores opuestos confirman su opinión–, resulta claro que Santo To-
más también habla de la naturaleza, según ha sido aquí definida por Aristóteles,
cuando la atribuye a la forma total.
5
Thomas de Aquino, In V Metaphysicorum., lect. 5. Comenta un texto del capítulo 4 de ese
libro, (1015 a 13).
6
Esta sería, desde el punto de vista ontológico, la determinación más exacta de lo que en el
mundo medieval y renacentista se entendía por “coelum”, cielo, el cual es ingenerado, aunque no
increado.
94 Juan de Santo Tomás
2. La materia y la forma
No hay dificultad alguna en afirmar que la forma es naturaleza; aún más, que
la forma es naturaleza más que lo es la materia: es lo que enseña abiertamente
Aristóteles en el libro de la Física8.
Pero sobre la materia muchos autores tienen dudas. Incluso algunos tienen
opiniones extremas en este punto. Efectivamente, algunos opinan que la sola
materia, o hablando de modo más general, que el solo principio pasivo –no el
activo– es naturaleza. Esta opinión es atribuida a Escoto9, como refieren los
Conimbricenses10 y Fuente11.
Otros, en el extremo opuesto, opinan que naturaleza es el solo principio acti-
vo; de este modo excluyen de la definición de naturaleza la materia. Es opinión
atribuida a Valerio12 (cuest. 11 “Ad tirones”); y es evidente que la sigue Váz-
7
Lectio 1.
8
Aristóteles, Physica, II, c. 1 (193 b18).
9
Duns Scotus, In II Sententiarum, dist. 18, quaestio única.
10
Conimbricenses, In II Physicorum, cap. 1, quaest. 3, a. 1.
11
Fuente, In II Physic., q. 1, diffic. 2.
12
Valerio, Quaest. 11 Ad tirones.
95 Lo natural, lo artificial, lo violento
quez13. No pueden negar esta opinión quienes, como Cabero14, piensan que la
definición de naturaleza sólo conviene analógicamente a la materia respecto a la
forma.
El fundamento de esta opinión depende principalmente de lo que se dirá en
el artículo cuarto, pues básicamente se funda en esto: lo natural se opone a lo
violento. Lo violento requiere encontrar resistencia en el paciente, resistencia
ejercida por la actividad de propio paciente, no por una recepción pasiva; si de
otro modo fuera, todo movimiento sería natural, dado que todo movimiento
tiene un principio pasivo al ser recibido en una cosa. Luego, para el concepto de
naturaleza, en cuanto opuesta a violento, se requiere un principio activo y no
basta un principio pasivo. Pero este fundamento se examinará en el artículo
cuarto.
El fundamento de la primera opinión se reduce a esto: la naturaleza recibe
primordialmente su designación de donde se dice que es móvil y es naturaleza
en cuanto mutable. Pero ser móvil y mutable implica un principio pasivo y po-
tencial; luego, en razón de esto, una cosa es designada naturaleza.
Se confirma este argumento. La naturaleza es principio intrínseco del movi-
miento. Pero no tiene esto en razón de principio activo, sino pasivo, aún más, el
que la naturaleza tenga el principio activo respecto al movimiento, está en ella
accidentalmente, al igual que, si el enfermo tuviera el principio activo cuando es
despojado de todo principio pasivo, se le sustrae el carácter e idea de naturaleza
y sólo es motor de la naturaleza. Para ser, pues, naturaleza, necesariamente debe
suponer un principio pasivo de movimiento y será designada naturaleza por él
solo, puesto que, si fuera designada por el principio activo, la designación se
llevaría a cabo incluso suprimido el principio pasivo. Aún más, cuando se dan
ambos principios, tanto el pasivo como el activo, de ningún modo se produce la
designación por el principio activo, como es patente en el fuego que no es de-
signado naturaleza por calentar activamente, sino por el hecho de ser móvil
pasivamente. Esta opinión no niega que los seres vivientes tengan naturaleza,
sólo dice que a los vivientes, en cuanto al movimiento, les conviene la naturale-
za en razón del principio pasivo, no en razón del principio activo. De lo que
resulta que en los seres vivos es natural el movimiento que proviene de un prin-
cipio externo, respecto al cual el ser vivo está pasivamente, como los movi-
mientos del corazón, el primer acto del entendimiento y semejantes. Se dice,
pues, que todas las cosas determinadas por otro se comportan y conducen natu-
13
Gabriel Vázquez, In Summam Theologiae, I-II, t. 1, disp. 25, cap. 3.
14
Chrisóstomo Cabero, Commentaria tam in octo libros physicorum quam in duos de genera-
tione & corruptione & tres de anima philosophi stagyritæ, 1628, tract. 2, disp. 1 dub. 4.
96 Juan de Santo Tomás
15
Sobre esto, véase Santo Tomás en Summa Theologiae I, q. 18, a. 3.
16
Thomas de Aquino, In II Physicorum, lectio 1.
17
Conimbricenses, In II Physicorum, cap. 1, quaest. 3, a. 1.
18
Domingo Soto, In II Physicorum Commentaria, q. 1, conclus. 3.
97 Lo natural, lo artificial, lo violento
19
Movimiento progresivo: caminar o reptar.
20
Según la cosmología antigua y medieval.
21
Conimbricenses, In II Physicorum, cap. 1, quaest. 3, a. 2.
98 Juan de Santo Tomás
22
Thomas de Aquino, In II Physicorum, lect. 1.
99 Lo natural, lo artificial, lo violento
23
Chrisostomus Cabero, Commentaria tam in octo libros physicorum quam in duos de gene-
ratione & corruptione & tres de anima philosophi stagyritæ, 1628, tract. 2, disp. 1 dub. 4.
24
Collegii Complutensis…Discalceatorum, In octo libros physicorum, 1635, disp. 7, q. 8.
25
Aristóteles, Metaphysica, V, cap. 4 (1015 a 11).
26
Aristoteles, Physica, II, cap. 1 (193 b 6).
27
Domingo de Soto, In II Physicorum, q. 1, concl. 2.
28
Francisco de Toledo, Commentaria vna cum quæstionibus in octo libros Aristotelis de physica
auscultatione, II, q. 1, a. 5.
100 Juan de Santo Tomás
29
Thomas de Aquino, In V Metaphysicorum, lect 5. In “Ponit duos modos”.
101 Lo natural, lo artificial, lo violento
ga prioridad y sea más perfecto que otro, como en el género “animal” el hombre
es más perfecto que el león. De este modo, es más naturaleza específicamente,
no genéricamente, manteniéndose la desigualdad por parte de la especie, no por
parte del género participado; pero esto no constituye analogía.
3. El alma racional
La dificultad es aquí si el alma es naturaleza en el grado racional, no sólo se-
gún los otros grados, a saber, el vegetativo y el sensitivo. Ciertamente está claro
que la naturaleza es principio de movimiento corporal, que pertenece a la Físi-
ca. Pero los movimientos de la parte racional son independientes de la materia y
de la movilidad física y es evidente que pertenecen más bien al tratamiento me-
tafísico, como el conocer y el querer, facultades que también sobrepasan de otro
modo las metas de la naturaleza, puesto que no están determinadas a una sola
cosa, sino que poseen una indiferencia universal, y de por sí pueden permanecer
en un estado de separación y a él pueden convenirle. No obstante hay que afir-
mar:
30
Aristóteles, Physica, II, cap. 2 (194 b9).
31
Thomas de Aquino, In II Physicorum, lect. 4.
103 Lo natural, lo artificial, lo violento
4. El cielo
32
¿Se puede aplicar al cielo la definición propia de naturaleza? Hay aquí una
dificultad especial, por dos razones.
Primera. Porque el movimiento no le es natural, en cuanto que natural se
opone a violento, al no provenir de un principio activo intrínseco. Ahora bien,
para que sea algo natural opuesto a lo violento debe tener un principio intrínse-
co activo con el que resista a la violencia inferida del exterior; pero el principio
pasivo de ningún modo resiste. Luego el cielo no tolera ni admite violencia y,
consecuentemente, tampoco constituye naturaleza, dado que naturaleza o mo-
vimiento natural es lo que se opone a violento y lo que puede ser eliminado con
la violencia.
32
Los postulados en que reposan las explicaciones de Poinsot sobre la estructura del Cielo y del
Cosmos son los de Aristóteles, seguidos en la Edad Media: en general son ya incompatibles con
los datos de la ciencia actual. Para el hombre antiguo, incluido el que escribe un comentario al
libro aristotélico De Cœlo, vivimos en un cosmos cerrado, finito, jerarquizado (centrado en la
Tierra) y heterogéneo en su materia: habría una materia astral o incorruptible y una materia su-
blunar o corruptible. El primer cuerpo de este universo sería el más elevado sobre la Tierra y se
hallaría en rotación perfecta. Cfr. para todas estas cuestiones, mi trabajo “Ambivalencia natural de
un cosmos jerarquizado”, introductorio a la traducción del Comentario de Santo Tomás al libro
de Aristóteles sobre el cielo y el mundo, Eunsa, Pamplona, 2002, pp. 11-70.
104 Juan de Santo Tomás
33
Gabriel Vázquez, In Summa Theologiae I-II disp. 25, a. 1.
34
Aristóteles, Physica, IV, cap. 8 (215 a1).
35
Martínez, In IV Physicorum, cap. 1, disp. 1, q. 2.
36
Domingo de Soto, In II Physicorum, q. 1.
105 Lo natural, lo artificial, lo violento
lo cita Escoto37; y puede ser consultado el propio Escoto cuando fija una poten-
cia intermedia entre lo natural y lo violento, o potencia neutra38.
Pero Santo Tomás afirma expresamente en muchos pasajes que el movimien-
to del cielo es natural39; en ellos puede verse que Santo Tomás reduce siempre
la idea de naturaleza en el cielo a un principio pasivo, por el que el cielo puede
recibir movimiento de modo natural.
Y se prueba, porque el cielo tiene en sí un principio pasivo que inclina al
movimiento circular: no sólo al movimiento circular de otro, sino también al de
sí mismo. Y este movimiento le es natural, no por el término que ha de conse-
guir en sí mismo, sino porque le es natural influir en los seres inferiores, como
primer motor capaz de alterarlos. Luego el principio que inclina a este movi-
miento circular es naturaleza: y a él le convienen las condiciones de la naturale-
za. Este es el argumento que expone Santo Tomás: “El movimiento del cielo es
propio de la perfección del cuerpo celeste solamente, en cuanto que con él es
causa de la generación en los cuerpos inferiores”40. De este modo, dicho movi-
miento es algo natural. Ahora bien, el cielo tiene principio pasivo no sólo por la
materia, como todas las otras realidades, sino por la forma. Efectivamente el
movimiento no se sigue activamente de la forma como en algunos seres, sino
que es recibido de la inteligencia41.
37
Duns Scotus, In II Sententiarum, dist. 2, q. 6, in fine.
38
Duns Scotus, In IV Sententiarum, dist. 48, q. 2.
39
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 70, a. 3, ad 4; In De Cœlo, I, lect. 3 y 4; Contra
Gentiles, III, cap. 23; De Potentia, q. 5, a. 5.
40
Thomas de Aquino, In IV Sententiarum, dist. 48, q. 2, a. 2, ad 4.
41
Alude aquí Poinsot a la teoría, admitida entonces como cierta, de las formas o sustancias
separadas, la primera de las cuales sería llamada “intelligentia”, la primera forma que provocaría
el movimiento del mundo.
106 Juan de Santo Tomás
42
Thomas de Aquino, De potentia, q. 5, a. 5, ad 12.
43
Aquí nombra al “ángel” como una primera intelligentia.
44
Thomas de Aquino, In IV Sententiarum, dist. 48, q. 2, a. 2, ad 7.
107 Lo natural, lo artificial, lo violento
45
Thomas de Aquino, In I De Cœlo, lect. 5, in fine.
108 Juan de Santo Tomás
otro cuerpo se reduce a una cualidad propia. Pero estos temas son tratados en
otras cuestiones46.
7. Los ángeles
Afirmamos que a los ángeles de ningún modo les conviene la definición da-
da de naturaleza.
En efecto, aunque tengan naturaleza ‒tomada la naturaleza como esencia
constituida por sus predicados‒, sin embargo, no tienen una naturaleza que sea
en ellos principio de movimiento imperfecto y divisible, tal cual es el movi-
miento físico. Pero tienen las operaciones perfectísimas de intelección y voli-
ción que, debido a su universalidad, son capaces de alcanzar toda naturaleza;
precisamente por esto, no pueden ser movidos y saciados suficientemente por
naturaleza alguna, como enseña Santo Tomás47. Si son, pues, capaces de toda
naturaleza debido a su amplitud y abstracción, consiguientemente, no están
incluidos en la naturaleza definida de modo físico; más bien, pertenecen a la
naturaleza metafísica que transciende todo movimiento físico y corporal, aun-
que en ella sean también capaces de la superior perfección divina, llamada natu-
raleza sobrenatural.
46
Joannes a Sancto Thoma, Phil. Nat. I, q. 23.
47
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 105, a. 4; II-II, q. 9, a. 6.
ARTÍCULO III
SI ES LEGÍTIMA LA DIFERENCIA ESTABLECIDA
ENTRE COSAS NATURALES Y ARTIFICIALES
1
Augustinus, De Trinitate, III, cap. 8. Está afirmando el objetante que un ser finito pueda
realizar una auténtica creación, no una simulación o ficción, por ejemplo, de serpientes; o quizás,
por combinación de elementos, una transformación de una cosa en otra.
2
Thomas de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 77, a. 2, ad 2:
3
En esta barahúnda de ángeles, demonios y artificios, es digno de retener que el objetante,
apelando a la química (per artem chimicam), afirma que pueden conseguirse muchas cosas nota-
bles.
110 Juan de Santo Tomás
4
Aristóteles, Physica, II, c. 1 (192 b13).
5
Thomas de Aquino, In II Physicorum, lect. 1 y lect. 4 in fine; también In XII Metaphysicorum,
lect. 3.
111 Lo natural, lo artificial, lo violento
La proposición primera está patente en Santo Tomás6, quien enseña que las
formas artificiales son accidentes; no obstante, el arte, al aplicar fuerzas en los
cuerpos naturales, puede producir formas sustanciales, no por virtud propia,
sino por la virtud natural aplicada por ese arte. Por lo tanto, en este proceso, el
arte sólo ejecuta la aplicación, no el efecto natural, como cuando son producidas
ranas o serpientes mediante el arte, o también como cuando se hace el pan y
otros alimentos mediando el arte de la cocción.
La razón es que el arte no tiene en sí el principio formal para realizar tales
formas. Efectivamente, el arte se basa en la virtud y dirección del entendi-
miento; pero el entendimiento no puede con una mutación formal cambiar la
materia corporal. Ciertamente, las formas sustanciales no emanan de las sustan-
cias inmateriales, como algunos antiguos establecieron: las formas son sacadas
por los agentes naturales de la potencia de la materia, pues cada una de las
realidades es causada por su semejante, como extensamente prueba Santo To-
más7. Así pues, dado que la aplicación de los agentes naturales, dirigida por la
razón, solamente se produce por el arte, y dado que, como consta, la aplicación
no es un principio que produzca la forma, sino sólo es una condición, conse-
cuentemente, si una forma natural es producida por el arte, sólo es producida en
virtud de los agentes naturales que antes no llevaban a cabo de modo natural
aquellos efectos, porque no habían sido naturalmente aplicados de ese modo.
6
Thomas de Aquino, Summa Theologiae III, q. 66, a. 4; q. 75, a. 6, ad 1.
7
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 110, a. 2.
8
Thomas de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 96, a. 2, ad 2; también al final del Opúsculo
De occultis operibus naturae.
112 Juan de Santo Tomás
9
Thomas de Aquino, In II Sententiarum, dist. 7, q. 3, a. 1, ad 5. Enseña lo mismo en De Poten-
tia, q. 6, a. 1, ad 18.
10
Thomas de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 77.
ARTÍCULO IV
DE QUÉ MODO LO VIOLENTO SE DISTINGUE DE LO NATURAL
1
Thomas de Aquino, In VIII Physicorum, lect. 7.
2
Aristóteles, Ethic. III, c. 1 (1110 a1).
114 Juan de Santo Tomás
3
Lorca, In I-II Summa Theologiae q. 6, a. 4, disp. 4, memb. 2.
4
Medina, In I-II Summa Theologiae q. 6, a. 4.
5
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I., q. 105, a. 5, ad 1 y 3; Contra Gentiles III, cap. 100;
De Potentia, q. 6, a. 1, ad 19.
6
Ferrariense, In Contra Gentes, III, cap. 100.
7
Conrado, In I-II Summa Theologiae q. 6, a. 4.
115 Lo natural, lo artificial, lo violento
Algunos responden, objetando, que si Dios moviera una piedra hacia arriba,
el movimiento no sería violento, aunque fuera contrario al movimiento natural,
porque el móvil no opone resistencia a Dios que mueve. De la misma manera
que si, por un imposible, hubiera en la voluntad dos actos contrarios, ninguno
de los dos sería violento, sino que ambos provendrían de un principio natural
intrínseco: así también entonces se darían en la piedra dos movimientos contra-
rios, pero no se daría violencia.
Pero sucede lo contrario. En efecto, Dios, al mover así la piedra hacia arriba
sin eliminar la gravitación, desea que se resista a su movimiento, como si la
piedra fuera lanzada por el hombre; y esto es manifiestamente patente puesto
que la gravitación, no eliminada, finalmente vencerá al movimiento del lanza-
miento hecho por Dios. Suponemos, pues, que Él no lanza la piedra con una
fuerza mayor que el hombre. Luego es señal de que el movimiento natural de
gravitación opone resistencia al movimiento del lanzamiento hacia arriba; por
consiguiente, es falso decir que no encuentra resistencia cuando de ese modo es
lanzada, y, en consecuencia, el movimiento es violento.
De modo semejante ‒siguiendo la objeción‒ no basta con decir que la pena
impuesta a los demonios sólo tiene en ellos resistencia moral respecto a Dios
que castiga, en cambio, respecto al fuego que es el instrumento de Dios, tiene
violencia física, puesto que el espíritu es sometido al cuerpo, cosa que es con-
traria a su inclinación natural.
116 Juan de Santo Tomás
8
Sagrada Biblia, libro de Tobías, 8, v. 3.
9
Aristóteles, Ethica, III, cap. 1 (1110 a 1).
117 Lo natural, lo artificial, lo violento
10
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q.1, 60, a. 5.
118 Juan de Santo Tomás
grave, sino porque es parte del universo, al igual que la mano se opone natural-
mente ante un golpe en la cabeza en cuanto que es parte del hombre. Y de la
misma manera que el agua es movida por el generante, mediante su gravedad, al
centro para conservarse en él según su particular conveniencia, así también es
movida hacia arriba por el generante mediante la inclinación que tiene a la con-
servación del todo, en cuanto que es parte del universo; y esta inclinación es
asimilada en la gravedad según la disposición que tiene a conservar el todo, no
según que mira el modo propio de conservarse en el centro mediante la gravita-
ción. De esto hablamos más extensamente en otra parte11.
Se podría objetar que el agua que asciende por una cañería, gravita porque
por experiencia se sabe que la cañería que lleva agua ascendente pesa más que
la cañería vacía. Respondo que, dada por cierta dicha experiencia, de la que sin
embargo no tenemos mucha constancia, no gravita toda el agua que se pone
dentro de la cañería, puesto que la que sube, no gravita en acto, aunque retenga
el impulso de gravitar en acto primero; pero la que se adhiere a las paredes de la
cañería, humedeciéndola o introduciéndose por los poros, esa agua, al no subir,
gravita y hace a la cañería de algún modo más pesada.
11
Ioannes a Sancto Thoma, Philosophia Naturalis I, q. 17, a.1.
12
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II. q. 6, a. 4, ad 2.
119 Lo natural, lo artificial, lo violento
Pero hay una duda: ¿Acaso esta repugnancia o contrariedad debe provenir de
una inclinación activa o de una inclinación pasiva? Vázquez, a quien siguen
muchos otros, sostiene13 que lo violento existe sólo contra un principio activo,
no pasivo, puesto que en el pasivo sólo se encuentra orden de recepción a la
forma, no un orden de resistencia y contrariedad, sin la que no se salva la vio-
lencia.
De lo cual infiere que un principio puramente pasivo, como la materia pri-
mera, no es propiamente naturaleza, en cuanto que natural se opone a violento.
Ni la materia puede sufrir violencia, dado que toda violencia se produce me-
diante la impresión de una forma en el paciente. Por consiguiente, o la materia
recibe la forma o no. Si no la recibe, no hay violencia. Pero si la recibe, la reci-
be naturalmente, puesto que tiene la potencia natural para recibir todas las for-
mas. Y si, por un imposible, la materia fuera conservada por Dios sin forma,
aún así no se le haría violencia, pues sólo estaría negativamente y en potencia
para recibir cada una de las formas, sin las que se conserva, no por un impulso
positivo con el que tienda a las formas; y, de este modo, no padece violencia,
aunque se conserve fuera del curso ordinario.
En segundo lugar, Vázquez infiere que el movimiento del cielo es violento.
Ciertamente, su reposo no sería contra la naturaleza, pues duraría siempre. Lue-
go su movimiento es ahora violento, al oponerse al reposo. Y, dado que no se
produce eficientemente por la naturaleza del cielo, se producirá violentamente.
En efecto, como enseña Aristóteles14, todo movimiento o es producido por la
naturaleza o por la fuerza. Luego, si no es producido por la naturaleza del cielo,
es producido por la violencia.
Finalmente suele decirse a favor de esta opinión de Vázquez: Si es suficiente
un principio pasivo para lo violento, el mismo principio pasivo bastará para lo
natural, esto es, lo opuesto a eso que se produce violentamente por una opera-
ción. De este modo, dado que la potencia para recibir la luz le es natural al aire,
éste recibirá las tinieblas violentamente; el cielo recibirá violentamente el repo-
so después del día del Juicio, dado que ahora recibe naturalmente el movimien-
to; la materia primera carecerá violentamente de la forma que tiene ahora, pues-
to que tiene potencia natural para tenerla; la humanidad de Cristo estaría violen-
tamente, puesto que tiene la inclinación natural a la propia subsistencia; y lo
mismo sucede en el accidente separado respecto a su inherencia.
Sin embargo, se debe decir lo siguiente:
13
Vázquez, In I-II Summa Theologiae disp. 25, cap. 3.
14
Aristóteles, Physica, IV, c. 8 (215 a 1).
120 Juan de Santo Tomás
15
Lo cual es patente en Summa Theologiae I, q. 70, a. 3, ad 4; y en otros textos citados en el
artículo segundo.
121 Lo natural, lo artificial, lo violento
pio activo en quien padece la violencia. Santo Tomás habla de esta violencia
activa16, cuando dice que, aunque en el cuerpo celeste no haya un principio
activo para el movimiento, como lo hay en los elementos, de ello no se sigue
que su reposo sea violento. Y, así, para que el reposo sea violento, es evidente
que Santo Tomás exige un principio activo que resista al reposo.
Y en otro libro deduce una consecuencia semejante17: En el movimiento ce-
leste nada es violento; es, pues, imposible que su principio activo sea naturale-
za; estas consecuencias, pues, proceden de la violencia activa. Pero si, de algún
otro modo, el principio pasivo es apartado de su estado natural mediante el
impedimento de recibir las formas propias, o de obedecer a su connatural prin-
cipio activo, así, sufrirá violencia formal, aunque no activa.
16
Thomas de Aquino, De Potentia, q. 5. a. 5, ad 12.
17
Thomas de Aquino, Contra Gentes, cap. 23.
122 Juan de Santo Tomás
bargo, ésta es subrogada por la subsistencia divina que contiene de modo emi-
nente toda la capacidad, aptitud y perfección de la subsistencia propia; no es
violentada, porque subsiste de modo más eminente en la subsistencia divina; de
este modo está en una subsistencia que es, de modo eminente, la suya propia,
dado que la divina contiene eminentemente la creada. Ahora bien, cuando todo
lo que está en una forma es suplido mediante otra, no resulta ninguna violencia,
si carece de la forma propia.
18
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 105, a. 6, ad 1.
123 Lo natural, lo artificial, lo violento
19
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 6, a. 4.
20
Movimiento progresivo o desplazamiento: caminar, reptar, volar.
124 Juan de Santo Tomás
21
Aristóteles, Physica, IV, cap. 8 (215 a 1).
22
Martínez, In II Physicorum, cap. 2, q. 2.
23
Aristóteles, Meteorolog., I, cap. 7 (344 a 111).
24
Thomas de Aquino, In I De Cœlo, lect. 4.
25
Aristóteles, De Cœlo, I, cap. 2 (269 a 14).
125 Lo natural, lo artificial, lo violento
26
Philosophia Naturalis, lib. VIII, q. 23, a. 1.
27
Se llama “natural” la actuación que es adecuada al obrar de la naturaleza del universo mate-
rial. En cambio, es “preternatural” [praeter naturam = más allá de la naturaleza] la actuación que
va más allá del obrar de la naturaleza del universo material, como lo es la actuación de un ángel o
de un demonio. No confundirla con “sobrenatural”, cuya actuación excede la de cualquier natura-
leza creada, y es propia de Dios. Los ángeles y los demonios pueden hacer cosas que van más allá
de las posibilidades del mundo material, pero no rebasan las leyes de su naturaleza angélica.
126 Juan de Santo Tomás
28
Aristóteles, De Cœlo, I, cap. 3 (269 b 29).
29
Thomas de Aquino, In I De Cœlo, lect. 5.
PARTE SEGUNDA
LA CAUSA EN GENERAL
1
Thomas de Aquino, In V Metaphysicorum, lect. 1. Basado en la doctrina de Santo Tomás, se
suele exponer el siguiente esquema, en que se manifiesta la diferencia entre principio y causa:
Principio es ·según el intelecto (ej., la conclusión de las premisas)
aquello de lo que ·negativo (ej., la generación de la privación)
algo procede ·según ·que no influye el ser (ej., la línea del punto)
de cualquier modo lo real ·positivo ·que influye ·con dependencia: causa
el ser ·sin dependencia (El Hijo del Padre)
2
Aristóteles, Physica II, cap. 3 (194 b 23) Metaphysica V, cap. 1 (1013 a 1).
130 Juan de Santo Tomás
análogo que la causa, al ser aquel una cosa más común, pues toda causa es prin-
cipio, pero no al contrario. Y, además, los análogos son definibles, dado que de
ellos puede darse ciencia, como se evidencia en el caso del ente.
Por consiguiente, aunque la causa sea análoga respecto a cada una de las
cuatro causas, sin embargo, podrá ser definida; y a pesar de que no fuera defini-
da esencialmente, al menos podría ser definida descriptivamente, en conformi-
dad con algunas condiciones comunes a todas las causas, como es la dependen-
cia que tiene el efecto, la influencia de la causa, y semejantes. Luego una defi-
nición de causa no puede ser negada en términos absolutos; pasando por alto
que no es tan cierto que la causa en común sea análoga respecto a cada una de
las cuatro causas, como diremos en el artículo siguiente.
3
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disp. 12, sect. 2, n. 4.
4
Rubio, In de Physico auditu (Madrid, 1605), tract. 1. O también, la causa es “un principio que
de suyo influye en el efecto”.
5
Conimbricenses, In II Physicorum, cap. 7, q. 1, a.1.
6
Fonseca, In I Metaphysicorum, cap. 1, q. 1, sect. 3.
7
Thomas de Aquino, In II Physicorum, lect. 10; De potentia, q. 10, a. 1, ad 8; Opusc. De prin-
cipiis naturae.
131 La causa en general
Otros, como Avicena, dicen que “es causa la que otorga el ser a una cosa”.
Pero esta definición no difiere de la primera dada; en efecto, decir “otorga el
ser”, se identifica con “influye el ser”; además, conlleva idénticas dificultades
como diremos más adelante.
8
Thomas de Aquino, In I Physicorum, lect. 1.
9
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I. q. 33, a. 1.
10
Thomas de Aquino, In V Metaphysicorum, lect. 1.
132 Juan de Santo Tomás
11
Thomas de Aquino, In V Metaphysicorum, lect. 1.
12
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 33, a. 1.
134 Juan de Santo Tomás
1
Aristóteles, Phys, II, c. 7 (198 a 14).
2
Thomas de Aquino, In II Physic., lect. 10; In V Metaphysicorum (c. 2, 1013 a 24), lect. 2 y
lect. 3.
136 Juan de Santo Tomás
veniente, y esto es llamado causa “final”. Y así, hay cuatro causas solamente;
pues estas bastan para la constitución de una realidad cualquiera en su ser; y a
ellas son todas reducibles. Luego no se deben poner más.
3
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disp. 27, sect. 1, n. 9.
4
Cabero, In II Physicorum, tract. 2, disp. 2, dubio ultimo.
137 La causa en general
Esto explica que la causa, como causa, no sea análoga. Porque en estos gé-
neros de causas, no es participada la razón de causa, ni depende de otra causa
para participar la razón de causa, aunque al ejercer la causalidad pueda una
depender de otra, puesto que las causas son recíprocamente causas. Ahora bien,
para constituir la analogía no es suficiente la dependencia y la desigualdad en el
mismo ejercicio particular, sino en la participación de la razón común. Sin em-
bargo, que la materia tenga, por ejemplo, la capacidad de recibir ‒lo que equiva-
le a ser causa material‒, no participa de la forma o de la causa eficiente, aunque
su ejercicio de existir y recibir dependa de ambas. No obstante, si una causa se
encuentra de modo participativo y dependiente respecto a otra, no sólo en el
ejercicio sino también en cuanto a la misma razón de causar ‒como la causa
principal está respecto a la instrumental‒, entonces el término “causa” se predi-
ca analógicamente de ellas, puesto que la causa instrumental pertenece reducti-
vamente a la eficiente, o pertenece a ella ministerial o servicialmente ‒lo que
equivale a ser causa en sentido relativo (secumdum quid)‒.
5
Aristóteles, Physica II, cap. 3 (194 b 26); Metaphysicorum, V, cap. 2 (1013 a 26).
139 La causa en general
Esta conclusión está tomada de Santo Tomás, donde dice: “En un género
cualquiera de causa, la causa es naturalmente antes que lo causado”1. Y en otro
lugar: “En el orden de la naturaleza se dice que una cosa es anterior mediante
una comparación con los principios naturales, que son las cuatro causas. Por lo
tanto, conforme a cada uno de los géneros de causa, en el orden de la naturaleza
es anterior lo que es más cercano a la causa”2.
La razón de esto es manifiesta. En efecto, la causa es por su esencia el prin-
cipio del que una cosa se sigue y depende en el ser como principiada por él.
Ahora bien, cuando hay principio y principiado, existe un orden de prioridad y
posterioridad, puesto que el principio exige un puesto primero y, si existe con
una relación y disposición a lo principiado, el principio figura como anteceden-
te, y el principiado como consecuente. Si de otro modo fuera, sería igual al
principio y se comportaría del mismo modo con él; y así el principiado no de-
pendería de él, lo que sería no ser causado. Por consiguiente, para que haya
causado, es preciso que el principio sea el antecedente y lo principiado sea el
consecuente, porque le sigue; de este modo existe un orden de prioridad y pos-
terioridad y, además, existe un orden de distinción.
Por otra parte, la prioridad de la causalidad es una prioridad real, porque es
real la dependencia y emanación del efecto respecto de la causa; bien es verdad
que la relación de prioridad no siempre es real, puesto que frecuentemente,
cuando el efecto se produce en acto, la causa no existe en sí, sino en su virtud.
1
Thomas de Aquino, De verit., q. 28, a. 7.
2
Thomas de Aquino, Quodlib. 5, a. 19.
142 Juan de Santo Tomás
Ahora, llamamos causa absolutamente más noble la que es más noble según
su naturaleza y ser considerado absolutamente; en cambio, llamamos causa
relativamente más noble la que es más noble no absolutamente y en el ser, sino
en el aspecto preciso de causar. Y en este sentido, esa segunda parte es cierta,
puesto que toda causa debe tener una disposición a causar, esto es, a influir u
otorgar un ser al causado, en lo que el causado dependa de ella. Ahora bien, en
cierta medida es siempre una perfección dar y otorgar una cosa, al igual que lo
es el depender de sí: es, pues, mejor dar que recibir.
La primera parte, a saber, que no toda causa es absolutamente más noble que
su efecto, consta sobre todo en Santo Tomás, que dice: “La causa ejecutiva es
mejor que su efecto, pero no la causa dispositiva”3. Y también: “Unas causas
son más nobles que aquellas cosas de las que son causas, a saber, la causa efi-
ciente, la formal y la final; pero la materia es más imperfecta que aquello de lo
que es causa”4. Lo mismo enseña el Santo Doctor sobre la “disposición” que se
reduce a la causa material. Entiende, sin embargo, que si la forma se toma res-
pecto al todo que constituye, aunque entre en su composición como forma, a
pesar de ello la forma y la materia se relacionan con el todo de modo material y
como algo incompleto; y el todo las completa y las actualiza en el ser; de este
modo es más perfecto que ellas, puesto que cada todo es mayor y más perfecto
que su parte. Y así se expresó Santo Tomás: “Con el nombre de humanidad se
entiende el cuerpo y el alma de modo material, al igual que con el nombre del
todo se entienden sus partes”5.
Y de aquí se toma el argumento de esta primera parte, puesto que no toda
causa está como ejecutante y actuante, sino algunas están como constituyentes
del todo o disponentes a él. Y estas causas no pueden ser más nobles que su
efecto, al ser partes constituyentes; por otro lado cada parte es menor que su
todo, o lo que es lo mismo, es más imperfecta que el todo. Y de modo semejan-
te, toda disposición se ordena a la forma para la que dispone, como lo más im-
3
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 66, a. 6, ad 3.
4
Thomas de Aquino, De verit., q.7, a. 7, ad 1.
5
Thomas de Aquino, In III Sententiarum, dis. 2, q. 1, a. 3, qla. 3, ad ultimum.
La causa en general 143
Cuarto, el fin por el que algo se hace, si es fin por su propia naturaleza,
es siempre más noble que su finalizado; pero al contrario, si no es fin por
su naturaleza, sino que lo es por acuerdo del operante, entonces el fin del
efecto no es siempre más noble que su finalizado.
6
Thomas de Aquino, In IV Sententiarum, dist. 1, q. 1, a. 4, qla. 1, ad 3.
7
Thomas de Aquino, In II Sententiarum, dist. 15, q. 1, a. 1, ad 6.
144 Juan de Santo Tomás
son fines de la obra misma, sino del operante. Hablamos, pues, del fin propio y
del que es fin por su propia naturaleza; y de este fin es verdad lo que Aristóteles
cuenta de un poeta que decía: “El fin no solamente debe ser lo que es último,
sino lo que es último y óptimo”8. Por consiguiente, el fin en el que están unidas
ambas cosas, a saber, lo último y lo óptimo, es el fin por cuyo motivo una cosa
se hace (cuius gratia); y tal fin debe ser muy noble, como una cosa óptima, y,
consiguientemente, como directa y principalmente apetecible, y “por” el que las
demás cosas son deseadas. Ahora bien, lo apetecible tiene respecto al apetito el
carácter de lo perfecto; y el apetito tiene el carácter de perfectible, dado que el
apetito se funda en la potencialidad por la que se tiende a lo perfectible, como al
término en el que el apetito se termina y se perfecciona.
El fin, pues, que es fin por su naturaleza, en cuanto que por su naturaleza es
más perfecto, se compara a las cosas que son para el fin, esto es, a los medios.
Por otra parte, el fin que sólo tiene carácter de último, pero no de óptimo, es
llamado fin del efecto, a saber, porque respecto al eficiente se compara como
término en el que descansa la acción; y de este modo, al no ser el efecto más
noble que su eficiente, no se requiere que tal fin sea más perfecto que su finali-
zado, esto es, que su eficiente.
Objeciones y soluciones
Objeciones a la primera conclusión
A la primera conclusión se objeta: materia y forma unidas causan el todo, y,
sin embargo, no son anteriores al todo ni de él se distinguen realmente; por lo
tanto, en cada una de las causas no es requerida la prioridad o anterioridad res-
pecto a lo causado.
Confirmación primera de la objeción. Lo que es anterior puede ser separado
de lo que es posterior por el hecho de depender éste de aquel. Es así que la ma-
teria y la forma, en cuanto unidas, no pueden ser separadas del todo; ni el todo,
de ellas. Luego no tienen razón de prioridad respecto al todo causado.
Confirmación segunda de la objeción. La causa y el efecto se comportan de
modo relativo; luego, por naturaleza son simultáneos, que es la propiedad de los
relativos; en consecuencia, por naturaleza la una no es antes que el otro.
8
Aristóteles, Physica II, cap. 2 (194 a 30).
9
Prueba el autor minuciosamente esta conclusión en una cuestión anterior, la sexta (a.2), aquí
no tratada, sobre la totalidad del compuesto sustancial.
La causa en general 145
10
In Summa Theologiae I, q. 25.
146 Juan de Santo Tomás
11
Poinsot toma, sin mayor crítica, la teoría antigua de que las esferas del cielo reciben de la
primera inteligencia (no necesariamente la divina) ordenación y movimiento.
12
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 70, a. 3, ad 3. Lo mismo enseña en De potentia,
q. 3, a. 11, ad 13.
La causa en general 147
A lo último, esto es, a lo que se dice sobre “la especie inteligible”, se res-
ponde que el concepto es más perfecto que la “especie impresa”, porque no
procede de ella sola, sino de ella como subordinada al entendimiento que es
facultad vital y más perfecta que el concepto. Y lo mismo se diga del acto res-
pecto al hábito del que procede como subordinado a la potencia y al auxilio
divino, por el que la potencia se adecua al acto. Aún más, en las realidades so-
brenaturales, aunque toda la virtud de producir el acto provenga del hábito, sin
embargo, del entendimiento y del hábito se constituye un conjunto más perfecto
que el acto, principalmente una vez añadida a ellos la “especie impresa” que se
encuentra en el entendimiento; y todo esto junto sobrepasa incluso al acto de la
visión que se puede tener de lo divino; pues basta que todas las causas juntas
sean más perfectas que el efecto, no una de ellas sólo.
ARTÍCULO IV
SI LAS CAUSAS SON CAUSAS RECÍPROCAMENTE
1
Aristóteles, Physica, II, cap. 3 (195 a 8); Metaphysica, V, cap. 2 (1013 b 9).
150 Juan de Santo Tomás
ésta tiene el ser al causar realmente. Luego, respecto a una misma realidad se
supone lo mismo: tener el ser y no tenerlo.
Para explicar esto se aceptará como cierto que las causas que están dentro
del mismo género de causar no pueden recíprocamente ser causas; ahora bien, la
dificultad sólo procede respecto a las causas de diverso género. Esto lo ha ex-
presado Santo Tomás, al decir: “Según el mismo género de causa, es imposible
que una realidad sea causa y causado”2. No obstante, algunos piensan que es
bastante difícil explicar esto, sobre todo porque ciertos ejemplos convencen de
lo opuesto; así, en el género de causa eficiente, dos eficientes pueden causar
recíprocamente algo, como cuando el agente padece a su vez por el paciente;
como dos manos se calientan recíprocamente; como el estómago calienta efecti-
vamente al vino y, a su vez, el vino calienta efectivamente al estómago; y por
doquier se encuentran otros ejemplos semejantes. Sin embargo, cuando afirma-
mos que causas del mismo género pueden ser recíprocamente causas, lo enten-
demos en el mismo sentido en que decimos que causas de diverso género son
recíprocamente causas, a saber, concurriendo a la vez y sobre idéntico causado,
como concurren simultáneamente la materia y la forma, el eficiente y el fin,
puesto que también cuando el eficiente produce o consigue el fin, el eficiente es
finalizado por este. Ahora bien, sobre diversos causados o en tiempo diverso no
es incompatible que también en el mismo género de causa uno produzca algo y,
a su vez, lo producido o paciente produzca en su agente un efecto distinto, como
se evidencia en los ejemplos ofrecidos.
La razón, pues, por la que causas del mismo género no pueden simultánea-
mente y sobre idéntico causado ser recíprocamente causas, es la siguiente: por-
que las causas del mismo género requieren idénticas condiciones para causar,
v.gr., requiere en la causa eficiente la existencia, en la materia requiere la po-
tencialidad carente de forma, y en la forma, la actualidad como susceptible de
ser recibida. Por consiguiente, si fueran recíprocamente causas, cada una tendría
2
Thomas de Aquino, In V Metaphysicorum, lect. 2.
La causa en general 151
sus condiciones para causar y no las tendría para ser causada; y, a la inversa;
cosa absurda.
Pero la duda es esta: entre todas las causas de diverso género, ¿puede darse
esa mutua causalidad? ¿Cómo? Ciertamente algunos autores piensan que las
causas no son recíprocamente causas, si ambas causan realmente y existiendo,
sino que lo son cuando una causa intencionalmente o mediante el conocimiento,
y la otra causa realmente, como el fin respecto al eficiente, el ejemplar respecto
al ejemplado, la materia y la forma respecto al compuesto, pues el compuesto es
fin de la materia y la forma. Y, así, Aristóteles en los ejemplos aducidos a favor
de este axioma, solamente habría puesto el fin y el eficiente. Pero entre la mate-
ria y la forma no reconocen mutua causalidad, ni entre la disposición última y la
forma, porque estas causas exigen la existencia para causar, en el caso de causar
realmente. Y de este modo se sigue el mismo inconveniente que si ambas fueran
causa eficiente donde, según todos los autores, es evidente que el eficiente y el
efecto no son recíprocamente causas. Así piensan los modernos y Cabero3, Pero
Suárez opina que la materia no depende de la forma en su ser, sino para ser
informada4; y dado que el ser informada es requerido para existir al menos se-
gún la naturaleza, por ello depende de la forma como de una condición, sin cuya
actualidad no puede existir naturalmente; y esto solamente es causado por la
forma. No obstante, en opinión de Santo Tomás hay que aseverar pura y sim-
plemente:
Sobre este tema puede consultarse a Santo Tomás en algunas obras5; pero
más claramente en el Comentario a la Metafísica, donde se expresa en estos
términos:
“Se hará notar que, al ser cuatro las causas, dos de ellas se corresponden
entre sí con reciprocidad. En efecto, la causa eficiente es principio de
movimiento; y el fin es su término. De modo semejante acaece con la ma-
teria y la forma, pues la forma da el ser y la materia lo recibe. Así pues, la
causa eficiente es causa del fin, y el fin es causa del eficiente. El eficiente
es causa del fin en cuanto al ser, evidentemente, pues el eficiente, al mo-
3
Cabero, In II Physicorum, tract. 2, disp. 7, dub. 1.
4
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disp. 27, sect. 2, n. 4 y n. 5.
5
Thomas de Aquino, De veritate, q. 28, a. 7; y Opusc. De principiis naturae, § 2.
152 Juan de Santo Tomás
6
“In materia autem susceptiva accidentis, quia supponitur subjectum existens ut quod, quia est
subsistens et substans ipsi accidenti, tale esse non causatur a forma accidentali”.
7
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 79, a. 1, ad 1. De malo, q. 3, ad 4.
154 Juan de Santo Tomás
8
Logica, In libris poster., q. 25.
ARTÍCULO V
SI IDÉNTICO EFECTO PUEDE DEPENDER DE UNA DOBLE
CAUSA TOTAL, O SI DOS FORMAS PUEDEN INFORMAR
UNA MISMA MATERIA
superfluo poner dos causas totales para el mismo efecto, al ser suficiente una;
ahora bien, la naturaleza rehúye la superfluidad; además, las razones que se
ofrecerán para probar que, desde lo divino, no es posible, también prueban que
tampoco lo es desde lo natural.
1
Cuando el hombre mira un efecto desde la misma divinidad, puede considerar el ser divino
como “potencia absoluta”, en el sentido de que Dios todo lo puede, sin límite; o como “potencia
ordenada”, en el sentido de que una vez que Dios se ha decidido por la creación, los efectos se
deben a una potencia que, aun siendo esencialmente absoluta, ha querido plegarse a las vías de su
propia decisión, ordenada por su divina inteligencia.
2
Capreolo, In II Sententiarum, dist. 37. q. 1. a. 3;
3
Ferrariense, In III Contra Gentes, c. 68.
4
Cayetano parece hablar según el orden de la naturaleza, In Summa Theologiae III, q. 67, a. 6;
pero parece negarlo de la potencia absoluta, In Summa Theologiae I, q. 52, a. 3.
5
Cursus Carmelitanus, In Summa Theologiae I, disp. 15, q. 3, § 2, y disp. 4, q. 6 § 2.
6
Vázquez, In Summa Theologiae III, disp. 29, cap. 4, n. 17.
7
Cabero, In Summa Theologiae I, tract. 2, disp. 7, dub. 2. Aunque no piensa de igual manera de
las causas materiales y formales.
8
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disp. 26, sect. 4.
9
Fonseca, In V Metaphysicorum, cap. 2, q. 15, sect. 1, versus finem.
10
Rubio, In I Physicorum, tract. De forma, q. 7, n. 72.
11
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disp. 15, sect. 10, n. 60.
12
Fonseca, In V Metaphysicorum, cap. 4, q. 4, sect. 2.
La causa en general 159
13
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I q. 52, a. 3; De Potentia, q. 3, a. 7, ad 11; y In I
Sententiarum, dist. 37, q. 3, a. 3.
14
Duns Scotus, In II Sententiarum, dist. 20, q. 2.
15
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disp. 26, sect. 5.
La causa en general 161
16
Thomas de Aquino, Quodlibetales, V, a. 8.
162 Juan de Santo Tomás
Se objeta en segundo lugar. Una virtud o capacidad inferior puede estar con-
tenida de modo más eminente en una causa universal. Luego también una ac-
ción inferior podrá estar en la acción más eminente de una causa superior. Lue-
go podrá conseguir el mismo efecto numéricamente que lleva a cabo la acción
de la causa inferior, puesto que la identidad del efecto depende de la identidad
de la acción; y, por eso, Dios puede llevar a cabo el mismo efecto numérica-
mente que la causa creada, ya que contiene de modo eminente la misma acción
numéricamente que la causa creada.
17
Ya se dijo que cuando miramos un efecto desde la misma divinidad, puede considerarse que
Dios todo lo puede, sin límite, o sea, que es “potencia absoluta”; o puede mirarse como “potencia
ordenada”, pues una vez que Dios se ha decidido a poner la creación, los efectos se deben a una
potencia que, aun siendo esencialmente absoluta, ha querido plegarse a las vías de su propia deci-
sión, ordenada por su divina inteligencia.
164 Juan de Santo Tomás
Dirás, objetando, que no hay contradicción en que una materia reciba dos
formas, sin que haya confusión y sean distintas, como las reciben diversas mate-
rias. Sin duda, la esencia de la forma consiste en constituir un todo distinto de
los demás; ahora bien, esto no es contradictorio, aunque la materia sea informa-
da por otra forma, dado que la expulsión no se identifica con la información,
sino que aquella es un efecto secundario de ésta. Estando presente, pues, la in-
formación de una, puede impedirse la expulsión de la otra, como acaece en las
formas contrarias, que pueden ser puestas a la vez por Dios en el mismo sujeto;
también acaece en los grados intensivos; y, así, de una doble forma no se sigue
el ser y no ser de una de las dos, sino se sigue que las dos están en la misma
materia.
18
Tiene por hipótesis, por definición.
La causa en general 165
19
Joannes a Sancto Thoma, Phil. Nat. III, q. 9, a. 5.
166 Juan de Santo Tomás
Esta conclusión concilia las dos opiniones antes referidas. Es evidente que la
primera parte se manifiesta en los ejemplos ya expuestos a propósito de dichas
opiniones; y sobre todo, esto sirve para aclarar cómo en el misterio de la Euca-
ristía la conversión tiene un término sustancial ‒a saber, el cuerpo de Cristo
según su sustancia‒, no como reproducido o de nuevo producido. Pues, al lla-
marlo producido se supone un no-ser del que se realiza el tránsito al ser; y al
llamarlo reproducido se supone el ser antes admitido y después restablecido.
Sin embargo, la misma sustancia ‒como dependiente nuevamente de otra acción
que de por sí era totalmente productiva y que de hecho convierte todo el pan en
el cuerpo de Cristo‒, tiene como término el cuerpo, pero no hecho absolutamen-
te del no-ser, sino hecho del pan.
La causa en general 167
Pero se dirá objetando: la persona divina contiene toda la totalidad que hay
en la persona creada para terminar la naturaleza, y, sin embargo, una misma
naturaleza no puede ser terminada a la vez por una persona creada y por una
persona increada. Luego, semejantemente, un mismo efecto no podrá totalmente
provenir de una causa creada y de una increada.
patibles dos personalidades, puesto que ambas dan el último término; bien es
verdad que la persona divina, al contener eminentemente toda la perfección de
la persona creada, puede remplazar a ésta, pero no pueden estar simultáneamen-
te unidas.
Sin embargo, dos personas divinas son de tal condición que una de ellas no
excluye a la otra de la comunicación de la misma naturaleza, sino que la exclu-
ye de la comunión de la persona, como dice Santo Tomás20; eso se debe a que
sólo se oponen de modo meramente relativo, por lo que así son incomunicables
en la relación misma, no en el ser ni en la naturaleza; y por lo tanto, pueden
existir simultáneamente en la misma naturaleza asumida. Una causa, pues, por
el hecho de contener eminentemente a otra, puede hacer lo mismo que ella; y,
dado que contiene de modo eminente la misma acción numéricamente, puede
también conseguir el mismo efecto numéricamente. Y la formalidad de la causa
no consiste en provocar la exclusión e incomunicabilidad, sino precisamente en
procurar la ejecución o realización; no es incompatible que ella produzca idénti-
co efecto juntamente con otra causa, si contiene adecuada y totalmente el todo
que está en la acción de la otra.
20
Thomas de Aquino, Summa Theologiae III, q. 3, a. 6.
La causa en general 169
re que produzca de todos los modos como produce la otra, sino que produzca
todo lo que la otra; y esta es la solución de Cayetano21, ya citada. Tampoco se
sigue que una de las dos causas ejecute un acto distinto, sino el mismo de un
nuevo modo: produciéndolo simultáneamente, si ambas causas son aplicadas
por el principio; o conservándolo, si son aplicadas por él después de la produc-
ción, y, entonces, no llevan a cabo el acto, sino lo conservan; o convirtiendo una
cosa de nuevo en otra como en la transubstanciación. En ésta, pues, el término
formal es el cuerpo de Cristo, no absolutamente, sino ‒tal y como enseña Santo
Tomás22‒ el cuerpo de Cristo hecho presente bajo el aspecto de conversión, esto
es, el cuerpo de Cristo como proveniente del pan, donde la sustancia es el tér-
mino y no solo un aspecto, sino bajo aquel aspecto.
21
Cayetano, In I Summa Theologiae q. 52.
22
Thomas de Aquino, Summa Theologiae III, q. 78, a. 5.
170 Juan de Santo Tomás
conexión con todo el conjunto de su objeto, al igual que todo el objeto tiene
conexión con la facultad; y, así, necesariamente tal causa será requerida.
Se responde que este argumento también procede en contra de la continencia
o inclusión de un mismo efecto específicamente en una doble causa y no sólo de
un mismo efecto numéricamente, aunque sea evidente que el efecto de una
misma especie puede proceder de diversas causas, como el calor procede del
cielo y del fuego.
No obstante vuelve la misma objeción: Si ambas causas contienen de modo
esencial (per se) el calor, ambas causas serán esencialmente requeridas para el
calor.
23
En muchos autores escolásticos se halla la expresión perseitas para designar la cualidad de lo
que es “per se” (que significa o directamente o necesariamente). Yo prefiero castellanizar la
expresión: perseidad. La he visto en otros escolásticos que han escrito en castellano.
La causa en general 171
los que uno cualquiera sería suficiente para transportarla; pues, aunque los
agentes naturales no puedan modificar y contener a su antojo su virtud, sin em-
bargo, cuando dos agentes naturales concurren a la vez, para no obstaculizarse
mutuamente al obrar, pueden, en razón del propio concurso, modificarse mu-
tuamente y armonizar sus dos virtudes en una sola al obrar. O afirmo en segun-
do lugar que, en dicho caso, debido al desigual impedimento de ambas causas
que concurren de un modo igualmente perfecto, se impedirán de manera que
ambos elementos luminosos dejarán de obrar, al no ser capaz la materia de reci-
bir el efecto de los dos, puesto que, como expone el caso, los dos son luminosos
como ocho; ahora bien, dos luces, cada una de ellas en sumo grado, no pueden
ser recibidas en la misma parte del sujeto, al menos, de manera natural.
De esto se sigue que, si el sol produjera la luz en el aire, Dios podría conser-
var esa misma luz numéricamente, puesto que Él contiene eminentemente en su
virtud y acción aquel efecto numéricamente de modo total; sin embargo, esa
misma luz numéricamente no podrá ser conservada por otro sol como por causa
principal, pues su producción posee una diversa acción limitada que no contiene
el efecto entero del otro sol ni numérica ni totalmente.
darios no siempre pueden ser impedidos por Dios, mientras esté el primario,
sobre todo cuando son negativos y modifican intrínsecamente el primario; co-
mo no puede Dios impedir en el hombre la negación de león; ni puede impedir
la oscuridad en la fe o en la opinión; y, semejantemente, no puede impedir que
la forma sustancial otorgue el ser primordial y “substante” a los demás, y, por
ello, que no suponga la otra forma anterior.
(Fin de la cuestión X)
TERCERA PARTE
1
Aristóteles, Physica II, cap. 3 (194 b 23).
176 Juan de Santo Tomás
En este texto aparece que las partes no son pura y simplemente causa mate-
rial del todo, sino que en él se dice que las partes tienen el modo de la materia,
en cuanto que son consideradas como imperfectas respecto al todo, en el que se
perfecciona la composición.
Ahora bien, de la causa material de los accidentes no corresponde ahora pre-
guntar si están inmediatamente sujetos en el todo o en la materia; lo hice en otro
lugar5. Ahora es suficiente advertir que, ya estén puestos en el todo, ya lo estén
en la materia, es preciso que el sujeto completo (quod) y el título de sustentar
los accidentes debe ser la sustancia misma, puesto que ella sola debe ser de
modo esencial (per se) y precisamente eso es lo que sustenta a los accidentes.
Por lo demás, no todos los accidentes son recibidos en la sustancia de un modo
igualmente inmediato: hay algunos que son recibidos inmediatamente como la
cantidad en el cuerpo, las potencias operativas en el alma. En cambio, hay otros
que son recibidos a través de esos, como los actos vitales y los hábitos operati-
vos, los cuales son recibidos mediando las potencias; y la figura y el color, me-
diando la cantidad. Y esto acaece porque un accidente tiene una conexión tal
con otro, que, a no ser que lo suponga, no puede convenir al sujeto, como, por
ejemplo, el acto vital, al ser acto segundo, no puede convenir al sujeto, si no es
suponiendo la facultad que es el acto primero. Doctrina que hemos expuesto en
otra parte6.
2
Joannes a Sancto Thoma, Philosophia naturalis I, q. 3.
3
Thomas de Aquino, Summa Theologiae III, q. 90, a. 1; Summa Theologiae I, q. 7, a. 3, ad 3;
q. 65, a. 2.
4
Thomas de Aquino, In II Physicorum, lect. 5.
5
Joannes a Sancto Thoma, Philosophia naturalis III, De Generatione et corruptione, q. 9.
6
Joannes a Sancto Thoma, Lógica, q. 15, a. 5. Esa doctrina fue expuesta por Santo Tomás en
Summa Theologiae I-II. q. 7, a. 1, ad 3; De virtutibus, q. unica, a. 3, ad 2.
La causa material, la formal y la ejemplar 177
7
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 54, a. 3; q. 77, a. 1.
8
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disp. 13, sect. 3
9
Thomas de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 27, a. 3.
10
Thomas de Aquino, In IV Sententiarum, dist. 17, q. 2, a. 5.
11
Thomas de Aquino, In IV Sententiarum, dist. 2, q. 2, a. 1, qla 1, ad 2.
178 Juan de Santo Tomás
1. Causalidad de la materia
Sobre este tema las opiniones de los autores son múltiples y variadas. En
efecto, la materia causa de dos modos, a saber, en el hacerse (in fieri), cuando
primeramente una realidad es generada y la materia con su mutación recibe la
forma; y en el ser hecho (in facto ese), cuando a modo de composición con la
forma constituye el todo, dado que por ambas partes existe la dependencia de la
materia como de principio causante. De ahí que los autores se dividan en gran
manera al asignar la causalidad de la materia, causalidad que sirva para ambos
modos: para el hacerse y para el ser hecho.
De ahí que algunos como los Conimbricenses, asignen una doble causalidad
a la materia: una referida a la forma, otra referida al compuesto; y estas dos
causas serían una sola causalidad sólo de orden (ordine), no formalmente13. Y
afirman que esta causalidad es un modo sobreañadido a la materia. Otros, como
Suárez, sostienen que la causalidad de la materia respecto a la forma, si es con-
siderada en el hacerse, es la generación o unición (unitio), como pendiente de la
materia; en cambio, la causalidad de la materia en el ser hecho significa lo que
12
Thomas de Aquino, De Veritate, q. 28, a. 8.
13
Conimbricenses, In II Physicorum, cap. 7, q. 6, a. 2; q. 8, a. 1.
La causa material, la formal y la ejemplar 179
es la unión misma. Y dice que estas causalidades son distintas por naturaleza,
como la generación se distingue de la forma, y la “unición” de la unión14.
Otros autores dicen que la sola acción del agente, en cuanto que la forma es
sacada o educida de la recepción, es la causalidad de la materia, y que no ha de
ser requerida otra. Así Cabero15, quien añade que estas causalidades de forma y
materia son constituidas en acto segundo mediante la connotación del efecto
existente.
Otros explican la causalidad de la materia mediante la recepción de la forma.
Ahora bien, dado que nosotros tratamos de averiguar esto mismo, a saber,
qué es la recepción de la forma, algunos dicen que la recepción de la forma
consiste en el influjo soportado por la forma a modo de pasión ‒influjo que en
realidad no se distingue de la acción del eficiente‒ y en el compuesto a modo de
unión. Así Martínez16.
Finalmente otros piensan que esta recepción o causalidad de la materia no es
distinta de su exhibición ante la forma; y, así, piensan que la causalidad de la
materia no se distingue de la materia misma.
Y no distan de esta opinión los Escotistas, quienes, de acuerdo con el pen-
samiento del Doctor Sutil, afirman que la causalidad material es fundamental-
mente algo absoluto no distinto de la entidad de la materia, dado que con su
entidad causa el compuesto; pero dicha causalidad material expresa formalmen-
te en acto segundo una relación a lo causado, puesto que la causa es formalmen-
te constituida mediante una relación17.
14
Suarez, Disputationes Metaphysicae, disp. XIII, sect. 9.
15
Cabero, In II Physicorum, tract. 2, disp. 3, dub. 2. (Commentaria tam in octo libros physico-
rum quam in duos de generatione & corruptione & tres de anima philosophi stagyritæ; ex offici-
na Ioannis de Villodas & Orduña, 1628).
16
Martínez, In II Physicorum, q. 3, notab. 3.
17
Véase sobre este punto a Gaspar de la Fuente, In II Physicorum, q. 3, diffic. 2, a. 1. (Quaes-
tiones dialecticae et physicae ad mentem subtilissimi Doctorum Ioannis Duns Scoti, Lyon 1631).
180 Juan de Santo Tomás
18
Aristóteles, Physica, III, cap. 3 (202 a 25).
19
Thomas de Aquino, In III Physicorum, lect 5.
20
Thomas de Aquino, Contra Gentes, I, cap. 17.
21
Thomas de Aquino, In VIII Metaphysicorum, lect. ultima.
La causa material, la formal y la ejemplar 181
Tercero, porque la forma depende de la materia, bien sea en el ser, bien sea
en el informar, en la medida que la forma, que está en la potencia de la materia,
es reducida al acto en cuanto recibida en la materia y no fuera de ella. Luego
esta dependencia que la forma tiene de la materia se produce mediante la muta-
ción que la materia sufre de la potencia al acto; de este modo, pues, la forma
depende en acto de la materia subjetivamente, en cuya potencia estaba antes
objetivamente. Luego, mediante la mutación de la materia, la forma, pasiva y
reducida de la potencia al acto, depende de la materia y, consecuentemente, es
causada por ésta.
Cuarto, finalmente, hay una causalidad propia del agente: la acción; y hay
una causalidad propia de la forma: la actuación. Luego, a ninguna de estas cau-
salidades le es propia la pasión, como lo es a la materia, aunque la unión sea
común a materia y forma, si hablamos de unión y coaligación, no de recepción.
22
Joannes a Sancto Thoma, Logica, q. 17, a. 3, ad 3.
23
Thomas de Aquino, In III Physicorum, lect. 2.
182 Juan de Santo Tomás
ra bien, para esto no se exige una causalidad distinta respecto a la forma y res-
pecto al compuesto, puesto que respecto al compuesto sólo es una cierta resul-
tancia, no de la sola causalidad de la materia, sino del concurso de ambas causa-
lidades, a saber, resultante de la materia y la forma. Y por esta razón, la materia
y la forma no causan a la vez propiamente el todo como distinto de ellas, sino
que el todo se sigue de sus causalidades para que ambas sean incluidas en el
todo.
A la tercera objeción se le niega la consecuencia y se responde que la sola
unión de la forma en estado ya hecho no puede ser la causalidad de la materia,
puesto que ‒como se ha dicho‒ la unión según su esencia es una relación común
y posee la misma razón de ser y equivalencia en la materia y en la forma; de
este modo, es preciso añadir algo, además de la unión, para que sea distinguida
de la causalidad de la forma, a saber, es preciso añadir el concurso pasivo que
en lo ya hecho expresa la continencia de la forma o la determinación que, en su
hacerse, es dejada o continuada de la pasión anterior. Por lo tanto, la sola y
aislada unión, aunque fuera medio entre la materia y la forma y aunque no fuera
causada por ella como efecto, sino como tal medio, no tiene todos los requisitos
para ser la causalidad de la materia en aquello que la distingue de la causalidad
de la forma, puesto que la unión conviene también a la forma.
Ahora bien, si esta opinión sólo afirma que la pasión y la unión son distintas
formalidades, porque son predicamentos distintos, pues la unión es una relación
resultante de la pasión, así la admitimos.
24
Aristóteles, Physica IV, cap. 3 (210 a 21).
184 Juan de Santo Tomás
Pero si esta opinión afirma que ese resultado de la unión puede ser impedido
de modo que, una vez puesta la pasión, no se siga la unión de la forma, entonces
es una opinión contradictoria; porque contradicción es poner la pasión y la
acción sin término alguno, y poner el término sin la unión de la forma. Y efecti-
vamente, el término de la acción y pasión no es solamente la forma según su
esencia o como dependiente sólo de la materia, y no como unida o constituyen-
do una unidad con el sujeto; al igual que la calefacción no sólo tiene como tér-
mino el calor, sino también el objeto calentado, y al igual que la generación del
caballo no sólo tiene como término la forma del caballo como recibida, sino
también tiene como término al caballo que es la unidad resultante de la unión de
la forma y la materia del caballo. Por consiguiente, la acción no puede detenerse
en la recepción de la forma y no pasar a la unión y al resultado del todo, hasta el
punto de ser separada la unión de la recepción de la forma; si fuera de otro mo-
do, se daría la generación del caballo sin caballo y la calefacción sin calor. Aho-
ra bien, si la acción no puede ser separada del todo producido, y, consecuente-
mente, no puede ser separada de la unión de las partes, por consiguiente, tam-
poco la pasión o recepción, al identificarse la pasión con la acción, podrá ser
separada de la unión de la forma.
Se podría seguir objetando: Cada una de las causas reales debe existir para
causar; ahora bien, la causalidad en acto supone la causa en acto, pues de otro
modo, sería sólo causa en potencia. Aún más, para entender aquello anterior por
lo que causa, necesariamente se supone que la causa sea real y en acto, pues de
otro modo no saldría realmente la causalidad de ella. Luego la existencia de ésta
no sólo es requerida concomitantemente, sino también es previamente requerida
para entender aquella prioridad antecedente.
Respondo que la causa que realmente causa en las cosas debe existir en la
realidad y en el momento en que es necesario; mas para esto es suficiente o la
existencia concomitante o aquella que la materia tiene en el todo, bien sea el
25
Thomas de Aquino, In VIII Metaphysicorum, lect. 4.
26
Thomas de Aquino, De principiis naturae, in principio.
186 Juan de Santo Tomás
todo que se corrompe, o el todo que se genera. Ahora bien, en aquella prioridad
de la naturaleza o de la causalidad de la materia no se requiere la existencia;
pues para la realidad de causa es suficiente la realidad de la potencia que recibe
el ser, no de la potencia que tiene el ser. Sin duda alguna, el recibir el ser y el
tener capacidad para recibirlo es algo real, pero es una realidad del ente en po-
tencia, tal cual es la materia, no es la realidad del ente en acto. Por otra parte, el
ente potencial, por el hecho de tener capacidad para el ser ‒aunque se entienda
que aún no lo tiene‒ es una cosa real. En efecto, si nada fuera, no sería capaz de
tener el ser.
Las razones de esto son las siguientes. Primera, porque esa prioridad del
causar no explica lo que la cosa sea, o de qué modo sea, sino por qué razón y
bajo qué formalidad causa. Ahora bien, el causar de la materia no es el causar
de la actualidad o de la potencialidad, porque recibir en cuanto recibir no perte-
nece a la actualidad. De este modo, para entender dicha prioridad no se exige la
actualidad que la materia tiene en la realidad, sino la potencialidad. Segunda,
porque la forma, aunque se entienda que para aquella prioridad depende de la
materia, sin embargo, la causalidad de la materia, para el caso, no explica toda
la realidad, sino sólo la realidad que es propia de la potencialidad. Ahora bien,
lo que tiene de actualidad, lo participa de la forma a la que el concurso de la
materia tiende para obtener de ella el ser. Por este motivo, para que exista una
causalidad real, es suficiente que en lo real exista realmente por la materia; pero
no es preciso que toda su realidad se explicite en todo aspecto y consideración;
al igual que hombre, bajo el concepto de hombre, no explicite la realidad de
ente, aunque en sí el hombre sea un ente real.
27
Ioannes a Sancto Thomas, Philosophia naturalis, Circa VIII Physicorum, q. 25, a. 1.
La causa material, la formal y la ejemplar 187
3. Efectos de la materia
Pueden ser enumerados tres efectos sobre los que versa la materia; y pueden
ser enumeradas cinco determinaciones objetivas (rationes) causadas en ellos.
En efecto, la materia recibe la forma, constituye el compuesto y padece la gene-
ración por el agente.
Las determinaciones causadas son cinco. Primera, el ser de la forma, si ésta
es dependiente de la materia; o el modo de ser informativamente, si la forma no
depende de la materia, como es el caso del alma racional. Segunda, la materia
causa la limitación, pues la forma es limitada en orden a la materia. Tercera,
causa la incomunicabilidad, al ser el último sujeto más allá del cual no pasa la
forma. Cuarta, causa la individuación. Quinta, causa la unidad y la constitución
del compuesto, al concurrir juntamente con la forma.
Es evidente que la materia versa sobre los tres efectos enumerados, puesto
que todos ellos dependen de la materia como de un principio: el compuesto,
porque se resuelve en la materia, y, así, depende de ella; la forma, porque sin la
materia no puede existir, si es forma educida, o no puede existir al menos sin
ella informativamente, si es una forma creada, como el alma racional, lo que
pertenece al modo de ser de la forma. Finalmente, la generación es una trans-
mutación que no puede existir sin la materia, que es el sujeto de la mutación;
precisamente por ello la generación depende de la materia.
No obstante, hay quienes piensan, objetando, que solo el compuesto es efec-
to de la causa material, por el hecho de que la materia causa como causa intrín-
seca; ahora bien, solamente es causa intrínseca respecto al compuesto. Se res-
ponde que la materia causa la forma, no al componer, sino al recibir, y respecto
a esto no es causa intrínseca respecto al compuesto. Se responde que la materia
28
La fuerza de esta tesis se revela también en el texto latino de Juan de Santo Tomás: “Quae
indistantia non est idem, quod unio; nam separata anima a corpore potest illi fieri praesens, sicut
alteri corpori, sine hoc quod informet illud”.
188 Juan de Santo Tomás
29
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 7, a. 1.
30
Thomas de Aquino, Summa Theologiae III, q. 77, a. 2; y Opusc. De principio individuationis.
31
Joannes a Sancto Thomas, Philosophie naturalis, III pars, De ente mobili corruptibili, qq. I-
XII.
La causa material, la formal y la ejemplar 189
32
Thomas de Aquino, Opusc. De principiis naturae, § Viso quod sunt.
33
Ioannes a Sancto Thoma, Philosophia naturalis, I, q. 6, a. 3.
ARTÍCULO II
LA CAUSALIDAD DE LA FORMA Y SU EFECTO
1. Causalidad de la forma
La explicación de la causalidad de la forma no tiene una dificultad menor
que la explicación de la causalidad de la materia; ni en ella es menor la disputa
enfrentada de opiniones.
Sin duda es cierto que de la misma manera que la materia causa con un con-
curso pasivo o con la recepción de la forma que también es ordenada a consti-
tuir el compuesto, así la forma causa con la actuación e información de la mate-
ria que es ordenada a constituir el compuesto.
La mayoría de los autores, pues, piensa que la causalidad de la forma no
añade cosa alguna a la entidad de la forma, dado que se presenta a sí misma
1
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I q. 76, a. 6 y 7.
2
Thomas de Aquino, In V Metaphysicorum, lect.2.
192 Juan de Santo Tomás
para componer el todo y sólo añade una relación al efecto. Y aseguran que este
efecto es el compuesto, y que la unión es sólo condición por la que se aproxi-
man entre sí la materia y la forma. Así lo enseña el escotista Fuente3.
Otros niegan una causalidad intermedia entre la causa formal y la material,
además de la connotación del efecto formal, como sostiene Cabero4. Muchos
sostienen que la unión es una cosa intermedia entre la materia y la forma, pero
ponen en la unión la causalidad de la forma, a pesar de que difícilmente se ex-
plique cómo se distingue de la causalidad propia de la materia en esta sentencia,
que fija una sola unión entre materia y forma. Efectivamente, si se dice que es la
causalidad de la forma como actuación y la causalidad de la materia como re-
cepción, precisamente lo que tratamos de averiguar es esto: qué es lo que la
recepción y la actuación añaden a la unión. No obstante, sostienen esta opinión,
entre otros, Suárez5, Araújo6, y el Curso Carmelitano7. Por su parte, Cayetano
dice que la causalidad de la forma es un acto segundo, por el que se hace el acto
del sujeto; y esto no es ni la forma, ni el sujeto, ni un ente intermedio: es la for-
ma y el sujeto indivisos en tal ser8. Pero esto es explicar la causalidad de la
forma por la unión, la cual no es cosa intermedia entre la forma y la materia,
sino que es la forma concurriendo con la materia en algo único.
Bastante más confusamente parece que explicó Martínez esta causalidad
mediante tres conclusiones9, de las que la primera es esta: idéntico es el influjo
de la causa formal y de la causa material, a saber, la unión, y es lo que él en-
tiende del influjo en el todo. En la segunda conclusión dice: el influjo de la
materia es diverso del acto de la forma, puesto que la materia influye padecien-
do y sustentando, en cambio, el acto de la forma es la unión. Y en la tercera
enseña que el influjo de la materia se identifica con el influjo del eficiente; lue-
go se debe concluir que el influjo de la forma, si es idéntico con el influjo de la
materia, es también idéntico con el influjo del eficiente, y el influjo del eficiente
se identifica con la unión. Sin embargo, en esto la proporción (ratio) entre for-
ma y materia es diversa, ya que la materia es supuesta por el eficiente y es pa-
ciente por él. Por consiguiente, al identificarse la pasión con la acción, no es
extraño que la causalidad de la materia, como pasión o concurso pasivo, se
3
Gaspar de la Fuente, Quaestiones dialecticae et physicae ad mentem subtilissimi Doctorum
Ioannis Duns Scoti, Lyon 1631; In I Physic., q. 5, diffic. 1. a. 2 y 3; In II Physicorum, q. 3, diffic.
2. a. 1.
4
Cabero, In II Physicorum, disp. 3, dub. 2.
5
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disp.15 sect. 6.
6
Metaphysica, VIII, q. 5, a. 2.
7
Cursus Carmelitanus, In II Physic., disp. 9, q. 3, a. 2.
8
Cayetano, In Summa Theologiae I, q. 76, a. 1, § “In responsione ad sextum”.
9
Martínez, In II Physicorum, q. 3.
La causa material, la formal y la ejemplar 193
10
Thomas de Aquino, De Veritate, q. 3, a. 3.
La causa material, la formal y la ejemplar 195
11
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disp. 15, sect. 6, n. 10.
196 Juan de Santo Tomás
12
Ioannes a Sancto Thoma, Philosophia naturalis, I, q. VII, De subsistentia et existentia.
La causa material, la formal y la ejemplar 197
concurso del primer agente, a saber, Dios que no mueve a la forma con un con-
curso formal, sino efectivo, al igual que los demás agentes
3. Efecto de la forma
No hay dificultad alguna en que el efecto primario de la forma sea el efecto
formal, que no es otra cosa que la misma forma en cuanto comunicada. La difi-
cultad está, primero, sobre esas realidades a las que la forma comunica el efec-
to; y, segundo, sobre el efecto secundario de la forma, que es la expulsión de
otra forma. Sin duda alguna, los efectos positivos secundarios son comunicados
por la forma en el mismo orden y del mismo modo que el primario, pues lo
siguen.
13
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disp. XV, sect. 8, n. 13.
14
Cabero, In II Physicorum, tract. 2, disput. 3, dub. 2.
15
Fuente, In II Physicorum, q. 3, diffic. 2.
198 Juan de Santo Tomás
cia de la forma, sino que la tiene en sí misma; luego, no es causada por la for-
ma, sino sólo por el agente que produce su entidad. Segundo, la forma solamen-
te causa como causa intrínseca; es así que sólo es intrínseca al compuesto, pero
no a la materia; luego, propiamente sólo causa el compuesto. Tercero, finalmen-
te, el ser propio de la forma es dar un ser formal y específico; es así que esto
solamente conviene de modo directo al compuesto; luego, solo el compuesto es
propiamente causado por la forma.
16
Thomas de Aquino, Opus. De principiis naturae, § “Viso autem quod sunt”. Cfr. también In
VIII Metaphysicorum, lect. 4.
17
Thomas de Aquino, Opus. De natura angelorum, cap. 8.
18
Thomas de Aquino, In I Metaphyscorum, lect. 12, in fine. Cfr. también Summa Theologiae I,
q. 7, a. 1.
La causa material, la formal y la ejemplar 199
19
Ioannes a Sancto Thoma, Philosophia naturalis, I, q. 3 (De principiis in particulari), y q. VII,
(De subsistentia et existentia).
200 Juan de Santo Tomás
Otros, en fin, dicen que la expulsión se produce por defecto de la causa con-
servante, puesto que Dios, ante la nueva posición de una forma, ha decidido no
concurrir a conservar la otra.
Pero este último subterfugio no explica las naturalezas de las cosas. En efec-
to, esa no conservación o le es debida a la naturaleza de la forma, así introduci-
da, o no le es debida. Si no le es debida, en consecuencia, Dios a su antojo la
eliminará del sujeto, y así la forma cesa por aniquilación, esto es, por suspen-
sión del concurso y no por corrupción. Pero si la no-conservación le es debida a
la forma así introducida, queda por mostrar qué es aquello por cuya razón una
forma se opone al consorcio con la otra, hasta el punto de exigir su no-
conservación.
Pues bien, no debe admitirse de ningún modo el modo citado de expulsar
efectivamente a la forma; y en esto muchos se equivocan a veces con la seme-
janza de un cuerpo que expulsa a otro de un lugar, cosa que no puede decirse de
la forma. En efecto, la forma no obra efectivamente en la materia, pues la propia
forma es término del eficiente y de quien mueve la materia, pero sin obrar en la
materia, sino actuándola o poniéndola en acto. Y de la misma manera que la
forma no actúa efectivamente, así tampoco expulsa la forma opuesta de modo
efectivo, porque la expulsa poniéndola en acto o actuándola. Ahora bien, si la
expulsara efectivamente, debería producir algo con semejante eficiencia, y de
ese algo así producido, habría la misma dificultad, pues ¿lo expulsaría efecti-
vamente o formalmente?
Ciertamente, si lo expulsara formalmente, se diría lo mismo de la primera
forma. Si lo expulsara efectivamente, en consecuencia, al producir otra cosa,
surgiría un proceso al infinito; además de que un cuerpo que desplaza a otro del
lugar, imprime en él un impulso o movimiento, por el que es removido del lugar
y lo pone en otro. En cambio, la forma producida no puede imprimir nada en la
forma que es expulsada, al dejar de existir; luego no la expulsa efectivamente.
Por lo que la expulsión de una forma por otra forma se reduce a la oposición
que una forma tiene hacia otra; y esta oposición se produce por la privación
adjunta que una forma tiene con respecto a la otra: no se produce por eficiencia.
Es lo que colige Santo Tomás, diciendo:
“En cuanto la forma es considerada en sí misma, constituye la especie en
el género de la sustancia; en cambio, en cuanto que una forma tiene en sí
sobreentendida la privación de otra forma, las diversas formas son princi-
pios de diferencias contrarias; pues la privación es en cierto modo un
La causa material, la formal y la ejemplar 201
Por este motivo, no es necesario que una forma, respecto de otra, tenga una
expulsión efectiva, sino privativa; y esta privación se funda en una forma res-
pecto de otra, por el hecho de ser limitada y determinada no sólo en sí, sino
también en orden a la otra. No obstante, esto no acaece del mismo modo en
todas las formas.
En efecto, unas formas consisten en algo indivisible de modo que, si se aña-
de o se sustrae algo, su especie desaparece, como el número, la figura, las for-
mas sustanciales; éstas, al ser sustanciales, dan el ser primero y esencial, del que
se deriva la negación de otro primer ser. Tales formas, pues, tienen esencial-
mente, aneja a ellas, la privación de otra y esta privación no es separable de
ella, aunque sea un efecto secundario, dado que se funda en la indivisible razón
específica.
En cambio, hay otras formas que no consisten en algo indivisible, sino que
poseen una amplitud, al poder crecer más o menos; estas formas no fundan in-
mediatamente la privación, sino la contrariedad; y, cuando una forma hace que
el sujeto se someta perfectamente a sí, entonces expulsa a la otra, debido a su
perfecta contrariedad; pero la privación puede ser separada de la forma como
acaece en las cualidades remisas [flojas o vacilantes] que pueden estar a la vez
en un sujeto. Y una vez puesta la privación, no es preciso que una forma toque a
la otra para expulsarla y para no estar al mismo tiempo; de este modo, la pre-
sencia de una es el abandono o exterminio de la otra.
De lo expuesto se deducirá que Dios no puede causar una cosa con concurso
material, ni con concurso formal. Con concurso material es evidente, dado que
ese concurso se produce mediante la recepción o mutación que supone potencia-
lidad; ahora bien, Dios es acto puro. Por otra parte, el concurso formal, o es de
una forma que constituye o actualiza la materia para que resulte el todo, o es
una forma que sólo culmina, no para que resulte un todo, sino para que se ter-
mine o perfeccione simplemente una realidad o para que ésta sea llevada al ser
de otra.
Del primer modo, la causalidad formal es incompatible con Dios: efectiva-
mente, Él es el primer ente, de ahí que no pueda darse nada constituido por Él
como parte, pues cada todo es mayor que su parte; ahora bien, nada es mayor
que Dios; luego, no puede ser forma informante, al ser ésta parte de un todo. Y
especialmente, la forma informante es forma participada por un agente, lo cual
20
Thomas de Aquino, In XI Metaphysicorum, lect. 12.
202 Juan de Santo Tomás
es incompatible con Dios, como dice Santo Tomás21. Sin embargo, del segundo
modo no es contradictorio que Dios por sí mismo termine o perfeccione for-
malmente, como termina y perfecciona la Humanidad con la Personalidad y
como su esencia hace las veces de especie representativa en la visión beatífica,
puesto que la especie representativa no constituye de por sí una tercera natura-
leza con el entendimiento, sino que lo perfecciona claramente en su ser intelec-
tual. Y así lo expresa Santo Tomás: “La especie inteligible unida al entendi-
miento no constituye una naturaleza, sino que lo perfecciona para conocer; y
esto no es incompatible con la perfección de la esencia divina”22. Con lo que se
da a entender que es incompatible con la esencia divina sólo la información que
no perfecciona puramente, sino la que también es perfeccionada al informar, al
igual que la que constituye una tercera naturaleza.
21
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 3, a. 8.
22
Thomas de Aquino, Contra Gentes, cap. 51.
ARTÍCULO III
A QUÉ GÉNERO DE CAUSA SE REDUCE LA IDEA O EJEMPLAR
Cuando Aristóteles, en Phys. II, define la causa formal diciendo: “La forma
es especie y ejemplar”, entiende por “especie” la forma inherente o interna que
constituye una especie; y entiende por “ejemplar” la forma imitable. En una
palabra: la especie es forma informante (informans); el ejemplar es formante
(formans). Efectivamente, el ejemplar no está en lo formado, sino fuera; y pre-
cisamente por esto, tratar de la causa ejemplar pertenece al tratado sobre la cau-
sa formal.
Por otra parte, como escribe Santo Tomás1, tomándolo de San Agustín2, la
idea [ejemplar] es así definida: “La idea es una forma que uno imita según la
intención del agente, quien se determina a sí mismo el fin”. O, como otros la
definen: “La idea es aquello conforme a lo cual el artífice, contemplándolo,
opera”.
En la primera definición, el término “forma” se pone como género. Ahora
bien, la forma puede tener muchas funciones: pues es aquello por lo que una
realidad queda constituida; es aquello por lo que una cosa obra; y aquello de lo
que una realidad participa. Con las palabras siguientes de dicha definición se
determina en qué acepción se toma “forma”. Ciertamente, con la expresión “que
uno imita” se expresa la diferencia de la forma intrínseca; pues la definición nos
habla de la forma que es participada de la forma ideal, que es forma extrínseca
participable. Y finalmente con la última expresión “según la intención del agen-
te, intención de un fin”, se excluye la forma que opera naturalmente o por azar,
como cuando el fuego genera fuego, la forma del fuego no es “idea”.
1
Thomas de Aquino, De Veritate, q. 3, a. 1.
2
Sanctus Augustinus, In libr. 83 Quaestionum, q. 46.
3
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disp. XXV, sect. 1.
204 Juan de Santo Tomás
idea del artífice creado es el concepto objetivo. Por otra parte, siguen lo prime-
ro muchos autores de la escuela de Santo Tomás y de la escuela de Escoto; bien
es verdad que por vías muy diversas.
En efecto, Escoto opinó que la idea es el objeto que, en cuanto conocido, se-
rá hecho externamente; y, así, opinó que la criatura, en cuanto conocida por
Dios, es la idea de ella, como existente en Él; y este ser es un ser “diminuto”
(diminutum) que Escoto asigna a las criaturas antes de existir en sí.
En cambio, otros autores asignan el carácter de ejemplar no a la realidad
que, como conocida, será hecha, sino a otra realidad de la que, en cuanto cono-
cida, es participada y deducida aquella realidad hecha; v. gr., en Dios asignan el
carácter de idea no a la realidad creada, sino a la esencia divina como imitable
por las criaturas. Y en esta parte, se origina la mayor dificultad, por el hecho de
que ambas cosas deben ser atribuidas a la idea, a saber, ser aquello que deberá
ser imitado por el artífice ‒lo que ciertamente no conviene al concepto formal
sino al concepto objetivo, que es conocido como imitable‒, y, semejantemente
le debe convenir que influya y dirija vitalmente o que lo forme el mismo artífice
para producir lo ideado, lo cual no conviene al objeto, sino al concepto; pues el
objeto, tomado según su esencia, no influye vitalmente en la obra, sino que
influye en cuanto formado por el entendimiento. Con todo sea esta la única
conclusión:
4
Vázquez, In Summa Theologiae I, tomo 1, controv. 72, cap. 2.
La causa material, la formal y la ejemplar 205
Y la razón de esto está en que para la idea [ejemplar] no sólo se requiere que
la cosa sea conocida en sí absolutamente, sino que sea tomada bajo la relación
de una forma imitable por otro que exprese su semejanza: no por dimanación
natural, sino por una imitación dirigida por el entendimiento. Luego, esta no-
ción de forma ‒imitable no por dimanación, sino por dirección‒, aunque sea
tomada de la cosa exterior objetivamente, sin embargo, sólo se encuentra for-
5
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 15, a. 2, ad 2.
6
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 15, a. 2, c. Las mismas expresiones pueden verse
In I Sententiarum, dist. 27, q. 2, a. 3, ad 4.
7
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 44, a. 3; y De Veritate, q. 3, a. 1.
206 Juan de Santo Tomás
8
Thomas de Aquino, De Veritate, q. 3, a. 3; y Summa Theologiae I, q. 15, a. 3.
La causa material, la formal y la ejemplar 207
ciona la idea con las cosas ideadas como la forma inmaterial se relaciona con
las formas en la materia. Por lo que en realidad la idea sólo se encuentra en el
concepto mismo; no bajo el aspecto de forma informante, por la que el enten-
dimiento entiende, sino bajo la relación de objeto expresado en el concepto, y
de objeto que forma otra cosa además del concepto. Sobre este tema pueden
consultarse muchos autores de entre los tomistas9.
Objeciones y respuestas
Objeción primera.- La realidad representada en el concepto o verbo mental,
si se toma realmente, no es distinta del concepto en el que el objeto brilla como
en un espejo. Ahora bien, además del concepto, sólo hay el objeto exterior y la
denominación de conocido. Luego, si la idea no es el objeto exterior, sino la
forma en la mente del artífice, es preciso que sea el concepto formal, que, sin
embargo, no es imitable por una realidad exterior.
Confirmación de la prueba. Una cosa, representada dentro del concepto, no
puede ser verdadera y propiamente causa real con respecto a una realidad exte-
rior. Luego, la noción de idea no está formalmente en ella. Prueba del antece-
dente: que una cosa sea conocida intrínsecamente, no añade nada real al concep-
to formal. Efectivamente, tampoco el objeto, por el hecho de ser conocido den-
tro del entendimiento, adquiere algo real, sino algo ideal o de razón; pues la
Lógica trata del ente de razón [o ente ideal], precisamente porque trata de las
cosas como conocidas por el entendimiento.
9
Juan González de Albelda, Commentariorum et disputationum in primam partem Angelici
Doctoris D. Thomae, disp. 47, sect. 2, Alcalá, 1621 Nápoles, 1637. Joannes a Sancto Thoma,
Cursus Theologicus, tomo 2, 1ª pars, disput. 5.
208 Juan de Santo Tomás
to Tomás no niega que la idea se identifique con el concepto, cuando dice: “La
semejanza de un edificio preexiste en la mente del arquitecto; y a esto puede
llamársele idea del edificio”10; pero no en cuanto que, como principio informan-
te (quo), hace que el entendimiento sea cognoscente; sino en cuanto que, como
término completo (quod), hace al objeto conocido, esto es iluminado, a cuya
semejanza forma una realidad11.
A la confirmación se responde que la idea es causa real por la realidad del
concepto, del que no se distingue, no por la realidad sobreañadida al objeto que
está fuera del concepto. Ahora bien, el lógico no considera al objeto en cuanto
se vuelve inmaterializado y conocido en acto, iluminado y manifestado en el
concepto, pues esto pertenece a la psicología12; sino que el lógico considera lo
que resulta en los objetos conocidos según las intenciones lógicas, v. gr., el
orden de la predicabilidad, no el carácter de imitabilidad realmente vertido al
exterior.
10
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 15, a. 1.
11
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 15, a. 2.
12
En los comentarios al De anima de Aristóteles.
La causa material, la formal y la ejemplar 209
13
Thomas de Aquino, Contra Gentes, cap. 53; Opusc.: De differentia verbi divini et humani; y
De natura verbi intellectus.
14
Thomas de Aquino, De Veritate, q. 4, a. 2, ad 3.
15
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 15, a. 2.
210 Juan de Santo Tomás
16
Martínez, In II Physicorum, cap. 3, q. 1.
17
Fuente, In II Physicorum, q. 8, diff. 3, a. 1.
18
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disput. 25, sect. 2.
19
Thomas de Aquino, De veritate, q. 3, a. 1 in fine; Contra Gentes, III, cap. 19.
La causa material, la formal y la ejemplar 211
es atribuido también a la causalidad de la idea por Santo Tomás, quien dice: “El
artífice conoce el artefacto mediante esta forma a través de la cual él lo hace”20.
Y la razón de esto es porque la idea y el arte concurren simultáneamente a la
realización de la obra; ahora bien, la idea está como forma práctica; luego como
forma operativa y eficiente mediante el arte. En efecto, lo práctico conlleva
eficiencia participada o de los propios recursos o de la voluntad. Ciertamente,
Santo Tomás enseña21 que la idea opera si lleva adjunto el deseo de la voluntad.
Por este motivo, de la misma manera que el agente natural opera por su forma,
a la que él asemeja el efecto, y esa forma es la razón de operar, puesto que es la
causa de asemejar, así también el agente artificial, en razón de la forma ideal,
asemeja a ella el efecto; consecuentemente, en razón de ella opera él eficiente-
mente de modo directivo o intencional, no eficientemente de modo ejecutivo.
20
Thomas de Aquino, Quodlibetales, VII, a. 3.
21
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 45, a. 6.
22
Aristóteles, Metaphysica V, cap. 2 (1013 a 26).
212 Juan de Santo Tomás
la cosa exterior, como deducida de ella por imitación. Efectivamente, como con
frecuencia enseña Santo Tomás, al tratar de la verdad23, el conocimiento, que es
una verdad formal, se toma a veces de la verdad objetiva que es transcendental;
otras veces, inversamente, la verdad en las cosas se toma del entendimiento,
como acaece en las obras hechas por el arte. Y por esto, toda verdad creada se
toma como verdad por su conformidad con las ideas divinas, de las que es dada
como ejemplo como una obra ejecutada por el arte; efectivamente, cada una de
las naturalezas creadas es una obra, hecha con arte, de Dios. De la misma mane-
ra, pues, que en nuestro conocimiento, la verdad es tomada de las cosas por su
conformidad a ellas como objetos, así también, cuando es dada como ejemplo
por la idea una realidad, ésta toma la verdad de aquella por la conformidad de la
imitación que es también una cierta especificación de la verdad.
A la última instancia objetante sobre la causalidad de la eficiencia, se res-
ponde que la idea tiene esta causalidad, no como objeto conocido sin más, sino
como conocido prácticamente, el cual mueve eficientemente mediante el arte y
el imperio; pero la causa de la eficacia del objeto tiene su origen en la voluntad,
que es el primer motor en cuanto al ejercicio y al imperio24. De ahí que esta
eficiencia de la idea no sea más metafórica que cualquier otra eficiencia de la
voluntad; y, mediando la moción de la voluntad, se da la eficiencia del arte
práctico en el entendimiento.
Por otra parte, nosotros remitimos a los teólogos25, para informarse cómo la
esencia divina es una idea como conocida imitablemente y en relación a las
criaturas; y a esta idea, como eminentísimo ejemplar, se asemejan las criaturas
con una semejanza, sin duda, equívoca, pero que expresa y obtiene perfectísi-
mamente todo lo que es participado en la criatura.
23
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 16; De Veritate, q. 1, a. 2.
24
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 9 y q. 17.
25
Ioannes a Sancto Thomae, Cursus Theologicus, In Summa Theologiae I, q. 15 (t. 2, disp. 1).
CUARTA PARTE
LA CAUSA EFICIENTE
Es de por sí tan claro que se dan causas eficientes, como que se dan efectos.
Y precisamente por esto, no pretendemos indagar si se da una verdadera efi-
ciencia también en las causas creadas, al ser evidente que se dan tan numerosos
efectos suyos.
Ahora bien, de la misma manera que en las causas material y formal hemos
reducido a cuatro los capítulos en los que se ha tratado sobre ellas, así también
en la causa eficiente serán cuatro los capítulos en los que se hablará de ella.
Puede, pues, considerarse: primero, la causa operante, tanto como principio
completo que obra (quod), como principio por el que se obra (quo); segundo, su
causalidad; tercero, las condiciones de causar; cuarto, las cosas causadas.
Y, sin duda, el término o efecto de la causa eficiente no presenta dificultad
alguna, puesto que todo lo que es dependiente en el ser, es eficientemente cau-
sable; y lo que es transmutable de modo corpóreo, es también efectuable con
movimiento físico. No disputaremos ahora sobre las condiciones de causar ‒que
son dos, a saber, por parte del eficiente la existencia, y por parte del paciente la
aproximación‒; pues sobre la existencia hemos tratado en otro lugar1; y ahora
tocaremos cómo la existencia es requerida para causar. Tampoco hablaremos
aquí de la aproximación, cosa que sí hemos hecho en otro contexto, a propósito
del contacto del agente y del móvil2.
Por este motivo, ahora sólo quedan dos capítulos para ser explicados: prime-
ro, qué es el eficiente y cuál es su principio formal operante como tal; segundo,
la causalidad del eficiente.
1
Ioannes a Sancto Thoma, Philosophia Naturalis I, q. 7 (De subsistentia et existentia).
2
Ioannes a Santo Thoma, Philosophia Naturalis, l. VII, q. 22, a. 2.
ARTÍCULO PRIMERO
QUÉ ES LA CAUSA EFICIENTE Y SUS CLASES
Definición de eficiente
La causa eficiente ha sido brevísimamente definida por Aristóteles, diciendo:
“Eficiente es aquello de lo que proviene el primer principio de mutación y repo-
so”; esta definición suele expresarse con otras palabras: “Es aquello de lo que
comienza el movimiento”. Otros autores la definen más extensamente: “Es
principio extrínseco esencial, del que primero fluye el movimiento”. Por el tér-
mino “principio”, la causa eficiente conviene con las demás causas y con la
privación. Por el término “extrínseco” difiere de la materia y de la forma, y
conviene con la privación y el fin. Por el término esencial (per se) difiere de la
privación que sólo es principio accidentalmente (per accidens). Por el término
“fluye” se diferencia del fin que sólo obra por la intención y metafóricamente,
no por el fluir y la ejecución.
Para que veamos que todas estas puntualizaciones están incluidas en la defi-
nición dada por Aristóteles, sólo es preciso comprender sus partes formalmente
y con la precisión mental debida.
Sin duda alguna, las causas material y formal no pueden ser primer principio
de mutación por el hecho de causar exigiendo la unión o los medios para la
unión. Ahora bien, los principios que unidos causan, suponen una causa anterior
que une y que por tanto hace inmutar, puesto que toda unión se funda en una
mutación; y, así, la materia y la forma no pueden ser “primer” principio de
mutación, dado que deben haber sido inmutadas para que, unidas, causen.
Por otra parte, por el hecho de llamarse la causa eficiente “principio”, si se
entiende con precisión, la causa eficiente se distingue del fin. Efectivamente, el
fin no es solamente principio, sino también término; y, de modo semejante, el
fin tampoco es principio de mutación bajo la formalidad de mutación, sino bajo
la formalidad de intención de la propia mutación; y, así, el fin no es principio de
mutación ejecutada ‒la cual es propiamente mutación, puesto que no es muta-
ción propiamente la mutación intentada antes de la ejecución‒.
Finalmente, en la definición de Aristóteles, la privación es excluida por dos
palabras: “primero” y “de donde”; en efecto, aunque la privación sea principio,
sin embargo, no es principio “primero”, puesto que la negación supone afirma-
ción y sujeto en el que está. Por lo tanto, la materia es antes que la privación, y,
a su vez, el eficiente es también anterior a la materia en su género, en causar; y
218 Juan de Santo Tomás
esto es así, no sólo porque el eficiente por creación causa la materia, sino tam-
bién, porque el eficiente por generación produce la forma que causa el ser for-
mal en la materia y la determina. De modo semejante, la expresión adverbial
“de donde” expresa punto inicial (a quo); en cambio la privación no expresa
origen, sino abandono del punto inicial (a quo); ni la privación es algo, por lo
que la mutación no comienza desde ella.
Objeción tercera. Dicha definición no conviene a cada una de las causas efi-
cientes. Efectivamente, no conviene a la causa creadora que es ante todo efi-
ciente; y, sin embargo, no es principio de mutación, dado que la creación no es
mutación, al carecer de sujeto, como enseña Santo Tomás1.
1
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 45, a. 2.
La causa eficiente 219
2
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 45, a. 2.
220 Juan de Santo Tomás
dinación de las causas; a su vez, la causa esencial (o “per se”) se divide en prin-
cipal e instrumental3.
La causa principal tiene muchas divisiones. La causa principal se divide,
pues, en estas clases: primera y segunda; en universal y particular; en esen-
cialmente subordinada y accidentalmente subordinada; en equívoca y unívoca;
en total y parcial; en libre y necesaria; en física y moral. Trataremos algunas
de estas divisiones en la cuestión sobre la subordinación de las causas: concre-
tamente, de la causa primera y segunda; y de la universal y particular. Hemos
hablado bastante de la parcial y total anteriormente, al analizar si una doble
causa total puede concurrir simultáneamente al mismo efecto. De la equívoca y
unívoca diremos algunas cosas en el artículo siguiente de la presente cuestión,
cuando tratemos también del eficiente como término completo (ut quod) y del
eficiente como principio vial (ut quo). Y no transcribimos ahora las definiciones
de todas estas causas, puesto que no podemos explicarlas si no se tratan las difi-
cultades que sobre ellas versan.
A pesar de este esfuerzo diferenciador, se advertirá que muchas de estas di-
visiones no convienen de modo particular a la causa eficiente. Efectivamente, la
causa esencial y accidental, la universal y la particular, la equívoca y la unívoca,
la total y la parcial pueden también encontrarse en el fin y en las otras causas.
Ahora bien, es evidente que el carácter de principal e instrumental pertenece
propiamente a la causa eficiente, por el hecho de que a la sola causa eficiente
pertenece el obrar por la comunicación de su virtud o poder, y, por ello, puede
mover al instrumento.
Semejantemente, la causa moral pertenece a la causa eficiente; y Aristóteles,
al tratar de la causa eficiente4, la reduce a ella, aunque la moción metafórica del
fin también les parezca a ciertos autores una causa moral; pero de ello, hablare-
mos más adelante5. Por estos motivos, Santo Tomás, en su comentario a la Físi-
ca, reduce todas estas divisiones de causa eficiente a cuatro, diciendo:
“Cuádruple es la causa eficiente: perfeccionante, preparatoria, coadyu-
vante y consiliativa. La perfeccionante da el complemento al movimiento
o mutación, como lo hace la causa eficiente que introduce la forma sus-
tancial en la generación. La preparatoria o dispositiva ajusta o adapta la
materia al último complemento. La coadyuvante no opera para el fin pro-
pio, sino que colabora al fin de otra causa. Por su parte, en las cosas que
obran con un plan o intención, la causa eficiente consiliativa es la que da
3
Ioannes a Sancto Thoma, Philosophia naturalis, I, q. 25 y q. 26.
4
Aristóteles, Physica II, cap. 3 (194 b 30).
5
Ioannes a Santo Thoma, Philosophia naturalis I, q. 13, De fine.
La causa eficiente 221
al agente la forma por la que obra; pues el que obra con un plan o inten-
ción, obra mediante la ciencia que le transmite el que aconseja”6.
Con estas palabras explica ocasionalmente Santo Tomás que la causa moral
está en la causa consiliativa; y que la causa principal e instrumental están en las
demás: en la perfeccionante, en la preparatoria y en la coadyuvante.
6
Thomas de Aquino, In II Physicorum, lect. 5.
ARTÍCULO II
SI EN LAS CAUSAS CREADAS EL PRINCIPIO EFICIENTE ES, COMO
PURO PRINCIPIO, UN ACCIDENTE
1
Aristóteles, De generatione II, cap 9 (336 a 1).
2
Thomas de Aquino, In de generatione, lectio 9, in fine.
3
Aristóteles, De anima II, cap. 2 (414 a 12).
4
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 77, a. 1, ad 4; y en otros pasajes.
224 Juan de Santo Tomás
más perfecto. Pues, si fuera de otro modo, ¿cómo podría contener y dar toda la
entidad a la cosa que se producirá, si fuera inferior en entidad?
Por lo que toda la dificultad se reduce a responder a este interrogante: ¿Aca-
so la forma sustancial, de la misma manera que es principio radical y primordial
de operaciones, no es también principio próximo e inmediato de ellas? ¿O acaso
se requiere un accidente sobreañadido como principio próximo de operaciones
respecto a cualquier operación, incluida la sustancial? Y sobre esto versa prin-
cipalmente la dificultad: ¿De qué modo el accidente, como virtud operativa,
puede obtener una sustancia?
Y en este tema hay una célebre controversia entre los seguidores de Santo
Tomás y los de Escoto5; a este último le sigue comúnmente su escuela, también
Durando6, Vallés7 y otros autores, quienes piensan que la sustancia por sí mis-
ma es principio inmediato y directo de operaciones. En cambio, sostiene la opi-
nión opuesta Santo Tomás8. Le siguen en general los tomistas, como Cayetano9,
el Ferrariense10 y otros autores que pueden verse en el Cursus Carmelitarum11 y
en Suárez12.
5
Duns Escoto, In II Sententiarum, dist. 16, q. 1; In IV Sententiarum, dist. 12, q. 3, q. 9; In IX
Metaphysicorum, q. 7.
6
Durando, In I Sententiarum, dist. 3, 2ª p., q. 2.
7
Vallés, Francisco: Controversiarum naturalius ad tyrones (1563), Controv. 3.
8
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 54, a. 3; q. 59, a. 2; q. 77, a. 1; q. 115, a. 1, ad 5;
y en otros muchos textos.
9
Cayetano, en su comentario a la Summa, pasajes citados.
10
Ferrariense, In IV Contra Gentes, cap. 66.
11
Cursus Carmelitanum, In II Physicorum, disp. 10, q. 4, § 2.
12
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disp. 18, sect. 2, n. 9.
La causa eficiente 225
fuego torna candente al hierro que hace arder la estopa con su calor, aunque ya
esté extinguido el fuego del que ha procedido el calor; cuando del semen, se-
gregado por un animal, es generado otro animal, incluso muerto o ausente el
animal que ha segregado el semen13. Así pues, en estos casos no está presente la
sustancia para operar el efecto inmediata o contiguamente: no la opera inmedia-
ta o contiguamente la sustancia distante o ausente, al no encontrarse allí donde
se produce la acción o el efecto. No la opera o ejecuta la sustancia más próxima
a él: por ejemplo, cuando el oro es generado por el sol, la sustancia de la tierra o
de la piedra, que están más cerca del oro, no es la causante de éste, porque es
completamente desemejante a él, y porque es accidental que la tierra y la piedra
estén allí; podría ser, pues, cualquier otro cuerpo el que produjera igualmente
bien el oro, si debe producirlo; pero lo produciría por la sustancia, como por
causa y virtud propia, y no por virtud accidental sobreañadida por el cielo. Y,
finalmente, tampoco la sustancia de Dios produce esos efectos, estando ausente
o distante la causa; puesto que así eliminaríamos las acciones de las causas se-
gundas y reduciríamos a solo Dios las generaciones de las cosas ausentes o dis-
tantes; aunque, sin embargo, constatamos que uno es verdadera y propiamente
hijo de alguien, a pesar de estar éste ausente o distante cuando es generado y
cuando nace. Aún más, el animal está rarísimamente indistante cuando el hijo es
perfectamente engendrado.
No vale decir que el efecto proviene de la causa distante o ausente dispositi-
vamente, aunque no efectivamente. Pues sucede lo contrario: en efecto, si sólo
procede de tal causa la disposición, pero la disposición, al ser accidente, no
logra efectivamente la sustancia y esta sustancia no es producida por la sustan-
cia de la causa, dado que está ausente o no existente, lógicamente, por mucho
que disponga, con todo, este efecto, que es sustancia, nunca puede ocurrir que
sea efecto de aquella, puesto que el ser efecto es lo mismo que proceder o tener
su origen de la causa; y, de este modo, eliminamos los efectos de las causas
segundas, aunque pongamos las disposiciones. Por otra parte, es ridículo recu-
rrir a la naturaleza universal, dado que, en cada naturaleza, el principio del mo-
vimiento o del efecto es particular, como dice Santo Tomás14.
13
Aunque estos ejemplos se reiteran a lo largo de la Edad Media y en las Escuelas del Siglo de
Oro, son estimulantes para un filósofo contemporáneo que atiende con un bagaje químico, físico y
técnico actualizado los procesos naturales que hay en la base de tales ejemplos.
14
Thomas de Aquino, Opusc. De motu cordis.
226 Juan de Santo Tomás
15
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 54, a. 3; q. 79, a. 1.
16
Esta afirmación de Juan de Santo Tomás puede parecer desconcertante: que el ser o la exis-
tencia sea el acto segundo de la esencia (sicut esse seu existentia est actus secundus essentiae”.
La causa eficiente 227
17
Thomas de Aquino, In I Sententiarum, dist. 7, q. 1, a. 2, ad 2.
18
Aristóteles, Metaphysica IX, cap. 1 (1045 b 33).
19
Thomas de Aquino, Quaestio de anima, a. 12.
La causa eficiente 229
20
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 77, a. 1.
21
Thomas de Aquino, Contra Gentes III, cap. 69.
22
Thomas de Aquino, Summa Theologiae III, q. 77, a. 3, ad 2.
230 Juan de Santo Tomás
Dios como primer agente “del que depende cada una de las acciones de la forma
sustancial y de la forma accidental”. En este texto distingue abiertamente la
acción de la forma sustancial de la accidental; pero esto sólo se verifica si la
sustancia tiene una acción de manera propia e inmediata.
Tercero, cuando el paciente está distante del agente, la virtud por la que ope-
ra, o es el accidente que está en el paciente, o es el accidente que está en el
agente. No es el accidente que está en el paciente: primero, porque éste se en-
cuentra solamente de modo dispositivo respecto a la forma, no de modo efecti-
vo; segundo, porque, al no poder el accidente operar en abstracto como el calor,
sino en concreto como lo cálido, si el calor existente en la madera, por ejemplo,
produjera fuego en ella, la madera en cuanto cálida produciría en sí misma el
fuego y se corrompería. Pero, si el accidente que está en el agente, produce la
sustancia, se derrumba todo el fundamento para establecer que el accidente haga
las veces de la sustancia, a saber, porque cuando el agente está distante es preci-
so que opere mediando una virtud emanada de él y por él extendida, supuesto
que la virtud opera no extendida o emanada de él, sino existiendo en el agente.
Cuarto, porque el calor de por sí es una virtud o energía suficiente para pro-
ducir, como causa principal, un calor semejante; luego, también la forma sus-
tancial lo es para producir una forma semejante. Efectivamente, no le es menos
proporcionada a ella, ni menos activa y en acto, que la forma accidental respec-
to a la forma semejante.
Quinto, finalmente, porque la potencia radical que está en la sustancia debe
ser especificada y ordenada a la operación, de la que es raíz, al menos como lo
es la potencia inmediata y próxima; pues la raíz se relaciona con el fruto como
con lo especificativo suyo. Luego, si, a pesar de esto, la sustancia puede ser
principio radical, también lo podrá ser próximo.
23
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 77, a. 1, ad 3 y 4; q. 115, a. 1, ad 5.
232 Juan de Santo Tomás
24
Thomas de Aquino, In libr. Boetii de hebdomadibus.
La causa eficiente 233
25
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 112, a. 3, ad 3.
26
Ioannes a Sancto Thoma, Philosophia naturalis, I, Tertia Pars, q. 1, a. 7.
27
Thomas de Aquino, In II Sententiarum, q. 1, a. 4, ad 5.
234 Juan de Santo Tomás
1
Suárez, Disputatione Metaphysicae, disp. 18, sect. 2, n. 21.
2
Conimbricenses, In II Physicorum, cap. 7, q. 18, a. 3.
3
Thomas de Aquino, Summa Theologiae III, q. 13, a. 2; In IV Sententiarum, dist. 1, q. 1, a. 4;
De Potentia, q. 3, a. 7.
4
Thomas de Aquino, In I Sententiarum, dist. 3, q. 4, a. 2.
5
Thomas de Aquino, In I Sententiarum, dist. 3, q. 4, a. 2, ad 2.
6
Thomas de Aquino, Summa Theologiae III, q. 62, a. 4; q. 78, a. 4.
236 Juan de Santo Tomás
7
Cayetano, In I Summa Theologiae q. 54, a. 3, ad 2 (sobre Escoto).
8
Soto, In II Physicorum, q. 4, concl. 2.
9
Ioannes a Sancto Thoma, Philosophia Naturalis I, q. 26, a. 1 (De instrumentis).
La causa eficiente 237
Segunda objeción. La virtud accidental sola, una vez sustraído todo influjo
de la sustancia, no contiene en sí todo el efecto producible, que es la sustancia,
pues de otro modo el solo accidente sería principio total e íntegro para producir
la sustancia. Luego si la sustancia no tiene otro influjo, a parte del influjo de la
virtud accidental, todo lo que se produce en la sustancia se produce por la sola
virtud del accidente. Y no basta decir que la virtud accidental, en cuanto unida o
subordinada a la sustancia, opera por encima de la posibilidad de su propia vir-
tud, dado que esa unión y subordinación a la sustancia no es una virtud absoluta
sobreañadida, sino una nueva relación o designación entre la sustancia y el ac-
cidente; efectivamente, la unión es una relación, y todo esto no añade actividad
o virtud alguna.
Confirmación.- O el accidente se comporta como un instrumento, verdadera
y propiamente movido por la sustancia, o solo está a modo de semejanza, en
cuanto que la sustancia es su raíz. Si lo primero, es requerida una verdadera y
propia moción o influjo de la sustancia en el accidente, pues de otro modo no
10
Thomas de Aquino, Summa Theologiae III, q. 77, a. 3, ad 2.
11
Aristóteles, De Generatione II,cap. 9 (335 b 34).
238 Juan de Santo Tomás
Respuesta.- La virtud accidental es, toda ella, la virtud de producir como vir-
tud próxima e inmediata, pero dependiendo de la virtud radical y mediata; y ésta
no tiene un influjo actual sobre la virtud accidental, sino sólo tiene un influjo
radical; pues de otro modo, respecto a este influjo actual, no sería principio
radical, sino también sería principio próximo. Y cuando se pregunta qué es ese
influjo radical, se responde que entitativamente y en realidad no es distinto del
influjo actual que procede mediante la virtud accidental, pero que se distingue
según la dependencia y el modo, en cuanto que procede del accidente como
dependiente y radicado en la sustancia como en un principio primario. Y, con-
secuentemente, la operación depende de ambos influjos; al igual que también el
concurso simultáneo de la causa primera no es entitativamente distinto de la
acción de la causa segunda en cuanto dependiente de la primera, como los auto-
res de la opinión opuesta también afirman; y nosotros hablamos de ello en otro
sitio12. Semejantemente, pues, el influjo de la sustancia y el influjo del accidente
se identifican: entitativa y radicalmente por parte de la sustancia, mas formal-
mente por parte del accidente, en tanto que dependiente y subordinado a aque-
lla, puesto que la sustancia es entidad primera que sustenta al accidente, lo que
es propio de la raíz.
Y cuando se insiste objetando que esa subordinación sólo añade una relación
al accidente, se responde que no añade una relación solamente predicamental,
sino también una relación trascendental, la cual es el fundamento de la relación
predicamental, y que no es nada más que un modo o perfección que tiene el
accidente por el hecho de dimanar de la sustancia. V. gr., el calor participa más
de una perfección por el hecho de ser calor de animal, que por el hecho de ser
calor del fuego. Y Santo Tomás dice:
“La cogitativa tiene una cierta eminencia en el hombre, no por pertenecer
a la parte sensitiva, sino por una afinidad y proximidad a la razón univer-
sal, de conformidad con una determinada refluencia [o rebosamiento]. Y,
12
Ioannes a Sancto Thoma, Philosophia naturalis I, q. 25.
La causa eficiente 239
por eso, las facultades no son distintas, sino que son las mismas, aunque
más perfectas que en los demás animales”13.
He aquí que Santo Tomás afirma que un accidente es más perfecto en un su-
jeto que en otro por la unión a tal sujeto; lo que, evidentemente, no expresa la
sola relación, sino una modificación, o perfección, modo de perfección sobre-
añadido, por cuya causa se dice que, en virtud de la sustancia, el accidente opera
por encima de su propia virtud.
A la confirmación se responde que la virtud accidental de la sustancia pro-
piamente no es un instrumento, sino la virtud del agente principal, la cual, por la
radicación en la sustancia y por la dependencia de ella como de un principio
completo operativo, se dice que tiene el modo de instrumento.
Respecto a la afirmación de que la atención a una operación impide otra, se
responde que esto no procede del influjo actual de la sustancia del alma en las
potencias, sino de la limitación de las potencias que, en un mismo sujeto, no
pueden operar a la vez, ni pueden operar muchas cosas y prestar atención de un
modo igualmente intenso; y principalmente cuando necesitan los órganos de tal
temperamento o de una disposición que se cambia o se agota con bastante faci-
lidad si una potencia presta excesiva atención y se esfuerza en extremo y, así,
no deja a otra potencia las disposiciones para operar en la misma perfección, v.
gr., los espíritus vitales o el calor requerido.
De ahí se puede deducir la razón explicativa de que la forma accidental, bien
sea en las realidades naturales o en las sobrenaturales, es toda ella la causa de
obrar. En efecto, aparte de la virtud accidental por la que una cosa se constituye
como capaz de operar una determinada especie de acto, lo demás que permane-
ce es sólo principio radical de operar y principio terminado. Por consiguiente,
toda la causa o razón de operar como principio vial (ut quo) y como razón for-
mal específica es la virtud, bien sea la virtud innata en las cosas naturales, o la
virtud sobrevenida en las cosas sobrenaturales. Suponiendo que toda especie de
acto es sobrenatural, consecuentemente, toda la virtud específica y próxima
debe ser sobrenatural; y todo lo que es natural, solamente opera como principio
radical que puede ser elevado.
13
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 78, a. 4, ad 5.
240 Juan de Santo Tomás
14
Ioannes a Sancto Thoma, Philosophia naturalis III (De gener. et corruptione), q. 1, a. 1 y 7.
15
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 115, a. 1, ad 5.
La causa eficiente 241
con tal de tener por separado el concurso actual en la virtud operante. Ni esto
significa que la sustancia esté en inactividad, sino que opera verdaderamente
como principio terminado, no como principio vial (quo); opera pues, a través de
sus potencias y virtudes, no sin ellas, y sin influir en acto antes del concurso de
aquellas. En relación a lo que se dice sobre los actos vitales, se responde que
una diferencia entre actos vitales y actos no-vitales no existe porque en los pri-
meros la sustancia influya en acto, pero no en los segundos; sino porque en los
primeros, los vivientes se mueven y no son puramente movidos; de ahí que la
acción proceda necesariamente de un principio intrínseco, no sólo como operan-
te, sino también como principio que se mueve a sí mismo; y eso no aparece en
los no vivientes. Sin embargo, la sustancia opera y mueve en ambos como prin-
cipio radical y completo, no próximamente y como principio vial (quo).
ARTÍCULO IV
QUÉ ES LA CAUSALIDAD DEL EFICIENTE
Es muy común entre los autores afirmar que la acción es la causalidad del
agente, como medio de influir en el efecto. Sin duda alguna, el eficiente no cau-
sa por su sola entidad y que el efecto no procede de su sola entidad: esto se de-
duce de la diferencia existente entre causa eficiente y causa formal. En la causa
formal, el efecto no es distinto de la causa en cuanto comunicada y unida a otro:
de ahí que, una vez puesta la aplicación o unión, no necesita de un medio que
cause el efecto. Mas por el contrario, el eficiente tiene un efecto distinto de sí
mismo, que él toca o mueve como un término que pasa del no-ser al ser. Por lo
tanto, además de la aplicación para obrar, necesita de una cosa sobreañadida a
su entidad; y con esa cosa sobreañadida se puede decir que tal entidad sufre una
mutación en acto o que algo emana de sí misma. La sola entidad de la causa,
pues, no es suficiente para explicar la causalidad en acto, y, sin embargo, se da
la entidad de la causa. Tampoco la causa cambiada es la entidad del efecto, pues
el efecto es distinto ella; ni la causa es la mutación actual, dado que ésta pasa y
la entidad permanece; luego, la mutación se distingue de la causa.
Por lo demás, en la acción están latentes muchos aspectos y la propia acción
los connota: primero, por parte del agente se encuentra la emanación; segundo,
por parte del paciente, la mutación; tercero, por parte del efecto, el proceso de
llegar a ser o movimiento; cuarto, hay también una relación u orden tanto del
agente al término, como del término al agente. Así pues, queda por ver en qué
razón o formalidad la acción es la causalidad del agente, por la que es designado
causante.
Opiniones
Escoto y sus discípulos distinguen en la acción dos aspectos: primero, en
cuanto es un predicamento especial; segundo, en cuanto es la razón de causar
para el agente por referencia al efecto. Y afirman que la acción, como predica-
mento especial, consiste en una referencia o relación que sobreviene extrínse-
camente, de la que hemos hablado en Lógica1; y esta relación, a su vez, no con-
siste en un orden al efecto producido, sino en un orden al paciente o sujeto;
efectivamente, la acción como predicamento es la que se opone a la pasión; y la
pasión pertenece al sujeto. Por otra parte, afirman que la acción, en su segunda
acepción, consiste formalmente en una relación intrínseca o predicamental re-
1
Ioannes a Sancto Thoma, Cursus Philosophicus I, Logica, q. 19, a. 2.
244 Juan de Santo Tomás
Otros autores pasan por alto esa causalidad relativa y enseñan que la causa-
lidad del eficiente consiste en una acción que implica dependencia o emanación
de la causa, y eso es el hacerse o llegar a ser del efecto. Así, Suárez4, los Co-
nimbricenses5 y otros.
El fundamento de esta tesis es el siguiente. Este fluir o hacerse es un medio
entre productor y producido, entre agente y efecto. Asimismo, el hacerse es
aquello por lo que la causa consigue el efecto, como vía hacia él. Luego, el ha-
cerse tiene todo lo requerido para la causalidad de causa eficiente. Efectiva-
2
Fuente, In II Physicorum, q. 4, a. 2, n. 43 y 44.
3
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 41, a. 1, ad 2. Lo mismo enseña en la q. 45, a. 2,
ad 2.
4
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disp. 18, sect. 10, n. 8.
5
Conimbricenses, In II Physicarum, cap. 7, q. 7, a. 2.
La causa eficiente 245
6
Cursus Carmelitanus, In II Physicorum, disp. 10, q. ultima, § 2.
7
Fonseca, In V Metaphysicorum, q. 13,, sect. 2 y 3.
246 Juan de Santo Tomás
rencia a él. Por otra parte, la pura referencia o relación no produce el efecto, ni
lo convierte en producido, sino en referencial o relativo. Luego, toda la formali-
dad de causar estaba antes de la relación en el acto segundo, aunque no estaba
toda la formalidad de referencia; en efecto, estaba toda la razón por la que el
efecto se hace o se convierte en producido, no por la que se convierte en refe-
rencial o relativo.
No se opone a la razón dada el hecho de que algunos concedan que la causa-
lidad formal supone el efecto producido, pero no el efecto fundamental porque
en razón del fundamento la causa es antes que el efecto, pero en razón de la
relación es simultánea con el efecto. En verdad sucede lo contrario. Efectiva-
mente, lo que supone el efecto producido ‒no siendo antes, sino simultáneo con
el efecto‒, no es el productor activo, esto es, el que hace pasar del no ser al ser y
el que pone fuera de las causas, sino que lo supone fuera de las causas; y, así,
puramente se refiere a él, no lo produce. Es así que la razón formal de la causa-
lidad del eficiente es poner fuera de las causas. Luego, todo lo que no contribu-
ye a poner fuera de las causas, no pertenece formalmente a la eficiencia, sino a
la referencia; de este modo, que algo sea al mismo tiempo que el efecto no es
propio y formal de la causa, en cuanto es causa, sino en cuanto es causa referen-
cial, relativa.
Se prueba la segunda parte de la conclusión.- Como se ha demostrado, la
causalidad no pertenece al predicamento de la relación; ni puede pertenecer al
predicamento de la cantidad y de la cualidad, hablando de la acción formal,
puesto que la cantidad y la cualidad son términos de la acción y del movimien-
to. Luego, la causalidad pertenecerá al predicamento de la acción. Ciertamen-
te, no hay duda de los demás predicamentos: en efecto, la sustancia no es ac-
ción, sino agente; la pasión se sigue de la acción y la supone; ni designa al
agente, sino al paciente; por otra parte, el lugar, el sitio y otros predicamentos
no tienen nada que pueda constituir la eficiencia.
Sin embargo, esto se entiende de la acción creada; evidentemente la acción
increada está fuera de predicamento y es la sustancia de Dios. Semejantemente,
tampoco se entiende de los actos inmanentes, en cuanto puramente inmanentes,
no en cuanto incluyen virtualmente una acción transeúnte. Sin duda alguna, los
actos puramente inmanentes no pertenecen al predicamento de la acción, por el
hecho de no conllevar movimiento, sin el cual no se da una referencia al pacien-
te; ahora bien, la acción que no tiene referencia al paciente, no es predicamento
de acción, como diremos de inmediato, siguiendo a Santo Tomás y más am-
pliamente hablaremos de ello en otra parte8.
8
Ioannes a Sancto Thoma, Philosophia naturalis I, q. 14, a. 3.
La causa eficiente 247
9
Thomas de Aquino, In II Sententiarum, dist. 1, q. 1, a. 5, ad 8.
10
Thomas de Aquino, In I Sententiarum, dist. 6, q. 4, a. 3, ad 3.
11
Ioannes a Sancto Thoma, Philosophia naturalis I, libr. 3, q. 14, a. 4.
248 Juan de Santo Tomás
te no es formalmente ser causada ‒ni está por parte del efecto, sino por parte de
la causa, justo porque no es la dependencia misma de la que el efecto depende‒,
sino que depende del acto segundo de causar. Luego, la causalidad no debe ser
formalmente explicada a través del hacerse por parte del efecto, sino activa-
mente por parte de la causa.
Se comprende, en segundo término, que poco importa que la acción sea ex-
plicada a modo de forma o a modo de ejercicio. En efecto, la forma de la acción
es la forma del ejercicio de obrar. Ahora bien, la forma significada en abstracto
se llama acción; en cambio, significada en concreto es llamada obrar u operar.
Bien es verdad que es lo mismo hablar de la forma en concreto que en abstracto,
tratándose de la sustancia, aunque este ejercicio de la causalidad se signifique
de modo más explícito y preciso con el obrar. Y así lo dice Santo Tomás: “Se
dice móvil según la potencia, en cambio, se dice moviente en el obrar, en cuan-
to opera en acto”12.
12
Thomas de Aquino, In III Physicorum, lect. 4, circa finem.
La causa eficiente 249
1
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disp. 18, sect. 3, nn. 4-9.
2
Cayetano, In Summa Theologiae I, q. 77, a. 6, ad 3.
3
Ferrariense, In IV Contra Gentes, cap. 65, § “Ad difficultatem tactam”.
4
Conrado, In Summa Theologiae I-I, q. 110, a. 3, corp. a., § “Sed dicitur”
5
Soto, Logica, cap. 2, De Proprio.
6
Cursus Carmelitanus, In II Physicorum, disp.10, q. 7, § 3.
7
Fuente, In II Phyhsicorum, q. 4, diff. 4, a. 4.
252 Juan de Santo Tomás
8
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 77, a. 6, ad 3.
9
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 77, a. 7, ad 1.
10
Juan de Santo Tomás se remite a un opúsculo, consignado tradicionalmente con el n. 48, de
autenticidad dudosa, pero muy interesante, titulado Summa totius Logicae Arist., cap. De proprio.
La causa eficiente 253
tivamente no tiene aquí lugar aquí la acción creativa, puesto que el accidente es
producido dependientemente del sujeto; en cambio, la propiedad es recibida en
todo el sujeto, v. gr., el calor en el fuego, el conocimiento en el alma.
Por consiguiente, si la esencia misma produce activamente la propiedad que
recibe, resultará que bajo idéntico aspecto será activa y pasiva, estará en acto y
en potencia respecto a lo mismo, lo que es contradictorio, como demostramos
en otro sitio11; a no ser que se diga que es inmanente la acción con la que se
produce dicha propiedad. Ahora bien, ésta no conviene a cada una de las sus-
tancias, sino sólo a la sustancia viviente, ni es productiva de término, el cual es,
además, principio de obrar, como suelen serlo las mismas propiedades. Y cuan-
do Santo Tomás dice que el sujeto, en cuanto está en acto, es productivo del
accidente propio y, en cuanto está en potencia, es receptivo, eso “productivo”
no lo es mediante la propia acción emitida por sí mismo, sino por el generante,
el cual, mediante la sustancia puesta en acto alcanza las propiedades.
Primera objeción
Objeción primera.- Evidentemente de esta exposición se sigue que las pro-
piedades no dependen de la esencia según una causalidad física, sino según una
ilación lógica, a saber, según una conexión. Así el consecuente es falso, pues de
otro modo las propiedades no emanarían físicamente de la esencia, ni de ella
dependerían; asimismo, la esencia estaría en inactividad y reposo, al no causar
evidentemente en realidad nada; además de que no hay posibilidad de indicar
qué le falta a la emanación para ser verdadera eficiencia, dado que es verdadera
emanación y origen de una cosa, de otra con verdadera dependencia. La conse-
cuencia de este argumento se prueba: si la propiedad depende físicamente de la
esencia y es causada por ésta, en cuanto que emana de ella en un género de cau-
sa, este género de causa no es nada más que el efectivo; pues, aunque la propie-
dad sea también recibida en la sustancia, sin embargo, la recepción no es ema-
nación.
Respuesta a la objeción primera
Respuesta.- La emanación es una causalidad verdadera y física, pero no dis-
tinta de la generación. En efecto, esa causalidad física y verdadera, en cuanto
que atañe o concierne a la sustancia, es llamada generación; en cambio, en
cuanto que, mediando la sustancia, se dirige a las propiedades en razón de lo
debido a la sustancia y en razón de su conexión con ella, se llama emanación.
Y, así, la sustancia es principio de las propiedades, no siendo primeramente su
emisor, sino medio y razón de hacer avanzar la acción hacia ellas, de modo que
la generación no se detiene en la sustancia, sino, mediando ésta, avanza hasta
llegar a las propiedades. Y, en cuanto a esto, la sustancia es principio del paso o
tránsito ulterior y, en razón de su conexión con la propiedad, colabora y condu-
11
Ioannes a Sancto Thoma, Philosophia Naturalis I, libr. VII, q. 22, a. 1.
254 Juan de Santo Tomás
12
Es el opúsculo 48, de autenticidad dudosa, titulado Summa totius Logicae Arist., tract. 1, cap.
6.
La causa eficiente 255
Respuesta a la objeción
Al argumento responderemos que en la forma producida por generación,
permanece virtualmente la generación; y, una vez eliminado el impedimento, la
forma conservada virtualmente se desarrolla en propiedad y emanación; y puede
haber virtualmente movimiento, si se elimina lo contrario que lo impedía, pues-
to que entonces la emanación se produce con mutación o eliminación de lo con-
trario.
A la confirmación se responde que las propiedades, que no son modos, pue-
den ser separadas de la esencia, si se impide que las toque la acción del gene-
rante y la salida de la emanación, o suple Dios el sustentamiento de las mismas
propiedades en el sujeto. En efecto, las propiedades no son esencialmente ac-
ción, sino término de ésta, el cual puede ser conservado mediante otra acción13.
13
El mismo Juan de Santo Tomás advierte en nota: “Debía de tratarse aquí el tema de la subor-
dinación de las causas, tanto la causa principal como la instrumental. Pero dado que ese tratado es
más conveniente a los más avezados que a los principiantes, se reserva el tratar dicha subordina-
ción a las cuestiones finales del libro octavo, en las que se trata de la relación de los móviles con
los movientes hasta llegar al primer motor”. Son dos cuestiones muy interesantes, una dedicada a
la subordinación de las causas; y otra, a la causa instrumental. Pero que no tienen cabida aquí.
QUINTA PARTE
Supuestos
Se tendrán en cuenta dos supuestos.
Primero, que el fin debe tener carácter de bien y de apetecible para consti-
tuirse en fin; y que bajo el carácter de mal nada puede constituirse en fin. Y, a
pesar de que algunos autores nieguen este supuesto, nosotros lo damos ahora
como cierto1. Y la razón de este aserto está tomada de la misma esencia de fin:
pues es aquello por lo que (cuius gratia) se hace una cosa. Ahora bien, si es el
mal bajo la índole de mal, por esto mismo precisamente obtiene el carácter de
no conveniente y no apetecible. Luego, gracias a él, o por amor a él, no puede
ser deseado nada. En efecto, ¿cómo es posible que las demás cosas sean apete-
cidas gracias a él? Por otra parte, es evidente que, si una cosa es apetecida bajo
la índole de mal, debe ser apetecida como no conveniente para sí; pues si es
conveniente para sí, aunque para otro no sea conveniente y un mal, precisamen-
te por esto mismo es apetecida bajo la índole de bien, no bajo la índole de mal.
Por lo tanto, todos los males, incluso el no-ser, deben revestirse de la aparien-
cia de bien para ser apetecidos, bien sea en comparación a una cosa peor, bien
sea por un engaño que lo juzga un bien, como, por ejemplo, es deseado el no-ser
bajo el estímulo de dejar la miseria presente. Y un enemigo es odiado en sí
mismo, o con el acto de fuga, puesto que el odio se origina de la abominación y
huída de una disconveniencia que hay en el enemigo, o con un acto de prosecu-
ción o seguimiento por el que la voluntad es llevada contra el enemigo como
nocivo para mí, y, así, es digno de odio en sí mismo, dado que tengo como un
bien el considerarle digno de odio, cosa que para mí es una disconveniencia.
Segundo. Doy como cierto que las divisiones del fin son varias, que ahora no
podemos examinar con exactitud, pues esto pertenece más bien al filósofo mo-
ral o al teólogo. Brevemente decimos que como el fin y el término se identifi-
can, del mismo modo que se divide el término, así también se dividirá el fin.
Ahora bien, la noción de término o fin puede encontrarse en cuatro casos. Pri-
mero, lo que es término de un agente cualquiera. Segundo, término o fin es lo
apetecido como término de inclinación y deseo. Tercero, aquello para quien es
1
Como se nos transmite habitualmente al comentar la Summa Theologiae I-II q. 8, a. 1; y I, q.
5, a. 4.
260 Juan de Santo Tomás
deseado; pues hace de límite al apetito como sujeto para quien se asigna una
cosa. Cuarto, aquello con lo que alcanzamos el fin, pues la acción se termina
con él. De este modo se da, primero, el fin-causa (cuius gratia), que es lo
deseado como razón o causa de lo demás. En segundo lugar se da el fin referen-
cial (cui), o sea, un ser para quien se hace una cosa; en tercer lugar, el fin parti-
cipante (quo), o sea, aquello por cuyo sentido se hace una cosa. Por otra parte,
lo que es término del agente de un modo cualquiera es llamado fin-efecto, y no
fin-causa; el fin-efecto es, por ejemplo, la seguridad del ciudadano, que es a
causa de la providencia del gobernante. El fin-causa es siempre más noble que
su finalizado, en cambio, el fin-efecto no es más noble, sino inferior a su causa.
El fin-causa (finis cuius gratia) se divide en fin último y no-último. El fin úl-
timo es al que todas las cosas están ordenadas, sin subordinación a otro. El fin
no-último al que están ordenadas algunas cosas con subordinación a otro y de-
pendencia de él. Este fin no-último tiene verdadera naturaleza de fin, pero natu-
raleza participada, en cuanto que se reviste de algún modo del carácter de me-
dio. Así pues, el fin no-último tiene pura y simplemente naturaleza de fin, pues-
to que es absolutamente apetecible, aunque participativamente, al igual que la
sustancia creada es ente de modo esencial (per se), pero lo es participativamente
de la increada.
Pero de lo que se acaba de decir, se entrevé otra división de fin último: fin
último absolutamente y fin último en un género y en relación a un apetente con-
creto. El fin último pura y simplemente, lo es en todo género y a él están subor-
dinadas todas las cosas en cualquier género.
Suele también distinguirse el fin en fin de la obra (finis operis) y fin del ope-
rante (finis operantis). El primero es el fin de la obra en sí misma; el segundo es
el previamente fijado o establecido por la intención del operante. Finalmente,
fin primario es el intentado primeramente y de modo directo; fin secundario es
el intentado como consecuentemente y después de haber presupuesto otro.
En la disputación presente sólo tratamos del fin-causa (cuius gratia), puesto
que solamente él se distingue de las otras causas. Y en este artículo pretende-
mos discernir entre lo que es razón formal de la causa final y lo que es condi-
ción suya requerida. En efecto, es evidente que para apetecer el fin han de con-
currir no solamente la propia bondad del fin ‒por parte de la cosa deseable‒,
sino también el conocimiento o propuesta de dicha bondad para que sea mani-
festada al apetito. E intentamos averiguar si concurren estos dos aspectos como
razón formal, o uno concurre como condición y el otro como razón formal.
razón del conocimiento, sino según su ser, ya sea según el ser posible, ya sea
según el ser existente. Así opinan en general los discípulos de Santo Tomás:
Cayetano2, el Ferrariense3, Soto4, Suárez5, Fonseca, Pereira y otros que Egidio
cita6.
La segunda opinión principal sostiene que el conocimiento del fin no es una
condición, sino la razón formal de causar. Así Medina7; y se atribuye esto mis-
mo a Soncinas, a Capreolo y a otros. Estos autores no opinan que la bondad real
no pertenezca a la razón formal del fin, pero afirman que el conocimiento tam-
bién pertenece, y que la bondad conocida se comporta como el color “lúcido”.
Pues la luz no es condición de constituir el color en ser visible, sino que es ra-
zón formal. De este modo, la bondad del fin se convierte formalmente en finali-
zante no solamente en cuanto está bajo su ser de bondad ‒sea posible, sea exis-
tente‒, sino también en cuanto está bajo su ser conocido.
Entre estas dos opiniones principales hay dos intermedias que las modifican
en cierto modo. La primera es de Vázquez8, quien hace distinción entre cono-
cimiento como concepto formal y conocimiento como concepto objetivo. Y dice
que el fin, en cuanto indica concepto objetivo y ser intencional en el entendi-
miento, se reviste de la razón formal de finalizar. Sin embargo, el concepto
formal, por el que es designada la cosa conocida y en el que es representada la
propia cosa, expresa solamente condición requerida para finalizar. La segunda
opinión intermedia es de Bañez9: afirma que el conocimiento no es razón formal
del fin, sino razón radical, ya que el conocimiento es la raíz del apetito que
tiende al fin; y por este motivo, el conocimiento o aprehensión puede pertenecer
a la razón objetiva especificante.
2
Cayetano, In Summa Theologiae I-II q. 1, a. 1.
3
Ferrariense, In Contra Gentiles I, cap. 44, § Sciendum secundo.
4
Soto, In II Physicorum, q. 3, § Causa finalis.
5
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disp. 23, sect. 8.
6
Aegidius, libro 1 De Fine, q. 6, a. 6.
7
Medina, In Summa Theologiae I-II, q. 1, a. 1.
8
Vázquez, In Summa Theologiae I-II, disp.. 2, cap. 2 y 3.
9
Báñez, In Summa Theologiae I, q. 80, a. 2, dub 1, ad argumenta primae opinionis.
262 Juan de Santo Tomás
10
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 18, a.4 y 5.
11
Cayetano, In Summa Theologiae I-II, q. 1, a. 3.
El fin y su manera de causar 263
A la segunda pregunta se responde que el bien, para ser fin, sin duda alguna
no debe tener la sola bondad transcendental bajo un concepto absoluto, sino
también bajo un concepto de conveniente y ordenado a otro, para quien es el
bien, puesto que el fin es aquello por lo que (cuius gratia) se hace una cosa.
Luego debe ser conveniente respecto a lo que es hecho por ello, pues de otro
modo no sería por causa de ello, si no tuviera el orden de conveniencia a eso
mismo.
264 Juan de Santo Tomás
Objeciones y respuestas
Objeción primera.- La diversa índole del objeto conocido hace la diversidad
en el apetito, pero no hace diverso al objeto apetecible; como el apetito elícito y
el apetito innato difieren por el objeto aprehendido o no aprehendido, y el apeti-
to sensitivo e intelectivo difieren por el modo diverso del objeto aprehendido.
Cosa que también atestigua Santo Tomás, donde dice: “Las diferencias del obje-
to aprehendido son las diferencias del mismo objeto apetecible. De ahí que las
facultades apetitivas se distingan por las diferencias de los objetos aprehendidos
como objetos propios” 13 . Por consiguiente, la índole del objeto aprehendido
pertenece a la formalidad del objeto apetecible. Y más claramente lo expresa
diciendo: “Dado que el objeto del apetito animal es el bien conocido, la diversi-
dad de la aprehensión pertenece en cierto modo a la diversidad del objeto”14.
Respuesta.- La aprehensión o conocimiento que hace diferenciar específica-
mente las facultades apetitivas no es la aprehensión formal ‒que se encuentra
por parte del sujeto‒ sino la aprehensión radical y objetiva, como se deduce de
Santo Tomás15; esto es, lo que hace diferenciarlas es la realidad apetecible, con-
siderada de manera que funda el diverso modo de apetibilidad, la cual requiere
el diverso modo de mover e inclinar las facultades. En donde la aprehensión no
es la razón formal, sino una condición; al igual que la misma realidad, como
12
Thomas de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 23, a. 1.
13
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 80, a. 2, ad 1.
14
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 31, a. 3, ad 1. También: I-II, q.30, a. 3, ad 2.
15
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 30, a. 3, ad 2.
El fin y su manera de causar 265
futura o como presente, funda en el apetito diversos actos, por ejemplo, de espe-
ranza o gozo, de temor o tristeza, aunque, sin embargo, la variación de presente
o futuro, no varíe la intrínseca naturaleza del objeto apetecible: ahí sólo varía
una condición suya, a saber, la existencia que es intrínsecamente requerida. Y
precisamente por esto, la realidad, para fundar ese modo diverso de existencia,
se vuelve apetecible de modo diverso. De este modo, para fundar el diverso
modo de existencia objetiva, requerida para mover metafórica e intencional-
mente, constituye el diverso apetecible y especifica los diversos apetitos. De ahí
que diga Santo Tomás:
“La voluntad no se distingue directamente del apetito sensible por seguir
esta aprehensión o aquella, sino por determinarse su inclinación o por te-
nerla determinada por otro; y estos dos modos de determinación exigen la
facultad no de un solo modo; ahora bien la diversidad de facultades re-
quiere diversidad de conocimientos o aprehensiones. Por lo tanto, casi
por consecuencia, la distinción de las facultades apetitivas se toma de la
distinción de las facultades aprehensivas o cognoscitivas; pero no princi-
palmente”16.
En ese texto, se transmite con bastante claridad la doctrina expuesta me-
diante la aprehensión radical o formal, puesto que el diverso modo de mover
está radicado en el objeto apetecible, cosa que sí se produce mediante la diversa
aprehensión; pero la aprehensión o conocimiento formal no es la causa de la
distinción. Y semejantemente en otro lugar dice: “La distinción de las faculta-
des apetitivas, accidentalmente se toma de la diversidad de la aprehensión, pero,
esencialmente, se toma de la diversidad de los objetos aprehendidos”17.
Objeción segunda.- Hay muchas cosas que mueven no por la bondad real,
sino por la bondad aprehendida, como es evidente en quienes por engaño se
mueven en torno a una cosa imposible o sobre un bien cualquiera aparente;
luego, hay mayor conexión entre la aprehensión y el apetito que entre la bondad
real y el apetito. En efecto, el fin sin aprehensión no puede mover, en cambio,
puede hacerlo sin bondad real, con tal de que sea aprehendida. Luego la
aprehensión concurre más formal y más íntimamente que la bondad real. Por
eso vemos que, variada la aprehensión o dictamen, varía la especie del acto, v.
gr., de bueno a malo, y al contrario; de temor a la tristeza, y otros casos seme-
jantes.
Respuesta.- La bondad conocida mueve en virtud de su bondad real, como
completada por la representación y como dando eminencia objetiva e intencio-
nal al objeto apetecido, para que éste mueva de manera intencional y metafóri-
16
Thomas de Aquino, De Veritate, q. 22, a. 4, ad 1.
17
Thomas de Aquino, De Veritate, q. 25, a. 1, ad 6.
266 Juan de Santo Tomás
ca. De ahí no se sigue que la aprehensión sea la razón formal, sino que suple y
lleva consigo lo que es la razón formal, a saber, la bondad real de lo apetecido.
Ahora bien, el no poder ser suplida la aprehensión, como lo es la bondad real,
eso acaece precisamente porque la aprehensión no es una condición extrínseca
que conlleva la sola aplicación al paciente mismo o a algo extrínseco; pues, esa
condición, al ser extrínseca, puede ser suplida por Dios. Pero se dice que la
aprehensión es una condición intrínseca, porque no es condición que une a algo
extrínseco, sino que otorga al objeto apetecible el ser intencional y objetivo para
mover metafóricamente. Por lo tanto, en el caso del fin es requerida así la
aprehensión que da la existencia intencional, al igual que ocurre con la existen-
cia real en el eficiente, la cual es condición que no puede ser suplida por Dios.
En efecto, una realidad inexistente no puede operar, al igual que una realidad no
aprehendida no puede finalizar. Por otra parte, que la bondad real pueda ser
suplida, no es porque la sola aprehensión sea la razón formal, sino porque la
aprehensión es un medio o condición que representa al objeto apetecido. Y no
es necesario que la aplicación representativa suponga la existencia de la reali-
dad aplicada: más bien, hace sus veces y la tiene en sí. En cambio, la aplicación
física supone siempre la existencia de la realidad aplicada, pues si no existe no
puede ser aplicada, al no hacer sus veces. Que el acto del apetito varíe específi-
camente, si varía la sola aprehensión, esto sucede en razón de la diversa
aprehensión radical y por parte del objeto ‒ya lo hemos dicho‒, no en razón de
la aprehensión formal que es sólo condición.
1
Aristóteles, De Generatione I, cap. 7 (324 b 14).
2
Thomas de Aquino, De Potentia, q. 5, a. 1.
270 Juan de Santo Tomás
te. Ahora bien, el agente es determinado por el fin, que es un término al que el
agente tiende. Luego la moción del fin debe mirar las acciones y los efectos
como una cosa causable, en cuanto que también mirará al agente como el móvil
al que el propio fin determina a obrar. Pero dado que entre los agentes, unos son
ejecutivos, y otros imperativos y directivos, el fin no puede mover inmediata-
mente al agente que es puramente ejecutivo y carente de conocimiento, sino a
aquel agente que se dirige y se mueve al fin, por cuya dirección son movidos los
agentes ejecutivos. Ciertamente, sólo la bondad del fin es capaz de mover a un
apetito.
Ahora bien, el apetito o es innato o elícito. El innato debe ser dirigido por
alguien que lo enderece al fin, puesto que él no se dirige. Por otra parte, el elíci-
to supone el conocimiento, pues precisamente en esto consiste el ser elícito. De
este modo, la primera moción del fin debe estar en el apetito que se dirige al fin;
después, debe estar en los agentes que son dirigidos por otro, ya que todo lo que
no es dirigido por sí mismo, supone otro por el que sea dirigido; y, al no existir
un proceso al infinito, es preciso llegar a algo que se dirija al fin, y este algo es
el apetito racional.
La dificultad presente, pues, se reduce a explicar qué es verdadera y propia-
mente aquello que en la causalidad del fin lo llamamos moción de manera meta-
fórica e impropia. Sin duda, es preciso que la causalidad sea verdadera y propia,
aunque sea metafóricamente acción o moción; como Cristo es llamado león
metafóricamente por la fortaleza: no porque la fortaleza esté en Él metafórica-
mente, sino porque su fortaleza es metafóricamente leonina, pero verdadera-
mente divina. De modo semejante, la finalización es metafóricamente una mo-
ción, pero verdaderamente es la propia causalidad del fin; y tratamos de saber,
en qué consiste o qué es verdaderamente.
Opiniones
Sobre esta cuestión los autores piensan de modo muy distinto. Las opiniones
principales se reducen a cinco.
La primera opinión asevera que consiste en una cualidad, a saber, en un acto
del entendimiento o de la voluntad, es decir, estimulando el conocimiento o
volición, o estimulando la intención del fin. Así Cabero3.
La segunda opinión asegura que es la acción del agente, principalmente la
acción de la voluntad operante. Y esta acción, en tanto que sale y depende del
agente, es llamada acción, y en tanto que depende del fin es finalización. Pero
queda sin explicar qué es esa dependencia del fin. Así, Suárez 4, Rubio5, los
3
Cabero, In II Physicorum, tract. 2, disput. 6, dubit. 3.
4
Suárez, Disputationes Metaphysicae, disp. 23, sect. 4.
5
Rubio, In II Physicorum, tract. De causa finali, q. 3, n. 30.
El fin y su manera de causar 271
6
Cursus Carmelitanus, In II Physicorum, disp. 14. q. 5, § 2.
7
Especialmente en los Commentaria ad Summam Theologiae I-II, q. 1, a. 1.
8
Fuente, In II Physicorum, q. 7, diffic. 23, a. 2.
9
Fonseca, In V Metaphysicorum, cap. 2, q. 10, sect. 3-4.
10
Conimbricenses, In II Physicorum, cap. 7, q. 6, a. 2; q. 21, a. 3, ad 2.
11
Ægidius, De fine in communi, libr. 1, q. 6, a. 6, § 3.
12
Araújo, In VIII Metaphysicorum, q. 9, a. 2.
272 Juan de Santo Tomás
Esta conclusión da como cierta una cosa y pone de manifiesto otra. Da como
cierto que la causalidad del fin, aunque es metafóricamente una moción, sin
embargo, supone que es verdaderamente una causalidad real. Pues si de otro
modo fuera, si todo lo que se da en la causalidad del fin fuera metafórico y nada
fuera real, el fin no sería verdadera causa física, a pesar de ser la principal y
primera de las causas; aún más, ella es por excelencia aquello por lo que (cuius
gratia) son hechas las demás cosas. Luego si no posee verdadera causalidad, no
es verdadera causa.
Ahora bien, la causalidad del fin debe explicarse mediante el hecho de ser
deseado y amado pasivamente, lo que en realidad es el amor emitido por la vo-
luntad, no como proveniente de la voluntad de modo elícito, sino como amor de
lo pasivamente apetecible por su propio peso; esta enseñanza está tomada de
Santo Tomás: “De la misma manera que el influir de la causa eficiente es obrar,
así también el influir de la causa final es ser apetecido y deseado”13. Y en otro
lugar dice: “Dado que la causalidad del fin consiste en que las demás cosas se
quieran por él, cuanto más perfecto es el fin y cuanto más intensamente es que-
rido, tanto más se extiende, en virtud de este fin, la voluntad de quien lo quie-
re”14. Y también: “todo agente obra por un fin. Ahora bien, el fin para cada uno
es el bien por él deseado y amado. De donde resulta claramente que cada uno de
los agentes ejecuta sus acciones, cualesquiera que estas sean, por algún amor”15.
Opina, pues, Santo Tomás que el influjo y la causalidad del fin se difunde me-
diante el amor; en verdad la bondad finalizante no se difunde realmente, esto es,
no se difunde con su propagación, ni se difunde con la producción de otro bien,
sino que se difunde con el afecto que se tiene a ella y con la ordenación al bien.
Lo mismo expresó Escoto, diciendo: “El fin solamente es causa en cuanto que,
amado y deseado, hace que el agente se mueva a obrar”16.
13
Thomas de Aquino, De Veritate, q. 22, a. 2.
14
Thomas de Aquino. Contra Gentes I, cap. 75, rat, 5.
15
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 28, a. 6.
16
Duns Escoto, Super prologum Magistri Sententiarum, q. 4, q. 5, a. 3. § Aliter dicitur.
17
Aristóteles, Eth. Nicom. I, cap. 1 (1094 a 1)
El fin y su manera de causar 273
objeto apetecible es ser apetecido en acto. Asimismo, dado que el fin no finaliza
a no ser en cuanto que está en la intención, consecuentemente, su causalidad
debe estar dentro de la voluntad, no en algo fuera de la voluntad. Y no aparece
otra cosa más que el acto de la voluntad por el que el fin se hace amado. Evi-
dentemente, en todo lo que es distinto del acto de la voluntad, sea un hábito, sea
la facultad de la voluntad, su actualidad es menor que la requerida para el influ-
jo actual. Por otra parte, los otros actos posteriores a ese amor son causados por
el fin, sin ser propiamente causalidad del propio fin. Aún más, el mismísimo
amor al fin, en cuanto emitido por la voluntad, es causado por el fin; en cambio,
ese amor es la causalidad del fin en cuanto pasivamente pendiente del peso del
objeto apetecible, como se explicará más ampliamente en seguida.
Ahora bien para conocer a fondo este tema, se tendrá en cuenta que el amor
o apetito actual depende de un doble principio.
Primero, depende del objeto apetecible en cuanto que atrae y despierta el
apetito natural; lo que se explica a modo de un peso o espiración que inclina,
según las famosas palabras de San Agustín: “Mi amor es mi peso; adonde quie-
ra que soy arrastrado, soy arrastrado por él”18. De este modo la voluntad se ro-
bustece por la unión al objeto apetecible y según el cambio del mismo.
Segundo, el amor depende del apetente o voluntad emisora cuando el apetito
es elícito; al igual que cuando el apetito es innato depende del creador de la
naturaleza y de quien la dirige al fin. Y, sin duda, ese acto o amor, en cuanto es
acto u operación de una causa, la mira como eficiencia o acción.
Pero, en cuanto depende del objeto, aún funda una doble relación: una de es-
pecificación, pues lo mira propiamente como objeto especificativo y pertene-
ciente al género de causa formal extrínseca. Otra es la relación de finalización,
en cuanto que el acto, incluso después de haber sido especificado, mira a lo
otro, por cuya intuición y causa es producido; incluso, si es producido intuyén-
dose, tiene en sí una razón de fin, distinta de la razón de objeto.
Así pues, la dependencia que el acto tiene del objeto es común tanto al obje-
to que es fin, como al objeto que no es fin; y sólo consiste en la dependencia
que tiene de éste como determinante de la especie de acto. Sin embargo, el fin
no constituye la especie, pero mueve al agente para ejercer la acción. Ahora
bien, dado que el fin no puede ejercer la acción a no ser mediante una inclina-
ción, llamada generalmente apetito, y dado que la inclinación no puede tender
sino a algo cierto, es necesario previamente que la inclinación se haga propor-
cionada respecto al término al que tiende. Y dicha proporción o inmutación
hace que la inclinación quede unida en cierto modo al objeto apetecible. De esta
manera, la inclinación que ha logrado cierta gravidez tiende al fin; y cuanto más
18
“Pondus meum amor meus, eo feror quocumque feror”. Sanctus Augustinus, Confessiones,
XIII, cap. 9; Epist. ad Hilarium, cap. 2, n. 9; De Civitate Dei, XI, cap. 28.
274 Juan de Santo Tomás
consiga que un bien tenga peso en muchas acciones, tanto más universal y tanto
más perfecto es el fin; y si consigue que el bien tenga un gran peso en todas las
acciones, entonces, es el fin último, y se dice que es deseado y amado de todo
corazón; aún más, se dice también que es amado con caridad, dado que la cari-
dad añade, al comúnmente llamado amor, la estimación de la realidad querida,
como algo de un gran y valioso precio, según dice Santo Tomás19. Por lo que
esta inmutación ‒o este peso del objeto apetecible en la voluntad‒ es realmente
producido por un acto de amor. Ahora bien, en cuanto es perfectamente emitida
por la voluntad, es llamada acción de la voluntad y efecto del fin; en cambio, en
cuanto proviene del objeto apetecible y está subordinada a él para amar, es la
causalidad del fin; pues el fin es el objeto apetecible; y la causalidad final debe
provenir de él. Y según este razonamiento, la causalidad del fin proviene del
objeto propuesto, y precede a éste en cuanto que proviene elícitamente de la
voluntad, al igual que la espiración precede al amor perfecto y la dicción prece-
de a la intelección.
Y esto mismo lo reconoció Santo Tomás, diciendo: “El objeto apetecible da
a la tendencia natural o apetito primeramente una cierta co-adaptación para con
él; y esta co-adaptación es una complacencia en el objeto, de la que se sigue el
movimiento hacia él. Y el amor proveniente de esta mutación del apetito, pro-
ducida por el objeto apetecible, es llamado pasión”20. Y, habiéndosele objetado
a Santo Tomás que el amor no conlleva el movimiento del apetito, sino conlleva
el principio del movimiento, y que, así, el amor no es pasión ni movimiento,
Santo Tomás, responde: “Aunque el amor no designa al movimiento del apetito
que tiende al objeto apetecible, sin embargo, designa al movimiento del apetito
por el que éste es inmutado por el objeto apetecible para que éste complazca a
aquel”21. La inmutación, pues, precede a la complacencia, puesto que la tenden-
cia natural es inmutada para que se produzca la complacencia. Y, de este modo
es la causalidad del fin, puesto que el objeto apetecible se torna amado y desea-
do en acto, no por una designación extrínseca tomada de la acción de amar, ‒
pues así el objeto apetecible la acompaña y no es algo real‒, sino que el objeto
apetecible se torna amado y deseado en acto por una inmutación con la que el
objeto apetecible se llega a unir al apetito, y uno y otro se co-adaptan conjunta-
mente; y, de esta forma, el apetecible está como gravedad y peso de la voluntad
tanto respecto a sí mismo como respecto a los demás. De esta manera, la causa-
lidad del fin se fija y establece convenientemente, puesto que el fin es causa que
mueve de modo inmóvil, sin moverse, pero haciendo cambiar otras cosas22. Y,
así, su causalidad no debe buscarse en el mismo fin, ni en movimiento alguno
19
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 26, a. 3.
20
Thomas de Aquino, De Veritate, q. 22, a. 2.
21
Thomas de Aquino, De Veritate, q. 22, a. 2, ad 3.
22
Aristóteles, Metaphysica XII, (1072 b 1); lect. 7, de Santo Tomás.
El fin y su manera de causar 275
que salga de él, sino en su efecto, a saber, en el mismo amor que es efecto y
causalidad del fin según las diversas disposiciones o relaciones y consideracio-
nes; al igual que también Dios, al operar de un modo inmóvil por sí mismo, es
acto último de operar, pero la acción operada hacia fuera es efecto de Dios y no
es una cosa intermedia entre el efecto y la causa.
Objeciones
Objeción primera.- Ningún efecto puede coincidir con su causalidad, puesto
que la causalidad es el carácter que influye en el efecto y es también la salida o
el nacer de la realidad causada. Ahora bien, el amor es efecto del fin, aunque
sea el primero por el que el fin es amado, puesto que la voluntad es estimulada
y determinada por el fin para amarlo. Luego, el amor no es la causalidad del fin,
sino que es lo causado.
Respuestas
A la objeción primera.- El amor, según diversas consideraciones, es causali-
dad y efecto del fin. En efecto, el amor, en cuanto emitido activamente por el
apetito, es efecto del fin, pues la voluntad opera por el fin; de otro modo, no
amaría el fin por el fin, lo que significaría no tenerlo como fin. Sin embargo, el
amor al fin se comporta con el objeto apetecible de modo pasivo, en cuanto que
se connaturaliza con él y es recibido por la voluntad como peso de su inclina-
ción, que incita a la complacencia; y de este modo es causalidad del fin y razón
de desear y ejecutar las demás cosas; pero de esto hablaremos más ampliamente
en la solución a la objeción última.
23
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 26, a. 2.
24
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 26, a. 2 ad 1.
278 Juan de Santo Tomás
modo por Dios más que la propia razón pueda llevarle a esto mismo 25. Por lo
que la causalidad del fin no es la mutación de la potencia, llevada a cabo por el
objeto sin la emisión del acto, aún más la causalidad del fin se identifica real-
mente con el acto elícito; ahora bien, en cuanto el acto es emitido por la poten-
cia, es la emisión del amor perfecta y consumadamente, como proveniente del
objeto que se une a la voluntad con el acto; y en cuanto que es la espiración y
peso del objeto y depende de la proposición del objeto, así se llama pasión: no
la pasión que se sigue de la acción, sino la pasión espirada por el objeto y la
voluntad para que sea perfectamente emitido el acto del amor.
25
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 26, a. 3, ad 4.
26
Aristóteles, De Generatione (324 b 14),
El fin y su manera de causar 279
Los actos que pueden ser causados por el fin, esto es, los actos que llegan a
ser por amor a él, unos pertenecen al orden de la intención, otros al orden de la
ejecución. Con el nombre de orden de intención entendemos los actos que se
refieren al fin como objeto de volición; con el nombre de orden de ejecución
entendemos los actos referentes a los medios para llegar a la conquista real del
fin en su ser.
Al orden primero pertenece primeramente la simple volición del fin, el deseo
de éste, la fruición o delectación en la mente, la intención. Al segundo orden
pertenece la elección a la que antecede el consejo y el consentimiento, después,
el imperio, el uso, la ejecución de los medios, la consecución del fin, la delecta-
ción en el fin conseguido o poseído; de todo ello habla Santo Tomás amplia-
mente1. Así pues, el orden de la intención comienza por el fin querido y se ter-
mina en la volición de los medios. El orden de la ejecución comienza por los
medios queridos y se termina en el fin conseguido según su ser real.
Ahora bien, en la dificultad presente no hablamos de los actos divinos. Efec-
tivamente, aunque Dios obre a causa del fin, ni Él ni los actos de su voluntad
son realidades finalizadas por el fin, dado que las acciones internas de Dios, al
ser la sustancia de Dios, no pueden ser causadas por causa alguna; luego, sólo
son finalizados por Dios los efectos llamados externos (ad extra).
Entre los autores hay diversas opiniones al indicar los objetos a los que se
extiende el fin. Unos autores afirman que solamente los medios y los actos que
versan sobre los medios, son finalizados por el fin, pero no lo son los que perte-
necen a la intención y amor al fin. Así, Vázquez2, Lorca3, Cabero4 y otros auto-
res. Fundamentan esta tesis en que el fin mueve metafóricamente según está en
la intención; en consecuencia, el estar en la intención es condición requerida
para mover y causar; luego, la intención no es causada por el fin, sino sólo lo
1
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 8 - q. 17.
2
Vázquez, In Summa Theologiae I-II, q. 1, disp. 3, cap. 2.
3
Lorca, In Summa Theologiae I-II, q. 1, disp. 2.
4
Cabero, In Summa Theologiae I-II, disp. 6, dub. 4.
282 Juan de Santo Tomás
son los actos que siguen después de la intención, cuales son los que versan so-
bre los medios. Y este razonamiento se hace más apremiante si con el nombre
de intención entendemos el amor al fin que en el artículo precedente dijimos
que era la causalidad del fin. Luego, no es efecto suyo; pues de otro modo sería
causa de sí; pero solamente el amor a las otras cosas por el fin es un efecto del
fin.
Otros, por el contrario, opinan que son efectos del fin no sólo los actos que
versan sobre los medios, sino también los que versan sobre el fin; son, pues,
efectos del fin tanto la intención como el simple amor al fin. Sobre esta opinión
pueden ser consultados Suárez5, Curiel6 , Conimbricenses7. No obstante, estos
autores dicen que la perfectísima causalidad del fin versa sobre los medios; en
cambio, siguen diciendo que es una causalidad imperfecta la que versa sobre el
amor al fin. Y algunos también, aunque conceden que la intención del fin es
finalizada por él, sin embargo, dicen que no lo es el simple amor al fin, sino que
este amor es requerido como causalidad o condición de finalizar: así Fonseca8.
Para esta parte, el argumento general es este: el fin causa el apetito que le co-
rresponde, no sólo respecto a los medios, sino también causa para que él mismo
sea deseado, puesto que no es deseado por medio de otros, sino por medio de él
mismo. Por consiguiente, el fin también finaliza el amor de sí, dado que finali-
zar no es distinto de ser deseado por amor a sí mismo. Bien es verdad que esa
causalidad del fin brilla más respecto a la intención que respecto al simple amor
al fin, por el hecho de que la intención aunque pertenece directamente al fin, sin
embargo, expresa connotativamente un orden a los medios, en cuanto que indi-
ca orden al fin como conseguible o alcanzable con los medios; en cambio, el
simple amor al fin no connota nada sobre los medios.
Afirmo, pues, en primer lugar: El agente que obra a causa del fin es fina-
lizado por él, no como un efecto, sino como un sujeto movido por el fin.
5
Suárez, Disputatione Metaphysicae, disp. 23, sect. 3, n. 7 y 8.
6
Curiel, In Summa Theologiae I-II, q. 1, a. 1, dub. 2 § 4.
7
Conimbricenses, In II Physicorum, cap. 7, q. 22, a. 1.
8
Fonseca, In V Metaphysicorum, cap. 2, q. 10, sect. 2.
9
Ægidio, De fine, lib. I “De fine in communi”, q. 6, a. 5, § 2 y § 7.
El fin y su manera de causar 283
ser moviéndolo y estimulándolo para que el propio agente quiera obrar por el
fin y de hecho obre. Luego, la acción debe ser efecto del fin de modo que el
agente haya sido estimulado y movido.
10
Suárez, Disputatione Metaphysicae, disp.. 23, sect. 4, n. 16 y 17.
284 Juan de Santo Tomás
y, consecuentemente, sus efectos son llevadas a cabo por un agente que está
inclinado a obrar; y sin la inclinación el agente no opera.
Ahora bien, cada una de las inclinaciones tiene su origen y depende de un
primer amor con el que el fin es anhelado; y este amor, como dependiendo del
objeto apetecible, del que recibe la inclinación y el peso, es la causalidad del fin
‒como hemos explicado en el artículo precedente‒. De este modo, todo acto y
efecto que se deriva del amor, según su inclinación y según su conexión con él,
participa virtualmente de la misma causalidad del fin, puesto que las demás
cosas son derivadas del amor primero. Y, de la misma manera que la primera
causalidad del fin es real en razón del acto del amor, con el que se identifica, así
también la causalidad virtual es real en razón de la inclinación que, partiendo
de ese primer amor, se deriva a los actos restantes. En consecuencia, cuando se
dice que las acciones externas y sus efectos ‒que son los medios ejecutados‒
sólo participan extrínsecamente la índole del fin amado, se responde que, si
“amado” es tomado como la designación nacida en el objeto por el mismo acto
del amor, así obtiene extrínsecamente los actos y efectos que se siguen del
amor. Pero si “ser amado” es tomado como la unión pasiva del objeto apetecible
con el apetito, por cuya causa son deseadas las demás cosas y en el cual están
contenidas, así, el fin u objeto apetecible permanece en los actos y efectos que,
de la misma manera que se derivan realmente de la inclinación del amor, así
participan virtualmente de la causalidad del fin, que consiste en ese amor espira-
tivo identificado con el acto del amor.
Afirmo en tercer lugar: El fin tiene como efecto finalizado también el ac-
to de la “intención” hacia el fin, aún más, incluso el “simple amor al
fin”, en cuanto que es un acto emitido por la voluntad.
Casi todos los autores están de acuerdo en la primera parte de esta conclu-
sión, si exceptuamos a Vázquez11. Estos son los argumentos a favor de esta
conclusión: Primero, porque la intención no versa exclusivamente en torno al
fin, sino también alude a los medios en oblicuo o de manera concomitante; y,
así, debe ser causada por el fin según esta parte de la conclusión. Segundo, por-
que la “intención” supone el “simple amor al fin” del que puede derivarse, pues
supone el fin amado; luego la intención puede ser emitida por causa y amor al
fin querido. Ahora bien, para que una cosa sea causada por el fin, no se requiere
nada más que ser por causa y amor al fin, pues esto significa ser finalizado.
11
Vázquez, In Summa Theologiae I-II, q. 1, disp. 3, cap. 2, ad 1.
El fin y su manera de causar 285
La segunda parte de la conclusión, es decir, que el fin tiene como efecto fi-
nalizado el simple amor al fin, en cuanto es un acto emitido por la voluntad,
tiene una dificultad mayor. Hay unos que afirman lo dicho en esta segunda parte
de la conclusión, y hay otros que lo niegan; y tanto unos como otros se sirven
de los testimonios de Santo Tomás y de argumentos racionales. Pero nosotros
pretendemos conciliar ambas opiniones, sirviéndonos de la distinción hecha
sobre el amor tomado pasiva o espirativamente, y el amor tomado elícita o per-
fectamente. En efecto, el amor en cuanto que, tomado aisladamente, proviene
del objeto apetecible, no es efecto finalizado por el fin, sino que es la causalidad
del propio fin, como hemos demostrado en el artículo precedente. En cambio, el
amor, en cuanto que es emitido activamente por la voluntad, es un efecto finali-
zado por el fin, porque la voluntad, actuando y emitiendo, opera a causa de un
fin, pues de otra manera emitiría el acto casual o fortuitamente. Y, por otra par-
te, supone al fin suficientemente unido a la voluntad a través del amor en cuanto
que precisamente proviene del objeto apetecible. Luego, tiene todo lo que es
requerido para poder decir que el amor es emitido por el fin o a causa del fin
amado, esto es, unido al objeto apetecible. Y en este sentido, interpretamos lo
que dice Santo Tomás: “El influir de la causa final es ser apetecida y desea-
da”12; y también: “El amor no designa al movimiento que tiende al objeto ape-
tecible, sino que designa al movimiento con el que el apetito es inmutado por el
objeto apetecible, para que éste agrade a aquél”13. De este modo, pues, el amor
como proveniente del objeto apetecible o ‒lo que es lo mismo‒ el objeto apete-
cible, en cuanto unido al apetito, es causa finalizante y causante, de modo que
sea amado elicitivamente por gracia de tal objeto apetecible que inmuta al apeti-
to, agradándole. Y, así, se salva también lo que enseña Santo Tomás: “Toda
acción humana es por un fin, incluso si el hombre ejecuta la acción que es el fin
12
Thomas de Aquino, De Veritate, q. 22, a. 2.
13
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 26, a. 2, ad 3.
286 Juan de Santo Tomás
14
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 1, a. 1, ad 1.
15
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I, q. 82, a. 4.
16
Thomas de Aquino, Contra Gentes III, cap. 2.
El fin y su manera de causar 287
Objeciones
Argumentan en primer lugar lo siguiente. Dado que la causalidad del fin es
el amor ‒como ya se ha dicho varias veces‒ cuando se afirma que el fin sola-
mente causa en cuanto que una cosa es hecha por causa y amor a él, lógicamen-
te se da como supuesto el amor al fin para que algo se haga por el fin; y, así, el
amor no es su efecto.
A la segunda objeción se responde que los brutos no obran a causa del fin,
puesto que, aunque sean estimulados por la bondad absoluta del fin, sin embar-
go, les falta la elección e intención tanto la formal hacia la que se muevan, co-
mo la elección e intención radical por la que se muevan a sí mismos, al carecer
17
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 9, a. 4.
18
Aristóteles, Eth. Eudem, VII, cap. 14 (1248 a 24)
19
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 28, a. 6; In III Sententiarum, dist. 27, q. 1, a. 1;
De Veritate, q. 21, a. 2 in corpore.
288 Juan de Santo Tomás
20
Thomas de Aquino, Summa Theologiae I-II, q. 1, a. 2.
BREVE BIBLIOGRAFÍA SOBRE LA NATURALEZA Y LAS CAUSAS